El Pajaro Maravilloso

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Una historia para entender, un poco de ficcion, parecida a una fabula de Esopo

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EL PAJARO MARAVILLOSO

(Cuento de la nacionalidad mongola)

Dicen que dicen que tiempo atrás en el bosque que bordea las montañas del norte había un

maravilloso pájaro inteligentísimo y despierto que incluso sabía hablar.

Emperadores, ministros y potentados de muchos países habían enviado gente para atraparlo

y algunos incluso fueron ellos mismos, pero nadie pudo conseguirlo. Sin embargo, el pájaro no se

movía nunca de la rama de un pino milenario, siempre trinando y trinando.

Cuentan que aquellos que tanto iban y venían en busca del pájaro terminaron por dejar un

camino en la montaña.

He aquí que la historia del maravilloso pájaro llegó luego a oídos del rey Yiertegeer, del este,

quien pensó: “¡Qué pájaro tan terrible! Dicen que nadie ha conseguido atraparlo. Pero de todos

modos yo lo lograré!” Y dicho esto se dispuso a partir.

El rey llegó hasta el bosque de que

hablábamos, hasta que se detuvo bajo las

frondosas ramas de aquel pino milenario.

Pero el ave no se asustó ni escapó sino

que se dejó atrapar. El rey quedó loco de

alegría. Cuando iban en camino de

regreso, el pájaro le habló: “¡Respetado

rey! Me ha atrapado sin ningún esfuerzo.

No obstante, en el camino de regreso no

debe exhalar grandes suspiros, ni

quedarse en silencio y cabizbajo; de lo

contrario me escaparé en un abrir y cerrar

de ojos. Por lo tanto, sea como sea, en la

marcha siempre tiene que ir hablando

alguno de los dos.”

- Está bien – le contestó el rey –,

entonces cuenta tú alguna cosa.

- Bueno, le contaré al rey una

historia – repuso el pájaro –. Cuentan que

había un lugar donde vivía un buen

cazador con un buen perro. En cierta ocasión el cazador salió de excursión con su perro y de pronto

se encontró una carreta repleta de riquezas en pleno valle. La carreta estaba rota y detenida en ese

lugar y su dueño se hallaba sentado mostrando su preocupación. Los hombres intercambiaron

algunas palabras formales y se sentaron juntos a fumar un cigarrillo. El de la carreta dijo:

- Hermano cazador, yo quiero ir hasta la aldea que queda más adelante para conseguir alguien

que arregle la carreta. Te pido por favor que te quedes aquí con tu perro a cuidarme la carreta.

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- Bien – aceptó el cazador y el otro hombre muy contento atravesó la montaña.

El cazador esperó hasta la tardecita y como el dueño de la carreta no volvía pensó: “Mi vieja

madre está mal de la vista. Es posible que desde la mañana no haya probado bocado”. Le habló a

su perro:

- Quédate aquí cuidando hasta que regrese el dueño de la carreta. No dejes que se roben

nada. Yo regreso a hacerle la comida a mi mamá –. Y se marchó.

El perro, fiel al mandato de su amo, se ocupó de cuidar que el buey que tiraba de la carreta

no se apartara del sitio y al igual que un sereno, estuvo todo el tiempo dando vueltas de aquí para

allá alrededor del vehículo.

El propietario de la carreta pasó por muchas aldeas hasta que por fin hacia la medianoche

encontró quien la reparara. Cuando volvió, se dio cuenta que el cazador no estaba mientras que el

perro se había quedado a cuidar fielmente la carreta. El hombre se dijo que aquél era en verdad un

animal muy bueno y lo premió con algunas piezas de plata, ordenándole que se fuera. En ese

momento el cazador estaba justamente en la puerta de su casa esperando el regreso de su mejor

amigo. Nada más ver a su amo dejó en el suelo la plata que traía en el hocico. El cazador se

enfureció, rezongándole: “Te he dicho que cuidaras bien de que no robaran nada y tú sales robando

piezas de plata”. Y terminó matando a palos al buen can.

- ¡Ay! ¡Qué descuido tan grande! ¡Matar por error a un perro tan bueno! – exclamó el rey.

- Ha suspirado – dijo el pájaro, y en un abrir y cerrar de ojos se le voló de las manos.

El monarca se reprochaba a sí mismo: ¿Cómo pude olvidarme de que no tenía que suspirar?

Entonces desanduvo el camino y atrapó por segunda vez al pájaro en la rama del vetusto pino. El

ave comenzó a hablar:

- Bueno, ahora te relataré otra historia. Se cuenta que había un lugar donde una mujer tenía

un buen gato. Un día, la mujer tenía que ir a traer agua del pozo y le dijo al felino: “Cuida bien al

bebé que está en la cuna”. Después de que la mujer salió el gato se tiró al lado de la cuna

espantando las moscas y los mosquitos. De repente, desde la puerta apareció un ratón grande con

toda la intención de morderle la oreja al niño. Muy enfadado, el gato se dispuso a atrapar el ratón.

Pero en ese mismo momento otro tan grande llegó a todo correr y de un mordisco se llevó la oreja

del bebé, quien comenzó a llorar del dolor.

El gato, que estaba persiguiendo al primer ratón, se pegó el gran susto y volvió corriendo al

cuarto, mató al roedor en la puerta, llegó hasta la cuna y se puso a lamer la oreja del niño que

manaba sangre. Cuando llegó de vuelta la mujer y vio aquello no pudo contener su indignación. “Te

mandé que cuidaras al niño pero tú, malvado, le has comido la oreja”. Hablando así, dio al gato una

golpiza que lo dejó muerto. Pero tan pronto dio vuelta la cabeza notó que había un ratón muerto

atrás de la puerta, con la oreja del niño entre los dientes. Al darse cuenta de su error comenzó a

llorar.

- ¡Ay! ¡Pobrecito! – volvió a exclamar el rey y no más hacerlo el pájaro ¡zás! se le voló de las

manos.

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El rey desanduvo por tercera vez el

camino, llegó hasta el pájaro y lo volvió a

atrapar en el mismo lugar de siempre. Luego

emprendió el escabroso camino de regreso a

través de la montaña. En la marcha el pájaro

le volvió a contar un cuento. – Hubo una vez

un año de grandes sequías – comenzó el ave

astuta – y un hombre llamado Aerbai

abandonó la zona afectada por la hambruna.

El sol apretaba recio en el camino y el pobre

tenía la garganta tan seca que ya no podía

caminar, por lo cual se sentó bajo una alta

roca a esperar la muerte. De súbito escuchó

un “glu, glu, glu,” o sea el ruido de agua

goteando: descubrió así que el líquido bajaba

de lo alto de la gran roca. Sin caber en sí de

alegría Aerbai sacó inmediatamente su tazón

de madera para recibir el precioso líquido.

Cuando logró no sin dificultades llenar el

tazón y ya se lo estaba llevando a los labios,

apareció de pronto un cuervo que con sus alas le volcó el recipiente. ¡Este maldito pajarraco me ha

derramado el agua que Dios misericordioso me ha obsequiado gota a gota! – exclamó furioso, y

recogiendo una piedra persiguió al cuervo hasta que lo mató. Nada más llegar hasta el lugar donde

había ultimado al cuervo descubrió que un poco más adelante salía agua de la grieta de una roca.

Una vez más se puso muy contento, bebiendo hasta hartarse. Pero cuando volvió a donde había

estado sentado y recogió su paquete, levantó la cabeza y descubrió una gran serpiente que dormía

encima de la roca, en tanto de su boca manaba un líquido. ¡Ay! Quiere decir que el “agua” que yo

había juntado era el veneno de esta serpiente y el cuervo me salvó la vida – pensó el hombre con

lágrimas de arrepentimiento.

- ¡Ay! – exclamó el rey - ¡Pobre cuervo! ¡Sacrificó su vida para salvar a otro!

- ¡Otra vez ha fracasado! – gritó el pájaro y volvió a echar vuelo.

- Se acabó, realmente no hay manera de atrapar a este pájaro – pensó el rey y regresó a su

palacio.