El Papa Juan Pablo II y los derechos humanos

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139 El Papa Juan Pablo II y los derechos humanos Máximo Pacheco Gómez* 1. El Fundamento de los Derechos Humanos Constituye un rasgo muy característico del Magisterio Social del Papa Juan Pablo II el reconocimiento y la defensa de los derechos humanos, de los que viene ocupándose ininterrumpidamente. En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz (1- I-1998) el Papa manifestó: Fundamento y fin del orden social es la persona humana, como sujeto de derechos inalienables, que no recibe desde fuera sino que brotan de su misma naturaleza; nada ni nadie puede destruirlos; ninguna constricción externa puede anularlos, porque tienen su raíz en lo que es más profundamente humano. De mo- do análogo, la persona no se agota en las condiciones sociales, culturales o históricas, pues es propio del hombre, que tiene un alma espiritual, tender hacia un fin que trasciende las condiciones mudables de su existencia. Ninguna potestad humana puede oponerse a la realización del hombre como persona. * Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv DR © 2003. Instituto Interamericano de Derechos Humanos https://www.iidh.ed.cr/ Libro completo en: https://tinyurl.com/y4othfp3

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El Papa Juan Pablo II y losderechos humanosMáximo Pacheco Gómez*

1. El Fundamento de los Derechos Humanos

Constituye un rasgo muy característico delMagisterio Social del Papa Juan Pablo II elreconocimiento y la defensa de los derechos humanos,de los que viene ocupándose ininterrumpidamente.

En el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz (1-I-1998) el Papa manifestó:

Fundamento y fin del orden social es la personahumana, como sujeto de derechos inalienables, que norecibe desde fuera sino que brotan de su mismanaturaleza; nada ni nadie puede destruirlos; ningunaconstricción externa puede anularlos, porque tienen suraíz en lo que es más profundamente humano. De mo-do análogo, la persona no se agota en las condicionessociales, culturales o históricas, pues es propio delhombre, que tiene un alma espiritual, tender hacia unfin que trasciende las condiciones mudables de suexistencia. Ninguna potestad humana puede oponersea la realización del hombre como persona.

* Juez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos

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2. El misterio de la Redención

En su primera encíclica, Redemptoris Hominis (4 demarzo de 1979), Juan Pablo II ofrece la clave de suenseñanza sobre derechos humanos, que se puederesumir esencialmente con dos palabras: CristoRedentor. Es Cristo quien revela “plenamente el hom-bre al mismo hombre” y esta es “la dimensión humanadel misterio de la Redención”, en esta dimensión “elhombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y elvalor propios de su humanidad” (RH 10).

El Papa escribe que si el hombre consigue entrar enCristo, entonces se entenderá completamente a simismo, hasta estar lleno de “profunda admiración” alconstatar el valor que tiene frente a Dios, y al darsecuenta que representa el motivo de la Encarnación delHijo de Dios: “Ese profundo estupor respecto al valory la dignidad del hombre se llama Evangelio”. Es eseestupor que “justifica la misión de la Iglesia en elmundo” y es la Redención que, mediante el sacrificiode la Cruz, “ha vuelto a dar definitivamente al hombrela dignidad” (RH 10).

Si “en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguidoplena conciencia de su dignidad”, de ahí que todos loscristianos, a pesar de las divisiones que siguenexistiendo entre ellos, pueden y deben manifestar suunidad “en la lucha con perseverancia incansable afavor de la dignidad que cada hombre ha alcanzado ypuede alcanzar continuamente en Cristo” (RH 11).

Frente a las dificultades, a las desilusiones y a lasincertidumbres que han aparecido en el diálogoecuménico, es benéfico volver a leer estar palabras delPapa, que ponen de manifiesto su apertura ecuménica y

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su compromiso, subrayado en muchas ocasionesdurante su pontificado, para una mayor colaboraciónentre todas las Iglesias cristianas, sobre todo a favor dela dignidad humana, como signo creíble de la misiónconfiada por Dios a todos y a cada uno de los cristianos.

Esta misión conlleva la obligación de anunciar laverdad recibida de Dios con una actitud de profundorespeto por el destinatario de este anuncio y por sulibertad. Así, la “misma dignidad de la persona humanase hace contenido de aquel anuncio” y puesto que “noen todo aquello que los diversos sistemas y también loshombres en particular, ven y propagan como libertadestá la verdadera libertad del hombre, tanto más laIglesia, en virtud de su misión divina, se hace custodiade esta libertad que es condición y base de la verdaderadignidad de la persona humana” (RH 12).

Estas palabras, escritas diez años antes de los hechosque, en 1989, transformaron profundamente los rasgosde la geografía política y de la vida institucional de unaamplia zona de Europa, adquieren una dimensiónprofética porque esta sorprendente transformación tuvolugar precisamente como una reacción imprevista, peroen el fondo previsible, contra un sistema de podertotalitario que durante varios decenios había sofocadolas aspiraciones de libertad y de verdad de pueblosenteros, de las que hacía una propaganda deformada yrepugnante.

Citando la afirmación del Concilio Vaticano II, elPapa recuerda que “Cristo se ha unido a cada hombre”,un hombre “en el que permanece intacta la imagen ysemejanza con Dios mismo” (RH 13) y pone demanifiesto que el hombre “es la primera y fundamental

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vía de la Iglesia”; de esta ecuación deriva la necesidadde la Iglesia de “ser conscientes, además, de todo lo queparece estar en contra del esfuerzo para que la vidahumana sea cada vez más humana”, para que todo loque compone esta vida responda a la verdaderadignidad del hombre” (RH 14).

Juan Pablo II es consciente de los riesgos queamenazan la civilización contemporánea, en la que elhombre “parece estar amenazado por lo que produce”,y por eso “vive cada vez más en el miedo”, temiendoque los frutos de su imaginación y de su capacidad“pueden ser dirigidos de manera radical contra élmismo” hasta convertirse en “medios e instrumentos deuna autodestrucción inimaginables” (RH 15). De ahí lanecesidad de que el desarrollo de la técnica que dominanuestra época corresponda “un desarrollo proporcionalde la moral y de la ética”, para que el hombre sea “deveras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, masla Iglesia considera que se debe cuestionar sobre ladirección que toma el progreso y si éste está realmenteal servicio del hombre y de su dignidad: “encuentra elprincipio de esta solicitud en Jesucristo, como atesti-guan los Evangelios” (RH 15).

3. La fuerza del amor

El examen de la situación en la que se encuentra elhombre en el mundo contemporáneo hace que el Papahaga un diagnóstico severo pero lúcido: se trata de unasituación que “parece distante tanto de las exigenciasobjetivas del orden moral, como de las exigencias de lajusticia, o aún más, del amor social” (RH 16). En elmomento en el que se publicó la encíclica, Juan Pablo

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II se daba perfectamente cuenta de que su juicio podíaparecer áspero y que su denuncia corría el riesgo de sermal interpretada o incluso manipulada por una de las“partes” que se enfrentaban en el contexto geopolíticoexistente. Él, sin embargo, recuerda que la Iglesia “nodisponiendo de otras armas, sino de las del espíritu, dela palabra y del amor, no puede renunciar a anunciar lapalabra [...] a tiempo y a destiempo” (RH 16). La moti-vación de la intervención de la Iglesia en el ámbitosocial es el amor.

En su segunda, Dives in misericordia (30 de noviem-bre de 1980), el Papa pone de manifiesto el vínculoexistente entre la justicia y el amor, un amor atesti-guado, además, por la famosa parábola del “hijopródigo”. Al ver la vuelta a casa del hijo, “el padre esconsciente de que se ha salvado un bien fundamental: elbien de la humanidad de su hijo [...] La fidelidad delpadre a sí mismo está totalmente centrada en la huma-nidad del hijo perdido, en su dignidad [...] se puededecir por tanto que el amor hacia el hijo, el amor quebrota de la esencia misma de la paternidad, obliga encierto sentido al padre a tener solicitud por la dignidaddel hijo [...] la relación de misericordia se funda en lacomún experiencia de aquel bien que es el hombre,sobre la común experiencia de la dignidad que le espropia” (DM 6).

El mal cometido por el hijo está superado, puestoque él ha sido capaz de tomar realmente conciencia deéste y se ha puesto en el camino de la conversión.

A este camino de salvación, Cristo nos llama a todosy, como señal de esta invitación irrevocable, ofrece suvida para la redención de la humanidad: “Justamenteesta redención es la revelación última y definitiva de la

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santidad de Dios, que es la plenitud absoluta de laperfección: plenitud de la justicia y del amor, ya que sefunda sobre el amor, mana de él y tiende hacia él” (DM7).

En el sacrificio de la Cruz, la misericordia divina serevela plenamente y se eleva la dignidad al máximo,puesto que el hombre “experimentando la misericordia,es también en cierto sentido el que manifiesta contem-poráneamente la misericordia” (DM 8). Para Juan PabloII, la síntesis de toda la Buena Nueva se puedeencontrar en las palabras de Jesús: “Bienaventuradoslos misericordiosos, porque ellos alcanzarán miseri-cordia” (Mt 5,7). Estas palabras reflejan el misterioprofundo de Dios: “la inescrutable unidad del Padre, delHijo y del Espíritu Santo, en la que el amor, abrecamino a la misericordia, que a su vez revela laperfección de la justicia” (DM 8).

La perspectiva del amor es el horizonte en el que sesitúa la acción del cristiano a favor de los derechoshumanos.

Indicando una serie de actitudes que prefiguran laacción del cristiano por los derechos humanos, Jesúsmismo lo dice claramente: “cuanto hicisteis a uno deestos [...], a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Es en estaperspectiva que “la Iglesia comparte con los hombresde nuestro tiempo este profundo y ardiente deseo de unavida justa bajo todos los aspectos”, aún con laconvicción de que la justicia por sí sola no es suficientey que, más aún puede conducir a la negación y alaniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esaforma más profunda que es el amor plasmar la vidahumana en sus diversas dimensiones” (DM 12).

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El Papa ha identificado en el concepto teológico de“pro-existencia” el amor de Cristo Redentor, que haofrecido su vida y ha pedido a sus discípulos que esténpreparados a hacer el mismo don total, afirmando: “Sinosotros volvemos a descubrir el significado auténticodel amor “pro-existente”, entonces los derechos huma-nos pueden y deben formar parte de éste, en nombre, sepuede decir, del sacrificio pascual de Cristo mismo”(Discurso a la Comisión Teológica Internacional, 5 dediciembre de 1983).

Juan Pablo II volverá a tratar el tema del “amorsocial” en la encíclica Sollicitudo rei socialis (30 dediciembre de 1987), a través de la noción de solida-ridad, definida como una “virtud cristiana”: “a la luz dela fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, alrevestirse de las dimensiones específicamente cristianasde gratitud total, perdón y reconciliación. Entonces elprójimo no es solamente un ser humano, con susderechos y su igualdad fundamental frente a todos, sinoque se convierte en la imagen viva de Dios Padre,rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo laacción permanente del Espíritu Santo” (SRS 40).

Además, en el mensaje para la Jornada Mundial de laPaz 1998, el Papa escribe: “[...] es importante conside-rar también la promoción de los derechos humanos:siendo ésta el fruto del amor por la persona puesto que“el amor sobrepasa todo lo que la justicia puederealizar” (Constitución pastoral Gaudium et spes, 78)”(n. 2).

La verdad os hará libres (Jn 8, 32)

En la visión de Juan Pablo II, una relación intrínsecavincula la verdad a la libertad. Sobre esta relación

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insiste sobre todo la encíclica Centesimas annus,publicada en el centenario de la Rerum Novarum (1 demayo de 1991), dirigida -al igual de la Redemptorhominis- no sólo a los miembros de la comunidadeclesiástica, sino también “a todos los hombres debuena voluntad”, para demostrar que los temas tratadospor el documento tienen un papel importante tambiénfuera de la Iglesia. Además la encíclica reflexiona deuna forma particular sobre la génesis, sobre el sentido ysobre las consecuencias de los acontecimientos de1989. Siguiendo la línea marcada por León XIII, elvínculo entre la verdad y la libertad es considerada porJuan Pablo II como “constitutivo” (CA 4); el hecho deno respetarlo representa “el error fundamental delsocialismo”, un error “de carácter antropológico”,puesto que afecta a la persona humana en su esencia ydestruye su dignidad (CA 13). Para el Papa, la causa deeste error es el ateísmo: “La negación de Dios priva desu fundamento a la persona y, consiguientemente, lainduce a organizar el orden social prescindiendo de ladignidad y responsabilidad de la persona” (ibid). Deesta postura deriva “una concepción de la libertadhumana que la aparta de la obediencia de la verdad y,por tanto, también del deber de respetar los derechos delos demás hombres” (CA 17). Desatender el “derecho-deber de buscar a Dios, de conocerlo y de vivir segúneste conocimiento” e ignorar “los derechos de la con-ciencia humana, vinculada solamente a la verdad tantonatural como revelada” significa abrir el camino asistemas totalitarios, a sociedades sin una jerarquía devalores, a fuerzas fundamentalistas que discriminanincluso a los ciudadanos de un mismo Estado: “Ningúnprogreso auténtico es posible sin el respeto del derecho

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natural y original de conocer la verdad y de vivir segúnésta” (CA 29).

La encíclica afirma que el fenómeno deltotalitarismo moderno nace “de la negación de laverdad en sentido objetivo”; de esta forma, en efecto,“triunfa la fuerza del poder y cada uno tiende a utilizarhasta el extremo los medios de que dispone paraimponer su propio interés o la propia opinión, sinrespetar los derechos de los demás” (CA 44). Ytambién: “La raíz del totalitarismo moderno hay queverla, por tanto, en la negación de la dignidad tras-cendente de la persona humana, imagen visible de Diosinvisible y, precisamente por esto, sujeto natural dederechos que nadie puede violar” (ibid).

Juan Pablo II desea aclarar, probablementeconsiderando algunas críticas que aparecen periódica-mente sobre todo en el mundo occidental, que “al no serideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en unrígido esquema la cambiante realidad socio-política yreconoce que la vida del hombre se desarrolla en lahistoria en condiciones diversas y no perfectas” (CA46): la Iglesia por lo tanto “al ratificar constantementela trascendente dignidad de la persona, utiliza comométodo propio el respeto de la libertad. La libertad noobstante es valorizada en pleno solamente por laaceptación de la verdad, la libertad pierde su consis-tencia y el hombre queda expuesto a la violencia de laspasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos”(ibid). Por lo tanto el cristianismo no puede renunciar alhecho de presentar “su” verdad de una forma respetuosapero firme, estando atento a descubrir “la parte deverdad que encuentra en la experiencia de la vida y enla cultura de las personas y de las naciones” (ibid).

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La reflexión antropológica de la encíclica vinculadaacertadamente el plano de la búsqueda natural con el dela gracia sobrenatural: en la visión cristina, el edificiode los derechos del hombre se apoya en pilares capacesde resistir cualquier sacudida telúrica.

4. El estado de derecho

En el capítulo V de la encíclica Centesimus annus,sobre el tema del Estado y de la cultura, se cita elsiguiente párrafo de la Rerum novarum: “Por muchoque cambien y se desarrollen las formas de gobierno[...], siempre habrá tres poderes: legislativo, ejecutivo yjudicial [...]”. Juan Pablo II comenta sobre este temaque “[...] constituía entonces una novedad en lasenseñanzas de las Iglesia” (CA 44). Desde que se hizoeste reconocimiento, aunque sea de forma indirecta dela teoría de la división de los poderes, han pasado cienaños en los que las enseñanzas de la Iglesia sobre laorganización y el funcionamiento del Estado se handesarrollado y ahondado hasta expresarse en laencíclica CA de la siguiente forma: “Es preferible queun poder esté equilibrado por otros poderes y otrasesferas de competencia que lo mantengan en su justolímite. Es éste el principio del “Estado de Derecho”, enel cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria delos hombres” (ibid).

También este tipo de referencia es una “novedad” enel lenguaje del Magisterio; formulada de una formaconcisa pero sustancial, muestra la preocupación poruna organización del Estado que esté al servicio de la“libertad de todos” y está en sintonía con la evolución

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que el Estado ha experimentado en el mundo occiden-tal, cuya organización actual es juzgada como funcionalcon respecto a las tareas que debe desempeñar.

Es evidente que el Papa sabe perfectamente que esteproceso no ha sido lineal y que, al contrario, ha sufridotraumas de larga duración y con consecuencias trágicas.Por lo tanto, tras haber manifestado su aprobación del“Estado de derecho”, se apresura a renovar laadvertencia en contra de los sistemas totalitarios, identi-ficando el rasgo que los distingue a todos en la“negación de la verdad” (ibid).

Para Juan Pablo II, el Estado totalitario, sea cual seasu orientación ideológica, es la negación del “Estado dederecho”. Además, el totalitarismo ejerce sus efectosaniquiladores sobre todos los sujetos sociales, seanindividuales o colectivos, puesto que tiende “a absorberen sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comu-nidades religiosas y las mismas personas” (CA 45).

La encíclica se hace eco de la dolorosa persecuciónsufrida por la Iglesia en los contextos totalitarios yrealiza un análisis lúcido: “El Estado, o bien el partido,que cree poder realizar en la historia el bien absoluto yse erige por encima de todos los valores, no puedetolerar que se sostenga un criterio objetivo del bien ydel mal, por encima de la voluntad de los gobernantes,y que, en determinadas circunstancias, puede servirpara juzgar su comportamiento. Esto explica por qué eltotalitarismo trata de destruir la Iglesia o, al menos,someterla, convirtiéndola en instrumento del propioaparato ideológico” (ibid). Juan Pablo II desea re-afirmar que la Iglesia, al defender la propia libertad,incluye en esta defensa a todos los sujetos sociales,

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desde la persona hasta la nación, pasando por la familia,“realidades todas que gozan de un propio ámbito deautonomía y soberanía” (ibid).

5. Una democracia de los valores

La encíclica Centesimus annus mira con esperanzaslos resultados de los cambios que han conllevado envarios lugares del mundo y de manera particular enEuropa oriental, “nuevas formas de democracia” (CA22). El Papa afirma que, “después de la caída deltotalitarismo comunista y de otros muchos regímenestotalitarios y de “seguridad nacional”, asistimos hoy alpredominio, no sin contrastes, del ideal democráticojunto con una viva atención y preocupación por losderechos humanos”, insistiendo sobre la necesidad deque “los pueblos que están reformando sus ordena-mientos den a la democracia un auténtico y sólidofundamento mediante el reconocimiento explícito deestos derechos” (CA 47). La encíclica ofrece una listasignificativa de derechos definidos “entre los princi-pales”: “el derecho a la vida, del que forma parteintegrante del derecho del hijo a crecer bajo el corazónde la madre después de haber sido concebido, elderecho a vivir en una familia unida y en un ambientemoral favorable al desarrollo de la propia personalidad;el derecho a madurar la propia inteligencia y la propialibertad a través de la búsqueda y el conocimiento de laverdad; el derecho a participar en el trabajo para valorarlos bienes de la tierra y recabar del mismo el sustentopropio y de los seres queridos, a acoger y educar a loshijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad.Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido,

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la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir enla verdad de la propia fe y en conformidad con ladignidad trascendente de la propia persona” (ibid).

Se trata en realidad de una serie de derechos estre-chamente vinculados con el fundamento antropológicodescrito anteriormente. Estos mismos se encuentran, innuce en la Declaración Universal de los Derechos delHombre, pero aquí están formulados de una formadiferente, como si estuvieran enriquecidos por la luz dela “dignidad trascendente” de la persona humana.

Para Juan Pablo II, “una auténtica democracia esposible solamente en un Estado de derecho y sobre labase de una recta concepción de la persona humana”(CA 46). Si el Estado de derecho es el tronco, elconcepto de persona es la savia que nutre el árbol de lademocracia. La tesis que aparece continuamente hoydía, según la cual “el agnosticismo y el relativismoescéptico son la filosofía y la actitud fundamentalcorrespondientes a las formas políticas democráticas”hay que rechazarlas porque “si no existe una verdadúltima, la cual guía y orienta la acción política, entonceslas ideas y las convicciones humanas pueden caer confacilidad en un totalitarismo visible o encubierto, comolo demuestra la historia” (ibid).

La visión del Papa es realista: “También en lospaíses donde están vigentes formas de gobiernodemocrático no siempre son respetados totalmenteestos derechos” (CA 47). Su diagnóstico es muypreciso: estos países viven una crisis debida al hechoque las aspiraciones de la población no se consideran“según criterios de justicia y moralidad, sino más biende acuerdo con la fuerza electoral o financiera de los

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grupos que la sostienen”, de ahí nace una disminución“de la participación política y del espíritu cívico” y una“creciente incapacidad para encuadrar los interesesparticulares en una visión coherente del bien común”(ibid). La noción del bien común es fundamentalporque: “en efecto, no es la simple suma de interesesparticulares sino que implica su valoración yarmonización, hecha según una equilibrada jerarquía devalores y, en última instancia, según una exactacomprensión de la dignidad y de los derechos de lapersona” (ibid).

6. La acción de la Iglesia

Los límites de este trabajo no permiten tratar otrosprincipios fundamentales de las enseñanzas de JuanPablo II sobre derechos humanos, como el significadoradical de la libertad religiosa (cf. EncíclicaRedemptor hominis, 17), el papel de la cultura en ladefensa de la soberanía del hombre y de la nación (cf.Discurso en la UNESCO, 2 de junio de 1980), laconcepción del trabajo como un bien que expresa ladignidad humana (cf. Encíclica Laborem exercens, 14de septiembre de 1981), la identificación de la familiacomo sujeto de derechos (cf. Exhortación ApostólicaFamiliaris consortio, 22 de noviembre 1981), el valorsagrado de la vida humana desde el primer momentohasta el final natural (cf. Encíclica Evangelium vitae, 25de marzo de 1995).

Este amplio y rico patrimonio doctrinal inspira laacción de la Iglesia en el sector de los derechoshumanos. En lugar de apropiarse de un concepto que le

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era ajeno, según las críticas de algunos ambienteslaicistas, la Iglesia ha sabido ir más allá de los aspectoscontingentes y polémicos sobre la elaboración históricade los derechos humanos -marcada por la experienciade la Revolución francesa- y ha sabido reconocer en ladignidad humana su base correcta, releyendo con unamirada nueva los principios antiguos y siempre vivos enla tradición.

Un grande mérito para Juan XXIII y, después, sobresus huellas, del Concilio Vaticano II, ha sido el resaltarlas implicaciones de la noción de la dignidad humana yde saber reconocer, gracias a tal trámite, no solo lalegitimidad del compromiso por los derechos humanos,sino también la necesidad de su plena inserción en laacción pastoral.

La enseñanza social de la Iglesia queda, en el mundode hoy, como una garantía sólida de los auténticosderechos humanos, ya que es capaz de ofrecer unavisión armónica en la cual los derechos estánequilibrados por los deberes, los derechos civiles ypolíticos están reconciliados con los económicos ysociales, su universalidad es reforzada por la exigenciade una oportuna inculturación.

Tal acercamiento pone los derechos humanos alamparo de derivaciones inquietantes, provocadas porlecturas que deforman los derechos humanos según laley de una geometría pública pero en sustancia segúnlos deseos del poder.

Además, sabemos que el camino de los cristianos enla historia no está ausente de errores y de desviaciones.El mismo Papa lo ha querido recordar de modo claro y

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fuerte: “Así es justo que, mientras el segundo Mileniodel cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con unaconciencia más viva el pecado de sus hijos recordandotodas las circunstancias en las que, a lo largo de lahistoria, se han alejado del espíritu de Cristo y de suEvangelio, ofreciendo al mundo, en vez del testimoniode una vida inspirada en los valores de la fe, elespectáculo de modos de pensar y actuar que eranverdaderas formas de antitestimonio y de escándalo”(Tertio millennio adveniente, 33). Y todavía: “Otrocapítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesiadeben volver con ánimo abierto al arrepentimiento estáconstituido por la aquiescencia manifestada, especial-mente en algunos siglos, con métodos de intolerancia eincluso de violencia en el servicio a la verdad [...] Perola consideración de las circunstancias atenuantes nodispensa a la Iglesia del deber de lamentar profunda-mente las debilidades de tanto hijos suyos, que handesfigurado su rostro, impidiéndole reflejar plenamentela imagen de su Señor crucificado, testigo insuperablede amor paciente y de humilde mansedumbre” (TMA35).

Juan Pablo II ha puesto de relieve de una formaparticular el fundamento cristológico de los derechoshumanos, que ya apareció en el Concilio Vaticano II,completando así la argumentación teológica clásica queconcibe la dignidad humana como algo que nace de lacreación del hombre “a imagen de Dios” (cf. Génesis 1,26).

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