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MARY N ASH y S USANNA T AVERA (eds.)

LAS MUJERES Y LASGUERRAS

EL PAPEL DE LAS MUJERESEN LAS GUERRAS DE LA EDAD ANTIGUA

A LA CONTEMPORÁNEA

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Diseño de la colección: josep BagaForornonraje de la cub ierta: Richard Bristow

© Rosa M' Ballesteros Ca reta, Merirxell Bened í Alr és, Fina Birul és, InmaculadaBlasco, Anna Bravo. Celia Cañellas, Móni ca Carabias Álvaro, Lídia Chalaux,Begoñ a Enjuto Sanch ez, Raquel Flores. Pauta Fostner, Carmen GarcíaNavarro. Teresa González P érez, Laia H errera i Pujol, Régine Illion , AnaIriarre, Ma Dolores Jaén Garcia, Ma rc Lecha Adán. José Luis Ledesma, TabeaA1exa Linh ard, j osern i Lorenzo Arribas. Aurelia Mart ín Casares. Susann aMart ín. Lourd es M art ínez Prado. Patri cia Mayayo, Ma Dolores Mirón P érez,Angela Muñoz Fern ández, Mary Nash, Reyna Pastor. Maria Luz PrietoAlvarez, Lucía Prieto Borrego, Isabel Quero Hern ández, Ma Cruz Rubi oLiniers, Ma del Rosario Ruiz Franco . C risrina Segura Graiño, Susanna Tavera,Brigirre Terrasson , Rosa Toran, Gemma Tribó Traveria, Teresa Vin yoles.

© De esta ediciónIcaria editorial, s.a.Ausias March, 16, 3° 2° I 080 IOBarcelon a

Primera edición: abril 2003ISBN : 84-7426-62 3-8Dep ósiro legal: B-8.484-2003

Impreso en Rornanyá/Valls, s.a,Verdaguer, l . Capellades (Barcelona)

Todos los libros de esra colección están impresos en papel recicladoPrintedin Spain. Impreso en España. Prohibida la reproducción total oparcial

ÍNDICE

Introducción , Mary Nashy Susanna Tauera 9

I PARTE

La virgen guer rera en el imaginario griego , Ana lriarte 17

Las mujeres de Atenas y la Guerra del Peloponeso,M« Dolores Mirón Pérez 33

Las mu jeres de la domus cons tantiniana y su actuaciónen la guerra contra el usur pador Mag nencio,Begoña Enjuto Sdnchez 45

M ujeres y la guer ra feudal: reinas, seño ras y villanas.León , Galicia, Cas tilla, (siglos XII y XIII), Reyna Pastor 52

La rueca y la espada . Las mujeres medievales, la guerra y la paz,Teresa Vinyoles, Susanna Martín, Lidia Chalaux 73

Tampoco acariciaron banderas. Apuntes críticos sobrelas mujeres y la guerra medieval, }osemi Lorenzo A rribas 83

Las mujeres en la guerra de sucesión castellana (1474-1476),María Luz PrietoÁlvarez 96

La doncella gu~rrera encarnada en Juana de Arco(la subjetivación femenina de un tópico ¿androcéntrico?),Angela Muñoz Fernández 110

De pasivas a beligerant es: las mujeres en la guerrade las Alpujarras, Aurelia Martín Casares 132

josemi.lorenzo
Resaltado
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península Ibérica, las mujeres de las épocas de reconquista y repob la­ción fueron utilizadas como moneda de cambio para la paz, inclusocon los musulmanes. Las parejas de la época se consi dera ban ambosconquistadores, repobladores, edificadores. Nos preguntamos si real­mente las mujeres tomaron la espada alIado de sus mari dos, o actua­ron sólo de manera simbólica en la conquista; es decir, estaban a sulado en la frontera, le daban su consejo y apoyo, administraban elpatrimonio, participaban act ivamente en la reorganización del terri­torio recién conquistado... en fin hacían lo que se espera de una mujernoble, que, como dice Margaret Wade Labager, era muc hísimo; "pero creemos que normalmente no se espera que tomase las armas.

Podemos concl uir que la mayoría de las mujeres de los gruposdominantes en la Edad Media ni fueron a la guerra ni ostentaron elpoder, fueron sobretodo madres de guerreros y lucharon por sus hi­jos, es decir generalmente sirvieron la causa de la paz. Así lo decía lacondesa D uoda en el siglo IX a su hijo adolescente, que se preparabapara la guerra: «Aquel que exhortó y aconsejó a los suyos para quefueran dulces decía: Si es posible en tanto dependa de vosotros, tenedpaz con todos los hombres. De esta paz decía el poeta: La paz repri­me la ira. El enfrentamiento teme la paz. La paz segura ampliamentereposa. La concordia amiga vuela hasta el cielo». 20

Vamo s a recordar, para terminar, lo que dijo Crisirna de Pizanmás de quinientos años después que Duosa, qu inientos años antesque nosotras:

Por lo que respecta a la valentía y la fuerza física Dios y la Natura­leza han hecho un favor a las mu jeres concediéndoles la debilidad;gracias a este agradabl e defecto no tienen porque cometer estashorribl esmaldades, estasmuertes o estasgrand esycruelesexaccionesque la fuerza física ha provocado y continúa provocando... Máshubiese valido al alma de muchos hombres fuertes , haber hecho elperegrinaje por esta tierra en un débil cuerpo de mujer... 21

19. Wade Labage, Margarer, op . cit .• p. 104.20. Duoda condesa de Barcelona i Septirnánia, Demareaji//, Barcelona . la Sal,

1989 , p. 122.21. Pizan, Chrisrine de, La ciutat de lesdames, Barcelona, Eixample, 1990, p. 60.

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TAMPOCO ACARICIARON BANDERASApuntes críticos sobre las mujeres y la guerramedieval

Josemi Lorenzo Arribas'

Al aire,al aire purono le gusta acariciar banderas.

G loria Fuerces I

Hace ya dos años , este mismo foro que ahora nos reúne bajo la rúbri ­ca de Las mujeres y lasguerras nos convocaba a otro que llevaba portítulo Mujeres, regulación de conflictossocialesy culturade lapaz.2 Con«paz»y «guerra» ya tematizadas, pareciera que se completa coherenteo, mejor dicho, lógicamente, un ciclo completo, al prestar atenciónpareja a dos realidades que, por antónimas, enmarcan todo el camp osemántico que media entre ambas porque son contrapuestas yexcluyentes. Pero no es así. Esquivemos el sofisma lingüístico y vere­mos cómo «guerra» y «paz» se construyen desde la misma fuente deproducción del discurso para sostener una ficción que se ha mostra­do muy rentable, y no precisamente para las mu jeres.

En estas páginas voy a reflexionar sobre parte del abanico de pro­blemas que se desp liega al analizar la actividad de las mujeres medie­vales en la primera línea de combate. Como en casi todos los ámbi -

• A.e. A1-Mudayna, Universidad Co mplurense de Madrid.l . «Las band eras separan.v.», Mujerde verso enpecho, Madrid, C átedra, 1995,

p. 171. Fragment o del poem a inclu ido en la tercera parte de este poernario, titulada«Haced sólo una zona, a ver si de una vez la paz se asoma (Poemas a la paz)»,

2. Aguado, Ann a (ed.), Mujeres, regulación de conflictossocialesy cultura de lapaz. Valencia . Universirar de Valencia, 1999.

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tos, las mujeres medievales tienen mu y poca presencia en la historio­grafía tradi cional sobre las guerras, casi nula," con el agravante deque tampoco ha sido un tem a qu e haya atraído la atención del me­dievalismo feminista, circunstancia a nu estro parecer cabalmenteexplicable, como veremos. Si a esto le un imos el hecho de que laguerra es la principal categoría de la historia militar, disciplina fosili­zada como pocas a pesar del fin del monopolio de los propios milita­res sobre la misma y, obviamente, imp ermeable a los avances de lacrítica feminista, se dibuja un panorama marcado por la ausencia deinformación y un nulo interés por este tema de estudio .

Guerras y mujeres

Nos interesa el tema de la guerra por di ferent es cuestio nes de ima­ginario. Una es qu e desgraciadamente la guerra, su amenaza y supreparación , en el año 2000 siguen hoy consumiendo ingentes re­cursos humano s y de todo tipo, y como en alguna otra ocasión seha expuesto ," feminismo y antimi litarismo tienen tanto en común(tanto como mil itarismo y patriarcado) qu e sólo debe separárselesa efecto s de catalogación cuasi-entomológica. Un a historia respon­sable, por otro lado , sólo pu ede hacerse estableciendo un diál ogosince ro y comprometido con los problemas de la época desde la qu ese hace histo ria, es decir, la nuestra," y como el problema de la gue­rra/militar ismo continúa siendo un probl ema urgente, aunque si-

3. No aparecen, por ejemplo. en : Verbr uggen, J . F.. Tbe Art ofWarftre inWestern Europe during the Middle Agesfrom tbe Eight Century to 1340, Suffolk ,The Boydell Press, 2" ed. , 1997; Garela Fin, Francisco , Ejércitos y actividades gue­rrerasen la EdadMedia europea. Madrid, Arco Libros , 1998; Fernández de Larrea,Jon Andoni, Guerra y sociedad en Navarra durante la Edad Media, Bilbao, Univer­sidad del País Vasco, 1992; o Sánchez Prieto , Ana Belén, Guerra y guerreros enEspaña según lasfuentes canónicasde la Edad Media, Madrid, Servicio de Publica­ciones del EME. 1990, por citar referencia s bibliográficas accesibles.

4. Lorenzo Arribas, joserni, "Anti m ilitarismo y feminismo: las muj eres, la cam ­paña Insu misión y 25 años desobedeciendo», Mujeres, regulación de conflictos socia-les... , op . cit., 1999. pp . 177 -200, especialmente 177- 186.. .,

5. Lorenzo, J.; Cuadra. e ;Mu ñoz, Á. y Segura, e. "Las mUjeres y la historia:ciencia y polí tica». La historia de lasmujeres en el nuevo paradigma de la Historia. eSegura (ed.) , Ma drid , Laya, 1997, pp . 73-93.

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lenci ado , en nuestra sociedad, estimo qu e merece la pena reflexio­nar también sobre este asunto.

La otra razón que me anima a ord enar y com partir mis ideas entorno a las mu jeres medievales y la guerra es que la pretendida dedi­cación inmemo rial de los varones a la guerra ha servido recurren­ternenre, pero más desde la Mo dernidad, para justificar los pr ivile­gios que el patriarcado les ha ofrecido como sujetos y como ciudadanosen detrimento de las muj eres que no se dejaron seducir por banderas,estandartes, insignias o divisas. La guerra ha deslumbrado a los varo­nes de sociedades enteras y épocas diversas que han ofrecido su tribu­to fiscal, emocional y de sangre, un a y otra vez.6 Los pendo nes queanuncian la proximidad de la guerra han sido enar bolados por la granmayoría de los varones pero, ¿y las mu jeres?, ¿acariciaron tambiénband eras?

Escapar a la lógica de la guerra implica escapar a la lógica de esa«paz» que dota de sent ido a la prim era." Esa paz vacía de contenidos,entendida meramente como «ausencia de guerras», período históricode espera (de la nueva guerra), pacificación , engranaje «humanita­rio»etc. En realidad, esta impugnación de la lógica binaria no es sinoun cuestionamiento de la propia lógica patri arcal, dicotómica y per­versa. Y sí creo atisbar en testimoni os medievales de mujeres, o rela­cionados con las mujeres, fisuras que tratan de decir lo que en térmi­nos de pura lógica (como sabemos, androcéntrica y militarista) es, alo sumo, un sinsent ido . Fisuras a través de las cuales el mundo seordena de otro modo. Phili ppe Contamin e dice que «La expresiónmás plena de la no violencia medieval ha de buscarse ent re los margi­nados, los heréticos y sus sim patizantes»." La frase, acertada, esmat izable. Si el mil itarismo era un régimen de significado dominan­te como lo era (y lo es), evidentemente en quienes no lo asumen

6. Torrosa, José M", "La const rucc ión social de la belicosidad viril», V. Fisas(ed.), El sexo de la violencia. Género y cultura de la violencia, Barcelon a, Icaria,1998, pp. 22 1-238 .

7 . Ga rela Ca lvo, Agustín, "Contra la Paz», Archipiélago 7, 1991 , pp. 29-39 . Enel mismo número de esta revista es recom endable tamb ién el artículo de Go nzálezSáinz, J.A., "Ni paz ni guerra sino rodo lo cont rario», pp. 65-74.

8. Co nta mine, Philippe, Laguerra en la Edad Media. Barcelona. Labor. 1984,p. 364.

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como universo simbólico propio hay que buscar los rastros de la re­sistencia. Las mujeres, que son un grupo marginado -no margi­nal- de la experiencia androcéntrica hegemónica de entender elmundo, frecuentemente han hablado y actuado desde otros plantea­mientos.? Por ejem plo, en 1321 una valdense , desde la conciencia dela sinrazón que supone la destrucción de la vida, convencimientocompartido con otras/os compañeras/os de creencia , le explicaba asu interrogador, el obispo de Pamiers, cómo «Todo el que mata a uncristiano en cualquier tipodeguerra, comete un pecado»,10 desautori­zando la práctica política habitual de la época legitimada deJacto porla Iglesia. Postura, por cierto , muy similiar a la de la patricia romanaHortensia y las mujeres a quienes representaba, cuando se opuso enel foro romano al pago de los impuestos porque no quería financiarguerras civiles.'!

Las muj eres en la Edad Medi a, como es sabido, no estaban obli­gad as a ir a la guerra; muchos fueros inciden en la exenc i ón ." Sóloante peligros inminentes la legislación preveía su concurso, invitadasa fa igualdaduna vez más cuando los varones se han mo strado inca­paces de resolver un problem a gen erad o por ellos mismos (ssi todo loál fallesciese», dice la prosa jurídi ca de las Partidas). 13 De hech o, y sinnecesidad de recurrir a los orde nam ientos legales, sí conocemos nu­merosos casos de mujeres qu e asumen funciones castrenses en determi­nados momentos, personajes «virilizados» al decir de una historio­grafía que gustosamente las co ns ignó , y tenemos el convencimiento

9. Sin ir más lejos , algunas de las primeras sentencias judiciales contra insumisosen los años seten ta pretendían parernalisrarnenre aplicar algún tipo de atenuantepor entender trastornos psíquicos en el desobediente qu e le "afeminaban ». Recha­zado este pumo por los aludidos aun a pesar de renunciar por ello al posible bene­ficio pen al, la cárcel por delito polí tico fue la respuesta institucional.

lO. fdem.11. Según Apiano, 10400 muj eres acompañaron a Hortensia a efectuar su pro­

testa : Lorenzo Arribas, joserni, "H ort ensia: ¿amimilitarismo en la Roma del siglo I

a. C. ?», Mn emosyne (Revista electrónica. Universida d de Valladolid) 3, 1996, pp.20-49; Rivera Garretas, Ms-Milagros, Textosy espacios de mujeres (Europa, siglosIV­XV), Barcelona, icaria, 1990, pp . 35-6 .

12. Un amplio listado en : Dillard, Heath, La mujer en la Reconquista,Madrid,Nerea, 1993, p. 30.

13. Partida n, 19,3.

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de que un rastreo minucioso y sistemático haría aflorar muchísimosejemplos más de mujeres guerreras no sólo en las fuentes escritas, 14

sino también en las iconográficasl 5 o incluso en las orales. 16 Pero noes, ~n absoluto , nu estra intención profundizar en una genealogía demujeres tan-batalladoras-o-más-que-Ios-varones, fundamentalmen­te por falta de interés, por lo qu e aquí tales referencias permaneceránarrinconadas en las notas al pie de página.

Si por ley las mujeres no participaban en las más o menos regu ­lares milicias medievales, consecu entemente tampoco podían tomarparte en la rep artición del bo tín subsiguiente en caso de qu e la cam-

14. Co nta mine cita a un puñad o de ellas, anó nimas un as y más co nocidasotras , como la co ndesa de Evreux, Leono r de Aquitan ia, Jeanne de Montforr , Jua­na de Arco o Jean.ne Hachette (op. cir., p. 305). Ya en el contex to hispan o pode­mos encon trar a jirnena Blázqu ez defe ndiendo Ávila de los musulman es en 1109;las muj eres de Q uesada pel eando arma das jun to a sus maridos a finales del sigloXV; la co ndesa de Plasencia gana ndo la villa de Alcántara etc. (Ca rié, M ' del Ca r­men: La soci~dad hispano medieval. Grupos periféricos: las mujeres y los pobres, Ar­gent ina, Ged lsa, 1988, pp . 75-8); las dos mu jeres de Za ma rramala aba tidas por losmusulman es en tiempos de Enr iq ue IV cuando su minis tra ban armas a sus maridos~ara defender su aldea (de Palenci a, Alonso, Crónica de Enrique IV, Ma drid, BAE,libro VIII, cap. VII, 1973, p. 19), etc. La plausib ilidad de encontrar mu jeres arma ­das la expr esa el Fuero de Sahagún (1085) en su escarocolo, estableciendo un asclaúsulas penales espirituales dirigidas a qui en es incumplieren lo estipulad o, don ­de se refieren indi srinrarnenre a varo nes o mu jeres arma das : "Si vero qu od nonspero aliquis de mea progen ie vel extranea fueri t prosapia, qui has leges er forossec und um qu od resonar in tit ulo cap itu lo p rim o date per virn, per fraudem ,confunde re volueri t rex, vel irnper aror, aut regina, po nr ifex in folarus, cler icus velmon achus ord ina rus, consul aut princeps, armatus virautftm ina q ue ho c tentaverir ,non habear sors cum Deo neque sanctis eius, exco rnunica rus et rnalcdi crus exis­tas...», Muñoz y Romero , Tomás, Colección de jiuros municipalesy cartaspueblasde los reinos de Castilla. León. Corona de Aragón y Navarra. Mad rid. Ed icio nesAtlas. 1847, facsími l 1972, p. 305.

15. Po r ejemplo, miniaturas de mu jeres en to rneos (sustitu to social y sim bóli­co caballeresco de la gue rra en tiempos de «paz») en Verdier, Ph ilipp e, "Woman inthe Marginalia of Gothic Manuscripts and Relared Wo rks», Morewedge, R. T. (ed.) ,The Role ofWoman in the MiddleAges, Albany, Srare Universiry of New York Press,1975, pp . 121-160, vid. figs. 13-15, 19 (pp. 176-7, 181).

16. Sirva como ejemplo la serie de rom an ces de origen medieval , con sus va­riantes, de La doncella guerrera, donde un a mujer, di sfrazada de varón , lucha comoun héroe más, Rod rígu ez-Balt anás, Enrique J., "El Romancero, ¿femenino o fem i­nista? No tas a prop ósito de ' La don cella guerre ra'», Draco. Revistade Literatura 1,1989, pp. 51-62.

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paña fuera exitosa, qu e era una de las fo rmas más comunes de pro­moción. Pero , a la vez, ese alejamiento del frente de batalla (que esexactamente lo que la equívoca frase «ir a la guerra» quie re decir: entiempo de guerra, ésta se impone a toda la po blación vaya o no vaya)también redundó en una menor interiorización de los valores cas­trenses, cuya experienc ia nu~ca pudieron reco nocer como propia. Elespíritu de milicia culruralrnente ha hecho de los varones, y no deto dos, cualificados represen tantes del mismo, y de las m uje res pr io ri­tarias víctimas incluso sin haber cogido arma ninguna. Como m ues­tra un botón: una fuente musulmana esti ma en 99.000 mujeres lascapturadas po r Almanzor en sus incursiones. '? cifra sim bó lica quepretende expresar un a realidad brutal y generizada: el uso de las mu­jeres como parte del botín de guerra.

Minerva y la protección de los cuerpos en las guerras

C ristina de Pizan , en La ciudad de las damas, junto a otros ejemplosde m uje res belicosas también aduce test imo nios de mujeres qu e in­tervienen precisam ente para detener la guerra, actitu d ensalzada porla autora. Exp lica la leyenda del rapto de las sabinas," ocur rida conmotivo de una invitación de Ró m ulo a dich o pueblo. Ante la previ­sible destrucción m utua entre los maridos (raptores) de las sabinas ysus verdaderos familiares, la reina de d ichas m ujeres reúne a todaspara explicarles cómo con esa guerra ellas no ganan nada «sea de quiensea la victoria, para noso tras siem pre será desastrosa». Antes bien,pierden a gente querida y necesaria, por lo que le «parece que lo de­seable es buscar el medio de parar esta guerra» y conseguir la paz . Elmedio consistió en ponerse literalmente en medio de ambas faccionescontendientes, con sus hijos en brazos, y explicarles cómo preferiríanmorir a ver cómo unos a otros se destrozaban, logrando «arrast rar suodio y convertirlo en piedad filial». Padres y maridos «abandonaronsus armas, se abrazaron e hici eron la paz», facilitando así el inicio de

17. Pérez de Tudel a, Ma Isabel, "Guerra, violencia y rerror. La destrucción deSant iago de Co mpostela por Almanwr hace mil años», En la Espa ña medieval21,1998 , p. 24.

18. Pizan , C ristina de, La ciudad de las dam as, Lemarchand, M.-J . (ed.), Ma­dr id, Siruela, libro 1I, cap. XXXIII, 1995, pp . 144-146 .

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un a convivencia en común: las mujeres no han ren unciado a sus hom­bres queridos. "

Un pasaje todavía más interesante del libro de C ristina de Pizan esaquél en qu e presenta a Mi ne rva como descubridora de distintas cien­cias. A decir de la autora, a esta diosa se le debe la invención del alfabe­to griego , de los nú meros, del esquilado de las ovejas y el tejido de lalana, su cardado..., y también inventa los telares, los jugos de los frutos,el aceite y el arre de fabricar carros . Junto a todas estas contribuciones,aú n le añade otras un tanto anómalas, porque las mujeres no suelenestar vinculadas a los inventos bélicos: por un lado, se atribuye a Minervala enseñanza de la d isposición de las tropas y los cuerpos dentro de unejército, así como la técn ica del orden del combate; pero por otro, tam­bién se la hace creadora de «la técnica del arnés y las armaduras dehierro y acero que los caballeros y soldados llevan en la guerra paraproteger sus cuerpos- .?" La justificación de la util idad de estos acceso­rios la repite más veces:" cuida r los cuerpos de los soldados, en defini­tiva, vigilar y preocuparse por el mantenimiento de la obra de la mad re.

Algo sim ilar parece ad verti rse en la actitud de Jimen a Blázquezen 1109, cua ndo se apresta a defender la ciudad de Ávila del ataq uemusulmán ante la falta de varones, que están todos guerreando lejos.El cro nis ta, refir iéndose a su actitud, tras dejar sentado que dichamujer «non semejava fembra, salvo fuerte caudillo», relata algunosde los preparativos que acomete la gobernadora, mo strando unaspreocupaciones muy poco cornparribles, a nuestro parecer, con loscomportamientos esperables de un jefe militar, y más en lazados conlas inclinaciones de la diosa Minerva :

E Ximena Blázquez, con gran afán de no perder la ciudad, viajavade rúa s en rúa s, e de morada en morada contando las gentes, e

19. Veturia sería otro ejemplo de cómo la mediación de una madre ante un hijobelicoso con deseos de venganza puede llegar a parar una guerra, decisión que toma lamadre acompañada de todas las patricias de la ciudad (ibíd.. 11 , cap. XXXIV, p. 147).

20 . 1, cap. 34 .21 . 1, cap. 38, 101: "va a enseñar a los nobles caballeros el arre de fabricar las

cotas de mallas, para que sus cuerpos estuviesen mejor protegidos en la guerra ; erauna armad ura más bonica, más sólida y más noble qu e la que tenían ante s, que sóloestaba hecha de cuero».

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vastec iéndo las de pan e carnes, faciéndo las plegari as non sefugiessen e que oviessen ossadía de bien defender su ciudad. E conpocos escuderos e de algunos homes, maguer non oviessen ent erasanidad, fazía los repartimientos, e señalava ande avía cada hom ede velar e otear la arribada de los moros»."

Nuevamente los detalles que se intercalan en el discurso histo­riográfico nos permiten impugnar los múlt iples filtros mascu linistasque las acciones de las mujeres han sufrido, y qu e hacen más difícil lalabor de la reconstrucción de genealogías de resistencia.

La guerra medieval y las mujeres, ¿fascinadas por ella?

·O frecía la guerra una fascinación tal como aho ra los mass-rnediano s la presentan?, ¿estarían también las mu jeres seducidas por lasposibilidades de promoción de unas campañas a las que se les negabael acceso?, ¿no sigue parte del feminismo hoy acariciand o ese falsoterciopelo bélico que ha ido encadena ndo los capítulos de los librosde histori a?

Una impugnación de esta fascinación por «acariciar banderas" laofreció Mi lagros Rivera con una reflexión inquietante, polém ica ysugerente a la vez, al expresar cómo las mu jeres medievales hispanaspertenecientes a la Orden Mi litar de Sant iago prefirieron no hacer laguer ra y dedicarse al cuidado de los cuerpos y las almas, a la educa­ción de niñ as y a defender otras pregorr at ivas qu e por razón de suclase sí poseían, que a reivindicar la participació n armada a la quesus compañeros sí se dedicaron.P Con este ejemp lo se niega la un i-

22. Ariz, Luis, Historiade lasgrandezasde la ciudad deAvila.Alcalá de Henares(facs: Ávila. Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Ávila), Parte l\, § 27,f. 44 r, 1607; facsímil 1978 . Cierto es que a renglón seguido la heroína abu lense«Otrosí, reparti ó dardos, benabl os, vallestones e tod a la farina que se falló en lamorad a de! señor obispo....., ganándose así la fama para la posterid ad, al confun­dirse con cualesquiera otros de los guerreros histór icos.

23. Rivera Carreras, Ma Milagros, ..La histor ia de las mujeres, ¿es, hoy, la histo­ria?», Segura, Cristina (ed.), La historia de las mujeres en el nuevoparadigma de lahistoria. Madrid , Al-Mudayna, 1997, pp. 63-72. También en «El cuerpo femenino ,significante de auto ridad: la historia sin serpiente», recogido su libro El cuerpo indis­pensable. Significados del cuerpo de mujer, Madrid , Hora s y horas, 1996, pp . 73-77.

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versalidad de la voluntad de poder, uno de los principios básicos delconstruc to ideológico patriarcal.

La guerra ha fascinado durante la histo ria por los beneficios quemerced a ella ~an conseguido los conte ndientes. La guerra ha des­lumbrado, como Virgini a Woolf percibió, porque nos han enseñadoa venerarla." Pero el sexo del cuerpo de qui en guerrea también con­diciona los resultados. Quizá un a prueba de qu e un a mu jer no esmás igual al varón porque asuma actitudes guerreras lo tenemos en laCrónica najerense (ca. lIGO) que, frente a otras que ofrecen versionesdist intas, reconoce el poder dirigente de un a mu jer. Sancho 11 cercala ciudad de Zamora (I072), gobernada por su hermana la infantadoña Urraca" . Bellido Dolfos, caballero zamorano fiel a su reina (ypor eso mismo considera do traido r por las crónicas castellanistas)mediante una estratagema hace creer al rey enemigo Sancho que aban­dona a la reina Urraca para pasarse a sus huestes. Y el argumentoempleado para convencerle de su «buena fe" es un argumento típica­mente patriarcal, seguro de que la complicidad generada por la situa ­ción (dos hombres aun de facciones contrarias cara a cara since rán­dose y reconociéndose interlocut ores para resolver una situaciónbélico-política) le ganará el favor del rey. Dice Bellido: «Es muchomejor confiarnos a un rey (regi tradere) que permanecer bajo el poderde una mu jer, que ni podrá ni sabrá gobernar ni a los suyos ni a símisma, tanto en la paz como en la guerra".2f·

Es decir, el argumento desde posicion es patriarcales es incontes­table. La aparente deserción no obedece a la legitimidad mayor omenor de Urraca, pero tampoco a la presunta pu silan imidad qu e se

24 . ..¿Acaso no ha quedado demostrado que la educación, la mejor educaciónde! mundo, no enseña a abo rrecer la fuerza, sino a ut ilizarla?» (Tres guineas, Barce­lona. Lumen, 1999, p. 54) . Este libro es, posiblemente. e! precedente contempo­ráneo más sólido de lo fructí fera que se reve!a la conju nció n de feminismo y anti­militarismo, pero ahora no podemos dete nernos en este tema.

25 . No todas las fuentes coinciden a la hora de atribui rle la ciudad a Urraca(Luis Co rral, Fernando, Zamorade lascrónicas al romancero, Salamanca. FundaciónSánchcz-Albo moz, 1993, pp. 3 1-34).

26. ..Multo me!ius est nos regi tradere quam esse sub femine potestate, que necsuos nec se, sive pace sive bello, poterir aur noverir gubernare», Ubieto, Antonio(ed.), Crónica najerense, Za ragoza, z- ed, lib. IIl. cap. 42 , 1985, p. 114.

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le atribuye a una mujer en tiempo de guerra (de hecho, el autor de lacrónica no desconoce la connivencia de Urraca en el regicidio). Belli­do deja claro que lo humillante de la situación es permanecer bajo eldominio de una mujer, no por tener más o menos cualidades de mando,sino qua mujer, lo que la incapacita ex origine para gobernar, ya entiempo de paz, ya de guerra. Ese argumento no precisa de mucha másretórica para hacerlo creíble. Ambos saben de lo que hablan y se reco­nocen en el mismo sent imiento. Y el rey se fía de la palabra, no ya deBellido Dolfos, sino de un hombre como él que no consiente estar su­bordinado a una mujer. El ancestral pacto de género garantiza el acuer­do. Sancho confía en Bellido y es asesinado por él.

Bellido Dolfos pasará como traidor a la historia, a la leyenda y ala Iiteratura;" autor de un a do ble felon ía. Por un lado, qui ebra elpacto vasallático al atentar cont ra su señor. Menos conocida es laotra traición , pero más poderosa: incumple el pacto de género (elcontrato sexual), institución fundante del patriarcado, al mantenerfidelidad a Urraca. Quizá en esta clave haya de ente nderse el inexpli ­cable castigo posterior qu e recibe por parte del hombre fuerte de laciudad de Zamora y ayo de la reina , Arias Gonzalo;"

«Tratando con gran placer de la paz». Música,afeminamiento y guerras

La actitud que se le supone a los monarcas y jefes militares ha sidocont rapuesta siempre al afeminami ento de quienes no compartíanesos presupuestos crueles. El cronista Pérez de Guzmán dice de JuanII en Generacionesy semblanzas que el rey cantaba y tañí a bien , eraaficionado al latín y a la lectura, pero com o rey fue un irresponsableque no asumía sus tareas.P H ace lo propio Pulgar en sus Clarosvaro-

27 . •Allí fue muerto a traición . según se dice, por cierto satélite de Satan ás.llam ado Bellido Dolfos.. (Crónica latina de los reyesde Castilla, cit. en Co rral, Luis.op . cit., p. 43). Todas las crónicas y el Romancero insis ten en la misma idea, qu ehará fortuna también en el teatr o barroco y en la narr at iva romántica.

28 . Cas tigo atenuado por la pre sión de Urraca qu e salva la vida de su súbdito(Primera Crónica General de España. cit . en Corral, Luis, op. cir., p. 42) .

29 . C it. en Boase, Roger , El resurgimiento de los trovadores. Un estudiodelcam­biosocialy eltradicionalismoen elfina l dela EdadMediaen España. Madrid. Edicio­nes Pegaso. 1981 . pp. 92 -93 .

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nescon respecto a Enrique IY,30y así sucesivamente. Por contra, enlas reinas estaba mejor considerado dedicarse a estas actividades. Dela reina Yolanda, por ejemplo, decían en 1388 que...

toda la vida se passava en dancas y salas de damas: yen lugar de lasarmas y exercicios de guerra, que eran los ordinarios passatiemposde los príncipes passados, sucedieron las trobas y poesía vulgar, yelarte della, que llamavan la gaya sciencia, de laqual se cornencarona instituyr escuelas públicas...

No obstante, un grupo de mujeres de la primera mitad del sigloXII nos dará el más alto testimonio qu e relaciona música y guerra , se­gún informa un célebre pasaje de la Chronica Adefonsi Imperatoris..31

según llegaban los musulmanes aToledo y ante la falta de hombres queguerrearan , una multitud de mujeres presidida por la emperatriz Be­renguela se lanzaron a la calle cantando y ta ñendo múltiples instru­mentos, hasta qu e los sarracenos, sin ent rar ni siqui era en combate ysin producirse por tanto ninguna baja en las/os (no) contendientes,ca,u ~ivados. p,or el encanto de su músic a, desistieron de su bélico pro­paSIto, remandase. Se nos escapa cuáles serían los hechos qu e real­mente ocurrieron, pero lo que la crónica imperial qui zá qui siera ex­presar es que las muj eres defend ieron la ciudad sin utilizar la violencia,o bien, tensando el argumento, que las mujeres toledanas disiparonla amenaza mediante procedimientos femeninos (¿mediación?) , quequedarían simbolizados por los instrumentos musicales aludidos, ins­trumentario propio de la «música baja» qu e es la antítesis del asocia­do a las batallas (tambores, trompetas, etc.) y son los habituales delas rnujeres.V

No se nos escapa una reflexión qu e unifica muchos de estos tes­timonios: el carácter colectivo de las accion es qu e las mujeres reali­zan; ellas suelen actuar en amplios grupos, compuestos sólo de mu-

30 . Ibíd. p. 105.

. 3 l . «M agna tu rba honesrarurn mu lierum cantantes in rympanis er cytharis etcimbalis er psal teri is» (Sánchez Belda. Luis (ed.) , Chronica Adefonsi imperatoris,Madrid. CSIC. 1950, § 150. p. 117).

32 . Lorenzo Arribas. j osem i, Musicologíafeminista medieval. M adrid. AI­Mudayn a, 1998. pp . 50-5 l.

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jeres, ya que no hay referencias a la participación masculina, proce­der que puede parecer anómalo por sus menores posibilidades deasociación. Tanto las mujeres toledanas plenomedievales, como laspatricias romanas de la época triunviral, las mitológicas sabinas olas mujeres que acompañan a Veturia se juntan con otras mujeres yreivindican otra manera de actuar. Colectiva y públicamente desle­gitiman el proceder lógico patriarcal, negándose a colaborar.P Losnombres propios que aparecen (Berenguela, Hortensia, Veturia) másparecen asociados a una portavocía que a un estatuto heroico indi­vidual. Son tempranos ejemplos de cómo la «m ultitud» emerge enel discurso historiográfico y de cómo son otros los procedimientos ylas estrategias que animan las acciones cuando éstas las realizan lasmUJeres.

Dispuestos a no creer qu e el rasero igualador de «más violencia»sea bueno para las mujeres (ni para los varones ni para nadie), pensa ­mos en las ventajas universales que tendría imaginar, ensanchar y hacervisible un orden simbólico donde «violencia» sea un demérito, unaactitud desprestigiada sin valencia social. Una lucha prioritaria porun orden social donde la guerra y el uso de la fuerza no sólo no formeparte principal del imaginario social, sino qu e desaparezca del hori ­zonte de creencias (la fe en que una guerra solucione más problemasde los qu e provoca) y miedos de las person as. Es decir, desaprender laguerra .34 Sin paliativos de ningún tipo creo qu e una sociedad así se­ría (y, en su caso, lo ha sido) más feminista qu e otra en la qu e varonesy muj eres, seducidos por las dive rsas coreografías del dios Marte,participaran escru pulosamente por igual en la preparación, finan cia­ción , dir ección y ejecución de la guerra con su posterior pacificación.

Algo así debía intuir la mano redactora de la crónica llamadaAnónimo de Sahagún (principios del siglo XII) cuando presentaba laidí lica situación de la vida en un mundo sin la amenaza de la guerra ,donde...

33. Sería muy sugerenre la comparación con las estrategias no violenras queconremporáneamenre escoge la desobediencia civil para oponerse al régimen deviolencia que administra el Estado.

34. Tomo prestada la expresión de Bastida, Ann a, Desaprender laguerra. Unavisión crítica de la Educación para la Paz, Barcelona, icaria, 1994.

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ninguna villa o lugar avía menester de se enfortalecer con cerca, porquanto cada uno avía paz e se goc;:ava de gran seguridad, e los biejosse asentavan alegrementeso su bid e figuera tratando con gran placerde la paz, la cual enronce mucho rresplandecía; los rnancevos ybírgines traían grandes dancas e alegres bailes en las crucijadas delos caminos, audiendo gran placer e tomando consolaci ónde la florde la jubenil hedad, e la tierra mesma se alegrava de sus labradores,como ellos se goc;:avan de la mesma tierra ...35

Con un punto de ino cencia, - esa ino cencia que cuestiona eimpugna radicalmente el hori zonte categorial patriarcal y miliraris­ta-, me permito preguntar ¿qué letra tendría la música de esas dan­zas y bailes en que vírgenes y mancebos se afanaban despreocupadas/os cuando había paz? Una propuesta:

Al aire,al aire puro,no le gusta acariciar banderas.

35. Cit. en Pastor, Reyna, Resistenciasy luchas campesinas en la época del cre­cimiento y consolidación de la formación ftudal. Castilla y León, siglos X-XlII, Ma­drid , Siglo XXI, 2' ed. , 1990 , p. 127. O bviamos el carácter sumamenre partidi stade la crónica, que hace del reinado de Alfonso VI esta utópica descripción paraconrraponerlo al que le siguió.

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