El Partido de Reyes

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  • El Partido de ReyesPor Manuel Rivas

    A Flix nosotros le decamos feliz, porque ceceaba al hablar y sonrea cuando lo reprendamos. De nios, cuando jugbamos en el patio de la escuela no haba problema. Lo dejbamos partici-par y nos diverta su terquedad en perseguir el baln sin importarle que traspasase la red imagi-naria de la portera o que la chicharra pusiera fin al recreo. Durante un tiempo, l continuaba su atropellada carrera, la cara enrojecida, la respiracin entrecortada y pareca entonces que era el baln quien jugaba contra l, como un burlador, hasta que lo detena el sbito descubrimiento de la soledad o el redoble de un aviso.

    Alto, Flix. A clase!

    En verdad nadie disfrutaba el juego como l. Le iba la vida. Si lo felicitabas por un disparo, ese punterazo al azar que acababa en gol, se abrazaba a ti con un afecto desmedido, abrumador y te coma a besos, y temas que te lamiese la mejilla con su larga lengua rosada. A veces, hipno-tizado por el rodar del baln, se confunda de equipo, y disputaba la posesin a un compaero. Si le reas se quedaba apesadumbrado, y sus ojos rasgados y distantes uno de otro, como los de un batracio, parecan expresar dos desconsuelos a la vez.

    No quiero ser cnico. De nios, a Flix o feliz, le llambamos como insulto Mongol. A m me borr esa tendencia mi madre de una bofetada. Y cuando pas el disgusto, me cont la historia de aquella criatura que al nacer tena la piel suave y membranosa de una uva. Fue tambin enton-ces la primera vez que o hablar del sndrome de Down.

    En medio de los contratiempos, haba algo admirable en Flix. La misma porfa que pona en la caza del baln la empleaba en las tareas escolares. Nuestra caligrafa, por ejemplo, se haba ido encogiendo o agrandando, las lneas ascendan o decaan, las letras altas se alzaban ms o perdan su altiva cresta, e incluso haba quien dejaba la i sin su bonito punto, capada, como si la vida empezar a apremiarlos hacia ninguna parte. El, no. El perseveraba en un desafo permanente con la perfeccin, enderezando la escritura por el zcalo de las lneas, inclinndose en las curvas como un ciclista, y ajustando la medida como si a cada letra le correspondiese un crisol natural e invisible.

    En pintura y dibujo, fuese cual fuese el asunto propuesto por el maestro, siempre incorporaba una gra de la construccin. Si era un paisaje marino, el meta una gra entre las olas o la si-tuaba en la costa. El maestro le daba vueltas y vueltas a aquella fijacin, pero cualquiera de no-sotros poda ver su sentido de marketing, la marca inconfundible de Gras Ferreiro, la empresa de su padre.

    Cuando comenzamos a jugar en serio, con partidos concertados fuera de la escuela, Flix no era convocado, pero l se presentaba siempre avisado por un sexto sentido. Nos haca sentir incmodos, pero Valdo Varela, el ms decidido, muy capitn, le imparta las rdenes sin mira-mientos.

    -T, Flix, de recogepelotas. As empez Maradona!

  • 2Y Flix, o feliz, correteaba atareado por las bandas, con la larga lengua de fuera, pero sin des-canso, y brincaba los setos tras los balones perdidos con un entusiasmo profesional. Si gan-bamos, Varela saba tener con l la grandeza de un lder: Lo has hecho muy bien, Dieguito!. Pero si perdamos, lo dejbamos atrs como una oveja coja.

    Para el da de Reyes habamos pactado un partido contra los de las casas de cartn. El partido del siglo. Una prueba de fuego. Hasta entonces, la nica relacin con los de las casas de cartn era el lanzamiento mutuo de pedradas e insultos. Una rivalidad tribal.

    Medirse en el ftbol se trataba del honor, fuese lo que eso fuese.

    Y all estbamos el da de la verdad. Con los pies helados y el corazn brioso. La cita era en el campo del deportivo. Haba llovido por la maana y el campo era un archipilago, con una calva de arenas movedizas delante de cada portera. Pero nadie iba a recular.

    -Dnde est Varela?

    Nos faltaba uno. Nuestro capitn. Lo retendran en casa, con alguna labor. Estara en camino. Hicimos tiempo. Varela era el central. No haca maravillas, pero era un autntico destructor. Su voz era como una tercera pierna. Gritaba tanto que asustaba al rival. Por ensima vez, ote encaramado a la valla de madera.

    -Varela no viene aventur Zez.

    Los de las casas de cartn se fueron colocando en perfecta formacin. Callados, la mirada dura, casi todos rapados como si los soltasen del reformatorio. De entre ellos, el que tena la voz can-tante era el portero. Lo conocamos de vista como coco liso. Le llamaban Tokyo.

    -No va a venir, Varela. Te lo digo yo. Le tiene miedo a esa bestia.-Miedo Varela?Zez era menudo de cuerpo, pero muy bravo. Fibroso, siempre alerta.-El otro da se la ment desde el camin y ahora se raja. No va a venir, en el fondo es un co-barde.

    Como si nos leyese los labios, desde el campo contrario el coco liso nos grit.

    -Qu? Jugamos o lo dan por perdido?

    Tokio era un tipo imponente. Haca por dos de nosotros, pero tampoco era el ms viejo. Al pa-recer se fractur una pierna saltando una barda, y en el hospital haban experimentado con l un nuevo complejo vitamnico. Eso era lo que contaban. Ahora al verlo enfrente, lament no haberme roto yo tambin una pierna.

    -Nos falta uno! Podemos jugar otro da.

  • 3-Yo cuento once! grit sarcstico, el gigantn.

    Y fue entonces cuando lo vimos, sonriente en la banda, con su baln nuevo de Reyes Magos, debajo del brazo. Vesta la flamante camisa de Gras Ferreiro, cada como una tnica hasta las rodillas, marcando as una barriga en forma de aguacate.

    -O es que el mongol no juega?-Se llama Down! grit Zez con coraje.

    Los propios compaeros lo miramos muy extraados.

    -Tiene nombre, sabes? Se llama Down!-Qu es? Un fichaje ingls? se burl alguien del otro lado.Zez llam a Flix. El acudi corriendo, excitado.-Hoy no vas a recoger pelotas. Vas a jugar de titular. De titular. Aqu, con tu equipo.

    Le temblaban las piernas. Su mirada pasaba del enemigo a nosotros.-Te llamas Down le dijo Zez con firmeza-: Desde hoy eres Down, nuestro lateral derecho. Vas a defender esa banda. Que no pase el baln. Chuta haca adelante. Siempre haca adelante. Entendido?

    -Ahora, fjate bien en lo que te voy a decir, Down. Es muy importante. No dejes sola tu banda. Pegado siempre al delantero. No lo sueltes nunca. No le dejes respirar. No pases nunca, nunca, ms all del medio campo. Ves esta raya? Pues aqu, en esta raya, paras.

    Down se qued pensativo. Pareca calibrar su crdito, la tremenda responsabilidad de asumir un lmite.

    -Muy bien, Down.Vamos a ganar este partido!

    No. No bamos a ganarlo. Sufrimos mucho. Pero tampoco estbamos llevando una paliza. Ellos marcaron un gol nada ms al comenzar. Reaccionamos. El problema era que llegbamos con mucha dificultad a la portera del rival, y cuando lo conseguamos, el coco liso era imbatible.

    Pero peleamos sin rendirnos. Y de entre todos, Flix fue quien ms luch, nuestro lateral Down, ceido al delantero como una sombra. La cara araada, el labio partido, una costra ocre, de fango y sangre, en las rodillas. No fue esa banda nuestro franco dbil. No. Al revs. Cuando esperbamos el fin del suplicio, Down cort un pase del contrario y sali tras el baln a trompi-cones, con esa manera atropellada de correr que tena, desconcertando a los que le salan al paso, avanzando en sorprendentes errores que el baln, como si tuviese vida propia, transfor-maba en regates.

    Y pas la raya prohibida. Esquiv a tres ms, sin mirarlos, con la orientacin de un ciego, y se plant enfrente de Tokyo.

  • 4-Tira, Down! Tira!

    Hizo lo ms difcil. Dribl al gigante y lo sent sin tocarlo, pero Tokyo rept en el lodazal como un cocodrilo y trab con las fauces de las manos el pie izquierdo de Flix. Penalti claro, pero nadie reclam. Todos los dems fuimos asimilando la escena hasta quedar inmviles y mudos espectadores de aquel duelo. El gigante intent sujetar la pierna de Flix para derribarlo, pero se le fue escurriendo. A la desesperada agarr el zapato, que le qued en las manos como un pez muerto. Liberado del cepo, Flix avanz hacia la meta, tambalendose. Lo veamos en c-mara lenta. Haba dejado de llover. De entre las nubes, sali un haz de luz que enfoc al hroe. Haba surgido de pronto la pirotecnia del arco iris.

    Creo que los de las casas de cartn y nosotros comprendimos en ese momento, de alguna ma-nera, lo que el cura llamaba el estremecimiento divino.

    Flix iba a meter un gol, con monstruo derrumbado a sus espaldas y un aura de luz que se refractaba en la camiseta de Gras Ferreiro. Como esfinges de terracota veamos la escena. Pero entonces sent una corriente fra en el cerebro, que repleg la emocin. Un presagio, un fatdico augurio.

    No pasar nunca la raya. Nunca.

    Y en efecto, Flix se clav con el baln a un paso de la meta. Miraba su baln de estreno, todo sucio, empapado. Iba a recogerlo. Yo intua, saba, que ahora iba a tomarlo con las manos sin rematar la jugada. Los de las casas de cartn se rieron. La realidad dej de rodar a cmara lenta.

    -Tira, Down! Tira, Flix! Tira ya! -Pasa la raya, Flix! Pasa la raya! Me sali el grit de los adentros.

    Entr, entr. Fue gol. Flix tom el baln de la red, lo limpi con las mangas, y volvi cabizbajo, cojeando sin recoger el zapato. La larga lengua rosada, hacia fuera, como el pico de un cisne. Ese respirar entrecortado. Su barriga de aguacate. Esos ojos rasgados y separados. Corrimos haca l. Todos lo abrazamos.