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Escribir acerca de la necroeconomía del presente -e incluso ubicar las teorías- poniéndola en relación con el pensamiento de Adam Smith como su punto de apoyo podría parecer una tarea completamente super- flua. Existe, y continúa aumentando, un enorme volu- men de análisis y evidencias que demuestran el creci- miento de la pobreza, el hambre y la mortalidad en el sur global y en los países de la anterior Unión Soviética como resultado de las reformas del “mercado libre” conocidas como Programas de Ajuste Estructural, impuestas por el Banco Mundial. La exposición de po- blaciones enteras a las turbulencias de los mercados de comida y medicinas llevada a cabo por los estados, bajo las órdenes de sus acreedores de que no interfie- ran con los mecanismos del mercado, ha causado, con- tando únicamente el África subsahariana, la muerte de millones de personas. No hace falta enumerar los artí- culos de fe que han guiado las decisiones de estos res- ponsables: los dogmas del neoliberalismo son bien conocidos, la visión utópica a la que una generación entera de africanos (por nombrarlos sólo a ellos) ha sido sacrificada será, sin duda, un tema que habrá de recoger un “Libro negro del capitalismo” en un futuro no demasiado lejano, acompañado de sentidas expre- siones de desilusión con respecto al Dios que no cum- plió lo prometido 2 . Este mismo hecho, sin embargo, las inevitables expresiones de desencanto y arrepentimiento pronun- ciadas por los más celosos practicantes del neolibera- lismo, debería hacernos reflexionar. Olvidamos que la doctrina neoliberal tomó forma precisamente en la hora más oscura del capitalismo, que nació en la cáma- ra de comercio vienesa al tiempo que la revolución so- cialista se extendía a través de Rusia, Alemania, Hun- gría y dentro de la misma capital de los Habsburgo donde los consejos de trabajadores y soldados florecí- an a lo largo y ancho de la ciudad. Sus teóricos princi- pales, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, se sentían no simplemente asediados, sino como los últimos tes- tigos de la destrucción de la civilización occidental a manos de los bárbaros modernos 3 . Eclipsados no sólo YOUKALI, 2 página 14 Supervivencia o bio-poder ISSN: 1885-477X www.tierradenadieediciones.com www.youkali.net EL PELIGROSO DERECHO A LA EXISTENCIA: LA NECROECONOMÍA DE VON MISES Y HAYEK por Warren Montag 1 1.- El presente artículo es un texto inédito. La traducción es de Aurelio Sainz Pezonaga. 2.-El Wall Street Journal ha identificado ya a los renegados y revisionistas del neoliberalismo: Jeffery Sachs, Anne Krueger y Paul Krugman. El primero y la segunda ocuparon puestos de liderazgo en el Banco Mundial y el FMI, mientras que el tercero fue un líder y un exponente con mucha influencia del neoliberalismo pur et dur. Su traición es sentida de forma tan profunda por el WSJ que les dirige la imprecación más severa: son denominados, por ello mismo, keinesianos. 3.- En el Prefacio a la segunda edición alemana de Socialismo, fechada en enero de 1932, von Misses escribió: “Estamos al borde de un precipicio que amenaza con hundir nuestra civilización. Que la humanidad civilizada perezca por siempre o la catástrofe sea evitada en el último momento y se vuelva a trazar el camino posible hacia la salvación -lo que nosotros entendemos como la reconstrucción de una sociedad que descanse sobre el reconocimiento sin reservas de la propiedad privada de los medios de producción- es una cuestión que atañe a la generación destinada a actuar en la próximas décadas” (14)

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  • Escribir acerca de la necroeconomía del presente -eincluso ubicar las teorías- poniéndola en relación conel pensamiento de Adam Smith como su punto deapoyo podría parecer una tarea completamente super-flua. Existe, y continúa aumentando, un enorme volu-men de análisis y evidencias que demuestran el creci-miento de la pobreza, el hambre y la mortalidad en elsur global y en los países de la anterior Unión Soviéticacomo resultado de las reformas del “mercado libre”conocidas como Programas de Ajuste Estructural,impuestas por el Banco Mundial. La exposición de po-blaciones enteras a las turbulencias de los mercados decomida y medicinas llevada a cabo por los estados,bajo las órdenes de sus acreedores de que no interfie-ran con los mecanismos del mercado, ha causado, con-tando únicamente el África subsahariana, la muerte demillones de personas. No hace falta enumerar los artí-culos de fe que han guiado las decisiones de estos res-ponsables: los dogmas del neoliberalismo son bienconocidos, la visión utópica a la que una generaciónentera de africanos (por nombrarlos sólo a ellos) hasido sacrificada será, sin duda, un tema que habrá derecoger un “Libro negro del capitalismo” en un futurono demasiado lejano, acompañado de sentidas expre-siones de desilusión con respecto al Dios que no cum-plió lo prometido2.

    Este mismo hecho, sin embargo, las inevitablesexpresiones de desencanto y arrepentimiento pronun-

    ciadas por los más celosos practicantes del neolibera-lismo, debería hacernos reflexionar. Olvidamos que ladoctrina neoliberal tomó forma precisamente en lahora más oscura del capitalismo, que nació en la cáma-ra de comercio vienesa al tiempo que la revolución so-cialista se extendía a través de Rusia, Alemania, Hun-gría y dentro de la misma capital de los Habsburgodonde los consejos de trabajadores y soldados florecí-an a lo largo y ancho de la ciudad. Sus teóricos princi-pales, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, se sentíanno simplemente asediados, sino como los últimos tes-tigos de la destrucción de la civilización occidental amanos de los bárbaros modernos3. Eclipsados no sólo

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    EL PELIGROSO DERECHO A LA EXISTENCIA: LA NECROECONOMÍA DE VON MISES Y HAYEKpor Warren Montag1

    1.- El presente artículo es un texto inédito. La traducción es de Aurelio Sainz Pezonaga.

    2.-El Wall Street Journal ha identificado ya a los renegados y revisionistas del neoliberalismo: Jeffery Sachs, Anne Krueger y PaulKrugman. El primero y la segunda ocuparon puestos de liderazgo en el Banco Mundial y el FMI, mientras que el tercero fue un líder y unexponente con mucha influencia del neoliberalismo pur et dur. Su traición es sentida de forma tan profunda por el WSJ que les dirige laimprecación más severa: son denominados, por ello mismo, keinesianos.

    3.- En el Prefacio a la segunda edición alemana de Socialismo, fechada en enero de 1932, von Misses escribió: “Estamos al borde de unprecipicio que amenaza con hundir nuestra civilización. Que la humanidad civilizada perezca por siempre o la catástrofe sea evitada en elúltimo momento y se vuelva a trazar el camino posible hacia la salvación -lo que nosotros entendemos como la reconstrucción de unasociedad que descanse sobre el reconocimiento sin reservas de la propiedad privada de los medios de producción- es una cuestión queatañe a la generación destinada a actuar en la próximas décadas” (14)

  • por el comunismo y la socialdemocracia, sino más sicabe por la aceptación general de las soluciones keyne-sianas a la crisis económica (a excepción, por supues-to, de unos pocos de los defensores más impenitentesde la doctrina del laissez faire, principalmente el grupode la Universidad de Chicago, desde Henry CalvertSimons al joven Milton Friedman), continuaron traba-jando a contra corriente, tendiendo el suelo teóricopara el regreso de la única forma racional de la organi-zación social humana, el mercado perfectamente libre.Argumentaron a favor de una menor, en lugar de unamayor, intervención estatal, a favor de salarios másbajos, en lugar de más altos, y, por tanto, a favor de unmenor consumo, en lugar de uno mayor, ante unadepresión internacional que el mismo Simons descri-bía como un colapso económico casi total4, una crisissaludada como la prueba definitiva de la insuficienciadel capitalismo, si no de su fallecimiento, esto es, untiempo de desempleo, de falta de vivienda y de ham-bre. Sus contemporáneos consideraron sus propuestasinhumanas y crueles, si no absurdas. En unas pocasdécadas, sus axiomas determinarían las vidas y lasmuertes de decenas de millones de personas.

    Se dirá, por supuesto, y con alguna justificación,que el ciclo teórico, que gira sin cesar entre teorías afavor del mercado y teorías en contra del mercado -asílo ha hecho desde 1847-48-, es por sí mismo un pro-ducto del ciclo de negocios en el que la prosperidad yla crisis se alternan con una regularidad predecible. Enparte, sin embargo, la repetición de las alternativasteóricas sugiere la persistencia de ideas y conceptospor debajo del umbral de visibilidad que, habiendopermanecido sin ser analizados, condiciona y delimitalos debates mismos acerca del mercado. ¿No podemosdecir, al menos como hipótesis inicial, que los neolibe-rales, al tiempo que se muestran a menudo críticos conaspectos de la teoría de Smith tales como el valor y elprecio, han adoptado de él una idea del mercado queincluye el concepto mismo de vida, y más precisamen-te la vida en cuanto está expuesta a la muerte, vida,esto es, del modo en que la entendió Foucault, comoobjeto de gobierno? Va de suyo que este objeto, tantonecesario como inconveniente para la teoría neolibe-ral, es rechazado conforme se pronuncia puesto que sepronuncia para ser rechazado, introduciendo a la teo-ría neoliberal en un movimiento paradójico del que no

    puede escapar, la empresa de producir una categoríanecesaria para cualquier concepción del mercadoentendido como la única forma racional de coopera-ción humana: la de dejar morir. Incluso Foucault, cu-yos estudios de teoría económica desde los fisiócratasa la Escuela de Chicago son extraordinariamente suge-rentes, no aprehendió enteramente la centralidad de lacategoría jurídico-económica de aquellos que, al tiem-po que no pueden ser asesinados por el estado, se lespuede permitir morir, aunque es su contribución teó-rica, sobre todo, la que nos posibilita identificar y des-cribir ese concepto. Su denuncia no sólo de la políticade lo que llamó “fobia al estado” (la phobie d’etat), si-no, más incluso, de sus efectos teóricos, le habilitaronpara describir los modos en los que los estados gobier-nan las poblaciones no únicamente por medio de la ex-pansión, sino también a través de la contracción, abs-teniéndose de actuar en ciertos momentos clave, talescomo la hambruna o los desastres epidémicos o natu-rales, aprovechándose de tales ocasiones para discipli-nar habitantes rebeldes o aplastar movimientos insur-gentes5. Esto no debería sorprender: el concepto dedejar morir constituye el impensado del neoliberalis-mo, mostrándose en la superficie de manera intermi-tente, pero sin ser nunca confesado de manera abiertani integrado dentro de su aparato teórico. Esto es asídel mismo modo que el concepto de mercado determi-na que von Mises y Hayek sean herederos de Smith.

    A Smith, que escribía en el último cuarto del sigloXVIII, el mercado podía parecerle una promesa, un

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    4.- Ver la respuesta de Calver en 1934 a los llamamientos a favor de una intervención estatal que dirigiera la crisis económica, “Un pro-grama positivo a favor del laissez faire: algunas propuestas a favor de un política económica liberal”, p. 41. En este escrito echaba en faltala fe de los austriacos en las capacidades sin límites del mercado para autocorregirse.

    5.- Michel Foucault, Naissance de la biopolitique, París, Gallimard, 2004, 191-220.

  • ideal cuya realización generaría, de manera demostra-ble, la mayor prosperidad posible. Podía aseverar, contoda la confianza de un científico que había descubier-to una ley natural inmutable, que el mercado al que sele permitiera funcionar sin interferencias convertiría lahambruna en algo imposible y sólo podría producir unsistema de riqueza en continua expansión. Sus segui-dores en las problemáticas décadas de 1920 y 1930 seenfrentaban a una dificultad mucho mayor para expli-car cómo y por qué aquello que era aceptado de formageneral como el fracaso del mercado resultaba ser sólouna apariencia de fracaso y que un examen más deta-llado mostraría que el mercado nunca había sido pues-to en práctica en su forma pura, un hecho que era en símismo la causa de las crisis cada vez más severas a lasque estaba sometido el mundo. Así, la guerra y elimperialismo no eran, tal y como tantos pensaban,consecuencias inevitables de la competencia, sino eltrágico resultado de la interferencia estatal, no sólo pormedio del proteccionismo, sino en virtud de la toma departido de los estados a favor de “sus” capitalistas,estableciendo por medio del uso de las armas aquelloque debiera haber sido dejado para que lo decidiera elmercado. De manera semejante, argumentaban estospensadores infatigables, los inconvenientes del ciclode negocios normal, sobrellevados con facilidad poraquellos suficientemente afortunados como para dis-frutar de un mercado libre, se convirtieron, a causa defuncionarios públicos bien (o quizás no tan bien) in-tencionados, en crisis completamente desatadas en lasque todo intento de aliviar el sufrimiento sólo conse-guía agravarlo. Como si este lastre no fuera de suficien-te peso, estaba el problema adicional del socialismo.Cuando von Mises escribió su manifiesto antisocialis-ta de 1922, la Unión Soviética, que estaba saliendo en-tonces de la guerra civil y la intervención militar ex-tranjera, difícilmente ofrecía un modelo criticable. LaRepública Socialista de Hungría se mantuvo sólo du-rante unos pocos meses, víctima no de la imposibili-dad de la planificación socialista, sino de la violenciacontrarrevolucionaria. Su adversario real era el Par-tido Socialdemócrata de Austria (SDAP) de Otto Bauery Max Adler que había usado el poder de sus organiza-ciones de masa para extraer incrementos salariales eimpuestos del capital austriaco, produciendo mejorasen salud pública, vivienda, educación y cultura quehizo que “la roja Viena”, para gran desánimo de nues-tros filósofos de la cámara de comercio, se convirtiera

    en el objeto de admiración de buena parte del resto deEuropa6. Su visión del socialismo no era el del mandoeconómico de una dictadura burocrática, sino el deuna extensión de la democracia a los productores yconsumidores: precisamente la “democracia directa”que von Mises tanto denigró. “Democracia es el auto-gobierno del pueblo; es autonomía. Pero eso no signi-fica que todos deban colaborar en igualdad en la legis-lación y la administración. La democracia directa sólopuede realizarse en la escala más pequeña... La demo-

    cracia no exige que el parlamento deba ser una copia,a una escala reducida, de la estratificación social delpaís, estando compuesto, allí donde los campesinos ylos trabajadores industriales forman el grueso de lapoblación, principalmente de campesinos y trabajado-res industriales” (Socialism, 63-64). Estos desarrollossupusieron un reto para las teorías neoliberales al tiem-po que les proporcionaban una coartada. Se hizo nosólo retóricamente conveniente, sino imperativo teó-ricamente, reclamar que ningún estado se había abste-nido realmente de algún tipo de intervención en elmercado y así que, aunque no lo pareciera, todavía nose había permitido que existiera un verdadero merca-do libre.

    Y todavía, si las hambrunas, las guerras y las crisisdel pasado podían ser explicadas por los neoliberalescomo resultados del intervencionismo, su trabajo co-mo analistas de su propio tiempo les presentaba el di-lema de tener que confrontar los efectos inmediatosdel desempleo masivo, de las recortes salariales y delas drásticas reducciones en servicios sociales. Smith

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    6.- Una década después de que la socialdemocracia austriaca fuese aplastada por fuerzas paramilitares y gubernamentales pro-nazis,Hayek sintió la necesidad de denunciar su capacidad para la movilización de masas como un totalitarismo incipiente. (Ver: The Road toSerfdom (RS) (Camino de Servidumbre), págs. 125-126)

  • podía argumentar con toda sinceridad que la hambru-na sólo podía surgir de la interferencia del gobierno enla racionalidad del mercado; von Mises sabía más.Sabía bien lo que significaría para un estado en ciertosmomentos clave abstenerse deliberadamente de inter-ferir en el mercado por medio del control de los precioso, en el extremo, con la distribución masiva de comida.De hecho, el conocimiento de que el ideal de un mer-cado completamente libre de la interferencia del esta-do requiere, aunque sólo sea de forma periódica ynunca en relación con la mayoría de los habitantes delmundo, exponer la vida a la muerte y el coraje de mirara otro lado ante la mano implorante de la hambruna ogolpearla hasta detenerla si se le ocurriera violar lasleyes de la propiedad y de la racionalidad del mercado,dirige las grandes obras del neoliberalismo en su luchasimultánea por sugerir, negar y justificar lo que niegan.Ello explica lo prolijo de obras como Human Action(HA) [La acción humana] de von Mises o Constitutionof Liberty (CL) [Los fundamentos de la libertad] deHayek, su textura repetitiva e inconexa, su carácterabiertamente propagandístico que recuerda más que anada a una imagen invertida de la propaganda hiper-bólica del Partido Comunista (alrededor de 1930) quea menudo ridiculizan, rasgos que hacen parecer a estasobras ilegibles o, simplemente, carentes de valor.

    En un alto grado, sin embargo, esto es por enterouna treta, una desviación, un tipo de camuflaje. Estostextos trabajan para excluir la cuestión de la vida, perolo consiguen sólo a un alto precio. Todo lo que les atañeconduce a una consideración de aquello que hace quela vida sea posible o imposible y, por ello, deben cons-tantemente luchar para evitar el punto al que condu-cen sus propios argumentos. La misma actividad deevitación y negación, por supuesto, sólo puede condu-cir a indicar al lector lo que no debe ser dicho con el finde continuar hablando como lo hacen. Una operación

    semejante está condenada a fracasar en algún punto,no sólo en la forma de una repetición y una desorgani-zación sintomáticas, sino además en tanto que lamisma cuestión de la vida debe, finalmente, en algu-nos puntos, plantearse. No nos equivoquemos: estosson momentos fugitivos, aislados del argumento comoun todo. A menudo aparecen en la forma de un apar-te, susurrado a otro público en otro lugar. Para que elmercado funcione, para que recopile una informaciónprecisa acerca de las preferencias del consumidor queguíe la inversión futura, para que preserve las empre-sas productivas y destruya las improductivas, libre dela intromisión de lo que von Mises llama el estadointervencionista o destructivista, esto es, para decirlode un modo más profundo, para que la sociedad hu-mana sea organizada de la única manera que garanti-zará no simplemente el progreso, sino la evitación deun colapso social total (en este sentido no hay alterna-tiva real al mercado, no puede haber “un derecho hu-mano ejecutable a la subsistencia” (HA, 839). Aquellosque carecen de comida o agua o medicinas no puedenser asesinados legítimamente por el estado o por losindividuos privados, pero no es sólo legítimo (deacuerdo tanto con la ley como con la razón) rehusarlesel sustento que demandan o simplemente requierenpara continuar viviendo, es además legítimo repelerpor la fuerza, preferiblemente la fuerza armada del es-tado, sus intentos por tomar aquello a lo que no tienenderecho. Una vez Marx fue tan ingenuo como para de-clarar que la clase capitalista era incompetente paradominar porque no podía garantizar la existencia desus propios trabajadores. Para von Mises, es compe-tente para dominar sólo si sabe lo suficiente como pararechazar de principio cualquier garantía de ese tipo.Mantengamos en mente, al tiempo que seguimos eldesarrollo del argumento neoliberal, con sus dudas,retrocesos, rupturas y callejones sin salida, que ésta noera una disputa académica acerca de realidades hipo-téticas. Al tiempo que von Mises ampliaba su texto ale-mán Nationalökonomie en el más largo La acción hu-mana, quizás un millón de personas morían de ham-bre en la India, al mantener los especuladores el granofuera del mercado con el fin de obtener el precio másalto. Escribió acerca del difícil camino de la India haciael desarrollo (esto es, hacia una cantidad suficiente deahorro y la acumulación de capital), un camino que re-queriría que la población trabajadora ampliara susdías de trabajo, unas condiciones de trabajo misera-bles e insanas y, en fin, el trabajo infantil. Se le olvidómencionar la hambruna.

    Para von Mises, la economía política clásica desple-gaba en la esfera de la “cooperación social” una bús-queda de leyes como las que los primero filósofos habí-

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  • an descubierto funcionando en la naturaleza física. Delmismo modo que los antiguos y los primeros moder-nos creían que un dios (o varios dioses) dirigía la natu-raleza de acuerdo con su voluntad y placer y, así, nosólo permanecían ignorantes de las verdaderas causasde las cosas, sino que consideraban cualquier investi-gación de las causas naturales, en cuanto opuestas alas sobrenaturales, como un signo de ateísmo y here-jía, del mismo modo, en el siglo XX, los filósofos y poli-tólogos creyeron que la sociedad humana estaba diri-gida por la voluntad y el diseño humanos: “Todos esta-ban convencidos de que en el curso de los aconteci-mientos sociales no se daba la regularidad y la cons-tancia de los fenómenos que se había encontrado enlas operaciones del razonamiento humano y en lasecuencia de los fenómenos naturales. No buscaron lasleyes de la cooperación social porque pensaban que elhombre podía organizar la sociedad como le plugie-ra”(2). Siguiendo a Spinoza, a quien von Mises cita(una veces atribuyéndole la cita y otras sin hacerlo)con bastante frecuencia, argumenta que debemosdejar de aplicar juicios de valor a la sociedad que lacalifiquen como buena o mala en relación con el gradode conformidad respecto a normas extrínsecas a ella.La decisión de “estudiar las leyes de la acción humanay la cooperación social como los físicos estudian lasleyes de la naturaleza” y de dejar de considerar estasesferas como si consistieran en objetos de “una disci-plina normativa... fue una revolución de tremendasconsecuencias tanto para el conocimiento y la filosofíacomo para la acción social” (2). La ciencia de la econo-mía presenta, así, un permanente “desafío a la presun-ción de aquellos que están en el poder” (67). Delmismo modo que la Iglesia continuaba rechazandocualquier disminución del papel de Dios en la direc-ción de la naturaleza después de los descubrimientos

    de Galileo, así aquellos con intereses particularesrechazan la idea de leyes inmutables de la economía:“los déspotas y las mayorías democráticas están borra-chos de poder. Deben admitir, a su pesar, que estánsujetos a leyes de la naturaleza. Pero, rechazan lanoción misma de ley económica. ¿Acaso no son elloslos legisladores supremos?” (67). Una superstición an-tropológica ha remplazado la antigua superstición teo-lógica. Los seres humanos se creen dueños del mundosocial, un mundo que pueden construir libremente deacuerdo con sus planes. Sufren de “la incapacidad paraconcebir una coordinación efectiva de las actividadeshumanas sin la organización deliberada de un inteli-gencia rectora. Uno de los logros de la teoría económi-ca ha consistido en explicar cómo el mercado realizaun ajuste mutuo de las actividades espontáneas de losindividuos de ese tipo” (Hayek CL, 159). De hecho, esteorden, más complejo y extenso que nada previo, ha lle-gado a ocupar, en un alto grado, lo que anteriormenteera dominio de la ley. “El hombre primitivo”, nos in-forma Hayek, “estaba gobernado por elaborados ritua-les e innumerables tabús, por reglas explícitas, a me-nudo recogidas en textos sagrados y más tarde en códi-gos” (65). Estos preceptos y prohibiciones explícitos,conocidos y seguidos conscientemente por todos me-nos unos pocos herejes, han sido crecientemente sus-tituidos por un orden que es producido como una con-secuencia no intencionada de la actividad humana.Los individuos tienden a “cooperar” con este orden sinsaberlo o no teniendo intención de hacerlo. Así, la dis-tinción entre sociedades libres y no libres no deriva delgrado de reglamentación y disciplina, de hasta quépunto los individuos son integrados en un orden, o susvidas determinadas por él, o, por el contrario, de laproporción de tiempo de trabajo respecto al tiempo deocio que muestra una sociedad: von Mises admite quelos mercados de trabajo libres “someten al individuo auna inclemente presión social” y “limitan indirecta-mente la libertad del individuo para elegir su ocupa-ción” (HA, 599). De hecho, las sociedades libres pue-den mostrar un grado más alto de disciplina que lassociedades no libres, pero es “la disciplina impersonaldel mercado” (RS, 219) en cuanto opuesta a la queimpone un tirano o una mayoría tiránica. La distinciónentre sociedades libres y no libres descansa únicamen-te en su origen: ¿es su organización la realización de unplan o diseño humano, o el resultado de una decisiónde detener esfuerzos tales y abandonarse uno mismo ala racionalidad más elevada que sólo un orden nointencionado, “espontáneo” puede encarnar?

    Smith, escribiendo en la última mitad del sigloXVIII, podía describir la “perfección de un sistema tanbello y majestuoso” que la esfera del mercado y las

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  • manufacturas en continua expansión parecía consti-tuir como algo que tenía que producir placer necesa-riamente a aquellas personas tan afortunadas comopara ser espectadoras del mismo, un placer distinto del

    fin al que sirve este sistema: el de la felicidad humana.El hecho de que este sistema realice “casi la mismadistribución de las cosas necesarias para la vida quehabría tenido lugar si la tierra hubiera sido dividida enporciones iguales entre todos sus habitantes” simple-mente añade un propósito moral a una belleza que esun fin en sí misma. Smith no alberga ninguna dudarespecto a que este orden es visto por todos; su tarease reduce a explicar cómo se produce y mantiene.

    Para aquellos que escribían en el siglo XX el pesoera inconmensurablemente mayor: hay una sensacióngeneral en las décadas de los 1920 y los 1930 de que talorden no existe o que nunca ha existido. Ante este es-cepticismo generalizado, la tarea es doble: primero, de-mostrar que la crisis económica que sin duda existe es,precisamente, resultado de un rechazo del funciona-miento espontáneo del mercado. Ya sea inspirado poruna grandiosidad o por un intento bien intencionado,pero desencaminado, de saltar por encima de las faseshistóricas necesarias de desarrollo o de evitar los rigo-res indispensables propios de la acumulación de capi-tal, los estados han “obstruido”, a través de sus inter-venciones, los movimientos regulares de los mercadosy empeorado lo que esperaban mejorar. Segundo, elerror intervencionista se predica a partir de la incapaci-dad de ver el orden que existe de hecho, a partir de unfracaso a la hora de captar la función de la desigualdady el desempleo en la expansión del sistema como untodo. Los moralistas y los humanitaristas desencami-nados ven como fracasos fenómenos que aseguran laacumulación de capital necesaria para el crecimiento y

    no ven el lugar de tales fenómenos en la estructuracompleta.

    Así, von Mises se ve limitado, más de un siglo des-pués de las grandes obras de economía política (Smith,Ricardo y Bentham) y medio siglo después de la elabo-ración de la teoría del equilibrio general por Walras ylas refutaciones definitivas de la mera posibilidad decálculo económico en una economía socialista porBohm-Bawerk y Carl Menger, a reubicar la teoría de laeconomía de mercado, una teoría a la que le podíapasar de todo menos el verse oscurecida por la doxareinante de la teoría marxiana. Von Mises se ve forza-do a refutar con esmerado detalle la acusación socialis-ta de que el mercado capitalista se caracteriza por cri-sis anárquicas, periódicas y cada vez más graves: “Elmercado dirige las actividades del individuo hacia esoscanales en los que mejor sirve a las necesidades de sussemejantes. En el funcionamiento del mercado no haycompulsión o coacción. El estado, el aparato social decoacción y compulsión no interfiere con el mercado ycon las actividades de los ciudadanos dirigidas por elmercado. Emplea su poder para forzar a la gente a lasumisión con la única intención de prevenir las accio-nes destructivas contra la preservación del funciona-miento sin trabas de la economía de mercado” (157).La última frase le parecerá problemática (el estadoexiste para “forzar a la gente a la sumisión” para asegu-rar “el funcionamiento sin trabas del mercado”) sólo aaquellos que ignoran el hecho de que “el mercado porsí sólo ordena el entero sistema social y le dota de sen-tido y significado” (257).

    En este punto, y por buenas razones, von Misesdebe recordar al lector, y quizás a sí mismo, que elmercado que, en sus palabras, no sólo “dirige”, y “con-duce”, la existencia social, sino que “revela” a los indi-viduos que la componen su verdad, “no es un lugar,una cosa o un entidad colectiva” (257). El mercado noes más que la interacción de los individuos en unaforma de cooperación que no ven ni pretenden. “Elestado del mercado, en cualquier momento, es laestructura de precios, esto es, la totalidad de las pro-porciones de intercambio tal y como son establecidaspor la interacción de aquellos dispuestos a comprar yaquellos dispuestos a vender” (258). Su racionalidad ydiseño, en efecto, algo así como un plan espontáneo,surge en la esfera de los precios: “los precios dicen a losproductores qué producir, cómo producir y en quécantidad” (258). Y de todas las mercancías compradasy vendidas en el mercado, ninguna se comprendegeneralmente peor ni se protesta con mayor irraciona-lidad por su precio que el trabajo. Para von Mises, lastasas de salario las determina el mercado por sí sólo(593): “Cada empresario está dispuesto a comprar

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  • todo los tipos de trabajo específico que necesita para larealización de sus planes al precio más barato. Pero lossalarios que ofrece deben ser lo suficientemente altoscomo para evitar que los trabajadores se vayan a lacompetencia. El límite por arriba de su oferta vienedeterminado por la anticipación del precio que puedeobtener del incremento en bienes vendibles que espe-ra del empleo del trabajador del que se trate. El límitepor abajo viene determinado por las ofertas de losempresarios de la competencia que se guían por consi-deraciones análogas” (594). De la personificación delas anteriores explicaciones en las que “empresarios” y“trabajadores” se enfrentan en esa peculiar esfera decooperación conocida como “mercado de trabajo”, sedesplaza al anonimato de una proporción: “las tasas desalario vienen determinadas por la oferta de trabajo yde factores materiales de producción, por un lado, ypor los anticipados precios futuros de los bienes de losconsumidores”. La despersonalización y formalizacióndel argumento de von Mises son necesarios en estepunto: es aquí, alrededor del asunto de la determina-ción de las tasas de salarios, donde tiene que enfrentar-se al mismo Smith, cuya discusión de las subidas y baja-das de los salarios en el capítulo 6 de La riqueza de lasnaciones no se puede comparar con la lógica del siste-ma de mercado que Smith establece en otros lugares,por lo que von Mises insiste en que “debe haber aban-donado la idea inconscientemente” (594 nota). Ya que,en un pasaje que ya hemos examinado con algún deta-lle, Smith, leído por von Mises, ha explicado la caída dela tasa de salarios no a partir de la proporción de laoferta y la demanda, sino por “‘una especie de acuer-do, tácito pero constante y uniforme’ entre los patro-nes para mantener bajos los salarios” (594). A pesardel hecho de que estos “comentarios casuales”, comolos llama von Mises, suponen poco más que “ideastruncadas”, han conseguido alimentar “el fundamento

    ideológico principal del sindicalismo” y, por eso, debenser analizados “con el mayor cuidado” (594).

    El problema es simple: en un mercado libre ningúngrupo de patrones, no importa lo bien organizados queestén, puede reducir con éxito los salarios por debajode su tasa de mercado sin atraer por medio de su pro-pia acción nuevos empresarios “deseosos de aprove-charse del margen entre la tasa de salario general y laproductividad marginal del trabajo” (595). El escena-rio de Smith sólo podría tener lugar bajo condicionesmonopolísticas en las que “el ingreso en las filas de losempresarios esté bloqueado por medio de barrerasinstitucionales” (594). Es más, los patrones de otrossectores de la economía podrían ofrecer salarios másaltos para comprar el trabajo que necesitaran. No po-dría haber, finalmente, una reducción exitosa de lossalarios excepto al nivel de mercado como un todo, al-go imposible dada su tendencia a expansionarse másallá de sus límites actuales gracias a la continua activi-dad empresarial y la búsqueda de nuevas áreas de in-versión. “El rasgo característico de las actividades pro-ductivas en el pasado y en el previsible futuro es que laescasez de trabajo excede la escasez de la mayoría delos medios de producción primarios, provenientes dela naturaleza... En general, como ocurre con cualquiermercancía, es la relación de la oferta de trabajo con lademanda lo que determinará si los salarios suben obajan”

    Smith, sin embargo, nunca dice o insinúa que lospatrones actúan conjuntamente para reducir los sala-rios por debajo de la tasa de mercado, sólo que simple-mente, a veces, los reducen. Nada sugiere que los pa-trones no estén, simplemente, ajustando sus tasas desalario al cambiante mercado que, por ejemplo, en vir-tud de la demanda, ha reducido el costo del trabajo pordebajo de lo que lo ha hecho la tasa general de unaindustria determinada. De hecho, el propio von Misesen 1943 recomendaba exactamente esas mismas re-ducciones de salario a las elites mejicanas que, o biena causa de una simpatía mal aplicada o por razón delmiedo a los poderosos sindicatos, habían permitidoque las tasas ascendieran por encima del nivel dictadopor el mercado. Al exigir recortes significativos en lossalarios y en los beneficios, recortes que podían ser“sentidos de forma tan severa” como aquellos que su-frieron los trabajadores hipotéticos de Smith en La ri-queza de las naciones, los empresarios mejicanos sóloserían culpables de ajustarse a la racionalidad del mer-cado, el único camino hacia el desarrollo económicopara México. Nada en las acciones simultáneas de loshombres de negocios de la nación constituye una cons-piración. Actúan simplemente como deben con el finde permanecer en el negocio: actuando en respuesta a

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  • las señales del mercado, ni se unen contra sus trabaja-dores de hecho ni lo pretenden, incluso si la conse-cuencia no intencionada de sus acciones es esa accióncolectiva que Smith llama “tácita”. Esto es, en efecto, loque Hayek llama “orden sin mandato”. En lugar dehablar de las acciones de los patrones, dado que, al re-cortar los salarios, ellos sólo administran las indicacio-nes del mercado, von Mises prefiere el lenguaje imper-sonal y anónimo de “fluctuaciones de la tasa de salario”que son “las medidas adoptadas para la distribucióndel trabajo por las diferentes ramas de la producción”,empujando a los trabajadores fuera de las “ramas conexceso de hombres” y arrastrándolos hacia las “ramascon escasez” (598).

    De forma similar, von Mises considera absurda laopinión de Smith de que una desigualdad básica de po-der da la ventaja al patrón en tales negociaciones. ¿Porqué, pregunta von Mises, se ve “forzado” un trabajadora aceptar un reducción de salario, una idea que impli-ca que el mercado es un lugar de compulsión y coac-ción antes que el espacio de libertad que él sabe que es?La idea de que la única alternativa ante los dictados delpatrón es el desempleo y, por ello, el hambre y el vivirsin techo para nada se corresponde con la realidad: “noes verdad que quienes buscan empleo no pueden espe-rar y, por tanto, se encuentran bajo la necesidad deaceptar cualquier tasa de salario, por muy baja que sea,que les ofrezcan los patrones. No es verdad que cadauno de los trabajadores desempleados se enfrente alhambre; los trabajadores también tienen reservas ypueden esperar; la prueba está en que, de hecho, espe-ran” (596). Es mas, el desempleo es una elección: “al-guien que busque empleo y no quiera esperar siempreconseguirá un empleo en una economía de mercadolibre en la que siempre hay capacidad sin usar de re-cursos naturales y, además muy a menudo, capacidad

    sin usar de factores de producción producidos. Sólonecesita o bien reducir la cantidad de paga que pide ocambiar de ocupación o de lugar de trabajo” (598). Losdesempleados se permiten a menudo un sentido delstatus o una fijación a una comunidad (o nación o he-misferio) que les impide obtener el empleo que, segúnvon Mises, les está esperando: “El trabajador desem-pleado rechaza cambiar de ocupación o de residencia ocontentarse con una paga más baja porque esperaobtener en una fecha posterior un empleo con unapaga más alta en su lugar de residencia y en la rama dela industria que más le gusta” (579). Por muy difícilque se le haga entenderlo, la reducción de su nivel devida, las restricciones en su consumo, el hecho de quetendrá que emigrar alrededor de medio mundo parasoportar largas horas de trabajo y una vivienda mise-rable son su contribución a la acumulación de capitalnecesaria para el progreso económico.

    Así, el mercado libre puede alcanzar su perfecciónsólo a escala global y no es únicamente el mercado detrabajo el que exige un mundo sin fronteras en el quelos trabajadores serían libres para dejar la familia, lacultura y el país con el fin de atender la llamada delmercado. El nacionalismo económico, no sólo en lasformas de control de la inmigración o del proteccionis-mo, sino incluso en el intento de ejercer la soberaníasobre los recursos naturales, conduce necesaria, irre-mediablemente a la guerra con la exactitud de una leynatural. Hay algo manifiestamente absurdo y peligrosoen la ficción de una soberanía nacional que pone a cual-quier país por muy pequeño y débil que sea a la par conlas naciones más ricas y poderosas y le otorga los mis-mos derechos. Esta es, por supuesto, la falacia sobre laque descansan organizaciones como las Naciones Uni-das: “supongamos que la Organización de las NacionesUnidas hubiera sido establecida en 1600 y que las tri-bus indias de Norte América hubieran sido admitidascomo miembros de ella. Entonces, la soberanía de estosindios hubiera sido reconocida como inviolable. Se leshubiera dado derecho a expulsar a todos los extrañosque hubieran entrado en su territorio para explotar losrecursos naturales que ellos mismos no sabían comoutilizar” (686). El asunto aquí, para von Mises, no esque tales derechos, por muy perjudiciales que sean parala humanidad en su conjunto a la que se le impide bene-ficiarse del desarrollo de esta tierra salvaje, son ilegíti-mos de acuerdo con alguna norma jurídica o moral,sino que, con respecto a la necesidad económica a laque se oponen, se hallan tanto carentes de sentido co-mo totalmente desprovistos de fuerza o efecto: “¿Creealguien realmente que alguna carta o acuerdo interna-cional podría haber impedido que los europeos invadie-ran estos países?” (686). Esto no era darse una peque-

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  • ña licencia de especulación histórica; más bien, servíapara subrayar el irresistible destino universal del mer-cado. Cuando países como México, bajo el gobierno deCárdenas, o Irán, bajo el de Mossadeq, intentaron arre-batar el control de la producción de petróleo de sus paí-ses de manos de las compañías extranjeras, von Miseslanzó la siguiente advertencia: “Es ilusorio suponer quelos países avanzados se contentarán por siempre conun estado tal de los asuntos. Harán uso del único méto-do que les da acceso a las tan necesitadas materias pri-mas; usarán la conquista. La guerra es la alternativa ala libertad de inversión extranjera realizada en el mer-cado internacional de capitales” (502). El Lebensraum[espacio vital], que von Mises rechazaba en su formanacionalista, regresa ahora como imperativo naturaluniversal: el subdesarrollo del mundo fuera de Europaoccidental y Norte América y “la eminencia de las na-ciones occidentales” que no pueden ser explicados pormedio de teorías biológicas de la diferencia racial (quevon Mises considera sin fundamento), no pueden tam-poco explicarse simplemente por medio de una “teoríade la prioridad temporal” de acuerdo con la cual lasuperioridad de estas últimas “consiste meramente enhaber comenzado antes sus esfuerzos por ahorrar yacumular bienes de capital” (500). El resto del mundocarecía y, en su mayoría, continúa careciendo de “insti-tuciones para la salvaguarda de los derechos individua-les. La arbitraria administración de pachás, cadís, rajas,mandarines y daimyos no conducía a la acumulaciónde capital a gran escala. Las garantías legales que pro-tegen de manera efectiva al individuo contra la expro-piación y la confiscación fueron los fundamentos sobrelos que floreció el progreso inédito de Occidente” (500).A falta de estos fundamentos, los africanos y los asiáti-cos no pueden desarrollar sus recursos naturales y notienen derecho a esperar que aquellos que tienen esacapacidad dejarán de hacerlo.

    Los críticos del mercado exigen justicia sin siquierapensar en investigar si su concepción de la justicia escompatible con las leyes que gobiernan la realidadsocial y que son indiferentes a los valores humanos.Denunciar la desigualdad necesaria para el orden capi-talista como injusta, juzgar el desempleo y la pobrezacomo signos de fracaso, equivale a acusar al deseosexual, necesario para la propagación de la especie, depecaminoso. Condenar la expansión del mercado, in-cluso cuando se consigue por medio de la invasión ar-mada, por “zonas cuyos habitantes son demasiado ig-norantes, demasiado pasivos, o demasiado cortos deingenio como para aprovecharse de las riquezas que lanaturaleza les ha donado” es como acusar a una piedraque cae por obedecer la ley de la gravedad. Alguienpodría incluso, por recordar la imagen de Spinoza,aprobar leyes que prohibieran a los peces grandescomerse a los pequeños. Algunas veces el moralismoque rechaza la necesidad de las relaciones económicases de carácter teológico: beneficio, interés, riqueza,incluso el egoísmo son acusados de ser pecaminosos.Otras formas de moralismo son perfectamente laicas,pero no menos endiabladas en sus efectos que aquellasque se derivan de la religión: el marxismo, que declarabuscar un orden social que cubrirá las necesidades delas esforzadas masas y creará una igualdad real, encuanto opuesta a la formal, no es más que una envidiacolectiva materializada en movimiento político: “Eléxito incomparable del marxismo se debe al porvenirque ofrece de satisfacción de todas esas aspiracionessoñadas y esos sueños de venganza que tan profunda-mente se han entrañado en el alma humana desdetiempos inmemoriales. Promete un Paraíso en laTierra, un mundo de deseo del corazón, lleno de felici-dad y alegría y -lo que es más dulce para los perdedo-res en el juego de la vida- de humillación para todos losque son más fuertes y mejores que la multitud” (7).Más común, aunque menos peligroso, es el moralismode los gobernantes e incluso de los hombres de nego-cios que no tienen ni el valor ni la previsión para sopor-tar por tanto tiempo como sea necesario (o mejor paraver como sus poblaciones soportan) la privación y elsacrificio, que son los únicos que producirán con eltiempo la prosperidad. Incluso Adam Smith que, co-mo hemos visto, no pudo evitar generar un tipo desimpatía respecto al trabajador, permitiéndose imagi-nar y registrar en su discurso lo severamente que lesafectaba una reducción de su salario por mucho quefuera a niveles del mercado, asignaba un propósitomoral último a los salarios, que, en tanto que coincidíacon los imperativos de la vida, proporcionaba la funda-ción y el límite de las reducciones de estos. Un trabaja-dor que se encontrara ante las reducciones de salariosque los mercados utilizan para redistribuir el trabajo

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  • de acuerdo con lo necesario protestará como hemosvisto. Tal protesta, sin embargo, no puede ser efectiva:en el límite, el estado intervendrá antes de que la pro-testa pueda afectar a la empresa o la industria en cues-tión. Y, por mucho que von Mises lo negara, puede ha-ber grandes dificultades para que un trabajador atra-viese (con o sin familia) medio mundo en busca de unempleo que tenga más cargas y menos paga. Un traba-jador que debe permanecer en su trabajo actual y acep-tar una reducción severa del salario puede estar segu-ro, según Smith, de que los salarios nunca pueden que-dar por debajo de un cierto nivel, a saber, el necesariopara mantener al propio trabajador.

    Aunque von Mises, siguiendo a Smith, argumentaque una sociedad en la que incluso los salarios másbajos no aseguran la “mera subsistencia” (603) del tra-bajador posiblemente se desintegraría, defiende quecualquier intento de computar las tasas de salario conreferencia al costo de la subsistencia es absurdo. Dehecho, cuando se examina con cuidado la nociónmisma de “mera” subsistencia se revela que no es otracosa que una quimera ilusoria e incluso retrógrada.

    Cualquier intento de imputar ciertos requisitos de nu-trición a la especie humana lleva necesariamente aconfundir “la tradición histórica” y “las costumbres ylos hábitos” con la naturaleza sin más (605). Intentarpenetrar dentro de estos constructos culturales suponedescubrir detrás de ellos otros constructos culturalesanteriores ad infinitum, o al menos hasta el límitemismo en que el ser humano se hace indistinguible delanimal: “Es más, la noción de un mínimo de subsisten-cia fisiológico carece de la precisión y el rigor que lagente le atribuye. El hombre primitivo, adaptado mása una vida similar a la animal que a la existencia huma-na, podía mantenerse vivo bajo condiciones que soninsoportables para los delicados retoños mimados por

    el capitalismo. No existe nada parecido a un mínimode subsistencia determinado fisiológica y biológica-mente, válido para cada ejemplar de la especie zooló-gica del homo sapiens. No más defendible es la idea deque una cantidad definida de calorías es necesaria paramantener un hombre sano y con capacidad para pro-crear, a la que se suma otra cantidad definida que segasta en el trabajo. Hacer uso de las mismas nocionesque se utilizan en la cría de terneras y en la vivisecciónde cerdos de guinea no ayuda al economista en su es-fuerzo por entender la acción intencional humana”(604). De hecho, von Mises irá más lejos incluso. Eva-luar salarios en relación con estándares nutricionalesde valores calóricos e ingesta de proteínas supone ro-bar a los seres humanos, o al menos a aquellos que tra-bajan, su dignidad y reducirlos al status de animalesdomésticos. Es ver “al asalariado simplemente comoun utensilio y creer que no representa otro papel en lasociedad, si uno asume que no busca otra satisfacciónque alimentarse y procrear y no conoce otro empleo desus ingresos que procurarse esas satisfacciones anima-les” (604).

    Observaciones zoológico-antropológicas semejan-tes sirven para sostener lo que quizás constituya la in-tervención teórica más importante de toda La acciónhumana de von Mises. Va a trazar una línea de demar-cación dentro del discurso económico contemporáneoque hará visible una distinción entre ciencia y morali-dad, entre necesidad natural y deseo humano. La sub-sistencia humana (un término que él ha demostradoque carece de toda validez científica) o incluso la meraexistencia (la vida, la supervivencia, la condición com-partida por los seres humanos con todos los demásanimales y que, no tiene, por tanto, ningún interés pa-ra la economía, o el estudio de la acción humana inten-cional) no tiene cabida en absoluto en la comprensióndel mercado. O peor, si a tales ideas se les permite“sobrevivir”, no sólo contaminarán la teoría del merca-do, pondrán en peligro el funcionamiento del mercadoexistente, otorgando el estatuto de realidad, vistiéndo-lo con el ropaje de los datos científicos, a lo que dehecho es un obstáculo moral para la única forma racio-nal de cooperación social. De este modo, von Misesdejará a un lado toda actitud sentimental y lo dirá di-rectamente: no puede haber derecho a la existencia.Por supuesto, la mayoría de las sociedades en la actua-lidad deciden escuchar las demandas “de aquellos quecarecen de medios o están incapacitados para el traba-jo, sin parientes que puedan mantenerlos” (Socialism,48). Si tales ayudas adquieren la forma puramentevoluntaria de “una caridad sobre la que el pobre nopuede exigir ningún derecho” (Socialism, 430) son“normalmente” (pero no siempre) inofensivas. Pero,

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  • otorgar “al individuo pobre un derecho legalmente eje-cutable para su sostenimiento o sustento” generaría“grandes peligros sociales” (430). En contra de los ar-gumentos de los teólogos, apelar al derecho natural einajenable de un ser humano a la existencia suponeignorar el hecho de que “ni Dios ni la naturaleza crea-ron a los hombres iguales ya que muchos nacen sanosy alegres y otros lisiados y deformes” (HA, 175). Aque-llos que no sean capaces de existir, no tienen derechonatural a hacerlo. Es más, como Malthus ha mostrado,“al limitar los medios de subsistencia, la naturaleza nootorga al ser vivo un derecho a la existencia” (175).

    En un mercado libre que opera de acuerdo con unanecesidad tan implacable como la de la naturaleza “nohay interferencia de factores ajenos al mercado con susprecios, tasas de salario y tasas de interés” (238). Sedebe permitir que los salarios caigan y los preciossuban como el mercado lo determine. Ya que si el esta-do interviene, ya sea por medio del control de los sala-rios y los precios o a través de los impuestos, simple-mente impedirá que se desarrolle el proceso de acu-mulación de capital necesario para restablecer el equi-librio entre salarios y precios. Los mimados retoñosdel capitalismo pueden subsistir con mucho menos delo que tienen ahora y confundir la próspera vida a laque se han habituado con un mínimo biológico: ¿esque los campesinos de todo el mundo no viven conmenos de lo que tira el trabajador medio de NorteAmérica o Europa? “El consumo de las masas ameri-canas será juzgado como despilfarro por el felah egip-cio o el cooli chino?” (Hayek CL,129). Y para aquellos,menos mimados, en otros lugares, el mercado, no me-nos misericordioso que “Dios o la naturaleza”, debeademás limitar los medios de subsistencia y, por tanto,también el derecho de cualquier individuo a existir;aquellos que no pueden asegurar su propia subsisten-cia (o la de sus hijos) no tienen ningún derecho ejecu-table sobre aquellos que pueden, inclusos si estos dis-ponen de un sobrante por encima de lo necesario parasu existencia.

    Hasta aquí la versión de la doctrina neoliberal devon Mises se ha presentado como una crítica del mora-lismo y del juridicismo, de cualquier intento de mini-mizar o apartar la necesidad que gobierna la vida eco-nómica y social. Su crítica de la idea de un derechohumano a la subsistencia, sin embargo, no es reduci-ble a una crítica naturalista del moralismo metafísico.La abolición de este derecho es la precondición delestablecimiento de otro derecho como absoluto. Elpeligro que plantea la noción de un derecho humano ala existencia no es tan fuerte como para enfrentarse alos decretos de “Dios, o la naturaleza”, pero sí paraoponerse necesariamente al derecho de propiedad

    absoluta: “si el derecho a la existencia se aceptara com-pletamente, absorbería una parte tan importante delos ingresos no ganados y retraería tanto beneficio dela propiedad privada que toda la propiedad sería colec-tiva” (Socialim,50). Garantizar la prioridad del dere-cho a la propiedad por encima del derecho a la subsis-tencia, sin embargo, como von Mises no cesa nunca derecordar al lector no se funda en algún “pretendidoderecho ‘natural’ de los individuos de poseer propie-dad” (HA, 285), sino en la necesidad que gobierna elsistema de cooperación humana. Sin propiedad abso-luta no puede haber mercado; sin mercado, la fuerza,la violencia y la propia desintegración de la sociedad

    suplantará a la cooperación humana. El derecho a laexistencia, ejecutado por el estado por medio de con-troles en los precios y los salarios, subsidios para lavivienda, o en el extremo, por la distribución de lo ne-cesario para vivir, minará la propiedad privada y dis-torsionará los mecanismos del mercado hasta talpunto que se pondrá en peligro la continuación de lasociedad misma.

    Una sociedad que descarga al estado de cualquierresponsabilidad “ejecutable” respecto a las vidas desus ciudadanos y de hecho le exige que se abstenga detoda forma de ayuda social que pudiera supuestamen-te desequilibrar el mercado parecería, como sus defen-sores deducen a menudo, requerir un estado muy re-ducido y pasivo. Ese no puede ser, sin embargo, elcaso. Requiere una mano firme y certera, respaldadapor un fuerza masiva, para someter a todos y cada unode los miembros de la sociedad a los riesgos del mer-cado libre. Un gobierno que rehusa poner en prácticalas medidas totalitarias que sólo pueden situarlo en elcamino de la servidumbre debe, de vez en cuando,buscar persuadir a la mayoría de la población de quelas reducciones en su nivel de vida, reducciones que en

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  • gran parte del mundo significan malnutrición y enfer-medad, no solamente son justas (desde un punto devista moral y jurídico), sino necesarias, las únicas víaspor las que puede darse la acumulación de capitalnecesario para el progreso económico. Es precisamen-te responsabilidad de los que están “en el poder” expli-car que el surgimiento de una cada vez mayor des-igualdad en su sociedad es, a pesar de las apariencias,un desarrollo económico que anuncia la inversión porvenir, junto con los empleos y la subida de salarios quecon toda seguridad traerá. Los líderes deben resistir elimpulso (o, más a menudo, la presión) de ayudar aaquellos, de nuevo aparentemente, con necesidades,interfiriendo en los mecanismos puros de mercado dela oferta y la demanda o distorsionándolos. Conside-ran las privaciones de la mayoría como un sacrificiotemporal pero necesario, que por sí solo hará venir lamejora que todos desean. Un gobierno de ese tipo debeser capaz de aguantar la visión de la pobreza y el ham-bre, de comunidades rotas y destruidas para siempre,sus habitantes desperdigados a lo largo del planeta, ytener la fuerza de voluntad (o quizás sólo la fuerza)suficiente para no intervenir. Por debajo de sus políti-cas hay algo en nada parecido a la pasividad: está ladecisión más resuelta. Un gobierno decide no actuar o,mejor, hace, absteniéndose de actuar, “dejando ser” y,en ciertos momentos, “dejando morir”, incluso enfren-tado a la indignación popular, lo que el mercadorequiere para prosperar.

    Es precisamente en relación con la indignación delos gobernados, de las masas que, en los buenos tiem-pos, no sienten otra cosa que envidia por los que pare-cen haber ganado la partida de la vida y, en tiempos decrisis, son impulsados no sólo a plantear exigenciasrespecto a la propiedad legítima y la riqueza de otros,sino, lo que es peor, a intentar, por medios legales o, lomás a menudo, extralegales, apropiarse de una partede esa riqueza, cuando el estado tiene que intervenir.Debe reconocerse que a muchos de los destinados aaprender en persona la inexactitud de los niveles nutri-cionales hinchados, que conocerán que lo que conside-raban como necesario para la vida sólo consistía en unconjunto de preferencias, podría no ser fácil persuadir-les de la necesidad de sus privaciones. ¿Qué puedeesperarse de ellos, la mayoría en cualquier sociedad,que habiendo vivido tiempos mejores, deben aprendera separar el confort y la supervivencia? Esto presentaun problema extremadamente difícil para el neolibera-lismo: ¿pueden las masas ser siempre persuadidaspara que acepten sus privaciones como aceptan elviento y la lluvia, como inconvenientes pero necesa-rias? A Hayek, por decir uno, no le preocupa : “Loscambios a los que la gente debe someterse son parte

    del costo del progreso, una ilustración del hecho deque no sólo las masas de hombres, sino, hablando ensentido estricto, todo ser humano es conducido por elbien del crecimiento de la civilización por un caminoque él no escoge. Si se preguntara a la mayoría su opi-nión acerca de todos los cambios que implica el pro-greso, probablemente querrían impedir muchas de lascondiciones y consecuencias necesarias y, de esemodo, en último término, detendrían el progreso mis-mo. No conozco ningún voto deliberado de la mayoría(en cuanto distinta de la elite gobernante) que hayadecidido a favor de unos sacrificios de este tipo en inte-rés de un futuro mejor como son realizados por unasociedad de libre mercado” (50-51). Es más, el “mundooccidental actualmente” ha sido testigo del “crecimien-to de una mayoría de empleados que, en muchos as-pectos, es ajena y a menudo hostil a casi todo lo queconstituye la fuerza dirigente de una sociedad libre...La libertad está, así, seriamente amenazada en la ac-tualidad por la tendencia de la mayoría de los emplea-dos a imponer sobre los demás sus criterios y visionesde la vida. Podría, en efecto, convertirse en la tarea másdifícil de todas el persuadir a las masas empleadas deque, en el interés general de su sociedad, y por tanto ensu interés a largo plazo, deberían conservar las condi-ciones que posibilitan a unos pocos alcanzar posicio-nes que para ellos son inaccesibles o les exigen dema-siado esfuerzo y riesgo” (CL 119-120). Esta no es, porsupuesto, una teoría de la lucha de clases que suponeun conflicto esencial de intereses entre trabajador ypatrón: después de todo hay un orden y una armoníaespontáneos que hacen del capitalismo, del sistema delmercado libre, la forma más elevada de cooperaciónsocial humana. Y aún, tanto para von Mises como paraHayek, los altos niveles de desigualdad durante lostiempos mejores y los sacrificios exigidos a los “emple-ados” durante los años duros, producirán constante einevitablemente entre la multitud “la tentación deluchar por una ventaja efímera por medio de accionesperjudiciales para el funcionamiento sin trabas del sis-tema social” (HA, 148). Es a esta tentación a la queapela el socialismo: “trabaja sobre las emociones,intenta asaltar las consideraciones lógicas excitandoun sentido del interés personal y ahogar la voz de larazón despertando los instintos primitivos” (Socialim,460). Cuando las “pasiones de las masas” (Socialism,460) son inflamadas y los instintos primitivos que lesinstan a evitar la privación y el sacrificio que dicta laracionalidad del mercado y a buscar su bienestar sondespertados, las “grandes masas que son incapaces depensar” (460) la mayor parte del tiempo, se conviertenen peligrosas: “la psique de masas nunca ha producidootra cosa que crímenes de masas, devastación y des-trucción” (460).

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  • Es precisamente con respecto a las masas de las quetan poco se puede esperar y de las que tanto hay quetemer que se llama a la acción al estado. El estado exis-te para asegurar y respaldar el imperio de la ley, temade buena parte de los escritos de Hayek, pero no demenos importancia para von Mises. Deberíamos dejarbien claro, sin embargo, que la expresión “imperio dela ley” no tiene nada que ver para von Mises y Hayekcon un formalismo jurídico, con la idea de la ley comoorden coherente y autorreferencial. Al contrario: vonMises, que al igual que Husserl insiste en confrontar elpositivismo con la verdad de sus orígenes, afirma quela ley “no tiene porque haber surgido legalmente. Laley no puede nacer de sí misma. Su origen se encuen-tra más allá de la esfera legal”. Otras teorías han loca-lizado este origen en un contrato fundador o en larazón, pero para von Mises descansa únicamente en elhecho de que la acción económica necesaria para laexistencia humana “exige condiciones estables”, enparticular que se ponga fin a la violencia: “La violenciay la ley, la guerra y la paz” son los dos extremos de lavida social; pero su contenido es “la acción económi-ca”. La violencia contra la que se requiere el funciona-miento de la ley no es la que se dirige contra las perso-nas -tales actos “ocurren excepcionalmente”. La vio-lencia para cuya prevención existe la ley es la que “sedirige a la propiedad de otro. La persona -vida y salud-es objeto de ataque sólo en cuanto éste obstaculiza laadquisición de propiedad” (Socialism, 34). El derechoy la libertad que la ley protege es la de la economía demercado misma que se funda en la propiedad privadaabsoluta. La “función esencial” del gobierno es la de“proteger el funcionamiento sin trabas de la economíade mercado contra la perturbación realizada por agre-sores nacionales o extranjeros” (HA, 282). Al describirel ejercicio de esta “función esencial”, von Mises re-nuncia a cualquier eufemismo: el estado “emplea supoder para forzar a la gente a la sumisión con el finúnicamente de prevenir las acciones destructivas con-tra la preservación del funcionamiento sin trabas de laeconomía de mercado” (HA, 257). Un estado de esetipo “debe estar preparado para aplastar las embesti-das de los alteradores de la paz” (HA,149).

    La idea de un régimen democrático plantea, enton-ces, un serio dilema: en la medida en la que una mayo-ría electoral representa la mayoría numérica de unasociedad determinada, esto es, la población trabajado-ra que puede elegir evitar los “sacrificios” y “costos” queHayek considera necesarios para el progreso, si, en vir-tud de que representa a “aquellos que tienen menoséxito”, actúa sobre la base de lo que a menudo se llama“justicia social”, pero que no es otra cosa que “envidia”(CL, 93), una mayoría semejante podría intentar inter-

    ferir en el mercado por medio de intentos miopes dealigerar lo que considera como indigencia. Por estarazón, Hayek advierte que “el actual uso indiscrimina-do de la palabra ‘democrático’ como un término gene-ral de encomio no deja de ser peligroso. Sugiere que, yaque la democracia es algo bueno, es siempre un triunfopara la especie humana” (104). El peligro inherente algobierno de la mayoría es que una mayoría democráti-ca pueda, como dice von Mises, “emborracharse depoder” e ignorar “los límites a la lista de cuestiones quedeberían decidirse de esa manera” (CL,106).

    Pero, la cuestión de los límites es más compleja delo que podría pensarse en un primer momento. Delmismo modo que los estados yerran cuando amplíanel limite de interferencia en el mercado, pueden hacerdaño reduciendo su intervención en defensa de la pro-piedad privada de la propiedad y del mercado contralas acciones de sus enemigos. Así, mientras los estadosmodernos han despilfarrado mucha energía (y dinerode los impuestos) en sus esfuerzos desencaminados de

    hacer efectiva esa condición quimérica conocida como“justicia social”, imponiendo controles sobre los alqui-leres y los salarios, proporcionando cuidado médico ydestruyendo el incentivo de los trabajadores para eltrabajo con los subsidios de desempleo, no han sidocapaces de “aplastar” y “forzar a la sumisión” a aque-llos cuyas acciones amenazan la propiedad y la econo-mía de mercado. La generación de las décadas de 1920y 1930 había hecho de todo menos destruir el imperiode la ley, argumentaba Hayek, al “resistirse a aceptarlimitación alguna a la acción colectiva” (CL, 247). Los“agresores nacionales” de la economía de mercadoconstituían para Hayek “los totalitarios en nuestro me-dio” (RS, 199-220). La figura sinecdótica de la violen-cia de masas de la acción colectiva contra el mercadoen las obras de ambos pensadores son los sindicatos, la

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  • organización de los trabajadores en su lugar de traba-jo. Como lo planteaba Hayek, “la base entera de nues-tra sociedad libre está gravemente amenazada por lospoderes asumidos por los sindicatos” (269). En la me-dida en la que los sindicatos han sacado de los patro-nes, gracias a su lucha por medio de la violencia y la in-timidación, salarios más altos y mejores condicionesde trabajo, han usado “su poder de una manera quetiende a hacer inefectivo el mercado”, al tiempo queadquirían un peligroso nivel de “control sobre la di-rección de la actividad económica”, ejerciendo una“constante presión al alza sobre el nivel del salario”(CL,272). Ademas de la subida de los salarios por enci-ma del nivel de mercado, han logrado “confiscar par-cial o completamente el ingreso específico de los capi-talistas y empresarios” (HA, 773).

    Los efectos políticos del sindicalismo de masas dela década de 1930 han sido tan destructivos para elorden social como sus efectos económicos. Los sindi-catos han promovido una feudalización de la sociedad,terminando de hecho con el monopolio de la fuerza delestado. “Los sindicatos son libres en la práctica derechazar por la fuerza a cualquiera que desafíe susórdenes concernientes a las tasas de salario y otrascondiciones laborales. Son libres para infligir impune-mente daños corporales a los esquiroles y a los empre-sarios y mandatarios de los empresarios que empleanesquiroles” (HA, 777-778). La negociación colectiva“no es una transacción de mercado. Es un dictado queel patrón se ve forzado a aceptar” (HA, 779). Porsupuesto, los sindicatos que tienen suficiente podercomo para dirigir dictados a los patrones y que domi-nan las técnicas de “la huelga, la violencia y el sabota-je” con el fin de asegurar “efímeras mejoras” para lostrabajadores, ejercen un poder tiránico “ante el que elmundo tiembla en la actualidad” (Socialim, 437).Citando el caso del Kapp Putsch de 1920 en el que unarevuelta militar fascista (con la que von Mises no sim-patizaba) fue derrotada por una huelga general,advierte que “lo importante no es simpatizar o no conla actitud política de los sindicatos. El hecho es que unpaís donde el sindicalismo es tan fuerte como paraponer en marcha una huelga general, el poder supre-mo está en manos de los sindicatos y no en las del par-lamento y del gobierno que depende de él” (Socialim,434). Se puede decir verdaderamente que las masastrabajadoras organizadas de esa manera contienen alos totalitarios en nuestro medio: “hemos mostrado

    que la solidaridad de los miembros del sindicato puedefundarse sólo en la idea de una guerra para destruir elorden social basado sobre la propiedad privada de losmedios de producción. La idea básica y no únicamen-te la práctica de los sindicatos es el afán de destruc-ción” (Socialim, 435).

    Ni el problema ni la solución del sindicalismo demasas reside en la ley: “por supuesto, la ley que con-vierte en una ofensa criminal el que un ciudadanorecurra -excepto en caso de defensa propia- a la violen-cia no ha sido formalmente anulada o reformada”(HA, 777). En cambio, los gobiernos han decididoponer en suspenso la ejecución de esas leyes: “la poli-cía no detiene a esos agresores, los fiscales del estadono los persiguen, y ninguna ocasión se le ofrece a lacorte penal para juzgarlos por sus acciones” (778). Ladesesperación de los neoliberales ante la acción colec-tiva sin límites les conduce a unas conclusiones tanincómodas que sólo las reconocerá Hayek y sólo lohará al final de su vida, admirando el “milagro chileno”que hizo posible el “aplastamiento” de los totalitariosen su medio realizado por el general Pinochet7.

    Es en torno a este punto que Hayek se acercamuchísimo a las posiciones anteriores a 1933 de CarlSchmitt. Mientras que Hayek condena con muchaostentación al “profesor Carl Schmitt, el teórico nazidel totalitarismo más prominente” (205) en Caminode servidumbre, en el posterior Los fundamentos de lalibertad su actitud es mucho más positiva. En mitad de

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    7.- Respondiendo a una pregunta acerca de la democracia en Latino América en un entrevista para un periódico chileno, Hayek seña-laba: “Personalmente prefiero un dictador liberal antes que un gobierno democrático sin liberalismo”, El mercurio, Santiago de Chile,12 de abril de 1981.

  • una larga nota en torno a la literatura reciente sobre elconcepto de imperio de la ley, argumenta: “La conduc-ta de Carl Schmitt bajo el régimen de Hitler no cambiael hecho de que, de los escritos modernos acerca deeste tema, los suyos están entre los más eruditos yperspicaces” (CL, 485). En particular, Hayek se refierea la obra de Schmitt de 1931 Der Hüter der Verfassung(La defensa de la constitución) donde Schmitt des-arrolla la noción de la dictadura comisariada que exis-te únicamente con el fin de defender la constitución yel imperio de la ley de aquellas fuerzas, tanto internascomo externas, que paralizan el orden social o lo sub-vierten activamente. A diferencia de la dictadura sobe-rana que busca destruir la anterior constitución eimponer un nuevo orden, la dictadura comisariadaexiste sólo con el fin de restablecer un orden que hasido alterado; es siempre temporal. De manera simi-lar, Hayek, así como distingue entre democracia libe-ral y totalitaria, distingue también entre dictaduraliberal o totalitaria. La acción legislativa de la mayoríade un parlamento puede minar la base de una socie-dad libre y, en ese sentido, independientemente delhecho de que represente la voluntad de la mayoría,pierde su legitimidad. Pero, igual de amenazante es lainacción de un ejecutivo ante la violencia de masas queconvierte la ley en algo sin sentido, “meras palabras”como lo expresaba Hobbes. El orden espontáneo delmercado requiere más que un simple imperio de la leypara salvaguardar la propiedad y defender el mercadode aquellos que quisieran alterarlo. Para ser efectivo,el orden y sus leyes debe necesariamente estar apoya-do en una relación de fuerzas: el equilibrio del merca-do sólo puede alcanzarse por medio de la fundación deun equilibrio de fuerzas sociales que por sí mismo ase-gurará su funcionamiento.

    La obra de von Mises y Hayek testifica de su antici-pación de una rebelión permanente, colectiva de losasalariados contra la presente y la futura exigencia desacrificio que realiza el mercado -el sacrificio de fuer-za, placer, compañerismo y posiblemente de la propiavida. Es esta rebelión la que constituye la permanenteamenaza totalitaria a la libertad de la propiedad y elintercambio que ningún orden constitucional puedeevitar y contra la que tampoco puede protegerse. Elestado, o aquellos que constituyen los garantes delorden legal, debe, respondiendo precisamente al mer-cado, trabajar constantemente para constreñir a lagente a aceptar su guía y dirección y para enfrentarsea las resistencias que esa dirección pueda provocar.Dependiendo del poder que tenga esa resistencia, lademocracia, con toda seguridad la forma preferida degobierno, debe algunas veces dejar paso a una dictadu-ra que sea capaz de salirse fuera de la ley y usar cual-

    quier fuerza que sea necesaria para restablecer suimperio.

    La disciplina impersonal del mercado a menudo sebasta a sí misma para asegurar un grado suficiente deconformidad incluso con los decretos más ásperos yletales del mismo mercado. Sólo cuando los afectadosse organizan para rechazar las exigencias de reducir suconsumo y aceptar las consecuencias, por muy horren-das que sean, de tal reducción, se hace necesario elsuplemento de la fuerza: cuanto mayor es el nivel deorganización y combatividad, mayor será la fuerzacorrespondiente requerida para aplastarlo y restable-cer el orden espontáneo de la cooperación humana.Pero, si las obras que hemos examinado son testigosde algo, lo son del hecho de que esa resistencia, pormuy esporádica que sea y por muy falta de coordina-ción que se encuentre, nunca ha sido reducida a cero.Es por esta razón, antes que por la timidez y la igno-rancia de los gobiernos, por la que el mercado puronunca ha existido: la vida misma es el obstáculo insu-perable para su realización. ¿No es entonces el merca-do nada más que un ideal, que una ficción?Deberíamos ser cautos aquí: si el mercado es un ideal(en el sentido de que nunca se va a realizar), no por esoes una ilusión. Por el contrario, tiene una efectividad,la del principio en el nombre del cual se violenta loreal. La vida tal como aflora en las obras de nuestrosnecroeconomistas no es el límite del derecho, aquelloque no puede poseerse como derecho. No es nada másni nada menos que lo que se resiste a la muerte exigi-da por el mercado.

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