El Pensamiento Vivo de Seneca y La Brevedad de La Vida

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EL PENSAMIENTO VIVO DE SÉNECA (Análisis/resumen/ del libro de María Zambrano, “El pensamiento vivo de Séneca”) Actualidad de Séneca El hombre posee el privilegio de tener antepasados; cuando se pertenece a un mundo tan completo como el de la cultura occidental, los antepasados (además de los consanguíneos) son múltiples. Pero no todos los antepasados están siempre patentes o de actualidad. Algunos permanecen años e incluso siglos en el olvido y de repente aparecen. Entonces nos encontramos con un saber que no se recordaba, cargado de significaciones, quizá la clave de todo lo que nos sucede. Hay hombres permanentes, “clásicos”, son la constante que mantiene la continuidad de una cultura, aparentemente no ven alterada su trascendencia, pero ésta crece, disminuye, cambia de dirección… Y también hay otros hombres cuyo papel es diferente de los clásicos oficiales: son otra especie dentro de las figuras históricas. No todos los que han trascendido tienen la misma función: hay diferentes tipos de influencia y seducción. Séneca pertenece a este segundo tipo de clásicos no oficiales, que tienen una cierta permanencia en la popularidad y capacidad de renacer para los cultos. Tanto los más permanentes o clásicos, como estos otros entre los que se encuentra Séneca nos hace preguntarnos: ¿por qué llegan hasta las capas más humildes de la cultura? ¿Por qué llegan a encarnarse en la cultura analfabeta? Y más aún: ¿por qué se repiten con tanta frecuencia en el cambiante curso de la historia? Y ¿por qué se mantiene en 1

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Rafael Vela. Un estudio sobre la interpretación de María Zambrano acerca de Séneca en relación con el ``De brevitate vitae´´.

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EL PENSAMIENTO VIVO DE SÉNECA

(Análisis/resumen/ del libro de María Zambrano, “El pensamiento vivo de Séneca”)

Actualidad de Séneca

El hombre posee el privilegio de tener antepasados; cuando se pertenece a un mundo tan completo como el de la cultura occidental, los antepasados (además de los consanguíneos) son múltiples. Pero no todos los antepasados están siempre patentes o de actualidad. Algunos permanecen años e incluso siglos en el olvido y de repente aparecen. Entonces nos encontramos con un saber que no se recordaba, cargado de significaciones, quizá la clave de todo lo que nos sucede.

Hay hombres permanentes, “clásicos”, son la constante que mantiene la continuidad de una cultura, aparentemente no ven alterada su trascendencia, pero ésta crece, disminuye, cambia de dirección… Y también hay otros hombres cuyo papel es diferente de los clásicos oficiales: son otra especie dentro de las figuras históricas. No todos los que han trascendido tienen la misma función: hay diferentes tipos de influencia y seducción. Séneca pertenece a este segundo tipo de clásicos no oficiales, que tienen una cierta permanencia en la popularidad y capacidad de renacer para los cultos.

Tanto los más permanentes o clásicos, como estos otros entre los que se encuentra Séneca nos hace preguntarnos: ¿por qué llegan hasta las capas más humildes de la cultura? ¿Por qué llegan a encarnarse en la cultura analfabeta? Y más aún: ¿por qué se repiten con tanta frecuencia en el cambiante curso de la historia? Y ¿por qué se mantiene en épocas tan lejanas como las que vivimos, la relación con figuras de tiempos tan ancestrales?

La primera cuestión, se confunde casi con la efectiva popularidad de Séneca y su arraigo en la memoria del pueblo español, un arraigo tan evidente que llega a revelar la realidad a los hijos más preclaros de la cultura en la que influye y que en algunos temas, como la tradición, resulta de suma importancia para el estudio histórico. Por eso es interesante analizar a Séneca desde la facultad que tienen este tipo de clásicos para renacer, para aflorar repentinamente, en un momento dado, en la conciencia de una época aunque pareciera ya olvidado. Séneca no vuelve por la genialidad de su pensamiento, ni por nada que tenga que ofrecer al audaz conocimiento de hoy, lo que a la mirada de los menos preparados no les proporciona lección alguna y puede ser una pesada carga para su cabeza. Vuelve en virtud de una

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situación que estamos pasando y a la que queremos encontrar alivio, queremos volver a una casa abandonada donde nos sentimos seguros.

Sin embargo, después de esta alegría surge la inquietud, porque hemos encontrado a un antepasado que vivió por nosotros, y no sabemos con certeza que puede significar este encuentro y a que nos compromete su aceptación. Entonces, ¿por qué lo necesitábamos? Porque el olvido de un antepasado resultaría una turbiedad más en nuestra ya turbia vida, y porque queremos conocer lo que nos quiere decir y lo que significa para nosotros en el momento justo de nuestra vida en el que volvemos a recordarlo. Y es que todo lo que pertenece al pasado puede revivirse un día en el presente, aclararlo, adecuarlo, para que nuestra vida no se detenga, no se bloquee con su pérdida.

La Universalidad de Séneca

No todas las figuras filosóficas tienen la misma influencia: unas, las históricas como los presocráticos, Platón, Sócrates, Aristóteles… permanecen como categóricas de la vida de un país, de un pueblo. Desde él renacen y cobran nueva vida y sus ideas filosóficas subsisten. Únicamente tienen sentido desde los problemas que plantean y tratan de solucionar. Sin embargo, otras figuras, como Séneca, influyen en todos los hombres, cultos o incultos.

Séneca nació en Córdoba (España) y significó mucho para la “tradición popular” española, pero debería estudiarse siguiendo el rastro de su universalidad. Ser figura de la historia universal más allá del país al que pertenece sólo sucede, a aquellos que como él se encarnaron en los distintos modos de ser hombre, en todas sus versiones, en su ser trascendente. Él quiso llegar al límite de su máxima expresión y recorrió valientemente su camino siguiendo sus teorías hasta el final. De este modo consumió sus ideas, fundamentadas en la razón, hasta hacerse transparente, claro hasta para los humanos menos versados en principios teóricos filosóficos. Aceptó el difícil papel que le tocó vivir para todos, y lo hizo con una virtud entera, con una entereza y coherencia fuera de toda duda, convirtiéndose en un ejemplo de cómo vivir para todos los hombres que sufrieron una de las épocas más terribles de la historia: el Imperio Romano.

Entre los filósofos hay figuras que enseñan una teoría o un conocimiento; o bien que enseñan el modo de llegar a él, pero que no consiguen aplicarlo a la vida normal, y otros hombres llamados vulgares, perezosos, que quieren que les digan las cosas con claridad, o que les digan incluso lo que tienen que hacer o se las den hechas. Son hombres imprecisos y confusos. Pero Séneca, por el contrario, apuró sus propios límites para facilitarles las cosas y al ser él mismo una figura terminada no hubo que pensar más allá de él mismo ni poner la mente a pleno esfuerzo para prolongar sus ideas. Desde el comienzo aparece cercano, familiar, pero por encima de nosotros.

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Ello no quiere decir que Séneca no tenga misterio: (lo excesivamente claro no lo tiene), lo tiene y necesita descifrarse de algún modo, lo cual parecería una paradoja. Se trata más bien de entender su capacidad de seducción, su hechizo que no proviene de su pensamiento desvelado con precisión, sino de que quiere revelarnos algo, proponernos algo, algo de lo que queremos librarnos, algún camino que no acabamos de atrevernos a recorrer, alguna solución para nuestra vida que tememos emprender.

La filosofía antigua en general, y de ella especialmente la estoica, nos propone teorías que son como amargas medicinas, vigilia, desvelo… Nos piden despertar a través de un duro proceso de conocimiento basado en la razón, aceptar alguna verdad que necesita de todo nuestro valor. Séneca pertenece a esta estirpe de filósofos que nos dirige hacia el amargo despertar de nuestros ensueños para hacernos “entrar en razón”, como todavía decimos en España. Pero nos interesa porque no lo hace como los demás filósofos, sentimos en él algo suave, tranquilizador, no vemos únicamente una razón pura, sino más bien una razón dulcificada, como si más que filósofo fuera un meditador sin un sistema, sin una lógica exigente. Es más bien un filósofo curandero que nos trae el remedio a otras duras realidades. Más que curar pretende aliviar, más que despertarnos pretende consolarnos.

Se ha considerado a Séneca como un mediador entre la vida y el pensamiento, entre el “logos”, establecido por la filosofía griega como principio de todas las cosas (a menudo inalcanzable para la gente normal) y la vida humilde, menesterosa y a veces terrible…

La hora de Séneca

Cuando Séneca vivía, el hombre era demasiado rico o demasiado pobre; demasiado sabio, lo suficiente como para estar medio perdido en sus saberes, y por encima de todo demasiado desamparado… ¿Vivimos una época semejante? En su época, los filósofos poblaban las calles de la capital del Imperio Romano, pero la filosofía de Platón y Aristóteles se había acallado y no prendía en el corazón de los hombres porque parecía exigir la esclavitud de la mente y cómo “morir en vida”. Pero la vida contemplativa requería tal renuncia por una parte y tal actividad por otra, que solo una minoría aristocrática podía dedicarse a ella. Además, estos filósofos no hablaban con la gente, sino que llevaban una vida contemplativa y monástica. En cambio, sí estaban los estoicos, los epicúreos, los cínicos y los cirenaicos como sectas que pretendían dirigir la vida de la gente y se mezclaban con ella, practicando la “pesca de almas”. Era una filosofía que tenía algo de creencia, de religión, por eso tenían tanto empeño en propagarse.

De entre todas estas nuevas corrientes filosóficas, los estoicos como Séneca (aunque con ciertas peculiaridades y no uno más de la escuela) o los epicúreos, eran sectas más calladas, más reservadas y prudentes. Mientras cínicos y cirenaicos

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proclamaban a voces en las calles la desoladora verdad del hombre y el desamparo del ser humano, sobre todo los estoicos y también los epicúreos, preferían defender ideas basadas en el consuelo, el alivio y la resignación ante la enfermedad, ante la muerte de un ser querido, la pérdida de la fortuna, el destierro, la ausencia. Pero siendo filosofía tampoco se distrajo del empeño esencial de hacer frente a las desgracias del hombre, su razón de ser va a ser la de una filosofía basada en la razón compadecida de la condición desvalida del hombre, y la entrada de la misericordia y la piedad en la “razón” antigua. A fin de cuentas, con esta filosofía se llega a la sabiduría de la misericordia, del modo de ir matando el tiempo, es decir, deteniéndolo, soslayando la vida mientras se llega a la muerte y aceptándola como si también fuera vida, deslizándose en ella mansamente y sin quejarse.

La razón desvalida

Estos nuevos filósofos también habían acudido a la fuente de la razón. Pero no a la razón más perfecta y desarrollada, como la platónica o aristotélica. Con el nombre de filósofos vivían algo parecido a la religión. La razón platónica/aristotélica, sobre todo reforzada por la física y la metafísica de Aristóteles, encontraron una explicación a la realidad tan ligada a sus principios racionales que subsistió durante muchos siglos, pero no pudo desvanecer la enfermedad de la época de la que estamos hablando: el terror humano. Se atravesó a esta filosofía clásica algo tan importante como el Poder, y nada menos que el salvaje poder del Imperio Romano.

Así, a la antigua melancolía por el correr del tiempo, y a las cuestiones y problemas que plantean la naturaleza y sus misterios y, más aún, al intento de descubrir lo que significa el hombre, se añadió en este periodo la amargura infinita de sentirse a merced del poder, ejercido en su más bárbara expresión.

El hombre del Imperio Romano se sentía más huérfano y solitario, mucho más angustiado que los que vivieron antes de Sócrates, quien razonaba que la virtud puede enseñarse y que por lo tanto quien la alcanzara sería dueño de su destino. Pero en los tiempos del siglo del que hablamos, la razón de Platón se había elevado a un alto lugar donde permanecía sustraída al tiempo y con su valor perdido, ya que más que entender el vaivén de la naturaleza había que vivir el ambiente desatado por las pasiones humanas (ni por asomo parecido a la Grecia de Platón), y el ascenso al poder de estas pasiones en su máxima expresión. En definitiva, el poder sin límites. (El caos, el desorden, pero no cosmológico sino social).

La razón ya había fracasado en tiempos de Platón, cuando no logró establecer, ni en la más remota isla, su ideal de República, en la que la justicia y la razón serían su esencia. Y por ello la razón quedó desvalida, al margen del estado, lo que implicaba que el hombre que tenía que vivir bajo ese poder brutal no podía atenerse enteramente a ella, salvo que, como Sócrates, estuviera decidido a ofrecerle su vida o

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consumirse en ella. Pero aún así, en los días de Séneca, seguía presente la “alta razón”: si el hombre quería formarse una idea de sí mismo tenía que acudir a ella y sin noción acerca de sí mismo el hombre no puede vivir, tiene que saber quien es y lo que es. A esta idea se oponía el poder sin medida, orden ni armonía. El alma engendrada por Grecia tuvo que sufrir la más terrible servidumbre a este Imperio en el que la vida se convirtió en una pesadilla.

La filosofía en el Imperio Romano

Los antiguos y desiguales dioses, ya superados por la filosofía, se concentraron en la figura del Emperador. De este modo volvieron a llegar al poder, pero sin elemento poético alguno, sin ni siquiera esa cierta libertad que los antiguos dioses dejaban a los hombres. Significó el retorno al mundo del rencor, de la venganza, del delirio y del capricho sin restricciones. Un mundo totalitario en sus bajezas. Por todo esto y en esta brutal época, la razón tenía que proceder de otra manera para deshacer esos lazos de poder. Y esa fue la tarea de las escuelas filosóficas vigentes en aquella época.

Muchos quisieron posiblemente renunciar a la “razón”, al “ser” a “la medida” y desde luego a la “unidad” y a la “idea”. Muchos también quisieron renunciar a toda “razón”, no solo a la dialéctica sino a la primera razón descubierta por Heráclito y al simple preguntar de Tales y Anaximandro. En definitiva quisieron renunciar a lo que significa la pregunta dialéctica (filosófica), fundamento de todo aquello que tiene sentido. Sin embargo, no lo consiguieron y tuvieron que volver a la razón, a la razón restringida como medición y consuelo, que fuera un suave remedio que aportara fuerza ante las circunstancias. La defensa de esta razón, por encima de todo, que no fue respetada por el tirano, llevó a Séneca a la muerte (como había ocurrido a Sócrates).

Séneca el Estoico

Aunque se pueda incluir a Séneca en la Escuela de los Estoicos, existen ciertas peculiaridades que lo hacen trascender a esta secta en particular. De no haber sido así no habría alcanzado tanta importancia. Es cierto que a veces fue el perfecto estoico en cuanto a su actitud, pero también demostró un estilo personal y diferente y una doctrina que se alejaba del modelo. En cuanto a su actitud mostró cautela, habilidad, vacilación, orgullo y una relativa impureza, sin embargo en ninguno de los filósofos estoicos se aprecia tan nítidamente como en Séneca el fondo último del estoicismo: la resignación: “Solo la razón puede conducirnos a la resignación, si ésta no nos asistiera la resignación sería imposible y cederíamos a la desesperación”. Según Séneca, el sabio se retira a un lugar al margen, más allá de la esperanza y de la desesperación. Es como una vuelta atrás, una retirada hacia la fe antigua y por ello abandonada. Las ideas de

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Séneca no son una religión, o una filosofía, es una mezcla de ambas, quizá una religión con contenido filosófico.

Para la autora del libro que ahora comento, esta regresión a otra época sería algo así como volver a la fe perdida, una fe que para la filosofía griega, sobre todo para Platón y Aristóteles, significaba una esperanza, un ensanchamiento del “ser” del hombre, casi una seguridad. En los tiempos de Séneca se regresó a ese “sueño de la razón”, es decir, a una antigua fe inconmovible que podía, en esos brutales momentos, soportarla para que siguiera viva, una fe que aparece cuando la razón se encuentra desvalida para salvar a los hombres que sienten el horror sin sentido, y el horror a los antiguos dioses que estaban fuera de medida y de razón y el horror ante el poder desmedido, caprichoso, arbitrario, el poder por el poder.

Séneca vivo

Como Sócrates, Séneca vivió para los demás, y por ello se explica el apego que hacia él tenían los hombres que en general no sabían nada de filosofía. Ambos utilizaron una razón nada dogmática y muy persuasiva, pero tanto la verdad de Sócrates como la de Séneca no estaban concebidas por la piedad, aunque ésta se filtre finalmente de su doctrina.

El que la piedad se introdujera en algo tan contrario como la razón nos dice hasta que punto el hombre de la época estaba desamparado. Este retorno de la razón a la piedad pone de manifiesto uno de los instantes más dramáticos de la historia humana: la sabiduría resulta al tiempo demasiado y demasiado poco, y despegada de la realidad sin adaptarse a la medida del hombre. Éste se siente solo.

Séneca, abandonando la pura sabiduría, se acerca al os hombres de toda condición y les da, no ya lo que sabe a través de la razón, sino lo que necesitan. Quizá por esto, cuando los hombres desvalidos esperan algo de la razón y que se les razone el porqué de sus desgracias, no aparece ante ellos la figura de un sabio filósofo moderno, sino la de un Sócrates, o más aún la de Séneca, que persuade a todos de que desde su desamparo pueden llegar a la fortaleza. Por eso, podemos explicar el pensamiento vivo de Séneca desde su personalidad.

Cuando llegan tiempos en los que la pura razón ya no hace su efecto, no queda más remedio para los que sufren que buscar figuras sabias que en el tiempo vivieron; desde el sufrimiento que padecían, supieron hacer una trascendencia, algo que está y no está al mismo tiempo en el mundo, y está porque necesita ser buscado. Figuras que utilizaron su existencia invirtiendo su caudal de conocimiento para aliviar la necesidad de los demás. Seres que no nos agobian sobre todo en los momentos de sufrimiento, como pesadillas que nos oprimen con su tremenda trascendencia.

Séneca el Sabio

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Séneca representa para la cultura popular la figura del sabio; así está dibujada en la cultura española, lo recordamos como alguien o algo “que ya no hay”. El sabio es una figura del mundo pagano, concretamente oriental. Es, en realidad, una figura que Grecia conservó de Oriente; además de las muchas ideas y maneras de sentir la vida y la muerte orientales a las que los filósofos griegos fueron iluminando.

Todo sabio conserva esa raíz tan antigua, no occidental todavía, y por eso actúa como bálsamo para la a veces demasiado activa mente moderna europea. Es verdad que la palabra sabio hace alusión al saber, pero no tiene su esencia en él, como sí la tiene en el intelectual moderno para el que el saber parece ser un fin. Los sabios y los intelectuales modernos, a partir del Renacimiento, tenían pasión por saber, mayoritariamente enraizados en el “saber por saber”.

Decía Aristóteles que las causas del saber eran siempre algo: un deseo, una necesidad, un amor, una voluntad. Esta voluntad parece que ha sido el sustrato de los intelectuales europeos modernos en un algo así como “loco afán” por descubrir “la verdad o las verdades! Más que amor por la verdad, ha sido una avidez que ha devorado al hombre sin dejarle sosiego alguno. Por todo ello lo que diferencia al intelectual del sabio, del filósofo, del hombre de ciencia, dice la autora, -y así yo lo creo también- es la quietud.

El sabio no parece devorado por nada, no le impulsa nada, por el contrario, perece haber llegado al final de sus ansias, parece que descansa en vida. En definitiva, el sabio es aquel que ya en vida está como si hubiera muerto. Es un ser humano que está maduro para la muerte y dispuesto a partir sin desgarramiento. Lo repiten siempre los filósofos griegos clásicos y en ello concuerdan con el sabio oriental.

Séneca es uno de estos prototipos de sabio, del que está “maduro para la muerte”. No pretendía conocer por conocer. Su sabiduría consistía en saber vivir y morir, pero de un modo curioso y notable que lo hace diferente: él mismo dice que “el peor de los males es estar muerto antes de morir” (Esto parece poco oriental y se aleja de la filosofía clásica griega). Séneca es un sabio a la defensiva, lo que es típico del estoicismo y del epicureísmo. El filósofo estoico no ha llegado a la filosofía por amor a la sabiduría o ansia de la verdad, no, ha llegado como remedio a su vida. La verdad, y la razón sirven como ayuda, como remedio. Nos enseñan cómo al menos en ciertas épocas, el mejor apoyo de la vida es lo que parece ser su contrario, es decir, la razón, pero esa razón impregnada de piedad, de consuelo…

Séneca se hace sabio al verse acorralado por los acontecimientos y, además, al contrario que Sócrates, no quería disponer de su vida para ofrecerla a la verdad, aún así sucumbió como él, pero al contrario que el filósofo griego sucumbió sin esperanza. Otra diferencia con Sócrates y Platón es que cuando éstos necesitaban del poder para hacer realidad su filosofía, Séneca jamás pretendió “el poder para la razón” sino tan

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solo “un poco de razón necesaria para que la vida pudiera soportarse”. No es un creyente ni siquiera en la razón (que tan bien conocía). La razón para él no es una esperanza, no aspira a poseer la vida entera, solo le sirve para sostenerse en su medio/vida. Por cierto, la medio/vida que desde entonces tuvo ya siempre la razón en Occidente, (cosa que ni Platón ni Aristóteles pudieron imaginar).

El “entrar en razón” que nos propone Séneca significa una especie de renuncia al razón misma, con resignación de la razón a la vida, una resignación de la razón a causa de la sin razón de la vida, una resignación de a vida a causa de la muerte inexorable. Esta es su amarga sabiduría y también su paradoja: saber que no podemos abandonarnos a la razón y tampoco a la sin razón, porque ni una ni otra son enteramente. Para Séneca hay que saber que en cada instante de la vida, para cada asunto y circunstancia, existe una cierta mezcla de razón y sin razón, es decir, de ley y desorden. De modo que, para él, el sabio lo es por el arte de encontrar ese punto de equilibrio, el saber moverse entre la relatividad sin descanso, que es lo que realmente es la vida humana.

Descubrimiento del Tiempo

Para Séneca, la experiencia de este descubrimiento es lo que aporta la mayor madurez al hombre. Esta verdad no nos es evidente, si alguna vez sentimos su paso pronto lo olvidamos, sumergiéndonos en el. El tiempo, como quizá todas las demás realidades, exige de otra distinta, desde la cual pueda ser abarcado… sentido. El descubrimiento del tiempo solo se unifica en los momentos en los que hemos perdido algo que lo llenaba. Si toda la vida es tiempo, la evidencia de esta realidad se nos hace presente en determinadas circunstancias: cuando algo nos ha abandonado, o también cuando alcanzamos una cierta edad y vemos que ya nos va quedando menos….

El tiempo es la sustancia de nuestra vida y el fondo permanente de todo lo que vivimos. Si caemos en ese fondo no encontraremos con estados como la angustia, el desengaño, el vacío. Porque descubrir el tiempo es descubrir el engaño de la vida, su trampa, pero al descubrirlo tenemos la oportunidad de hacerlo desaparecer y “entrar en razón”.

Hay épocas en que los hombres se pueden permitir el lujo de vivir ignorándolo: los momentos de la niñez y la juventud. Incluso ocurre en los que ya son hombres y viven embargados por las ilusiones, el juego, incluso el trabajo… Pero como todo esto no está sostenido en cimientos firmes al fin, un día u otro, se cae en él, en el tiempo.

En el mundo antiguo ese momento ocurrió cuando dicho mundo llegaba a su termino, casi tocaba su horizonte. Esto se ve claramente con el retroceso a las antiguas teorías que explicamos antes por parte del Estoicismo, y también se vio en aquella época terrible; en la creciente desesperación de la gente que llegó a optar muchas

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veces por el suicidio. Y se vio, así mismo, en el tedio que no era sino una absurda ocupación: una huída de las gentes afortunadas.

Séneca vivió un momento propicio para descubrir el tiempo al pasar de un mundo lleno como nunca de esplendor, poderío, de ocio y de negocio, a la situación que hemos explicado de desesperanza. Ese cambio brutal, como la muerte de alguien, te hace “entrar en razón” y al ver el cambio tan claramente sientes lo que ya no está, lo que se acabó y lo que ocurre es que “sientes el tiempo”. Así mismo, cuando ciertas ocupaciones vacías nos demuestran las claves de su vacuidad y los placeres nos dispersan, se acaba por sentir también el tiempo, en este caso sintiendo el tiempo perdido…

El tiempo se descubre realmente en momentos de desamparo. En cambio, cuando el hombre se siente tutelado por una creencia máxima, unitaria y que recoge a todas las demás creencias como si fuera la fuente de todas ellas, las cosas pueden correr hacia la destrucción y nosotros con ellas. Esa creencia radical y última nos aproximará algo así como a una seguridad intemporal, una seguridad que parece que estuviera por encima o aparte del tiempo, y que nos curará de la melancolía que produce esta realidad.

Y además, cuando tenemos esta creencia última y unitaria, la propia seguridad que nos inspira nos lanza hacia la acción, sea la que sea, incluso a la contemplación misma; hacia un actuar verdadero que modifica las cosas porque es el único que mata el tiempo, en el sentido de que lo detiene. Este actuar verdadero significa un acto de fe, de voluntad, de amor y de contemplación, un acto que en su sentido más verdadero es como un éxtasis.

Por eso Séneca, lo primero que recomienda para “detener el tiempo” es saber administrarlo. Y su moral, esa moral como todo lo suyo, a la defensiva, estará en este caso a la defensiva del tiempo y del poder, no es la de la quietud como podría suponerse de un estoico, sino la de la actividad: el trabajo (un sabio no puede permanecer jamás inactivo). Séneca lo justifica unas veces por el bien de sus conciudadanos, otras por el entretenimiento del tiempo y siempre para detenerlo, para matarlo… En definitiva pide que nos convirtamos a esta realidad fundamental y última, de quien ha perdido todas sus creencias, aferrándonos a él para no perderlo y aprovecharlo con inteligencia.,

La muerte

El sentido del tiempo conduce a otra realidad aún posterior al tiempo: la muerte, que está en el tiempo mismo, que está en la vida. Dice Séneca: “¿Dónde se encuentra a una sola persona que sepa el precio del tiempo, el valor de un día y que considere que cada día muere? Esto es lo que produce el engaño: que miramos la

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muerte de lejos, aunque en gran parte ya ha pasado, porque el tiempo pasado pertenece a la muerte”.

Séneca, respecto a la muerte, no nos trae una doctrina, sino un arte, el arte de matar el tiempo, de detenerlo y de aceptar la muerte, y matarla también al dejar tranquilamente que llegue. De todos modos, es típico de Séneca entregarse con reservas. Es un maestro en retiradas y entregas (se entrega pero con reservas). Cuando, por ejemplo habla de cómo debe abandonar el sabio la política, o la vida pública o los negocios, vemos claramente su estrategia: “Porque yo no niego que tal vez se ha de hacer la retirada, pero ha de ser a paso lento, sin que el enemigo lo entienda, conservando las banderas y la reputación militar”.

Séneca siempre se entregará cautelosamente. Es un estratega incluso frente a la muerte. Es, además, el negociador, el diplomático que lucha hasta el final, procurando sacar las mayores ventajas y defendiendo el tiempo, la vida. Por eso recomienda estas dos cosas: una actividad incesante para no estar muertos antes de morir y una adecuada administración del tiempo, siempre vigilante frente a la muerte. Y finalmente, nos pide resignación ante todo lo que pudiera llegarnos. Se trata de un pesimismo estratégico que cuando llegue ya no será lo peor, pues nos cogerá prevenidos. Para Séneca este peor es simplemente la entrega total de nuestros bienes, porque todo en el hombre es un bien fugitivo, nuestro ser es un préstamo y tenemos que devolverlo.

Es la dulce burla con la que el sabio contempla su nada, de la que procura sacar un algo……

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DE BREVITATE VITAE (SÉNECA)

(Análisis de la obra)

El libro De Brevitate Vitæ está dirigido a Pompeyo Paulino, cuñado, según parece, de Séneca, quien le escribió después de la muerte de Gayo César.

Comienza Séneca diciendo que la mayoría de las personas se quejan de la brevedad del tiempo y su discurrir veloz, que los deja “plantados, en los propios preparativos de su vida”.

Séneca afirma, sin embargo, que no es que dispongamos de poco tiempo; más bien la vida es suficientemente larga para su propia realización “si se invierte bien toda entera”, sino la desperdiciamos y “cuando por fin nos reclama nuestro último trance, nos percatamos de que ya ha transcurrido la vida que no comprendimos que corría”. Esto es, tenemos el tiempo justo para realizar lo que es importante, de modo que la duración de la vida depende del uso que hagamos de ella, y mientras a unos los

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domina la avaricia, otros se sumergen en el océano de la bebida, la ambición, la pasión por la guerra, ocupados por la fortuna de unos o la suya propia, y los más, “que no van detrás de nada en concreto” y que disgustados consigo mismos por su volubilidad errática son sorprendidos por su destino languideciendo y bostezando.

No somos más que esclavos de unos vicios que no nos dejan alzar los ojos para contemplar la verdad y la vida, de tal forma que nunca tenemos reposo de nuestras pasiones.

Esto no solo es aplicable a esas personas en las que se pone de manifiesto su desdicha, si no a aquellas que sin parecerlo realmente, lo son. Séneca se refiere a aquellos, ahogados por sus bienes y abrumados por la obligación diaria de mantener su talento. Aquellos que, ocupados en los demás ninguno se ocupa de sí mismo. A pesar de esto siguen malgastando el tiempo otorgando prioridad a la privacidad y los bienes materiales.

De tal modo es esto así, que cuando llegue uno al extremo de su vida, hará cuenta de que tiene menos años de lo que calculaba, desperdiciado el resto, en asuntos banales y de otros.

A pesar de nuestra rigidez para conservar lo que es nuestro, permitimos que se lleven nuestro tiempo como si éste fuera cual energía renovable, como si pudiéramos disponer de él por toda la eternidad. “Todo lo teméis como mortales, todo lo queréis como inmortales”

Hay quienes dejan la contemplación de uno mismo y el ocio para el final de su vida, pero, ¿Qué garantías de una vida más larga recibimos?

Es de interés, destacar la palpable irritación del autor tan sólo al pensar que nos reservamos los restos de nuestra vida para nosotros y la reflexión, debido a que ya no podemos dedicar ese tiempo a cosa alguna. “¡Qué tarde es empezar a vivir precisamente cuando hay que dejarlo!”

A continuación Séneca propone tres ejemplos de hombres históricos y poderosos que desearon el ocio por encima de todos sus bienes:

Augusto; Quien determinaba la suerte de hombres y naciones. Había sido consciente del duro trabajo y penurias que costaban mantener “aquellos bienes que resplandecían por todas las tierras”. Para él, el ocio era de máxima importancia, anhelaba el día de poder dedicarse por entero a él y a sí mismo, de tal modo que, como no podía tenerlo en la práctica se deleitaba con sólo pensar en ello.

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“Éste era el anhelo de quien podía hacer que todos vieran realizados sus anhelos”.

Marco Cicerón; Rodeado de enemigos manifiestos y amigos dudosos, ya en los últimos momentos de la república, cuando su padre había sido derrotado y el ejército de su hijo estaba quebrantado, se consideraba “medio libre”. (Según Séneca humillante descalificativo para un sabio, puesto que es precisamente éste el que ha de vivir a parte de todas esas inquietudes, que no hacen más que alimentar la angustia y la pesadumbre).

Livio Druso; Hombre impetuoso y ambicioso, autor del impulso y promoción de nuevas leyes, tarde se quejaba de no haber tenido vacaciones para sí.

Aquí, se percibe una clara crítica a la política, pues ésta y sus preocupaciones le desgastan a uno hasta el punto de considerarse “a medias libre”.

Cicerón no abrazó la sabiduría ni la plena libertad porque no supo desvincularse de la política.

Por otro lado, desperdician el tiempo tanto los que se dedican a la bebida y a la lascivia (“Cuánto tiempo perdido sintiendo miedo, cuánto tiempo perdido cortejando y siendo cortejados”), como los que, “se dejan cautivar por una imagen vana de la gloria”, puesto que nada es menos apropiado de un hombre obsesionado que el vivir.

Es lógico que aquel cuya vida la gente se ha llevado, descubra sorprendido que no ha tenido suficiente tiempo para vivir, ellos mismos son conscientes, y, advierte Séneca; cómo va a tener tiempo si “todos los que te reclaman para ellos te sustraen a ti mismo”.

Séneca divide la vida en tres etapas; la que ha sido, la que es y la que va a ser. Donde el presente es breve, el futuro incierto y el pasado seguro.

Séneca dice que los atareados han perdido ésta última, en tanto que no tienen tiempo para mirar al pasado y aprender de sus errores, puesto que les es desagradable el recuero de aquello de lo que se arrepienten.

La vida del atareado no sirve de nada si no aprende de los errores que comete, puesto que si no los corrige siempre obrará de igual manera ante los mismos asuntos. “Propio de una mente tranquila y sosegada es desplazarse por todas las etapas de su vida”.

Si bien es cierto que no es loable una vida atareada, pues no te permite madurar el espíritu y prepararlo para la muerte, la vida ociosa extrema, es enfermiza y se educa para desaprender la vida y las conductas propias de un hombre.

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Como ejemplo de vida ociosa llevada al extremo, Séneca nos cita a aquellos hombres “refinados”, aquellos señoritos que se alborotan porque les han recortado un pelo de la cabellera que no debían, o los han peinado mal, aquellos quienes otros han de recordar cuándo deben levantarse, cuándo nadar y que no pueden si quiera saber por sí mismos si tienen hambre.

Tal es la incapacidad de éstos que uno de ellos, cuenta Séneca que, colocado en la silla, preguntó si estaba sentado.

Séneca les critica duramente diciendo que “parece de hombre demasiado plebeyo y menospreciable saber qué haces”.

Para Séneca es triste la vida de los atareados pues no es toda suya, pero mucho más lamentable es la vida de aquellos que no se responsabilizan de sí mismos. Les es muy corta su vida en tanto que piensen en qué proporción ha sido suya.

Un verdadero ocioso es sin embargo aquel que de su ocio tiene también sensación.

Son hombres ociosos quienes están libres de hacer sabiduría, quienes aprenden del pensamiento de otros, pues cualquier tiempo lo añaden al suyo. “Todos los años que se han desarrollado antes que ellos, están adquiridos para ellos”.

Hay aquí presentes dos ideas; Por un lado somos seres históricos en tanto que adquirimos nuestro conocimiento de la historia (“Ya que la naturaleza nos permite extendernos para participar en cualquier época, ¿Cómo no entregarnos de todo corazón, saliendo de este tránsito temporal exiguo y caduco, a las cosas que son ilimitadas, eternas, comunes con los mejores?”). Y por otro lado el hombre sabio no sólo considera y aprovecha su tiempo, sino que añaden, aprendiendo doctrinas pasadas, sabiduría y tiempo a su vida.

Una posible explicación de este fenómeno (Regalar el tiempo a quienes lo reclaman como si no pidieran nada) es la inmaterialidad de éste, ya que no es sensible a los sentidos, le conceden un valor nulo,”empleándolo sin restricciones como si fuera gratuito”.

No valoran el tiempo cuando disponen de todo él, pero cuando ven próximo el momento de la muerte, donarían todo su dinero por un poco más de tiempo, tal es la contradicción de sus sentimientos.

Séneca pone de manifiesto con respecto al tiempo, que no se debe celar tanto, lo que sabes que te queda poco (de hecho es fácil administrarlo si sabes la cantidad exacta), sino mas bien lo que no sabes cuando se acabará, porque “nadie te restituirá tus años, nadie te devolverá de nuevo a ti mismo. La vida irá por donde empezó y no invertirá ni detendrá su marcha, en absoluto hará alboroto, en absoluto nos advertirá

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de su velocidad: se deslizará queda), mientras que tú, inconsciente de ello, se presentará la muerte, para la que quieras o no, hay que tener tiempo necesariamente.

Séneca muestra su mejor cara para la vida, apuesta por ella y denomina insensatos a aquellos que alardean de ser prudentes, pues dice de ellos que a expensas de la vida construyen la suya.

Propone como máxima el vivir el día actual. “El obstáculo mayor para vivir es la espera, que depende del día de mañana, desperdicia el de hoy” y “Todo lo que ha de venir está en entredicho: vive al día”.

Sostiene que a vivir hay que aprender toda la vida, y no solo dedicar los últimos años.

Es interesante el hecho de que también diga “durante toda la vida hay que aprender a morir”, en tanto que el pasado forma parte de la muerte, y es ésta el final de nuestras vidas, cuando aprendes a vivir también estas aprendiendo a morir. (En este sentido recuerda un poco a Apología y Gorgias de Platón, donde el autor recalca la necesidad del filósofo a aprender a morir).

Es propio del hombre eminente, sabio, estar por encima de los extravíos humanos y celar su tiempo para sí. De esta forma ningún tiempo habrá quedado inactivo y desaprovechado, no se ansiará el mañana (la muerte) pero tampoco lo temerá, ya que “todo le es conocido, todo experimentado hasta la saciedad”.

Cuanto más disipado esté el espíritu en banalidades, menos capacidad tendrá el hombre para hacer cosas grandes, porque vivir es el arte más difícil.

Séneca propone como único sistema para transformar la mortalidad en inmortalidad el aprender de los hombres mas sabios como Zenón, Pitágoras, Demócrito, Aristóteles… ya que ninguno de ellos agotará tus años sino que te darán los suyos, con ninguno la amistad será funesta o la conversación hastiada.

Séneca dice que mientras la vida del sabio se alarga como consecuencia de la reunión de todos los tiempos en uno solo, hay quien vive la vida olvidando el pasado, descuidando el presente y sintiendo temor por las cosas futuras (la vida del atareado) ocupados todo el tiempo en no hacer nada. Estos mismos, cuando no tienen quehaceres y se dedican al ocio, se desazonan y no saben cómo organizarlo ni cómo actuar frente a él, lanzándose entonces a un quehacer cualquiera, desaprovechándolo mientras esperan ansiosos la hora de la cena. “El día lo pierden por esperar la noche, la noche por temer al alba”.

Séneca aconseja entonces a Paulino que, ya que ha dedicado la mayor parte de su vida a la política, se dedique el tiempo restante a descubrir que le ofrece el ocio. Y

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dice así. “Esos bríos de tu espíritu perfectamente capaces de las mayores empresas, desvíalos de una función honrosa, pero poco adecuada para una vida feliz”.

Para ello Séneca hace una comparación de saberes entre la administración del trigo (si hay negligencia por parte de los transportistas, si fermenta debido a la humedad, si tiene el peso adecuado...) y asuntos metafísicos como la materia de dios, su esencia, su voluntad, la inmortalidad del alma, la astrología… Diciendo de estas que son las ciencias del vivir y del morir.

Vivir sabiamente es vivir de tal forma que cuando llegue la hora de la muerte, no sintamos que hemos malgastado la vida y que no hemos hecho más que no vivirla…

AUTORES:

Rocío López Esteban y Rafael Vela Bermúdez de Castro

Facultad de Filosofía, primer curso.

Historia de la Filosofía Antigua (Grupo B1)

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