EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. - Ateneo de...

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NÚM. 202 6 iíS \ ÁÑO-'V. EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. Un precursor de Schopenhauer, Leopardi. Será verdad que el mundo sea malo, que haya un mal radical, absoluto, invencible en la natu- raleza y en la humanidad, que la vida sea el don funesto de un poder malévolo ó la manifesta- ción de una voluntad irracional; será verdad, en una palabra, que la existencia sea una des- gracia, y que la nada vale más que el sor? Estas proposiciones suenan de un modo extraño en los oídos de los hombres de nuestro tiempo, aturdi- dos por el ruido de su propia autoridad, orgu- llosos con justicia de los progresos de la indus- tria y de la ciencia, y cuyo temperamento, me- dianamente elegiaco, se acomoda perfectamente á una existencia prolongada sobro esta tierra, á las condiciones de trabajo que les son impuestas y á las sumas de bienes y de males que les han tocado. Existe, sin embargo, esta filosofía que maldice la vida, y no sólo se manifiestan en al- gunos libros brillantes como un desafío lanza- do al optimismo científico é industrial del siglo, sino que se desenvuelve por la misma discusiou y se propaga por un contagio sutil entre ciertos espíritus á quienes turba. Es una especie de enfermedad intelectual, pero una enfermedad privilegiada, concentrada hasta ahora en la esfera de la alta cultura, de la cual parece ser una es- pecie de refinamiento, morboso y de elegante corrupción. Se ha hablad© aquí en diversas ocasiones de estas teorías del pesimismo, á propósito de los sistemas de Schopenhauer y de Hartmann, de los cuales constituye la parte moral. No volve- remos á empezar lo que ya está hecho. Quere- mos colocarnos en otro punto de vista. La cues- tión merece ser profundizada en sí misma y ge- neralizada, aparte de las formas doctrinales que le impone la nueva filosofía alemana ó de la ex- plicación metafísica que ella se propone. Existe aquí algo como una crisis intelectual y literaria á la vez, que traspasa los límites de un sistema. TOMO X!. Trataremos de analizarla en algunos grandes ob- jetos de estudio, de observar sus analogías á tra- vés de los medios más diferentes, y por el examen de las formas comparadas y de los síntomas, re- montarnos hasta el origen de este mal esencial- mente moderno. Un estudio semejante,es más de curiosidad psicológica que de utilidad práctica. No es mucho de temer que esta filosofía sea nunca otra cosa en Europa, que una filosofía excepcio- nal y que la humanidad civilizada se abandone un dia á la seducción mortal de estos consejeros de la desesperación y de la nada. Pero esta ex- cepción merece ser analizada con cuidado, en ra- zón misma de los autores que la han prestado un lugar en la ciudad de las ideas, ciudad muy confusa y discorde, mas de un interés inagotable para el observador. I Hemos dicho que el pesimismo era un mal esencialmente moderno: es preciso entenderse. En todos los tiempos ha habido pesimistas, ó lo que es igual, hay un pesimismo contemporáneo de la humanidad. En todas las razas, en todas las civilizaciones, algunas imaginaciones pode- rosas fueron preocupadas por lo que hay de ia- completo y de trágico en el destino humano, dando á este sentimiento la expresión más con- movedora y más poética. Grandes crisis de tris- teza y de desesperación han atravesado los si- glos, acusando la decepción de la vida y la su- prema ironía de las cosas. Este desacuerdo del hombre con su destino, la oposición de sus ius-' tintos y de sus facultades con el medio en que vive, la naturaleza hostil ó malévola, los azares y las sorpresas de la suerte, el hombre mismo, lleno do duda y de ignorancia, sufriendo por su pensamiento y por sus pasiones, la humanidad entregada á una lucha sin tregua, la historia lle- na de los escándalos de la fuerza, la enfermedad en fin, la muerte, la separación violenta de los seres que más se aman, todos estos sufrimientos y estas miserias forman como un clamor in- menso quo resuena desde el fondo de las con- ciencias, en la filosofía, en la religión, en la poe- 1

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NÚM. 202 6 iíS \ • ÁÑO-'V.

EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX.

Un precursor de Schopenhauer, Leopardi.

Será verdad que el mundo sea malo, que hayaun mal radical, absoluto, invencible en la natu-raleza y en la humanidad, que la vida sea el donfunesto de un poder malévolo ó la manifesta-ción de una voluntad irracional; será verdad,en una palabra, que la existencia sea una des-gracia, y que la nada vale más que el sor? Estasproposiciones suenan de un modo extraño en losoídos de los hombres de nuestro tiempo, aturdi-dos por el ruido de su propia autoridad, orgu-llosos con justicia de los progresos de la indus-tria y de la ciencia, y cuyo temperamento, me-dianamente elegiaco, se acomoda perfectamenteá una existencia prolongada sobro esta tierra, álas condiciones de trabajo que les son impuestasy á las sumas de bienes y de males que les hantocado. Existe, sin embargo, esta filosofía quemaldice la vida, y no sólo se manifiestan en al-gunos libros brillantes como un desafío lanza-do al optimismo científico é industrial del siglo,sino que se desenvuelve por la misma discusiouy se propaga por un contagio sutil entre ciertosespíritus á quienes turba. Es una especie deenfermedad intelectual, pero una enfermedadprivilegiada, concentrada hasta ahora en la esferade la alta cultura, de la cual parece ser una es-pecie de refinamiento, morboso y de elegantecorrupción.

Se ha hablad© aquí en diversas ocasiones deestas teorías del pesimismo, á propósito de lossistemas de Schopenhauer y de Hartmann, delos cuales constituye la parte moral. No volve-remos á empezar lo que ya está hecho. Quere-mos colocarnos en otro punto de vista. La cues-tión merece ser profundizada en sí misma y ge-neralizada, aparte de las formas doctrinales quele impone la nueva filosofía alemana ó de la ex-plicación metafísica que ella se propone. Existeaquí algo como una crisis intelectual y literariaá la vez, que traspasa los límites de un sistema.

TOMO X!.

Trataremos de analizarla en algunos grandes ob-jetos de estudio, de observar sus analogías á tra-vés de los medios más diferentes, y por el examende las formas comparadas y de los síntomas, re-montarnos hasta el origen de este mal esencial-mente moderno. Un estudio semejante,es más decuriosidad psicológica que de utilidad práctica.No es mucho de temer que esta filosofía sea nuncaotra cosa en Europa, que una filosofía excepcio-nal y que la humanidad civilizada se abandoneun dia á la seducción mortal de estos consejerosde la desesperación y de la nada. Pero esta ex-cepción merece ser analizada con cuidado, en ra-zón misma de los autores que la han prestadoun lugar en la ciudad de las ideas, ciudad muyconfusa y discorde, mas de un interés inagotablepara el observador.

I

Hemos dicho que el pesimismo era un malesencialmente moderno: es preciso entenderse.En todos los tiempos ha habido pesimistas, ó loque es igual, hay un pesimismo contemporáneode la humanidad. En todas las razas, en todaslas civilizaciones, algunas imaginaciones pode-rosas fueron preocupadas por lo que hay de ia-completo y de trágico en el destino humano,dando á este sentimiento la expresión más con-movedora y más poética. Grandes crisis de tris-teza y de desesperación han atravesado los si-glos, acusando la decepción de la vida y la su-prema ironía de las cosas. Este desacuerdo delhombre con su destino, la oposición de sus ius-'tintos y de sus facultades con el medio en quevive, la naturaleza hostil ó malévola, los azaresy las sorpresas de la suerte, el hombre mismo,lleno do duda y de ignorancia, sufriendo por supensamiento y por sus pasiones, la humanidadentregada á una lucha sin tregua, la historia lle-na de los escándalos de la fuerza, la enfermedaden fin, la muerte, la separación violenta de losseres que más se aman, todos estos sufrimientosy estas miserias forman como un clamor in-menso quo resuena desde el fondo de las con-ciencias, en la filosofía, en la religión, en la poe-

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REVISTA EUROPEA.—6 DS ENERO DE 1 8 7 8 . N.° 202sía de los pueblos. Mas estas quejas ó estos gri-tos de insurrección, por profundos y apasiona-dos que sean, son, por lo general, en las razas yen las civilizaciones antiguas accidentes indivi-duales: expresan la melancolía de su tempera-mento, la gravedad triste de un pensador, lostrastornos de un alma bajo el golpe de la deses-peración; no expresan, para hablar con propie-dad, una concepción sistemática de la vida, ladoctrina de la renuncia del sor. Job maldice eldia en que ha nacido: uEl hombre que nace demujer vive pocos días llenos de miserias;»pero Jehovah habla, deshace la duda ingrata,la injusta queja, la vana protesta de su servi-dor, lo levanta iluminándolo y lo salva de simismo. Salomón declara »que está enojado de lavida viendo todos los males que se encuentranbajo el sol, y que todas las cosas son vanidad yaflicción para el espíritu: n (1) mas seria una in-terpretación bien superficial la que no quisieraver en esta triste poesía del Ecclesiaste otro as-pecto que el de la desesperación, sin percibir almismo tiempo el contraste de las vanidades dela tierra que disgustan un alma grande, con losunes rnás altos que la atraen, y como la antíte-sis eterna que resume todas las luchas del cora-zón del hombre, sintiendo su miseria en la em-briaguez de sus alegrías y buscando encima desi lo que debe desvanecer su hastío.

Análogos sentimientos se encuentran en la an-tigüedad griega y romana. Se han observadorasgos de profunda melancolía, lo mismo en He-siodo y Simónides de Amurgos, que en los corosde Sófocles y Eurípides, que en Lucrecio y Vir-gilio. De la Grecia ha partido esta queja con-movedora. IILO mejor para el hombre es no na-cer, y cuando ha nacido, morir joven.» Mr. deHarmann no ha dejado de sacar un pasaje de laApología, en que Platón le proporciona una ima-gen expresiva para comprobar la proposiciónfundamental del pesimismo, de que el no ser espreferible al ser: »Si la muerte es la privaciónde todo sentimiento, un sueño sin ensueños, ¡quégran ventaja será morir! Porque, que cualquie-ra elija una "noche así pasada en un sueño pro-fundo que no haya turbado ningún" ensueño, yque compare esta noche con todas las noches, ytodos los dias que han llenado el curso entero desu vida; que reflexione y que diga en conciencia

t,l) Eoolesiastes, II, 17.

cuántos diasy cuántas noches lia tenido en su vi-da más felices y más dulces que ésta: estoy per-suadido de que no tan sólo un simple particular,sino el mismo rey de Persia, encontraría un nú-moro bien pequeño y bien fácil de contar. » Aris-tóteles ha notado con profunda observación, quehay una especie de tristeza que parece ser la com-pañera del genio. Trata la mentira como fisiólogo;mas no se podrá decir, bajo otro punto de vista,completando su pensamiento, que la altura áque se eleva el genio humano no sirve mas quepara mostrarle con más claridad la frivolidad delos nombres y la miseria de la vida? Recordare-mos, en fin, que hubo en Grecia como una es-cuela de pesimismo abierta por el famoso Hegé-rias, tan elocuente en sus sombrías pinturas dela condición humana, que recibió el nombro dePeisithanatos, y que fue preciso cerrar su escue-la para evitar á sus oyentes el contagio del sui-cidio . El fondo de esta amarga filosofía, que noconocemos sino por algunas frases de Diógenes,Laerces y de Cicerón, permanece muy oscuro;es bastante difícil averiguar si este consejero,harto persuasivo de la muerte, predicaba á susdiscípulos el desprecio do la vida considerada ensí ó sólo en comparación de la vida futura, lamuerte como una emancipación ó como un pro-greso .

Resulte lo que quiera de esta singularidadfilosófica, queda bien sentado qua este género desentimientos es raro entre los antiguos, y es ungrave error del poeta del pesimismo, de Leo-pardi, el haber querido persuadirnos en pro dosu causa, de que el pesimismo se hallaba en elgenio de los grandes escritores de Grecia yRoma: sistema ó error, este punto de vista bor-ra alguna vez en él el sentido tan penetrante ytan fino que tiene de la afltigüedad. Nada másquimérico que esta Safo, meditando sobre losgrandes problemas:

Arcano é tutíoFuor che il nostro dolor

Ya no es la inspirada sacerdotisa de Venus laque aquí habla; es una blonda alemana que sue-ña con un Werther desconocido, y exclama:uTodo es misterio, exceptuando nuestro dolor.»Conel mismo sentido, y bajo el imperio de lamisma idea, Leopardi fuerza la interpretaciónde las dos frases célebres de Bruto y de Theo -phrastes en el instante de morir; el uno, rene-gando de la virtud por la que muere; el otro, re-

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N.° 202 E. CARO.—EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX.

negando de la gloria por la que ha olvidado vi-vir. Aun suponiendo que estas palabras seanauténticas, y que no hayan, sido recogidas en al-guna vaga leyenda por Diógenes, Lacrees y DionCasio, no podian tener, de ningan modo, en laboca que las ha pronunciado, la significación mo-derna que les atribuye un comentario demasia-do sutil é ingenioso. Por otra parte, Leopardi secorrige á sí mismo, entra en la verdad de lahistoria moral de las razas y de los tiempos,cuando dice de pasada en la misma obra, nqueel origen de estos pensamientos dolorosos, pocoesparcidos entre los antiguos, se encuentrasiempre en el infortunio particular ó accidentaldel escritor ó del personaje puesto en escena,imaginario ó real.u Mas dá frecuentes mentís áesta observación tan justa. El fondo de la creen-cia antigua es que el hombre ha nacido para serfeliz, y que cuando no logra serlo, es por culpade alguna divinidad envidiosa ó por una ven-ganza de los dioses. Lo que domina entre los an-tiguos es el gusto de la vida y la fe en la felici-dad terrestre que persiguen con terquedad: cuan-do sufren parecen despojados de un derecho.

M. de Hartmann señala con rasgos precisosesta idea del optimismo terrestre que rige elmundo antiguo (judío, griego, romano). El judíoañade un sentido temporal á las bendiciones delSeñor: la felicidad para él, es que sus granerosestén llenos, y sus lagares no puedan soportarel vino (1). Sus concepciones de la vida nadatienen de trascendentales, y para llamarle á esteorden superior de pensamientos y de esperanzas,es preciso que Jehovah le hable por sus profetasó le avise castigándole. La conciencia griega,después que ha agotado la noble embriaguez delheroismo, busca la satisfacción do esta necesidadde dicha en los placeres del arte y de la ciencia,se complace en una teoría estética de la vida (2).La existencia es el primero de los bienes; re-cuérdese la frase de Aquiles en la Odisea, ha-llándose en los infiernos: "No trates de conso-larme de la muerte, noble Ulyses: quisiera máscultivar como mercenario el campo de un pobrehombre, que reinar sobre toda la muchedumbre delas sombras, ii Dice también el Eclesiastes: "Másvale un perro vivo, que un león muerto(IX, 4).uLa república romana introduce ó desenvuelve

(1) Proverbios III 10.(2) Filosofía de lo Inconsciente.

un elemento nuevo; ennoblece el deseo de la fe-licidad, trasportándola, señalando al hombre eseobjeto todavía humano, pero superior, al cual elindividuo debe inmolarse; la felicidad de la ciu-dad, el poderío de la patria. Hó aquí, salvo al-gunas excepciones, los grandes móviles de lavida antigua: las bendiciones temporales en laraza de Israel, los goces do la ciencia y del arteentre los griegos; entre los romanos el deseo dela dominación universal, el sueño de la grande-za y de la eternidad de liorna. En estas diversascivilizaciones no hay lugar sino por accidentepara las inspiraciones del pesimismo. El ardorviril en el combate de la vida en estas razas enér-gicas y nuevas, la pasión de las grandes cosas,el poder y el candor, virgen de las grandes esperanzas que la experiencia no ha destruido elsentimiento de una fuerza que no conoce aun suslímites, la conciencia reciente que la humanidadacaba de adquirir de sí misma ea la historia delmundo, todo esto explica la fe profunda de losantiguos, en la posibilidad do realizar aquí aba-jo la mayor suma de felicidad. Todo esto se hallaen contraposición con esta moderna teoría queparece ser la triste herencia de una humanidaddecrépita, la teoría del dolor universal ó irreme-diable.

En cambio, y por contrastar con el mundoantiguo, no es posible negar que existen in-fluencias y corrientes pesimistas en el seno dela doctrina cristiana, ó al menos en ciertas sectasque la han interpretado. ¿Puede dudarse, porejemplo, de que tal pensamiento de Pascal ó talpágisa de las Veladas de San Petersburgo no de-ben ocupar un lugar como ilustraciones de ideaó de estilo al lado de los análisis más amargosde la Filosofía de lo Inconsciente ó entre las can-ciones más desesperadas de Leopardif Esta apro-ximación no parecerá forzada á los que sabenque el pesimismo del poeta italiano ha revestidodesde un principio la forma religiosa. Existe enel cristianismo un aspecto sombrío, dogmas te-merosos, un espíritu de austeridad, de abnega-ción, hasta de ascetismo, que sin duda no es todala religión, pero que es una parte esencial deella, un elemento radical y primitivo anterior álas atenuaciones y á las enmiendas que la impo-nen sin cesar las complacencias del yo ó los des-mayos de la fe. Por otra parte, cada cual haceun poco la religión á su imagen y la imprime elsello peculiar de EU espíritu. El cristianismo,

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REVISTA EUROPEA. 6 DE ENK11O BE 1 8 7 8 . N.° 202

visto exclusivamente do este lado y bajo esteaspecto, como una doctrina de expiación, comouna teología de lágrimas y de espaato, puedemuy bien herir las imaginaciones enfermas éinclinarlas á una especie de pesimismo. No estálejos, en efecto, esta manera de comprender elcristianismo del jansenismo. La naturaleza hu-mana corrompida, la perversidad radical puestaal desnudo, la incapacidad absoluta de nuestrasfacultades para lo verdadero y lo bueno, la ne-cesidad de distraer este pobre corazón que quie-re huir de sí mismo y de la idea de la muerteagitándose en el vacío, y sobre todo esto el per-petuo pensamiento del pecado original que arro-ja sobre esta miserable alma con sus consecuen-cias más extremadas y más duras, la unión con-tinua y casi sensible del infierno, el pequeño nú-mero de los elegidos, la imposibilidad de salva-ción sin la gracia,—¡y qué gracia! uno sólo lagracia suficiente que no basta, M—por último, esteespíritu cruel de mortificación, este desprecio dela carne, este terror al mundo, la renuncia detodo lo que constituye el precio de la vida, uncuadro semejante extraído de las Provinciales yde los pensamientos, era muy propio para agra-dar al futuro autor del Bruto minore y de la Gi-nestra, en sus sombrías meditaciones de Eecana-ti. Pero esta analogía de sentimientos no dura.¿Quién no percibe la diferencia entre las dos ins-piraciones desde que se entra en una conversa-ción familiar con el alma grande de Pascal tandolorida y tan tierna? El pesimismo de Pascaltiene por fondo una ardiente y activa caridad;quiere atemorizar y consternar al hombre. ¡Peroqué profunda piedad en esta violenta lógica!Cierra todas las salidas á la razón, mas es parallevarla de un vuelo recto al Calvario y trasfor-mar estas tristezas en eterna alegría. Torturasu genio para descubrir nuevas demostracionesde su fe; se diría que sucumbe bajo la responsa-bilidad de las almas que no ha podido conven-cer, de los espíritus que no ha iluminado.

Lo mismo sucede bajo cierto aspecto, aunquepor diferentes razones, con lo que podría lla-marse el terrorismo religioso de José de Mais-tre. Es muy cierto que á primera vista pareceuna especie de pesimismo esta lúgubre apologíade la Inquisición, este dogma de la expiación,aplicado á la penalidad social, esta teoría místi-ca y feroz del sacrificio sangriento, de la guerraconsiderada como institución providencial, del

cadalso colocado en la base del Estado. El cora-zón se encoge ante el espectáculo de la vida hu-mana, presa de poderes formidables, y de la so-ciedad sometida á un yugo de hierro bajo unamo, que es un Dios terrible, servido por minis-tros sin compasión. Pero este aparato de terrorno puede resistir un instante de reflexión. Bienpronto se advierte que todo esto son paradojasde combate, apologías y afirmaciones violentas,opuestas á los ataques y á las negaciones deotros. José de Maistre es más bien un polemistaque un apologista del cristianismo; la batallatiene sus arrebatos; la elocuencia, la retórica,tienen también su embriaguez en medio de lalucha; á M. de Maistre le arrastran sin que ten-ga fuerzas para gobernarlas. Los argumentosno le bastan, los lleva hasta la hipérbole. Es ungran escritor á quien falta un poco de razón, ungran pintor que abusa del efecto: su pesimismotiene un valor extremado.

En vano se buscaría en la historia del cristia-nismo, salvo quizá en algunas rectas gnósticas,nada semejante á esta nueva filosofía. En la In-dia es donde el pesimismo tiene sus verdaderosabuelos; así lo reconoce él mismo y se vanaglo-ria de el!o. La afinidad de las ideas de Scliopen-hauer con el budihismo ha sido mostrada confrecuencia. Nosotros no insistiremos sobre estepunto; recordaremos tan sólo que el pesimismoha sido fundado en la noche solemne en quesentado bajo la higuera de Gaja, meditando so-bre la miseria del hombre y buscando los me-dios de libertarse de estas existencias sucesivas,que no eran más que un cambio sin fin de mi-serias, el joven príncipe Qakya exclama: "Nadaes estable sobre la tierra. La vida es como lachispa producida por el frotamiento de la made-ra. Aparece y se extingue sin que sepamos dodónde viene ni á dónde va.

...Debe de haber una ciencia suprema, en lacual podríamos encontrar el reposo. Si yo la al-canzase podría llevar á los hombres la luz. Si yofuera libre podría libertar al mundo... ¡Ah! des-graciada juventud, que la vejez ha de destruir.¡Ah! desgraciada salud, que tantas enfermeda-des destruyen. ¡Ah! desgraciada vida, en la cualel hombre permanece tan pocos dias!... ¡Sinohubiera vejez, ni enfermedad, ni muerte! ¡Si lavejez, la enfermedad y la muerte fuesen parasiempre encadenadas!" Y la meditación conti-núa extraña, sublime, desolada. "Todo fenóme-

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M ° E. CARO.—EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. 5

no es vacío, toda sustancia está vacía; fuera nohay mas que el vacío.n Y"también. "El mal esla existencia; lo que produce la existencia es eldeseo; el deseo nace de la percepción de las for-mas ilusorias del ser. Xodos estos son efectos dela ignorancia. Así, pues, la ignorancia es, enrealidad, la causa primera de todo lo que pareceexistir. Conocer esta ignorancia es al mismotiempo destrnir los efectos (l).n La ciencia su-prema es la ignorancia cuando cesa do engañar-se á sí misma. Es al mismo tiempo la libertadsuprema, la cual posee cuatro grados recorríaossucesivamente por el Buche moribundo: conocerla naturaleza y la vanidad de todas las cosas,abolir en sí el j uicio y el razonamiento, alcanzarla indiferencia, llegar, en fin, á la desapariciónde todo placer, de toda conciencia, de toda me-moria. Aquí es donde comienza elnirvana: todaluz se extingue, es la noche, la nada; pero lanada se consuma únicamente en la más alta es-fera del nirvana, donde no existe ni aun la ideade la nada: ni ideas, ni ausencia de ideas, nada.

"El mal es la existencia, n hé aquí la primeray la última palabra del pesimismo. Hé aquí elextraño pensamiento en el cual se abstrae eneste momento algún piadoso indio, buscando lahuella de los pasos de Cakya-Monni sobre elmármol del templo de Benares. Hó aquí el pro-blema sobre el que meditan vagamente á estashoras millares de monjes budhistas en la China,en la isla de Ceylan, en la Indo-China, en elNepal, dentro de sus conventos y de sus pago-das, ebrios da sueños y de contemplaciones infi-nitas. Hé aquí el texto sagrado que sirve de ali-mento intelectual á todos estos anacoretas átodos estos sacerdotes, á todos estos teólogosdel Triptáka y del Lotus de la buena ley, á estasmultitudes que piensan y que oran en tornosuyo, y que se cuentan por cientos de millones.Tal es también el lazo misterioso que une estospesimistas del extremo Oriente, desde el fondodélos siglos y á través del espacio, á estos filó-sofos refinados de la Alemania contemporánea,que después de haber atravesado todas las gran-des esperanzas de la especulación, después de ha-ber agotado todos los sueños y todas las epope-yas de la metafísica, vienen saturados de ideasy de ciencia á proclamar la nada de todas las co-sas, y repiten con sabia desesperación la frase de

(1) Max Muller.—Ensayo sobre las religiones.

un joven príncipe indio, pronunciada hace másde veinticuatro siglos en las orillas del Ganjes:uEl mal es la existencia.n

Ahora se comprende en qué sentido y hastaqué punto la enfermedad del pesimismo es unaenfermedad esencialmente moderna. Es moder-na por la forma científica que ha tomado ennuestros días, es nueva en las civilizaciones delOccidente. ¡Qué cosa tan extraña es este renaci-mienso del pesimismo budhista ai que asistimos,con todo el aparato de los más doctos sistemas,en el corazón do la Prusia, en Berlín! Que 300millones de asiáticos beban á grandes sorbos elopio de estas fatales doctrinas que enerban y em-bolan la voluntad, es ya muy extraordinario;pero que una raza enérgica, disciplinada, tanadmirablemente constituida para la ciencia ypara la acción, tan práctica, y al mismo tiempotan calculadora, belicosa y dura, lo contrario se-guramente de una raza sentimental; que una na-ción formada de estos robustos y vivos elemen-tos, haga una acogida triunfal á esías teorías dela desesperación, resucitada por Hehopenhauer,que su optimismo militar!acepte con cierto en-tusiasmo la apología de la muerte y de la nada,es*cosa que á primera vista parece inexplicable.Y el óxito de la doctrina nacida entlas márgenesdel Ganjes, no ate detiene en las tirillas delSpreo. La Alemania entera tiene fija su aten-ción en este movimiento do las ideas. La Italiacon un gran poetf se habia adelantado á la cor-,riente; la Francia, como veremos, la ha seguidohasj^ cierto punto: también tiene sus pesimis-tas. La raza eslava no ha escapado á esta extra-ña y funesta influencia. Mirad esa propagandadesenfrenada del nihilismo, de la cual se asusta,no sin razón, la autoridad espiritual y temporaldel Czar, y que esparce por toda la Rusia .un espíritu de negación desvergonzada y de fria in-,,moralidad. Mirad, sobre todo, esa monstruos^secta de los Skopsy, de los mutilados que*(tha«ciendo, como dice Leroy-Beaulier, un sistém*moral y religioso de una práctica degradante delos harefts del Oriente, materializando el asce-tismo'y reduciéndolo á una operación quirúrgi-ca, ti proclaman por este vergonzoso y sangrientosacrificio, que la vida es mala y que es conve-niente secar la /uente de ella. Esta es la formamás degradante del pesimismo; pero es Umbiensu expresión más lógica. Es un ^esimisjno parauso de las naturalezas groseras y arrebatadas

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G BE VISTA EUROPEA.. G DE ENERO DE 1878 . N.° 202

que van derechas al fin del sistema, sin detener-se en las inútiles elegías y en las elegantes ba-gatelas de los espíritus cultos que pasan la vidalamentándose.

IIObservemos de más cerca la filosofía moder-

na del pesimismo, y tratemos de recojer sus pri-meros síntomas en el siglo xix. La ocasión senos presenta con la publicación de los profun-dos estudios que jóvenes escritores como M. Bou-chó-Leclercq y M. Anlard, han consagrado enestos últimos años á Leopardi, y que dando no-vedad sobre ciertos puntos al asunto (1) nos per-miten comprender mejor el carácter de su obra.Agradezco á M. Anlard él haberse aplicado áponer de relieve el pensamiento del filosofo, bor-rado con frecuencia por los pálidos resplandoresdel poeta y el lirismo del patriota. Hubiera de-seado todavía más atrevimiento y decisión enel desempeño de esta idea. ¿Qué importa queLeopardi sea menos dogmático que los filósofosalemanes, que no tenga sistema y que su pesi-mismo derive de una negación universal en vezde ser la deducción de una teoría metafísica? ¿Noos la ausencia de todo sistema, un sistema tam-bién que ha figurado en el mundo, pues es el delos excépticos? Se nos dice que Schopenhaner haquerido fundar escuela y que en efecto la hafundado, mientras que Leopardi, aunque hablavarias veces de "su filosofía" no escribe parapropagar su doctrina. ¿Quién lo sabe? jPor ven-tura, un hombre poeta ó filósofo, escribe paraotra cosa que para esparcir sus ideas, y no espropagarlas el expresarlas con tanto brillo y conlauta fuerza? Aquellas son razones muy ende-bles. Lamento que el joven autor, hallándose encamino de un problema tan interesante no loliaya resuelto; pero nos ha dado facilidad pararesolverlo por la rica variedad de documentos

(1) Giacomo Leopardi, su vida y sus obras, porü . Boucher-Leclerq.—Un capítulo de los Ensayos so-bre Italia, porM. Gebhart.—Ensayo sobre las ideas fi-Uittójicasy la inspiración poética de G. Leopardi seguí»do de obras inéditas, etc., por M. Anlard.—No olvide-1003 que eu este asunto, como en tantos otros, M. deSainte-Renne había abierto el camino por medio de untrabajo magistral publicado en la Revista de dos mun-dos el 15 de Setiembre de 1844, y recordemos que nues-tro colaborador Mazade ha consagrado un estudio deuna simpatía muy decidida á los Sufrimientos de unpensador italiano, en la Revistada 1.° de Abril de1831;

que nos ofrece, las traducciones y los comenta-rios que ha coleccionado y que nosotros vamos áaprovechar.

¿Por qué el capítulo titulado Leopardi y Scho-penhauer, no es más que un capítulo episódico,uno de los más insignificantes del libro ea vezde ser el más importante? En estas páginas hartobreves, trataremos de mostrar que ha existidoproducción casi simultánea de las mismas ideasen el poeta italiano y en el filósofo alemán, sinque pueda observarse ninguna recíproca influen-cia del uno sobre el otro. Precisamente en elaño de 1818, mientras que en el retiro de su so-ledad amarga y enojosa de Iiecanati se presen-taba en el alma de Leopardi esa fase tan graveque le hacia pasar casi sin transición desde elcristianismo á la filosofía de la desesperación,fue el mismo año en que Schopenhauer partíapara Italia después de haber entregado á un edi-tor su manuscrito de El Mundo considerado comovoluntad y como representación. El uno, confinadoen la pequeña ciudad que servia de cárcel á suardiente imaginación; el otro impaciente de la ce-lebridad que debia tardar aun veinte años, igual-mente oscuros ambos, seguramente no se encon-traron; es también cierto que Leopardi no leyójamás el libro de Schopenhauer, que no debiapropagarse hasta mucho más tarde aun en Ale-mania, y que Schopenhauer no conoció hastamucho tiempo después, si es quo llegó á cono-cerlo, el pesimismo de un escritor que Niebuhrhabia dado á conocer á sus compatriotas como unhelenista, y quo en Francia no era entoncesapreciado mas que como un poeta patriota.

En cuanto á la cuestión de saber si Leoparditiene derecho á ser colocado entre los filósofos,basta comparar la teoría de la infelicilá, con loque se ha llamado nía enfermedad del siglo,» laenfermedad de Werter y de Jacobo Urtis, la deLara de Kenó y de Kolla (1). Se ha hablado conpoco fundamento del pesimismo de lord Byronó del de Chateaubriand; este no es, bien consi-derado, mas que una forma del romanticismo, elanálisis idólatra y morboso del yo del poeta,concentrado respetuosamente en sí mismo ycontemplándose hasta que se produce en él unaespecie de éxtasis doloroso de embriaguez, dan-

(1) M. Bouohe Leclercq, ha tocado con acierto estepunto interesante en vftrioa pasajes de su obra sobretodo, pág-. 75-76.

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N.° 202 E. CARO. EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX.

do gracias á Dios, nde haberle hecho fuerte ysolitario (1)", oponiendo su sufrimiento y suaislamiento á los goces de la multitud grosera,pagando á este precio su grandeza y esforzándo-se en hacer de la poesía un altar digno de la víc-tima.

La antigüedad, que en este punto era del sen-tir de Pascal, odiaba al yo, y lo proscribía: lascostumbres, de acuerdo con el gusto general, áduras penas permitían estos desahogos de unapersonalidad llena de sí misma, y aficionada na-turalmente á dar demasiada importancia á sustristezas y alegrías. Los dioses, les héroes, lapatria, el amor, sin duda también, pero en laexpresión de sus sentimientos generales no en elanálisis de los incidentes biográficos, hé aquí elfondo de la poesía antigua; la poesía personal esrara. Esta fuente de inspiración tanto tiempocomprimida, ha brotado en nuestro tiempo, ya sesabe á qué altura y con qué abundancia.—Deeste culto, alguna vez extravagante, del yo, ha sa-lido el lirismo contemporáneo con sus grandezasy sus pequeneces, sus inspiraciones sublimes ysus infatuaciones; de ahí todos estos dolores lite.rarios que han agitado tan profundamente,conmovido toda una generación, y que las nue-vas generaciones, con su educación científica ypositiva, la cuesta trabajo tomar en serio. Peroestas altaneras ó elegantes tristezas nada tienende filosóficas, no proceden de una concepciónacerca del mundo y de la vida; salidas del yo,tornan á él, en él se encierran y en él se compla-cen con un delicado orgullo: se guardarían, comode una profanación, de compartirlas con el vul-go. No es la humanidad la que sufre, es el poe-ta, es decir, una naturaleza excepcional. Paraque semejantes sufrimientos puedan ligarse áuna teoría filosófica, no tanto les hace falta sin-ceridad y profundidad, como la generalidad delsentimiento en que se inspiran. El pesimismo,)or el contrario, no hace del dolor un privile-io, sino una ley: no crea una aristocracia deesesperados. La sola superioridad que reivin-ica para el gónio es la de ver con claridad lole el vulgo siente de un modo confuso. Lacistencia entera la dedica á la desgracia, y estay de padecer la extiende del hombre á la natu-leza, de la naturaleza á su principio, si es quelhayypuede conocerse. El mal subjetivo po-

l) Alfredo de Vigny, Moisés.

dría no ser más que un accidente insignifican-te en el mundo: el mal objetivo es lo que hacever el mal impersonal absoluto, que reina entodos los grados y en todas las regiones del ser.Esto sólo puede ser una filosofía: lo demás es li-teratura, biografía ó novela.

Ahora bien: aquello es lo que caracteriza lateoría de la infelieüá en Leopardi. Ha sufrido,sin duda mucho, de todas maneras, por desgra-cias físicas, que pesaron de un modo muy fuertesobre su juventud, y por una salud arruinada quearrastró á través de su vida como una amenazaperpetua de muerte, por ese hastío desesperadoque le consumió en la pequeña ciudad de Reca-nati, por la pobreza de la cual conoció los máshumillantes sinsabores y, sobre todo, por esasensibilidad nerviosa que trasformaba en supli-cio intolerable las menores contrariedades, y ámás de esto las amarguras de la ambición fraca-sada, las decepciones todavía más amargas de uncorazón enamorado del amor y que no pudo per-cibir de él mas que el fantasma.—Sí, es mucholo que ha sufrido. No obstante, su teoría no esúnicamente, y él no consiente que se vea en ellala expresión de sus sufrimientos: si procede deuna experiencia, es de una experiencia generali-zada; se trasforma en un conjunto de conceptosrazonados y enlazados acerca de la vida hu-mana.

Es preciso ver cómo el filósofo, que Leopardinota dentro de sí, se defiende por no haber lanza-do en el mundo mas que el grito de un dolor ínti-mo, CQSIO teme exponer su corazón dolorido ála curiosidad pública, con qué orgullo rechaza lalimosna de las simpatías que no ha solicitado yque le avergüenza. uNo es más que por un efectode la cobardía de los hombres que necesitan serpersuadidos del mérito de la existencia, por loque se han querido considerar mis opiniones fi-losóficas como el resultado de mis sufrimientosparticulares, y se atribuya á mis circunstanciasmateriales lo que es debido sólo á mi entendi-miento. Antes de morir quiero protestar contraesta invención de la debilidad y de la vulgari-dad, y suplicar á mis lectores que traten de con-batir mis observaciones y mis razonamientos,mejor que acusar á mis enfermedades (l).n Queexista un enlace entre las desgracias de esta vi-da y la dura filosofía en que se refugió el poeta

(1) Carta i M. de Simitr.—24 Mayo 183?.

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como en un último asilo, no ofrece ninguna du-da; no es posible separar la figura acongojada deLeopardi del fondo monótono de sus pinturasy de sus doctrinas (1); pero es preciso reconocerque por un esfuerzo meritorio de libertad inte-lectual, borra, hasta donde es posible, sus re-cuerdos personales para la solución queda al pro-blema de la vida. Eleva esta solución á un gra-do de generalidad en que comienza la filosofía;su pesimismo es un pesimismo sistemático y nola apoteosis de su miseria. Por un rasgo quequisiéramos poner bien en claro, se distingueperfectamente de la escuela de los líricos y des-esperados, en la cual se ha querido introducirle;no tiene mas que un parentesco muy lejano conlos Rolla, que le han reclamado por hermano;los sobrepuja por la altura del punto de vistacósmico, al cual se eleva; ha querido ser filósofo,ha merecido serlo; lo es.

Juzguémosle, pues, como él desea ser juzgado,y veamos con qué exactitud la teoría de la infe-licitá, esparcida en todas las poesías, recuerda ó,mejor dicho, anuncia las inspiraciones de la filo-sofía alemana contemporánea.

E. CABO.

Trad. do A. P. V.(Continuará.)

TROMBAS Ó SIFONES MARINOSSUS CAUSAS.

Uno de los meteoros más imponentes, á la parUne, en ciertas ocasiones, terrible y hasta el pre-sente no muy bien observado, es la tromba ó si-íon marino.

Y decimos esto, primero: porque su aspecto si-niestro determina el asombro en el áriímo del ma-yor número de personas que lo contemplan, sobretodo, por primera vez.

Segundo: porque, aunque sea susceptible de oca-sionar serios desastres, es, por fortuna, las másde las veces inofensivo.

Tercero y ulámo: porque todos los autores, á lomenos los que han llegado á nuestras manos, in-cluso Benoit y Peltier, que se han ocupad» de se-mejante meteoro, ó se hallabjai preocupados en elacto de practicar sus observaciones, ó lo efectua-ban á considerable distancia del sitio en donde te-

(1) M. de Anlard traspasa lo justo cuando toma alpió de la letra la protesta de Leopardi y examina, bajoeste punto de vista, para refutarla, lo que él llama laleyenda dolores», formaba por sus Wojrafí.v.

nialugar el fenómeno, ó bien, que es lomas pro-bable, se dejaron guiar por referencias vulgares,las más de ellas contradictorias entre sí, y que noconducen á otra cosa que á sepultar la verdad enlos tenebrosos antros dal más profundo abismo.

La tromba ó sifón, impropiamente llamado así,no absorbe, ni atrae, ni traga, como muchos supo-nen: infinitos son los buques de menor porte que sehan visto rodeados á cortísima, distancia de cinco,seis y más sifones á la vez, sin que ellos ni sus tri-pulantes exparimentasen otro perjuicio que la na-tural zozobra de contemplarse envueltos por unformidable enemigo que, en determinadas cir-cunstancias, puede ocasionar, respecto á las em-barcaciones, averías de suma consideración.

Tampoco, cuando recorre espacios más ó menosconsiderables, lo efectúa en forma de chimenea, nide enorme serpiente, retorciéndose en terriblesconvulsiones y lanzando rayos y descargas eléctri-cas á diestro y siniestro, como no falta quien secomplace en contar.

La columna de fuego, de que nos haVa Peltier,y que, según dicen, en 23 de Agosto de 1826, atra-vesó el distrito de Carcasona, y, arrasando loscampos, lo asoló todo á su paso, podria ser otrometeoro, pero de ningún modo la consabida trom-ba ó sifón marino, como se ha querido suponer.

La tromba ó sifón, no hay duda ninguna, que áveces recorre espacios más ó menos considerables,envuelve, arrastra, levanta, arroja, destroza, vuel-ca en su carrera todo lo que se opone á su paso, yno es susceptible de resistir su poderoso y violen-to empuje, pero no absorbe ni traga, y en aqu •,-líos casos, como verán más adelante, ha dejado deser sifón, es decir, ha abandonado su forma primi-tiva, y á no mediar el ruido sordo que produce sumovimiento da rotaciony traslación, los estallidosresultantes de sus choques contra cuerpos más ómenos resistentes que interceptan su marcha, yque pueden, á veces, confundirse con el estam-pido de un fusil, y el polvo y objetos ligerosque levanta y acompañan en su carrera, seriaimperceptible para nuestros sentidos, y no lo ad-vertiríamos hasta hallarnos envueltos en su foco.

Entre las varias trombas de esta naturaleza qu<hemos presenciado, pues son bastante comunes e;los mares que nos cercan, citaremos una que sformó en el interior de nuestro puerto, la cual, ;desatarse, derribó gran parte de la cortina postrior del convento de monjas, y arrojó al agua vrios botes y lanchas que se hallaban sobre -muelle.

Las causas de este meteoro son atribuidas jrunos á dos vientos encontrados, y por otros á i»tensión eléctrica considerable.

Nosotros sentimos mucho no poder partici>r

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N.° 202 A. HERNÁNDEZ GUASOO. TROMBAS O SIFONES MARINOS. 9

de ninguna de entrambas opiniones; pero antes deemitir nuestro parecer acerca del particular, per-inítasen s exponer las circunstancias que proce-den á la formación de toda tromba ó sifón, cómoéste empieza á formarse, prosigue, y, por último,concluye.

Preesde siempre á la aparición de una tromba ósifón una calma completa, el barómetro baja con-siderablemente mientras asciende el termómetro,y se nota pleamar en la costa; todo lo cual indicaaumento de temperatura y suma rareza de la at-mósfera.

Una nube densísima de color muy oscuro, queparece como enclavada en un punto por su inmo-vilidad, á causa de la calma que raina, y cuya pe-sadez la mantiene muy próx ima á la tierra, es ladestinada á formar el sifón.

Debajo de esta nube acontece todo lo contrariode lo que acabamos de manifestar; el barómetroasciande mientras baja el termómetro, y experi-mentando igual presión las aguas que se hallan bajosu influencia, determina aquella la agitación delmar que, para restablecer su equilibrio, desde undiámetro considerable viene á arremolinarse haciaaquel punto, en donde simula como una especiede hervidero.

Así las cosas, la superficie inferior de la nubeempieza bien pronto á descender en forma de conoinvertido, más ó menos regular, y el agua, haciadonde dirige su vértice, á elevarse, no en figuracónica de posición opuesta y hasta dar vérticecon vértice, como muchos pretenden, sino en for-ma de surtidor circular, cuyos chorros se dirigenhacia arriba, llegando en ciertas ocasiones á.as-cender á la altura de la mitad del cuerpo del sifón,que ocupa el centro, para volver á precipitarse envirtud de su propio peso, de la misma manera quese efectúa cuando soplam.03 con fuerza vertical-mente, por medio de un cono hueco invertido, so-bre una cofaina llena de agua.

Creemos oportuno consignar aquí, que según ladirección y reflejo de los rayos solares, los indica-dos chorros toman, con alguna frecuencia, la apa-riencia de un tubo de cristal, en el cual se vensubir y bajar vapores, que no son otra cosa queagua pulverizada por la violenta presión ejercidapor el meteoro, y que, despueg de elevarse bajo suimpulso, se precipita de nuevo, obedeciendo lasleyes de gravedad,

Haciendo caso omiso, por el escaso interés queofrecen, de un sin fin de trombas, que apenasasoman para desvanecerse luego, y de otras mu-chas cuyo desarrollo no llega á completarse, dire-mos que la mayor parte de los sifones, después dehaber efectuado la precitada operación, que sueledurar de un cuarto á media hora escasa, vuelven

á replegarse sobre sí, sin ocasionar otro desperfec-to que un hoyo más ó monos profundo, que notarda en restablecerse, cuando su acc 011 se haejercido sobre el líquido, y queda más ó menospermanente, cuando lia tenido lugar sobre tierra,arena, etc.; y en tales casos, esto es, siempre quelos sifones son inofensivos, el vulgo ó la buena fedice: que han sido cortados, en virtud de haberrecitado alguna buena persona el Evangelio de SanJuan, y dado, al terminar, con un cuchillo doscortes al aire en forma de cruz.

El último de que hemos sido testigos oculares,después de haber atravesado do» veces por debajode la nube que lo formó, ganamos tierra á la dis-tancia de 25 metros, desde cuyo punto, y al abrigode la entrada de una de las minas del castillo deSan Felipe, pudimos observarle con toda seguri-dad. Su duración sólo fue de veintitrés minutos,y terminó por disolverse, arrojando la nube única-mente algún granizo.

Así como una vez observada, es fácil de conocerla nube dispuesta á producir el fenómeno que no9ocupa, no es tampoco difícil de apreciar, cuandoéste amenaza producir serios desastres.

Efectivamente, en este último caso, la nube eamucho más densa, y de un color lívido oscuro,mucho más pronunciado que la que dá lugar alsifón ordinario ó inofensivo, y desciende tanto,que la parte inferior de la tromba baja á muy cor-tas distancia sobre el nivel del mar, ó de la tierra,si el meteoro se desenvuelve sobre este punto.

Una vez desarrollado el sifón, su vientre ó cuer-po no tarda en aumentar de .volumen, hasta ad-quirir un grosor considerable; y entonces la gentedice que bebe.

Como la dilatación que experimenta dicho cuer-po se eífectúa á expensas del espesor de sus pare -des, acontece que estas terminan por romperse ydan paso á una columna de aire, que se desprendede ellas, y ii favor de un movimiento giratorio yde traslación, con una velocidad vertiginosa re-corre espacios más ornónos largos, y lleva el es-trago por do quiera que pase; en tanto que la nu-be, que contenia aquel fluido, se desata, y una llu-via torrencial acompañada, las más de las veces,de pedrisco, según el parage á donde se precipita,viene á completar la desdicha.

No há mucho que, en uno de los predios de es-tas cercanías, tuvo lugar un hecho de esta natura-leza, que sembró el terror y produjo male3 que,aun á costa de innumerables sacrificios pecunia-rios, permanecerán indelebles por espacio de mu-chos años.

Si á la calma que precede á la aparición de unoó más sifones, la sucede, después de formados es-tos, algún vientecillo, acontece que, empujadas

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por Ó3te las nubes que los formaron, les haca an-dar como arrastrados por ellas, y les imprimeciertos movimientos ondulatorios más ó monosextraños; pero en tales casos no tardan ea desha-cerse, sobre todo, por poco que el aire arrecie,pues basta la conmoción atmosférica que deter-mina un cañonazo disparado con pólvora sola, pa-ra obtener un resultado idéntico.

Cualesquiera que considere que, dicho meteoro,tiene la figura de un cono hueco invertido, ó si sequiere, cierta semejanza con un gran embudo, cu-yo pabellón se pierde en la nub¿ productora, y laextremidad delgada sa aproxima más ó monos alsuelo ó á la superficie del mar.

Que para que el sifón poseyera la facultad deabsorber, sería de todo punto indispensable que elvacío fuese susceptible de establecerse en su cavi-dad ó hueco.

Que estando formadas las paredes de aquel era"budo por el vapor acuoso procedente de la mismanube, no podria pi-acticarse el tal vacío, sin seraquellas inmediatamente comprimidas por la pre-sión atmosférica exterior, y por consiguiente re -ducida á la nada su cavidad.

Que, á lo manos, por el orificio que se nota enel vértice del cono que nos ocupa, su hueco se ha-lla en comunicación directa con el aire exterior,circunstancia, por sí sola, suficiente para imposi-bilitar aquella operación.

Y á lo expuesto añadimos, en corroboración denuestros asertos: que, aunque el meteoro se hayaformado sobre el mar, el agua que arroja al des-atarse, es dulce como la de la lluvia ordinaria.

Que, en aquel acto, se desprende de él una grancolumna de aire, gtte alrigaba en su seno.

Y por último: que, al encontrarse con dicha co-lumna, para evitar el peligro,, el único medio estenderse en el suelo.

So convendrá con nosotros en que es un ab-surdo suponer qua este meteoro se haya tragado1 agunas por completo con sus ranas y renacua-jos, para arrojarlos después, en forma de lluvia,sobre otros sitios más ó monos lejanos, indudable-mente con el objeto de emitir explicaciones satis-factorias acerca de unas especies que, por más queconsten en letras de molde, no son dignas de me-recer el menor crédito.

Apropósito, recordamos que, hará bastantesaños, en una de las comarcas rurales de esta isla,después de un fuerte aguacero, aparecieron loscampos materialmente cuajados de sapos. Loscomarcanos creían á pié j un tillas que habíancaído con la lluvia. Pero el caso era que nadie losliabia visto caer; que todos aquellos animales es-taban sanos y ostentaban mucha vivacidad, cir-cunstancia que, al parecer, contrastaba con la

caida que habían de haber experimentado desdeuna altura algo más que regular; y para colmo degracias, que en los tejados y azoteas no so encon-traba siquiera sombra de tales bichos.

En vista de lo cual, nosotros presumimos queaquel suceso podia muy bien haber dimanado, deque en el varano y otoño anteriores las lluviasfueron en extremo escasas, á consecuencia de locual los charcos y lagunas se habían completa-mente secado, y que aquellos batracios se debierondesparramar en busca de su elemento favorito;que en esta situación lea sorprendió el invierno, yse alejaron en los escondrijos que estuvieron másá su alcance, en donde permanecieron aletargadosdurante la cruda estación; vino la primavera, susmiembro» entumecidos recobraron su perdida agi-lidad, y á la primera lluvia quo sucedió á estenuevo estado, abandonaron aquellas extrañas gua-ridas y salieron á disfrutar de la humedad porellos tan apetecida.

Con todo, esto podrá no ser así; pero, sea comofuere, lo cierto, lo indudable es que la tromba ósifón marino no absorba, ni atrae, ni traga; porel contrario sopla, y con tal vehemencia, que. á lapresión de su soplo ea debido el polvo que levan-ta, ó el chorro de agua que hace saltar, como tam-bién el hoyo que al desvanecerse ó desatarse dejaen el punto sobre el cual ejerció su influencia; yen cuan ¿o á la propiedad de soplar y sorber á untiempo mismo, que alguno que otro se ha aventu-rado á concederle, no merece la pena que de ellonos ocupemos; baste decir, que constituye uno delos mayores imposibles.

Respecto á la causa de e3te meteoro, ya hemosindicado, que nosotros no estábamos conformescon los que la atribuyen á una tensión eléctrica, nicon aquellos que la consideran dimanada de dosvientos encontrados, pues, atendidas las observa-ciones que acabamos de aducir, nosotros opinamosque el desarrollo de semejante fenómeno es debidoá dos temperaturas opuestas, la una en la nubedonde se forma, excesivamente baja con relacióná la otra que reina en lo restante de la atmósfera,y que es comparativamente mucho más elevada.

Así, pues, la nube en cuestión se ampara delcalor de las capas atmosféricas más inmediatas áella, las cuales, en virtud de esta pérdida, se con-densan y precipitan; primero, como es consecuen-te, las contiguas á su superficie inferior, que des-cienden y son reemplazadas por otras, que después

• las siguen, y así sucesivamente vienen á gravitarsobre el líquido, y determinan en él aquella agi-tación, de que hemos dado cuenta anteriormente,y que se manifiesta en el mar momentos antes deaparecer el sifón.

En tanto que esto acontece en las capas inferió-

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N.° 202 I>\ MOJA Y BOLÍVAR. UN BUEN JIJAN. 41

res, las superiores, esto e3, las capas de aire que sealojan sobre la superficie superior de dicha nube,condensadas— como toda condensación empieza áefectuarse por un punto, cuyo diámetro y espesor,á medida que aquella aumenta van gradualmenteaumentando — dirigen su presión sobro un puntodo esta nube, y á semejanza del vidriero, cuandosoplando por medio del tubo trata de fabricar unaampolla, la arrastran hacia el suelo en forma dacono invertido, hasta abrirse paso en su vértice, ygravitar directamente sobre la superficie del maró de la tierra,, produciendo los efectos que lleva-moa indicados y que fuera ocioso repebir.

Si al llegar á e3to estado, lo cual sucede las másde las veces, se restablece el equilibrio entre lanube y la atmósfera, los vapores acuosos que for-maban la tromba, vuelven á ascender, replegándo-se hacia la nube de donde partieron y desapareceel meteoro.

Pero si, por el contrario, persisten Lis desigual-dadeg mencionadas, aumenta la condensación, ycon ella las capas atmosféricas que, obedeciendo aldeclivio, se precipitan por el caño del sifón, cuyoconducho cede á su presión y dilata á espensas delespesor de sus paredes, hasta que al fin se rompeny desprende de ellas, con una rapidez asombrosa,la gran columna de aire que abrigaban en su seno,resultando de este repentino desprendimiento otraperturbación en toda la nube, por la pérdida rá-pida de gran parte de su volumen, la cual, no sindejar de soltar alguna descarga eléctrica, se deshace en pedrisco y lluvia torrencial.

Como la susodicha columna de aire, en virtudde su densidad, conserva, al desprenderse de- lanube, la figura de un cono más ó monos perfecto,con el vértice hacia abajo—punto en que gravita,en razón á su mayor pesadez específica y menorvolumen—y arrastrada por su propio peso se lanza,resba'ando sobre la parte relativamente más re-sistente de la atmósfera por donde atravi¡sa, endirección á la más rara ó que menos resistencia leofrece, adquiere, como no puedo monos do ser así,aquel movimiento giratorio de que hemos habla-do en su respectivo lugar, tan anexo al de trasla-ción de lodo cono, cilindro, esfera, etc.; el cual,como es regular, experimenta aquellas variaciones1

consecuentes álos obstáculos con q\xe aquel cuerpoeminentemente elástico, tropieza en su vertiginosacarrera, y concluye con el restablecimiento de suequilibrio.

Inútil nos parece indicar aquí, que las causasde los sifones, que apenas asoman para desvane-cerse luego, como asimismo de aquel os cuyo des-arrollo no llega á completarse, son idénticas á lasque obran respecto á la formación de las otrastrombas de que nos hemos ocupado, pues es fácil

de comprender que tales diferencias únicamentedependan y se hallan en razón directa de la des-igualdad que existo entre la temperatura de lanuba y la de la atmósf era que la circuye.

Por último, debemos añadir: que de la circuns-tancia de ser indispensables para la aparición detoda tromba dos temperaturas opuestas, la una enla nube donde se forma, excesivamente baja -— ácausa, probablemente, de proceder de puntos frios—con relación á la otra, que reina en el restantede la atmósfera, y que es, comparativamente, mu-cho má3 elevada, dimana que este meteoro sea, porlo general, más común en las zonas cálidas y tem-pladas que en las frígidas, y aparezca en unas yotras con mayor frecuencia sobre los mares y vas-tos arenales que en el resto del interior; todo locual revela, hasta la evidencia, la exactitud denuestros principios.

ANDRÉS HERNÁNDEZ GUASCO.

Malion, Diciembre 1877.

UN BUEN JUAN.POEMA EN VERSO Y PROSA.

CANTO PRIMERO.Juan se moria de fastidio, y para evitarlo pensó

en matarse, que no es lo mismo sufrir una muertepaulatina que acabar de golpe y porrazo. Aquellarenueva á cada hora el tormento de la vida, mascon la muerte violenta no es iterable el dolor.Finis cor\>natopus. Aquí paz y después la Es-finge de lo Eterno.

Escasamente se hallará por esos mundos de Dioaun hombie que no haya pensado alguna vez enquitarse de en medio, ó que no haya tenido du-rante el curso de su existencia motivo para hacer-lo; si e3 'QO.Q dentro del humano sentir, y con rela-ción á nuestra miseria, hay jamás motivo paraponer punto final al párrafo de la vida.

Afortunadamente para la conservación de laespecie, si son muchos los tentados, son pocos loadecididos. El olvido, esa preciosa faz negativa dela memoria; la resignación, esa virtud que podriallamarse la abdicación de los mandrias; el deseode vivir, el instinto de conservación, otras ciencausas más prolijas de enumerarse que difícilesde ser conocidas, impiden que un crecido contin-gente de desesperados ó de infelices se borre de lalista de los vivos.

La mayor parte de las veces son los dolores delalma y no los del cuerpo los que nos impulsan alcrimen del suicidio. Contra los males de la mate-ria se ha inventado la Medicina, ciencia ó arte decurar (en esto hay opiniones) que ha servido, sir-ve, y servirá admirablemente para hacer vivir álos médicos. Respecto á los males del alma, si ea

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REVISTA EUROPEA. 6 DE ENERO DE 1878. N.° 202

cierto que algunos se curan por diversos procedi-mientos, también es verdad que otros resisten átodo tratamiento espiritual.

Hay, pues, desahuciados del alma y del cuerpo,siendo para los primeros el suicidio una especiede doctor Garrido que los espera en su farmaciade ultratumba.

Pero convengamos en que los que se matan porcuestiones puramente psicológicas son unos ton-tos que no saben vivir. Yo comprendo al mártirque, viéndose atenaceado por crueles dolores, cuyofin no ve jamás, llega al colmo ilol sufrimiento, yle pone término recibiendo de la boca de una pisto-la el beso helado de la muerte; lo comprendo, repi-to, aunque lo repruebo. ¿Con cuánta más razón, porlo tanto, no he de reprobar al que padeciendo mo-ralmente, vá, coje, y se pega un tiro, destruyendoá la vez no sólo el espíritu, sino también la mate-ria que no entraba para maldita la cosa en lacuestión? ¿Qué tiene que ver el cuerpo1! ¿Qué deli-to ha cometido1? ¿Qué dolor le atormenta, qué in-fortunio le amenaza, qué pruebas le aguardan1?¡Ah! cuan sabios son los que matando el alma,nada más que el alma, dejan que el cuerpo engor-de hasta que reviente de satfsf accionen.

El alma puede enfermar de anemia como de plé-tora ; lo mismo pueden faltarle el amor, la amis-tad, la esperanza, la idea, que sobrarle la digni-dad, la energía, la consecuencia y la sindéresis. Essusceptible de recibir esas profundas heridas queotras almas infieren, asestando una traición. Tienesus tisis correspondientes. Se afeeta, padece, ago-niza. Pues bien: muchos de los que llevan enfer-mo el espíritu, pero que saben la aguja de marear;muchos vividores, en una palabra, han resuelto elproblema de una manera admirable.

Así se explica que ardientes enamorados quitenla mancha de la mora con otra verde; que inquie-tos analizadores de la verdad se pongan la vendade la fe, asustados de lo que vislumbran; que ca-racteres enteros se dobleguen ante los dispensado-res de gracias; que reputaciones intachables sedejen arrastrar el mejor dia por el coche del dia-blo, y, ¡á vivir! Esto es lo que se llama matar elalma. El cuerpo, libre ya de un peso, de aquella im-portuna que tanta guerra le movia, asiste gozosoá los funerales, y, ¡á vivir! se ha dicho.

Hay que casarse por interés ; hacerse tránsfugapolítico por medro; condesconder con el error, porconveniencia; ser cómplice en algún desaguisado,por tolerancia. Luego se tapa la boca á los maldi:cientes, desplegando ante ellos el aparato de lafortuna: se hace callar á los rectos, hablándole3 dela experiencia de la vida, y probándoles que estemundo es un fandango, y el que no le baila estonto.

Una vez muerta el alma, entra el cuerpo enplena posesión de la existencia, gozando por sí, yá nombre de la antigua compañera de glorias y fa-tigas, hasta que, trabajado por accidentes físicos,se agrieta, cuartea, desnivela y derrumba, quedan-do reducido á un montón de polvo.

Por desgracia ó por fortuna, hay enfermedadesdel alma que exigen para su extirpación la muer-te del cuerpo, siendo una de ellas el fastidio. Losmás acreditados filósofos moralistas, que son losmódicos espirituales, recomiendan para su cura-ción el amor en grandes dosis y á todo pasto; sieste remedio heroico resulta ineficaz, entonces elpaciente puede darse por perdido.

Ya es llegado el momento oportuno de decir quenuestro buen Juan, el héroe del poema, muñén-dose de fastidio, y habiendo decidido matarse, es-cribió una carta ó Manifiesto al país, concebido enlos siguientes términos:

AL PAÍS.

He pensado saltarme la tapadera,y escribir una carta de esta manera:

iiA ninguno se acuse; me doy la muerteporque el picaro mundo no me divierte.

La rutina carcome nuestro organismo:siempre pasa lo mismo, siempre lo mismo.

Las semanas se forman de siete diasmientras rigen antiguas cronologías.

Primavera, Verano, Otoño, Inviernouniformes consuman su giro eterno,y uniformes nos brindan las Estacionesamor, baños, tristezas y sabañones.

Siempre sale de ñocha la triste Diana,siempre sale la Aurora por la mañana.

Una mano se lava con otra mano.¡ Vil amaneramiento de que huyo en vano!

Me fastidia en extremo ver la Naturafuncionando con orden, paso y mesura.

Es inútil pedirle peras al olmo;el concierto del orbe llega á su colmo;y no existe en el orbe mayor trabajoque mirar cómo llueve siempre hacia abajo.

El amor no ha cambiado de cantinela,según quiere Juanita, quiere Manuela:tienen todas las hembras igual manía,pretensión, coquetismo y ortografía.

Comer, beber, dormirse como cualquiera,divagar bajo el pese de la chistera,fingir ante los hombres, hacer saludos,suprimir en visita los estornudos,pagar cuentas del sastre, del zapatero,discutir cien ministros de Enero á Enero,armar e >n las ideas torpe balumb acada vez que un amigo baja á la tumba,consumir de la vida las temporadas

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N.° 202 F. MuJA Y BOLÍVAR—UN BUEN JUAN.

repitiendo las bromas enumeradas,soportando la horrible monotoníade ganar el pan nuestro de cada di:i,tales son las delicias de este planetaque á mi juicio no valsn una peseta.Cansado de gozarlas me suicido.Agur. ¡Viva la muerte! Juan Aburrido. K

CANTO SEGUNDO.LLOVIENDO;

(Confidencias de un pirata callejero.)Cuando el sol brillante

se encapota huraño,y las nubes pardasse truecan en fangopor dejar el cielopara refrescarnos,surgen mis deseoscomo electrizados,ruedan al abismo,y celebran pactoscon el rey absoluto que llevalas riendas del Báratro.

Apenas divisola dama de garbo,que, pulcra, recojocon discreta manola elegante faldade erugiente raso,brota de mi pechoel himno encomiásticoen pro de la formaque ensalzan los bardos ,la paleta irisada, la música,el bronca y el mármol.

Para mis sentidos,la que á breves saltosesquiva impurezasen el empedrado,tiene una gramáticade todos los diablos.Pió, brevis et breve;trámite, acentuado;puntos suspensivos;y excelentes párrafosque la moda releva y agrandacon un pleonasmo.

Todas mis potenciasluchan con fracaso,quedando mi espíritude ruinas sembrado.Ni la fantasía

tiende el vuelo raudo,ni el entendimientosabe á dónde vamos;y el libre albedrío,do la forma esclavo,en sus tumbos parodia al atletadel circo romano.

Misteriosa fuerzade fatal encantome lleva á la damacomo encadenado,á prueba de baches,arroyos y charcos.Arrecia la lluvia,me mojo, me calo;necio el transeúntese queda mirando,y la hermosa que atisban mis ojosaprieta su paso.

Yo sé que navegopor mar ignoradoen pos de la dichaque voy brujuleando;conozco el peligroque corre mi barcosiguiendo la estelade un buque fantástico;pero no si me aguarda el refugiode algún puerto franco,ó si al ver la región hiperbóreame pierdo y naufrago.

Tales fueron las impresiones de Juan poeo des-pués de dejar sobre su mesa de despacho el Mani-fiesto al Raís, y de lanzarse á la calle para buscarun sitio cómodo desde donde pudiera emprenderel viaje á lo Infinito.

Llovía á cántaros, circunstancia enojosa para unsuicida romántico, de esos que escojen escrupulo-samente el lugar de la escena, se arreglan el trajey caen con gracia, á fin de que los cien gacetillerosde la prensa periódica den el mismo dia, ó al si-guiente, con todos sus polos y señales, la noticiado un suicidio irreprochable, cuyas circunstanciasganen el ánimo de los lectores á favor del desgra-ciado, y hasta arranquen de tierno pecho de algu-na lectora sentimental esta exclamación, envueltaen un suspiro vagaroso: ¡Qué lastima de chico!

A quien tiene pensado matarse porque se abur-re, una lluvia á torrantes puede ser provechosa,pues lleva en sus aguas la eficacia necesaria paraapartarle del mal camino, del camino de la tumba.Esta eficacia consiste en la gran incomodidad quelas lluvias causan á todo el mundo. No hay

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14 REVISTA EUROPEA.—6 DE ENERO DE 1878. N.° 202

na, por muy preocupada que vaya con sus asuntos,que soporto paciente uno y otro chaparrón, sinacelerar el paso y tratar de acojerse bajo techado.

Como á Juan le importaba un ardite ponerse óno hecho una sopa, siguió imperturbable su mar-cha hacia las afueras de Madrid, al azar, guiadopor el capricho del Destino. Juan era llevado poruna fuerza misteriosa, y parecia que sólo so con-cretaba á poner en movimiento su aparato loco-motivo, dejando la iniciativa, la dirección delrumbo, á una entidad invisible que le guiaba.

Al cuarto de hora de marcha empezó á moles-tarle la pesadez de la ropa mojada que le enfriabalas carnea.

De allí á poco notó con disgusto la humedad.Era aquella una impresión tan desagradable,

que el alma de Juan, ocupada hasta entonces endivagar sobre las dichas de ultratumba, no tuvomás remedio que adaptarse exactamente al cuer-po, y sentir el frió húmedo de que estaba pene-trado. El cuerpo humano las gasta así. En ocasio-nes permite al alma que haga una escapatoria porlos espacios imaginarios, relevándola de los múl-tiples cargos que ejerce an el organismo. En estoscaaos, el cuerpo rutinario funciona por la fuerzade la costumbre; come, bebe, anda, hace otrasoperaciones, mientras el espíritu sutil se baña enel éter, pensando en las Batuecas empíreas. Parosucede que al cuerpo le ocurre cualquier incidenteextraordinario, y entonces es de ver como da untirón al sutilísimo hilo fluídico, merced al cualel alma se ha elevado, como se elevan las cometasen la atmósfera, sin desprenderse de la mano dequien las retiene. El alma, al sentir el llama-miento, da un suspiro, baja rápida al cuerpo, seidentifica con él, y participa de sus miserias, olvi-dada por completo del bienestar gozado haciaunos instantes.

Como Juan no ora un suicida de tres al cuarto,ni obraba arrebatado por causa del momento;como era suieida recalcitrante, á macha martillo,lleno de convicción acerca del bienestar que elaniquilamiento subsecuente á la muerte produce,lo pensó mejor, y aplazó para otro dia el golpemortal. ¿Cómo quieren Vds. que tenga ánimospara quitarse la vida un hombre calado de aguahasta los huesos, con la ropa pegada á las carnes,sintiendo el frió molesto de una humedad de cuer-po entero?

Además, ¿quién les ha dicho á Vds. que ungran dolor, un gran disgusto físico ó moral no son,en determinadas circunstancias, causa eficiente dereacciones tanto físicas como morales?r¿Es cierto que Juan, liado en que lo mismo da hoyque mañana, sólo se ocupó en volver grupas paraganar BU domicilio y despojarse de la empapada

vestimenta, de las mojadas botas, del sombreroconvertido en alero de tejado; mas por sabido secalla que apenas hubiera descansado del ajetreocon que emprendió la retirada, después de bienenjugado su cuerpo, se vestiría otro traje paraconvertirle en propia mortaja cuando el tiempolo permitiera.

El hado próspero- lo dispuso de otro modo. Elmalestar originado por la lluvia reaccionó en elinterior dé Juan hasta el punto de obligarlo á an-dar ligero en busca de casa, calor y comodidad.Quien ansia estas cosas no se mata, por el pronto.Quien después goza poseyéndolas, tampoco soaburre. El que no se aburre no se suicida portedio. Hay más; Juan no las poseía mientras ibapor la calle, pero sabia que dentro de quince mi-nutos, á lo sumo, estaria arrellanado en el sillónde gutapercha de su despacho, envuelto en la flo-reada bata, junto á la encendida chimenea de már-mol, una pierna sobre la otra, y haciendo saltaren la punta del pié libre la cómoda chinela de ta-filete encarnado con vivos de charol. De modo quese deleitaba de antemano con la seguridad de laposesión en un breve plazo, cuyo deleite le ibapredisponiendo á recibir otra serie de agradablessensaciones muy distintas de la ingrata sensacióndel frió húmedo. Por ejemplo, el escarabajo de unnuevo amor, el reconcomio que le inclinaba haciauna magnífica mujer rubia que se atravesó en sucamino, el prurito de seguirla hasta el fin delmundo, olvidándose enteramente del sillón, de labata, de la chimenea, y de la chinela.

Nada más cierto. Una expléndida rubia quepasó ante su vista, recogiendo con. discreta manola elegante falda de crugiente raso, como dice unade las estrofas arriba puestas, le había flechadoinconscientemente. ¿Cómo? Hagamos una metáfo-ra en obsequio do la moral' quisquillosa do algúnlector ó lectora.

Supongamos que la rubia era una. charada com-puesta de varias sílabas. Supongamos, también,que por efecto del aguacero, la pulcra rubia, alrecoger sus faldas, dejaba al descubierto algunasílaba. Supongamos, por último, que Juan quoriaadivinar las demás y conocer el todo. En cuantollevo dicho, la criminalidad, si la hay, es de Juan,y no de una dama de garbo que procura conservarlimpia la hoja do higuera, heredada de su primeramadre Eva. Juan era el que pecaba suponiendodepuesta la cascara, é imaginándose cómo seria"la parte mollar de aquella fruta. Después vendríala cuestión de hincarla el diente.

Como dije ántefe, las impresiones que Juan re-cibió, posteriores al frió, van de manifiesto en lacanción del pirata callejero.

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N.° 202 IT. .MOJA Y BOLÍVAR. UN BUEN JUAN.

CANTO TERCERO.Coma el aiío 187El sol habia entrado ya en Aries; la Primavera

ge había inaugurado oficialmente en loa almana-ques el invariable dia 20 de Marzo; no obstante, elcariz del tiempo en Madrid no tenia nada dehalagüeño. Porque la Primavera es fiesta movible.De nada sirve que el año astronómico ajuste lascuentas á la Naturaleza, diciéndole el dia que debeempezar á sonreírse, en qué signo ha de quemar-nos la sangre, cuándo ha de ponerse romántica, ycuándo ha de sumirse en el letargo, imagen de lamuerte.

Muchas veces la Naturaleza deja con un palmode narices á la astronomía, y no empieza á son-reírse hasta fines de Abril ó principios de Mayo;otras nos quema al comienzo de Junio ó termina-ción de Setiembre; maltratándonos la mayor partede los años con Io3 rigores invernales, sin que estépara caer el dia 21 do Diciembre, época en que elinvierno crudo debe tomar posesión de su destino.

Como digo de mi posma, el sol habia entradoya en Aries el 187 y marchaba hacia Tauro,percibiendo confusamente los balidos do aquelcornúpeta y muy ciar "s los mugidos de éste, sinque asomara por la villa del oso y del madroño larosada faz de la Primavera.

El cielo estaba de continuo fosco, descargandosu mal humor en forma dé chaparrones. Las pun-tiagudas brisas del Guadarrama más tiraban ápinchazos de novia enojada que á ósculo» de apa-sionada amante. L03 embozos de las capas seamoldaban aún cariñosos á los rostros.

En esta temporada fue cuando Juan vio la cha-rada rubia, ds la cual no diré que se enamoró, porque mal podía sentir tan súbitamente una organi-zación tan aburrida, pero sí que se encaprichó.

En pleno invierno ¡lo que son las cosas! quizáno hubiera tenido constancia para empezar, con-tinuar y terminar una aventura galante. Tantosson los obstáculos que la climatérica estación sueleoponer á los Tenorios al aire libre. A fin de in-vierno y principio de Primavera ya es harina deotro costal. Un amorío de Marzo, bien empollado,puede romper el cascaron y salir piando en Mayo,al paso que uno de Diciembre puede salir pitando,sin consistencia para soportar una larga incu-bación.

Después que Juan se enteró del domicilio de larubia, á la que no tuvo ocasión de abordar porimpedirlo el tiempo, se volvió á su casa.

Lo primero que vio sobre la mesa de despachofue el Manifiesto al país; lo primero que vio en elManifiesto fuá aquello de

El amor' no ha cambiado de cantinela;Como quiera Juanita quiere Manuela.

Este pareado le sirvió do punto do meditacióndurante el largo rato que pasó al amor de la lum -bre, envuelto, por fin, en la bata floreada.

Consideró la naturaleza femenina, su fragilidady ligereza, cómo todas las miras de la mujer se re-ducen á la satisfacción de su vanidad, y cómo bajouna aparenta mansedumbre no tienen otro obje-tivo que el dominio tiránico del hombro sojuzgadopor el sentimiento.

Ponderóla serie de molestias, riKas, rompimien-tos, graves males y hasta terribles desgracias quede ello se originan; sacando en consecuencia quedebia perdonarse el bollo por el coscorrón.

Así preparado por un saludable ejercicio de lamente, unido al somero examen amoroso de con-ciencia que hizo en pocos instantes, pasando re-vista imaginaria á sus trapícheos, dedujo que larubia habia de ser como las demás, no concurrien-do en ella circunstancia excepcional viaibie que laapartara del resto de sus conciudadanas.

Por lo tanto, terminada la meditación, y ha-biendo clareado el tiempo, se vistió para salir,salió é inmediatamente se dirigió hacia la casade la rubia, con intenciones de averiguar su nom-bre, estado, posición y cuanto interesar pudiere almás nimio y precavido aspirante al amor de labella.

Porque si 63 verdad que la mujer es vana, frá-gil, ligera y tozuda, también es verdad que elhombre es caprichoso ó inconstante, amigo de ha-cer su santísima voluntad, aunque so contradiga.De cuyas premisas, un filósofo cuyo nombre so haperdido en la oscuridad de los tiempos remotos,por más que algunos sabios afirmen y prueben es-peciosamente que se llamó Pero Gi'ullo, sac> enlimpio esta profunda sentencia: No hay peor genteque hombres_ y mujeres.

Hago graoia al lector de los preliminares enta-blados por Juan para la conquista da la rubia, queresultó ser soltera, pensionista, independiente,pagada da su hermosura, llsna de pretensiones, ypor contera romántica furiosa. Sólo diré que Juantenia su táctica para enamorar. No era de esosque, á las primeras de cambio, espetan uua decla-ración por si pega. Era de los contados que inda-gan, averiguan, inquieren cuanto se roza con ladama desús pensamientos, y luego de bien ente-rados dan el golpe.

En tales operaciones se le fuó algún tiempo, domodo que, cuando decidió declararse, ya la Prima-vera, esa Pascua de R.3surro3cion de la tierra, ejer"cía exclusivo imperio.

En el campo sambraban, ingertaban ó plantaban. Las rosas habían debutado con éxito asom-broso. Infinitas larvas habían ascendido á insec-tos con brillantes alas. Do quier se construían ni-

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16 REVISTA EUilOPEA. 6 DE ENK11O DE 1 8 7 8 . N.° 202

dos por pájaros de cuenta que fabricaban su ca-sita como pequeños propietarios rurales.

Los árboles, más felices que muchoa hombresque no pueden estrenar cada año un traje, se ha-cian uno nuevo por procedimientos inversos á losnuestros. Nosotros, lo último de que nos ocupa-mos y ponemos en los vestidos son los botones;pero los árboles echan los botones antes que nada.

La Naturaleza entera se habia presentado ri-sueña y rozagante, como quien dice: mirad quéguapa soy; y los hombres la contemplaban embo-bados y alegres, como si la contestaran: ¡Viva lagracia!

De tanta hermosura no llegaban á Madrid, co-mo no suelen llegar á las ciudades populosas, másque los reflejos en el color del cielo, los fluidos enla agradable sensación de suave calor infiltrado enlas venas, y los perfumes que arrastran tibiasauras ligeras. Como los ciudadanos noa contenta-mos con poco, en cuanto se refiere á goces cam-pestres, bastan la luz, el calor y las brisas, paraque, saliendo del entumecimiento invernal, abra-mos nuestros peehos á la espansion, y amemos cuan-do la Naturaleza entera ama, apurando la copa delnéctar amoroso hasta ponernos como unos pepeseróticos.

Así nuestro buen Juan. Sintió el rejoncillo co-mo todo el mundo, y tanto so espaviló, que se de-claró á la rubia, en esta forma:

EN PRIMAVERA.Á ELLA..

Huyendo el mundo de los encantosvienen las auras primaverales,y á las violetas de la campiñanarran historias espirituales.

Vienen del mundo de los encantospara decirnos lo que es amor:blando susurro, tierno coloquio

murmurador.

De las regiones inmaculadasrápidos llegan silfos sutilesque se deleitan enloquecidoscon el aroma de los pensiles.

Llegan los silfos inmaculadospara decirnos lo que es amor:suave perfume que se desprende

de hermosa flor.

Con raudo vuelo bajan del éteralborozadas las aves puras,y en lo sombrío de la enramadacantan á trinos sus aventuras.

Bajan del cielo las avecillaspara decirnos lo que es amor:

música leda que arroba el almadel amador.

Tienen tus ojos color de cielo,áureos cambiantes tu cabellera,lirios y rosas forman tu rostrodonde sonríe la primavera.

Eres el hada que se aparecepara decirnos lo que es amor.Tú eres el aura, tú eres la música,

tú eres la flor.La romántica rubia dio el sí.Juan pardió una ilusión de las muchas que so

habia formado para sostener aquellas relaciones.jY por qué? preguntará confusa alguna lectora.

iPómo es que lo que llena al hombre de felicidad,el primer sí de la mujer aún pura, que dice elpoeta, es causa del disgusto de otros?

Porque á Juan le gustaba la lucha. Su aburrí •miento nacia de habérselo encontrado todo hechoen el mundo, de no habsr tenido que dejar en loszarzales del camino de la vida, unas veces los gi-rones de sus vestiduras, y otras la sangre de sucuerpo. Cuando un alma como la de Juan, forma-da para algo elevado, se agita en el vacío de una,existencia rutinaria, fácil y sin lances, se asfixia,muere.

No vaya á crearse que la rubia decia amen á to-do. Juan le siguió la corriente, dio cuerda al ro-manticismo de la hermosa, hasta que un dia seempeñó en descifrar la charada.

Entonces la rubia dijo que no.Juan perdió otra ilusión.Y vuelta á preguntar -la confusa lectora. Pero,

hombre de Dios, jeómo es que gustándole á Juanla lucha, perdia también las ilusiones cuando lecontrariaban? Por fas ó por nefas ese bendito Juanes incomprensible.

A semejante objeción respondo diciendo, queJuan, como todos los hombres que tienen la vo-luntad poco mortificada por las contrariedades,era voluntarioso y aparecia como dotado de unadoble naturaleza. Queria la lucha porque apañashabia luchado; y cuando se lo presentaba, la aborrecia por lo mismo, por no tener costumbre deluchar. Además, si no careciera de genialidadesno podría sor el héroe de un poema.

Planteado ya el problema, conocidos los térmi-nos de la ecuación, sabiendo que la rubia deciaque SÍ cuando se le hablaba por todo lo alto, y queno cuando se le hablaba por todo lo bajo, la solu-ción era facilísima.

La rubia vivía vagando por las alturas; mascomo Juan se la habia encontrado como caida delas nubes el célebre dia de la Huvia, no acertaba ácomprender tanta elevación, tanta sublimidad en

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F. MOJA Y BOLÍVAR.—UN BUEN JUAN. 47una pensionista, buena moza é independiente.

Por lo demás, repito que la solución era facilí-sima. 0 herrar ó quitar el banco.

En el herrar (también se puede decir siu ache)van comprendidas otras dos operaciones de que ensu tiempo habló San Pablo: ó quemarse ó casarse.El terrible santo optaba por la segunda si la pri-mera habia de durar por siempre jamás amen.

Juan optó por la segunda, ajustándose á la opi-nión del apóstol: determinó casarse.

Y, en efecto, se casó con otra.¡ Admirable prueba de buen sentido, de las po-

cas que daba nuestro héroe!En eso estoy conforme con él. Apelar al matri-

monio para la consecución de un fin terrena], de-clarándose sin brios para triunfar de un estorbo,es poquedad de ánimo, delata á un ruin. Si áello se agrega lo cobarde que me parece pedirayuda á la sociedad con sus leyes; lo impío que esganar á su causa al mismo Dios, solicitando elministerio de la religión, la bajeza sube de punto,prestándose á consideraciones que mi pluma nopuede desenvolver ahora ni en mucho tiempo sinherir ciertas conveniencias que sirven de códigomoral á muchísimas personas.

Juan acabó por casarse para ver lo que era lavida matrimonial y buscar en ella remedio á lamanía de suicidarse por fastidio.

Antes, sin embargo, de hacerlo, rompió con larubia de una manera irónica, incisiva; burlándosede su romanticismo. La despedida fue el dardoarrojado por el Parthoal emprender la fuga.

Hela aquí:

ME LO TEMO.

Para contar los astros luminososó las gotas del mar,

necesito vivir quinientos siglos,poco menos ó más.

Para contar las gracias que atesoras,que es el cuento más largo de contar,según cálculo fiel, tendré bastante

con una eternidad.• Antes que á tí la muerte inevitable

el abrazo de hielo me dará,y mi espíritu libre, ya depuesta

la envoltura carnal,á proseguir la suma de tus graciasdo quiera que estuvieres volará.

Por sufrir menos, morirás más tarde,pero, al fin, morirás:

y encargada la química implacablede destruir tu cuerpo escultural,no tendré más remedio que evocarte

para poder sumar.Cuando oyendo la tuba del arcángel,

TOMO X I

cuando rota la piedra sepulcral,como somos ahora nos veamosen el sagrado valle Josafat, ' '•y por haber amado nos destinen

á la gloria eternal:cuando estés de patitas en el cieloy me veas dispuesto á continuarla suma de tus gracias,¡considera!tú, irradiando beldad,yo, embebido en tu esencia y con el lápiz

cuenta que contarás,vamos á hacer el oso y va á silbarnos

la Corte Celestial.

CANTO CUARTO.ME EXTRAÑA.

Tiene Juan por consorte una señora,excelente mujer,

hábil modista, pulcra bordadora,con faz de rosicler. «

Treinta mil duros son el argumentode su carta dotal;

repentiza en el piano y suelta al vientosu voz angelical.

Si la arrulla un galán con el gracejode quien echa una flor,

ofendida le muestra un entrecejoque anubarra el honor..

Lucrecia de Tarquinos ilusoriosblasona de su fé.

i Ay de ella si los últimos Tenoriosno fueran de douilé! .

Cumple con su deber de esposa honrada0» con tanta precisión,

que parece la célebre Casadade fray Luis de León.

Y á pesar de su mérito es odiosa;le falta un no sé qué,

rasgo esencial de la mujer hermosaque el hombre en sueños ve.

Cuando presieiíte Juan que va á afligirsepor ese malestar

que nos produce el alma al sumergirsede lo triste en el mar:

Cuando el dolor en su existencia brota,cuando empieza á rugir .

la tempestad de lágrimas que azotaal que sabe sentir,

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REVISTA EUROPEA.—6 DE ENEEO DE 1878. N.° 202

Demanda auxilio al serafín casero,á su noble mitad,

y la encuentra á seis grados bajo cerode sensibilidad.

No comprende la dama superfinaque se llegue á verter

llanto por el dolor que uno imagina;eso no puede ser.

Ignora que el espíritu franqueasu cárcel material;

que se lanzt al espacio y se paseapor el mundo ideal.

No comprende el afán de su marido,no ve la aspiración

misteriosa del hombre que ha nacidocon mucho corazón.

Juan aprecia las dotes de su esposa,confia en su virtud,

j , sin embargo, es débil mariposaque deslumbrá otra luz.

Siempre que el frió del hogar le choca,como tierno doncel

pide calor al alma de una locaque se muere por él.

¡Dicen que Dios castiga con su sañael crimen de los dos!

Ello será vsrdad; p9ro me extrañaque los castigue Dios.

Como se ve, Juan habia encontrado su medianaranja fuera de las leyes divinas y humanas.

Ya ni podía suicidaras por aburrimiento. Ama-ba á todo pasto.

Esas mismas leyes me impiden sacar la moraleja,la finalidad épica. De modo que el lector se encar-gará de hacerlo por mí.

F. MOJA Y BOLÍVAR.

LAS HABITACIONES.

La necesidad imprescindible de ponerse al abri-go de la intemperie, ha obligado al hombre en to-das épocas á buscar los medios de libertarse delos rigores estacionales que, en la generalidad delos casos, puede asegurarse que son incompatiblescon la salud y con la vida. Troncos de árboles,cavernas, escavaciones, lié aquí lo que constituyóla primera habitación del hombre, cuya insufi-ciencia debió reconocerse inmediatamente, puestoque no tardó en buscar y construir más seguros yciertos, ya que no muy cómodos abrigos.

La civilización -ha ido, como es natural, mar-cando sus huellas en las construcciones. Asi esque los árabes se alojan bajo sus tiendas, que lle-van en unas picas que colocan en tierra; los tárta-ros habitan chozas de madera ó mimbres, cubier-tas de cemento espeso, en cuya parte alta hay unorificio circular, destinado al paso de la chimenea,y estas chozas son portátiles, pues las trasportanen carros tirados por bueyes; los groenlandesesocupan casas cuyos cimientos, son de tierra ó cés-ped, cubiertas de madera y materia turbosa, todomezclado generalmente con témpanos do hielo.

La antigua civilizacio;i egipcia, construía susciudades con habitaciones que tenían jardines ytodas las comodidades de una vida holgada y unlujo refinado.

Uno de los asuntos que hay necesidad de estu-diar en las habitaciones, es su situación, que pordesgracia rara vez se atiende como debiera en pri-mer término á la razón de salubridad, sino quesuele ser el ultimo de los motivos que se tienenen cuenta para instalar viviendas.

Respecto al clima, puede asegurarse, en generalque el hombre, como sír cosmopolita, es suscep-tible de vivir en todos los países, pero sujeto sinembargo á las condiciones de aclimatación. Sinembargo, desde luego, la higiene debe señalarcomo climas más sanos, los templados, porque sonmás compatibles con un buen estado desalud.

La altura que tienen las habitaciones sobre elnivel del mar es de importancia para la salud.Una elevación media es la más conveniente, puesá una altura muy considerable, la disminución dela presión atmosférica, el descenso de temperatu-ra, las corrientes de aire impetuosas, hacen queestas habitaciones ofrezcan graves peligros paralos que padecen enfermedades crónicas del cora-zón ó los pulmones, á veces determinan su desar-rollo en las personas predispuestas á ellas. Por eso,cita Becquerel en su obra de higiene, que los reli-giosos del monte de San Bernardo mueren jóve-

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N.° 202 J. OLMEDILLA Y PUIO.—LAS HABITACIONES. 19

nes, atacados en su mayoría de enfisema pul-monar.

De igual manera es perjudicial para la salud lahabitación en la profundidad de un valle, puesto'que el aire tiene difícil renovación y entonces seven desarrollarse el bocio y el cretinismo.

La naturaleza del terreno sobre que se hallanconstruidas las habitaciones, merece tenerse muyen cuenta, así como la exposición, pues á ser posi-ble, deberían elegirse las del Mediodía para el in-vierno y las del Nordeste para el estío; y no pu-diendo esto tener lugar, se debe suplir, disponien-do en las fachadas las puertas y ventanas de ma-nera que sea posible el cambio de habitación conlas diversas estaciones del año.

Las habitaciones subterráneas puede afirmarseque, en general, son perjudiciales á la salud. Hayuna humedad constante, el aire es renovado conmucha dificultad, y consecuencia de esto es el des-arrollo de multitud de enfermedades, figurando enprimer término el escrof ulismo con todas sus aná-logas. Así sucede en algunas poblaciones mineras,que habitan en el interior de las extensísimas ga-lerías construidas para la explotación. Ademástienen también el inconveniente de respirar losgases nocivos que se desprenden de los minerales,y á más, como acontece eu las de carbón de piedra,se hallan expuestos á las mezclas detonantes quetienen lugar entre el aire y el carburo tetrahídricoque se origina en aquellos sitios, dando lugar áterribles catástrofes, que por desgracia no son tanraras, sin embargo de haberlas evitado en granmanera el descubrimiento del inmortal Davy consu lámpara de mineros.

La proximidad de bosques y jardines, puedeasegurarse que, en general, es conveniente para lasalud, pero es indispansable que esta proximidadno sea demasiado inmediata. Los árboles y la ve-getación convienen cerca de las viviendas, porqueademás de absorber el ácido carbónico producidoen la respiración, sirven de recreo y adornan lossitios donde están colocados, pero no deben hallar-se en tal abundancia que intercaptan log rayos so-lares.

L03 ríos caudalosos han servido en general parala fundación de las grandes ciudades, lo cual obe-dece no sólo á conveniencias sanitarias, sino quefacilita á los habitantes medios de trasporte, su-ministrándoles también las aguas indispensablespara todos los usos de la vida.

Los pantanos y aguas estancadas son una vecin-dad malísima, y es muy raro que los habitantesde estos sitios disfruten de perfecta salud. Cuandoforzosamente haya que permanecer en estos sitios,lo que convendrá es poner entre la vivienda y elpantano una plantación que pueda neutralizar,

aunque sólo en parte, los miasmas que se des-prenden.

La construcción de las casas ha de practicarsecon materiales adecuados: ladrillos ó piedras muyporosas ó capaces de atraer la humedad y maderasviejas procedentes de los derribos, deben ser pros-critos en la edificación. La forma y dimensionesvarían extraordinariamente, pero la higiene deberecomendar desde luego una proporcionada alturade techos, ventilación suficiente, escaleras claras,espaciosas y no demasiado altas, edificios alinea-dos que formen anchurosas y bien aireadas calles,es lo más conveniente y lo que debe consignarse entoda Ordenanza municipal de una población algúntanto numerosa.

Los edificios públicos deben hallarse, á ser posi-ble, aislados, y aquellos establecimientos en losquo se producen gases nocivos, como son hospita-les, fábricas de curtidos, de productos quími-cos, etc., se situarán todo lo más distante posiblede los barrios populosos.

Una de las circunstancias que no deben tampocedarse al olvido, son las pinturas y papeles que seaplican á las paredes de las habitaciones con obje-to do decorarlas. No deben formar parte de los co-lores de estas'paredes ni el oropimente, ni berme-llón, ni el verde de Scheele, ni el minio, puestodos ellos son sustancias en alto grado venenosas,y no son raros los accidentes desgraciados ocur-ridos á consecuencia de la constante respiraciónde un aire en el que flotan partículas pequeñísi-mas de alguna de las sustancias enumeradas.

Las puertas deben tener las suficientes dimen-siones y hallarse situadas frente á las ventanas óchimeneas para establecer las corrientes de aire, yestas ventanas, de magnitud proporcionada á ladel cuarto, á una distancia próximamente de unpió del Biso.

Las casas recién construidas es conveniente de-jar trascurrir para habitarlas un plazo prudencial,para dar lugar á que se haya evaporado la hume-dad de los suelos y paredes, así como la desecacióntotal de las pintaras, todo lo cual variará según laépoca del año en que se considere.

Otra de las cuestiones que no debe descuidar lahigiene es la calefacción artificial, tan necesaria enla estación fria, sobre todo á las personas valetu-dinarias, pues, de lo contrario, sobrevienen fleg-masías agudas y crónicas en los órganos de la res-piración y agravación de los reumatismos, comoconsecuencias de las habitaciones frias. La com-bustión directa de la madera es lo que primera-monte so empleó como medio de calefacción, y lamayor parte de los pueblos salvajes alimentan deesta manera el fuego en medio de sus chozas.

Los procedimientos de calefacción artificial, pue-

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REVISTA EUROPEA.. 6 DE E5ÍEÜO DE 1 8 7 8 . N.° 202

den reducirse á tre3, qua son: la estufa, la chime-nea y el calorífero. El primero e3 un medio acep-tible, siempre que haya una corriente de aire su-ficiente; la chimenea ofrece la desventaja de la pér-dida de una considerable cantidad de calórico ycombustible, y los caloríferos varían, pues son deaire caliente, de vapor y de agua caliente, siendopreferible á todos el de Duvoir, que se compone deuna caldera situada en la parte más baja del edi-ficio, de un depósito que hay en la parte superior,y de tubos intermedios, de los que uno está desti-nado á la ascensión del agua hasta el depósito, yotro que vuelve á la caldera después de haber re-corrido todo el trayecto que ha de calentar. Estosbubos están colocados en otros más anchos, cuyoespacio intermedio se rodea de un cuerpo mal con-ductor del calórico, todo auxiliado por un buensistema de ventilación.

El brasero, tan generalizado en España, es elpeor medio de calefacción, porque tiene el defectode producir desigualmente el calórico, y dejar enla atmósfera del sitio en que se halla, los produc-tos de la combustión del carbón, entre los que pue-den citarse el óxido de carbono como el más tóxi-co. A él son debidos los atufamientos, que vanacompañados á veces de gravísimos síntomas.

Hoy ya se va desterrando el uso do este mediodo calefacción, y se sustituye por las estufas ó ca-loríferos, así como también se usa bastante el gasdel alumbrado como combustible, en aparatos con-vonientenTÍente dispuestos con este objeto, los cua-les presentan grandísimas ventajas, se hallanexentos del mayor número de inconvenientes queofrecen los medios que acabamos de enumerar.

La desinfección de las habitaciones, es otro deloa asuntos que debe recomendar el higienista endeterminados casos, sobre todo, cuando ha ocurri-do un fallecimiento y principalmente de enferme-dad contagios!. Los medios para conseguir esteobjeto, ya los hamos indicado en el artículo, laAtmósfera (1). La cal, barita y potasa cáusticas,por su afinidad con el ácido carbónico, puedenservir como medios químicos de purificación delaire délas habitaciones, además del cloro produ-cido en el aparato de Guyton de Morvean ó el áci-do hiponítrico que se obtiene con extraordinariafacilidad, con sólo poner un fragmento de cobreen contacto con el ácido nítrico.

En general, puede asegurarse que la inmensamayoría de las casas en las poblaciones numerosas,distan mucho de reunir las condiciones que acon-saja tina buena higiene; pero ya que no. se alcance

(1) Véase mi obra Historia de los desinfectante»,premiada por la rea) Academia de Medicina.

una perfección en este asunto importante, procú-rese ni menos que el hogar doméstico reúna lasmayores ventajas, y no contribuya á abreviar laexistencia.

La construcción de habitaciones para las clasespobres, es también uno de los problemas que nodeben dar al olvido los Gobiernos y los particula-res; éstos, al propio tiempo que fomentan sus in-tereses, pueden prestar señaladísimos servicios,dedicando sus capitales á la formación de edificiospara las clases jornaleras. Por un decreto del mesde Setiembre de 1849, se procedió en Bélgica á laerección de una ciudad obrera en el término deIaeelles, en Bruselas, y poco después en París, bajola protección de Luis Napoleón, que era en aque-lla época Presidente de la República, y sucesiva-mente fue mejorándose, abriendo concursos, yofreciendo considerables sumas como premios á losautores de los mejores proyectos de habitacionesbaratas y cómodas para los obraros. También enAlemania se han planteado con excelentes resul -tados la construcción de análogos edificios.

En nuestro país, no existen verdaderamentetales barrios de obreros, y creemos que seria con-veniente establecerlos, aun cuando parece que hayarazonespolíticas'en contrario, pues, ala verdad, lamayoría de los albergues de las clases necesitadas,son más bien semillero de enfermedades, que si-tios destinados á servir de vivienda. Por lo de-más, procurando que esos barrios fueran poco nu-merosos, y en puntos muy distantes entre si, po-drian evitarse loa inconvenientes que desde luegotiene la aglomeración de las clases trabajadoras.

JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIG.

LOS OEíVDOEES DEL ATENEO.

DON GABRIEL RODRÍGUEZ.

Sentado en un rincón do la estancia, y mediooculto entre en un diván y una silla, gozando de laúltima ráfaga de la luz.que'se iba, y entregado á ladulce voluptuosidad de no pensar en nada, he vis-to una vez penetrar con sonora planta en la gale-ría de retratos del Ateneo á uno de loa patriciosy notables que en ella figuran. Le he visto dirigir-se, sin vacilar, hacia su efigie, y permanecer anteella en atenta contemplación, un tiempo que nome fue posible medir. Y, sin quererlo, algunoapensamientos pérfidos y traviesos, y vestidos deencarnado, cuál pequeños Meíistófeles, acudieroná mi desocupado cerebro, y entornaron mi vistahacia aquella muda, pero elocuente eseena. El pa-

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N.° 202 A. PALACIO VALDÉS. LOS OEADOEES DEL ATENEO. 21

trieio contemplaba al retrato; el retrato contem-plaba al patricio; y yo, silencioso, muy silencioso,los contemplaba á ambos. Parecíame asistir á ex-traña y misteriosa ceremonia de una religión per-dida. El patricio rendia con la mirada un tiernoy fervoroso culto al retrato; lanzábale con los ojostodo el incienso de su alma, y hasta se me figuróque sus rodillas se doblaban, buscando con ansiael duro pavimonto.

El retrato, con impasible y frió continente, de-jábase adorar sin dar muestras de que aquel in-cienso se le subiera á la cabeza; antes, bien, pare-cía un poco contrariado. Yo guardaba silencio,mucho silencio, pero de mis ojos debia partir unrio de ironía, un Mississipí de sarcasmos, porqueel patricio separó, con trabajo, su viata del retrato,la volvió hacia mí, y ¡oh> pudor santo y adorable!Cuál tímida doncella, que imprudente cazadorsorprende en el baño, las tintas de un rojo carraintiñeron sus mejillas. Giró sobre los talones, ysalió con breve, pero cortado paso de la sala. Y yoquedé á merced de mis pórfidos y traviesos pansa-mientos.

¡Ay! pensé; ¡anch' io son pictore\ ¡También yohe dibujado con mano torpe el perfil de mu-chos de esos señores! ¡Mas á mi pobro galería novendrán coronados de pámpanos á celebrar feste-jos en su propio honor, como ol ilustre patricioque acababa de salir, porque se respira en ella unambiente cargado de franqueza y desenfado quelos asfixiarla!

Y sin embargo, y á pesar de cuantas quejas voyrecibiendo, estoy bien convencido de que no helastimado á nadie. Yo no puedo lastimar á aque-llos á quienes admiro. Tan sólo me he permitidosonreir alguna vez con el borde de los labios, yvolviendo la cara á fin de que el público no se die-ra por enterado. Mas si esbaa mis sonrisas pudie-ron molestarles, protesto una y mil veces de suinmaculada inocencia; ¡son candidas y puras, sí;como la oración de un niño ó un exordio de Perier!

¿Quién es D. Gabriel Rodríguez1? Vamos á verlo.Acababa yo de llegar á Madrid de mi insigne

cuanto remoto villorrio, y no hay para qué decirque traia almacenado en el pecho un buen carga-mento de admiración, del cual he derrochado yabastante, hasta el punto de que á la hora presentesólo me queda un poco, que proeuro gastar con lamayor prudencia. Pues bien; hallábame cierta no-che de sesión en la cátedra del Ateneo, cuandoacertó á entrar por ella una persona de fisonomíanoble y expresiva, que llamó desde luego mi aten-ción. Y ya me disponía á preguntar su nombre alvecino, cuando sobre un leve rumor que se produ-jo en .torno mió, creí percibir el nombre de Rodri-guez. "Y no sólo percibí el nombre, sino también

algunas frases dialogadas que me impresionaronvivamente:

"Ahí está Rodríguez.—¿Rodríguez1?—Sí; Rodrí-guez, el que no ha querido ser ministro.—Eso nopuede ser, amigo, u—Y un eco que se produjo enlas sillas, repitió varias veces: "No puede ser,no puede ser, no puede ser.u—Esas cosas es nece-sario verlas para creerlas.n—El eco volvió á de-cir: "para creerlas, para creerlas, para creerlas.n—¿Pero Vds. entienden, señores, que el hombre queno acepta vina cartera debe ser enseñado al públi-co á peseta la entrada como un objeto curioso?, n—Aquí se me figura que el interlocutor era yo. Toqué la fibra sensible, y entonces todo se volvió pa-tas arriba.—"Nada me parece más natural, dijouno. i.—Si para aceptar hoy una cartera se necesitaun valor —-"Mótase Vd. entre esa balumba deexpedientes.—Y luego el descrédito y la agita-cionn.... En fin, todos convinimos en que no habiaen el mundo papel más ridículo y desairado que elde un ministro.

Desde aquella noche concebí el propósito de tra-zar el perfil del Sr. Rodríguez. Es un hombre tanfranco, tan sencillo, tan amable, que no dudo sealegraran mis lectores de haberle conocido, y has-t a llegarán á ofrecerle cordialmente su casa.

Rodrignez ha llegado á ser en nuestra sociedadun personaje aristocrático, pero en el sentido eti-mológico de la palabra, esto es, uno de los mejo-res, Es un digno representante ¡de esa aristocra-cia democrática, si fuera lícito expresarme así,que tiene por únicos blasones, en campo azul—esmi color predilecto, como ya tuve el honor de ad-vertir—virtud y talento. En la vida pública has do un caballero sin tacha y sin miedo , un espe-cie de Bayardo político, siempre dispuesto á rom-per lanzas con toda suerte de iniquidades. Poreso ha merecido que debajo de su efigie, repartidaá todos los vientos por la fotografíale lean sus fa-mosas palabras sobre la esclavitud, las más bellasque nunca se hayan pronunciado en lengua caste-llana. En la vida privada pero yo no tengo de-recho á entrar en la vida privada, siquiera seapara dejar consignado que nuestro orador pasa canjusticia por un modelo de integridad, de modestiay de laboriosidad. En la vida científica hay detodo y de todo voy á decir, contando con un per-don que humildemente demando, y que noble ygenerosamente me otorga el Sr. Rodríguez.

La inmovilidad ea, á mi entender, la cualidadmás hermosa de un carácter. Después de las pirá-mides de Egipto, lo que más admiro en este mun-do son esos hombres que, encastillados en susprincipios morales, mantienen el alma intacta enmedio de las borrascas de la vida. Nadie puededudar de mi amor á la solidez. Y, sin embargo,

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22 REVISTA EUROPEA.—6 DE ENERO DE 1878. N°. 202

repugno bastante los sabios sólidos. La inmovi-lidad, que tanto me place en los principios mora-les, me parece cosa extraña y hasta ridicula, tra-tándose de escuelas científicas. Flotar á mercedde todos los sistemas y señalar exactamente comoalta veleta los vientos que reinan en la región dela ciencia, me parees pueril: pero dejar pasar enraudo vuelo por delante de los ojos las escuelas ylos sistemas en actitud indiferente, suponiéndolosá todos descarriados, lo juzgo insensato.

Hó aquí por qué siento que el señor Eodriguezhaya arrojado el áncora sobre la escuela económi-co-individualista y aun esté fondeado tranquila-menta en su estrecha bahía. No soy de los quedesconocen los altos merecimientos de esta eacuela, ni pretendo de ninguna suerte menguarlos.Tengo siempre en la memoria el denuedo con queriñó batallas, combates y escaramuzas contra ese so-cialismo de baja estofa, que hoy también ha en-contrado intérpretes en los debates del Ateneo,contra ese socialismo que empieza pidiendo herra-mientas de trabajo, y concluye negando á Vv s.Sé que la debo muchos y buenos oficios. Oh! sí,es mucho lo que debe mi pobre entendimiento ála escuela de los Smith, Say y Bastiat! Cuandoahora cae de nuevo un libro economista en mismanos, se me figura que recibo la visita de mibuena y anciana nodriza. A ésta la estrecho entremis brazos, pensando en el amante esmero conque en otro tiempo puso en mis labios el jugo dela vida. A aquel le tiendo una mirada cariñosa,busco y leo con placer algún capitulo, cuya huellauo se haya borrado de mi espíritu, y torno á colo-carlo con el mayor cuidado en su estante, recor-dando que en otro tiempo ha provisto mi carcajde escolar con firmes y aguzadas saetas.

Conste, pues, que me duele profundamente elver al señor Eodriguez tan individualista. Seríamuy largo el asunto, y no tengo en este instantetiempo ni oportunidad para dar explicaciones so-bre este mi metafísieo dolor. Dia y ocasión llega-rán tal vez en que sea más pertinente el hacerlo.

Mas el señor Kodriguez es un individualistaque ha puesto siempre su palabra y su pluma alservicio de todas las grandes causas sociales. Conesto y con la afición que de poco acá se le ha des-par tado al estudio del Derecho, todavía puede es-perarse que rectifique y temple algún tanto su es-píritu intransigente. De un hombre de talento sepuede esperar mucho: pero de un hombre de ta-lento y sincero, debe esperarse1 todo.

Como no acostumbro á ocultar nada, tampoco .quiero ocultar al señor Eodriguez uno de los efec-tos que me produce. He pensado muchas veces queel señor Kodriguez es el único que entre nuestrospolíticos, conserva pura la tradición progresista.

Creo ver en él el único ejemplar que hoy nos queda de aquella insigne raza de hombres fervorososy resueltos, exagerados quizá en su odio á las ins-tituciones del pasado, como en su amor á la li-bertad, pero firmes y generosos en sus pensamien-tos y en su conducta. El señor Rodríguez, es,, co-mo si dijéramos, el último Abencerraje del pro-gresismo. Si algún dia tienen mis semblanzas elhonor de pasar á la categoría de zarzuelas, pido alilustre compositor que lleve á eabo tan meritoriaempresa, no deje de poner á esta por música elhimno de Riego.

No rías, mancebo presuntuoso, tú que apellidascandidos á los hombres del progreso y reservastus frases más ingeniosas y sarcás ticas para el mo-mento en que percibes los acordes del himno deRiego. Recuerda que al son cadencioso de estehimno, derramaron tus padres mucha sangre pordarte la libertad, que acaso tú no sabrías conquis-tar. Recuerda que vibró cual música de esperanzaen los oídos de muchos moribundos mártires dela libertad y sonó aterrador en los alcázares de lostiranos. Quiero confesarte una debilidad, jovenimberba. Yo, cuando escucho el himno de Riego,creo oir entre sus notas agudas y enérgicas losgritos triunfales de los héroes que lucharon hastamorir por la madre patria y por la santa libertad,y derramo lágrimas de gratitud y de alegría.¡Lloro joven escéptico, lloro como un cursi!

La oratoria del Sr. Rodríguez, es genial y ex-pontánea. No busca ni esquiva el efecto; esto es,no se entretiene en limar. esmeradamente los pe-ríodos, pero tampoco llega su austeridad cien-tífica, y por ello le felicito, á despojarlos torpe-mente de sus galas cuando acuden ataviados á sulengua. Toda idea, por abstrusa que sea, puede ex-presarse en un período castizo, sonoro y terso, yno necesita, como algunos suponen, andar á tajos,barbarismos y mandobles con la gramática paradarse á luz. E3 fluido, sin dejar de ser sen-cillo, castizo sin pedantería y enérgico sin afecta^cion. Tampoco deja de poseer todo el donaire ygracejo que caben dentro de los límites que le im-pone la nunca desmentida y tradicional gra-vedad de su partido. No echemos en olvido que,ante todo, es él progresista, es decir, la imagenperfecta de la aguja imantada que sólo abandonapor breves instantes la idea que señala; pero es elprogresista que guarda en su pecho, como preciosotssoro de padres á hijos "trasmitido, toda la fé, to-do el aliento y toda la inocencia de aquel memora-ble partido. No sé quién ha dicho que el partidoprogresista vivió durante algunos años con unaidea y una cebolla. Yo creo que el Sr. Rodríguezseria capaz, hasta de prescindir de la cebolla.

ABMANDO PALACIO VAIDÉS.

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N.° 202 J . ALVAREZ PÉREZ. UN DRAMA EN EL DESIERTO.

UN DRAMA EN EL DESIERTO.

CAPITULO I.

Regreso del cazador.—Un suelto de La Correspondencia.—Marsella. -Un vestido oscuro y un sombre: o de paja.—Un poco de ciencia.—Misterios.—Marcha precipi-tada.

Enrique Gómez acababa de entrar en el estre-cho aposento que ocupaba en su casa de huéspedes,seguido de su fiel Diana y de la Maritornes de lacasa, á la cual entregó un conejo, dos docenas dealondras y una perdiz.

Como hacia un frió glacial y habia estado ne-vando todo el dia, apenas la criada salió del cuar-to, cerró la puerta, dejó en un rincón su magníficaescopeta Lefaucheux, despojóse apresuradamentede sus mojadas ropas, apagó la luz y se metió enla cama sin hacer caso de La Correspondencia deEspaña que la criada, al entrar, habia dejado sobrela mesa de noche.

Diana dio tres ó cuatro vueltas en el felpudoque habia delante del lecko, se hizo una rosca,ibrigó el hocico con sus patas, y al poco rato unióus ronquidos á los de su amo.

Y ahora que ambos descansan en brazos deiorfeo, vamos á aprovechar su sueño para decircintro palabras sobre Gómez y Diana.

Enrique Gómez tenia 23 años, era alto, robusto,gua>o, simpático, valiente, gran cazador y aspi-rante á oficial con 1.500 pesetas en el ministerio deFoimnto.

E> fin, era lo que se llama un buen chico, perodesgraciadamente su capacidad intelectual noguardaba proporción con sus cualidades físicas ymorales,y, sin ser un necio, era de aquellos á quie-neí la siKrte destina á vejetar unido á un pupitrecomo la l>pa á la rosa en que nace.

Su fortuna consistia en su mezquino sueldo, enel cual no \enia aseenso alguno, y en ciertas espe-ranzas poco cristianas que cifraba en un tio, tanrico como araro, establecido hacia muchos años enMarsella.

Pero si Gómez era pobre, en cambio sus gustoseran sencillo!, modestos, y tenia la ventaja no des-preciable de no pensar jamás en el dia de mañana,ni tañer más pasión dominante que la caza.

A costa ce privaciones, ahorrando cuarto ácuarto, logró al cabo de algunos años reunir 100duros.

Cuando se vio con tan gran can! idad, en vez dedisiparla en Ioc03 devaneos, como en su lugar hu-biera hecho cualquier joven de su edad, compró unasoberbia escopeta Lefaucheux y los utensilios ne-cesarios á un cazador.

Después buscó un perro, y no sin mucho trabajoencontró á su fiel Diana, cuyas eminentes cualida-des dejarían satisfecho al más exigente aficio-nado.

Diana contaba apenas dos años, y pertenecía ála noble familia de los sabuesos, llamados enfáti-camente perros sagaces, por la perfección de suolfato, por cuyo motivo nuestros antepasados losempleaban en la persecución de ladrones y facine-rosos; siendo de notar que I03 sabuesos son origi-narios de la Península, de donde se expareierondespués por toda Europa.

Diana no habia degenerado de su raza, que des-graciadamente va perdiéndose en España.

Era hermosa y fuerte como un mastin, valientecomo un alano, ligera como un galgo, y el podersensitivo de sus órganos olfatorios, era tan mara-villoso como su sagacidad.

Para Gómez no habia en el mundo nada más quesu escopeta y su perra, y Diana no tenia más afee"to que su amo y su caza.

Asi es que, cuando llegaba algún dia de fiesta,Gómez, que era muy aficionado á dormir los diasde trabajo, saltaba del lecho una ó dos horas antesde amanecer, y á pesar del calor, del hielo, de lasnieves ó lluvias, marchaba al campo permanecien-do allí todo el dia.

Como los alrededores de Madrid no son muy ápropósito para cazar, sobre todo cuando no haybastante dinero para tener una acción en algúnsoto, las proezas do Gómez y Diana eran muy li-mitadas y algún tanto peligrosas.

A pesar de su honradez, el buen joven profesa-ba en materias eigenéticas doctrinas que dejabanmuy atrás á las explanadas por los más exageradosescritores socialistas, y no tenia escrúpulo en dis-parar sobre un conejo que vivia tranquilo bajo lasalvaguardia de las leyes.

La culpable indiferencia con quo miraba Gómezlos derechos individuales de la raza leporina, le ha-bian ocasionado ya serios disgustos, sin lograr quese enmendara.

Conocidos los antecedentes de los personajes quehemos presentado en escena, vamos á saltar rápi-damente por cima, de las doce horas que Dios hadestinado en nuestros climas para descanso delhombre, para ver lo que hizo Gómez cuando la bu-lliciosa villa del oso y del madroño lanzó á las ca-lles sus burras de leche, sus carros de basura y vo-cingleros vendedores.

Al siguiente dia, Gómez, como hacia siempre,despertó á las nueve, miró el reloj y se puso á cal-cular cuánto tiempo necesitaba para vestirse, al-morzar y llegar á la oficina media hora más tardeque la señalada en el reglamento.

Este cálculo lo hacia el joven diariamente, y fí

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REVISTA EUROPEA.—6 DE ENE11O DE 1 8 7 8 . N.° 202

pegar de la gran práctica que dabia tener, siempreencontraba el medio de equivocarse en favor delreposo quince ó veinta minutos.

Mientras calculaba, reparó en La Corresponden-cia del dia anterior, que estaba sobre la mesa denoche.

Esto fue para él un descubrimiento importante,porque le proporcionaba el pretexto de permane-cer en el lecho algun tiempo más.

—Calla,—se dijo,—anoche no leí La Correspon-dencia, y no e3 justo que un funcionario públicoignore lo que pasa en el mundo.

Saltó de la cama, abrió las maderas del balcón,y zambulléndose de nuevo entre las mantas tomóuna posieion camoda, abrió el pariódico, y empezóá leerlo desde el título.

A los pocos instantes, á pesar del frió, apartóviolentamente las ropa3, y saltó en calzoncilloshacia el balcón con el periódico en la mano.

Diana, sorprendida, abandonó su felpudo ycorrió hacia él, interrogándole con la vista.

Pero Gómez no se ocupaba de su compañera;sostenia couvulsivamente el papel entra sus tem-blorosas manos, se restregaba Io3 ojos como paraver mejor, y leia con trémula voz:

"El cónsul de España en Marsella, cita á losque se crean con derecho á heredar á D. PantaleonSilvestre Gómez y Medrano, natural de Alcorcon,y comerciante avecindado en aquella ciudad, en lacual falleció intestado el dia 7 de Julio de 1886,para que en el término da treinta dias comparezcanen la Cancillería del consulado por sí ó legalmenterepresentados, á exponer lo que á su derecho con-venga."

—Sí, no hay duda,—gritaba, arrugando el pe-riódico;—es mi tío Pantaleon, hermano de mi pa-dre, rico y muerto...

Oh, tio de mi alma, qué funeral ta voy á ha-cer....

Y además, es preciso comprar una canana, arre-glar mis papales... un ciento de cartuchos...

¿Dónde diablo está mi chaleco? Ya lo encon-tré...

Haré dimisión y—Señoritu, — dijo la doméstica abriendo la

puerta.—¿Qué quieres, chica? ¿N"o te he dado ya orden

de no entrar sin qua te llame?—Es que el ámame lu mandu.—¿Qué quiere el ama?—Dice que venga os té almaizar pa no llegar

tarde á la of ecina.—¿Quién le mete al ama en mis negocios?—pre-

guntó con mal humor Gómez poniéndose la levita.—¡Pues no se ha ó meter!... pues si le dejan á

osté cesante ¿cómo le va á pajar?...

—Tú y tu ama sois unas insolentes y no sabéiscon quién estáis tratando; la culpa tengo yo queme he rebajado hasta poner los pies en esta casa.

—¿Pero señoritu,—preguntó la muchacha asom-brada,—qué mosca picóla hoy?

—Ni una palabra más; da mi almuerzo á Diana,qua lo que e9 yo no vuelvo á comer aquí,—dijo Gó-mez poniéndose el sombrero y saliendo de la casa.

—Miste qué cosas tienen esfcus silbantes, —•quedó refunfuñando la criada,—con esos humoscualisquiera tomaríalu por un marqués ó cosa así.y está lampando de hambre.

Sin embarga, no estante, algu debe sueederlecuando se ha marehadu así, el que e3 tan buenacomu el pan y mansu comu un borreju.

Tenia razón la nieta de Pelayo al decir que algosucedía á Gómez, aun cuando ni remotamente po-dia sospechar el fausto acontecimiento qua en dosminutos había dado al traste con la fama de bon-dadoso adquirida durante los cinco años que ha-bitaba en la casa.

Tan pronto como se encontró en la calle, corrióá la Agencia de las Mensajerías Imperiales y supocon satisfacción que á los dos dias salía de Va-lancia_para Marsella, un vapor.

El tiempo urgia, paro Gómez lo aprovechó bien;reunió todos IOJ documentos que probaban su pa-rentesco, y aquella misma noche pudo salir d> .Madrid, en compañía de su parra.

No diremos nada de los incidentes, poco inten-santes por cierto, del viaje; ni de los mil castilosen el aire qua hizo durante el camino, porjuecualquiera que sa encontrara en su lugar luria,por lo menos, otros tantos y quizá no tan dscre-tos, porque los de Gomaz, aun cuando en la for-ma variaran, en el fondo siempre eran los msmoa.

El bailo ideal, base da todos sua dorados jueños,era un hermoso soto poblado de caza, in buenpotro cordobés para correr liebres y uia jauríacompleta compuesta de perros tan bueios comoDiana.

Inútil es decir que desde qua aspirabs á ser pro-pietario, sus idea? raspeato á los derechos de lacaza habían cambiado por completo, y que se pro-ponía sostener los suyos con implacabb rigor.

Con 63t»s alegres ilusiones llegó á Marsella, yen cuanto puso el pié en tierra corrió al consula-do, donde supo que la hereucia de su tio ascendíaá 250.000 duros en metálico, créditos, géneros yfincas fáciles de realizar.

Dos meses, tardó en arreglar su3 asuntos, y du-. rante ellog no pudo ni una sola vez cojer su escope-ta y recorrer con Diana los desolados campos deMarsella, muy semejantes á los de Madrid; pero seconsolaba fácilmente pensando que cuando que-dara terminado todo, podría cazar cnanto quisiera.

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N.° 202 J . ALVARES PÉREZ. UN DRAMA ES EL DESIERTO.

Mientras esto sucedía visitaba la ciudad en susratos de ocio, solo ó acompañado del antiguo sociode su tío, en cuya casa vivia y depositaba losfondos.

Por él supo que Marsella, antas Marsilia, fuófundada por los griegos y desde su fundación ad-quirió tal importancia, qua Cicerón la llamaba laAtenas de las Galias, y Plinio la señora de las cien-cias, llegando en el dia hasta abrigar en su puertodurante un año 15.3(56 barcos, que arrojan un totalde 1.672.812 toneladas y 100.000 hombres de tri-pulación, y que su puerto, á pesar de ser uno delos más capaces de Francia, no basta á las cre-cientes necesidades de su comercio.

Cuando Gómez se cansaba de pasear por la Can-nebiere, esa soberbia calle que hace exclamar á losmarselleses: "si París auraü une CanneMere, seraitunepetüe Marseille,» ss retiraba á su casa, y allí,leyendo las cacerías del capitán Maine Reid, las no-velas de Cooper, las admirables de Verne y las con-movedoras aventuras de Gerard, el f amo3O matadorde leones, su corazón de cazador latia con violencia y todas las noches formaba el proyecto depasar al África, cruzar sus abrasados desiertos,buscar á los tigres, leones y panteras en sus mis-mas guaridas y sobrepujar las hazañas de todos loscazadores habidos y por haber.

La confidente de todos sus proyectos era la fielDiana, que, gravemente sentada delante de él, mi-rándole atentamente con sus grandes ó inta'igen-tes ojos, movia sin cesar la cola y lanzaba de cuan-do en cuando algún aullido de placer, como si es-tuviera en extremo satisfecha de los proyectos desu amo.

El viaje á África era una cosa decidida en prin-eipió, pero que Gomaz no pensaba realizar tanpronto.

Primero queria comprar en las encantadas ori-llas del Guadalquivir un buen cortijo que produ-gera una renta saneada y segura que le permitieravivir con comodidad, y ocuparse tranquilo en re-correr los vecinos bosques, ginete en un soberbiocordobés, y en compañía de otros amigos tan jóve-nes, tan ricos, tan alegres y tan cazadores como él.

Dados estos proyectos, la elección no podia sermás aeertada, pues quien desee montar buenos po-tros, encontrar caza abundante y recorrer con ale-gres compañeros los más risueños campos del orbe,no puede ir á ninguna parte mas que á Sevilla.

No en vano se llama de María Santísima aque.lia tierra, que parece un rincón del Edén engasta-do en nuestra feliz Península.

Pero como el cazador dispone unas cosas, y Dioshace lo que le da la gana, los proyectos de Gómezvinieron por tierra mucho antes de realizarse, yesto de la-minera más natural del mundo.

Un dia, volviendo á la fonda cansado de correrdo Zaea en Meen, para poner en orden sus asuntos,vio que á la puerta paraba un eoeho, del cual sa-lia ea aquelmom3iito una S3¡ÍOL\T, vestida ds oscu-ro y con un gracioso sombrero de paja.

Mientras un cazador, caza, está libre del amor;paro cuando no 83 dedica á su ejoraicio favoritoen mucho tiempo, como á Gómez susedia, ©3 elhombre que con más facilidad sa deja harir por lasdoradas saetas dal ciego- rapazuelo.

Y esto se explica fáeilmante.Gómez tenia unas protuberancias encima de

cada oreja, y da aquí nacia su desenfrenado amorpor la caza.

En honor de la verdad dabemos advertir que eljoven ignoraba eata excentricidad de sus tempo-rales, y aun cuando alguna vez lo hubiera notado,de lo cual no salimos garantes, híibia sospechadoque aquellos chichones representaban la destructi-bilidad ó inclinación á matar ó destruir, instintomuy desarrollado entre las fieras y aves de rapiña.

También es cierto qua jamá3 habia leido uuaobra que Huarte, módico de Navarra, escribió ha-ce trescientos años , con el título de Examen deingenios, ampliada en 1503 por un sabio alemán ycompletada después p r el doctor Gall, que elevóá ciencia dichos principios, dándole el nombre defrenología, que, traducido del griego al español,significa Ciencia de la mente; de suerte que Gómezera un cazador inconsciente, como se dica ahora,por la sola virtud da aquellas protuberancias conque á la naturaleza le plugo adornarle.

Desde qua un hombre posea vinos temporaleamedianamente desarrollados, tiene por fuerza queser cazador de cualquier cosa.

Unos se dedican á perseguir los inocentes ani-males ó las voraces fieras.

Otrosí cazar criminales, y entonces entran enla policía ó en la Guardia civil.

Otrosíes gusta más cazar mujeres y van siempretras ellas, tendiéndoles lazos en que la más bellamitad del género humano se deja cojer con unagracia y un candor, que no podemos menos deaplaudir sinceramente.

Esta pasión, sin embargo, tiene sus quiebras, ymuchas veces las fieras, los criminales y las muje-res, que también tienen temporales susceptiblesde desarrollo, cazan al cazador y lo cogen en loslazos que él mismo tendió con otro fin.

Ahora bien: como hacia mucho tiempo queGómez no se dedicaba á su ejercicio favorito, alver el vestido de aquella mujer sintió despertarseel instinto venatorio que hemos colocado en latercera clase, y apretó el paso para ver el rostro,que debia ser precioso, á juzgar por el aire y garbode la que acababa de bajar del coche.

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REVISTA EUROPEA.—6 DE ENERO DE 1878. N.ü 202

Llegó á la fonda, subió á escape la escalera,viendo siempre el vestido oscuro y el principio deuna pierna que promstia el mejor de los fines; peroal llegar al piso principal la desconocida desapare-ció por una puerta que se cerró inmediatamentesin dejarle ver más de lo que hasta entonces habiavisto.

Es decir, un traje de lana oscuro, un preciososombrero de paja y una torneada pierna que apri-sionaba una media de deslumbrante blancura.

Un camarero salió del cuarto, cerró la puerta,y ya iba á alejarse, cuando Gómez, deteniéndolepor el brazo, le preguntó:

—¿Quién es esa señora?—¿Cuál1!—La que acaba de entrar en la habitación de

donde sales en este momento.—¿La del número 16?- S í .—Es una inglesa.—¿Sabes su nombre?—No, señor; acaba de llegar ahora mismo en el

tren de París con un caballero de edad. Pero siqueréis...—añadió tendiendo la mano y dejandovagar por sus gruesos labios una truanesca son-risa.

—Sí,—contestó Gómez, echando mano al bol-sillo y poniendo en la del mozo una pieza de cincofrancos.

—Esperadme en vuestra habitación y al momen-to sabréis todo lo que os pueda interesar.

En efecto; media hora después entraba el ca-marero en el cuarto que ocupaba Gómez.

—¿Y bien?—preguntó éste saliéndole al encuen-tro.

—Todo lo sé.—Veamos.—En primer lugar, esa joven es inglesa, y via-

ja con su padre que es un lord muy rico.—Pero bien, ¿cómo se llama?—El padre sir Cristopher Cagnigan.—¿Y la hija?-—Miss Deborah.—¿Qué más?—Bien sé que es muy poco, ¿pero qué queréis?Entre sí hablan poco en francés, y como no tie-

nen criados...En fin, ya veremos, con el tiempo...Gómez se contentó con esta esperanza; pero, á

pesar de todo, pasaron tres dias sin que pudieraadelantar nada.

Los ingleses no salían de su cuarto ni aun paracomer, ó si salían debían hacerlo en horas que susperentorias obligaciones hacían salir á Gómez desu casa. Lo cierto es que le fue imposible verla.

Únicamente oyó una voz clara, argentina, me-

lodiosa, que se acompañaba al piano, y esto y elmisterio en que se envolvía la inglesa, picarontanto su curiosidad, que ya su pensamiento únicoera llegar á conocerla.

Sus asuntos estaban terminados, nada lo rete-nia en Marsella, y sin embargo, no se resolvía áregresar á España sin haber visto antes á la in-glesa.

Una noche, al volver á la fonda después de darun paseo con Diana, encontró al mozo que le de-tuvo al pasar, dicióndole:

—Caballero, los ingleses acaban de marchar.—¿A dónde?—No sé; tal vez á Argel se han embarcado en

el vapor Kahile, de las Mensagerías imperiales.—¿A qué hora sale el vapor?—A las nueve.Gómez sacó su reloj; eran las ocho y media.—Corre á buscarme un coche,—dijo al mozo;—

una buena propina si está aquí antes de diez mi-nutos.

El camarero salió corriendo y Gómez se fue á sucuarto, pidió su cuenta, empaqueta apresurada-mente sus efectos, cerró el baúl, escribió al sociode su fcio que un negocio urgente y repentino leobligaba á salir de Marsella y terminó dándolealgunas instrucciones acerca de lo que debia hacercon el dinero que tenia en su poder.

Apenas habia puesto el sobre, entró el camareroavisando que el coche estaba á la puerta.

Gómez se mebió en él con su perra y su escopeta,y se alejó á escapa hacia el puerto.

Una idea extraña, loca, habia cruzado por sumente.

Creyó que abordo le seria más fácil conocer á lainglesa, y como era libre y rico, apenas concebido,puso en ejecución su proyecto.

Después de todo, puesto que la inglesa se diri-gía á Argel, el viaje no era muy largo; se reducíaá un ligero rodeo, y así como por todas partea seva á Roma, con mucho más motivo se puede venirá España pasando por Argel.

CAPÍTULO II.

El Rabile.—~Ld. partida.—Argel.— Diana perdida.—Desconsuelo.— ¡Estaba & bordo! ,

Gómez era uno de esos hombres de acción queapenas piensan una cosa la ejecutan en el acto sintomarse mucho tiempo para reflexionar. •' •

A veces esta rapidez en la ejecución causa gra-ves perjuicios; pero, como después de todo, los queacostumbran á meditar mucho sus acciones hacentambién mil locuras, nuestro héroe no hacia deltodo mal dejándose llevar siempre por su primerimpulso.

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J ALVAREZ PÉREZ.—UN DRAMA EN EL DESIERTO.

Así lo hemos visto abandonar á Marsella preci-pitadamente, meterse en un coche y llegar á bordodel Kabüe, cuando ya el cabrestante empezaba ádejar sentir su. estridente voz.

En cuanto llego, tuvo que ocuparse de instalarsu maleta en el camarote que le correspondía, y enseguida subió al puente eon objeto de ver si al finencontraba su desconocida inglesa.

El Kabile, como todos los vaporea de laa Mensa-jerías Imperiales, es un hermoso buque, largo deeslora, fino de casco, valiente en el mar y grancorredor.

Esto en cuanto á sus cualidades marineras; encuanto al confort, su cocina no tenia nada que en-vidiar á las mejores fondas de Marsella, y sus cá-maras son un modelo de lujo y buen gusto.

Encima de los camarotes de popa hay un pre-cioso salón que sirve á la vez de comedor, salónde lectura y conversación. «•

Adórnalo un piano, una chimenea de mármolnegro, un gran espejo y dos armarios atestados delibros.

Cuando Gómez entró en él, estaba completa-mente desierto.

Todos los pasajeros estaban sóbrela toldillaqueforma el techo delsalon, viendo unos los preparati-vos de la marcha con indiferente curiosidad; con-templando otros con lágrimas en los ojos la siluetadélos altos edificios de la hija de Phoceo, la her-mana de Koma, la rival de Cartago, que se mirabaen las tranquilas aguas del puerto, en la cual sereflejaban sus innumerables faroles.

Era que unos viajaban por placer y otros deja-ban en aquella ciudad, queparecia dormida, algúnpedazo de su corazón

Los viajeros estaban preocupados; extraños losunos á los otros, sin haber podido verse aun lascaras, no habian tenido tiempo de trabar esas re-laciones de viaje que tan pronto se anudan comose deshacen sin dejar quizás ningún recuerdo.

Un vientecillo frescachón silbaba por entre lasjarcias y obligaba á los pasajeros á embozarsehasta los ojos en sus mantas de viaje.

Esta circunstancia hacia aún más difícil la em-presa de Gómez, que corria de grupo en grupo,miraba y remiraba á todas las mujeres que se cru-zaban con él, y sin embargo no daba con la miste-riosa Deborah.

En tanto el Kabile habia levado y surcaba lasaguas del puerto en demanda de alta mar; de suer-te que cuando dejó el abrigo, cogiéndolo el vientoá través, empezó á haeerlo bailar de una manerabastante incómoda para los viajeros no habituadosá tales danzas.

Vióse entonces á los pasajeros desertar poco ápoeo en busca de los camarotes, con tanta prisa y

confusión como suele un ejército vencido retirarandel campo de batalla; los grupos se aclararon, ypor fin pudo Gómez ver á la inglesa, envuelta enun elegante albornoz, recorrer á grandes pasos lacubierta, cogida del brazo de su padre.

Pero estaba escrito que aquella mujer debia serun mito, un enigma viviente para el pobre joven.

La veía, es decir, veia su vestido, pero le eraimposible acercarse á ella.

El terrible mal que habia atacado á sus compa-ñeros de viaje le obligó á retirarse con tanta pre-cipitación como ellos para buscar la posición ho-rizontal, que es la única que en estos casos parecela más cómoda.

Acosado por el mareo, bajó cuatro á cuatro lasescaleras, llegó á la cámara, pero allí, perdiendola poca fuerza que le quedaba, á oir los siniestrosruidos que dejaban escapar las entreabiertas puer-tas de algunos camarotes; entró en el suyo sin sa-ber cómo y se dejó caer en su lecho exánime, com-pletamente vencido, en un estado ridículo y lasti-moso al propio tiempo.

Asi pasaron tres di as, que á Gómez parecierontres siglos.

Incapaz de moverse, hubiera perecido de nece-sidad sin los cuidados de un camarero, que de cuan-do en cuando le hacia tomar algunos caldos, únicoalimento que su estómago podia resistir.

A Diana nadie, la cuidaba, y, sin embargo, nopareeia encontrarse demasiado mal.

Ordinariamente pasaba el dia en el camarote allado de su amo; pero de vez en cuando solia hacersus largas escapatorias, de las cuales regresaba alparecer muy satisfecha.

Por fin llegó el cuarto dia, y los alegres gritosde los pasajeros hicieron alzar la cabeza á Gó-mez.

El molimiento, en efecto, disminuyó sensible-mente^ cesó por completo poeo después, y el anclacayó en el agua con pavoroso estrépito.

Sólo entonces pudo el joven levantarse trabajo-samente y cuidar un poco del aseo de su persona,terriblemente comprometido por su pasada indis-posición.

Cuando subió sobre cubierta vio desarrollarseante sus ojos un panorama sorprendente.

La blanca Argel, saliendo como Venus de lasolas, subia con sus casas, mitad árabes, mitad eu-ropeas, la verde colina, en cuya cima se alza ne-gro ó imponente el fuerte emperador.

En el puerto una porción de botes se alejabandel Kabüe cargados de gente.

Era evidente que los pasajeros iban á tierra,unos por pasear, y por haber terminado su viajeotros.

Como la inglesa podia ser de este número, Go-

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REVISTA EUROPEA.—6 DE ENERO DE' 1878 . N.° 202

mez quiso cerciorarse, y llamando al camarero quele habia asistido, le preguntó:

•—¿Conoces á unos ingleses que se han embarca-do en Marsella1?

—¿Queréis hablar tal vez de Lord Oagnigan ysu hija?

—¿Los conoces?—He leido su nombre en los baúles.—¿Se quedan en Argel?—No señor; siguen hasta Túnez, pero han sal-

tado en tierra para pasear un poco.—Gómez hizo un gesto de disgusto. Después de

lo que habia sufrido, no le agradaba gran cosaprolongar el viaje, por lo cuál preguntó con inde-cisión.

—¿Está muy lejos Túnez?—Dos dias no más; pero hacemos escala en

Bona.—Bueno, quiero seguir hasta Túnez; encárgate

de tomarme el pasaje, mientras voy á dar unavuelta por Argel.

Diciendo esto, saltó en un boto que se balan-ceaba al pió de la escalera, y pocos momentos des-pués ponia el pié en la patria de Atlante.

Gómez creia que Argel era una población pe-queña, donde no le seria difícil dar con Miss De-borah, pero bien pronto vio que se habia equivo-cado.

En cuanto saltó en tierra, se encontró en unaciudad europea,tan regular y animada como Mar-sella.

Aquello era una nueva decepción y Gómez per-dió de todo punto la esperanza de encontrar á suinglesa; sin embargo, como no tenia nada queha-cer y sí muchas ganas de andar, se internó por lascalles, leyendo sus nombres, mirando los escapa-í ates de las tiendas y entreteniendo el tiempo delmejor modo que podía.

Una hora hacia que duraba su paseo por Argel,cuando sintiéndose con apetito entró en un cafó,pidió de almorzar y leyó después el Journal desDeiats mientras fumaba un cigarro.

Cuando acabó de leer pagó, y¡al querer marchar-se echó de menos á Diana.

En vano recorrió todo el café en busca de superra; Diana no parecía y sin embargo, pocos mo-mentos antes estaba á su lado consumiendo losrestos del almuerzo.

Gómez se alarmó seriamente, porque Diana erauna perra circunspecta, de buenas costumbres y pa-recia evidente que si no es taba al lado de su amo de-bia haberse perdido en aquella ciudad desconocida.

Convencido de que no estaba en el café, salió ála calle buscándola con afán por todas partes.

Antes de entrar en el café, miraba Gómez aten-tamente á todas las mujeres por ver si entre ellas

encontraba á la inglesa; y al salir no se ocupabamas que de los individuos de la raza canina entrelos cuales esperaba ver á Diana.

Preocupado con esta idea cruz) una y otra vezla parte nueva de la ciudu-i y tropo pox las empi-nadas calles que forman la ciudad araba, sin fijar-se ni en las casas ni en los tipos indígenas que ácada paso se ofrecían á su vista.

De esta suerte llegó hastala cumbra déla colina,y su mirada interrogó en vano el horizonte.

Nada, Diana no parecía. Argel estaba á sus pies,y más allá el agitado Mediterráueo.

Algunos mozos, montados á caballo y embozadosen sus blancos albornoces, se dirigían á escape á laciudad; pero Diana no parecía por ninguna parte.

Gómez la habia estado buscando todo el dia, yla hubiera buscado aún mucho tiempo; pero lanoche se acercaba, el vapor debia marchar y no eracosa de perdefel equipaje como habia perdido laperra.

El partido más prudente era volver á bordo, ha-cer que desembarcaran su baúl, y una vez en Ar-gel, y con más tiempo, buscftr por todas partes á lavagabunda y anunciarla en todos los periódicos.

Excusado es decir que Gómez no pensaba ya enMiss Deborah, y que, antes bien, maldecía lahora en que la vio y en que tuvo el néeio caprichode seguirla.

Tristemente preocupado, ganó el muelle, se em-barcó en un bote y llegó al costado del vapor cuando el sol se hundia detrás del cabo Matifú.

Pero cuál seria su asombro cuando al poner e*pié en la escalera hirió sus' oidos la alegre y cono-cida voz de Diana.

No era ilusión, era real y positivamente su que-rida parra, que festejaba su vuelta con sonorosladridos.

Gómez no sabia qué pensar.¿Cómo habia podido Diana perderse en el café y

aparecer en él vapor?Esto era un misterio cuya solución debia Gó-

mez esperar durante mucho tiempo.Interrogados los marineros y mozos de cámara,

nadie pudo decirle cómo la perra habia vuelto ábordo.

Habia entrado y salido tanta gente en el vapor,que nadie habia podido ocuparse de un incidentetan insignificante.

Aún no habia terminado sus indagaciones, cuan-do el buque, poniéndose en marcha, le obligó ábuscar en el camarote refugio contra el mareo.

La inglesa, en tanto, seguía invisible.José ALVABEZ PÉREZ.

(Continuará.)

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N.° 202 LEOPOLDO PAREJO. -UN SUENO. 29

UN SUEÑO.

AL SEÑOR DON ANTONIO AGUILAR.

Soñaba yo que tétrico y sombrío,Horrendo calabozo me albergaba,Y a los ayes del tristo pecho mió,Ni una voz compasiva contestaba.¡Oh, quó dolor profundo,Vivir así separado de este mundo!

De repente, se rasga con estruendoEl fuerte muro que mis ojos miran,Y torrentes de luz entra vertiendoLa diosa del Amor, por quien supiranMis labios con anhelo,Creyendo ver, en su mirada, el cielo.

¿No veis el sol cuando despunta ufanoBañando en oro la feraz colina, •El monte, el valle, la ciudad, el llano,Y el mundo brilla con su luz divina?Pues más brillan en sus ojos,Que á Febo causan, si los mira, enojos.

Con su mano derecha torneada,Copa sustenta de licor henchida;Y asegura su boca perfumadaQue es elixir de amor, que da la vida.Yo lo bebo sediento,Y todo se traaf orma en un momento.

A las altas regiones trasformado,Yo me siento subir embebecido;De la luna y estrellas rodeado,En blanda luz y con placer mecido;Y sus rayos de plataSemejan una inmensa catarata.

Flota en el éther, sube á las alturas,Eueda á mis pies el mundo planetario,Distingo de sus masas las figuras,Me inflama el pecho aliento extraordinario;Y audaz el pensamientoElévase á la par del sentimiento.

A conocer voy ya la lumbre pura,Los secretos del sol que dióme vida,Su incomparable espléndida hermosura,Su masa incandescente, enrojecida;Y me preparo luegoA hacer mansión de su perenne fuego.

Mas la diosa me dice con misterio:—El sol no puede ser lo que buscamos;¿No ves cómo se mueve su hemisferio1!¿No vés oual se traslada? Vamos, vamos;Y busquemos un centro,Do al abrigo estarás de todo encuentro.

—¿Cómo puede ser e30? ¿No se ha escrito,Y por todos los sabios aceptado,Que centro no hallarán al infinito1!—La diosa respondió llena de enfado:—Calle el presunto sabio,Y selle el torpa y atrevido labio.

Razón debió tener mi augusto guia,Al dirigirme apostrofe tan grave,Y mi propia conciencia me deciaQue hablar no debe quien callar no sabe,Y en silencio constante,Pasamos á través del sol brillante.

Mas ¿qué veo? Furioso torbellino,Lenguas de fuego rápidas circulan,Montes de lava cruzan el camino,Rojos fantasmas en tropel pululan;Y rayos y centellasNos van siguiendo por do quier las huellas.

Ya salimos, por fin; mi débil vistaHacia el frente distingue un sol gigante;Yo no podrá deciros cuánto dista,Pero sí que es hermoso, deslumbrante:Y tal su poderío,Que arrastra á nuostro sol en el vacío.

Ese es el centro, digo entusiasmado,Que el genio de mi dio3a me deeia;Pero ¿qué ven mis ojos! ¡Desgraciado!Llegó ya el desengaño que temin,,Si gira ese hemisferio,Centro no puede ser ¡oh, qué misterio!

Llama increada, espíritu omnisciente,Ser de los sáres, luz del universo,Alma del mundo, ¡oh Dios omnipotente!Del justo premio, azote del perverso;¡Dó e jás quo el alma miaSólo al buscarte encuentra la agonía?

La diosa me dirige una mirada,En que veo brillar la inteligencia:Después, .con voz tranquila, reposada,Animo, dice, ten más f é en la ciencia;No tu amor disminuya,Y busca á Dios en la conciencia tuya.

Pero ¡ay de mí! después de ese momento,Las sombras de la muerte se extendieronSobre mis yertos ojos, y ¡oh portento!Todos los mundos de repente huyeron.Desperté fatigado,En triste llanto y en sudor bañado.

LEOPOLDO PAREJO.

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30 REVISTA EUROPEA.—6 DE ENERO DE 1878. N.° 202

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

ATENEO DE MADRID.

Cátedra del señor Vidart.

ESTUDIOS SOBRE LA. HISTORIA. MILITAR DE ESPAÑA.

VI

Advirtió el Sr. Vidart al comenzar su discurso,que la conferencia que iba á explicar, podiá serconsiderada como digresión necesaria del asuntorelativo á las fuentes bibliográficas para el cono-cimiento de la historia militar de España, de queen las anteriores conferencias se habia ocupado.

Dijo, que las historias militares de las dos na-ciones en que hoy se halla divida la Península ibé-rica, constituyen, tanto por su asunto, cuanto porel mutuo enlace de los acontecimientos que en ellashan de ser relatados, una sola y verdadera historiamilitar, cuya unidad no podria ser destruida sinque resultase un trabajo á todas luces incompleto.Para demostrar la exactitud de este aserto, recor-dó que Portugal y España constituyeron un solopueblo desde los primeros tiempos que histórica-mente se conocen, hasta el siglo xi, y que por con-secuencia, durante este período no cabe duda queuna sola es la historia militar, como toda otra his-toria, de la Península Ibérica.

En el siglo xi comienza á constituirse la nacio-nalidad portuguesa, pero en aquel entonces, la Pe-nínsula se hallaba dividida en varios reinos inde-pendientes, y claro es que su historia tiene queabrazar la de todos los Estados, así árabes comocristianos, que existian en el territorio cuya ex-presión geográfica se halla marcada por la cordi-llera pirenaica y por las costas que bañan el Océa-no y el Mediterráneo, al mezclar sus aguas en elestrecho de Gibraltar.

Al formarse la actual unidad del pueblo españolen la época de los líeyes Católicos, Portugal, poruna fatalidad nunca bastante lamentada, quedóseparado de España; pero no por esto se puede se-parar su historia militar de la que debia-ser pa-tria comun de todos los peninsulares, la primiti-va y gloriosa Iberia. La causa de la necesaria uni-dad histórica de los dos pueblos ibéricos, á pesarde su separación política, consiste, según el sófíorVidart, en que la comunidad de sus intereses, larelación íntima que les da su situación geográficay la aspiración constante que existe en ellos á cons-tituir una sola nación, forman tales lazos y creantan gran mímero de relaciones entre ambas nacio-nalidades, que necesaria y fatalmente la historia

de Portugal y de España, guardan entre sí tal se-mejanza, tal paralelismo, si vale la frase, que sor-prende y admira al que atentamente lo observa enla lectura de sus anales.

Dijo que además de estas razones generales,existian otras, que obligaban á tratar de la histo-ria militar de Portugal al escribir la de España;pues las guerras entre los dos pueblos peninsulareshan sido frecuentísimas, y que no podia sucederde otro modo, porque España ha querido, en lostiempos pasados, que Portugal viniese á formarparte de su nacionalidad, y ha empleado para elloel único medio que en aquel entonces se usaba, laconquista por medio de la fuerza. Manifestó que elprogreso de la civilización habia puesto términoá estas sangrientas luchas entre Portugal y Espa-ña, pues en la actualidad todos los partidarios dela unión ibérica querían que ésta se realizase pormedios exclusivamente pacíficos, consiguiendoque españoles y portugueses lleguen á convencersede que separados, sólo forman dos naciones de es-casa importancia política, y de que unidos consti •fruirían una Iberia fuerte y poderosa, que tendría22 millones de población en la Península é impor-tantes colonias en África, Asia, América y Ocea*nía.

Insistió el Sr. Vidart, en que, hasta en estos úl-timos tiempos, la historia militar de Portugal yEspaña conservaba su unidad durante la guerrade la Independencia, pues juntos combatieron por-tugueses y españoles contra las huestes napoleóni-cas, y que las guerras civiles entre liberales y abso-lutistas, que han ensangretados los campos de laPenínsula, deben ser estudiadas comparativamen-te, para hacer notar la influencia del terreno en estegénero de luchas.

Hizo notar el bnen acuerdo con que el generaldon José Gómez Arteehe habia reunido en un sololibro todo lo concerniente al conocimiento militardel territorio de la Península, escribiendo su Geo-grafía militar de España y Portugal.

De todas las consideraciones apuntadas deducíael orador que las fuentes bibliográficas que sirvie-sen para el estudio de la historia militar de Portu-gal, debieran de considerarse como parte integrantede las que sirven para el conocimiento de la histo-ria militar de nuestra patria.

Otra consideración que, según el Sr. Vidart, de-bia tenerse muy en cuenta, es que la unidad de la'historia militar, no puede ni debe romperse tratan-do por separado de las empresas que llevan á cabolos ejércitos terrestres, sin ocuparse de los aconte-cimientos militares que en los mares se verifican;pues la guerra terrestre y marítima suele verifi-carse simultáneamente, y simultáneamente debeser estudiada.

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N.° 202 BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.

Dijo, que la historia de la marina militar de Es-paña habia ocupado ya las doctas plumas de D. Joséde Vargas y Ponee y de D. Martin Fernandez deNavarrete; recordando también los notables escritosque ha publicado acerca de esta matoria el eruditocapitán de navio D. Francisco Javier de Salas y eldistinguido escritor Sr. Fernandez Duro. Con estemotivo habí> estensamente acerca de los libros delSr. Salas, titulados: Historia de la matrícula demar y Marina española; y después manifestó susentimiento de que este autor no haya concluidoaún la obra que comenzó á publicar hace años, in-titulada Marina española de la Edad Media, lacual eontituye una verdadera historia, escrita congran imparcialidad de nuestra marina de guerradurante aquellos oscuras tiempos que en su títvilose indican.

Resumió el Sr. Vidart el pensamiento de suconferencia, diciendo que al ocuparse de las fuen-tes bibliográficas para el estudio de la historiamilitar de España, debieran tenerse presentestodos los libros en que se hallasen noticias refe-rentes á la historia militar de Portugal y á la his-toria de la marina de guerra de los dos pueblospeninsulares; y que por esta cansa, ol verdaderotítulo de una obra escrita, segun ol plan que veniaindicando, debiera ser: Historia militar de la Pe-nínsula, Ibérica 6 de los pueblos ibéricos.

VII.

La bandera española, dijo ol Sr. Vidart despuésde un corto exordio, ha tremolado triunfante encampos de batalla situados en las cinco partos delmundo, y de aquí se deduce la gran dificultad queexiste para poder escribir científicamente la histo-ria militar de España; pues no bastando para elloel sencillo relato de los hechos, y siendo necesarioante todo y sobre todo el conocimiento del terreno,la exacta apreciación topográfica del teatro de laguerra, puede afirmarse sin exajeracion, que lahistoria militar de España requiere, en el que in-tenta escribirla, el conocimiento de la geografíamilitar de la mayor parte del mundo.

La consideración indicada pone en punto deevidencia el enlace de la historia militar de nues-tra patria con la de otros muchísimos pueblos, ypor lo tanto, que en las historias generales de estospueblos han de hallarse datos y noticias de interéspara el asunto que es objeto de las conferenciasque ol orador está explicando.

Las fuentes bibliográficas extranjeras que pue-den servir para el conocimiento de la historia mi-litar de España, soutmuy numerosas y por extre-mo importantes, segun fácilmente se comprendedespués de las consideraciones antedichas.

El estudio de los autores extranjeros que seocupan de asuntos referentes á la historia de Es-paña, es muy conveniente para no caer en lasexajeraeiones que un patriotismo mal entendido,de un particularismo anti-humano, que sólo vealtas cualidades en los propios, y defectos sinnumero en los extraños.

Mediante la comparación entre el relato de loahechos, segun aparece en los autores nacionales ylos extranjeros, cabe formar juicio, que proba-blemente debe ajustarse á la santa verdad que lahistoria requiere.

El entusiasmo patriótico suele encubrir los er-rores y presentar la injusticia con las aparienciasde la razón; por lo contrario, el rencor del extran-jero, ya humillado ó ya vencido en los campos dobatalla, suele manchar con la injuria ó la calum-nia la memoria de los más exclarecidos héroes; yfundándose en estas consideraciones, deben leerselos autores nacionales, acogiendo con reserva loselogios que el entusiasmo inspira, y en I03 autoresextranjeros, hay que examinar detenidamente lasrazones y los heshos en que sus censuras se apo-yan.

Al llegar aquí, manifestó el Sr. Vidart que in-sensiblemente! se habia ido separando del objetoque se habia propuesto tratar en su conferencia,ocupándose de la conveniencia que alcanza el es-tudio de las fuentes bibliográficas extranjeras parael cabal conocimiento de la historia militar de .España, antes de señalar cuáles y cuántas son es-tas fuentes bibliográficas.

Dijo que existia una clase de libros que mere-cian consideración y meditado estudio, por lo mu-cho que podian servir para formar criterio acercade los hachos dudosos de nuestra historia nacio-nal. Estos libros eran los que estaban escritos porautores extranjeros; pero los cuales trataban deasuntos ágenos á la nacionalidad á que su autorpertenecía. Citó, como comprendidos en este gru-po de libros, algunas obras históricas de Dozy,Washington-Irving, Prescott, Mignet y Gachard,cuyo examen es interesantísimo para formar juicioacerca de hechos y personajes, que aparecen ennuestra hisioria, rodeados del misterio de lo des-conocido y desfigurados por la pasión de sus con-temporáneos, ya amigos ó ya adversarios.

En este género de obras, cuyo autor trata deacontecimientos en que su patria no ha interve-nido, puede esperarse que existan dotes de gran-dísima imparcialidad; pero también debe temerseque se note en ellas más ó menos desconocimien-to de los caracteres propios y del sentido íntimodel pueblo ó pueblos cuya vida histórica se relata.Lo contrario acontece en los libros á que se refie-ren hechos pertenecientes á la historia de España

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BEVISTA EUROPEA.. 6 DE ENEBO DE 4878. N.° 202

en sus guerras extranjeras, por historiadores de lasnaciones contra las cuales ha combatido , puesentonces falta casi por completo la imparcialidaddel criterio, si bien se halan datos interesantespara formar idea del verdadero carácter del pue-blo á que el historiador pertenece, y aún de los de-fectos y estravío de los soldados que contra élguerreaban.

Aquí puso término á esta conferencia el señorVidart, dejando para las siguientes el examen yclasificación de las fuentes bibliográficas extran-jeras, que deben ser consultadas por el que inten-te escribir la historia militar de España.

Institución libre de enseñanza..

«LA MORFOLOGÍA DE HAECKEL: ANTECEDENTES Y CRITI-

CA,» POR EL PROFESOR D . AUGUSTO G . DE LlNAHES.

VI

Afirmada esta unidad abstracta de los sáresnaturales, Haeckel se pregunta sobre el origen ydiferencias de los organismos. La autogonia, queadmite para explicar su aparición en la superficiede Ja Tierra, es una imposición de su sentido ge-neral, ya juzgado. El error que implica aquella, esmanifiesto: consiste en suponer que los organismosterrestres nacieron del concurso fortuito de sus-tancias y fuerzas generales. Si estas pertenecensiempre á sores naturales determinados, y represen-tan funciones especiales de su vida toda, la Tierraes el organismo que trasmitió la suya á los prime-ros que se formaron en ella. No hay pues, autogo-nia: todo individuo natural supone otro preexis-tente, sea de su género, sea de género diverso.La vida ae trasmite; no se crea por la pura inicia-tiva del ser que nace.

Las diferencias de los organismos, las explicaHaeckel por la aparición de móneras diversas, queson loa antecesores de las series genealógicas, óestirpes, derivadas de ellos por metamorfismo gra-dual: como la segunda parte de su libro está con-sagrada á legitimar esta hipótesis, r.o es esta laocasión de juzgar su anticipación sobre este punto.

finalmente: sustituidas las estirpes á los rei-nos, antes admitidos, afirma que animal y vegetal(incluyendo al hombre en el primero) no defierenen absoluto; y que existe un organismo mediadorindiferente, el Protista. Con el nombre de "reinode los protorganismos," había ya Carus sostenidola necesidad de este intermedio: el criterio que lehabía guiado, no era meramente empírico, como

el de Haeekel; sino penetrado de exigencias idea-les. Porque no sea posible distinguir hoy si eaanimal ó vegetal un organismo, no se sigue quenos lo será siempre, ni menos la necesidad de ins-tituir para él una nueva categoría natural. Conmejor sentido, aunque no legítimo, sin embargo,Carus piensa que la Naturaleza, cuyas oposicionesbrotan siempre de unidad precedente, antas de re-velarse en la contrariedad de animales y vegeta-les, debe afirmar su unidad común en el reino es-pecial, de que arrancan luego divergentes los otrosdos: el error de Carus está en exigir una represen-tación sensible de la unidad esencial de vegetalesy animales, lo cual es absurdo. Lo esencial, comotal, no caba todo en una expresión limitada. Lapretensión de e3te insigne naturalista es compa-rable á la de la moderna Química, que busca launidad de la materia en una sustancia especial, elhidrógeno, p. ej., ú otra cualquiera.

Kelativamente á la posibilidad de distinguir enabsoluto á los organismos de los otros reinos entresí, importa notar que se pone Haeckel én lo justo,al sostener que no hay característica definitiva po-sible. Pero si, en vez de apelar á fenómenos más ómenos comprensivos, se atiende á la ley total dela vida, sa advierte luego, que á las fases de evo-lución de cada organismo individual (caracteriza-das respectivamente por el predominio de la uni-dad indistinta, de la variedad después, y la ponde-ración armónica por fi n, de ambos elementos), de-ben corresponder, y corresponden de hecho, en laNaturaleza, como esferas permanentes de su vidainfinita, reinos da seras que ofrezcan perpetua-mente estas notas en su organización. El reino si-déreo es el reino de la totalidad; el vegeto-animaló fitozóico, el del predominio de las partes; y elantrópico, el de la síntesis armónica. Así lo revelael igual desarrollo en el hombre de todos los siste-mas y partes, predominantes siempre de diversomodo en los distintos animales; 'y es irracional,por tanto, buscar en éste ó aquel órgano del hom-bre y de los vertebrados su diferencia. Antes alcontrario: si existiera una diferencia de está clase,seria preciso contar á aquel entre los Primates,precisamente por la misma'ley que sirve de funda-mento á los reinos.