El Procer

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La historia de un General que se convirtió en un líder revolucionario.

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EL PROCER

“LA HISTORIA

DE UN LÍDER

REVOLUCIONARIO”

BIBLIOTECA NACIONAL

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INTRODUCCION A SU VIDA Y OBRADesde 1764 hasta 1810

Figura prócer, por excelencia, de la Historia Nacional, Primer Jefe de los Orientales y primer estadista de la Revolución del Río de la Plata, según acertadamente se le ha llamado.

Nacido el 19 de junio de 1764, hijo de Martín José Artigas y Francisca Antonia Arnal, según la partida que luce al folio 209 del Libro Primero de Bautismos de la Catedral de Montevideo, su abuelo, Juan Antonio Artigas, había sido uno de los primeros pobladores de la Ciudad.

No dice el asiento parroquial que haya visto luz en Montevideo, lo cual plantea discusión sobre el sitio de su cuna, pero nada permite, creer que haya nacido en la Villa del Sauce, localidad del departamento de Canelones.

La considerable distancia de esta población, los pésimos caminos y la estación invernal, parecen excluir la posibilidad de un viaje, sin objeto, con una criatura de tres días, puesto que se le impuso "Oleo y Chrisma" el 21 de junio.

Concurrente cuando niño al Colegio Franciscano, recibió la mediocre enseñanza de la época, y hecho mocito, pasó durante su juventud a ocuparse en faenas rurales en la campaña despoblada, donde las autoridades, poco más de nominales, eran incapaces de tener a raya al gauchaje levantisco, y de contener los avances y tropelías de los grupos de indios charrúas y minuanos, más numerosos, pero no peores, que los contrabandistas portugueses que infectaban la zona.

La que podría llamarse carrera de armas de José Artigas, principia el día 10 de marzo de 1797, cuando ingresó en el Cuerpo de Blandengues, unidad militar cuyas funciones eran, en lo principal, funciones de policía y vigilancia.

De entrada tuvo a su cargo una partida recorredora de los campos, y ascendió sucesivamente a ayudante mayor de milicias de caballería y luego a capitán, hasta que el 3 de setiembre de 1810 recibió el mando de una compañía veterana de Blandengues de la Frontera.

Su actividad continua en el servicio era prenda de orden para los estancieros y pobladores de la campana, y garantía cierta de vidas y haciendas.

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En esa carrera, donde comprendió la esencia de la realidad popular que debía imponer las directivas a su obra de hombre público, tuvo ocasión de convivir, casi un año, en íntimo contacto con Félix de Azara, sabio naturalista español y hombre de profundos y variados conocimientos, cuyas ideas en materia económico - social Artigas asimiló indudablemente, pues aparecen más tarde en varias de sus concepciones de hombre de gobierno.

Azara, en los años 1801 - 1802, desempeñaba funciones oficiales como encargado de límites en la frontera con Portugal.

Las autoridades superiores de la colonia, por su lado, compartían el buen concepto general sobre Artigas y existen múltiples e inequívocas pruebas de la confianza y consideración que, de Gobernador abajo, mereció de los funcionarios españoles.

Querido y respetado por la gente de campo, su valor y sus condiciones de soldado se hacían presentes, de modo natural, sobre el elemento criollo, que penetraba bien el sentido de justicia equitativa y tolerante, característica, del Capitán de Blandengues.

A la hora de las invasiones inglesas marchó a combatir contra los extranjeros "herejes", y el día en que Montevideo fue tomada por ellos (3 de febrero de 1807) se dirigió al campo con el propósito de organizar fuerzas que resistieran en el interior.

Sobre un primer plantel de trescientos hombres, reclutado con la cooperación del saladerista Secco, agrupando los peones de las estancias y los paisanos que acudían a ponerse a sus órdenes, prestamente tuvo Artigas elementos de fuerza y, sobre todo, posibilidad de movilizarlos y ponerlos en acción por la buena calidad y abundancia de los montados.

Pero no fue preciso llegar a la lucha, pues los ingleses evacuaron el Río de la Plata, en derrota, y el señorío colonial de España pudo reanudar su marcha con la misma lamentable torpeza y cortas miras de un régimen anquilosado, en disolución espontánea.

Desde 1810 hasta 1812

De este modo, la Revolución del 25 de Mayo de 1810 en Buenos Aires halló a Artigas reintegrado a sus funciones de policía en la campaña, pero no ajeno a las ideas nuevas que fermentaban.

Sirviendo hasta ese entonces a las órdenes del Brigadier José Muesas en la Colonia del Sacramento, el Capitán Artigas abandonó las filas españolas en

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febrero de 1811, cruzando el Río Uruguay rumbo a Buenos Aires, en compañía de Rafael Ortiguera, Teniente de su misma Compañía, para ofrecer su espada a la patria.

Su concurso, que Mariano Moreno ya había señalado como valioso, se aceptó por la Junta Revolucionaria el día 15 de febrero cuando acudió a presentarse, y Artigas tuvo el encargo de preparar, desde la fronteriza provincia de Entre Ríos, el levantamiento de la Banda Oriental, utilizando al efecto sus relaciones y su prestigio en la tierra nativa y los hilos que virtualmente estaban tendidos.

Los primeros pronunciamientos tuvieron por teatro el pueblo de Belén, en el Alto Uruguay, y la costa del arroyo Asencio, Soriano, y a su preparación no era ajeno Artigas.

La hora esperada parecía haber sonado y con los auxilios que proporcionó la Junta, la cual lo había promovido a Teniente Coronel efectivo por decreto de 9 de marzo de 1811, arribó a su provincia al mes justamente de tener el mando -9 de abril de 1811- a fin de tomar intervención personal en la guerra, trayendo a sus inmediatas órdenes ciento cincuenta plazas del Batallón de Patricios.

Aceptado generalmente como verdad que el desembarco se haya producido por el actual departamento de Colonia, en la Calera de las Huérfanas, hay pareceres muy respetables que consideran que la ruta de Artigas debió ser, saliendo de Entre Ríos, camino que lo llevó al campamento de la capilla de Mercedes de Soriano, lugar donde asentaban las fuerzas patriotas, cuya jefatura le habían confiado las autoridades de Mayo al General Manuel Belgrano, a su regreso, vencido, del Paraguay.

Llamado éste a Buenos Aires a responder del fracaso de dicha expedición, el General José Rondeau fue el jefe que vendría a sustituirlo.

Artigas asumió la jefatura de la vanguardia patriota iniciando marchas hacía el Sur. Su presencia determinó una rápida agudización del sentimiento insurreccional, puesto de manifiesto por las innumerables incorporaciones de gente en armas por la patria, según se aprecia en toda la extensión de la provincia que, llamada entonces Banda Oriental, pronto se halló bajo el control de los patriotas.

Solamente los pueblos de cierta importancia, con Montevideo como baluarte principal, quedaron bajo la obediencia de las autoridades españolas. Las primeras hostilidades no tardaron en producirse, registrándose triunfos para la patria en El Colla, Porongos, Paso del Rey

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sobre el río San José -21 de abril- y en el ataque y toma de la Villa de San José el 25, mientras oficiales suyos vencían a los españoles en Maldonado y en San Carlos.

Artigas iniciaba entonces, a la vez una carrera de político y de soldado que sólo debía durar nueve años, que no son nada, si bien se mira, en una vida que totalizó ochenta y seis, pero que fueron bastantes para que, por su obra y su gravitación futura, pueda considerársele como una de las personalidades más vigorosas y completas de la historia continental.

Trasladado su Cuartel General a San José, Artigas reunió sus fuerzan con las de su pariente Manuel Antonio Artigas, y avanzando con unos mil hombres sobre los realistas que operaban en Canelones, obtuvo sobre ellos, al mando del Capitán de Marina José Posadas, el 18 de mayo de 1811, la victoria de Las Piedras, batalla campal en que el jefe español rindió su espada al soldado montevideano y donde éste -al decir del Deán Funes- "manifestó un gran valor y un reposo en la misma acción, con que supo encender y mitigar a un mismo tiempo, las pasiones fuertes y vehementes de su tropa".

Las dianas de la Provincia Oriental resonaron, así, como los primeros acentos triunfales de la Revolución de Mayo. Otras, que las estrofas del himno nacional argentino recuerdan: San Lorenzo, en las altas barrancas del Paraná, y Suipacha, en los lejanos confines del Virreinato, harían eco a las dianas de San José y de Las Piedras.

Continuando su marcha rumbo al Sur, el 21 del propio mes de mayo el ahora Coronel Artigas apareció con sus huestes en el Cerríto, altura de donde se divisa de cerca Montevideo, e intimó rendición al gobernador Francisco Xavier Elío, que mandaba la más poderosa plaza fuerte de España en las costas del Atlántico.

El español, como es natural, rechazó de plano al emisario artiguista y fue preciso pensar en la formalización del Primer Sitio de Montevideo.

El nuevo jefe enviado por la Junta Revolucionaria, General José Rondeau, llegó recién el 1° de junio al campo del Cerrito, tomando enseguida la dirección de las fuerzas patriotas.

La invasión de un ejército portugués a las órdenes del General Diego de Souza, que en julio del año 11 penetró hasta Melo y Maldonado, y cuyo auxilio había conseguido el jefe español encerrado en Montevideo para favorecer comunes intereses dinásticos de los Borbones de la Península, uniéndose a los reveses militares experimentados por la causa

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independiente, cuyos soldados al mando de Balcarce habían sido deshechos en Huaquí (en el Alto Perú) llevaron a que la Junta de Buenos Aires iniciara negociaciones con Javier de Elío.

De los tratos, resultó el armisticio del 20 de octubre de 1811, por el que se estipulaba el levantamiento del sitio de Montevideo, mantenido desde hacía casi un semestre por las armas patriotas, debiendo retirarse de la Banda Oriental los ejércitos de Buenos Aires y los del portugués, reconociéndose así en ella la autoridad española. A consecuencia de ese convenio la Provincia Oriental venía a hallarse subyugada y sin defensa, segregada de hecho de las que se denominaban unidas.

La Junta designó a Artigas Gobernador de Yapeyú, pareciendo que no le quedaba a nuestro destemido Capitán otra solución que convertirse en un jefe subalterno más dentro de las filas del ejército independiente. Pero Artigas, aceptando el cargo que se le confiaba, resolvió con la firmeza serena de los que llevan misión, sustraer a las gentes coterráneas que bien podía llamar suyas, al yugo de los españoles, y convertido en jefe de todo un pueblo, superando lo tremendo del momento, emprendió marcha a su jurisdicción.

Rumbo al Norte, costeando casi el Río Uruguay, llevó tras de sí los tres mil hombres escasos del ejército a sus inmediatas órdenes, pero le seguía una caravana de quince mil personas, de toda edad y de toda clase social, que configuró el histórico cuanto extraordinario episodio denominado El Exodo del Pueblo Oriental.

Tres meses duró la nunca vista marcha, de octubre a diciembre de 1811 y al llegar al Salto del Uruguay, y puesto por medio el obstáculo del gran río como defensa natural de los portugueses. Artigas acampó con su gente en el Ayuí, en la margen derecha, en tierras de la jurisdicción misionera sobre las cuales era gobernador.

Desde 1812 hasta 1815

El convenio de 20 de octubre entre españoles y porteños, no podía, razonablemente, tener andamiento, pues en la mala fe de las partes contratantes estaba el secreto de su debilidad, y los portugueses invasores de la Provincia Oriental tomaron a poco de andar tal empuje, que la autoridad de Buenos Aires vio el peligro real que ello significaba en el mapa político. Entonces se propuso reforzar a Artigas acampado en el Ayuí, y hacer frente, en la provincia, a los invasores.

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Gaspar Vigodet, sustituto de Elío en el gobierno de Montevideo alegó el convenio de octubre y amenazó con oponerse a aquél propósito con las armas en la mano. Un gobierno triunviral, que había sustituido en Buenos Aires a la Junta, procediendo con más energías que ésta, denunció el armisticio el 6 de enero de 1812.

La presencia de los portugueses significaba en esos momentos una grave complicación y el gobierno del Triunvirato, contando con los buenos oficios del representante de Inglaterra en la corte de Río Janeiro, pudo negociar el tratado que ajustaron los respectivos plenipotenciarios, Juan Rademaker y Nicolás Herrera, firmándolo en Buenos Aires el 4 de mayo de 1812. La evacuación de la provincia por las tropas del General Souza, aunque demorada por éste cuanto le fue posible, era un hecho al finalizar agosto.

El campo quedaba libre para dilucidarse la cuestión de vida o muerte entre españoles y patriotas, y en esas circunstancias, el General Sarratea con un cuerpo de ejército pasó al Ayuí a entrevistarse con Artigas, para convenir la manera de traer la guerra inmediatamente a la Banda Oriental, reanudándose la lucha.

Las intrigas en el Ayuí, iniciadas con la designación de Sarratea, en cuanto significaba posponer al jefe natural y reconocido de la Banda, agravaron la situación provocando la defección de algunos jefes que habían seguido a Artigas en el Ayuí, como Ventura Vázquez, Valdenegro, su jefe de Estado Mayor, a la par que fomentaban las deserciones entre la tropa.

No obstante esa inconducta y las desinteligencias que fatalmente provocó, Artigas se puso a órdenes de Sarratea y repasando el Uruguay vino de nuevo a su tierra, con sus soldados y su pueblo, Rondeau, jefe de la vanguardia del ejército de las Provincias, fue el primero en llegar frente a Montevideo, fijando reales en el Cerrito el 20 de octubre, y dando vigor al Segundo Sitio que las partidas patriotas de José E. Culta tenían principiado en cierto modo y las cuales se le unieron de inmediato para remontar el ejército independiente hasta el número de dos mil hombres.

El 31 de diciembre del año 12, rechazando una salida de Vigodet, José Rondeau logró la victoria del Cerrito.

El 20 de enero del año 1813, Artigas llegó al Paso de la Arena del Santa Lucía, con sus tropas calculadas en unas cinco mil plazas.

Sarratea arribó al campo sitiador con poca diferencia, acentuando con ello la prevención con que se le miraba en el ejército. Artigas, por su lado,

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declaró que se mantendría al margen de las operaciones si aquel continuaba en su cargo, y como uno de sus jefes, el comandante Fructuoso Rivera, materializando la hostilidad, se apoderó de las caballadas del ejército. Rondeau, con plena visión de lo que acontecía, se dispuso a cortar por lo sano, y provocando en el mes de febrero una reunión de los jefes subalternos -extra ordenanza y sediciosa si se quiere- significó a Sarratea la necesidad de resignar el mando y alejarse del sitio.

Rondeau asumió entonces funciones de General en Jefe y Artigas, de inmediato, el 26 de febrero de 1813, vino al campamento del Cerrito a ponerse a sus órdenes para el sitio.

En este instante el español Vigodet, encerrado en Montevideo, considerando posible sustraer a Artigas de la causa de la patria, efectuó en tal sentido un hábil sondeo con promesas de confiarle un alto puesto de mando, pero el caudillo lo rechazó según correspondía.

La posesión de la Provincia Oriental por sus nativos era un hecho, y estando, a la fecha, en funciones la Asamblea General Constituyente reunida en Buenos Aires, consideró Artigas que había llegado el momento de hacerse representar en el cónclave que legislaba para todos. En esa inteligencia, los pueblos de la Banda, previamente invitados a hacerlo, enviaron sus diputados al Congreso de Peñarol, cuyas sesiones Artigas abrió personalmente, el 4 de abril de 1813.

Entonces dirigió a los diputados el célebre discurso en que abdicaba de los poderes omnímodos que había investido hasta ese día, principiando con estos párrafos: "Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán".

Después de exigir a Buenos Aires satisfacciones por agravios anteriores y garantías de futuro, el Congrego resolvió la designación de cinco diputados a la Asamblea Constituyente de Buenos Aires, correspondiendo uno a cada uno de los cinco cabildos existentes en la Provincia, de los cuales cuatro eran sacerdotes, y el quinto un antiguo oficial de Blandengues. Los diputados orientales marcharon a su destino provisto de un programa concreto, al que debían ajustar su conducta, el cual ha pasado a la historia con la denominación de Instrucciones del Año XIII.

Se trataba de una pieza político-jurídica de alcance y significación incomparables, por los fundamentos democráticos - republicanos que contenía, verdadero canon de una "Carta Magna" para las Provincias

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Unidas. Las cláusulas fundamentales de las Instrucciones de Artigas eran las siguientes:

independencia absoluta de las colonias;

sistema de confederación de las provincias conforme a un pacto de reciprocidad;

libertad civil y religiosa en toda su extensión;

la libertad, la igualdad y la seguridad de los individuos de cada provincia, que debían constituir la base de los gobiernos locales y del gobierno central;

independencia de los tres poderes del Estado;

autonomía provincial en su manejo interno; soberanía, libertad e independencia de la Provincia Oriental: aniquilación del despotismo militar merced a trabas constitucionales;

exclusión de Buenos Aires como capital federal;

garantías de comercio para ciertos puertos orientales.

Los congresales de Buenos Aires, de tendencias manifiestamente centralistas y oligárquicas, se espantaron ante la posibilidad de que se pudieran traer al debate postulados de semejante audacia, llenos de inmensa importancia histórica y doctrinal, y que planteaban problemas que a ellos no les interesaba resolver.

Ante una perspectiva semejante y pretextando defectos de forma en la elección, el Congreso no aceptó los diputados de la provincia Oriental: rechazando los hombres esperaba rechazar las ideas.

"En el ambiente agreste, donde el sentir común de los hombres de la ciudad sólo veía barbarie, disolución social, energía rebelde a cualquier propósito constructivo, -dice Rodó- vio el gran caudillo, y sólo él, la virtualidad de una democracia en formación, cuyos instintos y propensiones nativas, podían encauzarse como fuerzas orgánicas, dentro de la obra de fundación social y política que había de cumplirse para el porvenir de estos pueblos".

Frustradas todas las tentativas de avenimiento en lo relativo a la no admisión de los diputados. Artigas contemporizó todavía, manteniéndose en posición razonable, pronta el que se le llamara.

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De aquí nació la idea de convocar a un nuevo congreso provincial. Este se reunió en la Capilla de la chacra de Maciel, en la margen del Arroyo Miguelete, el 8 de octubre de 1813.

La obra de estos asambleístas, dirigidos por políticos hábiles que actuaban detrás del General Rondeau, vino a dar por tierra con todo lo resuelto en el Congreso de Abril, llegando hasta deponer a Artigas del gobierno. Pero tan lejos fueron en la maniobra, que la Asamblea Constituyente de Buenos Aires no se atrevía a admitir en su seno a los diputados de Capilla de Maciel.

Ante semejante actitud de los políticos de Buenos Aires, Artigas, por segunda vez -el 20 de enero de 1814, se retiró del Sitio de Montevideo llevando consigo más de tres mil hombres. Iba a extender el radio de su influencia cada día mayor sobre las provincias litorales, donde lo reconocían como jefe, y sus pasos se encaminaron al Norte, deteniéndose en el pueblo de Belén.

Gervasio Antonio Posadas, Director de Buenos Aires, respondió con el decreto de 11 de febrero, declarándolo traidor y enemigo de la patria ofreciendo un premio de 6.000 pesos al que lo entregara vivo o muerto. Artigas, por su parte, declaró la guerra al Directorio, aprestándose a combatirlo.

En esos días, el Virrey de Lima, General Pezuela, le enviaba por un propio una carta sugiriéndole la posibilidad de un convenio que lo favoreciera, impuesto de que Artigas -fiel a su monarca-, sostenía sus derechos. Pero Artigas lo respondió: "Han engañado a V.S. y ofendido mi carácter, cuando le han informado que yo defiendo a su ley... Esta cuestión la decidirán las armas... Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mí empeño que ver libre mi nación del poderío español..."

La caída de Montevideo en manos de los porteños el 20 de junio de 1814 pareció en un momento que iba a solucionar el conflicto. Torgués, al frente de sus milicias, reclamaba la plaza en nombre de Artigas, y la respuesta de Alvear fue el envío de fuerzas que lo sorprendieron en las proximidades de Las Piedras.

Organizaron los vencedores nuevas autoridades en la ciudad, y el 16 de junio vino de Buenos Aires Nicolás Rodríguez Peña, nombrado delegado del Directorio Supremo y Gobernador Intendente.

Posadas y sus amigos políticos, si bien no estaban dispuestos a entregar Montevideo al Jefe de los Orientales, tampoco excluían la posibilidad de

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hallar cuando menos un modus-vivendi. En ese orden de ideas, tras la "Misión Amaro - Candiotti", el decreto que ponía a Artigas fuera de la ley quedó revocado el 17 de agosto.

Pero la situación de guerra existía de hecho, y el regreso a Montevideo del General Alvear, momentáneamente alejado de la plaza, exacerbó los ánimos del elemento provincial.

Artigas tenía su Cuartel General en los potreros de Arerunguá, en el actual departamento del Salto, mientras Torgués y Rivera operaban en el sur con excelentes medios de movilidad, y al cabo de varios encuentros parciales donde la suerte no favoreció del todo a los directoriales, Alvear se avino a entrar en arreglos, dispuesto a tratar con los emisarios que mandara Artigas a Canelones.

Pero no se procedía de buena fé, y el propósito era ganar tiempo, simulando que se retiraban las tropas. Estas fuerzas, mandadas por Soler, se hicieron sentir prestamente en la zona de Colonia y luego en San José.

El Coronel Manuel Dorrego, al frente de una fuerte columna, recibió orden de marchar hacia el interior y en el curso de sus operaciones logró sorprender a Torgués en Marmarajá el 6 de octubre, obteniendo un triunfo fácil pero engañoso. Sacó de él una idea plenamente falsa respecto al poderío y la fuerza de resistencia de las huestes artiguístas.

En esa convicción se decidió a batir a Fructuoso Rivera y después de varias alternativas, reforzados ambos ejércitos, aquel joven Capitán de Artigas le infligió tan tremenda derrota en Guayabos -el 10 de enero de 1815-, que Dorrego apenas pudo escapar con una cincuentena de hombres, vadeando enseguida el Río Uruguay.

El Directorio, comprendiendo que la partida estaba perdida, se propuso transar sobre la base del reconocimiento de los derechos de la Provincia Oriental a gobernarse a sí misma. El delegado Nicolás Herrera abarcó pronto la realidad de las cosas, y se convino que la plaza sería evacuada por las tropas porteñas, conforme se efectuó el 25 de febrero de 1815. Al día siguiente Torgués entraba en Montevideo con título de Gobernador Militar.

En este primer gobierno patrio, el poder fue ejercido sucesivamente por Torgués y por Miguel Barreiro, conforme a delegación de Artigas, y en su periodo se instituyeron la primera bandera y el primer escudo de armas de la Provincia Oriental.

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Al mismo corto período corresponden también varias generosas iniciativas de progreso y de orden, como la creación de la Biblioteca Nacional y los servicios de rentas y policía reorganizados.

Desde 1815 hasta 1817

El caudillo, entretanto, permanecía en su campamento del Hervidero, como activo factor de los sucesos que iban a desarrollarse en el vasto escenario de las provincias. Estos culminaron en la sublevación del ejército directorial en Fontezuelas, lo que aparejó la caída de Alvear y la disolución de la Asamblea Constituyente que sesionaba en Buenos Aires, el 16 de abril de 1815.

El Coronel Alvarez Thomas, erigido como nuevo Director, trató de acordar su política con la de Artigas a quien la Provincia Oriental reconocía como su jefe natural, mientras que las de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba eran gobernadas por elementos que respondían a sus propósitos.

Una Liga Federal estaba virtualmente constituida, y Artigas trazaba sus rumbos con el título de Protector de los Pueblos Libres, buscando la organización bajo el gobierno federativo democrático, derivado de la voluntad popular, base de toda soberanía.

Es en tal ocasión que Alvarez Thomas envió al gran caudillo, a varios jefes de la fracción vencida, prisioneros y rehenes, para que dispusiera su castigo. Este no los quiso admitir, diciendo con altiva nobleza que él no era "el verdugo de Buenos Aires".

Como debe notarse muy bien, en este trascendental momento histórico Artigas adquiere perfiles de estadista que supera el título de simple jefe de una provincia. Sus firmes rumbos democráticos, sus ideas de gobierno con fórmulas o concepciones adivinadas apenas en otras partes del mundo, uniéndose a la enorme vastedad del escenario, lo convierten en una figura continental.

Los dos principios antagónicos que se disputaban la primacía en el antiguo virreinato platense se hallan frente a frente y de modo claro. El federalismo con el Protector, que sienta sus bases en el Congreso de Concepción del Uruguay -julio del año 15-, y el unitarismo de Buenos Aires con su Directorio, que proclama la independencia de las Provincias Unidas por boca del Congreso de Tucumán, el 9 de Julio de 1816, elaborando una constitución inaplicable y buscando como fórmula de solución el implantamiento de una monarquía absurda.

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No era fácil prever hasta qué extremos podría llegarse en la lucha, y poco seguros de su fuerza, los hombres de Buenos Aires maniobraron en el sentido de traer al terreno a los portugueses, que eran dueños del Brasil, enderezándolos contra Artigas bajo la acusación de que su existencia e influencia significaban un poderoso foco de anarquía, cuyo fuego podía comunicarse a las provincias meridionales del Reino.

La ocasión tan esperada de posesionarse de la margen izquierda del Río Uruguay, redondeando geográficamente por el sur la inmensa colonia americana, sueño dorado de la monarquía portuguesa, se iba a convertir en una realidad, y la Provincia Oriental fue invadida por cuatro cuerpos de ejército. Eran más de diez mil hombres al mando del General Carlos Federico Lecor, militar experimentado y político de dudosa moral. En agosto de 1816, los primeros soldados portugueses hollaron nuestro territorio.

El unitarismo monárquico vio venir la invasión que lo libraría del caudillo federalista, con la tranquilidad y satisfacción de un cómplice.

Artigas se aprestó a la resistencia, solo y ajustado al plan que sus mismos enemigos iban a reconocer excelente y el único posible. Pero la victoria dio la espalda a los patriotas: Artigas personalmente fue derrotado en Carumbé el 27 de octubre; Rivera, su mejor lugarteniente, tuvo igual destino en India Muerta el 19 de noviembre.

Mientras tanto, los invasores progresaban por el sur internándose cautelosamente hacia Montevideo, cuyo Cabildo, sin espíritu suficiente, desorientado por promesas de Buenos Aires, negoció el 8 de diciembre del 1816 la anexión de la Banda a las Provincias Unidas a cambio del auxilio armado de éstas, acuerdo que Artigas rechazó, y que Buenos Aires no iba a cumplir tampoco.

Desde 1815 hasta 1817

El caudillo, entretanto, permanecía en su campamento del Hervidero, como activo factor de los sucesos que iban a desarrollarse en el vasto escenario de las provincias. Estos culminaron en la sublevación del ejército directorial en Fontezuelas, lo que aparejó la caída de Alvear y la disolución de la Asamblea Constituyente que sesionaba en Buenos Aires, el 16 de abril de 1815.

El Coronel Alvarez Thomas, erigido como nuevo Director, trató de acordar su política con la de Artigas a quien la Provincia Oriental reconocía como

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su jefe natural, mientras que las de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba eran gobernadas por elementos que respondían a sus propósitos.

Una Liga Federal estaba virtualmente constituida, y Artigas trazaba sus rumbos con el título de Protector de los Pueblos Libres, buscando la organización bajo el gobierno federativo democrático, derivado de la voluntad popular, base de toda soberanía.

Es en tal ocasión que Alvarez Thomas envió al gran caudillo, a varios jefes de la fracción vencida, prisioneros y rehenes, para que dispusiera su castigo. Este no los quiso admitir, diciendo con altiva nobleza que él no era "el verdugo de Buenos Aires".

Como debe notarse muy bien, en este trascendental momento histórico Artigas adquiere perfiles de estadista que supera el título de simple jefe de una provincia. Sus firmes rumbos democráticos, sus ideas de gobierno con fórmulas o concepciones adivinadas apenas en otras partes del mundo, uniéndose a la enorme vastedad del escenario, lo convierten en una figura continental.

Los dos principios antagónicos que se disputaban la primacía en el antiguo virreinato platense se hallan frente a frente y de modo claro. El federalismo con el Protector, que sienta sus bases en el Congreso de Concepción del Uruguay -julio del año 15-, y el unitarismo de Buenos Aires con su Directorio, que proclama la independencia de las Provincias Unidas por boca del Congreso de Tucumán, el 9 de Julio de 1816, elaborando una constitución inaplicable y buscando como fórmula de solución el implantamiento de una monarquía absurda.

No era fácil prever hasta qué extremos podría llegarse en la lucha, y poco seguros de su fuerza, los hombres de Buenos Aires maniobraron en el sentido de traer al terreno a los portugueses, que eran dueños del Brasil, enderezándolos contra Artigas bajo la acusación de que su existencia e influencia significaban un poderoso foco de anarquía, cuyo fuego podía comunicarse a las provincias meridionales del Reino.

La ocasión tan esperada de posesionarse de la margen izquierda del Río Uruguay, redondeando geográficamente por el sur la inmensa colonia americana, sueño dorado de la monarquía portuguesa, se iba a convertir en una realidad, y la Provincia Oriental fue invadida por cuatro cuerpos de ejército. Eran más de diez mil hombres al mando del General Carlos Federico Lecor, militar experimentado y político de dudosa moral. En agosto de 1816, los primeros soldados portugueses hollaron nuestro territorio.

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El unitarismo monárquico vio venir la invasión que lo libraría del caudillo federalista, con la tranquilidad y satisfacción de un cómplice.

Artigas se aprestó a la resistencia, solo y ajustado al plan que sus mismos enemigos iban a reconocer excelente y el único posible. Pero la victoria dio la espalda a los patriotas: Artigas personalmente fue derrotado en Carumbé el 27 de octubre; Rivera, su mejor lugarteniente, tuvo igual destino en India Muerta el 19 de noviembre.

Mientras tanto, los invasores progresaban por el sur internándose cautelosamente hacia Montevideo, cuyo Cabildo, sin espíritu suficiente, desorientado por promesas de Buenos Aires, negoció el 8 de diciembre del 1816 la anexión de la Banda a las Provincias Unidas a cambio del auxilio armado de éstas, acuerdo que Artigas rechazó, y que Buenos Aires no iba a cumplir tampoco.

Desde 1817 hasta 1820

El año 1817 se inició más pródigo en reveses todavía, escalonando en enero las jornadas infaustas de Catalán, el 4; Aguapey, el 19; y la pérdida de Montevideo, donde Lecor entró vencedor el 20, enarbolando en la Ciudadela las banderas de Portugal. Los cabildantes, escasos de dignidad, se mostraron obsecuentes y sumisos al extranjero.

Mientras tanto, Artigas, que exigía al Directorio se definiera ante la lucha contra el enemigo portugués, no obtuvo respuesta, y entonces, responsabilizándolo ante las aras de la patria de su inacción y de su traición a los intereses comunes, le declaró la guerra el 13 de noviembre de 1817.

A esa hora, la Provincia Oriental estaba perdida militarmente: jefes de prestigio como Bauza y los hermanos Oribe habían defeccionado las filas artiguistas en octubre, y Lavalleja y Torgués fueron tomados prisioneros en febrero del año siguiente.

En 1819, la situación ante los progresos de los portugueses sólo alcanzó a empeorarse al cabo de dos años de guerra tan despareja como enconada y sangrienta, y aunque el 4 de diciembre el sol de una promisora victoria brilló para los nuestros en el combate de Santa María el 22 de enero de 1820, Andrés Latorre perdió la batalla de Tacuarembó, revés que configuró un verdadero desastre.

Recuperar la patria en el litoral ganando la guerra a Buenos Aires, era la única concepción genial que podía imaginarse, y Artigas iba a tentarla empleando en ella su último empuje y su postrer esfuerzo.

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Con un corto número de hombres a caballo -tal vez no sumarían 300- vadeó el Uruguay por última vez, a solicitar el auxilio de los caudillos federales de Entre Ríos, Corrientes y Misiones, que se habían formado a su lado, y a los cuales él había enseñado a vencer. Pero sus antiguos tenientes habían crecido sobremanera y entonces tenían ya no sólo intereses propios, sino alarmantes ambiciones de mando, y no podían acudir con ánimo entero al llamado del antiguo Protector. Las intrigas, las promesas y el dinero de Buenos Aires trabajaban y obtenían resultados maravillosos. De este modo Artigas sólo encontraría indiferentes o enemigos declarados como Francisco Ramírez, el Gobernador de Entre Ríos, que lo desacató en forma abierta e insolente.

Artigas, que no era hombre capaz de soportar actitudes semejantes sin primero jugarse íntegro. Llevó sus armas contra el Gobernador y lo batió completamente en Las Guachas el 13 de junio de 1820, pero Ramírez, cuya inconducta le había ganado el apodo de "El Traidor" -que debía acompañarlo para siempre en la historia- logró rehacerse gracias a las tropas y las armas que el gobierno de Sarratea le proporcionó desde Buenos Aires y Artigas fue derrotado sucesivamente en Bajada del Paraná, las Tunas y Abalos en el término del invierno.

Toda esperanza estaba perdida; "el plan genial" no pudo ser realidad, y de este lado del río, el Coronel Fructuoso Rivera -último jefe de la resistencia nacional- se había visto en la precisión de rendirse al extranjero odiado.

Desde 1820 hasta 1850

Entonces, Artigas, atravesando la Provincia de Corrientes hizo rumbo al Paraguay, donde gobernaba el Dr. Rodríguez Francia. Embarcándose en el puerto de Candelaria, antigua capital de las Misiones, cruzó el anchuroso Paraná el 5 de setiembre de 1820, después de separarse de la casi totalidad de sus compañeros, que restaron en la margen izquierda, y fue a presentarse a las autoridades paraguayas.

Noticiado el Dictador Supremo Gaspar de Francia de su arribo, lo consideró desde el primer momento como prisionero suyo, y en ese concepto lo retuvo siempre, primeramente en Asunción donde se le alojó por un corto tiempo y después en Curuguaty, remoto pueblo de negros que le fue señalado como término de destierro, asignándole por varios años -gobierno curioso el del tirano- el pago de un sueldo equivalente al de Capitán que Artigas había alcanzado en los ejércitos de España. Sin embargo, cuando supo que invertía en limosnas el dinero que podía sobrarle, el Supremo le suspendió el estipendio.

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Vivió en aquel rincón miserable casi diecinueve años, hasta que Francia desapareció del mundo en 1840, siempre acompañado de sus fieles morenos Ansina y Lencina. Entonces, más libre pero siempre teniéndolo en vigilancia, el gobierno sustituto del tirano le permitió trasladarse a residir en Ibiray, distrito próximo a la Asunción, el que poco después, cuando Carlos Antonio López vino a ejercer las funciones de Presidente de una república más o menos nominal, fue incluido entre los límites de la jurisdicción de la Santísima Trinidad.

En aquella morada que le había cedido el Presidente dentro de los límites de un latifundio suyo fueron transcurriendo los días del Protector, iguales y monótonos, absorbido por el ambiente, en una vida de hombre del pueblo modestísima. Allí, el viajero francés Alfredo De-mersay le hizo del natural, a fines de 1846 o principios del 47, el retrato único del Prócer que haya llegado hasta nosotros.

La familia de López -parece probado- dispensaba al Protector ciertas atenciones, y las gentes sencillas y pobres de los contornos, habituadas al trato diario lo estimaban de veras, llamándolo "Carai Marangatú", predicado consagratorio que se ha traducido en imperfecta versión como "Padre de los Pobres", cuando, según lo dijo el delegado paraguayo Dr. Boggino en una reunión rotariana en el Salto, en 1939, la traducción exacta de las palabras guaraníes, con sentido más hondo y no menos consagratorio, quieren decir "Bondadoso Señor".

Las noticias que concreta y fielmente poseemos de los años del Paraguay son pocas, y en cambio las leyendas y las amables mentiras abundan y proliferan, pero este no es el sitio donde haya que examinarlas a la luz de la sana crítica.

Lo más importante de todo, o sea lo que toca a las gestiones que se tentaron para que Artigas se reintegrase al país, es asunto poco claro, pues las administraciones paraguayas de la época pudieron haber realizado y realizaron acaso, recónditas maniobras tortuosas que configuraran una exterioridad no ajustada a la realidad de los hechos. Tal vez Artigas, en el fondo de su cautiverio, ignoró la llegada de los delegados uruguayos y sus mismas gestiones. Harían falta papeles directos, que no han aparecido hasta hoy, para disipar estas dudas, en vez de las referencias de segunda mano emanadas de las mismas autoridades que lo tenían bajo custodia y con arreglo a las cuales hay que conjeturar y deducir.

Dejó de existir Artigas en la misma propiedad que el presidente López le había cedido, el 23 de setiembre de 1850, probablemente de senilidad y sin

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dolencia definida, pues no hay ninguna versión cierta y concreta de las circunstancias que rodearon el deceso.

Sus restos, seguidos de tres o cuatro vecinos, recibieron silenciosa sepultura en el Cementerio de la Recoleta, situado a corta distancia de la quinta, y allí quedaron en la fosa 26 del sector denominado "Campo Santo de los Insolventes", pues nadie obló los dos pesos del derecho que cobraban los curas.

En aquellas tierras coloradas reposaron hasta el día en que el Dr. Estanislao Vega, nuestro agente diplomático enviado por el gobierno del Presidente Flores, los reclamó y se recibió de ellos cinco años después, el 20 de agosto de 1855, para volverlos a la patria, y ser depositados en el Panteón Nacional, donde los esplendores de la gloria y de la justicia histórica vendrían a restablecer sobre la urna que los encierra.

Aquellas mentiras a gritos, aquellas insolentes calumnias de gaucho, ignorante, malevo y traidor, estampadas hasta en los libros de escuela, avergonzarían hoy a los mismos que las escribieron.

Para su rehabilitación no se necesitaba sino una cosa: estudiarlo con espíritu imparcial y juzgar de acuerdo con lo que surgía de los documentos.

Focalizado y estudiado así, podemos comprender sin violencia que Artigas -conforme a lo dicho por un escritor argentino- tuvo que ser acreedor a la gracia de un alto favor especial que pudo permitirle "haber sido tan impetuoso en sus ideas, tan prudente en sus juicios, tan humilde en su conducta, tan austero en su vida, tan fuerte en la adversidad, tan pobre en la muerte y tan grande en todo momento".

Gran calumniado de nuestra historia, la era polémica primitiva en lo que se refiere a la personalidad del Protector de los Pueblos Libres -ha escrito el Dr. Gustavo Gallinal- puede considerarse clausurada para nosotros y su figura se yergue sobre las fronteras, señoreando cada día un escenario histórico más vasto.

Pero ni han terminado ni tendrán término la agitación, el choque, la remoción de ideas en torno a su figura, como no se cierran en torno a ninguna personalidad creadora, cuyos actos y cuyos pensamientos se proyectan hacia el porvenir.

Mientras tanto -para decir con palabras de Héctor Miranda- "sus hechos están ahí, solemnes y elocuentes, resonando para siempre en la Historia.

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Ellos demuestran la superioridad intelectual del patricio, su potencia de espíritu, su inmensidad de pensamiento".

ARTIGAS EN SU JUVENTUDConsagración a las faenas rurales

No queriendo abrazar la carrera eclesiástica, puesto que su ardiente espíritu no se avenía con la vida contemplativa ni con la inacción física, abandonó los estudios que cursaba en el colegio regenteado en Montevideo por los conventuales de San Francisco, único establecimiento particular de enseñanza de primeras letras que funcionaba entonces en la metrópoli uruguaya.

El cerebro juvenil de Artigas no se había contaminado con las ideas suicidas de los que únicamente piensan en la holgazanería, en las diversiones, en el juego o en cosas fútiles, cuando no perjudiciales a la salud física y moral del ser humano. Quería hacerse hombre, moldeado en el yunque del trabajo, para poder abrirse paso por sus solos esfuerzos en el árido sendero de la vida, a pesar de que le hubiera sido cosa fácil llevar una existencia regalada, sin el menor sacrificio ni sinsabores, al calor del lar doméstico.

La vida de portones adentro, era sencilla y monótona: funciones religiosas, corridas de toros, revistas militar; saraos, de vez en cuando, honrados por la presencia del gobernador, don Joaquín del Pino, futuro virrey del Plata; paseos por las murallas o las costas. Las puertas de la ciudad se cerraban al anochecer, y nadie entraba ni salía. Sabemos de él en esa época, de sus aficiones y costumbres. Era afable y atencioso; muy dado a la sociedad; vestía con esmero, a lo cabildante, como entonces se decía, con su coleta y su casaca bordada, o su chaquetilla de alamares o trencilla fina en el pecho, y su pino en la espalda.

Criado, pues, en la más refinada cultura y relacionado con lo mejor entre los de su edad, pudo haber permanecido en la ciudad nativa, buscando en ella alguna ocupación digna de los de su estirpe, pero amaba la libertad y sentía ansias de respirar a pulmones llenos el aire puro del campo, del que ya había disfrutado, aunque por corto tiempo, en distintas oportunidades, familiarizándose con el caballo, y en 1784 optó por consagrarse a las faenas rurales, tomando como base de ese género de actividades las estancias que su señor padre tenía en Casupá, en Chamizo y en el Sauce, pues éste defirió gustoso a sus deseos.

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Desde un principio demostró gran destreza y plausible celo en el desempeño de tan arduas tareas, captándose a la vez las simpatías generales y la confianza ilimitada de su venerable progenitor, persona bien vista y expectable, puesto que fue uno de los más distinguidos miembros del Cabildo, habiendo ejercido en él las funciones de Alguacil Mayor, en 1758; las de Alcalde de Hermandad, en 1761; las de Alcalde Provincial, en 1765, en 1774, en 1781 y en 1792; las de Alférez Real, en 1768 y en 1796; y las de Depositario, en 1788, además de llenar cumplidamente varios empleos militares de difícil ejecución.

Inteligente, perspicaz y activo, se adaptó bien pronto a las nuevas costumbres, y nada tuvo que envidiar a los más diestros jinetes y manejadores del lazo y las boleadoras, causando gran admiración entre el paisanaje que un mozalbete de la ciudad,-un pueblero, como ellos decían, - no ha mucho maturrango, pudiera hacerles competencia, sin desmedro para él, en todas las manifestaciones de usanza campestre.

Nadie le sobrepujaba tampoco como madrugador, ni a soportar pacientemente las rudezas de todas las estaciones, pues no se quejó jamás de los efectos del frío, aunque atravesara sobre escarchas y lo empapasen las heladas, ni de los rayos ardientes del sol.

Años después, habituado ya, como decimos, a aquel ambiente, y maestro en el arte de las lidias en que hizo sin aprendizaje en el último tercio de su vigorosa adolescencia, emprendió por su sola cuenta la compra y matanza de haciendas, con distintos objetos, principalmente para negociar en gran escala el corambre, además de las astas y la crin, por cuya adquisición se interesaban los acaparadores europeos, aprovechando su excesiva baratura, pero que él enviaba a la barraca de su señor padre, don Martín José Artigas, instalada en una de las esquinas de las calles San Luis y San Antonio, en calidad de depósito y para que este realizase su venta en la debida oportunidad.

Los ganaderos tuvieron en él, desde entonces, un poderoso apoyo, pues utilizando la peonada de que disponía para las frecuentes recorridas que efectuaba, a veces hasta las Misiones, en procura de los animales necesarios para el mayor fomento y éxito de su empresa, y auxiliado por elementos voluntarios o proporcionados por los criadores más diligentes, perseguía con temerario arrojo y sin darles tregua, a los contrabandistas portugueses, que campaban por sus respetos en las dilatadas zonas de la campaña.

Batió, igualmente, sin descanso al vandalaje, que cometía depredaciones escapadas a toda previsión de los damnificados, y puso freno, en lo posible,

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a las irrupciones maléficas de los indígenas, que sembraban también el terror y que a cada instante ponían en peligro los bienes y la vida de aquellos honestos impulsores del progreso pecuario nacional, entonces en verdadero embrión.

Contaba, sin embargo, con el asentimiento y el aplauso de los Cabildos respectivos, que le consideraban en tales circunstancias como un colaborador inapreciable en pro del orden público y de las garantías individuales.

No era nada anormal en aquellos tiempos que los ganaderos salieran de vez en cuando, con permiso de los gobernadores, al frente de partidas reclutadas entre sus hijos, vecinos, peones y esclavos, a ahuyentar a los ladrones que merodeaban por los aledaños de la estancia, o a escarmentar en sus guaridas a los bandoleros más temibles, bien así como lo hacían con los indios de la frontera los arrogantes plantadores de Maryland, Virginia y las Carolinas, en la gran República del Norte.

El establecimiento de Chantre

Arrojado, honesto y laborioso como el que más, llegó su justa fama a oídos de un fuerte ganadero del Queguay, entonces y actualmente jurisdicción de Paysandú, quien pensó en él para confiarle la dirección de los negocios similares que allí explotaba en gran escala, pues consistía en la matanza de sus numerosas haciendas chúcaras, y en el acarreo de ganados, a fin de sacar de ellos el mayor provecho, entrando el corambre como un renglón importante.

Chantre -que así se apellidaba el propietario a que aludimos- vio triplicar bien pronto sus ganancias, pues era ese el hombre que necesitaba, para cimentar su bienestar, sin quebranto ni inquietudes insalvables.

Los charrúas, que merodeaban por esas inmediaciones, sabedores de que tendrían que vérselas con un enemigo terrible e implacable, lejos de hostilizarlo con malones en las estancias a su cargo, procuraron su amistad desde el primer momento y prometieron observar una conducta respetuosa. Su nombre alcanzó allí mayor popularidad, siendo objeto de la admiración y estima de los buenos, a la vez que del terror de los vagabundos y dañinos.

En la volteada* de las haciendas de Chantre, se empleaba numerosa gente avezada en las faenas rurales. Pues bien: aquel rudo v esforzado paisanaje se demostró siempre sumiso y dispuesto a hacer su voluntad, no sólo por la energía de su espíritu, cuando el caso lo demandaba, sino también porque les daba el buen ejemplo en el trabajo, allanándose a todo como ellos, y por

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la rectitud de sus procederes, puesto que se mostró siempre justiciero y afable con quienes lo merecían.

Su acción contra el cuatreraje no podía extenderse, sin embargo, esta vez, fuera del radio en que tenía que actuar, puesto que lo procedía ya de motu propio.

Por eso no estaban aseguradas sino las propiedades y la tranquilidad del vecindario hasta una circunscripción relativamente limitada, dado que la vigilancia de los celadores oficiales era en extremo deficiente, tanto por el escaso número de éstos como por lo casi desierto de la campana y el conocimiento que de ella tenían sus elementos perturbadores.

No hubiera sido racional, por lo demás, que abandonase sus primordiales deberes y la defensa de los intereses confiados a su salvaguardia para dedicarse más de lleno a cometidos extraños a los mismos, a pesar del altruismo de que se hallaba poseído su férreo espíritu.

Desde 1792 a 1796 se habían exportado 3.790.585 cueros vacunos y 78.800 caballares del Río de la Plata, empleándose en su conducción 268 buques, y la demanda se hacía cada vez mayor. Por eso Chantre y los ganaderos que se dedicaban al mismo trabajo, se afanaban por aumentar las matanzas y por librarse del pillaje rural y de los contrabandistas.

Durante esos años ascendió a 7.897.968 pesos el valor de la importación y exportación.

El Teniente General don Nicolás de Arredondo, que en su carácter de cuarto virrey del Río de la Plata reemplazó en el gobierno, el 4 de diciembre de 1789 al marqués de Loreto, don Nicolás Cristóbal del Campo fue el impulsor de ese movimiento comercial.

Era de carácter suave y de tendencias progresistas, y a él le cupo la suerte de dar cumplimiento a la Real Cédula de 1791, por la cual se concedía a los buques que introdujesen negros de Africa llevar, en retorno, frutos del país. Los comerciantes monopolistas se opusieron a la ejecución de esta resolución del soberano tal cual la entendió dicho virrey. Aquellos sostenían que los cueros no eran frutos del país, y que, por consiguiente, debía prohibirse su exportación. Arredondo decidió en contra de semejantes pretensiones. Desde entonces comenzó a enriquecerse la campaña del litoral.

Entre los vecinos más próximos al establecimiento de Chantre, se encontraba don Isidro Pérez, poblador de esos parajes desde 1793, padre de

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don Andrés Pérez, que le sucedió en la posesión de esos campos, y por cuya causa lleva su nombre y apellido uno de los más importantes pasos del Queguay. Dicho paso se halla ubicado a dos kilómetros al Este de la barra del arroyo Santa Ana.

Los charrúas mansos que concurrían a la estancia de Pérez se hacían lenguas, como se dice vulgarmente, de la fama de Artigas, recordando que si bien los trataba con dureza cuando cometían depredaciones, les ofrecía, en cambio, caballos y ganado vacuno siempre que se comprometían a no llevar malones a ningún establecimiento de campo o comercial de aquellos lugares, pues él no perdonaba la comisión de tales hechos.

Los caciques, decían, no se conformaban comúnmente con esas promesas y obsequios, alegando que aun cuando las haciendas no les perteneciesen, por haber sido ellas introducidas por los españoles, las tierras en que yacían eran de la exclusiva propiedad de los aborígenes y les habían sido arrebatadas por medio de la fuerza, pero contemporizaban, en lo posible ante su bondad, mezclada de bravura, para evitar encuentros inútiles y perjudiciales.

Ingreso al Cuerpo de Blandengues

Con motivo de graves quejas dirigidas el 28 de mayo de 1795 al Cabildo de Montevideo por numerosos vecinos de campaña, los cuales atribuían el malestar de ésta a la desidia, ineptitud y complicidad de la fuerza de línea que había reemplazado a las milicias en la vigilancia rural, el Síndico Procurador don Manuel Nieto aconsejó a dicha autoridad, en informe fechado el 30 de junio, la creación de un Cuerpo de Blandengues. Estos, decía gente toda de campo acostumbrada a sus fatigas y a las del caballo, serían"mucho más a propósito para celar los desordenes de esta campaña que la tropa soberana."

Esta idea, aunque bien recibida por los ganaderos y por el Ayuntamiento, no encarnó de inmediato, pues recién el 7 de enero de 1797 se resolvió ponerla en práctica por el virrey don Pedro Meló de Portugal, respondiendo esta vez, más que a los fines expresados, a una de las tantas medidas precaucionales adoptadas por él en la creencia de una próxima invasión británica al Río de la Plata.

Bajo la denominación de "Cuerpo Veterano de Blandengues de la Frontera de Montevideo", se creó, pues un nuevo Regimiento de Caballería, acordándose emplear en su instalación hasta la suma de treinta mil pesos, según nota pasada con igual fecha, por el expresado virrey, al Ministro de la Real Hacienda.

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Aunque se dispuso que debía estar constituido por ocho compañías de cien plazas cada una, sólo ascendió a cuatrocientos ochenta hombres durante el resto de la dominación hispana en el Uruguay, no obstante los continuos reclutamientos realizados.

Era su uniforme, casaca corta y calzón azul, de alzapón ancho, con tres botones; vuelta, solapa, chupa y collarín encarnado, con galón estrecho y botón dorado; como asimismo, de un capote de bastones, aplomado.

Su armamento consistía en fusil y espada con su canana para municiones y balas. Los de Buenos Aires usaban carabina en lugar de fusil, por ser, según Azara, más manejable y menos embarazosa que éste en las marchas a grandes distancias.

El doctor don Daniel Granada, refiriéndose al origen de los regimientos de esa clase, dice lo siguiente en su Vocabulario Ríoplatense:

"Los Blandengues eran unos antiguos lanceros del Río de la Plata, conocedores muy prácticos del país, destinados primitivamente a guerrear contra los indios de las pampas de Buenos Aires. A mediados del siglo XVIII, los indios pampas, que hasta entonces se habían contentado con disfrutar del ganado cimarrón prodigiosamente multiplicado a raíz de la conquista, el cual vendían en Chile, empezaron, ya casi extinguidos, a molestar a los vecinos de las provincias de Buenos Aires invadiendo sus estancias."

"El gobernador, que era a la sazón del Río de la Plata, don José Andonaegui, organizó para repelerlos un cuerpo expedicionario. Pronto éste para salir a campaña, en la plaza principal de Buenos Aires desfiló ante el representante de la autoridad soberana, blandiendo sus lanzas en señal de homenaje y rendimiento. La gallardía de los lanceros al ejecutar el reverente saludo, arranco de la boca del concurso entusiasmado, la palabra 'blandengue', cuyo eco pasó enseguida a la nomenclatura militar de las provincias del Plata."

"Batallar con los indios salvajes, perseguir a los contrabandistas y cuatreros, a los reos, vagos, desertores y facinerosos; llevar, como chasquis, comunicaciones oficiales, dar cuenta de cualquier novedad que interesase al orden público, escoltar expediciones; tales eran los encargos propios del ministerio en que los blandengues ejercitaban su pericia y esfuerzos."

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"Formábanse dichos cuerpos, eligiéndolos entre los hombres más prácticos del país, entre los más baquianos: distinguíanse por su gallarda apostura y su valor."

Artigas, que tenía entonces treinta y dos años de edad, -pues nació el 19 de junio de 1764*- quiso probar nueva suerte aun cuando Chantre le dispensaba todo género de consideraciones, como recompensa moral de su ejemplar comportamiento y de los beneficios que le reportaba su empresa desde que se puso al frente de ella.

Su abuelo paterno, don Juan Antonio Artigas, oriundo de Zaragoza, había militado en España, honrosamente, durante doce años, en defensa de Felipe V durante la guerra llamada de Sucesión, sostenida contra el archiduque Carlos. Sirvió después en Buenos Aires y en Montevideo, contribuyendo a ahuyentar de buena parte de la campaña oriental a los malhechores y abigeos que tenían aterrorizados a sus pobladores, y participó con brío y lucidez en distintas y arriesgadas comisiones contra los intrusos lusitanos.

En cuanto a su padre, no fue menos esforzado y valeroso, como lo dice elocuentemente la temeraria resistencia opuesta a seiscientos portugueses en el fortín de Santa Tecla, en 1776, por espacio de veintisiete días (desde fines de febrero hasta el 26 de marzo), al frente del destacamento de milicias que comandaba, cuya gloria compartió con Luis Ramírez y su tropa de línea.

Bullía, pues, sangre belicosa en las venas del futuro prócer uruguayo, y con gran sentimiento de todos, camaradas y subordinados de la estancia de Chantre, abandonó aquel establecimiento, a principios de 1797, para sentar plaza en el Cuerpo de Blandengues, cuya jefatura ejercía el sargento mayor Cayetano Ramírez de Arellano, en la esperanza de hacer carrera y de velar con mayor eficacia en pro de los intereses generales de la campaña y del terruño.

Poco después se presentó a servir modestamente en calidad de soldado en dicho regimiento. Sus notorios y relevantes merecimientos hicieron, sin embargo, que el virrey don Antonio Olaguer Feliú, a pesar de enrolarse como distinguido, lo diese a reconocer, desde un principio, ejerciendo las funciones de teniente, cuya efectividad obtuvo recién en 1798.

Empero no haber hecho su aprendizaje en ningún otro cuerpo y de no distribuirse a la marchanta, en esa época, los empleos militares, mucho menos todavía entre los criollos del continente sudamericano, se tuvo para con él tan marcada distinción por el renombre que había alcanzado en el

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país y por las aptitudes y celo demostrados en persecución de los enemigos de la propiedad y del sosiego de la campaña.

Además, enseguida de presentarse fue comisionado, "por los muchos conocimientos que tenía de los campos", como él mismo lo expresa en la solicitud que elevó al Rey de España, el 24 de octubre de 1803, "para salir a reclutar gente para la formación del expresado cuerpo, y desde el 4 de marzo del año 1897 hasta el 24 de abril del mismo, condujo cincuenta hombres a disposición del Gobernador de Montevideo."

Esa dignificante singularización y ardiente anhelo de hacerse en un todo acreedor a ella, lo mismo que de mejorar de situación, con arreglo a sus esfuerzos y condiciones y a las circunstancias, lo movieron a nutrir su espíritu con la lectura de obras adecuadas, a instruirse con las tácticas más en boga, y a ser uno de los más asiduos concurrentes a las academias realizadas a diario.

Los oficiales estaban obligados, además, a someter a la tropa a frecuentes ejercicios, para que los soldados adquiriesen la mayor disciplina posible, obraran con habilidad en el manejo de las armas y supieran desempeñarse sin embarazo alguno, tanto a pie como a caballo, según lo demandasen las exigencias del servicio.

Allí, bajo el rigor de la disciplina, adquirieron sus facultades mentales el desarrollo sistemático que da la vida regimentada, enseñando a la vez a mandar y a obedecer, doble operación que forma el carácter y metodiza las ideas. Su carrera, por otra parte, tuvo desde un principio cierta independencia en la ejecución de los planes, que le preparó, sin sentirlo, para mandos superiores. Dependía más directamente del gobernador de Montevideo que de su propio Coronel siéndole transmitidas las órdenes y explicada su inteligencia por el jefe del país, sin intermediarios. Así se formó, conociendo de cerca a los gobernantes, midiendo el alcance de sus combinaciones, y adquiriendo, por el trato con ellos, la conciencia de su valor intrínseco.

Esa práctica y confianza, unidas a la meditación, lo hicieron más tarde, como lo constata la historia de los pueblos del Plata, uno de los más expertos y temibles guerreros, entre los que lucharon por la emancipación política del suelo nativo y del resto del mundo de Colón.

Al frente de una partida celadora

No obstante la actividad desplegada por las partidas volantes que perseguían a los cuatreros y malhechores, éstos llevaban camino de

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atropellarlo todo, sembrando el más terrible pánico entre los animosos moradores del entonces casi desierto territorio hispano-oriental.

Los criadores se sentían, por lo tanto, impotentes para hacerse respetar, y en cuanto al Gobierno de Montevideo, no sabía ya qué medidas tomar para poner remedio a un mal que iba resultando poco menos que inconjurable, sobre todo cuando sus arcas se hallaban casi exhaustas, sin disponer, en consecuencia, de los fondos indispensables para organizar una policía mas numerosa y eficiente.

Por otra parte, se carecía de un hombre apropiado para poner a su frente, que fuese prenda segura de energía y de honestidad, y que al propio tiempo inspirase fe a los hacendados y temor a los que se habían convertido en el azote de sus vidas y fortunas.

Todos fijaron, sin embarco, sus miradas en Artigas, desde el primer instante, considerándolo como el único capaz de afrontar aquella terrible situación. Recordaban la actividad y eficacia con que hasta poco antes había procedido, siendo la providencia de los buenos y la preocupación de los que lo temían.

Aprovechando, pues, su nueva situación y los diversos fines que perseguían los Blandengues, consistente, uno de ellos, en limpiar de malvados, de contrabandistas a la campaña, intercedieron para que velase una vez mas por los intereses rurales y la seguridad de sus pacíficos habitantes.

Habiéndose deferido a esa súplica, el 14 de agosto siguiente le confió el virrey el comando de una partida celadora, a cuyo cargo se mantuvo hasta el 27 de octubre, desempeñando la doble misión de perseguir a los vagabundos y demás elementos perjudiciales a la tranquilidad pública y privada y de proceder al reclutamiento para engrosar las filas del cuerpo a que pertenecía.

Las operaciones de guerra de aquellos tiempos, consistían, por lo demás, en perseguir a los indios y ladrones cuatreros que infestaban la campaña, lo mismo que a los contrabandistas, tráfico que era más ejercitado por los brasileños que por los naturales del país; y aquéllos, como más diestros en el manejo de las armas de fuego, oponían una resistencia vigorosa a las partidas de tropas que se les acercaban, atrincherándose con las cargas que llevaban, si se les atacaba en campo raso, o defendiendo sus intereses desde las cejas de los montes, si tenían tiempo de llegar a ellos.

Con sus Blandengues se impone Artigas a los bandidos, contiene las irrupciones de la indiada, y persigue con tenacidad a los contrabandistas, al

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punto de no atreverse éstos a moverse a la luz del día, sino a favor de las sombras de la noche, buscando las costas montuosas para ocultarse, sin que tales preocupaciones los ponga, sin embargo, a salvó de su acción varonil, pues él los sigue a todas partes, ora cayendo de improviso en sus guaridas, ora sorprendiéndolos en sus marchas y poniendo coto al contrabando.

Nadie lo aventajaba en el conocimiento del terreno ni nadie era capaz de sobrepujarlo en arrojo ni en pundonor. Por eso dio comienzo a su misión civilizadora con el mayor ardimiento y la más profunda fe en el éxito de sus nuevas actividades, y a orillas del arroyo Ohuy, departamento de Cerro Largo, impidió al poco tiempo de su salida el pasaje a la provincia de Río Grande de gran cantidad de ganado vacuno que los cuatreros se proponían sustraer impunemente a los vecinos y al fisco.

Esa sorpresa los sobresaltó en sumo grado, pues ignoraban que Artigas hubiese sido comisionado por el Gobierno para operar contra ellos. No les convenía, por lo tanto, ponerse al alcance de su celo y de sus armas, porque esta vez más que nunca, podía malograr sus delictuosos intentos y reprimir sin contemplación alguna todo género de desmanes. De allí que procediesen con más sigilo en adelante, sin tenerlas, no obstante, todas consigo.

La detención de Mariano Chaves

En el mismo mes de agosto, sabedor de lo que allí ocurría, y queriendo escarmentar a los malévolos, transpuso la frontera, al frente de los 100 soldados puestos bajo sus órdenes. Avanzó hasta Santa María, y además de batir con feliz suceso a los enemigos de lo ajeno arrojados del país, y que merodeaban por esas inmediaciones, en acecho de cualquier descuido de su parte, conduciendo haciendas robadas, que abandonaron en la fuga, se apoderó algún tiempo después del riograndense Mariano Chaves, autor de un homicidio en Soriano, quien poco antes había tenido un ligero encuentro con varios de sus hombres, en el Arapey, y sujeto peligroso para el vecindario limítrofe, trabajador y pacífico, pues disponía de alguna gente, como él, de muy mala catadura.

En la costa del arroyo del Hospital, que nace en la cuchilla de Santa Ana, a corto trecho de la Cerrillada, se había tiroteado Chaves el día anterior, con la partida que mandaba el sargento Manuel Vargas, destacada por Artigas en observación de los contrabandistas y con órdenes de atacarlos en caso necesario. En esa refriega sufrió tres bajas la fuerza legal, pues los malhechores, al amparo de un barranco, hicieron fuego contra ella casi a quemarropa.

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Temiendo Vargas no serle dable someter a Chaves y que lograse escapársele, le mandó un chasqui a su superior, que se encontraba a larga distancia, a fin de que acudiese en su auxilio, advirtiéndole que entretanto él continuaría el asedio hasta agotar el último recurso.

No vaciló ni un solo instante Artigas en acudir en protección de su esforzado subalterno, pues inmediatamente de recibir el aviso se puso en marcha, sin descansar toda esa noche, hasta que al romper el alba llegó al citado paraje, donde aun permanecían los contendientes, ambos apercibidos, pero sin hacer uso de sus armas.

Al notar Chaves la presencia de tan valeroso jefe, cuyo solo nombre le causaba pavor, cesó en su actitud hostil, optando por ganar el cercano monte en la creencia de escabullírsele fácilmente. Su escapatoria se hizo imposible porque fue rodeado enseguida por cuatro pelotones, distribuidos convenientemente, a la cabeza de uno de los cuales se colocó Artigas, puesto que siempre dio ejemplo de actividad y arrojo.

Chaves, que iba armado de dos carabinas, mostrándose, al parecer, decidido a jugarse la vida en la lucha desigual a comenzar, apuntó a sus perseguidores al ser descubierto uno de los grupos, pero dándose cuenta de que lo mandaba Artigas, las arrojó lejos de sí y trató de ponerse en salvo internándose en lo más intrincado de la serranía. Todo fue en vano, sin embargo, porque el enemigo que se había lanzado tras suyo no era de aquellos que desistiesen en sus propósitos y que abandonaran una presa tan codiciada.

Consiguió Artigas, pues, acercársele de nuevo, y antes de hacerle fuego, le gritó estentóreamente: Ríndase!Entonces Chaves, achicándose, respondió en alta voz: No me tire! Estoy rendido!

Dando pábulo a la leyenda de sus implacables detractores, cualquier espíritu desprevenido podría imaginarse que Artigas dispuso el inmediato sacrificio del prisionero. No sucedió así, a pesar de tratarse de un delincuente de tal jaez, pues resolvió remitirlo a Montevideo bajo segura custodia, para que fuese sometido a la justicia ordinaria, según consta en el parte que elevó en octubre y del proceso seguido a Chaves. Las actuaciones respectivas se encuentran en el archivo del Juzgado Nacional de Hacienda, y fueron autorizadas por el escribano don Manuel José Sainz de Cavia, consanguíneo del célebre panfletista Pedro Feliciano Cavia, principal inspirador de las calumnias e injurias propaladas contra el ilustre prócer oriental.

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Honrosa distinción a Artigas

Estos hechos lo acreditaron una vez mas ante los ojos del virrey. De allí que, existiendo en disponibilidad el puesto de Ayudante Mayor, se preocuparan sus amigos de obtenerlo para él, a pesar de que no le correspondía en rigor de justicia, dado el corto tiempo de su actividad y en atención a ser muchos los que pretendían ocupar ese cargo por la antigüedad de sus servicios.

Olaguer Feliú y Sobremonte, que simpatizaban con Artigas y que deseaban premiar su comportamiento ejemplarísimo, confiriéndole ese cargo, excogitaron, sin embargo, la manera de llevarlo a él sin que pudiera alegarse valederamente que se había pasado sobre el escalafón militar con el propósito de favorecerlo, y a ese efecto le aconsejaron que solicitase su baja del regimiento de Blandengues, con la formal promesa de dársele otro empleo que facilitara la promoción proyectada.

Convencido de que sólo así sería posible su ascenso, aceptó de buen grado esa indicación, y el 27 de octubre fue nombrado Capitán de Milicias de Caballería en servicio activo, con residencia en Montevideo, de cuyo puesto se recibió el 31 de diciembre para vestir el expediente (Certificado expedido el 31 de diciembre de 1797, por don José Francisco de Soroa, Comisario de Guerra y Ministro de Real Hacienda de la Plaza de Montevideo).

El 2 de marzo de 1798, poniendo en práctica la combinación a que respondía ese destino, se trasladó a Maldonado, que era donde funcionaba la comandancia de su antiguo cuerpo y solicitó reingresar en él, quedando desde ese día incorporado en calidad de Ayudante Mayor y con el grado de teniente que ostentaba honoríficamente desde su iniciación en el Regimiento de Blandengues.

Nuevamente contra los indígenas

Siendo necesario continuar la campaña emprendida contra los indígenas, que no cesaban en sus depredaciones, fue encargado de batirlos el Capitán Francisco Aldao y Esquivel, quien se apresuró a solicitar el concurso de Artigas para el mejor desempeño de esa tarea, y que prestó desde el 3 de octubre de 1798. Sabía cuánto era su valimiento y lo utilísimo que podía serle. Por eso no quiso prescindir de él y lo prefirió entre diversos candidatos.

Esta vez, como otras, tuvo que encabezar la marcha, por ser conocedor de los parajes a recorrer, estar habituado a esa clase de comisiones, e inspirar

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plena confianza a sus superiores. Le tocó, poco después, asumir el mando interino de todas las fuerzas expedicionarias en reemplazo de su jefe, que falleció en el camino y que se componían de 120 hombres.

Su acción fue enérgica y eficaz, pues consiguió alejar de gran parte del territorio hispano a los indios dañinos y hacerles setenta y tantos prisioneros. No retornó, sin embargo, de inmediato, a Maldonado, como podría presumirse, porque recién lo hizo en junio del año siguiente (1799), en virtud de haber tomado rumbo a Cerro Largo, enseguida de arrojar a los indígenas, para ahuyentar a los malévolos de esa zona fronteriza y extender la vigilancia hasta los ríos Yaguarón y Cebollatí. Se hallaba allí destacado el Capitán de su cuerpo, don Felipe Cardozo, con la misión de guardar esos lugares e impedir la irrupción de los contrabandistas y malhechores portugueses. Esta nueva campaña le valió numerosos parabienes y la gratitud de los ganaderos, puesto que garantizó durante algún tiempo más sus vidas y propiedades.

La muerte de Aldao despertó las ambiciones de más de un aspirante, apareciendo, en primer término, el teniente Miguel de Borraz, que contaba en su haber veintiún años de actividad en el Cuerpos de Veteranos.

Los partidarios y admiradores de Artigas, que ya antes, como queda dicho, habían influido en favor de su ascenso, apelaron nuevamente al prestigio de que gozaban, con el propósito de que le fuese dada la actividad del mando, en reemplazo de su malogrado jefe.

No era posible, sin embargo, contar con el apoyo del Marqués de Avilés, sustituto de Olaguer Feliú, pues no lo conocía suficientemente para inclinar su ánimo en favor suyo. Esto no obstó para que el Subinspector Sobremonte, que le profesaba gran estima como lo demostró la vez primera, se determinara a favorecerlo de nuevo, y al elevar la respectiva propuesta, antepuso el nombre de Artigas al de Borraz, sin hacer la menor referencia a las fojas de servicios de ambos.

Enterado Borraz de lo acaecido, protestó de esa preferencia, invocando viejos y saneados títulos, cuya reclamación dio margen para que el Virrey requiriese los informes pertinentes del Ministro de la Real Hacienda de Maldonado, y para que el reclamante fuera investido interinamente con el grado de Capitán, pues sólo el soberano podía darle la efectividad.

El 5 de setiembre de 1810, o sea, doce años después, recién obtuvo Artigas ese ascenso, que le fue conferido por don Joaquín de Soria de Santa Cruz, Gobernador Militar de la plaza de Montevideo y Comandante General de la Banda Oriental del Río de la Plata.

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"Por cuanto se halla vacante el empleo de Capitán de la Tercera Compañía del Cuerpo Veterano de Blandengues de Montevideo", se dice en el despacho respectivo, "por haber fallecido don Miguel Borraz que lo obtenía, he tenido a bien conferirlo interinamente y hasta la aprobación de S.M. a don José Artigas, Ayudante Mayor del mismo cuerpo."

El más tarde patricio uruguayo no se había sentido molestado por el retardo sufrido, puesto que nunca tuvo gran apego ni a los grados militares ni a los honores personales, cosa que puso en evidencia durante las rudas luchas en que intervino como el paladín más esforzado de los futuros y excelsos destinos de su pueblo. Ello no quita que aspirase a remontar en su carrera, ya que tenía vocación por ella y que la abrazara con amor y entusiasmo.

En compañía de don Félix de Azara

El espíritu de esparcimiento de que se hallaban poseídos los países de la época, sin límites a veces perfectamente demarcados, ni aún por la propia naturaleza, daba pie para que se invadiese subrepticiamente los ajenos dominios. Portugal, que anhelaba ensanchar su territorio, aprovechaba cualquier oportunidad o pretexto para impulsar su avance avasallador, lesionando así los derechos adquiridos por España desde el descubrimiento del nuevo mundo, y, sobre todo, desde que sentó sus reales en él.

La desolación de las grandes extensiones de tierras conquistadas, alimentaba la voracidad insaciable del temible vecino, y para detener en lo factible esa invasión, si bien pacífica, no por eso menos peligrosa y perjudicial que la ejercida por medio de la violencia, concibió la idea, en 1800, el ilustre marino y naturalista hispano don Félix de Azara, de dar colocación en la frontera a las familias patagonas que carecían de destino fijo y que venían costando a la Corona más de cincuenta mil pesos anuales por concepto de manutención. La pérdida de las Misiones era inminente si no se apelaba a un arbitrio tan previsor y sabio como ese.

El Marqués de Avilés, a quien fue sometido el pensamiento, se apercibió, sin gran esfuerzo mental, de la trascendencia y oportunidad de tal iniciativa y la aceptó complacido. Era preciso, no obstante, cometer esa tarea a un hombre hábil y decidido, y como nadie mejor que Azara podría llevarla a cabo, lo encargó de la fundación de los pueblos fronterizos proyectados, valiéndose para ello de los elementos que él mismo había indicado. A ese fin se le discernió el título de Comandante General de la Campaña, con amplias facultades, y al solo objeto de realizar el propósito enunciado, sin "los obstáculos que suelen detener y aun frustrar empresas de esta clase."

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El virrey, que era el más interesado en que dicho comisionado no fracasase en su delicada misión, puso a sus órdenes a dos oficiales de reconocido mérito y en los cuales podía descansar con toda seguridad. Ellos eran Artigas y el teniente Rafael Gazcón, "en quienes respectivamente", decía el Marqués de Avilés, "concurren las cualidades que al efecto se requieren."

Ya en enero de ese mismo año, a raíz de perseguir tenazmente a los indios y a los contrabandistas apresando gente y decomisando mercaderías, había operado en los pueblos de Santo Domingo de Soriano y Víboras, persiguiendo a los desertores, a los vagos y a los ladrones que por allí pululaban, realizando nuevos arrestos o interceptando nuevos contrabandos, en cumplimiento de orden superior.

El ilustre colonizador le hizo objeto de una honrosa distinción, como se verá mas adelante, a pesar de que también iban en la expedición el teniente Félix Gómez, Comandante de la Guardia de BatovÍ; don Joaquín de la Paz, de la de Arredondo; don Isidro Quesada y don Agustín Belgrano, oficiales de Blandengues.

Azara fundó en la costa del Yaguarí, sobre la Guardia de Batoví, el pueblo de San Gabriel, poniéndole este nombre por haber firmado el decreto el Virrey el 18 de mayo, día en que la iglesia conmemora al Arcángel. Antes de emprender la división de tierras, pensaba Azara levantar el mapa de la zona, pero considerando los perjuicios que esa demora ocasionaría, por la cantidad de pobladores que se presentaban, mudó de opinión, confiando a Artigas la tarea de proceder al reparto, asesorado por el piloto de la Real Armada don Francisco Mas y Coruela.

Artigas fracciona por chacras y estancias los campos comprendidos entre la frontera y el Monte Grande, desalojando a los portugueses que lo detentaban ilegalmente; demarca y amojona los lotes, señala sus respectivos límites, dando posesión a cada poblador de la porción que se le adjudicaba, entregando después al naturalista los antecedentes de la operación y los requisitos necesarios para que éste pudiera expedir a los interesados los títulos de resguardo y hacer las anotaciones del caso en el libro de empadronamiento.

Hallábase empeñado en tan honrosa y delicada tarea, cuando el Marqués de Avilés le ordenó a Sobremonte -4 de octubre de 1800- que dispusiese de las fuerzas necesarias, a fin de reducir a los indios infieles: charrúas y minuanes y de proceder "al exterminio de todos los bandidos de la campaña", a cuyo efecto se pensó en el apresto de 300 Blandengues.

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Con tal motivo, le decía al Virrey el mencionado Subinspector, con fecha 8 de octubre de 1800: "Me parecía muy bien del caso para dirigir a estas fuerzas el Ayudante Mayor de Blandengues don José Artigas, por su mucha práctica de los terrenos y conocimiento de la campaña; pero como esta a las órdenes del Capitán de Navío don Félix de Azara, sólo lo hago presente a V.E., como todo lo demás, para que se sirva resolver lo que sea de su superior agrado."

Este nuevo antecedente demuestra que las autoridades superiores de Montevideo apreciaban cada vez más los grandes méritos del futuro y benemérito caudillo nacional.

Alteza de alma y previsión clarividente

Artigas continuaba llenando la misión civilizadora compartida con el ilustre naturalista de la referencia, cuando en 1801, a pesar del tratado de 1777, se alteró la paz entre España y Portugal, contando la primera de esas naciones con el apoyo de Francia, y la última, con el de la Gran Bretaña, pues Carlos IV, sin medir las consecuencias de su conducta, se dejó alucinar por los prestigios de que gozaba Bonaparte, emperador de los franceses.

Dispuso entonces Azara el inmediato regreso de Artigas a Montevideo, temeroso de que pudiera ser víctima de los enemigos de su patria; pero éste, creyéndose con poder bastante para repelerlos en caso de un ataque, difirió el cumplimiento de esa orden hasta que, convencido de la traición que hacía a la causa hispana el Comandante de aquella plaza, resolvió dirigirse a Cerro Largo, a fin de librarse de cualquier celada y de juntarse con las tropas que guarnecían ese punto.

La permanencia de Artigas en Batoví hubiera sido tal vez su perdición, porque horas después de alejarse de allí, los portugueses se apoderaron de dicha localidad, confirmándose así sus sospechas de que el Teniente Félix Gómez, que la guarnecía, estuviese en inteligencia con los lusitanos.

Presintiendo esto mismo, le había reprochado Artigas sus frecuentes entrevistas con un soldado riograndense, y ante la respuesta que una vez le diera Gómez para cohonestar tan insólita ocurrencia, de que no podía reducir a prisión, como se lo indicaba, a ese sujeto, porque le debía y quería cobrarle, le increpó duramente tal proceder en estos patrióticos términos:"Cuando se trata de salvar los intereses públicos, se sacrifican los particulares."

Tan digna actitud y tan elevado pensamiento, no eran, ciertamente, la obra de un espíritu inculto, ni de un corazón que no palpitase a impulsos del

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honor y el patriotismo, sino la de un militar pudoroso, la de un hombre de bien, la de un celoso custodia de la soberanía cuya salvaguardia le había sido confiada, la exteriorización de principios morales con hondo arraigo en el cerebro.

Gómez completó su traición poniendo en libertad poco antes a los prisioneros portugueses hechos por Torgués y que se hallaban bajo su custodia, según lo consigna Lobo en su obra "Historia de las antiguas colonias hispanoamericanas" y se lo comunicó Artigas a Sobremonte.

De la Quintana y Lecocq

Entregado de lleno a la organización de las milicias el Mariscal de Campo don Joaquín del Pino, que desde el 20 de mayo de 1801 ejercía el Virreinato del Río de la Plata, le sorprendió la mala nueva de hallarse en guerra España y Portugal, por cuya causa se consagró, sin pérdida de tiempo, a adoptar las medidas pertinentes, a fin de evitar en lo factible cualquier sorpresa y la invasión lusitana al territorio de su dependencia.

No obstante, mientras concertaba las medidas conducentes a este objeto, el gobernador de Río Grande hizo atacar las guardias españolas de la frontera, apoderándose sucesivamente, desde julio a noviembre, de Batoví a Santa Tecla y de los siete pueblos de Misiones de la izquierda del Uruguay, atacando también al Capitán Bernardo Suárez, que con 115 hombres se hallaba en la sierra de Yaguarón, posesionándose de Cerro Largo.

Algún tiempo antes, reunido Artigas en este último punto con la División del Coronel don Nicolás de la Quintana, acompañó a dicho jefe en su excursión hasta el río Santa María para impedir que los lusitanos penetrasen al territorio español; pero a principios de noviembre, en los precisos instantes en que se aprestaba a lanzarse sobre ellos en la cercanía de la Laguna, se vio en la imperiosa necesidad do retroceder en protección de las fuerzas destacadas en Melo, amenazadas seriamente en esos momentos por otras más poderosas que las que guarnecían esa villa.

A pesar de haber apurado en lo posible la marcha, que se hizo un tanto pesada por las escabrosidades del terreno y los lodazales, que hacían sumamente difícil la conducción de las piezas de artillería, los defensores de aquel punto no pudieron ser socorridos, pues cuando de la Quintana se aproximó ya habían capitulado, entregando la plaza al coronel Manuel Márquez de Souza. En atención a estos sucesos, Sobremonte se puso en marcha al mando de numerosas tropas, bien equipadas, dirigiéndose hacia la frontera, resuelto a desalojar a los lusitanos de Cerro Largo y Yaguarón, costase lo que costase.

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Consiguió, sin embargo, su objeto sin derramamiento de sangre, puesto que al solo anuncio de su cercano arribo, el enemigo se alejo de esos parajes y fue tan grande el pánico experimentado por los súbditos de Don Juan VI, según lo manifiesta el vizconde de San Leopoldo en su obra Annaes da provincia de San Pedro: "que en la ciudad de Río Grande los habitantes enfardaban mercaderías y muebles para transportarlos a la ribera opuesta, y los propietarios de los campos comarcanos arreaban sus ganados al interior."

Sobremonte, que nunca demostró sobresalientes condiciones militares, no supo sacar partido de este feliz suceso y se concretó a hacer su aparición por las inmediaciones del citado río limítrofe, malogrando así el éxito de una empresa de fácil realización, cual hubiera sido la toma de Río Grande, casi indefensa y aterrorizada.

El coronel Bernardo Lecocq, que respondiendo a una orden suya se había encaminado a las Misiones, nada pudo hacer tampoco porque el mismo Sub-Inspector se apresuró a transmitirle la noticia que acababa de recibir de la península, relativa a la terminación de la guerra, en virtud del convenio ajustado en Badajoz el 6 de junio anterior. En consecuencia, tuvo que suspender su avance y todo género de hostilidades.

Los portugueses, más avisados que Sobremonte y poseídos de mayor audacia, desoyeron sus amistosas exhortaciones de abandonar los puntos hispanos que acababan de ocupar por medio de la fuerza. Librada la cuestión a la Corte de Portugal, en mérito de la intervención que también tomó del Pino, tampoco fue ella solucionada satisfactoriamente, pues si bien se estipuló tres años después que serían devueltas las Misiones, en cambio de Olivenza, dicho convenio no tuvo jamas ejecución.

Como resultado del incumplimiento de ese tratado, los lusobrasileños, como lo manifiesta un historiador nacional, quedaron en posesión, desde 1801, de los siete pueblos guaraníticos de la izquierda del Uruguay y de algunos otros puntos de la frontera.

Artigas, que iba con Lecocq, encargado de fijar el rumbo a seguirse, lo mismo que de la vigilancia y buen estado de las piezas conducidas, aprovechó esa tregua para regresar a Montevideo, pretextando encontrarse mal de salud, pues deseaba descansar después de tanto tiempo de rudas fatigas y de alejamiento forzado del seno del hogar paterno.

Consta en la revista del Cuerpo de Blandengues que durante 1802 no prestó en él servicio activo por hallarse con parte de enfermo. Según la versión de

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un suspicaz cronista, el amor, que tiene la fuerza magnética del imán, fue la causa principal de ese reposo.

Las conveniencias públicas

Vuelto a la actividad, salió de nuevo a campaña a principios de 1803 a fin de ejercer vigilancia contra los cuatreros y detentores de los bienes de los particulares y del gobierno hispano, pero el 10 de marzo resolvió solicitar que se le agregase a la plaza de Montevideo con sueldo de retirado.

En la nota que elevó con ese fin a Su Majestad, le decía, entre otras cosas, explicando las causas que motivaban esa determinación: "Las continuas fatigas de esta vida rural por espacio de seis años y más, las inclemencias de las rígidas estaciones, los cuidados que me han rodeado en estas comisiones por el mejor desempeño de mi deber, han aniquilado mi salud en los términos que indican las adjuntas certificaciones de los facultativos, por lo cual, hallándome imposibilitado de continuar mi servicio, con harto dolor mío, suplico a la Real P. de V.M., me conceda el retiro en clase de agregado a la plaza de Montevideo y con el sueldo que por reglamento se señala."

Este ruego no fue atendido, sin embargo, en obsequio a las conveniencias públicas según el sentir de sus contemporáneos, puesto que se le consideraba irreemplazable. Sirvió de pretexto para la negativa del virrey el informe ambiguo, por no decir caprichoso, del Comandante del Regimiento de Blandengues -fechado el 9 de enero de 1804- en el que se enumeraban incompletamente los servicios de Artigas y en una forma sugestiva, añadiendo Ramírez Arellano que ignoraba los destinos que había tenido fuera de dicho cuerpo por no habérselo hecho saber el interesado a fin de proceder a las correspondientes anotaciones. Era un nuevo sacrificio que se le exigía y al cual no tuvo más remedio que someterse.

ncursiones de los portugueses

Con la ausencia de Artigas habían quedado los intereses rurales a merced de los cuatreros y demás gentes de mal vivir. Los portugueses, por su parte, no ha mucho medrosos, recobraron los perdidos bríos ante la actitud pusilánime de Sobremonte, y a pesar de no estar ya en guerra con España, no habían aplacado su sed de codicia.

Persuadidos de que su audacia no sería fácilmente reprimida, alimentaron el propósito de adueñarse mañosamente del territorio comprendido desde Misiones al río Negro, con el transcurso de los años, disputado también por los defensores de la Independencia Nacional, obtenida en 1828 y para

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lograr su objeto se valieron de la artimaña de impulsar a un buen número de sus parciales a posesionarse de esos campos. Más aún, para aumentar la inquietud del vecindario, se procedió sin miramiento alguno a levantar cuantas haciendas pudieron llevar consigo las partidas destinadas a ese fin.

Esa actitud de los limítrofes fue señalada al virrey con fecha 3 de agosto, por los apoderados del gremio de ganaderos del Río de la Plata, sin que sus súplicas mereciesen ser atendidas, porque obtuvieron como contestación que los peticionarios partían de informes abultados, por cuya causa recurrieron al Trono, aunque también en vano, puesto que se les dio la callada por respuesta.

En la exposición mencionada, dirigida a del Pino, trazaban el siguiente cuadro sombrío:

"Sus frecuentes incursiones, la asiduidad, el despecho con que se han manejado contra nuestra campaña y haciendas, después de la publicación de la paz, no dejan arbitrio para dudar que ha llegado el tiempo de alcanzar ellos, con sus obras, a satisfacer sus conocidos deseos. En efecto, han extendido su mano los portugueses en más de dieciséis mil leguas superficiales de tierras, comprendidas entre el Ibicuí Grande y el Cerro de las Palomas, ayudados, por una parte, de la perfidia e infracción a los diplomas de la paz, y por otra, del abandono que por nuestra parte se ha hecho de las fronteras y territorios interiores".

"Habitan nuestras posesiones; ocupan nuestros campos; corren, matan y se benefician de nuestros ganados y nuestras haciendas, sin temor, sin cuidado y sin oposición."

"Los requerimientos, los partes, los clamores de estos hacendados son continuos, y sería infalible la ruina de todos los que pueblan y ocupan los feraces y dilatados campos que corren desde las fronteras hasta el río Negro, si la benéfica mano de V.E. no contiene los procedimientos arbitrarios, pérfidos v dolosos de los portugueses limítrofes, sucediendo, por forzosa consecuencia, que el florecimiento, pingüe y fuerte comercio de los frutos del país, toque su última decadencia".

Firmaban ese petitorio los señores Antonio Pereira, Miguel Zamora, Manuel Pérez, Lorenzo de Ulivarri y Juan Francisco Martínez.

La seguridad de las haciendas

El Marqués de Sobremonte, que había reemplazado a del Pino en calidad de Virrey del Río de la Plata, pues dicho Mariscal de Campo falleció en

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Buenos Aires el 11 de abril de 1804, sin esperar requerimiento alguno por parte de los ganaderos, tomó desde un principio las providencias necesarias para evitar los atropellos denunciados, y le encomendó nuevamente a Artigas la guarda de la campaña, ya que sólo él era capaz de poner a raya a los intrusos y malhechores.

Aunque tal vez hubiera preferido continuar por algún tiempo más en el seno de su familia, no quiso excusarse de esa comisión porque había aprendido en la lucha por la vida a valorar todo cuanto importan los esfuerzos de los hombres de campo en beneficio de la riqueza y el engrandecimiento de los pueblos, sobre todo en aquellos tiempos, en que se necesitaba gran suma de coraje y de paciencia para sobrellevar las continuas amenazas de que eran objeto y hasta víctimas sus habitantes, por parte de los cuatreros, para quienes la propiedad ajena era un robo, y la vida del prójimo un mito.

De ahí que no vacilase un solo instante en ejercer la policía de aquellas extensas comarcas y que emprendiera, con la decisión de siempre, la molesta y peligrosa tarea de perseguir a los enemigos del sosiego y de la propiedad, asumiendo al efecto el comando de un destacamento que organizó con individuos de tropa entresacados de los cuarteles de Montevideo y Maldonado y con clases y oficiales de su entera confianza. Como tenía que hacer frente a elementos militarmente armados, se le confió también un piquete de artillería.

Con estas fuerzas tuvo ocasión, casi enseguida, de batir y dispersar a una fuerte columna lusitana procedente de San Nicolás, que había sido enviada en creencia de esta vez, como las anteriores, poder invadir impunemente los dominios de Montevideo.

La lección no pudo ser más severa, pues los portugueses perdieron las ganas de exponerse, por el momento, a un nuevo revés, máxime cuando Artigas hizo también algunos prisioneros y estaba dispuesto a no darles tregua si persistían en sus propósitos absorbentes y desquiciadores.

En cuanto a los indígenas y cuatreros que merodeaban tranquilamente, considerándose dueños de vidas y haciendas, tampoco pudieron continuar dando rienda suelta a sus perversos instintos, porque fueron desalojados por completo de los lugares donde alcanzaba la acción escarmentadora de Artigas.

De ahí que el 22 de agosto le dijeran a Sobremonte los mismos representantes del gremio de hacendados: "Al fin preindicado se expidieron órdenes por V. dirigidas al Coronel don Tomás de Rocamora, se sacaron

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del cuartel de Maldonado y esta plaza (la Montevideo), una parte de las pocas tropas de guarnición, se abrieron los almacenes de artillería y con tan loables y activos auxilios se compuso esa partida, que al mando del Ayudante don José Artigas, hoy nos da mérito a poner en manos de V.E. este pedimento con el sumario en testimonio formado con observaciones de las formalidades señaladas por la ley, que debidamente acompañamos."

"A mes, poco mas, de la salida que anunciamos hizo el Ayudante Artigas, comisionado por V.E. para reprimir a los portugueses y defender las caballadas de las manos enemigas de los indios gentiles y minuanes, aun sin alejarse mucho de nuestras estancias, y casi sobre la expedición encargada a Rocamora, sorprendió Artigas a tres soldados voluntarios portugueses, un vecino, que, aunque español, depende de aquella dominación, y dos indios también del mismo vasallaje, todos separados un día o dos antes, del grueso de más de ciento veinte hombres que salieron del pueblo de San Nicolás, que hoy está por el gobierno lusitano, a correr y llevar los ganados de nuestros campos, por disposición, orden y mandato del Sargento Mayor Saldaña, comandante portugués en los siete pueblos guaraníes que nos tomaron en la última guerra."

Después de la enunciación de varios hechos y de las apreciaciones pertinentes, agregan dichos apoderados:

"Vamos exponiendo y probando, por el contenido del sumario que elevamos a las sabias decisiones de V.E., haber entrado varias partidas de éstos más que aliados, émulos irreconciliables de nuestra progresión, a robarnos los ganados. La una de ellas fue apresada casi toda por el Capitán don Teodoro Abad y de la de San Nicolás tenemos en esta Real Ciudadela los seis hombres que arrestó el Ayudante Artigas, que han depuesto en dicho sumario, viniendo a la operación, no furtivamente, sino con toda desenvoltura y desprecio de nuestras armas, como lo confirma haberse entrado con carretas de bueyes hasta las cercanías de las estancias españolas e inmediación de esa misma expedición que mandaba el Coronel don Tomás de Rocamora."

"Este atentado injurioso a los solemnes tratados, manifiesta las ideas avaras con que proceden hoy los portugueses, las cuales sus armas incrementarán si no se precave el daño en tiempo, pues los hechos no nos hacen deducir, sino que nos patentizan que quieren los campos, que quieren los ganados y quieren la dominación del Río de la Plata, porque nada importa, como V.E. observará, el que los presos examinados aquí, convengan en que aquellas partidas traen orden de no batirse con las nuestras, hallándose esto desmentido por unas ejecuciones, como la de haberse escopeteado con el ayudante don José Artigas; haber atacado y

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sorprendido al Teniente Pizarro; introducir cuerpos de gente armada en nuestro territorio; llevar los ganados que lo pacen; atacar a viva fuerza los destacamentos españoles, y distribuir en estancias la campaña propia de nuestro soberano."

Los buenos servicios de Artigas fueron reconocidos, años después, por los señores Pereira, Ulivarri y Zamora, en comunicación elevada al Gobernador Elío, en la cual harían resaltar lo satisfactoria que fue su intervención en esa y otras ocasiones. "Se portó en ella con tal eficacia, celo y conducta", le decían, "que haciendo prisiones de los bandidos y aterrorizando a los que no cayeron en sus manos por medio de la fuga, experimentamos dentro de breve tiempo los buenos efectos a que aspirábamos, viendo sustituido, en lugar de la timidez y el sobresalto, la quietud de espíritu y la seguridad de nuestras haciendas."

Dicho testimonio, que los apoderados del Cuerpo de Hacendados del Río de la Plata expidieron a Artigas el 18 de febrero de 1810, comenzaba así: "Los apoderados que fuimos del Cuerpo de Hacendados del Río de la Plata en los de 1802 hasta 1810 y que suscribimos, declaramos y decimos: que hallándose en aquel tiempo sembrada la campaña de un número crecido de hombres malvados de toda casta, que la desolaban e infundían en los laboriosos y útiles estancieros un terror pánico, ejerciendo impunemente robos en las haciendas, y otros atroces delitos, solicitamos de la superioridad se sirviese, en remedio de nuestros males, nombrar al Teniente de Blandengues don José de Artigas, para que, mandando una partida de hombres de armas, se constituyera a la campaña en persecución de los perversos; y adhiriendo el superior jefe excelentísimo señor marqués de Sobremonte a nuestra instancia, marchó Artigas a dar principio a su importante comisión."

En el mismo año 1804 se le encomendó al Coronel don Francisco Xavier de Viana, en ejercicio de la Comandancia de Campaña, librar a Cerro Largo y sus adyacencias de los malones de que eran objeto sus habitantes y propiedades por parte de las tribus de charrúas y minuanes, que robaban y asesinaban en la seguridad de no ser habidos ni castigados.

Tampoco esta vez se quiso prescindir de Artigas, figurando con sus Blandengues, entre las fuerzas de caballería elegidas a ese fin, y en calidad de ayudante de aquel jefe.

Su concurso se hacía indispensable, tanto por la pericia por él demostrada en ese género de comisiones cuanto porque su nombre inspiraba respeto a los depredadores y delincuentes y profunda fe a los ganaderos, desde que

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había perseguido sin cuartel, en otras ocasiones y lugares, a los mismos indígenas y sus coadjutores.

Licencia absoluta, con goce del fuero militar

Hallándose con su gente en Tacuarembó, reiteró, con fecha 20 de marzo de 1805, el petitorio que le había sido denegado en 1803, pues deseaba firmemente que se le concediese la baja absoluta del ejército.

¿Qué razones adujo en esta nueva oportunidad? No otras sino las mismas causales invocadas anteriormente. Recordando quizá la forma en que se expidió, al informar su anterior solicitud, el jefe de los Blandengues don Cayetano Ramírez Arellano, trajo a colación cuánto había él hecho en dicho cuerpo y en las distintas e importantes funciones que le tocó desempeñar con provecho público en los confines del territorio.

En su nota hacía presente, pues, que llenando la misión que le fue confiada por Olaguer Feliú, a pesar de su simple calidad de soldado, había reclutado más de 200 hombres para el Regimiento de Blandengues en formación, sin dispendio alguno para el erario real. En la misma clase se le confió el mando de varias partidas encargadas del cuidado de la campaña y de las fronteras del río Santa María, a fin de perseguir a los ladrones, a los contrabandistas y a los indios, en cuyo desempeño no sólo consiguió aprehender individuos, sino también quitarles a los cuatreros más de dos mil caballos, que quedaron a favor del Estado "obligando, por sus servicios, a los jefes a que lo distinguiesen con el grado de Capitán de Milicias y seguidamente el de Ayudante Mayor de Blandengues, que obtuvo pasado apenas el año de la creación del referido cuerpo". En dicho empleo llevó a cabo cinco considerables campañas, en las que destrozó diferentes cuadrillas de indios, apresando, a la vez, ladrones, contrabandistas y numerosas caballadas. Y, por último, hizo presente que eran de notoria utilidad los servicios por él prestados al Brigadier don Félix de Azara en la expedición realizada por éste con el propósito de fundar las poblaciones y villas de Batoví en la frontera de Santa María, por la dirección que le prestaron sus prácticos conocimientos.

El Virrey hizo lugar esta vez a sus pretensiones, ya sea por haber insistido en ellas o por considerarlas atendibles, desde que en su nueva exposición ponía en evidencia los positivos méritos contraídos y los penosos trabajos desempeñados con tanto tesón como eficacia.

Al serle otorgada esa licencia se quiso, sin embargo, testimoniar el aprecio en que se le tenia, y al efecto, fue declarado en pleno disfrute del fuero

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militar, con derecho a vestir el uniforme correspondiente a la clase de retirado.

El Amor y la Patria

Ni siquiera la aceptación de su baja absoluta fue óbice para que Artigas pudiese reposar tranquilo durante largo tiempo en la vida privada, ni él era hombre forjado en el temple de los indiferentes cuando el bien público o la defensa del terruño requerían el concurso de sus buenos hijos o servidores.

Amaba indudablemente la carrera de las armas, como lo evidenció más adelante, hasta constituirse en el alma de su pueblo, y el retiro por él solicitado tuvo que responder, en consecuencia, a causas muy distintas de las que había aducido: a sentimientos íntimos, al vehemente anhelo de formar un hogar propio cuyo calor encendiese en su espíritu el fuego sagrado de los más nobles estímulos, pues el 31 de diciembre de ese mismo año contrajo nupcias con su prima Rafaela Rosalía Villagrán.

Nos sugiere estas reflexiones el hecho muy significativo de que ocho meses después de su retiro, o sea, en noviembre siguiente, un mes antes de su enlace, no tuviera reparo en asumir el mando de un escuadrón de 200 hombres creado en Montevideo por el capitalista español don Juan José Seco, con miras patrióticas.

Se anunciaba el arribo de un convoy de británicos a aguas lusitanas, cuya noticia alarmó sobremanera a los habitantes de la actual capital uruguaya por abrigar sospechas de que aquella expedición obedecía a fines de conquista.

Mandaba esas fuerzas navales Sir David Baird, figurando entre sus acompañantes Sir Home Popham y Sir William Beresford, de gran figuración poco después, en los anales del Río de la Plata, con motivo del bloqueo de sus puertos y de la toma de Buenos Aires. Dicha expedición tuvo entonces como exclusivo objeto, según se supo posteriormente, la conquista de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza.

En previsión de cualquier ataque, y para coadyuvar a la defensa oficial de Montevideo fue que el mencionado patriota, que era un acaudalado saladerista, se dispuso a organizar esa fuerza, que puso de inmediato a disposición del gobernador Ruiz Huidobro resolviendo este su envío al campo volante. Sobremonte reforzó también la plaza con una Compañía de Dragones traída de Buenos Aires.

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Artigas seguía siendo, pues, una de las más fuertes columnas del orden público y el más celoso sustentáculo de los fueros lugareños contra cualquier intentona de extraño dominio, como lo revela la preferencia con que era mirada su persona y requeridos sus servicios en todas las circunstancias apremiantes.

Por lo demás, algún tiempo después de realizadas sus bodas, retornó al servicio activo permanente al lado de sus viejos camaradas del Regimiento de Blandengues, para bien de la tierra nativa y de la emancipación política del Uruguay, cuya simiente fecunda sembró en el alma de sus conciudadanos durante su larga y desgraciada campaña contra todos los detentores de la soberanía nacional.

Parecía, pues, que su nuevo estado de vida hubiera reconfortado sus fuerzas físicas y morales, refundiendo en un solo pensamiento el Amor y la Patria, sublime dualidad de los que no ahogan en su pecho las nobles palpitaciones del corazón.

Una justa compensación

Según se expresa en el testimonio del Cuerpo de Ganaderos del Río de la Plata a que nos hemos referido, en vista de los recomendables servicios prestados por Artigas a la campaña, "y no pudiendo ni debiendo desatenderse de tal reconocimiento", acordaron sus moradores y propietarios "hacerle el donativo o gratificación, por una sola vez, de quinientos pesos del fondo de hacendados."

No obstante, nunca percibió esa justa compensación, debido a diversas causas "las sucesivas fatales ocurrencias de esta plaza", decían los señores Zamora, Ulivarri y Pereira, en su certificación del 18 de febrero de 1810, "y su toma por el inglés, fueron capaces de entorpecerlo y que no tuviese efecto hasta ahora."

Más tarde se hizo también imposible el cobro de la expresada suma porque nuevos acontecimientos obstaron a la marcha regular de los negocios particulares y de la cosa pública, y porque Artigas asumió a principios del año siguiente, el rol de cabecilla revolucionario.

Ese documento constituye, empero, una prueba más de la estima que supo conquistarse el prócer oriental, en su doble calidad de Blandengue y de guardián de los intereses generales del país.

Las invasiones inglesas

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Artigas prestó también importantes servicios durante las invasiones inglesas, tanto en su país como en la reconquista de Buenos Aires. Acerca de la participación que le cupo en este último suceso, él mismo se encarga de relatarlo en la siguiente exposición, que consta en el "Expediente de servicios del vecindario de Montevideo en la guerra contra los ingleses", existente en el Archivo General de la Nación:

"Don José Artigas, Ayudante Mayor del Cuerpo Veterano de Blandengues de la Frontera de esta plaza, de la que es primer Comandante el Sargento Mayor don Cayetano Ramírez de Arellano. Certifico que hallándome enfermo en esta plaza, supe que se preparaba en ella, de sus tropas y vecindario, una expedición a las órdenes del Capitán de Navío don Santiago Liniers, actualmente virrey de estas provincias, para reconquistar del poder de los enemigos la capital de Buenos Aires, con cuyo motivo me presenté al señor gobernador don Pascual Ruiz Huidobro, a efecto de que me permitiese ser uno de los de dicha expedición, ya que no podía ir con el cuerpo de que dependo, por hallarse éste, en aquella época, cubriendo los varios puntos de la campaña, lo que se sirvió concederme dicho señor, ordenándome quedase yo en esta ciudad (como lo verifiqué), para conducir por tierra un pliego para el citado don Santiago Liniers, destinándome después este señor al Ejército nuestro, que se hallaba en los Corrales de Miserere, desde donde pasamos a atacar el Retiro, en donde advertimos que la tropa, milicias y demás gente de que se componía la citada expedición y a un número de aquel pueblo, que se juntó a ella en aquel paraje, se portaron con el mayor espíritu y valor."

"Rendidos los enemigos a discreción, regresé desde aquélla a esta plaza con la noticia, por ser la comisión a que me dirigía por el nombrado señor gobernador, que es cuanto puedo decir bajo mi palabra de honor, en obsequio de la verdad y de la justicia."

"Montevideo, 10 de junio de 1808.José Artigas"

Ruiz Huidobro amplía estos datos en el decreto que sigue:

"El Ayudante Mayor de Blandengues don José Artigas acaba de regresar de Buenos Aires en una comisión interesante del real servicio en que fue destinado por mí, y en la que estuvo por perecer en el río, por haber naufragado el bote que lo conducía, en cuyo caso perdió la maleta de su ropa de uso, apero, poncho y cuanto traía; por cuya pérdida y los gastos que le ha ocasionado la misma comisión, estimo de justicia se le abone por esta Real Tesorería del cargo de usted, trescientos pesos corrientes, y se lo

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aviso para su debido cumplimiento a la mayor brevedad.Dios guarde a usted muchos años."

"Montevideo, 15 de agosto de 1806.Pascual Ruiz Huidobro"

Como Popham, a pesar de la ruda lección que acababan de recibir en la ex Capital del Virreinato, no quiso desistir en la empresa de proseguir bloqueando las costas orientales, el Gobierno de Montevideo dispuso que el cuerpo en que servía Artigas regresase inmediatamente a Cerro Largo para contribuir a la observación del enemigo y a la defensa de la plaza en caso de ser atacada por los buques de la escuadra inglesa.

Enseguida de su arribo, Ramírez de Arellano fue destacado a Punta Carretas, para observar desde allí a los invasores, que desde el 29 de octubre se habían apoderado de Maldonado, En ese punto permaneció hasta el 16 de enero de 1807, cuando los británicos hicieron su aparición a la altura de la playa del Buceo. De lo ocurrido seguidamente y después, dice Ramírez de Arellano en los siguientes párrafos, de un informe expedido por él, el 24 de febrero de 1808:

"En la tarde del mismo día nos reunimos a las tropas que salieron de la plaza a las órdenes del señor virrey, y desde el saladero que llaman de Magariño se empezó a hacer fuego de cañón a los enemigos, con lo que se contuvieron sin pasar adelante; pero habiéndose retirado nuestra tropa de infantería y dragones a un saladero de la costa, me posesioné, para observar a los enemigos, e inmediato a ellos, en el saladero de Zamora, desde donde salían partidas de observación, hasta el diecinueve al amanecer, en que los enemigos emprendieron su marcha para esta plaza, e inmediatamente salí con toda mi tropa y la de los regimientos de milicias de Córdoba y Paraguay, con cuatro cañones, para contener al enemigo, que traía fuerzas muy superiores, y a pesar de ser las nuestras tan reducidas, se emprendió el fuego de una y otra parte, llegando al extremo de atacarnos con bayoneta, por cuya razón se dispersó nuestra tropa, quedando entre muertos y heridos de los de mi cuerpo, de veinte a veinticuatro hombres, y nos retiramos al matadero de Silva, donde se hallaba toda la tropa de la plaza con el señor virrey, con quien nos reunimos y fuimos atacados por los enemigos, que no pudiendo resistirlos, se mandó retirarnos con dirección a la plaza, siguiéndonos el enemigo con sus fuegos de artillería y fusilería, que cesó luego que avanzaron y posesionaron del paraje que llaman el Cristo, y nuestro ejército quedó a la inmediación del Miguelete, hasta que en la tarde del mismo día nos retiramos a la plaza, de donde salimos el siguiente día veinte por la mañana, en busca de los enemigos que se hallaban emboscados en las

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quintas, casas y cercos del Cordón, por lo que no pudieron ser vistos de nuestras avanzadas, causa porque nos cercaron con sus fuegos de cañón y fusil, por derecha, izquierda y frente, en parajes ventajosos, que nos derrotaron y desunieron, obligando a todo nuestro ejército a la retirada con mucho desorden, por no poder resistir a tan superiores fuerzas, quedando muertos en aquella acción como unos treinta hombres de mi cuerpo, varios heridos y algunos prisioneros."

"Retirados ya a esta plaza se mantuvo las tropas todas las noches y algunos días en la muralla, sufriendo el más vigoroso fuego de mar y de tierra, que hacía el enemigo sin intermisión de día y de noche, hasta que habiéndose aproximado como a medio tiro de cañón de la plaza, empezó a batirla en brecha aunque consiguió abrir en el portón de San Juan, continuando su fuego hasta las tres de la mañana del día tres de febrero del citado ochocientos siete, que avanzó el enemigo forzando la brecha y atacando dentro de la plaza por derecha e izquierda, a fuego y bayoneta, en cuya acción hubo de mi cuerpo bastante número de muertos y heridos, el cual no se puede expresar con certeza, porque se ignora de los prisioneros que llevaron a Londres, excepto algunos que pudieron fugar y otros que los desembarcaron en esta plaza por enfermos."

"En esta acción y en las demás que tuvieron nuestras tropas y todo el vecindario de esta ciudad, a pesar de su escaso número y tan superior el del enemigo, hizo la más vigorosa y obstinada defensa en todos los puntos a que fueron destinados, sacrificando sus vidas e intereses, como es público y notorio, por la religión, el rey y la patria, obrando con el mayor honor, y en cuyo obsequio murieron muchos en acciones, quedando otros inútiles, por haber perdido brazos, piernas y otras heridas incurables."

"Del citado mi cuerpo, concurrieron a las acciones conmigo, los capitanes don Bartolomé Riego, don Carlos Maciel, don Felipe Cardozo, el Ayudante Mayor don José Artigas, los alféreces don Pedro Martínez, don José Manuel de Victorica y los cadetes don Juan Corbera, graduado de alférez, don Roque Gómez de la Fuente, don Prudencio Zufriategui y don Juan Manuel Pagóla, que murió la noche del ataque, habiéndose portado todos con el mayor enardecimiento, sin perdonar instante de fatiga, animando a la tropa, sin embargo de que no lo necesitaba por el ardor con que se arrojaban al fuego de los enemigos."

Los sucesos de mayo de 1810

Los sucesos de mayo de 1810 habían encontrado al Ayudante Mayor de Blandengues don José Artigas en las inmediaciones de Santa Ana (actual

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Ciudad de Rivera). Se le ubica en Tacuarembó por junio y por Colonia en agosto.

Su Comandante, don Cayetano Ramírez de Arellano lo propone para el grado de Capitán de la Tercera Compañía de su Regimiento de Blandengues, grado que obtiene en el mes de setiembre. Es el premio de más de diez años de sacrificios en la campaña.

Como él decía a su suegra, doña Francisca Artigas de Villagrán, en 1809 cuando él le escribe desde el Paso de Polanco:

"Mi más venerada Señora:"

"Aquí estamos pasando trabajos, siempre a caballo, para garantir a los vecinos de los malevos. Siento en el alma el estado de mi querida Rafaela. Venda usted cuanto tenga para asistirla, que es lo primero y atender a mi querido José María, que para eso he trabajado."

Su persona no había sido ajena a los ojos de la Junta de Mayo, la que en su"Plan de operaciones para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia" (agosto de 1810), previendo su próxima incorporación, expresa:

"Sería muy del caso atraerse a dos sujetos por cualquier interés y promesas, así por sus conocimientos, que nos consta son muy extensos en la campana, como por sus talentos, opiniones, concepto y respeto; como son los del Capitán de Dragones don José Rondeau y los del Capitán de Blandengues don José Artigas; quienes, puesta la campaña en este tono y concediéndoles facultades amplias, concesiones, gracias y prerrogativas, harán en poco tiempo progresos tan rápidos, que antes de seis meses podría tratarse de formalizar el sitio de la plaza, pues al presente para emprender estas ideas, no deben hacerse con una fuerza armada, por lo que puede argüir la maldad de algunos genios, cuando esta empresa no ofrece ningún riesgo y nos consta muy bien que las fuerzas de Montevideo no pasan de ochocientos hombres y que todavía allí no se han tomado providencias para armar a sus habitantes y que su gobernador es tan inepto que ni aun es para gobernarse a sí mismo."

"Las cosas presentan ya ocasiones que no deben desperdiciarse, mandando inmediatamente a los pueblos del Uruguay y demás principales de la campaña, una fuerza de quinientos a seiscientos hombres con oficiales, sargentos, cabos y demás, para que sirviendo de apoyo, se vayan organizando en los mismos pueblos algunos escuadrones de caballería y cuerpos de infantería, teniéndose presente el haberse atraído ya a nuestro

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partido y honrándolos con los primeros cargos, a Baldenegro, a Baltasar Vargas, o a los hermanos y primos de Artigas, a Benavides, a Vázquez, de San José y a Baltasar Ojeda, etc."

"Ya en este caso, ninguno podrá ser más útil, para los adelantamientos de esta empresa, que don José Rondeau, por sus conocimientos militares adquiridos en Europa, como por las demás circunstancias expresadas para general en jefe de toda la infantería. Para la caballería, don José Artigas, por las mismas circunstancias que obtiene con relación a la campaña. Verificándose estas ideas, luego inmediatamente debe mandarse de esta capital (Buenos Aires) el número de tres a cuatro mil hombres de tropa arreglada, con la correspondiente plana mayor de oficiales, para el ejército, de más conocimientos, talentos y adhesión a la Patria, con el plan de combinaciones y operaciones militares que deben observar, con las amplias facultades de obrar en todo lo demás, según les pareciese más adecuado a sus conocimientos y circunstancias."

Estos dos jefes habían servido en el Cuerpo de Blandengues de la Frontera de Montevideo desde su creación en 1797. Rondeau nació en Buenos Aires pero vivió desde sus primeros años en la Banda Oriental.

A fines de 1810, el Capitán Artigas al servicio de Montevideo, marcha hacia el Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay) donde la Historia lo ubica por la campaña de Entre Ríos siempre en protección de los desamparados.

El brigadier Vicente María de Muesas

Ya de regreso, en Colonia, en febrero de 1811, tiene lugar el célebre episodio, entre el Brigadier Vicente María de Muesas y el Capitán Artigas. Este episodio se ha trasmitido de generación en generación y hoy la documentación reunida por el Archivo Artigas lo pone en claro.

En los primeros días de enero de 1811 regresa de España con el cargo de Virrey del Río de la Plata don Francisco Xavier de Elío...

"Apenas llegó -dice don José María Salazar- separó de la Comandancia de la Colonia al benemérito coronel don Ramón del Pino, que con sólo 14 malos milicianos se había sabido defender de más de 260 hombres de las tropas de Buenos Aires. Este Oficial a quien se le achacaba falta de valor, sólo puedo decir que tenía talento, instrucción y mucho conocimiento de la campaña y gente del país, pues no nos denunció uno como sospechoso, que después no se haya confirmado por un traidor. Para reemplazar a Pino se nombró al brigadier don Vicente María de Muesas a quien Dios no le ha

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concedido el don de mando. Pronto empezaron a desertar oficiales y soldados de la Colonia."

"Por último, un día llamó al Capitán de Blandengues don José de Artigas y lo interrogó sobre si algunos de sus soldados habían entrado en un huerto y comido alguna fruta, le dijo tantas y tantas cosas amenazándole con que le pondría preso, que lo sofocó y Artigas salió vomitando venganzas; Artigas era el coquito de toda la Campaña, el niño mimado de los Jefes, porque para todo apuro lo llamaban y estaban seguros del buen éxito, porque tiene un extraordinario conocimiento de la campaña como nacido y criado en ella, en continuas comisiones contra ladrones, portugueses, etc., además está muy emparentado. En suma, diciendo Artigas, en la campaña, todos tiemblan."

"Este hombre insultado y agraviado sale vomitando furias, desaparece y cada pueblo por donde pasaba lo va dejando en completa sublevación; llega a Buenos Aires y dice a la Junta, ustedes no han sabido hacer la guerra a Montevideo yo me atrevo con muy pocos auxilios a revolucionar a toda la Banda Oriental, cortar las carnes y trigos a Montevideo, a obligarle a que se entregue. En efecto, vuelve y en un momento, como encuentra los ánimos dispuestos, todos los pueblos se sublevan y por todas partes se reúnen grandes cuadrillas de gauchos, con buenas o malas armas, con lazos y bolas; su primera operación se reduce a llevarse a Buenos Aires a todos los muchos europeos que había en la campaña y la segunda a llevarse todo el ganado vacuno y caballadas del Rey y de particulares, llegando hasta dos leguas de la Ciudad."

"Las primeras noticias que se tuvieron del levantamiento de los pueblos del Uruguay, que fue por donde se empezó, se miraron con desprecio. Eso no vale nada, se decía. Con una docena de hombres está todo sosegado. Repítense las noticias y el señor Virrey de repente toma la resolución de irse a la Colonia en la corbeta Mercurio llevándose los Granaderos del Fijo y los voluntarios de Madrid, creímos que iba a dar un golpe magistral, cuando a los ocho días lo vimos aparecer por tierra, sin que sepamos las providencias que tomó. De resultas del viaje se convenció de la necesidad de remover al brigadier Muesas y se vio precisado a mandar al General Vigodet."

Este episodio tuvo lugar el 15 de febrero de 1811.

El día 26 de febrero ubicamos al Capitán José Artigas, de paso por Nogoyá, junto al cura de la Colonia don José María Enrique de la Peña y al teniente

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don Rafael Hortiguera. Luego de atravesar Entre Ríos y Santa Fe llegan a Buenos Aires.

En Buenos Aires Artigas obtiene el auxilio de 150 soldados, 200 pesos y el despacho de Teniente Coronel. El 9 de marzo de 1811 parte de Buenos Aires; el 16 alcanza Santa Fe. Pasa luego a la Bajada (Paraná), a Nogoyá y al Arroyo de la China (Concepción del Uruguay) y de allí a Paysandú. De Paysandú se dirige a Mercedes, donde es nombrado Segundo Jefe del Ejército Auxiliador del Norte. En esa oportunidad le escribe al General Manuel Belgrano:

"Excelentísimo Señor:"

"He recibido el oficio que con fecha de ayer me dirige usted en el que se digna nombrarme Segundo Jefe del Ejército Auxiliador del Norte, por cuyo distinguido obsequio tributo a usted las más humildes demostraciones de gratitud y respeto."

"La disciplina y ejercicios militares que me recomienda, empezarán desde mañana; pues hasta hoy que he sido reconocido, no han tenido lugar mis órdenes para verificarlo."

"El desorden en estos Pueblos ha sido general y éste se aumentó en la acción de Soriano que comandó el señor Soler en dicho Pueblo ha sido tan desmedido el saqueo por nuestras tropas que varias familias han quedado enteramente desnudas; por lo que he dispuesto mandar una Partida para que se imponga del lugar en que pueden estar parte de los efectos saqueados, para devolverlos a sus dueños correspondientes. También he determinado, que los Alcaldes hagan inventario de los efectos correspondientes a los que se han remitido presos a disposición de la Excelentísima Junta y que me pasen un ejemplar, quedando a su cargo el responder de dichos bienes a su debido tiempo."

"Siendo mi principal objeto el propender con mi influjo a la total expulsión de los tiranos de la Patria, no perderé tiempo en tomar las providencias que considere más útiles al efecto. Estoy disponiendo el acopio de caballos necesarios, para determinar la aproximación de varias partidas, que para distintos puntos pienso dirigir; para esto espero algunas gentes que se han de reunir a esta División e igualmente la respuesta de algunos que me interesa, a fin de acabar con el coloso opresor de Montevideo. Dirijo a usted la adjunta Proclama que con fecha de hoy he dispuesto circular, para cimentar la unión que en cierto modo estaba expuesta* e igualmente la que usted me remite: quedando de mi cuidado no perdonar resorte conducente al mejor y confraternidad de todos."

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"Dios guarde a usted muchos años.Campamento de Mercedes. 11 de Abril de 1811. José Artigas."

La proclama libertadora

Ya en Mercedes, Artigas emite una Proclama al Ejército de la Banda Oriental. Esta fue publicada en la Gazeta de Buenos Aires el jueves 8 de mayo de 1811.

"Leales y esforzados compatriotas de la Banda Oriental del Río de la Plata: vuestro heroyco entusiasmado patriotismo ocupa el primar lugar en las elevadas atenciones de la Excma. Junta de Buenos Ayres, que tan dignamente nos regenta."

"Esta, movida del alto concepto de vuestra felicidad, os dirige todos los auxilios necesarios para perfeccionar la grande obra que habéis empezado: y que continuando con la heroycidad, que es análoga a vuestros honrados sentimientos, exterminéis a esos genios díscolos opresores do nuestro suelo, y refractarios de los derechos de vuestra respetable sociedad. Dineros, municiones, y tres mil patriotas aguerridos son los primeros socorros con que la Excelentísima Junta os da una prueba nada equívoca del interés que torna en vuestra prosperidad: esto lo tenéis a la vista, desmintiendo las fabulosas expresiones con que os habla el fatuo Elío, en su proclama de 20 de marzo. Nada más doloroso a su vista, y a la de todos sus facciosos, que el ver marchas (con pasos magestuosos) esta legión de valientes patriotas, que acompañados con vosotros van á disipar sus ambiciosos proyectos: y á sacar a sus hermanos de la opresión en que gimen, bajo la tiranía de su despótico gobierno."

"Para conseguir el feliz éxito, y la deseada felicidad a que aspiramos, os recomiendo á nombre de la Excelentísima Junta vuestra protectora, y en el de nuestro amado jefe, una unión fraternal, y ciego obedecimiento á las superiores órdenes de los jefes, que os vienen a preparar laureles inmortales. Unión caros compatriotas, y estad seguros de la victoria. He convocado á todos los patriotas caracterizados de la campaña; y todos, todos se ofrecen con sus personas y bienes, a contribuir a la defensa de nuestra justa causa."

"A la empresa compatriotas, que el triunfo es nuestro: vencer ó morir sea nuestra cifra; y tiemblen, tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo, sin advertir que los americanos del sud, están dispuestos a defender su patria; y a morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso cautiverio."

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"Cuartel General de Mercedes. 11 de abril de 1811.José Artigas."

EL EXODO DEL PUEBLO ORIENTALLos inicios

El 14 de octubre fue levantado el sitio a Montevideo y el ejército fue puesto en marcha para embarcarse en el Puerto de la Colonia o sus inmediaciones y pasar a la capital Buenos Aires.

El ejército marchaba a cortas y pausadas jornadas, como esperando una contraorden para volver a ocupar el sitio, o para dar tiempo de pensar a los habitantes comprometidos a decidir su suerte entre seguir o quedarse.

En iguales incertidumbres, sin duda, marchaba separadamente el segundo jefe don José Artigas con sus divisiones. Se aceleraron luego las marchas, hasta un punto, por las alturas de la Colonia, en que el Coronel Artigas que miraba más de cerca los compromisos de su tierra y sus paisanos, se pronunció abiertamente con el General en Jefe, para no continuar ni él ni sus Divisiones al otro lado del Plata, con el firme propósito de no abandonar su Patria, estando a todas sus consecuencias.

Han comprado su libertad al mayor costo

El día 29 de octubre desde el Cuartel General en el arroyo Monzón escribe el General Artigas al Gobierno de Buenos Aires:

"El dulce grito de la libertad penetró mi oído y yo tuve la ocasión de manifestar unos sentimientos que respiraron cuando yo. La idea de la felicidad de mi país lisonjeó mis deseos y el augusto gobierno de los hombres libres hizo el resto: súbdito siempre de sus respetables decisiones, me distinguirá la obediencia y habré cumplido mis deberes sólo cumpliendo sus órdenes".

"Pasé a esta Banda Oriental de Segundo Jefe de la tropa con que se dignó auxiliar a mis compaisanos: llegaron los últimos acontecimientos y más de setecientas familias han fijado su protección en mí; el grito de ellas, de los ciudadanos, de la campaña, todo empeña mi sensibilidad y aún mi honor cuando me hacen causa de su laudable compromiso y de sus pérdidas remarcables; me hacen conocer que abandonar esta Banda envuelve algo más que su lamentable desgracia y yo, mediante la determinación de usted, hallo necesario corresponder a sus deseos, el oficio que me dirige usted, con fecha 23 del corriente me anuncia una comisión -le nombran Gobernador de Yapeyú- de que seré sustituido por el señor diputado doctor

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don Julián Pérez, orientado de ella avisaré mi resolución a usted, sin que se halle en lo más mínimo algo incompatible con mi subordinación y con la gran causa que sostenemos".

Con igual fecha y desde el mismo Monzón comunicaba Rondeau al Gobierno:

"Creo mi deber manifestar a usted el estado de desolación en que queda esta campaña y la consternación que causa ver toda ella hecha un desierto. Me aseguran que pueblos de numeroso vecindario se abandonan sin quedar en ellos un solo hombre. De todos puntos de la campaña se repliegan familias al Ejército sin que basten persuasiones a contenerlas en sus casas."

El ejército de Rondeau marcha hacia Buenos Aires mientras que los orientales siguen la suerte de su General y de sus tropas. El camino del destierro, "la redota" al decir de los paisanos, toma rumbo a Salto. El historiador don Clemente Fregeiro lo bautizó con el nombre de "El Exodo del Pueblo Oriental", que se ha perpetuado hasta nuestros días.

En su nota al Capitán Ambrosio Carranza, desde Arroyo Grande, Artigas dice:

"Sólo la actividad influye en el buen resultado de los negocios cuando las circunstancias lo hacen pender de ella, bajo este principio encargo a usted reúna con la mayor brevedad su gente y cuanta pueda hacer que le siga y marchar con ella al paso de Yapeyú* para cuyo punto dirijo mi marcha mañana mismo; el interés general así lo exige y me lisonjeo no será usted indiferente a su voz: concluida ya la negociación entre el gobierno de Buenos Aires y Montevideo, queda esta Banda Oriental enteramente abandonada por aquella superioridad, no obstante admitir la proclamación que estos dignos ciudadanos hicieron en mí de su General en Jefe."

"El honor, la humanidad, la gran causa que forma la pasión de los americanos reclaman nuestros afanes respecto de estos héroes que han comprado su libertad al mayor costo; débase a nuestras fatigas contribuir al buen resultado de las suyas por no volver a la esclavitud."

Con el bravo José Artigas

Ya recuperado Paysandú* de las manos portuguesas el comandante don José Ambrosio Carranza comunicó al mayor José Ignacio Aguirre los últimos acontecimientos:

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"Tengo el honor de comunicar a usted cómo los vecinos de esta campaña han proclamado por General en Jefe de ella al señor don José Artigas, con motivo de pasar a Buenos Aires el señor Rondeau por disposiciones de aquel Gobierno. Toda la Banda Oriental se pone en movimiento y se reúne con el bravo General Artigas que ya está con multitud de gentes en Yapeyú, a cuyo punto voy a reunirme yo también con la guarnición a mi mando."

"Pienso que usted también se incorporará pues el objeto es atacar a los portugueses que ya ocupan nuestros terrenos y destrozándolos, no permitir que nos oprima de nuevo el yugo de la opresión, pues el señor Elío queda gobernando toda esta Banda Oriental, por transacción con el gobierno de Buenos Aires. Sus moradores están resueltos a no sujetarse a esta determinación."

Los mayores ejemplos de lealtad y virtud

"Señor don José Ambrosio Carranza.Mercedes, octubre 31 de 1811."

"Mi querido Carranza: El señor don José Artigas me dirige el adjunto oficio para usted y me encarga en carta particular que determine acerca de sus sentimientos lo que me parezca más conveniente, porque en la actualidad no le asisten los debidos conocimientos con respecto a usted, pero yo que he merecido su confianza y que he sido y seré su inseparable compañero, no me he dilatado un momento en remitirlo para que usted se entere de su justo y sabio contenido y proceda en un todo según su tenor."

"Una dulce efusión siento derramarse sobre mi corazón, cuando contemplo que esta Banda Oriental, desamparada y sola va a dar al mundo todo los mayores ejemplos de lealtad y virtud en las armas para sacudir con firmeza el yugo, tirano que entre sombras tristes se aproxima sobre nuestros cuellos ya acostumbrados a gozar de la libertad seductora. El señor Artigas, proclamado General en Jefe de esta Banda, está circunferenciado de multitud de hermanos y amigos que prefieren mil veces ser inmolados como víctimas de sus grandes ideas, que no vivir uncidos al carro del tirano."

"Usted por su parte reunirá al momento su gente y vendrá al punto destinado para tomar allí las medidas más oportunas, mientras tanto que yo, por estos puntos, influyo cuanto pueda en estos patricios para que se alarmen como lo están haciendo contra los déspotas."

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"Ya contesto a usted que las municiones se me han prometido y al efecto he mandado una carretilla; aunque con la mutación de teatro se pensará otra cosa."

"De la división de Rondeau se están desertando con prisa y pocos llevará a Buenos Aires."

"A Artigas ya le escribo, diciéndole que por parte de usted puede descansar y yo confío que su reunión será lo más pronto posible: espero al momento su contestación. Mande usted lo que ordene a este su afecto y servidor."

"Bartolomé Hidalgo."

"P.D.: La proclama adjunta hágala publicar al instante que la reciba y el oficio después de firmado por usted, hágalo caminar, es para el Jefe que manda a los correntinos."

Jamás cederé

"Un gran número de hombres a quienes el grito de su familia debería tal vez inspirar la resolución de permanecer en sus casas pero que constantes en el primer voto de sus corazones dirigido sólo a mantener la libertad de su suelo, todo lo abandonan y dando un centro a sus ideas las fijan sólo en cumplirlo: tal es la perspectiva que ofrece en estos momentos la Banda Oriental; pero esto no es más que bosquejar en general; nunca podré dar a usted una idea que pueda conducir al conocimiento de lo aflictivo de su estado; básteme decir que sólo ellos pueden sostenerse a sí mismos: sus haciendas perdidas, abandonadas sus casas, seguidos a todas partes no del llanto pero sí de la indigencia de sus caras familias; expuestos a las calamidades del tiempo desde los primeros instantes que resonó en esta Banda el nombre augusto de la libertad, sin haber recibido en este gran período otro auxilio, otro sueldo que sólo cinco pesos; pobres, desnudos, en el seno de la miseria sin más recurso que embriagarse en su brillante resolución."

Cuartel General en Arroyo del Monzón, 31 de octubre de 1811.General don José Artigas a la Excelentísima Junta Ejecutiva del Río de la Plata.

"Sostener los hombres el primer voto de sus corazones es lo que da dignidad a sus obras, y usted obra con carácter cuando confiesa ser permanente en seguir nuestra causa."

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"El gobierno de Buenos Aires abandona esta Banda a su opresor antiguo, pero ella enarbola a mis órdenes el estandarte conservador de la libertad, síganme cuantos gusten bajo la suposición que Jamás cederé."

"La reunión de gentes y armamento en el número que le sea posible es de la primera necesidad para realizar estos proyectos que la justicia sanciona. La pieza de artillería existente en ese punto y los artilleros que allí se hallen los espero precisamente en el paso de Yapeyú que cuando yo llegue allí ya los encuentre con el armamento y gente que ya le he encargado como también la persona de usted si gusta seguir, como lo espero, la suerte de los hombres libres. El adjunto tendrá usted el mayor cuidado de remitirlo con la mayor brevedad a Paysandú, encargando sea de allí remitido a Corrientes al momento mismo."

Cuartel General en Arroyo de Monzón, 31 de octubre de 1811.General don José Artigas a la Excelentísima Junta Ejecutiva del Río de la Plata.

"Hagamos paisano, los mayores esfuerzos cuando las circunstancias lo exigen."

Cuartel General en el Perdido, 19 de noviembre de 1811.General don José Artigas al Señor don Mariano Vega.

Concilie la prudencia

Nunca falta en la gesta de los pueblos la palabra o pluma fogosa de los que imbuidos del amor a la Patria saben interpretar el sentir de los pueblos y de sus conductores, llámese en este caso Bartolomé Hidalgo, más tarde, el P. José Silverio Monterroso o el P. José Acevedo. Ante esto, el General don José Artigas pide prudencia pues los momentos son críticos.

"Señor don Bartolomé HidalgoMi paisano"

"La de usted fecha de ayer acabo de recibir, quedo enterado de todo. Oficio a Carranza avisándole no desampare el punto de Paysandú en cuyo paraje verificará la reunión de gente y armas, conservándose allí precisamente hasta mi llegada."

"Me es muy lisonjera la alegría que manifiestan nuestros paisanos en estos parajes, pero creo conveniente que al fomentar su entusiasmo se concilie la prudencia y nuestro deseo por exigirlo así las circunstancias, cuya reflexión

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me priva ordenar a usted los proclame, debiendo reservarlo para otra ocasión."

"No se ofrece cosa particular por ahora; en todo caso a nombre de la Patria contará con usted este su afectísimo."

"José Artigas"

Yo llegaré con ellos a mi destino

"Todo individuo que quiera seguirme hágalo uniéndose a usted para pasar a Paysandú luego que yo me aproxime a ese punto; no quiero que persona alguna venga forzada, todos voluntariamente deben empeñarse en su libertad; quien no lo quiera, deseará permanecer esclavo."

"En cuanto a las familias, siento infinito no se hallen los medios de poderlas contener en sus casas: un mundo entero me sigue, retardan mis marchas y yo me veré cada día más lleno de obstáculos para obrar; ellas me han venido a encontrar, de otro modo yo no las habría admitido; por estos motivos encargo a usted se empeñe en que no salga familia alguna; aconséjelas usted que les será imposible seguirnos, que llegarán casos que nos veamos precisados a no poderlas escoltar, será peor verse desamparadas en unos parajes que nadie podrá valerlas; pero si no se convencen por estas razones déjelas usted que obren como gusten."

"A la fecha cuenta este ejército con la fuerza de cuatro mil hombres y tengo todas las probabilidades de reforzarlo aún considerablemente sintiendo sólo la falta de armamento que hace la exigencia de sus valientes brazos y algún otro auxilio que cubran su desnudez; prosigo con ellos mi marcha para repasar el Uruguay."

"La grandeza de ánimo que los hace superiores a todo sólo hace conocer excitarse en ellos un ardor que si no muestra toda la exageración de su sensibilidad ostenta en gran manera el transporte majestuoso de una razón exaltada por unos sentimientos que la conducen al heroísmo".

"¡Oh! ¡Cuántos son dignos de la corona destinada a la fortaleza y la virtud!... Yo llegaré, señor excelentísimo con ellos a mi destino, esperaré allí las órdenes de usted y la justa consideración al mérito en sus generosos votos."

Cuartel General en el arroyo Cololó, 3 de noviembre de 1811.José Artigas.

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"Excelentísima Junta ejecutiva de las Provincias del Río de la Plata."

"Nuestra fuerza reunida es muy respetable y muy capaz de imponer al enemigo. Aquí tengo algunas piezas de artillería con sus municiones correspondientes, porción regular de fusiles, lanzas, etc.: toda la Banda Oriental me sigue en masa resueltos todos a perder mil vidas antes que gozarlas en la esclavitud: los indios infieles abandonando sus tolderías inundan la campaña presentándome sus bravos esfuerzos para cooperar a la consolidación de nuestro gran sistema."

Cuartel General en Arroyo Negro, noviembre 14 de 1811.Del Coronel don José Artigas a don Elías Galván.

Sentimientos de honor patriotismo y humanidad

"Don José Artigas Coronel de Ejército y General en Jefe del Oriental, etc."

"Por cuanto con repetidas órdenes que he circulado en este Ejército de mi mando he comunicado la resolución de juzgar militarmente con el mayor rigor a los que delinquiesen el horrible crimen del hurto, del cual y del de violencias repetidas han sido confesos y convencidos ayer los individuos Benito Molina, Francisco Romero y José Miguel Castro y en la misma fecha sentenciados definitivamente a sufrir la pena de ser pasados por las armas delante del joven Felipe Nuñez y de todo el referido Ejército debiéndose hacer público en el castigo justo y el delito que le ha ocasionado. Por tanto lo hago saber y amonesto de nuevo a todos los que militan bajo mis órdenes así veteranos como de milicias y paisanos, que evitan con su proceder honrado la dolorosa necesidad de que caiga sobre sus cabezas el azote de la justicia. Esta será administrada sin remedio, cualquiera que sea la clase o condición del delincuente."

"Si aún queda alguno mezclado entre nosotros que no abrigue sentimientos de honor, patriotismo y humanidad que huya lejos del Ejército que lo deshonra y en el que será de hoy más escrupulosamente perseguido; que tiemblen pues los malévolos y que estén todos persuadidos que la inflexible vara de la justicia puesta en mi mano; castigará los excesos en la persona que se encuentre; nadie será exceptuado y en cualquiera, sin distinción alguna, se repetirá la triste escena que se va a presentar al público para temible escarmiento y vergüenza a los malvados, satisfacción de la justicia y seguridad de los buenos militares y beneméritos ciudadanos. Y para que llegue a conocimiento de todos publíquese por bandos usanza de guerra."

Cuartel General del Quebracho, 1º de diciembre de 1811.José Artigas.

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Exodo y regreso

El 12 de octubre de 1811 el ejército a cuyo frente se hallaba Rondeau y Artigas, se retira de la línea sitiadora de Montevideo. (1) "El Ejército -dice Anaya- marchaba a cortas y pausadas jornadas, como esperando una contraorden para volver a ocupar el sitio."

Entre los días 14 y 17 de octubre cruza el Santa Lucía (2) en dirección hacia el Río San José, (3) donde acampa. Aquí, el 23 de octubre de 1811, recibe Artigas la noticia de la ratificación del armisticio suscrito entre el Gobierno de Buenos Aires y el de Montevideo, por el cual se confirmaba el levantamiento del sitio y se dejaba el territorio de la Banda Oriental bajo la jurisdicción de Elío. En esa ocasión el pueblo oriental en armas decide no acatar las resoluciones fundamentales de aquel convenio y proclama su Jefe a don José Artigas.

Resueltos los orientales a abandonar el territorio patrio, inician desde San José la marcha hacia las puntas de Arroyo Grande donde se hallaban el 30 de octubre (4). El 31 llegaban ya a la vera del arroyo Monzón (5) desde donde Artigas expone al Gobierno de Buenos Aires la situación de la campana oriental, el ejército y las familias que le siguen. El 2 de noviembre. Artigas estaba en el arroyo Perdido (6) desde donde imparte órdenes a Ambrosio Carranza para que se sostenga en Paysandú hasta su llegada y auxilie a los caciques indígenas. El 3 de noviembre -desde Colólo- (7) hace saber al Juez Comisionado del distrito de Soriano que no podrá fijarse en Mercedes, "ni menos mantenerlo con algunas tropas."

Y le agrega: "Todo individuo que quiera seguirme, hágalo, uniéndose a usted en Paysandú luego que yo me aproxime a ese punto; no quiero que persona alguna venga forzada, todos voluntariamente deben empeñarse en su libertad, quien no lo quiera, deseara permanecer esclavo."

Decidido Artigas a no fijarse en Mercedes, la columna se dirige hacia el Río Negro el que fue vadeado por el paso de Yapeyú entre el 11 y el 13 de noviembre de 1811 (8). El 14 de noviembre, Artigas tiene instalado su cuartel General en el Arroyo Negro (9). Ocupa después Paysandú (10), cuyo punto ya abandona el 21 de noviembre con los emigrantes que le siguen, siempre en dirección al Norte; el 24 de noviembre se encuentran en el arroyo San Francisco: (11) cruzan el río Queguay; el 1º de diciembre están acampados en el arroyo Quebracho (12). El 4 de diciembre en Chapicuy (13); el 7 de diciembre se hallan en el no Daymán, (14) próximos a Salto. Desde aquí prosiguen en dirección a este punto, donde permanecen acampados.

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Alrededor del 10 de diciembre las familias inician el pasaje del río Uruguay por el Salto Chico (15) hacia la costa occidental cuyo pasaje prosigue hasta fines de este mes. En los últimos días de diciembre habían pasado la mayoría de las familias el río Uruguay quedando el grueso del ejército en el territorio oriental. Es entonces cuando se ataca a los portugueses que pretenden obstaculizar el vado, los que son completamente batidos en Belén.

Artigas cruza el río Uruguay en la primera semana de enero de 1812. Las familias acampan en la costa occidental (16) a la espera de que el Gobierno de Buenos Aires acceda a la solicitud formulada por su Jefe el 14 de diciembre de 1811 en el sentido de que se les autorize para instalarse en el punto de Concepción del Uruguay (Arroyo de la China) que les ofrecía mayor seguridad. No satisfecha esta aspiración, los emigrados permanecen acampados en el Salto Chico, costa occidental, hasta que se resolviera sobre su destino. Artigas, designado por el Gobierno de Buenos Aires Teniente Gobernador de Yapeyú debía dirigirse a aquel punto (21).

La permanencia y expansión de los portugueses en el litoral determinó la necesidad de emprender operaciones militares contra ellos. En la segunda quincena de abril de 1812 se abrirían las operaciones lo que explica el pasaje del ejército, nuevamente a la costa oriental seguido de las familias que se negaron a abandonarlo. El 10 de abril se había terminado la penosa travesía del río instalándose el campamento artiguista en el Salto Chico Oriental. El Gobierno de Buenos Aires creyó conveniente dejar en suspenso el plan de ataque a los portugueses y ordenó el retroceso de Artigas al territorio de Entre Ríos.

El 29 de abril de 1812 el ejército oriental ha repasado el Uruguay fijando nuevamente su campamento en el Salto Chico occidental. El 23 de mayo aún se encontraba en aquel sitio dispuesto a encaminarse hacia el norte, a Corrientes. El Cuartel General debía situarse en la costa del Yaguarí (22).

El coronel Domingo French que marchaba a la vanguardia tenía fijado el siguiente itinerario: primera jornada hasta el Gualeguay, segunda hasta Mandisoví, tercera hasta Mocoretá, cuarta hasta Timboy, quinta hasta las puntas del Mocoretá y sexta hasta Curuzú-Cuatia desde donde debe pasar a poner su campamento en la costa de Yaguarí. El 27 de mayo Artigas que había movido su Cuartel del Salto Chico occidental se encontraba en la costa del Ayuí (17). El 30 y 31 de mayo tiene su cuartel en el arroyo de Mandisoví (18). Al día siguiente Sarratea en virtud de órdenes que ha recibido de Buenos Aires, firmado el tratado de 26 de mayo de 1812, dispone que Artigas suspenda sus marchas y operaciones en Misiones. El 6 y 8 de junio Artigas se encontraba en San Gregorio (19) desde donde

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retrocede, de manera que el 10 de junio se encontraba nuevamente en el Ayuí donde instala al fin su campamento (17).

Desde mediados de agosto de 1812, Artigas se halla alternativamente en el Cuartel del Ayuí y en la costa del Uruguay. Estos desplazamientos coinciden con los cuidados del pasaje de las familias que comienzan a regresar en oportunidad de la reiniciación de la lucha con Montevideo. A partir del 27 de agosto Artigas se encuentra en la barra del Ayuí.

Presumiblemente a esa altura, una vez finalizado el pasaje de las familias cruzó con las tropas el río Uruguay, pues el 10 de setiembre de 1812 se encontraba en la barra del Itapebí, costa oriental del Uruguay (20); de allí iniciara su aproximación a la línea sitiadora.

Desde el Daymán

Habían transcurrido nueve meses desde la partida de Artigas de Buenos Aires cuando el General, desde el Daymán, dirige a la Junta del Paraguay el célebre documento que hace de él, el primer historiador de la gesta heroica.

Nada mejor que ese documento para repasar los acontecimientos de 1811, para comprender a través de la narración de los sucesos, por su principal testigo, el profundo significado de esta etapa de la vida de nuestra Patria, para valorar a lo largo de estas páginas cual es el sentir de la Orientalidad.

Portador del mismo fue el edecán del General Artigas, Capitán don Juan Francisco Arias. Buscaba el General el acercamiento con el Paraguay para defenderse del común enemigo, Portugal, sin dejar de lado los aspectos comerciales y políticos del área.

La Junta del Paraguay enviará, más tarde, al capitán Francisco Bartolomé Laguardia, quien llegará al campamento de Artigas el 25 de febrero de 1812. Laguardia nos dejará una hermosa descripción del estado de los orientales en su "Noticia del Ejército Oriental y de su tripulación."

"Yo fui testigo así de la bárbara opresión bajo la que gemía toda la Banda Oriental, como de la constancia y virtudes de sus hijos; conocí los efectos que podía producir y tuve la satisfacción de ofrecer, al gobierno de Buenos Aires, que llevaría el estandarte de la libertad hasta los muros de Montevideo, siempre que se concediese a estos ciudadanos auxilio de municiones y dinero."

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"Un puñado de patriotas orientales cansado ya de humillaciones, había decretado su libertad en la villa de Mercedes. La primera voz de los vecinos orientales que llegó a Buenos Aires fue acompañada de la victoria del 28 de febrero de 1811; día memorable que había señalado la providencia para sellar los primeros pasos de la libertad en este territorio y día que no podrá recordarse sin emoción cualquiera que sea nuestra suerte."

"Los ciudadanos de la villa de Mercedes como parte de estas provincias, se declararon libres bajo los auspicios de la junta de Buenos Aires, a quien pidieron los mismos auxilios que yo había solicitado."

"Se me mandó inmediatamente a esta Banda con algunos soldados, debiendo remitirse después hasta el número de tres mil con lo más necesario para un ejército de esta clase; en cuya inteligencia proclamé a mis paisanos convidándoles a las armas: ellos prevenían mis deseos y corrían de todas partes a honrarse con el bello título de soldados de la patria, organizándose militarmente en los mismos puntos en que se hallaban cercados de enemigos, en términos que en muy poco tiempo se vio un ejército nuevo cuya sola divisa era la libertad."

"Permítame usted que llame un momento su consideración sobre esta admirable alarma que simpatizó la campaña toda y que hará su mayor y eterna gloria. No eran los paisanos sueltos, ni aquellos que debían su existencia a su jornal o sueldo los que solos se movían; vecinos establecidos, poseedores de buena suerte y de todas las comodidades que ofrece este suelo, eran los que se convertían repentinamente en soldados, los que abandonaban sus intereses, sus casas, sus familias, los que iban, acaso por primera vez, a presentar su vida a los riesgos de una guerra, los que dejaban acompañadas de un triste llanto a sus mujeres e hijos, en fin, los que sordos a la voz de la naturaleza, oían sólo la de la Patria."

"Los restos del ejército de Buenos Aires que retornaba de esa provincia feliz (Paraguay), fueron destinados a esta Banda y llegaban a ella cuando los paisanos habían libertado ya su mayor parte, haciendo teatro de sus triunfos El Colla, Maldonado, Santa Teresa, San José y otros puntos: yo tuve entonces el honor de dirigir una división de ellos con sólo doscientos cincuenta soldados veteranos y llevando con ella el terror y espanto de los ministros de la tiranía hasta las inmediaciones de Montevideo, se pudo lograr la memorable victoria del 18 de mayo en los campos de Las Piedras."

"Entonces dije al gobierno que la Patria podía contar con tantos soldados, cuantos eran los americanos que habitaban la campaña y la experiencia ha demostrado bien sobrado que no me engañaba."

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"La Junta de Buenos Aires reforzó al ejército del que fue nombrado Segundo Jefe y que constaba en el todo de mil quinientos veteranos y más de cinco mil vecinos orientales y no habiéndose aprovechado los primeros momentos después de la acción del 18 en que el terror había sobrecogido los ánimos de nuestros enemigos, era preciso pensar en un sitio formal. Así nos vimos empeñados en un sitio de cerca de cinco meses, en que mil y mil incidentes privaron de que se coronase nuestros triunfos a que las tropas estaban siempre preparada."

"Yo no sé si cuatro mil portugueses podían prometerse alguna ventaja sobre nuestro ejército, cuando los ciudadanos que le componían habían redoblado su entusiasmo y el patriotismo elevando los ánimos hasta un grado incalculable. Pero no habiéndosele opuesto en tiempo una resistencia, esperándose siempre por momentos un refuerzo de mil cuatrocientos hombres y municiones que había ofrecido la Junta de Buenos Aires desde las primeras noticias de la irrupción de los limítrofes y varias negociaciones emprendidas últimamente con los jefes de Montevideo, nuestras operaciones se vieron como paralizadas a despecho de nuestras tropas y las portuguesas casi sin oposición pisaron con pie sacrílego nuestro territorio hasta Maldonado."

"En esta época desgraciada, el sabio gobierno ejecutivo de Buenos Aires creyendo de necesidad retirar su ejército con el doble objeto de salvarle de los peligros que ofrecía nuestra situación y de atender a las necesidades de otras provincias y persuadiéndose a que una negociación con el señor Elío sería el mejor medio de conciliar la prontitud y seguridad de la retirada con los menores perjuicios posibles a este vecindario heroico, entabló el negocio, que empezó al momento a girarse por medio del señor José Julián Pérez venido de aquella superioridad con la bastante autorización para el efecto: estos beneméritos ciudadanos tuvieron la fortuna de trascender la sustancia del todo y una representación absolutamente precisa en nuestro sistema, dirigida al señor General en Jefe Auxiliador, manifestó en términos legales y justos ser la voluntad general no se procediese a la conclusión de los tratados sin anuencia de los orientales, cuya suerte era la que se iba a decidir: a consecuencia de esto, fue congregada la asamblea de los ciudadanos por el mismo Jefe Auxiliador y sostenida por ellos mismos y el excelentísimo señor representante, siendo el resultado de ella asegurar estos dignos hijos de la libertad, que sus puñales eran la única alternativa que ofrecían al no vencer; que se levantase el sitio de Montevideo sólo con el objeto de tomar una posición militar ventajosa para poder esperar a los portugueses y que en cuanto a lo demás respondiese yo del feliz resultado de sus afanes siendo evidente haber quedado garantido en mí desde el gran momento que fijó su compromiso."

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"Yo entonces reconociendo la fuerza de su expresión y conciliando mi opinión política sobre el particular con mis deberes, respeté las decisiones de la superioridad sin olvidar el carácter de ciudadano y sin desconocer el imperio de la subordinación recordé cuanto debía a mis compaisanos: testigo de sus sacrificios, me era imposible mirar su suerte con indiferencia y no me detuve en asegurar del modo más positivo cuanto repugnaba se les abandonase en un todo: esto mismo había hecho ya conocer al señor representante y me negué absolutamente desde el principio a entender en unos tratados que consideré siempre inconciliables con nuestras fatigas muy bastantes a conservar el germen de las continuas disensiones entre nosotros y la corte del Brasil y muy capaces por sí solos de causar la dificultad en el arreglo de nuestro sistema continental."

"Seguidamente representaron los ciudadanos que de ninguna manera podían serles admisibles los artículos de la negociación: que el ejército auxiliador retornase a la capital si así se lo ordenaba aquella superioridad y declarándome su general en Jefe protestaron no dejar la guerra en esta Banda hasta extinguir de ella a sus opresores, o morir dando en su sangre el mayor triunfo a la libertad. En vista de esto, el excelentísimo señor representante determinó una sesión que debía sostenerse entre dicho señor, un ciudadano particular y yo: en ella se nos aseguró haberse dado ya cuenta de todo a Buenos Aires y que esperásemos la resolución: pero que entretanto, estuviésemos convencidos de la entera adhesión de aquel gobierno a sostener con sus auxilios nuestros deseos y ofreciéndosenos a su nombre toda clase de socorros cesó por aquel instante toda solicitud."

"Marchamos los sitiadores en retirada hasta San José y allí se vieron precisados los bravos orientales a recibir el gran golpe que hizo la prueba de su constancia: el gobierno de Buenos Aires ratificó los tratados en todas sus partes; yo tengo el honor de incluir a usted un ejemplar de ellos; por él se priva de un asilo a las almas libres en toda la Banda Oriental y por él se entregan pueblos enteros a la Dominación de aquel mismo señor Elío bajo cuyo yugo gimieron."

"¡Dura necesidad! En consecuencia del contrato, todo fue preparado y comenzaron las operaciones relativas a él."

"Yo no seré capaz de dar a usted una idea del cuadro que presenta al mundo la Banda Oriental. Desde ese momento la sangre que cubría las armas de Sus Bravos hijos, recordó las grandes proezas que continuadas por muy poco más habrían puesto el fin a sus trabajos y sellado el principio de la felicidad más pura: llenos todos de esta memoria oyen sólo la voz de su libertad y unidos en masa marchan cargados de sus tiernas familias a esperar mejor proporción para volver a sus antiguas operaciones: yo no he

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perdonado medio alguno de contener el digno transporte de un entusiasmo tal; pero la inmediación de las tropas portuguesas diseminadas por toda la campaña, que lejos de i retirarse con arreglo al tratado, se acercan y fortifican más y más y la poca seguridad que fían sobre la palabra del señor Elío a este respecto, les anima de nuevo y determinados a no permitir jamás que su suelo sea entregado impunemente a un extranjero."

"Cada día veo con admiración sus rasgos singulares de heroicidad y constancia: unos quemando sus casas y los muebles que no podían conducir, otros caminando leguas a pie por falta de auxilios, o por haber consumido sus cabalgaduras en el servicio: mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta marcha manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de todas las privaciones. Yo llegaré muy en breve a mi destino con este pueblo de héroes y al frente de seis mil de ellos que obrando como soldados de la patria sabrán conservar sus glorias en cualquier parte dando continuos triunfos a su libertad."

"Yo ya he patentizado a usted la historia memorable de su revolución, por sus incidentes creo muy fácil conocer cuales puedan ser los resultados."

"Todo anuncia que estos extranjeros tan miserables como ambiciosos, no perderán esta ocasión de ocupar nuestro país."

Artigas a la Junta del Paraguay.Daymán, 7 de diciembre de 1811.

En tierra entrerriana. La heroica miseria.

Durante los últimos veinte días de diciembre de 1811 las familias vadean el río Uruguay a través del Salto Chico.

El Ejército permanece sin cruzar, logra vencer a los portugueses en Belén, pone freno de esta manera, a su constante presión sobre los orientales. Los primeros días de enero el General Artigas cruza definitivamente el Uruguay.

Los portugueses habían venido en auxilio de Montevideo. Luego del tratado del 20 de octubre, entre Elío y el Triunvirato, permanecieron en nuestro territorio, a pesar de las reclamaciones de Elío por las tropelías cometidas por éstos.

En enero de 1812 Gaspar de Vigodet reemplaza a Elío en el gobierno de Montevideo. Francisco Xavier de Elío regresó a España el 18 de noviembre de 1811.

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En enero de 1812 deja a un lado el tratado del 20 de octubre al enviar Buenos Aires refuerzos al general Artigas y defenderse éste del hostigamiento de los portugueses. Debe tenerse en cuenta la acción de las partidas del Este, que actúan sobre la retaguardia enemiga, donde se destaca por su valentía y pujanza don Juan Antonio Lavalleja.

En el primer trimestre del año 1812 se llevan a cabo los preparativos para la reconquista del suelo patrio, se esperan los refuerzos de Buenos Aires, se aprestan las fuerzas, se confeccionan los planes para la expulsión de los invasores, se apresuran las relaciones con Paraguay. Mientras que, las familias siguen la suerte de los hombres de armas en aquella heroica miseria que templa el carácter de un pueblo que antes ha de morir libre que esclavo de las imposiciones foráneas.

"Si hay un cuadro capaz de comprometer la humanidad hasta el exceso de excitarse en los mismos enemigos no hay otro más propio que el que presenta este Ejército: la miseria no se ha separado de sus filas desde que se movió, todo se ha reunido para atormentarle y yo destinado a ser el espectador de sus padecimientos no tengo ya conque socorrerlos."

"No se pueden expresar las necesidades que todos padecen expuestos a la mayor inclemencia, sus miembros desnudos se dejan ver por todas partes y un poncho hecho pedazos liado a la cintura es todo el equipaje de los bravos orientales; mil veces he separado mí vista de un cuadro tan consternante; he recurrido a la más rígida indulgencia pero su resignación impone con más rigor la ley de la ternura y es preciso ceder; ha sido testigo de la más triste expresión de sus privaciones."

"¡Qué rato tan Cruel, señor Excelentísimo, al ver correr las lágrimas de uno de estos héroes que observaba con la mayor atención a otro compañero fumando y reprimirlas ostentando la mayor alegría al sentir que me acercaba!"

Artigas al Triunvirato.Salto Chico occidental 24 de diciembre de 1881.

"El hospital se vio tan exhausto de todo que sólo agua con algunas yerbas silvestres se le administraba a las diferentes enfermedades."

"Plantar la armería era otra primera necesidad al paso que me era imposible verificarlo por la misma carencia de recursos."

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"Eché mano del hierro de las carretas y con él hice empezar el trabajo; todo lo viejo, lo inútil se colectó para poder hacer algo, siempre con el indecible trabajo de hacer el carbón limitando siempre las tareas a lo poco que ofrecía cada hornada."

Artigas al Triunvirato.Salto Chico occidental 3 de febrero de 1812.

Se hará esta Banda inconquistable

"El Ejército se compone de cuatro a cinco mil hombres armados con fusiles, carabinas y lanzas. Cuatrocientos indios charrúas armados con flechas y bolas y estoy persuadido, que aún en los pueblos de indios ha dispuesto formar sus compañías, porque he visto algunos corregidores uniformados."

"Toda esta costa del Uruguay está poblada de familias, que salieron de Montevideo, unos bajo de las carretas, otras bajo los árboles y todas a la inclemencia del tiempo, pero con tanta conformidad y gusto que causa admiración y da ejemplo."

"El general es hombre de entera probidad, paraguayo en su sistema y pensamiento y tan adicto a la Provincia que protesta guardar la unión con ella, aun rompiendo con Buenos Aires por tener reconocidos los sinceros sentimientos del gobierno de aquella y malicias de ésta y asegura principalmente hallándose persuadido, que este ejército unido con el Paraguay, se hará esta Banda inconquistable; y así contando aquella Provincia con estas tropas podrá poner la Ley a las Provincias intrigantes."

Otras noticias fueron que "Artigas se halla entre el Salto y Gualeguay situado con la mayor parte de la gente, las familias se encuentran desde Yuquerí hasta Mandisoví chico."

"Que la tropa de Artigas tiene bastante gente armada; que habrán 8 o 9 carretas de municiones; que la mayor parte de las caballadas están inutilizadas; que tres toldos de los charrúas pasaron al otro lado del Uruguay quedando el resto de este lado junto al Daymán, puntas del Arapey y Sopas; que la División de Torgués pasaba a las Misiones Occidentales, para la Cruz o Santo Tomé y contaría de 100 hombres de armas y 200 de lanzas y que tienen abundantes canoas; que entre San Antonio y Daymán se encuentran partidas de Artigas juntando caballadas y boyadas flacas y que las pasan abajo del Salto Chico."

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Noticia del Ejército Oriental y su tripulación.Capitán Bartolomé Laguardia, 3 de marzo de 1812.

La visión del enemigo

"El 18 del corriente fui a observar el campo del General don José Artigas. Su campo está situado a dos leguas, con poca diferencia al norte de la capilla de San Antonio de Salto, entre Uruguay y el Gualeguay, distante un cuarto de legua de la confluencia de los dos ríos. Este espacio sólo ocupado por 400 caballos más o menos, de allí para el sur está el campo dispuesto en dos líneas con frente para el Uruguay, cubierto por las alturas, de sus márgenes y cercado de palmeras. Por lo que aprecio contará por encima de 5.000 hombres así como muchas barracas de cuero dispersadas que supongo destinadas a las familias y a los que tratan de caballadas, boyadas y ganado. Se observa un gran número de carretas."

"Los ejercicios de artillería al blanco son frecuentes. Un día de éstos me propongo observarlo más circunstancialmente, cuando perciba que hay ejercicios. Las tropas que se han visto, al menos formalmente, están completamente equipadas y armadas, tienen bandera y los oficiales que hasta ahora pasaron a este lado se desenvuelven con mucha acción y actúan con cortesía."

Campo del Salto, 22 de junio de 1812.Joaquín de Oliveira Alvarez a Diego de Souza.

Plan de Artigas para expulsar a los portugueses

"Salto Chico Occidental, 15 de febrero de 1812."

"Todo parece indicarnos que ya es tiempo.Puedo dirigirme sin tocar un solo arroyo."

"Soy de parecer se dé principio a nuestras operaciones. Asegurar el Uruguay debe ser nuestro primer cuidado; sin él nada pueden los portugueses y con él nunca podrán dejar de ser muy limitados nuestros proyectos; pienso abrir la campaña por la ocupación de los Pueblos de Misiones, las tropas de Corrientes marcharán sobre aquellos puntos y yo con todo el Ejército lo verificaré hasta situarme en Santa Tecla que debemos considerar como centro de la campaña desde donde puedo dirigirme indistintamente a donde guste y sostengo al mismo tiempo las operaciones de los correntinos. Quitaremos para siempre a los portugueses la esperanza de poseer el Uruguay".

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"Mientras, o mueve el portugués su campo sobre nosotros, o en retirada para sus territorios o permanece en Maldonado. Si tienen la arrogancia de esperarme en Maldonado yo los reduciré al estado de estrechez más capaz de destruirlos o tomar el recurso de embarcarse; desearía mucho se ocupasen ellos de este pensamiento; pero me parece adoptarán retirarse a su frontera por ser más natural acudir a aquella necesidad y no mantenerse en un territorio extranjero mientras los enemigos hacen la guerra en el suyo; el todo consiste en el movimiento sobre los Pueblos Orientales de las Misiones."

"La Provincia de Paraguay entrará, sin duda, en la combinación de aquellos puntos, también llamándoles la atención por otros mientras yo con todas las fuerzas, aprovecho cuando se presenten las circunstancias que tendré cuidado de hacer mudar y completar según me sea más conveniente."

"Todo esto es bajo el concepto que usted quiera sean atacados los portugueses porque de otro modo, si sólo aspira a que se retiren, yo marcharé luego sobre Montevideo que al momento abrirá sus Puertas y no será menester la sangre para levantar en medio de ella el Pabellón sagrado. Tal es el proyecto, en el que no hallo la menor dificultad, según mis conocimientos en la campaña y en la táctica particular a que sus diferentes situaciones obligan."

LAS INSTRUCCIONES DEL AÑO XIIIAntecedentes

Los meses de marzo y abril de 1813 fueron de intensa actividad para el General Artigas.

La revolución del 8 de octubre de 1812 convocó a la formación de una Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la que se instaló en Buenos Aires el último día de enero de 1813. Por el decreto del 24 de octubre anterior, se invitó a las provincias que enviaran sus diputados para integrarla, disponiendo su reconocimiento. A los efectos de llevar adelante esta última medida, se envió ante Artigas al Dr. Pedro Pablo Vidal, quien debía liquidar, además, el conflicto con Sarratea.

Dentro de los planes del Segundo Triunvirato estaba el de designar al General Artigas Gobernador y Comandante General de la Campaña de la Banda Oriental, si se avenía a sus planes. Mas éste, hijo de este suelo, no podía olvidar cul era el sentir de los pobladores del mismo, así como tampoco dejar de consultar la voluntad de los orientales, de los que lo habían hecho su general y a los que devolvía a sus hogares.

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Lo tratado con Vidal no salió del agrado del centralismo porteño. A pesar de su nueva vestidura, entonces, el título de Gobernador quedó en poder del diputado, sin que Artigas tuviera conocimiento de ello.

Reiterada a través de Rondeau la orden de reconocimiento, contestó Artigas, que previamente tenía que consultar la voluntad del Pueblo Oriental. Pasa circulares a los pueblos de la campaña para que los vecinos elijan sus diputados. Estos se reunirán en el Congreso de las Tres Cruces. La primera sesión estaba prevista para el sábado 3 de abril, pero por la lluvia de ese día y el siguiente, se aplazó para el 5.

Vayamos al pasado, a través de otra comunicación de Artigas al Paraguay, de fecha 17 de abril, que nos irá dando la evolución de los sucesos, a partir del 8 de febrero de 1813.

Versiones de las instrucciones

En la actualidad se ubican cuatro versiones de las instrucciones y dos proyectos de constitución que marcan bien claro el pensamiento de Artigas, dando las bases para la organización futura de la Confederación.

Estos documentos son:

Las instrucciones del 5 de abril (21 artículos), copiadas en Santa Fé. Las instrucciones del 13 de abril (20 artículos), de los diputados

orientales. Las instrucciones del 18 de abril (15 artículos), de Soriano. Las instrucciones del 8 de julio (26 artículos), de Maldonado. Plan de una constitución liberal federativa para las Provincias Unidas del

Sud. 1813 (año cuarto de la emancipación política). En la última página aparecen las iniciales F.S.C., que corresponden a Felipe Santiago Cardozo.

Constitución acordada por los delegados de los 21 Pueblos. Año cuarto de la independencia de América del Sur (1813).

Esta última decía: "Constitución acordada por los delegados de los Pueblos de: Canelones. Piedras, Pando, Minas, Maldonado, San Carlos, Rocha, Santa Teresa, Santa Lucía, Pintado, San José, el ex-Colla, Colonia, Espinillo. Víboras, Santo Domingo Soriano, Mercedes, Porongos, Paysandú, Cerro Largo y Belén que forman la Provincia Oriental del Uruguay en convención comenzada en tantos de tal mes del año de tantos."

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Así comienza sin fecha, pero termina: "Y en testimonio de lo cual formamos éste, hecho en tal parte, a tantos de tal mes y año, cuarto de la Independencia en la América del Sur", de ahí que sea de 1813. El primero fue 1810.

Estas instrucciones (Santa Fe, Orientales, Soriano y Maldonado) concuerdan en lo referente a: independencia, confederación, república, división y separación de poderes, pactos interprovinciales, libertad económica, igualdad de impuestos, entre otros.

Las instrucciones "Orientales" serian las llamadas de "Santa Fe" mejoradas, mas elaboradas, en los ocho días que van del 5 al 13 de abril; mientras que en las de "Soriano" y "Maldonado" agregan los intereses de los pueblos, en estos dos casos, los nombrados.

En cuanto a los proyectos, el de la Constitución de las Provincias Unidas (F.S.C.) sería la Carta a darse a éstas. El proyecto de los 21 pueblos sería la Constitución para la Provincia Oriental. Todo, como podemos ver, forma un conjunto armónico.

Hemos visto el rechazo de los diputados orientales. A Tomás García de Zúñiga se le despide de Buenos Aires, sin haber tenido en cuenta su misión. El Gobierno Económico fue despreciado al no responder a su correspondencia. El desdén con que se mira a los adictos a Artigas y la protección que reciben sus opositores, la "dignidad y decoro" con que se miran a los expulsados (Sarratea, Viana y demás), la concentración de fuerzas en Entre Ríos, todo esto pone el General en conocimiento del presbítero Larrañaga terminando su carta: "La Provincia Oriental no pelea por el restablecimiento de la tiranía en Buenos Aires" (29 de junio de 1813).

ANSINA Y LENSINAEl verdadero Ansina

Representantes de los fieles soldados que de todas las condiciones y las razas siguieron a Artigas, se los ha confundido considerándoselos por mucho tiempo una misma persona.

El SOLDADO JOAQUIN LENZINA (1760 - 1860) tiene una valiosa biografía que conocemos a través de las poesías que de su autoría se han podido recuperar en la década del 1920 por los investigadores Daniel y Victor Hammery. Nacido en Montevideo de padres esclavos, fue aguatero en su niñez. Ya muchacho se dirige a la campaña, donde es conocido como payador. Luego de enrolarse en un barco y descubrir que éste era pirata,

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escapó a la costa brasileña donde es hecho esclavo. Comprado por Artigas, luchará con él en las Invasiones Inglesas (1806 - 1807) y aparece luego, luchando con Artigas desde el comienzo de la revolución en 1811.

Cuando en 1820 el Jefe de los Orientales pase a Paraguay, lo acompañará con un grupo de fieles. Cuando Artigas es enviado a Curuguaty, él lo acompañará y desde 1845 le seguirá a Ibiray hasta su muerte en 1850. Cuando su antiguo camarada Manuel Antonio Ledesma se entera de la soledad en la cual vivía Lenzina, lo acogerá en su casa de Guarambaré hasta su muerte. Lamentablemente, y a causa de la destrucción producida por la Guerra del Paraguay, los restos de Lenzina no se han localizado, perdiéndose con ellos la posibilidad de realizar un homenaje similar al de Ledesma.

El SARGENTO MANUEL ANTONIO LEDESMA (1797 - 1887), soldado artiguista de raza negra, fue separado del Gral. Artigas en Itapuá luego que éste, en 1820, marche hacia Paraguay. Es enviado por el gobierno de ese país, que dispersa a los soldados rieles a nuestro prócer, a Guarambaré con otros compañeros. En ese pueblo, casó con doña Juliana Pretes con la cual tuvo 5 hijos, dos varones y tres mujeres (los dos varones murieron luchando en el bando paraguayo en la Guerra de la Triple Alianza).

Con una actividad laboriosa y abnegada se convirtió en una figura respetada en su nuevo hogar, donde llegó a ser Celador Corregidor en 1850. Relevado de su cargo oficial luego de la guerra en 1870, siguió siendo en la práctica la máxima autoridad de su pueblo gracias al respeto del cual era merecedor por sus conciudadanos. Al corroborarse su identidad como soldado de Artigas, en 1884 recibe una pensión mensual de 15 pesos del gobierno uruguayo.

En 1885 una misión comandada por el General Máximo Tajes le realizo un agasajo en Asunción, donde asistió a pesar de su precario estado de salud, deseoso de reencontrarse con representantes de su amada patria. Esta misión tuvo el importante cometido de devolver los trofeos de guerra que nuestro país había tomado en la Guerra de la Triple Alianza. Así se recuperaba el recuerdo del americanismo de Artigas por un lado, a través del reconocimiento de uno de sus antiguos soldados, a la vez que se realizaba una activa política de hermandad con un Estado vecino, con el cual, si bien nos vimos enfrentados, también buscamos enterrar el hacha de guerra, y no proclamarlo como vencido, sino como un igual.

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El Sargento Ledesma, fallecido el 23 de febrero de 1887, fue envuelto en la bandera uruguaya que le había sido regalada en su visita a Asunción de 1885.

DISTINTIVOS ARTIGUISTASLa bandera de los Pueblos Libres

La causa triunfante en 1815 necesitaba de un distintivo que la señalara. Para ello el Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres dispone desde su Cuartel General, los colores a utilizarse, en oficio dirigido al Gobernador de la Provincia de Corrientes, José de Silva, el 4 de febrero de 1815:

"Entretanto que las cosas no se consolidan es preciso toda escrupulosidad y cuando a usted se le ha confiado el cuidado del pueblo, es con la esperanza de que cumplirá con su deber. Por lo mismo es necesario que su decisión sea tan declarada como la nuestra."

"Por lo mismo que mandado levantar en los Pueblos Libres debe ser uniforme a la nuestra, si es que somos uno en los sentimientos. Buenos Aires hasta aquí ha engañado al mundo entero con sus falsas políticas y dobladas intenciones. Estas han formado la mayor parte de nuestras diferencias internas y no ha dejado excitar nuestros temores la publicidad con que mantiene enarbolado el Pabellón español. Si para simular este defecto ha hallado el medio de levantar en secreto la bandera azul y blanca: yo he ordenado en todos los Pueblos Libres de aquella opresión, que se levante una igual a la de mi Cuartel General: blanca en medio, azul en los extremos y en medio de éstos, unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República y de la sangre derramada para sostener nuestra Libertad e Independencia."

"Así lo han Jurado estos beneméritos soldados en 13 de enero de este presente año -1815- después que se creyeron asegurados para hacer respetables sus virtuosos esfuerzos."

"José Artigas"

GRITO DE ASCENCIO

El Grito de Asencio fue el hecho que marcó el comienzo de la revolución oriental contra el dominio español.

Los protagonistas de este acontecimiento que se produjo a orillas del Arroyo Asencio, en el actual departamento de Soriano, fueron los paisanos

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Pedro Viera y Venancio Benavides. Pero junto a ellos y bajo sus órdenes había muchos gauchos, héroes anónimos que hicieron posible este levantamiento.

El Grito de Asencio fue el levantamiento de los orientales en armas frente a los españoles, y marcó la desobediencia al poder españolista impuesto desde Montevideo.

En enero de 1811 vino a Montevideo el Virrey Elío desde España e inició los preparativos para declarar la guerra a Buenos Aires. Para ello tomó medidas que le permitieron conseguir recursos, como pedido de donativos, impuestos a las importaciones de cuero, tabaco, control del contrabando, permitiendo el comercio sólo a través de buques autorizados y de intermediarios nacionales. Estas medidas perjudicaban a hacendados y comerciantes.

Como, consecuencia, algunos jefes militares al servicio del gobierno español pasaron al bando revolucionario. Así lo hizo Artigas el 15 de febrero de 1811, cuando abandonó las fuerzas españolas y pidió ayuda al gobierno de Buenos Aires para los levantamientos en la campaña.

En este clima de descontento y resistencia frente al gobierno español, se generó el levantamiento armado de Asencio que marcó el comienzo de la revolución oriental.

En enero de 1811 Pedro Viera, conocido como Perico El Bailarín, se sumó a la lucha con 28 hombres. Un mes más tarde lo hizo Venancio Benavides.

El 24 de febrero los patriotas, ocultos en un bosque sobre el arroyo Asencio, eran unos 300. Al Grito de Asencio le siguió la toma de las poblaciones de Mercedes y Santo Domingo de Soriano.

Se fue formando un “ejército nuevo” integrado por hacendados, paisanos, peones de las estancias, curas patriotas, indios y muchos negros esclavos que buscaban la libertad.

Antecedentes

La crisis política en España por la invasión de Napoleón había debilitado su poder en América. Hacia 1810, la instalación del Consejo de Regencia en aquel país agravó los conflictos en la región del Río de la Plata.

En Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata, el virrey perdió

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el apoyo de los militares comerciantes, sacerdotes y propietarios importantes de la ciudad. Ellos cuestionaron la autoridad del nuevo gobierno en España, cesaron al virrey Cisneros y establecieron una Junta.

En junio de 1810 se solicitó el reconocimiento de la Junta al Cabildo Abierto de Montevideo, quien la rechazó y juró fidelidad al Consejo de Regencia.Esta actitud de Montevideo se explica por el predominio en la ciudad de militares y marineros españoles, y por la rivalidad comercial y portuaria con Buenos Aires.

La Banda Oriental permaneció, en líneas generales, fiel al gobierno español. Algunos pueblos de la campaña oriental acataron la resolución de la ciudad. Otros apoyaron a la junta revolucionaria, pero fueron presionados por el gobierno de Montevideo, para no reconocerla oficialmente. Así comenzó un proceso de división en el territorio oriental entre la ciudad españolista y la campaña revolucionaria.

Los preparativos para ese movimiento ya habían comenzado en diciembre de 1810. El rumor de la presencia de tropas porteñas en la Banda Oriental hizo que desertores y paisanos se levantaran en armas. Desde todos los rincones se movilizaron los hombres, acudiendo a la convocatoria de los caudillos locales.

BATALLA DE LAS PIEDRAS

Artigas era un hombre de fuerte personalidad puesta al servicio de sus ideales, un gran conocedor de su gente, un ser humano sensible al dolor y respetuoso de la vida de sus propios enemigos.

¿Cuál era la situación poco antes de esta batalla?

A principios de 1811 llegó Elío de España a Montevideo con el título de Virrey del Río de la Plata. Días después declaró la guerra a Buenos Aires, al no ser reconocido por la Junta revolucionaria. Los habitantes de nuestra campaña estaban descontentos con las autoridades de Montevideo. Cuando Montevideo declaró la guerra a Buenos Aires, iniciaron la revolución. En un principio los caudillos del ejército patriota fueron estancieros, que lucharon con capataces y peones, contrabandistas, matreros, indios, gauchos y negros esclavos. Artigas desertó del Cuerpo de Blandengues y fue a ofrecer sus servicios a Buenos Aires.

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En los primeros días del mes de abril de 1811, se incorporó a la revolución, estableciendo su cuartel general en Mercedes. Desde allí, el 11 de abril se dirigió a sus compatriotas en lo que se conoce con el nombre de Proclama de Mercedes. Este documento termina con las siguientes palabras:

"A la empresa, compatriotas, que el triunfo es nuestro: vencer o morir es nuestra cifra y tiemblen, tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo, sin advertir que los americanos del Sur están dispuestos a defender su patria y a morir antes con honor que vivir con ignonimia en afrentoso cautiverio".

El 12 de mayo, Artigas llegó a Canelones con unos mil hombres. Allí se enteró de que habían enviado un ejército para combatirlo, al mando de José de Posadas. Los dos grupos se encontraron en la localidad de Las Piedras el 18 de mayo, y luego de un combate que se prolongó desde poco antes del mediodía hasta las cuatro de la tarde, según se lee en el parte que envió Artigas a Rondeau, los patriotas lograron la victoria. Artigas relató todos los detalles de esta batalla. Compartimos contigo dos fragmentos de este relato:

El 18 amaneció sereno; despaché algunas partidas de observación sobre el campo enemigo, que distaba menos de dos leguas del mío y, a las 9 de la mañana, se me avisó que hacían movimientos con dirección a nosotros.

Se trabó el fuego con mis guerrillas, y las contrarias, aumentando sucesivamente sus fuerzas, se reunieron en una loma distante una legua de mi campamento.

Inmediatamente mandé a Don Antonio Pérez que, con la caballería de su cargo, se presentase fuera de los fuegos de la artillería de los enemigos, con objeto de llamarles la atención y, retirándose, hacerles salir a más distancia de su campo, como se verificó, empeñándose ellos en su alcance; en el momento convoqué a junta de guerra y todos fueron del parecer de atacar.

En Las Piedras, Artigas se mostró como un general experto. Ideó una estrategia de combate que le aseguró la derrota del enemigo, para lo cual atacó no solamente por el frente, sino también por los costados y la retaguardia.

Para que comprendas mejor este acontecimiento, te ofrecemos un fragmento un fragmento del parte de la Batalla de Las Piedras que envió Artigas a la Junta Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata, el 30 de mayo de 1811:

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La situación ventajosa de los enemigos, la superioridad de su artillería, así en el número como en el calibre y dotación de 16 artilleros en cada una y el exceso de su infantería sobre la nuestra hacían la victoria muy fácil, pero mis tropas enardecidas se empeñaban más y más y sus rostros serenos pronosticaban las glorias de la patria.

¿Qué consecuencias tuvo el triunfo de los orientales en Las Piedras? Aumentó el prestigio militar de Artigas, quien a partir de este momento fue ascendido a coronel. Las tropas vencedoras pusieron sitio a Montevideo. Las fuerzas de Buenos Aires recuperaron la confianza que habían perdido, luego de ser derrotados en Alto Perú y Paraguay.

Con el deseo común de luchar por la libertad, se organizó lo que Artigas llamó el "ejército nuevo", formado por orientales de muy distinta condición social.

A finales de 1811, Artigas hizo la historia de este levantamiento, en un oficio que dirigió a la Junta Gobernativa del Paraguay. En este documento, refiriéndose a sus paisanos, expresó:

Corrían por todas partes a honrarse con el bello título de soldados de la patria, organizándose militarmente en los mismos puntos en que se hallaban cercados los enemigos, en términos que en muy poco tiempo se vio un ejército nuevo, cuya sola divisa era la libertad.

INFORMACIÓN COMPLEMENTARIA

Compartimos una descripción de la Batalla de Las Piedras, por Reyes Abadie.

Artigas, con las fuerzas de su mando, se ubicó en la villa de Ntra. Sra. de Guadalupe de los Canelones, el 12 de mayo, dispuesto a vigilar las tropas de los "empecinados" de Montevideo acampadas en Las Piedras. Allí las lluvias lo mantuvieron inactivo hasta el día 16. Entre tanto, su hermano Manuel Francisco, burlando una partida "regentista", logró incorporársele con 304 hombres, en la tarde del 17, en el campamento ubicado en las puntas del Canelón Chico hacia el cual había marchado el día antes el Jefe oriental. Alcanzaron, entonces, los efectivos artiguistas a 400 infantes y 600 jinetes.

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En el parte de la batalla remitido a la Junta de Buenos Aires, el Jefe Oriental describió la acción en los siguientes términos:

"La salida de los enemigos de sus posiciones se verificó el 16; pero se redujo a saquear completamente la casa de mi padre y recoger sobre mil cabezas de ganados, que en la misma noche se introdujeron en la Plaza. El 18 amaneció sereno; despaché algunas partidas de observación sobre el campo enemigo, que distaba menos de dos leguas del mío y a las 9 de la mañana se me avisó que hacían movimiento con dirección a nosotros. Se trabó el fuego con mis guerrillas y las contrarias aumentando sucesivamente sus fuerzas, se reunieron en una loma distante una legua de mi campamento.

Inmediatamente mandé a Dn. Antonio Pérez que con la caballería de su cargo se presentase fuera de los fuegos de la artillería de los enemigos, con objeto de llamarles la atención y retirándose hacerles salir a más distancia de su campo, como se verificó, empeñándose ellos en su alcance; en el momento convoqué a junta de guerra y todos fueron del parecer de atacar. Exhorté a las tropas recordándoles los gloriosos tiempos que habían inmortalizado la memoria de nuestras armas y el honor con que debían distinguirse los soldados de la patria, y todos unánimes proclamaron con entusiasmo, que estaban dispuestos a morir en obsequio de ella. Emprendí entonces la marcha en el mismo orden indicado, encargando la ala izquierda de la infantería y dirección de la columna de caballería de la misma a mi ayudante mayor el teniente de ejército, Dn. Eusebio Valdenegro, siguiendo yo con la del costado derecho y dejando con las municiones al cuerpo de reserva, fuera de los fuegos. El cuerpo de caballería al mando de mi hermano, fué destinado a cortar la retirada al enemigo".

"Ellos seguían su marcha y continuando el tiroteo con las avanzadas, cuando hallándome inmediato mandé echar pie a tierra a toda la infantería. Los insurgentes hicieron una retirada aparente acompañada de algún fuego de cañón. Montó nuevamente la infantería y cargó sobre ellos; es inexplicable Exmo. Señor, el ardor y entusiasmo con que mi tropa se empeñó entonces en mezclarse con los enemigos, en términos que fue necesario todo el esfuerzo de los oficiales y mío para contenerlos y evitar el desorden. Los contrarios nos esperaban situados en la loma indicada arriba, guardando formación de batalla con 4 piezas de artillería, 2 obuses de a 32 colocados en el centro de su línea y un cañón en cada extremo de a 4. En igual forma dispuse mi infantería, con las 2 piezas de a 2 y se trabó el fuego más activo".

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"La situación ventajosa de los enemigos, la superioridad de artillería así en el número como en el calibre y dotación de 16 artilleros en cada una y el exceso de su infantería sobre la nuestra hacía la victoria muy difícil, pero mis tropas enardecidas se empeñaban más y más y sus rostros pronosticaban las glorias de la patria".

"El tesón y orden de nuestros fuegos y el arrojo de los soldados obligó a los insurgentes a salir de su posición abandonando un cañón que en el momento cayó en nuestro poder con una carreta de municiones. Ellos se replegaron con el mejor orden sobre Las Piedras, sostenidos del incesante fuego de su artillería y como era verosímil que en aquel frente hubiesen dejado alguna fuerza cuya reunión era perjudicial, ordené que cargaran sobre las columnas de caballería de los flancos y la encargada de cortarles su retirada, de esa operación resultó que los enemigos quedasen encerrados en un círculo bastante estrecho; aquí se empezó la acción con la mayor viveza de ambas partes; pero después de vigorosa resistencia se rindieron los contrarios quedando el campo de batalla por nosotros. La tropa enardecida hubiera pronto descargado su furor sobre la vida de todos ellos, para vengar la inocente sangre de nuestros hermanos acabada de verter para sostener la tiranía; pero al fin participando de la generosidad que distingue a la gente americana, cedieron a los impulsos de nuestros oficiales empeñados en salvar a los rendidos"

"La acción tuvo principio a las 11 del día y terminó al ponerse el sol; la fuerza enemiga ascendía en todo, según los informes menos dudosos que he podido obtener a 1230 individuos; entre ellos 600 infantes, 350 caballos, 64 artilleros; su pérdida ha consistido próximamente en 97 muertos, 61 heridos, 482 prisioneros, entre los cuales se hallan 186 que tomaron partido en los nuestros, porque hicieron constar su patriotismo y estaban forzados al servicio".

Con esta victoria, Artigas culminaba las operaciones de su primera campaña militar, que, a juicio de los expertos lo revelan como un consumado general. Su estrategia, de carácter netamente ofensivo que toma por objetivo fundamental la destrucción de las fuerzas enemigas, queda de manifiesto en su accionar: frente a dos grupos, uno que amenazaba Canelones, donde se encontraba él mismo y otro que se dirigía al Sauce para atacar a Manuel Francisco que venía de Maldonado, concibe de inmediato la maniobra por líneas interiores que ya había hecho famosos a Federico de Prusia y a Napoleón; ordena marchar en dirección a Manuel Francisco a fin de tomar por retaguardia a las fuerzas que estuvieran

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combatiendo contra este; derrotados los "regentistas" volverse con todas sus fuerzas reunidas hacia las tropas que se dirigían a Canelones y atacarlas por su retaguardia, cortándoles así toda posibilidad de retirada. En cuanto a lo táctico, es decir, para la batalla misma, organiza un dispositivo buscando la derrota completa del enemigo y es así que despliega su fuerza de manera de atacar no sólo el frente de Posadas, sino también su flanco y su retaguardia para que no tenga ninguna posibilidad de retirada y deba rendirse. El tipo de batalla empleado por Artigas repite, por lo tanto, el tipo concebido y empleado por Napoleón, siendo su ejemplo más preciso la batalla de Castiglioni, librada contra los austríacos al borde del lago de Garda el 5 de agosto de 1796.

Los "empecinados" regentistas, perdido el único ejército con que podían contar quedaron encerrados en Montevideo y Colonia. Muy pocos días después –el 27– esta última plaza se rindió a las fuerzas patriotas al mando de Venancio Benavídez.Por lo demás el triunfo de Las Piedras dio a las milicias artiguistas el dominio total de la campaña oriental. El Comandante del Apostadero Naval de Montevideo, Capitán de Fragata José María de Salazar dirá, refiriéndose al resultado de la batalla, que era una "pérdida irreparable" y una "cruel catástrofe" pues en ella se perdió "toda la Marina" que es el "principal apoyo de la plaza". Y agregaba:

"La sola noticia de que las tropas de Buenos Aires tenían sitiado el baluarte de la América, a la que sus papeles públicos añadían tomado, reanimó el entusiasmo de las Provincias en favor de la independencia, el de Chile, y no dudaré en afirmar que hasta el mismo reino de Lima se ha resentido de tan funesta nueva, pero lo que no puede dudarse es que ella ocasionó el que el Paraguay adoptase unirse al de Buenos Aires, como lo hizo. Si por de fuera consiguieron los enemigos estas grandes ventajas, en esta Banda lograron atraer a su partido a todos los pueblos, y quitándonos cuantos auxilios sacábamos de ellos, reducirnos a sólo el recinto de la Plaza y a la mayor miseria y pobreza por mucho tiempo".

No fue menor la repercusión en Buenos Aires, en donde la victoriosa acción contribuyó a establecer el fervor revolucionario, muy decaído por el fracaso de Manuel Belgrano en el Paraguay y por la lentitud del avance en el frente altoperuano. Al desbaratar el baluarte más sólido del regentismo español en el Plata, se anulaban las combinaciones posibles con el Paraguay de Velasco.La Junta bonaerense confirió a Artigas el "empleo de coronel del Cuerpo de Blandengues de la frontera de Montevideo"; y decretó ascensos a los

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oficiales que tan valientemente se habían comportado en las acciones de San José y Las Piedras.

LAS INTRIGAS DEL AYUIAntecedentes

En abril de 1812, el General Artigas cruza el río Uruguay con la intención de iniciar la reconquista de nuestro territorio.

Ante las dificultades que se presentan, regresa a la ribera occidental y se instala en el Ayuí. El 26 de mayo de 1812 se firma en Buenos Aires el Tratado Juan Rademaker - Nicolás Herrera por el cual se establece un armisticio (entre bonaerenses y portugueses) y la evacuación de las tropas a sus territorios. De Souza demora hasta setiembre el retiro de sus fuerzas.

El Triunvirato envía a uno de sus miembros, Manuel de Sarratea, como Jefe del Ejército que pasará a la Banda Oriental para atacar a los montevideanos, luego de desalojada ésta por los portugueses. Marcha el improvisado general hacia el Ayuí a hacerse cargo del ejército, a apurar su organización e instrucción, aunque llevaba otra misión, de más trascendencia, separar las fuerzas del general Artigas de su mando, así como eliminar la influencia de los orientales que en el Ayuí seguían en el goce de sus funciones que como nueva entidad venían ejerciendo: desde la Panadería de Vidal, desde "La Paraguaya" y desde San José.

El General Artigas, general en jefe de su pueblo y a su vez militar subordinado del gobierno bonaerense, supo mantener el respecto que lo caracterizaba a las instituciones y guardó la necesaria circunspección ante los desplantes del Triunvirato.

Desde un primer momento le rindió los honores correspondientes a su jerarquía. Transcurrido el tiempo, el General Sarratea empezó a dar órdenes a los subordinados de Artigas pasando por encima de su jerarquía: los malos orientales, atentos al canto de sirena que les prometía beneficios personales, se alejaron del campamento de Artigas y lo peor, lo hicieron con sus tropas. Olvidaron que si por algo habían sido fuertes los orientales, en los peores momentos, había sido por su unión.

Se va el Teniente Coronel Eusebio Baldenegro, su Mayor General (el segundo de Artigas), se va el Teniente Coronel don Ventura Vázquez* con el Regimiento de Blandengues (cuerpo del que Artigas era jefe, sin perjuicio del comando superior del Ejército Oriental). Se van los comandantes Pedro J. Viera y Baltasar Vargas. Se va el Capellán del Ejército Santiago Figueredo.

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LA CAPITULACION DE MONTEVIDEOLa guerra con el Directorio

Retirado el General Artigas del Sitio de Montevideo (20 de enero de 1814), los orientales que permanecen en el mismo se agrupan en dos regimientos, los números 9 y 10 de las Provincias Unidas. De éstos subsistió el Nº 9*, que luego de tomar Montevideo, lucharía en el frente del Alto-Perú. Este Regimiento se destacó en la batalla de Sipe-Sipe, donde cubrió la retirada del ejército patriota derrotado, al mando de su jefe el Coronel Manuel Vicente Pagóla.

El triunfo naval de Guillermo Brown, Jefe de la Flota de las Provincias Unidas sobre la costa montevideana en el Buceo, el 17 de mayo de 1814, priva a la plaza sitiada de recibir auxilios de todo tipo.

Cuando ya fue inminente su caída, Carlos Mana de Alvear, sobrino del Director Posadas, reemplaza a José Rondeau en la dirección del Sitio. El 20 de junio Vigodet capitula, entrega la ciudad en depósito. Ambos bandos reconocen la integridad de la Monarquía española (las Provincias Unidas forman parte de la misma). Las tropas se trasladarían a Maldonado y con ayuda se dirigirían a España.

El día 23 entra Alvear a la ciudad, la capitulación es violada, deja a un lado todos los principios del derecho (internacional) de gentes, de la dignidad militar y aún de la propia educación personal.

Mientras esto tenía lugar, Femando Torgués con sus fuerzas se aproxima a Las Piedras, es sorprendido y dispersado por las fuerzas del Directorio.

El día 9 de julio se reúnen en el Fuerte (hoy plaza Zabala) Alvear con los representantes artiguistas Miguel Barreiro, Tomás García de Zúñiga y Manuel Calleros. De allí surge un tratado que en sus puntos fundamentales se refiere a que:

la Provincia Oriental forme parte de las Provincias Unidas;

reconoce obediencia al Gobierno Supremo;

habrá nueva elección de diputados para la Asamblea;

Artigas no tendría pretensiones sobre Entre Ríos;

sería reconocido como Comandante General de la Campaña;

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sería además reivindicado.

El 17 de agosto se anula el decreto del 11 de febrero de 1814, declarando al General "buen servidor de la Patria" y se le conceden títulos militares. El General los devuelve expresando: "Ser útil a mi país es bastante premio".

Alvear hizo uso del convenio del 9 de julio en forma similar que durante la capitulación de Vigodet. Vuelve de Buenos Aires, vía Colonia, para combatir a los orientales. El 4 de octubre el Coronel Manuel Dorrego derrotó en Marmarajá al Coronel Torgués quien se vio obligado a pasar al dominio portugués por el Chuy.

Mientras seguía la lucha en la campaña, entre las fuerzas de Alvear y las de Artigas, se sucedían los gobiernos de Nicolás Rodríguez Peña (hasta setiembre) y de Miguel Estanislao Soler. El Cabildo fue sustituido por otro de hechura del Directorio, mientras que los bienes de la Provincia y de los emigrados pasaban a engrosar las arcas de Buenos Aires.

Durante la guerra con el Directorio se buscó la posible ayuda portuguesa, ya fuera en municiones, ya a través de la frontera en caso de derrota, para ello fue enviado Miguel Barreiro quien en los últimos meses de 1814 lo ubicamos en Río Grande. Torgués había tratado de entablar comunicaciones con los portugueses a través de la misión del presbítero José Bonifacio Redruello y el Capitán José Mana Caravaca.

Cuando la misión de Barreiro a Río Grande, aparece en la secretaría del General Artigas otro personaje de singular relevancia, el padre José Silverio Benito Monterroso, cuyos manuscritos, como lo han sido hasta este momento los de Miguel Barreiro, dejarán para la posteridad los trazos nacientes de la Orientalidad.

Esta campaña culmina con el triunfo de las fuerzas del Comandante don Fructuoso Rivera sobre Dorrego en Guayabos, el 10 de enero de 1815.

"Por los partes continuados el enemigo carga mañana sobre nosotros. Yo me retiro hacia Lunarejo porque estamos muy divididos para obrar. Usted reúna toda la gente, que pueda, y mañana arree cuanta caballada se encuentre y marche por las puntas de Arerunguá buscándome hacia aquel paraje."

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"Mande usted chasque a don Rufino para que no se ensarte. Yo ya lo hice esta mañana para que mudase de dirección tirando hacia Arapey. Haga usted esta diligencia diciéndole no se duerma tanto."

"Cuartel andante. Enero 4 de 1814.José Artigas."

Comunicación del General Artigas al Comandante Fructuoso Rivera, previo a Guayabos. Letra de Monterroso.

ARTIGAS EN LA MESOPOTAMIAUna figura demasiado influyente

En los últimos meses de 1810 se podía detectar la presencia de Artigas en el territorio entrerriano en protección del orden y sosiego público. Mas adelante, como Teniente Gobernador del Yapeyú y durante el Exodo del Pueblo Oriental, brindó también protección a los pueblos misioneros y correntinos de las incursiones de los portugueses que incendiaban y devastaban los pueblos y villas a su paso.

Las villas de Gualeguay, Gualeguaychú y Arroyo de la China habían sido abandonadas a Elío por Buenos Aires, de acuerdo con el Tratado de Pacificación del 20 de octubre de 1811, de manera que todos estos pueblos veían con simpatía la figura de Artigas. Esta, entonces, se acrecienta en el transcurso del año 1812, por su oposición al centralismo.

Durante el año 1813, las fuerzas partidarias del triunvirato; en Entre Ríos (Hilarión de la Quintana) y en Corrientes y Misiones (Bernardo Pérez Planes) chocan constantemente con los partidarios del General Artigas. La causa de éste llegó a influir hasta el extremo de que el Comandante de la Frontera Sur del Paraguay, don Vicente Antonio Matiauda, con asiento en Candelaria, antes de recibir órdenes de su Gobierno, apoyó al caudillo oriental.

Por otra parte el retiro del General Artigas del Sitio de Montevideo fue seguido por un decreto firmado por el nuevo gobernador porteño, Director Gervasio Antonio Posadas de fecha 11 de febrero de 1814, declarando a Artigas "traidor a la Patria".

LA ENTRADA EN MONTEVIDEO

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El triunfo de Rivera en Guayabos es el triunfo de la causa artiguista. Los orientales obtienen el dominio absoluto de la Provincia Oriental.

La entrada de las fuerzas patriotas a Montevideo se lleva a cabo el 26 de febrero de 1815. Los integrantes de la vanguardia de los Dragones de la Patria (cuerpo del coronel Fernando Torgués) al mando del Capitán José Llupes son los primeros en llegar. Inmediatamente se exigió la elección de un nuevo Cabildo para sustituir el que fuera designado durante la dominación directorial, con personas adictas a su causa. Con los nuevos integrantes comenzó a sesionar en los primeros días de marzo.

Entrar a Montevideo el Gobernador y Capitán General Soler con toda su expedición y disponerse a evacuarlo, todo fue obra de pocos días. Mandó cerrar los portones, embarcar todo el brillante parque de bronce, armamentos, balas, municiones y cuanto elemento bélico habían dejado los españoles, sin dejar una libra de pólvora, pues estando abarrotados los buques conductores y no cabiendo en los depósitos de pólvora que estaban en las Bóvedas, se mandó tirarla al agua por las claraboyas que caían al Puerto. Imprudentemente, por ahorrar tiempo, arrojaban la pólvora con palas de fierro; esta se incendió y volaron tres bóvedas con fatal estrago de todo aquel barrio, sepultando en sus escombros a los encargados de la operación e infinitas víctimas entre hombres, mujeres y niños agolpados a la curiosidad. Tal desgracia dejó muy mal puesto el nombre del General Soler, así por esta conducta como por sus antecedentes.*

El Cabildo estaba integrado entre otros por Tomás García de Zúñiga y Pablo Pérez como alcaldes de lo. y 2o. voto, León Pérez como Alcalde Provincial y Felipe Santiago Cardozo como Regidor Decano. El 21 de marzo, García de Zúñiga entrega el gobierno al Gobernador Político y Militar don Femando Torgués, designado por el general Artigas.

A este periodo se le conoce como de la "Patria Vieja". Es la edad de oro de los orientales. Luego del triunfo de Guayabos, el general Artigas, en una rápida ofensiva, se dirige a la Bajada (Paraná) y Santa Fe donde lo encontramos en los meses de marzo, abril y mayo. En mayo de 1815, lo tenemos de regreso en Paysandú. El triunfo de su causa llega en abril hasta Buenos Aires.

En junio de 1815, el General hace referencia** a la fundación de un nuevo pueblo ubicado en el centro de su zona de influencia y desde el cual hará efectivo el gobierno de los Pueblos Libres, del cual él es su Protector. En julio se advierte la presencia de Artigas en Purificación.

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El general Artigas quería extirpar de la sociedad a los elementos que representaban un peligro para la realización de sus ideales políticos, los enemigos del Sistema de la Patria.

Corto fue el gobierno de Torgués, Teniente de Artigas sobre el cual, aún hoy, persiste la leyenda negra a través de las medidas que se vio obligado a adoptar ante la amenaza de la expedición reconquistadora española que al fin se dirigió hacia Nueva Granada. El General dispone que cubra la línea de invasión del Cerro Largo.

Designa al Coronel Fructuoso Rivera como Comandante militar y a don Miguel Barreiro como su Delegado quien con el Cabildo se hará cargo del Gobierno de la Provincia. Barreiro llega a fines de agosto. El Cabildo de 1815 es relevado por otro elegido por un cuerpo electoral integrado por un elector de cada cabildo de la Provincia (Colonia, Guadalupe, Maldonado, San José y Soriano) al que se agregaron los cabildantes salientes y seis electores por Montevideo: dos por extramuros y cuatro por la ciudad (cuatro cuarteles).

En noviembre de 1816, ya desatada la guerra con Portugal, el general Artigas decide que continúe en sus funciones, durante el año 1817, el Cabildo Gobernador de 1816.

LA LIGA FEDERALIntroducción

Las ideas federales, herencia hispánica, producto del sentir localista de la Península implantado en América, se vieron impulsadas por la circulación de los textos norteamericanos, en boga en el correr de la década. Para llevarlas adelante fue necesario luchar contra el centralismo enraizado en Buenos Aires.

El Ejército de Buenos Aires es "ejército auxiliador". Artigas al referirse a Rondeau habla del "General en Jefe auxiliador". En el Convenio del Yi (Art. 9º) sigue precisando sobre las fuerzas auxiliadoras, se repite en el articulado dado a García de Zúñiga, pudiendo citarse otros ejemplos.

En el artículo 8º de las instrucciones dadas a García de Zúñiga, habla de la "soberanía particular de los pueblos". La Oración Inaugural hace referencia a la obediencia por acatamiento o Pacto de la Asamblea General Constituyente. En las condiciones para reconocer a la Asamblea repite los conceptos vertidos en las Instrucciones que se deben comparar.

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El doctor Emilio Ravignani ha visto en los Artículos Convencionales de la Provincia Oriental (19 de abril de 1813) firmados por Rondeau y Artigas, la iniciación de los pactos interprovinciales. No se puede, al estudiar la Liga Federal, dejar de lado el contenido de los cuatro pliegos conocidos de las Instrucciones, así como los dos proyectos de Constitución (General y Provincial).

La Liga Federal es la culminación del pensamiento político del general don José Artigas en lo que tiene que ver con la organización y funcionamiento de la Confederación. Dura mientras él está al frente, hasta el año 1820, pero esta siembra dará frutos en el mismo territorio donde fue combatida.

El triunfo de Colodrero (24 de diciembre de 1814) deja a Corrientes libre de las fuerzas centralistas, así como Guayabos provoca lo mismo en la Provincia Oriental. El coronel Eusebio Baldenegro, al servicio del centralismo desde el Ayuí, abandona Entre Ríos y se dirige hacia Buenos Aires ante el artiguismo triunfante.

Inmediatamente, el General Artigas parte hacia la Bajada (Paraná), siguiendo la estela triunfal de Eusebio Hereñú y Manuel Francisco Artigas, quienes pasan el Paraná y el viernes de la Semana Santa de 1815, ocupan Santa Fe liberándola de las fuerzas directoriales que han hecho de esta Provincia una gran estancia al servicio de la Capital, impidiendo el empleo de su puerto que por su ventajosa posición debía haber sido utilizado como entrada y salida de los productos hacia el norte y oeste.

LA INVASION LUSO-BRASILEÑAIntroducción

La aurora triunfal del año 1815 que prometía la paz a los orientales, a cuyo amparo se concretarían los anhelos, que tendría por resultado el progreso en todos los órdenes, se vio eclipsada a mediados de 1816 por la tormenta de la invasión portuguesa. La guerra, auspiciada por la diplomacia del centralismo para deshacerse del General Artigas, era un hecho.

El 30 de marzo de 1816 llegan a Rio de Janeiro 5.000 hombres al mando del General Carlos Federico Lecor, integrantes de las fuerzas que habían luchado contra Napoleón.

En Rio de Janeiro, además de la familia real portuguesa y la diplomacia británica y española, se encontraba el recientemente expulsado Director Alvear y su ministro Nicolás Herrera, oriental de nacimiento mas no de corazón, hombre "que dice menos de lo que sabe", como lo recuerda Gervasio A. Posadas en sus "Memorias". Está la diplomacia bonaerense en

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busca de un príncipe para coronar. Están los españoles montevideanos que abandonaron la plaza luego de su caída. Están pues, todos los enemigos de Artigas y de su "Sistema", lo que Nicolás Herrera dio en llamar la "sublime intriga", si sublime es reunir a los enemigos de la Patria para que vengan a sojuzgarla.