El Proceso Matrimonial Canonico

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Cuestiones morales en torno a la demanda de nulidad matrimonial Detalles Categoría de nivel principal o raíz: Derecho procesal Categoría: El proceso matrimonial canónico Escrito por Pedro María Reyes Vizcaíno Artículo publicado en la revista Unum Sint, edición española de la Federación Católica Internacional de Revistas Communio, Nueva Época, número 10, otoño 2008, pp. 117-138. Licitud moral de la presentación de la demanda de nulidad La presentación de la demanda de nulidad no es un acto indiferente en sí mismo desde el punto de vista moral. El derecho canónico ofrece la posibilidad de presentar una demanda de nulidad, y quienes deseen presentar una demanda de nulidad han de considerar las consecuencias de su acto también desde el punto de vista moral: es una auténtica cuestión de conciencia. La función del tribunal eclesiástico precisamente es resolver una cuestión de hecho (la nulidad o no de un matrimonio) con directas repercusiones de conciencia para las partes. Puede parecer que la demanda de nulidad es indiferente desde el punto de vista moral, puesto que será el tribunal eclesiástico quien resolverá la cuestión de conciencia que se plantean las partes. Sin embargo, el hecho de poner en marcha la mecánica procesal que puede llevar a la declaración de nulidad ha de ser meditado también desde el punto de vista de la conciencia por parte del demandante. En un proceso de nulidad matrimonial se deben resolver cuestiones muy técnicas que no es posible examinar profundamente antes del juicio. El cónyuge que pretende declarar nulo el matrimonio, además, no podrá examinar su propia causa con objetividad y rigor y sin dejarse llevar por la pasión. Difícilmente emitirá un juicio objetivo. Para ello se han constituido los tribunales eclesiásticos 1 . Pero se debe recordar que el mismo acto de presentar la demanda de nulidad es voluntario, puesto que si se sospecha que un matrimonio es nulo no es obligatorio pedir la 1

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Cuestiones morales en torno a la demanda de nulidad matrimonial

Detalles

Categoría de nivel principal o raíz: Derecho procesal

Categoría: El proceso matrimonial canónico

Escrito por Pedro María Reyes Vizcaíno

Artículo publicado en la revista Unum Sint, edición española de la Federación Católica Internacional de Revistas Communio, Nueva Época, número 10, otoño 2008, pp. 117-138.

Licitud moral de la presentación de la demanda de nulidad

La presentación de la demanda de nulidad no es un acto indiferente en sí mismo desde el punto de vista moral. El derecho canónico ofrece la posibilidad de presentar una demanda de nulidad, y quienes deseen presentar una demanda de nulidad han de considerar las consecuencias de su acto también desde el punto de vista moral: es una auténtica cuestión de conciencia.

La función del tribunal eclesiástico precisamente es resolver una cuestión de hecho (la nulidad o no de un matrimonio) con directas repercusiones de conciencia para las partes. Puede parecer que la demanda de nulidad es indiferente desde el punto de vista moral, puesto que será el tribunal eclesiástico quien resolverá la cuestión de conciencia que se plantean las partes. Sin embargo, el hecho de poner en marcha la mecánica procesal que puede llevar a la declaración de nulidad ha de ser meditado también desde el punto de vista de la conciencia por parte del demandante.

En un proceso de nulidad matrimonial se deben resolver cuestiones muy técnicas que no es posible examinar profundamente antes del juicio. El cónyuge que pretende declarar nulo el matrimonio, además, no podrá examinar su propia causa con objetividad y rigor y sin dejarse llevar por la pasión. Difícilmente emitirá un juicio objetivo. Para ello se han constituido los tribunales eclesiásticos1. Pero se debe recordar que el mismo acto de presentar la demanda de nulidad es voluntario, puesto que si se sospecha que un matrimonio es nulo no es obligatorio pedir la nulidad. Existen otras opciones, como es pedir la convalidación del matrimonio. Por lo tanto, optar por una opción u otra presupone una cuestión de conciencia. La presentación de la demanda de nulidad no descarga la conciencia de la parte actora en el juez.

Sobre la convalidación del matrimonio, aunque se hablará de ella más adelante, se debe señalar que el proceso canónico favorece la convalidación a través de diversos modos. Es una opción que los operadores del derecho no deben desdeñar a priori. Igualmente, se debe recordar a quien pretenda introducir una demanda de nulidad matrimonial sin demasiadas probabilidades, la posibilidad de acudir a la separación permaneciendo el vínculo2.

A la vez, no se debe olvidar que la sentencia de nulidad no es constitutiva de la nulidad sino declarativa; esto es, la sentencia de nulidad no anula el matrimonio, sino que reconoce una nulidad preexistente. Aunque doctrinalmente este punto no presenta ningún obstáculo, en la

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práctica pastoral es oportuno recordarlo porque muchas partes procesales no distinguen correctamente y ven el proceso de nulidad como un medio de que la Iglesia sancione la ruptura del vínculo. Más bien, será oportuno recordar a las partes que el proceso canónico es un instrumento de paz no por el deseado resultado de nulidad, sino por la verdad que queda esclarecida3

También se debe tener en cuenta el impulso procesal: el proceso judicial, una vez puesto en marcha, necesita ser impulsado oportunamente. Las partes han de realizar los actos procesales que les corresponde. Si el actor no los realiza, el proceso caduca. También es posible renunciar a la instancia. Por lo tanto, el actor tiene una responsabilidad puesto que si se llega a la sentencia de nulidad, ha sido gracias al impulso procesal que ha dado al proceso.

Presupuestos morales de la presentación de la demanda de nulidad

Para que sea moralmente lícito presentar una demanda de nulidad matrimonial, deben darse dos condiciones: a) Que la nulidad sea verosímil b) Que sea imposible o desaconsejable la convalidación.

Verosimilitud de la nulidad matrimonial

Para que un tribunal admita una demanda, ésta ha de presentar el fumus boni iuris o apariencia de buen derecho. Si ésta no existe, el tribunal debe desestimar el escrito de demanda: se debe rechazar el escrito de demanda “si del mismo escrito de demanda se deduce con certeza que la petición carece de todo fundamento y que no cabe esperar que del proceso aparezca fundamento alguno”4. La apariencia de buen derecho constituye una exigencia jurídica de la demanda que se ha presentado. También, bajo ciertos aspectos, constituye una exigencia moral: la parte demandante ha de considerar la verosimilitud de la demanda que pretende introducir. Ello es independiente de la facilidad o no de obtener la nulidad matrimonial. Si se plantea el proceso matrimonial como un medio necesario para “eliminar” la dificultad de un vínculo matrimonial, se distorsiona la misma naturaleza del proceso matrimonial.

Universidad de Coimbra. Portugal

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Que la demanda sea verosímil significa que ha de tener fundamento real, o dicho de otro modo, que las razones que se aducen se han de basar en hechos reales. De ello se derivan varias consecuencias:

a) El demandante ha de estar convencido en conciencia de la existencia de los hechos en que se fundamenta su pretensión. No se le puede exigir certeza moral de la nulidad esa es la función de los tribunales, no de las partes pero sí la persuasión íntima de la realidad de los hechos que alega5. Aunque los hechos en que se base han de ser reales, no se le puede exigir que sea capaz de valorar con profundidad canónica los hechos que alega; para ello hacen falta unos conocimientos técnicos que pocos poseen. Pero sí que debe estar persuadido de su existencia. Esto se debe tener en cuenta sobre todo en los motivos que no se pueden medir externamente, como el temor reverencial o la incapacidad de asumir las obligaciones matrimoniales, o que no van acompañados de suficientes pruebas documentales. También en aquellos casos en que la memoria de un hecho lejano puede quedar distorsionada por acontecimientos dolorosos recientes.

Caben intentos de manipulación fraudulenta de la verdad. “Esta actitud entraña siempre una gravedad particular, tanto jurídica como moral, porque supone ceder a una instrumentalización del proceso en aras de un interés propio”6. Tampoco es legítimo presentar pruebas falsas para apoyar una nulidad basada en hechos indemostrables.

b) No se debe manipular la realidad. Existe una mentalidad extendida, según la cual el derecho se debe poner al servicio de las necesidades de los hombres. A este respecto se deben recordar que la caridad pastoral no puede llevar a buscar la nulidad matrimonial a cualquier costa. “La caridad y la misericordia no pueden prescindir de las exigencias de la verdad. Un matrimonio válido, incluso si está marcado por graves dificultades, no podría ser considerado inválido sin hacer violencia a la verdad y minando de tal modo el único fundamento sólido sobre el que se puede regir la vida personal, conyugal y social. El juez, por lo tanto, debe siempre guardarse del riesgo de la falsa compasión que degeneraría en sentimentalismo, y sería solo aparentemente pastoral”7.

Es legítimo que las partes manifiesten interés en la sentencia de nulidad; incluso es el fundamento del proceso canónico como está constituido actualmente8. Pero eso no altera la finalidad del proceso canónico, que es la búsqueda de la verdad. Las partes procesales, al solicitar a la Iglesia su intervención, no solo intentan defender su legítimo interés, sino que a través de los mecanismos procesales intentan averiguar la verdad de su matrimonio. “El proceso canónico de nulidad del matrimonio constituye esencialmente un instrumento para certificar la verdad sobre el vínculo conyugal. Por consiguiente, su finalidad constitutiva no es complicar inútilmente la vida a los fieles, ni mucho menos fomentar su espíritu contencioso, sino sólo prestar un servicio a la verdad. Por lo demás, la institución del proceso en general no es, de por sí, un medio para satisfacer un interés cualquiera, sino un instrumento cualificado para cumplir el deber de justicia de dar a cada uno lo suyo9. Naturalmente esta finalidad quedaría empañada si las partes alteraran la verdad, presentando a sabiendas pruebas falsas o alterando con maquinaciones la recta administración de justicia10.

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Como consejo práctico para las partes, es prudente dejarse asesorar antes de iniciar un proceso matrimonial, no solo por un abogado experto en derecho matrimonial canónico, sino también por otras personas rectas.

La imposibilidad o no conveniencia de la convalidación

Que parezca probable o verosímil la nulidad del matrimonio no hace legítima moralmente la pretensión de nulidad. La caridad puede hacer que se renuncie a ejercer un derecho legítimo. En el caso del matrimonio presuntamente nulo, los cónyuges tienen derecho a impugnarlo. Pero para que el ejercicio de este derecho sea legítimo, debe ser imposible o no conveniente la convalidación. Las exigencias morales van más allá de la sola justicia: también de la caridad nacen deberes morales, como pueden ser en este supuesto la convalidación del matrimonio.

El derecho canónico prevé amplias posibilidades de convalidar el matrimonio que se sabe nulo11. A efectos de la obligación moral es equiparable también la posibilidad de volver a celebrar el matrimonio si no es posible la convalidación, y sí fuera posible la celebración.

Que un matrimonio resulte nulo es un mal para los cónyuges y para la Iglesia. Que dos personas vivan more uxorio sin haber formado un auténtico matrimonio es un mal objetivo, aunque las partes lo hayan hecho con plena rectitud de intención12. También se ha de recordar que los contrayentes se prometieron fidelidad de por vida, y aunque esa promesa no fue válida por diversos motivos y no despliega sus efectos ni obliga a los contrayentes la petición de nulidad supone en cierto modo un fracaso de la promesa que efectivamente se dieron.

Pero frente a estos males se presentan diversas soluciones, no solo la declaración de la situación real de nulidad con la consecuente ruptura de la convivencia. La convalidación es una solución que evita daños en los hijos; y no se debe olvidar el efecto ejemplar que supone un matrimonio que no se rompe. Pero el efecto positivo principal se produce en el orden sobrenatural, al reparar un sacramento mal recibido.

De hecho la ley canónica establece que los jueces deben intentar que las partes convaliden el matrimonio antes de aceptar una causa13. Juan Pablo II alentó a los jueces a tomar esta indicación “muy en serio” y a iluminar pacientemente las conciencias con la verdad sobre el deber trascendente de la fidelidad14.

En la práctica, la nulidad de un matrimonio se suele plantear porque la situación de las partes ya ha llegado a tal grado de desacuerdo que es verdaderamente difícil reanudar la convivencia y es de temer que surgirían los mismos motivos de desavenencia entre ambos. Y lo que es más grave, los problemas surgirían cuando ya se ha establecido verdadero vínculo matrimonial indisoluble, por lo que este requisito se debe valorar con suma prudencia15.

La convalidación es, por lo tanto, un bien moral en sí mismo al que debe tender todo el sistema judicial de la Iglesia. Sin embargo, no es fácil precisar la obligación moral que puede surgir de ello. Quienes aconsejen a los cónyuges desde una perspectiva moral (confesores, directores espirituales) han de tener en cuenta que el consentimiento matrimonial no lo puede suplir

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ninguna potestad16, y que el consentimiento matrimonial se debe prestar con entera libertad para que sea válido. No se puede coaccionar a las partes para que convaliden el matrimonio, aunque si es el caso el pastor de almas que quiera ayudar espiritualmente a una persona debe exponer con claridad las obligaciones morales que ha adquirido. El buen hacer de los confesores o directores espirituales hará que sepan aconsejar sin que haya ningún asomo de coacción. No sería solución que el consentimiento prestado en una convalidación fuera nulo porque el sujeto sufrió de algún modo una coacción.

Aunque del bien de la otra parte y de los hijos no pueda nacer en sentido propio un derecho al matrimonio, ya que éste supone la decisión libre de ambas partes, se trata de un bien que debe ser objeto de cuidadosa ponderación, y que ha de motivar eventualmente la generosidad, con la ayuda de la gracia, para instaurar libre y responsablemente un verdadero matrimonio17.

Tampoco se debe olvidar que será la conciencia del sujeto la que debe determinar el alcance de las obligaciones morales que ha adquirido. En este sentido, como se sabe, la conciencia individual es insustituible. Será el sujeto el único que, después de considerar y sopesar todos los pormenores, pueda valorar si conviene restablecer la convivencia y convalidar el matrimonio. Entre los elementos de juicio que se deben tomar entrarán no solo las circunstancias concretas (los hijos, la facilidad de convivir con la otra parte) sino también el bien moral, para la persona misma y para la sociedad.

Por último, se debe hacer una precisión. La principal causa que inclina a la convalidación es el bien de los hijos, no solo el bien para los contrayentes y para la sociedad. Ello se deriva de la doctrina sobre los fines del matrimonio. No es posible extenderse en este punto porque nuestro objeto no es la convalidación del matrimonio sino las obligaciones morales de quienes pretenden impugnar un matrimonio. Sin embargo, esta finalidad del matrimonio y de la convalidación matrimonial opera un papel importante en cuanto que el cónyuge que pretenda impugnar el matrimonio, al examinar las repercusiones morales de esta decisión, debe tener en cuenta el bien de sus hijos ante todo. También quienes aconsejen al cónyuge desde una perspectiva profesional (el abogado) o espiritual podrán hacerle ver, si es el caso, la conveniencia para sus hijos de la convalidación del matrimonio que pretende impugnar.

Actuación en los procesos matrimoniales y caridad pastoral

En este apartado intentaremos examinar la responsabilidad moral de los diversos sujetos que intervienen en el proceso de nulidad matrimonial.

Responsabilidad de los Obispos

El Obispo tiene potestad ordinaria propia de juzgar y forma, junto con el Vicario judicial y los jueces, un único tribunal18. El Obispo diocesano de ordinario no ejerce personalmente su potestad de juzgar19, pero aun así, mantiene responsabilidad moral en cuanto que por derecho divino son ellos los jueces de su comunidad. Los jueces administran justicia en nombre del Obispo, por lo que

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es a estos se les debe atribuir la responsabilidad de la actividad judicial en su diócesis. Así lo dice Juan Pablo II:

En los discursos anuales a la Rota romana, he recordado muchas veces la relación esencial que el proceso guarda con la búsqueda de la verdad objetiva. Eso deben tenerlo presente ante todo los obispos, que por derecho divino son los jueces de sus comunidades. En su nombre administran la justicia los tribunales. Por tanto, los obispos están llamados a comprometerse personalmente para garantizar la idoneidad de los miembros de los tribunales, tanto diocesanos como interdiocesanos, de los cuales son moderadores, y para verificar la conformidad de las sentencias con la doctrina recta20.

Su responsabilidad, por lo tanto, abarca dos ámbitos:

Por un lado, es misión del Obispo elegir personas que sean verdaderamente capaces de formar parte de los tribunales. Esto se refiere, en primer lugar, al nombramiento de los jueces y demás personal de su tribunal. Para ello deberá realizar una adecuada planificación de la composición de los tribunales. Así, deberá procurar que en su diócesis haya un suficiente número de licenciados en derecho canónico entre los que pueda escoger a los jueces y a los demás miembros del tribunal, podrá sugerir a alguno de sus sacerdotes que comience estudios de derecho canónico, etc21. En una pastoral orgánica de la diócesis deben entrar las cuestiones que se refieren a la función judicial y sus necesidades de personal. Particularmente deberá procurar la permanente actualización de los jueces y demás miembros del tribunal, y que estos tengan tiempo suficiente para el desempeño de su misión.

Y por otro lado, a los Obispos corresponde comprobar que la actuación de los jueces está siendo acertada. Esto incluye verificar la adecuación de las sentencias con la recta doctrina, como pide Juan Pablo II. Naturalmente el papel del Obispo no debe ser el de revisar cada sentencia. Pero sí es exigible un conocimiento del número de sentencias que se emiten, de los capítulos de nulidad que se alegan y cuántas se fallan pro nullitate, etc. También debería conocer el número de sentencias que son impugnadas o apeladas y cuántas se anulan. Si un tribunal emite demasiadas sentencias nulas, el Obispo quizá debe tomar decisiones. Función particular del Obispo es comprobar la diligencia en los procesos y la adecuación a la ley procesal22. Los Obispos deberán procurar, por lo tanto, que se cumplan los plazos establecidos para que no se produzcan retrasos indebidos.

La responsabilidad del Obispo también abarca a los Obispos que no tienen tribunal propio porque han constituido tribunal interdiocesano. Aunque no sea el Obispo moderador, debe estar al tanto de la actividad del tribunal interdiocesano, pues en última instancia los fieles diocesanos le han sido confiados a él y le debe interesar que se administre correctamente la justicia con sus fieles.

Responsabilidad de los cónyuges y sus abogados

Es función de los cónyuges colaborar con la finalidad principal de proceso, que es la búsqueda de la verdad. No se debe olvidar que el proceso matrimonial trata de una materia que no es disponible para las partes. Por ello, en tantas ocasiones las partes no están enfrentadas entre sí, ni

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tampoco es necesario que discrepen sobre la validez o nulidad del matrimonio23. Es legítimo que defiendan su propio interés, y la defensa del interés de las partes forma el contradictorio, el cual es esencial para que se dé un verdadero proceso24. Por ello, sensu contrario se deben considerar moralmente reprobables las actitudes que pongan en peligro la búsqueda de la verdad. La defensa del legítimo interés en su caso, la búsqueda de la nulidad matrimonial no conlleva usar cualquier medio.

En la práctica se debe tener en cuenta que las partes no siempre tienen la conciencia suficien-temente formada; y también puede ocurrir que el legítimo interés por obtener la nulidad puede obcecar a alguna persona y engañarse a sí misma sobre los hechos ocurridos. El juez debe amonestar debidamente a las partes sobre la necesidad de ajustarse a la verdad.

De este peligro no están inmunes ni siquiera los procesos canónicos, en los que se busca conocer la verdad sobre la existencia o inexistencia de un matrimonio. La indudable importancia que esto tiene para la conciencia moral de las partes hace menos probable la aquiescencia a intereses ajenos a la búsqueda de la verdad. A pesar de ello, pueden darse casos en los que se manifieste esa aquiescencia, que pone en peligro la regularidad del proceso. Es conocida la firme reacción de la norma canónica ante esos comportamientos (cf. Código de derecho canónico, cánones 1389, 1391, 1457, 1488 y 1489)25.

Existe el riesgo de las partes de “forzar” los hechos para presentarlos de modo más favorable a su pretensión. Han de ser los jueces los que, con su experiencia, valoren adecuadamente su testimonio y las pruebas que aporten para buscar la verdad. En cualquier caso, es obligación de las partes no omitir nada relevante, ni siquiera lo que pueda perjudicar sus intereses. Que las partes puedan mostrar legítimamente un interés particular en la sentencia no les autoriza a mentir ni a omitir hechos relevantes.

Una obligación de la parte demandada es la de responder a la demanda. Si es legítimamente citada, adquiere la obligación jurídica y moral de responder26. Su presencia en el juicio es importante para llegar la verdad en el caso27. Aunque esté conforme con la petición de nulidad y le parezca que no merece la pena responder porque va a defender la misma postura que la parte actora, es interesante porque puede aportar documentos u otras pruebas que contribuyan a esclarecer la verdad28. Y si no está conforme, no puede contentarse con la presencia del defensor del vínculo. En cualquier caso el derecho procesal de la Iglesia garantiza la justicia gratuita para las partes que lo necesiten29.

Aun cuando una de las partes hubiera renunciado al ejercicio de la defensa, permanece para el juez en estas causas el grave deber de obtener la declaración judicial de dicha parte y también de los testigos que ésta podría aducir. El juez debe valorar bien cada caso. A veces la parte demandada no quiere presentarse a juicio, no aduciendo motivo idóneo alguno, justamente porque no comprende cómo la Iglesia podría declarar la nulidad del sagrado vínculo de su matrimonio después de tantos años de convivencia. La verdadera sensibilidad pastoral y el respeto por la conciencia de la parte imponen en tal caso al juez el deber de ofrecerle todas las

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informaciones oportunas relativas a las causas de nulidad matrimonial y buscar con paciencia su plena cooperación en el proceso, incluso para evitar un juicio parcial en una materia tan grave30.

En cuanto a los patronos estables de las partes (abogados y procuradores), adquieren la obligación moral de tener suficientes conocimientos canónicos y procesales para defender correctamente los intereses de las partes que les contraten. Deben procurar, por lo tanto, buscar la conveniente actualización periódica de sus conocimientos, el conocimiento de la jurisprudencia rotal más reciente, etc31.

También adquieren la obligación de ayudar con su conocimiento técnico a la búsqueda de la verdad, que es la finalidad del proceso. Sería moralmente reprobable el uso de subterfugios legales que ayuden a la pretensión de las partes, aunque no correspondan con la verdad32.

Pero a los abogados y procuradores, al ser profesionales que actúan en los tribunales de la Iglesia, en los que la salus animarum es la ley suprema, se les debe exigir no solo capacidad técnica, sino que sean católicos coherentes con la fe que profesan. Para las causas de nulidad matrimonial, el Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica sancionó, en su respuesta de 17 de julio de 1993, la incompatibilidad para ejercer la abogacía en causas matrimoniales a los abogados que vivan en una unión irregular o que hayan intentado el matrimonio civil33. “El abogado, pues, en las causas de nulidad de matrimonio, ha de mostrar una conducta formalmente coherente, al menos, y no en contradicción, con el bien específico del matrimonio indisoluble”34.

El abogado y el procurador ha de defender el legítimo interés de la parte que le contrata; ha de apoyar su pretensión, ha de ser leal a la parte. Pero no puede sustraerse al fin único del proceso, que es la búsqueda de la verdad35. No puede emplear cualquier medio que ayude a la pretensión de la parte, sino aquellos moralmente lícitos y que correspondan con la realidad de las cosas, en definitiva, que sean verdaderos.

Formará parte del deber de lealtad con las partes, y de la coherencia con la finalidad del proceso, que intente la reconciliación de los cónyuges y la convalidación del matrimonio siempre que vea posibilidades de éxito. Por la confianza que las partes suelen tener en los abogados, su papel en este sentido puede ser más efectivo que el de los jueces. En ocasiones, por lealtad con su cliente, el abogado deberá aconsejar no presentar la demanda de nulidad o desistir de ella36.

Responsabilidad de los jueces

Si la verdad es siempre rectora de toda la actividad judicial, de modo más excelso lo es de la de los jueces.

El derecho impone a los jueces la obligación de adquirir certeza moral de lo que debe dirimir en el momento de dictar sentencia37. En las causas matrimoniales, teniendo en cuenta el favor matrimonii, se le exige certeza moral para declarar la nulidad. “Para alcanzar la certeza moral necesaria según derecho, no es suficiente una importancia predominante de las pruebas y de los indicios, sino que se requiere la exclusión de toda duda prudente positiva de error, tanto de derecho como de hecho, si bien no se excluye la mera posibilidad de lo contrario”38.

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El juez debe mantenerse objetivamente alejado de las pretensiones de las partes, aun teniendo en cuenta que el matrimonio goza del favor del derecho. No puede instrumentalizar el proceso hacia la consecución de una cierta sentencia, usando de prejuicios. “Dado que en lugar de la capacidad de investigación y de crítica prevalecería la construcción de respuestas predeterminadas, la sentencia perdería o atenuaría gravemente su tensión constitutiva hacia la verdad. Conceptos clave como los de certeza moral y libre valoración de las pruebas perderían su necesario punto de referencia en la verdad objetiva (cf. Código de derecho canónico, canon 1608; Código de cánones de las Iglesias orientales, canon 1291), que se renuncia a buscar o se considera inalcanzable”39.

El juez ha de tener siempre presente que debe buscar la verdad, pero siempre corre el riesgo de dejarse influir no solo por las partes, sino de un modo sutil e inadvertido por la mentalidad de la sociedad en que vive. Así, “se ha generalizado la convicción según la cual el bien pastoral de las personas en situación matrimonial irregular exigiría una especie de regularización canónica, independientemente de la validez o nulidad de su matrimonio, es decir, independientemente de la ‘verdad’ sobre su condición personal. El camino de la declaración de nulidad matrimonial se considera, de hecho, como un instrumento jurídico para alcanzar ese objetivo, según una lógica en la que el derecho se convierte en la formalización de las pretensiones subjetivas”40. Incluso “en nombre de supuestas exigencias pastorales, hay quien ha propuesto que se declaren nulas las uniones que han fracasado completamente. Para lograr ese resultado se sugiere que se recurra al expediente de mantener las apariencias de procedimiento y sustanciales, disimulando la inexistencia de un verdadero juicio procesal. Así se tiene la tentación de proveer a un planteamiento de los motivos de nulidad, y a su prueba, en contraposición con los principios elementales de las normas y del magisterio de la Iglesia”41.

Ha de tener en cuenta que “la deontología del juez tiene su criterio inspirador en el amor a la verdad”42. Ha de afrontar el juicio con la disposición interior de buscar la verdad, sabiendo además que el mayor servicio pastoral que puede aportar a la sociedad y a los cónyuges es precisamente esta búsqueda de la verdad. De otro modo, se puede difuminar e incluso olvidar la indisolublidad de la institución matrimonial43.

Será obligación moral del juez, por lo tanto, buscar la verdad en la causa en que interviene. Esta obligación se refiere principalmente al juez auditor, que al instruir la causa debe solicitar las pruebas que estime pertinente para llegar a la verdad44. El relator o ponente ha de redactar la sentencia valorando las pruebas según su conciencia, respetando las normas sobre la eficacia de ciertas pruebas45. Y los jueces miembros del tribunal colegiado han de sentirse libres para formular su conclusión aunque sea distinta de las otras. En este caso, el juez del tribunal colegial debe tomar el tiempo necesario para analizar convenientemente la causa, de modo que pueda votar después de haber formado en conciencia su opinión.

Responsabilidad del promotor de justicia y del defensor del vínculo

El derecho canónico prescribe la intervención del defensor del vínculo en los procesos matrimonia-les46. El promotor de justicia, por su parte, solo interviene si se considera que está en juego el

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interés público. Tiene derecho a impugnar el matrimonio “cuando la nulidad ya se ha divulgado si no es posible o conveniente convalidar el matrimonio”47.

Por derecho el defensor debe aportar argumentos que defiendan la validez del matrimonio. Su presencia se constituye fundamental para garantizar que se establece el contradictorio en todo proceso matrimonial. Su papel procesal se debe entender como una búsqueda de la verdad objetiva a través de la búsqueda de pruebas y argumentos que trabajen por la validez del vínculo. Como dijo Juan Pablo II: “El defensor del vínculo, como decía magistralmente Pío XII (ARR 2.10.44), está llamado a colaborar en la búsqueda de la verdad objetiva respecto a la nulidad o no de los matrimonios en los casos concretos. Esto no significa que le corresponda a él valorar los argumentos en pro o en contra y pronunciarse sobre el fondo de la causa; él no debe construir «una defensa artificiosa, sin preocuparse si sus afirmaciones tienen un serio fundamento o no»”48.

El defensor del vínculo tiene la obligación moral, por lo tanto, de alegar todo lo que considere necesario para defender la validez del matrimonio.

Si su participación en el proceso se agotase en la presentación de observaciones meramente rituales, habría fundado motivo para deducir de ello una inadmisible ignorancia y/o una grave negligencia que pesaría sobre su conciencia, haciéndolo responsable en relación con la justicia administrada por los tribunales, puesto que su actitud debilitaría la búsqueda efectiva de la verdad, la cual debe ser siempre «fundamento, madre y ley de la justicia»49.

Por su parte, el promotor de justicia puede informar pro validitate o pro nullitate de acuerdo con lo que le dicte su conciencia. Esto incluye las causas que él mismo haya incoado: a lo largo del proceso puede llegar a la convicción de la validez del matrimonio, en cuyo caso, el promotor de justicia debería pedir la validez del matrimonio siguiendo el dictado de su razón después de haber examinado las pruebas que ha aportado la parte demandada o el defensor del vínculo.

Como ya ha quedado apuntado, el promotor de justicia puede impugnar un matrimonio de acuerdo con el canon 1674, 2. Por lo tanto, es obligación grave del promotor de justicia impugnar un matrimonio si la nulidad ya se ha divulgado y no es posible o conveniente convalidar el matrimonio. En estos casos puede haber escándalo del pueblo cristiano si el promotor de justicia no impugna el matrimonio en estas circunstancias.

Responsabilidad de los testigos y peritos

Los testigos y peritos, con su testimonio o con su peritaje, aportan pruebas a veces decisivas en las causas matrimoniales50.

Los testigos y los peritos pueden ser propuestos por una parte, pero también en este caso no deben olvidar que su función es la de declarar la verdad: su función no es defender los intereses legítimos de aquella parte que les propuso, sino ayudar con su deposición a encontrar la verdad. Su característica en el proceso por lo tanto es la imparcialidad; en esto difieren de la función de los patronos, los cuales son parciales. En el proceso tienen el papel de ayudar al juez, y por tanto deben gozar de la imparcialidad del juez y de independencia de criterio. Tienen obligación de

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declarar la verdad ante el juez que les interroga o pide su peritaje51. No deben omitir, por lo tanto, declarar todo lo que sea relevante en la causa, aunque perjudique a la parte que les propuso.

Especial interés reviste la declaración de los peritos en los capítulos de nulidad del canon 1095. La Instrucción Dignitas connubii establece que “para que la labor del perito, en las causas sobre incapacidad indicadas en el can. 1095, resulte realmente útil, deberá ponerse la máxima atención en escoger a peritos que se adhieran a los principios de la antropología cristiana”52.

Si en cambio el horizonte en el que se mueve el perito, psiquiatra o psicólogo, está opuesto o cerrado a aquel en el que se mueve el canonista, el diálogo y la comunicación pueden convertirse en fuente de confusión y de malentendidos. A nadie se le escapa el peligro gravísimo que deriva de esta segunda hipótesis por lo que se refiere a las decisiones sobre la nulidad del matrimonio: el diálogo entre el juez y el perito, construido sobre un equívoco inicial, puede de hecho fácilmente llevar a conclusiones falsas y dañosas para el verdadero bien de las personas y de la Iglesia53.

El perito o por analogía el testigo en una causa del canon 1095 que no se adhiera a los principios antropológicos del cristianismo, debería advertirlo con honradez. En la práctica no es fácil que un perito o un testigo haga esta advertencia cuando ya ha sido llamado a declarar o emitir su dictamen especialmente si el perito o el testigo ha sido propuesto por una parte pero la obligación moral subsiste. El juez deberá valorar adecuadamente la declaración de un testigo o un perito que no comparta estos principios antropológicos. En su caso, podrá recusar a un perito de acuerdo con el canon 1576.

Conclusión

El derecho procesal sirve a la verdad, la cual es pastoral. “El criterio de la búsqueda de la verdad, del mismo modo que nos guía a comprender la dialéctica del proceso, puede servirnos también para captar el otro aspecto de la cuestión: su valor pastoral, que no puede separarse del amor a la verdad”54. El servicio a los fieles y a los cónyuges no puede separarse de la consideración de estas realidades. A la vez, “la posible intervención de la institución eclesiástica en las causas de nulidad corre el peligro de presentarse como mera constatación de un fracaso”55. Muchas veces se hace necesaria una profunda catequesis en el pueblo cristiano especialmente en los cónyuges que pretenden impugnar su matrimonio para hacerles comprender la naturaleza pastoral del proceso matrimonial y de su naturaleza como búsqueda de la verdad, siendo esta la auténtica solución a las dificultades matrimoniales, aunque la sentencia no corresponda con la pretensión de la parte cuando impugnó el matrimonio.

El proceso canónico, por su parte, no es un medio para satisfacer un interés cualquiera ni siquiera cuando las partes concuerdan en su pretensión sino para dar a cada uno lo suyo. Por ello los jueces y los demás ministros del tribunal cumplen con su función cuando llevan el proceso con escrupulosa atención a las normas procesales.

A la vez, los operadores jurídicos asumen graves compromisos morales, derivados de su función de servidores de la verdad. No se deben olvidar que la sentencia que dictarán no es constitutiva sino

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declarativa; por ello, el bien de que tratan, la existencia o no del matrimonio, excede de la capacidad dispositiva de las partes. Se puede afirmar que el destinatario de la sentencia es la Iglesia misma. De ello se derivan graves consecuencias morales para los jueces.

Pedro María Reyes Vizcaíno

Notas

1Como recuerda Errázuriz, actualmente este planteamiento es el dominante en la práctica. “Problematizar la solución a la que se llegue, una vez agotadas las posibilidades que la normativa procesal canónica contempla, implicaría alentar una cierta desconfianza ante el obrar de los órganos judiciales de la Iglesia”: C. J. Errázuriz, Licitud moral de la presentación de la demanda de nulidad, en Ius Canonicum 81, 2001, p. 171.

2Sobre este particular, J. Escrivá Ivars, Separación conyugal y mediación, en Ius Canonicum 81, 2001, pp. 247-292.

3Como dice Bañares, “sólo desde la verdad acerca de la justicia (en este caso, de la relación de justicia que constituye el matrimonio in facto esse) puede hablarse de una verdadera paz: opus iustitiae pax: J. I. Bañares, ¿Normas vs. charitas pastoralis en la nulidad matrimonial? en Ius Canonicum 91, 2006, p. 302.

4 Canon 1505 § 2, 4.Se debe tener en cuenta también el art. 120 § 2 de la Instrucción Dignitas Connubii.

5Errázuriz observa que la certeza moral de la nulidad, si se diera, y aunque fuera compartida por las dos partes, no autorizaría un nuevo matrimonio, sino que sería igualmente necesario el proceso de nulidad. Cfr. C. J. Errázuriz, Licitud moral de la presentación... p. 176.

6Ibidem, p. 176.

7Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 18 de enero de 1990 .

8El proceso canónico lo comienza el interesado: por ejemplo, cf. canon 1501. Además, se debe guardar en todo momento el contradictorio: “No se puede concebir un juicio equitativo sin el contradictorio, es decir, sin la concreta posibilidad concedida a cada parte de ser escuchada y de poder conocer y contradecir las peticiones, las pruebas y las deducciones aducidas por la parte contraria o «ex officio» (Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 26 de enero de 1989 ). Naturalmente, la existencia de contradictorio presupone la existencia de intereses legítimos y contrapuestos entre las partes procesales.

9Benedicto XVI, Discurso a la Rota Romana , 28 de enero de 2006 .

10Sería del todo contrario al espíritu del derecho procesal canónico acudir a un fuero que se supone más favorable, alterando el cuasidomicilio o presentando en él la mayor parte de las

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pruebas. El artículo 11 de la Instrucción Dignitas connubii exige mayores requisitos para probar el cuasidomicilio de las partes.

11Cfr. cánones 1156-1165.

12Da idea de la gravedad material de un matrimonio nulo la disposición del canon 1681: “Cuando en la instrucción de la causa surge una duda muy probable de que no se ha producido la consumación del matrimonio, puede el tribunal, suspendiendo la causa de nulidad con el consentimiento de las partes, realizar la instrucción del proceso para la dispensa del matrimonio rato”. El derecho considera que es preferible la disolución del vínculo que la declaración de nulidad del matrimonio.

13Canon 1676: “Antes de aceptar una causa y siempre que vea alguna esperanza de éxito, el juez empleará medios pastorales, para inducir a los cónyuges, si es posible, a convalidar su matrimonio y a restablecer la convivencia conyugal”. La Instrucción Dignitas Connubii añade que si esto no es posible, el juez ha de exhortar a las partes a que pospuesto todo deseo personal colaboren sinceramente en el descubrimiento de la verdad objetiva: cf. Instrucción Dignitas Connubii , art. 65 § 2.

14“Desde esta perspectiva es preciso, por ejemplo, tomar muy en serio la obligación que el canon 1676 impone formalmente al juez de favorecer o buscar activamente la posible convalidación del matrimonio y la reconciliación. Como es natural, la misma actitud de apoyo al matrimonio y a la familia debe reinar antes del recurso a los tribunales: en la asistencia pastoral hay que iluminar pacientemente las conciencias con la verdad sobre el deber trascendente de la fidelidad, presentada de modo favorable y atractivo. En la obra que se realiza con vistas a una superación positiva de los conflictos matrimoniales, y en la ayuda a los fieles en situación matrimonial irregular, es preciso crear una sinergia que implique a todos en la Iglesia: a los pastores de almas, a los juristas, a los expertos en ciencias psicológicas y psiquiátricas, así como a los demás fieles, de modo particular a los casados y con experiencia de vida. Todos deben tener presente que se trata de una realidad sagrada y de una cuestión que atañe a la salvación de las almas” (Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana , 30 de enero de 2003 .

15La Instrucción Dignitas Connubii demuestra recoger experiencias vivas cuando en el artículo 65, después de dar indicaciones sobre el modo de exhortar a restablecer la convivencia, añade: “Si el juez notara que los cónyuges abrigan sentimientos hostiles recíprocos, los exhortará vivamente a que, durante el proceso, dejando de lado todo rencor, se inspiren recíprocamente en la afabilidad, la humanidad y la caridad” (Instrucción Dignitas Connubii , art. 65 § 3).

16Cf. canon 1057 § 1.

17C. J. Errázuriz, Licitud moral de la presentación... p. 184.

18Cf. cc. 1419 y 1420 § 2.

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19Actualmente la Instrucción Dignitas Connubii recomienda que el Obispo no ejerza personalmente su función de juzgar: “Resulta sin embargo oportuno, si no lo exigieran motivos especiales, que no la ejerza por sí mismo”: Instrucción Dignitas Connubii , art 22 § 2.

20Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana , 29 de enero de 2005 , 4.

21Cf. Instrucción Dignitas Connubii art 33, 1º, que indica que el Obispo velará para que en sus tribunales se preparen ministros de justicia aptos.

22Cf Ibidem art. 33, 2º, que pide que el Obispo vele para que los ministros de sus tribunales desempeñen su cometido con diligencia y conforme a la ley.

23Cfr. J. I. Bañares, ¿Normas vs. charitas pastoralis..., p. 304. Este autor recuerda que el contencioso propiamene se establece entre la parte demandante (o las dos partes) y el defensor del vínculo.

24Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 26 de enero de 1989 .

25Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana , 29 de enero de 2005 , 2.

26Cf. canon 1476. A pesar de que esté obligado a comparecer, puede que el demandado no cumpla su obligación. En este caso, el tribunal le declara ausente y manda que la causa prosiga hasta la sentencia: cf. canon 1592 § 1. De este modo se evita que por un método tan sencillo como no comparecer, el demandado paralice el proceso indefinidamente. En cualquier momento la parte declarada ausente puede presentarse, y también puede impugnar la sentencia: cf. canon 1593§ 2.

27Así lo indica el artículo 95 § 1 de la Instrucción Dignitas connubii: “con vistas a comprobar más fácilmente la verdad y a que el derecho de defensa goce de mayor tutela, resulta sumamente oportuno que ambos cónyuges participen en el proceso de nulidad de matrimonio”.

28Si ambos cónyuges solicitan que su matrimonio se declare nulo, podrán designar a un procurador o a un abogado común: cf. Instrucción Dignitas connubii art. 102.

29Cf. canon 1490.

30Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 26 de enero de 1989 , 5.

31Si se observara que un abogado o procurador omitiera este deber, desconociendo habitualmente quizás la jurisprudencia de la Rota Romana, el Obispo del tribunal podría retirarle la licencia de ejercer en su tribunal: cfr. art. 105 de la Instrucción Dignitas connubii. Este es un ejemplo concreto de la obligación del Obispo de velar por la correcta administración de la justicia en su diócesis.

32Así, sería reprobable la creación de un cuasidomicilio en una diócesis que se supone más favorable, sin atender a la realidad de la residencia en esa diócesis: cfr. C. J. Errázuriz, Licitud moral

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de la presentación de la demanda de nulidad, en Ius Canonicum 81, 2001, p. 179. Como ya se ha indicado, el artículo 11 de la Instrucción Dignitas connubii exige mayores requisitos para probar el cuasidomicilio de las partes

33Citado en C. de Diego-Lora, Criterios morales de la actuación de abogados y peritos en las causas matrimoniales, en Ius Canonicum 81, 2001, p. 236. Sobre la exigencia de la fe católica y la buena fama: “El procurador y el abogado han de ser mayores de edad y de buena fama; además, el abogado debe ser católico, a no ser que el Obispo diocesano permita otra cosa” (canon 1483).

34C. de Diego-Lora, Criterios morales de la actuación..., p. 236.

35Sobre el papel del abogado en los procesos matrimoniales, cf. Pío XII, Alocución a la Rota Romana, 2 de octubre de 1944, en AAS 1942, p. 28.

36Cf. C. de Diego-Lora, Criterios morales de la actuación..., p. 240. Continúa este autor: “Actitudes como las indicadas pueden a veces resultar heroicas para quien ejerce la profesión de abogado, pero, a nuestro juicio, en los procesos de nulidad de matrimonio, no deja de ser el primer deber que la lealtad con la parte requiere al abogado, que es también lealtad con el otro cónyuge y con la Iglesia misma”: Ibidem. Por otro lado, si algún abogado presentara con demasiada frecuencia demandas sin fumus boni iuris, pienso que sería obligación del Obispo retirarle la licencia de ejercer en los tribunales de su diócesis a tenor del canon 1483.

37Cf. canon 1608. Juan Pablo II recuerda que la búsqueda de la verdad obliga al juez gravemente: cf. Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 29 de enero de 2004, 6.

38Instrucción Dignitas connubii art. 247 § 2

39Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 29 de enero de 2004 , 6.

40Benedicto XVI, Discurso a la Rota Romana , 27 de enero de 2007 .

41Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 29 de enero de 2005 , 3.

42Ibidem, 5.

43“Es engañoso el servicio que se puede prestar a los fieles y a los cónyuges no cristianos en dificultad fortaleciendo en ellos, tal vez sólo implícitamente, la tendencia a olvidar la indisolubilidad de su unión”: Benedicto XVI, Discurso a la Rota Romana , 28 de enero de 2006 .

44Cf. canon 1428.

45Cf. canon 1608 § 3.

46Cf. canon 1432.

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47Cf. canon 1430 y 1674, 2. Según el canon 1431, compete al Obispo determinar si está en juego el bien público en una causa. En la práctica, el promotor de justicia interviene en muy pocas causas matrimoniales.

48Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 25 de enero de 1988, 2. Si en algún caso específico nada tuviera que proponer o exponer razonablemente contra la nulidad del mismo, puede remitirse a la justicia del tribunal (cf. Instrucción Dignitas connubii art. 56 § 1.

49Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 25 de enero de 1988 , 13.

50Sobre la responsabilidad moral de los peritos y los testigos, cf. C. de Diego-Lora, Criterios morales de la actuación..., p. 242=246.

51Cf. canon 1548 y 1680.

52 Instrucción Dignitas connubii , art. 205 § 2. Sobre la antropología cristiana del matrimonio, cf. Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 5 de febrero de 1987.

53Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 5 de febrero de 1987 , 3. Y añade: “Ese peligro no es solamente hipotético, si consideramos que la visión antropológica, a partir de la cual se mueven muchas corrientes en el campo de la ciencia psicológica en el mundo moderno, es decididamente, en su conjunto, irreconciliable con los elementos esenciales de la antropología cristiana, porque se cierra a los valores y significados que trascienden al dato inmanente y que permiten al hombre orientarse hacia el amor de Dios y del prójimo como a su última vocación” (n. 4).

54Benedicto XVI, Discurso a la Rota Romana , 28 de enero de 2006 .

55Ibidem.

Artículos relacionados: La conveniencia de interponer una demanda de nulidad matrimonial,y Condiciones para iniciar un proceso canónico de nulidad matrimonial.

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El defensor del vínculo

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Categoría de nivel principal o raíz: Derecho procesal

Categoría: El proceso matrimonial canónico

Escrito por Pedro María Reyes Vizcaíno

El derecho canónico, fruto de su secular experiencia, ha constituido una figura que, en el proceso matrimonial canónico adquiere una singular importancia: es el defensor del vínculo.

Según el canon 1435, el defensor del vínculo ha de reunir los siguientes requisitos:

a) Puede ser clérigo o laico; en cualquier caso debe ser de buena fama.

b) Debe ser doctor o licenciado en derecho canónico.

c) Debe tener probada prudencia y celo por la justicia.

El nombramiento como defensor de justicia lo hace el Obispo diocesano; puede haber varios defensores de justicia en cada tribunal, y la misma persona puede desempeñar el oficio de promotor de justicia y el de defensor del vínculo pero no en la misma causa (cfr. canon 1435). El defensor de justicia puede ser removido por el Obispo con justa causa. Si hay varios defensores del vínculo en un tribunal, la asignación a una causa la hace el Vicario judicial, el cual también puede designar un sustituto.

Funciones del defensor del vínculo

Las funciones del defensor del vínculo quedan descritas en el canon 1432:

Canon 1432: Para las causas en que se discute la nulidad de la sagrada ordenación o la nulidad o disolución de un matrimonio, ha de nombrarse en la diócesis un defensor del vínculo, el cual, por oficio, debe proponer y manifestar todo aquello que puede aducirse razonablemente contra la nulidad o disolución.

La función del defensor del vínculo es, por lo tanto, la de oponerse a la nulidad o disolución del matrimonio. Su papel procesal se debe entender como una búsqueda de la verdad objetiva. Como dijo Juan Pablo II: "El defensor del vínculo, como decía magistralmente Pío XII (ARR 2.10.44), está llamado a colaborar en la búsqueda de la verdad objetiva respecto a la nulidad o no de los matrimonios en los casos concretos. Esto no significa que le corresponda a él valorar los argumentos en pro o en contra y pronunciarse sobre el fondo de la causa; él no debe construir «una defensa artificiosa, sin preocuparse si sus afirmaciones tienen un serio fundamento o no»" (Discurso a la Rota Romana de 1988, n. 2).

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El canon 1434 manda oír al defensor del vínculo y otorga igual valor a la instancia del defensor que a la de una de las partes. Por ello, la doctrina canónica considera que el defensor del vínculo -igual que el promotor de justicia- en las causas en que interviene es parte procesal. De hecho, en el derecho procesal canónico se le puede ver actuando con funciones similares a las de las partes o a sus abogados: así, en el artículo 159 de la Instrucción Dignitas Connubii , sobre el examen de los testigos y de algunas pruebas, se dice que "el defensor del vínculo y los abogados de las partes tienen derecho..."; o el artículo 204 de la misma Instrucción: "el nombramiento del perito debe comunicarse a las partes y al defensor del vínculo".

Su papel es el de una parte procesal, pero con una función especialísima que hace que su presencia no se puede reducir "a un insignificante requisito formal haciendo que esté prácticamente ausente de la dialéctica procesal la intervención de esa persona cualificada que realmente indaga, propone y clarifica todo lo que razonablemente puede aducirse contra la nulidad" (Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana de 1988, n. 2)

Más detalladamente el artículo 56 de la Instrucción Dignitas Connubii indica sus funciones:

Art. 56 § 1: En las causas de nulidad de matrimonio siempre se requiere la presencia del defensor del vínculo.

§ 2: Este debe intervenir con arreglo a la ley desde el inicio del proceso y durante el desarrollo del mismo.

§ 3: Debe, en toda instancia, proponer toda clase de pruebas, oposiciones y excepciones que, sin perjuicio de la verdad de los hechos, contribuyan a la tutela del vínculo (cf. can. 1432).

§ 4: En las causas que tienen como objeto las incapacidades indicadas en el can. 1095, le incumbe la tarea de controlar que se sometan al perito cuestiones pertinentes al hecho juzgado y que no excedan de su competencia; velar por que las pericias se basen en los principios de la antropología cristiana y se realicen según el método científico, señalando al juez todo aquello que según su criterio pueda aducirse a favor del vínculo; en caso de sentencia afirmativa, deberá manifestar con claridad en el tribunal de apelación si algún elemento presente en las pericias y contrario al vínculo no hubiera sido rectamente ponderado por los jueces.

§ 5: No puede actuar jamás a favor de la nulidad del matrimonio; si en algún caso específico nada tuviera que proponer o exponer razonablemente contra la nulidad del mismo, puede remitirse a la justicia del tribunal.

§ 6: En grado de apelación, una vez valoradas diligentemente todas las actuaciones, si bien puede hacer referencia a las observaciones a favor del vínculo realizadas en la anterior instancia, deberá en todo caso proponer sus propias observaciones, especialmente acerca de un suplemento de instrucción, si éste se hubiera realizado.

Pero no acaban ahí sus funciones: es función del defensor del vínculo colaborar con el juez eclesiástico en la búsqueda de la verdad. Su función no es la de oponerse a la pretensión de

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nulidad simplemente, sino que al constituirse en parte, se garantiza la existencia del contradictorio: así lo explicó Benedicto XVI en su Discurso a la Rota Romana de 2006: "Teniendo en cuenta la natural presunción de validez del matrimonio formalmente contraído, mi predecesor Benedicto XIV, insigne canonista, ideó e hizo obligatoria la participación del defensor del vínculo en dichos procesos (cf. const. ap. Dei miseratione, 3 de noviembre de 1741). De ese modo se garantiza más la dialéctica procesal, orientada a certificar la verdad". De este modo, a través del contradictorio, el defensor del vínculo garantiza la búsqueda de la verdad en el proceso canónico.

"Si su participación en el proceso se agotase en la presentación de observaciones meramente rituales, habría fundado motivo para deducir de ello una inadmisible ignorancia y/o una grave negligencia que pesaría sobre su conciencia, haciéndolo responsable en relación con la justicia administrada por los tribunales, puesto que su actitud debilitaría la búsqueda efectiva de la verdad, la cual debe ser siempre «fundamento, madre y ley de la justicia»" (Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana de 1988, n. 13)

En atención a sus importantes funciónes, al defensor del vínculo se le conceden ciertos privilegios en el desarrollo del juicio, que no rompen la igualdad de las partes. Así, el artículo 238 de la Instrucción Dignitas Connubii , indica que si el juez estima que pueden quedar elementos relevantes por investigar, "una vez oído, si lo considera oportuno, al defensor del vínculo, ordenará se complete lo que falta". El privilegio más importante aparece en el artículo 243 § 1 de la citada Instrucción: "Al defensor del vínculo siempre se le debe reconocer su derecho a ser oído en último lugar".

Necesidad de la presencia del defensor del vínculo

En los juicios en que debe intervenir, se hace necesaria la presencia del defensor del vínculo. El artículo 118 de la Instrucción Dignitas Connubii garantiza que se debe designar un defensor del vínculo en cuanto es recibido el libelo de nulidad, notificando su nombre al actor.

Si no ha sido citado el defensor del vínculo, son nulos los actos (cfr. Instrucción Dignitas Connubii , art. 60). El canon 1433 salva de la nulidad los actos si de hecho el defensor del vínculo se hace presente, o al menos puede examinar las actas. Entendemos que si se llegara a dictar sentencia, adolecería de nulidad insanable a tenor del canon 1620.

La presencia del defensor del vínculo y el correcto ejercicio de sus funciones constituye una garantía de la defensa de la visión cristiana del matrimonio: "la intervención del defensor del vínculo sea realmente cualificada y perspicaz, de modo que contribuya eficazmente a la clarificación de los hechos y de los significados, convirtiéndose también en las causas concretas, en una defensa de la visión cristiana de la naturaleza humana y del matrimonio (Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana de 1988, n. 3), especialmente en las causas que tratan de la incapacidad psíquica de los contrayentes (cfr. canon 1095 § 3).

Incompatibilidades del defensor del vínculo

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El artículo 67 de la Instrucción Dignitas Connubii indica que existe incompatibilidad del defensor del vínculo en ciertos grados de parentesco (consanguinidad o afinidad en cualquier grado de línea recta y hasta el cuarto grado de línea colateral), tutela o curatela, amistad íntima o aversión grande, u otras causas en las que pueda haber sospecha fundada de preferencia personal hacia alguna de las partes de la causa. En estos casos, si el defensor del vínculo no se inhibe, puede ser recusado por una de las partes.

Más problemática es la relación entre el defensor del vínculo y el juez. Está previsto en el Código de Derecho Canónico el caso de que un defensor del vínculo sea designado juez en el mismo tribunal o en otro de instancia superior, diciendo que no puede actuar en las causas en que actuó como defensor del vínculo (canon 1447 del Código de Derecho Canónico y artículo 66 § 2 de la Instrucción Dignitas Connubii ). El caso contrario (que un juez sea designado defensor del vínculo), sin embargo, no está previsto. Lo cual plantea un problema de interpretación. Parece que los motivos para prohibir a un defensor del vínculo actuar como juez en una causa son los mismos para prohibir a un juez intervenir como defensor del vínculo. Y aquí hay que aplicar los criterios de interpretación (cánones 17 y siguientes).

a) Por un lado, las leyes que "coartan el libre ejercicio de los derechos, o contienen una excepción a la ley se deben interpretar estrictamente" (canon 18). Esto nos llevaría a afirmar que sí puede actuar.

b) Pero por otro lado, ante la ausencia de una norma la laguna de derecho se debe rellenar "atendiendo a las leyes dadas para los casos semejantes" (canon 19). Por la analogía, debemos concluir que no debe actuar.

En mi opinión, no estamos ante una interpretación de una ley (que debe ser interpretada estrictamente, según el canon 18), sino que estamos ante una verdadera laguna del derecho, y por lo tanto se debe aplicar la analogía del canon 19. Por lo tanto, el defensor del vínculo que ha intervenido como juez en una causa se debe abstener.

La conveniencia de interponer una demanda de nulidad matrimonial

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Categoría de nivel principal o raíz: Derecho procesal

Categoría: El proceso matrimonial canónico

Escrito por Miguel Ángel Torres-Dulce

La conveniencia de interponer o no una demanda de nulidad canónica es una cuestión que interesa a cualquiera que pueda hallarse frente a una convivencia matrimonial rota y un tema que afecta tanto al plano jurídico como al moral.

Motivos más frecuentes

El más recurrente es el deseo de legitimar situaciones de convivencia irregulares o de evitar que se produzcan. Es frecuente que estas demandas sean fruto de una conversión, aunque también hay demandantes que desean la nulidad, porque lo exige su nueva pareja –como conditio sine qua non–, para continuar la relación (en estos casos hay un mayor riesgo de que la parte interesada no sea veraz).

Suele aparecer, a veces latente, una posición pseudo pastoralista, que desconoce la finalidad de las causas de nulidad en la Iglesia, según la cual todo matrimonio fracasado debe declararse nulo, invocando la suprema lex de la Iglesia, la salvación de las almas. A la inconsistencia de esta mentalidad, han aludido los últimos Papas en sus Alocuciones anuales con ocasión de la apertura del año judicial en Roma.

Otras veces se postula la nulidad, para que la Iglesia dictamine y aclare una situación incontrolada o como refrendo de una convicción, unida al deseo de que no exista ningún lazo de unión, con quien se juzga causante de una situación sumamente amarga y frustrante. No faltan, en fin, motivos menos nobles de venganza o interés.

¿Cuál es la normativa vigente?

Un matrimonio canónico puede ser inválido por tres capítulos:

1º- por defecto del consentimiento (nulidades)

2º- por otras incapacidades de los contrayentes (impedimentos)

3º- por un grave defecto de forma (defectos de forma)

La demanda de nulidad la pueden interponer los esposos y, excepcionalmente, el Promotor de justicia o los causahabientes. Se tramita por el proceso general previsto o por el abreviado, si consta un documento indubitado. La Instrucción Dignitas connubii (25.1.05) reitera la facultad que el Código (c. 1504) otorga al Presidente del Tribunal, para rechazar de plano una demanda, además de por ciertos defectos graves técnicos o formales, siempre que tuviese certeza de que adolece de todo fundamento y no haya razones que hagan pensar que tal fundamento podría

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manifestase durante el proceso (121, 4º). Las novedades de la citada Instrucción consisten en concretar dos casos: si el hecho alegado carece de fuerza invalidante o por manifiesta falsedad (art. 124). La otra novedad legislada consiste en que el Presidente puede disponer una investigación previa sobre el fondo de la causa, si pareciese carecer de todo fundamento o para valorar la posibilidad de que el capítulo de nulidad se confirme durante el proceso (art. 120, 2º).

Elementos de juicio

¿Qué elementos deben tomarse en consideración para demandar la nulidad de un matrimonio canónico? ¿Cuándo debe considerarse justa esa pretensión y por tanto recta moralmente?

Deben concurrir cuatro elementos:

1º El fracaso de la convivencia matrimonial

2º La existencia de indicios razonables de nulidad

3º La imposibilidad o rechazo de una convalidación o sanación

4º La intención de obtener una resolución judicial justa.

El primero es un dato de facto, los dos siguientes se refieren más directamente al orden jurídico y el cuarto al ámbito moral. Veamos un poco más detenidamente su alcance.

Fracaso de la convivencia matrimonial

Plantear una demanda de nulidad, tiene como presupuesto fáctico común el fracaso de la convivencia matrimonial: cuando se rompe voluntariamente la convivencia, no se desea que se restablezca por alguno o ambos cónyuges y la situación se asume como irreversible. Los esposos –o uno de ellos– han llegado a tal extremo, que no sólo postulan la separación, sino que, si estuviese en su mano, cortarían toda vinculación.

Es cierto que la Iglesia invita en todo momento a procurar la reconciliación y a reanudar la vida matrimonial, pero es consciente, de que eso no ocurre siempre. Es entonces cuando conviene preguntarse por la posible existencia de un defecto invalidante del consentimiento.

Interesa en estas situaciones recordar que una posible nulidad es independiente de la culpa que hayan tenido los cónyuges en la ruptura de la convivencia. La conducta anómala, o incluso inmoral que se haya tenido durante el matrimonio, no es un obstáculo para la demanda ni la convierte en fraudulenta o ilícita (incluso puede ser síntoma de una causa de nulidad), ni siquiera haber instado, sin causa suficiente, una separación judicial previa o el divorcio, privan de ese derecho.

Indicios razonables de nulidad

Alguno de los esposos puede pensar que su matrimonio no estuvo bien contraído y tomar la iniciativa, pero cuando se produzca una situación de ruptura considerada irreversible, lo más usual –y recomendable– es acudir a un experto, aunque no se tenga ninguna sospecha de nulidad,

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porque los capítulos de nulidad no siempre aparecen patentes para los interesados y muchos poseen unas características técnico jurídicas desconocidas para la mayoría de los fieles. Es un aspecto del matrimonio que conviene dilucidar, especialmente si se han contraído posteriores uniones irregulares o se pretende contraerlas.

Para interponer una demanda de nulidad, basta que se tengan indicios razonables, es decir objetivos, no se requiere certeza o un convencimiento pleno. Esa certeza se exige sólo al Tribunal para dictar sentencia.

A modo de ejemplo, constituyen indicios razonables: los antecedentes de desequilibrios síquicos, no necesariamente patológicos; determinadas circunstancias que imposibilitan la entrega; poner condiciones al consentir; excluir alguno de los bienes del matrimonio, como la prole, la indisolubilidad o la fidelidad; haberse casado por un embarazo prematrimonial o tratarse de personas notablemente irreflexivas o irresponsables para establecer una relación conyugal.

Imposibilidad o rechazo de convalidación

Algunas causas de invalidez son sanables por el cónyuge causante, en cuyo caso se habla de convalidación o bien por la potestad de la Santa Sede o del Obispo y se denominan entonces supuestos de sanatio in radice. No puede interponerse una nulidad basada en defectos ya convalidados o sanados.

Hay defectos que son insanables como la consanguinidad en línea recta. Si se invocan y prueban ante un tribunal provocan la declaración judicial correspondiente.

La convalidación es un acto jurídico personal de los cónyuges y ha de ser siempre expresa: una renovación del consentimiento. No caben las convalidaciones presuntas. El modo de efectuarla –sólo en el fuero interno o también en el externo– variará según la clase de invalidez y el grado de publicidad del defecto.

La intención de obtener una resolución judicial justa

La intencionalidad requerida para demandar una nulidad consiste en la voluntad de dilucidar la existencia del vínculo conyugal.

Convierte en inmoral una demanda la falsedad en lo alegado o en los medios de prueba presentados. Si se descubre, haría ineficaces las resoluciones mediante la petición de un nuevo examen de la causa (c. 1644 y ss.). En estos casos el demandante no quedaría desvinculado matrimonialmente en el fuero interno, como tampoco si el fraude procede de la parte demandada.

No posee la misma gravedad moral presentar pruebas falsas de hechos ciertos, aunque jurídicamente pueda ocasionar los efectos referidos.

La demanda queda contaminada sólo moralmente, si se interpone por ánimo de venganza o por otra causa inmoral (vgr. por ánimo de lucro).

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Hay ocasiones excepcionales en las que lo obligado moralmente es no demandar la nulidad. Por ejemplo, aunque llegue a conocimiento del Ordinario la nulidad de un matrimonio, debe mantenerla oculta si los esposos viven de buena fe y pudiera acarrearles un grave daño, sobre todo espiritual, siempre que se trate de un defecto insanable y no haya peligro de que la causa de invalidez sea conocida (vgr. consanguinidad desconocida por los interesados). Incluso aunque los esposos conozcan la existencia de un defecto invalidante, si se comprometen a vivir sin relaciones conyugales y no hay peligro de escándalo, puede la autoridad eclesiástica tolerar la convivencia entre ellos y mantenerse el status matrimonial.

La intención, por tanto, para interponer una demanda de nulidad matrimonial, ha de ser el deseo de dilucidar la existencia del vínculo conyugal. De su existencia depende la sacramentalidad y los bienes del matrimonio. Esa intencionalidad es la moralmente recta, aunque necesite para su eficacia jurídica de los otros tres elementos citados.

Conclusiones

1. La interposición de una demanda de nulidad matrimonial es un derecho – deber de los cónyuges.

2. Para que una demanda de esta naturaleza sea jurídicamente admisible debe concurrir el fracaso de la convivencia matrimonial, considerado irreversible, y algún indicio razonable de nulidad, no subsanado.

3. En el ámbito moral se requiere la intención de alcanzar la verdad sobre el mutuo consentimiento, sobre la existencia, en definitiva, del vínculo conyugal, mediante la oportuna declaración judicial.

4. Para la validez jurídica y moral de su interposición no se requiere la ausencia de culpa en la ruptura de la convivencia matrimonial.

Epílogo

La actitud frente a la nulidad matrimonial depende en buena medida de la consideración que se tenga no sólo del matrimonio, sino también de la persona, como señalaba el Papa Juan Pablo II el 29 de enero del 2004 a los componentes del Tribunal de la Rota romana: “No puede olvidarse, que una consideración auténticamente jurídica del matrimonio, reclama una visión metafísica de la persona humana y de las relaciones conyugales. Sin este fundamento ontológico, la institución matrimonial se convierte en una sobre estructura extrínseca, fruto de las leyes o de los condicionamientos sociales, que limita la libre realización de la persona.

Es preciso redescubrir la verdad, la bondad y la belleza de la institución matrimonial, que siendo obra del mismo Dios a través de la naturaleza humana y de la libertad del consentimiento de los cónyuges, permanece como realidad personal indisoluble, como vínculo de justicia y de amor, ligado para siempre al proyecto salvífico y elevado en la plenitud de los tiempos a la dignidad de sacramento cristiano ¡Esta es la realidad que la Iglesia y el mundo deben promover!”

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Miguel Ángel Torres-Dulce es Juez del Tribunal Metropolitano de Madrid

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Condiciones para iniciar un proceso canónico de nulidad matrimonial

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Categoría: El proceso matrimonial canónico

Escrito por Pedro María Reyes Vizcaíno

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Es en el capítulo IX del Código de Derecho Canónico, dentro de la regulación del matrimonio, donde se trata de la separación de los cónyuges. Pero bajo esa rúbrica incluye dos artículos que regulan dos supuestos completamente distintos: la disolución del vínculo y la separación permaneciendo el vínculo.

Distinción entre separación, nulidad y disolución del vínculo

Conviene hacer una distinción para evitar equívocos entre tres nociones esencialmente distintas: a) nulidad de matrimonio; b) disolución del matrimonio; c) separación conyugal.

a) La nulidad del matrimonio indica que el vínculo conyugal no ha surgido, no existe. Y no han surgido, por lo tanto, los derechos y deberes propiamente conyugales.

b) En el supuesto de la disolución del matrimonio hay un vínculo conyugal; ese vínculo, sin embargo, queda disuelto -hay una ruptura del vínculo- o bien por la muerte de uno de los cónyuges, o bien en alguno de los supuestos excepcionales que contempla el ordenamiento canónico.

c) La separación conyugal también supone que existe el vínculo conyugal, aunque se produce una suspensión de los derechos y deberes conyugales, sin ruptura del vínculo, es decir, permaneciendo el vínculo conyugal.

En cuanto a las causas justas de separación, hay que decir que en el matrimonio, además de los derechos y deberes conyugales en sentido estricto, se deben tener en cuenta los principios informadores de la vida matrimonial, o sea, las directrices generales del comportamiento de los cónyuges. Estos principios son cinco: 1.- los cónyuges deben guardarse fidelidad; 2.- debe tenderse al mutuo perfeccionamiento material o corporal; 3.- debe tenderse al mutuo perfeccionamiento espiritual; 4.- los cónyuges deben vivir juntos; y 5.- debe tenderse al bien material y espiritual de los hijos habidos. Son causas de separación aquellas conductas que lesionan gravemente alguno de esos principios. Por consiguiente, las causas de separación pueden resumirse en estos cuatro capítulos: adulterio; grave detrimento corporal del cónyuge o de los hijos; grave detrimento espiritualabandono malicioso. del cónyuge o de los hijos y

En cuanto a la duración de la separación, esta puede ser perpetua o temporal. La única causa que puede dar lugar a una separación perpetua es el adulterio (cfr. canon 1152). Las demás causas, que el Código de derecho canónico enuncia genéricamente, pueden dar lugar sólo a una separación temporal, es decir, la que permanece mientras subsiste la causa (cfr. canon 1153)

Condiciones para iniciar una causa de nulidad matrimonial

Catedral de Bogotá

Para iniciar una causa de nulidad matrimonial, se ha de presumir, con un prudente fundamento, que alguna de las circunstancias que rodean a dicho matrimonio puede entrar en una de las causas previstas por el

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Derecho Canónico como factores que producen dicho efecto, al viciar alguno de los elementos esenciales a la naturaleza del propio contrato matrimonial.

Estos elementos que se deben estudiar, los podemos englobar en tres capítulos: A.-Los impedimentos; B.- Los defectos del consentimiento matrimonial; C.-Los defectos de forma canónica.

A.- El desarrollo de los impedimentos, que por su propia naturaleza hacen nulo el matrimonio, viene tratado en el Código de Derecho Canónico en los cánones 1083 al 1094.

B.- Uno de los cánones más relevantes sobre los efectos del consentimiento matrimonial es el 1095, en el que se afirma: “Son incapaces de contraer matrimonio: 1º- quienes carecen de suficiente uso de razón; 2º-quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar; 3.-quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica.”

Este canon refleja que la capacidad consensual ha de ser un acto de la voluntad cualificado por la naturaleza de su objeto y de su título. Mientras los impedimentos tipifican inhabilidades para ser contrayente legítimo, la incapacidad consensual atiende al sujeto del acto interno del consentimiento, tipificando anomalías graves de su estructura psíquica que impiden estimar el acto de la voluntad como un acto humano libre, pleno, responsable y proporcionado al matrimonio, en que consiste el consentimiento naturalmente suficiente.

En la “falta de suficiente uso de razón”, se encuentran quienes se encuentren afectados por una enfermedad mental, o están privados, en el momento de prestar consentimiento, del uso expedito de sus facultades intelectivas y volitivas imprescindibles para emitir un acto humano.

El “defecto grave de la discreción de juicio” del número segundo de dicho canon hace referencia a la falta de madurez intelectiva y voluntaria necesaria para discernir, en orden a comprometer con carácter irrevocable, los derechos y deberes esenciales del matrimonio que han de ser objeto de mutua entrega y aceptación. Salvo prueba en contra, a partir de la pubertad se presume este grado suficiente de discreción de juicio para el consentimiento válido.

En lo que se refiere a lo contenido en el punto 3º del canon, se ha de tener en cuenta que lo relevante no es tanto la gravedad de la anomalía psíquica, cuanto la imposibilidad del contrayente de asumir, la cual ha de ser absoluta, puesto que se trata de un concepto jurídico, que se distingue de su causa psicopatológica, y dado que no cabe en el derecho matrimonial un consentimiento parcialmente válido, se debe concluir que el contrayente posee plena capacidad jurídica o no la posee en absoluto.

En los cánones 1097 y 1098 se trata de las causas que invalidan el matrimonio por error, bien acerca de la persona, bien por dolo provocado para su consentimiento, acerca de una cualidad del otro contrayente, que por su naturaleza puede perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal. En el canon 1102 declara inválido el matrimonio contraído bajo condición de futuro. Lo

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es también el contraído por violencia o grave miedo proveniente de causa externa, según el canon1103.

C.- Los defectos de forma canónica. En el canon 1108 se trata de los requisitos de validez en cuanto a la forma. Son válidos los contraídos ante el Ordinario del lugar o el párroco, o sacerdote o diácono delegado, y ante dos testigos.

Consejos pastorales

Como ya se dice en la exposición del artículo, es oportuno que se aclaren los conceptos fundamentales en juego: la indisolubilidad del matrimonio, el significado de una eventual nulidad -que implica la inexistencia de un verdadero matrimonio- y su diferencia respecto al divorcio.

A la luz de estos conceptos fundamentales se ha de hacer ver a las partes interesadas que sólo es lícito pedir la nulidad de un matrimonio -iniciando el respectivo proceso canónico- cuando se está convencido en conciencia de que hay al menos dudas serias sobre la existencia de una causa que haga nulo el matrimonio aparentemente contraído. Como este juicio puede ser difícil de formular, conviene que se pida consejo, o se remita a la parte interesada a quien cuente con una preparación especializada en derecho canónico y, al mismo tiempo, posea un criterio correcto en esta materia.

Por desgracia, en muchos lugares se ha ido extendiendo una mentalidad que considera la nulidad como una solución pastoral si surgen dificultades serias en el matrimonio. Precisamente la inmadurez psíquica ha sido uno de los motivos más utilizados para justificar la petición de nulidad. El Papa Juan Pablo II ha hecho varias referencias a esta cuestión en sus discursos a la Rota Romana, de modo especial en el discurso del 6 de febrero de 1987.

La función de la actividad judicial de la Iglesia -como de toda actividad judicial- es la búsqueda de la verdad. En el caso de los procesos de nulidad matrimonial, los órganos de justicia han de determinar si en el supuesto de hecho el matrimonio fue nulo o no, es decir, si hubo o no matrimonio. Lo cual es independiente del desarrollo posterior de la vida en común de las partes procesales. Faltaría a la verdad el juez eclesiástico que declarara la nulidad de un matrimonio, si no resulta de las pruebas presentadas después de un juicio en el que haya habido contradictorio, únicamente con la finalidad de contentar a las partes o ayudarles a emprender una vida nueva. Para cumplir esa finalidad -que es en sí misma encomiable- el juez ha de buscar las soluciones adecuadas, pero no puede engañar a las partes.

Además, los pastores deben tener en cuenta -si se les presenta un caso en el que presumiblemente haya un matrimonio nulo- que no debe ofrecer el proceso de nulidad como única solución. El pastor de almas ha de ofrecer también la posibilidad de convalidar el matrimonio o sanarlo en la raíz, siempre que sea posible. Al ofrecer esta posibilidad, ha de tener en cuenta no sólo en el bien de los cónyuges, sino también el de los hijos habidos en la unión, además del bien de la sociedad.

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El fuero competente en las causas de nulidad del matrimonio canónico

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Categoría: El proceso matrimonial canónico

Creado en Jueves, 25 Diciembre 2008 20:17

Escrito por Pedro María Reyes Vizcaíno

El proceso de nulidad matrimonial se encuadra en el derecho canónico dentro de los procesos especiales. Son causas en las que hay que considerar algunas características especiales. Entre estas, se cuenta el fuero, o tribunal competente para juzgar

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El canon 1673 determina lo siguiente:

Canon 1673: Para las causas de nulidad de matrimonio no reservadas a la Sede Apostólica, son competentes:

1º el tribunal del lugar en que se celebró el matrimonio

2º el tribunal del lugar en que el demandado tiene su domicilio o cuasidomicilio;

3º el tribunal del lugar en que tiene su domicilio la parte actora, con tal de que ambas partes residan en el territorio de una misma Conferencia Episcopal y dé su consentimiento el Vicario judicial del domicilio de la parte demandada, habiendo oído a ésta;

4º el tribunal del lugar en que de hecho se han de recoger la mayor parte de las pruebas, con tal de que lo consienta el Vicario judicial de la parte demandada, previa consulta a ésta por si tiene alguna objeción.

A su vez, el artículo 10 § 1 de la Instrucción Dignitas Connubii se expresa en parecidos términos:

Artículo 10 – § 1. Para las causas de nulidad de matrimonio no reservadas a la Sede Apostólica o a ella avocadas, son competentes en primera instancia:

1.º el tribunal del lugar en que se celebró el matrimonio;

2.º el tribunal del lugar en que el demandado tiene su domicilio o cuasidomicilio;

3.º el tribunal del lugar en que tiene su domicilio la parte actora, con tal de que ambas partes residan en el territorio de la misma Conferencia Episcopal o dé su consentimiento el vicario judicial del domicilio de la parte demandada, el cual, antes de darlo, preguntará a ésta si desea alegar alguna excepción.

4.º el tribunal del lugar en que de hecho se han de recoger la mayor parte de las pruebas, con tal de que lo consienta el Vicario judicial de la parte demandada, el cual, antes de concederlo, preguntará a ésta si desea alegar alguna excepción (cf. can. 1673).

El canon 1673 habla, como se ve, de las causas de nulidad no reservadas a la Sede Apostólica. El canon 1405 determina las causas que corresponde juzgar, con derecho exclusivo, al Romano Pontífice. En virtud de este canon se reserva al Sumo Pontífice la competencia sobre las causas matrimoniales, si al menos una de las partes ejerce la autoridad suprema de un Estado. Bajo el régimen del Código de derecho canónico de 1917 esta competencia reservada al Papa incluía también a los hijos y sucesores de los jefes de Estado.

Sobre el derecho anterior la mayor novedad radica en el título de competencia del domicilio del actor, introducido en el número 3º del canon 1673.

Como se puede observar, puede haber varios tribunales competentes para juzgar la misma causa. Para estos casos existe en derecho procesal canónico la figura de la prevención: de acuerdo con el

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canon 1415, si dos o más tribunales son igualmente competentes, tiene derecho a juzgar la causa el primero que citó legítimamente al demandado. También el canon 1512, 2º, indica que por la citación legítima o comparecencia de ambas partes la causa se hace propia del juez o tribunal ante el cual se ha entablado la acción.

Al examinar el canon 1673 se debe considerar que hay que garantizar la defensa de ambas partes. Ese es el sentido claro del título de competencia definido en el número 4º del canon. Pero también es el sentido de la consulta al Vicario judicial del domicilio de la parte demandada, prevista en los dos títulos de los números 3º y 4º. En ambos casos además el Vicario judicial ha de oír al demandado (número 3º) o le ha de consultar (número 4º). Ya se ve que estas exigencias no quedan satisfechas con una mera comunicación a la parte demandada: el ordenamiento le otorga al demandado el derecho a expresar su opinión al respecto. El Vicario judicial, por su parte, sólo dará su consentimiento si considera garantizada la defensa de los derechos del demandado.

Se plantea una duda particular, en el caso de que falte el Vicario judicial en el lugar del domicilio de la parte demandada, a tenor del canon 1673, 3º. El Pontificio Consejo para la interpretación de los textos legislativos ha decidido, en la Respuesta auténtica de 17 de mayo de 1986, que si en un caso particular falta el Vicario judicial diocesano se requiere el consentimiento del Obispo. Esto puede ocurrir, además de otros supuestos menos frecuentes, si se ha constituido un tribunal interdiocesano, con sede en otra diócesis.

Entrevista a Rosa Corazón, abogado matrimonialista ante el Tribunal de la Rota de Madrid

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Categoría: El proceso matrimonial canónico

Creado en Jueves, 31 Julio 2003 20:19

Escrito por Marta Santín

Rosa Corazón, abogada del Tribunal de la Rota (el Tribunal Supremo de la Iglesia que declara las nulidades matrimoniales porque ha llegado a tener certeza moral, es decir, todo lo que humanamente es posible, de que ese matrimonio no fue nunca válido) afirma que ahora, más que antes, demandan más personas la nulidad de su matrimonio. Maestra en Derecho de familia, ha escrito dos libros: "Nulidades matrimoniales" y el último "Cásate y verás" que habla del amor verdadero.

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“Cásate y veras” es un libro que habla del amor verdadero y los bienes del matrimonio. ¿Es tan difícil? Cuidar al amor de tu vida es la mayor satisfacción que puede tener el ser humano. En este libro hablo del amor verdadero y va dirigido tanto a las parejas que llevan tiempo casados como a los jóvenes que se van a casa: Vale la pena luchar por el matrimonio porque hay muchos bienes y hay que volverse a. enamorar continuamente. El amor no se impone se gana v se conquista con una labor diaria.

¿Por qué ahora hay tantas causas de nulidad y antes no las había? ¿Es que la Iglesia ha abierto la mano? ¿Las nulidades matrimoniales son una especie de divorcio eclesiástico?

Nulidades matrimoniales han existido siempre v no son ningún tipo de divorcio. Con ellas se declara probado que nunca existió ese matrimonio y que sólo hubo una apariencia errónea .Ahora sí hay más gente que acude al tribunal de la Iglesia demandando la nulidad de su matrimonio y el tribunal dicta sentencia porque

la parte acude a él pidiéndolo con la demanda correspondiente. La Iglesia ha incorporado cuestiones de psiquiatría y psicología que inciden sobre el acto humano del consentimiento matrimonial.

Para demostrar que nunca hubo matrimonio y por tanto, declararlo nulo, la causa siempre debe estar en el origen...

En la nulidad la causa está en el origen, ya existía al contraerlo y es de tal naturaleza, tan esencial, que impidió que llegara a nacer ese matrimonio. Parecía que había matrimonio pero no, solo hubo una apariencia engañosa. Declarar probada la nulidad implicará de los tres jueces que componen el Tribunal, todos o la mayor parte de ellos han llegado a tener certeza moral, es decir, todo lo que humanamente es posible, de que ese matrimonio ni llegó a nacer porque en su origen, le faltó algo que es esencial. Hay casos de inmadurez patológica grave que hacen a la persona que la sufre incapaz para poder asumir las obligaciones esenciales del matrimonio. Recuerdo el caso de un chico que se casó con una chica por pena y los casos de una dependencia excesiva a la madre que hace imposible la convivencia conyugal.

¿Es verdad que las nulidades son sólo para ricos y famosos?

La inmensa mayoría de los casos de nulidad matrimonial canónica son de personas que nunca han salido, ni saldrán, en los medios de comunicación. Las vidas de los famosos son vidas famosas y todo lo relacionado a ellos sale publicado en las revistas. La nulidades matrimoniales son para el que tenga famoso o no- causa de nulidad matrimonial debidamente probada y actúe de verdad.

Pero se piensa que el que tiene dinero es el que consigue la nulidad...

Una nulidad matrimonial es cara porque el abogado que la defiende es caro y el abogado es como el médico: se puede ir a uno más caro o más barato. La Iglesia sí hace para que las nulidades

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matrimoniales no resulten excesivamente caras. Existe el gratuito patrocinio y la reducción de costas.

¿La Iglesia no percibe nada de lo que cobran los abogados, los procuradores o los peritos?

El tribunal eclesiástico percibe, en una causa de nulidad, sus derechos, tasas o emolumentos que pueden oscilar entre las 80.000 pesetas [unos 480 euros] y las 150.000 [unos 900 euros] para la primera instancia y una segunda instancia. El tribunal tiene que cubrir el coste de su personal, del edificio, del material y de la maquinaria. y los ingresos que percibe por sus tasas no cubren su coste.

¿Qué pasa con los hijos cuando el matrimonio se ha declarado nulo?

Los hijos no dejan de ser hijos matrimoniales y conservan todos los derechos que les corresponden por ser hijos: eso no cambia.

¿Las nulidades son contrarias a la indisolubilidad?

No, porque la indisolubilidad del matrimonio se fortalece defendiendo como válido el matrimonio válido, pero también declarando nulo un matrimonio que es nulo, que nunca fue. También cabe convalidar o sanar en raíz un matrimonio nulo.

¿Puede ser nulo un matrimonio por falta de amor?

La faita de amor no está contemplada como posible causa de nulidad matrimonial, pero sí podría tener relevancia en un procedimiento de nulidad de un modo indirecto. Por ejemplo, por falta de libertad que sería el caso de una persona que pudiera probar: "Yo no estaba enamorada, pero me obligaron a casarme". Aquí puede que haya habido violencia o miedo grave o falta de libertad interna. No es el amor lo que produce el matrimonio sino el consentimiento de los que se casan, teniendo libertad y capacidad para prestarlo.

¿Y la infidelidad?

La infidelidad no hace nulo un matrimonio pero sí se puede invocar en un procedimiento civil como causa para conseguir una separación matrimonial. El Código de Derecho Canónico reconoce que la infidelidad es un motivo para romper la convivencia conyugal, pero no obstante se recomienda encarecidamente al cónyuge inocente que otorgue el perdón por caridad y por el bien de la familia. Es verdad que también es posible que la infidelidad sea debida a sufrir un trastorno de personalidad que le hace incapaz para ser fiel al que lo padece.

Puestos a indagar, ¿todo matrimonio podría ser nulo?

No, ni mucho menos. Y afirmarlo sería infravalorar al ser humano y no reconocer al hombre y a la mujer de hoy la capacidad para hacer cosas grandes.

¿Cómo saber que mi matrimonio va a durar para siempre?

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La respuesta es que al casarme me obligo a seguir queriéndote siempre y a poner los medios para quererte cada día más y mejor. Hay una obligación moral de fidelidad matrimonial y de mantenimiento de la vida conyugal que está también recogida en el Código Civil. La comunicación en el matrimonio es buscar juntos la verdad. No imponer al otro mi opinión.

Desde su experiencia, ¿cuáles son las dificultades para el éxito en el matrimonio?

El exceso de trabajo, volcarse demasiado en los hijos y olvidar al otro cónyuge, no compartir las tareas de la casa, algunos vicios de origen sin solucionar, la excesiva presión de los parientes, la falta de entendimiento en la afectividad o relaciones sexuales...

Se dice que es la mujer la que se vuelca más en los hijos y se olvida de cultivar el amor de su marido.

Se puede dar también la circunstancia a la inversa. A veces una mujer cuida con mucho cariño y amor la gripe de un hijo suyo y no con el mismo agrado la de su marido pensando que los hombres son unos quejicas. Al hombre le cuesta por ejemplo acompañar al médico a su mujer porque jqué afán de ir al médico, qué pesada! Me he encontrado con señoras o señores que les daba miedo, estar solos los dos, porque podían haber momentos en que no supieran de qué hablar. La pareja necesita estar sola en momentos del día. Y también debe pensar que no tiene sentido que uno de los dos se apropie en exclusiva de los hijos.

Otras veces es la falta de comunicación en las relaciones sexuales...

Me acuerdo que me decía una mujer joven: "Mi matrimonio va como van nuestras relaciones sexuales. Si nuestras relaciones van bien, mi matrimonio va bien; si van mal, nosotros.. ..un desastre". Si en nuestro matrimonio no van bien las relaciones sexuales, urge poner el remedio adecuado. Ella y él tienen que ser valientes y hablar. Si las relaciones sexuales son mucho más satisfactorias para el hombre que para la mujer, es necesario buscar la causa del fallo y encontrar las deficiencias.

Para ser feliz en el matrimonio...

El matrimonio es unión de vida y amor. Y hay que saber cómo le agrado, qué le gusta, cómo le ayudo, cómo le hago capaz de dar de sí lo mejor que posee, cómo conseguir que por estar conmigo le valga la pena tanto esfuerzo como requiere nuestra unión. Si lo conseguimos, es el mayor éxito que podemos lograr en nuestra vida y nunca es demasiado tarde para las cosas que realmente son buenas. El matrimonio es la vida en común, no dos vidas y unos ratitos de vida matrimonial. Como dice el Código de Derecho Canónico, es el consorcio de toda la vida, toda la vida del marido y de la mujer corriendo la misma suerte. ¿Hay mayor unidad? El matrimonio es una unión única, exclusiva y para siempre, de vida y de amor entre un hombre y una mujer para el bien de ambos, de sus hijos y de toda la humanidad.

¿Qué aconsejaría a los jóvenes antes de casarse?

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Que no se equivoquen a la hora de elegir pareja. El matrimonio es para gozar y no para sufrir, pero que hay que casarse conociendo bien al otro. Si hay problemas importantes en el otro o en la otra, no te engañes diciendo “el amor y el matrimonio lo curará, ya lo resolveré”, porque no es así.

Entonces, nos tenemos que casar sin defectos...

¡Qué va! Porque entonces nadie se podría casar: Una cosa son los defectos (que es mejor conocerlos ya de novios) y otra bien distinta las incapacidades .para contraer matrimonio, que son causa de nulidad.

¿Cuáles son en su opinión, los motivos de los fracasos matrimoniales?

Algunos fracasos están en el origen. De ellos serían nulos lo que, a pesar de las apariencias, no han llegado ni a nacer por faltarles algo que es esencial para el consentimiento. Pero en otros casos, que son la mayoría, el fracaso se ha producido por no haber cuidado ese matrimonio como es debido. Un fracaso matrimonial no surge de la noche a la mañana, va precedido de una larga lista de omisiones, de deficiencias, que se podrían y tenían que haber evitado.

¿Y qué hay que hacer para superar una crisis matrimonial?

Puede ser muy recomendable escuchar a personas experimentadas, acudir a un buen mediador que sea capaz de ayudarnos, aceptando que los dos tendremos que enderezar el rumbo.

Entrevista publicada en la revista "Hacer Familia", Madrid, julio de 2003.

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