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El Quijote navarro VIDA Y AVENTURAS DEL BRIGADIER DE LOS EJERCITOS CARLISTAS, DON MARIANO LARUMBE AL LECTOR Tema inédito hasta la fecha el que ocupa ahora tu atención. Todo lo que se había escrito sobre el general Larumbe se reduce a las escasas refe- rencias citadas en la bibliografía. Pero, ¿podrá causar esto extrañeza a quien conozca la manera de ser de nuestras gentes? Navarra, pródiga en heroísmos, ubérrima en lealtades, no acostumbra a dar gran importancia a las eximias figuras que nacieron en su suelo. Le parece cosa tan natural... ¡Que algunos de sus hijos realizan gestas herói- cas! ¡Para qué preocuparse, relatándolas! Siempre ha sido así. «Largos en facellas y cortos en narrallas». De haber nacido en otra región es muy posible que la vida y hazañas de don Mariano Larumbe y Arrarás fueran pregonadas a los cuatro vientos y se coreasen con el acento de estrofas épicas. Este es el móvil que nos llevó hace ya treinta años largos a escribir estas páginas; dar a conocer a sus paisanos la figura de aquel hombre recto, abnegado, inflexible ante el error, relicario de hidalguía y trasunto de lealtad. Entre azares continuos fue tejiendo su existencia; tomó parte en cuatro guerras en las que otras tantas heridas rubricaron su denuedo; supo de con- denas a muerte y deportación, y más tarde, cual extranjero en su propio suelo, supo enfrentarse con ánimo sereno, con las circunstancias adversas. En suma; un auténtico Quijote, digno modelo para la sociedad actual tan falta de idealismo. SINTESIS BIOGRAFICA 1815 (25 de marzo) Nace en Lecumberri. 1833 a 1839 Toma parte en la guerra de los Siete Años. [1] 605

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El Quijote navarro

VIDA Y AVENTURAS DEL BRIGADIER DE LOS EJERCITOSCARLISTAS, DON MARIANO LARUMBE

AL LECTOR

Tema inédito hasta la fecha el que ocupa ahora tu atención. Todo loque se había escrito sobre el general Larumbe se reduce a las escasas refe-rencias citadas en la bibliografía. Pero, ¿podrá causar esto extrañeza a quienconozca la manera de ser de nuestras gentes?

Navarra, pródiga en heroísmos, ubérrima en lealtades, no acostumbraa dar gran importancia a las eximias figuras que nacieron en su suelo. Leparece cosa tan natural... ¡Que algunos de sus hijos realizan gestas herói-cas! ¡Para qué preocuparse, relatándolas! Siempre ha sido así. «Largos enfacellas y cortos en narrallas».

De haber nacido en otra región es muy posible que la vida y hazañasde don Mariano Larumbe y Arrarás fueran pregonadas a los cuatro vientosy se coreasen con el acento de estrofas épicas.

Este es el móvil que nos llevó hace ya treinta años largos a escribirestas páginas; dar a conocer a sus paisanos la figura de aquel hombre recto,abnegado, inflexible ante el error, relicario de hidalguía y trasunto de lealtad.

Entre azares continuos fue tejiendo su existencia; tomó parte en cuatroguerras en las que otras tantas heridas rubricaron su denuedo; supo de con-denas a muerte y deportación, y más tarde, cual extranjero en su propiosuelo, supo enfrentarse con ánimo sereno, con las circunstancias adversas.

En suma; un auténtico Quijote, digno modelo para la sociedad actualtan falta de idealismo.

SINTESIS BIOGRAFICA

1815 (25 de marzo) Nace en Lecumberri.1833 a 1839 Toma parte en la guerra de los Siete Años.

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JAVIER LARRÁYOZ ZARRANZ

1848 y 1849 En la campaña montemolinista.1853 Contrae matrimonio.1855 Sublévase con unos mineros y es puesta a precio su cabeza.1857 Carlos VI le nombra jefe superior de la provincia de Avila.1862 Ingresa como administrador en el Castillo de Javier.1869 Intenta un alzamiento carlista en Pamplona, que fracasa.1870 Es condenado a muerte.1870 Se le conmuta esta pena por la de destierro a las islas Marianas.1871 Amnistiado, regresa a España en septiembre.1875 Triunfa en las batallas de Lumbier y sierra de Leyre.1876 Cae herido gravemente en Peñaplata y es evacuado a Francia.1876 (verano) Vuelve a su patria.1882 (6 de noviembre) Fallece en Javier.

CAPITULO I

I. BAJO EL SIGNO DE LA LEALTAD

Lecumberri.—Partida de bautismo.—De clásica estirpe navarra.—Los con-sejos de un buen padre.—Primeros estudios.—Con los «facciosos».—Alas órdenes de Zumalacárregui.—El batallón de Guías.

Siguiendo la carretera de Pamplona a San Sebastián, a 33 kilómetrosde la capital navarra, se encuentra el lugar de Lecumberri, bella localidadsituada en una llanura siempre verde y risueña que ocupa el centro del vallede Larráun. Allí vio la luz primera don Mariano Larumbe, el 25 de marzode 1815.

Su partida de bautismo nos atestigua de que al siguiente día fue rege-nerada su alma en aquella iglesia parroquial.

«Juán Pasqual Mariano de Larumbe.

En esta Parroquial de Sn. Juán Bautista del Lugar de Lecumberribauticé el infrascrito Abad interino de el en veinte y seis de Marzo demil ochocientos y quince a Juan Pascual Mariano de Larumbe, nacidoayer a las cinco de la tarde, hijo legítimo de Antonio ntral. de Ichasoy Josefa Antonia de Arrarás, ntral. de Goizueta: Abuelos paternos JuánJosé ntral. de Echalecu y María Josefa de Udabe, ntral. de Ichaso;maternos Miguel Antonio, ntral. de Yaben y Agustina de Erviti, ntral.

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de Goizueta; Fueron Padrinos Joaquín de Arrarás, ntral. de Yaben, yMaría de Beruete, ntral. de Alcoz, y vecina de dicho Lecumberri, áquienes advertí el parentesco espiritual, y demás dispuesto por el RitualRomano, y por la verdad firme = Dn. Juan Bautista de Muguiro, Abadintno.» (Rubricado) 1.

Fuéle impuesto el primer nombre de Juan en honor del Bautista, pa-trono del lugar, se ignora por qué motivo se le nombró también Pascual;y el tercero, Mariano, como recuerdo de la festividad de María Santísima,en cuyo día había nacido. Lo cierto es que durante toda su existencia fueconocido exclusivamente con este último nombre y así también él había defirmar todos sus escritos.

Sus padres, católicos a macha-martillo, formaron al niño sólidamenteen los principios de la religión. Ellos mismos eran los que le enseñaban el«Kristau-ikasbidea», o catecismo de doctrina cristiana en la lengua euskérica,único idioma entonces en uso en el valle de Larráun. Al mismo tiempotenían buen cuidado de que asistiese con asiduidad a la escuela y sobre todoa las clases de catequesis que dentro de la iglesia durante el invierno y enel atrio en los días buenos, daba a los niños del lugar el bueno de don JuanBautista, párroco de Lecumberri. En los días de asueto premiaban su apli-cación, llevándolo de viaje a visitar a los parientes de Ichaso, Goizueta yArrarás y de vez en cuando a la aldea de Aldaz, residencia de los Juanmarti-ñenas, familia de distinguido linaje y muy relacionada con la de Larumbe.

Por lo demás, su vida transcurre como la de la generalidad de los niñosaldeanos, tranquila y monótona; los sentidos apenas reciben impresionesnuevas; a su vista tropieza con las caras conocidas de siempre, y se limitaen el horizonte perfilado por los montes que circundan el valle. A sus oídos,fuera de las voces de vecinos y familiares, apenas llegan otros sonidos quelos de las campanas, bulliciosas y alegres en los días de fiesta, tristes y pau-sados en los de funeral, el mugido de las vacas y el cacareo de las gallinaso las interjeciones de los gañanes que laborean en los campos.

Pero hubo algo que interrumpió de súbito aquel ambiente de églogahiriendo la imaginación del niño Mariano con el vistoso uniforme de losmilitares y el toque marcial de las trompetas. Fue en 1822. Hacía dos añosque había triunfado la sublevación de Riego, y el malestar que venía pro-duciéndose por el desgobierno de masones y comuneros había plasmado enuna protesta armada de los defensores del Altar y del Trono. En este aspec-to, como siempre que se ha tratado de la defensa de los más elevados ideales

1 Libro 2.º de Bautizados, fol 18v.

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era Navarra la que daba la pauta; los navarros, como un solo hombre, acu-dieron a las armas y a su frente se constituyó la Junta Gubernativa com-puesta por las personas de más relieve del antiguo Reino: Instalada en Le-cumberri —junio de 1822— allí acudió el Marqués del Moncayo 2 reciénnombrado Comandante General del Ejército Real de Navarra, conferencian-do sobre los medios para el incremento de la insurrección.

Nuestro biografiado —de siete años de edad a la sazón— tuvo ocasiónde contemplar, curioso y atónito, el cordial recibimiento que la poblacióntributó a Quesada y de deletrear los pasquines que tres meses más tardefueron fijados con profusión por las esquinas. Era la alocución que con fechade 8 de septiembre del mismo año dirigía la Junta Gubernativa a los nava-rros contra la Diputación constitucionalista: «Sabed —decía— que unospocos individuos de la llamada Diputación de esta provincia, que jamásfueron el eco verdadero de vuestra voz, fingiendo vuestro nombre contranuestra voluntad legítima quieren negociar su fortuna a costa de vuestrosúltimos sacrificios».

«Unidos todos a nuestros designios, con una heroicidad capaz de con-fundir a los perversos, habéis manifestado a la faz de la Nación que losnavarros jamás consintieron libremente el fatal trastorno de gobierno tancontrario a la pureza de su religión y lealtad, como opuesto a la sabiduríade sus fueros, leyes y costumbres.»

«Estos hombres despreciables (los de la Diputación liberal) sólo aspi-ran a haceros partidarios contra el Altar y el Trono, a privaros aun del nom-bre de navarros, cambiando el antiguo reino de Navarra por una mera pro-vincia de Pamplona. ¿Dónde está aquella sabia legislación de vuestros pa-dres? ¿Dónde aquellos supremos tribunales de justicia, regalías, exencionesde todo tributo que gozabais en premio de vuestras virtudes? Todo lohabéis perdido, y no obstante se empeñan en persuadiros que habéis ganadocon la mudanza del Gobierno.»

Todo esto lo leyó Marianico —como familiarmente le llamaban— sinque acertara, naturalmente, a desentrañar el sentido de aquellas frases, perocomo aquella inteligencia aún en capullo no se resignaba a permanecer en laignorancia, determinó inquirir a su padre. Y así por la noche, no bien sehubo sentado don Antonio, como tenía por costumbre, bajo la inmensacampana de la chimenea de la cocina —clásica cocina de los casones antiguos

2 Vicente Genero de Quesada. Nació en La Habana en 1782 y fue persona nada con-secuente en sus ideas. A pesar de haber militado en esta campaña contra el régimen li-beral, reconoció más tarde a D.ª Isabel, persiguiendo con saña a sus antiguos compañeros,pero derrotado estrepitosamente por Zumalacárregui, fue relevado del mando y asesinadopor las turbas en Hortaleza en 1836.

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de Navarra— aunque su cansancio era grande por las faenas de la jornada,no tuvo más remedio que satisfacer la curiosidad del rapazuelo. Además lapregunta había tenido la oportunidad de tocar el tema que más hacía vibrarsu fibra de católico y de patriota:

«Mira, hijo mío; el gobierno constitucional, lo que pretende es des-truir nuestra santa Religión e igualarnos a las demás provincias de España,aboliendo nuestros fueros, estableciendo las quintas y en el comercio lacontribución territorial, el papel timbrado y las aduanas, todo en beneficiode Madrid y en perjuicio nuestro. ¿Puede haber un navarro digno de talnombre que sea partidario de esa calamidad? Pues bien, si ellos se empeñan,nosotros los navarros estaremos como ahora, dispuestos siempre a luchary si es necesario a morir por nuestros fueros y sobre todo por la Religión.»

Hablaba con un calor y vehemencia extraños en su carácter apaciblecomo de buen montañés. Absortos le escuchaban todos, pero fue en espe-cial la última frase la que se quedó grabada en el alma del pequeño inter-locutor... «dispuestos siempre a luchar y si es necesario a morir por nues-tros fueros, y sobre todo por la Religión». Aquella afirmación iba a ser paraMariano el legado espiritual que su padre le entregaba y que a través detoda su existencia le sostendría bajo el signo de la lealtad.

Con el final victorioso de la campaña realista retornó la vida en Le-cumberri y su habitual sosiego solamente interrumpido por el anual jolgoriode las fiestas patronales. Transcurrieron unos años en los que la formaciónreligiosa e intelectual del muchacho fueron desarrollándose gradualmente.

Habíale llegado el tiempo de abandonar la escuela por haber cumplidola edad reglamentaria. Mas don Antonio, juzgando que, dadas las dotes inte-lectuales de su hijo, podía hacer de él algo más que un simple labrador,determinó que ampliase sus estudios, y a tal efecto, en horas extraordinarias,el maestro del lugar le deba lecciones que fueron ampliando sus conoci-mientos. Y el muchacho seguía con ilusión sus estudios que era de suponerle habían de abrir las puertas de cualquier carrera. Pero en esto...

¡Veintinueve de septiembre de 1833!Como reguero de pólvora se extiende la noticia del fallecimiento de

Fernando VII, aquel rey veleidoso que no supo o no quiso agradecer lossacrificios que por él sus subditos hicieron.

A su muerte se plantea un dilema; o Isabel II, es decir, la minoridadsentada en el trono, la persecución al clero y el culto de Jesucristo, la extin-ción de las Ordenes religiosas, la abolición de los fueros y el imperio de lademagogia, o Carlos V, que enarbola la bandera de la Religión, de amoral orden y a las libertades regionales.

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En el país navarro la reacción es unánime. Bien lo dijo el poeta:

«Navarra, Navarra enteravibra en himnos y en cantares!¡Adiós el trigo en la eray el vinillo en los lagares!¡Navarra, Navarra enteramarche por la carreteracon arreos militares!»3.

Va a comenzar la epopeya de los Siete Años que daría ya nombre grá-fico y definitivo a los defensores de la bandera de la antigua España, ¡loscarlistas!

Mariano Larumbe, a la sazón mozo de 18 años, recuerda que ese escabalmente el programa que su padre le inculcara al despuntar su razón.Y con la misma generosidad que otros abandonan el trigo en la era y el vinoen los lagares, deja él su familia y sus estudios para enrolarse en los cuadrosde batallones de voluntarios entonces en formación.

Declina el año 1833. Mientras Santos Ladrón en Navarra, el Barónde Hervés en Levante, González en Castilla y cien más en otros lugares dela Península sellan con su sangre la causa de la Legitimidad, los voluntariosafluyen en número considerable. Tan considerable es organizar a aquella plé-yade de voluntarios tan llenos de valor y entusiasmo como faltos de ropay armamento. Y es entonces cuando surge el hombre providencial que aun-que guipuzcoano de nacimiento es navarro de corazón, con los navarros con-vive y con ellos marcha a la batalla y al triunfo; don Tomás de Zumalacá-rregui. Al despuntar el día 29 de diciembre en su cuartel general de Nazar,prepara a los suyos para recibir a pie firme a las columnas Cristinas que seacercan. Larumbe y sus compañeros responden con gritos de entusiasmo a estaproclama de su jefe: «Navarros, ved ahí la horda revolucionaria... Navarros,hoy es preciso que reverdezcan los laureles que en tantas victorias habéisrecogido. Sea el sepulcro de los impíos este suelo ya regado con su sangre.Vale más no existir, que existir llevando escrito en la frente el baldón decobardía. Todos los navarros han preferido la muerte a la ignominia. ¿Sere-mos nosotros menos? Nuestra patria, madre de tantos valientes, espera lalibertad de vuestras bayonetas. No merecéis ser navarros si hoy no se la dáis.¡Viva Carlos V!».

Un clamor unánime que semeja un rugido, refrenda las palabras delcaudillo. De ese modo expresan su convicción de seguirle a donde les lleve.

3 José DEL Río SAINZ, en Canto de guerra de Navarra

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Acometidas las posiciones de los carlistas por los batallones de Lorenzoy Oraá y agotadas las municiones, los navarros cargaron a la bayoneta repe-tidas veces, ocasionando grandes pérdidas a las tropas Cristinas. Aquel díarecibió Larumbe su bautismo de fuego y de sangre, pudiendo Zumalacárre-gui lisonjearse con razón de contar con huestes tan disciplinadas y com-bativas.

Tras una serie de campañas triunfales en 1834, formó Zumalacárreguiun batallón de Guías compuesto por los individuos más aventajados de cadacompañía y observando los jefes que nuestro biografiado no era un soldadovulgar, lo destinan a aquellas fuerzas, flor y nata de los voluntarios delRey.

No defraudó Larumbe a las esperanzas que en él se habían puesto; en4 de septiembre toma parte en la derrota que Zumalacárregui con los bata-llones de Guías y 1.°, 3.° y 4.° de Navarra inflige al barón de Carandolet enlos campos de Viana, el 27 de octubre en la batalla de Alegría (Alava) don-de el mismo jefe de la columna Cristina, brigadier O'Doyle y cientos de lossuyos caen prisioneros, quedando aniquilada la división liberal y ya en laspostrimerías del año en Mendaza y Arquijas, todas ellas de signo plenamentefavorable a los defensores de la legitimidad.

Inaugura el año 1835 también a las órdenes de Zumalacárregui, quiencon el batallón de Guías y los 1.°, 2.°, 3.°, 4.° y 10.° de Navarra, el 1.° deGuipúzcoa y el 1.° de Alava, pasa de Navarra a Guipúzcoa buscando elencuentro con sus enemigos. Estos, que son nada menos que Espartero,Carratalá, Jáuregui y Lorenzo le acometen el 2 de enero en Ormaiztegui.

Cargan sobre el flanco derecho de los carlistas, precisamente donde seencuentra Larumbe en su batallón de Guías. Son numerosas las fuerzasatacantes y el choque es tremendo pero refuerza Zumalacárregui a los Guíascon dos compañías y todo el esfuerzo de los cristinos se estrella contra eltesón de los carlistas. Avergonzado Carratalá de que 12.000 hombres nopuedan quebrantar a un enemigo cuyo número no llega ni a la mitad delsuyo, manda a Jáuregui al oscurecer que cargue a la bayoneta con sus tropas,pero de nuevo se ven precisados a batirse en retirada; lo observa Zumala-cárregui y manda en su persecución al primer batallón de Navarra y al deGuías que pican con brío su retaguardia. Aquel soldado bisoño que era La-rumbe hace todavía un año, se ha trocado por sus propios méritos en eljoven oficial que forma parte del batallón tenido como predilecto por elcaudillo de Ormaiztegui: No cabe hacer mejor elogio.

En abril toma parte en la batalla de las Amézcoas, donde diez batallo-nes carlistas humillan el orgullo de treinta y dos liberales. El equipaje deValdés, el general en jefe y ministro de la guerra del gobierno de Madrid,todo el bagaje y 3.500 fusiles, todo es capturado, mientras 1.700 bajas de

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los suyos hacen comprender a Valdés que las tropas de carlistas aunquecarentes de municiones son algo más que «unas bandas de fanáticos aldeanossin organización y sin orden».

Comienza el primer sitio de Bilbao en junio de 1835 y allí tenemos denuevo a nuestro biografiado. Es el día 14, a las 8 en punto de la mañanalas baterías carlistas situadas en Begoña rompen el fuego contra el fuertedel Circo, con tal precisión que para las 12 del mediodía los cañones cris-tinos tuvieron que suspender sus fuegos, por hallarse completamente des-truida la batería, quedando tres brechas practicables en el fuerte. Zumala-cárregui, viendo entonces el momento oportuno para iniciar el asalto, arengóa los suyos, indicándoles que los cien primeros que entrasen recibirían unaonza de oro cada uno, y, si caían, sus familias serían atendidas. Larumbe,sintióse contento al oír que el sorteo de tomar Bilbao por asalto habíacorrespondido a la 1.a y 2.a compañías de su batallón de Guías de Navarra,a quienes seguiría el resto de las fuerzas. Pero cuando se realizaban los últi-mos aprestos en la tarde de aquel día 14, una comunicación de que habíaescasez de municiones vino a dejar sin efecto los preparativos del asalto,paralizándolo todo. Con razón ha dicho un moderno escritor comentandoeste suceso que «la historia del carlismo es la historia de las ocasiones per-didas» 4.

Pero hubo algo que vino a colmar de amargura el alma de Larumbey de los voluntarios carlistas; al día siguiente caía herido Zumalacárregui y aconsecuencia de aquel balazo que nadie conceptuaba de gravedad, fallecíadiez días más tarde el excepcional caudillo de Ormaiztegui. Cuando comenzóa circular el rumor de que había fallecido, cuenta Hennigsen, que muchosde los oficiales y clases del batallón de Guías alojados en Begoña —allí esta-ba Larumbe— no podían contener las lágrimas, y cuando se confirmó lanoticia del desenlace, los batallones navarros, y en especial los Guías, pedíancon voces que semejaban rugidos, que se les diese licencia para asaltar a Bil-bao. «Iremos sin las cien onzas». «Iremos aunque el infierno esté delantede nosotros», clamaban.

Indudablemente que si se hubiese querido aprovechar la indignaciónde que estaban poseídos aquellos navarros, Bilbao hubiera sido tomada, perola matanza resultaría de espanto, por lo que don Carlos juzgó prudentelibrar a la villa del Nervión de un día de luto, denegando la autorizaciónque pedían los que querían vengar la muerte de su jefe.

Siguió nuestro joven oficial todos los lances de la guerra con aquellastropas que, aunque huérfanos de un caudillo insustituible, continuaban sien-

4 Melchor FERRER, Historia del Tradicionalismo Español, T. VII p. 97. (Editorial Ca-tólica Española). Sevilla, 1945.

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do el terror del adversario y de las que el coronel isabelino Ferrari 5 decía:«Los navarros son soldados indomables y dudo se encuentren en Europatropas ligeras que puedan comparárseles. Cuando nuestra legión (la extran-jera) apareció por primera vez en Navarra, incorporaron a sus batallonestiradores únicamente encargados de apuntar a nuestros oficiales, y en unencuentro podíamos oír a sus jefes que gritaban sin cesar por entre lasfilas: «¡Muchachos!, a las charreteras de la legión».

No por muerto Zumalacárregui fue preterido el batallón de Larumbe,los Guías de Navarra. Aquel batallón era la obra más acabada del gran capi-tán carlista, sus tropas favoritas, las de los movimientos arriesgados y accio-nes transcendentales. Por eso cuando se planeó en agosto de 1835 la em-presa atrevida de lanzarse por una región hostil como era el Alto Aragónen la expedición de Guergué, allá fue Larumbe con los Guías, cubriéndosede gloría en Orgañá y dejando constancia en Aragón y Cataluña del arrojoy decisión de los navarros.

Luego vinieron los días adversos. El fusilamiento de los generalesleales en Estella, la traición de Maroto en Vergara, y por fin la emigración.¡La emigración!, que para quien sentía arder en su seno el fuego del patrio-tismo como lo sentía Larumbe era un suplicio cruel e incesante.

¡La emigración a Francia! Allá marchaba el joven Mariano, ascendidoya a capitán a sus 24 años de edad, por sus actuaciones en el campo delhonor. La perfidia de Maroto, ya que no las victorias del enemigo habíanhecho plegar las banderas de la Tradición; pero él, en la emigración y entodas partes, permanecería fiel a los ideales que le cobijaron desde la cuna,bajo el signo de la lealtad. Y en su interior, seguía resonando la arenga:

«Aurrera mutilak;txapela gorriak!»

5 Andrés Camilo Ferrari. Nació en Parma en 1791. Hizo la campaña del Imperio conlos ejércitos de Napoleón y tenía el grado de teniente cuando Waterloo. Vino con la le-gión extranjera a España con el empleo de capitán. Habiendo llegado a coronel en 1838,regresó definitivamente a Italia.

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CAPITULO II

II. LA CAMPAÑA MONTEMOLINISTA

Retorno.—Breve paréntesis de paz.—Esfuerzos por la reconciliación dinás-tica.—Su esterilidad.—Se perfila la contienda.—El príncipe Carlos Luislevanta bandera.—Las partidas se reúnen.—Desenlace.

Tras unos años de voluntaria expatriación, regresó Larumbe a la casapaterna. Por la renuncia de Carlos V en mayo de 1845 la bandera de laTradición había pasado a las manos de su primogénito don Carlos Luis.Dio éste desde Bourges, el 23 del mismo mes y año, un manifiesto concilia-dor en el que entre otras cosas decía: «Hay en la familia Real una cuestiónque nacida a fines del reinado de mi augusto tío, el Sr. D. Fernando VII,provocó la guerra civil. Yo no puedo olvidarme de la dignidad de mi per-sona y de los intereses de mi augusta familia; pero desde luego os aseguro,españoles, que no dependerá de mí, si esta división que lamento no se termi-na para siempre. No hay sacrificio compatible con mi decoro y mi decenciaa que no me halle dispuesto para dar fin a las discordias civiles y acelerarla reconciliación de la Real familia.

Os hablo, españoles, con todas las veras de mi corazón; no deseo pre-sentarme entre vosotros apellidando guerra sino paz. Sería para mí altamentedoloroso el verme precisado a desviarme de esta línea de conducta. En todocaso, cuento con vuestra cordura, con vuestro amor a la Real familia y conel auxilio de la Providencia.»

No fueron pocos los españoles de buena voluntad que recogiendo conagrado aquellas regias palabras intentaron zanjar de una vez la cuestión di-nástica, mediante el casamiento de D. Carlos Luis con su prima Isabel. Unode ellos fue el escritor y publicista catalán, don Jaime Balmés quien en esesentido inició una campaña en la prensa desde principio de 1845.

Exponía que para la persona de la reina no debía buscarse un simplemarido; sino una persona que tuviera importancia política, con valor paraempuñar la espada para defender al trono contra sus enemigos y con fuerzasuficiente para sustraerlo de nefastas influencias. Probaba con su lógica y ta-lento irrebatibles las dificultades que presentaría cualquier otra combina-ción matrimonial, tanto con las casas reinantes en Portugal y Alemaniacomo principalmente por la de Francia y declaraba francamente que a sujuicio el matrimonio de la reina con el hijo de D. Carlos, al terminar conel pleito dinástico, haría a España más fuerte, más unida, aseguraría su inde-pendencia e imposibilitaría el triunfo de la revolución.

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Por otro lado veía al partido carlista como una reserva espiritual, ale-jado de las intrigas políticas y mirando las disensiones entre moderados yprogresistas con la misma indiferencia con que vio en 1840 a Espartero de-rribar la regencia de María Cristina y dirigiendo en cambio toda su adhe-sión al monarca desterrado que con actos enteramente contrarios a los deaquellos gobernantes devolvería a la Nación la felicidad y la ventura. Portodo esto suscribía plenamente el pensamiento de Balmes.

Pero las fuerzas del mal hicieron imposible el logro de la reconcilia-ción, rechazando la candidatura de D. Carlos y haciendo que D.a Isabel secasara con su primo Francisco de Asís Borbón. Este sería únicamente «Reyconsorte», como si dijéramos un simple maniquí.

Y es que a conservadores y progresistas, les interesaba grandemente unsimple «rey consorte» para seguir así esquilmando a la Nación en provechode sus ambiciones personales.

Perdida pues toda posibilidad de avenencia, no quedaba a los defenso-res de la Tradición otro camino que el de las armas. Por eso no bien sehubo evadido en septiembre de 1846 el Conde de Montemolín 6 de la pri-sión de Bourges en que el gobierno francés le tenía confinado llamó a lalucha a sus partidarios.

En Cataluña fue secundado en breve el regio llamamiento, de ahí quea los sublevados se les denominase «matiners» (madrugadores) pero en elNorte la falta casi absoluta de dinero y armamento —el eterno problema delcarlismo— imposibilitaban todo movimiento, no obstante el ambiente tanpropicio que existía entre las gentes de aquel país.

Fue cerca de dos años más tarde —en junio de 1848— cuando el gene-ral Elío, a quien Carlos VI había conferido el mando militar de Navarray Vascongadas expidió desde Francia una proclama en la que llamaba a lalid con frases que por lo conciliadoras, veíase que estaban inspiradas en elreal manifiesto de Bourges.

«... Quince años de experiencia durante los cuales hemos visto en elpoder a todos los hombres del partido que había tomado por divisa "ordeny libertad", han probado de una manera irrecusable que es preciso seguirotra marcha para establecer y consolidar el orden, la justicia y la libertadbien entendida. El medio de lograrlo todos lo saben. El nombre del Rey hasido pronunciado como el único que puede salvarnos. Oponerse a la volun-tad general del país sería un crimen imperdonable.

Seamos los primeros en ofrecer nuestros corazones y nuestros brazosa una causa tan sagrada. Recordad que en todas las épocas habéis dado este

6 Este título comenzó a usar Carlos VI a raíz de la abdicación de su padre.

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noble ejemplo, y no os engaño al deciros que todos los hombres de biencuentan con él.

Conservar en toda su pureza y esplendor la santa Religión de nuestrospadres, respetar y proteger a sus ministros; rodear el trono de toda lafuerza y prestigios necesarios a su conservación; restablecer en el soberanoque la justicia y la felicidad de la Nación reclaman asegurar los fueros y pri-vilegios que han hecho por tantos siglos la prosperidad de nuestro país, tales nuestra misión, misión santa, que llevaremos a cabo con la ayuda delcielo, que no puede faltarnos si seguimos por el camino de la verdad.

¡A las armas! pues, vascongados y navarros. Agrupémonos alrededordel estandarte enarbolado por nuestro rey. Sea nuestra divisa "Carlos VIy olvido de lo pasado".»

¿Cabía mejor acicate hacia la lucha para un joven como Larumbe queaquella proclama en pro de la religión, los fueros, la patria y los derechosdel legítimo soberano?

Por eso, abandonando de nuevo la paz de su hogar de Lecumberri,corrió a ocupar el puesto que se le asignase. Pero también por esta vez sefrustró el intento. Gran parte de la culpa corresponde a Elío, quien al nodecidirse a salir de Francia para ponerse al frente de la insurrección, desco-nectó la unidad de mando en los sublevados, y pese a los esfuerzos titáni-cos, pero aislados de Zabaleta 7, Monreal y otros jefes, el movimiento termi-nó en tan breves días que para fines de julio había cesado el estrépito delas armas.

Al fracaso del levantamiento del mes de junio, siguió un paréntesisde medio año de paz, pero tal tregua no era más que un alto en el camino;aquellos hombres forjados en el yunque de pruebas y reveses eran inase-quibles al desaliento y por ende tenaces en la realización de sus aspiracio-nes. Hasta el mismo Pirala confiesa que «ni el fusilamiento de Alzaá ni eldesengaño que acababan de sufrir los que en armas se levantaron el añoanterior en Guipúzcoa y Navarra doblegaron la indómita constancia y acri-solada fe de los partidarios del carlismo 8. Así era en efecto; en los primerosdías del año 1849, mientras una partida de ciento cincuenta hombres a lasórdenes de Egaña se internaba en Guipúzcoa por Irún, la fuerza principalde los insurrectos —cerca de medio millar— aparecía en Navarra por la partede Irurzun y Lecumberri, al mando de Iturmendi y Soto, no faltando tam-poco el capitán Larumbe. Conocedores sus jefes de la experiencia que poseía

7 Lucas Zabaleta. Natural de Eslava (Navarra), fue uno de los más señalados pro-motores del levantamiento del año 1848.

8 Historia contemporánea. Segunda parte de la guerra civil. Anales desde 1843 hastael fallecimiento de Alfonso XII, última edición. Madrid, 1886.

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El Quijote navarro Lámina 1

D. Tomás Zumalacárregui.

ü. Mariano Larumbe y Arrarás.

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EL QUIJOTE NAVARRO

en aquel terreno, de donde era natural, se le destinó para que al mando deunos pocos soldados sirviese de protección a la Junta de Intendencia quepresidida por un tal Mongelos se había constituido en Lecumberri y al mis-mo tiempo recogieron a los dispersos y fugitivos que vagaban por aquellosparajes.

Alarmado ante la efervescencia que se extendía el Capitán General deNavarra y Vascongadas, don Antonio Urbiztondo 9, el 16 de enero dictó unbando en el que declaraba en estado excepcional a las provincias vascas y na-varras y estableciendo un Consejo de Guerra permanente para juzgar a losreos de sedición y a todos aquellos que de cualquier modo les prestasenauxilio.

Entre tanto los carlistas, aunque aún sin organizarse debido a la acti-vidad de la persecución de que eran objeto, ejecutaron algunos actos deaudacia, tales como el asalto, por ocho de ellos, del correo-diligencia, Pam-plona - San Sebastián, sin que pudiera impedirlo el piquete de carabinerosque marchaba como escolta. Soto interceptó también el correo de Salazary Roncal, apoderándose de este mando los montemolinistas de algunas caba-llerías, de las que, así como de armas, tan necesitados se hallaban.

Tras varias escaramuzas sin resultado decisivo, Iturmendi que era elúnico que había de dar organización a sus fuerzas con las que formó el«primer batallón del Ejército Real de Navarra» se dirigió hacia Estella a finde establecer contacto con los grupos que por aquella zona se habían suble-vado, pero enterado de su marcha el general isabelino Serrano, se aprestóa cortar su desplazamiento. En el valle de la Solana se avistaron los con-tendientes sin que ante la superioridad numérica de los liberales se desalen-taran los carlistas que se batían con bravura. Indeciso parecía el resultado,pero habiendo sido hecho prisionero al caer herido el capitán de la primeracompañía, don Marcelino Sáenz, se originó entre los suyos un momentáneodesconcierto, que fue aprovechado por Serrano para cargar contra ellos,y arrollándolos, hacerles 19 prisioneros, que a tenor de las órdenes de Urbiz-tondo dictara de ahogar en sangre la intentona, fueron fusilados en Estellay Cirauqui.

También fue pasado por las armas el jefe de partida Gabriel Recalde,de Monreal, que, capturado el 27 de enero por Salcedo, Comandante delBatallón de Sevilla y sentenciado el 1 de febrero por el Consejo de Guerra,sufrió la última pena a las cinco y media de la tarde del mismo día en losglacis de la ciudadela de Pamplona.

9 Era guipuzcoano ; aunque se distinguió en las filas carlistas al principio de laguerra de los Siete Años, más tarde desempeñó un triste papel, facilitando a Maroto latraición de Vergara. Pasado a los liberales, aventajó en saña persecutoria contra sus an-tiguos correligionarios, a los más crueles generales isabelinos.

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El fracaso de la Solana, acabó por quebrantar la moral de los volunta-rios navarros, gran parte de los cuales llevaban por todo armamento palosy cuchillos. Fueron bastantes los que decidieron deponer las armas, aunqueotros, entre ellos Larumbe, optaban por continuar la lucha. Para obtener surendición, determinó Urbiztondo brindarles con el indulto de la pena capi-tal, de lo que envió propuesta al Ministerio de la Guerra, quien aprobó conalgunas salvedades la iniciativa del Capitán General.

La situación de los carlistas, tan apurada desde los últimos contratiem-pos, vino a complicarse al ocupar los liberales los puntos fronterizos, conlo que los colocaban en un callejón sin salida; no quiso Iturmendi luchar conlo imposible y optó por entregarse con parte de los suyos, mientras algunosconseguían trasponer la frontera pirenaica y otros como Larumbe y el inten-dente Mongelos eran aprehendidos al intentarlo.

La suerte que cupo a los prisioneros fue diversa; a Iturmendi con másde sesenta de los suyos se les deportó a ultramar, un número reducido fuepuesto en libertad y entre tanto el Consejo de Guerra seguía activo enten-diendo en las causas de los restantes.

El proceso contra Larumbe y cuatro de sus compañeros fue de los últi-mos que vio aquel Tribunal, ya que empezó el 16 de marzo; actuó de Fiscalel Coronel Luanco. Los procesados —según las palabras textuales del regis-tro eran «Mongelos, intendente faccioso, Vergara, don Joaquín Moso, La-rumbe y Villasante» 10.

Al cesar el Consejo de Guerra permanente el 7 de abril por haber sidodeclarada la provincia de Navarra en estado normal, aún estaba en sumariola causa núm. 101 11, por lo que los reos siguieron provisionalmente ence-rrados en los calabozos de la ciudadela de Pamplona, hasta que afortunada-mente para ellos, a los pocos meses de aquel mismo año de 1849, se otor-gaba la amnistía, por la que quedaron en libertad. Don Mariano se vio re-compensado con el ascenso a Comandante. Luego llegaría otra temporadade destierro voluntario. Y la penuria. Y la nostalgia del suelo patrio. Peronunca la claudicación.

10 "Consejo de Guerra ordinario permanente de Navarra II Año de 1849 II Registro(sic) de las Causas que han seguido sus Fiscales desde el 16 de Enero, que se instaló, hastael 7 de abril del presente y mismo año, en que cesó" (Archiv del Gobierno Militar deNavarra).

11 Véase apéndice número I

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CAPITULO III

III. UNA AVENTURA QUIJOTESCA

De nuevo en la patria.—Contrae matrimonio.—A organizar una insurrec-ción; ¡con tres mil pesetas!—El quijote que quiere arreglar los entuer-tos de la patria.—Es puesta a precio la cabeza de Larumbe.—Carlos VIle nombra Jefe Superior de la provincia de Avila.

Durante el lustro 1849-1854 asentó la política conservadora del gobier-no de Madrid algo la estabilidad de la Nación, por lo que los partidariosde D. Carlos, aunque siempre en pugna con el trono de D.a Isabel, se abstu-vieron en ese lapso de tiempo, de nuevas protestas armadas.

Don Mariano, otra vez volvía a su tierra, ¡su bendita tierra navarra!Después de tantas veces ausente, besó de nuevo sus lares nativos y le pare-ció que el paisaje y las flores, las gentes y las aves, le saludaban y sonreían,como amigos del alma, y sus ojos se posaban en aquellos rincones predilec-tos por donde discurrieron sus años infantiles y su primera mocedad alegrey venturosa.

Vivía aún su madre, anciana cariñosa y respetable, que le recibió cari-ñosamente en sus brazos y no se cansaba de mirarle, enternecida por supresencia y orgullosa por sus luchas en pro de la Tradición. Los años lehabían envejecido con los cuidados de la hacienda y la crianza de los herma-nos menores, que eran ya unos hombres hechos y derechos, dedicados todosellos a las faenas del campo y de la ganadería para sostener el patrimoniofamiliar tan mermado por las contingencias de la guerra. Ellos también lerecibieron con muestras de encendido afecto y durante los días que perma-neció en el pueblo, amigos y parientes le obsequiaban a porfía con atencio-nes y convites y deseosos de escuchar de sus labios a cada paso alguno desus más arriesgados lances, anhelo que Larumbe, tenaz siempre en la mo-destia que le caracterizaba, no siempre satisfacía cumplidamente. Aquellabuena gente, en su afecto hacia él hubiera querido que ya no se ausentarade su compañía.

Cordialmente agradecía don Mariano aquellas pruebas de afecto, perotenía que solucionar el problema de su porvenir. Así pues, decidió acortarsu permanencia en Lecumberri y partir sin dilación a continuar sus estudiosen Pamplona, lo cual se hizo así que hubo reunido unos cuantos reales y tanpronto como se concertó el modo de que viviese en la ciudad con las pro-visiones que periódicamente se le mandarían del pueblo.

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Había en Pamplona buenos profesores que daban clases privadas dehumanidades, matemáticas y cultura general. A uno de ellos acudió don Ma-riano, y como, tanto maestro como discípulo rivalizaban en aprovechar eltiempo, al cabo de dos años había adquirido un bagaje de escritura que lecapacitaba para desempeñar un cargo con qué vivir desahogadamente.

Entonces fue cuando juzgó llegada la ocasión de dar el paso que durantetanto tiempo había diferido, el de fundar una familia, y así entabló relacio-nes con una mujer de grandes prendas morales. Llamábase Josefa Goyene-che y Anchorena, natural de Azpilicueta (valle de Baztán). Don Mariano lepropuso el casamiento con tal de que ella estuviese resuelta a dejarle plenalibertad de acción si los carlistas volvían algún día a lanzarse al campo.

La propuesta produjo en ella impresión favorable, pues experimentabala secreta fascinación propia de las de su sexo hacia el hombre que ven nim-bado con la aureola del heroísmo.

Ufano Larumbe de haber encontrado una mujer apropiada a sus aspi-raciones le susurró al oído, entre zumbón y emocionado:

«La novia que a mi me quieraha de ser con condición,ha de jurar la banderade D. Carlos de Borbón.»

Activáronse los preparativos de la boda, y en la mañana del 1 de febre-ro de 1853 se unían con el sagrado vínculo del matrimonio en la parroquiade San Nicolás, de Pamplona.

Quedábale todavía por resolver a don Mariano el problema —que nopor ser prosaico, dejaba de ser acuciante— del «modus vivendi».

Había cumplido los 37 años de su edad y los continuos azares de suexistencia le habían impedido hasta entonces el ejercicio de una profesión.

No fue largo el compás de espera, ya que a los pocos meses se pre-sentó la oportunidad de colocarse. Tratábase del cargo de administradorque a la sazón vacaba en las minas de Hiendelaencina, provincia de Madrid;Larumbe, que aunque a fuer de montañés pensaba despacio los pros y con-tras de sus asuntos, una vez decidido no gustaba de vacilaciones para poner-los en práctica, y acompañado de doña Josefa salió de Pamplona.

Nada más llegar a las minas presentóse al gerente, a quien produjoexcelente impresión el porte serio, mas al mismo tiempo benévolo de La-rumbe, tanto que a los pocos días y después de un examen minucioso de suhoja de servicios y actitudes oficinescas, le puso al frente de la adminis-tración. No desmereció don Mariano del concepto que sobre él se estaba

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formando, y así en breve tiempo, tanto sus superiores como los obreros delas minas le otorgaron su confianza. ¡Qué hombre tan recto y caballeroso eseste navarro que nos ha venido!, era la exclamación por allí corriente. Y noera para menos; sereno, laborioso, compasivo y transigente, dentro de ladisciplina, no contemporizaba con el mal en ninguna de sus formas, peroprocuraba prevenir antes que amonestar y evitar antes que corregir infrac-ciones del reglamento.

Más del año llevaba en aquel cargo desempeñándolo a satisfacción detodos, lo que parecía presagiarle un porvenir ventajoso, pero pesaba sobreél el destino providencial de una existencia pródiga en azares de la que nohabían de contarse largos períodos de bienestar y bonanza.

El gobierno conservador del Conde de San Luis había caído en virtudde la rebelión del Campo de Guardias —junio de 1854— fraguada por Dulcey O'Donell, el primero de los cuales había dicho poco antes a la reina paradisipar las sospechas de traición que sobre él recaían: «Juro como caballeroque jamás tuvieron la reina y el gobierno subdito más leal». ¡Así era defirme la lealtad de los jefes liberales; Tras el efímero ministerio del Duquede Rivas la reina, juguete siempre de los hombres de la situación, y atemo-rizada por los feroces combates en las barricadas de las calles de la capitalentre las fuerzas del gobierno y los paisanos armados, escribió una cartaa Espartero, que residía en Logroño, invitándole a que se hiciese cargo delpoder. Falta siempre de consecuencia en un proceder, aparentaba olvidar loque su misma madre D.ª María Cristina había apostrofado a Espartero enanterior ocasión: «Te hice Duque de la Victoria y Príncipe de Vergara,pero nunca he podido hacerte caballero». La tornadiza reina una vez másse doblegó, y aunque con lágrimas en los ojos contestó al comisionado delgeneral: «Dí a Espartero que acepto íntegro su programa sin ningún génerode restricción».

Elevado de esta manera a la presidencia del gobierno iba a ejercer Es-partero, junto con O'Donell la dictadura durante dos años, a los que conrazón se ha llamado «infausto bienio». Embalado el gobierno en su carrerahacia el cauce abierto a todas las libertades demagógicas, fácil era de preverel resultado. Las más perversas doctrinas antisociales llegaron a penetrar enel ánimo de la clase jornalera y graves motines, con la secuela de numerosasvíctimas, estallaron en Barcelona, Zaragoza y otras capitales, mientras quecampesinos de Castilla, contagiados por las ideas de los obreros de las urbes,incendiaban almacenes y fábricas de harinas en Burgos, Valladolid y Palen-cia, maltratando autoridades, atropellando a fabricantes y propietarios y sa-queando sus casas. Los incendios y saqueos fueron tomando proporcioneshorrorosas, sin que los esfuerzos de los soldados fueran bastantes a evitarlos,ya que por otra parte los milicianos nacionales, niños mimados del contu-

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bernio O'Donell-Espartero, no querían atajar los desmanes por no malquis-tarse con el populacho.

Si así marchaban las cosas en el aspecto del orden público, no ibanmejor en el religioso. El 1 de mayo de 1855 decretaban las Cortes una nuevaley de desamortización eclesiástica. En realidad venía a ser una segundaedición del latrocinio realizado por los liberales de 1836, pues con ella seapoderaba el gobierno de lo que aún había quedado propiedad de la Igle-sia, lo cual no fue óbice para que los legisladores dijesen pomposamente ensu preámbulo que se trataba de «una revolución fundamental en la mane-ra de ser de la Nación española, el golpe de muerte dado al antiguo deplo-rable régimen y el resumen de la regeneración política de nuestra patria».

En virtud del artículo 1.° de la nueva ley se declaraban en venta todosJos bienes pertenecientes a la Iglesia que restaban; todos los predios rústi-cos y urbanos, censos y foros del clero, de las órdenes militares de Santiago,Alcántara, Calatrava, Montesa y San Juan de Jerusalén, de cofradías, obraspiadosas y santuarios, de beneficencia y de instrucción pública. Se asegurabapor entonces que si el producto de la venta de bienes eclesiásticos hasta lapromulgación de la Ley del 1 de mayo había sobrepasado los 5.700 millonesde pesetas, lo que habían de producir los incautados por la nueva había deascender a mucho más.

Doña Isabel aparentó al principio que le repugnaba la firma de aquellainiquidad, pero habiéndola dirigido Espartero ciertas frases bastante fuer-tes, sometióse sin mucha resistencia. Y es que, como dice hasta un histo-riador tan poco sospechoso de reaccionario como don Juan Valera «la reinase prestaba y sometía a todo sin oponer el menor obstáculo a la realizaciónde las ideas políticas de sus ministros, como si fuese más bien que su sobe-rana su cautiva» 12.

Era evidente que el incautarse y vender los bienes que el Concordatode 1851 había devuelto al clero para que tuviese establemente y en plenapropiedad constituía una flagrante infracción del Concordato.

Mucho contristó a la Santa Sede la injusticia de aquella ley desamorti-zadora y al efecto presentó reclamaciones que no fueron atendidas. Fuerontambién varios los prelados que manifestaron sus puntos de vista contra-rios a dicha ley y por toda contestación fueron castigados con el destierro.Vista la imposibilidad de toda avenencia, el Santo Padre, Pío IX, determinóque su Nuncio en España —que lo era Monseñor Franchi— pidiera lospasaportes y se retirase de Madrid. El embajador de España en Roma, pidió

12 Historia general de España por don Modesto Lafuente ... continuada por DonJuan Valera y con la colaboración de D. Andrés Borrego y D. Antonio Pirala. Barcelona,1890. Tomo XXIII, p. 202.

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también sus pasaportes y se retiró con todo el personal de la Embajada,dejando los intereses españoles en la Ciudad Eterna al cuidado del embaja-dor de Francia.

Tales desafueros no podían dejar indiferentes a los defensores de laTradición, y, reunidas en Trieste las autoridades del Partido con motivo delfallecimiento de Carlos V que ocurrió por aquellos días —10 de marzo—determinaron levantar de nuevo bandera —¡siempre los carlistas!— por laReligión y el orden.

Como siempre que España estuvo en riesgo grave, resurgía el Carlis-mo con la bravura de un perro fiel y con el oportunismo de un angel tutelar.

Don Mariano que vivía tranquilo dedicado de lleno a su cargo de admi-nistrador, pero fija siempre la mente en sus jurados ideales y su corazón encontinua protesta contra el estado de cosas que a la sazón imperaba, recibióel encargo de personarse en Francia a la mayor brevedad. Así lo hizo, reci-biendo de la Junta Carlista allí residente el mandato de organizar un levan-tamiento a la cabeza de los obreros de las minas que administraba, para locual le entregaron la cantidad de ¡tres mil pesetas! El plan tenía mucho deinaceptable, no sólo porque tres mil pesetas eran algo irrisorias para unacosa tan seria como una sublevación armada, sino también porque aunqueera cierto que en los trabajadores de aquellas minas no había penetrado el virusde la revolución que agitaba a otros centros obreros de la Península, en sugran mayoría apenas conocían el Carlismo. Pero al comandante Larumbe lasdificultades encendían más el fuego de sus entusiasmos.

Y así a los pocos días de regreso atravesaba la tierra de Castilla. ¡Cas-tilla, la seca y la parda como sayal de asceta! ¡Castilla!... ¡Pueblos de santosy de conquistadores, pueblos de monjes y de estudiantes! ¡Castilla!... ¡Pla-nicie ocre, joyel de las perlas comuneras! Pero en 1855 ya no canta el tra-bajo en la besana, ya no rezan los gañanes al tañer de la campana, ya se vaextinguiendo en sus pueblos las costumbres patriarcales y el culto a la tradi-ción. Ya el obrero apenas trabaja, la semilla de la lucha de clases ha idoenvenenando a los proletarios, se respira odio, hambre, ruin venganza: setalan los bosques, se destroza el campo y las rubias cosechas se pulverizanentre el chisporroteo de las teas incendiarias. Y Larumbe, cual otro donQuijote, llora sobre la parda loma las desventuras de España, y después demontar la cabalgadura con la vista fija en una idea lejana, camina, caminapensando en la redención de un mañana claro, lleno de bonanzas, donde elobrero torne a rezar y la campana suene a oración y a fiesta, mientras lapatria surge poderosa bajo la égida de la Religión con un monarca querepresenta la legitimidad.

Una vez en las minas comenzó Larumbe los trabajos de conspiración,siempre ojo avizor a lo que en otros puntos también se fraguaba. Pero faltó

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labor conjuntada en los encargados de llevar la dirección y de ahí que losesfuerzos aislados habían necesariamente de malograrse.

En este levantamiento, como en todas las ocasiones de riesgo, se pudoapreciar, en contraste con la falta de pundonor de los que, pese a sus com-promisos, no quisieron ponerlos en ejecución, la caballerosidad de los que sesublevaron en circunstancias tan poco favorables. Fue el primero en hacerloel capitán de caballería don Cipriano Corrales quien lanzó el grito de ¡VivaCarlos VI! al frente de un escuadrón del regimiento de Bailen de guarni-ción en Zaragoza. En su ayuda acudió presto el teniente coronel Marco 13

y juntos ambos sostuvieron diversos encuentros con el enemigo hasta queabandonados por la mayoría de sus soldados tuvieron que dispersarse, siendofusilado Corrales, mientras que Marco, perseguido activamente, consiguiórefugiarse en Portugal.

Casi al mismo tiempo que los anteriores se lanzaban el campo los nava-rros. Fue Iribarren quien al frente de un centenar de mozos de Pamplona,Burlada y Villava, inició el 10 de junio el movimiento, atravesando el puertode Erro hacia Mezquíriz, cuyo párroco, don Veremundo Galar14 tenía yapreparado un puñado de voluntarios. Tres semanas más tarde —2 de julio—el brigadier don Marcelino Gonfaus (a) Marsal, alzábase también en armasen la región catalana.

Noticioso Larumbe de los anteriores movimientos, juzgó llegada para élla ocasión de secundarlos, mas aunque se esforzó por infundir su entusias-mo en aquellos meridionales incapaces de apreciar el pundonor de su jefe,a la hora de actuar dejáronle solo, y para evitar el caer en manos de losesbirros del gobierno que había pregonado su cabeza, se disfrazó de arriero,y así traspuso la frontera pirenaica, encontrándose allá con Iribarren y elcura Galar que habían conseguido ya eludir la persecución de varias colum-nas isabelinas.

Así terminó aquel levantamiento, que dada la escasez de elementos conque para empresa de tal fuste se contaban, bien pudiera denominarse «laconspiración de los Quijotes». Algunos núcleos que al mando de Marsal y deRafael Tristany seguían en armas en las montañas de Cataluña, sólo consi-guieron —y ya era bastante— prolongar la lucha hasta abril de 1856, enque el Gobierno de Madrid consiguió pacificar totalmente el Principado.

13 Manuel Marco y Rodrigo: conocido vulgarmente por "Marco de Bello" por selnatural de Bello (Teruel) donde nació en 1810 y falleció en 1885.

14 Sacerdote navarro ; figura interesante aunque bastante ignorada del campo car-lista. Pirala y los historiadores que le siguen le llaman Bernardo Crispín Galán, pero suverdadero nombre era Veremundo Crispín Galar y así firmaba él las partidas sacramen-tales. Había nacido en Pamplona en 1805, falleciendo en 1834 en Ardaiz (Valle de Erro)donde ejercía el cargo parroquial.

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Las autoridades carlistas, con criterio de justicia, opinaron que el queel éxito no hubiera coronado los esfuerzos no debía ser óbice para recom-pensar tantos sacrificios.

En consecuencia se otorgaron ascensos, si bien estas recompensas eranmeramente honoríficas —y lo que es aún más, título para nuevas abnega-ciones—, ya que la tradicional pobreza de la Comunión Carlista no podíaasignar por aquel entonces retribución económica a sus seguidores. Larum-be fue ascendido a teniente coronel.

Sin desalentarse por los contratiempos pasados, y repitiendo el célebre¡No importa! de los españoles en las guerras napoleónicas, comenzaron denuevo los carlistas a reorganizarse, aunque en la clandestinidad, naturalmen-te, pues se les perseguía sin compasión. Procedióse a los nombramientos dejefes para las respectivas provincias españolas, y teniendo en cuenta el com-portamiento de Larumbe en el Centro cuando la sublevación de las minas,el secretario de Carlos VI, don Niceto Moñino, otorgóle la jefatura militarde la provincia de Avila, y al efecto envió la comunicación al Jefe de EstadoMayor de Castilla la Vieja, don José María Arévalo 15 para que la transmi-tiere a nuestro biografiado.

Dicen así ambos nombramientos:

«Estado Mayor de Castilla la Vieja.

El Sr. D. Niceto Moñino, Secretario de S. M., me dice en comunica-ción que acabo de recibir, lo que copio a V. a continuación de lo que enella le concierne.

«Secretaría de S. M. = Excmo. Sr. = El Rey N. S. Q. D. G. se hadignado aprobar las propuestas de Gefes de distritos que V. E. eleva con lasfechas de 12 de enero último y 9 del presente; y me ordena que al comuni-carlo a V. E. le prevenga, como lo verifico, el que dé un traslado de estaá cada uno de los que vienen propuestos, y se anotan en la segunda casilla,la cual les servirá de nombramientos, pues S. M. juzga sea prudente el queestos no se remitan por su Secretaría en las actuales circunstancias paraevitar compromisos, si desgraciadamente llegasen a caer en manos de los

15 José María Arévalo. Natural de Capileira (Granada) tomó parte en la guerra dela Independencia y en la de 1822-23. Durante la de los Siete Años .sirvió en el Maestrazgoa las órdenes de Cabrera, quien lo nombró jefe de su estado mayor. Cuando la campañamontemolinista pasó a andalucía para activar el levantamiento de las Alpujarras, regre-sando después a Francia donde permaneció hasta su muerte. Aunque Carlos VII le ascendióa teniente general, vivía de limosna. Falleció en la mayor pobreza en París en 1869. Cuan-do Carlos VII y D.' Margarita le visitaron moribundo, al abrazarle, aquel bravo guerrerose echó a llorar.

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agentes del Gobierno de Madrid. Asimismo en la comunicación que pasaráal primer Comandante de Infantería Dn. Mariano Larumbe, le añadirá queS. M. se ha dignado concederle el empleo de Teniente Coronel mayor con laantigüedad de veinte y ocho de febrero de 1857 corriente. = De Real Ordenlo digo a V. E. para su inteligencia y efectos consiguientes.»

Dios guarde a V. E. ms. as

Nápoles 21 de marzo de 1857.

El Secretario de S. M.Niceto Moñino.»

«Excmo. Sr. Gefe del E. M. de Castilla la Vieja.

Lo que traslado a V. para su satisfacción y efectos consiguientes; todoen cumplimiento de la soberana autorización y Real mandato; advirtiéndoleque el distrito para que fue V. propuesto en las que refiere la Real Ordentranscrita lo es en la Provincia de Avila, cuyo Gefe Superior Militar de lamisma le acompañará la presente con las instrucciones y órdenes que juz-gara convenientes al mejor servicio del Rey, y que V. sabrá secundar y obe-decer con la exactitud y celo, de que tiene dadas buenas pruebas, y yo con-fío continuará para hacerse más y más acreedor al aprecio de sus inmediatasy hasta el más elevado de los superiores que como V. se glorían de sostenery defender la Justa causa.

Dios guarde a V. muchos años.

Francia, 28 de marzo de 1857.

El General Jefe de E. M.José M.ª de Arévalo (Rubricado)

Sr. D. Mariano Larumbe, Teniente Coronel Mayor de Infantería y Gefede Distrito en la Provincia de Avila.» 16

Dos años más tarde, en 1862, presentósele un nuevo empleo, que nole desagradó; doña María del Carmen Azlor de Aragón, duquesa XV deVillahermosa, que iba a contraer matrimonio con el segundo conde de Gua-

16 Los originales de estos dos nombramientos nos fueron cedidos para su consulta,en e! año 1946, por don Javier Larumbe, a la sazón vecino de Sangüesa, y nieto de donMariano.

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EL QUIJOTE NAVARRO

qui 17 buscaba un administrador para sus dominios de Javier. Hecha la pro-puesta por don Mariano, la aprobó la duquesa y a partir de entonces quedóLarumbe nombrado para administrar las posesiones que los Villahermosatenían en la tierra natal del Apóstol de las Indias.

Javier LARRÁYOZ ZARRANZ

17 Este matrimonio tuvo lugar el 23 de agosto de 1862. D.ª M.ª del Carmen, que habíanacido en Madrid el 30 de diciembre de 1841, falleció en 1905, siendo ella el alma y prin-cipal propulsora de la restauración del santo castillo.

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