El reino del amor

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Los que persisten en creer lo increíble merecen ser dominados por la idea. EL REINO DEL AMOR Antes de que la civilización del hombre blanco colonizara el Nuevo Mundo y rompiera la armonía de sus pobladores, existía un reino en Bruglin, cuyos habitantes creían que su rey era el hijo del dios Amor y que su descendencia gobernaría para siempre. Escribieron un libro donde se demostraba, sin ningún lugar a dudas, el origen de la estirpe del rey, para que los ciudadanos pudieran defender al monarca de cualquiera, que pusiera en tela de juicio su divina procedencia. Quienes se opusieran a tan sagrada verdad, serían condenados a muerte y sus casas convertidas en ruinas, borrándose sus nombres de todos los registros, para que nunca fueran recordados. Sus habitantes tenían la obligación de mostrarse felices en todas las circunstancias conformándose con su suerte en la vida. Ser súbdito del reino era el mayor privilegio que jamás nadie soñara. Debían, por tanto, parecer positivos y aceptar todas las órdenes del rey, sin vacilar, como lo mejor para ellos. Todos vivían felices: Edificaban casas y las habitaban, sembraban y comían del fruto de sus cosechas, sin que nadie les arrebatara el producto de su trabajo. La ropa no tenía por qué ser lujosa, pero siempre limpia. Y las mujeres no podían adornarse ni vestirse, de modo que despertaran en los hombres el deseo de poseerlas. La amabilidad y la cortesía se imponían en todos los eventos y nadie disputaba por cosa alguna ni en público ni en privado. Tampoco reían de un modo desmesurado, siendo cuerdos en todo momento, moderando la diversión, sin producir alborotos ni habla molesta, sonriendo con educación. La convivencia era perfecta, porque se esforzaban en imitar la personalidad del rey, un hombre capaz de sacrificarse por los demás. Allí nació Vivo, un niño grande y fuerte, de parecido hermoso, aunque tristón y quejica al que sus padres, José y María, pensaban destinar algún día a un servicio especial, 1

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Los que persisten en creer lo increíble merecen ser dominados por la idea.

EL REINO DEL AMOR

Antes de que la civilización del hombre blanco colonizara el Nuevo Mundo y rompiera la armonía de sus pobladores, existía un reino en Bruglin, cuyos habitantes creían que su rey era el hijo del dios Amor y que su descendencia gobernaría para siempre.Escribieron un libro donde se demostraba, sin ningún lugar a dudas, el origen de la estirpe del rey, para que los ciudadanos pudieran defender al monarca de cualquiera, que pusiera en tela de juicio su divina procedencia.Quienes se opusieran a tan sagrada verdad, serían condenados a muerte y sus casas convertidas en ruinas, borrándose sus nombres de todos los registros, para que nunca fueran recordados.Sus habitantes tenían la obligación de mostrarse felices en todas las circunstancias conformándose con su suerte en la vida. Ser súbdito del reino era el mayor privilegio que jamás nadie soñara. Debían, por tanto, parecer positivos y aceptar todas las órdenes del rey, sin vacilar, como lo mejor para ellos.Todos vivían felices: Edificaban casas y las habitaban, sembraban y comían del fruto de sus cosechas, sin que nadie les arrebatara el producto de su trabajo.La ropa no tenía por qué ser lujosa, pero siempre limpia. Y las mujeres no podían adornarse ni vestirse, de modo que despertaran en los hombres el deseo de poseerlas.La amabilidad y la cortesía se imponían en todos los eventos y nadie disputaba por cosa alguna ni en público ni en privado. Tampoco reían de un modo desmesurado, siendo cuerdos en todo momento, moderando la diversión, sin producir alborotos ni habla molesta, sonriendo con educación. La convivencia era perfecta, porque se esforzaban en imitar la personalidad del rey, un hombre capaz de sacrificarse por los demás.Allí nació Vivo, un niño grande y fuerte, de parecido hermoso, aunque tristón y quejica al que sus padres, José y María, pensaban destinar algún día a un servicio especial, como eunuco, para trabajar sin cargas familiares, sirviendo al bondadoso y maravilloso rey.Ellos creían que debían la vida al rey, que les había librado de todo lo malo, permitiéndoles vivir y, por lo tanto, cuando dedicaban sus vidas a él, no hacían nada extraordinario, sino solamente vivir para el que les había dado todo, incluso la vida.Cuando asistió a la Escuela Real, aprendió las verdades fundamentales y llenaron su corazón de aprecio por ellas. Estaba inmensamente agradecido al Rey y deseaba vehementemente, que llegara el momento de cumplir los deseos de sus padres, de servir en la Mansión Principal del Reino. Allí no tendría que preocuparse del alimento, ni de la ropa, ni de ninguna otra cosa material, solo de servirle, pues nunca le faltaría lo imprescindible para la vida.

—Yo seré eunuco del Rey —dijo Vivo con altanería.—Pues no tendrás hijos —respondió Savi, resaltando lo que a su parecer resultaba un aspecto negativo de esa profesión.—Todos somos hijos del Rey, así que servirle, será como tener muchos hijos.

Savi era su vecino más cercano y asistían juntos a la escuela. Sus padres se mostraban siempre como unos buenos súbditos, pero, en privado, dudaban de su procedencia divina y, aunque nunca dijeron tal cosa a Savi, éste notó que la amabilidad y cortesía con los vecinos en las reuniones, eran fingidas, que se esforzaban por aparentar la personalidad exigida.

—Pues yo seré misionera —dijo Güesa.—¿Qué es eso? —preguntó Vivo.

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—Es como una embajadora del Rey, para convertir a los salvajes y extender su Reino por toda la Tierra.

Güesa era una hermosa niña que también asistía a la misma escuela que Vivo incorporándose en compañía de éste y Savi durante el camino. Su madre era una ferviente e incondicional servidora del Rey, pero no su padre y, a ella, le preocupaba que su papá nunca hablara del Rey. Tenía miedo que no creyera en Él y fuera destruido, pero ella y su madre decían que su papá ayudaba más a los súbditos que otros que confesaban continuamente su creencia.En la escuela los niños del Reino se comportaban excelentemente, y su respeto por los mayores relucía en todos los eventos. Ninguno daba la nota con llantos o caprichos que alteraran el orden.Aquel día Güesa no iba tan contenta como de costumbre, se le notaba que fingía porque no podía contener su tristeza.Habían visitado a sus padres, los honorables y, aunque hablaron en privado, ella percibió que algo no iba bien. Además, oyó a su madre que le decía a su papi:

—Tienes que desarrollar más aprecio por la Organización Real.Pero su papi no dijo nada, solo asintió con la cabeza, aunque sus ojos contenían una tristeza indescriptible.Güesa tenía miedo que expulsaran a su papi a un mundo hostil con los salvajes, donde no podría sobrevivir, mortificándose por encontrar el modo de impedirlo.La madre de Savi fue amonestada porque asistió al culto con ropa algo adosada al cuerpo, de modo que podía adivinarse su desnudez:

—Vas vestida muy provocativa —escuchó decir a su padre.—He engordado un poco después del parto y aprovecho la ropa que todavía está nueva y no me queda mal —respondió su madre—. Así podemos comprar alimento y medicinas para el bebé.

Para Savi que no entendía bien el asunto del dinero, le parecía una desconfianza en el Rey, que siempre provee lo necesario si se cumple sus normas.

—Nos estamos retrasando, ¡corramos! —sugirió Vivo.—Tenemos prohibido correr y debemos caminar con cuidado —dijo Savi.—Pero no nos ve nadie. Bueno, excepto el Rey, pero él está muy ocupado.

Y comenzaron a correr:Cada tramo del camino, de árbol grande a árbol grande, imaginaron a un perseguidor: El primero le correspondió a Saví, que representó al honorable Amable, un servidor de muy buenos modales, alto, de pelo blanco, ojos verdes, aspecto acicalado y audaz y de rasgos, que de no ser por las arrugas de su cara, se asemejaría a un felino. Los niños imaginaron que los perseguía un leopardo y, para escapar del peligroso ataque, debían llegar hasta el primer árbol grande y esconderse en uno de sus huecos.Savi se empolvoreó el pelo de arena blanca y, tomando el aspecto del animal salvaje rodeó el camino más rápidamente que sus presas, llegando antes al árbol seleccionado, donde los esperó para sorprenderlos:

—¡Ah! Amable os ha pillado in fraganti. Ahora, ¿podéis explicarme por qué os escondíais de mí? —dijo con voz grave, imitando al adulto.—¡Perdón!, ¡perdón! —dijo Güesa—. No nos escondemos de ti, pues eres muy amable, solo que huíamos de un demonio que nos persigue. ¿No lo has visto?—No tengáis miedo, ahora estáis protegido por Amable.

Y haciendo el gesto de comérselos lanzó sus manos como si se tratara de un zarpazo, diciendo:

—¡Ah! No soy Amable, sino el demonio que me hice pasar por él y estáis perdidos.

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Los niños fingieron estar horrorizados, terminando con la parodia.Y concertaron en repetir la escena pero con otra representación: Vivo sería el perseguidor Modesto, un honorable de baja estatura, de aspecto encorvado, que se agravaba porque andaba con la cabeza ligeramente agachada. Se asemejaba a un animal dócil, como el obediente perrito de un ciego, pero, su mirada penetrante, intimidaba a sus interlocutores, como si estuvieran desnudos e indefensos delante de él.Avanzaron por el camino hasta un lugar elevado del terreno, donde unas rocas servían de refugio.Se repitió una escena parecida: Vivo imitó muy bien al animal sin desplazarse velozmente, sino sigilosamente llegando al refugio donde los niños ya esperaban, convirtiéndose en un león fiero, que sorprende a su presa por la espalda. Su rugido asustó a los niños que, de nuevo fingieron estar horrorizados.

—¡Transgresores! Os he sorprendido jugando con los salvajes, desobedeciendo al Rey.—No, no, solo los hemos saludado, porque pasaron por nuestro lado.—Mentís. Os he visto acercaros a ellos premeditadamente.—Ha sido una casualidad, pero no se repetirá, honorable Modesto.

Y terminaron fingiendo que el león se comió a los niños.Continuaron imitando a los mayores y, en su turno, Güesa decidió representar a Zambrana, una mujer piadosa que educó a sus tres hijas con las Enseñanzas Saludables.Zambrana se aproximaba a su quinta década, conservando cierto atractivo que tenía de joven. Su esposo no era servidor del Reino y crió sola a sus hijas. La consideraban una honorable que aconsejaba a las jóvenes y, por su servicio y fidelidad al Rey, tenía la reputación de ser muy estrictas en exigir el cumplimiento de las normas.Güesa frunció el ceño para parecer mayor e, imitando a una loba, alcanzó a los niños, repitiéndose la misma escena que las veces anteriores. Y así corriendo, riendo y divirtiéndose durante el camino, saltando y porfiando sobre quien llegaría primero a uno u otro lugar, casi sin darse cuenta llegaron a la escuela e interrumpieron la carrera inmediatamente, regresando a la realidad.La maestra Perfecta ya aguardaba su llegada, notando de inmediato, que los niños no habían respetado el orden:

—¿Por qué estáis tan colorados? —Y, sin esperar respuesta, lanzó otra pregunta—: ¿Habéis corrido?—No, doña Perfecta, andamos más ligero para no llegar tarde —dijo Savi pensando que esa afirmación arreglaba el asunto.—Estás diciendo que habéis corrido por culpa de vuestros padres que os han enviado tarde.

Aquello les dio miedo, no querían crear más problemas a sus padres y se quedaron callados.

—Estáis sudosos. Habéis jugado por el camino, perdiendo el tiempo.Los niños continuaban asustado, sin decir palabras, mientras los demás niños les miraban como si fueran delincuentes.

—Os impondré el castigo de los mentirosos y nadie podrá hablar con vosotros. Estáis condenados al ostracismo.

Los demás niños aprobaban el castigo impuesto y estaban dispuestos a no hablarles, dejándolos aislados.La profesora les explicó que se trataba de una disciplina necesaria para que aprendieran a ser respetuosos con las normas y, el día de mañana, no sufrieran como delincuentes.

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La comunidad aceptaba como normal y merecido las disciplinas que se imponían a los habitantes. Parecía que los castigos solo alcanzaban a otros y no por injusticias, sino por merecimientos, porque no cumplían con su deber.Así, cada familia pasaba por períodos en los cuales algunos de sus miembros sufrían castigos, pero debían verlo como lo mejor para el infractor, para que éste reflexionara y corrigiera su conducta.Superado el problema, se reforzaba su confianza en el sistema y parecían volver a ser felices como al principio, como si nunca hubieran sido amonestados, convirtiéndose en los mejores defensores de la Organización que velaba por los intereses del Reino, aprobando los castigos impuestos a los críticos, que intentaban romper la armonía. Es más, colaboraban en denunciar a quienes veladamente incurría en algún incumplimiento.Siempre había habitantes castigados, recibiendo disciplina, pero la mayoría continuaban felices y seguros de su gran porvenir, sirviendo al rey Amor.El libro contenía los principios por los que debían regirse y el castigo que correspondía para cada infracción. La mayor disciplina era la expulsión, porque quien muriera en ese estado de desamparo, nunca resucitaría ni viviría en el Más Allá, su muerte sería eterna.Cuando llegó la hora del recreo, los niños que pasaban por el lado de Vivo y sus amigos, les increpaban:

—¡Mira! El que presume de cumplidor como sus papás. Un niño apestoso y sudoso.

Vivo se quedó sin contestar y Güesa se mordía los labios.—Anda, el hipócrita de los padres amables que gritan en su casa —increparon a Savi.

Savi no sabía que la comunidad conociera cómo se comportaban sus padres en su propia casa y, temblando de miedo, no pronunció palabra tampoco.

—¡Oh!, la muñeca, ¡Igual no cree que el Rey la ve correr, como su papá!Güesa se asustó de lo que decían los niños, que dejaron de proferir sarcasmos porque la profesora les ordenó que se callaran y continuaran saliendo.Los honorables Amable y Modesto visitaron a los padres de Vivo y entre las cosas que hablaron le refirieron el comportamiento del niño. Éste, desde su dormitorio, les escuchó decir:

—Vuestro hijo ha desobedecido.—A los niños les gusta correr, pero es un buen chico —dijo su padre para justificar su inocencia.—Cuidado, José, si no cree que el Rey le ve, no podrá servirle de mayor y tendréis que cambiar su orientación a un oficio ordinario.—No, no, dijo su madre lloriqueando, lo corregiremos.—Bien, excepto en esto, siguen siendo un ejemplo para la comunidad. ¡Qué bueno que los hijos tengan padres como ustedes que respetan las normas!, pero cuiden que Vivo elija bien a sus amistades.

Cuando se marcharon los honorables, sus padres se quedaron tristes y estuvieron hablando y rezando mucho tiempo, hasta que cenaron. Después dijo su padre a Vivo, antes de ir a la cama:

—Vivo, ¿tú crees que el Rey te ve?—Sí, sí papá. Es que Güesa dijo que estaba ocupado.—¿Has visto el castillo y la torre alta que llega al cielo?—Sí, sí papá.—Desde allí te ve y sabe todo lo que haces y, si no te comportas, no te aceptará como servidor en su casa.

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—Sí, papá, voy a portarme bien, lo prometo.—A partir de mañana, no volverás a caminar junto a Güesa y Savi, porque son una mala influencia. Sus padres no han conseguido educarles bien, porque son unos niños difíciles, pero tú eres un niño bueno y no debes permitir que te contagien sus ideas revolucionarias.—Muy bien papá, dijo Vivo lloriqueando.

Y su padre lo mandó a la cama, para que descansara hasta el día siguiente.Los mismos honorables, ese mismo día, visitaron también a los padres de Guesa y, su papi tan querido, fue expulsado de la comunidad. La niña creía que había sido por culpa suya, por lo que había dicho del Rey, y se moría de pena y de rabia, porque no lo dijo con maldad.También visitaron a los padres de Savi, que prometieron que todo iba a mejorar, que el niño cumpliría. Negaron, por supuesto, que discutían y gritaban en privado y, carentes de prueba y sin base sólida para acusarles, se marcharon por donde habían venido.Al día siguiente, de camino a la escuela, Vivo no aceptó la compañía de Güesa, ni ésta la de Savi, caminando separados y sin decir palabra alguna.Cuando llegaron se incorporaron a la fila de su clase. Sus compañeros continuaban sin hablarles y tratándolos como apestosos que pusieron en primer lugar sus juegos, antes que el servicio al Rey. Unos ingratos que no apreciaban el sacrificio de su Rey y la vida que les otorgaba.Pero su Rey era tan bueno, que hacía salir el sol para buenos y malos, proveyendo agua y alimentos para todos. Los tres niños egoístas y transgresores merecían que no los miraran y así lo hacían, considerándose superiores a ellos.Aquel fue el día más largo y triste de sus vidas y, lo peor, que se repitieron así muchos días. Tan solo podían hablar en sus casas y rezar en sus cuartos, en privado.

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LA CONVENCIÓN

Cada año, coincidiendo con el primer plenilunio de primavera celebraban una gran fiesta en el castillo.Todos los ciudadanos tenían la obligación de asistir para recibir las enseñanzas que su Señor había dispuesto para ellos. Debían, pues, preparar sus carretas y proveerse del alimento necesario, dejando sus animales domésticos, abandonados a su suerte en el campo, así como sus propiedades, sin preocuparse por estas pertenencias, porque su Rey cuidaría de ellas y no les pasaría absolutamente nada. Aunque, si pasara alguna calamidad, las bendiciones, que recibían en la fiesta superaban a la pena de las pérdidas materiales.Conforme las carretas salían del recinto de sus propietarios, se incorporaban a la gran calzada de piedra, que se encuentra en la margen del río, rodeado de árboles y circulaban por ella sin peligro ni temor, sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda y comenzaban a cantar himnos de alabanza a su Rey, desde sus corazones llenos de júbilo y agradecimiento:

Ha llegado en primaverala sombra del porvenir.La luna luce altanera su traje de claro gris.

Iluminando la noche,la casa del Rey feliz

surge desde las tinieblas,bella perla de rubí.

Maúlla el gato, canta el loro,la alondra y el colibrí,la culebra y el lagartoreptan juntos en abril.

Han cumplido con tu pacto,Castillito de marfil.

Canta, canta, cantarillo,canta, canta, el kirikí

El río fluye sin prisas,para tu suelo no herir.

Los árboles van al cielo,para tu luz recibir.

El lobo ya no se acerca,no tiene miedo el redily todas caminan juntas,

para felices vivir.

Diezmo pagamos en oro,no en plata ni metal vil,

que tú mereces que todos

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demos lo mejor de sí.

Mañana, al lucir el sol,llegaremos ante ti.

Canta, canta cantarillocanta, canta el kirikí.

Este cántico y otros similares reforzaban su confianza y les transportaban a un mundo sin peligros, donde todo el planeta servía al gran rey Amor. Los niños también cantaban y, sus corazoncitos de criaturas nuevas, que comenzaban a descubrir el mundo, se llenaban de aprecio por el Rey.Y así, entre canción y canción, llegaron al castillo.No distinguían entre el Rey y los que ejercían de gobernantes del pueblo, porque todos les servían como iguales.

—Hemos extendido nuestro reino por todo el mundo. Nuestros soldados, sin combatir físicamente, han conquistado fortalezas inexpugnables —dijeron los honorables.— ¡Qué rollo de fiestas! ¿Tengo que estar quieto y callado tanto tiempo, mientras discursan? —dijo Dani

Sus padres les reprendieron enseguida y lo hicieron callar.Vivo había oído el reproche y, aunque estaba de acuerdo en que eran aburridas, no podía criticarlo abiertamente, por temor a ser castigado sin comer y, ya era bastante soportar el aburrimiento, para también tener que soportar la barriga vacía. Así que los niños guardaron silencio cinco horas diarias, mientras los honorables exponían al pueblo las disposiciones reglamentarias del libro inspirado.Mientras discurrían los discursos:

Vivo recibió pellizcos,Güesa uno que otro pisotón,

Savi, por impertinente,algún que otro cachetón.Pero de todos los niños,

Dani escapó peor,se llevó de premio a casa:

de huidas, un arañón,cardenales de escalerasy, de caída, un chichón.

Y, por si esto fuera poco,castigo de habitación,

un mes sin salir de casa,ni ver la televisión.

El entusiasmo de los honorables contagiaba al pueblo que, rebosante de alegría, aplaudía a cada uno de los discursantes al concluir sus exposiciones y, en ocasiones, hasta más veces.El descanso de mediodía para la comida, era el tiempo que aprovechaban los niños para despegarse un poco de sus padres, mientras éstos, animados, hablaban con otros ciudadanos. Así, escapando de las cadenas del paraíso de los mayores, se juntaban para jugar con cierta libertad, hasta la reanudación del programa.

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Vivo se encontró con Güesa, que estaba incorporada a un grupo de niñas, que presumían de mayores, mirando, por encima de los hombros con aire de superioridad a los demás niños.De pronto, apareció otro grupo de niños, que descontento con el tratamiento, incordiaban a las niñas con mofas y empujones; hasta que unos corrían de los otros entre el gentío, tratando de despistarse. Pero los niños siempre las encontraban y se producían las discusiones.

—¿Por qué me sigues? —dijo una niña a Vivo, que en realidad estaba allí solamente por Güesa.—¿Tú eres el niño repelente que todo lo sabe? —dijo otra niña.

Vivo no sabía qué responder, y los niños, que no lo consideraban amigo, parecían favorecer a las niñas.

—Sí, sí, ¿Por qué nos persigues?, dijo con retintín uno de los niños, imitando con gracia una voz femenina.

Güesa notó su ánimo decaído y se quedó preocupada.Vivo les dio la espalda para ocultar las lágrimas y se marchó corriendo.Cuando regresaba, se encontró con el travieso Dani, que engullía rápidamente el último bocado de su bocadillo.Intentó apartarse, pero el oponente le trabó un pie con un calzo, logrando que se tambaleara y casi cayera al suelo.No estaba de humor para juegos de peleas e hizo un gesto de pena, como inquiriendo una respuesta del motivo de la agresividad. Dani, que vio su angustia, unió sus manos e inclinó la cabeza como solicitando perdón, para continuar con un guiño y una sonrisa amistosa, que Vivo recibió como un regalo.Vivo, que atravesaba una crisis importante después del castigo escolar y la separación de sus amigos, dudaba si seguir en compañía de Dani, pero éste le dijo:

—¿Tienes miedo?—No —dijo Vivo, guardando las apariencias de niño bueno.—¡Anda! Acompáñame

Y caminaron juntos, recorriendo la parte del castillo por donde los adultos caminaban en busca de algún lugar donde tomar café.Dani tenía muy poco dinero, el suficiente para dos helados e invitó al nuevo amigo.

—Gracias —dijo Vivo y siguieron caminando juntos.—¿De dónde eres? —preguntó Dani—Soy del Norte ¿Y tú? —Del Sur—¿Te dejan jugar?—Un poco, porque tengo que estudiar y ayudar en casa.—A mí tampoco me dejan jugar, porque mis padres quieren que de mayor sirva al Rey.

Mientras hablaban de sus peculiaridades se adentraron en los departamentos de servicio, instalados con motivo de la fiesta:En el de Alojamiento pudieron ver cómo un matrimonio con bebés, solicitaba dónde poder dormir y, ancianos, que tampoco estaban ubicados. Notaron la preocupación de estas familias, menos afortunadas que ellos.

—Donde me alojo disponemos de jardín y piscina, ¿y tú? —dijo Vivo.—Estoy en el mismo hotel que tú, el que está junto al mar —respondió Dani.—¿Por qué tienen dificultades para alojarse y nosotros, no?—Acudieron tarde a la llamada del Rey y, por eso, sufrieron contratiempos por el camino y tuvieron que esquivar leones, que buscaban criaturas desperdigadas.

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Si hubieran sido previsores, habrían gozado de la misma protección que el resto del rebaño y habrían llegado a tiempo.

El de Literatura se encontraba vacío, parecía que los adultos estaban saturados de información, procedente de los discursos de los honorables, hasta el grado de no apetecerles revisar libros o revistas del pasado.

—¡Mira!, maná espiritual acumulado —dijo Dani, mirando las portadas de los libros.—Los tenemos todos en casa —respondió Vivo desinteresándose por su contenido.

Mientras miraban el mostrador del puesto, apareció un interesado que dijo al aspirante a honorable:

—¿Conservan literatura del fundador?—¿Cómo fundador? — dijo el dependiente—. No tenemos fundador, venimos desde el origen del mundo. Nuestro fundador es Dios.—Déjese de cuentos. Del primer honorable, dijo el visitante extranjero.—El alimento antiguo cuando se agota no se reimprime, es maná caducado.

El visitante se marchó enfadado del castillo y Dani y Vivo se miraron extrañados de las objeciones del extranjero, que se expresó con tanta libertad y, aunque no dijeron nada, envidiaron al odiado mundo exterior, porque expresaban sus pensamientos libremente. En la enfermería daban pastillas para el dolor de cabeza a quienes sufrían alguna jaqueca, debido al calor, y vieron cómo vendaban la mano a un herido leve por un corte accidental.Pero, el que más impacto les causó, fue el de Presidencia, donde se encontraban los honorables, junto con sus familias en los lugares preferentes.Pasaron pronto de largo, para no ser visto por alguno de los honorables de su localidad, pero no lo pudieron evitar y, antes de que siguieran adelante, se les acercó un acomodador, que siguiendo instrucciones, los expulsó del lugar.Los niños pensaban que, en aquel lugar, había una energía peligrosa y podían sufrir una descarga, así que agacharon la cabeza y se marcharon rápidamente.Mientras regresaban le dijo Dani:

—¡Uff! Nos hemos librado del fuego—No hay fuego —dijo Vivo—No se ve —replicó Dani— pero los que pasan, se desintegran.—Entonces, ¿por qué no se desintegran los honorables?—Son alienígenas y no se pueden quemar.

Le pareció a Vivo demasiada fantasía de Dani, pero no falta de razón. En el fondo, los honorables se comportaban como seres diferentes que vienen del espacio.Al regresar, se reencontraron con los jóvenes, que habían formado grupos mixtos de diferentes localidades, que parecían soportarse, incluso, se adivinaba el interés de alguno de ellos por aumentar la amistad y formar parejas.La música comenzó a sonar, como advertencia de que la pausa había terminado y debían concluir sus juegos, incorporarse al programa de los adultos; así que cada cual se dirigió al lugar donde estaban sus padres.Era inútil demorarlo, porque los vigilantes que servían de acomodadores, les obligaban a que regresaran a las gradas.La asamblea entonó un cántico, uniendo sus voces de alabanza en una impresionante comunión, que formaba una sola voz que se elevaba al cielo.Los honorables continuaron grabando en la mente de los niños sus creencias fantásticas, para que los pequeños se sometieran, igual que sus padres.

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Voz que supera al viento,ola que rompe al mar,la lluvia, tenue caricia,

es agua de caridad.

La tierra rueda contenta,calienta el sol, sin quemar,

una dulce fantasíase convierte en realidad.

Vivimos todos felices,poseemos la verdad,

agua, viento, sol y tierraParaíso terrenal.

A punto de concluir el primer día de la gran congregación, cuando Vivo pensaba encontrarse con Dani para poder jugar, robándole horas al sol, los honorables recomendaron a los padres, que se retiraran temprano para descansar y estar frescos a la mañana siguiente, para continuar recibiendo la educación de la nueva sociedad, que poblaría el Mundo Venidero. Terminaron, expresando una oración de agradecimiento al Rey y, le entonaron una canción, marchándose felices a descansar.Vivo vio, que algunas familias no siguieron las instrucciones de descansar al pie de la letra, y sus hijos buscaron tiempo para jugar un poco, pero él pertenecía a una familia de las verdaderamente cumplidoras y no podía eludir la vigilancia de sus padres.Cuando parecía que tendría que conformarse con el plan previsto, Dani, en una de sus ingeniosidades, logró zafarse de la vigilancia y se encontró con Vivo, que se marchaba para su dormitorio.

—¡Chisss!, ¡Chisss! —Siseó Dani para llamar su atención.Vivo giró la cabeza para ver quien siseaba y entonces, le dijo en voz baja:

—No hagas ruido.—¿Qué haces aquí? —dijo Vivo.—¿Vienes a jugar a fútbol?—¿Ahora?—En la margen derecha van a reunirse algunos salvajes y quieren jugar contra nosotros.—Mis padres no me dejan jugar con salvajes.—No se enterarán porque volveremos pronto.

Se marcharon y jugaron, corriendo detrás de la pelota por el improvisado campo, una y otra vez, hasta quedar agotados, consumiendo todas sus fuerzas.Antes de que el sol cediera su lugar a la luna, Vivo y Dani regresaron plenamente satisfechos del juego y durmieron plácidamente hasta la mañana siguiente.Los días transcurrieron repitiéndose la misma rutina: Adultos con los ojos brillantes de felicidad y niños aburridos, que simulaban encontrarse tan felices como los mayores.Y la fiesta terminó y Dani regresó al Sur con su familia, mientras Vivo volvió a su vida anterior, echando de menos al nuevo amigo.Confiado estaba de no haber sido descubierto, guardando en secreto su amistad, cuando unos vecinos visitaron a su familia.

—¿Conocíais al chico que jugaba con Vivo?Los padres de Vivo quedaron sorprendidos y su primer pensamiento fue, cómo logró eludir la vigilancia.

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—No es posible, protestó su madre.—No venimos para que riñan al niño, pues creíamos que lo sabíais. Su familia tuvo un accidente y su amigo ha muerto.

Para los padres de Vivo la conversación tomaba un giro imprevisto y permanecieron callados, lamentando su primer impulso.

—Pero no os preocupéis, les dijeron los vecinos, murió leal al Rey, cumpliendo fielmente la obligación de no recibir sangre. Sus padres mantuvieron integridad y no permitieron a los médicos salvajes, que les transfundieran.

Vivo, que escuchaba desde su habitación, se indignó con las normas del libro y maldecía a los honorables.Sin poderlo evitar, a pesar de la rabia, las lágrimas invadieron su rostro y, estuvo triste muchos días, pensando que no vería más a su amigo.

—Estás muy triste, Vivo. ¿Es por lo que le pasó a tu nuevo amigo? —le preguntó su madre.

Asintió con la cabeza.—Él resucitará en el Más Allá —le dijo su madre para consolarlo.

Vivo pensó en lo que tardaba el Mundo Venidero y continuó enfadado.—Sabes, que si morimos fieles al Rey, ganaremos la vida futura y, si ganamos la actual por no servirle, la perderemos para siempre, como ocurre con los salvajes.

Mostró afecto a su madre y lloró con ella, aunque no le convenció la creencia, mientras ella se tranquilizó, pensando que su hijo soltaba su pena y recuperaba la fe.

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LA ENCRUCIJADA

El Rey Amor premia a los varones que colaboran de manera especial, con nombramientos de honorables o ayudantes de honorables, según los casos.Preco tenía un buen empleo y, podía decirse en cierto modo, que había triunfado en el mundo del trabajo, pero su éxito no encontraba reconocimiento en una sociedad diversificada y llena de personalidades de la política y del mundo empresarial, para quienes una posición acomodada, no se consideraba nada excepcional y, pasaba por ser una persona más de la clase media. Así, que decidió llegar a ser una persona importante en su pequeño entorno del pueblo del Rey Amor y su familia colaboró para conseguirlo, mostrándose muy buena y fiel y, ayudando en todas las tareas, que los honorables le encargaban.Su hijo Tono, sentía una gran admiración por su padre, a quien consideraba un sabio al que preguntaba todas las dudas que surgían en su cabeza:

—¿Por qué la semana tiene siete días?, preguntó a su padre.Preco que no disponía de una explicación científica, hizo uso del libro sagrado y respondió:

—Son los días que Dios tardó en crear el mundo.—Pero el siete es un número primo e impar —dijo Tono.—Dios tardó, en realidad, seis días en crear el mundo, empleando el séptimo para descansar. —¿Por eso se considera el número seis imperfecto?—Exacto —dijo su padre— porque le falta el día de descanso.—¿Y por eso se permite que un niño se dedique al Rey con siete años y no con seis?—Sí, puede que sea por eso. Al principio, antes que nosotros existiéramos, solo existía la luz. Un Gran Día Eterno, una estrella encendida que iluminaba todo el Universo. En esa estrella se produjo una gran explosión y se desprendieron doce grandes moles, que girando a su alrededor se apagaron convirtiéndose en planetas.—¿Por eso los doce meses? —preguntó Tono.—Doce se convirtió en un número celestial, un símbolo mágico y, de ahí, salieron los signos del zodíaco. El Sol representaba a Dios y, los planetas que giran a su alrededor, a sus colaboradores. Por eso, el hombre organizó sus gobiernos, copiando del orden celestial y nombraron un Rey y doce Apóstoles o gobernantes principales.— ¿Tú puedes llegar a ser uno de los doce? —preguntó Tono a su padre.—No, hijo. El Rey y sus Apóstoles viven en el cielo y desde allí gobiernan. Los honorables solo son servidores que dirigen al pueblo en su nombre. Nosotros debemos ser obedientes a los hombres nombrados por el Rey, para reflejar el orden celestial, que Dios puso en el Universo.

Después de esta conversación, Tono deseaba que su padre fuera como uno de estos planetas que giran alrededor del Rey y decidió ser un niño ejemplar.Preco se mostraba amable con todos, muy especialmente con los mayores, ayudándolos a caminar. Su esposa colaboraba supliendo sus ausencias sin protestar, aunque él se aseguró de que lo hiciera de corazón, hablándole de los requisitos que el libro sagrado requiere de la mujer:

—Cariño, ¿verdad que nuestro Rey merece que le dediquemos lo mejor de nosotros?

Sumisa se quedó callada y Preco, después de una pausa continuó:

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—Tenemos un hijo muy bien educado y la mayor parte de ese logro es tuyo, que le has infundido el deseo de vivir en armonía con nuestras tradiciones.—Es solo un niño, ¿cómo estás seguro que querrá servir al Rey?—Debemos confiar en el Rey, él nos ha dicho lo que es bueno para nosotros.—Eres hermosa, pero delicada como una flor y necesitas más amor que los demás, ¿podrás soportar que, parte del tiempo que pasamos juntos, lo dedique ahora al Rey?

De nuevo se quedó callada, lo que Preco interpretó, como el consentimiento expreso del incremento de su actividad a favor del pueblo del Rey Amor. Así que estuvieron mucho tiempo trabajando, hasta que los honorables recomendaron a Preco, para que fuera uno de ellos.Al principio todo fue muy bien, y estuvieron muy contentos de ser una de las familias más importantes del pequeño pueblo.Tono fue un niño feliz, hasta que su padre consiguió el cargo de honorable, pues hasta entonces estuvo muy unido a él, pasando juntos muchas horas, entre juegos y trabajo.A partir de entonces, las obligaciones de su padre comenzaron a distanciarlo. El veía cómo su padre se gastaba en la obra del Rey, atendiendo el culto, y ayudando a los demás, que se consideraban débiles.Tono conocía a Vivo porque asistían a la misma escuela, aunque nunca intimaron pero, con el desapego de su padre, comenzó a acercarse cada vez más a él. Éste, que echaba de menos un verdadero amigo como Dani, no puso mucha resistencia y comenzaron a salir juntos.Paseaban con sus bicicletas muy felices, disfrutando de la belleza del entorno, imaginando que eran unos aventureros que recorrían el mundo y que, por fortuna, encontraban islas paradisíacas, cruzándose con habitantes de otras razas a quienes saludaban y con quienes establecían amistades, intercambiando objetos de diferente valor.Estaban muy contentos con las rutas comerciales abiertas y las visitaban con cierta frecuencia, según los días: Uno, su camino transcurría por el norte; otro, por el sur; y, hasta el este y el oeste, exploraron, entonando su canción:

Cruzamos ríos,trepamos árboles,

tenemos almas de comerciantes.

Cambiamos cromosy pegatinas

por dos monedas o golosinas.

En bicicletacon mi bocinalos dominantesno me dominan.

Esclavizarnosno puede nadie,por ser vecinos

del pueblo grande.

Somos amigos

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de navegantes,con los humildessiempre adelante.

Éste es de hierro,yo soy de arcillanada queremoscon la polilla.

En los negocioses importantetratar a todos

con buen talante.

Pasamos frío,sentimos hambre

por el caminocomemos panes.

De fuente frescabebemos agua,

pedaleandode vuelta a casa.

Un día que habían intercambiado cuentos de hadas por unos lápices de colores fluorescentes, capaces de grabar dibujos en papel u otras superficies, se encontraron con los “dominantes”, un grupo de niños de papá que, de momento, les doblaban en número, pero, con las nuevas incorporaciones, los triplicaban, incluso los cuadriplicaban, no quedándole otro remedio que emprender la huída a toda velocidad.Pero el enemigo apretó los dientes y aceleraron sus bicicletas, aproximándose peligrosamente, hasta que consiguieron rodearlos.Vivo y Tono intentaron eludir un enfrentamiento tan desigual y se despojaron de la mercancía para distraer al enemigo y ganar distancia, pero solo uno de ellos se entretuvo en recoger los lápices, mientras los demás continuaron la persecución, hasta lograr derribarlos.Los dos niños se dispusieron a ofrecer batalla pero, la superioridad tan manifiesta de los contrarios, se impuso y recibían golpes de tantos colores, como los lápices que habían dejado abandonado en el camino.Así estaban las cosas, sin saber como saldrían del envite, cuando aparecieron los “rebeldes” otro grupo de niños, éste de la clase humilde que contendía con los tiranos solo cuando era inevitable.Algunos de los componentes de este grupo acostumbraban a negociar con los dos niños que sufrían las agresiones y, a pesar del riesgo de enfrentarse con la clase superior, intervinieron en la pelea, consiguiendo disolver rápidamente el incidente. No se emplearon en venganza, para no enfadar demasiado a los dominantes y, conseguido su objetivo, se marcharon acompañando a Vivo y Tono parte del camino, hasta que estuvieron seguros de que podrían regresar a sus casas sin peligro.Durante unos días, pensaron que lo más prudente era seguir los consejos de sus padres que les prohibían tener relaciones con los salvajes, pero estimaron que solo se trataba de un intercambio comercial, similar al que ejercían los mayores, y continuaron con sus juegos y trapicheos.

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Al poco tiempo, fueron descubiertos por un grupo de niños del Rey Amor que, preocupados con la suerte que pudieran correr Tono y Vivo, en su relación con los salvajes, informaron a sus padres de la actividad de los dos niños.Así, en la siguiente reunión, Preco fue abordado por un padre preocupado, que relató la historia que sus hijos le contaron, con la misma buena intención. Su esposa también fue informada por una que otra madre, así como también, fueron informados, José y María.Vivo fue castigado, sin poder usar la bicicleta, ni salir con Tono, volviendo éste de nuevo a sentirse solo y abandonado.Entonces, Tono, aprovechando un descuido de su madre, se escapó de casa y estuvo en paradero desconocido muchas horas, vagando sin ánimo, sintiéndose de madera apolillada y recordando su canción, en voz triste y baja: “Éste es de hierro, yo soy de arcilla”, mientras lágrimas escapaban de sus ojos, recorriendo su cara. Y deseó ser mayor, para ser libre y decidir por si mismo.Finalmente, fue localizado por sus padres y regresó a casa, guardando en su corazón el resentimiento por el castigo injusto, pensando que, cuando creciera, se marcharía a vivir su vida en libertad.Preco y Sumisa mantuvieron una fuerte discusión:

—Si hubieras vigilado bien al niño no se habría escapado.—De modo qué es culpa mía — dijo Sumisa—. Encima que he suplido todas tus ausencias y convertido en padre y madre.—Mis ausencias han sido por servir al Rey, al que debemos la vida y tú has descuidado tus obligaciones.—¿Descuidada yo?, ¿y tú que eres honorable en el pueblo, qué eres en tu casa?—Cuidado con esa lengua mujer —dijo Preco y, sacando el libro sagrado, recordó a la mujer que debe respetar al varón como cabeza, que su papel es de sumisión, sin disputar su autoridad.

Sumisa se sometió para evitar males mayores y continuaron aparentando, que eran una familia feliz y obediente al Rey.

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La familia de Pepito progresaba económicamente con mucha rapidez, desde que su padre se dedicaba a los negocios. Éste empleaba todo el tiempo que disponía en la búsqueda de clientes y, no tenía muchos escrúpulos a la hora de incrementar los precios, hasta triplicarlos o cuadruplicarlos con respecto al valor de origen de las mercancías.Para él se trataba de un negocio, no de un robo, y los clientes podían libremente comprar en esas condiciones o rechazarlas, realizando las compras en otro lugar.Aunque sus artículos eran de primera necesidad, todos los comercios, que los dispensaban, tenían los mismos precios, lo que hacía pensar a muchos, que existían pactos entre la competencia. Su madre estaba muy contenta con los beneficios del trabajo de su padre, manifestando cierto aire de superioridad sobre otras mujeres de la comunidad.Pepito también estaba contento con la prosperidad de su familia, disponiendo de más dinero que sus amigos y mejores juguetes.No obstante, algunos de la comunidad criticaban su ambición y la merma en la actividad a favor del Rey. Así que, para granjearse la amistad de la comunidad, empezaron a organizar fiestas suntuosas, invitando a los honorables y las familias más acomodadas.Pepito se lo pasaba en grande con sus amigos, los niños mejor acomodados, utilizando para sus juegos: la piscina, su ordenador último modelo y los aparatos más sofisticados del momento.El pueblo del Rey Amor no aprobaba el robo, ni lo permitía dentro de sus comunidades, pero, las relaciones comerciales con los salvajes, cada cual las desarrollaban según su buen parecer.Los niños, en las reuniones religiosas, fingían ser amigos de los más pobres, pero, fuera de las reuniones de la comunidad, los ignoraban.Un día, cuando celebraban una fiesta, el padre recibió una visita inesperada de unos señores salvajes y hablaron en privado en su despacho.El padre salió con el rostro decaído, reflejando mucha preocupación y, a duras penas, resistió el desarrollo de la fiesta hasta que finalizó.Al concluir la fiesta, la esposa le pidió explicaciones sobre la visita y su apariencia de preocupación, pero él le dijo que resolvería el problema, que era solo cosa suya y, a pesar de la insistencia y la consiguiente discusión, no consintió en decir la naturaleza del problema.Pepito los escuchó discutir:

—Pero, ¿debes dinero?—Te he dicho que no te preocupes.—¿Perderemos la casa?—Te repito que no te preocupes.—¿Qué no me preocupe?, ¿qué me ocultas? Se supone que soy responsable de lo que tú haces también —dijo gritando.—No te repetiré más, mujer, que no te preocupes, le dijo asestándole una torta en la mejilla, imponiendo de ese modo su autoridad.

Pepito se quedó muy preocupado, no esperaba esta actitud agresiva de su padre y no entendía bien hasta que grado el malo era su padre por utilizar la fuerza, o su madre, por increparlo y disputarle su autoridad.Pepito pronto empezó a notar el recorte de los gastos. Ya no celebraban fiestas y, poco a poco, empezó a perder a los amigos.La cosa empeoró todavía más, cuando su padre se ausentó de la casa.Se comentaba que había ingresado en prisión, aunque su madre le dijo que se había marchado al extranjero, para ganar dinero y que pronto, se marcharían con él y volverían a estar juntos.

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Pero los días pasaban y los meses, sin noticias de su padre. Su madre comenzó a trabajar, sirviendo en casas de ricos y se mudaron a un piso barato.Los niños salvajes se mofaban de Pepito y le decían: ¡ Mira! ¡El hijo del ladrón!En una de las reuniones a la que Pepito no asistió, anunciaron la expulsión de su padre, por no cumplir con las normas del Rey, porque sus súbditos debían ser sin tacha.Ahora, su madre no era considerada buena compañía por encubridora y todos los del pueblo le retiraron la amistad, apenas le saludaban por compromiso.Vivo nunca se encontró entre los amigos de Pepito, pero lo veía muy triste y decidió ayudarlo:

—Jugamos esta tarde a las chapas —e dijo Vivo.—Tengo que limpiar la casa para ayudar a mi madre.—¿Después?, ¿ más tarde, cuando hayas terminado?—No puedo, ya te lo he dicho.

Vivo percibió que Pepito quería seguir aislado, que se avergonzaba y no quería jugar a un juego de pobres y, sin darse por vencido, insistió:

—Te lo pasarás bien.—No tengo chapas —le respondió Pepito.—Yo tengo suficiente para los dos.

Más tarde, comenzaron a jugar y, por unos instantes, Pepito se sintió otra vez feliz, dirigiendo un equipo de fútbol.Vivo no se empleó a fondo para ganar, porque quería animarlo y lo dejó que obtuviera un buen resultado.

Jugando a la chapa,herido por dentro,mi amigo Pepito

ha perdido el miedo,Ahora no es rico

pero sí más bueno;la flecha clavada

la tiene en su seno.Con los ojos tristes

y ánimo serenono comprende cómole llegó el veneno.Quiere ser un niño,vivir entre juegos,

crecer le hace daño,le quiebra los huesos.

Pepito se hizo diestro con las chapas. La mayoría de las partidas las ganaba, así que decidieron jugar contra los salvajes y se inscribieron en un campeonato para competir con jugadores experimentados. Pepito tenía trabajo en casa, pero se las ingeniaba para regresar a tiempo de realizarlos.Un día, jugaban contra los azules conduciendo las amarillas; el partido estaba muy equilibrado, Vivo llevaba la defensa y Pepito la delantera; cuando parecía que el partido terminaría en empate, Pepito desde medio campo, con su lateral izquierdo, lanzó un disparo y la ficha se envenenó por el camino, haciendo una parábola extraña, introduciéndose en la portería. Los azules protestaron enérgicamente, llegando a las manos, pero el árbitro medió, dando a Pepito y Vivo el partido por ganado.

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Y fueron empatando unos y ganando otros, hasta que se situaron en la cabeza de la clasificación.Algunos equipos protestaron porque consideraban irregular la inscripción al campeonato de un equipo sin representar a ningún barrio de la ciudad, pero ellos dijeron, al principio, que vivían en las afueras, en la zona de huertas y viviendas unifamiliares, que pertenecían al término municipal.En el último partido contra los blancos se jugaban el campeonato y la emoción de haber llegado tan alto, hizo que no guardaran el secreto, invitando a Güesa y Savi, para que presenciaran el encuentro.Aquella mañana, Pepito encontró a su madre más triste que de costumbre. No se atrevía a preguntarle el motivo de su preocupación, quería ignorarlo, por no romper las pocas esperanzas que abrigaba su corazón. Deseaba que, al menos, la frágil situación familiar no se rompiera, que su madre continuara con su ayuda y poder jugar.Tardaba en acudir a la cita y Vivo decidió no esperar más, así que se llegó a su casa para buscarlo.Tocó el timbre que resonó en el interior de la casa, que se encontraba en silencio y un respingo notó en su madre, como si se hubiera pinchado con una aguja. Los dos se quedaron quietos hasta que Pepito reaccionó.

—Debe ser Vivo, ¿puedo abrirle?—Si hijo —dijo su madre.—¿Qué te pasa, madre?—Nada que no arregle el tiempo, hijo. Ve con Vivo.—¿De verdad madre qué puedo ir?

La madre asintió con un gesto, mientras recordaba una poesía sobre el sufrimiento, que había aprendido de niña en la escuela, cuando aún no pertenecía al pueblo del Rey Amor:

¿Cómo sufre el niño?¿Qué siente por dentro?

Sus ojos apagados,su boca en silencio,habla sin palabras

de un mundo siniestrode dolor, de rabia,

de la sangre hirviendoSin fuerzas de nada,

solo e indefenso,no cura su pena

ni siquiera el sueño.Si para alegrarte

tuviera un remedio,dejaría en prendatodo lo que tengo,

mandaría yo mismomi alma al infierno,por poner una chispa

de alegría en tu cuerpo.Si encender tus ojospudiera yo hacerlo

devolver la risaa tus labios quietos,

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antes que una penate atraviese el cuerpo,

que nada borraratus bellos recuerdos.Los pájaros canten,

florezcan los huertos,Si poder tuviera

pararía el tiempo.

Vivo insistió de nuevo, tocando otra vez el timbre, cuando Pepito abría ya la puerta.Vivo le dijo que era tarde, mientras hacía gestos de la urgencia, señalándole el reloj de su muñeca, y Pepito regresó para besar a su madre; tras lo cual, salieron corriendo para jugar el partido.Llegaron a lo justo de empezar, poco antes de que dieran por vencedor al equipo contrario, por incomparecencia y, Güesa y Savi, que distraían al árbitro para ganar tiempo, respiraron tranquilos cuando vieron aparecer a sus amigos.Comenzaron el partido y pronto se adelantaron los blancos. Pepito no estaba centrado, se veía como ausente, así que Vivo pensó que algún problema rondaba por su cabeza y comenzó a tatarear su canción en voz baja para infundirle ánimo:

Somos vecinosdel pueblo grande,No nos dominanlos dominantesy caminamos

siempre adelante,cruzando ríos,

salvando mares.La canción fue haciendo efecto en el ánimo de Pepito, que empezó a recordar las dificultades que habían pasado juntos hasta aquel momento y empezó a reaccionar y entrar en el partido.Cuando igualaba la contienda volvía a perderse y a recuperarse, hasta que llegaron empatados a la conclusión del tiempo estipulado. Vivo tuvo que retener un lanzamiento de falta cerca del área del portero y, a continuación, Pepito debía efectuar un lanzamiento desde la esquina, que, sin más tiempo, parecía dejar en tablas la contienda, pero imprimió un efecto a la ficha, que sorteando el obstáculo inicial de la barrera, se introdujo en la portería rozando el segundo poste.La euforia se apoderó de ellos ante tan improbable desenlace final y saltaban de alegría junto a Savi y Güesa.Vivo dejó el trofeo para que se lo llevara Pepito a su domicilio con el objetivo de animarlo y éste aceptó un poco a regañadientes, aludiendo que era del equipo.A pesar de todo, volvió a casa con un sentimiento agridulce entre triste, por su madre y contento, por el resultado del juego.Al cruzar la puerta, su madre le vio pasar con el objeto a su cuarto, antes de ir a saludarla.

—¿Qué has guardado en tu cuarto, Pepito?—¡Ah!, madre, espera que te va alegrar —dijo mientras se dirigía a su cuarto por el trofeo para enseñárselo.—¿De qué es esa copa? —preguntó su madre.—La hemos ganado jugando a la chapa Vivo y yo, ¿verdad que es bonita?

La madre se entristeció más y enfadada le dijo:

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—¿También tú vas a dejar al Rey como tu padre?—Solo es un juego sin más consecuencia, madre —dijo Pepito algo desconcertado.—Eso no es del pueblo del Rey, porque en él no se compite, así que has estado jugando con los salvajes.—Solo en este juego, madre. Después no nos hemos asociado para nada más.—Terminarás juntándote con ellos, como tu padre, que se buscó otra mujer —le dijo llorando.

Pepito se quedó callado, unas lágrimas acudían a sus ojos, por un sentimiento extraño. No entendía cómo su padre les había abandonado por otra mujer y sentía una pena que le ahogaba.Se despojó de la copa, tirándola al suelo y se marchó llorando a su habitación. Allí entre sollozos recordaba los momentos que pasaron juntos y afloró un sentimiento de odio contra el mundo que le arrebató a su padre, para, posteriormente, trasladar ese odio contra su propio padre, por haberse dejado seducir por otra mujer, rompiendo definitivamente la unidad familiar.

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LAS AMISTADES ÍNTIMAS

La murmuración se extendió por todo el pueblo. Inesperadamente, un asunto afectó a dos familias, muy bien relacionadas entre ellas, cuya amistad les hizo intimar, hasta el grado de pasar juntos demasiado tiempo, incluso en ocasiones, el esposo de una de las mujeres pasaba tiempo a solas con la esposa de su amigo.Y pasó lo inevitable y se rompieron, no solo las buenas relaciones, sino las propias familias.Vivo solía acompañar a Pedrito, un niño alto, y a Paquito, de menor estatura, pero muy avispado. Acostumbraban a aislarse de los demás, protegiéndose mutuamente, jugando a la pelota juntos en la escuela y hablando de sus cosas.La casualidad hizo que un día, Paquito se encontrara solo porque Vivo y Pedrito no habían asistido a clases y, claro está, se encontró desprotegido.Cuando salieron al recreo, se le acercaron los matones, dos niños al que todos temían, porque se dedicaban a propinar golpes a quienes cogían desprevenido. Paquito se sentó solo en un extremo del patio, mirando jugar a los demás, con su mente puesta en la discusión, que sus padres habían tenido antes de salir de casa.Los matones, hacía tiempo, que esperaban la oportunidad de medirse a solas con él, así que sigilosamente se acercaron, plantándose delante e impidiéndole que pudiera salir corriendo en la dirección contraria.

—¿Y tus protectores? —le pregunto Raimundo, un niño alto al que solo le faltaba la barba para parecer mayor.

Paquito, que se encontraba distraído, no dijo absolutamente nada, de modo que Soco le propinó una leve patada para llamar su atención. Paquito levantó la cabeza, mirando a los dos niños que le hicieron volver a la realidad.

—¿Qué pasa? —les preguntó.—Pasa que no están tus amiguitos —le dijo el imberbe, mientras le propinaba un cate.—¿Por qué me pegas? —inquirió Paquito que se resignaba a entrar en el juego.—Porque eres un chivato.

Los demás niños, intuyendo que se formaría una pelea, dejaron sus juegos y se acercaron, rodeándolos y dejándolos invisibles desde el exterior.Coscorrón, un profesor muy astuto, al que llamaban así porque solía propinar coscorrones a los niños que sorprendía peleándose, se percató que dentro del corrillo no pasaba nada bueno, así que se acercó, dispersando a los niños y agarrando a los matones, los llevó a clase donde les impuso su habitual disciplina.Los matones, que se habían propuesto ajustar cuentas a la salida de la escuela, estuvieron callados y guardando una excelente conducta, hasta ese momento.Al terminar las clases, esperaron que saliera Paquito para vengarse, porque a su parecer merecía un castigo por aceptar la ayuda de Coscorrón. Sin embargo, Paquito demoraba la salida más del tiempo previsto, aumentando la impaciencia y la ira de los ofendidos, que daban patadas a las papeleras, hasta que finalmente tuvieron que marcharse dejando las cosas como estaban, por el momento.Coscorrón había observado durante la clase que Paquito se encontraba muy melancólico y esperó hasta el final para abordarlo y hablar con él a solas:

—Te veo muy triste, ¿qué te pasa?Paquito se quedó callado, dudando si contar al profesor su problema y éste continuó preguntándole:

—¿Es por la pelea con Raimundo y Soco?Paquito movió la cabeza, haciendo un gesto de negación.

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—No quieres hablar, ¿verdad?, pero es seguro que algo te preocupa.El niño no quería revelar nada de la intimidad de su familia pero se derrumbó llorando. Coscorrón no le hizo más preguntas y ofreciendo al niño un pañuelo para que se secara las lágrimas, le dijo que todos sufrimos, en ocasiones, por problemas familiares, pero que no se preocupara, que solían resolverse con el tiempo.

—Mi papá ha dado una bofetada a mi mamá, le dijo al profesor, porque necesitaba soltar la presión que tenía en su pecho.

Ahora era Coscorrón el que cerró su boca, acarició la cabeza del niño y le dijo:—Vamos, te acompañaré parte del camino a tu casa, que hoy no han venido tus amigos. ¡No llores hombre!

Salieron juntos y aprovechó para encomiarlo por sus buenos resultados en la escuela, diciéndole que era un niño muy inteligente, que debería estudiar una carrera universitaria, cuando terminara la escuela.El resto de la semana, Paquito no asistió a clases, ni tampoco su amigo Pedrito y Coscorrón empezó a preocuparse muy en serio por los dos niños, así que preguntó a Vivo:

—¿Qué sabes de tus amigos?, ¿por qué no vienen a clase?—Pedrito y su madre se han marchado a la gran ciudad con una de sus tías, para mucho tiempo.—¿Y Paquito?—Sus padres se han separado —le dijo escuetamente, porque era conocido de sobra el asunto.

El profesor comprendió que el problema estaba relacionado con la tristeza de Paquito del último día de asistencia a clases. Notó también que Vivo, no solo sentía pena por sus amigos, sino que le avergonzaba hablar del tema, así que dejó de interrogarlo.Raimundo y Soco, cansados de esperar que regresara Paquito transfirieron su odio a Vivo, intentando saldar la cuenta de coscorrones negativos con él.A la salida de la escuela lo persiguieron y cuando se habían alejado lo suficiente, le dieron alcance y la emprendieron a golpes. Vivo repelió el primero respondiendo con una patada que asestó a Raimundo en el vientre dejándolo doblado, pero los matones se lanzaron a una sobre él, derribándolo al suelo y, desde allí, Vivo daba y recibía el doble de los que daba, quedando claro que saldría mal parado del envite. Pero Savi y Güesa se acercaron rápidamente y dieron patadas a los matones, que se incorporaron y huyeron a toda carrera.El pueblo del rey Amor no podía permitir, que ninguna cosa sucia manchara su reputación, así que como ayuda para recuperar a las familias de Pedrito y Paquito, aplicó su magistral disciplina de la expulsión y, todos los que quedaron dentro, eran los rectos y buenos, consiguiendo que brillaran como una estrella en la noche.Vivo no supo nada más de sus amigos Paquito y Pedrito, que se perdieron en el mundo de los salvajes, pero no podía olvidarlos, no comprendía por qué unos adultos irresponsables dejaron de cumplir las normas del Rey, causando tanto daño a sus respectivas familias. También pensó por qué el pueblo del rey Amor no solucionaba mejor, que los salvajes, estos problemas, quedándole la sensación de que nada era como parecía y una herida, que tardaría años en curar.

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EL BESO DE JUDAS

Después del primer período escolar, se presenta ante el niño dos alternativas: Aprender un oficio en una escuela de formación profesional o estudiar una carrera universitaria.Sin embargo, El Reino Amor se adelanta con sus caricias a ofrecer una tercera y mejor alternativa:

—Yo tengo la vida eterna. Mi casa es el paraíso y aquí todos seréis felices.»¡Cuidado con las oportunidades que ofrece el Mundo Salvaje! »Tras su hermosa apariencia y su gran progreso, se esconden la ambición que genera la violencia, el robo, el crimen y toda clase de conductas inmundas, que producen una aparente felicidad, pero que, en realidad, llevan a la destrucción.

Como el Mundo Salvaje intentó ayudarlo, sin desprestigiar a su competidora, Vivo se encontraba en una encrucijada:Mientras sus profesores les recomendaron que estudiara una carrera, porque lo encontraban muy capacitado, para afrontar ese reto y obtener una mejor posición el día de mañana, los honorables les decían que no debía malgastar su tiempo, estudiando en un mundo tan cercano a la destrucción y, lo mejor era, servir al Rey, ayudando a más personas, para que pudieran pertenecer a la nueva sociedad que pronto poblaría la Tierra.Ante argumento tan poderoso, los jóvenes de la comunidad Amor se sentían confusos y Vivo tenía una lucha interna, que la trasladó a su casa:

—¿Qué tiene de malo la universidad? — preguntó a sus padres.—Está repleta de jóvenes libertinos que no respetarán tu moralidad —le dijo su madre.—Ahora tampoco la respetan y no me han influido.—En la universidad es diferente, sus enseñanzas te apartarán del camino.—Las enseñanzas de la escuela no lo han conseguido, ¿por qué la universidad va a conseguirlo?—Debes hacer caso a los honorables, hijo, ellos tienen la guía divina y saben qué es lo mejor —dijo su padre, mientras su madre derramaba unas lágrimas por la actitud profana de su hijo.

Vivo se rompió por dentro, porque no quería dañar a su madre y, aunque no veía nada claro el asunto, decidió la opción de aprender un oficio, mediante un cursillo acelerado y dejar los estudios para dedicarse plenamente al Rey Amor y así decidió comunicárselo a su profesor.Esperó un largo tiempo durante el curso escolar para hablar con el profesor, que más interés mostró por él y que sabía se sentiría decepcionado con la opción que había escogido.Cuando apenas quedaban tres días para la clausura del curso, buscó un tiempo durante el recreo y se dirigió a Coscorrón:

—He pensado realizar un cursillo de formación profesional —le dijo, casi sin que de sus labios salieran las palabras.—Ya conoces mi opinión al respecto —le respondió el profesor— sabes que tienes capacidad para aspirar a estudios superiores, ¿por qué te conformas con los obligatorios?

Vivo no quería descubrir su motivación religiosa, para no dejar en evidencia el camino de sus padres y su congregación, así que buscaba una expresión que ocultara la verdad, sin mentir ostensiblemente.

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—Puedo se mas útil a mi familia, colaborando con los gastos.—Tus padres no tienen dificultades económicas, ¿no es cierto?—Sí, pero podré emplear más tiempo ayudando en las labores de la casa.—Me estás mintiendo, Vivo. Yo te conozco muy bien porque llevamos muchos años juntos. Además, te veo muy abatido, sé que lo haces por motivos religiosos.

Vivo se derrumbó y unas lágrimas se escaparon de sus ojos, así que Coscorrón se enterneció y, para consolarlo, le dijo:

—Comprendo lo que te pasa; tu familia y tú lo habéis decidido y lo respeto. De todos modos, quiero que sepas que eres un joven de muy buenas cualidades, que desarrollarás cualquier trabajo y espero que seas muy feliz, hijo mío.

Era la primera vez que el profesor clasificó de hijo al niño y, aunque el registro del libro sagrado decía que no llamaran padre a nadie sobre la tierra, Vivo se sintió tan agradecido que se abrazó al profesor y lloró sobre él como si fuera su padre.Éste le acarició el cabello y dejó que se calmara, diciéndole que siempre contaría con él si necesitaba su ayuda.Vivo estuvo titubeante, durante muchos días a pesar de que había tomado su decisión, esperando que un milagro la cambiara por lo que verdaderamente anhelaba, pero primaba siempre, contar con la aprobación del pueblo Amor y sus padres no alteraron sus planes.Güesa y Savi pasaron por similares experiencias, lo que hizo que se unieran en su desgracia, porque deseaban pensar, que eran los verdaderamente afortunados, que habían elegido lo más apropiado de la vida.Así que al salir de la escuela, durante el camino de regreso a casa, hablaban respecto de sus actitudes valientes ante el mundo y terminaron expresándolo con una canción:

No puedo ser médico,tampoco ingeniero

pero no es por torpesino que no quiero.

Para trabajarleal señor del miedo,

prefiero serviral Rey de los Cielos.

Incluyeron el consejo de los honorables:

No perderás tiempoen ganar dinero,solo por sustentoserás misionero.

La opinión de sus compañeros:

Eres un cobarde,lucha por tus sueños,

rejas del castilloencierran por dentro

Y de sus profesores:

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Honorable el nombre,carceleros buenos.

Libre son tus piernas,preso el pensamiento.

Te hablarán de amor,pero son de hielo,te roban la vida,

Judas te da un beso.

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LA PRUEBA DEFINITIVA

Llegó la hora de enfrentarse al Gran Dragón, cuando a los guerreros se les exige que, sin la ayuda de nadie, superen la prueba definitiva.El precio para obtener el premio, exige el enfrentamiento con la fiera saliendo ileso del envite, confirmando a los que nunca necesitaron pagar ese tributo, para disfrutar del Paraíso.Vivo percibió bien el asunto, sabía que la batalla revalidaba la integridad del grupo y, por ese motivo, no se aceptaba la derrota. Su derrota, la sufriría él solamente, pero su victoria, era la victoria del grupo y la celebraban todos.Se sentó delante del tribunal en silencio esperando la celebración del juicio. Los abogados intercambiaban opiniones, mientras el juez revisaba cierta documentación. Después de unos minutos interminables, donde nadie le dirigía la palabra, el juez alzó por fin su voz preguntando a su abogado asignado de oficio:

—¿Ha cumplido su representado los veinte años de edad y puede decidir libremente o, se encuentra limitado por alguna incapacidad?

El abogado contestó que según los documentos presentados por su representado, había alcanzado la mayoría de edad legal y podía decidir libremente, porque no tenía mermadas sus facultades mentales ni físicas.El juez, entonces, se dirigió directamente a Vivo preguntándole:

—¿Por qué se niega usted a prestar el servicio militar?—Mi conciencia me impide empuñar un arma contra mis semejantes.

El juez, después de una pequeña pausa, continuó preguntándole:—En el libro sagrado de su pueblo existen soldados, que utilizan sus armas para defender su país de los agresores, ¿cómo es posible que a usted le parezca malo?

A Vivo no le sorprendió la pregunta y se enfrentó a ella con la versión oficial:—Cuando mi pueblo habitaba en un solo país, defendía su territorio, pero actualmente, somos extranjeros que vivimos difuminados por todo el orbe y nos mostramos neutrales en los asuntos de las naciones, tal como ordena nuestro Rey.

El juez no quiso argumentar más con el libro sagrado del rey Amor, porque se dio cuenta que el joven tendría una respuesta para cada objeción, aunque fueran incongruentes, así que se remitió a las leyes aprobadas por el estado y terminó imponiendo la condena:

—Este tribunal le condena a prisión por un máximo de diez años, durante los cuales, puede usted solicitar la incorporación al servicio militar y esta condena quedaría sin efecto.

Vivo no dijo nada, se dejó poner las esposas y fue conducido a la prisión militar asignada. Un sabor agridulce recorría su cuerpo: Su alma había ganado la batalla al Dragón, pero su cuerpo quedaba prisionero en la cueva, sin poder salir al exterior y, en ese estado, recordó las andanzas con sus amigos de la niñez: A Dani, que murió fiel; Tono y Pepito, que sufrieron el desapego de sus padres; Pedrito y Paquito, se perdieron por la excesiva intimidad de sus familias o, él mismo, con Güesa y Savi, que renunciaron a una educación universitaria.Un frío recorrió su cuerpo; después de todo, parecía que todos habían sufrido más que él y, que ahora, le había llegado el turno de sufrir.Y recordó su canción entonándola sin que de sus labios saliera la voz:

Cruzamos ríos,trepamos árboles,

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esclavizarnos,no puede nadie.

Comprendió que el juego de niño había terminado, se acababa de enfrentar a la realidad y estaba gravemente herido.Sus padres parecían felices por la integridad mostrada por su hijo, pero, sufriendo por la separación física, porque se lo habían arrebatado prematuramente. Solo los consolaba su esperanza del fin, cuando todos los gobiernos serían destruidos, quedando el de su Rey como el único del mundo.Cuando llegó a la prisión se incorporó a un grupo de jóvenes, que también pertenecían al pueblo del rey Amor.Este grupo, aunque recluido, gozaba de libertad dentro de la prisión, para reunirse y celebrar ceremonias religiosas y, se mantenían muy ocupados, preparando el material que debían considerar.Se consolaban pensando que su falta de libertad era solamente temporal, que los enemigos de su pueblo, incluidos los guardas que los custodiaban, serían destruidos por su Rey muy pronto, cumpliéndose la promesa de vivir en un paraíso. Así que los dignos de lástima no eran ellos, unos jóvenes que perdían su juventud recluidos, sino sus carceleros que perderían la vida.Pero el tiempo pasaba sin producirse el desenlace esperado, hasta que el Dragón empezó a compadecerse de ellos y comenzó a soltarlos, permitiéndoles que regresaran a sus casas y volvieran a la vida real.Habían transcurrido cinco años, cuando Vivo regresó:Güesa aún lo esperaba, nunca aceptó las propuestas de matrimonio de otras personas, aunque ellos no habían hablado nunca de este asunto.Sabía que lo esperaba por las cartas de su madre que le contaba las ilusiones de Güesa. Y, entre carta y carta, recuerdo tras recuerdo, se había ilusionado también él con la chica que compartió su niñez.Se casaron y se fueron a servir juntos a una población donde necesitaban de su ayuda, según parece, y se mantuvieron sin tener hijos, para servir mejor al Rey. Eunuco, él; eunuca, ella; renunciaron a formar una verdadera familia, para cuidar mejor de los intereses de su pueblo. Vivo fue nombrado “honorable” con gran alegría para su madre, de la que solo sabía por las cartas que escribía Güesa. Y siguió ascendiendo de escala, dentro de este cuerpo de gobernadores, hasta llegar a ser uno de los más importantes del pueblo.Dirigió Comités Judiciales, ayudando a muchos a deponer actitudes hostiles, expulsando a los que dejándose llevar de su antigua personalidad, se convertían en un peligro para los demás miembros del rebaño.Ayudó a muchos a resolver problemas entre ellos, colaborando a la armonía dentro del pueblo.Como buen doméstico, escribió libros y revistas, que servían de guía a los demás miembros de la familia constituida por la clase dirigente y, para alimento espiritual del resto del pueblo. Había triunfado, su victoria contra la bestia era absoluta, solo faltaba que llegara el fin, para poder tener los hijos deseados, pero como siempre está tan próximo que se podía palpar, a la vuelta de la esquina, se les fueron los años fértiles.Y se hicieron viejos, sin que llegara el fin y tuvieron muchos hijos, que no eran propios, que durante su vida habían captados y que ahora pertenecían al pueblo del rey Amor.Eran cartas de presentación y las credenciales de que un día existieron:

Vencimos a la bestia,

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siguiendo tu consejo,le arrebatamos hijos,librándolos del fuego.

Leones de la selva,convertidos en corderos,

sumisos y obedientes,Al Rey de los Cielos.

En esa condición de privilegio, cuando llegó a formar parte de la cúpula dirigente y vio la forma despiadada, como sus componentes ejercían la autoridad, imponiendo sus criterios e interpretaciones del libro sagrado, sobre los débiles e indefensos miembros de la comunidad, se le abrieron los oídos y escuchó el clamor de los que sufrieron las amorosas caricias del rey Amor y, sus ojos, también se abrieron viendo, que detrás de la apariencia amable y cortes del rey Amor, se escondía el verdadero motivo de su fingida personalidad y descubrió a la bestia, que debía haber resistido, a la verdadera bestia que esclaviza a los hombres, anulando su voluntad para que trabajen a su servicio.Vivo lloró profundamente, por no haber seguido los dictados de su corazón, cuando éste le advertía de que tanta amabilidad no era posible, que ocultaba razones inconfesables y, que cumpliera con sus deseos de vivir la vida que lo es realmente, la que Dios le había concedido sin pedirle nada a cambio. Sin renunciar a sus estudios ni a su vida privada por los intereses de una organización deshumanizada.Güesa también lloró con él, aunque ésta hacía más tiempo que había descubierto la naturaleza engañosa de la bestia Amor.Ahora eran muy mayores para enfrentarse a ella y el costo de abandonarla demasiado alto, porque quedarían desamparados, sin trabajo para afrontar sus últimos años; pero, acostumbrados a sacrificarse por los demás, decidieron hacerlo una vez más y desenmascararla para que otros jóvenes no perdieran sus vidas trabajando para la gran mentira. Y, sacando fuerzas de sus organismos viejos y agotados, decidieron contar esta historia. La historia de sus vidas y la de aquellos testigos silenciosos, que sufrieron un adoctrinamiento mezquino, cuyas voces apagadas claman desde la tumba, justicia contra la mujer manipuladora y explotadora, que haciéndose pasar por la esposa de Dios, les prometió un inminente Paraíso que nunca llegó.

Maldito el que engaña a un niño,robándole la ilusión,

inculcándole en la mente,la falsa idea de un dios,

que exige que le trabajen,para obtener salvación.Que le hace predicar,por una vida mejor,

robando tiempo del juego,como si fuera mayor.

Como en un mundo de adulto,en guerra sin compasión,

le exigen integridadde normas que no eligió,pudiendo perder la vidasi cediera a su temor:

“No salude a la bandera,

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no fiestas de diversión,no juegues con otros niños,

que son de otra religión.No estudies una carrera,no formes familia, no,mejor quédate solteropara a la organización

poder servir librementesin otra preocupación,que ser un esclavo fielque sirve de corazón.

¡Que falta muy poco, niño,para el Armagedón!,

y no debes perder tiempoantes de la destrucción.

¡Qué el paraíso está cercay nuestra liberación!

Todos seremos felicespara siempre, amén, Señor”.

¿Qué valor tiene la fe,que contra la verdad atenta,

agrediendo a la razóncon enseñanzas inciertas,

creando falsa ilusión,con profecías sangrientasde un salvador del mundo,

que destruye con violencia?

Ladrones de libertad,de guante blanco la prenda,

obreros de la maldadcon apariencia serena,

Demonios en ropa de ángel, carceleros de conciencias,lobos vestidos de ovejas,

que expolian vidas enteras.

Sin que les tiemble el pulso,impiden al niño que crezca,

que no desarrolle alaspara volar por su cuenta.Por controlar al rebaño

que hasta la cultura muera.

Niño adulto joven viejo,Niña adulta joven viejano sacrifiques tu vida,

Dios no pide esa vileza,sobre ti y tu familia

autoridad no concedas,

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Mejor buscar a Dios solo,que en unión de una ralea,que a todo dicen “amén”,

agachando la cabeza.Si no se debe luchar

para matar a esta bestia,que obliga que todos callen

si como ella no piensan,Si la dejamos crecer

porque no es nuestra pelea,después de ser sus esclavos:¡Qué venga Dios y lo vea!

Y el Grupo persistiráen creer, aunque no crea,mereciendo ser por ello,dominados por la idea.

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