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SAGASTA. DISTANCIA. Historia de la filosofía. 1 EL RENACIMIENTO Y LOS ORIGENES DE LA MODERNIDAD Ha habido, fundamentalmente, dos grandes interpretacio nes de los orígenes de la filosofía moderna en el Renacimiento a parir de la importancia dada a los grandes hechos que señalan el comienzo de una nueva era. La primera proviene especialmente de los neokantianos Cohen, Natorp y Cassirer. La segunda pertenece a la corriente historicista de autores como Dilthey y de Misch. Complementadas ambas encontramos las dos grandes fuerzas que, aunque con raí- ces en la Edad Media, brotan en el Renacimiento y dan sus frutos en la Ilustración. 1ª) La nueva ciencia. El primer punto de vista defiende que la filosofía moderna surge de la nueva concepción del universo que el Renacimiento trae consigo. Con Galileo se constituye la nueva ciencia de la Naturaleza, la Física, sobre nuevas bases. No solamente se emplean nuevos métodos, sino que sus postulados afectan fundamentalmente a su contenido mismo. Se formulan nuevas hipótesis cuyo carácter es muy divergente de las del mundo medie- val. Un ejemplo típico es el principio de inercia formulado por Galileo: "todo cuerpo tiende a permanecer en reposo o en movimiento rectilíneo y unifor- me, mientras no actúe sobre él una fuerza que modifique su estado. Que un cuerpo en re- poso necesite una fuerza que lo mueve, se comprende fácilmente. Pero que pueda seguir moviéndose sin intervención de fuerza alguna, es ya cosa sorprendente. Si la física pre- tende descubrirnos las causas de los fenómenos cósmicos, ¿cómo es posible que admita un movimiento incausado? ¿No es esto renunciar a explicar el movimiento? Y sin embar- go, esta aparente renuncia ha sido el germen positivo, no sólo de un método, sino de un nuevo concepto de "naturaleza" (Xavier Zubiri). La filosofía no permaneció extraña a esta revolución en la física. Según esta interpretación la filosofía moderna desde Descartes a Hegel es una reflexión crítica sobre el hecho de la nueva ciencia, es decir, sería la ciencia que se sabe a sí misma: Descartes y Leibniz, filósofos, hicieron contribuciones decisivas a las matemáticas; Kant en la Crítica de la Razón pura tiene como objetivo ver cómo es el "factum" de la ciencia, entendiendo por ciencia no la Zoología o la Bo- tánica, sino la nueva ciencia de la naturaleza de Galileo y Newton. 2.ª) La reforma protestante. El segundo punto de vista es el que destaca la perspectiva que ofrece otro gran hecho del tiempo nuevo: la Reforma. Piensan que la Reforma llega a raíces más profundas del hombre que la física de Galileo, de manera que la historia de la filosofía moderna se interpreta mejor partiendo del nuevo sentido de la libertad humana, implíci- to en la obra de Lutero. Lutero, por vez primera en la historia, coloca la libertad radical y última del individuo como pensamiento central de toda una teología. Esta libertad, es ante todo, una libertad religiosa: la relación del hombre con Dios se produce únicamente en el seno de la con- ciencia de cada individuo, no a través de una autoridad eclesiástica. "Esta situación peculiar en que se halla colocado el hombre moderno a partir de Lotero, va llena de grandes consecuencias para la vida. El individuo se ve forzado a

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SAGASTA. DISTANCIA. Historia de la filosofía.

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EL RENACIMIENTO Y LOS ORIGENES DE LA MODERNIDAD

Ha habido, fundamentalmente, dos grandes interpretaciones de los orígenes de la filosofía moderna en el Renacimiento a parir de la importancia dada a los grandes hechos que señalan el comienzo de una nueva era. La primera proviene especialmente de los neokantianos Cohen, Natorp y Cassirer. La segunda pertenece a la corriente historicista de autores como Dilthey y de Misch. Complementadas ambas encontramos las dos grandes fuerzas que, aunque con raí-ces en la Edad Media, brotan en el Renacimiento y dan sus frutos en la Ilustración.

1ª) La nueva ciencia. El primer punto de vista defiende que la filosofía moderna

surge de la nueva concepción del universo que el Renacimiento trae consigo. Con Galileo se constituye la nueva ciencia de la Naturaleza, la Física, sobre nuevas bases. No solamente se emplean nuevos métodos, sino que sus postulados afectan fundamentalmente a su contenido mismo. Se formulan nuevas hipótesis cuyo carácter es muy divergente de las del mundo medie-val. Un ejemplo típico es el principio de inercia formulado por Galileo:

"todo cuerpo tiende a permanecer en reposo o en movimiento rectilíneo y unifor-me, mientras no actúe sobre él una fuerza que modifique su estado. Que un cuerpo en re-poso necesite una fuerza que lo mueve, se comprende fácilmente. Pero que pueda seguir moviéndose sin intervención de fuerza alguna, es ya cosa sorprendente. Si la física pre-tende descubrirnos las causas de los fenómenos cósmicos, ¿cómo es posible que admita un movimiento incausado? ¿No es esto renunciar a explicar el movimiento? Y sin embar-go, esta aparente renuncia ha sido el germen positivo, no sólo de un método, sino de un nuevo concepto de "naturaleza" (Xavier Zubiri). La filosofía no permaneció extraña a esta revolución en la física. Según esta interpretación

la filosofía moderna desde Descartes a Hegel es una reflexión crítica sobre el hecho de la nueva ciencia, es decir, sería la ciencia que se sabe a sí misma: Descartes y Leibniz, filósofos, hicieron contribuciones decisivas a las matemáticas; Kant en la Crít ica de la Razón pura tiene como objetivo ver cómo es el "factum" de la ciencia, entendiendo por ciencia no la Zoología o la Bo-tánica, sino la nueva ciencia de la naturaleza de Galileo y Newton.

2.ª) La reforma protestante. El segundo punto de vista es el que destaca la

perspectiva que ofrece otro gran hecho del tiempo nuevo: la Reforma. Piensan que la Reforma llega a raíces más profundas del hombre que la física de Galileo, de manera que la historia de la filosofía moderna se interpreta mejor partiendo del nuevo sentido de la libertad humana, implíci-to en la obra de Lutero. Lutero, por vez primera en la historia, coloca la libertad radical y última del individuo como pensamiento central de toda una teología. Esta libertad, es ante todo, una libertad religiosa: la relación del hombre con Dios se produce únicamente en el seno de la con-ciencia de cada individuo, no a través de una autoridad eclesiástica.

"Esta situación peculiar en que se halla colocado el hombre moderno a partir de Lotero, va llena de grandes consecuencias para la vida. El individuo se ve forzado a

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hacer brotar de su propia conciencia las últimas decisiones de su vida. Por eso, el pen-samiento moderno no acata, en última instancia, autoridad ninguna fuera de sí mismo, de su ratio" (Xavier Zubiri).

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA Es un lugar común recurrir a la palabra "revolución" para hacer referencia a la obra cientí-

fica de Copérnico. Pero en realidad la revolución copernicana no es tanto obra de Copérnico como de aquellos seguidores que aceptaron el reto del copernicanismo como Kepler y Galileo.

A) SITUACION PROBLEMÁTICA. En tiempos de Copérnico, la astronomía tradi-

cional (la de Ptolomeo) había llegado a ser un escándalo. La razón era una creciente desarticu-lación entre los hechos conocidos y el marco de la teoría en el que se les pretendía hacer enca-jar.

Durante muchos años, la astronomía ptolemaica se había mostrado como un instrumento capaz de "salvar los fenómenos", es decir, demostrar que las posiciones observadas de los cuerpos celestes eran las que cabía esperar en función de la teoría. Siempre se habían presen-tado dificultades en esta tarea, pero no eran más que eso: dificultades que tarde o temprano acabarían resolviéndose con ayuda de la teoría. Nadie pensaba que el instrumento teórico no fuese capaz de suministrar soluciones suficientemente buenas. El que no fuese siempre así se debía a la poca habilidad de los astrónomos y no a la insuficiencia del instrumento.

Sin embargo, repetidos fracasos terminaron por suscitar cada vez con más fuerza la idea de que tal vez la incapacidad no fuese imputable a los astrónomos, sino a la teoría, a los principios mismos de la cons trucción astronómica. ¿Cuales eran esos principios, esas construcciones y sus dificultades?

B) LA ASTRONOMIA GRIEGA. Las bases de la solución ptolemaica se remontan a

Platón, cuyo problema consistía en hacer comprensible el comportamiento de los cuerpos ce-lestes. Uno de los problemas fundamentales de los filósofos griegos, como hemos visto, era comprender la naturaleza. Aparentemente ésta se mostraba a los sentidos como un conjunto variable, mudable, desordenado y caótico. Era necesario descubrir tras esta apariencia aquellos rasgos necesarios, universales e inmutables que mostrasen el carácter racio-nal de la naturaleza.

La tarea fundamental de los primeros filósofos fue dotar a la naturaleza de un orden ne-cesario que la hiciese accesible al conocimiento intelectual a pesar del aparente desorden de que eran testigos los sentidos. La idea de cosmos, frente a caos, es precisamente la que recoge el ideal de aquellos filósofos.

1.- Los pitagóricos habían conjeturado que el orden cosmológico era un orden matemá-tico de carácter aritmético. La esencia de las cosas, su verdadera constitución, eran los núme-ros. No se trataba de que la aritmética fuese un cálculo útil a la hora de formular afirmaciones acerca de la naturaleza, sino que ella misma era de naturaleza matemática. La distinción entre

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ciencias naturales y formales es una distinción que solamente empieza a hacerse a partir del Renacimiento.

Esta idea pitagórica hizo crisis cuando se descubrió la "irracionalidad" en el seno mismo de las matemáticas que alcanzaba también al ideal cosmológico. Se trataba de la conocida inconmensurabilidad de la diagonal del cuadrado con el lado. Si ambas magnitudes son incon-mensurables, si ninguna división en partes alícuotas del lado puede suministrar una unidad que, tomada un número entero de veces, mida la diagonal, es que nuestra conjetura sobre la consti-tución del cosmos es un fracaso. Las matemáticas son incapaces de demostrarnos la "razón de las cosas".

2.- En más de un aspecto, como hemos visto anteriormente, Platón fue un pitagórico. La tarea que se impuso fue la de salvar el ideal pitagórico (la constitución matemática del cos-mos) sustituyendo la aritmética por la geometría. Dos buenos resultados de su programa fueron debidos a Eudoxo:

a) La Teoría de las Proposiciones del propio Eudoxo (base del libro V de Euclides), capaz de enfrentarse al problema de tratar con magnitudes inconmensurables.

b) Reducir las desordenadas apariencias celestes a un orden subyacente de carácter geométrico (base de la teoría de Ptolomeo).

Para Platón, si queremos abordar la astronomía científicamente debemos recurrir a la geometría sin preocuparnos de observar los cielos. La observación sólo nos pone en con-tacto con el fárrago de las apariencias, y en el caso concreto de la astronomía Platón se sentía turbado ante la irregularidad del comportamiento planetario. Por ello su pretensión era la de reducir la aparente irregularidad planetaria al orden geométrico "ideal" y al mismo tiempo real, no aparente.

Platón pensaba que el movimiento uniforme y circular representaba precisamente ese orden real porque era el único capaz de salvaguardar la necesidad e inmutabilidad matemática de los cielos. Dado que el sistema astronómico no permanece inmóvil, el único movimiento compatible con el orden es el movimiento circular: las relaciones de distancia al centro del sistema son constantes. Además la inmutabilidad necesaria queda salvaguardada por que los círculos se cierran sobre sí mismos reiterándose perpetuamente y evitando las mutacio-nes ya que los cambios de lugar son cíclicos, cerrados, finitos, geométricos y uniformes.

Si a lo anterior se añade la tesis del sentido común según la cual la tierra está inmóvil en el centro del orbe de las estrellas fijas que constituyen el límite del mundo, tendremos claramente planteado el marco del problema a resolver: la construcción geométrica de círculos cuyos mo-vimientos uniformes sean capaces de "salvar los fenómenos". Esta tarea fue emprendida por Eudoxo, aunque, a diferencia de Platón, Eudoxo sí se planteaba el problema de si dichas cons-trucciones tenían una entidad física, y en el caso de que así fuera, cual era el mecanismo por el que se movían.

3.- Aristóteles fue quien abordó claramente el problema del mecanismo pero desde una perspectiva cualitativa, alejada de las matemáticas y de la medida. Según Aristóteles las esferas en las que están situados cada uno de los planetas están encajadas unas dentro de otras y, entre ellas, hay esferas compensadoras. La esfera de las estrellas fijas es la que transmite el movimiento al vasto sistema de engranajes cósmico hasta la esfera de la Lu-na. Por otro lado, el motor inmóvil explica lo único inexplicado de este sistema: el movimiento de la esfera superior.

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4.- Ese fue el punto de partida de Ptolomeo. Aunque aceptaba la física aristotélica, limitó sus trabajos a la articulación matemática de la astronomía, despreocupándose de las explicaciones mecánicas de la física. En este sentido es más platónico que aristotélico. Sus métodos matemáticos son ingeniosos y precisos, además de ajustarse al ideal platónico de re-construir las apariencias mediante movimientos circulares y uniformes. Sus recursos básicos eran los epiciclos, las excéntricas y los ecuantes. Las dos primeras construcciones salvaban fundamentalmente la forma circular de las trayectorias, la última, la uniformidad del movimiento.

Con este tinglado se podían reconstruir prácticamente todos los movimientos observados con la precisión permitida en la época. Sin embargo sus procedimientos son tan faltos de escrú-pulos que nos dejan perplejos. No tienen inconveniente en resolver los distintos proble-mas relativos a la posición, velocidad y diámetro de un mismo cuerpo celeste con otras tantas construcciones distintas e incompatibles. Para hacer esto compatible con la idea aristotélica adoptó un "giro instrumentalista": "el astrónomo debe esforzarse (...) por hacer que sus hipótesis (...) concuerden con los movimientos celestes; pero si no lo consigue, debe tomar las hipótesis que más le convengan". (Almagesto).

Es decir, las teorías no tienen por que ser verdaderas, basta con que sea útiles. De este modo la teoría queda inmunizada de la crítica ya que no deja lugar a una interpretación realista de los términos teóricos: epiciclos, ecuantes y excéntricas no representan ni describen nada existente, sólo son instrumentos matemáticos sin entidad física, que facilitan cálculos y permiten manejar mejor los objetos observados. En este punto, Ptolomeo se alejó de Aristóteles dejan-do a sus sucesores una herencia que escindía drásticamente la astronomía y la física.

Esta herencia, por estar inmunizada contra la interpretación realista, gozó de gran éxito y eficacia. Pero con el paso del tiempo las dificultades aumentaron y la teoría se fue haciendo cada vez más farragosa e inconexa puesto que era necesario ingeniar una construcción nueva para cada nuevo problema surgido.

C) LA REACCION COPERNICANA. La situación de la astronomía era tan escanda-

losa que ya Alfonso X el sabio había dicho que si el viejo Dios Padre le hubiese consultado a la hora de crear la trama de los cielos, le hubiera dado buenos consejos. La descripción astronó-mica de Ptolomeo daba una imagen demasiado desarticulada e irracional del cosmos, que no podía satisfacer a un hombre como Copérnico. El problema de Copérnico fue el siguiente: ¿cuáles eran las expectativas ideales en virtud de las cuales estas teorías numérica-mente precisas resultaban fallidas?

Las premisas de Copérnico para resolver el problema, que pretendían básicamente obte-ner fenómenos con la precisión alcanzada por la astronomía ptolemaica, aunque no a cualquier precio, eran dos:

1.- Reconciliar la astronomía con el ideal platónico de inteligibilidad cosmológica que el instrumentalismo de Ptolomeo había transgredido solapadamente. Es decir, re-curir a movi-mientos amónicos simples (círculos con movimiento uniforme).

2.- Aceptar la pretensión aristotélica de producir una imagen real del cosmos capaz de suministrar "una explicación verdadera de los movimientos de la máquina del mundo". Es decir, interpretar realistamente las hipótesis matemáticas, que así se convierten en mecanismos físicos realmente existentes.

Así la cosmología de Copérnico aparece más como una vuelta a los viejos ideales de la cosmología filosófica griega que como una revolución.

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¿Cual es, entonces, la innovación de Copérnico? La solución de Copérnico a estos problemas fue la de sustituir la idea trivial del sentido común de que la Tierra estaba inmóvil en el centro del orbe de las estrellas fijas por otra más sofisticada y antintuitiva, vagamente apoya-da en las especulaciones sobre el movimiento terrestre de Filolao, Heráclides y otros griegos, así como en la tradición de Nicolás de Cusa y Regiomontano, viva en las Universidades en las que Copérnico había estudiado.

Toda la originalidad de Copérnico se reduce a sus famosos siete supuestos básicos, inge-niados para superar las dificultades de Ptolomeo:

"Como advertí estos defectos, con frecuencia consideré si no era posible acaso

encontrar una disposición más razonable de los círculos (..) en la cual cada cosa se mo-viese uniformemente sobre su propio centro, como lo exige la regla del movimiento abso-luto".

Estos supuestos son los siguientes: 1.- No hay un centro común a todos los astros. 2.- La Tierra es el centro de la Luna y de la gravedad. 3.- El Sol es el centro del sistema planetario. 4.- La distancia al Sol es infinitamente pequeña comparada con la que hay a las estrellas

fijas. 5.- La Tierra gira diariamente sobre su eje, dando así la impresión que es el firmamento el

que gira. 6.- La Tierra y los demás planetas giran en torno al Sol, dando así la impresión de que

éste tiene un movimiento anual. 7.- Las detenciones y retrocesos aparentes de los planetas se deben a la misma causa. D) G. KEPLER. La vida de Kepler fue un martirio de pobreza y enfermedad. Su mala

vista le impedía ser un buen observador del cielo, pero en cambio era un fecundo teórico de poderosa imaginación intelectual y matemático de primera categoría. Estaba convencido de que en ciencia el principio de autoridad no cuenta, que la única autoridad válida es la razón:

"Esto es cuanto concierte a las Sagradas Escrituras. Pero en lo que respecta a las

opiniones de los santos sobre estos asuntos de la naturaleza, respondo, en una palabra, que en teología lo único válido es el peso de la autoridad, mientras que, en filoso-fía, lo es sólo el peso de la razón. Un santo, Lactancio, negaba la redondez de la Tie-rra; otro santo, Agustín, admitía la redondez de la Tierra, pero negaba la existencia de los antípodas. Sagrado es el Santo Oficio de nuestros días, que admite la pequeñez de la Tierra, pero le niega el movimiento: empero, más sagrada de todas estas cosas es para mí la verdad, cuando yo, con todo el debido respeto por los doctores de la Iglesia, demues-tro, partiendo de la filosofía, que la Tierra es redonda, y habitada por antípodas en toda superficie; que es de una pequeñez insignificante y que corre veloz entre los demás as-tros" (J. KEPLER, Astronomía Nova).

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Kepler estaba poseído de tres supuestos más creencias que conocimiento. El primero era una fe casi pitagórica en la sencillez matemática de la naturaleza. En segundo lugar, Kepler es-taba convencido de que los planetas se movían según sencillas leyes geométricas, y de que esas leyes podían obtenerse por abstracción a partir de la cantidad de observaciones recogidas por Tycho Brahe. Finalmente, como muchos griegos, creía que podría expresar las leyes naturales que buscaba con ayuda de las matemáticas existentes.

Por suerte resultó que sus ingenuas hipótesis eran verdaderas, y Kepler, luego de corregir muchas salidas en falso acabó por conseguir su descubrimiento de los tres principios de enorme simplicidad con los que la humanidad pudo archivar finalmente los molestos epiciclos ptolemaicos.

Cuando enseñaba astronomía en Tubinga tropezó con las ideas de Copérnico. A diferen-cia de Ticho Brahe, Kepler adoptó y defendió repetidamente la noción central de que a Tierra giraba con los demás planetas alrededor del sol, pero al mismo tiempo estaba decidido a elimi-nar los rudos procedimientos geométricos que afectaban al sistema de Copérnico.

Para empezar buscó una regla que determinara las distancias de los planetas al sol. Al no hallar una relación numérica sencilla, intentó resolver el problema mediante construc-ciones geométricas con polígonos regulares y sólidos regulares. Colocaba sólidos regulares lo más limpiamente posible en las lagunas existentes en las esferas planetarias. Como se conocían en la época seis planetas había cinco espacios que rellenar y, por fuerza, le pareció providencial que en a geometría hubiera precisamente cinco sólidos regulares. Aunque estos intentos de Ke-pler carecen de valor científico son interesantes sólo para apreciar la extraña resistencia del misticismo matemático con que tuvo que luchar el genio de Kepler. A Kepler le complacía mu-chísimo su esfuerzo en este terreno, tan fantástico como cualquier especulación pitagórica. Pero luchando consigo mismo, Kepler afirmó definitivamente el derecho de los astrónomos occiden-tales a una absoluta independencia de pensamiento antiguo. Introdujo nociones para cuya do-cumentación o existía en el mundo ni una sola autoridad. Por ello debe ser considerado, más que Copérnico, el primer astrónomo genuinamente moderno.

Intentando entender los movimientos de Marte , Kepler se vio obligado a considerar la posibilidad de un movimiento que no fuera ni uniforme ni circular. Marte es más fácil de obser-var que Mercurio o Venus, pues, a diferencia de éstos, es visible durante largos períodos por la noche. Sus movimientos estaban más detalladamente estudiados en su época que los de Júpiter y Saturno, porque Marte completa su órbita más rápidamente que ellos. Marte era, pues, el problema indicado para una primera investigación. El problema de Kepler era consistía en de-terminar órbitas y velocidades para Marte y la Tierra de tal modo que pudiera deducirse de ellas su movimiento aparente al y como había sido registrado por Tycho Brahe. Kepler elaboró hipótesis tras hipótesis sobre la disposición de las órbitas y las velocidades de los planetas. Ca-da hipótesis fue objeto de laboriosa comprobación. Kepler calculó cada vez con más detalle el comportamiento de Marte según la hipótesis que estaba estudiando para poder compararlo con el comportamiento observable. En su primera hipótesis siguió aún respetando la idea tradicional de la combinación de movimientos circulares. Pero no consiguió la victoria hasta que rompió con la tradición e introdujo movimientos no uniformes y luego no circulares. En 1609, luego de años de trabajo y desesperación, hizo públicas las dos leyes que regulan el movimiento de Mar-te:

1) Primera ley: la órbita es una elipse con el sol en uno de sus focos.

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2) Segunda ley: la línea que une los centros de Marte y el Sol barre áreas iguales en tiempos iguales. En 1619, Kepler estaba convencido ya de que sus dos leyes regían el com-portamiento de todos los planetas y había descubierto ya su tercera ley.

3) Tercera ley: el cuadrado del periodo de un planeta es proporcional al cubo de su dis-tancia al Sol.

La palabra "periodo" significaba el tiempo necesario para que el planeta recorra su órbita. La "Distancia al Sol" podía interpretarse de varios modos. En este contexto significa la semisu-ma de la distancia mayor y menor, es decir, la mitad de la longitud del eje mayor de la órbita. Si t es el periodo y d la distancia media al Sol, entonces la razón t / d es la misma para todos los planetas

E) GALILEO GALILEI. Mientras que Kepler trabajaba en la reforma matemática de

la nueva astronomía, Galileo trabajó aún más fecundamente por ella y por la nueva ciencia en otros terrenos. Galileo con enorme capacidad de acción se lanzó a un ataque general contra la ciencia aristotélica en todos sus puntos vulnerables a la vez. Al igual de Kepler rechazó para la ciencia el principio de autoridad:

"SIMPLICIO: Por favor, Sr. Salviati, hablad con más respeto de Aristóteles... SALVIATI: Sr. Simplicio, estamos aquí discurriendo familiarmente para investigar

algunas verdades; yo no tomaría a mal que vos me reprochaseis mis propios errores, y cuando yo no haya entendido claramente el pensamiento de Aristóteles reprendedme li-bremente, que lo aceptaré de buen grado. Concededme, sin embargo, que exponga mis dificultades y que responda alguna cosa a vuestras últimas palabras, diciéndoos que la ló-gica, como bien sabéis, es el órgano con el que se filosofa; pero, de la misma manera que un artífice puede ser excelente en la construcción de órganos, e indocto en saberlos to-car, así puede existir un gran lógico, que sea poco experto en saber usar la lógica...

SIMPLICIO: Esta manera de filosofar tiende a la subversión de toda la filosofía natural y al desorden y a poner boca abajo el cielo y la Tierra y todo el universo. Pero yo creo que los fundamentos de los peripatéticos son tales que, destruyéndolos, mucho du-do que se puedan construir ciencias nuevas.

SALVIATI: No os preocupéis ni del cielo, ni de la Tierra, ni temáis su subversión ni siquiera la de la filosofía; porque, en cuanto al cielo, vano será que temáis por lo que vos mismo reputáis como inalterable e impasible; en cuanto a la Tierra, lo que nosotros hacemos es tratar de ennoblecerla y perfeccionarla, puesto que procuramos hacerla se-mejante a los cuerpos celestes y, hasta en cierta manera, colocarla casi en el cielo, de donde vuestros filósofos la han arrojado. Incluso la filosofía, no puede sino recibir bene-ficio de nuestras disputas, porque, si nuestros pensamientos son verdaderos, se habrán conseguido nuevas adquisiciones, y si falsos, con rebatirlos, más confirmación recibirán las doctrinas anteriores. Preocupaos más bien de algunos filósofos y vez de ayudarlos y sostenerlos, que, en cuanto a la ciencia, ésta no puede sino avanzar. (GALILEO, Diálo-go sobre los grandes sistemas del universo,"Jornada Primera").

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Con esta actitud además de defender directa y explícitamente la teoría copernicana, Gali-leo abrió el camino para barrer obstáculos por todos los lados. Fue el principal soldado de vanguardia de la nueva mecánica, llamada con cierta injusticia newtoniana.

LA NATURALEZA ES UN LIBRO. Por Galileo Galilei "Me parece, por lo demás, que Sarsi tiene la firme convicción de que para

filosofar es necesario apoyarse en la opinión de cualquier célebre autor, de mane-ra que si nuestra mente no se esposara con el razonamiento de otra, debería que-dar estéril e infecunda; tal vez piensa que la filosofía es como las novelas, produc-to de la fantasía de un hombre, como por ejemplo la "Ilíada" o el "Orlando el fu-rioso", donde lo menos importante es que aquello que en ellas se narra es cierto. Sr. Sarsi, las cosas no son así. La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede enten-der si antes no se aprende a entender la lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible enten-der ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto". (GALILEO, El Ensayador, pp. 62-63). Antes de estudiar la nueva mecánica celeste de Galileo, sin duda lo más importante de su

obra, veamos primero su aportación a la geometría celeste a través de sus descubrimientos telescópicos, todos encaminados con éxito a contradecir los sistemas de Ptolomeo y de Aristó-teles.

1.- GEOMETRIA CELESTE. La posibilidad del telescopio fue mostrada a la humani-

dad por vez primera por Hans Lippershey, un óptico de Middleburg en 1608. Al tener Galileo noticia del invento construyó inmediatamente uno, en una única noche de estudio que se ha hecho célebre en la historia de la ciencia:

"Hace aproximadamente diez meses me llegó la noticia de que un holandés había

construido unos prismáticos con los que se conseguía ver con enorme precisión, como si estuvieran muy cerca, objetos que en realidad estaban muy lejos del ojo del observador. También se dieron a conocer algunas experiencias, aceptadas por unos, desmentidas por otros, que tenían que ver con este asombroso efecto. Días después, una carta de un no-ble francés, Jacques Badovere, confirmaba las noticias que yo tenía, lo que me indujo a lanzarme de lleno a la investigación de los medios con los que yo podría conseguir des-cubrir un instrumento parecido".

Con su telescopio o anteojo hizo descubrimientos sensacionales de 1609 a 1610, es de-

cir, al mismo tiempo que Kepler publicó sus dos primeras leyes. En el año 1610 Galileo dio a conocer por primera vez su invento y sus descubrimientos. Esto constituyó un acontecimiento científico de primera magnitud. No sólo se había introducido un instrumento nuevo y misterioso en el mundo "instruido", sino que además este instrumento se había utilizado con un fin bastante poco habitual: se había dirigido directamente hacia el cielo.

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Así empezó una nueva época en la astronomía tanto porque las observaciones eran más precisas como porque eran de naturaleza radicalmente nueva.

¿Cuáles fueron los principales descubrimientos astronómicos de Galileo? 1.- Galileo descubrió ante todo que la superficie lunar parece una tierra yerma,

en la que hay zonas de sombra, al igual que en la superficie del Sol. Todo ello era una evidencia importantísima contra la fe aristotélica en la inmutabilidad y perfección de los cielos.

Esa fe había sido ya conmovida antes por el descubrimiento de estrellas nuevas brillantes por Tycho Brahe en 1592 y por Kepler en 1604. Los aristotélicos intentaron sostener su posi-ción declarando que esas estrellas nuevas eran sublunares, es decir que estaban más cerca de la Tierra que de la Luna. Pero esta postura era insostenible. Galileo descubrió que la vía láctea consta de innumerables estrellas, lo que hacía plausible la tesis, si no de la infinitud del universo, sí de una extensión mucho mayor. Al describir la forma de la luna Galileo escribía:

"Hay otra cosa que no puedo dejar de lado, ya que cuando la vi me produjo au-

téntica admiración. Se trata de que casi en el centro de la Luna hay una depresión más grande que todas las demás. He estado observando esta hondonada alrededor del pri-mero y del último cuarto de Luna y he intentado reproducirla lo más exactamente posible en el segundo de los dibujos de arriba".

El dibujo de Galileo llamó la atención de Kepler, uno de los primeros que leyó su trabajo,

quien comentó lo siguiente:

"Estoy realmente asombrado ante el posible significado de esta depresión circular, con la cual normalmente designo el lado izquierdo de la Luna. ¿Se trata de una obra de la naturaleza, o de la obra de una mano experimentada? Supongamos que hay seres vivos en la Luna (hace tiempo que, siguiendo a Pitágoras y Plutarco, vengo jugando con esa idea); es evidente que estos habitantes imprimen carácter al lugar donde viven, un lugar que tiene montañas y valles mucho más grandes que en nuestra Tierra. En consecuencia podemos deducir que estos seres, que están dotados de un cuerpo enorme, construirán de acuerdo con ello proyectos también gigantescos". 2.- El descubrimiento más sensacional de Galileo fue el de cuatro satélites de

Júpiter. Con este descubrimiento Galileo probaba definitivamente que en nuestro sistema solar había astros que no giraban directamente alrededor de la tierra. Así se disminuía la probabilidad de que la Tierra fuera el centro del universo.

El descubrimiento era mortal para los aristotélicos también por otra razón: porque los aristotélicos creían, sin ninguna justificación científica, que en el cielo no había más que siete cuerpos aparte de las estrellas fijas. Los satélites de Júpiter mostraron pronto que tenían al me-nos dos usos.

En primer lugar sufren eclipses cuando pasan por la sombra de Júpiter. Como se cono-cen sus periodos de revolución puede predecirse fácilmente los momentos de futuros eclipses. En 1675 el astrónomo danés Roemer observó que los eclipses ocurrían antes del momento previsto cuando Júpiter se encontraba a su menor distancia de la Tierra, y después de ese mo-mento cuando Júpiter se encontraba a su mayor distancia de la Tierra. Roemer explicó el fenó-

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meno suponiendo que la luz tarda más tiempo en alcanzar la Tierra desde la región en la cual se encuentra Júpiter cuando el eclipse se retrasa, y menos cuando el astro se encuentra en la zona en la cual el eclipse se adelanta. Así se confirmó científicamente la vieja hipótesis de Empédo-cles de que la luz tiene una velocidad finita. Roemer fue además capaz, por primera vez en la historia, de dar una tosca aproximación a la velocidad de la luz, mediante el fenómeno observa-do, es decir, la diferencia entre los tiempos previstos y reales de los eclipses.

En segundo lugar, las lunas de Júpiter constituían un reloj público y universal, por ser visible desde todos los puntos de la Tierra.

3.- Las fases de Venus y los anillos de Saturno completan la lista de los principa-

les descubrimientos de Galileo. Según Ptolomeo, Venus y Mercurio se movían como indica la figura. Si así fuera, sus caras iluminadas, siempre dirigidas al sol, no serían nunca totalmente visibles desde la Tierra. Si en cambio giran alrededor del Sol según decía la teoría copernicana, tendrán fases como la luna, y en algunas de ellas su cara iluminada será totalmente visible desde la Tierra. Cuando el planeta se encuentre en A, lo veremos totalmente iluminado. Copérnico había deducido de su sistema que Mercurio y Venus tenían que presentar tales fases. Galileo lo descubrió con el telescopio.

Saturno resquebrajó la confianza de Galileo en su propio talento observador. En su pri-mera declaración, anunció que por el telescopio Saturno parecía ser un planeta triple: una esfera grande con dos pequeñas, una a cada lado, en contacto con ella. Tiempo después, Saturno se le presentó al telescopio con un aspecto totalmente normal. De hecho, Galileo vio por primera vez en la historia los anillos de Saturno, pero no pudo distinguirlos como tales a causa de la escasa potencia de su anteojo. Estas formaciones de Saturno no fueron identificadas como ani-llos sino por el científico holandés Christian Huygens, en 1695.

2.- LA MECANICA CELESTE. Los problemas mecánicos planteados por la nueva

astronomía no podían ser resueltos por la mecánica de Aristóteles. Los aristotélicos vieron en esto un argumento contra la nueva astronomía, pero Galileo y Newton demolieron sus objecio-nes con una mecánica científica nueva y adecuada.

La nueva mecánica se fundaba especialmente en la resurrección de una idea, mucho tiempo despreciada, de los atomistas griegos, quienes sostenían que los átomos, una vez en movimiento, continuaban moviéndose uniformemente y sin necesidad de motor, a menos que chocaran con otros átomos.

Esta idea no es nada obvia ni sencilla. Y no podemos asombrarnos de que fuera recha-zada durante dos mil años. La experiencia cotidiana favorece la creencia contraria de que los cuerpos no se mueven sino mientras están sometidos a la acción de un motor, primero o segun-do. La idea de que los cuerpos vayan a seguir moviéndose indefinidamente hasta que algo los detenga no es una idea de sentido común y no puede atraer, ni siquiera como hipótesis, más que a personas que hayan pensado sobre los problemas del movimiento local. Esa idea natural (si no hay fuerza actuando no hay movimiento) fue la base de la mecánica aristotéli-co-escolástica y se afianzó con el apoyo de la ortodoxia eclesiástica y del sen-tido común durante la Edad Media.

A pesar de su plausibilidad no dejó de sufrir ataques ya que había objeciones que resul-taban difíciles de superar. La principal objeción se encontraba en preguntas como la siguiente: ¿por qué sigue moviéndose la flecha cuando deja de estar en contacto con la cuerda del arco

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que la impulsa? De acuerdo con el principio de la mecánica aristotélica, la flecha debía detener-se en el momento en que dejaba de estar en contacto con la cuerda. La respuesta de los aristotélicos era que, cuando la flecha se movía aún en contacto con la cuerda, el aire se pre-cipitaba a rellenar el espacio que quedaba vacío y que aquella corriente de aire seguía a la fle-cha moviéndola. La respuesta era decepcionante ya que incurría en un círculo vicioso: resultaba que el aire se movía porque la flecha se movía y que la flecha se movía porque el aire se movía. Además el argumento ofrecía nuevas dificultades ya que tampoco se explicaba por qué se dete-nía la flecha y significaba que una flecha no podía moverse en el vacío.

A pesar de todas estas dificultades la idea de que el movimiento no puede existir sin un motor que constantemente lo pro-mueva fue difícil de abandonar.

La tarea con que se enfrentó Galileo fue doble. Se trataba, por una parte, de sustituir la mecánica aristotélica por otra totalmente nueva en la que encajaran los hechos que aquellos no podían justificar y, por otra, eliminar las objeciones que se le ponían desde la mecánica aristoté-lica.

a) LA NUEVA MECANICA. El interés de Aristóteles en su Física era el de tratar de

estudiar el "ente móvil" dando primacía a la "entidad". El movimiento era visto como la correc-ción de una deficiencia: como un "tender hacia" (potencia) la perfección (acto). Por el contra-rio a Galileo le interesaban las propiedades del movimiento en cuanto tal, no las causas de que algo esté en movimiento ni las razones por las que deje de estarlo. Además, Aristóteles estu-diaba la esencia de todos los cambios o movimientos, fueran sustanciales o accidentales. En el caso del movimiento local le interesaron los límites de este movimiento: el "de donde" y el "hacia donde". Por el contrario a Galileo no le interesaba preguntarse por la esencia del móvil, del espacio o del tiempo, sino por la proporción numé rica entre estos últimos:

"Expongamos, ahora, una ciencia nueva acerca de un tema muy antiguo. No hay,

tal vez, en la naturaleza nada más viejo que el movimiento, y no faltan libros voluminosos sobre tal asunto, escritos por los filósofos. A pesar de todo esto, muchas de sus propie-dades, muy dignas de conocerse, no han sido observadas ni demostradas hasta el mo-mento. Se suelen poner de manifiesto algunas más inmediatas, como a que se refiere, por ejemplo, al movimiento natural de los cuerpos que al descender se aceleran continuamen-te, pero no se ha demostrado hasta el momento la proporción según la cual tiene lugar tal aceleración. En efecto, que yo sepa, nadie ha demostrado que un móvil que cae partien-do de una situación de reposo recorre, en tiempos iguales, espacios que mantienen en-tre sí la misma proporción que la que se da entre los números impares sucesivos co-menzando por la unidad" (GALILEO, Discorsi. Jornada tercera). Vamos a seguir los mismos pasos que recorrió Galileo en a demostración de su nueva

ciencia:

"Esta discusión está dividida en tres partes: la primera trata del movimiento es-table o uniforme ; la segunda trata del movimiento que encontramos acelerado en la Naturaleza; el asunto de la tercera es el de los movimientos violentos y de los proyec-tiles". (GALILEO, Discorsi. Jornada tercera).

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1.- EL MOVIMIENTO UNIFORME. Lo primero que Galileo hace es dar una defini-ción para cada tipo de movimiento expresable matemáticamente, para in-cluir luego un conjunto de axiomas. Galileo entiende por movimiento uniforme:

"aquel en el cual las distancias recorridas por la partícula en movimiento durante cuales-

quiera intervalos iguales de tiempo son iguales entre sí": -------------------- s t o s = kt Llamando (v) a esa constante:

---------------------------- s = vt ; v = s/t ---------------------------- La expresión en coordenadas cartesianas de los puntos que intersecan distancias e inter-

valos temporales no autoriza a pasar, de los puntos, a una recta continua. Si trazamos dicha recta es por una operación mental que va más allá de los datos:

* interpolación: recta que une los puntos. * extrapolación: suposición de que la ecuación seguirá siendo válida si prolongamos la

recta más allá de los puntos. La matematización de un movimiento tan sencillo como es el uniforme supone en realidad

un profundo esfuerzo de abstracción e idealización matemáticas. Esta supone: 1.- Desechar todas aquellas cualidades no matematizables. Estas son para Galileo las

cualidades secundarias que considera, como Descartes, puramente subjetivas. 2.- Geometrizar la realidad afirmando los derechos del símbolo (algebra) sobre la pura

imagen geométrica: la mente interpola y extrapola datos interpretados geométricamente. 2.- EL MOVIMIENTO EN CAIDA LIBRE.

"Cuando observo, por tanto, una piedra que cae desde cierta altura, partiendo de una situación de reposo, que va adquiriendo poco a poco cada vez más velocidad, ¿por qué no he de creer que tales aumentos de velocidad no tenga lugar según la más simple y evidente proporción? Ahora bien, si observamos con cierta atención el problema, no en-contraremos ningún aumento o adición más simple que a que va aumentando siempre de la misma manera. Esto lo entenderemos fácilmente si consideramos la relación tan estre-cha que se da entre tiempo y movimiento: del mismo modo que la igualdad y uniformidad del movimiento se define y se concibe sobre la base de la igualdad de los tiempos y de los espacios (en efecto llamamos movimiento uniforme al movimiento que en tiempos

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iguales recorre espacios iguales), así también, mediante una subdivisión uniforme del tiempo, podemos imaginarnos que los aumentos de velocidad tengan lugar con (la misma) simplicidad. (Podremos hacer esto) en cuanto determinemos teóricamente que un movi-miento es uniformemente y, del mismo modo, continuamente acelerado, cuando, en tiem-pos iguales, se los tome de la forma que se quiera, adquiera incrementos iguales de velo-cidad" (GALILEO, Discorsi. Jornada tercera). 1.- PRIMER PASO:

"no encontraremos ningún aumento o adición más simple que a que va aumentando siempre de la misma manera. Esto lo entenderemos fácilmente si consideramos la relación tan estrecha que se da entre tiempo y movimiento". "Tan estrecha relación" no aparece ante nuestros sentidos, ya que los sentidos nos

proporcionan conexión entre aceleración y espacio recorrido pero no entre tiempo y movi-miento. Es la razón la establece esa relación estrecha llevada por una exigencia de simetría conceptual entre las nociones antitéticas de reposo y de movimiento natural (caída libre).

Galileo define el reposo por la relación de un cuerpo con el espacio que ocupa, sin consideración del tiempo, y esta estrecha relación entre espacio y reposo es percibida por los sentidos. Pero la definición de movimiento debe hacerse por la relación de un cuerpo con los intervalos temporales en que se despliega su trayectoria, sin consideración del espa-cio, y en esta relación es la razón, y no los sentidos, la que dicta la esencia del movimiento.

2.- SEGUNDO PASO "un movimiento es uniformemente y, del mismo modo, continuamente acelerado, cuando,

en tiempos iguales, se los tome de la forma que se quiera, adquiera incrementos iguales de velo-cidad".

---------------- Esto es: a = v - v /t ---------------- ---------------- De donde: v = v + at ---------------- -------------- Para la caída desde el reposo: v = at -------------- Continúa el diálogo de Galileo con la propuesta de un interlocutor, Sagredo, de pregun-

tarse por la causa de esta aceleración. La contestación del Salviati, el otro interlocutor, marca claramente el rumbo de la ciencia moderna: la primacía del estudio de las propiedades físi-cas (cantidad) sobre las causas (cualidades ocultas) que pueden haber producido esas propiedades. Las causas son relegadas a reino de la ficción:

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"Tales fantasías, aparte de otras muchas, habría que irlas examinando y resolviendo

con bien poco provecho. Por el momento es la intención de nuestro autor investiga y de-mostrar algunas propiedades del movimiento acelerado (sea cual sea la causa de tal ace-leración)". La fórmula a = v t no se puede verificar directamente. Sin embargo, Galileo sabía que tal

fórmula era correcta y que describe la esencia del movimiento natural de caída. Galileo refutó la idea de que la velocidad está en proporción con el peso por pruebas estrictamente racionales. Sostuvo, por el contrario, que sería la misma para todo cuerpo si se pudiera realizar el experi-mento en el vacío.

3.- COROLARIO. Todo grave que desciende por un plano inclinado sufre una acelera-

ción. Si tuviese que ascender, sufriría una deceleración. Si nos preguntamos qué ocurriría si se mantuviera en un plano horizontal, a partir de una caída previa. Es evidente que no podía acele-rar ni decelerar:

"la velocidad adquirida durante la caída precedente... si actúa ella sola, llevaría al

cuerpo con una velocidad uniforma hasta el infinito". Esta es la ley fundamental de la física clásica: LA LEY DE INERCIA. Sin embargo

Galileo fue incapaz de formularla explícitamente, porque pensó toda su vida que la gravedad era la propiedad física esencial y universal de todos los cuerpos materiales. La gloria de la formula-ción explícita de la ley de inercia sería para Newton.

PRINCIPALES OBJECIONES A LA ASTRONOMIA HELIOCENTRICA En unos cien años, un sabio enciclopédico (Copérnico), un observador incomparable

(Tycho Brahe) y un matemático lleno de imaginación intelectual (Kepler) resolvieron el proble-ma planteado dos mil años antes por los griegos. El sistema de Ptolomeo no se despidió inme-diatamente pero era claro que no conseguiría sobrevivir mucho tiempo, enfrentado como estaba al elegante esquema heliocéntrico. No obstante había un conjunto de objeciones de distinta índole que era necesario resolver.

1. Objeciones de índole científica. La primera una objeción científica era de índo-le geomé trica. El movimiento de la tierra alrededor del Sol debería producir cambios aparen-tes de las posiciones relativas de las estrellas fijas, al menos que éstas estuvieran a tal distancia que el diámetro de la órbita terrestre fuera despreciable en comparación con ella. Pero tales cambios de posición relativa no habían sido detectados ni por observadores tan agudos como Hiparco o Tycho Brahe. Por tanto había dos alternativas: o se negaba el movimiento de trasla-ción de la Tierra o se admitía que las estrellas se encuentran a una distancia tal que no podía ser imaginada por los hombres de aquella época. El hecho de admitir tan fantásticas distancias, que hoy nos resultan tan normales, fue un acto de heroica fe en la ciencia que realizaron los defenso-res de la teoría heliocéntrica ya que hasta el siglo XIX no fueron comprobadas las grandes distancias estelares.

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Las demás objeciones científicas eran de naturaleza mecánica. La mecánica tradi-cional no podía dar respuesta a objeciones como estas: si la Tierra se mueve ¿cómo es que no percibimos su movimiento?, ¿cómo es que e movimiento no le arrebata la atmósfera?, ¿cómo es que los cuerpos caen verticalmente en vez de ser desviados por el movimiento de la Tierra en su caída?

La mecánica tenía que ser reconstruida de pies a cabeza y sobre nuevas bases antes de que pudieran resolverse los problemas mecánicos suscitados por la nueva astronomía. La idea kepleriana del movimiento elíptico aumentaba aún las dificultades mecánicas y hasta Galileo y Newton no serían supe-radas plenamente.

2. Objeciones de índole religiosa. En primer lugar, hay textos de la Biblia, que si

se toman literalmente, son contradictorios con la teoría helio-céntrica. Así por ejemplo, en su ataque a la nueva ciencia Lutero citaba sobre todo a Josué. La Biblia dice que Josué or-denó al Sol que se detuviera, lo que implica que el sol se estaba moviendo, y precisamente en el sentido de moviéndose alrededor de la tierra, puesto que se trataba de prolongar el día. El pri-mer versículo del salmo 93, argüido por Calvino contra la ciencia, niega el movimiento de la Tierra al decir que el mundo (en el sentido de la Tierra) está establecido de tal modo que no puede moverse. En el mismo sentido se expresa el salmo 104.

En segundo lugar, pronto quedó claro que la nueva astronomía a medida que se desarrollaba iba entrando en profundo conflicto con la ciencia ptolemaica y aristotélica profesada por la Iglesia Romana. La nueva ciencia destruía la autoridad eclesiástica igual que destruía la de la Biblia.

Copérnico era un canónigo de Warnia, donde su tío era obispo católico y señor político. Antes de publicarlas discutió sus ideas libremente con sus superiores y no hay ningún indicio que permita suponer que las desaprobaran. Los primeros signos de oposición religiosa se regis-traron cuando Rético, un amigo de Copérnico, buscó en 1542, cuando la vida de éste se extin-guía, un editor en la luterana Wittemberg para el De revolutionibus. La primera edición apare-ció en Nuremberg en 1543, pero con un prólogo enmendado por su editor Ossiander para evitar conflictos con la autoridad religiosa. El prólogo falseado por el editor sugiere la idea de que el movimiento de la Tierra puede ser tomado como base hipotética pero sin significación real, solo como criterio para el cálculo. Pero en el libro quedaban los párrafos suficientes para que el lector comprendiera que Copérnico aceptaba el movimiento de la Tierra como un hecho, y no hay duda de que los copernicanos de los siglos XVI y XVII hicieron lo mismo. Gracias a la habilidad sin escrúpulos de Osiander, el libro escrito por un católico sincero y dedicado al Papa se publicó con la aprobación pontificia y como un reto a la oposición protestante.

Pero la tajante oposición católica se presentó pronto como resultado del Concilio de Trento, y cayó terriblemente sobre los sucesores de Copérnico ocupados en difundir las ideas de su maestro. Durante el siglo XVII tanto católicos como protestantes no tienen más alianza implícita que la destrucción y persecución de la ciencia copernicana.

RESOLUCION DE OBJECIONES.

1) Una primera objeción era la de: ¿por qué caen verticalmente las piedras a pe-

sar del movimiento de la tierra? Un ejemplo expuesto por los mismos científicos del siglo

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XVII lo explica. Supóngase que se arroja una piedra desde lo alto de un mástil de un barco en movimiento, ¿en qué punto alcanzará el puente del barco?

El argumento aristotélico era el siguiente: mientras la piedra se encuentra en manos del hombre situado encima del mástil está en conexión física con el buque, y éste suministra una fuerza capaz de mantener el movimiento horizontal de la piedra respecto del mar. Cuando el hombre suelta la piedra, esta fuerza horizontal deja de actuar, y la piedra deja instantáneamente de tener su movimiento horizontal respecto a la superficie del mar. Cae a causa de su tendencia instintiva a reunirse con su propia esfera. Pero mientras la piedra cae el buque sigue moviéndo-se horizontalmente. Por tanto, la piedra golpea el puente del barco más atrás del mástil.

El razonamiento de la nueva ciencia, basado en la ley de la inercia, es el siguiente: La piedra en manos del hombre se está moviendo horizontalmente con el barco. Cuando el hombre la suelta, cae con una aceleración causada por la gravedad. Mientras cae, se mantiene también en su movimiento horizontal, pues no ha habido ninguna fuerza que se haya aplicado para impe-dir ese movimiento. Mientras cae está, por tanto, de acuerdo con el barco en cuanto al movi-miento horizontal. Consiguientemente caerá a lo largo del mástil y tocará el puente al pie del mástil.

No hace falta embarcarse para saber que es el segundo argumento el que explica los hechos, ya que en la experiencia diaria tenemos ejemplos parecidos. De igual modo que el mo-vimiento del buque no impide a la piedra caer al pie del mástil, el movimiento de la tierra no impide que una piedra aterrice precisamente en la vertical del punto desde el cual se dejó caer.

2) Una segunda objeción decía: ¿cómo es que la tierra no pierde atmósfera al moverse? Este problema sólo parcialmente era resuelto por la ley de la inercia, pues está rela-cionado con la cuestión de la posibilidad del vacío. Admitiendo que el vacío es posible y que el espacio interplanetario es vacío el problema no presenta gran dificultad. La atmósfera terres-tre es una capa gaseosa que cubre la superficie del planeta con una capa de unos cuantos kiló-metros. Si se supone que la tierra y su atmósfera se pusieran juntas en movimiento, entonces hay que pensar que la atmósfera se mueve con la tierra exactamente igual que la piedra, y no hay ninguna razón para temer que el planeta vaya a perder su atmósfera, puesto que o hay una fuerza que se oponga a ello. Pero si el vacío es imposible y por tanto hay en el espacio una atmósfera de una u otra naturaleza, entonces es difícil explicar cómo es que la tierra se mueve sin que sintamos una poderosa corriente de aire.

Para superar esta segunda objeción contra el movimiento de la tierra habrá que contar con la explicación del movimiento que da la ley de la inercia pero solo podrá hacerlo eficazmen-te si se admite la posibilidad de un espacio vacío entre los planetas. Pero para lograr eso había que refutar un segundo principio aristotélico que decía que "la naturaleza odia el vacío". Esta tarea fue obra de la neumática, una ciencia que ha-bía permanecido al margen de los proble-mas de la física, pero que en este momento se introduce en la corriente principal del pensamien-to científico y realiza su aportación particular para el derrumbamiento de la ciencia aristotélica y la funda-mentación sólida de la nueva astronomía.

CONCLUSIÓN. Galileo puede ser considerado como el fundador de la ciencia moder-

na, porque hizo despertar a la inteligencia humana de una acrítica aceptación de la autoridad de Aristóteles, y trazó las líneas de un método experimental, en el que la experiencia sensible y la razón venían a encontrarse unidas en el común esfuerzo de la investigación. Demostró por sí mismo la validez y la eficacia innovadora de tal método con la verificación experimental de las

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teorías propuestas y con la construcción de instrumentos útiles al saber y al ingenio de los hom-bres. En particular Galileo, sobre todo con los Discorsi es universalmente reconocido como el verdadero fundador de la dinámica. Además de científico y filósofo, Galileo fue también músico, poeta y literato. Su mente, abierta a multitud de intereses y aspiraciones, estuvo animada por una continua insatisfacción, la cual unida a los acontecimientos dramáticos de su vida, a las an-gustias familiares de todo tipo, a la interior desazón entre su conciencia religiosa y la ineludible exigencia científica, le configuró una personalidad atormentada.

El siglo de Galileo fue el de la Contrarreforma, su posición frente a la cultura oficial y a la mentalidad predominante de la época es característica, como ejemplo típico del contraste dia-léctico que, en el plano cultural, puede establecerse entre estructura y superestructura. Aquella sería el razonamiento científico fundado sobre la experiencia; ésta, la tradición cultural dominan-te en las universidades y en las academias, que derrotada en el plano especulativo resiste toda-vía en los hombres y en las instituciones, e incluso impulsa el contraataque contra Galileo, el hombre de la nueva ciencia, que en determinado momento se queda solo e indefenso frente a la autoridad de la tradición.

FORMULA DE ABJURACION DE GALILEO GALILEI "Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años de

edad, siendo citado personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros, los eminentes y reve-rendos cardenales, inquisidores generales de la República universal cristiana contra la deprava-ción herética, teniendo ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propias manos, juro que siempre he creído y, con la ayuda de Dios, creeré en lo futuro, todos los artículos que la Sagrada Iglesia católica y apostólica de Roma sostiene, enseña y predica. Por haber recibido orden de este Santo Oficio de abandonar para siempre la opinión falsa que sostiene que el Sol es el centro e inmóvil, siendo prohibido el mantener, defender o enseñar de ningún modo dicha falsa doctrina; y puesto que después de habérseme indicado que dicha doctrina es repugnante a la Sagrada Escritura, he escrito y publicado un libro en el que trato de la misma y condenada doctrina y aduzco razones con gran fuerza en apoyo de la misma, sin dar ninguna solución; por eso he sido juzgado como sospechoso de herejía, esto es, que yo sostengo y creo que el Sol es el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no es el centro y es móvil, deseo apartar de las mentes de vuestras eminencias y de todo católico cristiano esta vehemente sospecha, justamen-te abrigada contra mi; por eso, con un corazón sincero y fe verdadera, yo abjuro, maldigo y detesto los errores y herejías mencionados, y en general, todo error y sectarismo contrario a la Sagrada Iglesia; y juro que nunca más en el porvenir diré o afirmaré nada, verbalmente o por escrito, que pueda dar lugar a una sospecha similar contra mí; asimismo, si supiese de algún hereje o de alguien sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al inquisidor y ordinario del lugar en que pueda encontrarme. Juro, además, y prometo que cumpliré y obser-varé fielmente todas las penitencias que me han sido o me sean impuestas por este Santo Ofi-cio. Pero si sucediese que yo violase algunas de mis promesas dichas, juramentos y protestas (¡que Dios no quiera!), me someto a todas las penas y castigos que han sido decretados y pro-mulgados por los sagrados cánones y otras constituciones generales y particulares contra delin-

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cuentes de este tipo. Así, con la ayuda de Dios y de sus Sagrados Evangelios, que toco con mis manos, yo, el antes nombrado Galileo Galilei, he abjurado, prometido y me he ligado a lo antes dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este presente escrito de mi abju-ración, que he recitado palabra por palabra.

En Roma, en el convento de la Minera, 22 de junio de 1633; yo, Galileo Galilei, he abju-rado conforme se ha dicho antes con mi propia mano.

LA CONDENA DE GALILEO POR EL TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO "... Por cuanto tú, Galileo, hijo del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años

de edad, fuiste denunciado, en 1615, a este Santo Oficio por sostener como verdadera una falsa doctrina enseñada por muchos, a saber; que el sol está inmóvil en el centro del mundo y que la Tierra se mueve y posee también un movimiento diurno; así como por tener discípulos a quienes instruyes en la mismas ideas; así como por mantener correspondencia sobre el mismo tema con algunos matemáticos alemanes; así como por publicar ciertas cartas sobre las man-chas del sol, en las que desarrollas la misma doctrina como verdadera; así como por responder a las objeciones que se suscitan continuamente por las Sagradas Escrituras, glosando dichas escrituras según tu propia interpretación; y por cuanto fue presentada la copia de un escrito en forma de carta, redactada expresamente por ti para una persona que fue antes tu discípulo, y en la que, siguiendo la hipótesis de Copérnico, incluyes varias proposiciones contrarias al verdade-ro sentido y autoridad de las Sagradas Escrituras; por eso este Sagrado Tribunal, deseoso de prevenir el desorden y perjuicio que desde entonces proceden y aumentan en menoscabo de la sagrada Fe, y atendiendo al deseo de Su Santidad y de los eminentísimos cardenales de esta suprema universal Inquisición, califica las dos proposiciones de la estabilidad del Sol y del mo-vimiento de la Tierra, según los calificadores teológicos, como sigue:

1.- La proposición de ser el Sol el centro del mundo e inmóvil en su sitio es absurda, filo-sóficamente falsa y formalmente herética, porque es precisamente contraria a las Sagradas Es-crituras.

2.- La proposición de no ser la Tierra el centro del mundo, ni inmóvil, sino que se mueve, y también con un movimiento diurno, es también absurda, filosóficamente falsa y, teológicamen-te considerada, por lo menos errónea en la fe.

Pero estando decidida en esta ocasión a tratarte con suavidad, la Sagrada Congregación, reunida ante Su Santidad el 25 de febrero de 1616, decreta que su eminencia el cardenal Be-larmino te prescriba abjurar del todo de la mencionada falsa doctrina; y que si rehusares hacer-lo, seas requerido por el comisario del Santo Oficio a renunciar a ella, a no enseñarla a otros ni a defenderla; y a falta de aquiescencia, que seas prisionero; y por eso, para cumplimentar este decreto al día siguiente, en el palacio, en presencia de su eminencia el mencionado cardenal Belarmino, después de haber sido ligeramente amonestado por dicho cardenal, fuiste conmina-do por el comisario del Santo Oficio, ante notario y testigos, a renunciar del todo a la mencio-nada opinión falsa, y en el futuro, no defenderla ni enseñarla de ninguna manera, ni verbalmente ni por escrito; y después de prometer obediencia a ello, fuiste despachado.

Y con el fin de que una doctrina tan perniciosa pueda ser extirpada del todo y no se insi-núe por más tiempo con grave detrimento de la verdad católica, ha sido publicado un decreto procedente de la Sagrada Congregación del Indice, prohibiendo los libros que tratan de esta doctrina, declarándola falsa y del todo contraria a la Sagrada y Divina Escritura.

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Y por cuanto después ha aparecido un libro publicado en Florencia el último año, cuyo título demostraba ser tuyo, a saber: El Diálogo de Galileo Galilei sobre los dos sistemas principales del mundo: el ptolomeico y el copernicano; y por cuanto la Sagrada Congrega-ción ha oído que a consecuencia de la impresión de dicho libro va ganando terreno diariamente la opinión falsa del movimiento de la Tierra y de la estabilidad del Sol, se ha examinado deteni-damente el mencionado libro y se ha encontrado en él una violación manifiesta de la orden ante-riormente dada a ti, toda vez que en este libro has defendido aquella opinión que ante tu pre-sencia había sido condenada; aunque en el mismo libro haces muchas circunlocuciones para inducir a la creencia de que ello queda indeciso y sólo como probable, lo cual es así mismo un error muy grave, toda vez que no puede ser en ningún modo probable una opinión que ya ha sido declarada y determinada como contraria a la Divina Escritura. Por eso, por nuestra orden, has sido citado a este Santo Oficio, donde, después de prestado juramento, has reconocido el mencionado libro como escrito y publicado por ti. También confesaste que comenzaste a escri-bir dicho libro hace diez o doce años, después de haber sido dada la orden antes mencionada. También reconociste que habías pedido licencia para publicarlo, sin aclarar a los que te conce-dieron este permiso, que habías recibido orden de no mantener, defender o enseñar dicha doc-trina de ningún modo. También confesaste que el lector podía juzgar los argumentos aducidos para la doctrina falsa, expresados de tal modo, que impulsaban con más eficacia a la convicción que a una refutación fácil, alegando como excusa que habías caído en un error contra tu inten-ción al escribir en forma dialogada y, por consecuencia, con la natural complacencia que cada uno siente por sus propias sutilezas y en mostrarse más habilidoso que la generalidad del género humano al inventar, aun en favor de falsas proposiciones, argumentos ingeniosos y plausibles.

Y después de haberte concedido tiempo prudencial para hacer tu defensa, mostraste un certificado con el carácter de letra de su eminencia el cardenal Belarmino, conseguido, según dijiste, por ti mismo, con el fin de que pudieses defenderte contra las calumnias de tus enemi-gos, quienes propalaban que habías abjurado de tus opiniones y habías sido castigado por el Santo Oficio; en cuyo certificado se declara que no habías abjurado ni habías sido castigado, sino únicamente que la declaración hecha por Su Santidad, y promulgada por la Sagrada Con-gregación del Índice, te había sido comunicada, en la que se declara que la opinión del movi-miento de la Tierra y de la estabilidad del Sol es contraria a las Sagradas Escrituras, y que por eso no puede ser sostenida ni defendida. Por lo que al no haberse hecho allí mención de dos artículos de la orden, a saber: la orden de "no enseñar" y "de ningún modo", argüiste que de-bíamos creer que en el lapso de catorce o quince años se habían borrado de tu memoria, y que esta fue también la razón por la que guardaste silencio respecto a la orden, cuando buscaste el permiso para publicar tu libro, y que esto es dicho por ti, no para excusar tu error, sino para que pueda ser atribuido a ambición de vanagloria más que a malicia. Pero este mismo certifica-do, escrito a tu favor, ha agravado considerablemente tu ofensa, toda vez que en él se declara que la mencionada opinión es opuesta a las Sagradas Escrituras, y, sin embargo, te has atrevido a ocuparte de ella y a argüir que es probable. Ni hay ninguna atenuación en la licencia arranca-da por ti, insidiosa y astutamente, toda vez que no pusiste de manifiesto el mandato que se te había impuesto. Pero considerando nuestra opinión de no haber revelado toda la verdad res-pecto a tu intención, juzgamos necesario proceder a un examen riguroso en el que contestaste como buen católico.

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Por eso, habiendo visto y considerado seriamente las circunstancias de tu caso con tus confesiones y excusas, y todo lo demás que debía ser visto y considerado, nosotros hemos llegado a la sentencia contra ti, que se escribe a continuación:

Invocando el sagrado nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de Su Gloriosa Virgen Ma-dre María, pronunciamos esta nuestra final sentencia, la que, reunidos en Consejo y Tribunal con los reverendos maestros de la Sagrada Teología y doctores de ambos Derechos, nuestros asesores, extendemos en este escrito relativo a los asuntos y controversias entre el magnífico Carlo Sincereo, doctor en ambos Derechos, fiscal procurador del Santo Oficio, por un lado, y tú, Galileo Galilei, acusado, juzgado y convicto, por el otro lado, y pronunciamos, juzgamos y declaramos que tú, Galileo, a causa de los hechos que han sido detallados en el curso de este escrito, y que antes has confesado, te has hecho a ti mismo vehementemente sospechoso de herejía a este Santo Oficio al haber creído y mantenido la doctrina (que es falsa y contraria a las Sagradas y Divinas Escrituras) de que el Sol es el centro del mundo, y de que no se mueve de Este a Oeste, y de que la Tierra se mueve y no es el centro del mundo; también de que una opinión no puede ser sostenida y defendida como probable después de haber sido declarada y decretada como contraria a la Sagrada Escritura, y que, por consiguiente, has incurrido en to-das las censuras y penalidades contenidas y promulgadas en los sagrados cánones y en otras constituciones generales y particulares contra delincuentes de esta clase. Visto lo cual, es nues-tro deseo que seas absuelto, siempre que con un corazón sincero y verdadera fe, en nuestra presencia abjures, maldigas y detestes los mencionados errores y herejías, y cualquier otro error y herejía contrario a la Iglesia católica y apostólica de Roma, en la forma que ahora se te dirá.

Pero para que tu lastimoso y pernicioso error y trasgresión no queden del todo sin casti-go, y para que seas más prudente en lo futuro y sirvas de ejemplo para que los demás se abs-tengan de delincuencias de este género, nosotros decretamos que el libro Diálogos de Galileo Galilei sea prohibido por un edicto público, y te condenamos a prisión formal de este Santo Oficio por un período determinable a nuestra voluntad, y, por vía de saludable penitencia, te ordenamos que los tres próximos años recites, una vez a la semana, los siete salmos penitencia-les, reservándonos el poder de moderar, conmutar o suprimir, la totalidad o parte del mencio-nado castigo o penitencia".

EL PROTESTANTISMO Y LOS ORIGENES DEL CAPITALISMO M. Weber publicó su famosa obra La ética protestante y el espíritu de capitalismo en

forma de dos largos artículos en 1904 y 1905. Esta obra comienza sentando un hecho estadísti-co: en la Europa moderna,

"los protestantes participan con el porcentaje más elevado, por relación a la pobla-ción total, en la dirección y en los más altos puestos de trabajo especializado, y más aún entre el personal técnico y comercial mejor preparado en las empresas modernas". No se trata de un mero hecho simultáneo, sino de un hecho histórico: buscando los oríge-

nes de las compañías puede demostrarse que algunos de los primeros centros de desarrollo capitalista a principios del siglo XVI eran firmemente protestantes.

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Weber rechaza una posible explicación basada en la simple ruptura con el tradiciona-lismo económico de igual modo que se había roto con la tradición religiosa y con la vigilancia de la Iglesia. En ese momento la vigilancia de la Iglesia estaba bastante relajada y, además, el protestantismo adopta una actitud más estricta frente a la relajación y a la diversión. Por ello llega a la conclusión de que debe inspeccionar el carácter específico de las creencias protestan-tes si se quiere explicar la conexión entre el protestantismo y la racionalidad económica.

El tradicionalismo no era en absoluto incompatible con la avidez de riquezas. La avaricia egoísta se encuentra en todas las sociedades, y de hecho es más típica de la sociedad precapi-talista que de la capitalista. Así, por ejemplo, el "capitalismo aventurero", que busca las ganancias por medio de la conquista militar o la piratería, ha existido en todos los periodos de la historia. Pero aquí se trata de algo completamente distinto. El capitalismo moderno no se funda en una búsqueda amoral de ganancias personales, sino en la obligación disciplinada del trabajo como un deber. Weber identifica los principales rasgos del "espíritu" del capitalismo moderno del modo siguiente:

"La adquisición incesante de más y más dinero, evitando cuidadosamente todo go-ce inmoderado (...) es algo tan puramente imaginado como fin en sí, que aparece en todo caso como algo absolutamente trascendente e incluso irracional frente a la felicidad, o uti-lidad, del individuo en particular. La ganancia no es un medio, sino que más bien el hom-bre debe adquirir, porque tal es el fin de su vida". El espíritu del capitalismo moderno viene así caracterizado por una singular combinación

de la dedicación a la ganancia de dinero por medio de una actividad económica legítima, junto con el prescindir del uso de estos ingresos para gustos personales. De ahí que la característica predominante que distingue a la moderna economía capitalista sea:

"(...) el estar racionalizada sobre la base del más estricto cálculo, el hallarse orde-nada, con plan y austeridad, al logro del éxito económico aspirado; en oposición al es-tilo de vida del campesino que vive al día, al privilegiado tradicionalismo del artesano gremial, y al capitalismo aventurero, que atiende más bien a la explotación de las oportunidades políticas y a la especulación irracional". El espíritu del capitalismo no se puede deducir simplemente del crecimiento global del ra-

cionalismo en la sociedad occidental. La racionalización es un fenómeno complejo, que toma muchas formas concretas, y se desarrolla variablemente en diferentes campos de la vida social. M. Weber pretende solamente descubrir "de qué espíritu es hija aquella forma concreta de pen-samiento y vida racionales que dio origen a la vida de "profesión-vocación" y a la dedicación abnegada al trabajo profesional".

Weber muestra que el concepto "profesión-vocación" se formó en tiempos de la Refor-ma. La importancia del concepto "profesión-vocación", y del modo como se emplea en las creencias protestantes, está en que sirve para colocar los asuntos mundanos de la vida cotidiana dentro del influjo religioso que todo lo abarca. La vocación profesional del individuo consiste en cumplir su deber para con Dios por medio de la gestión moral de su vida de cada día. Esto motiva el énfasis que pone el protestantismo en las solicitudes mundanas, lejos del ideal católico de aislamiento monástico, con su rechazo de lo temporal.

La elaboración del concepto "profesión-vocación" fue, según Weber, una obra más que de Lutero de las posteriores sectas protestantes, que constituyeron lo que el mismo Weber llama "protestantismo ascético". Distingue cuatro corrientes principales en el protestantismo

SAGASTA. DISTANCIA. Historia de la filosofía.

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ascético: calvinismo, metodismo, pietismo y sectas baptistas; aunque estas corrientes estuvieron estrechamente relacionadas entre sí, y no siempre se pueden distinguir con claridad. Weber analiza sobre todo el calvinismo tal y como se enseñaba en los siglos XVI y XVII.

Según Weber, el calvinismo consta de tres principios básicos: 1) El universo ha sido creado para aumentar la gloria de Dios y solamente tiene sentido

en relación con los propósitos divinos. "Dios no es por los hombres, sino los hombres son por y para Dios".

2) Los motivos del Todopoderoso están más allá de la comprensión humana. Los hom-bres solamente pueden saber los pequeños fragmentos de verdad divina que Dios quiere reve-larles.

3) La creencia en la predestinación: sólo un número reducido de hombres son escogidos para conseguir la gracia eterna. Se trata de algo dado irrevocablemente desde el primer mo-mento de la creación; y no lo afectan las acciones humanas, puesto que suponer esto significaría tanto como pensar que los decretos eternos de Dios podían ser modificados por obra del hom-bre.

Weber sostiene que la consecuencia de esta doctrina para el creyente debe haber sido de "una inaudita soledad interior". Desde el punto de vista de la salvación eterna, cada hombre estaba solo; no había nadie, ni sacerdote ni laico, que pudiera interceder ante Dios para conse-guir su salvación. Con esta doctrina el calvinismo provocó la conclusión final de un gran proce-so histórico que Weber califica en otra obra como "desencantamiento" del mundo:

"Ni medios mágicos ni de ninguna otra especie eran capaces de otorgar la gracia a quien Dios había resuelto negársela. Si se recuerda, además, que el mundo de lo creado se halla infinitamente lejano de Dios y que nada vale de por sí, se verá que el aislamiento interior del hombre explica (...) la actitud negativa del puritano ante los elementos sensibles y sentimentales de la cultura y la religiosidad subjetiva (en cuanto inúti-les para la salvación y fomentadores de ilusiones sentimentales y de la superstición divini-zadora del mundo) y su radical antagonismo con la cultura de los sentidos". Es evidente que esto exponía al calvinista a una enorme tensión. La pregunta decisiva,

sobre la que todo creyente de-bía sentirse obligado a interrogarse (¿estoy yo ante los escogi-dos?) no podía responderse. Por consiguiente, la doctrina de Calvino de que no hay diferencias externas entre los elegidos y los reprobados, empezó rápidamente a apremiar a los sus fieles. Para responder a sus interrogantes se desarrollaron dos respuestas relacionadas entre sí:

1) Que el individuo debía considerar obligatorio creerse uno de los escogidos: cualquier duda sobre la certeza de la elección es una prueba de fe imperfecta y, por tato, de carencia de gracia.

2) Que la "intensa actividad en el mundo" es el me-dio más apropiado para desarro-llar y mantener esta necesaria confianza en sí mismo. Así la realización de "obras buenas" llegó a considerarse "signo" de elección. No, de ninguna manera, un método para merecer la salvación, sino para eliminar las dudas sobre la salvación.

Desde esta perspectiva de actividad en el mundo, la pe-reza y la dilapidación del tiempo son considerados como los principales pecados:

"Todavía no se lee como en Franklin; "el tiempo es dinero", pero el principio tiene ya vigencia en el orden espiritual; el tiempo es infinitamente valioso, puesto que toda hora perdida es una hora que se roba al trabajo en el servicio de la gloria de Dios".

SAGASTA. DISTANCIA. Historia de la filosofía.

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El calvinismo exige de sus fieles una vida coherente y de disciplina continua, con lo cual erradica la posibilidad de arrepentimiento y de remisión de pecado factible en la confesión cató-lica. Esta última sanciona efectivamente una actitud fortuita ante la vida, dado que el fiel puede confiar sabiendo que la intervención del sacerdote le puede absolver de las consecuencias de la caída.

De este modo, el trabajo en el mundo material goza para el calvinista de la más alta valo-ración ética positiva. La posesión de riquezas no exime de ningún modo al hombre del precepto divino de afanarse en el trabajo de su profesión. La acumulación de riqueza se condena moral-mente sólo en la medida en que constituye una incitación al lujo y a la pereza; cuando las ganan-cias materiales se adquieren por medio del cumplimiento ascético del deber profesional, no solamente son toleradas, sino recomendadas de hecho moralmente.

Lo decisivo de éste análisis de Weber es que estas características no son consecuencias "lógicas" sino "psicológicas" de la doctrina original de la predestinación formulada por Calvino.