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narrativa Brisa Edeny Reyes El reservorio

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n a r r a t i v a

Brisa Edeny Reyes

El reservorio

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El reservorio

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El reservorio

Brisa Edeny Reyes

Centro de CreaCión Literaria

teCnoLógiCo de Monterrey

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© D.R. 2012 Tecnológico de Monterrey Centro de Creación Literaria Felipe Montes, director

© D.R. 2012 Brisa Edeny Reyes

Erika del ÁngelEdición y diseño

Todos los derechos reservados conforme a la leyMonterrey, Nuevo León, México

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A mis hermanas y mis padres

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—¿Qué le diremos a la familia? —dijo una mujer morena de calva tatuada, había una congregación de personas en un cuarto obscuro,

vestían prendas blancas que cubrían su cuerpo hasta los tobillos, rostros cadavéricos con gestos asustados, en algunos semblantes se asomaban lá-grimas mientras miraban consternados un bulto rojo entre sábanas que yacía en la cama.

—La familia no necesita saber esto —contestó una voz ronca, entró en-tonces un olor a incienso y un haz de luz mientras abría la puerta un ancia-no muy delgado de semblante pacífico.

—Este pequeño fue invadido por un nuevo miembro, se tratará como Código Grana —exclamó serenamente.

Los presentes se apresuraron a salir entre murmullos temblorosos y rui-dos de frascos y ruedas, sólo quedaron en el cuarto el anciano, la mujer y el pequeño bulto.

—No quiero generar pánico Patriarca, pero no estamos listos para otra pandemia.

—No estamos listos porque no la habrá, Févala —ella volteó a verlo asustada, su rostro estaba cubierto con los mismos símbolos tatuados en su calva.

—Me aterroriza que sea un ataque kermiano, no había visto síntomas así desde…

—Nuestros hermanos kermios no se molestarían en aplastar una hor-miga, no representamos una amenaza a su civilización, además no creo que envíen un virus si tienen armas nucleares, deja de fantasear y pon el ejem-plo, hermana —y salió de la habitación con una sonrisa sombría.

❧Cansado y sediento, no percibí cuándo llegó la luz del día, mi madre volteó a verme sin esperanzas y sus ojos sólo me recordaban que no podía estar en un peor momento para decirle que había rechazado la beca del Instituto Superior de Historia, me sentía extrañamente libre y esperaba que Aziz me-jorara pronto, como solía hacerlo, para largarme a disfrutar las festividades.

Ya eran tres días deambulando por la sala de urgencias sin saber nada de Aziz, los médicos nos miraban al pasar y evitaban nuestro encuentro. La noche anterior una cantidad asombrosa de brujos entró aprisa, un mal augurio, porque sólo son llamados cuando la medicina acude a las tradicio-nes más primitivas de las tribus nómadas.

—¿Madre, quieres té de chía?—No, Tabari.Pasos pesados se acercaron por el pasillo y un médico alto y robusto se

detuvo frente a nosotros tronándose los dedos de las manos, crack, crack; volteé a ver a mi madre que parecía al borde del desmayo.

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—¿Es usted la madre de Aziz Sabatini?—Sí. crack —Aziz falleció a las 2 horas del día de hoy, mis sinceras condolencias.—¿C… cómo…?—Es necesario que se queden en observación para descartar que estén

infectados, la enfermera les mostrará sus habitaciones y yo pasaré a visitar-los más tarde.

El médico se marchó rápidamente y una enfermera regordeta tomó a mi madre del brazo para guiarnos a nuestros cuartos; debía ser un error, no se veía nada profesional… ¿infectados? ni siquiera dijo la causa de muerte, ¿muerte?, empezó a darme jaqueca y no fui capaz de ver a mi madre a los ojos.

Me precipité afuera una vez que la enfermera nos dejó solos y corrí a buscar al doctor cuya voz retumbaba en mi cabeza en ecos espantosos: “condolencias, Aziz falleció… falleció”, necesitaba que me llevara con mi hermano, nunca había sentido a la familia tan distante, todo el mundo te-nía miradas ajenas sin notar su alrededor, es irónico que en un hospital se sienta menos hermandad que en las calles, y entonces lo vi.

—¡Disculpe, doctor!, ¿puedo ver a mi hermano? —Hijo, tu hermano fue elegido, sólo queda dejar que el ciclo siga

—parecía que no le sorprendía mi repentina llegada.—Necesito verlo para despedirme —le respondí sin aliento.—No puedes, su cuerpo tiene la cepa viva.—¡¿Cepa de qué?! —pregunté violentamente y él movió la cabeza ner-

vioso, la gente del pasillo volteó alarmada. El doctor me tiró del brazo a una esquina vacía y se tronó las manos nerviosamente.

—¿Cómo te llamas?—TabariSe aclaró la garganta y meditó un momento antes de hablar de nuevo. —Tabari, se trata de un nuevo miembro de nuestro ciclo, eligió a tu her-

mano para hacernos partícipes de su poder y es urgente que lo estudiemos y que tu madre y tú estén en cuarentena para evitar riesgo de propagación, no podrás ver a Aziz, no podrás salir de aquí y no puedes decirlo a nadie, ¿comprendes?

—¿No decirlo?, ¿no sería mejor prevenir a todos?, ¿no nos han enseña-do a celebrar cada nueva especie y nos obligan a danzar estúpidamente por la sagrada biodiversidad?

Mi paciencia se agotaba y mis palpitaciones aumentaban mientras ob-servaba a ese viejo ecuánime frente a mí.

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—¡Deja de levantar la voz! ¿Cómo prevenirlos de algo que no conocemos?, si eres listo vas a esperar en tu cuarto y callarte.

—¡Por Aristóteles!, ¿qué está pasando?, ¿sabes quiénes somos?, ¿tiene que ver esto con los paguanis?

Por fin cambió su gesto ecuánime, abrió la boca y no dijo nada, la cerró y tenía una mirada perdida que causaba escalofríos.

—Será mejor que vayas con tu madre, yo no puedo ayudarte.Llegó de pronto un enfermero y con dialecto técnico y un expediente

en la mano se llevó al doctor Burian, como pude escuchar que lo llamó, dejándome varado en la esquina con más preguntas que antes y una gar-ganta seca de miedo.

❧—Buenos días, divinicanos, en el núcleo de Divinitas se respira un ambien-te festivo, cada aldea y villa está pendiente del partido final de Xenhball entre los Galácticos de York y los Tecnópatas de Burgos.

Toda pantalla estaba sintonizada en la misma voz femenina sintética que emitía una robot androide muy atractiva de cabello rosa y ojos amari-llos en el noticiero matutino.

—El tráfico aéreo es escaso y tenemos una llovizna ácida con vapores corrosivos, no olviden su máscara al salir.

Y rió con un humor negro que contagiaba los hogares en la urbe dentro de sus ei-häuser. La ciudad parecía llena de neblina, sin el tráfico común se podían percibir las numerosas ei-häuser ovaladas brillantes así como las cámaras voladoras y plantas exóticas que cerraban sus hojas plateadas.

Una pequeña niña observaba embelesada por la ventana de una par- ticularmente enorme ei-haus a los robots que guardaban lluvia en recipien-tes flotantes: —cuando crezca seré robot.

La pequeña salió de la habitación por una puerta que se desvaneció a su tacto y volvió a formarse una vez que estuvo afuera, se transportó por una banda en el suelo a través de un pasillo lleno de pantallas con películas de eventos diversos: bodas, musicales, su quinto cumpleaños, la conferencia de su padre sobre la nueva mutación que permite ver en la obscuridad, fuegos artificiales, etc. Pasó por otra puerta que se desvaneció para entrar a una sala muy iluminada con un comedor.

—Adenina, tu padre no podrá venir pronto, ¿quieres que comamos fuera?—Sushi bajo el agua, momi.La madre sonrió mostrando su dentadura perfecta y seleccionó varias

cosas del menú vurna que desapareció para dar lugar a peces tridimensio-nales nadando a su alrededor, dos brazos de la mesa acomodaron dos platos con pastillas, dos vasos de agua, un licuado de leche con cocoa y un vasito de cerámica con sake.

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Un mensaje del Consorcio interrumpe mi desayuno: “Estimada doc-tora, junta urgente bla bla en la sala principal”, ¡¿ahora?! Seguro no saben qué colores agregar al gato fosforescente, tan acostumbrados a la falta de problemas que inventan motivos de alboroto.

Tomaré el camino largo para ver la lluvia caer por el grafeno, cuánto humo y belleza de toxicidad, con estas bandas de transporte no trabajo los músculos y me haré gelatina, la gente parece gelatina del cerebro, ya no quedan rastros de ingenio en esos gestos alegres que sólo se preocupan por el Xenhball o las fiestas neuroestimulantes, ¡ingenuos! esos gases no serán adictivos, pero quedan un buen tiempo en el torrente sanguíneo.

—Buenos días, Idrissa, tan encantadora como siempre. —Buenos días, doctor Royden… —que no me siga por favor.—Le he dicho que me diga Royd, doctora, dígame, ¿qué tal su semana?,

¿tiene planes para este sábado?—Sí, los tengo. Cada vez le contesto peor y confirmo que le falta amígdala cerebral

porque ignora fácilmente mis gestos de desagrado.—¡Oh, ya veo!, pensaba invitarla a esquiar en el nuevo parque, sino

tiene inconveniente, nevará sabor kiwi con fresa esta semana. Este es un gran esfuerzo para no voltear los ojos, debo inventar un

ajetreado fin de semana para evadir a Roydy cerebro incompleto.—Estimados miembros honorarios del Consorcio, el presidente estará

sintonizado y les pido su atención a la vurna más cercana.¡No puede ser!, ¡el presidente no vino!, ¡carajo!, pude ver todo desde mi

ei-haus y me hicieron salir, su oficina se materializa sobre las mesas cilín-dricas, transmisión en vivo para ver mejor su mal gusto y su verruga en 4D.

—Buenas tardes a todos, disculpen que no pueda estar en persona, pero me temo que no puedo abandonar mi hogar ahora, quiero informarles con pesar y vergüenza, a ustedes, los científicos más reconocidos de Divinitas, que mi hijo Ottah está sufriendo un síndrome ignoto y urge su interven-ción, cada uno será asignado a un laboratorio y se enviará el informe mé-dico de Ottah, también se están publicando sus análisis y monitoreos para tener una idea de la magnitud de esta aparente mutación, sugiero pruden-cia porque cualquiera que vierta información a los medios será juzgado inmediatamente para congelación por tiempo indefinido.

La silueta del presidente se desvaneció en el aire dejando a todos mi-rando el espacio vacío sobre las vurnas con palpitaciones aceleradas, ¡por Richard Dawkins!, ¿congelación por tiempo indefinido?, ¡troglodita exa-gerado!, ¿qué tan grave puede ser?, el día comienza apenas y ya tengo que soportar el hedor a científicos repletos de cafeína, lo irónico es que mientras el hijo enfermo cacarea por algún virus ancestral o un traslape de

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nucleótidos regulado por el computador, todos aquí discutirán sobre sus últimos puntajes de IQ y predicciones de acidez de las próximas lluvias, ¡Dawkins, no lo soporto! Tendré que perderme en algún monitor para evadir a Roydy… ¡oh perfecto! ya me nombraron.

Obviamente los primeros en ser llevados a la casa presidencial somos nosotros cinco, doctores en Diseño Genómico que participamos en el bo-ceto del perfecto Ottah: el elocuente doctor Aviraz, la excéntrica doctora Zurah, el inigualable doctor Rumiko y el irresistible doctor Geert.

Tan callados como siempre y nadie se ve a los ojos, la tensión sale de cada nariz como humo denso que busca al presunto culpable de la presunta mutación que esperamos ver en unos instantes, por fin nos abre la puerta un elegante androide en lo que me parecieron horas de espera, otra maldita cadena transportadora.

No me detendré a observar los detalles de este famoso hogar construido con lo último en tecnología, las esferas que suplen oxígeno perfumado con alguna clase de sedante seguramente, muebles vivos que se camuflan con la alfombra, el androide tocando Haydn en el piso del vestíbulo y un amplio etcétera, me parece más interesante el rostro sudoroso de Geert, las uñas mordidas de Zurah y las rastas moradas de Rumiko, Aviraz y yo somos los únicos de temple sereno o ¿cómo describirlo? Divertidamente indiferentes.

Cuarto amplio con olor a esporas y allí está el presidente, vaya, no se para a saludarnos propiamente como suele hacer con sus frases hipócritas intentando adivinar nombres, se ve tan sombrío silenciosamente sentado al lado de su hijo y nos ve suplicante.

—Les agradezco que hayan venido, por favor, revisen cada proceso del diseño de Ottah y compárenlo con su genoma y epigenoma para encon-trar el error y corregirlo, no culparé a nadie, no pido que viva eternamente como fue el proyecto inicial, sólo no quiero que muera ahora.

Una lágrima por su rostro y Zurah comienza a caminar hacia la cama. Qué dramita, ya faltaba en este mundo monótonamente perfecto.

❧Cinco horas después de quedarme parado viendo a través de esta ventana sólo episodios fugaces en desorden de Aziz riendo, Aziz huyendo torpe-mente de mis cariños violentos, cantando en el lago, durmiendo en mis partidos de ajedrez, golpeando la mesa cuando debía tragarse la sopa… no me percaté que había mojado mi camisa con lágrimas silenciosas que caían como puñales a mi pecho y quemaban cada una de mis células, mi visión nublada me permitía seguir soñando con aquel tesoro que no podía creer lejano y que permaneció como brisa efímera en un oasis artificial; su car-cajada y mirada curiosa se asomaron por mi espalda y volteé sobresaltado con el ruido de una silla de ruedas de un desconocido que pugnaba contra

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su infierno particular paralelo al mío, ¿cómo puede un edificio soportar tantos pesares sin derrumbarse?, los hospitales deben estar construidos como fortalezas indestructibles.

Por fin decidí desenraizarme de la añeja alfombra para arrastrarme a la mustia realidad. Cuando llegué al cuarto, mi madre estaba dormida o, lo más probable, fingiéndolo, así que me uní a su histrionismo en mi propia cama.

Todo era tan fácil, célula huésped, endocitosis, endosimbiontes, TATA, gp120, exámenes ligeros mientras mi conciencia evitaba aceptar su origen antropofóbico. Ancestrales conocimientos aplicados pulcramente para controlar cada molécula detectable, todos lo viven y nadie lo nota, madres que cargan humanos fabricados que repiten colores y voces, excentricidad humana, como la modelo albina de ojos añil en la portada de Fashion GE-Nius o el árabe ojirojo en The Energist , aunque él se veía muy bien a pesar de la sonrisa de sobre-mutado engreído que suda más feromonas que un lepidóptero, ¡ah, la dulce ironía del estéril atractivo!, sólo falta que excrete tulipanes, si mi abuelo viera esto se moriría de nuevo, pero de risa.

❧—Nunca comas eso, Idrissa.—¿Por qué, abuelo?, ¡es mi algodón preferido!—Porque entume tu lengua para que sientas esas cosquillas mediante

estímulos eléctricos con tu saliva, ¿quieres terminar tartamuda?—Abuelo, pruébala, se siente chistoso.—¡Viejo, ven a ver esta cama! Alarma con masaje, cafetera, buen sonido,

ventana dinámica con pantalla envolvente, guarda los sueños en 3D.—¿Cuál es la novedad?—Ninguna, por eso está en descuento, sabes que la necesitas, Rubén.—Prefiero tirarme al Lago Negro que encerrarme en esas cápsulas,

mujer, parecen ataúdes submarinos.—¡Abuelo, anda, pruébalo!—Rubén, por amor a Karel Capek, ¿cuándo despertarás al cambio?—Quisiera despertar para que esto sea una pesadilla, no Idri, tira eso.

¿Quieres volverte famoso? Envía tus pesadillas y publicaremos en nuestro Divspace las más terroríficas ¡No pierdas esta oportunidad! Concurso patrocinado por BEDY780, la cápsula digna de tus sueños.

Se observa cada detalle, se observa al observante, obsesión por la ver-dad, veritas es la madre de la salud y el bienestar, cada célula se acomoda donde se ha modelado, cada ser es pieza clave del rompecabezas vivo y al morir se sustituye por otro individuo sin voluntad, que cumpla los requisi-tos de la masa que aún se atreven a llamar humanidad.

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Se resuelve el caso del clon de jaguar secuestrado esta mañana, el culpable se entregó en la clínica de urgencias con rasguños

en la cara y un brazo roto, con apenas 20 años de edad admitió que está en contra de la clonación de especies extintas como mascotas

por miedo a volver a la edad verde…

Ese chico… ¡vaya, es Yunh! jaja mi alumno de Historia Universal, parece que le infundí temor por la edad verde en lugar de admiración por especies vetustas, estúpido niño mimado, ahora sabrá lo que cuesta una idea, que la rebeldía se paga con sangre, que saborea una falsa libertad.

—¿Usted qué opina, Idrissa? —dijo Geert un poco molesto.—¿Disculpa? —respondió Idrissa distraída.

¡Me hirió! ¡No deben comercializar estos monstruos, si ya no existen es porque no los necesitamos!

—…opino que es divertido que el pobre Yunh ignora que él mismo es clon de su tatarabuelo.

Rumiko se levantó y apagó la vurna donde Idrissa veía “Divinitas al momento”.

—Entiendo que quizá se sienta nerviosa, Idrissa, estamos ante circuns-tancias inusuales y alarmantes, pero necesitamos que se concentre porque es nuestro deber ayudar a Ottah, es el precio de ser sus diseñadores —dijo Zurah y después se dirigió a todos:

—¡Qué vergüenza que esté pasando esto después de que se invirtió tan-to tiempo y recursos en el proyecto!

—Zurah, no es una vergüenza, esto simplemente no es posible.—¿A qué te refieres Geert?—Que no es posible que nos hayamos equivocado, se empleó la mejor

tecnología, somos los más capacitados en cada ramo de diseño genómico, Rumiko con la respiración bajo el agua, Aviraz acaba de presentar con éxito la visión nocturna que ya se aplica en nuevos modelos, tú has diseñado los mejores atletas y músicos de Divinitas, esto no es un error, a mi parecer es una mutación implantada.

—¡¿Qué?! —salta Rumiko tirando su tapioca y me pregunto cómo puede dormir con esas serpientes moradas en la cabeza.

—Geert, me parece más factible un error en nuestro modelo que en el sistema de seguridad, nadie podría haber implantado un error congénito en Ottah y nadie podría cultivar una enfermedad en la ei-haus presidencial, ¡ridículo! —dijo mientras su sofá sacaba un delgado brazo para aspirar las manchas de tapioca que resbalaban en su ropa impermeable.

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—Señores por favor, no somos detectives médicos, sea cual sea la cau-sa de estos… —dijo al leer el reporte reciente de Ottah que se desplegaba con un video del niño en su habitación— estos síntomas; debemos enfo-carnos en el origen genético para que el niño sobreviva —afirmó Aviraz poniéndose unos lentes para abrir una base de datos con sus dedos en el aire mientras a la vez leía los informes y fumaba shisha de una boquilla en su sofá.

Todos callaron, Idrissa torció la boca y volvió a encender su vurna que desplegó unos koalas mutados bailando rap con un flamingo azul, la nueva sensación musical de Divinitas.

—Exactamente, doctor, la SIC (Sección de Investigaciones Criminales) ya estará indagando por su parte —contestó Zurah.

—Entonces, regresando a la telomerasa, si los cálculos de regenera-ción cromosómica son correctos no debería haber problema de células epiteliales con apoptosis prematura —dijo Aviraz.

—Correcto, y su epigenoma no muestra metilación anormal, por lo que el síndrome no es congénito —contestó Geert.

—Debe serlo si el ambiente es estéril, Geert, por Dawkins, no es debati-ble que sea un nuevo virus, es claramente genético —arguyó Rumiko.

—Y si la SIC está investigando ¿no seríamos los primeros sospechosos? —preguntó Geert, ignorando a Rumiko.

—No te preocupes querido, seguramente están observándonos en este momento —respondió Idrissa apagando de nuevo su vurna y levantándose hacia la puerta.

Que siga el inútil debate, yo me retiro.—¿Idrissa, a dónde vas? —preguntó un desesperado Zurah.—Saldré un segundo a entrevistar a la madre sobre los transtornos

hormonales.—Buena idea, claro, cualquier cosa que se me ocurra estará bien excep-

to si pretendo equivocarme.Idrissa sonrió asintiendo refinadamente y salió de la habitación.

❧ “El azar es la madre de la vida, la vida es lo único que se posee, la ciencia

debe subyugarse a fundar dogmas vitales y la muerte de los ciclos, la muerte es sólo un paso para dar más vida, todo ser permanece eternamente, todos se entregan al equilibrio, su historia es el amor a lo que existe”.

Se cantaban frases paguanis de aceptación, mi madre lloraba silencio-samente, era la única de creencias débiles que lloraba mientras las otras madres de hijos difuntos escuchaban ecuánimes los coros con flores en sus cabezas, la ceremonia de niños es tan diferente a la de adultos, o quizás así lo sentí porque mi hermano era uno de los nombrados pasantes.

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Pasó, pasó por mi vida y pasa al siguiente nivel del ciclo, me habían hecho creer que es fácil aceptar la muerte, todos mueren en el ciclo de vida y energía, se transforman para continuar con nosotros añadiéndose de alguna otra forma, energía, mi hermano pasa a ser energía para la Tierra, claro que continúa aquí, pero su vida tan corta, su consciencia apenas des-pertaba cuando se la arrebataron, cuando se la arrebató un ser invisible al ojo humano que sólo sirve para matar, ¿por qué he de respetar al virus?, ahora Aziz será una masa sin voluntad flotando, nadando entre nosotros.

Todos aquí evitan llorar sus penas y pérdidas, sus respectivos niños pa-santes, y yo me rehúso a aceptarlo, a aceptar que todos servimos a todos y hemos de morir para continuar el equilibrio dinámico. Nuestro Aziz ahora nos acompaña de otra manera y sin embargo…

“Ciclo dinámico que alimenta la vida, eternidad cambiante de conscien-cia efímera que se une al infinito”, cantan.

Sin embargo me siento engañado, yo no puedo usar estas coronas de flores, nadie aquí sabe que mi hermano es el primero de la lista de víctimas de un nuevo hermano, ¿por qué he de llamarle hermano a una plaga asesi-na? Poderoso ser que brota para arrancar vidas, si no tiene la humanidad que yo tengo de llorar por alguien, alguien que no representa un beneficio evolutivo para mí, sólo le importa propagarse, asqueroso miembro de la familia viva.

Si pudiera sentir culpa de su naturaleza, como nosotros sentíamos culpa al comer a otros, si tuviera nuestra inteligencia, nosotros que celebramos al anfibio y lo alimentamos casi como deidad ofreciendo sacrificios, que lamentamos exhalar más veneno y reciclamos nuestra orina para no beber el hogar de los peces.

Mueren los viejos y los nacidos enfermos, mueren los mártires paguanis que se sacrifican por todos cuando excedemos la población, mueren algu-nas madres al dar a luz o aquellos que luchan sólo con su cuerpo para no vencer injustamente algún proceso natural, mueren los aficionados al de-porte de guerra, mueren los exploradores de ambientes inhóspitos que una vez fueron verdes, mueren los suicidas y los marineros que no regresan, pero los niños no tienen la libertad de elegir esta muerte, es inaceptable que los paguanis intenten reconfortarnos. Jamás aceptaré que cualquier ser mate a un niño.

Tabari se alejó de la multitud reunida, tiró su corona de flores y dio la vuelta para salir.

—Tabari, ¿qué haces? —le preguntó su madre alarmada.—Tabari, no te vayas —decían algunos amigos que lo alcanzaron y

lo jalaban de la toga, pero él se quitó las manos de encima y salió de la ermita.

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Su madre intentó seguirlo, pero la tomaron y el patriarca se paró frente a ella.

—Calma, Shizuka, tu hijo no puede hacer nada contra el ciclo, éste exis-te sin importar quién lo acepte, como demostró a nuestros ancestros que creían poder controlarlo.

—Neyén, yo no me preocupo por el sapientísimo ciclo, sabes que me inquieta que mi hijo no lo acepte como yo.

—Tu hijo está destinado a ser un gran paguani, como su padre, no te apures Shizuka, Tabari encontrará su camino más pronto de lo que parece.

Y Shizuka permaneció en la ceremonia, con las otras madres que la to-maban de la mano sonriendo.

Debo buscarlo, Bumen… Buthran… ¡Burian!—Joven, le repito que el doctor Burian no recibe visitas.Un teléfono suena.—Urgencias, ¿en qué puedo ayudarlo? Sí, doctor, dejé el reporte en la

cajonera de la izquierda, el que dice Sabatini; no señor, salieron a la cere-monia pero aquí hay un joven buscándolo, permítame, ¿cómo te llamas?

—Tabari Sabatini.—Sí, es él.La enfermera colgó y le dijo: Búscalo en el tercer piso, 435 A. Escaleras,

escaleras, puertas y silencio, el inigualable olor a hospital, esta es la puerta.Tabari entró y vio al doctor parado frente a la ventana, se escuchaban

voces desde afuera, una mujer sollozando, Tabari se acercó y vio varias per-ó y vio varias per- y vio varias per-sonas en túnicas blancas saliendo por la parte trasera del hospital.

—¿Qué está pasando? —preguntó Tabari.—No lo sé niño, escucha, los médicos no tenemos el poder de los pa-

guanis, nosotros sólo informamos y ellos deciden cómo notificar a toda la familia, es la primera vez que los veo tan preocupados, no avisan del nuevo miembro ni se regocijan en estudiarlo, más bien están asustados… y si ellos están asustados no sé qué podemos esperar.

—¿Cómo?, ¿vengo por respuestas y usted no sabe nada?—¡¿Crees que alguien sabe algo?! Te acabo de decir que ni ellos han po-

dido explicar la muerte de tu hermano, yo no puedo meterme en líos, tengo tres esposas, pero alguien debe informar al público.

—¿Y quiere que yo lo haga?, ¿está loco?—¿Eres Sabatini, cierto?, ¿el hijo de Donkor? ¡Pues demuéstralo! —Ta-

bari se sorprendió y dio unos pasos atrás alejándose del médico, este abrió un cajón y sacó un folder viejo casi despedazado.

—Lee esto en cuanto puedas.—Ahora puedo —y recibió los papeles con las manos sudando.

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Está suelto, las dos palabras que zumbaron en las pantallas y radios de las ciudades y pueblos, en los hogares y navíos, en las islas y hospitales. La humanidad se paralizó en los dos segundos en que el científico desconoci-do de mirada perdida anunció frente a cámaras y periodistas amontonados que el arma biológica se había salido de control y le bastarían unos días para infectar cada humano y quizás cada eucariota de la faz de la Tierra.

Mientras los centros de investigación cerraban sus puertas y reclutaban a cada científico para buscar la cura, los grupos religiosos se aglutinaban en todas partes con miles de objetos de todos los tamaños y épocas, cantos y rezos hacían ecos por las calles vacías; ambientalistas y alcohólicos bai-lando de felicidad sobre alfombras de trozos del papel que alguna vez valió algo y llamaban dinero.

Cadáveres flotando en los cuerpos de agua expedían un olor a silencio, niños desnudos riendo su ignorancia y madres corriendo desesperadas, escépticos fotografiando, parejas besándose con ojos húmedos y músicos tocando melodías improvisadas, nunca se vio tanta creatividad, tanta fe, tanto amor, tanta ironía. Todos eran iguales para el virus y sólo el azar elegiría los turnos de partida.

Los bosques mudos y las olas caóticas, hedor a muerte mientras los no-ticieros difundían las cifras negras que aumentaban como gotas en diluvio, los médicos se agotaron al poco tiempo, los creyentes murieron en sus tem-plos abrazando un misticismo sombrío, las guitarras y saxofones termina-ron en caprichos dolorosos, los besos sabían a sangre y la ciencia sólo dejó viento bufando por las playas y rascacielos cuando el mayor depredador que jamás existió se suicidó.

El último ojo se cerró y un planeta dio la bienvenida a una nueva era.—No comprendo, ¿es nuestro origen? —preguntó Tabari consternado. —Lo escribió un tlamir que estuvo internado aquí por quemaduras,

según sé, había estado en la superficie y los paguanis dijeron que quedó mal de la cabeza, pero parecía asustado y desapareció a los pocos días.

—¿Qué tiene que ver con mi hermano?—Tu hermano no es la única víctima y me sorprende que sean Sabatini,

significa que es más grave de lo que un paguani temería.Se estiró la manga derecha, su brazo tenía venas por fuera y múscu-

los abiertos. Tabari dio un salto y tiró la lámpara de cristal que se rompió estruendosamente.

—¡Aléjate!—¡Espera!, antes de que te vayas prométeme que buscarás…—¡Estás loco, eso ya comió tu cerebro!—¡Imbécil, cállate!Lo asió de su camisa y lo acercó a su rostro.

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—Tienes que salir a buscar kermios, son los únicos que podrían ayu-darnos, ¡encuéntralos!, ¡antes que esto acabe con toda la familia! ¡¿No entiendes, Sabatini?! Si fuera cualquier pandemia tú ni siquiera lo notarías.

—¿Ker... kermios?, ¿y cómo sobreviviría en la superficie? ¡Suéltame!—Tabari, por tu hermano pasante, júrame que irás a buscar ayuda

kermiana, pase lo que pase… ¡Aaahhh!Tabari atravesó el brazo infectado de Burian con un trozo de vidrio y

corrió a la puerta, antes de salir, volteó a verlo, el doctor estaba hincado en el suelo que se empezó a tornar rojo por la sangre que brotaba no sólo de su brazo sino de su espalda y nuca, Burian hizo un esfuerzo para moverse y le dirigió una mirada suplicante al joven.

—Kermios, sálvanos.Sus piernas temblaron y cayó con un ruido seco convulsionándose.

Tabari se asustó tanto que se quedó paralizado en la puerta y el picaporte se resbalaba en sus dedos sudorosos, cuando notó que no estaba respirando, inhaló y abrió torpemente, temblaba y temía haber sido contagiado, volteó a ver sus brazos y se quitó la camisa que Burian había tocado, corrió y saltó escaleras rascándose inconscientemente los brazos y el pecho, al llegar al primer piso le sorprendió que estaba vacío y la entrada sellada, al abrir las persianas vio hombres esparciendo un líquido en el edificio, estaban curiosamente vestidos con taparrabos de plástico y mostraban sus cuerpos musculosos con cabello largo obscuro.

—¿Asami, me das jugo? —Un niño ciego se acercaba por el pasillo con un vaso en la mano.

—Necesitamos salir de aquí.Tabari se apresuró a cargar al niño y buscar una salida, recordó a los

encapuchados que huían detrás del hospital y corrió lo más rápido que pudo por el corredor hacia las escaleras del sótano.

—¿Quién eres?, ¿por qué corres? Tengo sed.Tabari casi tropieza cuando el niño intentó zafarse y volvió a tomarlo

con fuerza.—Te daré agua en cuanto salgamos de aquí, calma pequeño.—Pero no debo salir, mi mamá viene a verme mañana y mi papá duerme.—Tu, tu pa… dónde está tu papá?—Cientotrentisiete.Las puertas se abrían, los enfermos empezaban a oler el humo y salir

perturbados.—¿Doctor?—¿Qué está pasando?—¡Se quema algo!—¡Alguien ayúdeme!

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Gritos y llantos, la gente comenzó a bajar corriendo de los otros pisos, algunos cargando lisiados o ancianos, un señor con el rostro completamen-te vendado y muletas se acercó a Tabari y le hizo señas con las manos.

—¡Papi! —gritó el niño cuando el vendado tomó su manita y le quitó el vaso.

—Yo lo cargaré, señor, sé la salida —lo tranquilizó Tabari viéndolo al único ojo sin vendas y el padre se apartó asintiendo.

—¡Escuchen, escúchenme! ¡En el sótano hay otra salida, vi a los brujos! —gritó Tabari entre la humareda.

Al llegar al sótano varios sujetos en bata empujaron la puerta y comen-zaron a golpearla con todo lo que encontraban, tosían y el calor aumentaba mientras los desafortunados gritaban en otros cuartos por las llamas, el niño lloraba y abrazaba fuertemente a Tabari mientras su padre intentaba abrir la puerta con todas sus fuerzas olvidando sus muletas e ignorando la sangre de sus piernas, logró romperla y salieron amontonados, Tabari revisó el sótano y levantó a una joven intoxicada que despertó un poco y juntos caminaron hacia afuera.

—¡Makamo xitlamatokakan! ¡No toquen a nadie! —gritó un tlamir alarmado al verlos salir.

—¡Intentaban matarnos, su propia familia! —decía uno al salir del in-cendio.

—¡No! ¡Cuidado, hermanos! —gritó un tlamir alejándose de los que salían y moviendo los brazos para alejar a los demás que se acercaban a ayudarlos.

—¡Los quemaron!, ¡se están quemando vivos allí adentro!, ¡ustedes, demonios tlamires! —gritaba un hombre entre la multitud empujando a los tlamires para intentar acercarse al incendio.

—¡Llamen al patriarca!No terminaron los ajetreos hasta que el patriarca llegó de la ceremonia

de pasantes y todos callaron ante su presencia.—¡Por la madre Tierra! ¡¿Quién hizo esto?!—Los tlamires, ¡incendian el hospital con todos adentro! —respondió

un joven de anteojos que seguía forcejeando con una fila de tlamires que separaban a todos de los que salían del hospital.

—¿Pol-Hoc? —dijo para sí el patriarca y se acercó a un robusto tlamir que yacía inmóvil observando con su taparrabos manchado de cenizas y sus brazos cruzados llenos de aretes de madera.

—Pol-Hoc, en todo tu periodo como tlamirtoani protegiste nuestro clan en las migraciones y mantuviste la armonía, ¡¿qué-te-hi-zo-con-ce-bir-es-ta-ma-sa-cre?! —dijo Neyén golpeando el piso con su bastón ceremonial que hizo un sonido de campanitas.

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Pol-Hoc no pudo evitar ver el bastón con perplejidad y desagrado; silencioso se paró frente a él y lo vio a los ojos mientras sacaba una daga de obsidiana de su cinturón, el patriarca le devolvió la mirada y detuvo con el brazo a los que se aproximaban a defenderlo, Pol-Hoc se cortó la cabellera violentamente y se la ofreció con ambas manos a Neyén, quien la recibió y apretó con su puño lleno de anillos.

Pol-Hoc le dio la espalda exhibiendo su tatuaje de serpiente emplumada y se alejó con los demás tlamires permitiendo que la gente abrazara a las víctimas e intentara disminuir las llamas que ya llegaban al cuarto piso.

—Desde hoy los paguanis no podrán acercarse a nuestras tiendas, por estos que burlaron las llamas estarán condenados a la muerte —dijo un canoso tlamir antes de marcharse.

—¿Separación del linaje tlamir? ¿Por qué se rebelaron de esta forma, patriarca? —preguntó Févala angustiada.

—Ellos… al parecer ya no respetarán al ciclo como nosotros, hermana.No respetarán el ciclo como nosotros, me temo que el patriarca sabe

más de lo que dice, me temo que los tlamires que casi me matan han sido más sensatos, el doctor Burian no era el único infectado, ayuda kermiana, no tengo otra pista, pensó Tabari.

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Ignoro al pasado que asoma curiosoNo quiero más cantos

No quiero su donSus fútiles frases me llenan de hastíoPues sigues latente en toda mi piel

Mi estúpido llanto no puedo mostrarteMi carta y velorio son diarios fingir

Fingir que tus hijos te miran gloriosoSin tu olor y párpados en mi perfil

Tu rostro aparece cual dulce martirioMe come y consume más que respirarRescate no existe, la cura es cortarme

Cortarme una parte de mi humanidadDejar de creer que el eterno es perfecto

Pues la verdad sabe a fragilidadLos poetas nacen en cada partida

Del ser que inspiró su novela de amorLa sed es disfraz del anhelo de ayeres

Sólo reconozco que inmóvil quedéAhora nos dividen

Familia en dos mundoste envío al más pequeño

a jugar junto a ti.

Sabatini Yoázenka

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El gen que estudia al gen, el cerebro que examina cerebros, fractales moti-vados por flujos monetarios, empresas caníbales y en este caso, la conscien-cia de ir perdiendo la consciencia, el recuerdo del olvido, escarba corazones amarrados uno al otro por esa voluntad personificada en mil nombres cuya evidencia ha sido revelada, profanada, violada e inocentemente denomina-da genética. Cuando la ciencia sacrifica individuos por el bien de las ma-sas…

Idrissa caminaba como fuera de sí, evadiendo muebles que ofrecían limpiarle los zapatos o bocadillos salados, evadiendo androides con cocte-les frutales o que intentaban peinar su cabello.

—Disculpen la interrupción, la doctora Idrissa está afuera y solicita hablar con madame Svana —anunció un androide en el cuarto de Ottah.

—Hazla pasar.Los otros cuatro diseñadores observaron a Idrissa entrar a la habitación

en su vurna mientras seguían discutiendo y recibiendo informes médicos, solicitaron entonces sonido para escuchar la charla y se plantaron en silen-cio mientras Idrissa se acercaba a Svana.

—Mucho gusto, madame, soy la doctora Idrissa, yo diseñé el cerebro de su hijo.

El presidente, un hombre alto de piel morena con barba y cabello cano-sos, la miró un poco intimidado y cerró las cortinas de la cama de Ottah.

—Hola, ¿tiene algo que informarnos?Contestó una voz muy aguda, Svana era una mujer de piel dorada y ojos

verdes que cambiaron a gris mientras se levantaba de su asiento y caminaba hacia Idrissa, su largo cabello rojo estaba recogido en una especie de col-mena sobre su cabeza decorado con diamantes extraterrestres y luciérnagas volando, su vestido blanco dejaba ver toda su espalda y terminaba en sus dedos como guantes con espejos en las uñas, expiraba una fragancia suave y tenía una mirada severa. Idrissa, con su cabello negro enmarañado, eter-nas ojeras y un camisón largo de botones, la miró divertida y saludó con su mano izquierda.

—En realidad quiero ser informada.Svana tomó una copa del androide cercano.—¿Qué necesita saber que no esté en los informes de sus vurnas?—Necesito ver las pesadillas de Ottah.El presidente volvió su mirada curioso y Svana levantó sus cejas e hizo

un ademán a la androide enfermera para que se encargara de la petición, la cual se acercó silenciosamente a la cama y oprimió botones rápidamente.

—¿Acaso las pesadillas de mi hijo tienen relevancia para su investigación?—Claro que sí, como dije, yo diseñé su cerebro y me interesa ver las

señales del subconsciente de su hijo antes de tener síntomas y, en su estado

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actual, me dará una idea de alteraciones neurológicas que pudieran relacio-narse a su estado físico, miedos que reflejen sus dolores, ya que no puede hablar.

Svana tosió y se llevó la mano a la frente.—¿Estás bien? Siéntate, querida —le dijo el presidente.—Ottah, apaguen las cámaras —le contestó angustiadamente a su esposo.El presidente volteó a ver a Idrissa confundido y apagó las cámaras des-

de su reloj de pulso. Los diseñadores en la otra habitación se sorprendieron y Zurah aventó su taza al suelo.

—¡¿Cómo esperan que resolvamos esto censurando información?! —gritó, el suelo se comió la taza y su sofá le ofreció un martini.

—Calma, Zurah, Idrissa nos lo dirá al regresar, seguro es más por priva-cidad que por censura —dijo Aviraz detrás de las pantallas que seguía des-plegando desde sus lentes, con sus dedos en el aire dibujaba una regresión en una gráfica y clasificaba tablas de comparación de ADN mitocondrial de mutaciones poco frecuentes con el de Ottah, que acababa de enviarle un colega del laboratorio, era el único concentrado en ello pues Geert y Rumiko discutían sobre rumores fraudulentos del excomandante de la SIC y su hijo economista millonario.

Zurah lo volteó a ver enojada y su sofá le puso audífonos mientras la vurna desplegaba exámenes hormonales y un video de microscopio con eritrocitos extrañamente hinchados.

—En caso de que lo ignores, soy Svana Flosadottir, diseñada por el doc-tor Guardini que, seguramente, te dio clases de proteómica en el Instituto de Ciencias, mi hijo es el primer modelo inmortal y por tanto se esperaban reacciones poco usuales como parte de su desarrollo, estoy completamente al tanto de tus diseños y me gustaría que me hablaras claramente al aludir a Ottah en lugar de referirte a él como una víctima, junior sólo está creciendo de una forma que ustedes no alcanzan a entender —y tomó el último sorbo de su copa que el androide volvió a llenar.

—Cariño, siéntate por favor —dijo Ottah padre y la tomó de los hom-bros, pero ella se zafó bruscamente. Idrissa volteó a la cama conteniendo la risa y recibió una esfera metálica con las pesadillas de junior.

—Claro, madame, nosotros sólo estamos analizando el fenómeno, estoy segura de que junior no tardará en... ya sabe, regenerar huesos, sangre y...

—Señor, no se mueva —dijo de pronto un robot enfermera, Ottah junior había despertado e intentaba ponerse de pie, era un adolescente rubio y menudo vestido con una bata blanca y lleno de sensores en la cabeza y el pecho, estaba de espaldas a todos y había jalado las cortinas al levantarse. Svana exhaló y corrió hacia él.

—¡Hijo, quédate en la cama!

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El chico volteó la cara dejando ver su rostro de ojos miel y cabello cas-taño, tomó la mano de su madre y se sentó en el colchón con dificultad, varios robots le ayudaron a sostenerse y le dieron de beber, cerró sus ojos.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —dijo en un susurro.—No importa, estás bien y todos están al pendiente de tu salud —dijo el

padre angustiado y le hizo señas al androide de llevarse a Idrissa fuera del cuarto, la cual veía al joven con la boca un poco abierta.

—Su hijo es hermoso —dijo ella zafándose del androide.—Lo sé, lo es, el más hermoso —sollozaba la madre acariciando las

mejillas de junior que le sonrió débilmente.—¿Cómo te sientes, Ottah? —preguntó Idrissa al chico.—No siento mi cuerpo, es difícil moverme, no sé cómo respiro, mamá,

no estoy muerto.—No lo estás, tranquilo Otty.—Pero me siento fuera del cuerpo.—Muy bien, eso debe ser por los sedantes, se pasará en unos minutos

—dijo Idrissa.—¿Sedantes? —preguntó junior.—Sí, estabas un poco agitado y tuvieron que sedarte para que no

mordieras a tus padres.—Le agradecería que saliera de la habitación, Idrissa, ya tiene lo que

necesitaba —la interrumpió Svana.—¿Intenté morderlos?, ¿qué me pasó?, ¿quién es usted?.—Soy una de tus diseñadores, puedo ver que Geert hizo un buen trabajo

con tu aspecto y yo lo hice con tu cerebro, ¿ya hablas los 30 idiomas? —rió.—Tuve que aprenderlos de pequeño por diplomacia, si no fuera por

usted habría tenido una infancia feliz —y también rió débilmente.—¡Mi junior ha vuelto! sabía que era sólo un crecimiento inusual

—Svana se levantó de la cama y observó su cabello reflejado en sus uñas, sus ojos se tornaron rojos y el androide le ofreció un espejo que ella rechazó.

—Podemos prender las cámaras ahora —Ottah padre obedeció.—¡Aviraz, tienes que ver esto! —gritó Rumiko al darse cuenta de la sin-

tonización presidencial, todos voltearon y Zurah volvió a tirar su taza al suelo parándose de un salto.

—¿Qué pasó?, ¿qué hizo Idrissa? —excalmó.—No fue Idrissa, el joven mostró recuperación hace una hora y ustedes

no lo notaron por estar discutiendo… pero no me confiaría a dejarlo con sus padres solos, su cerebro debió salirse por sus orejas con tanta presión ¿cómo puede estar hablando? Sabíamos que se desarrollaría de forma ex-traña pero mostró síntomas alarmantes, de ahora en adelante me temo que debemos observarlo las 24 horas —comentó Aviraz tranquilamente

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—¡Estás loco si crees que voy a vigilar un adolescente 24 horas porque le dio encefalitis! —interrumpió Geert.

—¿Tienes explicación de la piel que perdió y recuperó en una hora?, ¿del comportamiento agresivo y pérdida de consciencia por días?, ¿los eri-trocitos y osteocitos fusionados?

—Seguro... entró a la pubertad y estuvo poseído por el demonio, vámo-nos, por favor, que me perdí el partido y aposté a los Galácticos —contesta mientras arregla su corbata frente al espejo y Zurah asiente riendo.

—Por mí, puedes analizarlo diario, Aviraz, yo lo veo recuperado y tengo un concierto de violín de uno de mis diseños, que tengan buen fin de sema-na, caballeros —y salió por la puerta después de Geert.

—Rumiko, dime que en ti cabe la cordura —dijo Aviraz con los puños cerrados.

—Relájate, podemos pedir muestras diarias de saliva para descartar mutaciones, lo demás pueden controlarlo los médicos, ya no es nuestra tarea.

—Tienes razón, en verdad temía que se tratara de algo contagioso —se quitó los lentes, masajeó sus ojos y se tiró al sofá que le ofreció un vaso de limonada.

—Yo temía que fuera un contagio del bajo mundo, esos sucios que viven entre bacterias y siguen muriendo, no sé cómo han sobrevivido tanto tiem-po y cómo lo hemos permitido.

Aviraz se incorporó sorprendido y respiró hondo —sobreviven porque ellos tienen mejores genes, Rumiko, si los matamos perderemos esa infor-mación y lo he repetido.

—Sí, lo sé, lo dices en todas las juntas del Sector Especial para evitar ataques nucleares; la verdad yo preferiría conservar un genoma congela-do y cultivarlo como hemos hecho con otras especies, a dejarlos vivir sin control, como plaga —Aviraz se puso audífonos y cubrió su cara con las manos mientras Rumiko sintonizaba el canal de música esperando al presidente.

Si el por qué infinito acabara en resurrección, no mermaría la avidez de su búsqueda, porque el por qué flota flameante quemando la prudencia, la paciencia, la entereza. Por qué se sabe brotando cual plaga, pandemia entre cuerdos, locura de consanguíneos. Por qué inútil cual gota en incendio, se evapora al tacto y se respira en llanto. Por qué silencioso, es ciencia sin nombre, se nutre de tal veces, quizáces y eternos mordaces. El malbendito sol sonríe indiferente a la tierra de abajo que abajo pregunta por qué.

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La edición de El reservorio se realizó en noviembre de 2012 por AZUL Casa Editora del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México.

Se usó tipografía Minion Pro.