El Resurgimiento de Lo Femenino, por Ana María Llamazares
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El Resurgimiento de lo femenino en el proceso de transformación
de la conciencia Ana María Llamazares
1
Ponencia presentada en las Jornadas por el Día
Internacional de la Mujer organizadas por la Dirección de
la Mujer de la Municipalidad de Buenos Aires, Centro
Cultural Recoleta, Buenos Aires, 1998.
“La crisis del hombre moderno es una crisis esencialmente masculina, y creo que su resolución ya está sucediendo a través de la tremenda
emergencia de lo femenino en nuestra cultura...” Richard Tarnas
2
Lo que hoy se denomina alternativamente como “culto a la Diosa”, “Espiritualidad
femenina” o también, “Feminismo cultural”3 es una corriente de revalorización de lo
femenino que surgió en los Estados Unidos a mediados de los años setenta. Es la
expresión feminista de un movimiento de renovación cultural y cambio de conciencia
mucho más amplio que se registra en Occidente, uno de cuyos ejes principales es la
recuperación de la espiritualidad y la reconexión con la Naturaleza. Su particularidad
reside en la exaltación de los valores “naturales” de la mujer, considerados como buenos y
curativos por sí mismos, y también, en la recuperación de antiguas deidades femeninas
como prueba de la existencia histórica de un estadio cultural pre‐patriarcal, centrado en el
culto a la Gran Diosa, caracterizado por culturas matrifocales o matrísticas, equitativas,
1 Licenciada en Ciencias Antropológicas (UBA), Licenciada en Metodología de la Investigación (UB).
Investigadora del CONICET – Instituto de Artes y Ciencias de la Diversidad Cultural, UNTREF. Directora de
Fundación Desde América.
2 Tomado de su artículo “The Western Mind in the Threshold” en ReVision 16(1):2‐7. 1994. Quiero expresar
aquí mi agradecimiento hacia Richard Tarnas quien a través de sus clases en el Schumacher College,
Inglaterra y el California Institute of Integral Studies, Estados Unidos, y de sus obras inspiró gran parte de las
ideas que vierto en este trabajo.
3 Incluyo al final alguna bibliografía sobre el tema. La denominación “feminismo cultural” le corresponde a
Charlene Spretnak
quien
desarrolla
esta
postura
en
el
capítulo
4 de
su
libro
Estados de Gracia. Buenos
Aires, Planeta. 1992
1
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sedentarias, pacíficas, orientadas hacia la tierra y la naturaleza en general, y poseedoras
además de notables condiciones artísticas. Este movimiento no sólo ha realizado una
fuerte crítica al patriarcado como sistema de dominación aún imperante, sino que ha
elaborado una argumentación histórica alternativa desde la perspectiva feminista, basada
en datos arqueológicos especialmente de Europa y Cercano Oriente. Promueve una
revitalización de
la
espiritualidad
que
honra
a la
Naturaleza,
a lo
femenino
y al
cuerpo
a
través de diversas formas de rituales antiguos y modernos. Desde una faz más práctica, ha
desarrollado diversas técnicas de autoindagación y trabajo personal, que en líneas
generales promueven el despertar de los poderes femeninos naturales, o de la “Diosa”
dormida dentro de cada una de las mujeres.
Desde mi punto de vista, este movimiento tiene muchos aspectos positivos e
interesantes, pero también algunos otros cuestionables y hasta riesgosos. No me
propongo aquí hacer un análisis detallado ni una crítica muy detenida. Sólo presentaré
algunas de mis impresiones, pues lo que quisiera es situar este despertar reciente de lo
femenino dentro
la
perspectiva
más
amplia
del
desarrollo
o evolución
de
la
conciencia
occidental en general.
Dos relatos en pugna: “Ascenso” y “Caída”
Puede sonar un poco abstracto hablar de “la conciencia” en términos generales, y
además pretender trazar su historia cultural. La acepción más corriente de ese término
siempre se refiere a los aspectos lúcidos y despiertos de una persona, por contraposición a
los planos
inconcientes
subyacentes.
Sin
embargo,
también
es
posible
ampliar
esta
perspectiva y así, encontraremos los rasgos generales que caracterizan las formas de
pensar y concebir la realidad, propias de una determinada sociedad a lo largo de su
devenir histórico. Hablaremos entonces, de las modalidades de la conciencia colectiva, las
que ‐desde este enfoque‐ incluyen no sólo lo conciente (todo aquello que se piensa, se
explicita y se anhela claramente) sino también, lo inconciente (todo aquello que se
reprime, se oculta y se teme).
Existen dos formas básicas de contar la historia de la conciencia Occidental, es
decir, dos maneras diferentes de narrar e interpretar los mismos hechos. Dos grandes
relatos, dos
narrativas
en
pugna.
El relato más habitual, el de la cultura dominante, aquel que todos hemos recibido
de una u otra forma, ‐en casa, en el colegio, en la literatura, o en la universidad‐, es el que
podríamos denominar el “mito del ascenso”, el mito de la Modernidad. La conciencia occidental es vista como una llama en progresivo avance desde la oscura ignorancia hacia
la luz de la racionalidad científica moderna. Es un relato forjado en base al modelo heroico
masculino, por eso la conciencia actúa como lo haría un héroe prometeico que lucha sin
descanso por conquistar su independencia, su autonomía y su libertad individual. Todo el
propósito de esta historia de “iluminación y ascenso” está también, en desprenderse de la
unión originaria
con
el
seno
natural
del
que
proviene
y ejercer
por
vía
de
la
razón,
el
control de las caóticas y amenazantes fuerzas de la Naturaleza. Varios proyectos históricos
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se inspiraron en este relato y resultaron ser poderosas herramientas para su
consolidación: desde las religiones monoteístas judeo‐cristianas y el patriarcado, pasando
por la ciencia y el racionalismo modernos, hasta los totalitarismos de derecha e izquierda,
la democracia individualista liberal contemporánea y la hiperglobalización
homogeneizante posmoderna.
Existe y siempre existió paralelamente, otro relato: una interpretación alternativa.
Fue sostenida por aquellos que se opusieron al imperialismo cultural de la modernidad
occidental, como el Romanticismo y actualmente, todos los movimientos contraculturales.
El decurso de la conciencia occidental es visto aquí como una progresiva “caída” de su
estado originario de participación mística y comunión con la Naturaleza. Este continuo
apartamiento ha concluido en un cisma y en el enfrentamiento antagónico entre
Naturaleza y Cultura. Lo mismo que el mito prometeico pondera como bueno ‐la razón, la
ciencia, la tecnología‐ está aquí estigmatizado como malo. Es la perfecta inversión del
anterior: los “logros” son aquí “pérdidas”, los “efectos” del ascenso son aquí las “causas”
de la
caída.
El
estado
actual
de
crisis
y angustia
contemporáneas
es
así,
el
resultado
inevitable de la fragmentación y el divorcio entre el espíritu y la materia.
Si nos detenemos a analizar, esta lucha entre dos interpretaciones rivales de la
historia que nunca han podido dialogar entre sí, aún pervive como trasfondo de la mayor
parte de nuestras actuales discusiones. Pareciera que seguimos entrampados en el mismo
viejo dilema: la humanidad ¿progresa o retrocede? ¿asciende o decae?
Sería importante comprender qué hay detrás de estas interpretaciones. Pues los
grandes relatos, como los mitos, siempre están al servicio de algo más: son las narrativas
que dan
forma
y argumento
a los
procesos
de
la
psique
colectiva.
Desde
esta
perspectiva,
dejan de parecer meras ficciones entre las que podemos elegir la que más nos guste. Se
transforman en la expresión simbólica de procesos más profundos por los que la
conciencia social está atravesando. Ascenso y caída ya no son dos opciones
irreconciliables. Es posible plantearse un diálogo entre ellos, pues seguramente lo dos
tienen su parte de verdad. En otras palabras, ambos son necesarios, pues cada uno
expresa diferentes tendencias de la psique. El relato prometeico expresa la necesidad de
autodiferenciación del self, la tendencia hacia la autonomía, un impulso claramente
masculino; por su parte, el relato participativo expresa una tendencia femenina, el dolor
por la separación del estado unitivo originario y la necesidad de reunificación. Ambas
tendencias expresan
polaridades
complementarias,
cuya
tensión
también
es
imprescindible para la dinámica del proceso general y la aparición de nuevas formas de
síntesis.
Así también, podríamos comprender la mayor parte de la historia de la cultura
occidental desde el surgimiento del patriarcado, pero especialmente desde el
Renacimiento hasta nuestros días, como una etapa conducida profundamente por el
impulso masculino por forjar un self autónomo, racional y libre, cuyo costo inevitable fue
romper la simbiosis primordial que lo unía con la Naturaleza. Y también, parecen
condiciones necesarias para lograr este desprendimiento y su configuración como una
conciencia básicamente
masculina
‐tanto
en
hombres
como
en
mujeres
‐la
represión
de
todo aquello que está implicado en la conciencia participativa: la Naturaleza, lo femenino,
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lo corporal, lo emocional, lo espiritual, lo instintivo, lo diferente a sí mismo, cualquiera
sea4. Si aceptamos la correspondencia entre lo particular y lo general
5, no cabe duda que
ésta fue una etapa necesaria en la conformación de la conciencia occidental. Todo lo cual
no implica justificar las atrocidades cometidas en medio de este proceso.
El Precio del Ascenso Todo tiene su precio. Y sin duda, hoy estamos pagando por el ascenso de la mente
individualista y sus excesos. El ego moderno se exacerbó en su impulso por
independizarse, al punto de caer en un absoluto aislamiento. Sólo la mente humana
quedó investida de lucidez, conciencia y racionalidad. Sólo el ser humano conservó
inevitablemente un espíritu. Todo lo demás fue desprovisto de alma. Por eso, en este
estado actual hipermoderno nos sentimos más solos y aislados que nunca, rodeados por
un mundo desanimado y sin sentido ‐ya nada nos habla, ni los animales, ni las plantas, ni
el cielo,
ni
los
duendes
‐, compitiendo
por
sobrevivir
en
entornos
cada
vez
más
duros,
mecánicos, tecnológicos e insalubres.
A fuerza de sobrevalorar la “luz de la razón”, la mente occidental terminó
encandilada. Sólo una estrecha franja de realidad fue iluminada, considerada como
valiosa, respetable y hasta real. Como efecto concomitante, todo aquello que no entraba
en ese pequeño espectro, fue reprimido. El canto de los pájaros y de los ríos, la sangre y el
sudor de las mujeres, las voces de los niños, las pieles oscuras de negros e indios, los
sueños, las hadas, la risa, el llanto; todo de un plumazo quedó relegado a la secundariedad
de las penumbras y las periferias. En término jungianos diríamos que la conciencia
occidental moderna
generó
una
inmensa
sombra
a sus
espaldas
que
invariablemente
está
reclamando a su puerta. Por necesaria compensación, todo aquello que fue reprimido
busca su manifestación, pulsa por salir a la luz y reclamar su lugar. Cuanto más violenta y
masiva fue la represión, mayor será la virulencia del regreso.
La Reunificación Poniendo la situación actual en esta perspectiva resulta bastante claro que la crisis
existencial contemporánea es, como señala Tarnas, una crisis “esencialmente masculina” ,
producto de
un
impulso
egoico
que,
si
bien
podemos
aceptar
como
una
necesidad
evolutiva, no supo encontrar su cauce adecuado, se desconectó de tal forma de las
fuentes de la vida, que incurrió en una situación de extremo y peligroso desequilibrio.
4 En la historia occidental el lugar de lo “otro”, lo diferente, ha sido ocupado alternativa o conjuntamente
por lo natural, lo femenino, las mujeres, los homosexuales, los locos, los judíos, los indígenas, los negros, lo
esotérico, los extraterrestres, y sigue la lista... Todos, sufrieron en mayor o menor medida, el tratamiento
de la discriminación. 5 Hay muchas expresiones de esta correspondencia. Me refiero aquí, al paralelismo entre ontogenia ‐
desarrollo de
los
seres
a nivel
individual
‐y filogenia
‐desarrollo
de
la
especie
‐, que
es
uno
de
los
principios
en los que se basa la perspectiva de la dinámica de la conciencia. Se supone que las grandes etapas de la
conciencia colectiva siguen en cierta forma los estadios evolutivos de psiquismo individual.
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Hoy en día estamos asistiendo simultáneamente a los efectos más alarmantes de
esta crisis y a la emergencia de diversas formas de respuesta. Nuestro presente es tan
inquietante porque todo está cambiando, tanto el entorno como nuestro interior.
Básicamente, lo que estamos viviendo es una transformación de la psique colectiva, un
punto crítico, un nuevo cambio de rumbo en el larguísimo despliegue de la conciencia
humana. Esta
vez
parece
haber
llegado
la
hora
de
la
reconciliación,
de
la
reunión
de
las
polaridades y de la reconexión con todo aquello que fue brutalmente anulado. En
términos de dinámica energética diríamos que la mente moderna está enferma por un
exceso de energía masculina, por eso es preciso ahora recuperar el equilibrio, ganando
energía femenina.
Sin duda gran parte de los movimientos sociales del siglo XX y en su conjunto, el
actual cambio de paradigmas tanto en la ciencia como en la cultura son respuestas
tendientes a recobrar ese equilibrio: la creciente conciencia ecológica, el resurgimiento de
la espiritualidad, la apertura hacia los valores femeninos, tanto en las mujeres como en los
hombres,‐expresado
entre
otros
movimientos,
en
el
“culto
a la
Diosa”
‐, la
revalorización
de lo emocional, del cuerpo, de lo intuitivo, de la imaginación, el rechazo a los regímenes
autoritarios y unificadores, el colapso de las barreras ideológicas y políticas, el malestar
por la acuciante globalización ultratecnificada, la tendencia al pluralismo, al encuentro
respetuoso en la diversidad, la apreciación de lo pequeño, la creciente aceptación de lo
inmaterial, de lo sutil e intangible, la recuperación de las sabidurías tradicionales,
básicamente la imperiosa búsqueda por reencontrar el sentido de ser parte de la gran
comunidad de la Vida en nuestro planeta y en el cosmos.
Pero ahora, lograr el re‐equilibrio no significa volver hacia atrás. No sería posible,
después de
la
experiencia
de
la
modernidad,
regresar
al
estado
urobórico
originario.
Este
trance de reunificación nos coloca frente al desafío de iniciar una nueva etapa en la que
podamos preservar la autonomía conquistada y al mismo tiempo, trascender la alienación
a la que nos el desmedido impulso prometeico. Estamos frente a una encrucijada, pues
nada nos garantiza que la humanidad tome el camino correcto y de un salto hacia un
nuevo equilibrio. También es posible que la obsesión masculina por el control y la
acumulación a cualquier precio continúe ciegamente hasta llevarnos a una catástrofe
mayor; o que se inviertan los papeles y las mujeres con sed de venganza establezcan un
nuevo desequilibrio, ahora feminista. El momento requiere sin duda, mucha fe y energía,
pero también suma prudencia y refinada lucidez.
Luces y Sombras de la Diosa El argumento central de este movimiento es la crítica cultural e histórica al
patriarcado junto con la formulación de un estadio cultural pre‐patriarcal caracterizado
por el culto a la Diosa, de carácter matrifocal y matrístico ‐es decir, centrado en el rol de
las mujeres y en la figura femenina de la Gran Madre‐. Sin bien es mérito de muchas
autoras enroladas en esta corriente, haber desplegado una crítica muy profunda al
patriarcado como sistema de opresión social, no lo es tanto la aceptación acrítica de una
nueva interpretación
de
la
prehistoria
exclusivamente
basada
en
los
trabajos
de
una
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arqueóloga ‐Marija Gimbutas‐ en algunos sitios de Europa y Anatolia6. El trabajo de
recopilación y comparación de información sobre las representaciones de diosas de la
antigüedad es sin duda impactante; pero aún así, no es suficiente para afirmar la
existencia más o menos universal de este estado matrístico original. Hay un salto de
escala, una generalización que no está avalada más que por la necesidad de abonar una
nueva versión
del
relato
de
la
“caída”,
e insistir
en
contar
con
pruebas científicas.
Según el argumento de Marija Gimbutas el fin de este estadio paradisíaco llegó a
manos de los bárbaros invasores indo‐europeos, los jinetes pastores “kurganos” de las
estepas euroasiáticas que migraron hacia Occidente en tres oleadas entre los años 4400 y
2900 antes de Cristo. A partir de entonces, desaparecen las estatuillas, el arte decorativo y
las diosas. Estos invasores traen la espada, la guerra y el patriarcado, y junto con ellos
pareciera que sobrevienen todos los males de la humanidad.
No me encuentro en condiciones de juzgar el trabajo de Gimbutas, el cual parece
muy renovador
para
la
arqueología
europea,
a la
luz
del
debate
que
ha
acarreado.
Pero,
en cambio, observo que más allá de su consistencia, el relato que se ha construido a partir
de los datos parece viciado de cierto maniqueísmo ingenuo: todo lo femenino es bueno,
todo lo masculino es malo, el reinado de la Diosa era prácticamente el paraíso terrenal, y
todo sucumbió bajo la espada de los malvados bárbaros invasores. Esto suena muy trivial
y simplista. Nada es totalmente bueno o malo por sí mismo. Sabemos también que la
reconstrucción cultural a partir de los escasos restos que nos brinda la arqueología es una
tarea delicada e inevitablemente, fragmentaria. Por otra parte, basta un recorrido somero
por la historia en general para apreciar la complejidad inherente a los procesos culturales.
Sin poner en duda la validez del trabajo de Gimbutas, prefiero una actitud más prudente
frente a la
magnitud
de
las
inferencias
que
se
extraen
a partir
de
él.
Más riesgosa aún, me resulta la perduración abierta de la lógica de las dicotomías
(esto es, reducir todo análisis a modelos de opuestos duales antagónicos) que permea
gran parte del discurso del feminismo cultural. Tomaré como ejemplo solamente “El Cáliz
y la Espada” de Riane Eisler, uno de sus libros de cabecera. El título ya nos coloca frente a
dos opciones radicales: Caliz ‐lo cóncavo, receptivo, nutriente, maternal, femenino y
bondadoso‐, o Espada: ‐lo filoso, cortante, violador, patriarcal, masculino y malvado. A
partir de este esquema se desarrolla todo su libro, refiriéndose por ejemplo, a hombres y
mujeres como “las dos mitades de la humanidad” y hasta proponiendo una “teoría de la
transformación cultural”
según
la
alternancia
de
dos
modelos
básicos
de
sociedad:
el
“modelo dominador” basado en la “jerarquización de una mitad de la humanidad sobre la
otra”, y el “modelo solidario” basado en el principio de “vinculación”7. Nuevamente, esta
forma de interpretar todo en blanco y negro resulta inverosímil para quien ya sabe de los
infinitos matices de la vida y de la historia. Pero es cierto que también resulta muy
práctica por su simplicidad para alimentar las ansias reivindicatorias que inspiran la nueva
mística alrededor del culto de la Gran Diosa. Resultaría mucho más respetable que Riane
Eisler y muchas otras promotoras de esta nueva versión del “mito de la caída” aceptaran
abiertamente que están entregadas a esta tarea. “Lo que se nos ha enseñado sobre la
prehistoria son conjeturas construidas a partir de un óptica machista” nos dice Eisler en su
6 Ver la bibliografía al final 7 Las citas corresponden a Eisler 1990, pp. XXV y siguientes de la Introducción
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Introducción. Después de la crítica epsitemológica de los sesenta8, este comentario
parece algo ingenuo, o eventualmente demostrativo de una incongruente desinformación
en quien dice inspirarse en las últimas teorías sobre caos y evolución. Peor aún es que su
texto no contiene ninguna autoreflexión sobre su propia tarea, es decir, no asume que lo
que ella hace también es construir un discurso sobre conjeturas, esta vez a partir de una
óptica feminista.
Pretende
reemplazar
el
discurso
machista
por
un
discurso
feminista,
lo
cual sigue dejándonos atrapados en la misma dicotomía “machismo vs. feminismo”’, que
es lo que profundamente necesitamos superar. Desde este punto de vista el discurso de la
Diosa matrística no ofrece ninguna verdadera renovación al discurso del Dios padre
patriarcal, es sólo su inversión .
Nuevamente, siento la necesidad de enfatizar las virtudes del equilibrio y la
riqueza de los matices. Aprender la enseñanza de la desviación machista que tanto dolor y
sufrimiento ha acarreado para todos. No somos sólo las mujeres las que necesitamos
despertar a la Diosa interna9, los hombres tienen por delante un trabajo de rescate aún
más difícil,
un
camino
para
desandar
adoquinado
de
tabúes
y prejuicios.
Creo
que
en
realidad se trata de una tarea en común en donde debemos reemplazar la competencia
por la cooperación. La gran empresa es despertar a los dioses dentro nuestro, encender una nueva instancia de lo sagrado en cada uno de nosotros. Despertar a la diosa es sólo
una forma de comenzar. El destino es re‐unir lo femenino y lo masculino en una síntesis
amorosa. De lo contrario no habremos logrado trascender el estadio del odio, del temor y
las luchas.
************
Bibliografía Bar, Lilian 1995 Los riesgos del feminismo. El regreso de la Gran Madre Arcaica. Buenos
Aires, Topia
Eisler, Riane 1990 El Caliz y la Espada. Nuestra historia, nuestro futuro. Santiago de Chile, Cuatro
Vientos
Getty, Adele 1996
La
diosa.
Madre
de
la
naturaleza
viviente.
Madrid,
Debate.
Gimbutas, Marija 1989 The Language of the Goddess: Unearthing the Hidden Symbols of Western
Civilization. San Francisco, Harper&Row
8 Me refiero a la crítica demoledora que muchos filósofos de la ciencia ‐ desde Kuhn, Feyerabend, Foucault y
el propio Popper‐ ejercieron sobre la pretensión del positivismo de que los datos observacionales
constituyen la “prueba empírica” de las teorías científicas. 9 También merecería un tratamiento más profundo ‐que no abordaré en este artículo‐ la ligereza con que
desde el
voluntarismo
de
la
“New
Age”se
recomienda
estimular
este
despertar.
Creo
que
el
arquetipo
de
la
Gran Madre es uno de los más misteriosos y desconocidos, y las potencias femeninas dormidas no son sólo
bienhechoras y nutrientes, también pueden ser destructivas y devastadoras, aún más que las masculinas.
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1974 The Goddesses and Gods of Old Europe, Myths, Legends and Cult Images.
7000 ‐3500 B.C. Berkeley, University of California Press.
Neumann, Erich 1995 The Origins and History of Consciousnes. Princeton, Bollingen Paperbacks
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1997 Resurgence of the Real. Body, Nature and Place in a Hypermodern World .
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Tarnas, Richard 1994. “The Western Mind at the Threshold” . En: ReVision 16(1):2‐7
1993 The Passion of Western Mind.. Understanding the Ideas that have Shaped
Our World View . New York, Ballantine Books
.
8