El Rey de Hierro 37-44

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JULIE KAGAWA las bragas de color rosa en un giro real. Olvídate de lo que he dicho.” “Lo haré.” Tirando mi cabeza, con volantes de la habitación sin mirar atrás. La culpa me recorrió mientras caminaba por los pasillos hacia la cafetería. Lamenté gritarle a Robbie, pero a veces mi mal humor iba demasiado lejos. Sin embargo, Robbie siempre había sido así, celoso, sobreprotector siempre mirando por mí, como si fuera su trabajo. No podía recordar cuando lo conocí, sentí como si hubiera estado siempre allí. La cafetería era ruidosa y oscura. Yo flotaba junto a la puerta, en busca de Scott, solo a verlo en una mesa en el centro de la pista, rodeado de porristas y deportistas. Dudé. Yo no podía marchar hacia esa mesa y sentarme; Angie Whitmond y su equipo de porristas me comerían en pedazos. Scott levantó la vista y me vio, y mostró una sonrisa perezosa en su rostro. Tomando esto como una invitación, me dirigí hacia él, esquivando las mesas anteriores. Volteó a su iPhone, y pulsó un botón, y me miró con los ojos medio entornados, sin dejar de sonreír. Sonó un teléfono cerca. 37

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las bragas de color rosa en un giro real. Olvídate de lo que he dicho.”

“Lo haré.” Tirando mi cabeza, con volantes de la habitación sin mirar atrás.

La culpa me recorrió mientras caminaba por los pasillos hacia la cafetería.

Lamenté gritarle a Robbie, pero a veces mi mal humor iba demasiado lejos.

Sin embargo, Robbie siempre había sido así, celoso, sobreprotector siempre mirando por mí, como si fuera su trabajo. No podía recordar cuando lo conocí, sentí como si hubiera estado siempre allí.

La cafetería era ruidosa y oscura. Yo flotaba junto a la puerta, en busca de Scott, solo a verlo en una mesa en el centro de la pista, rodeado de porristas y deportistas. Dudé. Yo no podía marchar hacia esa mesa y sentarme; Angie Whitmond y su equipo de porristas me comerían en pedazos.

Scott levantó la vista y me vio, y mostró una sonrisa perezosa en su rostro. Tomando esto como una invitación, me dirigí hacia él, esquivando las mesas anteriores. Volteó a su iPhone, y pulsó un botón, y me miró con los ojos medio entornados, sin dejar de sonreír.

Sonó un teléfono cerca.

Ni siquiera sabes dónde está,” Ash cogió mi muñeca y la puso sobre su pecho. Sus ojos plateados clavados en mí mientras me sacudía otra vez.

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“¡Escúchame! Si tú vas por ahí sin un plan, nos puedes matar a todos y tu hermano morirá. ¿Es eso lo que quieres?”

“No,” dije en voz baja, con toda la furia extinguida. Con un suspiro tembloroso, me enderece y me seque los ojos. “Lo siento,” dije, avergonzada. “Ya estoy bien. No más enloquecer, lo prometo.”

Ash todavía me tenía cogido de la mano. Trate suavemente de que me soltara, pero él no me dejaba ir. Levante la vista y me encontré su cara a pulgadas de la mía. Mi corazón trastabillo un poco, luego se recuperó, más fuerte y más rápido que antes. La expresión del príncipe estaba en blanco, su rostro no mostraba nada, ni sus ojos tampoco, pero su cuerpo se había quedado muy quieto.

Me humedecí los labios y susurre.

“¿Es aquí cuando vas a matarme?”

Una de las esquinas de su boca se levantó. “Si quieres,” el murmuro, mientras una chispa de diversión cruzaba su cara. “Aunque esto se ha vuelto demasiado interesante para eso.”

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Capitulo 3

EL NIÑO CAMBIADO

El viaje en autobús fue silencioso, por lo menos para Robbie y para mí. En parte porque no quería atraer la atención sobre mí, pero principalmente porque tenía demasiadas cosas en la cabeza. Nos sentamos en la esquina de atrás, conmigo estrujada contra la ventana, mirando fijamente como los árboles pasaban con rapidez. Tenía fuera mi iPod y los auriculares estaban a todo volumen, pero era, en su mayor parte, una excusa para no hablar con nadie.

Los gritos, como de cerdo, de Angie seguían resonando en mi cabeza.

Seguramente era el sonido más horrible que había escuchado en mi vida, y aunque pensaba que ella era una completa perra, no pude evitar sentirme un poquito culpable. No tenía ninguna duda de que Robbie le había hecho algo, aunque no podía probarlo. Realmente tenía miedo de sacar el tema. Ahora Robbie parecía una persona diferente, sereno, cavilando, mirando a los niños del autobús con la intensidad de un depredador. Estaba actuando de manera extraña — extraña y escalofriante — y me preguntaba que le sucedía.

Luego estaba ese extraño sueño, del que había empezado a sospechar que no era realmente un sueño. Cuanto más pensaba en ello, más cuenta me daba de que la familiar voz que hablaba con la enfermera era la de Robbie.

Algo estaba pasando, algo raro, escalofriante y aterrador, y la parte más terrorífica de todo esto era que utilizaba una apariencia normal y familiar. Le

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eché una ojeada a Robbie con disimulo. ¿Cuánto le conoces, conocerle de verdad? Había sido mi amigo durante más tiempo del que podía recordar, y, aún así, nunca había estado en su casa, o conocido a sus padres. Las pocas veces que sugerí encontrarnos en su casa, él siempre tenía una excusa para no hacerlo; su familia estaba fuera de la ciudad, o estaban remodelando la cocina, una cocina que yo nunca había visto. Era raro, pero lo que era más extraño era el hecho de que yo nunca había preguntado, nunca lo cuestioné, hasta ahora. Robbie simplemente estaba allí, como si hubiese sido invocado de la nada, sin antecedentes, sin casa y sin pasado. ¿Cuál era su música favorita? ¿Tenía metas en la vida? ¿Se había enamorado alguna vez?

No, en absoluto, mi mente susurraba inquietantemente. No le conoces de nada.

Me estremecí y volví a mirar por la ventana.

El autobús daba bandazos hasta pararse en un cruce de cuatro calles, y vi que habíamos dejado las afueras del pueblo y ahora nos dirigíamos hacia el fin del mundo. Mi barrio. La lluvia seguía salpicando las ventanas, haciendo que las pantanosas marismas se volviesen borrosas y vagas, las oscuras y difusas formas de los árboles se distinguían a través del cristal.

Parpadeé y me erguí en el asiento. En la profundidad del pantano, un caballo y su jinete estaban de pie bajo las ramas de un enorme roble, tan inmóviles como los mismos árboles. El caballo era un negro animal gigantesco con una crin y una cola que ondulaba tras él, incluso con lo empapado que estaba. Su jinete era alto y demacrado, vestido de plateado y negro. Una capa oscura se agitaba desde sus hombros. A través de la lluvia capté un pequeño

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atisbo de una cara: joven, pálido, extraordinariamente apuesto... clavando la vista en mí. El estómago se me revolvió y contuve el aliento.

―Rob,‖ murmuré, quitándome los auriculares, ―mira ese...‖

La cara de Robbie estaba a pulgadas de distancia de la mía, mirando por la ventana, sus ojos reducidos a verdes rendijas, duros y peligrosos. El estómago me dolía y me incliné alejándome de él, pero no se dio cuenta. Sus labios se movieron, y susurró una palabra, tan suavemente que apenas la oí, incluso tan cerca como estábamos.

―Ash.‖

―¿Ash?‖ repetí. ―¿Quién es Ash?‖

El autobús se sacudió brusca y espasmódicamente y continuó hacia delante. Robbie se apoyó hacia atrás, su cara estaba tan inmóvil como si estuviese tallada en piedra. Tragando, miré por la ventana, pero el lugar debajo del roble estaba vacío. El caballo y su jinete se habían marchado, como si nunca existiesen.

La falta de misterio conseguía hacerlo más raro.

―¿Quién es Ash?‖ repetí, volviéndome hacia Robbie, que parecía estar en su propio mundo.

―¿Robbie? ¡Hey!‖ le di un codazo en el hombro. Él se crispó y por fin me miró. ―¿Quién es Ash?‖

―¿Ash?‖ Por un momento sus ojos se volvieron brillantes y fieros, su cara como la de un perro salvaje. Entonces parpadeó y de nuevo era normal. ―Oh, es sólo un viejo compañero mío, de hace mucho tiempo. No te preocupes de eso, princesa.‖

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Sus palabras se deslizaron sobre mí extrañamente, como si estuviera dispuesta a olvidarlo simplemente porque él me lo pidiese. Sentí, con una punzada de inquietud, que estaba ocultando algo, pero desapareció con rapidez, porque no era capaz de acordarme de lo que estábamos hablando.

En nuestra acera Robbie se levantó de un salto como si su asiento estuviese en llamas y se precipitó hacia la puerta. Parpadeando a causa de su abrupta salida, puse mi iPod a salvo en mi mochila antes de salir del autobús.

La última cosa que quería era que el caro artilugio se mojase.

“Tengo que irme,” anunció Robbie cuando me uní a él en la acera. Sus ojos verdes rastreaban a través de los árboles, como si esperase que algo saliese en estampida del bosque. Miré fijamente a mi alrededor, pero, exceptuando a algunos pájaros que trinaban sobre nuestras cabezas, el bosque estaba inmóvil y en silencio. “Yo… um... olvidé algo en casa.” Entonces se giró hacia mí con una mirada de disculpa.”¿Te veo esta noche princesa? Traeré ese champán más tarde, ¿si?”

―Oh.‖ Me había olvidado de eso. ―Claro.‖

“Ve derecha a casa, ¿si?” Robbie entrecerró los ojos, con la cara encendida. “no te pares, y no hables con nadie que no conozcas, ¿has entendido?

Me reí nerviosamente. “¿Quién eres, mi mamá? ¿Me vas a decir que no juegue con las tijeras y que mire a ambos lados antes de cruzar? Además,” continué mientras Robbie sonreía afectadamente, viéndose más normal, “¿a quién me encontraría aquí fuera en este lugar dejado de la mano de Dios?” La imagen del chico sobre el caballo vino a mi mente de 42

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repente, y el estómago dio ese extraño vuelco de nuevo. ¿Quién era? Y, ¿porque no podía dejar de pensar en él, si es que tan siquiera existía después de todo? Las cosas se estaban volviendo realmente raras. Si no fuese por la extraña reacción de Robbie en el autobús, pensaría que el chico era una de mis locas alucinaciones.

―Bueno.‖ Robbie saludó, mostrando su pícara sonrisa. ―Hasta luego princesa. No dejes que Cara-de-cuero te atrape de camino a casa.‖

Le pegué una patada. Se rió, saltó alejándose, y echó a correr calle abajo.

Echándome la mochila al hombro, caminé por el sendero.

“¿Mamá?” llamé, abriendo la puerta principal. “Mamá, estoy en casa.”

El silencio me dio la bienvenida, haciendo eco en las paredes y el suelo, suspendido densamente en el aire. La inmovilidad casi estaba viva, agazapada en el centro de la habitación, mirándome con ojos impasibles. Mi corazón empezó a retumbar, alta e irregularmente, en mi pecho. Algo no estaba bien.

“¿Mamá?” llamé de nuevo, aventurándome dentro de la casa. “¿Luke? ¿Hay alguien en casa?” La puerta chirrió en el momento en que yo me acercaba al interior. La televisión retumbaba y parpadeaba, poniendo una reposición de una vieja comedia de situación en blanco y negro, aunque el sofá de enfrente estaba vacío. La apagué y seguí por el pasillo, hasta la cocina.

Por un momento todo pareció normal, excepto la puerta de la nevera, que oscilaba sobre las bisagras. Un pequeño objeto en el suelo captó mi atención.

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Al principio pensé que era un trapo sucio. Pero, mirando más atentamente, vi que era Floppy, el conejo de Ethan. La cabeza de peluche del animal había sido arrancada, y el algodón se derramaba por el agujero del cuello.

Levantándome, escuché un ligero ruido al otro lado de la mesa del comedor. La rodeé, y mi estómago se revolvió con tanta violencia que la bilis llegó hasta mi garganta.

Mi madre yacía de espaldas sobre el suelo de baldosas a cuadros, con los brazos en jarras y las piernas abiertas, un lado de la cara recubierto de brillante sangre. Su bolso, cuyo contenido estaba esparcido por todas partes, estaba tirado junto a una mano blanca y sin vida. De pie sobre ella, en la entrada, con la cabeza inclinada como un gato curioso estaba Ethan.

Y sonreía.

“¡Mamá!” grité, arrojándome a su lado. “¡Mamá!, ¿estás bien?” La agarré de un hombro y la sacudí, pero fue como si sacudiese un pescado muerto. Su piel aún estaba caliente, pensé, así que no puede estar muerta. ¿No?

¿Dónde infiernos estaba Luke? Volví a sacudirla, viendo como su cabeza colgaba flácidamente. Hizo que me doliese el estómago. “¿Mamá, despierta!

¿Puedes oírme? Soy Meghan,» Miré a mi alrededor frenéticamente, luego cogí un trapo de la pileta. Mientras se lo pasaba por la ensangrentada cara, volví a fijarme de nuevo en que Ethan estaba de pie en la entrada, sus ojos azules ahora estaban llorosos y muy abiertos.

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“Mami duerme,” susurró, y yo advertí un evidente y resbaladizo charco en el suelo en frente de la nevera. Con las manos temblando, metí un dedo en la viscosa sustancia y olí. ¿Aceite vegetal? ¿Qué demonios? Le limpié más sangre de la cara y noté una pequeña herida en la sien, casi invisible bajo la sangre y el pelo.

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