El rostro de Dios en San Juan de la Cruz

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El rostro de Dios en San Juan de la Cruz S. CASTRO S ÁNCHEZ , aCD. Universidad P. Comillas (Madrid) Se ha afirmado acertadamente que los protagonistas de los escri- tos sanjuanistas son Dios y el hombre en permanente relación. Dios nunca aparecerá como alguien sobre el que se reflexiona. Se trata siempre de una persona viva, que se deja sentir en el hombre l. Esto se debe en primer lugar a que el autor no tiene pretensiones mera- mente intelectuales 2, aunque es cierto que no es ajeno a ellas 3; pero no las utiliza como un mero pensar profundo sobre un ser, cuya existencia, si bien es la raíz de la inteligencia, toda su realidad, incluida esta última, está orientada a la vida del hombre 4; y también, 1 «Como antes hice notar, en cuanto ahondamos un poco en el mistetio de Dios, acabamos hablando del hombre ... En la visión sanjuanista, no se puede hablar de la Trinidad, sin que se pongan en movimiento todos los componentes de su antropología teologal» (F. Rurz, Místico y Maestro. San Juan de la Cruz. Madtid, 1988, p. 114). 2 Cf. S. CASTRO, Hacia Dios con San Juan de la Cruz. Madrid, 1986, pp. 11-12. 3 En los prólogos a las obras fija las bases en que se fundan, que no son otras que la Sagrada Esctitura, la expetiencia y la ciencia. Así se muestra en Subida. En Cántico explicita un poco más: «y así espero que, aunque se escriban aquí algunos puntos de teología escolástica acerca del trato interior del alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro del espíritu, en tal manera; pues, aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de la teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor» (C próI..3). 4 P. Cerezo Galán ha puesto de manifiesto en su interesante estudio que Juan de la Cruz plantea el problema base de la existencia humana. Desde aquí, es fácil percibir que subyace a toda su obra una verdadera filosofía como REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (58) (1999),

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El rostro de Dios en San Juan de la Cruz

S. CASTRO S ÁNCHEZ , aCD. Universidad P. Comillas (Madrid)

Se ha afirmado acertadamente que los protagonistas de los escri­tos sanjuanistas son Dios y el hombre en permanente relación. Dios nunca aparecerá como alguien sobre el que se reflexiona. Se trata siempre de una persona viva, que se deja sentir en el hombre l. Esto se debe en primer lugar a que el autor no tiene pretensiones mera­mente intelectuales 2, aunque es cierto que no es ajeno a ellas 3; pero no las utiliza como un mero pensar profundo sobre un ser, cuya existencia, si bien es la raíz de la inteligencia, toda su realidad, incluida esta última, está orientada a la vida del hombre 4; y también,

1 «Como antes hice notar, en cuanto ahondamos un poco en el mistetio de Dios, acabamos hablando del hombre ... En la visión sanjuanista, no se puede hablar de la Trinidad, sin que se pongan en movimiento todos los componentes de su antropología teologal» (F. Rurz, Místico y Maestro. San Juan de la Cruz. Madtid, 1988, p. 114).

2 Cf. S. CASTRO, Hacia Dios con San Juan de la Cruz. Madrid, 1986, pp. 11-12.

3 En los prólogos a las obras fija las bases en que se fundan, que no son otras que la Sagrada Esctitura, la expetiencia y la ciencia. Así se muestra en Subida. En Cántico explicita un poco más: «y así espero que, aunque se escriban aquí algunos puntos de teología escolástica acerca del trato interior del alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro del espíritu, en tal manera; pues, aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de la teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor» (C próI..3).

4 P. Cerezo Galán ha puesto de manifiesto en su interesante estudio que Juan de la Cruz plantea el problema base de la existencia humana. Desde aquí, es fácil percibir que subyace a toda su obra una verdadera filosofía como

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (58) (1999), 187~223

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a que Juan de la Cruz goza de una altísima experiencia de Dios que le inclina a entenderle siempre como la vida que funda al hombre y se dirige a plenificarlo. Dios es el sentido del hombre y quien le abre a su última dimensión s.

Este Dios, tan intensamente experimentado, se hace presente en el fondo del ser. Es necesario un lenguaje ultrateológico para expre­sarle. Juan no desdeña ni la teología ni la filosofía. En muchas ocasiones se servirá de ellas, pero siempre las trasciende. La expe­riencia le obliga a dilatar los conceptos y en algún sentido a recrear su significado 6, porque, como venimos diciendo, el eje de toda esta literatura se refiere a una experiencia totalizadora de Dios, en su ser de personas y en su manifestación en Cristo. No es una experiencia de Dios, que después se desglose en sentido cristiano. La experien­cia primera y fundamental engloba la realidad cristiana, es ya trini­taria desde sus mismas raíces. Por eso, además del lenguaje de con­tenido teológico-filosófico aludido, se sirve preferentemente de la Biblia y la poesía. El primero, como lenguaje inspirado le da la posibilidad de dilatarlo, ya que el pensamiento de Dios desborda 7

cualquier medio transmisor; y el segundo, la poesía, también por

trasfondo a su respuesta al problema del hombre. «No sin razón se lamenta Jean Baruzi de que Salamanca no le diera a Juan de la Cruz el atmazón filosófico y científico de que tenía necesidad su actividad creativa, y a cuya ausencia se debería la falta de tensión especulativa que acusa su obra; pero no puede pasarse por alto que la profunda experiencia interior suplió con creces la entera escolástica salmantina y hasta se bastó para instituir un nuevo discur­so fenomenológico del espíritu de más calado que la más perspicaz reflexión filosófica» (Antropología del espíritu en luan de la Cruz, en Actas del Con­greso Intemacional Sanjuanista, vol. III, Valladolid, 1993, p, 131; ver también pp, 127-154. Cf. G. MOREL, Le sells de l'existellce seloll Saint lean de la Croix. Paris, 1960, Vol. n, p. 32.

5 «No te conocía yo a ti, Oh Señor mío, porque todavía quería saber y gustar cosas» (D 37). Citamos las Obras de Juan de la Cruz, por San Juan de la Cruz. Obras Completas. Revisión textual, introducción y notas al texto: José Vicente Rodriguez. Introducciones y notas doctrinales: Federico Ruiz Salva­dor. EDE, Madrid', 1980.

6 Por ejemplo, la palabra negación. Como han puesto de relieve sanjuanis­tas de la talla de J. Baruzi o F. Ruiz, su significado en los escritos sanjuanistas no se corresponde con el del lenguaje de occidente.

7 «Seria ignorancia pensar que los dichos de amor en inteligencia mística, cuales son los de las presentes canciones, con alguna manera de palabras se pueden bien explicar» (C pról. 1).

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definición siempre queda desbordada. Cualquier género de lenguaje en la pluma de Juan de la Cruz se transfigura. En un primer momen­to se pudiera pensar que esa transfiguración supone cambiar de sen­tido los diversos modelos literarios, pero bien mirado, es lo contra­rio. Con la llÚstica la literatura encuentra su sentido preciso, ya que se hace transmisora de contenidos provenientes de lo más hondo del ser, de donde ella surgió. Las palabras vuelven a ser así trozos del ser 8; se hacen vivas, y el pensar y el existir tornan a identificarse. El estilo verdaderamente ahora es el hombre.

El lenguaje sanjuanista emerge no de la experiencia a secas, como suele decirse, sino de la experiencia de Dios, de un Dios vivo, trinitario, personal y encamado 9. Desde este punto de vista los di­versos lenguajes sanjuanistas son poéticos. Quizás el continuo con­tacto con el Sumo Hacedor -no se olvide que poeta significa crea­dor, hacedor- haya producido ese fenómeno. Si bien se observa, siempre que un género literario se utiliza para transmitir una viven­cia intensa termina en poesía, incluida la filosofía misma. En el caso de san Juan de la Cruz eso sucede de forma especial, incluso en la dura prosa de Subida lO.

Como la literatura en el poeta depende del tipo de experiencia que se tenga, así acontece en el nústico. En nuestro análisis del Dios

8 «Hablemos palabras al corazón bañadas en dulzor y amor» (D Pró!.). 9 «Algunos de estos antores critican que el Dios de San Juan de la CIUZ es

demasiado «Iogos» y poco un Dios encarnado (Boulet), o que en alguno de sus escritos (Subida-Noche), Dios es sobre todo el Uno, propio del neoplatonismo o, como mucho, del A.T. (Barsotti, cf. 18-26). Otros critican el negativismo o «nadismo» ascético-espiritual de Juan de la Cruz o el valor de lo que llaman «vía negativa», que nuestro místico habría heredado del Pseudo-Dionisio. Entre éstos F. Gozález F. Cordero ve dos etapas en el proceso espiritual del Santo: la del negativismo dionisiano propia de Fray Juan de Santo Matía (Subida­Noche) y la del cantor de la creación propia de San Juan de la Cruz (Cántico­Llama)>> (J. D. GAITÁN, Negación y plenitud en San Juan de la Cruz. Madrid, 1995, p. 104, nota 3).

10 «En páginas anteriores se incluyeron los avisos o versillos: 'Para venir a gustarlo todo', que ciertamente no sólo encierran, como he dicho, la clave de la vida mística de Juan de la Cruz y la de su técnica poética, sino que son en sí mismos altísima poesía en forma más reveladora de la esencia del ser que otra alguna, porque apenas son forma poética, sólo lenguaje despojado, para comu­nicación de lo incomunicable. Juan de la Cruz lo puso casi al final del capítulo XIII del libro 1 de Subida, además de al principio de esta obra» (Poesía. San Juan de la Cruz. Madrid Edición de José Jiménez Lozano, 1983, p. 72).

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sanjuanista iremos observando cómo ese contenido de hondura que le preside y que llega a alcanzar al Dios trinitario reverbera en la literatura o, mejor, es literatura.

Nos encontramos, pues, ante una experiencia altísima de lo trans­cendente, que, como hemos advertido, se identifica con el Dios cris­tiano; para cuya transmisión Juan utiliza el simbolismo 11; a éste se reducen en última instancia los lenguajes anteriormente aludidos. La trascendencia se expresa en símbolos que reflejan la realidad de Dios desbordando al hombre. No es de extrañar que según los tes­tigos Juan hablara siempre y sólo de Dios 12.

DeCÍamos al principio que él en sus libros no filosofa sobre Dios desde una distancia claramente fijada de sujeto y objeto. Su Dios queda implicado en el interior de la experiencia, posee al hombre y fortalece su libertad. Dios no es objeto de reflexión, sino término íntimo de la experiencia en la que queda prendido el mismo hombre que la transmite 13. No se da, pues, distancia entre el hombre, la experiencia y Dios.

Quizás esta lectura o comprensión del Dios cristiano nos plantee el problema de la exégesis y del sentido más profundo de la vida

II Raro es el especialista de Juan de la Cruz que no dedique un largo capítulo al estudio del simbolismo. En su interesante obra G. MOREL, Le sens de l'existence selon S. Jean de la Croix. París, 1961, dedica a esta cuestión el entero tomo m.

12 « ••• No sabía hablar de otra cosa sino de Dios; sus pláticas habían de ser siempre de Dios de quien decía tan altas y tales cosas, que encendía con ellas al amor de Dios a las personas que trataba; y con ser su trato común siempre de esto, era admirable en todo tiempo y lugar, que no era enfadoso ni pesado» (Biblioteca Mística Carmelitana 14,14; declaración de Martín de San José). Citado por J. V. RODRÍGUEZ, San Juan de la Cruz. Profeta enamorado de Dios y Maestro. Madrid, 1987, p. 73. Aquí mismo José Vicente Rodríguez, buen conocedor de la biografía del Santo, afirma: «Los testigos declaran con unifor­midad sorprendente que hablaba siempre de Dios, altísimamente de Dios, fer­vorosísimamente de Dios».

13 «La imagen divina del hombre o mejor, el hombre como esencialmente imagen divino-trinitaria no sólo tiene que ver, sino que se identifica con «el fondo o centro del alma» del que habla el Santo. La imagen de Dios no está en el fondo del alma previamente creado como sustancia en la que imprimir después (al menos con posteriolidad lógica) la imagen divina, sino que la propia imagen de Dios constituye lo que podemos llamar el ser del fondo del alma. No creemos sea otro el sentido de la frase del Santo: «el centro del alma es Dios», no sólo «Dios está en el centro del alma» (S. GUERRA, «San Juan de la Cruz y el diálogo con oliente», Revista de Espiritualidad 49 (1990) 516).

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humana. De la exégesis por que el término final de la Escritura se refiere a aquello que Juan de la Cruz le hace decir 14, y de la vida, porque el impulso más radical del corazón se dirige a un Dios <<to­cado» o, sentido -si se entiende esta última palabra como encuen­tro entre Dios y el hombre-, en su realidad más Íntima y constitu­tiva.

De todos modos, el pensamiento-vivencia sanjuanista se presenta como sensación o experiencia de una transcendencia que implica y determina el sentido de la vida humana.

Pero hemos dicho ya que el Dios de la experiencia de Juan de la Cruz es el Dios trinitario de la fe cristiana 15. Es, pues, necesario detenmnar con precisión en qué medida se habla de la Divinidad o de las personas divinas y hasta qué punto Juan de la Cruz se substrae a esa cierta ambigüedad que preside la teología de muchos que pro­fesando la Trinidad como realidad central, hablan de Dios en general sin tener en cuenta el misterio que es personal 16.

14 Nos complace citar aquí un texto de un Padre del Concilio Vaticano Il, muchas veces recordado, pero no por eso de menor actualidad y significa­ción, Mgr Néophytos Edelby: «Sería preciso recordar que, por encima de todas las ciencias auxiliares, el fin de la exégesis cristiana es la inteligen­cia espüitual de la Escritura a la luz de Cristo Resucitado» (V ARIOS, Comen­tarios a la Constitución «Dei Verbum» sobre la Divina Revelación. Madrid, 1969, p. 482).

15 Algunos autores han llegado a snponer que la nústica de Juan de la CtuZ podría subsistir sin Cristo: «Como resultado de nuestro estudio ... llegamos a una conclusión semejante a la de ABBOT MARMION cuando dice: 'San Juan de la CtuZ es una esponja empapada de cristianismo, que podía ser exprimida sin desttuir su teoría rustica ... Estamos de acuerdo, pues, aunque la teología de Juan es cristológica y aun cristocéntrica le falta el núcleo real del cristianis­mo'» (J. C. NIETO, Místico, poeta, rebelde, santo. En torno a San luan de la Cruz, Madrid,1982, p. 216). Opinión semejante mantiene J. BARUZI, Sain lean de la Croix et le probleme de 1 expérience mystique, Paris, 1931, pp. 450 ss; 673-678.

16 W. Kasper cree que esto ha sido debido en gran medida a la doctrina trinitaria de occidente que influenciada por el pensamiento agustiniano privi­legiará la doctrina de la unidad relegando a un segundo lugar las personas divinas. En este sentido la creación y toda la actividad de Dios son contempla­das desde parámetros de un monoteísmo pretrinitario» (S. CASTRO SÁNCHEZ, El Espíritu, amor y dador de vida: «Corintios XIII», número 85, enero-marzo 1998, p. 161)

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DIOS y LA TRINIDAD, UN MISTERIO Y UN PROBLEMA TEOLÓGICO

El Dios cristiano es trinitario 17. La fe de la Iglesia profesa el monoteísmo estricto, pero confiesa que en ese Dios único existen personas 18. Es un Dios personal. Esta realidad de la fe, que en su exposición Juan de la Cruz es uno de los autores que mejor pone de manifiesto, también en él queda no pocas veces ambigua, en el sen­tido de que habla de Dios sin determinar a qué persona se refiere. Ya dijimos que esta ambigüedad se da en el lenguaje teológico cuando tantas veces se habla de Dios, sin más. Creo que es preciso determinar en cada caso cómo alcanzamos este contacto con eso que llamamos Divinidad. Porque, si bien es cierto que el magisterio de la Iglesia sostiene que en la Trinidad todas las acciones «ad extra» son comunes 19, también lo es que cada vez se intenta revalorizar más lo que se ha venido denominando «apropiaciones». Por otra parte, resulta claro que la encarnación termina en el Hijo y el envío del Espíritu en la tercera Persona; son las famosas misiones 20.

V eremos que Juan perfilará con precisión el contenido de las «apropiaciones» y por su gran realismo se tendrá la impresión de que las sobrepasa 21. Se da en él una admirable penetración del misterio. Desde esta densidad de realismo se nos abre el camino para detectar su sentido del Padre y, por consiguiente, de la esencia de Dios.

Juan en muchas ocasiones habla de Dios en general. ¿ A qué se refiere? ¿A una de las personas en concreto? ¿A la Divinidad? Como decíamos, creo que tampoco él ha sido capaz de resolver la ambi-

17 Abundando en la idea de Kasper, ya anterionnente había afirmado K. Rahner que nuestros cristianos son monoteístas, no trinitarios; cf. Advertencias sobre el tratado dogmático «de Trinitate», en Escritos de Teología, IV, Ma­drid. 1964, p. 107.

18 Ds 71. 421.530. 19 Ds 1330. 20 «Son sobre todo, las misiones divinas de la Encamación del Hijo y del

don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas» (Catecismo de la Iglesia Católica, Madrid, 1992, n° 258).

21 «Por ello tiene razón H. Sanson cuando escribe que la obra sanjuanista 'nos persuade que la teoría de las apropiaciones es insuficiente por sí sola para explicar el contenido de la experiencia' del Santo» (M. HERRÁlz, «Llama de amor viva». Consagración de un místico y un teólogo: Teresianum XL 1989/ JI, 383 ).

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güedad del discurso teológico, aunque es uno de los autores cristia­nos más precisos al respecto. En cada caso habrá que determinarlo, pero en principio parece que cuando habla de Dios o de la Divinidad se refiere al Padre, al igual que en el N.T. cuando se habla de Dios (Théos) se significa la primera persona de la Trinidad.

En el libro de Llama es donde mejor clarifica su pensamiento 22.

Quizás se deba a que aquí se encuentra dentro del campo de la experiencia más sublime y sea ésta la única que nos abre las puertas a la intelección más profunda del misterio.

En Cántico el protagonista es el Cristo resucitado, esposo del alma 23. Pero siempre el Padre, origen fontal de todo, se hace presen­te en la actuación de las otras dos personas. Éstas nos transmiten la vitalidad de Dios (Padre) 24.

En este estudio pretendemos individuar la persona del Padre, pero ésta no quedará esclarecida del todo si no tenemos presente que él se manifiesta a través del Hijo en el Espíritu 25. No hablaremos de estas dos personas sino en la medida que nos interesa para el pro­pósito prefijado.

EL PADRE COMO PLENITUD GOZOSA DEL HOMBRE

La primera sensación que se tiene al entrar en contacto con las obras de Juan de la Cruz se refiere a que todo su interés estriba en

22 «Un Dios fuertemente percibido como sujeto triple de relación y comu­nicación. Por eso «Dios» no es para el Santo el ser supremo sin rostro, inde­finido, sino tripersonal, y recurre a este término cuando quiere significar que la acción es de los tres: (Todos ellos obran en uno»> (M. HERRÁIZ, «Llama de amor viv{/», a.c. 383).

23 «Los protagonistas de Cántico, primera obra extensa de Jnan de la Cruz, son Cristo y el «alma» (S. CASTRO, La experiencia de Cristo foco central de la mística, en V ARIOS, Experiencia y pensamiento en San Juan de la Cruz. Madrid, 1990, p. 69).

N Al final de Cántico las canciones se tornan trinitarias. «Esta es la adop­ción de los hijos de Dios, que de veras dirán a Dios lo que el mismo Hijo dijo por San Juan al Eterno Padre diciendo: 'Todas mis cosas son tuyas y tus cosas son núas' (In 17,10). El por esencia, por ser Hijo natural, nosotros por parti­cipación, por ser hijos adoptivos» (C 36,5).

25 Somos, pues, hijos de Dios en Jesucristo y por Jesucristo. Nuestra filia­ción está teñida de cristicismo (C 39,5-6); pero también somos hijos por su Espíritu (L! 2,34; 2 S 5,5).

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que el hombre se disponga lo más pronto posible 26 para abrirse a la comunión plena 27 con Dios que viene a su encuentro. Es la preten­sión central de su propósito al escribir.

La comunión con Dios le introduce al hombre en una dimensión nueva. La llegada a esta insospechada situación le proporciona la comprensión auténtica de sí mismo 28. A lo largo de este proceso, como veremos, se imponen incontables renuncias y despojos de uno mismo, pero una lectura atenta nos permitirá observar que una de las palabras más utilizadas es la de deleite. Este gozo en los primeros momentos se adorna de tonos infantiles. El niño en el regazo mater­no. Se hablará de ternura o términos similares correlacionados con la infancia 29.

La figura de la madre, veladamente atlibuida a Dios y la del niño al hombre, no serán ajenas al discurso sanjuanista 30, que considera el proceso espiritual como un nuevo nacimiento. Muerte del hombre viejo y resurgir de un hombre nuevo al calor de la gracia materna de Dios.

Aunque Dios, nunca venga denominado expresamente madre -sería algo insólito para aquel tiempo- ya hemos dicho que lo hace veladamente al referirse al hombre en su nueva realidad, sur-

26 Una de las características de la espiritualidad sanjuanista es la de la inmediatez. A lo largo de sus libros con frecuencia se percibe esa prisa. Ya en el dibujo del Monte se habla de los diversos caminos. Uno de ellos presenta la meta más próxima e inmediata. Las Cautelas comienzan así: «El alma que quiera llegar en breve al santo recogimiento» (1,1).

27 Los especialistas están de acuerdo en que en ese concepto se halla el núcleo que expresa el contenido de la espiritualidad de Juan de la Cruz. Escri­be uno de ellos: «Puesto a reducir todo a una expresión en la que se viese todo de un golpe de vista, opto por la unión del alma con Dios. En esta fórmula sintética y sintetizadora condensa la abundancia y la riqueza de todas sus enseñanzas» (J. V. RODRÍGUEZ, San luan de la Cruz. Profeta, a.c., p. 234).

28 «Por 10 cual nunca descansa el alma hasta llegar a él» (C 26,6). Las asonancias con el texto unamuniano (Méteme Padre eterno en tu pecho) son claramente perceptibles.

29 Cf. S pról 3; IN 1,2; C 22,7; 27,1; L1 3,66; lS 1,4; 2S 14,3; 2S 17,6.7; 2S 19,6; 2S 21,3; 3S 28,7; 3S 39,1; IN 5,1; IN 6,6; IN 12,1.

30 «La va Dios criando en espíritu y regalando al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, al cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le cría y en sus brazos le trae y regala» (IN 1,2). Nótese la minuciosa descripción de la ternura materna con los distintos verbos y adjetivos.

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gida al modo del nacimiento del niño en el seno materno. Este tema aparece principalmente en la noche pasiva del sentido, cuando el hombre al perder todo gusto y al sentir muy vivamente la sequedad queda sin principio de movimiento. Entonces se introduce la imagen de Dios que actúa al estilo de la madre 31 con el niño pequeño, al que retira el pecho, obligándole a alimentarse con manjares sólidos. Pero aun en estos momentos de sequedad sensorial se experimenta la presencia materna de Dios que educa a su pequeño en un nuevo estilo. Se trata de una sensación insospechada de Dios, menos pega­da al sentido. Pero siempre, aun en la aridez más penosa, Dios se muestra como gusto del alma 32.

A esta luz deben ser leídos los capítulos del libro primero de Subida, que en apariencia son exclusivamente ascéticos, en los que se deja entender que esa lucha por trascender la sensibilidad inme­diata tiene la recompensa de encontrase con nuevos deleites, que van descubriendo que Dios se da al hombre con ternura33

Detrás del proceso sanjuanista de transcendencia de la sensibili­dad se esconde un Dios entrañablemente materno. Eso que aquí se encuentra impreciso, en la medida que el proceso se va desarrollan­do adquiere más intensidad y se adentra en nuevos niveles de per­cepción. Incluso cuando el discurso se orienta por el símbolo de Cristo esposo -que en la obra sanjuanista es uno de los géneros centrales- se esconde en las imágenes y figuras nupciales un Dios ternura que se sirve de todos los artilugios del amor para desbordar­se sobre el hombre34

31 «Porque la hace hallar dulce y sabrosa leche espüitual sin algún trabajo suyo en las cosas de Dios, y en los ejercicios espirituales gran gusto, porque le da Dios aquí su pecho de amor tierno, bien así como a niño tierno» (lN 1,2).

32 Cf. 2S 17,6; 3S 28,7; In 3,1; IN 5,1; IN 6,6. 33 Cf. lS 13,7. «y así acaecerá que ande el alma inflamada con ansias de

amor de Dios muy puro, sin saber de dónde le viene ni qué fundamento tuvie­ron y fue que, así como la fe se arraigó e infundió más en el alma mediante aquel vacío y tiniebla y desnudez de todas las cosas, o pobreza espiritual que todo lo podemos llamar una misma cosa, también juntamente se arraiga e infunde más en el alma la caridad de Dios» (2S 24,8)

34 Lucien Marie que ha dedicado el capítulo tercero de su obra L'expérience de Dieu. Actualité du message de Saint lean de la Croix, a explayar esta doble dimensión, escribe: «Avec de timbres différens, c'est la meme mélodie qui est chantée. L'epouse et l'enfent sont tous deux dans un état de réceptivité et leur

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La meta de esta larga marcha se encuentra en la transformación en Dios, que se realiza retornando al punto de origen. Los Romances explayan esta idea con belleza y hondura teológica sorprendentes, reflejando todo el largo camino de la historia de la salvación, insis­tiendo en que el origen de todo se halla en el Padre, siendo Cristo su expresión35

• Por eso la insistencia sanjuanista en la persona de Jesús36 no supone el oscurecimiento del Padre37

• Al contrario, la acentuación y centralidad de Cristo, al igual que en el evangelio de Juan, es la única garantía del protagonismo absorbente de élJ o. Cristo es la cercanía inmediata del Padre, su descenso a nuestra condición. Aunque literariamente en el pensamiento sanjuanista Cristo es el centto del pensar y en el que se transfigura el alma enamorada, es el Padre la realidad inmediata que se nos ofrece, el término de la experiencia que se vive y el origen fontal de toda la vida que se derrama sobre el alma.

Pero el Padre que se halla al fondo del pensar sanjuanista remite a las otras personas. En la obra del místico poeta, ya lo hemos dicho, se salva mejor que en otros autores la dimensión tri-

mouvement personnel est second par rapport au mouvement premier de l'époux Oll du pere» (o.c. p. 64-65).

35 El Romance tercero pone de relieve el diálogo intratrinitario en el que el Padre es origen del movimiento de la entera historia de la salvación:

«Mucho te agradezco, Padre, -el Hijo le respondía-, a la esposa que me dieres yo mi claridad daría para que por ella vea cuánto mi Padre valía, y cómo el ser que poseo de su ser le recibía».

36 Cf. S. CASTRO, «Cristo vivo en Juan de la Cruz». Revista de Espiritua­lidad 49 (1990) 439-474.

37 Yanas lo hacía ver Luden Marie en el artículo que acabamos de citar

38 «Deseando la esposa unirse con la Divinidad del Verbo Esposo suyo, la pidió al Padre diciendo: 'muéstrame dónde te apacientas ... ' porque el Padre no se apacienta en otra cosa que en su único Hijo, pues es la gloria del Padre» (C 1,5). Manifiestan esta misma realidad los famosos capítulos 7 y 22 de 2S, enlre otros muchos textos que pudieran aducirse, como sería la famosa canción 37 donde se enseña que la experiencia suprema de Dios se realizará en la eterni­dad en la Humanidad de Cristo.

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nitmia. En el libro de Llama esta clarificación alcanza su nivel máxim039

En cada una de las obras de nuestro mistico se observa la ten­dencia a hacer prevalecer a una de las personas, sin exclusión de las otras. Esta prevalencia es como un acento. Así, en Subida-Noche se percibe la presencia de Dios en general, quien muchas veces adopta de forma expresa la figura del Padre, aunque la búsqueda del alma sea sobre todo en Noche, Cristo, que es en quien se encuentra el Padre.

En Cántico, en cambio, la figura central teológico-literaria es el Hijo, así como en Llama goza de prevalencia el Espíritu Santo, aunque la obra sea enteramente trinitaria40

A lo largo de todos estos tratados el alma va escalando nuevas formas de experiencia que se incrustan en lo más hondo de ella mis­ma. Se va introduciendo en la zona de Dios y en esa medida se sitúa su crecimiento o, más bien, dilatamiento interior; se siente crecida a la medida de Dios. Siendo reflejo y expresión de la Trinidad el hom­bre se entiende a sí mismo como originado en el Padre41 y con ten­dencia radical a él. Comprende así que el Padre es la realidad que le funda y plenifica. El es su raíz y su término. En este sentido la pala­bra hijo reviste un significado especial. Cuando se le da a Cristo este título se está pensando en el Padre. De ahí que la centralidad que se observa en el pensamiento sanjuanista manifiesta la confesión más elocuente de la soberanía del Padre. La llamada Oración de alma enamorada es uno de los más sublimes y preciosos cantos al Padre, del que se confiesa provienen todos los bienes derramados a lo largo de la historia de la salvación, entre los que se encuentra Cristo, en quien el alma, le dice al Padre, halla cuanto desea, porque en él se encierra la realidad entera de la creación y de la gracia.

39 Cf. G. CASTRO, Llama de amor viva, en V ARIOS, Introducción a la lectura de San Juan de la Cruz, o.c. pp. 528-529.

40 «Objetivamente se descubre con admiración la omnipresente acción de la Santísima Trinidad que parecía haber estado oculta hasta ahora» (G. CASTRO, O.C., p. 528); cf. también M. HERRÁIZ, «Llama de amor viva» , a.c. 363-393.

41 Esta oración debiera de servir de clave de lectura de toda la obra. En ella se podrá observar que la palabra Dios se refiere claramente al Padre. Bástennos sólo unas líneas como ejemplo: «No me quitarás, Dios ITÚO, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero».

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198 SECUNDTNO CASTRO, OCD

La tendencia al infinito que se esconde en el corazón humano es la huella que el Padre ha dejado en é142

• Y aquí conviene recordar una vez más que el término Dios casi siempre oculta la figura del Padre. En la poesía de la Fonte Juan plasmó admirablemente su fe en el Padre, Dios desplegándose sobre el hombre como vida y gracia mediante las otras personas de la Trinidad de las que también él es fuente; y, finalmente, reposando en la Eucaristía desde donde inunda al hombre de sí mismo en su Hijo resucitado.

LA BÚSQUEDA DE SU ROSTRO

La búsqueda de Dios es el propósito central del pensamiento sanjuanista43

• El ascenso a través de la imagen de las criaturas en pos de otras realidades es también un elemento de primera magnitud de su espiritualidad44

• Dios no cae dentro del horizonte del sentido, dista infinitamente de cualquier imagen y gusto. Esta afirmación no es una mera deducción de la teología negativa o apofática. Cuando él estampa estas afirmaciones, tiene ya experiencia de ese Dios que no cae bajo el ámbito de los sentidos. Juan de la Cruz deja entrever que habla desde esa altísima experiencia del Absoluto, que él no concibe de modo filosófico, sino a la luz de la imagen de la Escri­tura, de «Fuente», de la que todo ha surgido, incluidas las otras dos personas. De modo que el mismo deseo de contemplar a Jesucristo se sitúa dentro de esa búsqueda de Dios Padre como fondo de Jesu­cristo mismo. Todo así queda constituido en una imagen metáfora de Dios, incluido Jesucristo, que es su figura recapituladora, que en su

42 Una profunda ansia incoercible de Dios recorre las obras sanjuanistas. Sólo un texto es suficiente para expresar esa tensión: «Son las ansias por Dios tan grandes en el alma, que parece se le secan los huesos en esta sed» (2N 11,1). Este Dios es el Dios de la «Fonte», el Padre, origen del Hijo y del Espíritu.

43 «y con las ansias y fuerzas que la leona u osa va a buscar a sus cachorros ... anda esta herida alma a buscar a su Dios» (2N13,8).

44 «Porque en habiendo hábito de unión, que es ya estado sobrenatural, desfallece del todo la memoria y las demás potencias en sus naturales opera­ciones y pasan de su término natural al de Dios, que es sobrenatural; y así, estando la memoria transformada en Dios, no se le pueden imprimir formas ni noticias de cosas» (3S 2,8).

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forma humana, se constituye en el clamor sin retorno de DioS45. En

el Cántico espiritual se describe muy señaladamente este proceso de búsqueda del rostro del Padre, aunque el interlocutor inmediato sea Jesucristo. Es precisamente en esa unión plena con Jesucristo donde el hombre halla el rostro inefable del inmenso Padre46

.

Pero no es necesario esperar al final del proceso para que ese rostro vaya apareciendo. El esplendor de su faz emerge en la medida que el ansia de la trascendencia se apodera de la persona. Todo: las cosas creadas y las realidades religiosas se van haciendo lúcidas y trasparentes; de forma que lo que al principio constituía para el hombre como la fuente directa donde saciaba sus ansias, se convier­ten ahora en medios, incluidas -ya lo hemos dicho- las realidades religiosas47

• Poco a poco el ansia del encuentro directo con la per­sona se va haciendo más fuerte. Todo se trasforma en una especie de trampolín. Y al fondo sólo se dibuja una pretensión: el rostro del Padre.

La experiencia más alta de Subida y de Noche se sitúa precisa­mente en ese moment048

• Se ha realizado ya la trascendencia de todo, ya no existe punto de apoyo alguno. Se apagan las imágenes y los conceptos; estamos en la pura nada mundanal o, mejor, histórica49

. El Padre se acerca a nosotros en su Hijo y en su Espíritu, pero totalmen-

45 Cf. M. HERRÁIZ, La ullión CO/1 Dios. Gracia y proyecto. Catecismo san­juanista. México, 1991, pp. 55-98.

46 «Llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y engrandece a esta humilde y amorosa alma, que se sujeta a ella verdaderamente para la engrandecer» (C 27,1). Con acierto un conocido san­juanista -Federico Ruiz- ha intitulado uno de los capítulos de su obra: «El inmenso Padre». Del que escribe: «Con este nombre Juan de la Cruz presenta a Dios vivo y verdadero, a quien dedica su breve palabra y sus largos silencios. No encuentro título más adecuado para acercarnos al misterio ... Es el Padre en sentido originante, trinitario, familiar. Y es inmenso: un misterio insondable de bondad y de hermosura. Sentimos a la vez la atracción y el vértigo (Místico y Maestro. San luan de la cruz, O.C., p. 111).

47 «La nature visible s'abime dans la nature invisible, le monde des formes retourne a l'univers eternel, véritable conversion du divers a run, que le lyris­me, á lui seul, nous fait entrevoir» (J. BARUZI, Sain lean de la Croix et le probleme de l'expérience mystique. Paris, 1951, p. 348)

48 Cf. 2S 24,3-5; 2S 31-32; 2N 21. 49 Cf. G. MOREL, Le sens de l'existence Se/Oll S. lean de la Croix. Paris,

1960, Vol. n, 192.

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te transcendidos. La noche oscura es presencia del Espíritu50 y de Jesucrist051 resucitado, o «toque sustancial», que es experiencia in­mediata del Innombrable. Es cierto que Juan de la Cruz habla aquí de la Divinidad, y afirmará que se trata de la más alta experiencia que se puede tener en esta vida, pero ¿no estaremos ante una expeliencia del Padre? ya que tanto en Subida como en Noche no se habla de expe­riencias trinitarias propiamente dichas. Indudablemente en Llama y en las últimas estrofas de Cántico las experiencias supremas son tri­nitarias5

" y de la Humanidad de Cristo resucitad053 en el centro de la Trinidad o, si se prefiere, en el seno del Padre.

Aquí se detiene la búsqueda sanjuanista. Todo cuanto antecede está en [unción de esla experiencia. DeCÍamos que se detiene la búsqueda en cuanto que el hombre se da cuenta de que entonces ha llegado al límite de sus posibilidades, pero Dios apenas ha sido alcanzado. Sueña con otras sorpresas de encuentro, reservadas para la vida eterna.

Pero la búsqueda del rostro de Dios se sitúa en el centro del quehacer sanjuanista. La vida espiritual es ese ámbito en el que Dios se va revelando y esta manifestación suya ha de llegar hasta el final, que se resuelve en el mismo misterio de Dios, en cuyo seno, si es lícito decirlo, más profundo, se halla el misterio de los misterios, la verdad trinitaria. La realidad última es el Padre que, como dice en Llama, llega hasta nosotros en el Espíritu y en el Hij054. El Hijo nos alcanza en su Humanidad55

• Por eso para Juan de la Cruz todo se

so «Noche que es obra del mismo Santo Pneuma, que trabajando misterio­samente en el hombre, le ilumina ... le hace digno de la unión transforman te con el Dios Uno y Trino» (B. JIMÉNEZ DUQUE, «Juan de la Cruz y la modernidad». Revista de Espiritualidad 49 (1990) 339.

51 Cf. S. CASTRO, «"Cristo vivo" en San Juan de la Cruz». Revista de Espiritualidad 49 (1990) 461-464; F. URBINA, Comentario a Noche oscura del espíritu y Subida al Monte Carmelo. Madrid, 1982.

52 C 39' Ll 2 53 C 37;' cf. B. JIMÉNEZ DUQUE, En torno a San Juan de la Cruz, Barcelona,

1970, p. 140. 54 «El carácter trinitario de toda la obra (Llama) se hace aquí manifiesto ...

Queda, no obstante, en pie el carácter de unión con las personas de la Santi­sima Trinidad que afecta a toda la experiencia» (F. RUIZ SALVADOR, Introduc­ción a San Juan de la Cruz, Madrid, 1968, p. 263).

55 En contra de cuanto algunos hayan podido afirmar 2S 7 y 22 sientan para toda la obra los fundamentos cristológicos sanjuanistas; cf. en sentido contrario

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concentra en la Humanidad de Cristo, en donde tocamos de fOlma inmediata la persona del Padres6

• Se enaltece de este modo en gran medida la creación, que, si bien ha de ser transcendida, en el punto tl'ansfigurado de ésta: Cristo, se halla Dios.

El proceso de búsqueda final es el Padre, que él ha visto tfrrü­damente reflejado en la creación y lleno de esplendor en la kénosis del Hijo y en su resurrección por la que ha exaltado al mundo57

• La noticia oscura y amorosa es la presencia del Cristo resucitado en la comunicación del Espíritu Santo.

¿Es POSIBLE EXPERIMENTAR DIRECTAMENTE AL P,'\DRE?

Juan de la Cruz habla, como hemos visto, de altísimas experien­cias de Dios. Sospechamos que bajo esa denominación se esconde la figura del Padre, aunque él diga expresamente en no pocas ocasiones que se trata de la Divinidad. ¿Es posible una experiencia de la Di­vinidad sin configuración trinitaria?58 En el libro de Llama y en las últimas canciones del Cántico la experiencia se especifica y clarifica en dimensiones personales. La pregunta es obvia, ¿por qué en los otros escritos ésta se presenta como de la Divinidad? Sabido es que algunos piensan que la percepción de nuestro místico recae directa­mente en lo divino, aunque posteriormente haya sido resituada por él de forma inconsciente o consciente dentro del marco de su fe.

J. BouLET, «Diell ineffable el parole incarnée. Sain! Jean de la Croix et le prologue dll 4e. Evangile». Rev. Hist. Phi/o Relig. 46 (1966) 227-270.

56 «y esto hiciste tú con la libertad de tu generosa gracia, de que usaste conmigo con el toqne que me tocaste de resplandor de tu gloria y figura de tu sustancia (Heb 1,3), que es tu Unigénito Hijo, ¡oh mano misericordiosa del Padre! Es el toque delicado con que me tocaste en la fuerza de tu cauterio y me llagaste». (L! 2,10).

57 «y así en este levantamiento de la encarnación de su hijo y de la gloria de su resurrección según la carne, no solamente helmoseó el Padre las criaturas en parte, mas podremos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad» (C 5,4).

58 «pero en tanto la forma de darse Dios a nosotros como Espíritu, Hijo y Padre no significa la lrúsma forma de darse, por cuanto en la manera de comunicarse a nosotros hay diferencias verdaderas y reales, estas tres fonnas de darse a nosotros han de distinguirse estrictamente» (K. RAHNER, Curso fun­damental sobre la fe. Introducción al cristianismo. Barcelona, 1979, p. 170).

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202 SECUNDINO CASTRO, OCD

Estas opllllOnes tienen mucho de fantasía y en cualquier caso son indemostrables, Más bien parece todo lo contrario,

La doctrina de la Iglesia enseña que en la Trinidad todas las obras «ad extra» son comunes59

, ¿Eso común a todas las personas es la experiencia de la Divinidad? No parece, pues Juan de la Cruz en unión con la tradición eclesial habla de las «apropiaciones» y de la experiencia directa de las personas. Las «apropiaciones» están su­mamente resaltadas. Sin salirse del marco de la doctrina tradicional ha hallado en ellas un punto de encuentro directo y real con las personas de la Trinidad. Como afirma el mismo autor, su pensa­miento debe ser comprendido desde el final. Pues bien, es al final de su obra, en Llama, cuando nos revelará que la noche oscura es el Espíritu Santo60

, que ahora, después de las purificaciones, se ha tornado en fuego luminoso y ardiente. Desde estas explicitaciones no es inapropiado releer el conjunto de la obra sanjuanista y hacer una lectura trinitaria de la misma, analizando las diversas experien­cias de la Divinidad y observar en cada caso a cuál de las personas corresponde.

Si esto es así, nuestro objetivo ahora es rastrear a lo largo y ancho de los libros sanjuanistas aquellos lugares en los que se pueda detectar el rostro del Padre.

EL PADRE, ORIGEN DE TODO.

En las obras mayores no desarrolla su pensamiento al ritmo de la historia de salvación, ya que su pretensión es hablar de la vivencia de Dios en la persona61

• En los Romances, sin embargo, hace alusión

59 Concilio de Florencia, año 1442: Ds 1330. 60 «La actividad del Espíritu Santo bajo el simbolismo del 'fuego' -en sus

diversas acepciones- es encuadrado por el santo místico español en toda su doctrina de 'noches' con sus tormentos y angustias ... Bastaría recordar esta afirmación fundamental: la llama es el Espíritu Santo... Es el Espíritu del esposo, para situarnos en este plano de progreso espiritual» CM. A. CADRECHA, San Juan de la cruz. Una eclesiología de amor. Burgos, 1980, p. 169).

61 «Pese a su visión ontológica del mundo y al elemento subjetivo de su mística, la manera cristocéntrica de Juan para interpretar la historia bíblica y para aplicar ésta a su misticismo, lo mantiene continuamente sobre un terreno histórico cristológico y objetivo» (J. C. NlETO, Místico, poeta, o.c. p. 163).

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EL ROSTRO DE DIOS EN JUAN DE LA CRUZ 203

expresa a ella62• Pero incluso en las grandes obras deja entrever su

presencia, aunque, como hemos dicho, no lo hará de modo explicito. En los Romances apoyado en la fe y la teología tradicionales

presenta al Padre como origen de todo incluidas las otras dos per­sonas. Un texto paralelo nos deja entrever que el Padre no solamente es un ser personal sino también vital y productor de vida. Podríamos definirle como la misma vitalldad. La figura de la «Fonte» le expre­sa perfectamente. La fuente está siempre manando. Esta imagen también es atribuible a las otras dos personas, que reciben de la Fuente Vitalizadora del Padre ese caudal infinito de corriente, que, a su vez, se convierte también en fuente. El Padre, pues, nos alcanza en las otras dos personas y en la creación entera63

La creación es obra del Padre por el Hij 0 64. Todo lleva la im­pronta del Hijo y su figura. Pero esta figura65 que nos llega en su Humanidad es expresión del ser y del amor del Padre. Pocas veces se ha narrado con tanta finura la relación del Padre con las otras dos personas, sobre todo el Hijo. Para Juan de la Cruz en la Trinidad se da una profunda y gozosa comunidad66

• Se canta la profunda unidad en la diversidad y desde esa experiencia de plenitud se contempla el mundo. La creación ha surgido de ese amor trinitario, cuya fuente es el Padre. La teología habla de que el Hijo es la expresión total del Padre. Toda su tarea en este mundo se reduce a rememorar al Padre, del que es reflejo, incluida su misma Humanidad, desde donde él se deja alcanzar por nosotros.

El ascenso del hombre caído al Padre también es atribuido a éste, quien por medio del Hijo y del Espíritu nos llama. La vida espiritual entera es un camino hacia el Padre. No pocas veces Juan de la Cruz hablará de esa ternura y deleite que Dios (el Padre) infunde en los seguidores de su Hijo, que movidos por su atracción emprenden el duro camino de la negación67

• Hablando de la gracia,

62 Véase nuestro comentario breve del Romance en el capítulo 1: Dios, Cristo y el hombre antes del tiempo, en Hacia Dios con San Juan de la Cruz. Madrid, 1986, pp. 17-26.

63 Cf. F. Rurz, Místico y Maestro, a.c., p. 115. 64 Cf. C 4,3; 38,9. 65 Cf. C 5,4. 66 Cf R 3; 2S 22, 4-7. 67 Cf. lS 13,7.

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le otorgará características maternas, Al aludir a la gracia de Dios, indudablemente se está refiriendo a la ternura del Padre6~. Algunas veces hablará de los pechos de Dios, donde es alimentada el alma69 . El continuamente nos está llamando a su intimidad. Todo el proceso trinitario de regeneración tiene su punto de origen en el Padre, hacia el que, como hemos visto, camina el hombre. En cada estadio de la vida espiritual puede detectarse esa llamada o, mejor, atracción, Creo que una de las expresiones que mejor reflejan el dinamismo ttinita­rio de nuestro místico es aquella del IV evangelio: «Nadie puede venir a mí si el Padre no lo atrae» (6,44). Esa es exactamente la perspectiva en que se sitúa Juan de la Cruz. Y al igual que en el evangelio del discípulo amado, a juicio de algunos, el protagonista es el Padre 70, aunque la obra entera gire en torno a Jesús, lo mismo acontece en los libros de nuestro místico,

Dios Padre es quien llama al hombre desde antes de la creación a su intimidad total. La unión con Dios que es la palabra preferida por Juan de la Cruz para hablarnos de esa unidad en grado sumo es la comunión plena con nuestra fuente originan te, que es el Padre. A lo largo del proceso de regeneración del hombre en la vida del Padre la presencia de éste se va dejando sentir, pero es al final, cuando Juan de la Cruz afirma más claramente la dimensión trinitaria del camino y de la meta: «¡Oh, mano blanda!»7'.

Disponemos de un texto sumamente revelador sobre el Padre como dador de todo bien. Me refiero a la famosa oración de alma enamorada. En ella se van desgranando la creación y los diversos estratos de la historia de la salvación como derroche del Padre sobre el hombre. Ese texto confirma cuanto vamos diciendo, es a saber,

68 «La amorosa madre de la gracia de Dios, luego que por nuevo calor y hervor de servir a Dios reengendra el alma ... porque la hace hallar dulce y sabrosa leche espiritual... Porque le da Dios aquí su pecho de amor tierno» (1N 1,2).

69 Cf. 1N 1,2, C 27,1-2 70 «Es curioso observar cómo, lejos de ser el centro de atención de Jn,

Cristo cede su lugar a Dios Padre. En el cuarto evangelio, el Dios de Israel, que es el Padre de Jesús, sigue siendo el actor principal. Juan nos ayuda así a no caer en un cristocentrismo de mala ley. Jesús no aparece nunca sin una cierta relación con su Padre» (X. LÉoN-DUFouR, Lectura del evangelio de Juan. Jn 1.4. Vol 1, Salamanca, Sígueme, 1989, p. 24).

71 Cf. Ll 2,16.

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que en toda la realidad que nos alcanza se encuentra el Padre como origen y término de la misma, aunque sin olvidar la mediación de su Hijo en el que el Padre nos lo ha dado todo. El centro medular es Cristo al que se goza directamente, pero como don del Padre. La oración de alma enamorada72 es una síntesis e indicador perfecto de todo el proceso, aunque, como hemos señalado, se dan textos donde se tiene experiencia directa del Padre, siempre, como es obvio, en el ámbito de las otras dos personas.

LA CRISIS DEL PADRE

El primer paso hacia el encuentro con Dios se refiere a la puri­ficación de los sentidos. El sentido es el medio por el que nosotros nos relacionamos más inmediatamente con las cosas. El intento de superar ese medio a través de las purificaciones y la transcendencia se percibe como contrariedad, renuncia a lo que al sentido le corres­ponde por naturaleza. Se produce una cierta violencia. Dios aparece en este primer momento como contrario al hombre 73. Pero esto es solamente el comienzo de la crisis, porque ésta se irá acentuando a medida que el alma se introduce más profundamente en las zonas de la purificación, que alcanza sus cotas más altas en la noche pasiva del espíritu, cuando Dios y el hombre parecen del todo contrarios; al menos ésta es la sensación más fuerte que embarga al ser huma­n074

• La idea de que Dios no está hecho para él le tortura ininterrum­pidamente75

72 Cf. el rico comentario a esta oración, de J. V. RODRÍGUEZ en su obra San Juan de la Cruz. Profeta enamorado de Dios, a.c., p. 158-168.

73 «En el libro primero de Subida, el autor es duro de consignas y escaso de motivación teológica. Menciona los fundamentos, pero no los explica. Los desarrolla de forma amplia y razona en los libros II y III al exponer la vida teologal» (F. RUIZ, Místico y Maestro, a.c., p. 163).

74 Cf. F. URBINA, Comentario a Noche oscura del espíritu, a.c., p. 98-107. 75 «Lo más duro y eficaz de la noche oscura es el sentimiento de lejanía y

abandono por parte de Dios; aun cuando intervengan otros factores ... De hecho sucede que los varios modelos que conocemos de esta experiencia, con sus realizaciones diferentes convergen todos en el punto focal: Dios ausente, eno­jado, inexistente» (F. RUIZ, Síntesis doctrinal, en V ARIOS, Introducción a la lectura, a.c., p. 263).

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Pero vayamos por partes. En los comienzos de la purificación se da algo similar a lo que acontece con el niño a quien la madre quiere enseñar a caminar76

• El niño nunca logrará comprender el porqué de aquel ejercicio tan trabajoso pudiendo ella ahorrárselo tan fácilmen­te. Como a lo largo de toda su obra también aquí Juan de la Cruz es sumamente exigente. No es raro que al entrar en contacto con estas páginas muchos lectores encuentren este primer libro de Subi­da, donde se aborda este momento, demasiado exigente y les ponga en cuestión su teología de las realidades terrenas. Nos estamos refi­riendo a esa primera lectura en la que este tratadillo sanjuanista aparece como exponente de una teología un tanto jansenista y ma­niquea77

• Pero, por otra parte, pueda estar significando que muchos lectores, incluso cultos, no han llegado a comprender del todo que para acercarse a Dios en su realidad de gracia, es decir, de Padre, es imprescindible la renuncia o, mejor, transcendencia de uno mismo78

Juan se referirá al inmenso Padre 79 o Dios infinit080 que habla en caminos de etemidad y al hombre en vías de came y tiemp08l. Es cierto que en todo este proceso el punto inmediato de la llamada lo efectúa Jesucristo, en quien el Padre nos conduce a él. Pero también lo es que el origen de la llamada es el Padre.

En esta contradicción de los sentidos se entra en una dimensión nueva donde Dios ya no aparece como uno más u otro dentro del campo de nuestro nivel, sino como el Otro82

• Por primera vez el hombre siente que Dios es otra cosa, el Misterio, y que todos sus

76 Cf. S prol 3; Ll 3,36 donde aparentemente alude al tema de nuestro texto en sentido contrario.

77 Cf. J. D. GAITÁN, Negación y plenitud en San Juan de la Cruz. a.c. 44-88.

78 «El lugar originario de la experiencia de criatura no es la cadena en serie de fenómenos que transcurren en la temporalidad vacía, sino la experiencia transcendental, en la que el sujeto y su tiempo mismo son experimentados como llevados por el fundamento incomprensible» (K. RAHNER, Curso funda­mental sobre la fe, a.c., pp. 104-105.

79 C 27,1. 80 Es uno de los atributos que Juan de la Cruz aplica con frecuencia a Dios

2S 9,1; 17,8; 3S 21,2; C 1,5; 7,9; 14,5.10; Ll 2,2; 2,20; 3,2.22. 81 «Él está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros, ciegos,

sobre la tierra, y no entendemos, sino vías de carne y tiempo» (2S 20,5). 82 Cf. S. GUERRA, San Juan de la Cruz y oriente, a.c., 514-541.

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EL ROSTRO DE DIOS EN JUAN DE LA CRUZ 207

criterios acerca de él son meras palabras; es necesario que el mismo actúe dentro de las fórmulas y las concepciones teológicas para que éstas alcancen su verdadero objetiv083

• Juan atribuye a la cruz de Cristo esto que él llama la muerte de los sentidos84

• Más adelante cuando el hombre haya escalado cumbres mayores nos hará com­prender cuán distinto es el Dios de los sentidos del rea18s

• En esta caso los sentidos no son criterios de verdad. Es más, pondrá de relieve que cuando Dios llega a raudales al corazón del hombre son incapaces de captarle.

El Dios que aparece en las fórmulas de fe como Padre está entrando en una comprensión más profunda. Cuando ésta alcanza al hombre no purificado es «captada» en una dimensión muy periférica ya que el nivel sobrenatural no ha entrado en lo profundo 86. En la medida que el camino de Jesucristo impregna al sujeto, en esa mis­ma proporción la fórmula expresa o, mejor, derrama su contenido.

La maternidad de Dios se deja sentir más cuando se alcanza la noche pasiva. Es el momento en el que Dios retira del todo su con­solación que el sentido experimentaba al separarse de la mundanidad y abrirse a lo religioso y que todavía captaba, sin que él tuviera con­ciencia de ello, en la categoría de lo terreno. Lo religioso era para él una forma más de lo sensorial; no se daba ninguna transposición.

Ahora, perdida esa consolación, surge un gusto más exquisito y delicado, aunque a los principios apenas si se siente, es casi imper-

83 Aunque es cierto que en la percepción ordinaria de lo religioso las fór­mulas teológicas recaen principalmente sobre la inteligencia, en su aceptación se pronuncia el hombre entero, incluidos sus sentidos. De ahí la necesidad de su purificación (transcendencia). Con acierto F. Urbina antepone a su estudio sobre el libro de Subida un apartado titulado: «Una teología bíblica de la transcendencia de Dios», O.c., pp. 25-27.

84 Se dan muchos paralelos en estos primeros estadios entre el pensamiento de Juan de la Cruz y las religiones orientales, pero Juan cristologiza siempre su pensamiento. Esto no sólo aparece en lS sino también en Dichos de luz y amor.

85 Precisamente cuando está finalizando el Cántico no olvida retornar sobre esta incapacidad del sentido para gustar a Dios; cf. C 40,6: «Porque esta parte sensitiva con sus potencias no tiene capacidad para gustar esencial y propia­mente de los bienes espirituales, no sólo en esta vida, pero ni aun en la otra».

86 Se plantea aquí el problema entre la comprensión de la fe y su vivencia. Problema nunca resuelto. A Juan de la Cruz también le ha preocupado esta temática; cf Ll 1,5.

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ceptible, pero poco a poco se hace embriagante. Es el calor maternal de Dios, que está dando vida a un nuevo ser; esa criatura que se resiste a nacer87 .

La noticia oscura y amorosa, a través de la cual Dios llega al alma, es calor materno que adviene al sentid088, y le purifica, pro­duciendo grandes períodos de sequedad. En realidad es el Padre que quiere entrar en el hombre. Es su «mano blanda»89 que toca al sen­tido, pero que al no tener capacidad para ello, siente ese toque de­licado y precioso como algo áspero y duro, casi insoportable. De momento, la persona ignora quién sea el protagonista de esa acción, pero no es otro que el Padre que acaricia al sentido con mano blanda o, mejor, con su toque delicado, que es el Hijo.

Esta primera fase nos abre a una nueva realidad: a la regenera­ción de la parte espiritual del hombre, que comprende aquellas zonas que la terminología clásica denomina facultades intelectuales.

En efecto, el yo a través de sus facultades: memoria, entendi­miento y voluntad se adhiere al misterio revelado. Pero aquí sucede lo mismo que anteriormente hemos observado: es necesaria la doble purificación. En un primer momento, en la purificación activa, el hombre trata de acomodar esos espacios a la luz que surge de las virtudes teologales90

• Al ritmo de este movimiento emerge una nue­va «forma» de Dios. La razón se abre paso a una nueva comprensión de la realidad. Pero ésta queda un tanto redimensionada por la mis­ma contextura natural del hombre. Así la fe o luz sobrenatural no

87 Ese calor a cuyo amparo según Juan de la Cruz se genera el nuevo ser, puede referirse al Espíritu Santo. Así piensa Santa Teresa: «Entonces comienza a tener vida este gusano cuando con la calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios» (5M 2,2).

88 Cf. S. CASTRO, «Cristo vivo» en luan de la Cruz, a.c., 471-474. 89 Al hablar de mano blanda ¿no estaría aludiendo a una percepción feme­

nina y maternal del Padre? Para comprender las posibilidades de percepción que pueden existir en estos detalles aparentemente intranscendentes, cf. S. DEL CURA DE ELENA, Dios Padre/Madre. Significado e implicaciones de las imáge­nes masculinas y femeninas de Dios, en V ARIOS, Dios es Padre. Salamanca, 1991, pp. 277-314.

90 «No hay cosa que más grande me parezca en el sistema místico de San Juan de la Cruz, que ese reducirlo todo a las virtudes teologales: fe para la inteligencia; esperanza para la memoria; caridad para el corazón» (Escuela mística carmelitana. Madrid, 1930, p. 29).

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ejerce del todo su potencialidad porque es el hombre quien efectúa la operación91

• Lo mismo ha de decirse de las otras dos virtudes teologales. En todo caso la razón debe abrirse a esa sabiduría incon­mensurable, que es la fe y el amor, a la gracia inaudita que crea al hombre gratuitamente, y la imaginación, al Inmenso Padre que trans­ciende toda imagen, pues la Sagrada Escritura le expresa sin imagen ni configuración92

• Nos encontramos en el momento teologal del Libro segundo y Tercero de Subida, en el que generalmente se habla de Dios sin determinación alguna, aunque por el contexto, se refiere al Padre93

La pluma de Juan de la Cruz nos va dibujando a lo largo de estos dos libros de Subida un Dios sin imagen, sin posible configuración. Cualquier visión por alta que sea no es ni siquiera un barrunto; dígase otro tanto de los sentimientos o contactos afectivos. Dios, el Padre está más allá de esas percepciones94

• Es cierto que, a través de las virtudes teologales la persona se va haciendo esta idea de Dios, pero en la práctica, como es el mismo hombre quien se adapta a dichas actitudes, éstas de alguna forma quedan subordinadas a él. Se necesita la purificación pasiva95 para que las virtudes alcancen su dinamismo propio. Sin embargo, queda efectuada la corrección de la razón, de la imaginación y la sensibilidad, aunque no plenamente.

91 «No aparece, en cambio, en estos primeros capítnlos fundantes de mi obra el principio compensatorio de una analogía transcendental entre el ser divino y el ser creado. Su teología parece más «barthiana» «que tomista», aunque Barth rechaza el valor del conocimiento tan presente en la experiencia del maestro español» (F. URBINA, Comentario a Noche oscura, o.c., pp. 26-27).

92 Ello no supone que se oscurezca el elemento cristológico, que, sin duda, es clave; cf. en este sentido J. CATRET, «La persona de Cristo y la fe». Revista de Espiritualidad 34 (1975), 69.

93 El análisis de todos estos pormenores nos llevaría demasiado lejos. Bás­tenos situarnos en el capítulo 22 de 2S, cuya argumentación ananca del 17 del mismo libro. Pues bien, en este capítulo el pensamiento se centra en Cristo, palabra increada del Padre. El origen de todo el movimiento salvacional se halla en el Padre.

94 Esto aparece sobre todo en la virtud de la esperanza: «Por lo cual así lo haremos ahora en la memoria, sacándola de sus limites y quicios naturales y subiéndola sobre él, esto es, sobre toda noticia distinta y posesión aprenhen­sible, en suma esperanza de Dios incomprehensible» (3S 2,3).

95 En ellas las virtudes teologales alcanzan su máxima capacidad de comu­nicación de Dios.

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Pero el Dios derivado de esta purificación activa del espíritu per­manece atrapado por los contextos humanos, no es la gracia la que impone sus criterios. Esto va a tener lugar en la purificación pasiva de las zonas espirituales, espacio muy amplio en la doctrina sanjua­nista y en la que él se muestra como un maestro totalmente originaL

No obstante, en la purificación activa del espíritu surge un Dios nuevo96

, aunque configurado por esas facultades que se doblegan a lo sobrenatural, pero desde ellas mismas, por lo que no pueden ejer­cer su influjo pleno sobre el hombre. La historia de la salvación y los contenidos de la dogmática se imponen cada vez más depurados, estamos, no lo olvidemos, en el segundo y tercer libro de Subida.

La persona del Padre se nos muestra cercana en la gracia del Hijo al que no perdonó por nosotros los horrores de la cruz97

, pero también aparece distante para nuestro modo mundano de concebir las cosas. La imagen que de él nos habíamos hecho desde una pri­mera aproximación a la fe, ahora bajo esta nueva luz correctora nos obliga a sobrepasarla98

• La paternidad sólo se descubre yendo más allá de todo conocimiento, imaginación y afecto que previamente teníamos de Dios, derivados de la luz natural y de una fe sobre la que nosotros proyectábamos nuestros propios criterios mínimamente afectado por ella. Ello ya nos está haciendo ver que la mera adhesión a las virtudes teologales no produce los efectos debidos, es decir, que estas virtudes no logran imponer su criterio sobre el hombre. En los capítulos 7 y 22 de 2S, plenamente cristológicos, tiene sumo cuidado en que las imágenes previas de Dios queden corregidas. De modo que también aquí nos encontramos con la crisis del Padre99

96 «Este tiempo del proceso espiritual guarda similitudes con el de la vida pública de Jesús, cuando enseñaba a sus discípulos en el camino hacia Jerusa­lén» (S. CASTRO, Hacia Dios, a.c., p, 57).

97 Cf. 2S 7, capítulo que recalca la tragicidad de la vida de Cristo y sobre todo de su muerte. En él no aparece la entera cristología del Santo, como han supuesto algunos. Cf. la clarificación de este tema en F. RUlZ, Introducción a San Juan de la Cruz, o.c., p. 371.

98 «De hecho toda la negación que impone el Santo a sus seguidores se basa en esta aniquilación de Cristo en la Cruz. No opinan así algunos que no per­ciben ese nexo; cf. J. C. NIETO, Místico, poeta, o.c., p. 216.

99 De este punto se deriva el que hoy se halle en crisis el título de padre, referido a Dios, debido a que ha podido proporcionarnos una visión de Dios en la línea del varón. Se ha propuesto corregirla con la idea de madre. Pero ambos

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EL ROSTRO DE DIOS EN JUAN DE LA CRUZ 211

Características fundamentales de su persona son, como ya hemos dicho, las que le atribuyen la historia de la salvación y la teología. La mística, por su parte, le presenta sumamente exigente a la hora de dar a conocer su identidad. El hombre apenas puede rastrear sus caminos y es casi incapaz de comunicarse con él, pues sus palabras están llenas de misterio. Su transcendencia se impone sobre todo a pesar de su cercaníalOO

Pero por otra parte, el hombre se ve sin posibilidades de salir del ámbito del Padre. Desde este punto de vista se siente envuelto en la tragedia: cercano y distante de Dios al mismo tiempo. El amor in­menso de Dios para con él, del que es consciente, no le resulta asequible. Esta distancia se percibe mejor a medida que se adentra en las virtudes teologales. Desde aquí comprende las múltiples tram­pas que le tiende la mundanidad en la captación de lo religioso para hacerle fácilmente accesible ese Dios que busca. Trampas que le conducen a un ídolo. No al Dios auténtico. Es necesario traspasar múltiples capas de nuestro ser y de nuestro mundo para alcanzarlo de verdad y no hacer del Dios Padre, una sublimación «paternalista» de los progenitores humanos lO1

.

Al final se le encuentra, pero en el contacto de espíritu a espíritu, en el toque sustancial. Aparece como algo innombrable, su rostro no se deja dibujar, se pierde en una experiencia de transcendencia lO2

• La

títulos, si uo se purifican las capacidades receptoras del hombre -inteligencia y voluntad- seguirán siendo sumamente imprecisos, tanto separados como unidos. Sobre esta problemática cf. S. DEL CURA ELENA, Dios Padre/Madre, o.c., pp. 277-314.

100 Exponente de esto son unas palabras de Juan de la cruz: «De donde es de notar que por grandes comunicaciones y presencias y altas y subidas noti­cias de Dios que un alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente Dios, ni tiene que ver con él» (1,3).

lOl «Como un profeta del A.T. Juan de la Cruz está lleno de celo por la divinidad de Dios, por su santidad y por su transcendencia. Toda la doctrina de San Juan de la Cruz expresa la convicción de que Dios es 'totalmente otro', diferente en todo del hombre» (M.-A. RACCART, «Transcendence de Dieu et relation au monde: Jean de la Croix et Dietrich Bonhoeffef». Carmel 18 (1974) pp. 10-11.

102 Pero no es un «místico de la nada o de una divinidad difusa que relegase al olvido la Persona y la Palabra divina encamada en Cristo. Objeciones que parecen adivinarse en la postura de algunos teólogos y escritores espirituales modernos, como Brunner, Barth y Heilef» (J. CATRET, La persona de Cristo y la fe, o.c., p. 69).

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más alta experiencia del libro de Subida tiene lugar en ese encuentro sustancial. Juan de la Cruz en este caso habla de la divinidad, pero ciertamente se está refiriendo al Padre, Se trata de un encuentro realizado en la profundidad de Dios, la más alta cumbre que se pueda escalar en la vida mística.

De esta expetiencia surge una «comprensión» de Dios que des­plaza la visión auténticamente infantil precedente. La imagen que prevalece en este momento es la de Transcendente. Tanto la figura de Ctisto en el capítulo séptimo del segundo de Subida como la del 22 del mismo libro nos muestran un Dios sorprendente103

En 7 2S la figura de Cristo crucificado brilla como el juicio de Dios sobre la realidad mundanal. Juicio, no condenatorio, pues la actitud que adoptó con su Hijo nos impide esa valoración, pero sí crítico. El hombre ha de entrar en una dimensión nueva crucificando su existencia mundana. En el caso de Cristo no tuvo este sentido, pues él era la santidad absoluta, pero su crucifixión nos sirve de paradigma de cuanto ha de acontecer en los miembros de su cuerpo, a la vez que lo sucedido en él es ofrenda del Padre a favor de los hombres para hacerles entender que la cruz constituye el medio imprescindible para alcanzar la filiación.

En segundo Subida 22 es Ctisto la única palabra que expresa al Padre. Esta noción de palabra no debe desconexionarse de su reali­dad crucificada, ya que Jesús es palabra como Logos que es del Padre, pero para nosotros alcanza esa realidad en la expresión de su carne, Logos encarnado. En ambos casos se presupone una desmi­tización completa del Dios tradicional 104

• Por consiguiente en esas expresiones de Cristo la idea de Dios Padre queda totalmente reno­vada y transcendida.

El hombre se comienza a comprender a sí mismo de modo dis-

103 «La máxima profundidad se desmitologiza» al concentrarse en la expe­riencia del hombre Cristo Jesús. Para Juan de la Cruz el momento cumbre de la cristología se halla en la cruz. «y así hizo en él la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho» (2S 7,11).

104 No estoy de acuerdo con el gran sanjuanista Eulogio Pacho cuando afirma: «La 'teología' sanjuanista es rica y sugerente, pero no ofrece noveda­des singulares en el tema de Dios. Reasume la tradición cristiana y la elabo­ración doctrinal de su tiempo» (San luan de la Cruz. Temas fundamentales-l. Burgos, 1984, p. 192).

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tinto. Las fórmulas de fe «entendidas» dentro de este nuevo horizon­te de captación están ejerciendo un influjo directo y profundo en lo más medular de la persona.

Pero esta reformación de las facultades espirituales es una pre­paración para la gran crisis del Padre que se avecina en la terrible noche oscura del espíritu. Aquí Dios viene al hombre a su propio modo !Os . Este experimenta la distancia que le separa de él. Siente a Dios como su contrario lO6

• El Padre se oscurece totalmente ante su vista. Dios ya no es la luz que él se imaginaba. Sigue sabiendo que Dios es la santidad y la bondad por excelencia, pero él se ve a tal distancia que llega a pensar que esa bondad no le alcanza, no es para él y no lo será nuncalll7

La noche oscura es uno de los momentos en que el ser humano se conoce mejor a sí mismo. Se percibe sobre todo en su finitud y fragilidad, y a Dios en su bondad, hermosura y belleza absolutas. La noche sanjuanista es una inmersión en lo profundo de uno mismo y de Dios, un bautismo regeneracional. Para poder comprender bien qué es la gracia se precisa primero conocer a fondo la naturaleza y la noche oscura nos pone ante ella con toda crudeza!08. Esta primera sensación se refiere a la distancia intelectual y cordial. Hasta aquí, aunque Dios se mostraba como el trascendente, parece como si el entendimiento a la luz de la fe comprendiera y exigiera que Dios lo fuera. En la noche presente el entendimiento queda totalmente trans­cendido y perdido del todo con respecto a Dios. Dios se muestra en

105 «Ce n'est done pas seulement avec l'idée de Dieu que l'hornme alors entre en lutte, mais avec Dieu meme. Saint Jean de la Croix cite a ce sujet des textes d'une puissance singuliere» (G. MOREL, Le se/lS de l'existence selo/l S. Jean de la croix, a.c., p. 92).

106 «Le parece estar Dios contra ella y que ella está hecha contraria a Dios. Lo cual es de tanto sentimiento y pena para el alma. Porque le parece aquí que la ha Dios arrojado» (2N 2,5).

107 Bajo no pocos puntos de vista la noche oscura es más trágica que el ateísmo. Pues en éste todo se resuelve en la nada, mientras que en la noche oscura la nada del hombre es no poder experimentar al Dios que existe.

108 «El hombre siente que se le arranca su modo de ser y de comprender, natural y espiritual, y ante los nuevos e infinitos horizontes, que se le están abriendo pierde la orientación y tiene la sensación de que se conmueven sus cimientos: toca la nada existencial. La experiencia es tan fuerte que si Dios 'no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adolmeciesen presto, moriría muy en breves días» (S. CASTRO, Hacia Dios, O.c., p. 90).

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su ser y en su actuar como un tanto absurdo. La persona pierde todo apoyo existencial, se halla carente de sentido, a oscuras, no queda el más mínimo resorte en la configuración de Dios, que se convierte para el alma en tinieblas para su entendimiento y tormento penoso para su voluntad. Como si fuera un peso que se cierne sobre el hombre y amenazara destruirlo. Esta experiencia no se produce al margen de la fe, sino en el interior de ella, pues es precisamente ésta, la fuente de donde le manan al alma todos los bienes, pero ya no pasando por el control de las potencias. De ahí la sensación de pérdida de horizontes que aquí se produce.

Junto con esta experiencia de oscuridad en la inteligencia despun­ta en la voluntad el vaCÍo y la sequedad más penosos. Dios se con­vierte para el alma, que hasta ahora ha ido tras sus huellas, en el causante de este dolor. Dios aparece ahora como claramente contra­rio al hombre. Ya desde el comienzo de las noches se iba observando esta contrariedad. Pero ahora el hombre llega hasta pensar si Dios pretende destruirlo, porque en él se están produciendo sentimientos muy dispares. Por una parte, siente que ama a Dios y, que no le interesa ninguna otra cosa, pero por otra, observa que ese Dios cada vez parece más distante y su proximidad produce en él efectos de muerte.

Aunque en esta noche se dan ráfagas de luz en las que el alma es transportada a experiencias reconfortantes 109, el conjunto de la misma está orientado a transformar mediante la purificación de las raíces del ser todo el hombre. Esos intervalos a los que hemos alu­dido tienen por objeto permitir un nuevo respiro en la agonía para que la purificación, que enseguida vendrá, llegue más adentro.

Juan de la Cruz no parte del presupuesto protestante según el cual el hombre se halla corrompido. Piensa más bien en las finitudes que le han ido modelandollO

• Las imperfecciones de la naturaleza y

109 Exponente de estas ráfagas de luz puede ser 19,4: «Dale Su Majestad muchas veces y muy de ordinario el gozar, visitándola en espíritu sabrosa y deleitablemente, porque el inmenso amor del Verbo Cristo no puede sufrir penas de su amante sin acudirle».

[!O Es cierto que la doctrina de Juan de la Cruz presupone el pecado original (cf lS 15,1); «Mas no todo ha quedado destruido por el pecado. Se da siempre incluso cuando el alma está caída una referencia seral a Dios que posibilita la

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el propio pecado le han disminuido grandemente sus capacidades de trato con Dios lll

. A esto hay que añadir su ser mismo de finito, que tiene que adaptarse a la recepción de la gracia para que desde esa elevación se abra a Dios que pretende venir a él. La noche oscura, pues, se exige a partir de esa doble perspectiva de finitud y pecado que envuelven enteramente la vida del hombre. Desde este punto de vista el ser finito y el ser eterno se sitúan como polos de contradic­ción, que sólo le es posible salvar a Dios mismo a través de su gracia. El hombre percibe ahora con absoluta nitidez que la comu­nión con Dios es un don inmerecido, un regalo, una posibilidad; en realidad es como si Dios nos recreara para ello. Nos engendra de nuevo para el encuentro l12

• La noche produce regeneración constitu­cional, todo el ser se levanta a un nuevo modo, se recrea desde las propias raíces. Pero a los ojos del alma Dios no aparece como Padre o ternura salvo en esos momentos de interpolación de gozos. Hemos llegado a la crisis más profunda del Padre.

A partir de aquí se comienza a restituir la imagen de Dios, a través de parámetros exclusivamente revelacionÍsticos, captados desde una existencia ya liberada de los filtros de la imperfección y del pecado. De otro modo, la imagen de Dios pondría en crisis al auténtico Dios, que emerge en el hodzonte del alma después de la noche oscura. Ahora comprendemos por qué es un don poder llamar a Dios Padre y por qué sólo lo podemos hacer en Jesucdsto. La noche ha sido el seno materno donde él nos ha engendrado. En medio de esa dolorosa oscuridad, al igual que en el vientre de la

conservación y continuidad de su existencia humana» (F. GARCÍA MUÑoz, Cris­tología, O.c., p. 93)

111 Juan de la Cruz refleja detenidamente este mundo de imperfecciones cuando habla de cada una de las purificaciones e indirectamente al referirse a las vivencias de la unión. Un texto sanjuanista le podría hacer comprender al lector la honda incisión del pecado en el hombre, por mínimo que éste parezca: «No se pude explicar con palabras, ni aun entenderse con el entendimiento, la variedad de inmundicias que la variedad de apetitos causan en el alma, porque si se pudiese decir y dar a entender, sería cosa admirable... ver cómo cada apetito, conforme a su calidad y cantidad, mayor o menor, hace su raya y asiento de inmundicia y fealdad en el alma, y cómo en una sola desorden de razón puede tener en sí innumerables diferencias de suciedades» (lS 9,4).

112 Sobre los presupuestos y metas de la antropología sanjuanista, cf. C. GARCÍA, Juan de la Cruz y el misterio del hombre. Burgos, 1990.

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madre, se ha ido gestando un nuevo ser. Ya hemos dicho que el autor habla en este caso de Dios, pero el contexto literario y teoló­gico exigen que ese Dios sea la primera persona trinitaria, quien desde ella nos ha engendrado 113.

EL PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

El pensamiento de Juan de la Cruz es trinitario, aunque estruc­turalmente se muestre cristocéntrico. La figura de Cristo es central en esta espiritualidad. En algunos libros de nuestro autor, ya lo hemos dicho, el protagonista literario y teológico lo detenta Jesucris­to, pero siempre como medio-término para la unión con Dios, con el Padre. Hemos utilizado la expresión «medio-término», para dejar bien claro que Jesucristo no es algo que se supera llegada la comu­nión. Jesucristo permanece siempre. Es él quien posibilita esa comu­nión Cuando decimos, Jesucristo queremos connotar su Humani­dad l14

• Ella ya permanecerá siempre no sólo como realidad que hace posible esa comunión, sino también como la que la mantiene para siempre. La unión es esencialmente trinitaria, pero al igual que el Hijo mira siempre al Padre y el Espíritu es la referencia amorosa del Padre y del Hijo, el hombre se unirá al Padre en términos similares, es decir, en la comunión con el Hijo realizada desde el Espíritu 115.

La persona de Jesús es pura donación del Padre. En su Huma­nidad se nos ha revelado el rostro de Dios. Juan contempla a Cristo

113 Aun teniendo en cuenta, como ya hemos dicho, que la Noche oscura y la Llama son el Espíritu Santo, es éste en conformidad con la tradición entera el seno del Padre que fecunda toda la realidad hacia fuera. Gestó la Humanidad de Cristo, genera al cristiano en el bautismo, y hace surgir de éste al hombre perfecto, configurado a la medida de Cristo

114 «El corazón no sólo es el centro original de la existencia humana del Señor, sino que, siéndolo es el centro de la mediación, y sin él no hay posible acceso a Dios; es una puerta que nunca se puede dejar atrás -aquí las palabras humanas son sumamente inadecuadas-o Sólo se llega pasando continuamente por el centro mediador de la Humanidad de CristO» (K. RAHNER, Eterna signi­ficación de la Humanidad de JeslÍs para nuestra relación con Dios, en Escritos de Teología, IlI. Madrid, 1968, p. 59).

115 Si tenemos presente que la noche y la llama son el Espíritu Santo se comprende fácilmente cuanto acabamos de afirmar (cf. 2N 20, 4; Ll 1, 3).

r

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EL ROSTRO DE DIOS EN JUAN DE LA CRUZ 217

como al Hijo de Dios enamorado del hombre, que no duda en asu­mir la negación total de sí mismo, cuyo momento cumbre se halla en la cruz, donde se hace evidente la verdad de su amor l16

• En la cruz queda también crucificado el Padre. Nuestro autor no hablará expresamente del dolor de Dios, pero siempre le presentará en refe­rencia vital y cordial con el hombre, no es un principio inmóvil. Esa búsqueda del hombre bajo la imagen de la amada, hasta rescatarla de todas sus esclavitudes, dibuja un rostro matemo de Dios. En esa tarea incansable del Hijo se halla presente el Padre. Aquí nos encon­tramos con la expresión paulina: «me amó y se entregó por mí». A la que enseguida sigue un himno de acción de gracias al Padre por ese derroche de amor en su Hijo.

La experiencia de Cristo abandonado en la cruz le hace entender al alma el sentido de la noche ll7

. Dios concede como gracia al hom­bre aquello que un día dio a su Hijo. Aquel Dios que se mostraba como contrario al hombre en la noche, ahora surge como el Dios materno, que no pretende otra cosa que divinizar a su criatura ll8

El libro de Cántico y en parte Llama nos hablarán de la expe­riencia nupcial con Jesucristo. El hombre se experimenta como un tú frente a Dios 119. Será un tú en relación de igualdad regalada; no como un hijo frente a su padre en que la alteridad se establece de inferior a superior, sino, y ahí se halla la paradoja, un tú de igual a igual. Aunque el simbolismo utilizado para transmitir esta experien­cia tenga un carácter nupcial, ¿no estaremos ante una realidad del Padre que va mucho más allá de todas nuestras suposiciones y ca­tegoría? Dios Padre en su Hijo se enamora de su criatura, se deja sentir como pura ternura.

Ese intercambio que se produce en la relación con Cristo por el que al hombre se le transfieren los dones de Dios, es la comu­nicación de una nueva naturaleza. Juan de la Cruz l20 ve en ello un

116 Muchos textos sanjuanistas podríañ corroborar esta afirmación, pero es suficiente con recordar la poesía del Pastorcico. Puede verse un breve comen­tado a la misma en mi obra Hacia Dios, a.c., p. 53-54.

117 «Para que entienda el buen espiritual el mistedo de la puerta y del camino de Cristo» (2S 7,11).

118 Cf. C 27, 1-2. 119 Cf. LUClEN MARIE, L'expérience de Dieu, oc., p. 75-76. 120 Cf. Ll 3, 7.

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retorno al Paraíso, nueva creación, en los esponsales con Cristo. Cántico va describiendo lentamente este proceso, mientras que las virtudes se van infundiendo en el alma cada vez más profundamen­te hasta llegar a las raíces del ser. Se dibuja en la amada el rostro de Cristo, el Hijo. Así ella se convierte a su vez en hija l21

• En la gracia nupcial se obtiene la filial. Nupcialidad y filiación se hallan íntimamente compenetradas. En el matrimonio con Cristo se revela plenamente el Padre.

La figura de Jesús contemplada desde los «esplendores» de la noche oscura constituye para el hombre la imagen más inmediata de Dios. Se cumplen así las palabras de Jesús: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). En el contexto de estas palabras la comprensión de Jesús se realizaba en el ámbito de la experiencia pascual y la conversión profunda de sus discípulos. No se trata, pues, de cualquier visión de Jesús. La visión joánica siempre tiene una perspectiva teológica por la que la inteligencia se sumerge y profundiza el sentido de Jesús a través del Espíritu Santo. Esa re­velación es fruto de esa mirada que el Espíritu vigoriza desde dentro 122. En este sentido Juan de la Cruz denominará a Jesús «figura». La figura de Dios que debe configurar al hombre a su imagen123

• Así éste se hace hijo en el Hijo. En la transformación o configuración con Cristo, se experimenta lo más hondo del Padre, porque es el momento en el que el hombre se hace hijo. Es en esa experiencia de regeneración, que constituye la transformación en Cristo, cuando se da la más alta percepción del Padre. Así, pues, Cristo realiza con su existencia redentora la paternidad de Dios sobre los hombres.

121 «El que a ti más se parece/ a nú más satisfacía! y el que en nada te semeja! en nú nada hallaría». Toda esa sección segunda del Romance <<In principio erat Verbum» muestra que el Padre no puede hallar complacencia alguna fuera del Hijo. Por eso el Padre en la unidad del hombre con Cristo ve una esposa y una hija.

122 «El evangelio de Juan es el resultado de una profunda relectura de la vida terrena de Jesús a la luz del Espíritu» (J.-O. TUÑI V ANCELLS, Jesús y el evangelio en la comunidad joánica. Salamanca, 1987, p. 64.

123 Cf. C 5, 4; 11, 12.

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NACIDOS HIJOS EN EL SENO DEL ESPÍRITU SANTO

En el libro de Llama el protagonismo del Espíritu Santo es sin­gular. Los últimos retoques de la unión se atribuyen al él124

• Este hecho ha confundido a algunos estudiosos, que han supuesto que la influencia del Espíritu quedaría reservada principalmente a ese mo­mento, mientras que en el resto del camino sería marginal. Pero es el mismo autor quien ahora nos señala que esa llama que iluminaba y daba calor en otro tiempo, cuando no se hallaban en el alma las debidas disposiciones, era para ella oscura tiniebla, o sea, noche oscura. Identifica así en alguna medida nuestro autor al Espíritu Santo con la noche 125

• El Espíritu no sólo es la Llama de amor viva, sino también la Noche oscura del alma.

Juan de la Cruz nos hablará del seno tenebroso donde el hombre viejo ha de COlTomperse para que pueda surgir el nuevo. También al Espíritu le incumbe en estos primeros encuentros con el hombre esa operación dolorosa y tremendamente dura del proceso al que ya nos hemos referido de la noche oscura. El Padre como en los orígenes de la creación sobre el caos informe proyecta su Espíritu para que de él surja la vida. Primeramente el Espíritu delTama la gracia sobre las raíces del hombre, oscureciendo con su luz la natural del alma. La oscuridad producida se deriva de la resistencia que las facultades y el ser del hombre oponen a esta primera llegada del Espíritu; así como la sequedad que se siente viene causada por la inmensa suavidad del espíritu para la que el alma en estos momentos se halla incapacitada.

El Espíritu, que es la belleza, la luz y la suavidad del Padre, hiere profundamente el ser del hombre, que se halla sin resistencia

124 Los especialistas notan que la filiación se resalta de forma especial: «Nominalmente la referencia al Padre es brevísima (Ll 3,16.47); un poco más amplia la del Hijo-Verbo-Esposo, aun cuando siempre la plenitud de vida que disfruta el alma en este estado espiritual la presenta imlefectiblemente como filial (Ll 1, 27; 3, 10; 4, 3-4.16). Por eso tal vez esté en lo cierto F. Ruiz cuando dice que 'el poema es probablemente cristocéntrico'» (M. HERRÁIZ, «Llama de amor viva», a.c., 382).

125 «La actividad del Espíritu bajo el símbolo del 'fuego' -en sus diversas acepciones- es encuadrada por el santo místico español en toda su doctrina de 'noches' con sus tormentos y angustias y con los frutos y bonanzas que nacen de ellas» (M. A. CADRECHA, San Juan de la Cruz. Una eclesiología de amor. Burgos, 1980, p. 169).

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para acoger estos primores. De esta forma el hombre se va a conver­tir en ser espiritual hasta alcanzar las alturas de la llama de amor viva. La imagen del madero que mediante el fuego se transforma en llama explica admirablemente este proceso 126

• Es objetivo de la noche y de la llama transformar al hombre en Cristo, pero le incumbe al Espíritu Santo realizarlo, pues según las Sagradas Escrituras le per­tenece extraer de lo informe la belleza como aconteció al principio de la creación 127. En cada hombre se realiza una nueva creación. El proceso histórico de salvación al que va conduciendo el Espíritu a su punto omega se concentra en el ser humano, Para Juan de la Cruz el dinamismo bíblico debe hacerse realidad en la existencia humana. En todo hombre se hace presente el proceso de historia de la salva­ción, pero interiorizado.

El Espíritu, que persigue la concentración de la historia salvífica en Jesús, la Humanidad nueva y meta de la evolución final de la evolución cósmica, pone en movimiento un proceso similar en el hombre: su propia cristificación. DeCÍamos antes que el hombre por su transformación o, mejor, en su transformación en Cristo se hace hijo, y desde esa condición «comprende» que Dios es Padre. Sólo desde esta perspectiva se logra adentrarse en ese concepto que ne­cesariamente tiene que transcender todas nuestras dimensiones lin­güísticas. Es el Espíritu quien logra del hombre ese ascenso, que supera todo esfuerzo humano. Así ha contemplado Pablo nuestra oración en la que pronunciamos el nombre del Abbá en virtud del Espíritu Santo que viene en nuestra ayuda. Es ésta la misma línea de pensamiento que sigue San Juan de la Cruz.

Algunos Padres de la Iglesia y teólogos han visto en el Espíritu Santo rasgos femeninos. El calor, la acogida, la suavidad, la noche con su significado de seno materno y generador son imágenes que expresan esa condición femenina y que de alguna forma configuran la persona del Espíritu con respecto a los hombres. Y al igual que en

126 «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma, es la misma que al principio la purga y la dispone, así como el mismo fuego que transforma en sí el madero, incorporándose en él, es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» (2N 10,3).

127 Cf. S. CASTRO, El Espíritu: Amor y dador de vida, a.c., 30-31.

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r I

EL ROSTRO DE DIOS EN JUAN DE LA CRUZ 221

nuestra unión con Jesús Dios se constituye para nosotros Padre, aho­ra en la generación del Espíritu Santo Dios se hace también Madre.

De este modo, Dios en las dos personas divinas enviadas mani-· fiesta a los hombre su esencia (sus entrañas). Se revela como infinita ternura al darnos su propio ser, el Hijo y el Espíritu y llevándonos hasta la integración plena en él. Entonces su salvación se hace mucho más profunda. Al experimentar la Trinidad percibimos de forma inaudita que a quien la fe denomina Padre le cOlTesponde ser fuente de toda la realidad incluidas las otras personas.

El. PADRE TÉRMINO FINAL DEL CLAMOR SANJUANISTA

En la Oración de alma enamorada en la que se recorre sucinta­mente la historia de la salvación, el interlocutor es, sin duda, el Padre. Esta oración puede considerarse como modelo de todas las oraciones sanjuanistas, que en determinados momentos intercala en sus escritos. A lo largo de ellos este grito se deja oír para suplicar luz y gracia para el hombre que se muestra insensible a tantos be­neficios de Dios con los que éste va orlando su vida o para prorrum­pir en alabanzas incontenibles al percibir cómo la vida de Dios arde en algunos hombres que se han abierto de par en par a su misterio. Pero en todos los casos el grito se dirige al Padre.

Además de ese grito oracional que concentra las aspiraciones sanjuanistas, encontramos también otro clamor subyacente que tam­bién halla su punto final en el Padre. Éste le podemos descubrir en el término «unión» 128. En él se percibe el deseo central y la inten­cionalidad que recorre todos sus libros. Esa pretensión interna, pro­funda y absorbente se orienta al mismo interior de Dios, a sus en­trañas, a la Divinidad en su más .profundo centro: el Padre.

La unión comienza siendo simplemente un propósito de trans­cender la realidad que le envuelve para hallar eh lo más puro de la misma a su Señor; es como si el hombre intentara sobrepasarse a sí mismo para terminar en la comunión con lo divino, que es personal y alcanza en el Padre su raíz.

128 Cf. J. V. RODRÍGUEZ, San Juan de la Cruz. Profeta, O.C., pp. 243-247.

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La unión y la oración denotan el espíritu abierto que funda al hombre y que continuamente le revierte, Es como si un espíritu infinito de infancia, que se derivara de la fontalidad de Dios que es Padre, y que el hombre experimenta como una orientación radical «hacia» fuera de sí mismo, aunque el clamor surge del centro, Ese hacia fuera en las etapas superiores de la vida espiritual se entiende como tensión hacia el centro mismo del hombre, en cuyo fondo está Cristo, el Espíritu y el Padre, La transcendencia no aliena al hombre; más bien le reconcentra en sus fondos, es el cordón umbilical que le une al Padrel29

Esa tendencia «hacia» se percibe en todas y cada una de sus capacidades: sentidos, facultades intelectuales, niveles afectivos, y en la esencia del alma, Ser radicalmente abierto; ser finito con de­seos infinitos, tragedia existencial, salvado y liberado en esa rela­ción con un Tú que lo funda. El grito oracional es el resultado de todos esos múltiples clamores. Y el ansia incoercible de unión se deriva del deseo también irrefrenable de recuperar ese centro fun­dante. Por eso, la importancia que en esta literatura se da al recogi­miento 130, que no se reduce ni es principalmente un retorno psicoló­gico hacia uno mismo, sino más bien la reconciliacion del ser consigo mismo; el retorno de la exterioridad a la unificación, vuelta consciente y por gracia al seno materno de Dios. Juan de la Cruz afirmará que cuando el alma llega a tener a Dios por el centro de su actuación y vida ha llegado también al centro de sí misma. Ese centro se percibe, ante todo, como generador y estructurador del yo del hombre, que no torna a la nada precisamente por hallarse cimen­tado en él. Generalmente se dice que ese centro es lo divino, pero más bien debe ser identificado con el Padre, quien al igual que de la Trinidad, es fuente del hombre. El hombre se constituye, pues, en relación con ese centro vital. Santa Teresa lo contempló como una fuente. Para ella la fuente es Cristo resucitado131

, quien abre al hom-

129 Después de hablar el Santo de que Jesucristo nos alcanzó este estado de filiación, añade: «Que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino como habemos dicho, por unidad y trans­formación de amon> (C 39,5).

130 Véase la profunda exposición que hace de este tema F. Ruiz, en Místico y maestro, o.c., pp. 207-221.

131 Cf. S. CASTRO, Cristo, vida del hombre. Madrid, 1991, p. 87.

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bre a la Trinidad y fundamentalmente al Padre. Desde aquí podemos comprender que se hable de la generación del Hijo y de la proceden­cia del Espíritu en el fondo del alma del justo.

Desde una cierta proporcionalidad el alma participa del Padre de igual modo que el Hijo y el Espíritu: «Para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (C 39,3).

Hemos llegado al punto más hondo de la experiencia. Todo lo precedente se explícita teniendo en cuenta aquello que al final del proceso se nos revela. Esos deseos infinitos, esa pasión por retornar al interior, ese desasosiego causado por la exterioridad, que le hace al ser humano sentirse alienado hallan su razón de ser en que el fondo del hombre se sustenta en la misma Trinidad.

Por eso, aunque el Santo no haga muchas referencias explícitas al Padre132

, es éste el término de todo su discurso y experiencia. El protagonismo de Jesucristo y del Espíritu que se observa en algunos libros no obstaculiza esta percepción inmediata; es el modo y el medio que él tiene de comunicarse con nosotros.

132 Hablando del Inmenso Padre en Juan de la Cruz, escribe F. Ruiz: «Con este nombre Juan de la Cruz presenta a Dios vivo y verdadero, a quien dedica su breve palabra y sus largos silencios» (Místico y maestro, O.C., p. 111).