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EL SABIO MAGISTERIO DE MAYA . Por Belisario Betancur. Conferencia al inaugurar la Biblioteca Rafael Maya de Promocauca: Popayán, agosto 21 de 1996. “Los pueblos son olvidadizos y los hombres cancelan fácilmente su gratitud en aras de las preocupaciones nuevas y de los ídolos recientemente erigidos. Contra esta conspiración del olvido, es necesario luchar siempre. RAFAEL MAYA (en “De perfil y de frente”, “José Eustasio Rivera”).

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EL SABIO MAGISTERIO DE MAYA.

Por Belisario Betancur.

Conferencia al inaugurar la Biblioteca Rafael Maya de Promocauca: Popayán, agosto 21 de 1996.

“Los pueblos son olvidadizos y los hombres cancelan fácilmente su gratitud en aras de las preocupaciones nuevas y de los ídolos recientemente erigidos. Contra esta conspiración del olvido, es necesario luchar siempre.

RAFAEL MAYA (en “De perfil y de frente”, “José Eustasio Rivera”).

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I.- LOS OLVIDADOS.

En brillante capítulo de uno de sus libros primordiales,

“Hispanoamérica: imágenes y perspectivas”, el filósofo y crítico colombiano

Rafael Gutiérrez Girardot destaca, desde Alemania, las motivaciones que

rodean algunos olvidos absurdos en la literatura de América, por ejemplo en

cuanto al mejicano Alfonso Reyes, al uruguayo José Enrique Rodó, al

venezolano Mariano Picón Salas, al dominicano Pedro Henríquez Ureña, a los

argentinos Domingo Faustino Sarmiento y Eduardo Mallea; y a José Martí en

Cuba, entre muchos más.

La gran culpa de estos olvidados consistió en haber aprendido en el

siglo XX la lección que dictara don Andrés Bello en su Discurso de

reinaguración de la Universidad de Santiago de Chile en la mitad del siglo

XIX, cuando dijo: “Nuestra civilización será juzgada por sus obras; y si se la

ve copiar servilmente a la Europa, aún en lo que ésta no tiene de aplicable,

¿cuál será el juicio que se formarán de nosotros un Michelet, un Guizot?

Dirán, América se arrastra sobre nuestras huellas con los ojos vendados;

remeda las formas de nuestra filosofía y no se apropia de su espíritu”.

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Cada uno, a su manera, estos grandes olvidados imaginaban al ser

americano del futuro, afirma Gutiérrez Girardot, por ejemplo Sarmiento al

argentino, “como el hombre que es capaz de cabalgar un potro, de bailar y

al mismo tiempo de conocer la cultura europea hasta en sus mayores detalles

y refinamientos. Más concretamente lo subrayaron Rodó, Henríquez Ureña y

Alfonso Reyes cuando aseguraron que el dominio de las técnicas de

expresión, el haberse transladado mentalmente a los grandes de Europa, el

ser exacto en la palabra es la condición para configurar literalmente el tema

nativo”.

Entre esos olvidados está Rafael Maya. El mismo lo anticipó cuando

prevenía contra la conspiración del olvido que acarrean las preocupaciones

nuevas y los ídolos recientemente erigidos; pero desde su formación

humanística, mantuvo el culto a los valores de la cultura de su patria y de su

lengua, sin perjuicio de penetrar en el pensamiento de los clásicos griegos y

latinos, y de los europeos, eso sí, lejos de concesiones que le ganaron el

aplauso fácil, tales eran su dignidad y su rigor..

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2.- LA BIBLIOTECA RAFAEL MAYA.

Por eso quiero aplaudir la decisión de la junta directiva de esta Caja de

Compensación de los Empresarios del Cauca, Promocauca, y de su gerente el

doctor Juan Cristóbal Velasco Cajiao, de rendir homenaje a Maya al rescatar

la antigua biblioteca que lleva su nombre, dotarla ponerla al servicio no

solo de sus propios afiliados sino de la comunidad en la región y en la ciudad

hidalga, con catálogos y códigos modernos, con cursos de capacitación y

quizá intermetizando los servicios.

Una biblioteca es siempre invitación a meditar. Es un homenaje a la

sabiduría y testimonio de unción ante el conocimiento. Al mismo tiempo, toda

biblioteca es una afirmación de pluralismo y de tolerancia, comoquiera que

está abriendo los anaqueles a la razón y cerrando el entramado de la

sinrazón.

Esta es la respuesta más constructiva al mundo multipolar que se

advierte en el horizonte con la irrupción de las regionalidades, cuando parecía

que la caída del muro de Berlín y el deshielo de las democracias populares

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del Este de Europa, apuntaban en la dirección de una sola potencia en el

poderío de los Estados Unidos. La biblioteca es, por sí, un abanico de

posibilidades. Lo es, también, el libro; lo es el texto, incluídas todas las

complementaciones paratextuales, como la carátula o portada, el lomo, las

solapas, la anteportadilla y la portadilla, los capítulos, la foliación, la

contracarátula, el colofón, los índices.

Ese múltiple libro abierto fueron --lo recuerda Gutiérrez Girardot--,

Herder y Lessing y Goethe para la literatura alemana de su tiempo en su

discusión con la literatura francesa y con la de los clásicos griegos. Y lo

fueron Reyes, para los mejicanos cuando les señalaba el camino de la

universalidad; Mallea con “La historia de una pasión argentina” que exaltaba

el criollismo con el lenguaje moderno del grupo “Sur”, capitaneado por

Victoria Ocampo, Borges y Sábato, el repliegue sobre sí mismos pero con el

equipamiento de la información universal; lo fue Rodó desde Montevideo,

cuando elevaba el pensamiento y trazaba rumbos a la acción; lo fueron Silva

y Sanín Cano cuando abrían puertas y ventanas al conocimiento y a la poesía,

desde la Bogotá finisecular y desde la pensativa y sapiente Popayán.

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Y de manera similar lo fue Rafael Maya, formado en las disciplinas

clásicas, en el seminario de la ciudad ilustre, donde estudiaran Caldas,

Torres y Valencia; conocedor de otras culturas en sus vivencias europeas y

buceador en ellas como aparece de cuerpo entero en sus estudios críticos,

por ejemplo en la densidad de pensamiento y en la erudición de “Existe una

literatura nacional?”; en sus análisis sobre “Los orígenes del modernismo en

Colombia y en “Los Tres Mundos de don Quijote”. Bienvenida, por tanto, la

Biblioteca Maya como una manera de, siguiendo su ejemplo, proyectarse

desde el valle de Pubenza al ancho mundo. Y, en especial, de irradiar la

cultura en los niños y en los jóvenes.

3.- DE DOMINGUEZ CAMARGO A LOS NUEVOS.

Una mirada retrospectiva veloz, del itinerario de la literatura

colombiana desde el descubrimiento de América hasta la aparición del

Grupo de “Los Nuevos”, permite fijar el sitio que ocupan la poesía y los

estudios críticos de Maya.

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Comienza nuestra literatura con los escritos de Jiménez de Quesada y

pasa a los cronistas de indias y las “Elegías de Varones Ilustres” de don Juan

de Castellanos, sin que hayan ganado resonancia ni las meditaciones

religiosas del fundador, ni las octavas reales del segundo, como no sea por

la descripción minuciosa de situaciones anecdóticas en extensas estrofas que

dieron nombradía al cura andaluz domiciliado en Tunja. Es de destacar la

tunjana Sor Francisca Josefa de la Concepción del Castillo por el acento

delicado de sus trenos espirituales. Y lo es, igualmente, el santafereño

Hernando Domínguez Camargo por la escueta y fiel manera culterana en su

“Poema sobre San Ignacio de Loyola”. Asímismo, siempre es necesario aludir

a “El Carnero” de Juan Rodríguez Freyle, que recoge cien años del acontecer

santafereño desde 1538, fecha de la fundación de Bogotá, y que ha sido

fuente de inspiración para novelistas y dramaturgos.

Pero no fue rica la literatura en el Virreinato de la Nueva Granada,

según lo reconoce don Antonio Gómez Restrepo, como sí lo fueron las

instituciones jurídicas de Indias que han sido estudiadas con profundidad por

Alfonso López Michelsen e Indalecio Liévano Aguirre. Sobresalieron entre

aquellas el plan de estudios de Moreno y Escandón y la transferencia de la

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Ilustración que, nacida en Alemania y consolidada en Francia, Faijóo y

Jovellanos la habían aclimatado en España. La Real Expedición Botánica que

dirigiera el padre José Celestino Mutis, permeó las mentes jóvenes de los

que habían de formar la generación de la Independencia, Caldas y Torres

entre ellos, altas cifras del pensamiento y al tiempo de la acción, que

ofrendaron sus vidas a la causa de la libertad.

Vendrían más tarde, mientras las instituciones de la república se

consolidaban en medio del piélago de contradicciones de las guerras civiles,

los Caro y los Arboleda y los Cuervo que, con Núñez, serían cultores del

verso y de los códigos, con el advenimiento del modernismo.

Es precisamente el Maestro Maya quien sitúa, a las puertas del

modernismo, las figuras de José Asunción Silva y don Baldomero Sanín Cano,

por cierto con proyecciones al principio mayores que las del propio Rubén

Darío, nombrado entonces Cónsul de Colombia en Buenos Aires por Caro y

Núñez. Y tiende Maya un puente colgante con la generación del Centenario

como preámbulo del grupo de “Los Nuevos”.

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Es en el riguroso ensayo sobre los orígenes del modernismo,

citado antes, en donde Cristina Maya -hija del Maestro y poeta ella,

también-, encuentra una modificación al estilo crítico de su padre: el lenguaje

es aquí directo y conciso, dice, y el crítico evita refrendar sus juicios por

medio de imágenes estéticas, como lo hiciera con frecuencia en sus primeros

ensayos.

4.- MAGISTERIO SABIO DE MAYA.

Pues bien, en marzo de 1997 se cumplen cien años del nacimiento de

Maya. La inauguración de esta Biblioteca debe ser el punto de arranque del

rescate de su vida y su obra, del olvido; y de la exaltación de su sabio

magisterio, como lo llamó con justicia el escritor Guillermo Ruíz Lara en la

Academia Colombiana de la Lengua Española, con ocasión de los quince años

de la muerte del Maestro. Pienso que la Feria Internacional del Libro de 1997

debe exaltar la memoria de quien honró las letras nacionales con la

publicación de nueve libros de poesía y diez de escritos en prosa. Las obras

poéticas fueron: “La Vida en la sombra” (1925), “Coros del mediodía”,

(1930), “Después del silencio” (1935), “Tiempo de luz” (1945), “Final de

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romances y canciones” (1940), “Navegación Nocturna” (1945), “La tierra

poseída” (1965), “El retablo del sacrificio y de la gloria” (1966), y “El Tiempo

recobrado” (1975). Sus obras en prosa fueron: “Alabanzas del hombre y de

la tierra” (1934 y 1941), “Consideraciones críticas sobre la literatura

colombiana (1944), “Los tres mundos del Quijote y otros ensayos” (1952),

“La musa romántica en Colombia” (1954), “Estampas de ayer y retratos de

hoy” (1958), “Los orígenes del modernismo en Colombia” (1961), “El rincón

de las imágenes” (1972), “Escritos Literarios” (1972) y “Letras y Letrados”

(1975).

Pienso, asimismo, que la Casa de Poesía Silva, en Bogotá, durante

este año consagrada a la divulgación de la obra del autor de “El Nocturno”, a

cuyo conocimiento contribuyó en una forma amplia el crítico Maya, podría

organizar talleres y lecturas sobre el gran payanés. A propósito del autor del

excelso poeta, no resisto a la tentación de transcribir el comienzo del

hermoso ensayo publicado por Maya en los cincuenta años de la muerte de

Silva:

“Hace hoy, 24 de mayo de 1946, cincuenta años que apareció muerto en su lecho un personaje desconocido para la mayor

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parte de sus conciudadanos y solo apreciado de un corto número de amigos íntimos. Posiblemente en las horas de la madrugada se había atravesado de un balazo el corazón. En su elegante y aristocrática casa nadie se dió cuenta de lo sucedido. La víspera había habido allí una reunión social que se prolongó hasta altas horas de la noche. El personaje a quien me refiero había salido al portón a despedir a los visitantes, provisto de una lámpara que iluminaba serenamente su faz nazarena y que fue el último reflejo que le sirvió para buscar el camino de la tumba. Ahora, ante el asombro de sus familiares, estaba allí, en su lecho, rígido, con la cabeza ligeramente ladeada hacia la izquierda y a medio vestir. Uno de los brazos descansaba a lo largo del cuerpo; el otro, cruzado sobre el pecho, sostenía en la mano el arma mortal. Conviene que nos detengamos en el aspecto físico de este extraño suicida. Vestía con elegancia; era hermoso, a no dudarlo, pero con hermosura muy varonil. Tenía la frente amplia y luminosa, los ojos negros demasiado hundidos bajo el arco de las cejas, de donde arrancaba la nariz de curva elegante y perfecta; la boca bien diseñada bajo el bigote de seda, y toda la faz cubierta de una barba espesa y pulida, como de sacerdote asirio. La fisonomía no había sido alterada por la muerte. Dijérasele dormido con potente dulzura bajo el arrullo de una gran música como la del mar, y que en sueños hablaba con juveniles divinidades que le estaban revelando el secreto del arte y de la vida. Así parecía indicarlo la imperceptible sonrisa que flotaba sobre sus labios. Algunos amigos fieles recogieron el cuerpo y lo encerraron en la caja mortuoria. Algunas horas después fue sepultado a la sombra de un paredón siniestro, en lugar retirado, con pobre lápida donde estaban escritos el nombre y dos fechas. Todo había terminado”.

Además de su sobria vida ejemplar, el magisterio de Maya que debe

reivindicarse, consiste en la austeridad y justeza de su critica, en la

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honestidad de sus valoraciones, en la exaltación de las figuras de la literatura

colombiana a las cuales aplicaba el equilibrio de juicios objetivos que

situaban la obra analizada en el laboratorio de su reflexión, sin desbordarse

en vituperios ni excederse en alabanzas. Más de conceptos externos a él, que

de emulaciones personales, surgió el parangón entre Valencia y Maya.

Emulación artificiosa, pues se trata de cosmovisiones diferentes y de estilos

distintos, ambos creadores, parnasiano y modernista el uno, de obra

exquisita que pulía y repulía como la urna griega de Keats que tradujo con

exultación; y modernista y clásico el otro, de los primeros en usar el verso

libre entre nosotros, y que cantaba a las criaturas exiguas y a la naturaleza y

a la mujer y al amor, en una obra amplia y plural. Si de algo pudiera

hablarse entre ellos, sería de equivalencias, como la que anotara el crítico

René Uribe Ferrer entre “Hay un instante del crepúsculo\ en que las cosas

brillan más” de Valencia; y de Maya “Recógete, alma mía, en el silencio,\ y

mira atenta cómo\ a medida que el mundo se oscurece tienes más luz

adentro”.

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V.- EL GRUPO DE LOS NUEVOS.

Si se parte de la base orteguiana de tomar quince años como distancia

entre una generación y otra; y si se piensa en Silva, Sanín Cano ( y la sombra

de Rubén Darío) como expresión del modernismo en Colombia después de los

helenistas del siglo XIX, la herencia pasaba en 1910, en línea directa, a los

centenaristas representados por Valencia, López de Mesa, Rivera, el Tuerto

López, Castillo, y los políticos López Pumarejo, Laureano Gómez, Eduardo

Santos y Nieto Caballero, entre otros. Maya dice que si en el orden de las

ideas políticas esa generación representaba un programa de conciliación

republicana, de tolerancia civil, de equidad democrática, desde el punto de

vista literario e intelectual los centenaristas entregaron a las generaciones

subsiguientes un legado espiritual que se disgregó en manos de los recientes

poseedores. Agrega que “Los Nuevos”, --que llegarían quince años después,

según la visión orteguiana--, abandonaron la Arcadia literaria de sus días

iniciales y tomaron posiciones políticas extremas de reforma social,

fraccionados en subgrupos, cada uno de los cuales ocupó militarmente

zonas distintas de la conciencia nacional. Entre ellos en el conservatismo

estuvo el grupo de “Los Leopardos” --Silvio Villegas, Eliseo Arango, Camacho

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Carreño, Augusto Ramírez Moreno--. Y estuvo Rafael Maya, Entre los

liberales, Germán Arciniegas, los Umaña Bernal, los Lleras Camargo, Luis

Vidales, Jorge Zalamea, León de Greiff, José Mar, entre otros. Su revista, que

solo alcanzó cinco números y 165 páginas, apareció en 1925.

La mejor definición de “Los Nuevos” la dió el propio Maya, así:

“Este grupo, si bien representó un rompimiento político y literario en relación con los centenaristas, pues en política volvió a las afirmaciones extremas, como reacción contra el sincretismo anterior, y en el campo intelectual amplió considerablemente el radio de la creación artística, permaneció, no obstante, fiel a ciertas esquelas del siglo pasado, como el simbolismo y el parnasianismo franceses, por una parte, y de otro lado a la tendencia clásica, profundamente modificada por lo que hubo en el modernismo de más próximo a esta escuela”.

Maya acampó, pues, en un sereno equilibrio dialéctico entre la

herencia humanística de los Caro, los Cuervo y los Arboleda, aireada con los

vientos del modernismo a través de Silva, Darío y Sanín Cano, para recoger

en su poesía, siempre de contenido profundo desde el punto de vista de las

causaciones del espíritu y de los manantiales de la naturaleza, las

palpitaciones contemporáneas, con un aire estético severo en la forma.

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Que sea otro poeta, también riguroso y denso, Fernando Charry Lara,

quien consigne el contrapunto para situar la poesía de Maya. Dice:

“En Colombia se había supuesto hasta entonces... que la poesía era cosa de ideas... Otros pensaban que la razón constituía elemento primordial en el poema. Se desatendía así a dos sentencias en boga en ese tiempo. La de Mallarmé: la poesía se escribe con palabras y nos con ideas. Y la de Antonio Machado: el intelecto no ha cantado jamás. Maya perseveró en su actitud hasta creer que el trabajo del lenguaje era algo de simple “forma”que no llegaba al “fondo” de la poesía”.

VI.- LA POESIA DE MAYA.

Maya permaneció en la fidelidad a la poesía pura, sin encerrarse en el

hermetismo de los parnasianos, que sacrificaban un mundo por pulir un

verso como Heredia; y sin alinearse con los preciosismos metafóricos

gongorinos de la generación española de 1927, -García Lorca, Cernuda,

Aleixandre, Alberti, Guillén, Dámaso-; y sí, quizá, en la floresta sosegada de

las figuras y el amor de Pedro Salinas. Maya fue, antes que nada, él mismo,

su autenticidad escueta, su inspiración transparente que no abdicaba frente a

ninguna estridencia de los ismos, por brillante y seductora que pareciera,

pero con el conocimiento pleno de la esencialidad de aquellos ismos y,

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sobretodo, de los clásicos del siglo de oro de la literatura española como

Lope, Garcilaso y Quevedo. Ni siquiera, repitámoslo, se dejó embrujar por

Góngora y los gongoristas, si bien en su estudio sobre Domínguez Camargo,

al tiempo que lamenta aquellos extravíos, exalta su situación satelital como

imitador de Góngora. Y no por esa actitud fue Maya, por cierto, contradictor

de la generación de “Piedra y Cielo” --Rojas, Carranza, Camacho Ramírez,

Gerardo Valencia, Arturo, Carlos Martín, Darío Samper, Antonio Llanos--, a

quienes estimuló con generosidad antipatriota desde las publicaciones de “El

País” de Cali.

Hace algunos años, impulsado por la amistad y la persuasión del poeta

Andrés Holguin, dicté diez lecciones en “El Arké”, en Bogotá, sobre mis

autores predilectos y, con énfasis en el placer no solo de leer cuanto de

releer. Pues bien, releer a Maya en su prosa y en su poesía, es deleite del

espíritu. Por ejemplo, detenerse con pausa y con ternura en aquel soneto en

alejandrinos que hacía las delicias de Carlos Lleras Restrepo:

Al fin me has olvidado.!Qué suave y hondo olvido! Tras el incierto límite de nuestro oscuro ayer, la estrella que miramos los dos ha descendido como una dulce lágrima que se rompe al caer.

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Y así de tu regazo me alejo entristecido, cual uno que abandona su campo sin querer, mirando que tus ojos, como el cristal herido, prolongan la alegría de un vago atardecer. !Al fin me has olvidado! Recónditas congojas: en medio del crepúsculo que anubla un vuelo de hojas callad, para que pueda pasar esta mujer. Y escucharé más tarde, bajo la noche ciega, posarse el pie enlutado de la que siempre llega sobre los rastros de esa que nunca ha de volver.

O aquel soneto de no menos impecables alejandrinos:

Oye, seremos tristes, dulce señora mía. Nadie sabrá el secreto de esta suave tristeza. Tristes como ese valle que a oscurecerse empieza, tristes como el crepúsculo de una estación tardía. Oye, seremos tristes, con la tristeza vaga de los parques lejanos, de las muertas ciudades, de los puertos nocturnos cuyo faro se apaga. Y así, bajo el otoño, tranquilamente unidos, tú vivirás de nuevo tus viejas vanidades y yo la gloria póstuma de mis triunfos perdidos.

Con razón Silvio Villegas, su contemporáneo, decía que leyendo a

Maya se recuerda la definición platónica de que el arte es como la ley, una

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creación del espíritu conforme a las normas de la razón. Leamos este soneto

en endecasílabos, que nada tiene que envidiar a las más altas instancias

metafóricas de los piedracielistas:

Eres una canción. Aire ligero cernido entre las flores y los nidos. Duermen, bajo tus pies, campos floridos, y es tu melena un río verdadero. Comienza en tí mi vida. Eres mi enero que asoma en horizontes presentidos; mi comarca de ríos conocidos, mi alta constelación de marinero. Por mis manos te vas como una brisa; envuelves un jardín en un suspiro, y se abren mariposas en tu risa. Eres la sombra toda, eres la lumbre, y yo, elevando el corazón, te aspiro como al viento que viene de una cumbre.

Es tiempo de leer de nuevo a Maya, a cien años de distancia de su

nacimiento. Es tiempo de releer “La mujer sobre el “ébano”, uno de sus

numerosos poemas metafísicos, y, según el crítico Uribe Ferrer, “uno de los

gritos líricos más intensos y desgarradores que han logrado fijarse en idioma

castellano”. Y es hora de recordar aquel melancólico,

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Cuándo, cuándo llegará el día en que me diga: es necesario navegar. Alísta una nave que tenga un timón y un palo para colgar la vela nómade que ha de perderse en el mar ancho.

VII.- PIEDRAS ILUSTRES, EN EL ALMA OS LLEVO.

Señor Director de Promocauca, señoras, señores:

En la ciudad que él amó y a la cual cantó más de una vez desde las

profundidades de su ser y desde el estremecimiento de su ternura, oigo la

voz de la historia que nos establece el compromiso de invitar a las nuevas

generaciones a leer a Maya, en la certeza de que se estarán asomando a un

arcano de sorpresas entre las cuales están el amor por los instantes breves

de la experiencia; la transustanciación con campos, prados, montañas y

ciudades; la lealtad a la sangre y a la urbe nutricia; el ahínco tenaz en el

laboreo del poema y del ensayo crítico, para exaltarlos a la dignidad de lo

perenne y a la fiabilidad del concepto justo. Maya dignificó la palabra sin

petrificar su esencia sino, al contrario, dotándola de resonancias nuevas; y

dió a su propia poesía una compenetración con las cosas elementales y con

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la naturaleza sin congelar su numen bajo el gobierno de la métrica, que

respetó y renovó soltando a los vientos el ángel de la poesía por fuera de la

prisión de la rima. “Hay algo en él que se sustrae a los afanes de la hora,

dice Cobo Borda. Una solidez en su tarea crítica y una equilibrada frialdad

en su quehacer poético, que demuestran la firma profesionalización de su

tarea y el recto criterio con que siempre la puso en práctica. Sin abdicaciones

y a la vez sin concesiones”.

Equilibrada frialdad en su quehacer poético? Creo un tanto aventurada

tal afirmación del poeta Cobo Borda. Si acaso, equilibrio. Talvez distancia.

Pero no frialdad: para prueba, leamos:

En un libro de versos, ya olvidado señalando la estrofa preferida, cierta tarde de amor dejé escondida una flor, como emblema del pasado. De otros libros después enamorado, arte vano aprendí, ciencia mentida, y hoy, remontando el curso de mi vida, el volumen aquel he repasado. De esa fugaz, sentimental historia, llegué al fin a la página suprema que marcó mi romántica memoria.

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Y con asombro sugestivo y tierno, hallé intacta la flor porque el poema supo infundirle su frescor eterno.

Tal era la lealtad de Maya. Lealtad con la alta presencia de la poesía,

no con la métrica yerta, ni tampoco con el potro arisco del verso libre.

Respeto y fidelidad por el interlocutor en el ensayo, al punto de reconocer

que “en ocasiones he rectificado con lealtad juicios que posteriormente me

parecieron errados o escritos a la ligera: para creerme infalible, me ha faltado

algo que siempre acompaña al dogmatismo, y es la vanidad”.

Lealtad con sus creencias religiosas y políticas, sin ser ni un

dogmático ni un sectario, aunque por contrastre en 1944 se definiera así: “No

me ha disgustado nunca la palabra retrógrado, ni cuando se aplica en sentido

literario, ni cuando se le da dignificación política o religiosa. Si algo necesita

apoyarse en suelos más duros del pasado es la revolución”. En ese mismo

año fue elegido por el partido conservador como representante a la cámara,

pero ejerció poco el cargo por la ausencia evidente de vocación política,

según los datos biográficos de la edición de sus obras hecha en 1982 por el

Banco de la República. Silvio Villegas había dicho de él que filosóficamente

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aceptaba las ideas tomísticas, pero que lo que caracteriza su obra es un

concepto panteista de la vida, como aprendido en el latino Lucrecio.

Siempre en Maya la constante de la lealtad! Y qué hermosa su lealtad

con aquellas piedras ilustres que llevaba en el alma, las de su ciudad nutricia,

a la que tanto amara que, recogiendo una añeja leyenda, le entregó su

hermoso poema “Don Quijote muere en Popayán”:

“Monótonas campanas anunciaban el “Angelus” de la tarde y algunas ventanas se aclaraban lanzando breves marcos de claridad dudosa sobre el cielo arenoso de la desierta calle, cuando corrió la voz de que el manchego excéntrico huésped de Popayán desde hacía varios años, y que habitaba un sórdido caserón, con un patio que tenía dos tinajas sembradas de geranios, estaba agonizando sin otra compañía que su perro de caza y una sirvienta indígena que, ya cuando el Hidalgo descansaba en el lecho, suspendía de un clavo, en la pared, la espada, y le ataba un pañuelo de seda en la cabeza. ............................................................... Horas después moría el payanés manchego pensando, al mismo tiempo, en Dios y en su sobrina. Al expirar, un Cristo rodó sobre las sábanas. Fue sepultado en una esquina de la Plaza Mayor, bajo los muros de una torre canónica, clásica fortaleza del carácter hispánico, que era el último vértice que alumbraba la tarde

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bajo el vuelo de alguna golondrina atrasada”.

Tal es el sabio magisterio del olvidado Maestro Rafel Maya, que ha

llegado la hora de reivindicar para restablecer el testimonio de admiración

por quien una de las figuras esenciales de la cultura colombiana.

VIII.- BIBLIOGRAFIA.

1. RAFAEL MAYA, “Poesía”, Banco de la República, 1979.

2. RAFAEL MAYA, “Obra crítica”, Banco de la República, Bogotá, 2 tomos,

1982.

3. MANUAL DE LITERATURA COLOMBIANA, varios autores, Procultura, dos

tomos, 1988.

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