EL SALTO DE TEQUENDAMA traje de … · una atmósfera transparente al borde del Salto. A las tres...

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EL SALTO DE TEQUENDAMA La partida—Los compafieros— Los caballos do la Sabana -El traje de viaje—]>osa—Soacha—La hacienda de San Br- ,iitn—Una noche toledana--La leyenda del Tequendama. El mito cliihclia—Ilumboldt---El brazo do Nonquotheba. El río Funza --Formación del Salto—La liaciouida do Cn- cha—Paisajes_-La cascada vista de Íronte—Intpresitn se- rena—En busca de otro asiu'cto—Curaá cara con el Silt.o. El torrente—Impresión x iolonta --La muerte bajo a faz. La- haza ña tic Bolívar—La altura del Sal tu—Una ()jJiUi)lL (le Hurnbolclt—T)isensiúu--E1 Salto al pi«—El Dr. Cuervo. Regreso—El puente de Ieonouzo—Deseripeii5n dI Barón -1. - Al fin llegó el ci j a tan deseado del paseo cia- sicO de Colombia, la visita al Salto de Tequendama, la maravilla natural más estupenda que es posi- ble encontrar el) Ja corteza de la tierra. Desde que he puesto el pie en la antiplanicie andina, sueño con la catarata y cuando al cansado paso de mi mula, llegué á aquel punto admirable que se llama el Alto del Roble, desde el cual vi desenvolverse á TUIS OJOS atónitos la inmensa Sabana, parecióme oír vá ''del Tequendama el retemblar profu ndo." Ha llegado el momento de ponernos en mar- cha; el cija está claro • sereno, lo que nos promete una atmósfera transparente al borde del Salto. A las tres de la tarde, Ja caravana se pone cii movi.

Transcript of EL SALTO DE TEQUENDAMA traje de … · una atmósfera transparente al borde del Salto. A las tres...

EL SALTO DE TEQUENDAMA

La partida—Los compafieros— Los caballos do la Sabana -Eltraje de viaje—]>osa—Soacha—La hacienda de San Br-,iitn—Una noche toledana--La leyenda del Tequendama.El mito cliihclia—Ilumboldt---El brazo do Nonquotheba.El río Funza --Formación del Salto—La liaciouida do Cn-cha—Paisajes_-La cascada vista de Íronte—Intpresitn se-rena—En busca de otro asiu'cto—Curaá cara con el Silt.o.El torrente—Impresión x iolonta --La muerte bajo a faz.La- haza ña tic Bolívar—La altura del Sal tu—Una ()jJiUi)lL

(le Hurnbolclt—T)isensiúu--E1 Salto al pi«—El Dr. Cuervo.Regreso—El puente de Ieonouzo—Deseripeii5n dI Barón

-1. -

Al fin llegó el ci ja tan deseado del paseo cia-

sicO de Colombia, la visita al Salto de Tequendama,la maravilla natural más estupenda que es posi-ble encontrar el) Ja corteza de la tierra. Desde quehe puesto el pie en la antiplanicie andina, sueñocon la catarata y cuando al cansado paso de mimula, llegué á aquel punto admirable que se llamael Alto del Roble, desde el cual vi desenvolverse áTUIS OJOS atónitos la inmensa Sabana, pareciómeoír vá ''del Tequendama el retemblar profu ndo."

Ha llegado el momento de ponernos en mar-cha; el cija está claro • sereno, lo que nos prometeuna atmósfera transparente al borde del Salto. A

las tres de la tarde, Ja caravana se pone cii movi.

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miento. Somos ocho amigos, sanos, contentos, jó-venes y respirando alegremente el aire de los cam-pos, viendo la vida en esos momentos color derosa, bajo la impresión de la profunda cordialidadque impera y ante la perspectiva de las hondasemociones del día siguiente. Son Emilio Pardo,tan culto, alegre y simpático; Eugenio Umaña, elseñor feudal del Tequendama, cii una de cuyashaciendas vamos á dormir, caballeresco, con todoslos refinamientos de la vida europea por la quesuspira sin cesar, músico consumado; Emilio delPerojo, Encargado de Negocios de España, jinete,decidor, listo á toda en presa, con ita cuerpo dehierro contra el que se embota la fatiga; RobertoSuárez, varonil, utópico, trepado eternamente enlos extremos, exagerado, pintoresco en sus arran-ques, incapaz de concebir la vida bajo su chata ypositiva monotonía, apasionado, inteligente é iris-truído; Carlos Sáenz, poeta de una galanura exqui-sita y de titia facilidad vertiginosa, chispeante, se-reno, igual en el carácter como un cielo sin nubes;Julio Mallarino, hijo del dignisi mo hombre deEstado que fué Presidente de Colombia, espiri-tual, hábil, emprendedor, literato en sus ratos per-didos; Martin García Mérou, meditando su odaobligada al Salto y por fin, vn, en u no de los me -jores instantes de mi espíritu, nadando en la con-ciencia de un bienestar profundo, con buenas car-tas de mi tierra recibidas en el nioinento de partir

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y con la tranquilidad que c 'rnunican los peque-nos éxitos de la vida.

Volábamos sobre la tendida sahana, gozandode aquella indecible fruición física que se sientecuando se corre por los campos sobre un caballode fuego y sangre, estremeciéndose al iueiior ade-man que adivina en el jinete, la boca llena de es-puma, el cuello encorvado y pidiendo libertad paracorrer, volar, saltar en el espacio conm un pájaro.

No he montado en mi vida un animal músnoble y generoso que aquel bayo soberbio cine miamigo J . M. de Francisco tuvo la amabilidad de en-viarme á Ja puerta de mi casa, aperado á la orejón,como si dijéramos á la gaucha. Verdad que el ca-ballo de la Sabana de Bogotá es una especialidad;todos ellos son de taso y es imposible formars e-una idea de la comodidad de aq ud andar sereno,cuya suavidad (le movimientos no se pierde niaun en los ¡ nstantes de mayor agitación del ani-mal. No tienen aquel ridículo braceo de los caba-llos chilenos, tan contrario á la naturaleza; perosu brío elegante es incomparable. Encorvan la ca-beza, levantan el pecho, pisan con su férreos cas-cos con una Rrmcza qu parte la piedra y fatiganel brazo del jinete que tiene que llevarlos con larienda rígida. La espuela ó el látigo es inútil; has-ta una ligera inclinación del cuerpo para que elanimal salte y , como dicen nuestros paisanos, pidarienda. Y así marchan días enteros; después de un

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violento viaje de dieciséis leguas, con sus carre-ras, saltos, etc., he entrado á Bogotá con los bra-zos muertos y casi sin poder contener mi caballo,que, embriagándose con el resonar de sus cascosherrados sobre las piedras, aumentaba su brío,saltaba el arroyo como en un circo y daba inues-tras inequívocas de tener veleidades de treparse álos balcones. Todos los animales que montábamoseran por el estilo; cii el camino llano que va ñ Soa'cha, sólo una nube de polvo revelaba nuestrapresencia. Volábamos por él y los caballos, exci-tándose mutuamente, tascaban frenéticos los fre-lbs y cuando algún jinete los precipitaba contrauna pared baja de adobes ó contra un foso, salva-ban el obstáculo con indecible elegancia.

El traje que llevábamos es también digno (lemención, porque es el que usa todo colombiano enviaje. En la cabeza, el enorme sombrero suaza, depaja, de anchas alas que protegen contra el sol yde elevada copa que mantieLie fresco el cráneo. Alcuello, un amplio pañ neto de seda que abriga lagarganta contra la fría atmosíer de la Sabana alcaer la noche; luégo, nuestro poncho, la ¡'nanacolombiana, de paño azul -é impermeable, corta,llegando por ambos lados sólo hasta la cintura.Por fin, los zamarros nacionales, indispensables,sin los cuales nadie monta, que yo creía antes deensayarlos, el aparato más inútil que los hombreshubieran inventado para mortificación propia, opi-

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nión sobre la que, más tarde, hice enmienda hono-rable. Los zamarros son dos piernas de pantalón,de inedia vara de ancho, cerradas á lo largo, peroabiertas en su punto de juntura, de manera quesólo protejan las extremidades. Cayendo sobre elpie, metido en el estribo morisco que semeja unescarpia, dan al jinete un aire elegante y segurosobre la silla. Son generalmente de caonlcbour,

pero los orejones verdaderos, la gente de campo,los usan de cuero de vaca con pelo, simplementesobado (i). Si se tiene en cuenta que cii aquellasregiones los aguaceros torrenciales persisten lastres cuartas partes del año, se comprenderá queestas precauciones son indispensables para losviajes en la montaña, en climas en donde una ¡no-jadura puede costar la vida.

Pronto estuvimos en Bosa, distrito del Depar-tamento de Bogotá, antiquísimo pueblo chibcha,que fue el cuartel general de Gonzalo Jiménez (leQuesada, antes de la fundación de Bogotá y lugarde recreo del Virrey Solís, que podía allí dar rien-da suelta á su pasión por la caza de patos.

Una hora más tarde cruzábamos bulliciosa-mente las muertas calles de la triste aldea de Soa-cha, de dos mil quinientos habitantes y con unmetro de elevación sobre ci nivel del mar por ha-bitante. En las inmediaciones (le Soacha y á 2,660

(1) Los elegantes (le Bogotá los usan de cuero de león.

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metros de elevación dice Humboldt que encontróhuesos de mastodonte. Deben esos ¡'estos de Liii

mundo desvanecido haber reposado allí muchosmillares de años antes de ser hollados por la plan-ta del viajero alemán

Los visitantes comunes del Salto hacen nochecii Soacha, para madrugar al día siguiente y llegara la catarata antes que las nieblas la hagan invi-sible. Pero nosotros ihaiiios con el señor de lacomarca, pues la re g ión cid Teq ve ndania pertene -ce á la familia Urnaña, por concesión del rey deEspaña, otorgada hace doscientos y ti

, ntos años.Nos dirigíamos á una de las numerosas haciendasen que está subdividida, la de San Benito, á la quellegámos cuando la noche caía y el viento frescode la Sabana abierta empezaba á hacernos bende-cir los zamarros y la ruana cariñosa. Allí nos espe-raba uni verdadera sorpresa, en mesa luculianaquc lbs presentó el anfitrión, con un mciv: chig.110 del Café Anglais y unos vinos, especialmenteun oporto feudal, que habría hecho honor á lasbodegas (le Ruthsc hild.

Allí pasámos la noche, es decir, allí la pasa-ron los que, como Pardo, Pci-ojo y yo tuvimos labuena idea che ciar un lai-go paseo después de co-mer. Mientras tendidos en el declive de tina parva,hablábamos de la patria ausente y contem plába-

mospl;ita-

mes la sabana, débilmente iluminada por la clari-dad de la noche y las cimas caprichosas de las

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pequeñas montañas qu la limitan, llegaban á mies-ti-os oídos ruidos confusos desde el interior de lacasa, rumor de duro batallar, gritos de victoria,imprecaciones, himnos. Cuando dos horas mástarde entrámos en ciernan da (le nuestros lechos,los campos de la Mokowa, cic Fylaii 6 de Secláneran idilios al lado del cuadro que se nos ofreció á lavista. Aún recuerdo una almohada que era un poe-ma. Como aquellos sables que en el furor delcombate se convierten en Iirahzones, la almolia-da, abierta de par en par, dejaba escapar la lanapor anchas 11erid]a-, mientras que un débil pedazode funda procuraba retenerla en su forma prístina.Mesas derribadas, sillas devdncijad.Ls, botines so-litarios cii medio cte1 cuarto y en los rincones, so-bre los re'.ueltos lechos, lc.s combatientes inertes,exhaustos. El cuarto oiij5lo;izático había sido respe-tado y ganánios nuestras camas con la sensacióndeliciosa del peligro evitado.

Como al amanecer debernos ponernos cii ca-mino del Salto, ha llegado el momento (le explicarsu formación, htiscaiiclo previamente su fe de baLi -tismo, su filiación cii la teogonía chibcha. 14a ima-ginación de los americanos primitivos, que hacreado la'-, leyendas originarias de Méjico y el Perú,tiene que brillar también en estas alturas, donde laproximidad ¿te los cielos debe haberle comunicadomayor intensidad y esplendor.

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No fatigará exponiendo aquí toda la mitologíachibcha, raza principal de las que poblaban lasalturas de lo que hoy se llama Colombia, cuandoen 1535 llegaban por tres rumbos distintos losconquistadores españoles. Entre éstos, Quesada, elmás notable, recogió las principales leyendas yaunque degraciadamerte su manuscrito se perdió,los historiadores primitivos del nuevo reino deGranada las han conservado salvándolas del ol-vido.

Humboldt, refiriéndose á las tradiciones reli-giosas de los indios, respecto al origen del Salto deTequendama, dice así:

Según ellas, en los más remotos tiempos,antes que la Luna acompañase á la. Tierra, los ha-bitantes de la meseta de Bogotá vivían como bár-baros, desnudos y sin agricultura, ni leyes, ni cultoalguno, según la mitología de los indios niuiscasó moscas. De improviso se aparece entre ello u!]anciano que venia de las llanuras situadas al Estede la Cordillera de Chingasa, cu ya barba larga yespesa le hacía de raza distinta de la de los indíge-nas. Conocíase á este anciano por los tres nom-bres de Rocitica, Xcnquc'l/zcba y Zz:Jué y asemejába-se á Manco Capac. Enseñó á los hombres el modode vestirse, á construir cabañas, á cultivar la tie-rra y reunirse en sociedad; acompañábale una mu-jer fi quien también la tradición da tres nombres:Chia, Yubecalziguaya y Huitaca. De rara belleza,

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aunque de una excesiva malignidad, conti arlé estamujer á su esposo en cuanto él emprendía parafavorecer la dicha de los hombres. A su arte rná-gico se debe el crecimiento del río Funza, cuyasaguas inundaron todo el valle de Bogotá, pere-ciendo con este diluvio la mayoría de los habitantesde los que se salvaron unos pocos sobre la cimade las montañas cercanas. Irritado el anciano,arrojo á la hermosa 11 nitaca lejos de la tierra; con-virtióse en Luna entonces, comenzando á ilumi-nar nuestro planeta durante la noche. J-3ochicadespués, movido á piedad de la situación de loshombres dispersos por lis montañas, rompió conmano potente las rocas que cerraban el Valle porel lado de Canoas y Tequendama, haciendo quepor esta abertura corrieran las aguas de] lago deFunza, reuniendo nuevamente á los pueblos en elValle de Bogotá. Construyó ciudades, introdujo elculto del Sol y nombré dos jefes á quienes confi-rió el poder eclesiástico y secular, retirándose lué-go, bajo el nombre de lilacanzas, al Valle Santode Iraca, cerca de Tunja, donde vivió en los ejer-cicios de la más austera penitencia por esptcio de2,000 años."

_Es necesario haber visto aquella solución dela montaña, por donde el Fuina penetra bullicio-so y violento,raquellas rocas enormes, suspendidassobre el camino, corno si hubieran sido demasia-do pesadas para el brazo de los titanes en su lucha

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Cali los dioses, para apreciar el mito chibcha entodo su valor. Hay allí algo corno. cl rastro de.

oua voluntad inteligente y la luida eterna y pro-

funda de la naturaleza sobre el hombre, tiene ctiChaber siclo personificada por el indio cándido en

la tuerza sobrehumana de tino de esos personajesque aparecen en el albor de las teogonías i nclíge-

mis como enl;illaciOnes directas de la divinidad.

La mañana está bellísima y el aire fresco y

puro (le los campos exalta la energía de los ani-males que nos llevan á escape por la sabana. Pron

to llegámos á la hacienda (le icqucnda;na, situada

al pie del cerro, en Una posición sumamente pi u-

toresca. Pasárnos sin dctcnernns, cntrámos á las

gargantas y pronto coteamos el FLIIiZa, que como

el hilo de la virgen grieg;i, nos guía }XY entre aquel

laberinto de rocas, piedras sueltas ciclópeas, desfila-

deros y riscos.El río Fu tiza ó Bogotá se forma en la sabana

del mismo nombre de las vertientes de las monta-ñas y toma pronto caudal cori la infinidad deafluentes que arrojan en él sus aguas. Después dehaber atravesado las aldeas cte Fontibón y Zipa-c1tii rá, tiene, al acercare á Canoas, una anchura

de 44 metros. Pero á medida que se aproxima al

Salto, se va encajonando y por lo tanto su ancho

se reduce hasta 12 y ro metros. Desde que -iban-

dona la sabana, corre por un violento plano incli-nado, estrellándose contra las rocas y guijarros que

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le salen al camino corno para detenerlo y advertirlequé á corta distancia está el temido de'peñadero.El río parece enfurecerse, aumenta su rapidez,brama, bate las riberas y de pronto la inmensamole se enrosca sobre sí misma s' se precipipa fu-riosa en el vacío, cayendo á la profundidad de unllano que se extiende á lo lejos, A 200 metros (i)M cauce primitivo. Tál es la formación del Saltode Tequendama.

Luégo (le haber seguido el río por espacio demedia hora, gozando de los panoramas más varia-dos y grandiosos que pueden soñarse, nos apartá-mos de la senda y comenzámos á trepar la montaña.El ruido de la cascada, que empezábamos vá á oírdistintamente, se fue debilitando poco á poco. Nohabía duda de que nos alejábamos del Salto. Erasimplemente una nueva galantería de Umaña quequería mostrarnos la maravilla, primero bajo su as-pecto pw-aniente artístico, ideal mente bello, paramás tarde llevarnos al punto donde ese sentimientode suave armonía que despierta el cuadro incom-parable, cediera el paso á la profunda impresiónde terror que invade el alma, la sacude, se fija allíy persiste por largo tiempo. ¡Oh! por largo tiem-po! Han pasado algunos meses desde que mis ojos

(1) Gomoso verá más adelante, no hay dato exacta á esteréspeeto.

NOTAS DE VIAJE

'.' mi espíritu contemplaron aquel espectáculo es-

tupendo y aún, durante la noche, suelo despertar-

me sobresaltado, con la sensación del vértigo, cre-

véndome despeiiach al profundo ahismo.De improviso apareció, en tina altura, la poé-

tica hacienda de Cincha, desde la que se percibeuna vista hermosísi iiia. A la izquierda, la curiosa

altiplanicie llamada La ilcsa, qi-w se levanta sobre

la tierra caliente. A la derecha, Canoas, con las

ialdas de sus cerros, verles y lisas, donde se co-

rre el venado soberbio y abundante allí. Abajo,San Antonio de Tena, medio perdido entre las

-omhra de la llanura y las luminosas ondas sola-

res. Todo esto, Contemplado por entre la abertura

de 1111 bosque y al borde de LIII PP°° dondeel caballo se detiene etreniecido, prepara el alma

dignamente para la'-z poderosas sensaciones que le

esperan.Empciáinos el descenso por sendas impüs-

bIes y en medio de la vigorosa vegetación ele la

ti'rra (da, pues res iramos LIfla atmósfera de trece

grados centígrados. Pronto CiCjfliIIOS los caballos ycontinuarnos a pie, gtii;zclos por entre la maleza,

las lianas si los parásitos que obstruyen el paso,por cias ó tres injielmelios ele la hacienda que vansa!talldlt) sobre las roCas grcgarias 'y los troncosenormes tendidos en el suelo, con túnta soltura y

elegancia como las cabras del Tyrol.

Así mai ch:uno fil Cuarto de llora, va con mo-

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vidos por un ruido profundo, solemne, imponen-te, que suena á la distancia. Es un himno gravey monótono, algo como el coro de titanes impo-tentes al pie de la roca de Prometeo, levantandosus cantos de dolor para consolar el alma del ven-ciclo....

- Prepare el al ma, amigo!Q tiedmos extáticos, inmóviles, y la palabra,

humilde ante la idea, se refugió en el silencio.Silencio imprescindible, fecundo, porque á su am-paro ti espíritu tiende sus alas calladas y vuela,vitela, lejos de la tierra, lejos de los mundos, áesas regiones vagas y desconocidas, que se atravie-san sin conciencia 'i de las que se retorna sinrecuerdo.

¿ Cómo pintar el cuadro que teníamos delante?¿Cómo ciar la sensación de aquella grandeza sin

igual sobre la tierra? Oh! cuántas veces he estadoá punto de romper estas páginas pálidas y frías, enlas que no puedo, en las que no sé traducir estemundoudo de sentimientos lev-a ntaclos bajo la evoca-ción de ese espect:'tculo á que los hombres no es-tamos habituados!

Figuraos un inmenso semicírculo casi cmii-pleto, cuyos dos lados reposan sobre la cuerdaformada por la línea de la cascada. NOS encontrá-bamos en el vértice opuesto, á mucha distanciapor consiguiente. Las paredes graníticas, de unaaltura de 18o metros,están cortadas á pico y os-

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tentan mil colores diferentes, por la variedad decapas que el ojo descubre á la simple vista. Desus intersticios, brotan chorros de agua formadospor vertientes naturales y por la condensación dela enorme maa de vapores que se desprenden delSalto y arrancan árboles de diversas clases, cre-ciendo sobre el abismo con tranquila serenidad.En la altura, pinos y robles, lag plantas todas dela región andina: cii el íondo, allá en el valle quese descubre entre el vértigo, la lujosa vegetaciónde los trópicos, la savia generosa de la tierra ca-liente, la palmera, la caña y revoloteando en losaires que miramos desde lo alto, como el águilalas nubes, bandadas de loros y guacamayas quejuguetean entre los vapores irisados, salen, des-aparecen y dan la nota de las regiones cálidas alque los mira desde las regiones frias. Figuraos quedesde la cumbre del Moni - Blanc tendéis la mira-da buscando la eterna mar de hielo, COITiO UU su-darlo de las aguas muertas y que veis de prontosurgir un valle tropical, riente, lujoso, lascivo,frente á frente á aquella naturaleza severa, rígidaé imperturbable.

Quitad de allí Cl Salto si queréis, suprimid elmito, dejad en reposu el brazo potente ole Nenque-theba: siempre aque!las murallas profundas y rec-tas, aquel abismo abierto, insaciable en el vértigoque causa, siempre aquella llanura que la miradacontempla y que e] espíritu persiste en creer una

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ficción, siempre ese espectáculo será uno de losmás bellos creados por Dios sobre la cáscara (lela tierra.

Ahora, apartad los ojos de cuanto os rodea: ymirad al frente, con fuerza, con avidez, para gra-bar esa visión y poder evocada cii lo futuro. Lamañana, clara y luminosa, nos ha sido propicia yel sol, elevitidose soberano en un cielo sin nubes,derrama sus capas de oro sobre la región de losque en otro tiempo lo adoraron. Las temiblesnieblas del Salto se disipan ante él y las brumascándidas se tornasolan en los infinitos cambiantesde un iris vívido y esplendoroso. Las aguas delSilto caen á lo lejos, desde la altura en que nosencontráinos, hasta el valle que se extiende cii laprofundidad, en una ancha cinta de una blancurainmaculada, impalpable. Todo es vapor y espu [Uit,

nítida, nívea. Has' una armonía celeste en la pure-za del color, cii la elegancia suprema de los coposque juguetean un instante ante los reflejos dora-das del sol y se disuelven luégo en un vapor te-ntie, transparente, que se eleva en los aires, acogeel iris en su seno y se disipa como un sueño enlas alturas. Por fin, de la nube que se forma alchocar las espumas en el fondo, se ve salir alegre' sonriente, como gozoso de la aventura, el río que

em p ieza á fecunjar, e;i su paso caprichnsn, tierraspara él clescoiiocids, en medio de la tcmplaclaatmósfera que suaviza la cradza cl sus aguas.

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Nada de espanto ni de ese profundo sobreco-gimiento que causan los espectáculos de una gra-ve intensidad; nada (le bullicio cii el alma tampo-co, como el que se levanta ante Un cuadro de lasllanuras lombardas. Una sensación armoniosa,la impresión de la belleza pura. No es posibleapartar los ojos de la blanca franja que lleva di-sueltos los ni¡] colores del prisma; una calma deli-ciosa, una quieta suavidad que aferra al omito,que hace olvidar de todo. La óptica produce aquíun fenómeno puramente musical, la atracción, elolvido de las cosas inmediatas de la vida, el tenueempuje hacia las fantasías interminables. El ruidomismo, sordo y sereno, acompaña, con su notaprofunda y velada, el lii nino interior. Es entoncesque se ama la luz, los Cielos, los campos, los as-pectos todos de la naturaleza, Y por una reaccióngenerosa é inconsciente, se piensa en aquellos queviven en la eterna sombra, sin más poesía en elalma que la que allí se condensa en el sueño ínti-mo, sin estos momentos que serenan, sin esoscuadros que ensanchan la inteligencia y al pasarfLigitivos en su grandeza, ante el espíritu tendidoy ávido, le comunican algo de su esencia.

Así permanecimos largo rato sin cambiar mspalabras que las necesarias para Indicarnos unnuevo aspecto del paisaje, cuando sonó la VOZ

tranquila de Uniaña, invitándonos á desprender-nos del cuadro, porque ci día avanzaba y nos fal-taba aún ver ci Salto.

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—Pero no es posible, amigo, mc )ntrar uipunto de mira más propio que é3te, le (lije COR c

acento suave del que pide un instante ¡has.—Usted ha vkto []ti maravilloso;

pero le falta aún la vista ¡¡it ¡ ma, caja fi cara cOil

el torrente, la visita que hicieron Bolívar, H tim-bolclt, Gros, Zea, Caldas, uno de los Napolconen y

en el remoto pasado, Gonzalo j i1iacz de Quesa-da y los conquistadores atónitos.

Nos pusimos cii marcha, trepando fi pie la

misma senda que con lftn ta dificultad habíamodescendido. Una vez n)ontaclos, rCCOITimÇ's de

nuevo el camino hecho, pero en vez de subir áCincha, baj:imos niievanien te por una senda wá

abrupta aún que la anterior. La vegetación era

formidable, como la cie lodo Ci suelo que avecina

al Salto, fecundado eternamente por la enorme

cantidad de vapores quese desprenden de la casca-

da, se condensan en el aire \7 caen en forma (le6iiisima é impalpable lluvia. El ruido era atrona-dor; la ¡iota grave s, de que he ha-Hado antes, había desaparecido en las vi bracio-lles de un alarido salvaje y profundo, el quejido

de las aguas atormen astad, el chocar violento con-

tra las peñas y el 4rLto de angustia al abandonarel alveo y precipitarse en el vacío. Marelifibamos

con el corazón agitado, abriéndonos pasa por en-

tre los troncos tendidos, verdaderas barreras de

un metro de altura que nos cia forzoso tre par. No

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habituado aún el oído al rumor colosal, las pala-bras cambiadas eran perdidas.

De improviso caímos en una pequeña expla-nada y dimos un grito: las aguas del Salto nossalpicaban el rostro. Estábamos al lado (le la caída,en su seno mismo, envueltos cii los leves vaporesque subían del abismo, frente á frente al río tumul-tuoso que rugía. La abertura de la cascada, for-mando la cuerda que uniría los dos extremos dela inmensa herradura ó semicírculo de que anteshablé, tiene una extensión de veinte metros. Lasaguas del río se encajonan, cii su mayor parte, enun canal de cuatro o cinco metros, practicado enel centro y por él se precipitan sobre un escalónde todo ci ancho de la catarata, á cinco ó seis me-tros más abajo, donde rebota con una violenciaindecible y cae al abismo profundo Col) Lii) fragorhorrible.

Sobre el Salto mismo, existe iiiia piedra pulidaé inclinada, que Lillo trepa con facilidad y dejando

todo el cuerpo reposando en sil asomala cabeza por el borde. As¡, dominábamos el río, elSalto, gran parte de la proyección tic la masa ticagua, el hondo valle inferior ' de nuevo el Funza,serpeando entre las palmas, en las felices regionesde la tierra templada.

Aquel que penetra en losinniensos y silencio-sos claustros de San Pedro de Roma, en uno deesos tristes días sin luz cii los cielos y sin movi-

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miento en la tierra, siente que se infiltra lentamen-te en su alma un sentimiento nuevo, por lo menosen su intensidad. El de la nada, el de la pequeñezhumana, al lado de la idea grandiosa que aquellosmuros colosales, esas cúpulas que parecen conte-TiCr el espacio, representan sobre el mundo. Puedohoy asegurar que no ha y templo, no hay obra sali-da de manos de los hombres, ideada por aquelloscerebros que honran la especie, que pueda compa-rarse 5. uno de estos es p ect5.culos de Ja naturaleza.Para aquellos que viviendo tristemente alejadosdel beneficio inefable de la fe, iios refugiamos, ciilas horas amargas, en el seno de es sentimientovago (le religiosidad, que Co todos nosotros duer-me ó sueña, estas sensaciones profundas tomanlos caracteres de la oración.

¡Qué ettipor inmenol ¡Qué agitación cre-ciente en el fondo del ,él- moral, mientras el cuer-po se estremece, tiembla y aspira, niuclo y angus-tiado, á separarse de la fascinación del abismo!

Las aguas toman vida; aquel que u tu vez tansólo las ha visto venir rugiendo por el declive vio-lento del río, enroscarse sobre sí mismas, caer ator-mentadas y frenéticas al peldaño gigante y (le allílanzarse al abismo, en medio del estertor que resue-na el) la montaña y va 5. herir el oído del viajeroque cruza silencioso las cumbres, aquel que ha vis-to ese cuadro, no lo olvida jamás, aunque vuelva

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{t habitar las llaii uras serenas, los campos sonrien-tes 6 las vegas llenas (le flores.

Las olas se precipitan tinas sobre otras, blan-cas y vaporosas ya; al caer al vacío, la transforma-ción es completa. Una nube tenue, impalpable, selevanta, el iris la esmalta, brilla un segundo y denuevo otra nube de diversa forma r caprichosa, cii -briendo como un velo los tormentos (le la caída,la reemplaza para desaparecer á su vez iiii instantedespués.

¡Qué triste palidez en mi palabra! Qué des-aliento el de aquel que siente y no alcanza á expre-sar! Veo el cuadro entero, vivo, palpitante, ahí,delante de mis ojos; retorno con el alma á la sen-sación del momento, al terror vago que me inva-dió, á aquel grito de amenaza y ruego con quehice retirar á un niño que se inclinaba curioso ámirar el abismo y que quedó absorto contemplán-dome, sin comprender ni mi angustia ni el peli-gro; veo el hondo, hondo valle allá abajo, llega aúná mis oídos el romper de las aguas contra las rocasde la llanura, escena terrible que se desenvuelvemisteriosa, sin que el ojo humano jamás la observe,envuelta en la nube diáfana de los vapores irisa-dos; veo las ciclópeas murallas de granito, severasen su inmovilidad, sus florescencias gigantescas,el agua que parece brotar de sus entrañas pletóri-cas de savia en chorros violentos, corno la sangresaltando de una ancha herida. . . y me revuelvo

EL SALTO DE TEQUENDAMA 195

en la impotencia para pintar ese espectáculo sinigual en esta ínfima porción cte lo creado que nosfue ciado conocer!

Cuando nos clejáinos deslizar por la suave pen-diente de Ja piedra y nos reunimos alrededor delalmuerzo que estaba v:t preparado allí mismo, nosnotámos los rntros pálidos y el re spirar íatigoso.Una grave pesadez nos iii vadía, un deseo impe-rioso de dejarnos caer al suelo y dormir, dormirlargas boris. Es ci fenómeno constante despuésde toda emoción profunda, consejo instintivo dela n:LtLlraieza, que exige la iepai ación de la enor-inc cantidad de fuerza gastada.

El almtierz fue sereno, casi severo; la alegríahabía desaparecido cii sn forma bulliciosa y algocomo una solrm nidad inquieta reinaba en tos es-píritus. Por momentos, alguno de los compañerosbebía tina copa de no, se levantaba en silencio é¡ha de nuevo á tenderse sobre Ja peña y hundirseen la muda contemplación. Así quedé largo rato;las voces humanas que sonaban á mi espalda,apartaban de mí la sensacion de soledad que ha-bría sido terrible en ese instante. Orco que pocoshombres sobre la tierra tendrán una atrofia tan ab-soluta del sistema nervioso, un dominio tan com-pleto sobre su im;tgi n;tcion y una firmeza tal decabeza, que les permita pasar inipasi bIes una noche,solos, al lado del Salto. Por mi parte, declaro contoda sinceridad que, si tal cosa me pasara, habría

196 NOTAS DE VIAJE

un loco más sobre el inundo á la mañana si-guiente..

—Desde que los conquistadores pisaron la sa-bana de Bogotá hasta la fecha, decía RobertoSuárez con voz grave, se habrán suicidado en es-tas inmediaciones no menos de diez mil personas.Entre ese número infinito de causas que hacen lavida imposible, cuántas, radicando en la imagina-ción, la exaltan, la enloquecen! Y sin embargo,hasta hoy, no se sabe de un solo hombre que dan-do un grito de orgullo satánico, se haya arrojadodesde esa peña al abismo. Al liii, morir así 6 parti-do el cráneo de un balazo, siempre es morir!

Pero cuando se está frente al Salto, viviendo ensu atmósfera, contemplando su grandeza soberbia,se comprende que la cantidad de valor necesariapara pegarse un tiro ó hundirse un puñal en el co-razón, es un átomo insignificante, al lado de la re-solución soberbia é impasible que anima á Man-fredo en la cumbre del Jung—Frau y que se desva-necía ante la grandiosa serenidad de la muertebajo esa forma. Sólo en aquel momento pudecomprender la verdad proíuncla del poema deByron; el cazador que detiene fu Manfredo cuandotiene yá un pie en el vacío, es el instinto miserabledel cuerpo, es la debilidad ingénita de nuestra na -turaleza, que nos aferra al lodo de la tierra en elinstante en que el alma, bajo una inspiración altay vigorosa, quiere mostrar que no eh vano tieneuna patria celeste...

EL SALTO DE TEQUENDAMA £97

No habría á mis ojos héroe mayor en el tiem-po y el espacio que aquel que, sereno y consciente,de pie en el borde del abismo, mirara un instantesin vértigo el vacío extendido á sus pies y luégo....

—Cuál de ustedes renovaría la hazaña deBolívar, mis amigos? (lijo una voz.

El Libertador, en una de sus visitas al Salto,encontrándose con numerosa comitiva, precisa-mente frente ñ frente del punto en que nos hallá-bamos, pero del lado opuesto del torrente, oyóque uno de los circunstantes decía: "Dónde iría,general, si vinieran los españoles?—Aquí! dijoBolívar, y antes de que pudieran detenerlo, ni aunlanzar un grito, dio un salto y quedó de pie, ,á picosobre el abismo, sobre una piedra de dos metroscuadrados, por cu yo costado pasaba, vertiginoso yfascinante, el enorme caudal de agila que mediosegundo después cae al vacio.

La piedra se encuentra aún en su mismo sitio;dar un salto hasta ella, desde la orilla opuesta, norequiere por cierto un esfuerzo extraordinario;cualquier hombre que trazara sobre una llanurauna senda de un pie de ancho, canii ilaría por ellasin dificultad; pero colocad una tabla de idénticadimensión Li cien metros de altura y os ruego queensayáis.

Después (le una leve discusión, qued5iuostodos sinceramente de acuerdo en que, para lleSvar á cabo ese rasgo se requiere una organización

198 NOTAS DE VIAJE

especial, tina aiisciicia de nervios ó un dominiosobre la materia, (le que ninguno de los humildespresentes estábamos dotados. (i)

Nos consoh'tmos pensando en que los Bolíva-res son raros y en que, si ninguno de nosotros loera, no había motivos plausibles para imponernosla responsabilidad de esa omisión.

La cuestión de la altura del Salto no está aúndefinitivamente iestielta, t{rl es la dificultad quehay en medir la distancia que separa el valle in-ferior del punto en que las aguas abandonan ellecho del río y tál también la autoridad de loshombres dc ciencia que han dado cada uno unacifra arbitraria.

La primera dimensión que encuentro consig-nada es la (Id buen Obispo Piedrahita quien, des-pués de narrar la leyenda del Bochica que yá hetrascrito según Humboldt, agrega con aquel acen-to de sinceridad que hace i niunitable á nuestro

(1) "En 186. 1-1 general Bolívar. entusiasmado con tanmagnífica escena, un pudo contenerse y saltó á una piedra, dodos metros cuadrados, que forma como un cliente en la horro-rosa boca de] a.hirno. A la misma plidra salté yo tu una de misexcursiones: mro CDII esta diferencia, que el Libortadorllivahabotas con el tacón herrado y yo tuve la precaución de descal-zarme previamente: yo estaba en la fuerza de mis dieciochoaños y. excusa en L)au'to mi temeridad. Un pasopaso en falso. unresbalón, habrían tuastacic, para que no estuviese contando elcuento. 'Veces hay en (1fl0 se me erizan los cabellos al pensaren aquella ha rbariclad." (Juan Fi'anclsco Oiiz).

EL SALTO DE TEQUENDAMA 199

Barco de Centencra, el M. I'rud'hornmc de laConquista:

". . . . El Salto de Tequendama, tal) celebradopor una de las maravillas del inundo, que lo haceel río Funza, cayendo de la canal que se formaentre dos peñascos de más de media legua de alto,hasta lo profundo de otras peñas que lo recibencon tan violento curso, que el ruido del golpe seoye á siete leguas de distancia." ()

Cuánta razón tenía Voltaire de criticar en ElDorado las funestas exageraciones de los viajeros(le América, que abultaban desde las cascadashasta los yacimientos de oro, produciendo aquellasdecepciones que se traducían cii crueldades detodo género sobre el pobre indio! No ha y talmedia legua de altura, lo que no permitiría la for-mación cid río inferior por la evaporación coniple-ta de las aguas- No hay tal ruido que se percibedesde siete leguas, porque CI) ese caso la proximi-dad inmediata del Salto haría estallar todo tímpa-no humano.

Humboldt, que es necesario citar siempre queuno lo encuentre en su camino, dice que el ríose precipua ti 175 metros de profundidad, agregan-do, al terminar su descripción

Acaban de dejarse campos labrados y abun-dantes en trigo y cehada; ulíranse por todos lacIos

(1) Piedraliita, llistnria general de la flnqui-sta del nuevoReino de Granada. Lib. u, cal).. t. pág. 13. Ed. de 1581.

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aralia, als!onia Iheofonnis, begohia y chinchona ccv-

difolia y también encinas y álamos y multitud deplantas que recuerdan por su porte la vegetacióneuropea, y de repente se descubre, desde un sitioelevado, á los pies, puede decirse, un hermoso paísdonde crecen la palmera, el plátano y la caña deazúcar. Y como el abismo en que se arroja el ríoBogotá comunica con las llanuras de la tierra ca-liente, alguna palmera se adelanta hasta la cascadamisma; circunstancia que permite decir á los ha-bitantes de Santafé que la cascada ele Tequenda-ma es tan alta que el agua salta (le la tierra fría á

la calienle. Compréndese fácilmente que una dife-rencia de altura de 175 metros no es suficiente áinfluir ele una manera sensible en la temperaturadel aire."

Fié ahí precisamente lo que no comprendo, niaun fácilmente, en la aserción del ilustre viajero.El mismo observa la presencia de palmeras, plá-tanos y caña de azúcar en el valle inferior y afir-ma que una que otra palmera avanza hasta el piedel abismo. ¿No son acaso esas plantas esencial-mente características de la tierra caliente? No nece-sitan para crecer, como los loros y guacamayasque revolotean á su alrededor, para vivir, ele unatemperatura superior de 25° centígrados? 1 nduda-blernetite que 175 metros de diferencia en la altura,no bastan á determinar esta variación de cli-ma; pero encontrándose el hecho brutal, indiscu-

EL SALTO DE TEQUENDAMA 201

tibie y patente, no hay mñs recurso que creer enalgún error por parte del señor barón en la ope-ración que le dio por resultado la cifra indicada.Pido perdón por esta audacia, tratándose (le unaopinión (le! más grande de los naturalistas; pero elsentido común tiene sus exigencias y es necesariosatisfacerlas.

El ingeniero D. Domingo Esqtiiaqiii, citadopor el Sr. Ortiz, m!dlió la catarata con la sondale-za y el barómetro y halló que su altura, desde elnivel de! río, hasta las piedras que sirven de reci-piente á sus aguas, es de 264 varas castellanas ó792 pies. Tenernos yá una opinión científica queaumenta en un tercio la cifra de ¡ Iumboldt.

El Sr. Esguerra (r) da la cifra de 139 metrosde altura perpendicular. El Sr. Pérez (Felipe) (2)da 46. Ninguno de ellos cita su autoridad.

Se asegura que descendiendo de la Sabana ybu-scando por San Antonio de Tena la entrada alvalle por donde corre el Funza después de su de-rrumbamiento, es posible llegar al pie de la casca-da y contemplarla como ciertos pedazos del Niá-gara ó de Pissenvache, en Suiza, detrás de la enor-me cortina de agua. Formmos el proyecto de ha-cer esa excursión penosa, pero mucha gente cono-cedora de la localidad nos hizo desistir de la idea,persuadiéndonos que aquella enorme iiuisa de

(1) Diccionaflo geográfico de CoWmbta.(9) Gcogrcifia Fistca y Politica de Cundinamarca.

202 NOTAS DE VIAJE

vapores desprendidos del choque, hacía la tierratan sumamente permeable y pantanosa, que co-rríamos riesgo de hundirnos ó en lodo caso (le nollegar al punto deseado.

Entre las tradiciones del salto se cuenta aquelrasgo de inaraviliosa sangre fría del Dr. Cuervoque, atado al extremo de un cable, se hizo descen-der al abismo por medio de Liii torno, diz que de-posité una botella con un documento á tinos se-senta ó setenta metros más abajo del nivel de lacatarata y luégo (le gozar largo rato el espectáculosoberano de las aguas cii medio de su caída, vol-vió 5 subir, llegando á la altura sano y salvo.Cuando, á orillas del mismo Salto, me narraron lahazaña, cerré los ojos bajo Un secreto terror y sentíalgo como antipatía por dicho Sr. Cuervo, á q iiie uno reconozco ci derecho de humillar de esa ma-nera á sus semejantes.

Llegó el momento cid regreso y emprendimosla vuelta con un cansancio extremo. Las sensacio-nes intensas que nos habían doini nado por algu -i ias horas, cl profimelo aso ni h ro quee aú Ii estreme-cía el alma por instantes, nos dieron una lasitud[SI, que al llegar á Li hacienda de Tequendama,nos desmon tám os y encontrando en un corredoralgunas pieles, nos tenclínios sobre ellas, quedán -donos casi instantáncainente dormidos.

Un tanto reposados, nos pusimos en camino,

EL SALTO DE TEOUEXD.\31.\ 203

entrando á Bogotá al cacr LL Iardc. Durante mu -chas días tuve fijo en el espiritu el cuadro sobe-vario que acababa de cori teniplar, tan belio, cornocreo no me será dacio ver otro en la tierra.

Otra de las maravillas naturales de Colombia,

es el famoso puente de Pancli 6 Icononzo. No me

fue posible ir á visitarlo, porque se encuentra muydistante de Bogotá. Como el aspecto de esas re-

giones es casi desconocido entre nosotros, creo que

será leída con placer la descripción que de él haceel Barón Gro,, hijo del ilustre pintor, cii una carta

dirigida al geólogo Elie (le Beaumont, en 1828,

durante una misió'l (liplomttica en Colombia.Héla aquí:'' El valle de Icononzo 6 de Pandi, pueblo

de indígenas, colocado N. S. en tina línea perpen-

dicular á la gricta profunda en cu y o fo ¡ido corre

el río Sumapaz, dista de Bow tá 12 á iS leguas

al S. 0. Saliendo de esta ciudad bien temprano,puede. llegarse fi Fiisagasugá el mismo día. En este

lugar, situado cii un valle delicioso, se rc-spiia un

aire tibio y embalsamado, que hace contraste conla atmósfera fría y pcnctrant dV la planicie alta. De

Fusagasugft se '-a á Mercalillo C!1 seis horas. Estees el último lugar habitad" que se encuentra antes

de llegar al Pucule tic Piedra, como lo llaman los ir]-

dios vecinos. Se caminan Iuégn 25 minutos mis- de

bajada hasta el fondo del barranco, aftavesando u u

204 NOTAS DE VIAJE

(rozo tic bosque. Entonces se da vista Li un puen-te tic palos construido á modo del país con árbo-les y ramas atravesadas, cubiertas de tierra y cas-cajo. Extráñase ver aquí una especie de parapetoconstruído de ambos lados, cuando el viajero hatenido que pasar altos puentes de madera en todoel Camino sobre torrentes impetuosos, sin quese haya juzgado conveniente hacerles baranda al-guna. No deja de palpitar el corazón á cada oscila-ción que el paso tIc la mida comunica á los puen-tes, y cuando se reflexiona que una plomada quese dejara caer desde el estribo tocarla en el torren-te sin obstáculo alguno. Sorprende, pues, hallaresta baranda, y más no viendo nada porque losarbustos ocultan el precipicio, hasta que se llega ála mitad del puente y, se advierte por entrelos brezales un abismo profundísimo, del cualsube un rumor sordo como si lo produjera untorrente lejano. De cuando en cuando aparecenciertos reflejos azulados, y las hileras de espumade un blanco dudoso que bajan lentamente, pasanbajo el puente, é indican de esta manera que unacorriente de agua negra y profunda desciende de.E. á O. por entre los muros perpendiculares deesta enorme quiebra. Si se arrojan algunas piedrascomo para explorar el abismo, se levanta un ruidodisonante, y yá acostumbrada la vista á la oscuri-dad, se distinguen volando rápidamente sobre lasaguas multitud de aves cuyo graznido espantoso se

EL SALTO DE TEQUENDAMA 205

semeja al de los grandes murciélagos, tan comu-lies en la zona ecuatorial.

Este espectáculo imponente que conmueve elánimo y le comunica cierto terror, se ofrece alviajero parado sobre el puente vuelto hacia arribay mirando al E. Aquí el puente natural es perpen-dicular sobre el abismo entero, aunque invisiblebajo el puente de madera, y tiene sobre 5 varasde grueso pUCO menos. La roca que forma las pa-

redes del abismo se continúa formando el primerarco ó bóveda natural que sirve de fundamento alpuente, y constituye una de las iiiaravillas naturalesde esta comarca. Si se vuelve la vista al O. se observael agua saliendo de una gran profundidad bajo elpuente, y aunque el espectáculo no es tan singular,la abertura mayor de las paredes cta la grieta pro-cura más luz y permite examinar mejor la confi-guración de las rocas, que son formadas de le-chos alternantes de arenisca ó asperón esquistoso ycompacto. P- este lacio se puede bajar hasta laparte inferior del segundo puente, formado porun enorme bloque 6 cauto de arenisca, que al cies.plomarse quedó atorado entre los dos muros de lagrieta, ó es por ventura un fragmento dislocado dela misma capa de piedra que se continúa á su ni-vel de ambos lados. Este canto es de aspecto cú-bico y forma como la llave de la bóveda entre doscornisas de la roca que se avanza de cada lado.La grieta se prolonga hasta cerca de un cuarto de

206 NOTAS DE VIAJE

legua mAs abajo, pero su altura, que desde el piso(tel puente hasta el nivel del agua es de Sg metrosó casi cien varas castellanas, va disminuyendo gra-

dualmente y acaba por presentar el aspecto de un

torrente caudaloso sembrado de grandes piedras y

corriendo por entre un bosque. Nr fue posible me-

el¡¡ - con exactitud la profundidad de lasí aguas bajo

el puente, cantidad que varía con las avenidas ysegún las estaciones cl: lluvia o seca, pero por un

cálculo aproxi inado puede decirse que no baja de

6 metros. El largo total de esta maravillosa quie-

bra, es de una legua, desde el paraje en que el to-rrente penetra entre las d')s paredes perpendicula-

res que la forman, hasta que sale de la grieta, cuya

anchura, por iéi-mi no medio, es de lO it 12 metros

(30 6 JS pics. La bóveda nattti-al clii puente de

piedra superior tiene 25 CS de anchura. Los le-

chos cte roca arenisca que constituveii la grieta es-

tán inclinados hacia el S. lo'y 51D ;l ocaso y por

consiguiente se levantan hacia la planicie alta de

Bogotá.Las aves semi nocturnas que viven en la grieta

subterránea de Pandi parecen ser los guácharos

que el Barón de Humboldt vio en el Orinoco, y

que existen también en las cavernas del Chaparral,

en donde los llaman guaparc's y guacapaes. Estos

pájaros viven en grutas húmedas, se alimentan con(rutas aromáticas y producen una grasa líquidacomo aceite, que utilizan en otros lugares, comoen Caripe. Son una variedad del capriinulgzis."