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Moises
Sello

El siglo XX venezolano conversado con E lías Pino Iturrieta

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-ASDRÚBAL BAPTISTA. Quiero darle formalmente la bienvenida

al doctor Elías Pino Iturrieta, cuya presencia honra a este grupo y a Fundación Polar.

La presencia del doctor Pino entre nosotros no precisa de justi­ficación. Elías Pino es doctor en Historia del Colegio de México, pero más allá de ese grado es, sin ninguna duda, un historiador que sabe de su oficio como muy pocos. De palabra atinada y precisa, las labo­res historiográficas de Elías Pino han dejado huellas en el siglo XX

venezolano. _ _ _ _ ____________ _ Yo quiero plantear de manera preliminar un tema para echar a andar la con­

versación y luego, con la informalidad del caso, vamos hilando la entrevista sin más norte que aclararnos las ideas y permitirle a usted que, a su vez, vaya hilando las suyas propias sobre el siglo XX. Hay en efecto un hilo que pareciera recorrer su

obra, y él es uno entre otros tantos que logro discernir, y que es el tema del caudillo, del caudillismo.

Hay, no puede albergarse duda, en la historiografía venezolana, un énfasis

muy grande en las relaciones personales, en la voluntad personal del hombre de gobierno para explicar el decurso histórico del país: Páez, Guzmán, Castro, Gómez, Pérez Jiménez, Betancourt, Chávez. Nombres que expresan no tanto la estructura del poder que les sostuvo o les sostiene, ni las fuerzas de la historia que en torno a ellos se mueven, sino su propia personalidad individual. De alguna forma yo em­palmo esta actitud con el tema del caudillismo, que desde luego es fascinación para quienes de afuera nos juzgan y fascinación para uno mismo, cuando la historia se

intenta reconstruir en una suerte como de hilo que vincule los tiempos, las genera­ciones y los hechos.

Mi comentario, en la forma de una pregunta, y para arrancar la conversación de esta tarde es el siguiente: si usted tuviera que juzgar el siglo XX venezolano a la luz de un solo hilo, y en un solo vuelo, ¿sería el tema del caudillismo, como sangre y motor de la historia del país, el punto de partida y el punto de llegada?

- Elías Pino. Creo que es necesario irme un poco más atrás para poder hablar de los caudillos en el siglo XX, en caso de que existan de veras, y hacer algunas refe­

rencias a lo que entiendo acerca de la apreciación que se ha tenido del fenómeno en Venezuela.

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Cada vez que la mayoría de los historiadores se refiere a los caudillos lo hace en términos peyorativos, considerándolos como causa de lo que los positivistas lla­maban barbarie: factor de entrabamiento frente a la posibilidad de un proyecto ci­

vilizatorio en la Venezuela del siglo XIX. Esa lectura, según mi parecer, ha marcado la versión sobre el caudillo y ha conducido a una apreciación inexacta de su papel. Ocurre con él como con otros fenómenos, que se le pide a la historia y a determina­do tiempo histórico lo que no pueden dar.

¿ Qué otro protagonista podía haber tenido el siglo XIX que no fuera el caudillo?

Si usted tuviera que juzgar el siglo XX

venezolano a la luz de un solo hilo, y

en un solo vuelo, ¿sería el tema del caudillismo, como sangre y motor de la historia del país, el punto de partida y el punto de llegada?

La República en 1830 es un escombro.No hay instituciones, no hay estado de derecho, hay una miseria terrible. Ni siquiera hay algu­

na dignidad en la casa de gobierno, que es una humilde morada pública y privada, oficial y familiar. El Congreso funciona en una capilla abandonada, no hay caminos, no hay dinero y se comienza a hacer un gobierno con los elementos que se tienen a mano. El elemento que se tiene a mano, en términos humanos, es esa espe­cie de hombre nacido de las guerras de independencia, apenas co­

menzado a formar en el medio de las batallas y a quien se le pide ocuparse de los asuntos del gobierno, puesto que no hay otros que

se ocupen con propiedad del asunto. Entonces, cómo pedir que en lugar de Linares Alcántara hubiese veinte Fer­

mín Toro, o veinte CecilioAcosta. ¿De cual universidad iban a salir? ¿De qué semi­narios podían venir? Con la mirada puesta en las limitaciones del país en el siglo pasado, tiene que llegarse a una primera conclusión: no había otro factor de control

En torno al caudillo

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social que no fuera ese caudillo. Y si es esto es así, ¿por qué entonces no verlo más bien como un factor de construcción nacional, en lugar de considerarlo como factor de barbarie?

Es aquí donde cabe introducir la posibilidad de una lectura diversa del rol de los políticos en el siglo XIX y también del siglo XX, si es que se prolonga la presencia del caudillo hasta nuestra época. Cuando en el siglo XX nuestro se menciona a Luis Alfaro U cero y se le dice El Caudillo, se lo hace en términos peyorativos, como pro­longación de la herencia de esa visión empinada de los doctores positivistas que consideraban a Venezuela como una sociedad suicida. Así opinaba, por ejemplo, Pedro ManuelArcaya, quien escogió como símbolo de la colectividad decimonóni­

ca al zamuro, un ave de muerte y de rapiña, y quien puso en la cumbre de la colec­tividad suicida al caudillo. Pero la verdad es que esa sociedad no se suicidó.

Cuando llega el siglo XX, la vituperada sociedad ha hecho una forma de vida. Nuestros abuelos, nuestros antepasados pudieron vivir en sociedad. No se inte­rrumpió la fábrica institucional, hubo un pensamiento digno de atención, más im­portante del que pudo desarrollarse en la independencia, quizás incluso más im­

portante del que se que se ha desarrollado en el siglo XX. Y, ¿quién está en el centro del teatro? El caudillo, o lo que se le parece al caudillo. La verdad, entonces, es que el caudillo representa una presencia recurrente de la historia de Venezuela, en el siglo XIX y tal vez en el siglo XX, pero necesariamente no resulta un elemento des­tructivo. De allí que no pueda verse como un factor opuesto a la construcción del anhelo de una sociedad organizada, del anhelo que se declaró en 1810, a la fábrica de una república, a la fábrica de una ciudadanía consciente y responsable. Por lo menos no puede juzgarse como único responsable, en caso de que el asunto consis­ta en localizar víctimas propiciatorias cuando se trata de fenómenos colectivos.

En todo caso, estamos ante el reto del siglo XX, es decir, la creación de ciudada­nos conscientes y responsables, un reto que no se puede separar de los retos del siglo XIX, que con caudillos y todo fue poco a poco poniendo el cimiento de ese ciu­dadano y de esa república que todavía hemos de desarrollar. Hay que revisar la lec­tura que se tiene del caudillo, para poder entender las cosas que están pasando,

porque si consideramos al presidente Chávez como un caudillo -algunos lo han planteado así- el hecho de ser caudillo no lo convierte necesariamente en factor de retroceso, en factor de impedimento para una mayor fortaleza institucional. Acaso pudiera serlo desde el punto de vista del militarismo, se ha dicho también, pero entonces estaríamos ante una realidad distinta: el caudillo es una cosa y el milita­rismo es otra. Desde esa perspectiva el presidente de la república, o el militarismo como factor de los procesos históricos, tendrían que estudiarse partiendo de otro

punto de vista, menos marcado por posturas o versiones que ya vienen cargadas de juicios negativos de valor.

Puede ser una generalización peligrosa meter, por ejemplo, a Rómulo Betan­court en una misma lista que encabezaran Ezequiel Zamora o Joaquín Crespo,

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Rómulo Betancourt

puesto que son figuras marcadas por tiempos históricos comple­tamente distintos. Quizá uno de los rasgos de Betancourt y de los fundadores de la democracia venezolana es esa distancia con el

caudillismo que ellos llegan a conocer y a vivir en las cárceles gomecistas, porque en el siglo XX están presentes hombres del siglo XIX a quienes -en el umbral de nuestros días- no puede uno

verlos sino con inmensa admiración. En ese momento, el doloroso momento del comienzo del gomecismo, representan a la Venezue­la que busca la libertad, la Venezuela que busca la dignidad, la

Venezuela que busca la república. Sus huesos se pudrieron en La

Rotunda del entronizado general Juan Vicente Gómez, a quien no debería verse tampoco como un caudillo, sino como una forma política distinta que crece como consecuencia de la decadencia o del declive de esos caudillos del siglo pasado.

Todo esto refuerza la necesidad de mirarlos de una forma distinta y de tener cuidado con clasificaciones ligeras. Un hombre como Rómulo Betancourt no puede

calzar en esa horma, y probablemente el presidente Chávez tampoco se ajuste a ta­

les moldes. Creo que hay que meterle la lupa al caso del caudillo en el siglo XIX, para

entenderlo a cabalidad y para entender sus supuestas representaciones del futuro.

Más todavía, como importantes factores de la historia nuestra y para entender los inconvenientes que enfrentamos hoy en la búsqueda de una república y de una ciu­dadanía, en lugar de mirar al caudillo debemos mirar a lo que yo llamo el caballero,

el blanco criollo, a los hombres de armas y la Iglesia católica. Tal vez estos factores

ejerzan una mayor influencia en la vida de la sociedad venezolana que el mismo

caudillo. Aunque el caudillo tenga el poder, quizá lo tiene debido a la existencia

previa de unos caballeros, de una Iglesia y de unos hombres de armas que han evi­

tado que la república como tal exista en Venezuela, o que han preferido una repú­blica a su imagen y semejanza contando con la fuerza del caudillo.

-Isaac Chocrón. ¿Puede haber un caudillo democrático? Es decir, ¿cuál sería la

definición ortodoxa de un caudillo? Un caudillo, me parece, es alguien que violenta

las normas de la sociedad y a la fuerza se instaura en el poder, pero por lo que usted

acaba de decir sobre las diferentes modalidades o sinuosidades de los tipos de cau­

dillos ¿podría haber alguien elegido por el pueblo y erigido por el mismo pueblo en caudillo pero un caudillo democrático?

- Elías Pino. Por lo menos en el siglo XIX uno pudiera plantear que pueden ser

casi la misma cosa, que de la poblada nace unjefe. No hay entonces una diferencia

que permita decir que del caudillo se deriva la imposibilidad de que exista una

democracia. Es decir, pareciera que en el siglo XIX pudiera hablarse de una sinoni­

mia entre caudillismo y democracia, o entre caudillismo y presencia popular. Siem­pre en el entendido de que la democracia entonces no existe como la entendemos

hoy. Estas son las vías por donde creo yo que puede plantearse la situación objeto

de la pregunta.

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-Isaac Chocrón. La idea es que no tenemos que ser peyorativos ante el caudillo porque pudiera haber caudillos buenos, ¿no es así?

- Elías Pino. Ni buenos ni malos.

-Isaac Chocrón. Buenos no es lo que quiero decir, sino que cuentan con el res-

paldo popular y al mismo tiempo llevan a una suerte de democracia a su manera y no violentan las bases del Estado.

-Elías Pino. Un prototipo de lo que tengo en mente es el general Juan Bau­tista Araujo, El León de La Cordillera, quien controló los Andes venezolanos. Araujo viene a ser, más que un caudillo, una especie de gran pa­

triarca que permite la continuidad de la paz. La Guerra Fede­

ral no penetra en los Andes, ciertamente, pero no sólo por la mole de sus montañas, sino por la presencia del general Arau­ja, a quien acuden todas las tribus de Trujillo para que haga el concierto y evite la sangre.

¿ Qué significa todo esto? Significa preservar una sociedad, y

expresa un vínculo fundamental del líder con el pueblo. En los

Andes del año 70, o ya de finales del XIX, no ocurre ningún hecho de

particular violencia, seguramente por la presencia del general

Juan y de sus herederos. El propio Guzmán, presidente de la repú­blica, acude a él para que se convierta en su soporte y Arauja -como patriarca ya, no como hombre de armas-, distribuye la jus­

ticia, castiga a las personas, premia a los que su vara juzga como

mejores y la gente acepta buenamente la presencia del hombre

fuerte que contribuye como nadie a la tranquilidad, a la paz, a la

marcha de los cultivos. Así la vida discurre sin ningún problema, o

sin entuertos de envergadura. Por allí es por donde deberíamos comenzar a pensar. ¿Es bueno o es malo lo que antes he descrito? Lo

Asujuicio, ¿ qué es lo más terrible

que le ha ocurrido a Venezuela

en este siglo? ... Chávez, sin duda ...

¿Enserio?

Juan Bautista Arauja, el caudillo de la barba partida

importante es tener presente que es así porque no había otra manera de que ocu­

rriera. Entonces, cabe preguntarse lo siguiente, de cara al problema de lo contempo­

ráneo: ¿acabó todo aquello con la muerte del general Juan? ¿Históricamente la

defunción física significó su desaparición? A lo mejor no, pero con las características

que imparte el nuevo tiempo, el siglo XX. Quizá pudiera ser así. -José Luis Vethencourt. En función de lo que usted nos acaba de exponer, es

decir, ese recordatorio tan importante de que la visión peyorativa del caudillo por

parte de los positivistas desconoce las condiciones de posibilidad del siglo XIX, indi­

ca, entonces, que no había espacios para que allí se albergara otro tipo de liderazgo que no fuera el caudillismo. Pero, entrado el siglo XX, se producen condiciones para

que surja un liderazgo y unos anhelos de nación diferentes a los que trae consigo el caudillo, o al menos el caudillo del XIX.

A mí me gustaría preguntarle dos cosas para conocer su opinión. Tengo la

impresión de que esas condiciones de posibilidad surgen durante el gobierno de

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Gómez, no "por causa de" sino "durante el" y que, en ese sentido, Gómez pudiera bien ser el primer caudillo ilegítimo, en particular si se tiene en cuenta que fue cau­

dillo en contra o a pesar de que estaban dadas unas condiciones para que surgiera

otro tipo de liderazgo nacional. Esa es la primera parte de la pregunta.

La segunda es la siguiente: usted asomó la posibilidad de entender la figura de Gómez como otra cosa que no fuese un caudillo. Pues bien, ¿cómo lo vería usted?

Me parece que el juicio que se pudiera hacer sobre el caudillo en el siglo XX debiera tener en consideración que aquí hay elementos que posibilitan un liderazgo distin-

¿Qué otro protagonista podía haber tenido el siglo XIX que no fuera el caudillo?

to de cara a darle paso a una conducción política también distinta

para el del siglo XX. Pero aclaro, no creo que se trate de legitimar la

visión peyorativa del caudillo, pero sí de añadirle -quizás- un jui­

cio crítico más sostenido.

-Elías Pino. El general Gómez es el resultado de la decrepitud de los caudillos. No había necesidad de matarlos porque que se estaban muriendo de viejos sin la faena de un verdugo. El tiempo conspira contra su permanencia, y eso

lo demuestra la marcha de Castro en el 99, que es casi como derrumbar un castillo

de barajas. Así terminó por ser el apara taje de casi todo el siglo XIX.

Con los caudillos ocurre que hay, primero, el desgaste cronológico normal, pero

también el desgaste de las guerras incesantes ocurridas desde 1845, por dar una fecha. El almácigo de los caudillos tiene que secarse como consecuencia de tantas guerras: la Guerra Federal, la Guerra Legalista, las guerras de Crespo, las diversas

escaramuzas contra Andrade. Debían producir un desgaste del liderazgo que los

conduce a la tumba, sin necesidad de que hubiese venido de los Andes un grupo

completamente diferente-como se dice- para llevarlos al cementerio. Ya ellos esta­

ban preparando el cortejo fúnebre y a la tumba iban, con o sin Castro, y no les que­

daba otro camino. Además, no tenían herederos. Ellos eran únicos y ya estaban muy viejos y desgastados, en edad cronológica, pero también en términos históricos.

·-Cipriano Castro y sus ministros

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Entonces, ocurre un factor que a lo mejor también tendría que estar sujeto a una revisión crítica. La presencia de los andinos, por ser relativamente reciente en la historia de Venezuela, permite el ascenso de una figura nueva en relación con el pasado: el general Gómez. La ausencia, o la muy poca participación de los andinos en la política del siglo XIX permite la presencia de un liderazgo semejante al del siglo XIX pero también distinto, son las dos cosas y de allí puede salir la posibilidad de que un campesino ignorante y cruel se convierta en tirano hasta el día de su muerte sin que haya ningún tipo de objeción en Venezuela.

Yo pienso que esa presencia de este elemento colectivamente importante -que

no había participado en forma estelar ni en las guerras, ni en la política ni en la administración desde 1858 hasta 1899- puede permitir una explicación que tenga sentido. El andino, seguramente con alguna noción distinta de la obediencia, de la lealtad, del rigor, es como un inédito factor de "disciplinamiento" frente a la demo­cracia-se puede usar el término entre comillas-y a la indisciplina que caracterizó el siglo XIX. El siglo XIX fue un siglo libre, un siglo hasta de felicidad de los venezo­

lanos, y va a ser cambiado por un comienzo de siglo triste y oscuro cuando los andi­nos llegan al poder. No deberíamos celebrar sino la llegada de la cadenas cuando los andinos toman el poder en Venezuela, en el supuesto negado de que existan pretextos para un regocijo. Las haciendas disciplinadas del Táchira vienen a con­vertirse en una especie de modelo en el que nos vamos a meter todos a la fuerza. El punto resaltante es que la sociedad consiente aquel horror; esto es lo que conviene revisar, en cierto modo.

El siglo XX venezolano nace con la indignidad de la sociedad venezolana como signo. Sólo unos venezolanos excepcionales levantaron la voz contra Gómez. Des­

de luego, había un precio muy caro que se tenía que pagar: la muerte, la tortura, el tortol, el vidrio molido y La Rotunda, pero aún así otros pueblos frente a las mis­mas amenazas, por ejemplo México, resolvieron darle una patada por el trasero al autócrata, a Porfirio Díaz que es el del caso nacional referido. Nosotros esperamos la muerte del general Gómez y lo acompañamos al cementerio en una especie de consternación nacional. Son 27 años de abyección de toda la sociedad venezolana, a los que deben agregarse los 8 años anteriores de Castro, así como también la com­

placencia frente a la herencia gomera representada en López Contreras y Medina Angarita, que no son otra cosa que extremidades legítimas del gomecismo.

De allí la permanencia de la postración de Venezuela frente al posgomecismo encarnado en una figura de especial reputación, como por ejemplo Arturo Uslar Pietri, la luminaria del medinismo que ahora vemos pasar por la memoria de la sociedad con olor de santidad y democracia. Son factores que nos incumben a todos los venezolanos y que pueden constituir una tabla valora ti va para juzgar el proble­ma que vive el país, no en balde pocos han dicho estas cosas así como las vengo

diciendo y seguramente provocarán ronchas. El país que se debate entre esa indig­nidad y esa postración y la posibilidad de ser democrático y republicano y lleno de

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virtudes y de capacidades para constituir una sociedad formada por ciudadanos. Pienso que lo digno de resaltar es que para los venezolanos el general Górnez es una presencia permanente, pero además es una presencia a la que se acude en soli­

citud de favores. Se le recuerda con especial rnirarniento, digamos: en el tiempo de Górnez no hubo problemas; en el tiempo de Górnez hubo paz, en el tiempo de Górnez se respetaba, el general Górnez desde el cielo en el que se encuentra rne hace mila­

gros. Son evidencias de una conducta perversa que por alguna parte nos brota y que nos convierte en un horror corno pueblo.

¿Le importa de verdad a Venezuela la libertad? ¿El venezolano del siglo XX

está o ha estado dispuesto a jugársela por la libertad? Si vernos la sumisión ante

Castro, la sumisión ante Górnez, las complacencias frente a López y Medina, pero

también los himnos que le cantarnos a Pérez Jirnénez, tendríamos que dudarlo, o

cuando menos pensarlo sin prisas. Se rne ocurre que sólo así podremos también entender la fascinación que provoca el presidente Chávez. Tiene que haber algún elemento, digo yo, vinculado con este proceso reciente, que nos permita explicarnos

por qué alguien que muchos presumen que es un caudillo, pero que es sin duda un

hombre de armas, un hombre enfático que pudiera vincularse inconscientemente

con la figura de Castro o con la figura de Górnez, provoca el encantamiento que aho­

ra domina a la sociedad venezolana. Es a este tipo de fenómenos históricos a los que deberíamos meterle la lupa. Pero debo ser cauto: se trata de hipótesis. Yo no puedo estar seguro de que las cosas sean así, aunque si se las maneja adecuadamente qui­

zá nos den las pistas que necesitarnos para entender lo que sucede en el presente.

-Maritza Montero. Yo quisiera primero hacer un comentario a partir de lo que

venía diciendo Elías sobre el papel del caudillo en el siglo XIX. La necesidad del

caudillo, tan bien encarnada en la figura del generalAraujo en los Andes, refleja en

cierto modo las ideas positivistas en boga: la necesidad del caudillo para poder pasar del salvajismo a la barbarie y de la barbarie a la civilización. Es decir, tendría

una función mantenedora de un cierto rigor, que luego identificaste corno un rigor

andino, pero la verdad es que no todos los caudillos eran andinos; valga el caso del

Mocho Hernández. Está en el aire la pregunta de si se puede hablar de caudillos en

el siglo XX. ¿Podríamos decir, entonces, que no cabe hablar de caudillos en el siglo XX? Ya Górnez no es un caudillo, es otra cosa que un caudillo; rnás bien habría que hablar de nuevas formas de liderazgo en el siglo XX, y el supuesto caudillismo de

Chávez tampoco lo sería, porque, ¿qué civilización estaría manteniendo Chávez?

¡Ninguna! Está yendo contra una forma de vida que él quiere cambiar.

En suma, rni pregunta es: entre ideas democráticas y tendencias autoritarias,

¿es posible decir que hay predominio de uno u otro polo durante el siglo XX? ¿Cuál

de ellos es el dominante? ¿Es el culto a Górnez similar al culto por Bolívar? Con este nuevo resurgir -institucionalizado- del culto a Bolívar, sí va a haber una religión

oficial en el país; ahora sí tendremos una religión definitiva que será el culto a Bolí­

var. ¿Cuál es tu pensamiento sobre todo esto?

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-Elías Pino. El comentario y la pregunta de Maritza me permiten volver por un momento a Gómez y al caudillismo. Se dice que el caudillo -los que los han es­tudiado sobre todo como fenómeno del siglo XIX- tiene un elemento fundamental

en las dotes personales, depende mucho del encantamiento, del magnetismo que provoca el hombre. En torno a la figura de Gómez -eso ningún historiador lo ha to­cado con seriedad y es hora de hacerlo- se ha fraguado una mentira para presen­tarlo como una persona que llama la atención por su brillantez, o por las cualida-des de su carismática persona, o que podía llamar inexorablemente la atención de la sociedad o de los subalternos. Si hay algún gobernante opaco o

algún político opaco y lamentable en la historia de Venezuela, ése es el general Gómez. Le inventan anécdotas que no reflejan nada

Está en el aire la pregunta de si se puede

hablar de caudillos de perspicacia: "el hombre que no tenía pupitre, que no tenía roce en el siglo.XX.

social era capaz de mirar el interior de sus subalternos y saber exactamente qué pensaban"; "ese hombre era un diablo que sabía exactamente lo que estaba pasan-do en el mundo cuando la Guerra Mundial", se machaca y se machaca.

¿ Quién dijo eso y cómo se lo prueba? ¿Lo dice Gil Fortoul y lo aseguran otras au­

toridades como él? Ciertamente. Pero ellos tienen que decir que Gómez es el hom­bre fuerte y bueno, que Gómez es un genio, para justificar su propia servidumbre. ¡Esos grandes intelectuales trabajando para un lamentable animal político! Sus silencios se consideraban como una genialidad, pero ¿y por qué no era más bien El diente roto? ¿Por qué no fue el general Gómez El diente roto? No lo podían decir, por­que se habrían descubierto como meros servidores de El diente roto.

Al general Gómez lo único que lo distingue como animal político es la crueldad y el temor. El temor frente al exterior, frente a lo que desconoce y no puede dominar, y la crueldad que ejerce como oficio para mantenerse en el gobierno. ¿Cuáles son sus elementos de magnetismo personal? ¿Cuál elocuencia? ¿Cuál gallardía distin­gue al general Gómez en relación con Linares Alcántara, o con "El Taita de la Gue­rra", aun con el desabrido Mocho Hernández? ¡Absolutamente nada! Entonces hay

que fabricar la leyenda de ese hombrón que era el general Gómez. En consecuen­cia, se crea a su alrededor un anecdotario que, si se comienza a examinar con dete­nimiento, se terminará por desembocar en la única versión razonable: la verdad es que era un tonto. Pero, al mismo tiempo, yo no puedo confesar que serví durante 27

años a un tonto poderoso. Para ocultar mi responsabilidad no me queda sino crear la imagen de un "fenómeno telúrico" nacido de las montañas. Esto último, a su vez, le hace un gran servicio a la sociedad venezolana. Así encuentra una extraordina­ria excusa para lavar sus escrúpulos por haber permitido aquel horror y aquella mediocridad haciendo lo que le vino en gana durante 27 años.

Si uno mira así a Gómez -como quizá nadie lo ha hecho- lo sacaría de la lista de los caudillos y colocaría el problema donde corresponde: ¿qué hizo la sociedad

venezolana para que este país fuera civilizado? O de otro modo dicho, ¿qué sucede con el autoritarismo posterior que niega la posibilidad de que existan caudillos?

VENEZUELA SIGLO XX

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Comentemos un poco este punto, de la siguiente manera. A los autoritarismos dispersos del siglo XIX y al autoritarismo gomecista, lo sustituye el autoritarismo de un partido político. Tal vez allí se encuentre la clave. Acción Democrática se pro­

clama como el partido del pueblo, y al hacerlo se asume como el Benemérito Juan

Vicente Gómez. Ahora sí podemos estar ante la pista que se busca: el dirigismo del partido reemplaza a la deliberación y a la posibilidad de que exista una república.

El partido que se proclama como la conciencia lúcida de la nación crea a Juan Bim­ba como destinatario, como su "pueblo elegido", y es la voz de Juan Bimba. De esa

Cuando en el siglo XX nuestro se menciona a Luis Alfaro U cero y se le dice El Caudillo, se lo hace en términos

manera nos escamotea la conquista final proclamada desde la

Constitución de 1811: el ciudadano venezolano.

Pero Acción Democrática fue el primer partido del pueblo. Luego

vendrá el segundo, que es Copei, y que también se proclama como la conciencia lúcida de la nación. Los dos partidos son dos autori-

peyorativos... tarismos revestidos con ropaje partidario o con ropaje institucio-

nal. Así es como se convierten en trabas para que continúe un proceso que pudiera

haber llegado a la anhelada ciudadanía, pero también así es como preparan el

camino para una forma nueva y distinta de autoritarismo, que es la que parece

representar en nuestros días el presidente Chávez.

- Isaac Chocrón. Pero, ¿no es ése el propósito de cualquier partido político? Lo fundamental para el partido político es ganar el poder.

- Elías Pino. Pero no proclamarse como el partido del pueblo. Acceder al poder

La gente tomó la calle

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en una república no puede significar la posesión de la llave exclu­

siva y excluyente de la sociedad. ¿Qué ocurre, en efecto, en el trie­nio 1945-1948? La implantación del autoritarismo adeco, cuando

bien pudiera haber sido otra cosa. Hubo realizaciones estupendas en el trienio, de veras se trata de una etapa fundamental dentro del proceso de co-nstrucción de la república, pero el partido del

pueblo limita la deliberación e instaura la exclusividad del control del país por la dirigencia de AD. Más aún, reanuda una hostilidad que parecía desaparecida de la historia y provoca la división de la

sociedad. Sobre todo, la división de dos factores que en ese mo­

mento se podían entender como factores de modernización de la

república: un partido político con masas militantes y una ideolo-

gía dinámica, y unas fuerzas armadas con vocación democratizado­Rómulo Gallegos

ra. No olvidemos que la Unión Patriótica Militar que fundan Pérez Jiménez y Var-gas está de acuerdo con la modernización de las instituciones, con el voto

universal, directo y secreto, con la alternabilidad y con la representatividad. Pero

cuando una sola voz excluye a las demás, y dirige o pretende dirigir al país desde el

Palacio de Miraflores, provoca que el sector -que parecía distinto o que se anuncia­

ba como distinto- se convierta en un poderoso factor de antimodernización y anti­democracia, provocando el golpe de Estado contra Rómulo Gallegos.

Quizá podríamos colocar en el haber de los partidos políticos del siglo XX -los

que nacen después de la muerte del general Gómez-, mucha responsabilidad en

relación con los entuertos y con las urgencias que estamos viviendo nosotros hoy.

Históricamente, la raíz de nuestros problemas actuales está en ese movimiento

que era tan prometedor en 1945 y que desemboca, por lo menos en una primera ins­

tancia, en la dictadura de Pérez Jiménez. Es decir, el experimento se mutila inme­diatamente como consecuencia de ese autoritarismo que se reviste de partido

político y que se resume en Acción Democrática y en Rómulo Betancourt. A lo

mejor por allí se cuela la posibilidad de ver a Rómulo Betancourt como un caudillo, aunque un caudillo con un aparataje partidario y con una militancia y una ideolo­

gía de las cuales carecía el caudillo histórico del siglo XIX.

-Ramón Piñango. Tenía previamente preparadas algunas preguntas, pero el desarrollo tan interesante de la conversación me lleva inevitablemente a· nuevas

interrogantes. Hay tres grandes temas que deseo abordar. El primero de ellos es el

problema del personaje y el grupo social. Confieso que a mí me da miedo la fascinación con los personajes, ya sean bue­

nos o malos, ya se trate de Rómulo Betancourt, Gómez, Bolívar o quien sea. Mis

preguntas van más bien en otra dirección: ¿ Qué fue lo que hizo que emergiera Gó­mez, o que emergieran los caudillos del siglo pasado? ¿Qué función social cumplí­

an? ¿Qué dinámica de poder, de intereses, de prácticas permitió que esas figuras emergieran? Eso, así lo creo, es lo importante. A Elías le llama la atención cómo a

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Górnez se le atribuyen ciertas características casi mágicas, hasta chistes malos se cuentan corno si fueran gracias. Pero detrás de eso hay algo.

Y no son estas conductas exclusivas respecto de personajes idos, de hecho,

también las he encontrado con personajes mucho rnás cercanos. Cuando se habla

con la gente que trabajó cerca de Carlos Andrés Pérez le atribuyen una gran inteli­gencia, y la verdad es que yo he estado cerca de Pérez hablando, y aquella inteli­

gencia la busco por aquí y por allá y no la encuentro; trato de ver debajo la mesa donde está él y verle el peinado y verle algo, algo de lo que dice, o lo que hace, o los gestos, es decir, algo de inteligencia. Pero tú hablas con los que fueron ministros de

Pérez, a sabiendas de que son personas capaces, y te asombras al ver cómo se fasci­

nan con ese personaje, por lo demás de un rnal gusto increíble en muchas cosas. Antes y ahora sucede de la rnisrna manera.

Yo rne atrevo a hablar, con todo respeto, de los Gil Fortoul, los Arcaya o los Va­llenilla del momento, fascinados con Górnez, y a quien tenían que atribuirle una gran inteligencia. Pero también Miguel Rodríguez, Moisés N aírn, Carlos Blanco,

etc., hacen lo suyo propio, y le atribuyen una inteligencia superior a ese personaje:

"chico, es que Pérez ... "''Yo le pregunté por dónde van las cosas y Pérez rne dijo", y lle­

gó y rne dijo: "confía". Ese gesto, al decir confía, lo he visto varias veces, alargando

las letras para demostrar justamente rnás confianza.

Tú hablas de la indignidad con la que nace el siglo XX venezolano a cuenta de la aceptación de Górnez, y pones de ejemplo -aquí sí quiero ser polémico-, a México que se reveló contra Porfirio Díaz. Pero ese rnisrno México se ha calado al PRI; se ha

arrastrado ante él de la manera rnás abyecta durante décadas sin importar las

barbaridades que ha hecho. Han sido necesarias varias décadas para desenterrar

el terna de Tlatelolco, porque hablar de aquello quedó reducido a un pequeño mun­

do intelectual, así corno quizás sucede con las atrocidades del gornecisrno. ¿ Y Ale­mania? ¿No le atribuyeron a Hitler características de dios: el Führer. ¡Caramba!

eso fue muchísimo rnás grande que lo de Górnez, eso sí era en serio.

Por todo ello creo que lo fascinante es ver qué está detrás de ellos, qué fuerzas

hacen que esos personajes surjan. Eso es lo que yo francamente creo y le reclamo a

los historiadores que no hayan hurgado bien y suficientemente.

Un segundo punto se refiere a lo que tú decías acerca del trienio adeco y acerca de las tantas cosas que entonces sucedieron, por contraste con las que estarnos

viviendo. La pregunta es inevitable: ¿será igual esto o será otra cosa? Luego de rnás

de 50 60 años, ¿será lo rnisrno o será otra cosa?, ¿qué significarán ahora esas mani­

festaciones?, ¿qué significarán ahora que no significaban en aquel momento o al

revés?

Yun último punto. Tú has tocado ternas importantísimos en relación con esta cuestión del caudillismo. Pero hay uno, que quizás no hemos logrado asir para la

comprensión de este país, y que es el terna de la autoridad. Se nos escapa él rnuy

fácilmente, y terminarnos siempre, de una u otra manera, cayendo en la perversión

FL'KDACIÓX POLAR

356

del autoritarismo, o en cualquiera de sus versiones o expresiones personalistas: Gómez, o en sus versiones de partido como Acción Democrática.

- Elías Pino. Hay una cuestión que yo creo que se debe matizar en relación con lo de Gómez y CAP, por ejemplo. Ciertamente, alre­dedor de Pérez o de cualquier otro de los presidentes puede haber un grupo de aduladores -como sucede con cualquier hombre de poder-, que le atribuye cualidades que pareciera no tener. Yo creo, sin embargo, que el caso de Gómez es completamente distinto.

Gómez es una presencia nacional, es un fardo, es el muerto vivo en el inconsciente de los venezolanos. Betancourt tiene partidarios y detractores, Pérez exactamente igual. Además, el caso de Pérez es imposible de comparar.APérez la democracia venezolana lo juzga, lo condena y lo echa de la presidencia.

Venezuela pareciera tener dos unanimidades: Simón Bolívar y Juan Vicente Gómez, siempre aparece el ubicuo padre perverso como pareja del padre de la patria. Entonces, insisto en la presen­cia de Gómez como una especie de símbolo de una parte de la histo­ria o de una influencia común a todos los venezolanos que llega hasta nuestros días. Yo me atreví en una ocasión a escribir un artí­culo titulado "Matar a Gómez", para decir lo siguiente, más o me­nos: hasta que inconscientemente no le echemos una paletada de tierra a Juan Vicente Gómez no vamos a solucionar nuestros pro­blemas.

Carlos Andrés Pérez

:i

Ramón J. Velásquez

- Rafael Cadenas. No descansaremos en paz nosotros. - Elías Pino. O no llegaremos a ser lo que se supone nosotros queremos ser. El

asunto tiene que ver con la vinculación entre el venezolano y la autoridad, que es el tema planteado por Piñango. Yo pienso que ni siquiera Betancourt, por no decir ninguno de los otros líderes políticos del siglo XX, se asume como una unanimidad sentimental de los venezolanos, tal como se hace con Juan Vicente Gómez. Basta

leer las confidencias imaginarias de Ramón J. Velásquez, o el mismo libro de Manuel Caballero con ese título Gómez, El tirano liberal, que cuentan con multi­tud de lectores porque son buenos trabajos de investigación. Pero tú publicas un folleto horrendo sobre Gómez y seguro tienes un gran éxito económico. Todo lo que se produce en Venezuela sobre el general Gómez se vende, se agota. Las luces del gomecismo, y ya el título habla por sí solo, se agotó en unas semanas. Nosotros hici­mos en la UCV un epistolario de los gomecistas que se convirtió en best seller. Si se

quiere hacer un negocio, vamos a escribir un libro de poemas sobre el general Gómez. Creo que estamos ante un suceso importante, puesto que no pasa con los

demás personajes de la historia. Yo creo que hay una diferencia notable entre Gómez como presencia y los demás líderes de Venezuela contemporánea.

VENEZUELA SIGLO XX

357

Moises
Sello

-Ramón Piñango. ¿A partir de qué momento empieza el proceso de unamini­dad?, porque inmediatamente después de la muerte del general Gómez no es eso lo que se nota.

-Elías Pino. Inmediatamente después, cuando Vallenilla dice su famosa frase:

"murió el gran loquero". Es decir, en este manicomio del país se nos fue el hombre

que nos puyaba y que nos controlaba. La verdad es que nadie creía que el general

Gómez se había muerto. La gente caminaba sigilosa por las calles porque, además, lo cierto es que no murió entonces. Su muerte física no significó la muerte del

El siglo XX venezolano nace con la indignidad de la sociedad venezolana como signo. Sólo unos venezolanos excepcionales levantaron

gomecismo. Luego viene el lopecismo para llevar al gomecismo a

la tintorería, para quitarle las manchas de sangre, pero también

para dejarlo igual en su esencia: eliminamos El Tortol y las cade­

nas, tumbamos La Rotunda, ciertamente, pero quedó Eleazar

López Contreras, el sucesor ungido por Gómez, y también perma­neció la desconfianza frente a las posibilidades de la democracia representativa y frente a las posibilidades del pueblo venezolano.

la voz contra Gómez ... -Ramón Piñango. Pero Elías, ¿qué había detrás del personaje, y

que después de todo era secundario?¿ Qué había detrás de Gómez y del gomecismo;

qué detrás de López? ¿Cuál era la esencia de aquello?

- Elías Pino. ¿ Qué hay detrás de Gómez? 27 años de construcción de un país,

casi tres décadas de una manera diversa de hacer las cosas, en relación a como se hacían en el siglo XIX. El país que deja Gómez se ha distanciado del país campestre

y atrasado del siglo XIX: permanecen las pulgas, la anquilostomiasis, la gonorrea y

la falta de educación, pero hay ciudades y, sobre todo, hay una cosa que hace que

Gómez persista: cuentas bancarias que no se conocían; chequeras que no existían,

whisky que no se bebía; una clase acomodada y cosmopolita que se dedica al consu­

mismo y al turismo internacional. Hay eficaces carreteras, además: el país que era incomunicado deja de serlo. Se cambia el rostro de la comarca y el Estado se ve más

organizado, con sus instancias y con las costumbres que imponen esas instancias.

El país que no tenía edificios los tiene, el país que no tenía impuestos los cobra, el

país que tenía mil autoridades ahora tiene una sola. Y hay más: el país se incorpo­

ra al club de los poseedores de capital. Pienso que estas ocurrencias permiten la

persistencia de la representación del general Gómez hasta nuestros días, una re­

presentación que excluye los aspectos deleznables, algunos de los cuales ya se han

comentado, como el miedo y la tortura, pero también la depredación de los dineros públicos, la magra dieta del pueblo y el escandaloso descuido de la educación.

-Maritza Montero. Pero eso iba a suceder con o sin Gómez, porque era una cosa

mundial.

-Elías Pino. Pero sucedió con Gómez porque el pozo Barrosos estalla en 1914.

Aunque antes de la explotación del petróleo ya hay elementos que le pueden atri­

buir a la sociedad venezolana pasos para diferenciarse del siglo XIX. Primero, la

construcción de las carreteras: ya la· Transandina está construida antes de que el

FCNDACIÚX POLAR

358

petróleo nos inunde. En segundo lugar, la escuela militar. La refor­

ma militar comienza con todos los hierros en 1913. Aquí se incorpo­

ra un elemento que enriquece la explicación sobre la permanencia

de Gómez: el ejército, que no existía. Las fuerzas armadas son una

criatura gomera, y tal como se pensó la Academia Militar se prolon­

ga sin solución de continuidad hasta el trienio adeco, cuando se dan

los pasos para transformar el Ministerio de Guerra y Marina en

Ministerio de la Defensa, esto es, para hacer de las fuerzas arma­

das algo más institucional y moderno. Son 27 años de gobierno que

permiten sembrar la semilla para el aquelarre del general Gómez.

- Ramón Piñango. ¿Por qué inventamos a Gómez? Todo eso que

tú dices que es obra gomera, obviamente no es obra gomera, el len­

guaje nos traiciona. Inventamos a Gómez como una racionalización

de algo, ¿qué es lo estaba detrás? es mi pregunta.

Chorros para la historia

- Elías Pino. Pero, ¿cómo podemos sacar a Gómez de una historia en la que está

metido? ¿Cómo podemos abstraer y decir que eso es una cosa social, si la transfor­

mación social tiene como centro al general Gómez? No se puede. ¿ Cómo lo hace­

mos? ¿Cómo hago yo para explicar la Venezuela contemporánea sin Gómez? Si

resulta que el petróleo y el ejército y las carreteras y Román Cárdenas y la buro­

cracia ya establecida nacen teniéndolo a él allí. Es una presencia, vamos a decir, de

la no modernidad, si la palabra sirve, en medio de un proceso de modernización y

de urbanización de la sociedad venezolana, en medio de un proceso que nos dif e­

rencia del siglo anterior, aunque no del todo, ¿cómo lo podemos sacar?

-MaritzaMontero. Quisiera acotar algo. ¿No será que ese período de paz forza­

da, de estabilidad impuesta, lograda con tortura y con represión y con el insumo

económico que viene a raíz del comienzo de la industria petrolera, no será que para

el imaginario popular significa algo muy diferente de lo que fue el fin tan convulso

del siglo pasado?

-Asdrúbal Baptista. Antes de darle la palabra a Rafael, permítanme un relato

personal que se enlaza con lo que Elías ha venido elaborando. En una oportunidad

reciente fui con un grupo de colegas a la hoy extinta Corte Suprema de Justicia.

Juntos teníamos una causa pendiente allí. Habíamos solicitado una audiencia con

el presidente de la Sala de Casación Penal, quien en efecto nos la concedió. Al cabo

de la entrevista, el doctor Ismael Rodríguez Salazar, como se llamaba dicho magis­

trado-presidente, nos despidió con la cordialidad del caso, no sin antes referirnos a

una talla en madera que adornaba su oficina en una suerte de altar, y que no era

otra que la figura del general Gómez. Palabras más palabras menos, esto fue lo que

dijo mirando a la talla: "ese sí era un gran hombre". Con el debido respeto, y cómo

no tenérselo si él iba a impartir la justicia que demandábamos, le dije: "doctor

Rodríguez, ese señor puso preso a mi padre durante 5 años, al borde de todo dere­

cho y de toda legalidad".

\'EKEZUELA SIGLO XX

359

Moises
Sello

- Elías Pino. Yo di una conferencia en una reunión de Fedecámaras celebrada en Maracay. Hablé entonces pesadeces del general Gómez. Alguien saltó de la audiciencia y acotó, váyase a saber por qué, "pero el general Gómez era un gran ecologista! Yo le dije: "sí, él agarraba a los hombres, los sembraba en La Rotunda y los mataba". Un episodio más del fervor gomecista y una evidencia de lo mucho que cuesta sugerir una lectura diversa del personaje y de sus obras.

-Rafael Cadenas. Elías, de todos modos, me gustaría que hablaras algo sobre la barbarie, término sobre el cual parece que no quieres hablar.

-Elías Pino. Es que ese término, desde lo que lo popularizó Sarmiento, me

repugna mucho. -Rafael Cadenas. Bueno, pero olvidémonos de Sarmiento, porque barbarie ha

habido desde que el hombre apareció en la tierra, pero es una cuestión de grados. -Elías Pino. Está bien, pero vamos a situarnos en términos históricos, si pode­

mos. El general Monagas, el general Soublette o el general Páez tenían un proble­ma que hoy resultaría inconcebible: no conseguían empleados públicos, nadie que­ría trabajar para el gobierno. A partir de 1835 hubo como 50 epidemias pavorosas que no se podían curar. No había moneda; no había ejército que dependiera del po­der Ejecutivo; lo ostensible era la incomunicación. Venezuela era un mapa desarti­culado de comarcas felices, porque mientras ocurría alguna matachina en Yara­cuy el vecino no se enteraba, puesto que no existía la posibilidad física de que llegaran las tropas, ni las noticias. Otra cosa maravillosa: la gente no trabajaba porque no tenía necesidad de hacerlo. La comida estaba a mano: se agarraba un cambur, o un pescado, o lo que se encontrara cerca y así se sobrevivía sin tener que trabajar. Otro detalle importante para entender el siglo XIX radica en el hecho de que no tenía reloj. Así las cosas, el tiempo no existía en el siglo XIX porque carecía de importancia para vivir, no en balde se pasaba una vida sin urgencias en relación con las obligaciones que se pudieran adquirir con los semejantes. A los viajeros ex­tranjeros les llamaba la atención que cuando le preguntaban a cualquier venezola­no de Caracas o de cualquier otro lugar ¿cuánto hay de aquí a Valencia? los unos respondían: "como 7 horas"; los otros, "como 9 o 10 horas". Y se decían entonces a sí

mismos: "Esto no puede ser, si los campesinos de Polonia tienen reloj y saben exac­tamente del tiempo, pero estos animales no lo saben". Y no lo sabían por la simple razón de que no tenían por qué saberlo. No los conminaba el paso de las horas, de­bido a que no tenían horario, ni jefe, ni oficina, ni nada qué buscar más allá de su

contorno. Dice la hija del cónsul francés a finales del siglo XIX: los venezolanos pierden el

tiempo en conversar, pierden el tiempo en hablar o en escribir poemas ramplones.

Eso dice, pero lo que sucede en el fondo es que hay un desconocimiento absoluto del siglo XIX. El siglo no se conoce porque en medio de esos paraísos y de esas soleda­

des también está todo un pensamiento sobre el país que no existía antes y que a lo mejor no existió después. Subestiman el pensamiento, para considerar como bár-

FUNDACIÓN POLAR

360

baros a los habitantes de ese tiempo. De allí viene la noción de barbarie, pero tam­bién la necesidad de revisarla a estas alturas.

-Rafael Cadenas. Es que tú no quieres que se juzgue el siglo XIX.

-E. Pino. Es que el historiador no es juez. -Rafael Cadenas. Pero tújuzgas. La historia actual la juzgas. -Elías Pino. Pero no como historiador, sino como parte de ella. -Asdrúbal Baptista. De ser cierto lo que dices, Elías, se destruiría una tesis

muy acariciada entre muchos, y es la de que Gómez se enraíza en el alma del país porque le pone fin a la barbarie del siglo XIX.

. .. ''pero el general Gómez - Rafael Cadenas. La sustituye por su propia barbarie.

-Maritza Montero. La pluralidad de barbaries la sustituye por

una sola. - Rafael Cadenas. Hablando de la época de la independencia,

comento este fragmento que me parece muy interesante: "el com­bate se descomponía en una serie de encuentros personales en que los contendores se agredían con lanzas, espadas, bayonetas,

era un gran ecologista! Yo le dije:

"sí, él agarraba a los hombres, los sembraba

en La Rotunda y

los mataba".

puñales y cuanto hubiera a mano y en que salieron a relucir en más de una ocasión culatazos, puñetadas y hasta mordiscos porque escaseaban las armas de fuego so­bre todo. Estas condiciones persistieron en Venezuela y en mayor o menor grado en toda América Latina después de la independencia, y ellas son las que permiten y explican las numerosas revoluciones del siglo XIX. Estas últimas desaparecieron cuando a principios del 20 fueron introducidos el fusil de repetición, los cañones de

·.

. . Rostros temibles de la represión

VENEZUELA SIGLO XX

361

Moises
Sello

campaña de tiro rápido y la ametralladora". Es algo que a veces se olvida, la in­fluencia de las armas.

-Elías Pino. Por supuesto, al igual que la construcción por Gómez de ese atraso

armado pavoroso que es el Ejército Rehabilitador, y contra el que no podía nadie en Venezuela.

-Maritza Montero. Se pudiera pensar entonces que si tu hipótesis es cierta,

Gómez sería entonces una especie de figura negativa, negativa en el sentido de una antifigura que surge en un mar muerto porque los caudillos se han agotado.

La democracia venezolana, único caso en América Latina, es hospitalaria con la antidemocracia ... Pensemos en Rafael Caldera, un católico de acendradas convicciones, gobernando con un fanwso comandante de las guerrillas a quien se acusó falsamente de crímenes atroces. Es una muestra de convivencia imposible de ver en México, imposible de ver en Colombia ...

- Elías Pino. Está bien.

-Maritza Montero. Que usted construye de todas maneras como

una figura monumental. O dicho de otro modo, una antifigura que

era un seudocaudillo-vamos a llamarlo así, Gómez-, alcanza a te­ner por primera vez en la historia resonancia nacional, y es que hasta ese momento todas las barbaries eran barbaries locales. Eran barbaries locales que no se producían en una nación tejida y que por lo tanto no trascendían. La primera de ellas que logró

trascender fue la de esta antifigura y, es así como adquiere una di­mensión monumental.

-Elías Pino. Ahora, los que más acentúan esas revueltas no son

caudillos. En la clasificación clásica son más bien caciques, que es una cosa completamente distinta. Si caudillo es lo que dicen los

politólogos: hombres carismáticos, lúcidos, brillantes, con olfato,

con instinto, con magnetismo, Venezuela tendría que estar orgu­

llosísima -como ningún otro país de América Latina- de haber

dado a luz tantos caudillos. Los caciques son hombres de armas

comunes y corrientes. Sobre los caudillos tendríamos que sacar una cuenta más precisa y preguntarnos en verdad cuántos son, porque si se hiciera

una lista parecida a la de Arráiz, que ha citado Rafael Cadenas, me temo que no

pasan del puñado. ¿Cómo se explica que Cipriano Castro derrote al Estado Mayor

de La Libertadora en la batalla de La Victoria, si en realidad se está enfrentando a

cien caudillos? ¿Cómo cien caudillos aceptan la jefatura de Manuel Antonio Matos,

que era un banquero? ¡No puede ser posible que aquellos fueran caudillos! Tienen que haber sido otra cosa, subalternos, hombres de armas, hombres de presa, por

ejemplo. Caudillo era el general Crespo, ¿pudo haber peleado Castro contra Crespo exitosamente? Eso habría que masticarlo con un poco de imaginación. Pero todos

esos hombres de armas locales que se nombran no son caudillos, son otra cosa. Pu­

dieran llamarse caciques pero no caudillos. Caudillo serían una media docena.

-José Luis Vethencourt. Quisiera hacer algunos comentarios para tratar de or­denar los elementos tan complejos que hemos venido discutiendo. Yo pienso que los

caudillos eran inevitables y necesarios en el siglo pasado, si sólo porque pudieron

contener el caos. En realidad eran un centro de poder. Pero no olvidemos algo: to-

Fl:NDACIÓ:\' POLAR

362

das las democracias del mundo -tanto las orientales como las occidentales- tuvie­ron largos siglos de absolutismo; no hay democracia que no haya tenido largos pe­ríodos -siglos- de absolutismo. Entonces, viniendo ya a Gómez, me pregunto: ¿no

será que las sociedades, en su camino hacia la formación de la naciones, han reque­

rido siempre de una etapa absolutista del poder, o sea, de la monarquía? Gómez me parece a mí un rey absolutista; Gómez es el que hace el papel del

rey, del monarca en Venezuela. Puede haber sido un bruto, un ignorante, lo que se quiera, pero el señor era un monarca por toda la línea y tenía ese misterio que tiene el poder absoluto, que embriaga y compromete al otro. El arquetipo del poder es

tan tremendo que cuando hay poder inmediatamente cambia la relación entre el

sujeto que no lo tiene y el que lo tiene. Contaba un copeyano muy conocido y que era

muy amigo de Luis Herrera, que él lo trataba simplemente como "Luis". Pero al día siguiente de ser juramentado como presidente ya no le pudo decir Luis; ahora le

decía presidente. Había cambiado la relación; el poder es una cosa terrible, tre­menda.

- Rafael Cadenas. Porque él dejó de ser Luis Herrera para convertirse en otro

hombre.

-José Luis Vethencourt. En la encarnación del poder. Pero volviendo de nuevo al

tema que nos ocupaba, Gómez es el rey. Además, Gómez le ganó la guerra a todos los caudillos, los barrió a todos, hizo la guerra, fue un guerrero y en Ciudad Bolívar acabó con todos ellos. Gómez se sentía como dueño de una misión, con lo bruto e

ignorante que fuera, él se sentía el arquetipo del rey. Ahora, hoy en día, y aquí voy yo, Venezuela ya no necesita un monarca; de hecho no lo necesita. Porque, ¿qué

pasa con todas las monarquías? Se han convertido en democracias, queda el rey

como el rey que reina pero no gobierna. Ya Venezuela no necesita un monarca, aun­

que sí un gobernante serio y firme, pero no un agitador. Los partidos fracasaron estruendosamente, por causas que no conocemos del

todo, pero lo cierto es que Venezuela ya no necesita un monarca. Lo que surge es

una gran duda, un gran peligro, y es que esa generación que no conoció a un rey

quiera un rey ahora: ése es el gran peligro. Yo me pregunto: ¿se estará buscando un

gran rey absolutista, un gran padre por parte de un pueblo que no tuvo esa expe­

riencia? Esto, en verdad, me provoca un enorme miedo. - Isaac Chocrón. ¿No es curioso que todos estos caudillos encarnan, de alguna

manera, la figura de un padre? Porque, de hecho, son unos viejos. El otro día me

decía alguien que el problema actual de Venezuela es que desde que empezó la

democracia los presidentes siempre fueron hombres mayores de 50 años. Hasta

que llegamos a la senilidad de, nosotros sabemos quién. Pero fueron siempre unos

viejos los que dirigieron el país, y ahora nos encontramos con un jugador de béisbol

que no llega a los 45 años.

-Maritza Montero. Pero Pérez no era viejo, y en su primer gobierno Caldera

tampoco lo era, aun cuando lo parecía.

VEKEZUELA SIGLO XX

363

Una cara, en su momento desconocida, que cierra el siglo.

-Isaac Chocrón. ¿No será que lo que está sucediendo en Venezuela, en alguna medida, es que queremos un líder joven; un líder que pueda tener hijos, que tenga una niñita de 3 años, que pueda pre­

ñar gente, porque nosotros no estamos acostumbrados a eso. Pero

la pregunta, claro, está dirigida más a José Luis Vethencourt. -José Luis Vethencourt. Tendría que meditarla.

-Maritza Montero. Eso hizo Gómez, preñar gente. -José Luis Vethencourt. A su juicio, Dr. Pino, ¿qué es lo más terrible que le ha ocurrido a Venezuela en este siglo?

- Elías Pino. Chávez, sin duda.

- José Luis Vethencourt. ¿En serio? -Elías Pino. Después de Gómez, en serio.

-José L. Vethencourt. ¿Los dos más terribles, Gómez y Chávez? -Elías Pino. Eso pienso.

-José Luis Vethencourt. Dando un giro al tema que estamos tratando, ¿cree

usted que se hubiera podido evitar de manera menos trágica o menos horrenda la

migración rural urbana a las grandes ciudades de Venezuela que tuvo lugar con el

petróleo? Si se hubiese podido -si los gobiernos hubieran tenido más conciencia de

lo que estaba pasando-, desviar la corriente popular campesina y de los pequeños pueblos de Venezuela en otra dirección más creativa que este horror que tenemos ahora, tal vez no tendríamos esta situación tan pavorosa, sobre todo en Caracas.

-Isaac Chocrón. Esa no es una característica venezolana, es algo mundial.

-Maritza Montero. Es un patrón de poblamiento desde el momento de la Colo-nia.

-José Luis Vethencourt. ¿Cuáles son, en su juicio, los errores más nocivos come­

tidos por la democracia después del 58? - Elías Pino. El presidente Pérez en el primer gobierno le impuso a la sociedad

venezolana todo género de cambios sin consulta con la sociedad. Actuó como un

monarca sin corona y la sociedad acepto tal especie de rey plebeyo sin siquiera

pedir una explicación. Mi papá tenía haciendas de café, el presidente Pérez condo­

nó la deuda agraria, y entonces el viejo no tenía a quién cobrarle lo que le debían los

campesinos en Boconó y se fue a cobrarle al IAN, donde por supuesto le pagaron

una parte después de pasar por curiosas y caprichosas alcabalas. Ahora no quiero plantear un reclamo familiar, o relatar un episodio que sólo me incumbe a mí.

¿Quién resolvió la condonación de la deuda agraria? ¿Los caficultores, los campesi­

nos, los deudores, los acreedores, las partes interesadas? Fue una ocurrencia de

Pérez porque había mucha plata.

También mandó a limpiar los baños de los restaurantes de las carreteras, sin solicitar la opinión de la colectividad. Uno se contentaba cuando iba por la autopis­

ta y podía orinar tranquilo en los baños, pero uno estaba ante un favor recibido,

como los que concede El Siervo de Dios. Las playas se declararon libres y públicas y

FUNDACIÓN POLAR

364

Moises
Sello

nadie le pidió al presidente -ni él consultó a los vecinos de las playas- si aquello podía hacerse o no. Mandó a poner ascensoristas hasta en los edificios privados, ¿por qué? Porque él resolvió, su majestad Carlos Andrés Pérez I. Fueron medidas

dignas de encomio que llovieron de palacio sobre una sociedad que las recibió con sorpresa.

Éste es el drama del siglo XX venezolano, que puede tener su origen en el siglo

XIX. Por eso el tema del caudillo o del autoritarismo es tan importante. La socie­dad, una sociedad moderna y opulenta, permitió que el presidente Pérez tomara medidas que no sólo concernían a lo público sino a la privado, por­

que él resolvió cambiar este país y hacer la Gran Venezuela, así se

llamó aquello. Y la sociedad venezolana, así como permitió el ho­

rror de Gómez, permitió la metamorfosis que estaba proponiendo Pérez. Vivimos la Gran Venezuela como una imposición del presi­

dente de la república que ni siquiera la discutió con su partido Ac­ción Democrática, sino con un grupo de técnicos y de funcionarios.

¿Qué es eso? ¿Es eso democracia, es eso república?

Hay una hoja de parra que lo cubre todo en estos años pasa­

dos: la Ley Habilitante. La Ley Habilitante se convirtió en el ins­

trumento, en la compañía del autoritarismo hasta el día de hoy. Los sucesores también pidieron su Ley Habilitante, para asumir­se como la voz y el brazo de una sociedad cuyo papel es la sumisión

frente a las decisiones del superior indiscutible.

Pero hay que llegar al fundamento del problema. ¿Cómo nos

asumimos nosotros frente al autoritarismo? Por aquí van los tiros.

Nosotros ejercemos la democracia cada 5 años y entre comicio y

comicio vivimos como acólitos del personalismo, lo cual llega a su ejemplo mayor seguramente en el caso del general Gómez. Jóvito

Pero el discurso republicano con

tales peculiaridades ¿a quién se dirige?,

¿cuál es el destinatario?

A esa masa que se mata con picos y palas ...

Jaime Lusinchi

Villalba decía que los venezolanos elegíamos emperadores quinquenales. Parece

que tiene sentido desde esta perspectiva que estamos viviendo ahora. Cada 5 años

nosotros le entregamos el cetro y la corona al gobernante de turno, le hemos entre­

gado el cetro y la corona a 8 presidentes elegidos democráticamente desde 1958 y se

supone que también al presidente Chávez.

Pero desde el siglo XIX y hasta hoy, todos los monarcas, primero los monarcas

campestres del siglo XIX y luego los modernos que hemos tenido desde el siglo XX, a

partir de 1958, han hecho confesión de fe republicana y democrática. Todos sin

excepción, incluyendo a Gómez. El discurso republicano ha sido una permanencia,

no desde la república del 30, sino desde la república del 11, y en todas las constitu­

ciones, incluyendo la que vamos a votar. En su texto se declara que el gobierno será democrático y alternativo. En todos los papeles públicos que hemos manejado

aceptamos la noción de representatividad, la responsabilidad de los funcionarios

públicos, incluyendo al presidente de la república, y las garantías ciudadanas que

VE;,/EZCELA SIGLO XX

365

Moises
Sello

están consagradas desde el decreto 1.860, aprobado después de la Guerra Federal: el derecho a la privacidad, el respeto al hogar, la inviolabilidad de la corresponden­cia, la libre expresión del pensamiento. Son conquistas sobre las cuales no ha dis­

cutido nadie, en cuanto forman parte de un credo compartido.

Lo que viene siendo el discurso oficial de Venezuela desde 1811 se convierte en discurso nacional en 1870 con Guzmán Blanco. Entonces, ¿qué sucede? El discurso

republicano que se desarrolla entre 1811 y 1830 no es hecho por unos republicanos convencidos, sino por los aristócratas del país. Cuando lanzan ese discurso corren

Ha hecho un inmenso daño la negación del período colonial, un daño enorme.

el riesgo de suicidarse como clase social y como dueños del país. Por

consiguiente, tiene que venir un proceso de mediatización de las

proposiciones. El tema se mediatiza todavía más en el caso de Guz­mán Blanco, que es el verdadero dictador, o el que tiene por lo me-

nos la vocación de dictador que no pudo desarrollarse a plenitud durante los regímenes anteriores.

Pero el discurso republicano con tales peculiaridades ¿a quién se dirige?, ¿cuál

es el destinatario? A esa masa que se mata con picos y palas y piedras que decía Ra­

fael Cadenas. Es el discurso dirigido a una sociedad pobre y analfabeta que busca

el discurso en algún lugar. ¿En cuál lugar? En el espacio que tiene más a mano: el personalismo, el caudillo, y en el siglo XX lo busca después de Gómez en los parti­

dos políticos, fundamentalmente en los signatarios del Pacto de Punto Fijo. Pero no puede ser que todo esto sea una cosa baldía, que todo se reduzca a un

discurso ocioso. Así como había un sentimiento de nación y de república desde el 11, cuando ocurre la intentona de Gual y España antes de la independencia, debe

aclimatarse un sentimiento republicano, debe comenzar a aclimatarse progresiva­

mente pa:ra no dejar de ser un retórica pura y simple. Pienso que el proceso del

republicanismo tiende a perfeccionarse en siglo XX y, por supuesto, se convierte en un código más arraigado a través del mensaje de Acción Democrática y de Copei,

mas también con muchas de sus realizaciones. También con la influencia del pen­

samiento extranjero que por razones físicas, si se quiere, no penetró con tanta rapi­

dez ni con tanta profundidad en el siglo XIX, y que se constituye en una presencia

inmediata y harto influyente en la sociedad posterior a 1936, en cuanto no se queda

en las cúpulas y desciende hacia todo el cuerpo social. De allí los testimonios admi­rables de cohabitación y de construcción nacional que podemos presentar los vene­

zolanos de nuestros días. No se pueden explicar de otra forma.

La democracia venezolana, único caso en América Latina, es hospitalaria con

la antidemocracia, por ejemplo. Primero, con el gomecismo y con sus extremida­des, no en balde permite que la figura estelar del posgomecismo, Arturo U slar Pie­

tri, no sólo participe en el juego de la civilidad, sino que se convierta en una especie de dios mortal ante cuya imagen juramos todos los venezolanos. El posgomecista

U slar Pietri gobierna con el octubrista Raúl Leoni, uno de los protagonistas del gol­

pe contra Medina Angarita. El gobierno de Ancha Base es el reencuentro del pos-

FlJNDACIÓN POLAR

366

gomecismo con los adecos. Si el fenómeno no es una muestra de convivencia demo­crática, estamos ciegos.

El perezjimenismo -la antidemocracia, llamémosla así, aunque no hemos ha­

blado del perezjimenismo con calma- no solamente se juzga y se condena. Después de enjuiciar y sentenciar al dictador por corrupción administrativa, la democracia venezolana permite el libre funcionamiento de un partido político de Pérez Jiménez que tiene representación en el Congreso y órganos de prensa con toda libertad. Otra muestra de cohabitación. La otra tiene qué ver con las guerrillas. La violencia marxista es invitada a la pacificación, como sabemos. Se acepta la participación de los subversivos. Se produce el fenómeno, no sólo de la incorporación del marxismo a la vida pública, sino del hecho que puede resumirse en la figura de Teodoro Petkoff, quien llega a convertirse en una figura estelar del calderismo. Pensemos en Rafael Caldera, un católico de acendradas convicciones, gobernando con un famoso co­mandante de las guerrillas a quien se acusó falsamente de crímenes atroces. Es una muestra de convivencia imposible de ver en México, imposible de ver en Colom­bia, imposible de ver en Perú e imposible de ver en cualquier país de América Lati­na. Y la última muestra es Rugo Chávez. El comandante de paracaidistas que se alza contra la democracia y fracasa es hecho preso, es sobreseído, es puesto en liber­tad sin cortapisas, habla lo que le parece desde su salida de la cárcel, participa en una campaña electoral y asciende a la presidencia de la república llevado por el voto

Tiempo de charreteras

VENEZUELA SIGLO XX

367

Moises
Sello

popular que nadie, ni el más recalcitrante, se atreve a desconocer. Se dirá que no ha­bía más remedio, que al hombre no lo paraba nadie, pero así sería demasiado super­ficial el planteamiento.

Tiene que haber algo de reserva republicana y democrática para llegar a tales corolarios. Esa reserva es la que permite mirar con ojos distintos el proceso recien­te, y permitirse la posibilidad de pensar que el rey sin corona tendrá la obligación

de referirse con mayor respeto y con mayor atención a la sociedad venezolana, por­que la sociedad venezolana que hizo este portento de la cohabitación pacífica no está dispuesta a regresar al pasado. Se podría pensar que Chávez convertido en

régulo absoluto no es otra cosa que desandar la historia. Refiriéndose a tal posibi­

lidad, Simón Alberto Consalvi escribió un artículo, "Bienvenidos al siglo XIX", y yo le dije entonces, tratando el punto, más bien sería como darle la bienvenida a lo

peor del siglo XIX. Pero, ¿estará dispuesta la sociedad venezolana a perder sus con­quistas? Hay que notar que Pérez Jiménez no es ninguna referencia histórica. No está tan presente como lo están Gómez o hasta Medina. Quizá porque la sociedad

venezolana ha tenido la suficiente madurez para palpar la mediocridad de lo que

fue aquello del perezjimenismo y para medir los éxitos de la convivencia pese al

influjo de las representaciones personales más emblemáticas.

Pérez Jiménez es simplemente el continuador del proyecto adeco. Su gobierno no aporta ninguna originalidad a la historia contemporánea de Venezuela, no aporta otra cosa que no sea la corrupción administrativa. Hasta el Círculo Militar

fue planeado por el trienio adeco, y la obra material también fue pensada por el ré­

gimen de Medina y por el régimen de la junta presidida por el joven Betancourt. Él

sólo es el continuador de una proposición de modernización que nace después de la

muerte del general Gómez, y entonces la gente, ante aquella medianía, simple­

mente lo va colocando como en un rincón de la historia contemporánea y no le otor­ga relevancia.

Yo pienso, para no divagar tanto, que de ese discurso del siglo XIX, que pudo

haber sido falso, que pudo haber sido simplemente retórica vacía, se fue fabricando

una retórica que dejó de serlo en 1945, que dio muestras concretas a partir de 1958 y

que pudiera convertirse en una reserva frente a la situación que parece que tene­

mos encima en la entronización de Hugo I. Una situación de retroceso que se ad­vierte, por ejemplo, en el restablecimiento del fuero militar.

La Constitución de 1830 -que es la Constitución fundacional de la república­

prohíbe el fuero religioso y el fuero militar, y la Constitución que tenemos que

votar la semana próxima restablece la inmunidad de la casta militar tal como era antes de Páez. Un deplorable acto de desandar la historia.

-Rafael Cadenas. ¿Cuál es el período que elogiabas como el mejor de Venezuela? -Elías Pino. No me refería a eso, pero el período primordial de construcción de

la república es el menos estudiado, el período que corre entre 1830-1848, más o

menos.

FVNDACIÓN POLAR

368

-Maritza Montero. Yo creo que tú te referías a la cohabitación. -Elías Pino. Entonces hablemos del período que corre entre 1958 y 1999, que

sigue en evolución. -M. Montero. Si estuviéramos, digamos, en un campo deportivo, y tú hubieras

sido espectador de todos los partidos jugados, ¿quién iría ganando entre tendencia autoritaria y tendencia democrática en el siglo XX?

-Elías Pino. La tendencia autoritaria. -Rafael Cadenas. Esta posición es más bien ahistórica, en el sentido de que

permite ver desde fuera los hechos históricos.

-Asdrúbal Baptista. Estoy Elías, bajo la impresión de una reu­

nión que tuve hace unas cuatro semanas con un grupo muy califi­

cado de científicos que hay en la Universidad de Los Andes. -Elías Pino. ¿Calificados para qué? -Asdrúbal Baptista. Calificados como científicos. Tuvimos una

reunión toda la tarde de un sábado dirigida por Luis Hernández,

que es un reconocido hombre de ciencia en cuestiones de fisiología.

Había como unas 30-40 personas, profesores de universidades

La antidemocracia es Uslar Pietri,

yo lo creo de verdad, por su subestimación

de las aptitudes del pueblo venezolano. Sólo que en el parecer

lo acompañan millones de venezolanos.

extranjeras, miembros de asociaciones científicas internacionales que tienen su

asiento en Mérida. Durante 3 horas largas yo no escuché, literalmente de ninguno de ellos, la expresión libertad, la expresión democracia; sus palabras eran orden, autoridad. De allí su inclinación muy favorable a Chávez y a lo que Chávez repre-

senta.

- Elías Pino. Y por eso ha ganado.

-Asdrúbal Baptista. Este comentario que les hago a ustedes por supuesto que

no lo hice allí, en su momento. Aquel no era el lugar ni la oportunidad tampoco era

propicia. Yo era más bien un mero observador, eso sí, perplejo, y perplejo porque se trata de la crema y nata del país; quienes estaban allí no son mi más ni menos que

la mejor élite del país.

- Maritza Montero. Eso me recuerda aquello que decía Erich Fromm, según lo

cual la gente se debate entre dos polos: la seguridad y la libertad. La seguridad

supone perder la libertad; la libertad supone perder la seguridad. Uno puede ser

libre pero está inseguro porque todo depende de uno. Idealmente en este momento lo vemos: la gente está horrorizada, aterrorizada con la inseguridad, con la falta de

puntos cardinales, con la pérdida de puntos de referencia, y entonces está dispues­ta a sacrificar la libertad para que alguien le diga aquí están los límites y yo me

hago cargo del resto. -Elías Pino. Yo creo que Venezuela ha llegado ahora al extremo de la ceguera.

Se jura que hay cambios muy profundos, y en los 300 días de gobierno transcurri­dos no ha habido un solo cambio que no sea la persona de Chávez. Vean el compor­

tamiento de los empleados públicos, de los policías, de la matraca, de la Guardia

Nacional. El único cambio es Chávez.

VE;,,rEZUELA SIGLO XX

369

-Rafael Cadenas. Yo fui por tierra a Barquisimeto, Maracaibo y me devolví a Caracas pasando por Punto Fijo. No vi un solo policía. ¡Es realmente increíble! Ni un solo policía, ni fiscales de tránsito, ni en la carretera ni en las ciudades.

-Elías Pino. Pero eso es así desde hace tiempo. Hace un par de años mi hijo se

fue para Margarita sin licencia de manejar, y no dejaba de estar preocupado por eso. Le dije entonces: "no te preocupes, mientras no te tragues ningún semáforo no

vas a ver a ningún policía de aquí a Porlamar". Y en efecto así fue. -Ramón Piñango. Uno de los peores signos sociológicos de estos momentos que

El otro día me decía alguien que el problema actual de Venezuela es que desde que empezó la democracia los presidentes siempre fiteron hombres mayores de 50 años.

Final de una época

FUNDACIÓN POLAR

370

vivimos es que hay un hambre desesperada de orden. La fuerza

del proyecto que tiene Chávez se mantiene porque sigue encar­

nando una esperanza de orden, y lo patético es que precisamente será el orden lo menos que va a poder al final dar. Cuando la gente

pide orden, no está pidiendo una abstracción, está pidiendo -entre otras cosas- que pueda caminar con tranquilidad por las calles de las ciudades. - Elías Pino. Yo quiero agregar algo en otro orden de ideas. La

Moises
Sello

democracia también ha hecho que la forma de gobernabilidad democrática baje, descienda. Desde que se hacen las elecciones municipales y de gobernadores hay

formas más concretas de democracia que se están aplicando en la localidad, y la

presencia de los partidos fue cada vez menor desde que se comenzaron a elegir en las regiones. Creo que eso es importante. Uno podría preguntarse si ello ha provo­cado cacicazgos y ladronerías locales. Es posible que sí, pero a la vez es un ejercicio

republicano local de extrema significación. Por lo demás, es cierto que las organizaciones no gubernamentales y los movi­

mientos vecinales parecen fascistas a veces. Pero lo sustantivo es que existen y que

son una forma de participación ciudadana que se la debemos a estos últimos 40

años. Pero volvamos al tema más actual que veníamos comentando. Sucede que el presidente que ofrece la revolución no la ha hecho, pero la gente cree que la ha

hecho o siente que la ha hecho cuando en verdad no ha pasado absolutamente nada de verdadera trascendencia. Lo que está sucediendo entre nosotros tiene que ser el resultado de todo el proceso que hemos venido comentando, con sus grandes pecu­

liaridades. Primero, no hay un partido político. Se trata de una tienda formada por

cuotas aluvionales, por seguidores del presidente Chavéz que van desde perezji­

menistas, marxistas irredentos, signatarios del Pacto de Punto Fijo, y figuras este­

lares de la democracia como Aristóbulo Istúriz y compañía. Casos como Pedro Ortega Díaz, Quijada y, por supuesto, el del propio Miquilena, quien participó en el parto y en la suscripción del Pacto de Punto Fijo con Jóvito Villalba. La mezcla

delata la heterogeneidad y acaso la inconsistencia de un proyecto que se anuncia

como revolucionario. Por si fuera poco, no está la jerarquía suprema militar gober­

nando. Está un teniente coronel que en lugar de ser un teniente coronel es magis­

trado civil, y no se sabe comportar como magistrado civil porque él es teniente coro­

nel en el cerebelo. Creo que este es el meollo del problema que tenemos. Además, participa una presencia desde afuera que pareciera tener una gran influencia. Me

refiero a Ceresole y a sus teorías sobre el líder, el ejército y el pueblo sin mediación

de los partidos políticos como eje de una inmediata metamorfosis. -Asdrúbal Baptista. Esto es una novedad, en todo caso.

- Elías Pino. Es lo novedoso de una historia que está terminando. Este no es el

nacimiento de una nueva época, sino el fin de un proceso que nace en 1945, segura­

mente. Aquí pudiéramos ir al entierro de un ciclo histórico y a ver qué pasa: es el

reto que se supone tenemos como científicos sociales.

- Maritza Montero. Hay una cosa interesante. Esta especie de nueva edición de

lo que ha sido la tradición de fuerzas encontradas en este país, ahora la vemos tra­

ducida hasta en los más pequeños espacios de la vida pública. Hay una especie de

lucha entre lo privado y lo público que te lleva, pero, ¿a qué? Tú dijiste asociaciones de vecinos que parecen casi fascistas, y sin duda son aquellas en las que el espacio

público ha sido privatizado, cerrando las calles, por ejemplo. Al mismo tiempo eso

ha permitido que otras asociaciones hayan ocupado el espacio público que le

VENEZL'ELA SIGLO XX

371

corresponde al ciudadano, ese ser que tú dijiste que estaba en 1811 y que no apare­ce más nunca.

-Elías Pino. No aparece más nunca.

-Maritza Montero. Pero sí aparece del 70 para acá a través de las organizacio-

nes de base, conservándose siempre la pugna. La pugna ahora ya no es solamente

a nivel del hombre que manda y del partido que controla, sino también está en cada

uno de los pequeños espacios o de los medianos espacios de la vida social. - Elías Pino. Así es. ¿De dónde sale el posible "no" para el próximo 15 de diciem­

bre, para el próxino plebiscito? De la reserva que queda, de la siembra que se hizo.

Pero aquí ya no hay partidos que ordenen votar no. Hay reuniones en los barrios,

en todas urbanizaciones, en la casa de fulana para discutir sobre el no. Allí se pre­

senta uno, da su charla y ofrece los argumentos sobre el por qué del "no". En fin, son las amas de casa, la gente común, los individuos aquí y allá que se preocupan por su destino.

- Rafael Cadenas. Sé que estamos terminando, pero antes quisiera referirme a algo que señalabas al comienzo de tu intervención. Estos señores muy ilustrados

que acompañaron a Bolívar, ¿dónde se formaron?

-Elías Pino. En la universidad Real y Pontificia, donde, por cierto, no se formó

Bolívar puesto que él no estudió.

- Isaac Chocrón. Pero él tuvo sus tutores. -Elías Pino. Desde luego.

-Rafael Cadenas. ¿Qué edad tendrían? - E lías Pino. Muy jóvenes todos.

-Maritza Montero. Bolívar viajó con su maestro, se fue a Europa consuma-

estro.

-Elías Pino. Sí, pero para aquella época era un viejo ya, porque la expectativa de vida era muy reducida, la gente se moría a los 40 años. Hoy sería un muchacho,

pero no en el año 10 del siglo pasado.

- Rafael Cadenas. Pero entonces también hubo una negación, se negó el período colonial.

- E lías Pino. Ellos fueron quienes lo hicieron.

-Rafael Cadenas. Claro, y se formaron en ese período. Lo mismo sucede ahora. Hay una negación de la democracia y quienes así la niegan son productos de ella.

-Elías Pino. Así es, absolutamente. Hay muchas negaciones. En 1830 se niega

la Colombia de Bolívar. En 1860 se niega la Venezuela nacida de la desmembración

de Colombia. Son ejemplos tempranos de la amputación permanente a la que esta­

mos habituados.

-Rafael Cadenas. Ha hecho un inmenso daño la negación del período colonial, un daño enorme.

-Elías Pino. Es lo que se oficializa ahora con la República Bolivariana de Chá­

vez, ¡Casi nada! en términos ya oficiales. Se oficializa la negación.

FG:'-IDACIÓK POLAR

372

-José Luis Vethencourt. Me asalta una pregunta en medio de estas reflexiones tan importantes y que tiene que ver con la crisis de la democracia de los partidos.

Puesto que todo esto es el resultado de una crisis de la democracia de los partidos,

¿qué fue lo que pasó con los partidos?

-Elías Pino. Déjenme abordar estas cuestiones desde otro ángulo. Se vivió bajo la idea de que era posible una armonía social. Ahora bien, esa armonía tiene una

clave: es financiada por el petróleo. Toda la convivencia se soporta en el petróleo. La armonía se facilita y se convierte en una característica peculiar venezolana por la abundancia de ese recurso también muy singular. Las peculiari­

dades económicas de Venezuela se expresan en que hay maneras

de pagar la pacificación, hay cómo pagar los mecanismos que evi­

Eso hizo Gómez, preñar gente.

ten la hostilidad. Pero la democracia necesita una base material. La base material se fractura en el primer gobierno de Pérez por la lluvia de petrodólares. Allí empie­

zan los partidos a perder la orientación y, por lo tanto, el control. Yo creo que una cosa fundamental de la república, y eso viene desde la Revolu­

ción Francesa, es la austeridad Por ello se habla de la austeridad republicana. En

general se fue austero cuando Betancourt, cuando Leoni y cuando el primer Calde­

ra. Más o menos hay una democracia modesta, sin escándalos, sobre todo no llegan

los escándalos a la primera magistratura. Parecía entonces que aquella austeridad

iba enrumbándonos por el camino de lo que es una república hecha y derecha.

, ;

El ascenso de los partidos

VENEZUELA SIGLO XX

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Moises
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Cuando viene la lluvia de petrodólares se disloca por completo el comportamiento de los líderes, del presidente de la república y de los partidos políticos, pero también el comportamiento de la sociedad toda. Entonces aparece en todo su vigor el mal.

Entonces allí nos retratamos todos, posamos para un colosal retrato en grupo: nos exhibimos como criaturas del dispendio, de la Venezuela saudita, del "ta barato, dame dos", del descalabro en relación con la proposición coherente y modesta que intenta la Venezuela democrática del año 58 hasta el primer gobierno de Caldera.

El segundo sacudón, que yo creo que no se ha estudiado bien, es el Viernes Negro. Hay que caer en la cuenta del impacto que tuvo que causar en el seno de los partidos políticos el descubrir que era falso el paraíso y que lo que estábamos viviendo, en el mejor de los casos, era en un purgatorio. Eso tiene que habernos gol­peado a todos. No sé qué sociólogo, qué politólogo, qué psicólogo social-sería muy importante que lo hubiera- ha estudiado ese impacto que debe haber causado a la sociedad venezolana el descubrir que era mentira la tierra de gracia de que habló Colón, que no estábamos nadando en la abundancia y que la moneda era tan frágil como cualquier moneda del vecindario.

Hay un problema de la base material que tiene que haber determinado que el rumbo se torciera hasta llegar a la situación de hoy, aunque también aquí cumplen su papel las erróneas interpretaciones de los fenómenos. De manera equivocada se dice que las pobladas de febrero son un acto de justicia social. Sin embargo, no hay ninguna evidencia de que haya sido una explosión social. Fue un ataque a la pro-

L~ muerte de los partidos

FUNDACIÓN POLAR

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piedad privada y a ciertos tipos de comercios. Las turbas no se meten con ningún ser humano, no atacan a ninguna clase social superior. La explosión social es un ataque contra seres humanos, contra miembros de la clase social que uno odia por

miles de razones, y no sucede entonces. Por supuesto, posteriormente se dan todas las explicaciones pedantescas que crearán una simbología de decadencia, una decadencia que se encarnará en Pérez y a quien hay que echar de la presidencia de

la república sin sentido y sin justificación. No olvidemos que a Pérez lo sacan de la presidencia por un delito que no comete, o por una práctica en la que han incurrido todos los presidentes, el manejo a voluntad de la llamada partida secreta. En ese

momento nos quedamos sin reglas, desaparecieron las reglas del juego que tenía­mos para que predominara la incertidumbre.

-Luis E. Pérez Oramas. ¿Hay una figura del XIX que usted reivindica como una gran figura ciudadana?

- Elías Pino. Fermín Toro. - Luis E. Pérez Oramas. Y, ¿en el XX? - Elías Pino. Hay muchas. Personalidades como Alberto Adriani, Juan Pablo

Pérez Alfonzo, Francisco de Venanzi Arístides Calvani. Muchos otros que olvido ahora. U slar Pietri no. La antidemocracia es U slar Pietri, yo lo creo de verdad, por su subestimación de las aptitudes del pueblo venezolano. Sólo que en el parecer lo acompañan millones de venezolanos. Cuando hay un problema en la universidad, por ejemplo, salimos en comparsa a buscar a los "notables". Uno va a la casa del doctor U slar Pietri para que nos aconseje, como si fuéramos unos párvulos inocen­tes, o para que nos sugiera de nuevo que "hay que sembrar el petróleo": ¿no es eso la antidemocracia?

-Rafael Cadenas. ¿Tú sabes lo que dijo? Que en los últimos 30 años no había habido ningún escritor en Venezuela.

-Elías Pino. Exceptuándolo a él, desde luego.

- Maritza Montero. Y la peor concepción del venezolano la tiene U slar Pie tri; es terrible.

- Elías Pino. Es terrible. Especialmente la subestimación del pueblo. Él se opu­so al voto universal, directo y secreto de los venezolanos; él fue uno de los que le metió a Medina en la cabeza que no había que darle apoyo a esa idea. Provocó que Briceño Iragorry se fuera y hubo todo el pleito con el medinismo, con un sector del medinismo más confiado en las posibilidades de la sociedad y más consciente de la necesidad que tenían de dejar su tutela sobre el pueblo.

-Maritza Montero. Briceño Iragorry, ¿no sería otro personaje así? - Elías Pino. Desde luego. Con él sucede que es muy pesimista. Creía que el

infierno ya estaba entre nosotros y que todo se acababa. Pero, sin duda, también es otra figura importante.

-Asdrúbal Baptista. Hubo como una cisura histórica que separa esa genera­ción de hombres importantes de los jóvenes de hoy; los jóvenes de hoy no tienen

VENEZUELA SIGLO XX

375

ninguna conciencia de lo que ellos pueden haber sido. A cualquiera de ellos tú le nombras a Briceño Iragorry y es muy probable que te devuelva una mirada de total

estupor.

-Elías Pino. Eso es sucede en las universidades y es una cosa deplorable.

-Asdrúbal Baptista. Mi gran interrogante en este momento tiene que ver con esta mezcla de urgencia por el orden que me la descubren estos calificados compa­

ñeros allá en Mérida, más la cuestión militar. Mi tema es la conjunción de estas dos

fuerzas. - Elías Pino. A mí la cuestión militar me tiene sumamente pesimista.

-Asdrúbal Baptista. La ausencia de toda confianza, que yo a partir de ellos re-

flejo, en el estamento civil del país para proveer el orden y la institucionalidad que

el vivir digna y razonablemente suponen, ¿cómo van a hacer los militares para su­

plirla? -Isaac Chocrón. A mí me parece que la pregunta que hizo así a boca de jarro

Luis Enrique la deberíamos precisar porque es importantísima, pero no solamente

a nivel político, ¿quiénes son los personajes respetables del siglo XX venezolano?

-Elías Pino. Muchísimos.

-MaritzaMontero.Arnoldo Gabaldón en sanitarismo.

-Elías Pino. En la Editorial Planeta de Colombia publicaron dos tomos titula-dos Constructores de Colombia contemporánea. Tienen diversos capítulos con per­sonajes sobre cada área: en las artes, en la política, en la educación, las figuras

fundamentales del siglo XX. Sería una estupenda idea, un tomo precioso, Construc­

tores de Venezuela contemporánea. Así la gente sabría de los tantos que han apor­

tado su esfuerzo y sus logros en la hechura del país. Habría que ser muy meticuloso

en la escogencia de los que de verdad son la encarnación de los valores republica­

nos, pero la lista no sería corta, sino todo lo contrario.

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