El Silencio de Dios

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Historia: Fecha de primera publicacin en ingls: 1897 Traduccin del ingls: Santiago Escuain Primera traduccin publicada por Editorial Portavoz en castellano en 1983 OCR 2010 por Andreu Escuain Nueva traduccin 2010 cotejando la antigua traduccin y con constante referencia al original ingls, Santiago Escuain Quedan reservados todos los derechos. Se permite su difusin para usos no comerciales condicionado a que se mantenga la integridad de la obra, sin cambios ni enmiendas de ninguna clase.

Sir Robert Anderson EL SILENCIO DE DIOS

Prefacio editorial DIOS HA PERMANECIDO callado ya por casi dos mil aos. No han aparecido nuevos profetas, y la voz de Dios no se ha odo oralmente desde que l habl a Su Amado Hijo. Por qu? Sir Robert Anderson encuadra este problema con su acostumbrada investigacin metdica y exhaustiva y los hallazgos consecuentes. Dios no est revelando nuevas verdades, porque las Escrituras ya estn completas; y Dios ha dicho ya todo lo que la generacin actual tena que saber. Dios ha cerrado Su revelacin al hombre en la Biblia a pesar de las afirmaciones de aquellos que quisieran hacernos creer algo distinto. Nada hay nuevo debajo del sol, proclamaba Salomn en Eclesiasts. Y, a pesar de ello, nuestra generacin afirma que hay una nueva revelacin de Dios y que la autoridad de la Biblia tiene que ser suplementada con las enseanzas de estos nuevos profetas de Dios. Los ltimos cien aos han producido varios diferentes profetas que han introducido supuestas nuevas revelaciones de nuestro Dios y Padre. No obstante, es extrao que cada uno de los nuevos profetas haya introducido revelaciones que difieren de lo que la Biblia expone que Dios ha re velado. Aunque escritos hace muchos aos, los argumentos y hechos aqu expuestos siguen siendo oportunos y muy necesarios. En tanto que el Seor Jess dilate Su retorno, continuarn surgiendo falsos profetas, y se continuar precisando de este libro: para que podamos conocer que Dios ya ha hablado, y que la revelacin est completa. Los EDITORES

Prefacio a la novena edicin inglesa ES EN RESPUESTA a peticiones de varios lugares que se vuelve a editar este libro. Su importancia queda subrayada ante las extravagancias del pensamiento religioso de nuestros das y, especialmente por el crecimiento de ciertos movimientos religiosos que pretenden estar acreditados por manifestaciones espirituales milagrosas. Como ensea la Epstola a los Hebreos, ciertas grandes verdades que se consideran por lo general como distintivamente cristianas eran comunes a la religin divina del judasmo, sobre la que el cristianismo se basa. Y, como nos lo recuerdan las palabras introductorias de Romanos: El Evangelio de Dios... acerca de Su Hijo, nuestro Seor Jesucristo fue prometido antes en la profeca hebrea. La verdad ms distintiva de la revelacin cristiana es que la gracia ha sido entronizada. Y esta verdad result perdida en el intervalo que transcurri entre el cierre del canon del Nuevo Testamento y la era de los telogos patrsticos. Que Aquel a quien ha sido entregada la prerrogativa de ejercer juicio est ahora sentado en el trono de Dios en gracia y que, como consecuencia, toda accin judicial y punitiva contra el pecado humano est en suspenso aplazada hasta que haya finalizado el da de la gracia y amanezca el da del juicio, constituye una verdad que en vano se busca en la teologa normativa de la Cristiandad. Mi evangelio lo llama el apstol Pablo, porque fue por medio de l que se revel esta verdad, no el evangelio prometido antes, sino la predicacin de Jesucristo, segn la revelacin del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos.[1] Incluso entre los hombres, los sabios y los fuertes guardan silencio cuando han dicho todo lo que deseaban decir. Y como este evangelio de la gracia es la suprema revelacin de la misericordia divina al mundo, el silencio del cielo permanecer sin quebrarse hasta que el Seor Jess pase del trono de la gracia al trono del juicio. No se trata de que se haya suspendido el gobierno moral divino sobre el mundo. An menos que hayan cesado los milagros espirituales. Porque, en nuestros das, el Evangelio ha conseguido triunfos en tierras paganas, que trascienden a lo que se registra en el Nuevo Testamento. As, la incredulidad se enfrenta con milagros de un tipo que dan una prueba mucho ms segura de la presencia y del poder de Dios que la que podra ofrecer ningn milagro en la esfera natural: corazones tan totalmente cambiados, y vidas tan completamente transformadas, que salvajes fieros, brutales y degradados se han transformado en personas humildes, llenas de gracia y de vidas puras. Pero el argumento de estas pginas es que lo que pudieran designarse como milagros probatorios no tienen lugar en esta dispensacin cristiana. En las edades antes de que Cristo viniera, los hombres bien hubieran podido desear ansiosamente pruebas de la accin de un Dios personal. Pero, en el ministerio y muerte y resurreccin del Seor Jesucristo, Dios ha manifestado de manera tan evidente, no solamente Su poder, sino tambin Su bondad y amor hacia el hombre, que conceder milagros probatorios ahora constituira un reconocimiento de que aquellas cuestiones que han quedado zanjadas para siempre estaran an abiertas. Nadie puede poner lmites a lo que Dios pueda hacer en respuesta a la fe individual. Pero podemos afirmar confiadamente que, a la vista de Su suprema revelacin en Cristo, Dios no conceder nada a las presuntuosas exigencias de la incredulidad. Y esta

revelacin proporciona la clave al doble misterio de un cielo silencioso y de las aflicciones de una vida de fe sobre la tierra. Este prefacio se da para el beneficio de las personas que hojean un libro en lugar de leerlo. Robert Anderson Prefacio a la segunda edicin inglesa EN su INTRODUCCIN a The Scarlet Letter (La Carta Escarlata), Nathaniel Hawthorne discurre con sentimiento acerca de su incapacidad para ejercer ningn esfuerzo literario durante los aos en que tuvo funciones en la oficina de Aduanas. Pero hay esferas de trabajo en el Servicio Pblico comparadas con las cuales la Aduana podra parecer casi un santuario! Y teniendo en cuenta las circunstancias en que fue escrito este volumen, la demanda de una nueva edicin al cabo de unas pocas semanas de su primera aparicin constituye una prueba evidente del profundo y amplio inters del asunto que trata. Han aparecido crticas contradictorias respecto de la estructura del libro. En la opinin de algunos los captulos centrales enredan el argumento, y se deberan omitir o abreviar. Otros, en cambio, han apremiado a que se desarrollen estos mismos captulos, y a que se les hagan adiciones determinadas. Ambas sugerencias, aparentemente contradictorias, son legtimas. A una clase muy limitada estas disertaciones les parecen innecesarias, y el simple crtico se aparta de ellas con impaciencia; pero, en la estimacin de la mayor parte de los lectores, son de excepcional inters. Por ejemplo, los captulos noveno y undcimo, que quiz hubieran podido excluirse, han atrado especial atencin. Adems, no debera olvidarse que, a diferencia de aquellas doctrinas que pertenecen a la dispensacin cristiana en comn con aquella que le precedi, la gran verdad caracterstica del cristianismo es dejada de lado por la religin de la Cristiandad, y recibe slo escasa atencin incluso en nuestra mejor literatura religiosa. Por ello, es de importancia vital desarrollar aqu su carcter y alcance, y remarcar su importancia trascendental. De seguro se hallar, con toda probabilidad, que la apreciacin del argumento por parte del lector estar precisamente en proporcin directa con su conocimiento de esta verdad. Por ejemplo, uno de los ms importantes diarios informa a sus lectores que el autor halla causa suficiente del silencio en la doctrina de la Expiacin. Y otra revista una revista de categora superior[2] indica que la principal posicin de este libro es que las verdades cristianas proporcionan una explicacin adecuada del Silencio de Dios. Podra parecer imposible a priori que alguien pudiera leer estas pginas y llegar a unas conclusiones tan errneas, pero el prrafo anterior puede quizs explicar el fenmeno. La Expiacin no es una doctrina especialmente cristiana en absoluto: Tiene un lugar sobresaliente en el judasmo, as como en el cristianismo. Y la postura del autor, bien claramente expresada, es que las verdades cristianas, lejos de explicar el silencio del Cielo, parecen nicamente hacerlo an ms inexplicable. A juicio de este crtico acabado de citar, la posicin intensamente protestante y cristiana mantenida a lo largo de todo el volumen, no constituye nada ms que un punto de vista peculiar de las Escrituras como gua suprema en asuntos de fe y de especulacin. Y, escribiendo

desde este mismo punto de vista, sus crticas son, desde luego, poco simpticas y severas. No puede el autor quejarse de ello; porque quien administra golpes fuertes tiene que esperar golpes fuertes de vuelta. Pero no debiera haber golpes bajos. El lector imparcial podr decidir si estas pginas admiten siquiera una sombra de pretexto para la acusacin de ocasionales apartamientos de la reverencia. Y no menos carente de base es la afirmacin de que se menciona aqu al seor A. J. Balfour en un tono condescendiente. Cierto es que se ha utilizado una considerable libertad en la crtica de los argumentos de un hombre ms que distinguido. Pero los temores del autor han quedado aliviados por la recepcin de una carta del mismo seor W. E. Gladstone. Me siento muy satisfecho, escribe l, de que estos argumentos hayan sido examinados concienzudamente por una persona tan bien dispuesta y competente como usted. Robert Anderson

[1] Romanos 16:25. La palabra misterio en las epstolas significa no una cosa ininteligible, sino lo que permanece escondido y secreto hasta que se da a conocer por la revelacin de Dios. Este evangelio tiene por ello que distinguirse del de Romanos 1:1-3. [2] Literature Captulo 1. El cielo silencioso UN CIELO SILENCIOSO es el mayor misterio de nuestra existencia. Desde luego, para algunos el problema no presenta perplejidades. En una filosofa de optimismo superficial, o en una vida de aislamiento egosta, han llegado al Nirvana. Para estas personas, las tristes y horrendas realidades de la vida a nuestro alrededor no tienen existencia. No arrojan sombra sobre su camino. La serena atmsfera de su paraso de necios no se ve perturbada por el grito de los que sufren y de los oprimidos. Pero las personas sinceras y reflexivas encaran estas realidades, y tienen odos para or este grito; y su asombro indignado halla expresin a veces en palabras como las del antiguo profeta y poeta hebreo: Cmo sabe Dios? Y hay conocimiento en el Altsimo? La sociedad, incluso en los grandes centros de nuestra moderna civilizacin, se parece demasiado a un barco de esclavos, donde, junto a los sonidos de la msica, de la risa y de las juergas en la cubierta superior, se mezclan los gemidos de angustia indescriptible de los que estn hacinados en la bodega de la nave. Quin puede evaluar la tristeza, el sufrimiento y los males que se soportan en una sola hora, incluso en la favorecida metrpolis de la muy favorecida Inglaterra? Y si es as en el rbol verde, qu se dir del seco? Qu mente es capaz de abarcar la suma de toda la afliccin de este inmenso mundo, acumulada da tras da, ao tras ao, siglo tras siglo? Los corazones humanos podrn elaborar sus planes, y las manos humanas podrn hacer un poco para aliviarla, y el brazo fuerte y presto de la ley humana puede hacer mucho para la proteccin de los dbiles y para el castigo de los malvados. Pero, en cuanto a Dios, la luz de la luna y de las estrellas no es ms fra y carente de compasin de lo que l parece ser! Cada nuevo captulo de la historia del desgobierno de Turqua levanta una nueva tormenta de indignacin por toda Europa. La conciencia de la Cristian dad se siente ultrajada por los

relatos de opresin, crueldad y injusticias de que son vctimas los sbditos cristianos de la llamada Sublime Puerta. Este es un testimonio de las matanzas de armenios en 1895: Alrededor de 60.000 armenios han sido asesinados. En Trebisonda, Erzurum, Erzincan, Hassankaleh y otras numerosas localidades, los cristianos fue ron aplastados como las uvas durante la vendimia. El populacho desenfrenado, surgiendo como la espuma en las calles de las ciudades, barri a los indefensos armenios, despoj sus tiendas, arras sus hogares, y despus bromearon y jugaron con las aterrorizadas vctimas, como los gatos juegan con los ratones. Los arroyos quedaron obstruidos por los cuerpos; los torrentes estaban rojos de sangre humana; los claros de los bosques y las cuevas de las rocas se vean llenos de muertos y de moribundos; entre las ennegrecidas ruinas de pueblos, otrora prsperos, yacan bebs abrasados al lado de los cadveres mutilados de sus madres; por las noches cavaban fosas los mismos desgraciados destinados a llenarlas, muchos de los cuales, echados all solamente heridos levemente, despertaban bajo una montaa de cadveres, y en vano se debatan contra la muerte y con los muertos, que les cerraban para siempre el paso a la luz y a la vida. Un hombre en Erzurum, oyendo un tumulto, y temiendo por sus hijos, que estaban jugando en la calle, sali para buscarlos y salvarlos. Fue apresado por la chusma. Suplic por su vida, protestando que siempre haba vivido en paz con sus vecinos musulmanes, y que los amaba sinceramente. Esta afirmacin poda ser verdad, o poda ser solamente para moverlos a compasin. No obstante, el cabecilla le dijo que aquel era el espritu adecuado, y que se le premiara de una manera adecuada. A continuacin lo desnudaron, le cortaron un trozo de carne de su cuerpo, y lo ofrecieron burlonamente a la venta: Carne buena y fresca, y muy barata, exclam alguien de la multitud. Quin quiere comprar fina carne de perro?, gritaron algunos de los divertidos espectadores. El pobre hombre, retorcindose de dolor, lanzaba alaridos, pues alguien de entre la gentuza que haba estado haciendo pillaje en el interior de las tiendas, abri una botella y ech vinagre o algn otro cido en la sangrante herida. El pidi a Dios que pusiera fin a su agona, Pero solamente haban empezado. Poco despus llegaron dos niitos, el mayor gritando: Hairik, Hairik! (Padre, padre), slvame!, slvame! Mira lo que me han hecho!. Y se sealaba a la cabeza, de la que brotaba un abundante chorro de sangre sobre su hermosa cara y cuello. El hermano ms pequeo un nio de unos tres aos, estaba jugando con un juguete de madera. El agonizante hombre guard silencio por un segundo y despus, mirando a estos hijos suyos, hizo un fren tico pero vano esfuerzo por arrebatar una daga de un turco que estaba a su lado. Esta fue la seal para la renovacin de sus tormentos. El ensangrentado chico, finalmente, fue lanzado violentamente contra el moribundo padre, que empez a perder fuerza y conciencia, y luego los golpearon a los dos hasta matarlos. El nio ms pequeo estaba sentado all cerca, baando su juguete de madera en la sangre de su padre y de su hermano, y mirando hacia arriba, ora con sonrisas a los bien vestidos kurdos, ora con desgarradoras lgrimas a los polvorientos despojos de lo que hasta entonces haba sido

su padre. Un corte de sable termin con su corta experiencia en el mundo de Dios, y la multitud volvi su atencin hacia otros. Estas son solamente unas escenas aisladas vistas en la fraccin de un segundo por la luz, digamos, de un momentneo relmpago. Lo peor no puede describirse. (Contemporary Review, enero de 1896.) Lo que sigue se refiere a horrores an ms recientes: En ningn lugar de la regin ha sido ms salvaje el ataque sobre los cristianos que en Egin. Se asesin a todo varn que tuviera ms de doce aos. Solamente se conoce de un armenio que haya sido visto y perdonado. A muchos nios y jovencitos se les hizo yacer de espaldas y fueron degollados como corderos. Se llev a las mujeres y a los nios al patio del edificio del Gobierno y a varios lugares de la ciudad. Turcos, kurdos y soldados fueron a estas mujeres, eligieron a las ms bellas, y se las llevaron para violarlas. En el pueblo de Pinguan quince mujeres se echaron al ro para escapar a la deshonra. (The Times, 10 de diciembre de 1896). Y en todo esto, cul es el factor que ms exaspera el sentimiento del pblico? Que el Sultn tiene el poder de impedirlo, pero no lo hace. Que, aunque posee amplios poderes para frenar y castigar, se mantiene impasible, mientras que, en el seguro retiro de su palacio, se da a una vida de lujo y de comodidad. Pero acaso el Dios Todopoderoso no tiene poder para detener estos crmenes? Hasta Abdul Hamid se ha sentido movido por un sentimiento de vergenza, y, desechando su dignidad real ha hecho or personalmente su voz en Europa para repeler la acusacin que su aparente inaccin ha levantado para su descrdito.[1] Pero en vano forzamos nuestros odos para escuchar alguna voz desde el trono de la Divina Majestad. El lejano cielo en el que, en perfecta paz y gloria inexpresable, Dios habita y reina, est EN SILENCIO! Me volv y vi todas las violencias que se hacen debajo del sol; y he aqu las lgrimas de los oprimidos, sin tener quien los consuele; y la fuerza estaba de la mano de sus opresores, y para ellos no haba consolador. Y esto en un mundo regido y gobernado por un Dios que es Todopoderoso! Y cuando apartamos nuestros pensamientos del gran mundo que nos rodea, y los fijamos sobre el estrecho crculo de Su pueblo fiel, los hechos no son menos duros, y el misterio se hace ms inescrutable. Hombres devotos salen de nuestras costas, abandonando la seguridad, las comodidades, los atractivos y los incontables beneficios de la vida en medio de nuestra civilizacin cristiana, para llevar el conocimiento del verdadero Dios a las tierras paganas. Pero pronto omos de su asesinato en manos de aquellos mismos que ellos queran elevar y llevar bendicin de esta manera. Y dnde est el verdadero Dios al que ellos servan? El pequeo grupo de cristianos que eran, en un sentido especial, sus embajadores acreditados, hombres y nobles mujeres tambin, que compartan su exilio y sus labores, y niitos cuya tierna impotencia hubiera podido excitar la piedad del hombre ms endurecido, en su terror y agona clamaron al cielo por un socorro que nunca vino. Seguro que el Dios en el que esperaban hubiera podido cambiar los corazones o frenar las manos de sus brutales asesinos. Es posible

imaginar circunstancias que hubieran demandado con ms justicia la ayuda de Aquel al que adoraban como Todopoderoso, tanto en el cielo como en la tierra? Pero la tierra ha bebido su sangre y un cielo silencioso ha parecido burlarse de su clamor! Y estos horrores son meros rizos en la superficie del profundo y ancho mar de los sufrimientos de la Iglesia a lo largo de las pocas de su historia. Desde los antiguos das de la Roma pagana, pasando a travs de los siglos por las llamadas persecuciones cristianas, incontables millones de mrtires, los mejores, los ms puros y los ms nobles de nuestra raza, han sido entregados a la violencia, al ultraje y a la muerte en formas horrorosas. El corazn se angustia ante la aterradora historia, y la dejamos con la oscura esperanza, pero sin base alguna de que, por lo menos, sea en parte falsa. Pero los hechos son demasiado terribles para que sea posible exagerar su registro. Despedazados por bestias salvajes en la arena, atormentados por hombres tan inmisericordes como bestias salvajes, y, lo que es ms odioso an, desgarrados en las cmaras de tortura de la Inquisicin, Su pueblo ha muerto, con los rostros dirigidos al cielo, y con sus corazones entregados en oracin a Dios; pero el cielo ha parecido tan duro como si fuera de bronce, y el Dios de sus oraciones tan impotente como ellos o tan insensible como sus perseguidores! Pero la mayor parte de los hombres son egostas en sus simpatas. En ocasiones, algn dolor privado se proyecta con mayor amplitud que toda la suma de los dolores del mundo y de los sufrimientos de la Iglesia. Si hubo alguna vez un santo sobre la tierra, es la madre junto a cuyo lecho de muerte se congregan sus hijos e hijas, apartndose de los distintos negocios o placeres. En todos sus caminos la piedad y la fe de la madre han ejercido una influencia restrictiva y encauzada. Y ahora, reunidos de nuevo en el viejo hogar, estn ansiosos de ver cmo, en la solemne crisis de sus ltimos das sobre la tierra, Dios tratar a uno de Sus ms cariosos y fieles hijos. Y, qu es lo que contemplan? Un pobre cuerpo atravesado de un dolor que no cesa hasta que su capacidad de sufrimiento es apagada por la mano de la Muerte! Si la capacidad humana pudiera proporcionar alivio, el mdico que la atiende sera despedido cmo despiadado o incompetente. Acaso es Dios, entonces, incompetente o despiadado? A l alzan ellos la mirada para que alivie al santo agonizante de las agonas de la muerte, pero en vano! O bien podramos considerar un dolor an ms egosta. La llegada de una gran desgracia que convierte un hogar alegre en una desolacin, y que deja el corazn tan embotado y endurecido, que incluso los denominados consuelos de la religin parecen cosas vacas. Por qu habra de ser Dios tan cruel? Por qu est el cielo tan terriblemente silencioso? La imaginacin ms prolfica, la pluma ms gil, no podra delinear ni retratar, en su variedad ilimitada, las experiencias que as han aniquilado los ltimos rescoldos de fe en muchos corazones aplastados y desolados. Hay ocasiones, dice un escritor cristiano[2] cuando el cielo encima de nuestras cabezas parece ser de bronce, y la tierra debajo parece de hierro, y sentimos como nuestros corazones se hunden dentro de nosotros bajo la fra presin de una ley implacable e inmisericorde. Cun verdadera la afirmacin, pero cuan inadecuada! Si se tratara de que Dios dejara de interferir en favor de este o de aquel individuo, meramente, o en una u otra ocasin, la fe en su

infinita sabidura y bondad, debera frenar nuestras murmuraciones y suavizar nuestros temores. Y adems, si, como en los das de los patriarcas, pasara una generacin entera sin que ni una vez se declarase a S mismo, la fe podra mirar atrs y esperar el futuro, entre exmenes de conciencia por la causa de Su silencio. Pero lo que aqu confrontamos es el hecho, explquese como se quiera, de que durante dieciocho siglos el mundo nunca ha sido testigo de una manifestacin pblica de Su presencia ni de Su poder. Conoce Dios? Al principio el pensamiento sur ge como una peticin impaciente, aunque no irreverente. Pero las palabras se forman en la boca para implicar un desafo y sugerir una duda, y al final se pronuncian osadamente como la confesin de una incredulidad establecida. Y luego, las sagradas crnicas que maravillaban y atraan la mente en la infancia, relatando los poderosos hechos de la intervencin divina en la antigedad, empiezan a perder su viveza y fuerza, hasta que al final caen al nivel de las leyendas hebreas y de los mitos del mundo antiguo. En presencia de los duros y aciagos hechos de la vida, la fe de los primeros das se desmorona, porque ciertamente un Dios totalmente pasivo y nunca disponible, a todos los efectos prcticos, inexistente.

[1] Discurso del marqus de Salisbury en el Pabelln, Brighton (Inglaterra), el 19 de noviembre de 1895. [2] El Den Mansel. Captulo 2. Persiste el misterio CUANDO NOS VOLVEMOS a las Sagradas Escrituras, este misterio de un cielo silencioso, que est llevando a tantos a la incredulidad, si no al atesmo, parece volverse an ms irresoluble. La vida y las ensean zas del gran Profeta de Nazaret han atrado la admiracin de multitudes, incluso la de aquellos que le han negado el ms profundo homenaje de su fe. Todas las mentes generosas le aclaman como la figura ms noble que jams haya pasado por el escenario de la vida humana. Pero el cristianismo reivindica para l mucho ms que esto. El Dios grande y desconocido haba habitado en oscuridad impenetrable y en luz inaccesible: aparentes contradicciones que armonizan de hecho en una perfecta descripcin de Su actitud hacia los hombres. Pero ahora, por fin, se ha revelado. El Nazareno no era meramente el hombre modelo para todas las edades: l era divino, Dios manifestado en carne. Los profetas inspirados haban presentado esto en sombras: ahora se cumpla. El sueo de la mitologa pagana se cumpla en el gran hecho fundamental del cristianismo: Dios adopt la forma de un hombre y habit como hombre entre los hombres, diciendo cosas que los meros hombres jams haban dicho, y difundiendo por todas partes las pruebas de la naturaleza divina de Su carcter y misin. Pero la esfera de esta manifestacin qued confinada dentro de los ms estrechos lmites: las ciudades y los pueblos de un distrito escasamente ms grande que un condado ingls. Si este iba a ser su final, una teora tan sublime tendra que ser desacreditada por su inherente incredibilidad. Pero a lo largo de Su ministerio El habl de una muerte misteriosa que tena que padecer, de Su resurreccin de entre de los

muertos, de Su regreso al cielo de donde haba descendido, y de triunfos de Su poder que seguiran a Su ascensin; triunfos tales que aquellos a quienes estaba diciendo estas cosas eran entonces incapaces de comprenderlos. Y, de acuerdo con las esperanzas que as haba inspirado, entre Sus ltimas afirmaciones, hechas despus de Su resurreccin y en vista de Su ascensin, encontramos estas palabras sublimes y llenas de significado: Todo poder me es dado en el cielo y en la tierra. Con referencia a esto, la posicin de una incredulidad abierta es perfectamente inteligible; pero, qu se puede decir del escepticismo encubierto del moderno cristianismo que explica esto como nada ms que la declaracin de una autoridad mstica para enviar predicadores del Evangelio? Una vez se acepta el esquema que la revelacin acerca de la apostasa y cada del hombre, y su consiguiente alienacin de Dios, se puede explicar la historia del mundo hasta el tiempo de Cristo. Pero tanto los tipos como la promesa y la profeca testificaban unnimes que la venida del Mesas significara el amanecer de un da ms radiante, cuando los cielos imperaran, cuando se rectificaran todos los males, y cuando el dolor y la discordia dejaran paso a la alegra y a la paz. Las huestes anglicas que anunciaron Su nacimiento confirmaron el testimonio, y parecan sealar su prximo cumplimiento. Y estas palabras del mismo Cristo resuenan como una proclamacin de que por fin llegaba la gran liberacin de la tierra. Tampoco los sucesos de los primeros das desmintieron la esperanza. Si debido a un gran milagro pblico ejecutado en Su nombre los apstoles resultaron amenazados con castigos, ellos apelaron a Dios. Entonces Dios dio prueba pblica de que haba odo su oracin, porque el lugar en que estaban congregados tembl.[1] Un juicio repentino cay sobre Ananas y Safira cuando pecaron, y como consecuencia vino gran temor sobre toda la iglesia.[2] Por la mano de los apstoles se hacan muchas seales y prodigios en el pueblo.[3] De los pueblos vecinos la multitud esto es, los habitantes en masa se reunan en Jerusaln llevando a sus enfermos, y todos eran sanados.[4] Y cuando sus exasperados enemigos arrestaron a los apstoles y los echaron en la crcel pblica, el ngel del Seor, abriendo de noche las puertas de la crcel, los sac.[5] Fue durante este mismo perodo, indudablemente, cuando cay el mrtir Esteban. S, pero antes de que cayera vctima de las piedras que le arrojaban sus fieros asesinos, los cielos se abrieron, y le revelaron una visin de su Seor en gloria. Si el martirio aportara en la actualidad tales visiones, quin temera ser un mrtir? Por una visin parecida el ms destacado de los testigos de su muerte fue transformado en un apstol de la fe que haba resistido y blasfemado. Y cuando, a su vez, se encontr en manos de crueles enemigos en Filipos, su oracin de medianoche obtuvo la respuesta de un terremoto que sacudi los cimientos de su prisin. Unas manos invisibles rompieron los eslabones de las cadenas que les mantenan cautivos, a l y a Silas, y les abrieron las puertas del calabozo de par en par. Tambin el apstol Pedro experiment una liberacin parecida cuando era prisionero de Herodes en Jerusaln, y ello en la misma vspera del da sealado para su muerte. El relato es claro y apasionante: Estaba Pedro durmiendo entre dos sol dados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la crcel. Y he aqu que se present un ngel del Seor, y una luz resplandeci en la crcel; y tocando a Pedro en

el costado, le despert, diciendo: Levntate pronto. Y las cadenas se le cayeron de las manos. La puerta de hierro de la prisin se les abri por s misma, y salieron juntos a la calle. Estas son solamente selecciones de las narraciones de los captulos iniciales de los Hechos de los Apstoles. La intervencin divina no era ninguna teora mstica para estos hombres. Todo poder en el cielo y en la tierra no era una doctrina carente de sustancia. La historia de la Iglesia primitiva, as como la historia de los inicios de la nacin de Israel, era un registro ininterrumpido de milagros. Pero aqu termina el paralelismo. Bajo la antigua economa la suspensin de la intervencin divina en los asuntos humanos era considerada como una anomala, y tena su explicacin en la apostasa y el pecado nacionales. Y los tiempos de apostasa nacional constituyeron precisamente el perodo de la dispensacin proftica. Fue entonces que la voz divina se fue oyendo con creciente claridad. Pero, a diferencia de lo anterior, el Cielo ha estado mudo durante dieciocho largos siglos. Adems, esto podra parecer menos extrao si la profeca hubiera cesado con Malaquas y no se hubieran renovado los milagros en los tiempos mesinicos. Pero aunque los poderes milagrosos y los dones profticos abundaron en la Iglesia en la poca de Pentecosts, no obstante, cuando el testimonio sali de la estrecha esfera del judasmo y se enfrent con la filosofa y la civilizacin del mundo pagano de hecho en el preciso momento en que, segn teoras ampliamente aceptadas, se precisaba de esta voz proftica de forma especial dicha voz se desvaneci para siempre. No hay nada aqu que suscite nuestro asombro? Naturalmente algunos dejarn de lado la cuestin, rechazando todo testimonio de milagros, tanto los de los tiempos del Antiguo como de los del Nuevo Testamento, tratndolos de meras leyendas o fbulas. Otros, a su vez, afirmarn que hay milagros que tienen lugar en ciertos santuarios favorecidos en la actualidad. Pero, por lo menos aqu, en Gran Bretaa, los hombres no son ni supersticiosos ni incrdulos. Creen el testimonio bblico de los milagros en el pasado, y aceptan la realidad de que desde los das de los apstoles no se ha roto el silencio del cielo. No obstante, cuando se les pide que den una explicacin de ello se quedan mudos, u ofrecen explicaciones totalmente inadecuadas, cuando no absolutamente inciertas. Argumentar que la idea de una intervencin divina en los asuntos humanos es irrazonable o absurda es tan slo prueba de la facilidad con que la mente queda esclavizada por los hechos ordinarios de la experiencia. El creyente reconoce que esta clase de intervencin era normal en los tiempos antiguos, mientras que el incrdulo argumenta muy justamente que si en realidad existiese un Dios todopoderoso y totalmente bueno, tal intervencin debiera ser comn en todo tiempo. Este reto burln podra tener fcil respuesta si el cristiano pudiera responder que este mundo constituye un perodo de prueba en el que Dios, en Su infinita sabidura, ha considerado adecuado dejar a los hombres totalmente a s mismos. Pero en presencia de una Biblia abierta, esta respuesta es totalmente imposible. Permanece el misterio de que Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres, nunca habla ahora a Su pueblo! La historia sagrada de la raza favorecida durante millares de aos est atestada de milagros mediante los que Dios dio prueba de Su poder para con

los hombres, y con todo ello nosotros nos enfrentamos con el hecho pasmoso de que desde los das de los apstoles hasta la hora presente se puede escrutar en vano la historia de la cristiandad tratando de encontrar un slo acontecimiento pblico que conduzca de manera inequvoca a ver que Dios existe en absoluto![6]

[1] Hechos 4:31 [2] Hechos 5:1-11 [3] Hechos 5:12 [4] Hechos 5:16 [5] Hechos 5:19 [6] Ver Apndice, nota 1, p.140.

Captulo 3. Han cesado los milagros? EN LA ANTIGEDAD los hombres adoraban falsos dioses, como lo siguen haciendo en la actualidad en el paganismo. El atesmo es un efecto del rechazo del cristianismo. Pero no se debe confundir la incredulidad de personas sinceras dispuestas a creer con el atesmo apasionado y acerbo de los apstatas. Tampoco valdr apelar a los milagros con los cuales el cristianismo fue acreditado al principio como prueba todava viva de su veracidad. Esto no responde a la cuestin que aqu tenemos planteada, que no trata de la veracidad del cristianismo, sino del fenmeno de un cielo callado. Que en presencia de un ocano insondable de sufrimiento humano en el gran mundo que nos rodea, y que a pesar del clamor articulado tan constantemente por los labios de Su pueblo fiel, Dios se mantenga en un silencio absoluto y aplastante: este es un misterio que el cristianismo parece solamente hacer ms inescrutable. No obstante, aqu estamos dando por supuesto qu los milagros son posibles, y por ello incurriremos en el menosprecio de personas de superiores luces. Pero podemos soportar su desdn. Y no nos inducirn a la insensatez de desviarnos de nuestro tema para llevarnos a entrar en la gran controversia acerca de los milagros, salvo hasta all donde el tema que estamos tratando lo haga imprescindible. La incredulidad manifiesta no ha conseguido avanzar ms all de los argumentos de Hume. Lo cierto es que los fenomenales triunfos de la ciencia moderna solamente han servido para debilitar la posicin de los incrdulos, porque han desacreditado la teora de que nuevos descubrimientos acerca de la naturaleza pudieran dar explicacin de los milagros de la Biblia. El nico rasgo distintivo de la incredulidad de nuestra poca es que se ha revestido con la vestimenta y el lenguaje de la religin. Entre sus propagadores encontramos doctores de teologa y profesores de universidades y facultades cristianas. Y como los discpulos y admiradores de estos hombres demandan que se les reconozca una inteligencia superior y una especial virtud de su percepcin mental, puede que no sea inoportuno realizar un examen atento de tales pretensiones. Pero sera cosa demasiado problemtica realizar una viviseccin, y las meras afirmaciones abstractas tienen poco peso. Entonces, cmo vamos a proceder? Un profesor de

Oxford de la pasada generacin servir ms bien para una autopsia. Examinemos el tratado acerca de Las Pruebas del Cristianismo en los infames Essays and Reviews (Ensayos y Reseas). La tesis de dicho ensayo puede enunciarse en una sola frase: Que el dominio de la ley natural es absoluto y universal. De ello sigue naturalmente que: (1) los milagros son imposibles, y (2) que las Sagradas Escrituras son totalmente indignas de confianza. Por ello, la inspiracin queda fuera de toda consideracin, excepto en el sentido de toda bondad y genio son inspirados. Pudiera parecer algo flojo concentrarse ahora en los Essays and Reviews, pero durante los ltimos cuarenta aos no se ha observado cambio alguno en el racionalismo alemn que llam la atencin del ingls medio con aquel libro que fue el inicio de una nueva era. Estos puntos de vista se estn enseando en muchas de nuestras escuelas de teologa. Los futuros ocupantes de los pulpitos cristianos estn recibiendo la enseanza de que se tiene que rechazar lo milagroso en las Escrituras, y que se tiene que leer la Biblia como cualquier otro libro. Lo que de momento nos interesa tratar no es si esta enseanza es verdadera; supongamos de momento que lo es. Tampoco vamos a cuestionar si los maestros son sinceros; supongamos su integridad. Pero, qu se puede decir de su inteligencia? Cualquier hijo de vecino puede trabajar sobre los esfuerzos de otros. El ms mediocre de los hombres puede comprender y adoptar los principios de los racionalistas. Donde se manifiesta la capacidad mental es en la capacidad de revisar ideas preconcebidas a la luz de los nuevos principios. Apliquemos esta prueba a los racionalistas cristianos. La encarnacin, la resurreccin, la ascensin de Cristo: estos son, de forma incomparable, los mayores de todos los milagros. Si los aceptamos, la credibilidad de los dems milagros se reduce enteramente en una cuestin de prueba. Si los rechazamos, todo el sistema cristiano se desmorona como un castillo de naipes. Por decirlo con otras palabras: Cuando el cristianismo queda expuesto a la clara luz y al aire del pensamiento moderno, aquello que pareca ser un cuerpo vivo se con vierte en polvo. Y a pesar de todo, estos hombres profesan una fe inalterable en el cristianismo. Pero, aunque su fe hable bien de sus corazones, esto demuestra la flojedad de sus cabezas. Estos que creen en la divinidad de Cristo a la vez que rechazan la inspiracin y los milagros pueden pretender que son personas de superiores luces, pero de hecho son seres crdulos que se creeran cualquier cosa. Esta clase de fe es la ms simple supersticin. Aqu se podra apelar a innumerables testigos entre los eruditos y pensadores de nuestra poca que, enfrentados con este dilema, se han visto obligados a escoger entre una fe ms profunda y una incredulidad ms audaz. Si Cristo era realmente Dios, ninguna persona de inteligencia ordinaria pondra en tela de juicio que l fuera capaz de abrir los ojos de los ciegos, los odos de los sordos, los labios de los mudos. Si tena poder de perdonar pecados, es asunto menor creer que tena el poder de curar enfermedades. Si poda dar vida eterna no hay por qu asombrarse de que pudiera restaurar la vida natural. Y si El est ahora en el trono de Dios, y le pertenece toda potestad en los cielos y en la tierra, toda persona de sentido comn echar a un lado todos los sofismas y los bizantinismos sobre causacin y leyes naturales, y reconocer que nuestro Divino Seor podra hacer por los hombres de hoy todo lo que hizo por ellos en los das de Su ministerio sobre la tierra.

Pero cmo es que no lo hace? Yo s que si en los das de Su humillacin este pobre nio paraltico hubiera sido llevado ante Su presencia, l lo habra sanado. Y tengo la certeza de que Su poder es mayor ahora que cuando peregrinaba sobre la tierra, y de que est todava tan cerca de nosotros como lo estaba entonces. Pero cuando le aplic la prueba prctica a esto, hay algo que falla. Por la razn que sea, no parece verdad. Este pobre nio paraltico tiene que permanecer as. No me atrever a decir que l no pueda curar a mi hijo, pero est claro que no va a hacerlo. Y por qu no? Cmo podemos explicar este misterio? La realidad lisa y llana es que para todos los que creen la Biblia la gran dificultad con respecto a los milagros no es que sucedan, sino que no se dan. En su libro Foundations of Belief (Fundamentos de la Fe), A. J. Balfour reproduce la sugerencia de que si se repitieran las circunstancias especiales en que se realiz un milagro, el milagro tambin se repetira. Pero incluso si se pudiese determinar la veracidad de esta propuesta, no tendra relevancia alguna para el problema que nos ocupa. Los milagros, asegura el seor Balfour, son maravillas debidas a la accin especial del poder divino. Entonces, como no tenemos que ver con ni una mera mquina ni con un monstruo, sino con un Dios personal que es infinito en sabidura, poder y amor, por qu en este mundo que segn el filsofo clama en voz alta pidiendo esta accin especial, la buscamos en vano? En sus Studies Subsidiary to the Works of Bishop Butler (Estudios Complementarios a las Obras del Obispo Butler), W. E. Gladstone habla en el mismo sentido, pero de forma an ms concluyente. En su anlisis del aserto de Hume, de que los milagros son imposibles porque implican una violacin de la ley natural, dice l: Ahora bien, a no ser que conozcamos todas las leyes de la naturaleza, la afirmacin de Hume no tiene valor alguno; porque el pretendido milagro puede producirse bajo alguna ley que todava no nos es conocida. Pero lo cierto es que esta admisin es fatal. El valor probatorio de los milagros, en contra de los cual Hume est argumentando, depende de la suposicin de que son debidos, como dice el seor Balfour, a la accin especial del poder divino, y que, si no fuera por tal accin no hubieran tenido lugar. Es decir: es esencial que el acto o suceso descrito como milagroso deba ser sobrenatural. Por tanto, si el pretendido milagro pudiese quedar enmarcado dentro de la esfera de lo natural, quedara por ello descartado como verdadero milagro. En otras palabras, no sera en absoluto un milagro. Si un milagro fuese verdaderamente una violacin de las leyes de la naturaleza, no pocos de nosotros que creemos en los milagros renunciaramos a nuestra fe. Porque entonces la palabra imposible resultara transferida a la esfera en la que se predica correctamente sobre hechos atribuibles al Omnipotente. Es, declaramos, imposible que Dios mienta: igualmente le es imposible violar Sus propias leyes; El no puede negarse a S mismo. Pero este dicho tan cacareado debe su aparente fuerza solamente a la confusin de lo que est por encima de la naturaleza con lo que va contra la naturaleza. Ms all de esto, no es ms que un disfraz para la ignorancia. Observemos una piedra en medio del camino. Obediente a unas leyes inmutables, yace all, inerte, y tiende a hundirse en la tierra. Si se levantase de la tierra y volara hacia el cielo se tratara, se dice, de un milagro. Pero esto se sabe que es absolutamente imposible. Imposible? Un rudo mocetn llega all, la toma y la lanza en el aire. Este

pcaro trotamundos acaba as de conseguir lo que se haba declarado imposible! Pero, se exclamar, est frivolizando el asunto: hemos visto al joven que la lanzaba! Entonces, son nuestros sentidos los que imponen los lmites a lo que es posible? Esto es un materialismo descarado! Supongamos que aquel mismo joven fuera a caer por un precipicio, y que alguien lo sujetara y lo volviera a subir a un sitio seguro: Sera esto una violacin de la ley de la gravedad? Por qu, entonces, lo sera si el rescate lo efectuara una mano invisible? Desde luego que se tratara de un milagro, pero no de una violacin de las leyes de la naturaleza. Como dice el Den Mansel, un milagro es solamente la introduccin de un nuevo agente, que posee nuevos poderes, y por ello no est incluido en las reglas generalizadas en base de una experiencia previa. Pero alguna persona irreflexiva podr todava objetar que la materia solamente puede ser puesta en movimiento por la materia, y que por ello es absurdo hablar de una piedra levantada por una mano invisible. De verdad? Nos dir el contradictor cmo pone l en movimiento su propio cuerpo? El poder de algo que no es materia sobre la materia es uno de los hechos ms comunes de la vida. El apstol Pedro anduvo sobre el mar. Absurdo!, exclama el incrdulo, meneando la cabeza. Esto sera una violacin de las leyes naturales! Y, a pesar de ello, el fenmeno puede haber sido tan sencillo como el producido al menear la cabeza! Adems, es posible que las leyes bajo las que se hicieron los milagros puedan aun recibir explicacin.[1] No dejaran de ser milagros por el hecho de que se conocieran estas leyes; porque la prueba de un milagro no es que tenga que ser inexplicable, sino que su ejecucin est ms all del poder humano. Que el poder en accin sea divino o no es asunto de prueba, o de inferencia; pero una vez se ha determinado la presencia del poder divino, el milagro, considerado como un hecho, recibe explicacin. Si un cirujano restaura la vista a un ciego, o si un mdico rescata a un paciente enfebrecido y a punto de morir, el hecho no despierta otra emocin en nosotros que nuestra gratitud. Pero cuando se nos dice que tales curaciones han sido realizadas por el poder divino sin ayuda de la medicina ni del bistur, se nos exige que rehusemos incluso examinar las pruebas. El hecho llano es que muchos no creen en el poder divino ni en la mano invisible. Disfrcese como se quiera, este es el verdadero punto de la controversia. En el caso de cada ser humano, la accin especial constituye un deber si con la misma puede aliviar el sufrimiento o impedir una calamidad; pero, en el caso del Ser Divino no debe ni esperarse ni, desde luego tolerarse! Se acepta como un axioma que el Dios Omnipotente tiene que ser un cero a la izquierda en Su propio mundo! El incrdulo dogmtico rechaza el cristianismo basado en que la nica prueba de su veracidad son los milagros por los que fue acreditado al principio, y de que los milagros son imposibles: proposiciones ambas insostenibles. Por otra parte, el incrdulo ordinario, aplicando su inteligencia prctica y su sentido comn a esta cuestin, rechaza el cristianismo por que, segn argumenta l, si el Dios de los cristianos no fuese un mito no permanecera pasivo en presencia de todo el sufrimiento y de todas las injusticias que prevalecen en el mundo. Es decir, descartando el argumento del incrdulo dogmtico de que los milagros son imposibles, este ltimo mantiene que, si en realidad

existiera un Ser Supremo de infinita bondad y poder, los milagros abundaran. Y la inmensa mayora de incrdulos pertenecen a esta ltima categora. Pero, aunque los filsofos son escasos, y sus sofismas no han llegado a convencer a las mentes del comn de la gente, casi han monopolizado por completo la atencin de los apologistas cristianos. Adems. el comn de la gente, a diferencia de los filsofos, suelen ser a la vez razonables y sinceros, y dispuestos a considerar toda explicacin razonable a sus dificultades. Pero por lo general la respuesta que se les ofrece es o bien irrelevante o bien inadecuada. Por ejemplo, el seor Gladstone se apoya en el razonamiento de que si la experiencia de los milagros fuese universal, dejaran de ser milagros. Pero, qu posible base hay para esto? Sin duda dejaran de suscitar pasmo; pero este no es el criterio de lo milagroso. Al principio del ministerio de nuestro Seor, y antes que la antipata de los guas religiosos de los judos adquiriese entidad en conspiraciones para destruirle, Sus milagros de curaciones eran tan numerosos y tan abundantes para todo el mundo, que tuvieron que llegar a ser considerados con naturalidad. Y recorri, leemos, Jess toda Galilea... sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundi su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenan dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunticos y paralticos; y los san.[2] En presencia de una exhibicin tan ilimitada de poder milagroso, pronto debi desvanecerse toda sensacin de maravilla. Sin embargo, cada nueva curacin era un nuevo milagro, y como tal se hubiera reconocido. Y lo mismo sucedera en nuestros das, por ejemplo, si cada vez que un hombre malvado cometiese un atropello contra su prjimo, interviniera el poder divino para destruir al ofensor y proteger a su vctima. El suceso dejara de provocar la ms mnima sorpresa; pero no por ello dejaran todos de advertir la mano de Dios, y reconocer Su justicia y bondad. Y no quedaran incrdulos, excepcin hecha, naturalmente, de los filsofos! Por ello, la dificultad permanece sin resolver an. Su verdadera explicacin se considerara en lo que sigue ms adelante; pero en esta etapa su discusin es una mera digresin. Por lo que se refiere al argumento presente, esta cuestin se puede resumir con palabras que tomo prestadas: Los milagros de las Escrituras se mantienen sobre unas slidas bases que ningn razonamiento puede tras tornar. La posibilidad de los mismos no puede negarse sin negar la misma naturaleza de Dios como Ser Topoderoso; la probabilidad de los mismos no se puede poner en tela de juicio sin dudar, asimismo, de Sus perfecciones morales; y la certidumbre acerca de los mismos como hechos reales solamente puede ser invalidada con la destruccin de los mismos fundamentos de todo el testimonio humano.[3]

[1] Es posible que sea esto lo que el seor Gladstone quiera decir en su afirmacin que se critica en la pgina 37***. Pero, si es as, no acabo de comprender ni su manera de hablar ni su argumento. Parece sugerir que los pretendidos milagros puedan an llegar a sernos explicados de igual modo en que el predicho eclipse de luna que aterroriz a los indgenas de las Islas de los Mares del Sur les podra ser explicado a ellos. En cuanto a lo que quiero decir, una ilustracin lo clarificar: Que caiga fuego del

cielo y que prenda en un montn de lea es un fenmeno usual. Pudiera tener lugar durante una tormenta elctrica. Pero que yo prepare un montn de lea en cierto lugar, y que a mi mandato caiga un rayo sobre l y lo consuma, esto es un milagro; y el elemento milagroso aqu es el hecho de que he puesto en movimiento un poder que se halla por encima de la naturaleza, y que es competente para controlarla. [2] Mateo 4:23-24 [3] Conferencias Boyle del obispo Van Mildert, sermn 21. De la veracidad de estas ltimas palabras, el famoso tratado de Hume da la prueba ms notable. Hume pone en tela de juicio la prueba de los milagros cristianos; pero cuando pasa a hablar de ciertos milagros que se pretende que ocurrieron en Francia sobre la tumba del abad Pars, el famoso jansenista, admite que la prueba que los respaldaba era clara, completa e intachable. Y luego, a pesar de ello, la rechaza, y ello solamente por la absoluta imposibilidad, o naturaleza milagrosa de los sucesos! Es preciso considerar tales pruebas con precaucin: pero aceptar la prueba y, rechazar sin embargo los hechos as probados constituye verdaderamente la destruccin de los mismos fundamentos de todo el testimonio humano.

Captulo 4. El valor probatorio de los milagros QUE PALEY y los que le siguen se hayan equivocado y hayan presentado errneamente el valor probatorio de los milagros de Cristo, les podr parecer a algunos una proposicin sorprendente; pero no es nueva en absoluto. Adems, es a este error al que debe su aparente fuerza lgica el argumento de John Stuart Mill en contra de los milagros en Essays on Religion (Ensayos sobre la religin). El descreimiento del escptico cristianizado contrasta desfavorablemente con el agnosticismo del incrdulo sincero. El primero, al rechazar los milagros, impugna la autenticidad de los Evangelios, y as socava temerariamente las bases del cristianismo. El objeto del otro es la defensa de la razn humana en contra de supuestas usurpaciones de su autoridad. El primero comercia con sofismas que han sido una y otra vez refutados y denunciados. El segundo propone argumentos que no han recibido todava respuesta de adecuada. En la prctica, el pseudocristiano une sus fuerzas con el ateo; porque ninguna cantidad de argumentos especiosos servir para invalidar el desafo de Paley: Creed tan slo que Dios existe, y los milagros no son increbles. El agnstico declarado se aferra a la gratuita afirmacin de Paley de que una revelacin solamente slo puede hacerse mediante milagros, y se dispone a demostrar que los milagros carecen totalmente de valor para tal fin. Entre los hombres de la literatura inglesa, la posicin de Mill es casi excepcional. A partir de la narracin de su infancia en aquel libro tan triste, su Autobiografa, parece que abord el estudio del cristianismo desde el punto de vista de un pagano culto. Por ello, ignoraba totalmente que su argumento en contra de la posicin de los telogos estaba totalmente de acuerdo con las enseanzas de las Escrituras. No se puede demostrar que una revelacin sea divina, excepto por evidencias externas: de esta manera reformula l la tesis de Paley. Y el problema que esto implica puede explicarse usando la siguiente ilustracin.

Aparece un extrao, digamos que en Londres, la metrpolis del mundo, afirmando ser el portador de una revelacin divina a la humanidad y, a fin de acreditar su mensaje, procede a manifestar poderes milagrosos. Supongamos por ahora que despus de una investigacin rigurosa queda establecida la realidad de los milagros, y que todos estn de acuerdo acerca de su autenticidad. Aqu, pues, nos encontramos de cara con la cuestin de la manera ms prctica. Si el argumento cristiano es correcto, estamos obliga dos a aceptar cualquier evangelio que este profeta proclame. Y nadie que conozca algo de la naturaleza humana dudar de que ser generalmente aceptado. No obstante, el cristiano sera guardado de ello por las palabras del apstol inspirado: Mas si aun nosotros, o un ngel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.[1] En pocas palabras, el cristiano dejara de lado inmediatamente su Paley y adoptara la postura del escptico en Essays on Religion! Adems, insistira en aplicar al obrador de milagros la prueba de las Sagradas Escrituras y, al hallarlo en contradiccin con el Evangelio que ya haba recibido, lo rechazara. Es decir, no probara el mensaje por los milagros, sino por una revelacin precedente conocida como divina. Que Cristo vino a fundar una nueva religin, y que el cristianismo fue recibido en el mundo sobre la autoridad de sus milagros estas son unas tesis que tienen una aceptacin casi universal en el seno de la Cristiandad. Por ello, parecer chocante la afirmacin de que ambas afirmaciones son igualmente errneas, y que la postura cristiana ha quedado seriamente en entredicho debido a tal error. Y sin embargo sta es la conclusin que sugiere el anterior argumento, y a la que nos llevar una investigacin exhaustiva y cuidadosa. No es acaso cierto que aquellos en medio de los cuales Cristo obr Sus milagros fueron los mismos que despus le crucificaron como a un blasfemo impostor? No es un hecho que cuando le reta ron a que realizase milagros para apoyar con ellos Sus reivindicaciones mesinicas, l rehus terminantemente hacer tal cosa?[2] No obstante, dice el obispo Butler, al recapitular su argumento tocante a esto, se admite que la aceptacin del cristianismo en el mundo tuvo lugar sobre la base de la creencia en los milagros, y que esto es lo que los primeros conversos hubieran expuesto como su razn para abrazarlo. Esto no se puede decir ms claro. Los primeros conversos, habiendo sido testigos de los milagros, reflexionaron acerca de la cuestin, y llegaron a la conclusin de que quien los obraba tena que ser enviado de Dios; y as se convirtieron. Pero, en base a qu autoridad se hacen estas afirmaciones? De hecho, no se dice de ninguno de los discpulos que fundamentase su fe sobre esta base.[3] La narracin de la primera Pascua del ministerio del Seor, que parecera a primera vista refutar esto, es, de hecho, la prueba ms clara de lo mismo. Esas son las palabras: Muchos creyeron en su nombre, viendo las seales que haca. Pero Jess no se fiaba de ellos, porque conoca a todos.[4] Es decir, rehus reconocer un discipulado as. Despus sigue la historia de Nicodemo, que era uno de estos conversos a causa de los milagros. Haba llegado al discipulado por razonamientos, precisamente como lo supone Butler; pero, como dice el Den Alford[5], se le tuvo que ensear que no es conocimiento lo necesario para el reino, sino vida, y la vida tiene que empezar por el nacimiento. Y de este tenor es todo el testimonio de San Juan. Totalmente en armona

con el mismo tenemos el testimonio de San Pedro, que con l comparti el privilegio especial de contemplar el mayor de los milagros, la Transfiguracin en el monte santo. Siendo renacidos [escribe l], no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios.[6] An ms notable y significativo es el caso de San Pablo. Un razonador tan grande como Butler, y un hombre adems de una devocin inquebrantable a aquello que crea que era la verdad, pero el testimonio completo del ministerio y de los milagros de Cristo le convirti en un acerbo adversario y perseguidor del cristianismo. Obtuve misericordia, con estas palabras explica el cambio que tuvo lugar en l. Y de nuevo: Agrad a Dios, que... me llam por su gracia, revelar a su Hijo en m. Algunos podrn tildar este lenguaje de mstico. Para otros, que son como lo que hasta entonces haba sido San Pablo, puede incluso parecerles ofensivo. Pero, sea cual fuere su significado, y sea como fuere que se considere, es cosa cierta que implica algo enteramente diferente de lo que indican las palabras del obispo Butler.[7] En tal caso, si los milagros no tenan el propsito de constituir una base para la fe en Cristo, uno puede preguntar: para qu se realizaron en absoluto? La respuesta es que tenan un doble carcter y propsito. As como un hombre bueno que posee los medios y la oportunidad de aliviar el sufrimiento es impulsado a actuar por su propia naturaleza, as sucedi con nuestro bendito Seor. Cuando aquel Verbo fue hecho carne, y habit entre nosotros, era, si puedo decirlo con reverencia, lgico que las enfermedades e incluso la muerte cedieran delante de l. El fue haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con l. Los escpticos hablan como si nuestro Seor estuviera descrito como haciendo pausas a intervalos en Sus enseanzas para obrar milagros a fin de acallar la incredulidad. Esta idea es del todo grotesca en su falsedad. Bien al contrario, leemos afirmaciones como que No hizo all muchos milagros a causa de la incredulidad de ellos.[8] De hecho, aun que no se registra ni un solo caso en todo el curso de Su ministerio en el que la fe apelara a l en vano y esto es lo que hace tan extrao y agobiante en la actualidad el dominio inexorable de la ley natural, tampoco se registra un solo caso en el que el desafo desde la incredulidad obtuviera la satisfaccin de un milagro. Cada desafo de esta clase fue confrontado remitiendo al sofista a las Escrituras. Y esto sugiere el segundo gran propsito para el que se dieron los milagros. Para los judos, religin y poltica eran inseparables. Cada esperanza de bendicin espiritual descansaba sobre la venida del Mesas. Con dicha venida se relacionaba cada promesa de independencia y prosperidad nacional. Los pocos piadosos que constituyeron el pequeo grupo de Sus verdaderos discpulos pensaban, primeramente y ante todo, en el aspecto espiritual de Su misin. La muchedumbre pensaba slo en librarse del yugo romano y en la restauracin de las desaparecidas glorias de su reino. En el caso de todos, Sus principales credenciales se tenan que buscar en las Escrituras que predecan Su venida, y era a stas a las que siempre l apelaba en ltimo trmino. Escudriad las Escrituras, les dijo a los judos, porque a vosotros os parece que en ellas tenis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de m; y no queris venir a m.[9] Si no oyen a Moiss y a los profetas, tampoco se persuadirn aunque alguno se levantare de los muertos.[10]

A este respecto, la prueba mediante los milagros era puramente incidental. No se sugiere en ningn lugar que se dieran para acreditar la enseanza; su propsito probatorio era nica y exclusivamente para acreditar al Maestro. No se trataba meramente de que fuesen milagros, sino que eran aquellos milagros que deban esperar los judos segn sus propias Escrituras. El significado de los mismos dependa de su especial carcter[11] y de su relacin con una revelacin precedente aceptada como divina por parte de aquellos para cuyo beneficio se cumplieron. Y se puede observar de pasada que esto sugiere otro fallo en el argumento cristiano en base de los milagros, segn se suele formular. Lo que es sobrenatural no es necesariamente divino. Todo aquel que obra milagros es enviado de Dios: este hombre obra milagros, por tanto es enviado de Dios. La lgica del silogismo es perfecta. Pero el judo rechazara con toda razn la premisa principal, y naturalmente rechazara la conclusin. De hecho, atribuy los milagros de Cristo a Satans, y nuestro Seor respondi a la injuria, no negando el poder satnico, sino apelando a la naturaleza y al propsito de Sus acciones. Como Sus milagros se dirigan manifiestamente en contra del archienemigo, insista l, no se podan atribuir a su influencia. La subordinacin del testimonio de los milagros al de las Escrituras aparece todava ms clara en la enseanza posterior a la resurreccin. Leemos as: Comenzando desde Moiss, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de l decan. Y de nuevo: Estas son las palabras que os habl, estando an con vosotros, que era necesario que se cumpliese todo lo que est escrito de m en la ley de Moiss, en los profetas y en los salmos.[12] Y no es diferente cuando los apstoles asumieron el testimonio. San Pedro, dirigindose a los judos de Jerusaln, apela a todos los profetas, desde Samuel en adelante, cuantos han hablado.[13] De este mismo tenor fue la defensa de San Pablo cuando fue hecho comparecer ante Agripa: Persevero hasta el da de hoy [declaraba], dando testimonio a pequeos y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moiss dijeron que haba de suceder.[14] Y cuando pasamos a la enseanza dogmtica de las Epstolas encontramos que se insiste con ms energa en la misma verdad, que Cristo vino a ser siervo de la circuncisin para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como est escrito.[15] Se podra llenar as pgina tras pgina para de mostrar la falsedad de la tesis que aqu se analiza. Una nueva religin! Estara ms cerca de la verdad decir que un gran propsito de la venida del Mesas era el de poner fin del todo al reinado de la religin. Esta afirmacin estara plenamente de acuerdo con el espritu del nico pasaje en el Nuevo Testamento en que aparece esta palabra en relacin con la vida cristiana. [16] Cristo fue. l mismo, la realidad de cada tipo, la sustancia de cada sombra, el cumplimiento de cada una de las promesas de la vieja religin. Tanto si hablamos del altar como del sacrificio, del sacerdote como del templo en el que ministraba, Cristo fue el antitipo de todo ello. Su propsito no fue desechar todas estas cosas para colocar otras en su lugar vino, no a destruir la ley y los profetas, sino a cumplirlos. Los mismos detalles de aquel prolijo ritual, el mobiliario mismo de aquel esplndido santuario que era el marco y centro de la oracin nacional, todo ello sealaba a l. El arca del

pacto, el propiciatorio que la cubra, el Lugar Santsimo mismo, y el velo que cerraba la entrada al mismo todas estas cosas eran sencillamente tipos de l mismo. Los diversos altares y los numerosos sacrificios eran testimonio de Sus infinitas perfecciones y de los diversos aspectos de Su muerte con la que trajo gloria a Dios y plena redencin a la humanidad. La pura verdad es que el intento de establecer ahora una nueva religin en el sentido en que el judasmo era una religin constituye una negacin del cristianismo y apostatar de Cristo.[17] A la luz de esta verdad se disipa toda la fuerza de los argumentos del escptico. Cuando el Nazareno se manifest, la cuestin con los judos no era si, a semejanza de otro Juan el Bautista, se trataba de un hombre enviado de Dios, sino de si l era el Enviado, el Mesas a quien toda su religin apuntaba y de quien todas sus Escrituras daban testimonio: Hemos hallado al Mesas; Hemos hallado a aquel de quien escribi Moiss en la ley, as como los profetas.[18] Estas eran las palabras con las que los discpulos dieron expresin a su fe, y mediante las cuales trataron de atraer a otros a l. De modo que la cuestin no es si una revelacin puede acreditarse mediante pruebas externas, sino si la tales pruebas pueden ser vlidas para acreditar a una persona cuya venida ha sido anunciada previamente. Y esto no lo podra contradecir ninguna persona que pondere la cuestin con la debida reflexin. En la violenta invectiva del Den Swift contra los obispos irlandeses de su poca, sugera que se trataba de unos vagabundos que, habiendo asaltado y robado a los prelados designados por la Corona, haban entrado en sus Sedes en virtud de unas credenciales robadas. Todo l punto de su stira se basaba en la posibilidad terica de su sugerencia. No hay nada ms difcil, en ciertas circunstancias, que acreditar a un enviado. Pero si se le espera, la cosa ms sencilla ser suficiente. Digamos que envo a un mensajero con una cierta misin se creta y arriesgada. Otro mensajero seguir ms tarde con nuevas y completas instrucciones. Le describo el mensajero, pero la conciencia del riesgo que corre le lleva a pedir que presente unas credenciales adecuadas. Como respuesta a esta peticin, tomo un trozo de papel, lo parto en dos, y, dndole una de las mitades, le digo que la otra mitad se la presentar el otro enviado. Ningn documento, por oficial que fuese, dara una prueba ms segura de su identidad que este trozo de papel roto. As, podemos ver en qu sentido, y de qu manera tan segura y sencilla, la prueba externa puede servir para acreditar una revelacin. Y al haber quedado eliminada la objecin del escptico, de nuevo se encuentra enfrentado con la fuerza irrefutable del argumento de Paley sobre el tema central. Pero aqu tenemos otra cuestin que pide nuestra atencin, aunque ignorada tanto por el exponente como por el objetor. Ambos han analizado el problema desde el punto de vista meramente humano, en tanto que la revelacin que se ofrece a nuestra aceptacin afirma ser divina. El hombre es tan solamente una criatura: acaso Dios no puede hablar de tal manera que Sus palabras lleven consigo su propia sancin y autoridad? Afirmar que Dios no puede hablar de tal manera al hombre es negar en la prctica que sea Dios. Afirmar que de hecho l nunca ha hablado de tal manera involucra una transparente peticin de principio. Se podra alegar que la autenticidad de la profeca y

de la promesa han quedado establecidas por su cumplimiento. Pero es cosa cierta que los profetas declaran que es as que Dios as les habl a ellos, que las Escrituras lo asumen, y que la fe del cristiano lo respalda.

[1] Glatas 1:8 [2] Mateo 12:33-39; 16:1-4 [3] Si alguien quiere citar el caso de Simn el Mago como excepcin, ser bueno indicar que es un argumento autorrefutante! [4] Juan 2:23-24 [5] Comentario al Nuevo Testamento Griego, Juan 3. [6] 1 Pedro 1:23. An ms concluyentes son las palabras del Seor dirigidas a Pedro como respuesta a su confesin de que era el Mesas: Bienaventurado eres, Simn, hijo de Jons, porque no te lo revel carne ni sangre, sino mi Padre que est en los cielos (Mt. 16:17). [7] El testimonio de San Pablo adquiere especial relevancia debido a que su visin en el camino de Damasco podra inducirnos a considerarlo como discpulo a causa de un milagro, si no fuera por sus palabras tan explcitas. [8] Mateo 13:58 [9] Juan 5:39-40 [10] Lucas 16:31 [11] Esto queda ejemplificado muy notablemente en el caso de Juan el Bautista (Mt. 11:2-5; ver tambin Jn. 5:36). [12] Lucas 24:27-44. Esta triple divisin del Antiguo Testamento era la comnmente adoptada por el judo: la ley, los profetas y la hagiografa. Los Salmos estaban al principio de la tercera divisin, y as vinieron a dar su nombre al total. [13] Hechos 3:24 [14] Hechos 26:22 [15] Romanos 15:8-9 [16] Santiago 1:27 [17] Por lo que respecta a la utilizacin de la palabra religin, ver Apndices, nota 2. [18] Juan 1:41-45 Captulo 5. Una nueva dispensacin EN EL CAPTULO ANTERIOR se ha expuesto que en esta cuestin del valor probatorio de los milagros el incrdulo tiene razn y el cristiano est en un error. No es cierto que una revelacin pueda realizarse slo mediante milagros. El error de la tesis de Paley se puede de mostrar argumentalmente. Puede quedar ejemplarizado con el caso de Juan el Bautista, que, aunque era el portador de una revelacin divina de suprema importancia, no realiz milagros con los que apoyarla.[1] Tambin se ha aducido que, por lo que respecta a su valor probatorio, los milagros cristianos se dirigieron a aquel pueblo favorecido de los cuales, segn la carne, vino Cristo. Y si esto est bien fundamentado, estaremos preparados para ver que, en tanto que el reino se predicaba a los judos, los milagros se prodigaron abundantemente, pero

que cuando el Evangelio llam al mundo pagano, los milagros perdieron su importancia, y pronto cesaron totalmente. Queda por ver si el registro sagrado confirma esta suposicin. Quin puede dejar de advertir el contraste entre los primeros y los ltimos captulos de los Hechos de los Apstoles? Medido en aos, el perodo que abarcan es relativamente breve, pero moralmente la ltima parte de la narracin parece pertenecer a otra era. Y en realidad as es. Ha comenzado una nueva dispensacin, y el libro de los Hechos cubre histricamente el perodo de la transicin. A los judos primero aparece estampado en cada una de sus pginas. La oracin del Salvador desde la cruz[2] haba conseguido un aplazamiento del juicio para la nacin favorecida. Y el perdn que se haba pedido llevaba consigo un derecho a la prioridad en la proclamacin de la gran amnista. Cuando el apstol de la circuncisin, por revelacin expresa, llev el Evangelio a los gentiles, stos estaban relegados a una posicin parecida a la que, anteriormente, tenan los proslitos de la puerta.[3] E incluso el apstol de los gen tiles se diriga primero a los hijos de su propio pueblo en cada lugar que visitaba. Y esto no por ningn prejuicio, sino por comisin divina. Era necesario, declar en Antioqua de Pisidia, que se os hablase primero la palabra de Dios.[4] Incluso en Roma, por profundo que fuese su deseo de visitar a los cristianos[5], su primer cuidado fue convocar a los principales de los judos, y a ellos les testificaba el reino de Dios. Y no fue hasta que su testimonio fue rechazado por el pueblo escogido que se dijo esta palabra: A los gentiles es enviada esta salvacin de Dios; y ellos oirn.[6] Pero, se objetar que ya se haba escrito la Epstola a los Romanos. Es cierto; pero esto slo hace ms significativa la narracin de Hechos. Los que pretenden dar cuenta de la Biblia en base de principios naturales parecen ignorar algunos de los principales datos del problema que pretender resolver. No dan explicacin alguna de las omisiones de la Escritura. Contrstese, por ejemplo, el primer Evangelio con el cuarto. Ambos autores compartan las mismas enseanzas y fueron instruidos en las mismas verdades. A qu se debe, entonces, que Mateo no con tiene ni una sola frase que sea ajena al propsito con el que fue escrito, en su presentacin del Mesas de Israel, el hijo de David, el hijo de Abraham?[7] A qu se debe que Juan, que lo presenta como el Hijo de Dios, omite incluso el registro de Su nacimiento, y trata exclusivamente de verdades para todas las escenas y todas las pocas? Y as sucede con los Hechos de los Apstoles. Como compaero y colaborador de San Pablo, su autor tiene que haber estado familiarizado con las grandes verdades reveladas a la Iglesia en las primeras Epstolas, pero no aparece ni rastro de ellas en su tratado. Escrito bajo la gua de Dios con un propsito especfico, nada extrao a este propsito tiene lugar ah. Al lector superficial le parecer una coleccin casual de incidentes y de reminiscencias, y, no obstante, como se ha dicho muy acertadamente: no hay ningn libro en el mundo en el que sea ms evidente para un observador cuidadoso el principio de la seleccin intencionada.[8] La posicin especial y distintiva de que disfrutaba el judo era una caracterstica principal de la economa entonces a punto de clausurarse. No hay diferencia[9] constituye un canon de la doctrina cristiana. Los hombres hablan de la historia sagrada de la raza humana, pero no hay tal historia. El Antiguo Testamento es la historia sagrada de la familia de Abraham. El llamamiento de Abraham tuvo lugar cronolgicamente en el

punto central entre la creacin de Adn y la Cruz de Cristo, y sin embargo la historia de todos los siglos desde Adn a Abraham se despacha en once captulos. Y si durante la historia de Israel la luz de la revelacin se pos durante un tiempo sobre naciones paganas, fue porque la nacin escogida se hallaba temporalmente en la cautividad. Pero Dios apart a la raza hebrea para que ellos fueran el centro y canal de bendicin para el mundo. Fue debido a su orgullo que llegaron a considerarse como los nicos objetos de la benevolencia divina. Cuando algn gran criador de vinos franceses designa a un agente en este pas, solamente suministra sus vinos a travs de este agente. Pero su intencin no es la de obstaculizar, sino la de agilizar la venta, y asegurar que no se pasarn al pblico vinos falsificados con su nombre. Fue con un fin parecido por el que Israel fue llamado a bendicin. As era como debiera haberse mantenido el conocimiento del verdadero Dios sobre la tierra.[10] Pero los judos pervirtieron su entidad como agencia a una posesin exclusiva del favor divino. Aquel templo que hubiera debido ser casa de oracin para todas las naciones[11] lo trataron como si no fuese la casa de Dios, sino propia de ellos, y acabaron degradndolo de tal manera, que al final se convirti en una cueva de ladrones. Pero la posicin que as les haba sido otorgada por Dios implicaba una prioridad en bendicin. Y este principio impregna no solamente las Escrituras del Antiguo Testamento, sino tambin los Evangelios. Para nosotros es desde luego natural leer los Evangelios a la luz de las Epstolas, y de este modo leer en ellos las ms amplias verdades del cristianismo. Pero si el canon de la Escritura acabase con los Evangelios esto sera imposible.[12] Ahora supongamos que tuvisemos las Epstolas, pero que careciramos de los Hechos de los Apstoles, cun sorprendente parecera el encabezamiento de a los Romanos que nos encontraramos al acabar el estudio de los evangelistas! Cmo podramos explicar una transicin semejante? Cmo podramos explicar la gran tesis de esta epstola, que no hay diferencia entre judo y gentil, estando los dos, por naturaleza, a un mismo nivel de pecado y ruina, siendo ambos llamados por la gracia a iguales privilegios y glorias? Ser en vano que rebuscaremos en las anteriores Escrituras en busca de una enseanza como sta. No solamente el Antiguo Testamento, sino que incluso los Evangelios parecen estar separados de las Epstolas por un abismo. Y salvar este abismo es el propsito divino por el cual se ha dado a la Iglesia los Hechos de los Apstoles. La primera parte del libro es la conclusin de los Evangelios y su secuela; su narracin final es una introduccin a la gran revelacin del cristianismo. Pero no fue la muerte de Esteban, referida en el captulo 7, la crisis del testimonio de Pentecosts? Indudablemente as fue; y como consecuencia de ello recibi su comisin el apstol de los gentiles. Pero fue una crisis semejante a la que marc el ministerio de nuestro bendito Seor Jesucristo, cuando el Consejo en Jerusaln decret Su destruccin.[13] A partir de entonces orden silencio con respecto a Sus milagros,[14] y Su enseanza qued velada en parbolas.[15] Pero aunque Su ministerio entr en esta fase alterada, prosigui hasta Su muerte. Y as es con el registro de los Hechos. La progresin en la Revelacin es gradual, lo mismo que el crecimiento en la naturaleza, y en algunas ocasiones solamente se puede apreciar por sus desarrollos. El apstol a la circuncisin cede el puesto al apstol de los gentiles como figura central de la narrativa,

pero todava se le reconoce al judo en todo lugar la prioridad en el orden de la bendicin, y no es hasta que ste ha despreciado la bendicin en todas partes, desde Jerusaln hasta Roma, que la dispensacin pentecostal llega a su fin con la promulgacin de este solemne decreto: A los gentiles es enviada esta salvacin de Dios.[16] Las esperanzas suscitadas en los discpulos por las ltimas palabras de aliento y promesa de su Seor se cumplieron con creces. Los convertidos acudieron a ellos a miles, y se hacan muchas seales y prodigios en el pueblo. Y, como ya se ha visto, no solamente se manifestaba el poder divino para acreditar el testimonio de ellos, sino tambin para librarlos de ataques y rescatarlos de las cadenas y de las crceles. Y tampoco estuvo San Pablo por detrs de los dems en esto. Pero comparemos la narracin de los das pentecostales con la narracin de su encierro en Roma, y observemos el cambio! Cuando fue echado a un calabozo en Filipos como perturbador de la paz, el cielo baj a la tierra en respuesta a su oracin de medianoche, las puertas de la crcel se abrieron de par en par, su carcelero se transform en un discpulo, y los magistrados que le haban encerrado le rogaron, con palabras obsequiosas, que cumpliera unas rdenes que ya no se atrevan a hacer cumplir por la fuerza. Pero en Roma es el prisionero del Seor. Se sabe en todas partes que su encarcelamiento es por causa de Cristo.[17] En otras palabras, no hay otras acusaciones colaterales, ni cargos incidentales, como en Filipos, para disfrazar el verdadero carcter de la acusacin en contra de l. Es un hecho pblico que est encarcelado y encadenado debido tan slo a que ensea el cristianismo. Si la teora recibida con respecto a los milagros est bien fundamentada, sta es la escena y aqu tenemos la ocasin idnea para que se den seales, prodigios y milagros como aquellos a los que haba apelado en los primeros pasos de su carrera.[18] Pero el cielo est callado. No hay ahora ningn terremoto para dejar atnitos a sus perseguidores. Ningn ngel mensajero le suelta las cadenas. Est solo, abandonado por los hombres, como su mismo Maestro lo estuvo y, aparentemente, abandonado por Dios.[19] Qu natural resulta el escarnio del escptico de que los milagros eran abundantes y baratos entre los ignorantes de Galilea, y el populacho de Jerusaln! Un milagro en la corte de Nern hubiera podido ciertamente acreditar el cristianismo. Desde luego, hubiera podido sacudir al mundo. Pero no hubo milagro alguno; porque, al cesar el testimonio especial a los judos, el propsito para el que se haban dado los milagros se haba ya cumplido. Como el da que amanece con un resplandor sin nubes, y se aproxima al medioda en la gloria de un verano perfecto, pero que despus empieza a menguar, y queda termina en medio de la penumbra de unas nubes tormentosas que se acumulan cubriendo el cielo y ennegreciendo toda la escena, as sucedi con el curso de aquella breve historia. En el primer gran Pentecosts, tres mil conversos se bautizaron en un solo da, el poder manifiesto de Dios llen cada alma de maravilla, y aquellos que eran Suyos tenan alegra en sus corazones y favor con todo el pueblo. Y cuando la primera amenaza de persecucin los uni a todos juntos en oracin, el lugar en que estaban congregados tembl... y con gran poder los apstoles daban testimonio de la resurreccin del Seor Jess.[20] El aparente frenazo que supuso la muerte del primer mrtir fue seguido de la conversin de aqul que la haba provocado, el fiero y blasfemo

perseguidor, ganado a la fe por cuya destruccin tanto haba luchado, y encadenado a las ruedas del carro triunfal del Evangelio.[21] Pero vemos ahora a aquel mismo Pablo, aunque el mayor de los apstoles y el principal campen que la fe haya jams conocido, compareciendo solo ante el tribunal del Csar, un hombre dbil, aplastado, entregado a la muerte para satisfacer la poltica o el capricho de la Roma Imperial. En das por venir el cntico de Moiss siervo de Dios, y el cntico del Cordero se mezclarn otra vez en el himno de los redimidos:[22] El cntico de Moiss: Cantar yo a Jehov, porque se ha magnificado grandemente. Ha echado en el mar al caballo y al jinete

aquel cntico del triunfo pblico del poder divino manifestado abiertamente; y el cntico del Cordero: el cntico de aquel triunfo ms profundo, pero escondido de la fe en lo invisible. Pero ahora el cntico de Moiss ha cesado, y el nico cntico de la Iglesia es el de Aquel que venci y que gan el trono mediante una derrota y vergenza manifiesta. Los das del viento recio que soplaba, de las lenguas de fuego, del terremoto, se encuentran en el pasado. El ancla de la esperanza del cristiano est firmemente asegurada en las veladas realidades del cielo. Se sostiene como viendo al Invisible

[1] Juan 10:41 [2] Lucas 23:34 [3] Hechos 10. Esto queda ms claro en 15:2. [4] Hechos 13:46; 17:2-10; 18:1-4 [5] Romanos 1:11 [6] Hechos 28:17, 23, 28 [7] La proclamacin proftica de Mateo 16:18 no puede ser considerada como una excepcin de esto. [8] Conferencias de Bampton, 1864. [9] Romanos 3:22 [10] Este era el espritu de sus Escrituras inspiradas. Ver. p. ej., 2 Crnicas 6:32-33; Salmo 67:1-3, etc. [11] Marcos 11:17 [12] Dice el autor de Supernatural Religion: Si el cristianismo consiste en las doctrinas predicadas en el Cuarto Evangelio, no es mucho decir que los Sinpticos no ensean en absoluto el cristianismo. Se nos presenta el extraordinario fenmeno de tres Evangelios, donde cada uno de ellos afirma ser completo en s mismo, y que transmite las buenas nuevas de salvacin al hombre, pero que en realidad omiten las doctrinas que constituyen las condiciones de esta salvacin. Esta es una buena muestra de la clase

de aseveraciones que, debido a la extendida ignorancia de las Sagradas Escrituras, son suficientes para socavar la fe incluso de las personas cultas de nuestros das. Los Evangelios no fueron escritos para ensear cristianismo, sino para revelar a Cristo en los diferentes aspectos de Su persona y obra como Mesas de Israel, Siervo de Jehov, Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Ninguno de ellos es completo en s mismo; y solamente el Cuarto declara expresamente ensear el camino de la salvacin (Jn. 20:31). [13] Mateo 12:14 [14] Mateo 12:15-16 [15] Mateo 13 [16] Ver Apndices, nota 3. [17] Filipenses 1:13 [18] 2 Corintios 12:12 [19] 2 Timoteo 4:16 Este pasaje refuta la tradicin de que San Pedro fuera obispo de Roma. [20] Hechos 4:23-33 [21] 2 Corintios 2:14 [22] Apocalipsis 15:3 Captulo 6. El cristianismo y la religin de la Cristiandad EL SOBERANO del Universo es, en general, un buen Soberano, pero con tantos asuntos entre manos que no tiene tiempo de fijarse en los detalles. Esta era la apologa de Cicern hace dos mil aos por el abandono de parte de Jpiter de su reino terrestre. [1] Y estas palabras expresaran acertadamente los vagos pensamientos que flotan en las mentes del comn de la gente, si es que piensan en absoluto en Dios en relacin con los asuntos de la tierra. Pero hay momentos en la vida en los que, usando el lenguaje del antiguo Salmo: corazn y carne claman por el Dios vivo.[2] El Dios vivo: no una mera providencia, sino una Persona real; un Dios que nos ayude como nuestros semejantes lo haran si tuvieran poder para ello. Y en momentos as las personas oran como nunca lo han hecho antes; y los que estn acostumbrados a orar, lo hacen con un fervor apasionado que nunca antes haban conocido. Pero, cul es el resultado? Aun cuando clam y di voces, cerr los odos a mi oracin.[3] Esta es la experiencia de miles. Las personas no hablan de estas cosas; pero, al darle vueltas a las mismas en sus mentes, la fra bruma de una incredulidad asentada apaga el ltimo rescoldo de fe en corazones enfriados por un sentimiento de total desolacin, o excitados a la rebelin por la injusticia del mundo que les rodea. Para algunos, sin duda, todo esto parecer una combinacin de la blasfemia e ignorancia de la incredulidad. Pero muchos vern estas pginas como una expresin total y precisa de reflexiones habituales. Y la formulacin de estas dificultades se presenta aqu con vistas a su solucin. Pero, dnde se puede encontrar esta solucin? Que el cielo est callado no es una experiencia nueva para los hombres. Lo que es nuevo y alarmante es que este silencio sea tan absoluto y prolongado; que, a travs de todas las cambiantes vicisitudes de la historia de la Iglesia a lo largo de casi dos mil

aos este silencio haya permanecido sin quebrantarse. Esto es lo que pone la fe a prueba, y lo que endurece la falta de fe y lleva a una incredulidad abierta. Se puede resolver este misterio? De nada sirve especular acerca del mismo. La solucin, si existe, tendr que encontrarse en las Sagradas Escrituras. Naturalmente, el Antiguo Testamento no va a arrojar ninguna luz sobre l. Ni tampoco los Evangelios nos darn una clave; por que stos son los registros de los das del cielo sobre la tierra. Tampoco es necesario rebuscar en los Hechos de los Apstoles porque, como ya hemos visto, este Libro es el relato de una dispensacin transitoria marcada por abundantes exhibiciones del poder de Dios entre los hombres. No est claro que si se ha de descubrir la clave del gran secreto de la dispensacin gentil, es en los escritos del apstol a los gentiles dnde se debe buscar? Pero aqu se separan los caminos. La ancha y gastada calzada de la controversia religiosa nunca nos conducir a la verdad que buscamos. A sta sola mente llegaremos por un camino que la mayora de los lectores rechazar. Debemos escoger entre un estudio de estas Epstolas contemplndolas o bien como exponentes de la evolucin o perversin paulina de las enseanzas del gran Rab de Nazaret, o bien como vehculo de aquella posterior revelacin prometida y prefigurada por nuestro divino Seor en los ltimos discursos de Su ministerio sobre la tierra. La primera opcin es la que se considera como el camino de la moderna ilustracin, la segunda es objeto de menosprecio como un atajo ahora abandonado, o frecuentado slo por los msticos y por los iletrados. Pero en estas cuestiones la popularidad no es el criterio de la verdad. Que el ateo evolucionista lo explique si puede, pero permanece como hecho recalcitrante que el hombre es esencialmente un ser religioso. Puede hundirse tan abajo como para deificar a la humanidad y hacer del yo su dios, pero necesita tener un dios, de la clase que sea.[4] La religin le es necesaria. La religin cristiana predomina en la Cristiandad; otros sistemas mantienen su predominio entre las civilizaciones decadentes del mundo; pero ni la degradacin ms profunda ni la ilustracin ms superior han producido jams una sola nacin ni tribu de ateos. Esta realidad indubitable puede sin embargo dar origen a pensamientos muy serios. No se puede admitir que el elemento de verdad no tenga que ver con la religin, ni que todas estas religiones sean igualmente aceptables. Y cuando llegamos a la cuestin de su excelencia relativa, la religin de la Cristiandad resiste a toda comparacin. En tal caso, podemos acaso mantener que todos los adscritos a la religin cristiana tienen la certidumbre del favor divino? Si olvidamos por un momento el espritu de nuestra poca y aceptamos la autoridad divina de las Escrituras, nos veremos asaltados por la duda de si la religin en este sentido sirve para nada en absoluto. Desde luego, el judasmo era una religin divina. Tena ordenanzas de culto y un santuario terrenal, [5] constituidos por Dios en un sentido que ningn otro sistema podra pretender. Y con todo leemos: No es judo el que lo es exteriormente, ni es la circuncisin la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judo el que lo es en el interior, y la circuncisin es la del corazn.[6] Y an otra vez: Porque... ni la circuncisin vale nada, ni la incircuncisin, sino una nueva creacin.[7] Ahora bien, si en una religin que pareca consistir tanto en cosas externas, lo externo no era de ningn valor en absoluto, excepto si tena su contrapartida y su realidad en el corazn y en la vida de la persona, esto

tiene que ser aun ms cierto del cristianismo. No podemos acaso afirmar confiadamente que no es cristiano el que lo es exteriormente, sino solamente el que lo es interiormente? No podemos acaso sostener que hay una gran distancia entre el cristianismo y la religin de la Cristiandad? En el caso de la Iglesia de Roma y de las griegas, esta distincin adquiere la dimensin en un abismo sin fondo. Y an ms, como bien lo ha expresado el seor Froude, en aquellos pases que rechazaron la Reforma, la cultura y la inteligencia han dejado de interesarse en un credo en el que ya no creen ms. Los laicos manifiestan una indiferencia desdeosa, y dejan a los sacerdotes que ocupen un campo en el que los hombres razonables han dejado ya de esperar el crecimiento de nada bueno. Este es el nico fruto de la reaccin catlica del siglo XVI. Y aade: Si se estn empezando a manifestar los mismos fenmenos en Inglaterra, en coincidencia con el repudio de los principios de la Reforma por parte de una parte del clero, y si se les permite seguir con su avivamiento catlico, el divorcio entre inteligencia y cristianismo resultar tan total entre nosotros como lo ha sido en otras partes. Es imposible que se d un divorcio entre inteligencia y cristianismo. En realidad, por cristianismo el autor citado quiere decir la religin de la Cristiandad y, una vez hecha esta correccin esta asercin es irrefutable. La obra de A. J. Balfour, Foundations of Belief, soslaya esta dificultad que aqu sugerimos al detenerse en su mismo umbral. Su obra es una introduccin al estudio de la teologa. Y en la misma sus crticas son incisivas, y su lgica impecable. Pero un paso ms le hubiera llevado al punto donde los caminos se separan. Cul es la teologa que l est abordando? Es la religin de la Cristiandad una religin humana basada en un ideal divino, formulada para intervenir y regular las opiniones y la conducta humana por lo que hace al componente espiritual de su complejo ser? O es el cristianismo una revelacin di vina que demanda la fe para, de esta manera, moldear el carcter y controlar la vida entera de aquellos que la reciben? Segn la opinin de algunos, la gran religin de Asia se compara favorablemente con la de la Cristiandad, debido a la libertad respecto del clericalismo y de las observancias ceremoniales, a su repudio de la penitencia y de todo mero ascetismo, y a la singular verdad y belleza de su doctrina del Camino Medio. Pero la comparacin es totalmente deshonesta, por cuanto se hace entre el budismo ideal de nuestros admiradores ingleses del Gautama y el sistema cristiano en sus manifestaciones ms corrompidas. El budismo prctico en los entornos budistas es una supersticin vulgar y esclavizante, y no puede compararse con la religin cristiana ni en sus peores formas. E i