El suave vaivén de los álamos

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    Horacio Lobos LunaPrimera Edicin, 2008

    Diseo de cubierta: Ricardo Miranda Tapia

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    Que sirva de advertencia

    El camino recorrido por estos textos es bastante largo.Habra que entrar en detalles algo extraos, por no decirinexplicables, de la forma en que uno va armando sus textos

    para entender su desarrollo. Cada persona tiene su manera. Yotengo la ma. La mayora de las personas que escriben (evitodiplomticamente la palabra escritor (a) lo ms que puedo,incluso tratndose de m, otra de mis rarezas), tiende a decir que

    para ellos escribir es una necesidad, y eso lo entiendo porquetambin lo es para m, aunque si me pidieran explicar a qu tipode necesidad responde el escribir no sabra decirlo. Perosupongo que es una necesidad, ya que uno le va dando vueltas ahistorias y situaciones que luego lo impulsan a ponerse frente alcomputador y armar cosas de este tipo. El asunto es que esanecesidad no se convierte en m en un imperativo que me lleve a

    escribir diariamente, ni siquiera a volverme loco por sentarme aescribir horas enteras, o un par de horas incluso. No. La verdades que soy flojo para escribir. Me cuesta sentarme y empezar,luego me cuesta mucho ms seguir, y lo que ms me cuesta esterminar lo que empiezo. Lo hago con un gran esfuerzo y aveces hasta recurro a cierta fuerza de voluntad para obligarme ahacerlo.

    Admito que hubo un tiempo en que lea como loco de atar yescriba de igual forma, das enteros sin salir de una pieza quecomparta con mi padre. Ahora es complicado mantener elentusiasmo por ms de media hora, si es que. Escribo un

    prrafo y lo dejo, o medio prrafo y lo vuelvo a dejar, as, hastaque un da, sin saber cmo ni cundo (como dice la cancin)termino un cuento. Luego voy por el otro. De las novelas nihablar. De milagro termin una y otras dos estn a medio hacery esperando su turno desde hace algo as como diez aos o ms.

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    Eso explica perfectamente (y a eso iba todo este rodeo) porqu este proyecto se inici con un tmido primer cuento el ao2002 y recin le di su terminacin el 2008. Tambin explica

    perfectamente, me parece, por qu si hubo tanto tiempo entre el

    primero y el ltimo el libro en su totalidad es de una pobreza (yme refiero al volumen especficamente, de la otra pobrezahablar en su momento) casi franciscana.

    La mayora de los que escriben siempre dan a entender lomucho que les gusta escribir y lo prolfico de su trabajo diario.

    No eligen todo, claro, se quedan con lo mejor, y el resto lo

    echan al saco de la basura, o a la papelera de reciclaje. A m megusta escribir. En serio. Es slo que me cuesta un mundosentarme a hacerlo. Me explico? A lo mejor no. A eso merefera cuando dije que habra que entrar en detalles un tantoextraos al tratar de explicar el recorrido de estos cuentos.

    Aqu estn en todo caso. Espero que listos. No s. Su lnea

    es la ciencia ficcin, supongo, aunque tampoco estoy seguro desi se le puede llamar ciencia ficcin a esto. S, ya s, a estasalturas quizs algunos se estarn preguntando por qu memolesto en escribir un prlogo en donde lo nico que hago esdemostrar una absoluta falta de entusiasmo por aclarar nada.Supongo que es porque me gusta escribir prlogos. Norequieren gran esfuerzo, es slo sentarse y vomitar lo que uno

    piensa o hizo o quiso hacer. Da lo mismo si estos cuentos caenen la categora de ciencia ficcin. Quin inventa esasestupideces de gnero o subgneros o como se llamen? Soncuentos, que eso baste. Tampoco los eleg de un montn de

    borradores y abortos creativos, as que van corriendo desde mimano hacia la de ustedes solos, casi vrgenes. Pobrecitos.

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    DI NO AL GUSANO DE LA CHANCACA

    Las letras eran herrumbrosas y de un rojo ceniciento, casi apunto de desaparecer de la ruinosa pared de cemento sobre lasque estaban pintadas a grandes trazos irregulares y chorreantes.

    La crudeza radioactiva del sol las haba resecado, palideciendosu azarosa textura alguna vez llamativa y desafiante, del mismomodo que las tormentas de arena nocturnas, las constantessecreciones humanas, animales y otras miles de circunstanciasque haban ido lacerando su imponente superficie del pasado.

    Uno poda pararse debajo, con el fro ventarrn fustigando

    casi rabiosamente contra la cara y el cuerpo entre los enormespilares, sentirlo estremecerse en toda su altura cuando losvehculos y los enormes camiones atravesaban uno tras otro lalarga estructura que una ambos lados de la garganta del Valle,el que tenda a estrecharse justo en ese lugar. Entonces parecaun indeleble llamado impregnado a la granulada consistenciadel hormign. Un verdadero grito pintado en tono granatecasi furioso, un estallido estampado sobre el fondo blanco

    grisceo del cemento, disecado en el preciso momento en quelas desniveladas letras comenzaban a escurrirse en todo su

    grosor y frescura... Una aterradora advertencia para los das

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    venideros. Una profeca.

    Las reverberantes luces de los trajes slo acentuaban ladecrpita palidez de aquel oscuro mensaje y hacan ms

    tenebrosa la perfecta calma que circundaba las polvosas ruinas,erigirdas en aquel lugar desde siglos, se figur, hundindose

    poco a poco en el inmenso arenal que haba comenzado atragarse todo a pasos agigantados con el correr de los aos. Yaunque no llevaran all ms de tres dcadas, slo asomaba delenorme pozo de dunas uno que otro gigantesco montculo,semejante a una proa de barco que va cayendo con una lentitud

    irremediable hacia el fondo de un abismal ocano.

    Ya casi es de noche oy a su compaero.

    Era una voz rasposa, lejana, aunque al girar encontr lareluciente figura a slo unos pasos, examinando nervioso losalrededores y el cielo. La luz interior del casco le impidi

    percibir cualquier cambio de color en aquella cara, pero no hubonecesidad: la palidez ya se le haba definido en la expresin.Conoca la sensacin que palpitaba detrs. La sensacin de lainminencia.

    Vino sobre nosotros como una dbil borrasca quesbitamente se transforma en una calamidad difcil de concebir.Una onda de choque que no hace ms que producir un levecosquilleo, casi irrisorio al principio, para luego expandirse yempezar a crecer lentamente, igual que la marea del atardecer,

    y entonces transformarse en una ola descomunal que se abatecontra todo, demasiado encima para siquiera poder hacerse aun lado o descubrir su sbita procedencia. As de inocentehaba sido: un frasco de vidrio cualquiera, un lquido algoamarillento y unos cuerpecillos blancuzcos flotando en su

    superficie, parecidos a un residuo lcteo sobre un fondotransparentemente opaco. Dijeron que venan de la India oalgo as, un antiguo remedio milenario que prevena un montn

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    de enfermedades, y la frmula era muy simple: agua, un pocode chancaca disuelta y las pequeas larvas blanquecinas enremojo, se tomaba el brebaje diariamente y se aseguraba unavida saludable. Quin poda imaginarse algo semejante? Y se

    multiplicaban con tanta facilidad que, como los pajaritos delyogurt, haba que estar regalando un poco cada cierto tiempoporque era eso o multiplicar frascos y soluciones; adems,siempre se agradeca un buen consejo para la salud, y si ibaacompaado de lo esencial de la receta quin poda negarse,uno tras otro, lentamente, de casa en casa, como un regalovenido del cielo.

    Mueve la cabeza en seal de asentimiento y gira en busca dela caja de herramientas para reiniciar el recorrido. El traje haceque cada movimiento se vuelva ms lento de lo normal, el calorque produce es molesto y el cuerpo transpira ms de lo debido.Lo que alguna vez en sus sueos infantiles, frente al televisorviendo pelculas o series de ciencia ficcin donde hombres con

    trajes de astronautas o aislamiento corran todo tipo deaventuras, haba parecido tan excitante, ya no lo era en absoluto.Se haba transformado en una realidad bastante decepcionantey onerosa, apenas soportable a veces, sobre todo bajo altastemperaturas o contra el despiadado azote de las tormentas dearena que caan sobre la superficie justo al anochecer. Cosa quetanto su compaero como l saban de sobra. Haba que volver

    pronto.

    Por aqu.

    Asi la caja de herramientas y volvi a tomar la delanteraguindose por la potente luz que irradiaba la parte superior delcasco. Poda ver su sombra en angulosos vaivenes, proyectada

    por el foco de su compaero desde atrs. Saban que un poco

    ms adelante, descendiendo unos cuantos metros, podranencontrar lo que buscaban, si no se les haban adelantado. Enese caso tendran que ir ms al fondo, siguiendo la peligrosa

    pendiente arenosa que todava dejaba concebir la idea de que

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    ah, alguna vez, se abri un frondoso Valle desde la cordillerahasta la costa.

    Los enormes lamos se mecan como delgadas cabelleras

    verdes y alargadas, siguiendo el rtmico batir del viento que enaquel sector pareca concentrar toda su fuerza, y se vean

    pequeos a pesar de su tamao natural. Desde all se podaabarcar la verde brecha que se perda hacia el este y el oeste,ms all de los edificios que indicaban, en la distancia, la

    presencia del centro de la ciudad y ms all de la estructurabajo la que pasaba el delgado hilo plateado del ro que segua

    el curso quebradizo del Valle. Todo vertiginosamenteempequeecido por la altura cuando nos apostbamos debajode los gigantescos pilares que sostenan la azotada armazn deaquel viejo Puente, lleno siempre de cientos de mensajes yadvertencias escritos con sprait o simplemente a brochazolimpio, en enormes o pequeos caracteres, unos ms acertados

    y correctamente consignados que otros, pero todos de una

    indefectible precisin y claridad en el mensaje que querantransmitir.

    La ltima vez que correteamos entre aquellas basesgranticas y pintarrajeadas, haba sido en un caluroso verano -no tena entonces ms de nueve aos- en el que ya seevidenciaban los primeros signos de deterioro masivo queluego pasara a convertirse en una verdadera decadencia social

    y cultural, en todo el sentido de la palabra. Decadencia. Lo quepara otras pocas haba significado slo una especie demalformacin espiritual, unida al consiguiente remezn social,

    profundo, pero siempre superable en algn punto del tiempo,finalmente se haba convertido en una forma de vida queimposibilitaba cualquier remitencia a la simple metfora; sehaba tratado, en ltimo trmino, de una verdadera decadencia

    de la especie. Lo peor era que su significado alcanzaba a lasms hondas races de su sentido. No slo haba sido unadecadencia perfilada desde su eventual consideracin encuanto efecto, por muy terrible que este pudiese resultar, sino

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    que tal decadencia se configur en su esencia ms abominablepara el tan renombrado "espritu humano": en forma de lavulgaridad ms extrema y obtusa, en forma de lo ridculamenteimpensado, ms ac, mucho ms ac de lo propiamente

    imaginativo, an en su expresin ms rudimentaria. Se habanconcebido millones de pesadillas para el trmino de la especiehumana, incluso se haba concebido un trmino en el hondo eincluso, podra decirse, "sublime" significado de esta idea. Noera ms sublime, a fin de cuentas, morir por nuestros propioserrores, por nuestra propia ambicin humana, por nuestrodeplorable orgullo humano, nuestra aberracin humana, o por

    las fuerzas naturales en ltimo trmino? Por lo menos cadauna de estas alternativas dejaba intocada, de muchas formas -unas ms oscuras que otras-, nuestra naturaleza, nuestro

    sentido de "especie superior". Quin poda imaginarse lo quesucedera?

    Mientras intenta, a todo lo que dan sus ojos y la luz del

    casco, hallar la abertura (un forado informe producto de unadetonacin realizada en las primeras expediciones aos atrs),vuelve a preguntarse si haba valido la pena tanto esfuerzo porllegar all, y no se refera slo al huidizo suelo que pisaba enesos momentos, sino a todo lo que el estar ah implicaba: sudecisin de unirse al grupo, la penosa preparacin y losexmenes realizados una y otra vez hasta ser aceptado, y elentrenamiento durante todos aquellos aos esperando tener la

    primera oportunidad para ser enviado al exterior en una de lasmisiones. Eso haba significado mucho tiempo y constancia,aunque todo pareca desde all tan endiabladamente lejano queapenas poda concebir que no llevara ms de quinceexploraciones de recoleccin con esta. El desgaste era brutal,no slo del cuerpo sino tambin, y sobre todo, de la mente. Allafuera el tiempo pareca correr con la misma lentitud con que

    ellos avanzaban sobre los gigantescos bancos de arena que sehaban ido acumulando con los aos.

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    Se ve algo? vuelve a preguntar la voz de sucompaero.Parece que ya llegamos.

    La abertura deja ver su forma oscura y profunda, realzadapor la fantasmal proyeccin que irradian los cascos. Est slo aunos pasos y no parece haber cambiado mucho desde la ltimavez, seal de que o no ha sido visitada por nadie ms hastaentonces, o se han realizado tan pocas visitas ulteriores que noha quedado rastro externo visible a esa distancia. Ahora sloera cuestin de pasar al otro lado y verificar si todo continuaba

    all en cantidades suficientes o si tendran que arriesgarse unpoco ms all. En cualquier caso, tenan que apurarse: laoscuridad estaba ganando el boquern de ms arriba y la baja detemperatura se empezaba a sentir en la suave ondulacin de

    brisa que les llegaba por momentos desde atrs.

    La Gran Eclosin social no hizo crisis en el pas el da en

    que se dijo, sin mucho formalismo, que la popular bebidaToniKK -nacida del maravilloso suero curativo y preventivo, yque prcticamente haba ocupado el espacio que hasta hace

    pocos aos haba sido monopolio de la Coca-Cola- era capazde producir un posible cuadro de adiccin. Lo hizo en realidadcuando se comprob, fehacientemente, que dicho cuadro de

    posible adiccin iba ms all que la simple dependenciapsicofsica y se converta en una alteracin biortmica profunday radical, completamente irreversible. Fue en la poca en quehaba nacido el primer nio fsico-dependiente al suero de lachancaca, como fue llamado aos despus, cuando la situacin

    se volvi insostenible y desesperada.

    En el correr de aquellos primeros diez aos, la produccinde chancaca se haba incrementado ostensiblemente dentro del

    pas, sin que nadie notara su significativo aumento. Luego deaparecida la primera remeza de la bebida ToniKK, elaboradaen base al suero del gusano de la chancaca que haba sido tan

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    popular entre la poblacin, incrementndose y extendindosecada vez ms su uso y consumo a nivel casero, se haba hechotan masiva su venta que pareca imposible que un simplecompuesto con elementos tan rudimentarios y sin la mayor

    potencia gustativa generara tal vuelco en el mercado de lasbebidas de fantasa. A pesar de los denodados esfuerzos quehizo la Coca-Cola por mantener a sus consumidores con

    grandes llamamientos a travs de millonarias campaascomerciales, termin por caer bajo el aplastante xito impuesto

    por ToniKK. Muchos esperaron a que tal xito decreciera,confiados en que no se trataba ms que de un clsico boom del

    momento. Sin embargo, cuando la produccin fue ganandoterreno no slo nacional, sino tambin continentalmente, losejecutivos de las grandes casas comerciales de bebidas de

    fantasa, encabezados por la Coca-Cola, iniciaron lacontracampaa con estudios cientficos en torno al probable

    peligro de adiccin que poda producir el suero del gusano dela chancaca. En ese entonces la mayora tach de ridculos y

    patticos aquel desesperado intento por desacreditar el xito dela naciente "bebida del siglo", algo bastante probable y nocarente de razn, por lo que result ser una perfecta cortina dehumo para no ver la base real de aquellas acusaciones.

    Mientras ms se incrementaban las divulgaciones acerca de laposible adiccin de ToniKK, con ms insistencia resonaba lavoz de los polticos nacionales al salir en su defensa, ya que elrepentino xito comercial de la bebida aseguraba no slo uningreso derivado de la directa comercializacin de ToniKK ytodo lo que ello implicaba, sino que adems haba generadouna repentina demanda en la exportacin de chancaca, debidoa que los diferentes pases del continente tenan inters en

    producir sus propios productos en base a este maravillososuero.

    Cuando se divulg la noticia del primer nio fsico-dependiente nacido en el pas, la importacin de ToniKK habaempezado a entrar con fuerza ya en Estados Unidos y en

    Europa, adems de los continentes vecinos. La primera

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    reaccin haba sido la de frenar esta desbocada ola de"contaminacin", como la llam en un principio el Secretariode las Naciones Unidas, pero el impulso haba sido demasiadorepentino y su insercin en los hbitos alimenticios de la

    mayora de los consumidores demasiado profundo. De pronto,hubo un inexplicable retroceso en los esfuerzos por detener y

    prevenir el continuo avance de la comercializacin y consumode ToniKK. La contrapropaganda a favor de la bebida se fuehaciendo ms fuerte y culmin por imponerse, acallando lasvoces de protesta y las realidades de psicodependencia y"mutacin biorrtmica", como se atrevi a llamarle un

    reconocido cientfico francs que por la poca realizabaestudios en base a las contraindicaciones del suero. Lasensacin de que nadie quera realmente creer en tales nefastosresultados auguraba, plidamente, la ciega locura vital por la

    sobrevivencia que vendra despus.

    Los montculos de paquetes que permanecan diseminados

    sobre el amplio espacio de lo que alguna vez haba sido unagigantesca bodega de almacenamiento, an eran suficientes paracompletar la cuota del da; sin embargo, no pareca que en la

    prxima salida fuera a quedar algo que llevarse de ah,probablemente eran los ltimos restos de aquella "beta",descubierta hace ms de seis meses (unos tres das antes de sullegada al puesto actual). La prxima salida tendra que ser deexploracin ms que de recoleccin, cosa que sola poner tensoslos nimos del personal, ya que significaba la incursin hacianuevas regiones (generalmente descensos ms hondos por la

    brecha aquella) y todas las posibilidades de riesgo que elloimplicaba.

    A la descarnada luminosidad proyectada por los cascospodan ver las formas de los fierros retorcidos y cados unos

    sobre otros, formando una amenazante y tenebrosa caparaznpendiente de sus cabezas y cuarteando el grueso hormign delas paredes, las que se abran aqu y all como rodas por

    profundas llagas. Gruesos trozos de cemento estrellados contra

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    el arenoso piso obstaculizaban el paso y aplastaban algunospaquetes que se haban hecho polvo bajo el poderoso impacto.Reconocieron algunos desprendimientos nuevos y se miraronnerviosos; saban que la estructura era inestable y que las fuertes

    tormentas de arena de la superficie lograban que se fueradeteriorando peligrosamente.

    Apurmonos esta vez fue l quien hizo la salvedad.

    Rpidamente ayud a su compaero a llenar las alforjas quelos trajes tenan incorporadas a la espalda, echando en ellas todo

    el material que encontr. Mientras lo haca pens que era unalivio que los trajes aislantes los salvaran del contacto sensorialcon el mundo externo; no habra podido soportar elreconcentrado olor dulzn de la chancaca que deba emanaraquel lugar, mezclado a los aromas que le otorgaran elabandono y el paso del tiempo: la decadencia.

    Lentamente la verde frescura que an cubra el Valle se fueopacando cuando las primeras fbricas y almacenes empezarona surgir, junto con los rayados que se multiplicaronhistricamente sobre el sucio cemento de los pilares. Pasaramucho tiempo, sin embargo, para que el Puente y todo sualrededor se convirtiera en zona prohibida y apostaran unacaseta de guardia con una baliza de entrada y salida a ambosextremos. An as, desde aquel verano en que vimos aparecerla primera inscripcin de advertencia, nuestras entusiastasincursiones bajo su estructura y entre sus enormes bases decemento se fueron haciendo cada da ms distantes; muchos denuestros amigos evitaban alejarse demasiado del permetro de

    su casa desde que uno de ellos haba tenido un accesoconvulsivo una tarde de aquellas. Meses despus sabramosque se trataba de algn tipo de "inmuno dependencia"; lo

    oamos todo el tiempo por la tele y en las conversaciones denuestros padres, pero por esa poca no entendamos muy biende lo que se trataba. Slo sabamos que algunos de nuestros

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    amigos sufran de esa especie de "enfermedad" y que tenamossuerte de no contarnos entre ellos, an. Para el siguiente parde aos la creciente enfermedad se haba propagado

    profusamente, al mismo tiempo que se iban incrementando las

    denuncias, y grandes y rojizas letras pintadas en cada parediban brotando siempre con la misma sentencia, o muy parecida:DI NO AL GUSANO DE LA CHANCACA.

    La Gran Eclosin, como gusta llamarla a la gente, no seproducira sino hasta quince aos ms tarde, lo mismo que elrepentino giro de los acontecimientos y el brusco cambio de

    vida. Durante aquellos aos el Valle fue cambiando su aspectoy las riberas del ro fueron invadidas por enormes edificios decemento y hierro, mientras las hectreas de remolacha se ibanexpandiendo desde la cordillera hasta la costa de una formaalarmante. Pero la fisonoma del paisaje cambiara an msradicalmente con el pasar de los aos y de una forma que nadie

    pudo nunca imaginarse.

    Apenas pudo or lo que su compaero le grit a travs delaudfono. La tormenta de arena arreciaba con una violenciadespiadada y la seal del comunicador se perda en elremolineante vaivn de vientos cruzados. Las luces tampocoservan de mucho, debido a que tenan que avanzar inclinados

    para contrarrestar la poderosa fuerza de la ventisca y an as lonico que alcanzaban a ver eran gruesas rfagas de arena sobrela borrosa imagen de sus pies movindose o intentando hacerlo.

    Llevaban ms o menos quince minutos en medio de aquelfurioso vendaval, calcul, desde que haban dejado atrs lamarca de referencia: la gran frase pintada en el bloque decemento que alguna vez form parte de los pilares del PuenteHuasco, antes de la explosin y los das oscuros. Cuando

    llegaron a ella, con las alforjas de los trajes llenas y rebosantes,la claridad del da comenzaba a eclipsarse peligrosamente y unaglida brisa (la pudieron sentir an bajo la tela aislante) iniciabasu incipiente batir. A pesar de la prisa que pusieron en llegar a

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    la Primera Marca antes de que la noche se cerrara por completo,slo la alcanzaron cuando ya era demasiado tarde y la tormentade arena haba comenzado a cobrar fuerza. Las interminables yresbaladizas dunas, junto a la pesada carga que transportaban,

    no haban ayudado mucho al proceso del primer avance ymenos cuando la tormenta ya se haba abatido con toda su furiasobre ellos. De ah en adelante haban avanzado prcticamentea ciegas e incomunicados.

    De vez en cuando logra divisar algo as como la sombraproyectada por el cuerpo de su compaero que marcha delante.

    Lo nico que puede hacer es confiar en que, a pesar de todo,calcule bien la direccin y la posicin de la Base. El terriblepeso de las alforjas y la caja de herramientas se haceinsoportable a cada nuevo paso que parece hundirlo sobre unterreno corredizo y fluctuante. Est intentando descifrar lo quela voz trata de gritarle a travs del audfono, pero slo oye unsonido borroso y chirriante, cuando la sbita detencin del

    avance lo hace chocar contra su compaero. Levanta la vistapara lograr comprender lo que pasa y entonces ve ese rostroterroso moviendo la boca detrs del cristal del casco y esos

    brazos que se agitan apuntando a la espalda y tratando de decirlealgo que no puede o no quiere entender.

    La Gran Eclosin vino despus del Gran Receso. Fuecuando la produccin de chancaca se hizo demasiado lenta

    para las exigencias del mercado externo. Las horrorosasnoticias de la fsico-dependencia eran historias del pasado; sehaban convertido en un hecho irreversible y un pequeo pas

    perdido entre la Cordillera de los Andes y el Pacfico lleg aconvertirse en pocos aos en el centro vital de la sobrevivenciade muchos seres humanos. No era solo el hecho de laimposibilidad de imitar una materia prima de la misma calidad

    debido al celoso resguardo en que se mantuvo lo esencial en laproduccin de la "especia", luego de tomar conciencia de lavital importancia que iba adquiriendo con el paso de los aos,

    sino tambin estaban las singulares condiciones ambientales o

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    geolgicas -nadie poda explicarlo con claridad- que hacannica la remolacha obtenida sobre el suelo chileno. Con la

    primera ola recesiva los pequeos pases latinoamericanos,vecinos a Chile, acusaron las primeras nefastas consecuencias.

    Eso produjo que la situacin de tensin externa al pas slo seincrementara con la segunda oleada recesiva. Cuando la crisishizo Eclosin la actitud poltica del pas haba impuesto una

    frrea barrera a las exigencias forneas y haba decididodefinitivamente tomar en sus manos las ltimas decisionesrespecto a la importacin del producto, poniendo sus propiascondiciones.

    La violencia estall de un da para otro. El ataque vino dedistintos frentes y las pequeas ciudades productoras fueroncayendo una a una. La primera bomba destruy un pequeo

    pueblo en la zona austral del pas, pero el ataque atmico alnorte del pas fue inusitado, violento e impensado. Las trescuartas partes entre la Segunda y Tercera regin fueron

    prcticamente destruidas y la guerra fue inminente tanto parael continente, que inmediatamente se puso en guardia frente aeste ataque territorial latinoamericano, como para el resto delmundo que entr, desesperado, en la lucha por la materia

    primordial. Los pocos sobrevivientes de los numerososdesastres hallaron la manera de refugiarse y reorganizarse conel pasar de los aos, y sobre todo, encontraron la manera de

    sobrevivir bajo aquel desierto de destruccin y desolacin.

    Tuvo que arrastrar a su compaero el par de metros que losseparaban de la trampa de entrada. Golpe desesperadamentesobre la placa metlica hasta que una breve rejilla luminosa seabri y se volvi a cerrar en un breve pestaeo y el sonido de los

    pesados pasadores metlicos, tan caractersticos durantes esoslargos perodos de aislamiento, se perdi bajo el tormentoso

    torbellino que continuaba su despiadado azote, ms monstruosoque nunca si caba cuando lograron divisar una apagadafosforescencia adelante y bastante a la izquierda momentosatrs. Los focos de los cascos ya casi les devolvan el propio

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    reflejo de sus sombras y la tenue aparicin a lo lejos, aunqueborrosa, les hizo animarse lo suficiente para dar los ltimospasos en contra de ese delirante vendaval de arena. Justo antesde llegar, su compaero se haba desmoronado y l estaba a

    punto de colapsar por el fuerte agotamiento que haba implicadoaquel avance. Necesit arrastrarse casi a ras de suelo,incrustando las botas del traje en el movedizo arenal paraimpulsarse el ltimo tramo y alcanzar la entrada.

    La puerta de la trampa se abri a duras penas y dos formascosmonuticas emergieron para ayudarlos a entrar. Una vez

    adentro la tapa metlica se cerr con un estrepitoso estruendo yel poderoso aullido del viento y el traqueteo de los granos dearena se cort de golpe.

    Qu pas?

    Oy la voz desde el brutal bombeo de la sangre irrigando

    sobre su cabeza, sus sienes y todo su cuerpo. Senta el sudorcorrer por su rostro dentro del casco que no tena fuerzas parasacarse; adems, saba que sera intil, que tendra que volver a

    ponrselo o que simplemente era absurdo intentar respirar eseaire por tan breves segundos. Por eso permaneci tirado sobreel fro metal de la cmara intentando recuperar aliento pararesponder a la pregunta, aunque supiera que tambin sera untrabajo tan intil como el otro. Conoca el procedimiento y eltono de aquella pregunta no apuntaba precisamente a la

    preocupacin de unos camaradas por la salud de otros queestuvieron a punto de perder la vida en las mortferas tormentasnocturnas de aquel desierto.

    Qu pas con el cargamento? volvi a orse la voz.

    Ech una breve ojeada a las cabezas que se inclinaban sobrel buscando una especie de respuesta que saban no les podadar. La luz de los tubos de la cmara parpadeaban sobre sus

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    adoloridos ojos, ms all, como un aura rodeando aquellascabezas. Logr ver un bulto blanquecino a unos metros de l:su compaero. Seguramente permaneca an inconciente.Tendra que volver a cargarlo?

    Pero no todos sucumbieron al "efecto ToniKK" y susterribles consecuencias. Mientras gran parte de la poblacin seiba sumando a esta sorda devastacin biodependiente y susinimaginables consecuencias, algunos logramos ser rescatadosde su daino alcance. Unos por un simple asunto de hbitoalimenticio familiar, otros por decisin personal en el momento

    preciso o por completa incredulidad inicial hacia las supuestasvirtudes curativas del suero cuando estaba en su etapa deextensin. Lo cierto es que la influencia ejercida por las

    propiedades del llamado Gusano de la Chancaca no alcanz alos que, pasadas los vacilantes primeros aos de propagacin,ramos una gran mayora, y que en los tiempos venideros, juntocon el afincamiento de las avanzadas "mutaciones" y

    biodependencia, nos convertimos en una pequea minora. Depronto nos vimos llevando una extraa vida en funcin anuestra genuina capacidad y resistencia, nuestro "estadointegral", como se le llam, nos hizo apreciados, adems decotizados para diversos trabajos de ayuda en la gestin de

    procurar el sustento y produccin de la Materia Primordial. Loque en un principio fue un obrar de hondo sentido social, seconvirti poco a poco en una especie de poder que comenz adespertar la sospecha de la gran mayora y sus principalesrepresentantes, los que controlaban las altas esferas de la vida

    social del pas, el continente y luego del mundo.

    Despus de la Gran Eclosin, la consideracin hacianuestra excepcional condicin de Integrales volvi a

    fortalecerse, lo mismo que nuestro rol social en apoyo y

    cooperacin de la produccin y adquisicin de la MateriaPrimordial: ramos los nicos que podamos realizar lasMisiones, que requeran un largo perodo de tiempo, sin correrel riesgo de caer afectados por la prolongada falta del suero.

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    Pero poco a poco nuestra "especie" fue disminuyendo; muchosfueron adquiriendo los hbitos alimenticios de losbiodependientes, ya sea por la cercana de la convivencia y el

    permanente contacto con la Materia, o simplemente como

    remedio a la insoportable diferencia de la que nos hacia objetonuestra condicin en relacin al resto de las comunidades, lasque se fueron formando en los distintos refugios subterrneosbajo los escombros desrticos de la Gran Eclosin y ladestruccin ltima. Finalmente, nos convertimos en simple"mano de obra", seres resistentes encargados de un trabajo

    servil y controlados bajo estrictas condiciones en las distintas

    Bases, aislados de las comunidades centrales, las que fueronolvidando su antigua condicin de Integrales, las que nosabandonaron a la suerte y las leyes que se impusieron en estasaisladas Islas de Recoleccin, luego del gran desastre; leyesque tienen que ver con la supervivencia del ms fuerte y dondeno hay margen de error sin pagar las consecuencias que elloimplica y que, con el tiempo, terminaron por agotar el ltimo

    residuo de humanidad que quedaba en ellas.Ni siquiera sinti el temblor del estrpito al cerrarse la puerta

    de la trampa. La fuerza de la ventisca era ensordecedora y elazote de los granos despiadado. Adems estaba el terrible frode la noche y el cansancio. A pesar de ello, hizo lo posible poracomodarse el cuerpo de su compaero a la espalda. Lo tenatomado por los brazos, como un costal colgando desde su cuelloe intentaba dar un paso. Estaban solos. No saba si habatomado la decisin correcta, aunque a esas alturas no tenamuchas opciones. Pens en la alternativa ms digna: no erasuficientemente decente para l morir de un balazo en la cabeza,como un animal inservible, despus de tantos aos en servicio.Lo mejor era hacerlo all afuera. Adems tenan la remota, muyremota, posibilidad de la sobrevivencia. Mientras se arrastraba

    intentando no soltar el cuerpo de su compaero pens que talvez haba sido injusto no haberle consultado, pero lo ms

    probable era que su compaero ya ni siquiera respirara en esosminutos. An as no lo solt. Trat de echar una mirada hacia

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    adelante a travs de los vientos cruzados y la cortina de arena enmovimiento: all, un reflejo, como una protuberancia saliendohacia lo alto de la noche; seguramente era la reverberancia queindicaba la entrada de la Base a su espalda y que se proyectaba

    ms all de ellos, hacia donde sobresalan las aristas y los restosde lo que alguna vez fue el Puente Huasco. Slo tendran quellegar all y refugiarse en el socavn arenoso que an quedabadel Valle y meterse en los restos del viejo almacn. Por lomenos les haban permitido llevar puestos los trajes, eso eraalgo.

    Cuando levant nuevamente la cabeza, en un postrerointento de romper el velo de la noche y las violentas rfagasarenosas, le pareci tener una bella visin. La visin del Valleen una poca de infancia distante, cuando las verdes formas delos lamos se mecan en la fresca brisa del atardecer, bajo lavigilante presencia de inmaculados pilares. Y avanz hacia ella.

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    Peregrinos

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    Vio la lejana humareda de las fogatas y el fro del oscuromanto nocturno se le pos en la espalda y las articulaciones,cobrando brutalmente el terreno perdido en su mente y sussentidos, ahora dispuestos a reconocer el cansancio y la sed.Tena sed. Recordaba nebulosamente la ltima vez que habatomado un trago de agua: hace un da, antes que la furiosa

    tormenta de arena amainara y les permitieran seguir camino.De pronto percibi el temblor que le destemplaba las piernas yse detuvo ante el profundo punzazo de dolor que le atraves elcostado. Se inclin un poco, como para descansar el peso delcuerpo y entonces sinti ese otro peso sobre sus hombros. Aveces no pareca estar all, tan leve se volva con el correr delas horas y los meses, o tal vez los aos (cmo saber cuntollevaban en ese eterno peregrinaje), pero bastaba que lcambiara de posicin o rompiera el rtmico vaivn del lentoavance sobre las candentes dunas para que un brazo o una

    pierna se balanceara desde atrs, como desgajndose sobre sucuello o sus costados, semejando un pndulo inerte y delgadoque se escapa de su refugio bajo la capa protectora (cada vezms rada y amarillenta), apenas conciente de su propiomovimiento porque siempre pareca dormir o entrar en una

    especie de coma soporfero, incluso hasta el punto de tenerque abrirle la boca para darle de beber o de comer. Eso lo

    preocupaba. A veces.

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    Prefiero que sea as. Que duermas. Que inclines tupequea cabeza triguea sobre la curva inclinada de micuello y suees con las historias que te cuento en las largasnoches de insomnio y fro. As cuando despiertes puedo

    hablarte de las extraas tierras que hemos pisado y que nohas podido ver porque la arena quemante no te deja abrir losojos. No te preocupes. Yo las ver por ti. Siempre que me

    prometas estar atenta a mis palabras, con los ojos bienabiertos como haces si tienes ganas y fuerzas para mirarme yla noche nos ha rodeado en la soledad de este desierto,cuando nadie ms que yo puede verte y orte. S que no te

    gustan los extraos y que durante el da el calor te pesa sobrelos prpados. No te preocupes. Una noche de estas, apenaste despereces y me sonras te contar acerca de aquel reinoolvidado que se abra como una brecha enorme y verde por laque corra un brote de agua pura y dulce, cristalina, s, el sol

    pareca echar chispas en su superficie ondulante, igual que sise tratara de una cabellera de rizos plateados, antes, mucho

    antes que el funesto maleficio del fuego y la desolacincayeran sobre sus habitantes y lo redujeran a esta sequedadpor la que no paramos de caminar y caminar, con este sol quemarchita tu suave piel da a da y la helada corteza de susnoches. S, porque aqu, hasta donde la vista alcanza, loves?, y ms atrs, por donde ya hemos pasado, se levantalguna vez ese maravilloso reino de frescas praderas y dulces

    frutos.

    El calor de las llamaradasy sus intoxicantes rfagas decaucho y basura quemada se hacen sentir como una bofetada

    protectora a medida que se va acercando el campamento. Losprimeros en darles la bienvenida son unos cuantos borrachosun poco alejados ya del centro del barullo y las fogatas, y que

    pasan como cayndose a pedazos o permanecen parados

    hablando incoherencias. El dolor en las piernas parece hacersems profundo y paralizador, pero se obliga a apurar el pasosobre la superficie de grava que le ha ido ganando terreno a laarena, hasta quedar cerca de una enorme lengua de fuego que

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    se agita en la boca de un tambor viejo y ennegrecido. Elviento dispersa la penetrante humareda sobre las cabezas quevan y vienen alrededor, y a pesar que su nube txica haceescocer la vista y el olfato l se deja caer, con un gemido

    inaudible, a un par de metros de su onda calrica. Lo hace concuidado, por temor a despertarla y, lentamente, vadesanudando los tirantes de la capa protectora y la despega desus espaldas como un oscuro fardo por el que asoman unos

    brazos y piernas breves y casi raquticas, entonces, con lamisma lentitud y dulzura, la deposita en el suelo junto a l.De pronto siente los omplatos terriblemente livianos y

    quemantes, como si se hubiera desprendido de una parte de smismo y un vaco doloroso llegara a instalarse en su lugar.Abre levemente la manta que cubre aquel rostro dormido y loobserva con reconcentrada atencin en la caprichosa danza deluz y sombra que da la fogata. No oye los gritos de juerga yescndalo, ni los llantos lejanos y las voces de disputas o loscantos incoherentes e indescifrables. Slo la mira. Entonces

    se inclina hacia la difusa forma ovalada donde se enmarca lapequea cara, como si quisiera besarla.

    Te voy a contar la historia, esa que tanto te gusta, delPrncipe Triste y su pequea hija, la Princesa del Verde Valle,que debieron partir un da, dejando atrs su desolado reinoconvertido en una tierra seca y gris por culpa del maleficio yla plaga, y vagar heridos por la sed, el hambre y el fro, enbusca de un lugar mejor donde poder vivir y ser felices. Sque te da mucha pena or esa historia, pero s tambin quequieres escucharla cada vez que te despiertas, aunque sea porun momento, y saber si el Prncipe Triste y la pequea

    Princesa del Verde Valle han encontrado la cura del maleficioy la plaga, y que lloras cada vez que te enteras que el Prncipeest cada da ms enfermo porque el maleficio lo alcanz en

    el camino, lo mismo que a los dems habitantes del VerdeValle, y que slo la pequea Princesa ha logrado escapar a suterrible influjo, y que su sombra mortal se ha extendido a todala comarca y las tierras por donde van pasado, y que tal vez

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    no haya un slo rincn en el mundo para que la pequeaPrincesa logre salvarse. Pero no debes llorar. El Prncipeira al fin del mundo para salvar a su pequea Princesita,abrira un hondo foso en la tierra o aprendera a volar como

    los pjaros para ocultarla de las garras del maleficio.Tambin ira debajo del mar, que es como una gran praderade agua, pero azul, s, toda llena de agua, inmensa y tan

    profunda que no tiene fin, y vivira con ella all, con los peces,que son como los habitantes del mar y no pasan sed, nihambre, ni fro, ni se cansan porque saben nadar.

    Vienen del desierto?

    La vieja se ha instalado junto a ellos, con su bulto decachivaches y su cara embetunada por el tizne y el carboncilloque flota en el ambiente. Tiene las greas deshilachadas, lasmanos agrietadas de suciedad y un oscuro lunar, apenas visible

    por las sombras que se aglutinan sobre su rostro con la

    humareda y el continuo movimiento de la gente que pululaalrededor. Se ha acercado como un fantasma enlutado, con elcaracterstico sigilo y aire de los que, como ella, comercian enaquellos muladares. l no se percata de su proximidad hastaque oye la pregunta, entonces levanta la cabeza y mira,intentando descubrir hasta el mnimo detalle de aquel rostro enla nebulosa barrera impuesta por la nube txica, la oscuridad yla inestable llamarada. Asiente en silencio.

    De qu parte?Gusco Dos murmura l, como si las palabras le

    pesaran en el pecho.Deben estar cansados dice ella, arrellanndose un

    poco ms en el lugar y mirando las lnguidas piernas queasoman del bulto que l ha atrado instintivamente hacia s

    como para protegerlo, y con hambre... Es su hijo?S dice l. Mi hija.

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    Y mientras lo dice inclina su cabeza sobre la de ella,que parece una pudorosa mariposa oculta en su crislida,ignorante de lo que ocurre a su alrededor.

    Pobre dice la mujer con un dejo de ternura en la voz,y agrega, mirndolo: Tiene donde quedarse, algnfamiliar? Si no en la Plaza arriendan lugares, puedo llevarlo siquiere.

    La menuda mano de la mujer ha apuntado a algn lugarde la llameante noche, hacia donde las fogatas se extienden y

    parecen irse juntando hasta ofrecer un poderoso resplandorbajo el cual se adivinan negras formas que se empinan en unramillete disperso y desigual: las ruinas de la Plaza Centro.

    Tiene algo de comer? dice l enderezndose yobservndola con suave cautela.

    Est hablando con la persona justa, oiga dice la vieja

    con voz vivaz y animosa, mientras deposita ante l el bulto quearrastra y empieza a revisar. Siempre me doy unas vueltaspor estos lugares, en la Plaza hay mucha competencia, y poraqu nunca falta quien necesita algo y no le gusta entrar all.Mire -saca un par de barras delgadas y largas, de texturaspera y morena-, galletones fresquitos, son de la mejorcosecha, sabe? Hechos con el mejor chancac y cultivo

    blanco...l observa las dos manos blandiendo la apetitosa

    mercanca y hacindola jugar ante sus ojos con un movimientode balanza que pareciera tazar el peso y el valor del producto.

    No dice nada, slo mira con la honda fijez de la fascinacin.Entonces ella vuelve a revisar el bulto que ahora est en suregazo y va extrayendo su contenido sin parar de hablar.

    Tambin tengo barras de caramelo, mire, tquelas, sonde chancac puro, y un poco de tnico, o si quiere tengo la

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    frmula antigua, ya sabe, mire, tengo que envolverlas en papelpara que no se me quiebren...

    La vieja sostiene un pequeo frasco que ha despojado

    del papel que lo cubre y se lo acerca para que lo vea a la luz dela fogata. Ah estn: un montn de diminutos cuerpos

    blancuzcos flotando sobre una solucin terrosa. El dolorvuelve a asentrsele en las articulaciones y un leve espasmo lecontrae la mandbula y la garganta. Tiene sed. Sed y hambre.

    Los vendo aparte tambin dice la vieja: el chancac

    y losgusanos.Tiene algo integral?Del puro? dice la vieja bajando el frasco y

    mirndolo con repentina curiosidad.

    El inusitado matiz en la voz de la vieja logra llegar asus odos, a pesar de la bulla y su propio cansancio. Vuelve a

    inclinarse sobre la forma que dormita bajo la manta protectorajunto a l, la acaricia quedamente, como si quisieratransmitirle algn mensaje tranquilizador en aquel gesto desdeeste lado de la tela, y asiente con suave cautela.

    Para usted? vuelve a preguntar la mujer.

    S murmura l, sin mirarla.

    Siente los penetrantes ojos de la vendedoraescrutndolo, midiendo su delgada complexin y sudemacrado rostro palidecido, y aguarda con la secretaesperanza de que el humo de las hogueras y la oscuridad velen

    por un momento aquella mirada curiosa y experta. La oyedecir, apuntado la forma abultada de la pequea dormida:

    Mire, se movi. A lo mejor est enferma...

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    Entonces ve la mano sucia y arrugada que se estirahacia la manta protectora como una negra garra dispuesta a darun zarpazo y, en un rpido movimiento, atrae el pequeocuerpo envuelto hacia l y con un desfalleciente impulso se

    levanta, oyendo crujir sus articulaciones en una protestadolorosa y apremiante. La mujer lo imita casi al mismotiempo, y con mirada expectante vuelve a decir:

    Si quiere lo acompao a la Plaza a buscar algo, yoconozco gente...

    Pero l ya ha girado en busca de una direccin y haemprendido una urgente marcha hacia el centro de lamuchedumbre que se mueve caticamente, y avanza hacia elresplandor que se alza un poco ms all, hacia las emanacionesde gases y toxinas que se elevan en una gruesa estopa de humosobre los oscuros monolitos de la Plaza.

    Tambin te hablar del mar. No puedes imaginrtelo,cierto? No importa. Cuando mi abuelo me hablaba de l yotampoco poda, ni cuando me contaba del Verde Valle y del

    gigantesco Puente que lo atravesaba de un lado a otro. Esoera en otros tiempos. l deca que todo era verde y azul, elmundo entero, aunque slo pudo ver un pedazo de tierraquemada y un brote que apenas se asomaba, como queriendodecir lo que haba sido alguna vez, como anhelando volver aestirarse hacia el cielo, pero el cielo ya era una cosa oscura eirrespirable entonces, no como ahora, ahora por lo menos seve el sol, mucho, mucho sol y toda la tierra parece estarquemndose bajo l, aunque se puede respirar. l mehablaba de estas cosas. No las vio, pero su padre se lasexplic: el mar, deca, una pradera azul llena de pjaros y

    pescados, con rboles sumergidos y monstruos gigantescos y

    hermosos saludando a la distancia, y un rugido fresco yespumoso como una explosin que llama y adormece. Te loimaginas ahora en tus sueos? Quizs te lo imaginas. Tal vez

    por eso duermes y slo abres tus pequeos ojos muy en la

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    lejana para volver a cerrarlos, tal vez suees con el llamadodel mar o te sientes a contemplar desde la orilla el VerdeValle y su ro plateado que pasan saludndote, igual que la

    Princesita del cuento entonces, cuando el Gusco no era el

    Gusco, sino Guasco, as, Gu-as-co, puedes decirlo?, dilo,Gu-as-co, y podrs ver como las dunas retroceden por fin yuna quebrada ancha y larga, llena de la fragancia del viento

    jugando entre las hojas, aparece y se estira de una lejana aotra ante tus ojos asombrados e incrdulos, mralo, hacia alliremos, y esta malfica peste que nos carcome ya no nosalcanzar.

    Se ovill cubrindola con el cuerpo mientras el ruido depasos y voces gritando frases incoherentes pasaba sobre ellos.Hubo un resplandor de antorchas que roz sus cabezas. Laturba pareci detenerse unos pasos ms all y percibi gritosque preguntaban y contestaban excitados. Mantuvo los ojosapretados con la secreta esperanza de ocultarse en su propia

    oscuridad interior, pero la inminente percepcin de unapresencia cercana le hizo abrirlos, asustado. La luz exteriorentraba al bajo recinto en lneas que se movan de un lado aotro, proyectndose desde las aberturas rectangulares, largas yestrechas que se repetan sobre la pared a la que se haba

    pegado, y gracias a su plida y fugaz iluminacin pudo verformas angulares estirndose hacia oscuros rincones en unamplio espacio semivaco, salpicado de cajas viejas ydesperdicios amontonados o desparramados al azar, y la figuraindescifrable que unos metros ms all los escrutaba a travsde los difusos resplandores como tratando de adivinarlos. Sequed quieto y apret el pequeo cuerpo contra l deseandoque no se le ocurriera despertar justo ahora. La sombravigilante se movi hacia ellos, despacio, y en una rfagarepentina de claridad pudo ver una larga melena que coronaba

    una silueta delgada y alta, demasiado alta para ser real,demasiado esbelta para pertenecer a una muchacha de la edadque crey adivinar en sus lejanos rasgos empalidecidos.

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    Hubo un nuevo tumulto arriba, y los pies y las formashumanas bloquearon las entradas lumnicas justo sobre ellos.Una voz chillona y mandona (en la que crey reconocerdifusamente la voz cascada de la vieja comerciante que seguro

    los haba denunciado) reclamaba y asenta recelosa. De prontolas voces empezaron a gritar hacia adentro, hacia la silueta quese mantena quieta, muy cerca de ellos, sin dejar deobservarlos. La joven se volvi a las ventanillas donde sehaba formado el gritero que la solicitaba urgentemente. Miruna vez ms la oscuridad donde ellos se encontraban y, sinabrir la boca, se dirigi hasta las piernas y las cabezas que se

    inclinaban sobre aquella especie de bodega. Lejanamenteescuch las preguntas que desgranaban excitadas y las vocesque explicaban y volvan a explicar, pero especialmente oa eldelgado timbre de la muchacha que negaba y volva a negar,hasta que el amenazante cloqueo de preguntas y respuestas agrito pelado se fue aplacando y se convirti en una jaura quese alejaba en la distancia. Entonces la silueta se volvi a

    acercar a ellos como una sombra grcil y etrea:Ya se fueron vibr la voz en la vacuidad del recinto,

    aumentando la nota de suavidad y calidez que desprendi alser emitida.

    Permaneci en silencio, con el corazn an agitado porel temor y la angustia. La sed y el hambre.

    Est bien?

    La breve flama se abri como un botn de luz en lamano de la muchacha, que la mantuvo en alto mientras seinclinaba con delicada cautela hasta ellos. La clida aurailumin aquellos rasgos amables y finos, pero sucios, como

    todo all, a pesar de eso pudo ver la impecable tersura yconsistencia de esa piel joven, y la firmeza de la mano quesostena el pequeo encendedor. La pigmentacin de la

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    epidermis era espesa e increblemente compacta, casiamarillo-cobriza.

    Buscan a una nia susurr ella, pero su voz,

    demasiado firme y tensa, rebotaba contra las paredes. Unaintegral. Dicen... -mir fugazmente el bulto que l tenaaferrado con fuerza y las pequeas piernas que se asomabancomo dos astillas quebradas-... dicen que la anda trayendo unhombre, envuelta en un protector...

    Las palabras fluyen de aquellos labios, casi encarnados

    bajo la insidiosa palidez que los cubre y los va marchitando,pero que an no lo consigue del todo. Sus ojos observanmoverse aquellos labios y, fascinado, recorre las poderosashuellas que la piel deja en evidencia.

    No se preocupe vuelve a susurrar ella, levementecohibida, y sonre al preguntar: Todava se me nota,

    cierto? Es por la piel y la estatura. Mi familia era integral,pero yo dej de serlo a los doce. No se puede vivir siendo unpuro, sabe? Los cazan y los venden, para los campos detrabajo o para experimentos, dicen que pagan muy bien por unintegral, ms por los nios. A mi pap se lo llevaron tambin,a mi mam la mataron en una persecucin, pero yo meescap... Pero me cans de andar arrancando y prefer comer

    lo que todos coman y tomar lo que todos toman. Ahora ya nome molestan..., dicen que ya no sirvo, que sirvo menos que losnormales, porque los integrales que se convierten lo nico quehacen es matarse de a poco, resisten menos, por el cambio muy

    brusco, dicen...

    Y mientras habla accesos de tos repentina vaninterrumpiendo su monlogo, como si fueran corroborando loinexorable de aquellas afirmaciones. Slo entonces l nota lasmanchas amoratadas sobre la piel de los delgados brazos quese estiran hacia l como oscuras estras. Lo ayuda a

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    levantarse: la mano de ella es una tenaza frrea y poderosa ysu brazo le transmite oleadas de tembloroso vigor, o losvestigios de lo que un da fueron.

    Vagamos tantos aos que ni me acuerdo sigueparloteando, y su voz se va cansando, casi hastiada de smisma. Mi pap, sabe?, mi pap deca que hay lugaresdonde la gente vive como gente, lejos de aqu, con casas ytrabajo y cosas as, comida, sobre todo comida, y ropa, y cosasas, que estaban poblndose de nuevo, reagrupndose yempezando a vivir otra vez como antes, como cuando todo...

    Pero a lo mejor son puros cuentos. Dicen que incluso handescubierto una pastilla para no tener que depender tanto delchancacy losgusanos, que incluso una vacuna, se imagina?,una vacuna y ya nadie tendra que estar comiendo cada doshoras por lo de la dependencia... Usted cree que haya unlugar as? Nadie lo ha visto. Todos los que pasan por aqudicen que alguien dijo esto y lo otro, pero quin sabe nada...

    Oiga dice ella de pronto acercndose y tocando suavementeel par de piernas que se asoman del protector... Ella... Estmuy helada... Est...

    Dormida dice l en un murmullo casi gutural,recogiendo las delgadas formas huesudas y volvindolas atapar con el protector.

    No la mira. No quiere ver los ojos abiertos, abiertos ytristes de la muchacha que han de estar cayendo ya sobre lque posa su mejilla contra el bulto, depositado suave y

    blandamente en una especie de mesa metlica junto a la quese han detenido.

    A lo mejor debera... balbucea ella con voztemblorosa.

    No grue l, y el mismo temblor desolado se filtra ensu voz. Es mi nia, miprincesa chiquita. No... Ella...

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    El repentino ruido de golpes y gritos se deja or a susespaldas, onerosas sombras y violentos fogonazos deantorchas comienzan a descolgarse desde las ventilasrectangulares advirtiendo su presencia y la de la joven que

    vuelve a suplicarle con dos ojos asustados y acuosos. Pero yaes tarde. El tropel de intrusos los rodea y l escucha, entre losgritos feroces que lo aguijonean para que entregue supreciosacarga, la voz gangosa y aborrecible de la vieja comerciante. Yaunque no mira sabe que es ella, que est ah, haciendo decabecilla de aquel squito animal que exige y amenaza su partede una herencia antigua, de la que slo quedan vestigios

    frgiles, insignificantes, mnimos, pero valiosos.

    Ya no importa oye que le susurra la joven por debajode los gritos, mientras l oprime las pequeas piernas y brazos,la suave mata de cabellos largos y trigueos contra s, comoqueriendo guardarlos para siempre. Entonces la joven seadelanta a las manos que se estiran para arrebatarle el pequeo

    cuerpo y grita:

    Djenlos! Ella est muerta! Ya no lessirve! Djenlos!Mentira! Mentira! chilla la estridente voz de la

    vieja desde la multitud. Yo vi cuando se movi en LasBarriadas! Est viva! Yo la vi!

    Un mar de manos caen sobre sus hombros y sus brazos

    y tiran del protector. La dbil consistencia de sus desgastadasfuerzas se hace infinita, parece quebrarse repentinamente antela violencia del ataque, y por ms que atenace aquellas formasdelicadas y leves contra su pecho, no logra evitar el desgarrofinal cuando el indefenso bulto es arrancado de cuajo de sus

    brazos adoloridos de hambre, de sed, del cansancio de lahuida, la eterna huida. Por algunos segundos el pequeocuerpo envuelto en el protector es un juguete grotesco en unenjambre de manos que lo sacuden como un desprotegidocachorrito entre inmisericordes y vidas zarpas, hasta que lacodiciada presa se escurre fuera del protector y cae, se estrella

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    contra la fra corteza grantica, iluminada por el fuego y elhumo, los pequeos bracitos se abren y las piernecitas setuercen como descoyuntndose. De pronto es un bulto roto enla intemperie de aquel silencio que se hace sbito al verla all,

    con la cabeza rota cayendo hacia un lado, el cabellodesparramado sobre su diminuta cara, casi ocultndola deaquella vergonzante desnudez.

    Est muerta! grita repentinamente la vieja,rompiendo la profunda quietud que ha impuesto aquellaaberrante visin. Y haciendo un gesto de asco, grue:

    Hasta tiene olor a podrido y se est descomponiendo, miren!

    Un murmullo de disgusto se eleva del tropel queretrocede un poco sin dejar de mirar aquel cuerpo llagado yaberrantemente desnutrido, una forma casi desarticulada en lainfamante desolacin a la que lo exponen la luz de lasantorchas que van retirndose una a una, rezongando la mala

    suerte de su intil caza. La oscuridad y la frialdad de laatmsfera vuelven a tragrselo todo, mientras l se arrastrahacia aquellos restos.

    Duerme, pequea. S. Es mejor. No abras los ojospara mirar a tu alrededor. No quieras saber el final de lahistoria de la Princesita, no quieras conocer el triste final dela dilatada y dolorosa bsqueda del Prncipe Triste.

    Lloraras. No soportaras saber que la maldicin y la pesteextendi sus alas hacia cada rincn del mundo, igual que unave de rapia que devora todo lo que tuvo alguna vez vida y

    frescura. Lloraran tus pequeos ojos y el Verde Vallevolvera a secarse en tus sueos. No. Duerme. Es mejor.Suea. Hazme creer que detrs de tus ojos encontraste unlugar donde escapar a este negro destino.

    Slo su sombra, encorvada sobre aquel ltimo remedode lo que un da fue un pequeo cuerpecito que carg sobre

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    sus espaldas, ha quedado en el recinto. En la negradesesperacin que comienza a comerle el corazn presiente lasilenciosa oleada de dolor que avanza desde un rincn de sualma donde ninguna luz alcanza a llegar. Entonces abre los

    brazos como para abrazarla una vez ms, como paraenvolverla en el angustiante vaco que le ha quedado en el

    pecho y los hombros, y un hondo sollozo sube y se estrellacontra las negras paredes.

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    Plenilunio

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    El llanto se prolong como una lnea tenue y quebradizaque se estira, pudorosa, en la oscuridad. Finalmenteenmudeci. La pesada onda silenciosa que sobrevino seesparci en el estrecho recinto tan sbita y abrumadora que lehizo levantar la cabeza. Por un momento perdi el hilo de sus

    pensamientos, concentrados en avanzar en el informe para el

    Consejo Cientfico. Llevaba dos semanas en eso y estabaterriblemente atrasado.

    Esper unos segundos, quieto, a que alguna clase de sonidose reanudara: gemidos, llantos suaves, roces, movimientostenues, lo tpico desde que la haban trado all. Nada. Elsilencio perdur obstinado. Dej el lpiz y se volvi, inquieto.La luz del mesn repleto de artefactos y papeles sobre el que

    estaba inclinado apenas despejaba la cerrada negrura en que sesuma aquel depsito, habilitado como laboratorio hace apenasun ao atrs, cuando el Centro de Investigaciones habacomenzado a reactivar su malogrado desarrollo en el pasluego de la Gran Eclosin y el caos de aquel lejano tiempo.Slo cincuenta aos despus de la primera ReconstitucinZonal Central, lograda pasados otros setenta desde los das de

    anarqua, el Centro poda expandirse nuevamente hacia lasAntiguas Provincias del Norte, como les llamaban ahora,motivados sobre todo por la noticia del famoso

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    Descubrimiento del Gusco y las posibilidades querepresentaba.

    El Descubrimiento del Gusco, pens, y su mirada busc en

    los confines taponeados de oscuridad del improvisadolaboratorio. A duras penas distingui inciertas siluetas decajas amontonadas e instrumentos que slo adivinaba ms alldel radio lumnico del foco, ahora detrs de l. Busc lalinterna de dedo que siempre llevaba en el bolsillo de su bata yapunt el fino rayo que bail en su mano, dilatndose haciadelante. Un poco ms all, difusa, pero familiar, una forma

    oscura cortada por la diluida sombra de unos barrotes seconcentraba, inmvil como un fardo, en un rincn de suimprovisada jaula.

    Fue el aroma dulzn de la chancaca lo primero que oli.Conoca ese olor. Era el olor de la muerte y la desesperacin,de pesadillas infantiles hiladas al rtmico son de aterradoras

    historias ancestrales que hablaban de destruccin yesclavitud. De miedo y opresin. En la soledad nocturna deldesierto la haba asaltado como una bruma cegadora y

    paralizante antes de darse cuenta de su situacin: se habaalejado demasiado del grupo. Cuando levant la cabeza enbusca del sonido de los dems slo encontr una silbantemudez bajo una luz de luna poderosa y traicionera. Entoncesel olor la rode por todas partes, como una avalanchabulliciosa y compacta que se fue cerrando sobre ella. Si aquelantiguo terror no se hubiera apoderado tan sbitamente de

    sus sentidos, habra entendido el otro terror que estabaemanando de aquellas voces que la cercaban, entonces habra

    sido fcil tomar una decisin y emprender la huidaapoyndose en ese otro terror, pero cometi el error de ladesesperacin aplastante y en su ciego escape haba

    tropezado y cado ladera abajo por la pendiente ruinosa decemento y hormign que intent escalar.

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    Cuando estuvo a slo un par de pasos reconociconfusamente una mata de pelos oscuros que colgaban sobreun montn de trapos sin cuerpo definido. Pareca haberseacurrucado sobre s misma, presintiendo su cercana. Pase la

    hebra de luz de la diminuta linterna sobre aquel cmulo deharapos y luego por el resto de la jaula. Ah estaba el plato decomida, intacto, rodeado de plidas manchas secas y aceitosas.Desde haca dos semanas era lo mismo: no coma y

    lloriqueaba permanentemente, y eso lo tena ms preocupadode lo que hubiera admitido, sobre todo por el avance de lainvestigacin y la permanencia del proyecto en la Zona del

    Gusco. Con lo precario que era an el desarrollo cientfico enel pas, en la Central no necesitaran grandes excusas paracortar toda clase de apoyo y abandonar a su suerte las lejanasAntiguas Provincias del Norte durante otro tiempo ms.

    Se agach junto a los barrotes y apunt la linterna hacia elcentro de la maraa de pelos color cobrizo desteido. No

    lograba verle el rostro, y la inmovilidad de su cuerpoacurrucado contra la otra pared de fierros aument suinquietud. Muerta?, pens. Y en respuesta a la preguntaformulada por su mente, el fardo inmvil se desovill

    bruscamente, con un leve y suave quejido, y de un salto setraslad hacia el otro extremo de la jaula en un movimientofugaz y felino que lo hizo retroceder, asustado. El hilo de lalinterna trastabill un segundo sobre el espacio vaco quequed frente a l, para reemprender inmediatamente la

    bsqueda. Ahora poda ver su cara. Se asomaba bajo lacortina de pelos sucios y gruesos como un animalito queolfatea el aire desde su madriguera. Haca eso? Olfatear?

    No. Ms bien lo miraba. Directamente a los ojos,reconocindolo. Poda hacer eso? Mirar y reconocer? Losojos ya no reflejaban la fiereza de los primeros meses, ahora

    tenan un fondo oscuro de velada tristeza. Tristeza? Esoera? Eso era. Era posible acaso? Recordaba antiguashistorias, transmitidas por la gente, sus padres y su abuela,sobre los Integrales y aoranzas de tiempos idos: una antigua

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    sociedad (qu tan antiguaen realidad?, poco ms de siglo ymedio acaso?) de no-dependientes, donde era posible salir a laluz del mundo exterior (hoy un desierto an inhabitable paraellos), una especie llena de fortaleza, salud, vigor y rudeza,

    pero tambin llena de profundos sentimientos humanos, tanhumanos como los de cualquier ser inteligente. Una antiguaespecie, la especie primordialdesde la que haba degenerado

    paulatinamente una especie nueva, frgil y endeblementeenfermiza, necesitada de dosis regulares desuero del chancac,que fueron reemplazadas paulatinamente por elCHKK, comolo llam finalmente el mundo cientfico: medicamentos e

    inyecciones en base al antiguo suero para poder sobrevivir.Los libros de la historia ms reciente, reconstituida desde haceslo un siglo atrs, hablaban de las primeras luchas por laobtencin del suero y del destino final de los ltimosIntegrales.

    Pero no eran los ltimos. Durante mucho tiempo leyendas

    de ciudades subterrneas habitadas por antiqusimassociedades de Integrales sobrevivientes, que de vez en cuandose dejaban ver por algunos incautos, haban sido slo eso parael mundo cientfico y para los historiadores, simples leyendas.Nunca hubo evidencia concreta que hiciera creble talessuposiciones. Los Integrales eran una especie extinta hacemucho. Decir que haban sido vistos o que existan an eracomo hablar de la existencia de los platillos voladoreso algoas. Hasta hace un ao. Fue cuando lahaban capturado enlas afueras de Gusco Siete y lahaban trado all.

    El olor de la chancaca segua ah cuando despert, ytambin el dolor: un fuego punzante en el costado y en lacabeza que la desgarr, sofocndola, en el momento en quecaa irremediablemente hacia aquel abismo de vaco y

    oscuridad. La oscuridad tampoco se haba ido del todo,aunque s las voces y los gritos. Pero lo que permaneca msque todo, con una fuerza casi insoportable, era el miedo. Poreso no se movi ni abri los ojos en seguida. Se qued

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    doblada sobre su vientre, tal como se haba reconocido alvolver de aquella negrura interior, y espi por debajo de las

    pobladas pestaas, como cuando nia en mitad de lashorrorosas noches de tormentas de arena. Tuvo la breve

    esperanza que despertara, igual que entonces, bajo el tibiobrazo de su madre, protegida por la clida oquedad delrefugio subterrneo, invadido por los distantes ecos de losvientos atravesando los tneles o el murmullo de unarespiracin o un ronquido cavernoso. Pero slo vio una tenuecerrazn, la leve sombra de unos barrotes y la opresivacercana de un cielo estrecho, que pareca pender sobre ella

    con su negra forma amenazante. Ms all de los barroteshaba luz, y la suave aura que derramaba se esparca sobrelas sombras del lugar y les daba extraas consistenciasrectangulares o cuadradas, arrancaba tenues lustresmetlicos a delgados recipientes de cristal y formasmetalizadas, y le permita percibir siluetas que parecanamontonarse contra la creciente oscuridad de fondo.

    Un sbito sentimiento de curiosidad se abri entonces ensu interior: una poderosa flor que despleg sus ptalosaromticos y exhal su esencia saturndole los sentidos. Elmiedo retrocedi ante aquella repentina rfaga y, por uninstante, el olor de la chancaca se volvi el plido residuo deun mal recuerdo. Sus prpados dejaron entrar ms de aquelextrao y nebuloso mundo que descubran de pronto, venidode viejas historias de infancia, y buscaron la procedencia dela luz, vidos, pero an sigilosos. Lo que vio entonces hizoque las oleadas de miedo se agolparan una vez ms contra sumente: una silueta delgada y frgil, como la de un adolescente

    plido y enfermizo, estaba sentada un poco ms all, frente ala luz. Su cuerpo estaba echado sobre una mesa larga yblanca, y pareca haberse roto sobre s mismo. Muerto?

    Haba muerto? No. Pareca dormir. Las manos, de unblanco transparente y venoso, lo mismo que su cara ante laluz, descansaban sobre el mesn, a ambos lados del cuerpo.

    El horror se inflam entonces dentro de ella ante aquella

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    visin y su boca se abri dispuesta a aullar y desgarrar lassombras que traan recnditos miedos aprendidos en nochessin luna, junto al fuego de una caverna.

    Eran igual que todas las manos, hbiles y perfectas, condedos largos y parejos, muy hermosas, a pesar de sudescomunal proporcin y la fuerza que reflejaban. Muydistintas de las suyas. En realidad todo era distinto en aquelcuerpo: la firmeza de los miembros, el porte, el color oscuro ycurtido de la piel. Haba hecho las correspondientescomparaciones la primera noche que la haban llevado, como

    el bulto de un gigantesco animal fuera de toda proporcinhabitual, y con el correr del tiempo fue descubriendo otrasms. Sin embargo, era en momentos de cercana como aquel,cuando iba a revisar el estado en que se encontraba, si habacomido, o cuando le dejaba algn alimento, cuando lasdiferencias quedaban en abierto contraste. Ms de una vezhaba introducido la mano para dejar el plato de comida o para

    retirarlo y ella se haba aproximado como para recibirlo, peroen realidad nunca lo reciba, slo pareca hurguetear en laproximidad de su cuerpo: en ese instante la mezquina luz de lalinterna alcanzaba a evidenciar la blancuzca delgadez de una

    piel como la suya, atravesada de sutiles venas azulinas yrojizas, la reducida consistencia de su cuerpo, casi transparenteen su delgadez, y la poderosa complexin de aquella anatomagil e incansable an dentro del estrecho espacio de la jaula;slo una vez sus manos se haba rozado, muy rpidamente,cuando se neg a que le retiraran un resto de comida y tom el

    plato con una habilidad y reflejos tan inesperados y bruscosque los largos dedos llenos de vigor alcanzaron a tocar lossuyos. Ambos se echaron hacia atrs, asustados por elrepentino contacto, pero la energa que le transmiti aquel

    breve toque le qued escociendo durante un largo tiempo, lo

    mismo que la mirada que le haba arrojado ella desde surincn. Sorpresa? Haba sorpresa en esos ojos al verlosaltar asustado como un nio? Sbitamente sinti que, en eseinstante, haba perdido algo, alguna forma de distancia que lo

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    mantena con cierta inmunidad ante esos ojos curiosos,recelosos y escrutadores.

    Casi no dorma. Vigilaba. Vea aquella silueta salida de

    un sueo moverse en aquella enorme jaula de la que nopareca querer salir, dentro del estrecho espacio que ledejaban las cajas e instrumentos apilados por todas partes.

    Lo senta acercarse a veces, mientras finga dormir, inclinarsea tocar con mano temblorosa y con cautelosa suavidad suscabellos o el dorso de su mano. O acercar el plato de comida

    y el recipiente con agua cada dos das con precisin casi

    religiosa. Ella se encoga sobre un rincn esperando sucercana. El olor de la chancaca inundaba entonces suspulmones, que comenzaban a respirar con leve dificultad yagitacin, pero lentamente iba cediendo a la fascinacin,acercndose a oler siempre un poco ms, hasta quedar amenos de un brazo de distancia, tan al alcance, sintiendoaquella respiracin entrecortada mientras se quedaba quieto

    por un frgil segundo (tan frgil como aquel cuerposemitransparente) ante su proximidad de fiera enjaulada. Enla ciega oquedad de aquel encierro su antiguo terror ya casihaba desaparecido. Se haba ido desvaneciendo con el pasode los das y los meses desde aquella vez, cuando un leve rocede sus dedos lo haba hecho saltar, linterna en mano, lleno detemblorosos presagios, igual que a ella. Igual? Era igual?No. Igual no. La brevedad y delgadez de aquel cuerpoaparecan de pronto ante sus ojos como la quebradizaagitacin de un nio, cuya mirada pudorosa, plagada delejanos destellos de pavor, amenazaba con abrirse espantada,luchando por escudarse en una precaria firmeza que quizsno exista. En realidad no exista? Quizs. Slo quizs.

    Desde entonces descansaba con la ansiosa inquietud, casi

    dulce por momentos, de la espera. Pero qu esperabaexactamente? Un olor en el aire tal vez, una insignificante

    partcula de lucidez que le indicara el momento preciso paraejecutar la accin precisa. Cul sera? Huir quizs?

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    Gritar, aullar, llorar para siempre o simplemente morir?Era ese exquisito sabor de la incertidumbre plagada denuevas certezas y presagios. Lo senta cada vez ms prximocuando l la miraba desde la lejana luminosidad de su mesn,

    buscndola con dolor?, afliccin?, en la oscuridad dondeella haba comenzado a hilar un silencio obstinado,angustiante y poderoso. Esperaba. Silenciosa. Cuando l seacercaba furtivamente en medio de su sueo y estiraba su

    frgil mano temblorosa para tocar antiguas fantasas,polvosas aoranzas, igual que ella. Igual? Era igual? Talvez. Sueos donde la luz de la luna arda con la templanza de

    una aurora ancestral, distorsionando lneas y distanciasinsalvables, ahora prximas y palpitantes, justo sobre dosmanos que se tocaban o dos sombras que se rehuan slo paraencontrarse en lo fugitivo de algn anhelo innominado. Qu

    sera? La piel acaso? El aroma de la piel (chancaca), elroce de la piel en su inquieto temblor (miedo?) aromtico?

    La delicada textura de un sueo palpitante de frgiles roces.

    De pronto record que todava estaba ah, encuclilladofrente a la jaula, mirando esos ojos que ya no ardan con elfuego del odio y el miedo, sino con el brillo tenue y apagadode la melancola, un dulce cncer del alma carcomiendo fibratras fibra la poderosa consistencia del ms frreo espritu. Nolo saba l acaso? S, lo saba. Ella no se haba vuelto amover.

    Se levant lentamente, como si despertara de un brevesueo, pero el dolor que sinti sbitamente en lasarticulaciones le record que haba estado ms tiempo delnecesario en aquella posicin. Apag la pequea linterna y sela guard. No la necesitaba para volver, el radio de luz de lalmpara segua titilando ms all, sobre el recodo del largo

    mesn, donde montones de papeles exigan su presencia. LaComisin Examinadora deba estar llegando dentro de esasemana, a ms tardar el viernes. Tres das, pens, y undiminuto gusano de inquietud se revolvi en la base de su

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    estmago. Era la primera vez que veran el descubrimientoysu trabajo; no haban dicho nada, pero lo ms seguro era quequisieran seguir los estudios en la Central, en un verdaderolaboratorio con verdaderos cientficos. Cuando lleg al

    mesn y volvi a tomar posicin se sinti infinitamentecansado para continuar. Cansado? Cundo haba sido laltima vez que haba notado el cansancio en realidad? Diouna ltima mirada hacia la profunda oscuridad desde la quehaba regresado y donde ella pareca palpitar, invisible ymuda, haciendo sentir su presencia casi en un alarido desilencio, como si presintiera su inevitable destino. Un largo

    bostezo se apoder de su garganta y brot irreprimible. Antesde acomodarse sobre el breve espacio que le dejaban lospapeles, vislumbr la jaula en un fugaz chispazo mental, comohaca automticamente cada noche antes de caer rendido sobresus antebrazos, y tuvo la nebulosa sensacin de que algo habaquedado pendiente esta vez. Qu era? La comida, el agua,no haba cambiado el agua, y si ella se mora de sed...?

    Ridculo. Y apenas formul ese pensamiento se hundi en lamaraa del sueo, en la tempestad en que lo envolvaninsospechadas fantasas onricas noche tras noche desde no

    presenta qu momento, hilando mundos de recndita infancia,donde historias maravillosas iban dando forma a seres casialados, poderosos, inquebrantables pero frgiles, de largas ynveas manos, cabellos sedosos y largos, cuerpos perfectos yvigorosos, listos para saltar sobre su dbil figura y asfixiarlocontra dos pechos redondos y fragantes de un sudor con gustoa sal y tierra, no marchito an por el dulzor almizclado yenfermizo del chancac, no, antiguos seres ms all de todahermosura, de curtida y lozana piel, de labios carnosos ytenaces como la muerte. En la oscura reminiscencia deaquellos sueos evocaba el tenue contacto de esa otra piel,entonces sus manos y toda su alma se abran en busca de aquel

    roce, no slo en sueos, tambin en la vigilia de noches comoaquella. Sin que su mente se atreviera a entender el verdaderoy profundo resorte de ese viejo anhelo de infancia, seaventuraba en la negrura de aquel rincn, donde el vestigio de

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    su sueo yaca, y estiraba sus quebradizas manos,estremecindose de temor y ansias, para tocar, para llamarlahacia s aunque fuera susurrando ininteligibles palabras. Lassusurraba ahora, en mitad de aquel sueo? Se dejaba ir hacia

    la boca de esa oscuridad para sentir sus cabellos y su piel?Dnde estaba? Estir una vez ms las manos dentro de laniebla de aquel sueo (era en el sueo o era ahora l,movindose a travs de las sombras, inclinndose, cada vezms cerca de aquella respiracin?) y sinti la electrizantecalidez de esas manos aferrndose a las suyas. No te hardao, pens. O tal vez el susurro brot en la oscuridad como

    brota una advertencia, porque de pronto record esa insidiosasensacin de lo que haba quedado pendiente. La jaula?Haba cerrado la jaula? Pero la poderosa suavidad deaquellas otras manos se haba adueado ya de su cuerpo, quese comprimi como un endeble fruto henchido por la dulcefragilidad de la madurez. Sinti el doloroso crepitar de unaliento sobre su cara y sonri, dichoso, antes de hundirse de

    nuevo en la oscuridad.En la ominosa consistencia de aquel sueo antiguo ella

    corra. Se abra paso a travs de la oscuridad donde losviejos terrores se despojaban de su empolvada careta

    paralizante y los miembros, potentes y libres al fin, volvan aarrojarla fuera de su cautiverio en una noche de luna llena.

    Entonces, en mitad de aquella carrera de libertad senta lacercana vigilante de una silueta etrea venida de aquellasviejas historias, su pulso se aceleraba (se estaba acelerandoahora?) mientras perciba su cercana. Y de pronto descubraque era ella la que se mova, en una danza de enloquecedoraalegra desatada, hacia la frgil figura reclinada sobre smisma, all, en el fondo del paisaje lunar. Soaba ahora?Era su cuerpo el que pasaba hacia aquella libertad una vez

    ms, ms all del umbral de su cautiverio? En la bocaluminosa de aquel sueo lunar ella haba traspasado labarrera del miedo, como si la frrea consistencia de esabarrera ya no existiera. De pronto fue el anhelo en mitad de

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    la noche iluminada de luz celestial, donde ella engulla aaquella figura endeble bajo la firmeza de sus brazos curtidos y

    firmes. El olor de la chancaca desparramndose por sobretodas las cosas del mundo, all en su sueo (ahora, aqu,

    libre al fin?) y el gemido de dolor o de placer, su mente ya nolograba percibir la diferencia, emanado de aquellos labiostersos, casi infantiles, fue el anuncio final de aquel breveencuentro y de un despojo blanquecino cayendo a sus piesmientras ella reiniciaba la carrera hacia la libertad, haciauna libertad ya sin luna, ya sin sueos, donde su mirada erabarrida por un diluvio ardiente de tristeza, soledad?, era

    posible?, sin roces de manos suaves, ni temblores en laproximidad de una noche vaca de luz, anegada de lluvia,hacia la que se desliz sigilosa y furtiva para siempre.

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    La lluvia sigue cayendo. Cae en goterones pesados quehacen doler encima de la ropa y en la piel desnuda. No meimporta. Siempre es as aqu, igual que el olor: se mete en lasnarices como el pasto recin cortado, ese que hay en ellaboratorio de ciencias del colegio en una vitrina de cristal.

    As debe oler el mar, un olor pesado que taponea las narices y

    que ahoga, pero que igual llena los pulmones y los haceinflarse y bajar, inflarse y bajar, ms rpido cada vez, porqueda hambre de tanto olor.

    Todo huele igual aqu. Cuando llueve. Entonces escuando salgo. Cruzo la zona ms ac de la barrera decontencin y la maleza que se junta en los bordes del Domo 4

    y salgo por el tnel que alguna pandilla hizo por debajo dellmite. Slo las pandillas salen al exterior, dicen que aaspirar oxgeno puro que contrabandean en los lmites de lasCiudades Domo. Mam dice que es peligroso salir. No slo

    por las pandillas, tambin por el aire. Hace que la gente seponga enferma y muera. Pero yo s que no es cierto, si nocmo an no me he muerto? Eso le digo a mam, que esmentira todo lo que dicen los profesores y las noticias, pero

    ella est convencida, igual que el resto. Me da lo mismo.Igual vengo cada vez que llueve y espero. No me importaesperar. No me da miedo estar solo aqu, a la orilla del Domo

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    y esperar. Nadie viene cuando llueve. Slo yo. Yo y a lomejor

    Pero hay que tener paciencia. Eso dice el Padre Gutirrez

    en la clase de religin. Que con paciencia se llega al cielo. Ymiro al cielo, harto, a ver si lo veo bajar algn da. Aunque la

    primera vez que lo vi no baj del cielo ni nada parecido.Tampoco tena alas ni esas cosas que dicen. Estaba paradoah, justo en esa roca, muy cerca. Me asust porque su

    sombra casi tapaba la luna que haba salido despus de lalluvia (la luna es redonda y muy blanca despus de una lluvia,

    como una cara recin lavada). Lo vi muy claro. Su cuerpo,sus manos, el color de su piel. Era como en las historias delCielo y la Tierra: un gigante que cubra el firmamento yestaba a punto de rugir encolerizado, listo para la destruccinde los pobres mortales de piel blanquecina y venas azules.Sus manos habran aplastado nuestros frgiles cuerpos ytrado la desolacin divina. Pero no rugi. Se qued ah

    parado, esperando. Mirando. Igual que yo.Fue una eternidad. El tiempo que estuvimos mirndonos.

    Tal vez pasaron millones de aos, las estrellas giraron en elcielo en ciclos infinitos y la tierra envejeci y volvi a renaceruna y otra vez antes del primer parpadeo de mis ojos y de los

    suyos, antes de que su boca se abriera, un poco, casi nada, yhablara. O quizs no habl. Quizs slo fue el viento entrelas malezas, el sonido de algn animal salvaje, de esos quedicen que merodean por las afueras de los Domos. No s.

    Pero fue una eternidad. S. Brot de sus ojos, como dice elPadre Gutirrez que brota de los ojos de los que han visto elrostro de Dios. Y se esfum. La luna volvi a llenar su figuraque ya no estaba y su luz me dio en plena cara. Entonces

    sent el vaco de su presencia y mi boca se destap como un

    conducto obstruido por demasiado silencio. Como si hubieradejado de respirar por siglos y siglos y de repente me dieracuenta No estaba. Hund los ojos en la oscuridad quevolva a elevarse aqu y all: sombras de nubes que le

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    brotaban a la luna una vez ms antes de cubrirla parasiempre. Pero no estaba.

    El Fermn dice que es el oxgeno, que a veces hace ver

    cosas, y que por eso me voy a morir de estas costras tan durasque se me hacen en el cuerpo y en la cara, por salir de los

    Domos y respirar oxgeno puro, que soy un adicto y por esoveo alucinaciones. Como si l no fuera tambin un Recesivo.Todos lo somos; por eso vamos a la misma escuela, para queno contagiemos a los otros, dicen, como si el color de la piel

    se contagiara. El Padre Gutirrez dice que slo la gente tonta

    piensa as, eso le digo al Fermn, pero l se re y dice que nosvamos a morir, que nos estamos pudriendo, por eso se nospone oscura y spera la piel, igual que cuero de cocodrilo.Cuando le cont lo del Arcngel tambin se ri. Dice que a lomejor me estn llamando o que ya debo estar volvindomeloco. A lo mejor es verdad que somos adictos al oxgeno

    porque nacimos as, con estas manchas color caf y duras, por

    eso se nos hace ms difcil que al resto respirar el aire de losDomos y tenemos que dispararnos dosis de oxgeno y chancacpara no morirnos asfixiados cuando nos vienen esos ataquesde asma tan terribles. Es por el color de la piel. Igual que lade los Arcngeles que describen las historias del Cielo y de laTierra que nos cuenta el Padre Gutirrez. El Fermn dice que

    son mentiras, que no hay Arcngeles y que si los hubieratendran la piel blanca y transparente y no tostada y duracomo piedra. Qu sabe l.

    Yo s. Por eso salgo todas las noches de lluvia y me sientoaqu afuera. En la oscuridad las gotas brillan como lneas de

    plata a la luz de los Domos: Gusco 7, Gusco 9, y ms allGusco Central. En noches as las Ciudades Domos parecenburbujas de luz infladas sobre la arena hmeda, ahogadas por

    la maleza negra y apretada que crece en sus bordes. Entoncesmiro hacia el cielo y espero. La lluvia sigue cayendo sobre micuerpo. Doliendo. Quemando dentro de mis ojos que buscanuna luna de plata ennegrecida por la sombra de unas alas,

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    con un grito silencioso amordazando mi boca, mientras mehundo en la eternidad de unos ojos que han visto a Dios.

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    Caza menor

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    Ahora va a levantar los ojos y lo va a ver. Entoncessuceder. Ser como ahogarse en una inmensidad sin tiemponi espacio, igual que cuando se aspira demasiado oxgeno yuno parece hundirse en un pozo voraz e interminable, perodelicioso. Una intoxicacin.

    Camina

    le digo.Y aunque le doy la espalda y avanzo casi sin prestarle

    atencin, s que sigue junto a la compuerta de salida, mirandoel cielo con la boca abierta, sintindose perdido en esainmensa fosa oscura plagada de semillas luminosas que se abresobre su cabeza.

    Avanza, mierda! le grito, sin volverme. Opirdete!

    Lo siento correr para alcanzarme. Da un tropezn al llegary lo miro a la tenue luz de la luna que an no se asoma: unacosa delgada y nerviosa que me sonre como un estpido.Apenas se le notan los ojos detrs de la mascarilla y el

    uniforme parece que le quedara grande, igual que el arma.Tendr la edad reglamentaria? Es lo peor. Que la Centralhaya empezado a reclutar nios por debajo de la mayora de

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    edad y, para terminar de cagarla, que nos obligue a salir conellos en los reconocimientos de rutina. No es ningn chiste elasunto. Creern que lo es? Cierto que las zonas asignadas

    para los casos de entrenamientos de reclutas son generalmente

    las menos peligrosas y rara vez ocurre algo extraordinario,pero ltimamente las apariciones casi se han triplicado encomparacin con el ao anterior.

    Esa es nuestra zona le digo, indicando los montculosrocosos que se ven adelante.

    Pero l est otra vez con la vista pegada al cielo. Cabro demierda.

    Espablate, mierda! grito, descargndole unmanotazo en la cabeza.

    El golpe lo hace saltar y me mira asustado, protegindose

    con las manos. Tan blancas y venosas. Ni una pizca delgenrecesivo. Es lo peor.

    No se te ocurra volver a distraerte! le advierto,acercndome. Aqu hay que estar atento! Entendiste?

    Mueve la cabeza muy rpido, tratando de disimular el

    miedo. Tambin hay rabia en sus ojos. Eso est bien. Rabiaes mejor que miedo. Mucho mejor. Sobre todo en estosparajes y a estas horas de la no