El Sujeto de La Suprema y Plena Potestad en La Iglesia

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Articulación interna entre Tradición-Escritura-Magisterio: DV 8.9.10. Anexo 23 DV 8: - “lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.” - Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas” - la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios. - Por esta Tradición (…) Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo. DV 9: - Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas DV 10: - La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. - Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. - no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado

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Breves nociones sobre la cuestión acerca del sujeto que detenta la suprema potestad magisterial en la Iglesia

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Articulación interna entre Tradición-Escritura-Magisterio: DV 8.9.10. Anexo 23

DV 8: - “lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.”

- “Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas”

- la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.

- Por esta Tradición (…) Dios, que habló en otro tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo.

DV 9: - Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas

DV 10: - La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia.

- Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo.

- no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado

-La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.

Estos numerales nos sirven de introducción para hacernos ver la riqueza del mensaje cristiano y la inaferrable libertad de Dios para comunicar su mensaje.

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Con esto, tenemos que el contenido de nuestra fe es un mensaje revelado, por lo que la Escritura cobra un grado de importancia tal por ser la esencia de un testimonio cuyo fundamento último se encuentra en la autoridad divina.

No obstante, dada la limitación humana, en contraste, se encuentra el hecho de que el campo de visión de la verdad ya dada se va ampliando, partiendo de unos primeros testigos directos (los apóstoles) que constituyen la gran Tradición, palabra que significa entrega o transmisión, la cual a la vez traduce “el principio mismo de toda la economía de la salvación” , no proveniente de la nada, sino antes bien “desde su primer origen, (…) Dios (…) por procesión, de la divinidad misma del Hijo y del Espíritu Santo” ; por consiguiente, “la economía comienza mediante una entrega o Tradición divina; y continúa en y por unos hombres que Dios eligió y envió para ello” , la cual se da en la sucesión de las generaciones.

En este sentido, considerando que, como afirma Congar, en su primer momento, la entrega, el tiempo de la Revelación, la Tradición es única y ha sido realizada de una vez para siempre; sin embargo, en una segunda ocasión, es la presencia activa de Dios, sujeto original, que actúa en los profetas, en Cristo y los apóstoles, sujetos transmisores por ser testigos (los apóstoles de los profetas, los profetas de Cristo y Cristo del Padre), cuyo cargo ocupa hoy la Iglesia (la jerarquía con la autoridad divina de conservar, explicar y definir auténticamente la Tradición , junto a los fieles, conservadores y transmisores por actos y gestos de fidelidad, organizados corporativamente).

Así visto, la fuente es Dios mismo, que envía a Jesús, y le comunica su autoridad para realizar la misión, anticipada por los profetas, continuada por los apóstoles y, luego, por la Iglesia, no por inerte impulso sino por el del Espíritu Santo, sujeto de la Revelación contenida tanto en la Sagrada Escritura y la Tradición, fuentes de las que, aún apreciándolas y juzgándolas, depende el Magisterio, no estando por encima ni fuera de ellas, sino a su servicio, asistido precisamente para conservar y definir la fe de la Iglesia juzgando en el sentido de que aprecia si es verdaderamente de la Iglesia; no obstante, tan pronto como la reconoce se somete a ella, tomándola por su propia regla interior, análogamente a la conciencia que se somete al bien después de haberlo discernido.

Con una única fuente, un único sujeto, un único mensaje, la Escritura, la Tradición y el Magisterio guían a la Iglesia inseparablemente unidos, pues viniendo de la misma raíz no pueden contradecirse.

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El sujeto de la suprema y plena potestad en la Iglesia: ¿Uno o dos sujetos? (LG 22b)

Si bien es cierto que, partiendo del hecho de que a la Iglesia, como pueblo se le ha entregado el Deposito de la fe, por lo cual, como afirma Congar, “todos los cristianos, en cuerpo, son responsables del cristianismo (…) portadores y transmisores del cristianismo o del evangelio de generación en generación”1, de lo que se sigue que este mismo Pueblo de Dios “es custodio eficaz de la Revelación, testigo de la fe, e incluso, sujeto de una profundización y un conocimiento progresivo del mensaje”, presupuesto en el que radica la fuerza del sensus fidei y de su valor magisterial, no obstante se ha de recurrir a la distinción que hace el mismo Yves Congar entre la simple transmisión, tarea que atañe a todos, y conservar y explicar auténticamente el depósito apostólico del evangelio, que consiste en el colegio de los obispos unidos al Papa, vale decir a la jerarquía.

Así visto, fieles y jerarquía forman, corporativamente, el sujeto de la tradición. Ahora bien, considerando el sensus fidei como expresión de la autoridad de los fieles que está bajo la acción directa del espíritu que lo hace infalible, junto al hecho de que los obispos, como legítimos sucesores de los apóstoles, “son los maestros (magister) auténticos, es decir, dotados de la autoridad de Cristo”2, entendiendo el Magisterio como oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o transmitida y cuya autoridad se ejerce en nombre de Jesucristo, se destaca que estos, siendo titulares de tal oficio, viviendo el testimonio vivo de la fe, ejercen una función confirmativa, crítica o explorativa en línea de vigilancia del sensus mencionado, por lo que ello constituye un Magisterio en sentido estricto.

Con este panorama, el colegio episcopal es “sujeto de la suprema y plena potestad sobre la universal Iglesia”3. Sin embargo, el apartado b del numeral

1 Congar Y., Tradición y Vida de la Iglesia, Cap. II2 LG. 25.3 Lg. 22.

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22 de la Lumen Gentium, uno de los textos más discutidos durante el concilio, coloca esta afirmación después de propugnar que el Romano Pontífice tiene tal potestad, “que puede siempre ejercer libremente”, “en virtud de su cargo de Vicario de Cristo Y Pastor de toda la Iglesia”, siendo así que el Colegio Episcopal “no tiene autoridad sino en comunión con el Romano Pontífice”, ante lo que la respuesta a la inicial interrogante parece ser que hay dos sujetos de la potestad: uno que la ejerce por si mismo (el Papa); otro que la ejerce bajo una autoridad (el colegio episcopal)

Sin embargo, la misma Constitución colma esta laguna al afirmar que habiendo dado el Señor a Pedro el oficio “de atar y desatar, consta que lo dio también al Colegio de los Apóstoles unido con su cabeza (Mt. 18, 18; 28, 16-20)” de tal manera que, considerando que el primado del Papa se enmarca dentro de este colegio, del que es portavoz, en esta realidad se expresa la variedad y universalidad del pueblo de Dios ya que está compuesto por muchos, así como también su unidad, por estar agrupado bajo una cabeza, cuya preeminencia es considerada por derecho divino, la potestad en cuestión no es propia en sentido individual sino colegial, siguiéndose de esto que existe un solo sujeto magisterial, que actúa de dos maneras: o con un acto propiamente colegial, o con un acto del papa como cabeza del colegio, siempre en profunda comunión jerárquica, bajo la guía del Espíritu Santo que “robustece sin cesar su estructura orgánica y su concordia”4

Génesis histórica y configuración del Magisterio Supremo: datos.

Una cosa es que la terminología y la formulación explícita hayan hecho su aparición en una fecha relativamente tardía, y otra cosa es que la convicción haya

surgido de modo inopinado y sin contacto con la memoria históricade la conciencia creyente. La perspectiva histórica hace ver que determinadas convicciones se van desarrollando y desplegando al ritmo de las circunstancias históricas.

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Pero precisamente por ello resulta difícil, como en el caso del primado, fijar el autor o el momento exacto de tal eflorescencia. Es la vida de la Iglesia, bajo laguía del Espíritu, la que lo va exigiendo de modo paulatino pero gradual.

El carácter infalible, en cuanto irreformables y vinculantes, de los concilios afloró relativamente pronto en la conciencia eclesial. Los obispos, reunidos en concilio, como sabemos, eran considerados como órganos del Espíritu y jueces/testigos de la fe. Algunos concilios, como el de Nicea, se convirtieron en punto de referencia necesario, incluso parecían intocables e insuperables. Posteriormente se relativizó el «monopolio» de Nicea, pero el carácter de expresión máxima de la fe eclesial se amplió a otros concilios (que serían considerados como «ecuménicos»). Hasta el siglo ix sin embargo no seatribuyó explícitamente la infalibilidad a las decisiones de los conciliosecuménicos. Ello fue obra del obispo y monje Teodoro Abu Qurra, autor del primer tratado sistemático sobre los concilios, considerados por él de institución divina y no meramente eclesiástica.

La atribución de la infalibilidad personal al obispo de Roma siguió un proceso más lento. Sus raíces, sólidas y antiguas, no pueden ser otras que el carácter peculiar de la Iglesia de Roma. Ya desde el siglo III se toma la idea de Rom 1,8 para alabar la fidelidad de la comunidad romana en la salvaguardia de la tradición apostólica. Ya en el siglo v Teodoreto de Ciro expresa su convicción en la pureza de la Iglesia romana, que nunca ha errado, que siempre ha estadolibre de toda contaminación de herejía, «y en la cual nadie se ha sentado que haya pensado lo contrario, sino que guardó intacta la gracia del apóstol»5

A partir del siglo VI se profundiza en esta convicción sin referencias a decisiones infalibles puntuales sino a la conservación de la fe. No se piensa directamente en el papa pues era tesis aún existente de la posibilidad de un papa hereje.

5 Teodoreto de Ciro

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En los siglos XII Y XIV los teólogos van insinuando, respecto al papa, no solo la conservación pasiva de la fe sino su papel activo en la fijación eclesial. Por esto, el Aquinate y el Concilio II de Lyon reconocen la autoridad papal en la determinación de dogmas de fe.

A FINES DEL XIII, el franciscano Pedro Juan Olivi aplica al papa el término inerrabilis buscando defenderel carácter irreformable las decisiones de Nicolas III a favor de la pobreza; otros apelaban a la plenitudo potestatis y en el XIV Guido Terrini introducirá infalible en su obra sobre el Magisterio Inefable del Romano Pontìfice, defendiendo la autoridad papal para definir cuestiones de fe a ser creídad por tdos los cristianos con fe firme, reflexión que se estanca hasta el XV.

Ante el conciliarismo exacerbado se insiste en que los concilios pueden equivocarse como ocurrió con Basilea, de modod que no pueden ser seguridad última, que sólo puede provenir del papa. Así, una decisión conciliar debería ser aceptada incondicionalmente sólo si era confirmada por el papa. Antonio Cannara, jurista, defiende que un papa hereje no puede ser sometido a juicio. Esta cuestión se fue ampliando sin anular la tesis latente del papa herético, por lo que perder+ia su ministerio. Ante esto, Antonino de Florencia a mitad del XV arguye una distinción mediadora: el papa puede errar “en cuanto persona singular, actuando por propia iniciativa”, pero no “si recurre al consejo de la Iglesia universal y busca su ayuda”.

Con esto, el Vaticano I desarrolla plenamente la infalibilidad del papa, respondiendo a la dinámica de la fe que se plantaba ante las controversias de la época. En este sentido, desde la perspectiva del servicio de la verdad, al papa se le reconoce “la suprema potestad del magisterio”, siguiéndose de ello su servicio a la unidad, ministerio que no podría cumplir si su testimonio no se basara en la verdad, en el “carisma de la verdad y la fe nunca deficiente”

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La asamblea del clero galicano en 1682 ya postulaba la necesidad del consentimiento eclesial para la irreformabilidad de una decisión papal. Así, se evitó convertir la infalibilidad del papa en privilegio exclusivamente personal o extra ecclesiae, pero también el hecho de que se pudiera apelar al concilio contra el papa o la exigencia jurídica del parecer eclesial para la legitimidad de las afirmaciones papales, por lo que se finiquita que el papa participa de la infalibilidad de la Iglesia, cuya causa es la asistencia del espíritu santo, de un modo especial que no consiste en una inspiración nueva sino en un carisma para defender la integridad de la Revelación por una asistencia sobrenatural que lleva a la no equivocación eclesial, la cual no es absoluta sino, antes bien, condicionada y limitada, bajo la Revelación y el derecho natural.

Con este panorama, dada la convicción del primado y la infalibilidad personal de este en el seno de la comunidad, LG 25 destacará que el Romano Pontífice es “supremo pastor y maestro de todos los fieles a quienes confirma en la fe” “maestro supremo de la Iglesia Universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma”, vale decir, el Papa ejerce el Magisterio Supremo, pero no sólo él sino también los obispos juntamente con su Persona como Sucesor de Pedro.

Infalibilitas in credendo.

Consisteee en que los fieles tienen la unción de Cristo, por lo que no pueden, como pueblo, fallar en su creencia, deduciéndose que se trata de un sentimiento sobrenatural de la fe, suscitado y conservado por el Espíritu Santo, presente desde los obispos hasta los seglares, por el que se asienta, universalmente, en las cosas de fe y costumbres. Presupuesto es que la permanencia en la verdad ha sido prometida a la Iglesia entera y, aunque se ha hecho hincapié en la función magisterial del papa y los obispos, es el dato del que parten la mayoría de teólogos al hablar de la infalibilidad de la iglesia.

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Se designa con el con el “in credendo” para diferenciarla de la “in docendo”, propia de los pastores, lo cual no implica contraposición porque los pastores también son creyentes y todo bautizado puede enseñar. No es infalibilidad pasiva sino que, como todo don de Dios imprime dinamicidad, por lo que se le llama “sensus fidelium”

El testimonio de fe es comunitario. Es el «nosotros» de la Iglesia quienconfiesa el credo. La función del magisterio de los pastores no puedeacontecer más que en el seno de la comunión del pueblo creyente ycomo servicio a la ortodoxia del conjunto de los creyentes. El sensus fidei implica una dimensión subjetiva (personal ) y una objetiva (de la fe) en cuya confluencia se da un proceso de comprensión, de actualización y de manifestaciones de la fe, que va tomando cuerpo en diversas expresiones históricas (culto, devociones, arte, oraciones...), cuestión que no significa una intervención paralela a la de los pastores sino de un sentido dentro de la comunión jerárquica por lo que pueden y deben cooperar (LG 33)