El Tiempo de Los Heroes - Javier Reverte

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  • A Chelo

  • Los dioses tejen desgracias y matanzas para que a las generaciones de los hombres no les faltequ cantar.

    El rey Alcinoo, en el canto VIII de la

    Odisea, HOMERO

    Canto al hroe y a sus hechos de armas

    Comienzo de la Eneida, VIRGILIO

    Mustrame un hroe y te escribir una tragedia.

    FRANCIS SCOTT FITZGERALD

  • 1

    En los muelles del dolor

    Los hombres han estado siempre perdidos y lo estarn siempre; sobre todo a propsito de lo queconsideran que es justo y lo que es injusto.

    LEN TOLSTOI , Guerra y paz

    Aquel medioda de comienzos de marzo de 1939, bajo un cielo de fango, elmar escupa un oleaje furioso y el viento golpeaba con saa las palmerasdel paseo del puerto de Alicante, obligando a sus largas hojas a simularaplausos, como si se burlaran del dolor de la multitud que, herida por elmiedo, se agolpaba en los muelles.Nunca, desde muchos aos atrs, el Mediterrneo haba mostrado unaapariencia tan huraa y lgubre como la de aquella jornada en la bahalevantina. Casi siempre resplandeciente, el mar latino pareca ahoraanunciar el fin de una edad armoniosa y la alborada de un tiempo depesadumbre. Sucedi as cuando cay Troya ante los aqueos o cuandoRoma se rindi a los brbaros? En las explanadas cercanas a la mar endonde acampaban miles de soldados y civiles hurfanos de casi todaesperanza, cualquier presagio maligno se converta en certeza dentro delabatido corazn de las gentes. El paisaje y la multitud componan elamargo lienzo de la derrota. Sobre los espigones, bramaban las olas alromperse, y los hombres y mujeres temblaban de fro, abrazados por el airehmedo del invierno.Un joven soldado, recin salido de la adolescencia, miraba alrededor,perplejo y temeroso. Le haban movilizado apenas dos semanas atrs ysali de su casa de Elda con la poca ropa de abrigo que su madre pudoreunir hurgando en los armarios en donde se guardaban las vestiduras desus hermanos mayores. Se integr en una compaa de algo ms de cien

  • hombres jvenes, junto a unos pocos veteranos de varias batallas. Aprendien dos das a desfilar con paso torpe y a disparar con poco tino. A l lehubiera gustado vestir un uniforme, pero todo el equipo militar que recibifueron el ajado morral de un soldado cado en combate, una manta despero pao oscuro, un correaje con cartuchera, un tahal con bayoneta y ungorro cuartelero con borla negra. Su arma era un mauser de cinco balascon el alza algo averiada y al que le faltaba el portafusil. El joven soldadolo haba sustituido por una cuerda de esparto que comenzaba adeshilacharse y le araaba el hombro.Tambin haba empezado a fumar en esos das el recio tabaco de picaduraque reciba a diario de intendencia y que, al principio, le provocaba tos yleves mareos. Pero pensaba que fumar le hara parecer ms hombre antelos otros. No obstante, al mismo tiempo, se senta algo ridculo por elhecho de calzar alpargatas. Cmo se puede ser soldado y no llevar botas?El muchacho descansaba sentado en un banco de piedra, cerca de laestacin, de espaldas al mar, y aspiraba el humo del cigarrillo con ciertaansiedad. Era un chico flaco, de estatura media y aspecto desgarbado, unhombre an por hacer. El pelo castao claro le caa lacio sobre las orejasdejadas al aire desde el borde del gorro cuartelero, y en su rostro casilampio punteaban algunas espinillas adolescentes. Tena la nariz larga yganchuda y los ojos teidos de un azul desvado. Pese a su frgilapariencia, haba en el chico un aire difuso de virilidad, lo que presagiabaque, en cuatro o cinco aos, podra convertirse en un hombre apuesto.Su batalln lo formaban dos menguadas compaas de infantera, algo msde doscientos hombres. Tambin se haban desplegado en la zona portuariaotros dos batallones llegados de Alcoy. La misin de todos ellos era laproteccin del puerto, adonde iban llegando desde semanas atrs caravanasde refugiados civiles, restos de regimientos vencidos en los combates deAndaluca, La Mancha y Levante, y funcionarios y polticos de laRepblica. El joven soldado se preguntaba si l mismo y sus compaerosno eran tambin refugiados. Sin airosos uniformes y provistos de viejosfusiles y escopetas, no ofrecan el aspecto de ser capaces de proteger anadie, ni siquiera a ellos mismos, y ms bien parecan una rufianescaarmada que trataba de escapar de la justicia que un cuerpo de ejrcitoformado por hombres disciplinados. Casi no reciban rdenes de losmandos y, en definitiva, constituan una tropa fatigada y sin nimo delucha. Qu haran si llegaban las avanzadillas de Franco antes que los

  • barcos prometidos para la evacuacin? Decan que desde el norte bajaba ladivisin italiana del general Gambara y que los nacionales avanzabandesde Castelln, con varios regimientos de los temidos moros regulares ybatallones de voluntarios requets y falangistas bien armados. El soldadose preguntaba si sera capaz de combatir cuando llegaran. Miraba a losveteranos y sus rostros entristecidos no le infundan valor.Tir el cigarrillo, lo aplast con la suela de la alpargata y mir hacia laciudad, que trepaba hasta las murallas rojizas del viejo castillo musulmn,alzado sobre el roquedal de Benacantil. A los pies de la loma, en la lejana,algunos altos edificios de la zona del mercado mostraban sus techosdesmochados por los bombardeos de los aviones italianos de los ltimosmeses. Ms cerca, prximas al mar, en el paseo azotado por el viento,decenas de palmeras aparecan cortadas a medio tronco, acuchilladas por lametralla, y otras yacan en tierra, con las races al aire, arrancadas de cuajopor las bombas, sus largas hojas moribundas desparramadas por el suelo.Muchas de las casas que se alineaban junto al paseo, dando frente alpuerto, no eran ms que montones de escombros, mientras que otrasmostraban hondos agujeros en sus fachadas. Y a pesar de ello, cientos depersonas llegadas desde los pueblos de Andaluca, Levante y el sur deCastilla buscaban refugio y montaban sus guaridas entre las ruinas. Lossoldados derrotados y los civiles sin esperanza se mezclaban en aquellosespacios en donde, hasta pocos meses antes, hubo alegres cafetines queocupaban hombres y mujeres embarcados en el disfrute de la sensual brisamediterrnea.En las explanadas del puerto, surgan por todas partes tiendas de campaay chabolas construidas con cartones y lonas, que formaban un decrpitodecorado extendidas al pie de los suntuosos edificios de la Aduanaportuaria y de la Comandancia de Marina. Ardan hogueras aqu y all, y alsoldado le llegaba el olor de las fritangas de aceite rancio. Y tambin eltufo de gasoil quemado de los camiones atestados de soldados harapientosy de los coches con funcionarios y polticos. Vena con ellos unaturbamulta de carros tirados por burros y mulas, atiborrados de viejos demiradas vacas, de mujeres agotadas y nios cansados. El Mediterrneo erala nica puerta con un resquicio abierto a la esperanza, a la huida, paraaquella multitud entristecida.Ms cerca, la pequea estacin de Benala haba sido acotada por elejrcito, si es que poda llamarse de tal modo a los tres batallones de

  • soldados mal vestidos y peor armados que protegan las vas y el edificiocentral, formando una suerte de cinturn a su alrededor. Era un casernrectangular de dos pisos, de aire modernista, con una marquesina metlicaextendida a lo largo del nico andn. La lnea ferroviaria, que llegabadesde Murcia, mora en un slido bloque de cemento con dos topes ante losque frenaban las locomotoras.Los ojos del soldado buscaron la orilla del mar. All, junto a los muelles,las arboladuras de una docena de mercantes naufragados surgan del aguacomo los troncos de rboles podridos tras la inundacin de un bosque. Eranlos buques de provisiones y armamento hundidos por las lanchastorpederas y submarinos de Franco que vigilaban los alrededores del puertoy a los que las bateras republicanas de tierra no eran capaces de alcanzarcon sus obuses.Y ms all, se tenda el mar gris, vaco y alborotado. Cundo asomaranlos prometidos barcos de evacuacin?, llegaran antes que las tropasenemigas para sacarlos a todos de all, rumbo a nuevas patrias en donderehacer la vida? En el puerto de Alicante, ms de diez mil hombres,mujeres y nios miraban, en esos das de comienzos de marzo, hacia elmismo mar sin navos que contemplaba el joven soldado llegado de Elda,una ciudad del interior.Era la primera vez en su vida que miraba de esa manera el mar. Y leasustaba verlo as, a la vez tan salvaje y tan desierto. Oy el silbido del tren, se volvi y distingui la columna de humo que sealzaba sobre la chimenea de la locomotora que marchaba despacio hacia laestacin. Casi al instante, escuch la vibrante llamada del silbato deloficial, asi con fuerza su fusil y recorri los cincuenta metros que leseparaban de la terminal ferroviaria de Benala. Lleg justo en el momentoen que comenzaban a formar en hilera los miembros de su compaa, ladestinada a organizar la guardia de recepcin del general, junto a unaorquesta compuesta por dos tambores, tres trompetas, un clarinete y un parde platillos. El comandante del batalln, nervioso, daba las rdenesreglamentarias al capitn de la compaa, mientras la locomotora seacercaba renqueante, tirando de tres vagones, quejosa, carraspeando yesparciendo a sus costados un manto de vapor y carbonilla.Una voz repetida, como un susurro rimado, corri entre las filas de

  • hombres que alzaban sus fusiles ante el pecho en las hileras de laformacin. El joven soldado oy a su alrededor voces de tonos leves:Es Modesto, es Modesto surgan murmullos en la tropa.Chirriaron los ejes de las ruedas y los topes delanteros de la mquina aldetenerse contra los del bloque de cemento del final del trayecto. El tren semovi en un desgarbado vaivn, antes de parar. El muchacho escuch lasrdenes de firmes y presenten armas y las ejecut lo mejor que supo. Laorquesta acometi un son desafinado con pretensiones de pasodoble. Y unhombre ataviado con un capote oscuro que ocultaba su uniforme, tocadocon una gorra de plato en donde lucan las estrellas y barras del grado degeneral, asom en la plataforma.El chico not que el corazn aceleraba su bombeo. El general se habadetenido sobre la plataforma y paseaba la mirada por los rostros de lossoldados que le ofrecan sus armas. Era una mirada aguda y penetrante y eljoven la sinti como la de alguien que perteneca a otro mundo distinto alsuyo, a un ser superior que caminaba por senderos diferentes a los que lsola transitar. No se pareca a su padre, ni a sus tos, ni al panadero, ni alcartero, ni siquiera al alcalde, ni a cualquier otro ciudadano de Elda, ni a lagente con la que se haba encontrado a lo largo de su vida. Aquel hombre,quieto all arriba del vagn, era distinto a todos los otros que habaconocido. Miraba con un orgullo sereno y rezumaba una recia virilidad.El comandante se llev con energa la mano a la sien y clam:A tus rdenes, general Modesto!El general respondi al comandante con un saludo de aire desmadejado ycontest:Gracias, camarada comandante. Podra callarse la orquesta?El jefe del batalln, desconcertado, tard unos segundos en reaccionar.A la orden, camarada dijo al poco.Se volvi hacia la orquesta y orden:Silencio!Un golpe de platillo puso fin a la pieza. El general descendi por laescalerilla hasta el andn y tendi la mano al comandante. El soldado pudoescuchar sus palabras:No estn los tiempos para msicas ni para recepciones solemnes,comandante. Y adems, a m slo me gusta el pasodoble para bailarapretao. Lo mo es la bulera.Sus labios se ensancharon en una larga sonrisa de repente aniada que

  • ilumin su rostro. El tamao de sus ojos pareci reducirse, brillando comodos pequeas brasas de carbn. Se dirigi hacia los soldados que formabanen el andn.Gracias, muchachos. Descansad armas y romped filas.Los hombres obedecieron, pero se quedaron en la cercana del general.Modesto se volvi al comandante.Han llegado los camiones de Elda?Estn al caer, mi general.Dales de comer algo a mis hombres, comandante: lo que tengas.Venimos con hambre.Como t ordenes, mi general.En ese instante, uno de los soldados veteranos de la compaa alz la voz:Hemos perdido la guerra, no es verdad, camarada Modesto?El general se volvi hacia l, sorprendido y levemente irritado.Dinos qu ocurre, camarada general agreg el soldado antes de queModesto pudiera responder. Muchos te seguiremos hasta la muerte si espreciso. Pero merecemos la verdad.Modesto pareci confundido. Sin embargo, en pocos segundos se repuso.An no hemos perdido, soldados. Y yo no hago una guerra para perderla.Nos rendiremos, Modesto? dijo el veterano.Yo no me he rendido, camarada respondi el general.De nuevo su rostro se llen de sonrisa y sus ojos otra vez seempequeecieron. Pregunt al veterano antes de que ste hablara de nuevo:Si te rindes y te pillo, lo mismo te fusilo. Piensas hacerlo, camarada?Dud el soldado antes de responder:No me entregara de ninguna manera.El general ri.Lo hars, seguro. El miedo te atrapa cuando menos lo esperas. Peropuedes quedarte tranquilo: quizs yo no est aqu ese da para fusilarte.Y comenz a dirigirse a varios de los soldados de la guardia que habaformado para recibirle. Y t y t y t, vas a rendirte?, preguntaba a unotras de otro. Y todos respondan: No, camarada general.Se detuvo al fin frente al joven soldado.Yo tampoco, mi general dijo ste antes de que le preguntara.Modesto le mir a los ojos con fijeza.Cuntos aos tienes?Veinte.

  • La verdad, soldadoEl chico vacil.Diecisiete rectific al fin.Eres muy joven para matar y morir. Cmo te llamas?Lzaro Snchez. Y no quiero morir.Nadie en su sano juicio quiere morir. Seguro que ni siquiera querranseguir muertos los que ya lo estn.Tampoco he pensado en matar.Eso no se piensa nunca; se mata cuando no hay ms remedio.Pero matara por la Repblica.Eso no se dice a los diecisiete aos.Usted ha matado, mi general?Menos de lo que debera y ms de lo que hubiera deseado. Yacostmbrate a no preguntar tanto cuando te habla un superior Dednde eres, chaval?De Elda: me han movilizado hace dos semanas.Modesto mir sus pies.No me dieron botas dijo el chico sonrojndose.Sonri de nuevo el general y se volvi hacia el comandante.Incorpora a este soldado a mi tropa. Y bscale unas botas.No hay botas, general.Puta intendencia El chaval se viene conmigo a Elda.A tus rdenes, camarada general.Vamos, Lzaro concluy Modesto mirando al chico, al tiempo quecompona media sonrisa: levntate y anda.Dio la espalda al muchacho y se alej de la fila. Sus hombres descendande los vagones y entraban en el edificio de la estacin. Iban armados demodernos subfusiles y provistos de uniformes recin estrenados. La escoltadel general la formaban cinco pelotones de diez hombres cada uno,mandados por los correspondientes sargentos. Al frente de todos ellosviajaba un teniente. A Modesto le acompaaban tambin su inseparablecomisario poltico, el madrileo Luis Delage, y su guardaespaldas, ungigantn gaditano de enorme cabeza llamado Jos, a quien se conoca porel apodo de Cachalote.Volved a vuestros puestos orden el comandante a los soldados de lacompaa que haban formado la guardia de recepcin.El joven Lzaro se qued en pie en donde estaba, sin saber muy bien qu

  • hacer. El comandante le dio un golpe en el hombro.Y t, coge tus cosas, entra ah con la tropa del general Modesto y tevas con los camiones de Elda cuando lleguen. Te ha enchufado alguien?Es la primera vez que veo al general, mi comandanteFue a buscar su morral a uno de los galpones de la explanada y regres a laestacin. En el interior, los recin llegados daban cuenta de latas desardinas y rebanadas de pan de maz. Con sus refulgentes fusiles, suscuidados uniformes y sus botas de caa alta, al joven soldado le parecieronguerreros indestructibles.Un sargento se acerc a l.Lzaro, no?Cmo lo sabe, sargento?Preguntas mucho, pero tienes suerte: te acaba de adoptar el militar msimportante de Espaa. Y eso significa que te ha salvado la vida. Cuandolleguen los camiones, te subes al de mi pelotn, el B. Vas con los de laescuadra que manda ese cabo, l ya lo sabe. Seal a un hombre alto yesculido que coma un bocadillo apoyado en una columna, con el fusil enbandolera. Y anda, cmete una de esas latas de sardinas. Modesto despach con premura un bocadillo de mortadela en la pequeaoficina de la estacin, arrimado a la estufa y sentado junto al comandante,su asistente Cachalote y el comisario poltico Luis Delage.Los camiones ya deberan haber llegado dijo mientras sealaba elreloj de pared: las manecillas pasaban unos minutos de las cuatro de latarde.Hay partidas armadas de falangistas en la carretera que viene de Elda aAlicante, camarada general inform el comandante, y es mejor dar unrodeo por Monvar. Se tarda ms, pero es lo prudente.Creamos que toda la zona era segura intervino Delage.El comandante se encogi de hombros.Las cosas estn mal y cambian de un da para otro.Cunta gente hay en el puerto? pregunt Modesto.Tal vez doce mil, la mayor parte refugiados respondi el comandante. Los soldados son alrededor de dos mil, casi todos restos de batallonesandaluces y manchegos: andan despistados, pero obedecen las rdenes. Yhay grupos de polticos. Desde hace una semana van llegando barcos y se

  • los llevan a Orn y a Francia. Pero cada da que pasa alcanzan el puertoms huidos y cada vez hay menos barcos.No les ayudis?El comandante movi la cabeza hacia los lados, con gesto de fatiga.Se hace lo que se puede. Pero faltan comida y medicinas Si esto no searregla, dentro de unas semanas ser un escenario terrible, un desastre,camarada general. Tienen que venir ms barcos, muchos ms barcos, parapoder salvarlos a todos. La gente aguanta, pero tiene mucho miedo aFranco y a sus moros Franco es un hombre pequeo y, sin embargo, sufigura se nos hace terrible. Si el Diablo existiera, sera como l.No hagas caso respondi Modesto, Franco slo es un hombre: frgily mortal, como cualquiera. Aunque un poco ms hijo de puta que la media.Se levant y se dirigi a Delage:Voy a airearme un poco mientras llegan los camiones. Avisadme cuandoaparezcan.Te acompao? pregunt el comisario.Prefiero estar solo.No pienses demasiado, Juan: en estos tiempos no es buena cosa.Modesto se quit la gorra y se la arroj a su chfer como si echara al aireun platillo volador. Tena una cabeza grande, de pelo fosco, vigoroso ynegro, que formaba un pequeo tringulo en el centro de la parte superiorde su frente.El chfer atrap la gorra al vuelo.Gurdamela, pisha1 dijo Modesto.Sopla una rasca del demonio, jefe. Y puede llover.No quiero que los soldados vean las insignias y me fran a preguntaspara las que no tengo respuestas. Y me gusta sentir el viento en la cabeza:espanta mis demonios.Se ajust el capote y alz su cuello hasta cubrir parte de la barbilla.Despus, atraves el vestbulo en donde descansaban sus hombres y sedirigi a la puerta de salida.El viento haba amainado un poco, pero segua soplando con fuerza y legolpe el cabello, que se agit en ondas desordenadas. Modesto atraveslas lneas de soldados y se dirigi a paso lento hacia la escollera. Sus ojosguiados se movan de un lado a otro, fijando en su retina y en su memorialos detalles de aquel paisaje desolador. Escuadras de soldados de airefatigado se apostaban con fusiles y ametralladoras tras los sacos terreros y

  • los parapetos de las entradas a los muelles. Y confusa, sin orden,mezclndose con los soldados, una masa de ancianos, mujeres, nios yanimales de tiro se mova de un lado a otro como las hormigas que se hanextraviado de la ruta que conduce de regreso al hormiguero. Por todaspartes ardan fogatas y hasta el olfato del general llegaban oloresmezclados que se le hacan difciles de reconocer: mugre y comida?,aceites y mierda?, orines y maz cocido?, guisos de col y sudor deaxilas?Como nufragos que han escapado milagrosamente del mar y vagan poruna isla desconocida, se dijo Modesto.En las explanadas cercanas a los muelles, se extendan decenas de tiendasde campaa y toldos colocados sobre bidones y contenedores que servande refugio a los menesterosos. De sbito, le cort el paso un camin delSocorro Rojo cargado de paquetes y con dos hombres a bordo, arriba de lacaja. Fren el vehculo y una gran cantidad de gente comenz a aparecer depronto, viniendo desde todas las direcciones, arremolinndose alrededordel coche y tratando de hacerse con algunos de los paquetes de legumbresque los dos hombres arrojaban desde lo alto a la marea de manosanhelantes.Modesto se escurri como pudo entre la multitud desesperada y continusu camino hacia una de las drsenas que defenda un espign. Distingua yalos mstiles de los barcos hundidos que surgan del agua, semejantes a losbrazos desnudos de gigantes ahogados. Ms all, el mar se revolcaba sobres mismo como un animal salvaje y loco.Busc una zona protegida del viento y de los embates del temporal, sesent sobre un bloque de hormign y sac un cigarrillo del bolsillo de laguerrera oculta bajo el capote. Los espumarajos de las ondas rotas alchocar con el dique saltaban al aire y parecan bramar; y el bronco quejidodel ocano cegaba cualquier otro sonido que pudiera llegarle de tierra.Desde el lugar en donde se encontraba, Modesto vea el mar oscuro y suciorevolverse bajo sus pies; y a su derecha, los muelles atestados de sereshumanos y de vehculos, el brillo de las fogatas, el baile dislocado ycimbreante de las palmeras ms jvenes, los tejados rojizos de la ciudad ylos muros ciegos del castillo en las alturas.Presenta que se acercaba a su vida algo terrible y grande, algo que lesuperaba y con lo que nunca haba querido contar: la derrota. Y sabatambin que el hecho de perder una guerra como la que estaba librando se

  • transformara en una realidad demasiado abrumadora como para poderdigerirla con facilidad, porque sin duda habra de cambiar el destino demillones de personas y el suyo propio.Y ah tena, no muy lejos, a la vera del mar, en las explanadas de losmuelles, la fatdica visin del desastre retratada en los gestos de las gentesy en el abatimiento de los soldados.Pens que quizs era un peso excesivo para sus hombros. Pero no tena otroremedio que soportarlo.Porque l mismo haba escogido para s esa senda.Y toda eleccin de un destino exige un precio. Su existencia haba corrido muy deprisa en los ltimos tiempos. Tenatreinta y dos aos y senta que, en los casi tres que ya duraba la guerra,hubiera vivido cien vidas. Era marzo de 1939 y en sus odos resonaban anlos primeros gritos de victoria de julio de 1936, aullidos que golpeaban lostmpanos y levantaban ecos entre el galopar de los caballos y el rugido dela artillera, mientras las banderas tricolores se alzaban airosas sobre elpolvo. Y ahora tambin, batalla tras batalla, escuchaba los lamentos dedolor, el gritero de los hombres heridos y vencidos bajo el trueno de lasbombas lanzadas por los aviones enemigos, mientras las banderashumilladas se desvanecan entre el humo negro de las explosiones, el olorde la plvora quemada y la niebla de la claudicacin, y vea la pena enlos rostros de sus soldados camino de la frontera francesa, desde laCatalua rendida, a comienzos del pasado febrero. Durante esos tres aos,su existencia haba transcurrido rodeada por millares de hombres. Puedeque fuera eso lo que llamaban Historia, vivir entre una multitud que lucha,que mata y muere, que alza al aire vtores por sus victorias y llora sushumillaciones.Los primeros disparos de la guerra tronaron para Modesto en el cuartelsublevado de Getafe, la noche del 19 de julio de 1936, apenas veinticuatrohoras despus de anunciarse el levantamiento militar. Fue una escaramuza,no una batalla: los propios soldados se ocuparon de rendir a los oficialesrebeldes antes de la alborada del da 20 y tan slo hubo dos sediciososmuertos. Cuando Modesto, entonces jefe nacional de las MiliciasAntifascistas organizadas por el Partido Comunista, entr en el cuartel,junto a sus camaradas Pasionaria y Lster, el gritero de los soldados

  • celebrando el triunfo sonaba como el torrente de un brioso ro de montaa.Ms tarde, fatigado por la noche en vela, parti con una veintena dehombres armados bajo sus rdenes hacia el Cuartel de la Montaa, endonde la resistencia de los alzados era mucho ms fuerte que en losacantonamientos de los alrededores de Madrid. All comprendi, horasdespus, en el patio teido de sangre de la caserna asaltada, lo quesignificaba en realidad la guerra.Cuando llegaron, prximo ya el medioda, centenares de guardias de asalto,milicianos y civiles armados rodeaban la imponente fortaleza, cuyos murososcuros se levantaban sobre el cerro de Prncipe Po. Algunos oficialesleales a la Repblica intentaban organizar a la turba y el propio Modestotrat de abrirse paso con su gente hasta los primeros asaltantes, que seescondan entre los rboles del jardn que rodeaba el cerro. Pero era difcilatravesar aquel muro vehemente de la multitud apretada. All no habajefes ni mandos; la nica autoridad surga de un estado de nimo colectivocrecido desde la furia y el temor.Sonaron de pronto los disparos de las ametralladoras, viniendo desde elcuartel, y la gente grit y muchos se tendieron en el suelo o buscaronparapetarse en cualquier lugar que ofreciese alguna proteccin.Retrocedieron los asaltantes y grupos de hombres huyeron a la carreradominados por el pnico.Pero una ola formada por miles de personas armadas con viejos rifles ypistolas, cuchillos e incluso palos, gentes con cascos, gorros cuarteleros ygorras de plato, boinas y sombreros campesinos de paja, hombres ymujeres, ancianos e incluso nios, atendiendo la llamada de las emisorasde radio fieles al gobierno, descenda desde la Gran Va, inundaba la plazade Espaa y empujaba a los asaltantes, quisieran o no, hacia el cuartel bajoel sol ardoroso del verano. Y otra ola, viniendo desde el norte, desde lacalle de Ferraz y el parque del Oeste, avanzaba implacable hacia el oscuroedificio del que brotaban las balas.Las ametralladoras no podan detener a la multitud enfebrecida porque noexista la posibilidad de recular ante la presin de la gigantesca masahumana que llegaba desde todas las calles hasta el parque en donde sealzaba el cuartel. Modesto y los suyos fueron tambin empujados por eloleaje enardecido. E impelido hacia delante por el vigoroso impulso de lamarea, Modesto pas sobre el cadver de una joven miliciana, abatida porlos disparos rebeldes, cuyos ojos sorprendidos miraban al vaco del aire.

  • Gritaba la multitud y las voces se confundan con el tronar de lasametralladoras. Disparaba un can contra la caserna. Era un anticuadoPuteaux francs, de calibre 37, y sus livianos proyectiles parecan rebotarcontra los slidos muros sin producirles apenas dao. Un decrpito Ni-52sobrevol el cuartel, arroj octavillas y luego una bomba que levant ecosy humaredas en el interior. Los hombres de las primeras lneas de atacantescaan derribados por el fuego enemigo, pero los que venan detrs corran ysaltaban sobre sus cuerpos, tratando de ascender por la escalinata de dosbrazos y luego por la rampa que llevaba hasta la explanada de entrada delfuerte.Al fin, un hombre logr adelantarse a todos y lanzar un cartucho dedinamita contra el parapeto que protega la puerta del recinto rebelde. Alinstante, cay alcanzado por el fuego de la ametralladora. Pero unossegundos despus, la dinamita hizo explosin y el parapeto salt por losaires, la ametralladora enmudeci y en el portaln del cuartel se abri unboquete capaz de dejar paso a una pareja de caballeras. Por all seprecipitaron los primeros asaltantes al interior de la caserna.A Modesto le aturda el sonido de los disparos y las explosiones, el griterode la gente, mientras trataba intilmente de abrirse paso hacia la entrada.Vio a un oficial rebelde aparecer en uno de los balcones del segundo piso:desarmado, sin gorra, con los brazos alzados en seal de rendicin. Y depronto el hombre cay al vaco haciendo una ridcula pirueta en el aire.Detrs asom un joven que grit algo ininteligible mientras comenzaba aarrojar armas a la multitud que se agrupaba bajo los muros. De otrosbalcones surgieron nuevos civiles que lanzaban carabinas y pistolas aquienes esperaban abajo.Modesto procuraba que sus hombres no se desperdigaran. Antes de poderentrar en el cuartel, a gritos, les dio las rdenes precisas.Dividos ahora mismo en grupos de cuatro. Vosotros se dirigi a LuisDelage y a Cachalote, venid conmigo. Slo hay una orden: luchar hastavencer; pero a los que se rindan, tomadlos prisioneros. No quieroejecuciones sumarias. Somos revolucionarios, no criminales!Los tres hombres ascendieron la rampa. La luz del medioda de julio seabra sobre el parque y los jardines. Sudaban, pero la excitacin lesimpeda percibir su propio calor. Luis Delage y Cachalote flanqueaban aModesto, casi pegados a su cuerpo. Delage portaba una vieja Beretta,Cachalote un subfusil naranjero medio averiado y Modesto una pistola

  • Astra. Delage protega su incipiente calva del sol con una gorra de plato.Cachalote se cubra con un casco militar francs, una reliquia de la GranGuerra que encajaba a duras penas, ridculamente, en su grantico crneo.En cuanto a Modesto, el aire revolva sus cabellos como las crines negrasde un corcel.Los otros grupos, tambin mal armados, se haban quedado atrs. Depronto, Modesto distingui cerca de l a una muchacha que suba la cuesta.Era casi una adolescente, una chica pequea y delgada, pero de formasredondas y atrayentes. Tena el pelo claro recogido en un moo y ojosverdosos. Llevaba un sencillo vestido de verano color caramelo estampadocon flores blancas y zapatos de tacn bajo. De inmediato le gustaron sufigura y su mirada.Se acerc hacia ella y sujet su hombro.Vete de aqu, criatura!, ste no es un sitio para chiquillas!La joven se zaf y retrocedi un paso.Y quin eres t para darme rdenes? Voy con el pueblo!Llegaba uno de los grupos de Modesto.Fermn y ngel! orden el miliciano a dos de sus hombres.Llevaos a la nia de aqu.A m no me toca nadie! grit la muchacha.Llevosla de una vez! orden Modesto irritado.Luego aadi sonriente:Pero con clase, Fermn, con clase, llvatela como si fueras un poeta.Maldito seas! grit la chica.Modesto se gir y continu subiendo la rampa. El ruido de los balazos y lasexplosiones aumentaba y ya apenas podan escucharse los gritos de losasaltantes. Y un fuerte olor a plvora y ceniza inundaba el aire,espesndolo.Siempre arropado por Delage y Cachalote, cruz al fin el portaln. A duraspenas se abrieron paso entre los cascotes, los restos de herrajes y demaderos que haban formado la pieza de la enorme hoja, saltando sobre loscadveres confundidos de civiles y militares que se amontonaban junto alparapeto destruido. Cuando entraron en el patio, vieron algunos cuerpostendidos en la explanada y una ametralladora Vickers, instalada en lossoportales por los guardias de asalto, que disparaba hacia las galerassuperiores. Desde all brotaban los balazos del enemigo y, ocasionalmente,bombas de mano. Modesto, Delage y Cachalote se refugiaron tras las

  • columnas de los soportales que rodeaban la explanada. Dos grupos de sushombres se les unieron al poco. Dispararon sus armas, sin precisin ni tino,hacia las figuras oscuras que se movan en los pisos superiores.No hay que darles respiro! grit Modesto.Tenemos poca municin, Juan! respondi Delage.Disparad hasta agotarla!Durante varios minutos, nada cambi. Cruzaban los tiros de un lado al otrodel patio, sobre los cadveres tendidos, y la batalla se haca eterna paratodos. Modesto vaci dos cargadores, apuntando a las sombras que semovan en las galeras de arriba. Tuvo la sensacin de que una de ellas caaderribada. Quizs era el primer hombre que mataba en su vida. Pero noquiso pensar sobre ello y carg un nuevo peine en su pistola. Tan slo lequedaba otro ms.Y de sbito se oy un sonoro relincho. Un airoso y ligero caballo, de pelajeblanco y crines tocadas por una luz dorada, entr al galope en la explanada,escapado de las cuadras del fondo del cuartel. Iba sin silla, tan sloguarnecido con la cabezada y las bridas, que pendan desde el frenoazotando su garganta y pecho. El tiroteo ces en uno y otro lado. Y elsilencio se pos sobre el cuartel. El corcel recogi el paso, trot entre losmuertos, dio breves galopes a un lado y a otro del patio, como si bailara,lanz coces a su espalda, se detuvo y mir con sus ojos negros a loshombres, cag luego tres boigas oscuras alzando la cola, relinch dosveces con bro y corri al fin hacia el portaln, para perderse al otro ladodel boquete.Modesto se puso en pie y mir admirado hacia el lugar por donde habaescapado el caballo. Oy la voz de Cachalote.Qu ha sido eso, jefe, una aparicin?Es un caballo cartujano, pisha, no tengo duda. Ah dentro tiene que haberalgn militar seorito, un seorito de Jerez. Los conozco y s que morirnsin miedo, ya lo vers. Son tan hijos de puta como bravos.El tiroteo recomenz con mpetu renovado. La multitud entraba a laexplanada con una algaraba de gritos y disparos. Nadie poda detenerla, nisiquiera las dos ametralladoras que disparaban desde las galerassuperiores. Caan algunos hombres y otros corran y se protegan bajo lossoportales, ascendan por las escaleras, llegaban a los anchos pasillos,alcanzaban las dependencias interiores del cuartel Pareca claro que lavictoria no iba a caer del lado de los alzados.

  • Vamos orden Modesto a los suyos, tenemos que contener a lagente, tenemos que impedir la masacre.Era una tarea imposible. Del interior del cuartel salan soldados y oficialescon los brazos en alto, lanzando vivas a la Repblica y mueras al fascismo.Algunos mostraban sus carnets de miembros de los partidos obreros o delos sindicatos. La gente apartaba a los oficiales y registraba sus bolsillos.Eran hombres desarmados, con los rostros desencajados por el terror, casitodos calzados con botas altas y uniformados con camisas caquis ycalzones de montar. Slo unos pocos se cubran con la gorra de plato.Modesto entr al frente de los suyos por la primera puerta que encontr. Secruzaba con hombres que salan abrazando tres o cuatro fusiles. En lasoscuras galeras tronaban las cerradas descargas de los mauser. Modestocomprendi de inmediato que se estaban produciendo fusilamientos.En la primera sala de oficiales, quizs la de Banderas, haba una decena decadveres cados en el extremo de la estancia. Sobre ellos, en la pared, lasangre se escurra hacia el suelo. Modesto toc uno de los cuerpos. Estabacaliente.Adelante! grit. Acabemos con esta matanza!Pudo interceptar en la galera a un grupo de asaltantes que, armados conmauser arrebatados a los rebeldes, empujaban a seis oficiales hacia unasalida que daba al patio. Los detuvo.Milicias Antifascistas, Milicias Antifascistas! clam. Entregadmea esos hombres!Hay que fusilarlos! contest un joven.Quin ha dado esa orden?El pueblo, lo pide el pueblo! respondi el muchacho.Muerte al fascismo! exclam otro chico de la partida.Modesto apunt a los jvenes con su arma.Quitaos de en medio! orden terminante. Yo soy el pueblo!Se volvi hacia sus hombres.Llevadlos a la trasera del cuartel!, con vida!Y orden a los muchachos:Y vosotros, a tomar por culo! Volved al puto patio! Queris serasesinos desde tan jvenes?Sigui recorriendo galeras, hacindose cargo de los vencidos, topando concadveres de sediciosos recin fusilados. Otros grupos organizados de lasMilicias Antifascistas procedan a una tarea semejante a la de Modesto y

  • haban acotado una zona del cuartel, junto a las caballerizas, en donde seconduca a los prisioneros rescatados de la turba. Entre ellos estaba el jefede la rebelin de Madrid, el general Fanjul, detenido por un grupo demilicianos socialistas. Modesto contempl un instante la figura del hombrederrotado: era casi un anciano y rehua mirar de frente a sus captores,sentado en una vieja silla de madera descolorida, con el cuerpo levementeinclinado hacia delante.Pese a los esfuerzos de algunos sectores de las Milicias, era imposiblecontener aquella marea de violencia. Al grito de Armas para el pueblo!,hombres y mujeres salan de los cuartos del interior llevando fusiles ypistolas que amontonaban en un extremo de la explanada.Llegaban nuevas descargas desde el patio principal y Modesto corri haciaall seguido por los suyos. Se estremeci ante el escenario que se mostrababajo la fogosa luz del medioda. Decenas de hombres yacan en el suelo,cadveres en posiciones grotescas, muchos boca abajo, otros con lasmiradas vueltas hacia el cielo: en su mayor parte, reposaban sus cabezassobre los charcos de su propia sangre.Modesto oy disparos de pistola viniendo desde el otro lado del patio.Corri hacia all, jadeando, abrindose paso entre la gente armada ysorteando los cuerpos de los ejecutados. Un grupo de asaltantes habapuesto en fila a varios oficiales y el que mandaba el grupo, un hombrerecio vestido con mono azul y correajes militares, ms ancho que alto, conla barbilla adornada por una perilla leninista, recorra la hilera deprisioneros disparndoles de uno en uno en la sien. Modesto le reconoci:era un dirigente de las Milicias Antifascistas, un comunista llamadoValentn Gonzlez que se mostraba ufano de su apodo: el Campesino.Cuando Modesto lleg al lugar, haba media docena de hombres cados yquedaban en pie otros tantos. La sangre brotaba a borbotones de lascabezas de los ejecutados. Uno de los cuerpos se mova como si sufriera unataque de epilepsia.Quieto, Gonzlez! grit mientras trataba de desarmarle.Forcejearon unos segundos antes de que Modesto le arrebatara la pistola.Qu haces? clam el Campesino.El Partido Comunista no asesina.Han empezado ellosA un muerto no lo tapa otro muerto.Nuestro deber es matar hasta cansarnos y luego hacer la revolucin.

  • Quin ha dicho que sea nuestro deber?Devulveme mi pistola o te pegamos un tiro aqu mismo.Dos de los hombres del Campesino apuntaron sus carabinas hacia l. PeroCachalote y los suyos llegaban ya al lugar. Les doblaban en nmero.Bajad las armas si no queris que os friamos a tiros en nombre delPartido! orden Delage.Y quin es el Partido? pregunt el Campesino.Ahora mismo, yo respondi Modesto.Devulveme la pistola.Bscate otra. Y lrgate de aqu, asqueroso criminal, si no quieres que ted una patada en los cojones, suponiendo que los tengas!Algn da nos veremos las caras, Modesto.Pues fjate bien en la ma antes de que te deje medio ciego a puetazos,cobarde.Tendramos que verlo.El Campesino retrocedi dos pasos. Sus hombres le contemplabanexpectantes.Algn da, algn da comenz a decir.Finalmente dio la espalda a Modesto.Vmonos orden a su gente. Hoy no debemos luchar entre nosotros.Corre, gallina! le grit Cachalote mientras se alejaba.Slo tres de los suyos siguieron al Campesino camino de la puerta.Estamos contigo, Modesto dijo otro de los del grupo, a nosotrostampoco nos gusta hacer esto.Sin responderles, desdeoso, Modesto se volvi y orden a Cachalote:Toma un par de hombres y ve con ellos para asegurarte de que no hayuna sola ejecucin ms.T mandas, jefe respondi con orgullo Cachalote.Uno de los oficiales se dirigi a Modesto. Bajo la guerrera militardesabotonada vesta una camisa azul de Falange.T eres de la baha gaditana dijo el rebelde.Modesto reconoci en su voz el acento de los Puertos.Y t tambin, por cmo hablas.Te pareces a un hombre que conoc en Jerez. Trabajaba para mi abuelo,de tonelero.Cmo se llamaba?Guilloto, creo que Luis.

  • Es mi to.Entonces t eres ese famoso Guilloto, el comunista del Puerto de SantaMaraYa nadie me llama as, sino Modesto.Estoy en deuda contigo, paisano.No me trates de paisano. Si mi to fue tonelero en tus bodegas, t eres unOsborne, uno de los seoritos que explotan a los mos. Y no me gusta tucamisa.Soy Osborne y a mucha honra. Y tambin falangista, con orgullo deserlo. De todos modos, me has salvado la vida.No lo he hecho por ti, sino por m. Y no ests tan seguro de habersalvado la vida. Te juzgarn por rebelin y es probable que te fusilen. Yacepta un consejo gratis: procura no ir de chulo jerezano ante el tribunal, teir peor.Prefiero tener delante a un piquete de hombres que a un cobarde detrsdispuesto a dispararme a traicin.Ya te veoModesto se dirigi a Cachalote.Vamos, llvatelos.Pero al instante dud.Espera.Se volvi de nuevo hacia el oficial.Era tuyo el caballo blanco que escap de las cuadras?Pura raza cartujana. Se llama Capitn. Gurdatelo si das con l: te loregalo.Modesto esboz una sonrisa desdeosa y, con un movimiento de cabeza,indic a Cachalote que se llevara a los prisioneros.Poco a poco cesaron los disparos. Pasadas las dos de la tarde ya no seescuchaba ninguno. Numerosos civiles llegaban a la explanada del cuartel,curioseando entre las decenas de oficiales ajusticiados en el asalto. Bajo elsol agobiante, Modesto crey soar. Cmo era posible tanto horror?Batallones de moscas zumbaban sobre los cadveres. El fuego del solquemaba la tierra alisada del patio. Herva la sangre bajo los crneos de losejecutados y se encoga luego en slidos cuajarones.Cuando regres a la calle, la multitud ascenda hacia la Gran Va.Marchaban hombres y mujeres con las pistolas, fusiles y bayonetascapturados en el cuartel, con cascos y gorras militares arrebatados a los

  • rebeldes, enarbolando las banderas rescatadas de las manos de la tropasediciosa, confundidos los guardias de asalto y los guardias civiles con losmilicianos, mezclando vtores a la Repblica, consignas de lucha yocasionales disparos al aire, con cantos jubilosos: el Himno de Riego, A lasBarricadas, Joven Guardia La heterognea multitud compona undesfile que, a un espectador casual, podra parecerle algo ridculo yextravagante si no hubiera contemplado antes el escenario atroz quequedaba a sus espaldas, en la explanada ensangrentada del cuartel, adondepronto se acercaran gentes temblorosas y acobardadas en busca de loscadveres de los suyos. La abigarrada multitud desfilaba ocupando toda lacalzada de la Gran Va bajo una hilera de altos edificios en cuyas alturasseoreaban figuras de atlantes, guilas barnizadas de oro, cuadrigasromanas guiadas por guerreros de bronce, estatuas de mujeres con lospechos marmreos al aire, osos y leones, ngeles de piedra, guerrerosaztecas, Minervas, Auroras, Pegasos y Aves Fnix. Algunos nios queaireaban trapos rojos se haban unido al festejo. La batahola de aquellatarde de esto del 36 celebraba el primer acto de la gran tragedia que secerna sobre Espaa.Modesto no tena ganas de marchar con la muchedumbre enardecida. Msbien senta rechazo y un leve regusto acre en la boca. Una inmensa fatiga leinvada el nimo y tena la sensacin de que, de pronto, su juventud sealejaba de su lado, que una parte de su ser se dilua de forma irremediable,como si esa maana le hubiesen amputado un pedazo de alma. Peroperciba tambin que aquel oleaje le arrastraba hacia un destino incierto yque l formaba parte de todo ello, quisiera o no. Y que no poda oponerseni volver la espalda a ese mandato. Por un momento, se sinti perdido,prendido en los brazos de algo que le superaba.Orden a sus hombres ayudar a conducir a los prisioneros rebeldes a lacercana crcel Modelo. Cachalote se empe en llevarle en coche hasta sualojamiento, un piso del Partido que comparta con varios camaradas en labarriada obrera de Carabanchel.Era un tipo valiente, de nuestra tierra, jefe, hay que reconocerlo dijoCachalote. Y qu curioso: tiene nombre de coac.Claro, pisha: su familia es la que hace el coac Osborne. Tienen grandesfincas en el Puerto, en Jerez, son muy ricos. Latifundistas y explotadoresa ms no poder.Les odias

  • No por eso. No me importa que posean tantas tierras, que acumulen tantariqueza. Lo que detesto es que se han apropiado de nuestra voz, de nuestramanera de ver el mundo, de nuestros cantos, de nuestra elegancia, de ladignidad de las gentes gaditanas Presumen de andaluces y slo sonextraos entre nosotros.No te entiendo, jefe.Da lo mismo, pisha Ni que hubieras nacido en Arizona.En dnde queda eso, jefe?Modesto ri con ganas.Es que nunca has ido al cine? En Amrica, hombre, en donde laspelculas del Oeste.Ah, ya deca yo que me sonaba. Los camiones de Elda ya estn aqu, jefe.Le sobresalt la voz de Cachalote. Con el ruido del oleaje, no le haba odollegar.Se puso en pie.Cuntos son? pregunt.Tres. Muy viejos, pero bastante grandes: hay sitio de sobra para todoslos hombres.Modesto mir su reloj. Las manecillas marcaban las cuatro y media. Echa andar al lado de su amigo y guardaespaldas.Qu meditabas, jefe?Recordaba aquel da del Cuartel de la Montaa.Yo tampoco lo he olvidado.Nos ayud a madurar, Jos.Lo que ms me impresion mientras corras a enfrentarte con elCampesino, fue ver a una mujer arrodillada ante el cadver de un rebelde,asesinado de un tiro en la cabeza, al que apualaba una y otra vez con uncuchillo de cocina. La sangre saltaba y le manchaba el vestido. Y a pesarde todo, ella segua apualando. Me habra parado a quitarle el cuchillo,pero deba de alcanzarte antes de que te disparasen los hombres delCampesino.Tena que haberle matado aquel da. Pero entonces no era capaz.Por qu hara aquello la mujer? Te aseguro que era terrible de ver, jefe.La sangre llama a la sangre, como el fuego al fuego y el sexo al sexo.

  • Siguieron caminando en silencio. Lloviznaba y las nubes corran oscurassobre el afligido escenario del puerto alicantino. Pasaron junto a unacamioneta del ejrcito que reparta huevos frescos entre los civiles, a raznde tres por cabeza. Decenas de personas anhelantes formaban una nutridacola y esperaban su turno tras la caja del vehculo. A pocos metros, unviejo se haba escurrido y cado al suelo y, ahora, arrodillado, contemplabacon los ojos llenos de lgrimas, atnito, las cscaras rotas y las babosasmanchas amarillas de las yemas de sus tres huevos.Modesto se adelant, le tom por los hombros y le ayud a levantarse.Luego, llevndole del brazo, se abri paso entre la cola de gente y ordenal cabo que reparta el alimento:Dale tres huevos a este hombre!El soldado le mir con cierta altanera.Hay una cola.Modesto abri su capote, descubri el hombro derecho y mostr las barrasde su rango.Ests hablando con un general! grit. Quieres que te haga fusilar?El otro obedeci.Cudate, abuelo dijo al viejo antes de alejarse.Sobre los muelles se proyectaba, invisible todava, pero viva en loscorazones empavorecidos de los refugiados, la sombra del general Franco.Era la misma sombra impa que haba perseguido a Modesto durante todala contienda. Modesto se sent junto al chfer del segundo camin. En el primeroviajaba Cachalote y en el ltimo Luis Delage. Los hombres de la escolta sedistribuan en las cajas de los tres vehculos. Eran casi las seis de la tardecuando partieron de la estacin de Benala.Cunto tardaremos hasta Elda? pregunt al conductor.Si no hay averas ni contratiempos, algo ms de dos horas, camaradageneral. Resulta poco aconsejable ir por la carretera principal: podramostopar con alguna partida armada de fascistas. As que mejor damos unrodeo por Aspe y Monvar.Llegaremos de noche, no?Me temo que s. El sol se pone a eso de las ocho.Las varillas de goma, melladas y quejumbrosas, limpiaban a duras penas el

  • parabrisas de la lluvia sucia que caa sobre el vehculo. Modesto ofreci uncigarrillo al conductor y coloc otro en la larga boquilla que siemprellevaba consigo. Abri una rendija de la ventana, girando la manivelaadosada a la portezuela, y sinti el fro del invierno y el olor de la tierramojada. Se senta algo cansado. Haban transcurrido tres das desde que sali de Madrid. Y se preguntaba sivolvera alguna vez a la ciudad que tanto haba llegado a amar, casi tantocomo a su pueblo natal. Qu distinto era ese Madrid de aquel de losltimos meses de 1936 y los primeros de 1937! La ciudad pareca ahora unterritorio poblado de fantasmas: oscura, entristecida, fatigada yhambrienta, herida por los bombardeos, con gentes que deambulabandesorientadas en busca de cobijo y alimento, como espectros venidos de unlugar incierto. Nada que recordara a aquel Madrid pleno de euforia ycachondeo bajo las bombas, de vida a manos llenas, de herosmo y pasincabalgando a la vera de la muerte.Tan slo una semana antes de que llegase a Elda, Juan Modesto, oficialsurgido de las milicias populares, y Segismundo Casado, un militar decarrera, haban sido ascendidos a generales por el gobierno. Modesto sintiorgullo y perplejidad al mismo tiempo: en menos de seis aos, habapasado de ser un humilde aserrador del puerto de Cdiz a convertirse enuno de los jefes principales de un ejrcito que contaba todava con casimedio milln de hombres.El gobierno en pleno haba buscado refugio en Elda unos das antes y elnuevo general recibi la orden de viajar al encuentro del presidente Negrn.Se estaba rehaciendo la estrategia de la guerra, tras el desastre de Catalua,y Modesto fue elegido para la jefatura de los ejrcitos del Sur y deLevante, mientras que Casado qued encargado del mando de las fuerzasde Madrid. Modesto hubiera preferido permanecer defendiendo la capital.No se fiaba de Casado, al que los rumores sealaban como partidario denegociar el fin de la guerra con Franco. Pero Negrn pareca confiarplenamente en l.Modesto parti de Madrid con los hombres de su escolta, mal armados yvestidos, desde la estacin de Atocha, en uno de los pocos trenes quetodava circulaban camino del sur. Tardaron casi siete horas en llegar aAlbacete, una ciudad batida por el fro de la estepa y, como Madrid,

  • atribulada por la tristeza y el desnimo. Se alojaron en el antiguo cuartel delas Brigadas Internacionales y, por alguna extraa razn que nadie supoexplicarle a Modesto, encontraron en los almacenes gran cantidad deuniformes nuevos, mochilas, correajes, botas de caa alta y mantas decampaa, y un centenar de subfusiles Thompson M28 sin estrenar, ademsde numerosos peines de municin. Con no poca euforia por el hallazgo, loshombres cambiaron su indumentaria y se rearmaron.Salieron temprano, al amanecer del siguiente da, hacia Chinchilla, dondehabra de recogerles un tren para llevarlos a Alicante por la ruta de Murcia.Era un pueblo de casas bajas y humildes, de aspecto un poco siniestro, casisin gente, rcano de luces y guarecido del viento helado al arrimo de ungran roquedal que dominaba la llanada manchega. El alcalde, un ancianomilitante socialista, acudi a recibirles. Vesta un extrao abrigo decuadros de colores pardo y amarillo, y su mirada inquieta y sus repentinasrisotadas le resultaban a Modesto desconcertantes. El viejo edil invit atodos a un almuerzo de embutidos y frutos secos en un glido galpn.A eso de las cuatro, el telegrafista de la estacin acudi a comunicarles queel tren no llegara hasta la maana siguiente.Traeremos lea para hacer unos fuegos y libraros del fro dijo elalcalde a Modesto. Tus hombres tendrn que dormir aqu, en el suelo: nohay otro sitio, general. T puedes venir a mi casa, tengo una cama libre.Dormir con los mos. Y qu se puede hacer aqu esta tarde?, no hayningn bar?Hubo, pero cerr por falta de hombres. Todos los jvenes estn muertoso en la guerra Pero tenemos cine y creo que hay algunas pelculas porah.Un cine en este despoblado? interrumpi Luis Delage.El alcalde lanz una carcajada.Todo tiene su explicacin respondi. Hasta hace poco, muchos delos enlaces de Valencia con Madrid se realizaban en esta estacin, sinpasar por Albacete. Y del puerto de Valencia venan las pelculas que losbarcos traan de Amrica, casi directamente desde Hollywood. De maneraque aqu, en Chinchilla, tenamos los estrenos antes que en la Gran Va dela capital. Eso s, no venan traducidas, pero nos las imaginbamos.Ri de nuevo el viejo, con ganas.Cuando vimos la pelcula Marruecos, todas las mujeres del pueblo,empezando por la ma, que por cierto ya est felizmente muerta, se

  • enamoraron de Gary Cooper. Y todos los hombres, yo incluido, de MarleneDietrich. El da que termine la guerra, gane quien gane, les haremos unmonumento a Gary Cooper y a Marlene Dietrich. Aqu no tenemos otroshroes. Y perdona que te lo diga crudamente, general, pero es la verdad: enChinchilla, los hroes los pone el cine. T crees que hay algn soldado tanvaliente como Gary Cooper en nuestra guerra? El que lo crea que venga aver en Chinchilla El sargento York . se s que era un to con dos pelotas,con todos mis perdones, camarada general. Y sanote como hay pocos.Lanz otra sonora risa.Tienes toda la razn, compaero alcalde: no hay nadie en esta guerracomo Gary Cooper respondi Modesto. De momento, busca unapelcula para que nos entretengamos un poco esta tarde.No s qu habrn dejado los dueos del cine, se fueron a la guerrahace diez meses. Y quizs estn muertos. Pero tengo las llaves.Todos vamos a ir al cine, compaero: pongas lo que pongas.Medio centenar de hombres, atenazados por el fro, en una vieja salapoblada de bancos de madera, lamentaron esa tarde la traicin de undelator irlands, feo y grandulln, interpretado por Victor McLaglen, conJohn Ford dirigiendo la trama. A Cachalote le cayeron grandes lgrimaspor las mejillas al terminar la pelcula. Y Delage coment:Nunca sent tanta pena por un traidor. La maana siguiente, muy temprano, el tren lleg a Chinchilla y, una horadespus, la partida de hombres armados reanud su viaje hacia el puerto deAlicante.Un sol enfermizo les acompa casi todo el recorrido. Desde sucompartimento, sentado junto a Luis Delage, Modesto contempl ensilencio los campos sin labranta, los sembrados abandonados, las llanurasinvadidas por matorrales silvestres, los frutales de ramas secas y laspraderas desnudas del verdor tempranero del trigo. Le pareci el retrato deuna Espaa arrojada a un destino incierto, en la que los hombresconsagraban todos sus esfuerzos y afanes a matarse los unos a los otros. La voz del chfer le sac de sus pensamientos.Eso es Aspe. Seal hacia el grupo de casas que anunciaban la

  • presencia de un pueblo. Luego llegaremos a Novelda y nos desviaremosa la izquierda, hacia Monvar, para entrar en Elda por la parte de atrs.Modesto mir su reloj.Cunto tardaremos todava? pregunt.Algo ms de una hora, quizs hora y media.La lluvia arreciaba y la tarde desfalleca. El camin botaba y se abracamino entre los baches bajo la pesadumbre del cielo. Redondas colinasblanquecinas, moteadas de olivos chicos y viedos abandonados,flanqueaban la desierta carretera. La ciudad pareca dormir cuando los camiones entraron en las primerasbarriadas de las afueras. Se haba cerrado la noche y las luces delalumbrado pblico eran muy escasas, de modo que los vehculos parecanruidosos y lentos animales que marcharan abrindose paso entre lassombras.Adnde nos llevas? pregunt Modesto al chfer.A las escuelas Emilio Castelar. All se ha instalado la subsecretara delEjrcito de Tierra. Los cuarteles para tus hombres estn cerca.Y el gobierno?En las afueras: en un lugar secreto, por precaucin. Yo no tengo ni ideade dnde est.Quin me espera?Supongo que algn alto mando militar.Cruzaron junto a una espaciosa plaza que se tenda a su izquierda y, pocoms adelante, tomaron una calle ancha y empinada. Los viejos camionestrepaban con esfuerzo sobre el duro adoquinado, elevando desde sus ejes yballestas un desafinado lamento que produca dentera. La mayor parte delas farolas de gas del alumbrado no funcionaban y la va discurra enpenumbra hacia las alturas de la ciudad. Modesto distingui a la derechaun alto casern a cuyo alrededor deambulaba gente armada.Las escuelas? pregunt al conductor.Hemos llegado, general confirm el otro. Haba cesado la lluvia, pero el adoquinado reluca bajo las trmulas lucesde dos farolas. Los hombres descendieron de las cajas de los camiones;

  • Delage, Cachalote y el oficial que mandaba la tropa se unieron a Modesto.Que formen los hombres orden Modesto al teniente.En dnde estamos, Juan? pregunt Delage.S lo mismo que t, Luis, o sea: nada de nada. Supongo que alguienvendr a buscarnos.En ese instante, una voz clam desde la puerta de las escuelas:General, general Modesto!Una figura fornida, tocada con una gorra de plato en la que lucan losdistintivos de coronel, ech a andar hacia ellos.Mira quin est ah murmur irnico Delage: nuestro queridocamarada Enrique Lster.El coronel se cuadr y salud alzando el puo derecho hasta la visera de lagorra.A tus rdenes, camarada general.Modesto respondi con desgana al saludo. Lster era cejijunto y tena unamirada encendida y dura. No resultaba en absoluto un tipo vulgar.Descansa, camarada coronel.Lster le tendi la mano.Enhorabuena por el ascenso. Me he alegrado mucho.Modesto la estrech sin fuerza.No te cachondees, Lster. No te has alegrado nada: ese nombramiento loqueras t.Pero quien manda es Negrn. Y os escogi a ti y a Casado.Puedes creerme o no: hubiera preferido que te nombraran general a ti enlugar de a Casado.No te fas de lNi un pelo. Y t?Yo tampoco. Pero insisto: quien manda es Negrn.Lster mir a Delage.Hola, canijo.Qu tal, acmila? respondi el comisario.Modesto sonri de lado y se volvi hacia la tropa que formaba junto a loscamiones.Que descansen armas, teniente.Se dirigi de nuevo a Lster:Dnde vas a meter a mi gente?En unos minutos llegar un capitn para acomodarlos en un cuartel

  • cercano. T y Delage os vendris luego conmigo a los alojamientosdispuestos para la gente del Partido. Estamos bien instalados. Vamosadentro mientras llega el coche.Cachalote viene siempre conmigoS, s, tu fiel cetceo Me parece que ha engordado.Djate de chuflas, est fuerte como un toro y te puede soltar unacornada. Tenis algo de comer por ah?Hemos improvisado una cantina para oficiales. Pero slo hay cerveza yvino. Cenaris ms tarde, en los alojamientos del Partido.Y los hombres que vienen conmigo?En el cuartel hay rancho caliente.Los dos soldados de guardia se cuadraron y saludaron cuando el grupo deModesto cruz el amplio vestbulo. Siguieron a Lster a travs de una largagalera flanqueada por las antiguas aulas, atravesaron un patio rectangulary entraron en la parte trasera del edificio. La sala la ocupaban viejas sillasy mesas de madera y, en varias de ellas, se acomodaban grupos deoficiales. Algunos de ellos se levantaron y alzaron los puos para recibir alos dos jefes.Seguid, seguid sentados dijo Modesto.Buscaron mesa en el fondo de la estancia. El soldado que ejerca funcionesde camarero trajo jarros de cerveza para Modesto, Delage y Cachalote,adems de una frasca de vino tinto para Lster.Cuntame Modesto se dirigi a Lster, cmo andan las cosas poraqu?Todo improvisado, pero ms o menos bien. El gobierno, casi al completoy con Negrn al frente, se ha instalado en una finca del trmino de Petrel,unos diez o doce kilmetros al norte de Elda, es un sitio discreto y seguro.La llamamos Posicin Yuste. Los del Partido estamos distribuidos envarias casas, a cosa de seis o siete kilmetros hacia el sur. Tambin es unlugar seguro. Lo llamamos Posicin Dakar. Dormiris all.Quines han venido del Partido?Varios del comit central: Claudn, Checa, Pasionaria, Antn, yo, yahora t. Del ejecutivo, Pasionaria. Tu paisano el poeta Alberti y sucompaera tambin estn con nosotros. Y hace un par de das ha llegado elcamarada Palmiro Togliatti, el nuevo delegado de la InternacionalComunista, el que manda, para ser claros. Yo estoy encargado de la tropa yseguir a su cargo si no tienes inconveniente, general.

  • Ninguno, coronel. Hay movimientos del enemigo por la zona?Se habla de grupos de falangistas organizados en algunos pueblos. Peroyo no me lo creo. Ms peligroso me parece ahora Casado. Si da un golpe deEstado para pactar la paz con Franco, como se rumorea, las tropas deValencia y Alicante pueden ponerse de su lado. Y vendran a por nosotros.Ha sido un error no entregarme la jefatura militar de Madrid.Y no ascenderme a m a general, manda carallo!Cuntos hombres tienes?Un grupo de guerrilleros. Los soldados de Elda son todos unos nenines,tienen pelusilla en lugar de bigote.Modesto record al joven soldado de la estacin de Alicante.Toma el mando de los soldados que vienen conmigo.Cuntos son?Cincuenta.Estn curtidos, son fieles?Hasta ahora ninguno ha intentado pegarme un tiro por la espalda. Perono los he visto pelear, me los asignaron en Madrid. El teniente y lossargentos son leales, del Partido.Lster apur el vino de su vaso y se levant.Voy a ver cmo sigue lo de tus hombres.Mir su reloj.En media hora podremos salir para la Posicin Dakar. Maana iremos ala de Yuste: Negrn quiere verte cuanto antes.Acompaa al coronel, Cachalote Y te traes al pibe 2 que reclut en laestacin del puerto de Alicante, ese que se llama Lzaro, igual que elresucitado.Como digas, jefe respondi su lugarteniente.Lster se qued en pie un instante, frente a Modesto.Crees que es el fin, camarada general? Es curioso: comenzamos juntosy puede que terminemos juntos.Nos hemos pasado la vida cerca del precipicio, camarada coronel, unidossiempre en todas las grandes batallas de esta guerra y nunca amigos. Quprefieres: caer hombro con hombro o por separado? Elige, gallego.Escoge t, andaluz.Me sospecho que todava tendremos que aguantarnos un buen rato el unoal otro.S, somos como dos esposos: revolcndose todo el tiempo en el

  • mismo lecho y detestndose sin descanso.Anda y lrgate de aqu, coronel: yo nunca he dormido con hombres.Y has dormido con mujeres que te odian?Nunca me ha odiado una mujer, Lster, ni dormida ni despierta. Y vetede una puta vez.Buf Lster como un buey viejo. Se sirvi los restos de vino de la frasca yapur el vaso de un trago. Eruct con ruido antes de dar la espalda aModesto y dirigirse a la salida. Est que se lo llevan los demonios por lo de tu ascenso dijo Delagecuando se quedaron solos. Cada vez que le llamas coronel se leenrojecen las narices.Me gusta encenderle la sangre. La gente del norte carece de sentido delhumorLster siempre te ha tenido envidia, Juan.No s si llamarlo envidia o desacuerdo o qu cosa. No hemos dejado deser rivales desde que nos conocimos, en el 33, cuando el Partido me envia Mosc durante un ao para estudiar en la Escuela Leninista de la guerra.Bueno, ya te lo he contado l llevaba dos aos all y, desde entonces, nohemos dejado de vernos. Pero creo que no te he hablado de nuestro regresode Mosc.Volvisteis juntos?Tuvo su guasa. De camino a Espaa, a finales de agosto de 1934,estuvimos unos das en Pars, en el congreso de la InternacionalComunista. Desde all nos fuimos a San Juan de Luz, con pasaportes falsos.No s quin haba sido el encargado de prepararlos!: o era tonto o estabade chufla. El documento de Lster poda pasar, porque figuraba comoportugus y l es gallego. Pero el mo!: era vasco, nacido enPortugalete. Imagina!: mi acento de los Puertos en boca de un vasco.Cuando nos par la polica francesa, yo me call y Lster habl en gallegoal agente. Y mientras cruzbamos al lado espaol, l estaba plido y yo mejartaba de rer. Y ya en Espaa, cuando nos pregunt el guardia civiladnde bamos, yo ya no pude contenerme y le dije: Soy vasco, de lamismsima baha de Cdiz. Al guardia, que result ser de Mlaga, le entrla risa y nos dej pasar. Lster casi se cae al suelo.Modesto movi la cabeza hacia los lados.

  • No me gusta Lster, no me gusta su aficin a fusilar. Y mira que lashemos pasado juntos. Es un buen soldado, sobre todo en las maniobrasrpidas, en los movimientos de choque utilizando la sorpresa. Es valiente,pero una vez que ha dado el golpe de audacia, ya no sabe qu hacer: sedetiene y entrega la iniciativa al enemigo, perdiendo en un par de das todocuanto gan en unas horas. Y las cosas empeoran si le da por beberEst alcoholizado, todo el mundo lo sabe seal Delage.Modesto encogi los hombros.De todos modos, en el campo de batalla se puede confiar en lYo no me fiara de l como poltico.A m la poltica me importa slo como ideologa, no como carrera. Ya losabes, camarada.Nunca podrs quedarte al margen de la poltica. Ni cuando termine estaguerra, la ganemos o la perdamos.Procurar no acercarme tanto como para quemarme. Y no pienso perderesta guerra, que te quede claro. Si tengo una gran pasin en la vida, es la devencer.Los dos hombres dejaron de hablar durante unos minutos. Su amistad eratan larga y honda que no les resultaba embarazoso el silencio. Modesto sequit la gorra de plato y se rasc con vigor la cabeza entre la alborotadacabellera. Luego, busc un cigarrillo en su guerrera y lo coloc en laboquilla. Aspir con deleite el humo de la primera bocanada y lo arrojcontra la llama de la cerilla que an arda entre sus dedos, apagndola. Ydej la mirada colgada en ninguna parte.Delage era un castizo madrileo de ingenio vivo y rpido, un par de aosms joven que Modesto. Delgado, de apariencia frgil, bajo de estatura ypelo escaso, luca dos grandes entradas en la frente. Antiguo empleado debanca, posea una enorme formacin intelectual autodidacta, sobre todo enliteratura antigua y clsica, y gracias a sus conocimientos de marxismohaba logrado alcanzar el grado de comisario poltico. Desde la toma delCuartel de la Montaa tan slo se haba separado de Modesto cuando fueherido de gravedad en Teruel. Eran buenos amigos: la irona a vecesmordaz del soldado encajaba con el gusto por el sarcasmo del comisario.Te noto entristecido, Juan dijo Delage al rato.Fatigado solamente.Te conozco; ests amurriado, como se deca en mi barrio.Esta tarde, mientras venamos hacia aqu en los camiones, recordaba el

  • Madrid de los das que siguieron a la rebelin de Franco. Qu distinto eratodo de ahora, Luis!No hace an tres aosCuando pienso en aquellos das, la primera palabra que me viene a loslabios es juventud.Inconsciencia y alegra, Juan.Despus de vencer en los combates de la sierra de Guadarrama Quduros y qu crueles fueron aquellos das! Luego, todo pareci volversealegre en el Madrid en lucha. Habamos detenido a los rebeldes en la sierray pensbamos que la guerra estaba ganada.Parece muy lejano ahora.Madrid Qu das luminosos, Luis! Vivamos en el centro de unaenorme epopeya y encima ramos conscientes de ello. Nadie daba unaperra gorda por nosotros, pero estbamos por completo seguros de quebamos a aguantar. Y esa alegra la sentamos todos.No me apetece recordarlo. La verdad es que, ahora, me siento algofatigado de tanta epopeya.Pensbamos que nadie poda vencernos porque no se puede vencer a lafe.La fe se derrite en ocasiones como un helado al sol.Pero haba otra cosa aquellos das Una especie de hambre por gozardel presente. Ya sabamos lo que eran la crueldad y el horror, ya habamosperdido una parte de nuestra inocencia Pero yo creo que queramos viviruna vida irreal. O dicho de otro modo: vivir la aventura plena. Por eso elMadrid de aquellos meses fue una ciudad irrepetible.Delage le miraba con tristeza, en tanto que Modesto pareca ms animado acada momento.De pronto ramos dueos de una ciudad entera. El gobierno se haba idoy todo nos perteneca. Los amos de Madrid! Y tan jvenes!Delage volvi los ojos hacia la puerta.Ah viene Cachalote con el chico dijo. Para qu queras verle?Para librarle de la guerra. Es un cro sin cuajo, todava un proyecto dehombre. No vamos a jugar con su vida.Lzaro se cuadr ante Modesto y salud con el puo en alto mientrassujetaba el fusil con la mano izquierda.A sus rdenes, camarada general.Vete ahora mismo a tu casa con los tuyos.

  • Pero si me reclutaron hace slo unos dasDeja el mauser aqu.Un soldado nunca debe separarse de su armaObedece cuando te lo ordena un general.Cachalote le arrebat el fusil de un tirn.Ya has odo, chaval dijo. Y vete a tu casa.A sus rdenes, camarada general aadi Lzaro, sonrojado y con voztemblorosa. Y se alej hacia la puerta con gesto abatido.Se va humillado, Juan dijo Delage. Podas haber estado ms fino.Se va vivo, que es lo que importa.Lster lleg unos minutos despus acompaado de un soldado. Mir aModesto con gesto torvo: sus ojos brillaban bajo las cejas unidas en unsolo trazo de pelo recio y negro.Vienes con mala leche, coronel coment Modesto. Te ha miradoun tuerto?No me toques los cojones, general. El coche est listo, nos vamoscuando t quieras.Se te juntan ms las cejas cuando bufas, camarada coronel replicDelage.T, calladito! Que no aguantas ni un sopapo, medio metro!No lo intentes, coronel dijo Modesto riendo, que le he visto torear atoda clase de bfalos.Salieron. Modesto se adelant a los otros con paso rpido y subi, sinpreguntar, al asiento delantero del vehculo, junto al chfer. Tena lacerteza de que eso cabreara an ms a Lster. Y disfrutaba sabindolo.Senta fro. Se arrebuj en el capote, cerr los ojos y fingi dormir. Delage ocup la plaza de la izquierda del asiento trasero, junto a la puerta,y Lster, la del lado contrario. En medio, el corpachn grande y fuerte deCachalote les coma parte de sus territorios.Desde donde se encontraba, el comisario vea la gorra de Modestosobresalir entre las solapas alzadas del capote, que cubran casi porcompleto su rostro. Las luces de las farolas iluminaban a rfagas el interiordel vehculo, para quedar al instante oscurecido bajo la noche. A pesar delescepticismo que haba mostrado, a Delage le haba calentado el alma laconversacin mantenida minutos antes con Modesto. Pero una leve

  • sensacin de nostalgia o acaso de amargura palpitaba en el recuerdo.Pens que quizs no hay amistad tan fuerte como la que se forja bajo lasbalas, la que crece frente al horror de la guerra.Poda recuperar con nitidez, en su memoria, la imagen del patio delantiguo colegio de los salesianos de Francos Rodrguez, cerca de CuatroCaminos, la maana que sigui a la conquista del Cuartel de la Montaa.All se haba improvisado el principal centro de reclutamiento del recincreado Quinto Regimiento, una tropa de voluntarios impulsada por lospartidos polticos fieles a la Repblica para oponerse a la rebelin militaren la capital. Decenas de hombres sudorosos se refugiaban del calor dejulio en los soportales, hacindose hueco entre las ametralladoras y loscaones de calibre ligero, mientras iban llegando camiones, carros y reatasde caballeras cargados con el armamento requisado a los rebeldes en loscombates de los dos das anteriores. El arsenal se haba instalado en lacapilla, un espacioso templo situado bajo la cpula de tejas azuladas quecoronaba el edificio principal del colegio. Una talla en madera de Cristocrucificado, malherido y en taparrabos, penda sobre el altar vaco ypareca cerrar a propsito los ojos, para no tener que contemplar cuanto seapilaba bajo sus pies: cajas de fusiles, pistolas, bayonetas, machetes ymuniciones.En el patio del antiguo colegio, a pleno sol, otros grupos de hombres ymujeres aprendan a marcar el paso y a formar posiciones de tiro. As ibannaciendo con rapidez e improvisacin las secciones y batallones de lasmilicias populares, dirigidos por jefes que apenas saban algo del arte de laguerra, mientras las columnas enemigas del general Mola3 avanzaban hacialos puertos de la sierra madrilea: Guadarrama, Navacerrada y Somosierra.Mola haba anunciado con jactancia que el 15 de agosto tomara una tazade caf en el Madrid conquistado. Pero en la balconada que dominaba elpatio del colegio salesiano una pancarta proclamaba: No pasarn!. Yaquella gente que reciba a toda prisa instruccin bajo el calor de julio erala encargada de recoger el guante lanzado por el general sublevado.Delage recordaba con claridad la figura de Modesto en el patio del antiguocolegio. Del grupo de nuevos jefes, l y Lster eran los nicos conformacin blica, despus de haber pasado algo ms de un ao en unaacademia militar de Mosc enviados por el Partido. Todos los otros eranms jvenes y bisoos.Le vea en mangas de camisa, el pelo rebelde bajo el cielo sin nubes, un

  • correaje de cuero cruzndole el pecho, la camisa caqui abierta y la pistolaal cinto. Su actividad era febril: daba rdenes a otros instructores, iba de unlado a otro de la explanada, ayudaba a una muchacha a encajar el fusil en elhombro o correga el paso de un miliciano. Juraba en explosiones de furoro se rea de pronto ante la torpeza de algn voluntario. Pareca que l solopretendiera ganar una guerra que estaba ahora a punto de perderse.Un da despus, el 22 de julio, casi todas las unidades de milicias y losregimientos de militares leales fueron enviados a la sierra. Delage habasido nombrado comisario poltico, una figura recin creada por los partidosde izquierda para mantener la moral y el compromiso de los combatientes,y asignado como adjunto a Modesto, quien haba bautizado su tropa comoBatalln Thaelmann, en honor de un destacado dirigente comunistaalemn. Eran cuatrocientos hombres y mujeres, voluntarios del QuintoRegimiento, que viajaban en desvencijados vehculos hacia el puerto deNavacerrada, mal armados y apenas sin entrenar.Delage poda verlos ahora mismo, casi como entonces, si cerraba los ojos:camiones que geman en las empinadas cuestas, lentos como orugas, conlas cajas atestadas de hombres y mujeres vestidos con monos azules opardos, algunos con cascos, otros con boinas o gorros cuarteleros, losfusiles erizados sobre sus cabezas como las lanzas de un ejrcito medieval.Marchaban invadidos por la insensata excitacin que acompaa a loshombres al inicio de una guerra. Y sin conocer an lo que significa moriren combate, cantaban sin descanso himnos de exaltacin de la batalla: Anda jaleo, jaleo,suena una ametralladoray ya empieza el tiroteo Delage recordaba tambin con viveza el fuerte olor que destilaban lospinos golpeados por la vehemencia del sol estival. Y el sabor del agua deuna fuente de montaa que brotaba cerca de la cumbre en donde sedetuvieron a refrescarse antes de entrar en combate. El miedo a la prximabatalla y la sed provocada por el calor le haban secado la boca. Al beber,pens que durante toda su vida recordara el placer que le produjo tomar elagua del manantial serrano.Aquella misma jornada desalojaron sin gran esfuerzo a los contingentesrebeldes que haban alcanzado las alturas de Navacerrada y, en su

  • persecucin, descendieron la falda segoviana de la sierra hasta tomarValsan. Delage recordaba los esfuerzos de Modesto por impedir el pillajeal que en un principio se dieron, en aquel pueblo rodeado de inmensosbosques, varias unidades de su batalln.Dos das despus, marcharon hacia el puerto de Guadarrama, hacia eloeste, en donde el enemigo se haba concentrado ocupando la explanadadel alto del Len. No pudieron echarles de all, pero el frente se estabilizen el lugar durante meses. Las rampas ms cercanas a la cima de lamontaa se llenaron de cadveres y el adoquinado brillaba empapado desangre. En el tercero de los puertos, el de Somosierra, las milicias lograronrechazar a la columna de Mola.La tropa de Modesto fue relevada el 25 de julio. Sus bajas ascendan acerca del centenar. Entrenados tambin a toda prisa en el cuartel del QuintoRegimiento, nuevos milicianos ocuparon el puesto de los cados en lasierra. Hubo homenajes a los muertos con salvas de fusilera. Antes,Modesto dio una orden precisa:Usad balas de fogueo para honrar a nuestros camaradas cados. Las deverdad son para los enemigos. Esto es una guerra y no un desfile, que nadielo olvide.Volvieron a pelear en todos los frentes serranos desde los primeros das deagosto. Y volvi el miedo y volvieron las muertes. Delage aprendi que elmiedo en el combate nunca se pierde, por mucho que uno se acostumbre apelear, y que en la lucha crece un desquiciado amor a la vida. Aprenditambin que un veterano nunca ser ms valiente que un novato;simplemente ser ms cauto y reconocer mejor el significado del silbidode las balas y de los obuses.En las cumbres pedregosas de los calvos cerros, entre los altos pinos de lasfaldas de la sierra, la lucha era feroz, a menudo cuerpo a cuerpo. Muchasmujeres, la mayora esposas, novias, hermanas o amigas de loscombatientes, se haban desplazado hasta los frentes para cocinar y atendera los que peleaban. Tambin llegaban prostitutas camufladas de milicianas,pese a que los mandos intentaban controlar su acceso por temor a lasenfermedades venreas, que diezmaban a las brigadas. Un da corrieronrumores que luego resultaron infundados sobre un fusilamiento masivo derameras, supuestamente ordenado por un afamado militar de carrera, elcoronel Mangada.El calor del verano apretaba en las sierras. Las chicharras aserraban el aire

  • durante las horas del medioda y slo callaban cuando creca el tiroteo. Lasmujeres, jugndose la vida, suban garrafas de agua a los sudorososcombatientes, desde la retaguardia hasta la primera lnea de combate, paracalmar su sed.Y el horror de la guerra se extenda como un fuego de esto animado por elviento. Cuando uno de los bandos tomaba un pueblo, proceda a fusilar atodos los habitantes sospechosos de simpatizar con el bando contrario. Losjefes rebeldes a veces entregaban a sus legionarios y marroques a lasmujeres milicianas apresadas.En el puerto de Navafra, las tropas leales lograron detener el ataque de unafuerza de requets navarros que, mandada por un sacerdote, trat deconquistar la cumbre. Los republicanos fusilaron a casi todos los hombresy los enterraron de mala manera, hasta el punto que, durante das, pudoverse el pie del cura asomar de una de las fosas: los milicianos lomostraban ufanos a los periodistas extranjeros que informaban sobre lasbatallas serranas.La lucha era desordenada y anrquica en el lado republicano. Y ellogeneraba situaciones desconcertantes y enloquecidas. Una de las columnasde voluntarios que lleg a las faldas del puerto de Somosierra se lanz aconquistarlo a campo abierto. Los morteros y las ametralladoras de losguardias civiles rebeldes acabaron con la vida de la mayora. Lossupervivientes, aterrados y llenos de ira, acusaron al coronel que losmandaba de ser el responsable de la matanza. Y lo ejecutaron de un tiro enla cabeza.Mientras tanto, en un Madrid en donde reinaba el caos poltico, los comitsde la izquierda ejecutaban cada da a decenas de sospechosos de colaborarcon los alzados y el gobierno de Largo Caballero miraba hacia otro lado. Elpresidente Manuel Azaa, un intelectual de talante liberal, intentaba sinxito y sin poner demasiado empeo en ello frenar la barbarie. Dueas dela situacin, estas partidas detenan en sus casas a las gentes dudosas de sulealtad a la Repblica, las juzgaban sumariamente sin testigos y,condenadas, las paseaban hasta la Pradera de San Isidro, el Campo delMoro, o a la Ciudad Universitaria, en donde eran fusiladas. Tambin, enocasiones, las partidas armadas procedan a las sacas, llevndose presospolticos de crceles como la Modelo o Porlier, para asesinarlos en lasafueras de la ciudad sin que mediara proceso alguno. Cada madrugada,durante aquellos primeros meses de la guerra, los servicios funerarios

  • municipales recogieron entre cuarenta y cincuenta cadveres en losdescampados de Madrid, para enterrarlos en fosas sin nombre despus derociarlos con gasolina y quemarlos.Madrid ola a muerto y sus serranas rezumaban sangre. Espaa entera, enel bando de los alzados y en el lealista, se cubra de pelotones de ejecuciny todos los hombres supuestamente civilizados parecan admitir con susilencio la necesidad de los verdugos. Modesto no pareca temer a nada en aquellos das. En uno de los combates,cerca de la cumbre del alto del Len, una bala le hiri dos dedos en lamano derecha, el ndice y el corazn. Delage le recordaba maldiciendo,mientras se apretaba la herida con un pauelo para contener la sangre.Tiene guasa la cosa dijo a Delage mientras viajaban en la ambulanciaal hospital de campaa del pueblo de Torrelodones: que vayan a darteprecisamente en los dedos de apretar el gatillo y de santiguarte.No eras ateo, Juan? ironiz el comisario.Por ahora. Pero y si me da por convertirme?La herida era leve y Modesto no perdi ninguno de los dedos. Tras laprimera cura, volvi a la batalla.Delage poda dibujar con claridad en su memoria aquel da de finales deagosto, en Peguerinos, un pequeo pueblo cercano a El Escorial que habanlogrado conquistar los rebeldes con unidades formadas por tropasmarroques del Ejrcito de frica.A Modesto le encargaron la liberacin del pueblo y hacia all parti pasadoel medioda, llevando con l a dos compaas del Batalln Thaelmann,armadas tan slo con carabinas y bombas de mano. Fue una lucha feroz.Los rebeldes contaban con dos ametralladoras que, desde un grupo de casasdel oeste del pueblo, barran las calles y la plaza principal, en cuyo centroel cao de cobre de una fuente arrojaba un vigoroso chorro de agua.Modesto organiz con presteza un ataque de diversin por el flancoizquierdo de los rebeldes. Y cuando las compaas marroquesconcentraron su fuego de ametralladoras y fusilera en aquella direccin,lanz una ofensiva vigorosa por la derecha. Cuarenta y cinco moros y dosoficiales espaoles se rindieron en cuestin de media hora. Otro mediocentenar de soldados marroques haban muerto en ese tiempo, en tanto quelos milicianos de la Thaelmann solamente haban perdido cinco hombres.

  • Y de sbito, mientras la tropa de Modesto desarmaba a los marroques y asus oficiales espaoles, un grupo de mujeres sali de un casern. Eran unaveintena: un par de ancianas, tres o cuatro nias y el resto muchachas deentre veinte y treinta aos. Varias de ellas lloraban. Algunas mostraban susropas desgarradas.Modesto se adelant, seguido por Delage, y se detuvo ante una mujermorena, despeinada y vestida pobremente, que pareca la ms entera delgrupo.Los moros nos han violado dijo ella sin esperar que el hombrepreguntara. Y a algunas, como a m, varias veces. Mtalos, camarada.Haba niasY los oficiales?Han hecho como si no vieran.Delage vio encenderse la mirada de Modesto. Conoca ese furor desde elda en que se enfrent al Campesino en el Cuartel de la Montaa.Hay algo ms aadi la mujer. Mira en las mochilas de los moros.Modesto hizo un gesto a uno de los suboficiales de su compaa. Y ungrupo de cabos y sargentos comenzaron a abrir los macutos marroques y aarrojar al suelo, con asco y pavor, ristras de orejas humanas cortadas,enhebradas en cordeles.Qu es esto? clam Modesto.Se las cortaron a los milicianos que defendan el pueblo, despus dematarlos con tiros en la nuca cuando ya se haban rendido. La mujerseal a su espalda. Los cadveres estn detrs de las ltimas casas. Si teacercas all, vers que a varios de los muertos les han cortado sus partescon las bayonetas y se las han metido en la boca.Modesto avanz hacia los prisioneros. Agarr a un oficial por la guerreray, frentico, lo zarande.Y t?, qu coo hacas mientras ejecutaban y mutilaban a nuestroshombres, faccioso cabrn?La guerra no tiene tregua, no da tiempo para pensar respondi elotro tembloroso. Ten piedad de los prisioneros, hay una convencininternacional Yo no hubiera querido que eso sucediera.Modesto se volvi hacia el sargento de una de sus escuadras.Formad pelotones y fusiladlos a todos, oficiales y moros. Y si hacisms prisioneros en la zona, los fusilis sin esperar rdenes.Modesto volvi los ojos hacia Delage. Hubo entre los dos un intercambio

  • de miradas dudosas.Un joven marroqu dio entonces dos pasos hacia delante y se detuvo anteModesto.Yo no, jefe, yo no toqu a ellas, ni cort orejas de muertosModesto se dirigi a la mujer.Es cierto?Yo no distingo un moro de otro respondi.Modesto se encar a la mujer.Cmo puedes decir eso?Baj la cabeza y orden a uno de los tenientes milicianos:Vamos, llvatelos de una vez y cumple mis rdenes.Dio la espalda al oficial y camin unos pasos seguido por Delage.Ests seguro? dijo el comisario.Modesto le mir y volvi sobre sus pasos. Cerr los ojos y, con unmovimiento vigoroso, movi la cabeza hacia los lados.Luego, alz la barbilla, abri de nuevo los ojos y grit:Eh, teniente!El oficial regres.A la orden.No hay fusilamiento. Llvalos a retaguardia y que los juzguen all. Si losfusilan, que lo ordene otro.A tus rdenes, Modesto.Otra cosa: lleva a la retaguardia las ristras de orejas. Y enterrad a losmuertos. A todos: los de ellos y los nuestros.Como digas.La mujer haba escuchado el dilogo sin separarse de Modesto.Cmo te llamas? le pregunt. Quiero conocer el nombre de uncobarde.Djame en paz.Se dio la vuelta para alejarse. La mujer trat de agarrarle del brazo, peroDelage la apart.No le molestes.Nunca me olvidar de ti! grit ella.Mejor haras en no acordarte de lo que te ha pasado respondiModesto sin volver el rostro.Media hora despus, bajo la sombra de unas moreras, Delage y Modestodescansaban rodeados por hombres que, en su mayora, fumaban cigarros

  • de picadura. Una patrulla haba encontrado una tinaja de vino recio y losjarros corran de mano en mano.Ha sido un da muy cabrn, Juan dijo Delage.Todava no soy capaz de matar en fro.Has obrado con buen juicio.Hay buen juicio en la guerra, Luis?Modesto extrajo el cargador vaco de la pistola, lo arroj a un lado y loreemplaz por uno nuevo. Meti el arma en su cartuchera y comenz a liarun cigarro.Me pregunto si el chico marroqu ser inocente dijo: por l los hedejado a todos con vida. Que los juzguen otros.Los fusilarn, Juan, puedes estar seguro. En cuanto vean las orejas noquedar uno solo vivo.No s si te lo he contado alguna vez, pero yo pas dieciocho meses enfrica, cuando me llamaron para el servicio militar. Aunque, eso s, msde la mitad de ese tiempo estuve arrestado o en el calabozo. Tenaveintids aos y era la primera vez que sala de Cdiz.No saba.Fui destinado como cabo a los regulares de Larache. Me llevaba biencon los moros y aprend algunas palabras de su lengua. E incluso tuveamores con una morita que se llamaba Mina. Era fuego puro, te quemaba albesarte. Por cierto, que tambin me enred unas semanas con una juda,Omega se llamaba: un nombre raroSonri con gesto de fatiga y movi la cabeza hacia los lados.Muchos de los moros eran mis amigos porque yo no era racista y sigosin serlo, al contrario que la mayora de los espaoles y, sobre todo, de losoficiales Y ya has visto tambin cmo la gente pobre puede ser racista,igual que esa mujer a la que han violado Sirviendo en regulares, medegradaron de cabo por proclamar un da a gritos, en el zoco deAlcazarquivir, cerca de Larache, la igualdad entre moros y espaoles.Tena alguna copita de ms, la verdad. Pero no me arrepent de ello. Y yano fui cabo nunca. Corta carrera fue la ma de militar en frica All slolograban galones y estrellas los criminales como Franco.Encendi el cigarro, aspir y arroj con fuerza el humo del tabaco.Lo que son las cosas. Ahora, unos moros tratados como perros poroficiales espaoles se dedican a violar, matar y mutilar a quienes soniguales que ellos. Y yo, por mi parte, casi fusilo a algunos que hubiera

  • considerado amigos en otro tiempo La guerra lo pone todo patas arriba.No le des ms vueltas.Modesto mir a su alrededor antes de volver a hablar.Peguerinos dijo al fin. Feo lugar.Puedes estar contento: les has dado sopas con honda a los profesionalesrebeldes, con armas peores y pocos hombres.Fue una jugada sencilla: amagar por un costado, provocar la defensa delcontrario y atacar por otro lado. Una batalla es como una partida deajedrez.Regresaron aquella misma tarde a Navacerrada. Unos das despus,Modesto era nombrado comandante de milicias. La bronca voz de Lster rompi el silencio del interior del vehculo.Ya llegamos dijo. Es la Posicin Dakar.Los faros del coche alumbraban un grupo de rboles y la fachada blanca deun casern de aire rstico. Modesto estir el cuerpo y sac la cabeza de lospliegues del capote.Te habas dormido, jefe! dijo Cachalote.Slo estaba reflexionando.Sobre qu?Qu crees t?En la causa, en la guerra, supongo, en todo lo que pensis losjefesRi Modesto con ganas.No, pisha. Pensaba en lo que todo hombre en su sano juicio piensasiempre: en su juventud y en mujeres.En todas las mujeres?Slo en las que se me fueron vivas, Jos, que por cierto fuerondemasiadas.La puerta de la casa de abri al tiempo que los hombres descendan delautomvil. Y en el vano luminoso aparecieron las siluetas de un hombre yuna mujer.

  • 2

    El cielo de Cdiz

    Sentaos a mi lado y que ruede el mundo. Nunca seremos tan jvenes.

    WILLIAM SHAKESPEARE, La doma de la brava No les reconoci al principio. Pero al acercarse a la puerta, sus rostros sedibujaron ntidos bajo la luz del porche. El general apret el paso, lleghasta ellos y abraz al hombre.Modesto, paisano, amigo! exclam el otro con el reconocibleacento de los Puertos gaditanos y su tendencia natural a lo ampuloso,qu alegra! Sabamos que venas.Y yo que estabais aqu, querido Rafael.Se separ del hombre y abraz a la mujer.Tan guapa, Mara Teresa dijo.Y t tan apuesto como siempre, Juan. Nos han contado que te hannombrado general, sers el general ms atractivo del ejrcito de laRepblica.Cuidado respondi Modesto sonriendo, que igual se mosquea elgran poetaLos artistas nunca sentimos celos intervino Rafael con chufla;porque somos siderales.Alberti se volvi hacia los otros.Bienvenido, comisario Delage dijo el poeta. Y t tambin. Impost la voz al dirigirse a Cachalote: Temible Leviatn, Moby Dicksurgido del Averno, seor de los Siete Mares!Usted siempre de coa, don Rafael replic Cachalote con voz trmula.Cunto me alegro de verte, mi admirado Alberti respondi Delage.El poeta, les invitaba a entrar. Lster se qued rezagado, oculto entre lassombras del porche.

  • Vamos, tenis listas un par de habitaciones. La casa es tan grande comodesbaratada.Tenemos gazuza, paisano dijo Modesto.Os he preparado unos bocadillos de queso y chorizo y abunda el vinorecio de esta tierra respondi Mara Teresa. Maana ser distinto: uncazador nos ha trado perdices y prepararemos una cena por todo lo alto envuestro honor. Haremos fiesta, querido Juan, mi general, amigo de lamar, mi hermano de nuestra airosa baha gaditana.Me gritan de hambre las tripas dijo Cachalote.Lo entiendo dijo Alberti: sin manduca, los cerebros se vacan.Chorizo ergo sum.Pues s, don Rafael, ahora mismo no tengo ms remedio que llenar elcerebro con algunas rodajas de chorizo.Modesto se sinti atacado por un sbito ataque de risa. Y acert a decirentre carcajadas:Cmo me suena todo lo que dices a nuestro Puerto, querido RafaelNunca mientras yo viva olvidar nuestra tierra, amigo Juan Guilloto,admirado general Modesto, y no lo quieran ni Dios ni el Diablo. Nadiese va jams de nuestra baha, nuestras almas estn ancladas en el margaditano. Y volveremos un da: que el injusto Dios me oiga o que el buenDiablo me escuche.Call un instante, tom del hombro a Modesto y lo condujo a travs de unlbrego pasillo hacia la sala del fondo. Pero el homenaje estaba en caminoy, mientras caminaban unidos, el poeta declam, con voz de gruta, un versocompuesto por l meses atrs en honor del soldado: Recibe mi alabanza, coronel, viejo amigo,mientras el Ebro justo con su mojada