El Toro y La Lanza - Michael Moorcock

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Corum Jhaelen Irsei, el Príncipe dela Mano de Plata, también conocidocomo Príncipe de la TúnicaEscarlata, ha perdido a Rhalina, suesposa mabden, y vive sumido en lamelancolía y el desconsuelo. PeroCorum, como encarnación delCampeón Eterno, no es un serdestinado a conocer ninguna clasede reposo, y aun en medio de sudesdicha se ve arrastrado a unnuevo conflicto que le arranca de supropio tiempo.

Mucho después de la muerte de

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todos los dioses, el pueblo de losmabden se enfrentadesesperadamente a la terribleamenaza de los Fhoi Myore, unaraza monstruosa exiliada en elLimbo que está destruyendo sumundo mediante el frío. Corum esllamado en su auxilio y conoce al reyMannach y a su hermosa hijaMedhbh. Y así, el destino de ambosy de todos los mabden queda enmanos de un príncipe vadhagh quese encuentra acosado por su propiae ineludible desesperación.

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Michael Moorcock

El toro y la lanzaTrilogía de Corum I

ePub r1.1Dyvim Slorm 14.07.13

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Título original: The Bull and the SpearMichael Moorcock, 1973Traducción: Albert SoléIlustración de portada: Fred MarvinDiseño de portada: Dyvim Slorm

Editor digital: Dyvim SlormePub base r1.0

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Para Marianne.

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IntroducciónEn aquellos tiempos había océanos

de luz y ciudades en los cielos, y bestiasde bronce que volaban. Había rebañosde reses carmesíes que rugían y eranmás altas que castillos. Había criaturasverdes de voces estridentes quemoraban en ríos oscuros. Era una épocade dioses que se manifestaban sobrenuestro mundo en todos sus aspectos;una época de gigantes que caminabansobre las aguas; de espíritus sin mente ycriaturas deformes que podían serinvocadas por un pensamientoimprudente, pero a las que luego sólo se

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podía expulsar mediante el dolor dealgún temible sacrificio; de magia,fantasmas, naturaleza inestable,acontecimientos imposibles, paradojasdisparatadas, sueños convertidos enrealidad y sueños retorcidos eincontrolables; de pesadillas que sevolvían reales.

Era una época maravillosa y unaépoca oscura; la época de los Señoresde las Espadas; cuando los vadhagh ylos nhadragh, enemigos desde hacíaeras, agonizaban; cuando el ser humano,el esclavo del miedo, acababa deaparecer sin ser consciente de que unagran parte de los terrores que

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experimentaba era meros resultados delhecho de que él mismo había cobradoexistencia. Ésa era una de las muchasironías relacionadas con los sereshumanos (que en aquellos tiemposllamaban mabden a los miembros de suraza).

Sus vidas eran breves, pero losmabden se reproducían a un ritmoprodigioso. Les bastaron unos cuantossiglos para dominar el continenteoriental en el que habían evolucionado.Durante uno o dos siglos, la supersticiónles impidió enviar un gran número desus embarcaciones hacia las tierras delos vadhagh y los nhadragh; pero el que

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no se les ofreciera ninguna resistenciahizo que se fueran envalentonando pocoa poco. Empezaron a sentir celos de lasrazas más antiguas, y la maldad comenzóa florecer en sus almas.

Los vadhagh y los nhadragh no eranconscientes de esto. Llevaban un millónde años o más viviendo sobre el planeta,que ahora por fin parecía hallarse enpaz. Conocían la existencia de losmabden, pero no consideraban que sediferenciasen demasiado de las otrasbestias salvajes. Los vadhagh y losnhadragh seguían permitiéndose sentirlos odios tradicionales que siempre sehabían interpuesto entre sus razas, pero

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ahora dedicaban las horas de sus largasvidas al examen de las abstracciones, lacreación de obras de arte y otrasempresas similares. Racionales,sofisticadas y en paz consigo mismas,las razas más antiguas eran incapaces decreer en los cambios que se habíanproducido y por eso, como ocurre casisiempre, pasaron por alto las señales ylos portentos.

Las dos razas enemigas habíanlibrado su última batalla hacía yamuchos siglos, pero a pesar de ello nohabía ningún intercambio deconocimientos entre ellas.

Los vadhagh vivían en grupos

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familiares que ocupaban castillosaislados esparcidos por un continente alque llamaban Bro-an-Vadhagh. Apenasexistía ninguna clase de comunicaciónentre esas familias, pues los vadhaghhabían perdido ya hacía mucho tiempoel impulso de viajar. Los nhadraghvivían en ciudades construidas en lasislas de los mares que se extendían alnoroeste de Bro-an-Vadhagh. Tambiénhabían reducido al mínimo los contactosentre ellos, e incluso los parientes máscercanos rara vez llegaban a verse. Lasdos razas se consideraban invulnerables.Las dos estaban equivocadas.

El ser humano, ese presuntuoso

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recién llegado, estaba empezando areproducirse y se extendía sobre elmundo igual que una plaga. Cada vezque entraba en contacto con las viejasrazas, la plaga acababa con ellas; y elser humano no sólo traía consigo lamuerte, sino también el terror.Queriendo, convertía el mundo antiguoen ruinas y huesos. Sin querer, traíaconsigo un trastorno psíquico ysobrenatural de tales magnitudes que nilos Grandes Dioses Antiguos erancapaces de comprenderlo.

Y los Grandes Dioses Antiguosempezaron a conocer el miedo.

Y el ser humano, esclavo del miedo,

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arrogante en su ignorancia, siguióavanzando con paso tambaleante. Estabaciego a las enormes alteraciones ytrastornos causados por susaparentemente diminutas y mezquinasambiciones. El ser humano tambiénpadecía una aguda carencia desensibilidad, y no era consciente de laexistencia de la multitud de dimensionesque llenaban el universo en las que cadaplano se intersectaba con varios otros.No ocurría así con los vadhagh o losnhadragh, quienes habían sabido lo queera desplazarse a voluntad entre lasdimensiones a las que llamaban losCinco Planos. Los vadhagh y los

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nhadragh habían tenido atisbos y habíancomprendido la naturaleza de muchosotros planos aparte de los Cinco a travésde los que se movía la Tierra.

En consecuencia, el que esas razasperecieran a manos de criaturas quetodavía eran poco más que animalesparecía una terrible injusticia. Era comosi unos buitres discutieran entre ellospara quedarse con los mejores bocadosdel cuerpo paralizado de un joven poetaque sólo podía contemplarles con ojosllenos de perplejidad mientras losbuitres, que nunca llegarían a saber quéle estaban arrebatando, le ibandespojando poco a poco de una

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existencia exquisita que nunca podríanapreciar.

«Si hubiesen valorado lo querobaban, si hubieran sabido qué estabandestruyendo —dice el anciano vadhaghen la historia «La única flor delotoño»—, eso me habría consolado».

Era injusto.Creando al ser humano, el universo

había traicionado a las razas antiguas.Pero se trataba de una injusticia tan

perpetua como familiar. Los seresconscientes pueden percibir el universoy amarlo, pero el universo no puedepercibir y amar a los seres conscientes.El universo no ve distinción alguna entre

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la multitud de criaturas y elementos quecomprende. Todos son iguales, yninguno es favorecido por encima de losdemás. El universo, equipadoúnicamente con los materiales y el poderde la creación, continúa creando: unpoco de esto, un poco de aquello… Nopuede controlar lo que crea y, alparecer, no puede ser controlado por suscreaciones (aunque algunas puedanengañarse a sí mismas creyendo locontrario). Quienes maldicen elfuncionamiento del universo maldicenalgo que está sordo a sus maldiciones.Quienes se enfrentan al universo luchancontra aquello que no puede ser afectado

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o violado. Quienes agitan sus puños losagitan ante las estrellas ciegas.

Pero esto no significa que no hayaalgunos que intentarán enfrentarse encombate a lo invulnerable y destruirlo.Siempre habrá criaturas que no podránsoportar el vivir en un universoindiferente, y a veces serán criaturas deuna gran sabiduría.

El príncipe Corum Jhaelen Irsei erauna de ellas, quizá el último de losvadhagh, a veces llamado el Príncipe dela Túnica Escarlata.

Ésta es la segunda crónica que narrasus aventuras. La primera crónica,conocida como «Los Libros de Corum»,

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contó cómo los seguidores mabden delconde Glandyth-a-Krae mataron a losparientes del príncipe Corum y a susfamiliares más cercanos y enseñaron conello al Príncipe de la Túnica Escarlatacómo odiar, cómo matar y cómo desearla venganza. Hemos oído contar cómo elconde Glandyth torturó al príncipeCorum y le despojó de una mano y de unojo, y cómo Corum fue rescatado por elGigante de Laahr y llevado hasta elcastillo de la margravina Rhalina, uncastillo edificado sobre una montañarodeada por el mar. Rhalina era unamabden (de las gentes más amables ycivilizadas de Lwym-an-Esh), pero

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Corum y ella se enamoraron. CuandoGlandyth puso en pie de guerra a lasTribus del Pony, los bárbaros delbosque, para atacar el castillo de lamargravina, ella y Corum buscaronayuda sobrenatural y debido a ellocayeron en manos del hechicero Shool,señor de la isla llamada Svi-an-Fanla-Brool, el Hogar del Dios Saciado.Corum por fin tuvo una experienciadirecta de aquellos poderes malévolosque actuaban en el mundo con los quehasta entonces no había mantenidoninguna clase de contacto. Shool lehabló de sueños y de realidades. («Veoque estás empezando a hablar y

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argumentar como un mabden —le dijo aCorum—. Mejor para ti, si es quedeseas sobrevivir en este sueñomabden». «¿Es un sueño?», preguntóCorum. «Es algo parecido a un sueño,pero es lo bastante real. Es lo quepodrías llamar el sueño de un dios, ytambién podrías decir que se trata de unsueño al que un dios ha permitido que seconvirtiera en realidad. Me refiero alCaballero de las Espadas, naturalmente,quien tiene poder sobre los CincoPlanos…»).

Con Rhalina prisionera suya, Shoolpodía hacer un trato con Corum. Le diodos objetos mágicos —la Mano de Kwll

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y el Ojo de Rhynn— para quesustituyeran a los órganos que habíaperdido. En tiempos pasados, esosartefactos enjoyados habían sidopropiedad de dos dioses hermanos,conocidos como los Dioses Perdidosporque se habían desvanecido tanrepentina como misteriosamente.

Armado con esos objetos, Coruminició su gran empresa, que le llevaría aenfrentarse con los tres Señores de lasEspadas —el Caballero, la Reina y elRey de las Espadas—, los poderososSeñores del Caos. Y Corum hizo muchosdescubrimientos concernientes a esosdioses, la naturaleza de la realidad y la

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naturaleza de su propia identidad. Seenteró de que era el Campeón Eterno, yde que era misión suya luchar contraesas fuerzas que atacaban la razón, lalógica y la justicia, y supo que debíaenfrentarse a ellas bajo mil aparienciasy en mil eras distintas sin importar quéforma adoptaran sus enemigos. Y,finalmente, Corum consiguió vencer aesas fuerzas (con la ayuda de un aliadomisterioso) y expulsar a los dioses de sumundo.

La paz reinó en Bro-an-Vadhagh yCorum llevó a su prometida mortal hastasu viejo castillo, que se alzaba sobre unacantilado dominando una ensenada.

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Mientras tanto, los pocos vadhagh ynhadragh que habían sobrevividovolvieron a ocuparse de sus asuntos, y latierra dorada de Lwym-an-Esh florecióy se convirtió en el centro del mundomabden, y se hizo famosa por suseruditos, sus bardos, sus artistas, susarquitectos y sus guerreros. Los mabdenconocieron el amanecer de una gran era,y prosperaron; y a Corum le complacióla prosperidad del pueblo de su esposa.En las raras ocasiones en que un grupode viajeros mabden pasaba cerca delCastillo Erorn, Corum lo acogíaespléndidamente y su corazón se llenabade alegría cuando les oía hablar de la

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belleza de Halwyg-nan-Vake, capital deLwym-an-Esh, cuyas murallas sehallaban cubiertas de flores durante todoel año; y los viajeros hablaban a Corumy Rhalina de los nuevos navíos quetraían gran prosperidad a todas lastierras, por lo que en Lwym-an-Eshnadie sabía lo que era el hambre.Después les hablaban de las nuevasleyes gracias a las que todos tenían vozy voto en la dirección de los asuntos deLwym-an-Esh, y Corum escuchaba y sesentía orgulloso de la raza de Rhalina.

Durante una conversación con unode esos viajeros, Corum decidióexponerle algunas opiniones suyas.

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—Cuando el último vadhagh y elúltimo nhadragh hayan desaparecido deeste mundo —dijo—, la raza de losmabden escalará tales cimas que sugrandeza dejará pequeña a la quealcanzaron nuestras razas en el pasado.

—Pero nunca tendremos vuestrospoderes de hechicería —dijo el viajero,y sus palabras hicieron que Corum riesea carcajadas.

—¡Nunca tuvimos ningún poder dehechicería! Ni siquiera disponíamos deese concepto… Nuestra «hechicería» noera más que nuestra observación ymanipulación de las leyes naturales, asícomo nuestra percepción de otros planos

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del multiverso, y se puede decir queahora hemos perdido todo eso. Son losmabden quienes imaginan la existenciade algo llamado hechicería, los quesiempre prefieren inventar lo milagrosoa investigar lo ordinario y descubrir lomilagroso que oculta en su interior. Esacapacidad imaginativa hará que vuestraraza llegue a ser la más excepcional queha conocido la Tierra hasta el momento,¡pero también podría destruiros!

—¿Acaso inventamos a los Señoresde las Espadas a los que combatisteis demanera tan heroica?

—Sí —respondió Corum—.¡Sospecho que eso es precisamente lo

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que hicisteis! Y sospecho que podríaisvolver a inventar otros dioses en elfuturo.

—¿Inventar fantasmas? ¿Bestiasfabulosas? ¿Dioses de inmensospoderes? ¿Cosmologías enteras? —replicó el asombrado viajero—. ¿Meestáis diciendo acaso que ninguna deesas cosas es real?

—Eran lo suficientemente reales —dijo Corum—. Después de todo, en elmundo no hay nada más fácil de crearque la realidad. Es en parte una cuestiónde necesidad, en parte una cuestión detiempo, en parte una cuestión decircunstancias…

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Corum enseguida lamentó haberdejado tan confuso a su invitado, yvolvió a reír y pasó a hablar de otrostemas.

Y así fueron transcurriendo los añosy Rhalina empezó a mostrar las señalesde la edad mientras Corum, quien eracasi inmortal, no mostraba ninguna. Peroseguían amándose el uno al otro, y quizácon una intensidad todavía mayor alcomprender que se iba aproximando eldía en el que la muerte la separaría deél.

Su vida era agradable, y su amor erafuerte. Necesitaban muy poco aparte dela compañía del otro.

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Y Rhalina murió.Y Corum lloró su muerte, pero lo

hizo sin la tristeza que sienten losmortales (que, en parte, es tristeza porellos mismos y miedo a su propiamuerte).

Habían transcurrido casi setentaaños desde la derrota de los Señores delas Espadas, y las visitas de los viajerosse fueron haciendo cada vez más y másraras a medida que Corum de losvadhagh se iba convirtiendo más en unaleyenda y Lwym-an-Esh iba dejando derecordarle como una criatura de carne yhueso. A Corum le divirtió enterarse deque en algunas comarcas alejadas de la

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capital habían surgido altaresconsagrados a él y toscas imágenessuyas a las que la gente rezaba tal comohabían rezado a sus dioses. No habíantardado mucho en hallar nuevos dioses,y resultaba irónico que convirtieran enuna divinidad a la persona que les habíaayudado a librarse de las divinidadesantiguas. Habían magnificado sushazañas, y al hacerlo le simplificaroncomo individuo. Le atribuyeron poderesmágicos, y contaban las mismashistorias sobre él que habían contado entiempos pasados sobre sus diosesanteriores. ¿Cuál podría ser la razón deque los mabden nunca tuvieran bastante

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con la verdad? ¿Por qué siempre teníanque embellecerla y oscurecerla? ¡Ah,qué llena de paradojas estaba aquellaraza!

Corum se acordó del día en el que sehabía despedido de su amigo Jhary-a-Conel, quien se llamaba a sí mismo elCompañero de los Campeones, y lasúltimas palabras que éste le habíadirigido. «Siempre se pueden crearnuevos dioses», le había dicho Jhary,pero por aquel entonces Corum no podíaimaginar a partir de quién se crearía unode esos nuevos dioses.

El haberse convertido en divino alos ojos de muchos hizo que los

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habitantes de Lwym-an-Esh empezaran arehuir el promontorio sobre el que sealzaba la vieja mole del Castillo Erorn,pues sabían que los dioses no disponende tiempo que perder escuchando laestúpida charla de los mortales.

Y, como resultado, Corum se fuesintiendo todavía más solo, y laperspectiva de viajar por las tierras delos mabden se le fue haciendo cada vezmás desagradable, pues aquella nuevaactitud de sus moradores le resultabamuy incómoda.

Todos los habitantes de Lwym-an-Esh que le habían conocido bien, y quesabían que Corum era tan vulnerable

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como ellos mismos y que sólo sediferenciaba de ellos en que vivíamucho más tiempo, ya habían muertotambién, y en consecuencia no quedabanadie que pudiera negar las leyendas.

Corum había acabadoacostumbrándose a las costumbres delos mabden y a estar rodeado de gentesde aquel pueblo, y no tardó en descubrirque ya no encontraba mucho placer en lacompañía de su raza, pues los vadhaghno habían perdido su altivez distante ysu incapacidad de comprender susituación real, y perseverarían en suactitud hasta que toda la raza de losvadhagh hubiera perecido. Corum les

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envidiaba su falta de preocupaciones,pues aunque no tomaba parte alguna enlos asuntos del mundo, seguíasintiéndose lo bastante involucrado enellos como para especular sobre eldestino de las distintas razas.

Una especie de ajedrez al que solíanjugar los vadhagh ocupaba una granparte de su tiempo (Corum jugaba contrasí mismo, y utilizaba las piezas comoargumentos para enfrentar unrazonamiento contra otro y averiguar asícuál era el más lógico). Cuandomeditaba sobre los distintos conflictosque había vivido en el pasado, habíamomentos en los que llegaba a dudar de

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que hubieran ocurrido. Se preguntaba silas puertas que daban acceso a losQuince Planos habían quedado cerradaspor siempre jamás incluso para losvadhagh y los nhadragh, quienes contanta libertad habían entrado y salidopor ellas en el pasado. De ser así, esosignificaba que esos planos habíandejado de existir a todos los efectosprácticos; y como consecuencia suspeligros, sus temores y susdescubrimientos fueron adquiriendopoco a poco la cualidad de algo queapenas es más que una abstracción. Seconvirtieron en factores dentro de unadiscusión concerniente a la naturaleza

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del tiempo y de la identidad, y ladiscusión no tardó en dejar deinteresarle.

Tuvieron que pasar casi ochentaaños desde la derrota de los Señores delas Espadas antes de que Corumvolviera a interesarse por asuntosconcernientes a los mabden y sus dioses.

La crónica de Corum y la mano deplata.

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Libro primeroEn el que el Príncipe Corum es visitado

por un sueño tan extraño comohorrible…

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I

Temiendo el futuromientras el pasado se

vuelve borroso

Rhalina había muerto a los noventa yseis años de edad cuando aún erahermosa, y Corum la había llorado.Siete años después, Corum seguíaechándola de menos. Cuando pensaba enlos quizá mil años de existencia que aúnle quedaban por vivir envidiaba la

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brevedad de sus existencias a la raza delos mabden, pero aun así rehuía lacompañía de esa raza porque lapresencia de los mabden siempre hacíaque se acordara de Rhalina.

Los vadhagh, su raza, habían vueltoa morar en aquellos castillos aisladoscuyas formas eran tan parecidas a las delos promontorios rocosos que creaba lanaturaleza que muchos mabden quepasaban junto a ellos eran incapaces deverlos como edificaciones, y lostomaban por riscos de granito, caliza ybasalto. Corum rehuía la compañía delos vadhagh porque en vida de Rhalinahabía acabado prefiriendo la compañía

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de los mabden. Era una ironía sobre lacual solía escribir poemas, pintarcuadros o componer música en losvarios salones del Castillo Erorn quehabían sido reservados para talespropósitos.

Y así fue cambiando y volviéndosecada vez más extraño, allí en el CastilloErorn junto al mar.

Se volvió distante. Su servidumbre,entre la que ya no había nadie que nofuese vadhagh, se preguntaba cómopodría expresarle su opinión de quequizá debería tomar una esposa vadhaghde la cual pudiera tener hijos a través delos cuales podría llegar a descubrir un

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interés renovado en el presente y elfuturo; pero no conseguían hallar formaalguna de atravesar la muralla desilencio y lejanía que se interponía entreellos y su señor Corum Jhaelen Irsei,Príncipe de la Túnica Escarlata, quienhabía ayudado a derrotar a los diosesmás poderosos, librando con ello almundo de una gran parte de cuanto habíatemido.

Los sirvientes empezaron a conocerel miedo. Acabaron temiendo a Corum,aquella silueta solitaria con un parcheque cubría una órbita vacía, con susurtido de manos derechas artificiales,cada una creada mediante la artesanía

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más exquisita (fabricadas por Corumpara su propio uso), aquel caminantesilencioso que recorría los salones amedianoche, aquel jinete ceñudo ymelancólico que cabalgaba a través delos bosques invernales.

Y Corum también conoció el miedo.Empezó a sentir el temor a los díasvacíos, a los años de soledad y a tenerque esperar que el lento girar de lossiglos acabara trayéndole la muerte.

Pensó en poner fin a su vida, perosin que supiera muy bien por qué tenía lavaga sensación de que ese acto sería uninsulto al recuerdo de Rhalina. Pensó eniniciar alguna clase de nueva empresa,

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pero ya no había tierras que explorar enaquel mundo cálido, apacible ytranquilo. Incluso los bestialesseguidores del rey mabden Lyr-a-Brodehabían vuelto a sus ocupacioneshabituales, convirtiéndose nuevamenteen granjeros, comerciantes, pescadoresy mineros. No había enemigosamenazadores, no existía ningunainjusticia que hiciese evidente supresencia. Una vez liberada de losdioses, la raza de los mabden se habíavuelto sabia, pacífica y bondadosa.

Corum recordó las antiguasocupaciones de su juventud. Habíacazado, pero el paso del tiempo le había

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arrebatado todo el placer que sentía entiempos pasados yendo de cacería.Durante sus batallas con los Señores delas Espadas había sido acosado contanta frecuencia que ahora sólo podíasentir angustia por los perseguidos.Había cabalgado. Había disfrutado conla contemplación de los hermosos yexuberantes panoramas que se extendíanalrededor del Castillo Erorn, pero suamor a la vida se había ido marchitando.Aun así, Corum seguía montando acaballo de vez en cuando.

Cabalgaba a través de los frondososbosques que cubrían las laderas delpromontorio sobre el que se alzaba el

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Castillo Erorn. A veces llegaba aaventurarse hasta los páramos deprofundas ciénagas verdosas que habíamás allá y que le ofrecían sus matorralesde aulagas, sus halcones, sus cielos y susilencio. A veces volvía al CastilloErorn por el camino de la costa, ycabalgaba peligrosamente cerca delprecario borde del acantilado. Las olascoronadas de blancura se alzaban muypor debajo de él, gruñendo y siseandosin cesar. A veces zarcillos de espumagolpeaban el rostro de Corum, peroapenas sentía su contacto. Hubo untiempo en el que aquella sensación lehabía hecho sonreír de placer.

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Lo habitual era que no saliese delcastillo. Ni el sol, ni el viento ni elrepiqueteo de la lluvia eran capaces dehacer que Corum abandonara lashabitaciones y las salas sumidas en lapenumbra que habían estado llenas deamor, luz y risas aquellos días en queestaban ocupadas por su familia y, mástarde, cuando Rhalina vivía en ellas.Había días en los que ni siquiera llegabaa levantarse de su sillón. Su alta yesbelta silueta se reclinaba sobre losalmohadones y Corum apoyaba suhermosa y delgada cabeza sobre surobusto puño, y el óvalo almendrado desu ojo amarillo y púrpura contemplaba

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el pasado, un pasado que se ibavolviendo más y más borroso con elpaso del tiempo, y su desesperación seiba intensificando poco a poco mientrasse esforzaba por recordar hasta elúltimo detalle de su vida con Rhalina.Un príncipe de la gran raza vadhaghconsumiéndose de pena por una mujermortal… Antes de la llegada de losmabden, el Castillo Erorn nunca habíaconocido la presencia de los fantasmas.

Y a veces, cuando no echaba demenos a Rhalina, deseaba que Jhary-a-Conel no hubiese decidido marcharse deaquel plano; pues al igual que él, Jharyparecía ser inmortal. El Compañero de

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los Héroes, como se llamaba a símismo, parecía capaz de moverse avoluntad por todos y cada uno de losQuince Planos de existencia, y actuabacomo guía, compañero de armas yconsejero para alguien que, en opiniónde Jhary, siempre era Corum bajo variasapariencias distintas. Había sido Jhary-a-Conel quien había dicho que él yCorum podían ser «aspectos de un héroemás grande», al igual que habíaconocido a otros dos aspectos de esehéroe, Erekosë y Elric, en la torre deVoilodion Ghagnasdiak. Jhary habíaafirmado que eran Corum en otrasencarnaciones, y que Erekosë tenía que

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cargar con la maldición de serconsciente de la existencia de la granmayoría de esas encarnaciones.Intelectualmente Corum podía aceptarsemejante idea, pero emocionalmente larechazaba. Él era Corum, y ésa era lamaldición y el destino con los que teníaque cargar.

Corum poseía una colección decuadros de Jhary (casi todos ellos eranautorretratos, pero algunos eran retratosde Rhalina y de Corum, y del gatitoblanquinegro alado que Jhary siemprellevaba consigo donde quiera que fuese,al igual que siempre llevaba consigo susombrero). Durante sus momentos de

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melancolía más mórbida, Corumcontemplaba los retratos y se acordabade los viejos tiempos, pero poco a pocohasta los cuadros acabaronconvirtiéndose en retratos dedesconocidos. Se esforzaba por pensaren el futuro y hacer planes sobre sudestino, pero al final sus buenasintenciones nunca daban ningúnresultado concreto. Por muy detallado orazonable que fuese, no había plan quedurase más de uno o dos días. ElCastillo Erorn estaba lleno de poemas,ensayos, cuadros y composicionesmusicales inacabadas. El mundo habíaconvertido a un hombre de paz en un

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guerrero y después le había dejado sinnada por lo que luchar. Ése era eldestino de Corum. No tenía ningunarazón para trabajar la tierra, pues losalimentos de los vadhagh erancultivados dentro del recinto delcastillo. La carne y el vino abundaban, yel Castillo Erorn proporcionaba a susescasos habitantes todo cuanto éstospudieran llegar a necesitar. Corum habíapasado muchos años trabajando en ungran número de manos artificialesbasadas en lo que había visto en la casadel médico en el mundo de lady JanePentallyon. Ahora contaba con unsurtido de manos, todas perfectas, que

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funcionaban tan satisfactoriamente comosu mano de carne y hueso lo había hechoen el pasado. Su favorita, y la quellevaba casi todo el tiempo, era una quetenía la forma de un guantelete de platafinamente trabajado con numerosasfiligranas, y que era una copia exacta dela mano que el conde Glandyth-a-Kraele había amputado hacía ya casi un siglo.Era la mano que podría haber usadopara sostener su espada o su lanza o suarco, de haber existido alguna necesidadde que empuñara aquellas armas. Loscasi imperceptibles movimientos de losmúsculos del muñón de su muñecabastaban para que la mano hiciese todo

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cuanto podía hacer una mano corriente, ytodavía más que eso, pues la presa deesa mano era más fuerte. Además,Corum se había vuelto ambidextro, y eracapaz de usar su mano izquierda tan biencomo había usado la mano derecha. Peroni toda su habilidad era capaz deproporcionarle un nuevo ojo, y habíatenido que contentarse con un parchecubierto de seda escarlata que la agujamás delgada de Rhalina había adornadocon un complicado bordado. Corumhabía adquirido la costumbreinconsciente de deslizar con frecuencialos dedos de su mano izquierda sobre elbordado mientras meditaba sentado en

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su sillón.Corum empezó a darse cuenta de que

su taciturnidad había iniciado el cambioque podía acabar convirtiéndola enlocura cuando oyó voces una nocheestando acostado en su cama. Eranvoces distantes, un coro que cantaba unnombre que podía ser el suyo en unalengua que se parecía a la de losvadhagh pero que, al mismo tiempo, eramuy distinta. Por mucho que se esforzarano podía acallar las voces, de la mismamanera que no conseguía comprendermás que unas cuantas palabras de lo quedecían por mucho que aguzara el oído.Después de haber oído las voces durante

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varias noches, Corum empezó a gritarpidiéndoles que se callaran. Gemía, serevolcaba entre las sedas y las pieles eintentaba taparse los oídos, y de día sereía de sí mismo y cabalgaba durantehoras y horas para agotarse y poder caeren un profundo sopor en cuanto llegarael momento de acostarse. Pero las vocesseguían hablándole cada noche, ydespués llegaron los sueños. Siluetasenvueltas en sombras se alzaban en unclaro de un frondoso bosque. Se cogíande la mano formando un círculo, yparecían rodearle. Corum hablaba conellas en sus sueños y les decía que nopodía oírlas, que no sabía qué deseaban

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de él. Les pedía que callaran y ledejaran en paz, pero las siluetas seguíancon su cántico. Tenían los ojos cerradosy las cabezas echadas hacia atrás, y sebalanceaban de un lado a otro.

—Corum. Corum. Corum. Corum.—¿Qué queréis de mí?—Corum. Ayúdanos. Corum.Corum se abría paso a través del

círculo, huía a la carrera por el bosque yacababa despertando. Sabía qué leestaba ocurriendo. Su mente se habíavuelto contra sí misma. No tenía nada enqué ocuparse, por lo que había decididoempezar a crear fantasmas. Corum nuncahabía oído hablar de que algo así le

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hubiese ocurrido a un vadhagh conanterioridad, aunque era bastantefrecuente entre la raza de los mabden.¿Sería posible que aún estuvieseviviendo dentro de un sueño mabden, talcomo le había dicho el hechicero Shoolen una ocasión? ¿Sería quizá que elsueño de los vadhagh y los nhadraghhabía llegado a su fin y, como resultado,estaría soñando un sueño dentro de otrosueño?

Pero aquellos pensamientos no leayudaban en nada a recobrar la corduraque se le iba escapando, y Corum intentóexpulsarlos de su mente. Empezó asentir la necesidad de pedir consejo,

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pero no había nadie a quien pudierarecurrir. Los Señores de la Ley y elCaos ya no gobernaban el mundo, y yano quedaban en él sirvientes suyos a losque impartieran aunque sólo fuese unapequeña parte de su sabiduría. Corumsabía más sobre asuntos filosóficos quecualquier otra persona, pero habíasabios vadhagh que habían llegado hastaallí procedentes de Gwlas-cor-Gwrys,la Ciudad en la Pirámide, que teníanalgunos conocimientos sobre esascuestiones.

Corum decidió que si los sueños ylas visiones seguían, emprendería elviaje hasta alguno de los castillos en que

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vivían los vadhagh y buscaría ayuda allí,y se consoló con el razonamiento de quehabía una buena posibilidad de que lasvoces no le siguieran si se marchaba delCastillo Erorn.

Sus cabalgadas se fueron volviendotan largas y salvajes que todas susmonturas acababan agotadas. Corum sefue alejando cada vez más y más delCastillo Erorn como si albergara laesperanza de que con ello encontraríaalgo que le ayudara, pero no encontrónada salvo el mar al oeste de él y lospáramos y los bosques al este, al sur y alnorte. Allí no había aldeas mabden, ytampoco había granjas y ni siquiera las

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chozas de los tramperos o de los quefabricaban carbón de leña, pues desdeque el rey Lyr-a-Brode había sidoderrotado los mabden no sentían el másmínimo deseo de vivir en las tierras delos vadhagh. Corum se preguntó quéestaba buscando en realidad. ¿Lacompañía de los mabden?¿Representarían quizá sus voces y sussueños meramente el deseo de volver acompartir aventuras con los mortales?La idea le resultaba dolorosa. Duranteun momento vio con toda claridad aRhalina tal como había sido en sujuventud, radiante, orgullosa y fuerte.

Desenvainó su espada y lanzó un

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mandoble contra los helechos. Atacó lostroncos de los árboles con su lanza.Disparó sus flechas contra las rocas.Fue la parodia de una batalla. De vez encuando se desplomaba sobre la hierba ysollozaba.

Y las voces seguían llamándole.—¡Corum! ¡Corum! ¡Ayúdanos!—¿Ayudaros? —gritó él—. ¡Es

Corum quien necesita ayuda! —Corum.Corum. Corum…

¿Había oído aquellas voces conanterioridad? ¿Se había encontradoalguna vez en una situación semejante?

Corum tenía la vaga impresión deque así había sido, pero le bastaba con

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recordar todos los acontecimientos de suvida para comprender que no podía serasí. Nunca había oído aquellas voces, ynunca había tenido aquellos sueños y,sin embargo, estaba seguro de que losrecordaba de otra época. ¿De otraencarnación, quizá? ¿Sería verdad queera el Campeón Eterno?

Corum volvía al Castillo Erorn porel camino del mar —cansado, a vecescon la ropa destrozada, a veces sin susarmas, a veces llevando de la brida uncaballo que cojeaba—, y el retumbar delas olas que se agitaban en las cavernasque había debajo del castillo era comoel palpitar de su corazón.

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Sus sirvientes intentaban consolarley retenerle en el castillo, y lepreguntaban qué le tenía tan trastornado.Corum no respondía a sus preguntas. Semostraba cortés, pero no decía ni unasola palabra sobre su tormento. Nopodía hablarles de aquello, y sabía queaunque hubiese conseguido hacerlo ellosno habrían podido comprenderle.

Y un día Corum cruzó con pasotambaleante el umbral del patio delcastillo sintiéndose tan agotado queapenas conseguía mantenerse en pie, ylos sirvientes le dijeron que un visitanteacababa de llegar al Castillo Erorn yque le estaba esperando en una de las

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salas de música, la misma que Corumhabía mantenido cerrada desde hacíaunos cuantos años porque la hermosurade la música le recordaba demasiado aRhalina, que siempre la habíaconsiderado su sala favorita.

—¿Cómo se llama? —murmuróCorum—. ¿Es mabden o vadhagh? ¿Quépropósito le ha traído hasta aquí?

—No ha querido decirnos nada,amo, salvo que era vuestro amigo ovuestro enemigo…, y que vos sabríaiscuál de las dos cosas es.

—¿Amigo o enemigo? ¿Acaso es unbufón que propone acertijos y charadas?Tendrá que esforzarse mucho aquí…

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Pero Corum acogió aquel misteriocon curiosidad y casi con gratitud. Antesde ir a la sala de música se lavó, secambió de ropa y tomó unos sorbos devino hasta que por fin se sintió losuficientemente revivido como paraenfrentarse al desconocido.

Las arpas, órganos y cristales de lasala de música ya habían iniciado susinfonía. Corum oyó las débiles notas deuna melodía familiar que subíanrevoloteando hasta sus aposentos, yapenas llegaron a sus oídos se sintióabrumado por la depresión y decidióque el desconocido no se merecía el quetuviese la cortesía de ir a verle. Pero

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había una parte de su ser que queríaescuchar aquella música. La habíacompuesto él mismo para el cumpleañosde Rhalina, y expresaba una gran partedel tierno amor que había sentido haciaella. Rhalina había cumplido noventaaños, y su mente y su cuerpo seguían tanvigorosos como en su juventud. «Memantienes joven, Corum», le habíadicho.

Las lágrimas inundaron su único ojo.Corum se las limpió con la manga ymaldijo al visitante que había revividoaquellos recuerdos. Aquel entrometidose había presentado en el Castillo Erornsin invitación previa, y había abierto una

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sala de música que estaba cerrada pordeseo expreso del señor del castillo.¿Cómo podía justificar semejantesacciones?

Después Corum se preguntó si setrataría de un nhadragh, pues había oídocomentar que éstos todavía le odiaban.Los que habían quedado con vidadespués de las conquistas del rey Lyr-a-Brode habían degenerado hasta caer enun estado de semibestialidad. ¿Y sialguno de ellos había recordado unaparte suficiente de su odio como parabuscar a Corum con el objetivo dematarle? Aquel pensamiento hizo queCorum sintiera algo que se acercaba

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bastante al júbilo, y se dijo quedisfrutaría del combate si llegaba ahaberlo.

Y, por esa razón, se puso la mano deplata y cogió su espada de hoja esbelta yafilada antes de bajar por la rampa quellevaba a la sala de música.

La música fue aumentando devolumen y se fue volviendo mascompleja y exquisita a medida que seaproximaba a la sala. Corum tuvo queluchar contra ella para seguiravanzando, tal como habría tenido queluchar contra un vendaval.

Entró en la estancia. Sus coloresgiraban y bailaban con la música. Había

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tanta luz que Corum quedó cegadodurante un momento. Después parpadeóy recorrió la sala con la miradabuscando a su visitante.

Por fin logró verle. El hombreestaba sentado entre las sombras,absorto en la música. Corum avanzó porentre las enormes arpas, órganos ycristales, acallándolos con un roce desus dedos hasta que todo quedó ensilencio. Los colores se esfumaron. Elhombre que había estado sentado en unrincón se levantó y empezó a ir haciaCorum. No era muy alto, y caminaba conun visible contoneo. Llevaba unsombrero de ala ancha y había una

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deformidad sobre su hombro izquierdo,quizá una joroba. Su rostro quedabatotalmente oscurecido por el ala delsombrero, pero aun así Corum empezó asospechar que conocía a aquel hombre.

Reconoció al gato antes que a suvisitante. El felino estaba acurrucadosobre el hombro izquierdo, y era lo queal principio Corum había confundidocon una joroba. Sus ojos redondos seclavaron en el príncipe. El gato empezóa ronronear. El hombre alzó la cabeza, yel gesto reveló el rostro sonriente deJhary-a-Conel.

Corum había quedado tan asombradoy estaba tan acostumbrado a vivir en

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compañía de los fantasmas que tardó unpoco en reaccionar.

—¿Jhary? —murmuró por fin.—Buenos días, príncipe Corum.

Espero que no te haya molestado queescuchara tu música… Creo que nohabía oído nunca esa pieza.

—No. La escribí mucho tiempodespués de que te marcharas.

La voz de Corum sonaba distanteincluso en sus oídos.

—¿Te ha trastornado el que lahiciera sonar? —preguntó Jharyponiendo cara de preocupación.

—Sí, pero no debes sentirteculpable por ello. La escribí para

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Rhalina, y ahora…—Rhalina está muerta. He oído

decir que su vida fue envidiable y llenade felicidad.

—Sí, y también fue muy corta —replicó Corum con la voz impregnada deamargura.

—Fue más larga que la de lainmensa mayoría de mortales, Corum. —Jhary decidió cambiar de tema—.Tienes mal aspecto… ¿Has estadoenfermo?

—Mi cabeza quizá lo haya estado.Aún lloro por Rhalina, Jhary-a-Conel.Aún no he superado la pena y el dolorde perderla, ¿comprendes? Desearía que

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ella… —Corum miró a Jhary e intentósonreír sin mucho éxito—. Pero no debopensar en lo imposible.

—Así pues, ¿existen lasimposibilidades?

Jhary concentró su atención en sugato y acarició sus peludas alas.

—En este mundo sí.—Existen en la gran mayoría de

mundos, cierto, pero lo que es imposibleen uno es posible en otro. Ése es el granplacer que se experimenta al viajar entrelos mundos, tal como yo hago.

—Fuiste en busca de dioses. ¿Losencontraste?

—Encontré a unos cuantos, y

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también a unos cuantos héroes de losque podía ser compañero. Desde quehablamos por última vez, he presenciadoel nacimiento de un mundo nuevo y ladestrucción de uno muy viejo. He vistomuchas formas de vida muy extrañas yhe oído muchas opiniones peculiaressobre la naturaleza del universo y de sushabitantes. La vida surge y se extingue,como ya sabes… No hay tragedia algunaen el hecho de la muerte, Corum.

—Aquí sí la hay —observó Corum—. Cuando hay que seguir viviendodurante siglos antes de poder reunirte denuevo con el ser amado, y cuando loúnico que se consigue con eso es unirse

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a él en la nada y el olvido…—¡Qué conversación tan ridícula y

morbosa! No es digna de un héroe… —Jhary se rió—. No es de hombresinteligentes hablar de estas cosas, amigomío, y digo eso por no emplear palabrasmás fuertes. Oh, vamos, Corum… Si tucompañía se ha vuelto tan aburridacomo empiezo a temer, acabarélamentando haberte hecho esta visita.

Y Corum sonrió por fin.—Tienes razón. Me temo que es el

triste destino de los hombres querehuyen la compañía de los demás. Seles embota el ingenio, ¿verdad?

—Ésa es la razón por la que siempre

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he preferido la vida de las ciudades —dijo Jhary.

—¿Y acaso la ciudad no te varobando poco a poco el alma? Losnhadragh vivían en ciudades y acabarondegenerando.

—El espíritu puede ser nutrido casien cualquier sitio. La mente necesitaestímulos. Todo es cuestión de encontrarel equilibrio, y supongo que eso es algoque también depende del temperamentode cada uno. Bien, pues en lo querespecta a lo temperamental yo henacido para vivir en las ciudades… ¡Ycuanto más grandes, más sucias y másdensamente pobladas, tanto mejor! He

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visto unas cuantas ciudades tanennegrecidas por la mugre, tan vastas ytan repletas de vida que si te contaratodos los detalles nunca me creerías…¡Ah, qué hermosas eran!

Corum volvió a reír.—¡Me alegra mucho que hayas

vuelto, Jhary-a-Conel, y que hayastraído contigo tu sombrero, tu gato y tuironía!

Y después se abrazaron el uno alotro y rieron a carcajadas.

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II

La invocación de unsemidiós muerto

Aquella noche hubo un banquete y elcorazón de Corum olvidó la melancolíaque se había adueñado de él, y pudodisfrutar de la carne y del vino porprimera vez en siete años.

—Y después me vi involucrado enlas aventuras más extrañas imaginablesconcernientes a la naturaleza del tiempo

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—dijo Jhary, quien ya llevaba casi doshoras contando lo que había hecho desdesu separación—. Supongo que teacordarás del Bastón Rúnico, queacudió en nuestra ayuda durante elepisodio de la torre de VoilodionGhagnasdiak, ¿verdad? Bien, pues misaventuras estuvieron relacionadas con elmundo que se halla más influido por esebáculo tan peculiar… Conocí a unamanifestación de ese héroe eterno, delque tú mismo eres una manifestación,que se llamaba Hawkmoon. Si piensasque tu tragedia es grande, te pareceríaque no es nada después de conocer latragedia de Hawkmoon, quien obtuvo un

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amigo y perdió una compañera, doshijos y…

Y Jhary-a-Conel pasó la horasiguiente contándole la historia deHawkmoon.

Después le aseguró que habíamuchas historias más que podía contarlesi Corum deseaba oírlas. Había historiassobre Elric y Erekosë, a los que Corumya había conocido, sobre Kane yCornelius y Carnelian, sobre Glogauer yBastable y muchos más. Jhary le juróque todos ellos eran aspectos del mismocampeón y que todos eran amigos deCorum (eso suponiendo que no fueran élmismo), y habló de asuntos tan graves e

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importantes con tal buen humor yadornándolos con tantas bromas queCorum se fue alegrando cada vez más ymás hasta que acabó incapaz de contenerlas carcajadas y bastante embriagadopor el vino.

Faltaba poco para que amaneciesecuando Corum confesó su secreto aJhary y le dijo que temía haberenloquecido.

—Oigo voces, tengo sueños…Siempre es el mismo sueño. Me llaman,me suplican que me una a ellos. ¿Debofingir ante mí mismo que es Rhalina laque me llama? Nada de cuanto hagopuede librarme de ellos, Jhary. Por eso

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había vuelto a salir del castillo hoy…Albergaba la esperanza de agotarmehasta tal extremo que luego no soñaría.

Y el rostro de Jhary se fue poniendomás y más serio mientras le escuchaba, ycuando Corum hubo acabado de hablarel hombrecillo puso la mano sobre elhombro de su amigo.

—No temas —le dijo—. Quizáhayas estado loco durante estos últimossiete años, pero se trataba de una locuramucho más callada y discreta. Has oídovoces, y las personas a las que viste entu sueño eran reales. Estaban llamando asu campeón, o al menos eso es lo queintentaban hacer. Estaban intentando

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conseguir que acudieras a ellos. Ya hacemuchos días que lo intentan.

Corum volvía a tener bastantesdificultades para entender lo que leestaba diciendo Jhary.

—¿Su campeón…? —murmuró.—En su época tú eres una leyenda

—le dijo Jhary—, o como mínimo unsemidiós. Para ellos eres Corum LlawEreint…, Corum el de la Mano de Plata,un gran guerrero y campeón de supueblo. ¡Hay ciclos enteros de historiasque narran tus hazañas y demuestran tudivinidad! —Los labios de Jhary securvaron en una sonrisa levementesardónica—. Al igual que ocurre con la

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inmensa mayoría de dioses y héroes, tunombre está unido a una leyenda queafirma que volverás cuando tu pueblo tenecesite más desesperadamente. Y nocabe duda de que ahora te necesitandesesperadamente, Corum…

—¿Quiénes son esas personas a lasque llamas «mi pueblo»?

—Son los descendientes de lasgentes de Lwym-an-Esh… El pueblo deRhalina.

—¿El pueblo de Rhalina…?—Son buena gente, Corum. Les

conozco.—¿Estabas con ellos antes de venir

a verme?

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—No exactamente.—¿Y no puedes hacer que pongan

fin a sus cánticos? ¿No puedes conseguirque dejen de aparecer en mis sueños?

—Su fuerza se debilita a cada díaque pasa. Pronto habrán dejado detorturarte, y cuando eso haya ocurridopodrás volver a dormir en paz.

—¿Estás seguro de ello?—Oh, estoy segurísimo. No pasará

mucho tiempo antes de que el PuebloFrío haya vencido la escasa resistenciaque aún son capaces de oponer, y elPueblo de los Pinos no tardará enesclavizar o aniquilar a los restos de suraza.

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—Bien, como tú mismo has dichoson cosas que ocurren… —murmuróCorum.

—Cierto —dijo Jhary—. Pero seríauna pena ver cómo los últimosrepresentantes de esa raza luminosasucumben ante los oscuros y salvajesinvasores que ahora mismo estánavanzando a través de sus tierras,trayendo consigo el terror donde anteshabía paz, imponiendo el temor dondeantes reinaba la alegría…

—Eso me suena familiar —replicósecamente Corum—. Así que el mundogira y vuelve a girar, ¿eh?

Corum se dijo que ahora ya estaba

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seguro de entender por qué Jhary habíainsistido tanto en hablar de aquel tema.

—Y vuelve a girar —asintió Jhary.—Jhary, no podría ayudarles incluso

suponiendo que quisiera hacerlo. Ya nosoy capaz de viajar de un plano a otro.Ni siquiera puedo ver lo que hay enotros planos… Además, ¿qué ayudapodría prestar un solo guerrero a esepueblo del que me estás hablando?

—Un guerrero podría ayudarlesmuchísimo, y si no opones resistencia aella su misma invocación te llevaráhasta ellos. Pero están muy débiles, y nopueden llevarte allí en contra de tuvoluntad. Te estás resistiendo, y no se

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necesita una gran resistencia para que lainvocación fracase. Cada vez sonmenos, y su poder está a punto deesfumarse. Hubo un tiempo en el quefueron un gran pueblo, e incluso sunombre deriva del tuyo. Tuha-na-CremmCroich… Así es como se llaman a símismos.

—¿Cremm?—O Corum en algunas ocasiones. Es

una forma más antigua de tu nombre.Para ellos significa simplemente«Señor»… Señor del Túmulo. Teadoran bajo la forma de una gran piedraque se alza encima de un túmulo. Sesupone que vives debajo de ese túmulo y

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que escuchas sus plegarias.—Son muy supersticiosos.—Sí, un poquito; pero no se dejan

obsesionar ni dominar por los dioses.Adoran al Hombre por encima de todolo demás, y en realidad todos sus diosesno son más que héroes muertos. Hayquienes crean dioses a partir del sol, laluna, las tormentas o los animales, peroestas gentes sólo divinizan lo que hay denoble en el Hombre y sólo aman aquelloque hay de hermoso en la naturaleza.Corum, te aseguro que si llegaras aconocer a los descendientes de tu esposate sentirías muy orgulloso de ellos.

—Ya… —dijo Corum entrecerrando

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su único ojo y mirando de soslayo aJhary. Sus labios esbozaban una débilsonrisa—. Y ese túmulo… ¿Está en unbosque de robles?

—Sí, está en un bosque de robles.—Es el mismo que vi en mi sueño.

¿Y por qué está siendo atacado esepueblo?

—Una raza del otro lado del mar(algunos dicen que llegada del fondo delmar) ha aparecido viniendo del este.Todas las tierras que eran conocidascomo Bro-an-Mabden han quedadoocultas bajo las olas o yacen bajo elmanto del invierno perpetuo. El hielo locubre todo, y ha sido traído por esas

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gentes del este. También se ha dicho quese trata de un pueblo que habíaconquistado aquellas tierras en elpasado y que fue expulsado de ellas.Otros sugieren que se trata de unamezcla de dos o más razas muy antiguasque se aliaron para destruir a losantepasados de los mabden de Lwym-an-Esh. Allí no se habla del Caos ni dela Ley. Si esas gentes tienen algúnpoder, procede de ellos mismos. Puedencrear fantasmas, y sus hechizos son muypoderosos. Pueden destruir mediante elfuego o mediante el hielo, y tambiéntienen otros poderes. Les llaman losFhoi Myore y controlan al Viento del

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Norte. También son conocidos como elPueblo Frío, y pueden hacer que losmares del norte y del este obedezcan asu voluntad. Hay quienes les conocencon el nombre de Pueblo de los Pinos, ylos lobos negros son sus sirvientes yobedecen sus órdenes. Son un pueblobrutal, y algunos afirman que han nacidodel Caos y de la Vieja Noche. Quizásean los últimos vestigios del Caos quetodavía perduran en este plano, Corum.

Corum ya estaba sonriendoabiertamente.

—¿Y estás intentando convencermede que me enfrente a ellos por un puebloque no es el mío?

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—Es tuyo por adopción. Es elpueblo de tu esposa.

—Ya tomé parte en un conflicto queno era mío —dijo Corum, dando laespalda a Jhary y sirviéndose más vino.

—¿Que no era tuyo? Todos losconflictos lo son, Corum. Es tu destino.

—¿Y si me resisto a ese destino?—No podrás seguir resistiéndote a

él durante mucho tiempo. Lo sé, créeme.Es mejor que aceptes tu destino debuena gana…, con humor, incluso.

—¿Humor? —Corum bebió el vino yse limpió los labios—. Eso no es nadafácil, Jhary.

—No, pero es lo que hace que todo

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resulte soportable.—¿Y qué arriesgo si respondo a esta

llamada y ayudo a ese pueblo?—Muchas cosas. Tu vida.—Que no vale mucho. ¿Qué más?—Tu alma, quizá.—¿Y qué es mi alma?—Si te embarcas en esta empresa,

quizá descubras cuál es la respuesta aesa pregunta.

Corum frunció el ceño.—Mi espíritu no me pertenece,

Jhary-a-Conel. Tú mismo me lo hasdicho.

—Yo nunca he dicho eso. Tuespíritu es únicamente tuyo y te

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pertenece. Puede que tus acciones seandictadas por otras fuerzas. Eso es unasunto muy distinto…

Corum sonrió y el fruncimiento deceño se esfumó.

—Me recuerdas a esos sacerdotesde Arkyn que tanto abundaban en Lwym-an-Esh. Creo que la moralidad es untanto dudosa, pero siempre he sido unpragmático. La raza de los vadhagh esuna raza pragmática.

Jhary enarcó las cejas, pero no dijonada.

—¿Permitirás que el Pueblo deCremm Croich te invoque? —Me lopensaré.

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—Bueno, por lo menos háblales…—Lo he intentado. No me oyen.—Quizá sí te oigan, o quizá sea

preciso que tu mente se halle en unestado determinado para que turespuesta pueda ser oída.

—Muy bien, lo intentaré. Ah, Jhary,y si permito que me transporten a esefuturo… ¿Estarás allí?

—Posiblemente.—¿No puedes darme más garantías

al respecto?—Soy tan poco dueño de mi destino

como tú lo eres del tuyo, CampeónEterno.

—Te agradecería que no utilizaras

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ese título —dijo Corum—. Siempre queoigo esas palabras me siento bastanteincómodo.

Jhary se rió.—¡No puedo decir que te culpe por

ello, Corum Jhaelen Irsei!Corum se puso en pie y estiró los

brazos. La luz del fuego se deslizó sobresu mano plateada e hizo que brillara condestellos tan rojizos como si hubieraquedado repentinamente empapada ensangre. Corum contempló su mano y lahizo girar a un lado y a otro como sinunca se hubiera fijado en ella hastaaquel momento.

—Corum de la Mano de Plata —dijo

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con voz pensativa—. Supongo quepiensan que la mano es de origensobrenatural…

—Tienen más experiencia de losobrenatural que de lo que tu llamarías«ciencia». No les desprecies por eso.Viven en un lugar donde estánocurriendo cosas muy extrañas, y aveces las leyes naturales son unacreación de las ideas humanas.

—He meditado a menudo en esateoría, Jhary. Pero ¿cómo encontrarpruebas que la apoyen?

—Las pruebas también pueden sercreadas. No cabe duda de que hacesbien estimulando tu pragmatismo de

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todas las maneras posibles. Yo creo entodo, al igual que no creo en nada.

Corum bostezó y asintió.—Sí, me parece que es la actitud

más recomendable… Bien, me voy a lacama. No sé qué saldrá de todo esto,Jhary, pero debes saber que tu apariciónha mejorado considerablemente miestado de ánimo. Volveré a hablarcontigo mañana. Antes he de ver qué talpaso esta noche.

Jhary rascó a su gato debajo de labarbilla.

—Ayudar a los que te estánllamando podría resultarte muybeneficioso.

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Casi daba la impresión de estarhablando con el gato.

Corum había empezado a ir hacia lapuerta y se detuvo antes de llegar a ella.

—No es la primera alusión a esoque dejas escapar —dijo—. ¿Podríasdecirme de qué manera me beneficiaría?

—He dicho que «podría» resultartebeneficioso, Corum, pero no puedoañadir nada más. Sería una estupidezpor mi parte, y también sería unamuestra de irresponsabilidad. De hecho,quizá ya he hablado demasiado, puesveo que te he dejado un poco perplejo.

—Expulsaré ese asunto de mimente… Y te deseo que pases una buena

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noche, viejo amigo.—Buenas noches, Corum, y que tus

sueños estén libres de sombras.Corum salió de la habitación y

empezó a subir por la rampa que llevabaa su dormitorio. Era la primera nochedesde hacía muchos meses en que laperspectiva de conciliar el sueño no leinspiraba tanto miedo como curiosidad.

Se quedó dormido casi deinmediato, y las voces empezaron ahacerse oír apenas lo hubo hecho. Envez de oponerles resistencia, Corum serelajó y las escuchó.

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—¡Corum! Cremm Croich… Tupueblo te necesita.

La voz podía oírse con toda claridada pesar de que hablaba con un acentomuy extraño, pero Corum no podía verel coro ni el círculo de siluetas cogidasde las manos que se alzaban sobre untúmulo en un bosque de robles.

—Señor del Túmulo, Señor de laMano de Plata… Sólo tú puedessalvarnos.

Corum oyó su voz antes de darsecuenta de que había hablado.

—¿Cómo puedo salvaros? —preguntó.

—¡Al fin has respondido! —

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exclamó la voz, ahora claramenteemocionada—. Ven a nosotros, Corumde la Mano de Plata, Príncipe de laTúnica Escarlata… Sálvanos tal comonos has salvado en el pasado.

—¿Cómo puedo salvaros?—Puedes encontrar el Toro y la

Lanza y ponerte al frente de nosotrospara guiarnos contra los Fhoi Myore.Muéstranos cómo combatirles, puesellos no pelean como nosotros.

Corum se removió. Ahora podíaverles. Eran hombres y mujeres altos,jóvenes y apuestos cuyos cuerposbronceados brillaban lanzando cálidosdestellos dorados del color del trigo en

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otoño, y el oro había sido trabajadohasta formar dibujos tan complejoscomo hermosos. Brazaletes, tobilleras,collares, ajorcas… Todo era de oro. Lastúnicas que vestían eran de lino teñidocon suaves tonos rojos, azules yamarillos. Todos calzaban sandalias. Sucabello era rubio o tan rojo como lasbayas del serbal. No cabía duda de queeran de la misma raza que las gentes deLwym-an-Esh. Las siluetas se alzaban enel bosque de robles, los ojos cerrados ycogidas de la mano, y todas hablaban alunísono como si fueran una sola.

—Ven a nosotros, Señor Corum. Vena nosotros.

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—Pensaré en ello —dijo Corumadoptando un tono de voz lo más afabley bondadoso posible—, pues hatranscurrido mucho tiempo desde quecombatí por última vez y he olvidado lasartes de la guerra.

—¿Mañana?—Si vengo, vendré mañana.La escena se esfumó y las voces se

desvanecieron, y Corum durmióapaciblemente hasta la mañanasiguiente.

Cuando despertó, Corum ya sabíaque no había nada que discutir. Mientras

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dormía había decidido que de poderhacerlo respondería a la llamada de lassiluetas del bosque de robles. La vidaque llevaba en el Castillo Erorn no sóloera horrible, sino que no resultaba útil anadie…, ni siquiera a él mismo. Iríahasta ellos atravesando el plano ydesplazándose a través del tiempo, e iríahasta ellos orgullosamente y porvoluntad propia.

Jhary le encontró en la sala dearmas. Corum había escogido llevar elpeto de plata y el casco cónico de acerocon su nombre completo grabado en lacima. También había apartado unasgrebas de bronce dorado y su túnica de

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gruesa seda escarlata y la camisa deseda y lino azul. Un hacha de guerravadhagh de mango largo estaba apoyadaen un banco, y a su lado había unaespada forjada en un lugar que no sehallaba sobre la faz de la Tierra y quetenía la empuñadura de ónice rojo ynegro; una lanza cuyo astil estabaadornado de un extremo a otro conminiaturas de escenas de cacería quemostraban a más de un centenar defiguras diminutas, todas ellas talladascon considerable detalle; un buen arco yuna aljaba llena de flechas cuyas plumashabían sido colocadas una por una. A sulado había un escudo de guerra redondo

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hecho con varias capas de madera,cuero, bronce y plata que luego habíansido recubiertas con la fina y resistentepiel del rinoceronte blanco que entiempos había vivido en los bosques quese extendían al norte de las tierras deCorum.

—¿Cuándo irás a ellos? —preguntóJhary inspeccionando el despliegue dearmas.

—Esta noche. —Corum sopesó lalanza que sostenía en su mano—. Si suinvocación tiene éxito, claro… Irémontado sobre mi caballo rojo. Mepresentaré ante ellos cabalgando.

Jhary no le preguntó cómo llegaría

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hasta ellos, y Corum tampoco habíapensado en aquel problema. Ciertasleyes muy peculiares regirían lo queocurriese, y eso era todo lo que sabían olo que deseaban saber; y era mucho loque dependía de la invocación del grupoque aguardaba en el bosque de robles.

Rompieron su ayuno juntos ydespués fueron a los baluartes delcastillo. Desde allí podían ver elinmenso océano que se extendía hacia eloeste y los enormes bosques y páramosque se extendían hacia el este. El solbrillaba con fuerza, y el cielo estabaazul y despejado. Hacía un día hermosoy lleno de paz. Hablaron de los viejos

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tiempos, y se acordaron de amigosmuertos y de dioses muertos oexpulsados del mundo y de Kwll, quienhabía sido más poderoso que cualquierade los Señores de la Ley o de losSeñores del Caos y que no parecía temera nada. Se preguntaron dónde habríanido Kwll y su hermano Rhynn, si habíaotros mundos más allá de los QuincePlanos de Existencia y si aquellosmundos se parecerían a la Tierra enalgún aspecto.

—Y después, naturalmente —dijoJhary—, está el asunto de la Conjuncióndel Millón de Esferas y lo que ocurrirádespués de que esa conjunción haya

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terminado. ¿Crees que todavía no hallegado a su fin?

—Después de la Conjunción seestablecen nuevas leyes. Pero ¿qué yquién las establece? —Corum se apoyóen el parapeto y su mirada fue más alláde la angosta franja de agua del estuario—. Sospecho que somos nosotrosquienes creamos esas leyes. Y, sinembargo, lo hacemos tan a ciegas… Nisiquiera estamos seguros de qué esbueno y qué es malo o, a decir verdad,de si realmente existe algo que seabueno o malo. Kwll no tenía creenciassemejantes, y yo se lo envidiaba. ¡Quéinsignificantes y diminutos somos! ¡Cuán

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digno de compasión soy al no podersoportar la vida sin lealtades! ¿Es lafuerza lo que me hace decidir ir enayuda de esas gentes, o es la debilidad?

—Hablas del bien y del mal y dicesno saber qué son. Bien, pues ocurreexactamente lo mismo con la fuerza y ladebilidad… Esos términos carecen designificado. —Jhary se encogió dehombros—. El amor sí significa algopara mí, al igual que el odio. La fuerzafísica es algo que se nos concede aalgunos de nosotros, y algunos sonfísicamente débiles. Puedo verlo, desdeluego, pero ¿por qué igualar loselementos del carácter de un hombre con

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semejantes atributos? Y si nocondenamos a un hombre sólo porque lasuerte ha querido que no sea físicamentefuerte, ¿por qué condenarle si, porejemplo, su voluntad es débil y le faltadecisión? Esos instintos son los instintosde las bestias salvajes, y son instintossatisfactorios para las bestias; pero loshombres no son bestias. Son hombres, yeso es todo.

La sonrisa de Corum mostraba unahuella de amargura casi imperceptible.

—Y no son dioses, Jhary.—No son dioses…, y tampoco son

demonios. No son más que hombres ymujeres. ¡Cuánto más felices seríamos si

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aceptáramos esa verdad! —Jhary echóla cabeza hacia atrás y dejó escapar unacarcajada—. ¡Pero entonces quizátambién seríamos mucho más aburridos!Nuestra conversación está empezando aresultar demasiado virtuosa, amigo mío.¡Somos guerreros, no hombres santos!

Corum decidió repetir una preguntaque había hecho la noche anterior.

—Tú conoces esa tierra a la que hedecidido ir —dijo—. ¿Irás tambiénallí… esta noche?

—No soy dueño de mí mismo. —Jhary empezó a ir y venir sobre las losasdel baluarte—. Tú ya lo sabes, Corum.

—Espero que lo hagas.

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—Tienes muchas manifestaciones enlos Quince Planos, Corum. Cabe laposibilidad de que otro Corum necesitea un compañero en algún lugar, y de quedeba ir con él.

—Pero ¿no estás seguro de ello?—No estoy seguro.Corum se encogió de hombros.—Si lo que dices es verdad, y

supongo que debo aceptar que lo es,entonces quizá llegaré a conocer otroaspecto tuyo, uno que ignore su destino.

—Como ya te he dicho en otrasocasiones, mi memoria suele fallarme.Al igual que a ti te falla la tuya en estaencarnación…

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—Espero que nos encontraremos enese nuevo plano y que nosreconoceremos el uno al otro.

—Yo también albergo esaesperanza, Corum.

Aquella noche jugaron al ajedrez yhablaron muy poco, y Corum se fue aacostar temprano.

Cuando llegaron las voces, Corumrespondió con voz lenta y tranquila.

—Vendré armado y con armadura —dijo—. Llegaré cabalgando sobre uncaballo rojo. Debéis llamarme con todovuestro poder. Ahora os doy tiempo

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para descansar. Haced acopio de fuerzasy empezad la invocación dentro de doshoras.

Una hora después Corum se levantóy bajó por la rampa para ponerse laarmadura y vestirse con las prendas deseda y lino, y ordenó a su mozo decuadra que llevara su caballo al patio dearmas. Y cuando estuvo preparado, conlas riendas en su mano izquierdaenguantada y su mano de plata sobre laempuñadura de un puñal, se volvió haciasus sirvientes y les dijo que iba a iniciaruna nueva empresa, y que si noregresaba debían abrir las puertas delCastillo Erorn a cualquier viajero que

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necesitara cobijo y que debían acoger aesos viajeros lo mejor posible yagasajarles en nombre de Corum.Después salió por la gran puerta delcastillo, bajó la cuesta y se internó en elgran bosque, tal como había hecho casiun siglo antes cuando su padre, su madrey sus hermanas aún vivían. Entonces erade mañana, pero esta vez Corum cabalgóbajo la luna y envuelto en las tinieblasde la noche.

De todos aquellos a los que elCastillo Erorn cobijaba bajo su techo,sólo Jhary-a-Conel no había aparecidopara despedir a Corum.

Las voces fueron haciéndose más

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claras en sus oídos mientras avanzaba através de la oscuridad y los venerablestroncos del bosque.

—¡Corum! ¡Corum!Su cuerpo empezó a experimentar

una extraña sensación de ligereza.Corum rozó los flancos de su monturacon las espuelas, y el caballo se lanzó algalope.

—¡Corum! ¡Corum!—¡Voy hacia vosotros!El galope se hizo más rápido, y los

cascos del caballo golpearon la blandatierra internándose más y más en laoscuridad del bosque.

—¡Corum!

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Corum se inclinó hacia adelante y seencogió sobre la silla de montarsintiendo el roce de las ramas en surostro.

—¡Ya llego!Vio al grupo de siluetas oscuras

inmóviles en el claro. Le rodeaban, peroaun así seguía cabalgando y la velocidada la que avanzaba se hizo todavía mayor.Corum empezó a sentirse un pocomareado.

—¡Corum!Y Corum tuvo la impresión de que

ya había cabalgado así con anterioridad,de que entonces había sido llamado deaquella misma manera y de que ésa era

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la razón de que hubiese sabido lo quedebía hacer.

Su montura galopaba tan deprisa quelos árboles se convirtieron en unmanchón borroso.

—¡Corum!Una neblina blanca empezó a hervir

a su alrededor. Los rostros del grupo desiluetas que entonaban el cántico yapodían ser vistos con más claridad. Lasvoces se debilitaron, volvieron a cobrarfuerza y volvieron a debilitarse después.Corum espoleó al caballo que piafabalanzándolo hacia la neblina. Aquellaneblina era historia, era leyenda y eratiempo. Corum captó fugaces atisbos de

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edificios que no se parecían a ningunaconstrucción que hubiera visto jamás yque se alzaban centenares de metros enel aire. Vio ejércitos de millones dehombres y armas de un poder aterrador.Vio máquinas voladoras y vio dragones.Vio criaturas de todos los tamaños yformas imaginables. Todo parecíavolverse hacia él y llamarle con gritosestridentes mientras Corum pasabacabalgando con la rapidez del rayo.

Y vio a Rhalina.Vio a Rhalina bajo la apariencia de

una muchacha, de un muchacho, de unhombre, de una anciana. La vio viva, yla vio muerta.

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Y fue esa visión la que hizo queCorum gritara y la razón por la que aúngritaba cuando de repente entró algalope en un claro del bosque,abriéndose paso a través de un círculode hombres y mujeres que habíanpermanecido inmóviles cogidos de lasmanos alrededor de un túmulo y quehabían estado entonando un cánticocomo si todas sus voces fueran una solavoz.

Corum seguía gritando cuandodesenvainó su espada centelleante y laalzó con su mano de plata mientrastiraba de las riendas de su caballo hastadetenerlo en lo alto del túmulo.

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—¡Corum! —gritaron las siluetasdel claro.

Y Corum dejó de gritar y bajó lacabeza aunque su espada seguía en alto.

La roja montura vadhagh temblóbajo sus arreos de seda, escarbó lahierba que cubría el túmulo con una patay volvió a piafar.

—Soy Corum y os ayudaré —dijoCorum con voz grave y tranquila—.Pero recordad que no sé nada sobre estatierra y este tiempo.

—Corum —dijeron ellos—, CorumLlaw Ereint…

Y señalaron su mano de platamostrándosela los unos a los otros, y sus

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rostros estaban llenos de alegría.—Soy Corum —repitió él—. Debéis

decirme por qué he sido invocado.Un hombre de mayor edad que los

demás cuya barba roja estaba recorridapor venas de blancura y que llevaba ungran collar de oro dio un paso hacia él.

—Corum —dijo—. Te hemosllamado porque eres Corum.

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III

Los Tuha-na-CremmCroich

Corum aún se sentía confuso. Podíaoler el aire de la noche, ver a laspersonas que le rodeaban y sentir lapresencia del caballo debajo de él, peroseguía teniendo la impresión de quesoñaba. Hizo que su montura bajaralentamente del túmulo. Una suave brisase enredó en los pliegues de su túnica

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escarlata y la alzó haciendo que la telase arremolinase alrededor de su cabeza.Corum intentó comprender que ahora sehallaba separado de su propio mundopor un milenio como mínimo, y mientraslo intentaba se preguntó si no seríaposible que aún estuviera soñando en sucama. Sentía el mismo distanciamientotranquilo que experimentaba en algunasocasiones cuando estaba soñando.Cuando su caballo hubo bajado deltúmulo cubierto de hierba las altassiluetas de los mabden retrocedieronrespetuosamente. Las expresiones de susrostros de rasgos hermosos y bienformados dejaban muy claro que ellos

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también se sentían perplejos ante loocurrido, como si en realidad nohubieran esperado que su invocacióntuviera éxito. Corum sintió una repentinasimpatía hacia ellos. No eran losbárbaros supersticiosos que habíasospechado iba a encontrar. Aquellosrostros estaban llenos de inteligencia,sus miradas eran límpidas y vivaces, ysu porte estaba impregnado de dignidada pesar de que creían estar en presenciade un ser sobrenatural. Sí, no cabía dudade que parecían ser los verdaderosdescendientes de lo mejor que había enel pueblo de su esposa; y Corum pensóque no lamentaba haber respondido a su

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llamada.Se preguntó si sentirían el frío como

lo estaba sintiendo él. El aire cortabacon una mordedura helada, y sinembargo los que le habían llamado sólovestían delgadas túnicas que dejaban susbrazos, sus pechos y sus piernas aldescubierto salvo por los adornos deoro, las tiras de cuero y las sandaliasque llevaban todos, tanto los hombrescomo las mujeres.

El hombre de edad más avanzadaque había dirigido la palabra a Corumera de constitución muy robusta y tanalto como el vadhagh. Corum tiró de lasriendas de su caballo haciendo que se

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detuviera delante de él y desmontó. Losdos se contemplaron en silencio duranteunos momentos.

—Mi cabeza está vacía —dijo, y lepareció que su voz llegaba de muy lejos—. Debéis llenarla.

El hombre clavó la mirada en elsuelo con expresión pensativa y acabóalzando la vista hacia Corum.

—Soy Mannach, un rey —dijo, ysonrió levemente—. Soy algo así comoun hechicero. Algunos me llaman druida,aunque sólo poseo algunas de las artesde los druidas y muy poco de susabiduría. Pero soy lo mejor de quedisponemos en estos momentos, pues

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hemos olvidado casi todo el saberantiguo. Puede que ésa sea la razón porla que ahora nos encontramos en unasituación tan apurada —añadió en untono casi avergonzado—. Creíamos queya no lo necesitábamos para nada…,hasta que regresaron los Fhoi Myore.

Después contempló a Corum confranca curiosidad, como si no pudieracreer en el poder de su propiainvocación.

Corum había decidido casi deinmediato que el rey Mannach le caíabien, y aprobaba el escepticismo deaquel hombre (suponiendo que se tratarade eso). Estaba claro que la invocación

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había quedado muy debilitada por elsimple hecho de que Mannach —yprobablemente también los demás—sólo creía en ella a medias.

—¿Me invocasteis cuando todos losotros recursos habían fallado? —preguntó.

—Así es. Los Fhoi Myore nos handerrotado en una batalla tras otra porqueno luchan como lo hacemos nosotros. Alfinal no nos quedó nada salvo nuestrasleyendas. —Mannach vaciló duranteunos momentos antes de seguir hablando—. Hasta hace unos momentos no teníamucha fe en esas leyendas —admitió porfin.

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Corum sonrió.—Puede que hasta hace unos

momentos no hubiese verdad alguna enellas.

Mannach frunció el ceño.—Habláis más como un hombre que

como un dios…, o incluso que como ungran héroe. No pretendo faltaros alrespeto.

—Son los otros los que conviertenen dioses y los héroes a los hombrescomo yo, amigo mío. —Corumcontempló a los otros hombres y mujeresque se habían congregado en el claro—.Ahora debes decirme lo que esperáis demí, pues no poseo poderes místicos.

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Esta vez fue Mannach quien sonrió.—Puede que antes no tuvierais

ningún poder místico.Corum alzó su mano de plata.—¿Os referís a esto? Es de

fabricación terrenal. Si posee losconocimientos y la habilidad necesaria,cualquier hombre puede crear una igual.

—Tenéis poderes —dijo el reyMannach—. Los poderes de vuestraraza, vuestra experiencia, vuestrasabiduría… Sí, y también vuestras artes,Señor del Túmulo. Las leyendas afirmanque antes del Amanecer del Mundoluchasteis con dioses muy poderosos.

—Sí, luché con dioses.

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—Bien, pues ahora tenemos grannecesidad de alguien que pueda lucharcon los dioses. Los Fhoi Myore sondioses. Están conquistando nuestrastierras. Roban nuestros objetossagrados. Capturan a nuestras gentes, yen estos momentos incluso nuestro GranRey es prisionero suyo. NuestrosGrandes Lugares caen ante ellos, y CaerLlud y Craig Don ya han sucumbido.Dividen nuestra tierra y de esa maneraseparan a nuestra gente. Una vezseparados, nos resulta más difícil volvera unirnos para presentar batalla a losFhoi Myore.

—Esos Fhoi Myore deben ser muy

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numerosos —dijo Corum.—Son siete.Corum no dijo nada, y permitió que

el asombro que había sido incapaz deocultar sirviese como respuesta en vezde las palabras.

—Son siete —repitió el reyMannach—. Y ahora, Corum delTúmulo, acompañadnos hasta nuestrofuerte de Caer Mahlod, donde podréiscompartir la carne y el hidromiel connosotros mientras os explicamos por quéos hemos hecho venir.

Y Corum volvió a montar sobre sucaballo, y permitió que le guiaran através del bosque de robles cuyas

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cortezas estaban recubiertas de escarchahasta lo alto de una colina que dominabael mar sobre la que la luna arrojaba unaclaridad leprosa. Muros de piedra sealzaban alrededor de la cima y sólohabía una puerta de reducidasdimensiones, en realidad un túnel quedespués volvía a subir poco a poco ypor el que un visitante podía entrar parallegar a la ciudad. Aquellas piedrastambién eran blancas. Era como si elmundo entero estuviera congelado y todolo que había en él hubiera sido tallado apartir del hielo.

Una vez dentro de ella, la ciudad deCaer Mahlod recordó a Corum las

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ciudades de piedra de Lyr-a-Brode,aunque se habían hecho algunos intentospara pulir el granito de las paredes delas casas, tallar los aleros y adornar losmuros con frescos. Era mucho másfortaleza que ciudad, y todo tenía unaapariencia triste y lúgubre que Corum noconsiguió relacionar con las personasque le habían invocado.

—Estos fuertes son muy antiguos —le explicó el rey Mannach—. Fuimosexpulsados de nuestras grandes ciudadesy nos vimos obligados a encontrar unhogar aquí, donde se dice que moraronnuestros antepasados. Al menos losbaluartes como Caer Mahlod son

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sólidos y resistentes, y durante el día sepuede ver hasta muchos kilómetros a laredonda.

Se inclinó para cruzar un umbralprecediendo a Corum al interior de unode aquellos enormes edificios queestaba iluminado con lámparas de aceitey antorchas de juncos. Quienes habíanestado con Mannach en el claro delbosque también les siguieron.

Acabaron llegando a una estancia detecho no muy alto amueblada con bancosy mesas de madera pesadas y de aspectotosco, pero sobre las mesas habíaalgunos de los trabajos en oro, plata ybronce más delicados que Corum había

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visto en toda su vida. Cada cuenco, cadacopa y cada bandeja eran exquisitas y,suponiendo que eso fuera posible, deuna artesanía aún más soberbia que losadornos que llevaban aquellas personas.Los muros eran de piedra sin desbastar,pero la estancia estaba iluminada porlos reflejos bailoteantes de las llamasque se reflejaban en la cubertería y lavajilla y los adornos del Pueblo deCremm Croich.

—Esto es todo lo que queda denuestro tesoro —dijo el rey Mannach, yse encogió de hombros—. Y la carneque servimos en nuestras mesas no esdemasiado buena, pues la caza escasea

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más a cada día que pasa… Los animaleshuyen ante los Sabuesos de Kerenos, queinician su cacería apenas se ha puesto elsol y no la interrumpen hasta que vuelvea salir. Tememos que un día el sol noasomará por encima del horizonte ypronto en todo el mundo no habrá nadavivo salvo esos sabuesos y loscazadores que son sus amos, y cuandoeso ocurra el hielo y la nieve impondránpara siempre su dominio sobre todas lascosas en un eterno Samhain.

Corum reconoció aquella palabraporque era muy parecida a la palabraque las gentes de Lwym-an-Esh habíanutilizado para describir los días más

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oscuros y terribles del invierno, ycomprendió qué quería decir el reyMannach al emplearla.

Tomaron asiento en la larga mesa demadera y los criados trajeron la carne.La cena que se sirvió no era muyapetitosa, y el rey Mannach volvió apedirle disculpas por ello. Pero aquellanoche la atmósfera de la gran estanciano tardó en alegrarse y volverseluminosa en cuanto los arpistas tocaronalegres melodías, honraron las gloriasdel pasado de su pueblo y compusieronnuevas canciones describiendo cómoCorum Jhaelen Irsei se pondría al frentede ellos para presentar batalla a sus

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enemigos, destruirles y hacer que elverano volviera a las tierras de losTuha-na-Cremm Croich. A Corum lecomplació ver que había una igualdadabsoluta entre los hombres y lasmujeres, y el rey Mannach le explicóque las mujeres luchaban al lado de loshombres en sus batallas y que eranparticularmente diestras en el uso dellazo de guerra, una tira de cuero conpesos en los extremos que podía serlanzada a través de los aires para querodeara la garganta del enemigo y loestrangulara o para que le rompiera elcuello o los miembros.

—Habíamos olvidado todas esas

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habilidades, pero hemos tenido quevolver a aprenderlas durante los últimosaños —le explicó Mannach mientrasllenaba una gran copa dorada conhidromiel espumeante y se la entregaba—. Las artes de la guerra habían llegadoa ser poco más que un ejercicio, unacompetición de destreza con la que nosentreteníamos durante nuestrascelebraciones.

—¿Cuándo llegaron los FhoiMyore? —preguntó Corum.

—Hace unos tres años. Noestábamos preparados. Aparecieron enlas costas del este durante el invierno yno hicieron nada para revelar su

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presencia. Cuando la primavera no llegóa esas comarcas, sus habitantesempezaron a tratar de averiguar cuál erala causa. Cuando nos llegaron lasprimeras noticias de qué había sido delos moradores de Caer Llud, alprincipio no las creímos. Desdeentonces los Fhoi Myore han idoextendiendo su poder, y ahora toda lamitad este de nuestras tierras seencuentra bajo su dominio indiscutido.Han ido avanzando poco a poco endirección oeste. Primero llegan losSabuesos de Kerenos, y después lleganlos Fhoi Myore.

—¿Los siete? ¿Siete hombres?

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—Siete gigantes deformes, dos deellos del sexo femenino. Y tienenextraños poderes, pues pueden controlara las bestias, las fuerzas de la naturalezay quizá incluso a los demonios.

—Vienen del este… ¿De qué lugardel este?

—Algunos dicen que del otro ladodel mar, de un gran continentemisterioso acerca del cual sabemos muypoco, un continente que actualmente estádesprovisto de vida y que ha quedadototalmente cubierto por el hielo. Otrosdicen que han surgido del fondo del mar,de una tierra en la que sólo ellos puedenvivir. Nuestros antecesores llamaban

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Anwyn a esos dos lugares, pero no creoque sea un nombre de los Fhoi Myore.

—¿Y Lwym-an-Esh? ¿Sabéis algosobre esas tierras?

—Es el sitio del que las leyendasafirman que vino nuestro pueblo. Peroen épocas muy antiguas, en el pasadoenvuelto en la niebla, hubo una batallaentre los Fhoi Myore y las gentes deLwym-an-Esh, y Lwym-an-Esh sehundió bajo las olas y se convirtió enparte de la tierra de los Fhoi Myore. Heoído decir que ahora sólo perduran unascuantas islas y unas cuantas ruinas sobreesas islas, lo que parece confirmar laverdad que encierran esas leyendas.

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Después de esa catástrofe, nuestropueblo derrotó a los Fhoi Myore…, conayuda mágica bajo la forma de unaespada, una lanza, un caldero, un corcel,un carnero y un roble. Todas esas cosasse guardaban en Caer Llud bajo laprotección de nuestro Gran Rey, quientenía poder sobre todos los pueblos quehabitan estas tierras y que impartíajusticia una vez al año en el solsticio deverano, resolviendo cualquier disputaque pudiera haber llegado a serexcesivamente complicada para losreyes como yo. Pero ahora nuestrostesoros mágicos han sido dispersados,algunos dicen incluso que se han

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perdido para siempre, y nuestro GranRey es esclavo de los Fhoi Myore. Ésaes la razón de que en nuestradesesperación acabáramosacordándonos de la leyenda de Corum yte suplicáramos que nos ayudaras.

—Habláis de cosas que pertenecenal reino de lo místico —dijo Corum—, ynunca he conseguido entender muy bienla magia y todo lo relacionado con ella,pero intentaré ayudaros.

—Qué extraño es todo lo que nos haocurrido… —murmuró el rey Mannachcon expresión pensativa—. Estoycomiendo al lado de un semidiós ydescubro que a pesar de la prueba que

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supone su propia existencia, ¡tiene tanpoca fe en lo sobrenatural y lo encuentratan poco convincente como yo! —Meneóla cabeza—. Bien, Príncipe Corum de laMano de Plata, ahora los dos debemosaprender a creer en lo sobrenatural. LosFhoi Myore tienen poderes quedemuestran que lo sobrenatural existe.

—Y al parecer vosotros también lostenéis —añadió Corum—. ¡No cabeduda de que he sido traído hasta aquípor una invocación de naturalezainequívocamente mágica!

Un guerrero pelirrojo muy alto yrobusto sentado al otro lado de la mesase inclinó sobre ella y alzó su copa de

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vino para brindar por Corum.—Ahora derrotaremos a los Fhoi

Myore. ¡Ahora sus perros demoníacoshuirán a la carrera! ¡Por el príncipeCorum!

Y todos se pusieron en pie yrepitieron el brindis.

—¡Por el príncipe Corum!Y el príncipe Corum aceptó el

brindis, y replicó a él con otro.—¡Por el Pueblo de los Tuha-na-

Cremm Croich!Pero en lo más profundo de su

corazón no podía evitar el sentir ciertainquietud. ¿Dónde había oído un brindissimilar? No en vida suya, desde luego,

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por lo que debía recordar otraexistencia, otro tiempo en el que fue unhéroe y un salvador para un pueblo quedebía parecerse bastante a aquel. Asípues, ¿de dónde surgía aquella vagasensación de temor? ¿Habría traicionadoacaso a ese pueblo? Por mucho que seesforzara, Corum no conseguía librarsede aquellos pensamientos.

Una mujer se levantó del banco en elque había estado sentada y fue hacia élbalanceándose un poco a un lado y aotro al caminar. Le rodeó con un brazofuerte pero de piel suave y delicada, y lebesó en la mejilla derecha.

—Yo te saludo, héroe —murmuró

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—. Ahora nos devolverás nuestro toro,nos guiarás a la batalla empuñando lalanza Bryionak y nos devolverásnuestros tesoros perdidos y nuestrosGrandes Lugares. ¿Y también nos daráshijos, Corum? ¿Nos darás héroes?

Y volvió a besarle.Corum sonrió con amargura.—Haré todo eso si está en mi poder,

mi dama —replicó—. Pero hay unacosa, la última, que no puedo hacer,pues los vadhagh no pueden tener hijosde los mabden.

Sus palabras no parecieron afectar ala joven.

—Creo que también existe una

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magia para remediar eso —dijo.Después le besó por tercera vez

antes de volver a ocupar su sitio en elbanco, y Corum la deseó, y aquellasensación de deseo hizo que se acordarade Rhalina, y después volvió aentristecerse y quedó absorto en suspensamientos.

—¿Os cansamos? —preguntó el reyMannach un rato después.

Corum se encogió de hombros.—Llevo demasiado tiempo

durmiendo, rey Mannach —replicóCorum—, y he hecho acopio de energíasmás que suficientes. No debería estarcansado.

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—¿Durmiendo…? ¿En el túmulo?—Quizá —respondió Corum como

en sueños—. No lo había pensado, peroquizá he estado durmiendo en el túmulo.Vivía en un castillo desde el que sedominaba el mar, y malgastaba mis díasdejándome consumir por la pena y ladesesperación…, y entonces recibívuestra llamada. Al principio no quiseescucharla, y después un viejo amigovino a verme y me pidió querespondiera a ella; y por eso he venido.Pero es posible que eso fuera elsueño… —Corum estaba empezando apensar que quizá había abusado delhidromiel. Era una bebida muy potente.

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Se le había nublado la vista, y se sintiórepentinamente invadido por unapeculiar mezcla de melancolía y euforia—. ¿Os importa mucho cuál sea mi lugarde origen, rey Mannach?

—No. Lo que importa es que Corumesté en Caer Mahlod, que nuestra gentepueda verle y que eso les dé ánimos.

—Contadme más cosas sobre losFhoi Myore y sobre cómo fuisteisderrotados.

—Es poco lo que puedo contarossobre los Fhoi Myore, salvo que se diceque no siempre estuvieron unidos contranosotros y que no todos son de la mismasangre. No hacen la guerra tal como la

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hacemos nosotros. Nuestra forma depelear era escoger campeones entre lasfilas de los ejércitos que iban aenfrentarse. Esos campeones luchabanpor nosotros en un combate de hombrecontra hombre, y el combate durabahasta que uno de ellos era vencido. Si elvencido no había quedado malheridodurante el combate, se le perdonaba lavida. En muchas ocasiones no se llegabaa utilizar ninguna clase de arma, pues unbardo se enfrentaba a otro componiendoversos satíricos contra sus enemigoshasta que el de ingenio más mordaz yacerado hacía que los otros huyeranavergonzados. Pero cuando se

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enfrentaron a nosotros descubrimos quelos Fhoi Myore tienen un concepto muydistinto de lo que es una batalla, y ésa esla razón de que fuéramos derrotados contanta facilidad. No somos asesinos, peroellos sí lo son. Quieren la Muerte,anhelan la Muerte y siguen a la Muerte,y le suplican a gritos que se vuelva paramostrarles Su rostro. Ese pueblo, elPueblo Frío… Son así. El Pueblo de losPinos galopa en pos de la Muerte yanuncia la llegada del Reino de laMuerte, del Señor del Invierno queextenderá su dominio sobre todas loslugares que vosotros los de laantigüedad conocíais con el nombre de

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Bro-an-Mabden, la Tierra del Oeste…,esta tierra. Ahora tenemos gente en elnorte, el sur y el oeste, y el único lugaren el que no hay gente es el este, puestodas esas tierras han sucumbido al fríoy han caído ante el avance del Pueblo delos Pinos.

La voz del rey Mannach parecíahaber empezado a entonar un cánticofunerario, un lamento por la derrota desu pueblo.

—Oh, Corum, no nos juzguéis por loque estáis viendo ahora —siguiódiciendo—. Sé que hubo un tiempo en elque fuimos un gran pueblo con muchospoderes, pero caímos en la pobreza

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poco después de nuestros primeroscombates con los Fhoi Myore, cuandonos arrebataron la tierra de Lwym-an-Esh y todos nuestros libros y nuestrasabiduría con ella…

—Eso suena más bien a leyendapara explicar un desastre natural —dijoCorum con afabilidad.

—Lo mismo pensaba yo hasta ahora—replicó el rey Mannach, y Corum notuvo más remedio que aceptar la verdadque había en sus palabras—. Somospobres —continuó diciendo el rey— yhemos perdido una gran parte de nuestrocontrol sobre el mundo inanimado, peroseguimos siendo el mismo pueblo de

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siempre. Nuestras mentes no hancambiado. No es la inteligencia lo quenos falta, príncipe Corum.

Corum no había pensado ni por unmomento que andarán escasos de ella y,de hecho, había quedado asombradoante la agudeza mental del rey, tanto máscuanto que había esperado encontrarsecon una raza de ideas mucho másprimitivas. Aquel pueblo había acabadoaceptando la magia y la hechicería comorealidades tangibles, pero por lo demásno tenía nada de supersticioso.

—Vuestro pueblo es noble yorgulloso, rey Mannach —dijo Corum, yno podía ser más sincero—, y le serviré

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lo mejor que pueda. Pero ahora sois vosquien debe decirme cómo puedoayudaros, pues vosotros sabéis muchomás que yo acerca de los Fhoi Myore.

—Los Fhoi Myore sienten un grantemor hacia nuestros antiguos tesorosmágicos —dijo el rey Mannach—. Paranosotros habían acabado siendo pocomás que objetos a los que su antigüedadhacía interesantes y dignos de serconservados, pero ahora creo quesignifican algo más que eso… Creo quetienen poderes, y que representan unpeligro para los Fhoi Myore. Además, yeso es algo en lo que todos los presentesestán de acuerdo conmigo, lo cierto es

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que el Toro de Crinanass ha sido vistorecientemente en los alrededores.

—Ya se había hablado antes de esetoro.

—Cierto. Es un gigantesco toronegro que matará a quien intentecapturarle…, salvo a una persona.

—¿Y esa persona se llama Corum?—preguntó Corum sonriendo.

—Los viejos textos no mencionan sunombre. Lo único que dicen es que iráarmado con la lanza llamada Bryionak, yque la sostendrá en un puño tanresplandeciente como la luna.

—¿Y qué es la lanza Bryionak?—Es una lanza mágica que fue

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forjada por el herrero sidhi Goffanon yque ahora vuelve a estar en su poder.Después de que los Fhoi Myore llegarana Caer Llud y capturasen al Gran Rey,un guerrero llamado Onragh al que se lehabía confiado la misión de proteger losantiguos tesoros huyó en un carrollevándolos consigo; pero mientras huíalos tesoros fueron cayendo uno por unodel carro. Hemos oído decir que losFhoi Myore que le perseguían seadueñaron de algunos, y otros fueronencontrados por mabden. En cuanto alresto, y si se puede confiar en losrumores, fueron encontrados por unpueblo más antiguo que los mabden o

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los Fhoi Myore: los sidhi, que noshabían regalado esos objetos en unprincipio. Echamos muchas runas ynuestros hechiceros buscaron el consejode muchos oráculos antes de que nosenterásemos de que la lanza llamadaBryionak volvía a estar en posesión deese sidhi misterioso, el herrero llamadoGoffanon.

—¿Y sabéis dónde vive ese herrero?—Se cree que habita en un lugar

llamado Hy-Breasail, una misteriosaisla de encantamientos que se encuentraal sur de las costas del este de nuestratierra. Nuestros druidas creen que Hy-Breasail es cuanto perdura actualmente

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de Lwym-an-Esh.—Pero ese lugar se encuentra bajo

el dominio de los Fhoi Myore, ¿no?—Los Fhoi Myore evitan acercarse

a la isla, pero ignoro por qué lo hacen.—El peligro debe ser grande si

abandonaron una tierra que en tiemposfue suya.

—Eso pienso yo también —asintióel rey Mannach—. Pero ¿podemossuponer que el peligro sólo afectaba alos Fhoi Myore? Ningún mabden havuelto jamás de Hy-Breasail. Se diceque los sidhi tienen vínculos de sangrecon los vadhagh, y muchos afirman queson del mismo linaje. Quizá sólo un

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vadhagh pueda ir a Hy-Breasail yvolver…

Corum dejó escapar una carcajada.—Quizá. Muy bien, rey Mannach, iré

a esa isla y buscaré vuestra lanzamágica.

—Podríais ir a vuestra muerte.—No es la muerte lo que temo, rey.El rey Mannach asintió con

expresión sombría.—Tenéis razón y creo que os

comprendo, príncipe Corum. Y recordadque en estos días oscuros que nos hatocado vivir, hay cosas mucho mástemibles que la muerte…

Las llamas de las antorchas ya

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habían empezado a perder altura yestaban chisporroteando. La celebraciónse había vuelto más calmada y muchomenos ruidosa. Un solo arpista seguíatocando, arrancando a las cuerdas de suinstrumento una melodía melancólicamientras entonaba una canción sobreamantes condenados que Corum, en suebriedad, identificó con su propiahistoria y con el amor que había vividoal lado de Rhalina. La penumbra hizoque tuviera la impresión de que lamuchacha que le había hablado antes separecía mucho a Rhalina. Corum clavóla mirada en ella mientras la muchachahablaba con uno de los jóvenes

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guerreros sin ser consciente de que laestaba observando, y empezó a sentirnuevas esperanzas. Albergó la esperanzade que Rhalina se hubiese reencarnadoen algún lugar de aquel mundo, de queconseguiría dar con ella en alguna partey de que aunque ella no le reconoceríavolvería a enamorarse de él tal comohabía hecho antes.

La muchacha volvió la cabeza en sudirección, se dio cuenta de que Corum laestaba mirando y le sonrió acompañandola sonrisa con una leve inclinación decabeza.

Corum alzó su copa de vino y sepuso en pie.

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—¡Sigue cantando, bardo, pues bebopor Rhalina, mi amor perdido! —exclamó alzando la voz hasta casi gritar—. Y rezo para poder encontrarla eneste mundo terrible…

Después inclinó la cabeza con lasensación de haberse puesto en ridículo.Si se la observaba con atención y bajola luz, la muchacha apenas se parecía ennada a Rhalina. Pero los ojos de lamuchacha siguieron clavados en élcuando Corum volvió a dejarse caersobre su asiento, y al cabo de unosmomentos Corum volvió a contemplarlacon franca curiosidad.

—Veo que mi hija os parece digna

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de vuestra atención, Señor del Túmulo—dijo de repente el rey Mannachinclinándose hacia Corum, y había unleve tono sardónico en su voz.

—¿Vuestra hija…?—Se llama Medhbh. ¿Es hermosa?—Sí, es hermosa. Es magnífica, rey

Mannach.—Ha compartido las tareas del

gobierno conmigo desde que su madremurió en nuestra primera batalla con losFhoi Myore. Es mi mano derecha, misabiduría… Medhbh es una gran líder enel combate, y también es la que tienemás puntería con el lazo de guerra, lahonda y el tathlum.

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—¿Qué es el tathlum?—Una bola muy dura hecha con los

sesos y los huesos machacados denuestros enemigos. Los Fhoi Myore latemen, y ésa es la razón por la que loutilizamos. Los sesos y los huesos sonmezclados con cal que se endureceenseguida. Parece un arma bastanteefectiva contra los invasores, y haypocas armas que resulten efectivascontra ellos, pues su magia es muypoderosa.

—Antes de que parta en busca devuestra lanza, me gustaría mucho poderver con mis propios ojos cuál es lanaturaleza de nuestros enemigos —dijo

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Corum en voz baja mientras tomaba unsorbo de hidromiel.

El rey Mannach sonrió.—Es una petición que no nos costará

satisfacer, pues dos de los Fhoi Myore ysus jaurías de caza han sido divisadosno muy lejos de aquí. Nuestrosexploradores creen que vienen haciaCaer Mahlod para atacar nuestro fuerte,y deberían haber llegado aquí mañana ala hora del ocaso.

—¿Esperáis poder vencerles? Noparecéis muy preocupado…

—No podremos vencerles. Creemosque esa clase de ataques son como unaespecie de diversión para los Fhoi

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Myore. En algunas ocasiones hanconseguido destruir el fuerte que hanatacado, pero su objetivo principal esinquietarnos.

—¿Entonces permitiréis que sigaaquí hasta mañana a la hora del ocaso?

—Lo haré, siempre que meprometáis que huiréis y pondréis rumboa Hy-Breasail en el caso de que el fuerteno se muestre capaz de resistir suataque.

—Lo prometo —dijo Corum.Corum se encontró contemplando de

nuevo a la hija del rey Mannach. Lajoven estaba riendo y había echadohacia atrás su abundante melena

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pelirroja mientras apuraba su copa dehidromiel. Los ojos de Corumrecorrieron sus esbeltos miembrosadornados con brazaletes de oro y susilueta de contornos firmes y bienproporcionados. Era la viva imagen deuna princesa guerrera, y sin embargohabía algo más en ella que le hizopensar que era algo más que eso. Susojos estaban iluminados por la hermosallama de la inteligencia y el sentido delhumor… ¿O acaso sería todo fruto de suimaginación porque deseaba tandesesperadamente descubrir a Rhalinaen cualquier mujer mabden?

Corum acabó obligándose a

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abandonar la estancia, y el rey Mannachle escoltó hasta el aposento que habíasido preparado para acogerle. Era unahabitación sencilla y con muy pocomobiliario que contaba con un lecho demadera y tiras de cuero, un colchón depaja, y pieles para que pudiera cubrirsey quedar protegido del frío; y Corumdurmió muy bien en aquel lecho, y no fuevisitado por ningún sueño.

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Libro segundoNuevos enemigos, nuevos amigos,

nuevos enigmas.

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I

Siluetas entre la niebla

Y llegó el amanecer de la primeramañana, y Corum contempló aquellastierras.

El hueco de la ventana estabaprotegido con un pergamino impregnadode aceite que dejaba pasar la luz yofrecía un panorama oscurecido delmundo exterior, y a través de él Corumvio que los muros y techos de la rocosaCaer Mahlod centelleaban debido a la

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capa de escarcha reluciente que se habíaacumulado sobre ellos. La escarcha seaferraba a las grises piedras graníticas,la escarcha se endurecía sobre el suelo,y la escarcha convertía los árboles delbosque que se extendía debajo del fuerteen objetos muertos de contornos tannítidos que parecían cortar el aire.

Un fuego de leños había ardido en lachimenea de la habitación de techo bajodonde había sido alojado Corum, peroahora sólo quedaban de él poco más quecenizas calientes. Corum se estremeciómientras se lavaba y se vestía.

Y Corum pensó que aquello era laprimavera en un lugar donde en tiempos

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pasados la dorada primavera llegabapronto y el invierno apenas podía serpercibido, y sólo era un intervalo entrelos tibios días del otoño y los frescosamaneceres de la primavera.

Corum creyó reconocer el paisaje.De hecho, no se encontraba lejos delpromontorio sobre el que se alzaba elCastillo Erorn. El panorama que sepodía divisar a través del pergaminoimpregnado de aceite de la ventanaquedaba todavía más oscurecido por lasugerencia de una niebla marina que sealzaba desde el otro lado de la ciudad-fortaleza, pero en la lejanía podíadistinguirse a duras penas el perfil de un

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risco, que era casi con toda seguridaduno de los riscos que había cerca deErorn. Corum sintió el deseo de ir hastaallí para averiguar si el Castillo Erornaún seguía en pie y, de hacerlo, si estabaocupado por alguien que supiese algosobre la historia del castillo. Seprometió que antes de abandonar aquellaparte del país visitaría el Castillo Erorn,aunque sólo fuese para podercontemplar un símbolo de su propiamortalidad.

Corum se acordó de la joven esbeltay orgullosa que había estado riendo enla sala del banquete la noche anterior.Seguramente el admitir que se sentía

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atraído hacia ella no podía ser ningunatraición a Rhalina, y estaba muy claroque ella se había sentido atraída porCorum. Así pues, ¿por qué le costabatanto admitir aquella realidad? ¿Porquetenía miedo? ¿A cuántas mujeres podíaamar y ver después cómo envejecían yperecían antes de que su larga existenciade vadhagh hubiese terminado? ¿Cuántasveces podría experimentar la angustia dela pérdida? ¿O empezaría a sucumbir alcinismo, y tomaría a las mujeres duranteun breve período de tiempo y luego lasabandonaría antes de que pudiese llegara amarlas demasiado? Tanto por el biende ellas como por el suyo propio,

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aquélla quizá fuese la mejor solución ala situación profundamente trágica enque se hallaba.

Expulsó de su mente el problema yla imagen de la hija pelirroja del rey conun cierto esfuerzo de voluntad. Si el díaque acababa de amanecer era un díapara hacer la guerra, entonces másvaldría que concentrara toda su atenciónen aquel asunto antes que en cualquierotro si quería impedir que el enemigosilenciara su conciencia cuandosilenciara su respiración. Corum sonrióy se acordó de las palabras del reyMannach. Mannach había dicho que losFhoi Myore seguían a la Muerte, que

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cortejaban a la Muerte… Bien, ¿acasono era cierto lo mismo de Corum? Y, siera cierto, ¿acaso eso no le convertía enel más temible enemigo de los FhoiMyore?

Salió de su habitación inclinándosepara cruzar el umbral, y atravesó unaserie de pequeñas estancias redondashasta que llegó al salón en el que habíancenado la noche anterior. El salónestaba vacío. La vajilla y la cuberteríahabían sido guardadas, y una débilclaridad grisácea entraba de mala ganapor los angostos ventanales parailuminar el salón. La estancia era fría,desnuda y austera. Corum pensó que era

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un lugar en el que los hombres podíanarrodillarse a solas y purificar su mentepreparándola para la batalla. Flexionósu mano de plata, estirando y curvandolos dedos y los nudillos de plata, ycontempló la palma de plata, tandetallada que en ella estabanreproducidas todas las líneas de unamano de carne y hueso. La mano estabaunida mediante pequeños remaches alhueso de la muñeca. Corum habíallevado a cabo la operación necesariapersonalmente, usando su otra manopara hundir el taladro a través del hueso.Era una copia tan perfecta de la mano decarne y hueso que no resultaba extraño

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que alguien la tomase por una manomágica. Corum dejó que la mano cayerajunto a su flanco mientras torcía el gestoen una repentina mueca de disgusto. Lamano era lo único que había creado endos tercios de siglo, el único trabajo quehabía llegado a terminar desde el finalde la aventura de los Señores de lasEspadas.

Sintió repugnancia de sí mismo y nofue capaz de analizar la razón de aquellaemoción. Corum empezó a ir y venirsobre las grandes losas del suelo,olisqueando el aire frío y húmedo comosi fuera un sabueso impaciente poriniciar la cacería. ¿O no era cierto que

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estuviera impaciente por iniciarla?Quizá en vez de eso estaba huyendo dealgo. ¿Huía quizá del conocimiento desu propia e inevitable condenación,aquella a la que tanto Elric comoErekosë habían hecho algunasalusiones?

—¡Oh, por mis antepasados, queempiece la batalla y que sea feroz yencarnizada! —gritó.

Desenvainó su espada con un salvajetirón y la hizo girar en el aire poniendo aprueba su temple y evaluando suequilibrio. Después volvió a enfundarlacon un estrépito metálico que resonó entodo el salón.

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—Y que termine con la victoria paraCaer Mahlod, Campeón y Señor delTúmulo.

La voz melodiosa e impregnada dediversión pertenecía a Medhbh, la hijadel rey Mannach, que estaba apoyada enel quicio de la puerta con una mano en lacadera. Alrededor de su cintura había ungrueso cinto del que colgaban una dagaenvainada y una espada de hoja ancha.Medhbh llevaba el cabello recogido enla nuca y una especie de toga de cuerocomo única armadura. Su mano libresostenía un casco ligero cuyo diseño erabastante parecido al de un cascovadhagh, pero forjado de bronce.

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Corum rara vez cedía a la tentaciónde comportarse de maneramelodramática, y el haber sidodescubierto proclamando a gritos suconfusión le dejó tan confuso que girósobre sí mismo para darle la espalda,sintiéndose incapaz de mirarla a la cara.Su habitual buen humor le falló duranteunos momentos.

—Mi señora, me temo que no tenéisun gran héroe en mi persona —dijo convoz gélida.

—Y muy poco de un dios sombrío ymelancólico, Señor del Túmulo. Muchosde nosotros dudamos durante bastantetiempo antes de invocaros. Muchos

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pensábamos que, suponiendo queexistierais, seríais una criatura oscura yespantosa muy parecida a los FhoiMyore y que con la invocación haríamoscaer sobre nuestras cabezas algohorrible. Pero no, lo que nos ha traído lainvocación ha sido un hombre, y unhombre es un ser mucho más complicadoque una mera deidad. Y parece ser quenuestras responsabilidades sontotalmente distintas, más sutiles y másdifíciles de cumplir. Estáis enfadadoporque os he visto dominado por elmiedo…

—Quizá no fuese miedo, mi señora.—Pero quizá lo era. Apoyáis nuestra

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causa porque habéis escogido hacerlo.No tenemos ningún derecho y tampoconingún poder sobre vos aunque antespudiéramos creer que lo teníamos…Nos ayudáis a pesar de vuestro miedo yde que dudáis de vos mismo. Eso valemucho más que la ayuda de una criaturasobrenatural que apenas tiene mentecomo las que utilizan los Fhoi Myore,príncipe Corum, y además debéisrecordar que vuestra leyenda inspiratemor a los Fhoi Myore.

Corum siguió inmóvil. La bondad deMedhbh impregnaba cada una de suspalabras, y la simpatía que sentía haciaél era real. Su inteligencia era tan

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grande como su belleza. ¿Cómo podíadarse la vuelta cuando hacerlosignificaría verla, y cuando verlasignificaría no poder evitar amarla conun amor tan intenso como el que habíasentido hacia Rhalina?

—Os agradezco vuestras amables ybondadosas palabras, mi señora —dijoCorum esforzándose por controlar suvoz—. Haré cuanto pueda al servicio devuestro pueblo, pero os advierto que nodebéis esperar ninguna ayudaespectacular de mí.

No se dio la vuelta porque noconfiaba en sí mismo. ¿Habría visto algode Rhalina en aquella muchacha

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únicamente debido a que su necesidadde Rhalina era tan grande? Y si setrataba de eso, ¿qué derecho tenía aamar a Medhbh si sólo amaba en ellacualidades que imaginaba percibir?

La mano de plata tapó el bordadodel parche del ojo, y los dedos fríos eincapaces de sentir nada tiraron de latela que Rhalina había adornado con suaguja de bordar. Cuando volvió ahablar, Corum casi gritó.

—¿Y qué hay de los Fhoi Myore?¿Vienen ya?

—Todavía no. De momento lo únicoque ha ocurrido es que la niebla seespesa, y eso es una señal inequívoca de

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que se encuentran cerca de nosotros.—¿Es que la niebla les sigue?—La niebla precede a los Fhoi

Myore, y el hielo y la nieve les siguen.El Viento del Este suele indicar sullegada trayendo consigo piedras degranizo tan grandes como huevos degaviota. Ah, cuando los Ehoi Myoreemprenden la marcha, la tierra muere ylos árboles se inclinan…

Su voz se había vuelto fría ydistante.

La tensión que había empezado aflotar en la atmósfera de la sala estabaaumentando.

—No estáis obligado a amarme, mi

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señor —dijo de repente Medhbh.Y entonces Corum se dio la vuelta.Pero Medhbh ya se había marchado.Corum volvió a clavar la mirada en

su mano de metal y usó la de carneblanda y suave para limpiar la lágrimade su único ojo.

Después creyó oír el débil tañir delas cuerdas de un arpa mabden quesonaba en una parte alejada de lafortaleza creando una música más dulceque ninguna de las que Corum habíaoído durante toda su vida en el CastilloErorn, y el sonido del arpa estaba llenode tristeza.

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—Tenéis a un arpista dotado de uninmenso genio musical en vuestra corte,rey Mannach.

Corum y el rey estaban en losbaluartes exteriores de Caer Mahlod conla mirada vuelta hacia el este.

—¿Vos también habéis oído el arpa?—El rey Mannach frunció el ceño.Llevaba una coraza de bronce y unyelmo de bronce cubría su canosacabeza. Su apuesto rostro estaba muyserio, y una chispa de perplejidadbrillaba en sus ojos—. Algunospensaron que erais vos quien tocaba elarpa, Señor del Túmulo.

Corum alzó su mano de plata.

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—Esta mano jamás habría podidoarrancar notas semejantes a un arpa. —Después alzó la mirada hacia el cielo—.No, el arpista al que oí tocar eramabden.

—No lo creo, príncipe —dijoMannach—. Bien, en cualquier caso elarpista al que oímos no era ninguno delos de mi corte. Todos los bardos deCaer Mahlod se están preparando parael combate. Cuando toquen oiremoscanciones de guerra, no la música queresonó en el fuerte esta mañana.

—¿No reconocisteis la melodía?—Ya la había oído en una ocasión

anterior. Fue en el claro del túmulo, la

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primera noche en que fuimos allí parapediros que nos ayudarais… Fue lo quenos animó a creer que podía haber algode verdad en la leyenda. Si nohubiésemos oído la música del arpa, nohabríamos seguido con la invocación.

El fruncimiento de ceño de Corumhizo que sus cejas se unieran.

—Los misterios nunca me hangustado demasiado —dijo.

—Entonces supongo que la vida nodebe de gustaros demasiado, mi señor.

Corum sonrió.—Comprendo a qué os referís, rey

Mannach; pero siempre he sentido ciertasuspicacia ante cosas tan inexplicables

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como las arpas fantasmales.No había más que decir sobre el

asunto. El rey Mannach señaló elfrondoso bosque de robles con la mano.Una espesa neblina se aferraba a lasramas más altas, y mientras laobservaban la neblina pareció hacersetodavía más espesa y fue bajando haciael suelo hasta que muy pocos de lostroncos cubiertos de escarcha fueronvisibles. El sol brillaba en lo alto delcielo, pero las franjas de nubes quehabían empezado a acumularse ante élestaban haciendo que su luz se volviesepálida y débil.

El día estaba inmóvil y silencioso.

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No había pájaros que cantaran en elbosque, e incluso los movimientos delos guerreros que aguardaban dentro delfuerte apenas podían oírse. Cuando unhombre gritaba, el sonido parecíaamplificarse hasta alcanzar la límpidapotencia de la nota de una campanadurante un momento antes de quedarabsorbido por el silencio. Los baluartesestaban llenos de armas colocadas enpilas: había lanzas, arcos, flechas,piedras de gran tamaño y las bolas deaquella sustancia llamada tathlum queserían arrojadas mediante hondas. Losguerreros empezaron a ocupar suspuestos en las murallas. Caer Mahlod no

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era un fuerte de grandes dimensiones,pero era una construcción sólida que seagazapaba sobre la cima de una colinacuyas laderas habían sido alisadas hastadarle el aspecto de un cono de enormesproporciones creado por el hombre. Alsur y al norte se alzaban otros conossemejantes, y sobre dos de ellos podíanverse las ruinas de otras fortalezas, locual sugería que en tiempos CaerMahlod había formado parte de unafortificación mucho más grande.

Corum volvió la mirada hacia elmar. Allí la neblina se había esfumado ylas aguas estaban muy tranquilas, azulesy cubiertas de destellos, como si el

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clima que rozaba la tierra no seextendiera a través del océano; y Corumpudo ver que no se había equivocado alpensar que el Castillo Erorn seencontraba cerca. A unos cinco o seiskilómetros en dirección sur se alzabanlos contornos familiares delpromontorio y lo que podían ser losrestos de una torre.

—¿Conocéis ese lugar, reyMannach? —preguntó Corumseñalándolo con un dedo.

—Nosotros lo llamamos CastilloOwyn, pues se parece a un castillocuando es contemplado desde lejos,pero en realidad es una formación

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natural. Existen algunas leyendas sobreél que lo consideran morada de seressobrenaturales, unas afirman que de lossidhi, otras que de Cremm Croich; peroel único arquitecto que ha dado forma alCastillo Owyn fue el viento, y el mar fuesu único maestro cantero.

—Aun así me gustaría ir allí —dijoCorum—. Cuando pueda hacerlo,naturalmente.

—Si los dos sobrevivimos a laincursión de los Fhoi Myore… Mejordicho, si los Fhoi Myore deciden noatacarnos, yo mismo os llevaré allí.Pero no hay nada que ver, príncipeCorum, y ese lugar se puede observar

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mejor desde lejos.—Sospecho que tenéis razón, rey —

dijo Corum.Mientras hablaban, la niebla se

había espesado todavía más y habíaocultado por completo el mar. La nieblacayó sobre Caer Mahlod y llenó susangostas calles. La niebla avanzó haciala fortaleza procedente de todas lasdirecciones salvo del mar.

Incluso los débiles sonidos delinterior del fuerte se desvanecieronmientras sus ocupantes esperaban ensilencio a que llegara el momento dedescubrir qué había traído consigo laniebla.

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Estaba casi tan oscuro como sifaltara poco para anochecer. El aire sehabía vuelto tan frío que Corum, quienllevaba más ropa que cualquiera de losdemás, se estremeció y tiró de lospliegues de su túnica escarlata paraceñirlos alrededor de su cuerpo.

Y de repente el aullido de unsabueso emergió de la niebla. Era unaullido salvaje, un sonido de la máspura desolación, que fue coreado porotras gargantas caninas hasta que llenóla atmósfera rodeando la fortalezallamada Caer Mahlod por sus cuatrocostados.

Corum forzó su único ojo intentando

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distinguir a los sabuesos, y creyóentrever durante un instante una siluetaborrosa que se movía debajo de losmuros deslizándose por las faldas de lacolina. Un momento después la siluetaya se había esfumado. Corum tensó sinapresurarse su arco de hueso y apoyó elextremo emplumado de una esbeltaflecha en la cuerda. Después aferró elarco con su mano de metal y usó la manode carne y hueso para hacer retrocederla cuerda hasta su mejilla, y esperó hastaver aparecer otra silueta borrosa antesde liberar la cuerda. La flecha atravesóla niebla y se desvaneció. Un horriblealarido estridente brotó del silencio y se

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convirtió en un gruñido gutural. Despuésuna silueta apareció de repente subiendoa la carrera por la colina en dirección alfuerte. Dos ojos amarillos clavaron sumirada directamente en el rostro deCorum, como si la bestia hubierareconocido instintivamente la fuente desu herida. Su larga cola peluda oscilabade un lado a otro mientras corría, y alprincipio pareció como si tuviera otracola rígida y más delgada, pero uninstante después Corum comprendió quelo que estaba viendo era su flecha, quesobresalía del flanco del animal. Pusootra flecha en su arco. Echó la cuerdahacia atrás, y contempló los ojos

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llameantes de la bestia. Una boca rojizase abría ante él y los colmillosamarillentos goteaban saliva. El pelajeera áspero y de apariencia lanuda, ycuando el perro estuvo más cerca Corumse dio cuenta de que era del tamaño deun pony.

Sus feroces gruñidos resonaron enlos oídos de Corum, pero siguiósosteniendo la flecha inmóvil en su arco,pues había momentos en los que el telónde fondo de la niebla hacía que resultaradifícil ver con claridad.

Corum no había esperado que elsabueso fuese blanco. Su cuerpo era deuna blancura resplandeciente que

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producía una vaga repugnancia apenasse la contemplaba. Sólo las orejas delsabueso eran más oscuras que el restode su cuerpo, y eran de un rojoreluciente tan intenso como el de lasangre recién derramada.

El sabueso blanco siguióascendiendo por la ladera de la colinacon la primera flecha subiendo ybajando en su flanco a cada salto sin queel animal pareciera darse cuenta de supresencia, y su aullido casi parecía serun aullido de risa obscena provocadapor la anhelante expectación de hundirsus colmillos en la garganta de Corum.Los ojos amarillos estaban llenos de una

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maligna alegría.Corum no podía esperar más tiempo,

y disparó la flecha.El dardo pareció viajar muy

despacio hacia el sabueso blanco. Labestia vio la flecha e intentó esquivarlahaciéndose a un lado, pero había estadocorriendo a una velocidad excesiva ysus movimientos carecieron de lacoordinación necesaria. Cuando seagachó para salvar su ojo derecho, suspatas se enredaron las unas con lasotras, y la flecha se clavó en su ojoizquierdo con un impacto tal que lapunta se abrió paso hasta asomar por elotro lado del cráneo.

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El sabueso abrió sus enormes faucesmientras se derrumbaba, pero aquellagarganta aterradora ya no emitió ningúnsonido más. La bestia cayó, bajórodando unos metros cuesta abajo yacabó quedándose inmóvil.

Corum dejó escapar un suspiro y sevolvió hacia el rey Mannach parahablarle.

Pero el rey Mannach ya estabaechando el brazo hacia atrás apuntandouna lanza hacia la niebla, donde por lomenos un centenar de sombras blancasse agazapaban, babeaban y gimoteabanproclamando su decisión de vengarse dequienes habían matado a su congénere.

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II

El combate en CaerMahlod

—¡Oh, hay muchos!El rostro del rey Mannach estaba

nublado por la preocupación cuandocogió una segunda lanza y la arrojó enpos de la primera.

—Hay más de los que nunca habíavisto antes…

Miró a su alrededor para ver cómo

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se estaban comportando sus hombres.Ahora todos habían emprendido unafrenética actividad contra los sabuesos.Hacían girar las hondas, disparabanflechas y arrojaban lanzas. Caer Mahlodhabía quedado rodeado por lossabuesos.

—Sí, hay muchos… Puede que losFhoi Myore ya se hayan enterado de quehabéis venido en nuestra ayuda, príncipeCorum, y quizá estén decididos adestruiros.

Corum no replicó, pues acababa dever a un enorme sabueso blanco que sedeslizaba con el cuerpo pegado a lamisma base de la muralla y que estaba

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olisqueando la entrada que había sidoobstruida con un gigantesco peñasco. Seasomó por encima del baluarte sacandomedio cuerpo al vacío y disparó una desus últimas flechas, acertando a la bestiaen la parte de atrás del cráneo. Elsabueso gimió y huyó corriendo entre laniebla. Corum no pudo ver si habíalogrado acabar con él. Aquellossabuesos parecían muy difíciles dematar. La niebla y la escarcha hacía queresultaran casi invisibles, y lo único quese podía ver de ellos eran sus orejascolor rojo sangre y sus ojos amarillos.

Enfrentarse a ellos habría seguidosiendo difícil incluso si sus cuerpos

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fuesen de un color más oscuro. La nieblase fue haciendo todavía más espesa.Atacaba las gargantas y los ojos de losdefensores irritándolos de tal maneraque éstos no paraban de pasarse la manopor la cara para librarse de aquel vaporblanquecino, y escupían a los sabuesospor encima de los muros mientrasintentaban expulsar de sus pulmones lafría humedad que se aferraba a ellosimpidiéndoles respirar. Pero losdefensores eran valientes, y noflaqueaban. Lanza tras lanza salíadisparada hacia abajo. Flecha trasflecha trazaba un arco cayendo sobre lasfilas de aquellos perros siniestros. Sólo

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los montones de bolas de tathlumseguían sin ser utilizados y Corumhubiese querido saber por qué, pero elrey Mannach no disponía de tiempo paraexplicárselo. Por desgracia las flechas,las lanzas y las rocas ya empezaban aescasear, y sólo unos pocos perrosblancos habían muerto.

«Sea quien sea Kerenos, tiene unasperreras muy bien provistas», pensóCorum mientras disparaba la última desus flechas. Después dejó el arco en elsuelo y desenvainó su espada.

El aullar de los sabuesos tensabahasta el último nervio de los defensores,de tal forma que no sólo tenían que

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luchar contra los perros sino tambiéncontra el agarrotamiento de sus propiosmúsculos.

El rey Mannach corría a lo largo delos baluartes dando ánimos a susguerreros. Hasta el momento ninguno deellos había caído. No se veríanobligados a defenderse con sus espadas,sus hachas y sus picas hasta quehubieran agotado el último de susproyectiles, pero ese momento ya casihabía llegado.

Corum se tomó un breve descansopara recuperar el aliento y tratar deevaluar su situación. Había un pocomenos de cien sabuesos debajo de ellos,

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y un poco más de cien hombres en losbaluartes. Los sabuesos tendrían que darsaltos gigantescos para poder llegarhasta las murallas, y Corum no tenía nila más mínima duda de que eran capacesde saltos semejantes.

Mientras pensaba en ello vio a unabestia que venía surcando los aireshacia él con las patas delanterasextendidas, las mandíbulas abriéndose ycerrándose ruidosamente y la ferozmirada de sus ojos amarillos clavada enél. Si no hubiera desenvainado suespada hacía un rato, Corum hubiesemuerto allí mismo y en aquel instante;pero consiguió alzar la hoja atacando al

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sabueso mientras éste volaba por losaires cayendo hacia él. La hoja se clavóen el vientre de la bestia, y Corumestuvo a punto de perder el equilibriocuando el sabueso se empaló a sí mismoen la punta de la espada, dejó escapar ungemido que casi parecía de sorpresa,gruñó como si hubiera comprendido sudestino y movió la cabeza en un fútil yya muy debilitado intento de morderleantes de caer dando tumbos hacia atráspara precipitarse justo sobre la columnavertebral de uno de sus congéneres.

Durante un rato Corum pensó que losSabuesos de Kerenos ya habían tenidobatalla suficiente por aquel día, pues

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parecían estar retirándose; pero susgruñidos, murmullos y aullidosocasionales no tardaron en dejar muyclaro que se estaban limitando a tomarseun descanso y que esperarían unosmomentos mientras se preparaban paralanzar otro ataque. Quizá estabanrecibiendo instrucciones de un amoinvisible, quien quizá fuese elmismísimo Kerenos. Corum habría dadocasi cualquier cosa por un fugaz atisbode los Fhoi Myore. Quería ver por lomenos a uno, aunque sólo fuese parapoder formarse una opinión propiasobre qué eran y de dónde habíansacado sus poderes. Antes de ser

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atacado por aquel sabueso habíaentrevisto una silueta oscura entre laniebla, una forma que era más alta quelos sabuesos y que había parecidocaminar sobre dos piernas, pero laniebla giraba y se arremolinaba tanrápidamente en todo momento (aunquenunca llegaba a dispersarse del todo)que era muy posible que le hubieseengañado. Si realmente había llegado adistinguir la silueta de un Fhoi Myore,entonces no cabía ninguna duda de queeran considerablemente más altos quelos seres humanos y probablemente deuna raza que no tenía nada que ver conla suya. Pero ¿de dónde podían haber

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venido unos seres que no eran vadhagh,nhadragh ni mabden? Aquel enigmahabía tenido perplejo a Corum desde laprimera conversación que habíamantenido con el rey Mannach.

—¡Los sabuesos! ¡Cuidado con lossabuesos!

El guerrero apenas tuvo tiempo delanzar aquel grito antes de ser derribadopor una forma de un blanco relucienteque acababa de lanzarse sobre élsurgiendo de la niebla sin hacer ningúnruido. Sabueso y hombre se precipitaronjuntos desde lo alto del baluarte ycayeron con un estrépito terrible en lacalle que había debajo.

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Sólo el sabueso se levantó, lasfauces repletas de la carne del guerrero.La bestia giró sobre sí misma y empezóa avanzar al trote por la calle. Corum,actuando casi sin pensar, lanzó suespada y logró herir al sabueso en elflanco. La bestia aulló e intentó morderla espada que asomaba de sus costillas,como si fuese un cachorro que intentaatrapar su propia cola. El enormesabueso logró completar cuatro o cincorotaciones antes de acabarcomprendiendo que estaba muerto.

Corum bajó a la carrera el tramo depeldaños que llevaba hasta la calle pararecuperar su espada. Nunca había visto

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unos perros tan monstruosos, y tampocopodía entender por qué tenían aquelcolor tan extraño, que no tenía igual enninguna de las criaturas que había vistohasta el momento. Arrancó su espada delinmenso cadáver con una mueca derepugnancia y limpió la sangre en eláspero pelaje blanquecino. Despuésvolvió a subir corriendo los peldañospara ocupar nuevamente su puesto en lamuralla.

Entonces fue consciente por primeravez de la pestilencia. Era uninconfundible hedor canino parecido alolor que desprende el pelaje de un perrosucio y mojado, pero había momentos en

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los que podía ser casi insoportable. Conla niebla atacando ojos y bocas y lapestilencia de los sabuesos atacando susfosas nasales, los defensores cada vezexperimentaban más dificultades paraseguir protegiendo el fuerte de CaerMahlod del ataque. Los perros ya habíanconseguido llegar a las murallas envarios lugares, y cuatro guerreros yacíansobre las losas con la gargantadesgarrada mientras dos Sabuesos deKerenos también yacían muertos, uno deellos con la cabeza limpiamenteseparada del cuello.

Corum estaba empezando a cansarse,y pensó que a los demás también debía

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estar ocurriéndoles lo mismo que a él.En una batalla corriente, a esas alturashabrían tenido todo el derecho delmundo a estar agotados, pero en aquéllano luchaban contra hombres sino contrabestias, y los aliados de aquellas bestiaseran los mismísimos elementos.

Corum tuvo que saltar a un ladocuando un sabueso —uno de los másgrandes que había visto hasta aquelmomento— logró llegar hasta el baluartepor detrás de él y aterrizó sobre laplataforma que había más allá bufando yjadeando con los ojos girando locamenteen sus órbitas, la lengua fuera y loscolmillos goteantes. La pestilencia dejó

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sin aliento a Corum. Aquel espantosoolor fétido a podredumbre brotaba de laboca de la bestia. El sabueso dejóescapar un gruñido ahogado y sepreparó para atacar a Corum. Lasextrañas orejas rojas se pegaron alcráneo ahusado.

Corum lanzó un grito inarticulado,agarró su hacha de guerra de mangolargo de donde la había dejado junto a lamuralla y se lanzó sobre el sabuesohaciendo girar su arma.

El sabueso se encogió visiblementecuando el filo del hacha destelló sobresu blanca cabeza. Su cola empezó aesconderse entre sus patas traseras antes

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de que cayera en la cuenta de que eraconsiderablemente más pesado y fuerteque Corum y tensara los labios en ungruñido que reveló dientes de unosveinticinco centímetros de longitud.

Hacer girar el hacha de guerra paralanzar un segundo golpe hizo que Corumperdiera levemente el equilibrio, y elsabueso atacó antes de que el hachapudiera volver a amenazarle. Corumtuvo que retroceder tres pasos,alejándose a toda prisa de la bestiamientras ésta se lanzaba sobre él, paraasí permitir que el hacha siguieratrazando su giro y se incrustara en unade las patas traseras del sabueso. La

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bestia quedó lisiada, pero el impacto nola detuvo. Corum estaba muy cerca delborde de la plataforma, y sabía que tenerque saltar de ella significaría comomínimo acabar con las piernas rotas. Unsolo paso hacia atrás bastaría paraprovocar su caída a la calle. Sólo podíahacer una cosa. Cuando el sabuesoatacó, Corum esquivó la embestida y seagachó, y la bestia pasó por encima deél y su cabeza chocó con las piedras dela calle con tanta fuerza que se rompióel cuello.

El estrépito de la batalla ya eraclaramente audible en todo el perímetrode la fortaleza, pues varios Sabuesos de

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Kerenos habían conseguido acceder alas calles, y vagaban por ellasolisqueando el aire en busca de lasancianas y los niños que se acurrucabandetrás de las puertas protegidas conbarricadas.

Medhbh, la hija del rey Mannach,tenía a su cargo la misión de defenderlas calles, y Corum la vio corriendo alfrente de un puñado de guerreros paraatacar a dos sabuesos que se habíanencontrado atrapados en un callejón sinsalida. Unos cuantos mechones de sucabellera pelirroja habían logradoescapar del confinamiento de su casco yflotaban de un lado a otro mientras

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corría. Su esbelta y ágil silueta, lavelocidad y el firme control que imponíaa sus movimientos y su evidente corajeasombraron a Corum. Nunca habíaconocido a una mujer como ella y, enrealidad, nunca había conocido amujeres que lucharan al lado de sushombres y que compartieran en pie deigualdad todos los deberes yresponsabilidades con ellos. «Y ademásson muy hermosas», pensó Corum, y uninstante después se maldijo a sí mismopor aquella distracción momentánea,pues otra bestia se lanzó sobre élaullando y haciendo entrechocar susfauces, y Corum hizo girar su hacha de

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guerra y lanzó su grito de guerravadhagh e incrustó el filo a granprofundidad en el cráneo del sabuesojusto entre sus rojas y peludas orejas, ydeseó que el combate terminara de unavez, pues estaba tan agotado que ya nose creía capaz de poder acabar con otrosabueso.

Los ladridos de aquellas bestiashorrendas parecían hacerse más y másensordecedores a cada momento quepasaba y la pestilencia de su alientohacía que Corum deseara sentir eláspero roce de la niebla en suspulmones, pero los cuerpos blancosseguían surcando los aires y aterrizaban

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sobre los baluartes, y los enormescolmillos seguían mordiendo y los ojosamarillos seguían llameando, y loshombres seguían muriendo cuando lasmandíbulas desgarraban la carne, lostensiones y el hueso. Corum se apoyó enla muralla, jadeando y sin aliento, ysupo con toda claridad que el próximoperro que le atacara conseguiría acabarcon él. No tenía ninguna intención deresistir. Estaba acabado. Moriría allí ytodos los problemas quedarían resueltosen un instante. Caer Mahlod caería, y losFhoi Myore gobernarían el mundo.

Algo hizo que volviera a bajar lamirada hacia la calle.

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Medhbh estaba sola, espada enmano, y un sabueso gigantesco selanzaba sobre ella. Todos los guerrerosde su grupo habían caído, y sus cuerposdesgarrados podían ser vistosesparcidos sobre las piedras de la calle.Sólo Medhbh seguía en pie, y notardaría en perecer también.

Corum saltó del baluarte antes desaber qué le hizo tomar aquelladecisión. Sus botas chocaron con lagrupa del gigantesco sabueso haciendoque sus cuartos traseros quedaranpegados al suelo. El hacha de guerrasilbó y se abrió paso a través de lasvértebras del sabueso con tanta fuerza

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que casi partió en dos a la bestia; yCorum, arrastrado hacia adelante por elímpetu de su propio ataque, se desplomósobre el cadáver, resbaló en la sangrede la bestia, se golpeó la cabeza con sucolumna vertebral destrozada y acabócayendo de espaldas mientras hacíaesfuerzos desesperados por recobrar elequilibrio. Medhbh aún no habíacomprendido lo que acababa de ocurrir,pues antes de ver a Corum golpeó unode los ojos de la bestia con su espadasin darse cuenta de que ya estabamuerta.

Medhbh sonrió mientras Corum seponía en pie y empezaba a dar tirones de

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su hacha de guerra para arrancarla delcadáver.

—Así que no queríais verme morir,mi príncipe élfico —dijo.

—No, mi señora —replicó Corummientras jadeaba intentando recobrar elaliento.

Logró liberar su hacha y subiótambaleándose por el tramo de peldañoshasta llegar a los baluartes, donde losagotados guerreros hacían cuanto podíanpara rechazar los ataques de lo queparecía un contingente innumerable desabuesos.

Corum se obligó a avanzar para ir enayuda de un guerrero que estaba a punto

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de sucumbir ante uno de los sabuesos.La carnicería estaba empezando aembotar el filo de su hacha de guerra, yesta vez el golpe de Corum sóloconsiguió aturdir al sabueso, que serecuperó casi inmediatamente y serevolvió contra él. Pero una pica seclavó en su vientre, y la únicaconsecuencia de aquel nuevo encuentrocon los sabuesos fue que la coraza deCorum acabó cubierta de la espesa ypestilente sangre de la bestia.

Se alejó tambaleándose e intentandodistinguir algo entre la niebla que seagitaba más allá de las murallas, y estavez vio una silueta enorme. Era un

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hombre de la talla de un gigante,aparentemente con astas creciendo aambos lados de la cabeza, el rostrodeforme y el cuerpo retorcido yhorrible, que estaba llevándose algo alos labios como si se dispusiera a beberde aquel objeto.

Y un instante después, la niebla fuedesgarrada por un sonido que hizo quetodos los sabuesos se quedaraninmóviles de repente y que obligó a losguerreros supervivientes a dejar caersus armas y taparse los oídos con lasmanos.

Era un sonido lleno de horror, enparte carcajada, en parte grito y en parte

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gemido de agonía y alarido triunfal. Erael sonido que brotaba del Cuerno deKerenos llamando a sus sabuesos paraque volvieran con su amo.

Corum volvió a tener un fugaz atisbode la silueta antes de que desaparecieseentre la niebla. Los sabuesos queseguían con vida empezaron a saltar alinstante sobre las murallas, y bajaroncorriendo por la ladera hasta que entodo Caer Mahlod no quedó ni un soloperro vivo.

Después la niebla empezó adispersarse y volvió a toda velocidadhacia el bosque, como si Kerenos tirarade ella igual que si fuese una capa.

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Y el Cuerno volvió a sonar.El sonido era tan terrible que

algunos hombres estaban vomitando.Algunos gritaban, y otros sollozaban.

Pero estaba claro que Kerenos y sujauría ya habían tenido diversiónsuficiente por aquel día. Habíanmostrado una pequeña parte de su podera los habitantes de Caer Mahlod, y esoera todo lo que deseaban hacer. Corumcasi podía comprender que los FhoiMyore concibieran aquella batalla entérminos de un simple entrechocar dearmas amistoso antes de que empezarael verdadero enfrentamiento.

El combate en Caer Mahlod había

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dado como resultado la muerte de casicuarenta sabuesos.

Cincuenta guerreros habían muerto,hombres y mujeres.

—¡Deprisa, Medhbh, el tathlum! —gritó el rey Mannach, que había sidoherido en un hombro y que aún sangraba.

Medhbh ya había colocado una delas bolas de sesos y cal en su honda yestaba haciéndola girar.

Un instante después lanzó elproyectil hacia la niebla, en pos delmismísimo Kerenos.

El rey Mannach sabía que su hija nohabía logrado acertar a ningún FhoiMyore.

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—Es una de las pocas cosas quecreen pueden matarles —dijo.

Bajaron en silencio de los baluartesde Caer Mahlod y fueron a llorar a susmuertos.

—Mañana iniciaré la búsqueda de lalanza Bryionak y os la traeréempuñándola en mi mano de plata —dijo Corum—. Haré cuanto pueda parasalvar a las gentes de Caer Mahlod decriaturas como Kerenos y sus sabuesos.Sí, partiré mañana…

El rey Mannach estaba bajando eltramo de peldaños ayudado por su hija,y se encontraba tan débil que se limitó aasentir con la cabeza.

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—Pero he de ir a ese sitio al quellamáis Castillo Owyn —dijo Corum—.Es algo que he de hacer antes demarcharme.

—Os llevaré allí esta tarde —dijoMedhbh.

Y Corum no rechazó su oferta.

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III

Un momento en lasruinas

La tarde estaba llegando a su fin ylas nubes se habían apartado de la fazdel sol, que había derretido una pequeñaparte de la escarcha calentando el día ytrayendo leves sombras del olor de laprimavera al paisaje. Corum y laprincesa guerrera Medhbh, apodada «Ladel Largo Brazo» por su destreza con el

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lazo y el tathlum, cabalgaron hasta ellugar que Corum llamaba Erorn y queella llamaba Owyn.

Era primavera, pero los árboles notenían hojas y apenas si había hierbacreciendo en el suelo. Aquel mundoestaba desnudo y lúgubre, y la vidaestaba huyendo de él. Corum se acordóde lo exuberante y rico que había sidoincluso cuando lo había abandonado. Ledeprimía pensar el aspecto que una partetan grande de aquellas tierras debíatener después de que los Fhoi Myore,sus sabuesos y sus sirvientes hubieranavanzado por ellas.

Tiraron de las riendas de sus

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monturas deteniéndolas cerca del bordedel acantilado, y contemplaron el marque murmuraba y jadeaba al estrellarsecontra los guijarros de la diminutaensenada.

Enormes acantilados negros de talantigüedad que se estabandesmoronando poco a poco surgían delas aguas, y los acantilados estabanllenos de cuevas y seguían siendoiguales a como Corum los habíaconocido hacía por lo menos un milenioantes.

Pero el promontorio habíacambiado. Una parte se habíaderrumbado en el centro precipitándose

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hacia el mar en un amasijo de granitodesmenuzado, y al verlo Corumcomprendió por qué apenas quedabanada del Castillo Erorn.

—Ahí está lo que llaman la Torre delos Sidhi, o la Torre de Cremm. —Medhbh le señaló con el dedo laestructura a la que se refería, que sealzaba al otro lado del abismo creadopor el desmoronamiento de las rocas—.Vista desde lejos parece obra delhombre, pero en realidad ha sido creadapor la naturaleza.

Pero Corum sabía que no era así.Había reconocido aquellos perfilesdesgastados por el paso del tiempo.

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Cierto, parecían haber sido creados porla naturaleza, pues las edificaciones delos vadhagh siempre habían tendido aconfundirse con el paisaje; y por esarazón ya en tiempos de Corum algunosviajeros ni tan siquiera se enteraban deque el Castillo Erorn estuviese allí.

—Es obra de mi gente —dijo en vozbaja—. Todo eso son restos de laarquitectura vadhagh, aunque sé quenadie lo creería.

Medhbh pareció sorprendida y serió.

—Así que la leyenda encierra algode verdad… ¡Realmente es vuestratorre!

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—Yo nací allí —dijo Corum, ysuspiró—. Y supongo que también moríallí… —añadió.

Desmontó, fue hasta el borde delacantilado y miró hacia abajo. El marhabía creado un angosto canal a travésdel precipicio. Corum contempló losrestos de la torre que se alzaban al otrolado. Se acordó de Rhalina y se acordóde su familia; de su padre, el príncipeKhlonskey, y de su madre, la princesaColatalarna; de sus hermanas Ilastru yPholhinra; de su tío el príncipe Rhanan yde su prima Sertreda. Ahora todosestaban muertos. Al menos Rhalinahabía vivido todo el tiempo al que tenía

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derecho, pero los demás habían muertode manera brutal a manos de Glandyth-a-Krae y sus asesinos. Ahora nadie seacordaba de ellos salvo Corum. Duranteun momento les envidió, pues erandemasiados los que se acordaban deCorum.

—Pero vos estáis vivo —dijoMedhbh.

—¿Lo estoy? Me pregunto si no seréquizá más que una sombra, una quimeracreada por los deseos de vuestropueblo. Los recuerdos de mi existenciapasada ya empiezan a volverseborrosos, y apenas si puedo recordarcómo era mi familia.

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—¿Tenéis una familia… en el sitiodel que venís?

—Sé que la leyenda afirma quedormí dentro del túmulo hasta que fuinecesitado de nuevo, pero eso no esverdad. Fui traído hasta aquí desde mipropia época…, cuando el CastilloErorn se alzaba allí donde ahora sólo sealzan las ruinas. Ah, ha habido tantasruinas en mi vida…

—¿Y vuestra familia está allí? ¿Lahabéis abandonado para ayudarnos?

Corum meneó la cabeza y se volvióhacia ella.

—No, mi señora, no he hecho eso —dijo mientras sus labios se curvaban en

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una sonrisa llena de amargura—. Mifamilia fue asesinada por vuestraraza…, por los mabden. Mi esposamurió.

Corum vaciló, pues no quería seguirhablando de aquel tema.

—¿También fue asesinada?—No, la vejez se la llevó.—¿Era más vieja que vos?—No.—Entonces, ¿sois realmente

inmortal?Medhbh clavó la mirada en el mar

distante.—Puede decirse que sí. Por eso me

da tanto miedo el amar, ¿comprendéis?

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—A mí no me daría miedo amar.—Tampoco se lo dio a la

margravina Rhalina, mi esposa; y creoque yo tampoco sentí ese temorentonces, pues no podía pasar por laexperiencia hasta que llegara. Perocuando experimenté el dolor deperderla, pensé que nunca podríasoportar el volver a sentir esa emoción.

Una gaviota solitaria surgió de lanada y se posó sobre un pequeñoespolón rocoso cercano. En tiempospasados había muchas gaviotas poraquellos lugares.

—Nunca volveréis a sentir unaemoción que sea exactamente igual a la

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de entonces, Corum.—Cierto. Y sin embargo…—¿Amáis a los cadáveres?Corum se sintió ofendido.—Eso es una crueldad…—Lo que queda de quienes mueren

es el cadáver. Y si no amáis a loscadáveres, entonces tenéis que encontraralguien vivo a quien poder amar.

Corum meneó la cabeza.—¿Tan sencillo os parece, hermosa

Medhbh?—No creo haber dicho nada

sencillo, Señor Corum del Túmulo.Corum movió su mano de plata en un

gesto de impaciencia.

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—No he venido del Túmulo, y no megustan nada las implicaciones de esetítulo. Habláis de cadáveres, y ese títulohace que me sienta como si fuese uncadáver que ha sido resucitado. Cuandohabláis del «Señor del Túmulo», puedooler el moho en mis ropas.

—Las otras leyendas dicen quebebíais sangre. Durante las épocas másoscuras se celebraron sacrificios sobreel túmulo.

—Nunca me ha gustado la sangre.Corum empezaba a sentirse un poco

más animado. La experiencia delcombate con los Sabuesos de Kerenos lehabía ayudado a librarse de algunas de

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sus emociones y pensamientos mássombríos sustituyéndolos conconsideraciones más prácticas.

Y un instante después Corum seencontró extendiendo su mano de carne yhueso para acariciar el rostro deMedhbh, para reseguir con sus dedos elcontorno de sus labios, su cuello y suhombro.

Y un instante después se estabanabrazando, y Corum lloraba y se sentíalleno de alegría.

Se besaron. Hicieron el amor junto alas ruinas del Castillo Erorn mientras elmar embestía la ensenada que seextendía debajo de ellos, y después se

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quedaron inmóviles acostados bajo losúltimos rayos del sol contemplando elmar.

—Escucha…Medhbh alzó la cabeza y su

cabellera flotó alrededor de su rostro.Corum lo oyó. Lo había oído un

poco antes de que Medhbh hablara, perono había querido oír aquel sonido.

—Es un arpa —dijo Medhbh—. Quémúsica tan hermosa… Qué melancólicaes esa música. ¿La oyes?

—Sí.—Me resulta familiar…—Quizá la oíste esta mañana justo

antes del ataque —dijo Corum de mala

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gana, como si no quisiera hablar deaquello.

—Quizá. Y en el claro del túmulo.—Ya lo sé… Justo antes de que tu

pueblo intentara invocarme por primeravez.

—¿Quién es el arpista? ¿Qué músicaes ésa?

Corum había vuelto la mirada haciala torre en ruinas que se alzaba al otrolado del abismo, y que era lo único queperduraba del Castillo Erorn. Inclusosus ojos le decían que no había sidoconstruida por ningún mortal. Quizá elviento y el mar habían esculpido la torrey sus recuerdos eran falsos después de

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todo.Corum sintió miedo.Medhbh también había vuelto la

mirada hacia la torre y la estabacontemplando.

—La música viene de ahí —dijoCorum—. El arpa toca la música deltiempo.

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IV

El mundo se ha vueltoblanco

Corum emprendió su viaje envueltoen pieles.

Llevaba una capa de pieles blancassobre sus ropas y la capa contaba conuna enorme capucha para cubrir sucasco, todo hecho de la suave piel de lamarta invernal. Incluso el caballo que lehabían entregado iba provisto con una

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capa de piel de gamo ribeteada depieles sobre la que había bordadasescenas de un pasado valiente. Le dieronbotas forradas de piel y guantes de pielde gamo, también adornados conbordados, y una silla de montar yalforjas de mimbre para colgar de ella, yestuches de piel para proteger su arco,sus lanzas y la hoja de su hacha deguerra. Corum llevaba un guante en sumano de plata para no ser reconocidopor quienes le vieran. Se despidió deMedhbh con un beso y saludó a lasgentes de Caer Mahlod que se habíancongregado en las murallas de lafortaleza para contemplarle con los ojos

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graves pero llenos de esperanza, y el reyMannach le besó en la frente.

—Devolvednos la lanza Bryionak —le dijo el rey Mannach— para quepodamos domar al toro, al Toro Negrode Crinanass, para que así podamosderrotar a nuestros enemigos y conseguirque la tierra vuelva a cubrirse deverdor.

—La buscaré —le prometió elpríncipe Corum Jhaelen Irsei.

Y su único ojo brillaba, pero nadiesupo si era a causa de las lágrimas oporque se sentía lleno de confianza en símismo; y después montó sobre sucaballo, el enorme y pesado caballo de

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guerra de los Tuha-na-Cremm Croich, ypuso sus pies en los estribos que habíahecho que fabricaran para él (pues aquelpueblo había olvidado el uso de losestribos), y apoyó su gran lanza en elsoporte del estribo, aunque nodesenrolló el estandarte que le habíanbordado la noche anterior las doncellasde Caer Mahlod.

—Nunca había visto a un caballeroque partiese a la guerra con un aspectotan soberbio, mi señor —murmuróMedhbh.

Corum se inclinó hacia ella paraacariciar su cabellera de un rojo dorado,y rozó su suave mejilla con la punta de

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los dedos.—Volveré, Medhbh —dijo.

Llevaba dos días cabalgando endirección sureste y hasta el momento elviaje no le había resultado difícil, puesCorum había ido en aquella direcciónmás de una vez y el tiempo no habíadestruido muchas de las señales yaccidentes del terreno que le habían sidofamiliares en el pasado. Corum iba alMonte Moidel, donde en el pasado sehabía alzado el castillo de Rhalina, yhabía tomado esa decisión quizá porqueen el Castillo Erorn había encontrado

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muy pocas cosas y, al mismo tiempo,algo de un inmenso valor. Justificaraquel objetivo en términos de suempresa resultaba fácil, pues enaquellos tiempos tan lejanos el MonteMoidel había sido el último puestoavanzado de Lwym-an-Esh, y ahoraLwym-an-Esh terminaba en Hy-Breasail.Buscar el Monte Moidel no le haríaperder tiempo ni le desviaría de su meta,eso suponiendo que no se hubierahundido también cuando se hundióLwym-an-Esh.

Siguió cabalgando en direcciónsureste, y el mundo se fue volviendo másfrío y diluvios de brillantes piedras de

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granizo repiquetearon y rebotaron sobreel duro suelo, y resonaron sobre loshombros acorazados de Corum y sobreel cuello y la cruz de su montura. Hubomuchos momentos en los que la ruta queseguía a través de las inmensasextensiones desoladas de los páramosquedó casi oculta por cortinas deaquella lluvia congelada, y a veces lagranizada llegaba a ser tan intensa queCorum se veía obligado a buscar refugioallí donde podía encontrarlo,normalmente detrás de un peñasco, puessalvo algunos tojos y unos cuantosálamos de troncos retorcidos había muypocos árboles en los páramos, y el brezo

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y los helechos que deberían haberestado floreciendo en aquella época delaño estaban totalmente muertos o apenasmostraban un rastro de vida. Hubo untiempo en el que los ciervos y losfaisanes eran visibles por todas partes,pero Corum no vio ningún faisán, y entodo lo que llevaba de viaje sólo habíavisto a un ciervo receloso y flaco encuyos ojos ardía la chispa del miedo.Cuanto más avanzaba en dirección este,peor se iba volviendo la apariencia delpaisaje, y no tardó en haber una gruesacostra de escarcha que chispeaba sobrecada árbol o matorral, y una capa denieve acumulada sobre cada cima y cada

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peñasco. El suelo fue subiendo poco apoco de nivel y el aire se volvió mástenue y frío, y Corum se alegró de llevarpuesta la gruesa capa que le habían dadosus amigos, pues la escarcha fue siendosustituida lentamente por la nieve, ymirara donde mirase el mundo era decolor blanco y su blancura le recordabael color de los Sabuesos de Kerenos, ysu caballo no tardó en tener que abrirsepaso con la nieve llegándole hasta loscorvejones, y Corum comprendió que siera atacado tendría grandes dificultadespara huir de cualquier peligro y casi lasmismas para poder maniobrar a fin deenfrentarse con la amenaza cara a cara.

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Pero al menos el cielo seguía estandoazul y totalmente despejado y el sol,aunque daba poco calor, brillaba confuerza. Lo que más recelo le inspirabaera la niebla, pues sabía que lossabuesos demoníacos y sus amos podíanllegar en cualquier momento con ella.

Por fin empezó a descubrir losangostos valles de los páramos y, en losvalles, las aldeas y pueblecitos dondehabían vivido los mabden, y cada aldeay cada pueblecito estaba desierto.

Corum se acostumbró a utilizaraquellos lugares abandonados cornocampamentos nocturnos. No se atrevía aencender una hoguera por miedo a que el

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humo fuera visto por un enemigo o poralguien que pudiera llegar a serlo, ydescubrió que podía quemar turba sobrelas losas de las casitas vacías de talmanera que el humo quedaba dispersadoantes de que pudiera ser detectadoincluso desde muy cerca de allí. Eso lepermitió preparar comida caliente eimpedir que él y su caballo pasaran frío.Si no hubiera dispuesto de esaspequeñas comodidades, el viaje deCorum habría resultado realmenteterrible.

Lo que le entristecía era que lascasitas aún contenían el mobiliario,adornos y objetos personales de quienes

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habían vivido en ellas. No se habíaproducido ningún saqueo, Corum supusoque porque los Fhoi Myore no sentían elmás mínimo interés por las cosas de losmabden, pero en algunas de las aldeasque se encontraban más al este habíaseñales de que los Sabuesos de Kerenoshabían ido de cacería y de que laspresas no habían escaseado. Sin dudaésa era la razón por la que tantos habíanhuido y buscado la seguridad en losviejos fuertes caídos en desuso hacíamucho tiempo como Caer Mahlod.

Corum podía ver que una culturacompleja y razonablemente sofisticadahabía florecido allí, y que aquellas

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tierras habían acogido a un pueblopróspero y dedicado a la agricultura quehabía dispuesto del tiempo necesariopara desarrollar sus dotes artísticas. Enlas viviendas abandonadas encontrólibros y cuadros, instrumentos musicalesy objetos de metal y alfareríaelegantemente modelados y trabajados.Ver todo aquello le entristeció. ¿Es quesu batalla contra los Señores de lasEspadas no había servido de nada?Lwym-an-Esh, la tierra por la que habíaluchado tanto como había luchado por supropia gente, había desaparecido y loque había surgido después de ellaacababa de ser destruido.

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Pasado un tiempo, empezó a evitarlas aldeas y buscó cavernas en las queno habría nada que le recordara latragedia que habían sufrido los mabden.

Pero una mañana en la que llevabapoco más de una hora cabalgando, llegóa una gran depresión del páramo en cuyocentro había un pequeño lago congelado.Al noreste del lago vio lo que alprincipio tomó por un grupo demegalitos, cada uno de la altura de unhombre, pero había varios centenarescuando lo habitual era que los círculosde piedras sólo llegaran a la veintena decolumnas graníticas. Como todo lodemás que había en el páramo, la nieve

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se había acumulado formando una gruesacapa que cubría las piedras.

El camino que seguía Corum le llevóhasta el otro lado del lago y se disponíaa evitar los monumentos (pues eso habíacreído que eran), cuando creyó captar elmovimiento de algo negro recortadocontra la blancura universal. ¿Uncuervo? Corum se hizo sombra con lamano para que su único ojo pudieraescrutar mejor las piedras. No, era algode mayor tamaño. Un lobo,posiblemente. Si se trataba de un ciervo,Corum necesitaba su carne. Sacó el arcode su funda, sujetó la cuerda y colocó sulanza detrás de él para que no le

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obstaculizara la visión mientras poníauna cuerda en el arco. Después hizoavanzar a su caballo presionándole losflancos con los talones.

Cuando estuvo un poco más cerca,Corum empezó a darse cuenta de queaquellos megalitos tenían un aspectomuy extraño. Las tallas que había enellos eran mucho más detalladas, hastael extremo de que hacían pensar en lasmás delicadas estatuas vadhagh. Y esoeran, estatuas de hombres y de mujeresque parecían disponerse a entrar encombate. ¿Quién las había tallado y conqué propósito?

Captó de nuevo el movimiento de

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una forma oscura, y un instante despuésésta volvió a quedar oculta por lasestatuas. Corum pensó que había algofamiliar en aquellas estatuas. ¿Habríavisto otras parecidas antes?

Y entonces recordó la aventura quehabía vivido en el castillo de Arioch, yla verdad fue abriéndose pasolentamente en su mente. Corum seresistió a ella. No quería saber quéestaba viendo.

Pero ya se encontraba muy cerca dela primera estatua, y no podía seguirnegando la evidencia.

Lo que estaba viendo no eranestatuas.

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Eran los cadáveres de personas muyparecidas al pueblo alto y rubio de losTuha-na-Cremm Croich, cadáveres depersonas que habían muerto congeladasmientras se preparaban para enfrentarseen batalla a un enemigo. Corum podíaver sus expresiones y sus posturas. Vioel valor y la decisión que había en cadarostro —hombres, mujeres, chicos ychicas muy jóvenes—, las jabalinas,hachas, espadas, arcos, hondas ycuchillos que seguían aferrando en susmanos. Habían acudido hasta aquel lugarpara presentar batalla a los Fhoi Myorey los Fhoi Myore habían respondido a sucoraje de aquella manera, con esa

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expresión de desprecio hacia su poder ysu nobleza. Ni siquiera los Sabuesos deKerenos se habían enfrentado a aquelpobre ejército improvisado, y hastacabía la posibilidad de que los FhoiMyore se hubieran negado a aparecer yse hubieran limitado a enviar una oleadade frío, un frío repentino y horriblementeintenso que había surtido efecto alinstante convirtiendo la carne caliente yviva en hielo frío y muerto.

Corum dio la espalda a aquellaterrible visión, el arco olvidado en susmanos. El caballo estaba nervioso, yCorum se alegró de poder alejarle deallí llevándole alrededor de la orilla del

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lago congelado donde un banco dejuncos muertos e inmóviles alzaba sustallos como otras tantas estalagmitas,como un remedo de los cadáveres que sealzaban cerca de él; y cuando llegó allíCorum vio dos siluetas que habíanestado vadeando el lago, y tambiénestaban congeladas y la lámina de hieloparecía haber cortado sus cuerpos a laaltura de la cintura, y sus brazos estabanalzados en actitudes de terror. Eran unchico y una chica, probablemente de nomás de dieciséis años de edad.

El paisaje estaba muerto y sumido enel silencio más absoluto. El sonido delos cascos de su caballo al subir y bajar

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sobre la nieve le recordaba el repicar deuna campana en un funeral. Corum sederrumbó hacia adelante y cayó sobre elpomo de su silla de montar, negándose amirar e incapaz incluso de llorar, tanlleno de horror le habían dejado lasimágenes que había visto.

Un instante después oyó un gemidoque al principio creyó había escapadode sus propios labios. Alzó la cabezahaciendo entrar una bocanada de airefrío en sus pulmones, y volvió a oíraquel sonido. Giró sobre sí mismo y seobligó a clavar la mirada en aquel grupode figuras heladas, pensando que ésa erala dirección de la que había procedido

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el gemido.Una silueta negra era claramente

visible entre las formas blancas. Unacapa negra ondulaba de un lado a otrocomo el ala rota de un cuervo.

—¿Quién eres que lloras por ellos?—gritó Corum.

La silueta estaba arrodillada. Elgrito de Corum hizo que se pusiera enpie, pero no se podía ver ningún rostro yni siquiera miembros que emergiesen deaquella capa harapienta.

—¿Quién eres?Corum hizo volver grupas a su

montura encarándola hacia la silueta.—¡Llévame a mí también, vasallo de

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los Fhoi Myore! —La voz era vieja yestaba llena de cansancio—. Te conozcoy conozco tu causa.

—En tal caso, creo que no meconoces —replicó Corum con afabilidad—. Vamos, anciana, dime quién eres…

—Soy Ieveen, madre de alguna deéstos y esposa de uno de éstos, ymerezco morir. Si eres un enemigo,mátame. Si eres un amigo, entoncesmátame, amigo, y demuestra con ello serun buen amigo de Ieveen. Quiero ir areunirme con las personas amadas a lasque he perdido. No quiero tener nadamás que ver con este mundo y con suscrueldades… No quiero soportar más

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visiones, terrores y verdades. SoyIeveen y profeticé todo lo que estásviendo, y por eso huí cuando noquisieron escucharme; y cuando volví,descubrí que no me había equivocado ennada, y por eso lloro ahora… Pero nolloro por ellos. Lloro por mí misma yporque traicioné a mi gente. Soy Ieveenla Vidente, pero ahora no tengo a nadiepor quien deba buscar el hilo de misvisiones ni a nadie que me respete, ynunca nadie podrá despreciarme más delo que yo me desprecio a mí misma. LosFhoi Myore vinieron y acabaron conellos. Los Fhoi Myore se fueronenvueltos en sus nubes, con sus perros,

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para perseguir y cazar presas mássatisfactorias que los hombres y mujeresde mi pobre clan, que eran tan valientesque creyeron que por muy perversos ydepravados que pudieran ser los FhoiMyore, sentirían el respeto suficientehacia ellos para ofrecerles un combatejusto. Les advertí de cuál sería sudestino, y les supliqué que huyeran talcomo iba a hacer yo. Ah, fueron amablesy no se enfadaron conmigo… Me dijeronque podía marcharme, pero que ellosdeseaban quedarse, y me dijeron que unpueblo debe conservar su orgullo operecer de maneras distintas si no lohace, y que entonces cada persona muere

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dentro de sí misma. No les comprendí,pero ahora les comprendo. Mátame, miseñor.

Los flacos brazos se habían alzadoen un gesto imploratorio y los haraposnegros se apartaron revelando carneazulada por el frío y la edad. La tela quetapaba la cabeza cayó y el rostroarrugado coronado por la rala cabelleragris quedó al descubierto, y Corum viosus ojos y se preguntó si en todos susviajes había llegado a ver alguna vezuna pena y un dolor tan insondablescomo los que estaba contemplandoahora en los ojos de Ieveen la Vidente.

—¡Matadme, mi señor!

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—No puedo hacerlo —replicóCorum—. Si tuviera más valor haría loque me pides, pero no poseo esa clasede valor, anciana. —Señaló el oeste consu arco, que aún estaba tenso y listo paraser utilizado—. Ve en esa dirección eintenta llegar a Caer Mahlod, donde tugente sigue ofreciendo resistencia a losFhoi Myore. Cuéntales lo que haocurrido aquí y adviérteles, y así teredimirás ante tus propios ojos. Ya hasquedado redimida ante los míos.

—¿Caer Mahlod? ¿Venís de allí?¿Del Túmulo de Cremm y de la costa?

—Tengo una misión que cumplir.Busco una lanza.

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—¿La lanza Bryionak? —La voz dela anciana sonó curiosamenteentrecortada y su tono se volvió másestridente, y sus ojos se clavaron en lalejanía más allá de Corum mientras sucuerpo empezaba a balancearselentamente de un lado a otro—.Bryionak y el Toro de Crinanass. Manode plata. Cremm Croich vendrá. CremmCroich vendrá. Cremm Croich vendrá.—La voz había vuelto a cambiar y sehabía convertido en un suave canturreo.Las arrugas parecieron esfumarse delrostro de la anciana y fueron sustituidaspor una belleza indefinible—. CremmCroich vendrá y será llamado…,

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llamado…, llamado… Y su nombre noserá su nombre.

Corum había abierto la boca parahablar, pero no lo hizo y siguióescuchando el canturreo de la ancianacon expresión fascinada.

—Corum Llaw Ereint. Mano deplata y una túnica escarlata. Corum esvuestro nombre y un hermano osmatará…

Corum había empezado a creer enlos poderes de la anciana, pero susúltimas palabras le hicieron sonreír.

—Puede que acaben matándome,anciana, pero no será un hermano quienlo haga. No tengo ningún hermano.

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—Tenéis muchos hermanos,príncipe. Los veo a todos… Todos sonorgullosos campeones, grandes héroes.

Corum sintió que su corazónempezaba a latir más deprisa y notó quese le formaba un nudo en la garganta.

—No tengo hermanos, anciana —seapresuró a decir—. No tengo ningúnhermano.

¿Por qué había sentido un repentinotemor? ¿Qué podía saber aquellaanciana que Corum se negaba a saber?

—Tenéis miedo —murmuró ella—.Puedo ver que digo la verdad, pero notemáis. Sólo hay tres cosas a las quedebáis temer. La primera es el hermano

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del que ya os he hablado, la segunda esun arpa y la tercera es la belleza. Temedesas tres cosas, Corum Llaw Ereint,pero no temáis a ninguna otra.

—¿La belleza? Al menos las otrasdos son tangibles… Pero ¿por qué temera la belleza?

—Y la tercera es la belleza —repitió la anciana—. Temed esas trescosas.

—No voy a perder más tiempoescuchando estas tonterías. Tienes todami simpatía, anciana… La cruel pruebaque has soportado te ha trastornado lamente. Ve a Caer Mahlod como te hedicho, y allí cuidarán de ti. Allí podrás

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expiar lo que te hace sentir culpable,aunque vuelvo a repetirte que no debessentirte culpable de nada. Y ahora he dereemprender la búsqueda de la lanzaBryionak…

—Bryionak será vuestra, GranCampeón, pero antes debéis hacer untrato.

—¿Un trato? ¿Con quién?—No lo sé. Seguiré vuestro consejo.

Si vivo, contaré a las gentes de CaerMahlod lo que he visto aquí. Pero vostambién debéis seguir mi consejo,Corum Jhaelen Irsei… No hagáis oídossordos a él. Soy Ieveen la Vidente, y loque veo siempre ocurre. Lo único que no

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puedo prever son las consecuencias demis propias acciones. Ése es mi destino.

—Y yo creo que mi destino es huirde la verdad —dijo Corum mientrasempezaba a alejarse de ella—. Almenos, creo que Prefiero las verdadespequeñas a las grandes —añadió—.Adiós, anciana.

—¡Teme únicamente esas tres cosas,Corum de la Mano de Plata! —le gritócon voz débil y estridente una vez más laanciana, rodeada por sus hijoscongelados mientras su capa destrozadaaleteaba alrededor de su viejo y flacocuerpo—. Hermano, arpa y belleza…

Corum deseó que no le hubiera

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hablado del arpa. Las otras dos cosaspodían ser olvidadas con facilidaddiciéndose que no eran más que losdelirios de una loca. Pero Corum yahabía oído sonar el arpa, y ya la temía.

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V

El hechicero Calatin

Doblegado y vencido por el peso dela nieve, sus árboles desprovistos dehojas y de bayas, los animales que lohabitaban muertos o huidos, el bosquehabía perdido su fuerza.

Corum había conocido aquel bosque.Era el Bosque de Laahr, donde habíaabierto los ojos por primera vez despuésde haber sido mutilado por Glandyth-a-Krae. Contempló con expresión

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pensativa su mano izquierda, la mano deplata, y se acarició el ojo derecho, y seacordó del Hombre Marrón de Laahr ydel Gigante de Laahr. Sí, la verdad eraque todo aquello había empezadodebido al Gigante de Laahr, primeroporque le salvó la vida y luegoporque… Corum expulsó aquellospensamientos de su cabeza. Al otro ladodel Bosque de Laahr estaba el confínoccidental de aquellas tierras, y elMonte Moidel había coronado aquellugar.

Corum meneó la cabeza mientrascontemplaba el bosque destruido. Ahoraya no habría ninguna Tribu del Pony

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viviendo en él, y tampoco habríamabden que pudieran acosarle.

Volvió a acordarse del malvadoGlandyth. ¿Cuál era la razón de que elmal siempre llegara de las costas deleste? ¿Se trataría de alguna maldiciónespecial que aquella tierra estabacondenada a sufrir una y otra vez a lolargo de todos los ciclos de su historia?

Y así, con esas especulacionesociosas ocupando sus pensamientos,Corum se adentró en el laberinto nevadodel bosque.

Los lúgubres troncos desnudos delos robles, alisos y olmos se extendíanen todas direcciones a su alrededor, y de

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todos los árboles que había en el bosquesólo los tejos parecían estar soportandocon cierta dignidad el peso de la nieve.Corum se acordó de la referencia alPueblo de los Pinos. ¿Sería verdad quelos Fhoi Myore acababan con todos losárboles de hoja ancha y sólo permitíansobrevivir a las coniferas? ¿Qué razónpodían tener para destruir incluso a losárboles? ¿En qué manera podían suponer una amenaza para ellos unossimples árboles?

Corum se encogió de hombros ycontinuó avanzando. El camino queseguía no era nada fácil. Enormesmontones de nieve se habían ido

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acumulando por todas partes, y miraradonde mirase veía árboles que se habíanagrietado y habían caído los unos sobrelos otros, por lo que no paraba de verseobligado a trazar grandes círculos a sualrededor hasta que acabó corriendo unserio peligro de perderse en el bosque.

Pero se obligó a seguir avanzandomientras rezaba para que el climamejorase un poco más allá del bosque,allá donde se extendía el mar.

Corum siguió atravesando el Bosquede Laahr durante dos días más hasta queacabó teniendo que admitir ante símismo que se había extraviado porcompleto.

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El frío parecía un poco menosintenso, cierto, pero no había ningunaindicación realmente clara de queestuviera avanzando en dirección oeste;y también cabía la posibilidad de quesencillamente se estuvieraacostumbrando al frío.

Pero aunque quizá hiciera un pocomás de calor, el avance se había vueltoagotador y terriblemente difícil. Denoche Corum tenía que quitar la nievedel suelo para poder dormir, y ya hacíatiempo que había olvidado su cautelaanterior concerniente a encenderhogueras. Una gran hoguera era la formamás rápida y sencilla de derretir la

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nieve, y Corum esperaba que los árbolescargados de nieve dispersarían el humolo suficiente como para que no pudieraser visto desde la periferia del bosque.

Una noche había acampado en unpequeño claro. Preparó su hoguera conramas secas, usó nieve derretida paraabrevar a su caballo y hurgó bajo lacapa de nieve buscando los escasostallos de hierba que habían sobrevividoal frío para que la montura pudieraalimentarse, y ya había empezado asentir el beneficioso efecto de las llamassobre sus huesos medio congeladoscuando creyó detectar un aullidofamiliar procedente de las

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profundidades del bosque en lo que lepareció era el norte de éste. Corum selevantó al instante, arrojó puñados denieve sobre la hoguera para extinguirla yaguzó el oído para captar lo mejorposible el sonido si volvía a llegar hastaél.

Y el sonido llegó.Era inconfundible. Había por lo

menos una docena de gargantas caninasladrando al unísono, y las únicasgargantas que podían emitir ese sonidopertenecían a los perros de caza de losFhoi Myore, los Sabuesos de Kerenos.

Corum cogió su arco y su aljaba deflechas de donde los había dejado con el

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resto de sus armas y arreos cuandodesensilló el caballo. El árbol que teníamás cerca era un viejo roble. Aún nohabía muerto del todo, y Corum pensóque sus ramas probablemente seríancapaces de sostener su peso. Ató suslanzas con un cordel, se puso el cordelentre los dientes, quitó toda la nieve quepudo de las ramas más bajas y empezó atrepar por el tronco.

Llegó lo más arriba que pudo,resbalando a cada momento y estando apunto de caer al suelo dos veces durantela escalada, y sacudió cautelosamentelas ramas hasta que logró quitar un pocode la nieve acumulada en el árbol para

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poder contemplar el claro que seextendía debajo de él sin ser visto confacilidad desde allí.

Había albergado la esperanza de queel caballo intentaría escapar en cuantocaptara el olor de los sabuesos, peroestaba demasiado bien entrenado. Sumontura le esperó, mordisqueandoconfiadamente los escasos tallos dehierba que asomaban del suelo. Corumoyó aproximarse a los sabuesos. Ya casiestaba seguro de que habían detectadosu presencia. Colgó la aljaba de unarama a la que podía llegar fácilmentecon la mano y escogió una flecha. Podíaoír el estrépito de los sabuesos

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abriéndose paso por el bosque. Elcaballo piafó y echó las orejas haciaatrás, y sus ojos se movieronfrenéticamente a un lado y a otrobuscando a su amo.

Corum vio cómo una masa de nieblaempezaba a formarse alrededor delclaro, y creyó distinguir una siluetablanca que avanzaba pegada al suelo.Empezó a tensar su arco, acostado debruces sobre la rama apoyándose en eltronco con los pies.

El primer sabueso entró en el claro.Su roja lengua colgaba de sus fauces,sus rojas orejas se estremecían de unlado a otro y sus ojos amarillos ardían

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con el fuego de la sed de sangre. Corumtomó puntería a lo largo del astil de laflecha, enfilándola hacia el corazón dela bestia.

Soltó la cuerda del arco. Hubo unchasquido ahogado cuando la cuerdachocó con su muñeca protegida por elguante, y un tañido cuando el arco selibró de la tensión que había acumulado.La flecha salió disparada en línea rectahacia su blanco. Corum vio cómo elsabueso se tambaleaba y clavaba lamirada en la flecha que sobresalía de suflanco. Estaba claro que no tenía ni ideade dónde había podido surgir aquelproyectil mortífero. Se le doblaron las

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patas. Corum alargó la mano para cogerotra flecha.

Y entonces la rama se partió.Corum pareció quedar suspendido

en el aire durante un momento mientrascomprendía lo que acababa de ocurrir.Después hubo un chasquido y un golpedistante, y de repente Corum se encontróprecipitándose hacia el suelo mientrashacía inútiles intentos de agarrarse aotras ramas durante la caída en la que leacompañaba un pequeño alud de nieve,causando un estrépito terrible. El arcofue arrancado de su mano; la aljaba y laslanzas seguían en la copa del árbol.Corum aterrizó sobre su hombro y su

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muslo izquierdos con un dolorosoimpacto. Si la capa de nieve no hubierasido tan gruesa, se habría fracturadoalgún hueso casi con toda seguridad.Eso no había ocurrido, pero el resto desus armas se encontraba al otro lado delclaro, y más Sabuesos de Kerenosestaban entrando en él después de habersuperado la sorpresa momentáneaproducida por la muerte de su hermano yel repentino derrumbarse de la rama delárbol.

Corum se levantó y empezó a mediocorrer y medio caminar hacia el troncoen el que había dejado apoyada suespada.

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El caballo relinchó y trotó hacia él,interponiéndose entre Corum y suespada. Corum intentó apartar a lamontura a gritos. Un prolongado aullidode triunfo resonó a su espalda, y unhilillo de saliva caliente y pegajosagoteó sobre su cuello. Corum intentólevantarse, pero el perro gigante ya letenía atrapado bajo su peso, y un instantedespués el sabueso volvió a aullaranunciando su victoria. Corum habíavisto hacer lo mismo a otros sabuesos.Un instante más y la bestia abriría lasfauces para revelar sus colmillos ydesgarrarle la garganta.

Pero entonces Corum oyó el

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estridente relinchar del caballo, tuvo unafugaz visión de unas pezuñas que semovían a toda velocidad y el peso delperro dejó de oprimir su cuerpo,permitiéndole rodar sobre sí mismo atiempo de ver cómo el enorme corcel deguerra se sostenía sobre sus patastraseras y golpeaba al sabueso, quegruñía con sus pezuñas recubiertas dehierro. La mitad del cráneo del sabuesose combó hacia dentro, pero el sabuesoseguía gruñendo e intentando morder alcaballo. Un instante después otra pezuñachocó con el cráneo y el sabueso sederrumbó con un gemido.

Corum ya había empezado a avanzar

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cojeando a través del claro, y unmomento después su mano de plata seposaba sobre la vaina y su mano decarne y hueso aferraba la empuñadura desu espada, y la hoja salió de la vainacon un siseo metálico mientras Corumgiraba sobre sí mismo.

Zarcillos de niebla habían empezadoa adentrarse sinuosamente en el clarocomo si fueran dedos fantasmales enbusca de una presa. Dos sabuesos yaestaban atacando al valeroso corcel deguerra, que sangraba a causa de las doso tres mordeduras superficiales quehabía recibido, pero que de momentoestaba defendiéndose muy bien.

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Y un instante después Corum viocómo una silueta humana emergía deentre los árboles. Iba totalmente vestidade cuero, con una capucha de cuero y loshombros protegidos por gruesas placasde cuero, y empuñaba una espada.

Al principio Corum pensó que lafigura había venido en su ayuda, pues elrostro era tan blanco como los cuerposde los sabuesos y sus ojos brillaban conun resplandor rojizo. Se acordó delextraño albino al que había conocido enla torre de Voilodion Ghagnasdiak.¿Sería Elric?

Pero no… Los rasgos no eran losmismos. Los rasgos de aquel hombre

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eran toscos y su expresión la de un almarepugnante y corrompida, y el cuerpoera muy robusto y no se parecía en nadaa la esbelta silueta de Elric deMelniboné. El recién llegado empezó aavanzar por entre la nieve que le llegabahasta las rodillas con la espada en altopreparada para lanzar un mandoble.

Corum se agazapó y esperó.Su oponente hizo bajar la espada en

un torpe mandoble que Corum paró sinninguna dificultad, después de lo cualdevolvió el golpe lanzando una estocadae impulsando la espada hacia arriba contodas sus fuerzas para atravesar el cueroy clavar la punta de su hoja en el

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corazón del hombre. Un sonido peculiarmezcla de gemido y gruñido escapó delos labios del guerrero del rostroblanco, y Corum vio cómo daba trespasos hacia atrás hasta que la espadaemergió de su cuerpo. Después empuñósu espada con las dos manos y volvió ahacerla girar en un nuevo ataquedirigido a Corum.

Corum se agachó con el tiempo justode esquivar el ataque. Estabahorrorizado. Su estocada había dadolimpiamente en el blanco y el hombre nohabía muerto. Lanzó un tajo contra elbrazo izquierdo desprotegido de suoponente, infligiéndole una profunda

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herida. Ni una gota de sangre brotó deella. El hombre pareció no enterarse deque acababa de ser herido, y lanzó unnuevo mandoble contra Corum.

Mientras tanto más sabuesos surgíande las tinieblas y entraban dando saltosen el claro. Algunos se limitaron asentarse sobre sus cuartos traseros paraobservar el combate entre los doshombres. Otros se lanzaron sobre elcorcel de guerra, cuyo aliento creabanubéculas de vapor en el frío aire de lanoche. El caballo estaba empezando acansarse, y aquellos perros horrendos notardarían en lograr arrastrarle al suelo.

Corum contempló con asombro el

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pálido rostro de su enemigo y sepreguntó qué clase de criatura erarealmente aquélla. No podía ser elmismísimo Kerenos, ¿verdad? Kerenosle había sido descrito como un gigante.No, tenía que ser uno de los esbirros delos Fhoi Myore de los que había oídohablar… Un jefe de jauría, quizá, quecontrolaba a los sabuesos durante lascacerías de Kerenos. El hombre llevabauna pequeña daga de cazador colgandode su cinto, y la espada que utilizaba separecía bastante a los sables de hojagruesa que se usaban para despedazar lacarne y romper los huesos de las presasde mayor tamaño.

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Los ojos del hombre no parecíanestar fijos en Corum, sino en algúnobjetivo lejano; y posiblemente ésa erala razón por la que sus reaccionesresultaban tan lentas y mal coordinadas.Aun así, Corum aún no se habíarecuperado del todo de los efectos de sucaída y si no conseguía matar a suoponente, uno de aquellos torpesmandobles acabaría dando en el blancomás tarde o más temprano y Corumperecería.

El guerrero del rostro blanco avanzóhacia él balanceando implacablementesu enorme sable de un lado a otro, yCorum apenas si consiguió parar los

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mandobles.Estaba retrocediendo lentamente,

sabiendo que los sabuesos aguardaban asu espalda en el borde del claro. Y lossabuesos estaban jadeando dominadospor una nerviosa expectación con laslenguas colgando de sus fauces, tal comohace cualquier perro doméstico normalcuando espera ser alimentado de unmomento a otro.

En aquellos momentos a Corum nose le ocurría ningún destino peor que elde convertirse en alimento para losSabuesos de Kerenos. Intentó recobrarla iniciativa y atacar a su enemigo, y derepente su talón izquierdo chocó con una

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raíz oculta. Se le torció el tobillo yCorum cayó mientras oía las notas de uncuerno que resonaban en el bosque…, uncuerno que sólo podía pertenecer al másgrande y temible de los Fhoi Myore,Kerenos. Los perros se habían levantadoy avanzaban hacia Corum mientras ésteluchaba por incorporarse con la espadalevantada para detener el diluvio demandobles que el guerrero del rostroblanco hacía caer sobre él.

El cuerno volvió a sonar.El guerrero se quedó inmóvil con el

sable en alto, y una expresión deaturdida perplejidad fue apareciendopoco a poco en sus toscos rasgos. Los

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perros también se habían detenido ytenían las rojas orejas pegadas alcráneo, como si no estuvieran muyseguros de qué se esperaba que hicieran.

Y el cuerno volvió a sonar portercera vez.

Los sabuesos empezaron aretroceder de mala gana hacia lasprofundidades del bosque. El guerrerodio la espalda a Corum y se tambaleó.Después dejó caer su arma, se tapó losoídos y dejó escapar un débil gemidomientras él también empezaba a salir delclaro siguiendo a los sabuesos. Sedetuvo de repente, y sus brazosquedaron colgando flácidamente junto a

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sus costados, y la sangre empezó abrotar de repente de las heridas queCorum le había infligido.

El guerrero se desplomó sobre lanieve y se quedó totalmente inmóvil.

Corum se levantó despacio y congran cautela, pues no estaba muy segurode qué debía hacer. Su montura deguerra fue hacia él y le rozó el rostrocon el hocico. Corum sintió una punzadade culpabilidad por haber pensado endejar que el valeroso animal seenfrentara a su destino sin ninguna ayudapor su parte cuando trepó al árbol, y leacarició el hocico. El caballo sangrabaa causa de las varias mordeduras que

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había recibido, pero no se encontrabaherido de gravedad, y tres perrosdemoníacos yacían sobre el suelo delclaro con las cabezas y los cuerposdestrozados por las pezuñas del caballo.

Un silencio absoluto había caídosobre el claro. Corum utilizó lo queconsideraba como una mera pausa en elataque para buscar el arco que se lehabía escapado de la mano durante sucaída, y acabó encontrándolo cerca de larama rota; pero las flechas y sus doslanzas seguían estando en la rama delárbol donde las había colgado. Corumse puso de puntillas e intentó hacer caerlas armas empujándolas con el extremo

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del arco, pero estaban demasiado arriba.Entonces oyó un movimiento a su

espalda, y giró sobre sí mismo con laespada preparada para atacar.

Una silueta muy alta acababa deentrar en el claro. Llevaba una largacapa de cuero flexible teñida de azuloscuro. Había joyas en sus esbeltosdedos y un collar de oro adornado congemas en su garganta, y bajo la capa decuero se podía ver una túnica de seda ylino sobre la que había bordadosdibujos misteriosos. El rostro eraapuesto y de considerable edad, y estabaenmarcado por una larga cabelleracanosa y una barba gris que terminaba

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justo encima del collar de oro. El reciénllegado sostenía un cuerno en una de susmanos, un gran cuerno de caza adornadocon varias bandas de oro y plata quehabían sido trabajadas hasta darles laforma de otros tantos animales delbosque.

Corum se incorporó. Dejó caer suarco y empuñó su espada con ambasmanos.

—Me enfrento a ti, Kerenos, y tedesafío —dijo el Príncipe de la TúnicaEscarlata.

El hombre alto sonrió.—Son muy pocos los que han

llegado a enfrentarse a Kerenos. —Su

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voz era afable y melodiosa, y estabaimpregnada de cansancio y sabiduría—.Ni siquiera yo me he enfrentado a él.

—¿No eres Kerenos? Pero tienes sucuerno… Debes haber hecho marchar aesos sabuesos con tu llamada. ¿Acasosirves a Kerenos?

—Sólo me sirvo a mí mismo…, y aquienes me ayudan. Soy Calatin. Huboun tiempo en el que fui famoso, cuandohabía gente en estos lugares que podíahablar de mí. Soy un hechicero. Hubo untiempo en el que tenía veintisiete hijos yun nieto. Ahora sólo queda Calatin.

—Hay muchos que lloran la pérdidade hijos…, y también de hijas —dijo

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Corum, acordándose de la anciana conla que se había encontrado hacía unosdías.

—Sí, muchos —asintió el hechiceroCalatin—. Pero mis hijos y mi nieto nomurieron enfrentándose a los FhoiMyore. Murieron por mí, buscando algoque necesito para salir vencedor en mibatalla particular contra el Pueblo Frío.Pero ¿quién eres tú, guerrero, que luchastan bien contra los Sabuesos de Kerenosy que tienes una mano de plata idéntica ala mano de un semidiós legendario?

—Me complace que al menos tú nome reconozcas —dijo Corum—. Mellamo Corum Jhaelen Irsei, y los

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vadhagh son mi pueblo.—Así pues, eres de raza sidhi… —

Los ojos del hombre alto adquirieronuna expresión pensativa—. ¿Qué estáshaciendo en estas tierras?

—He emprendido la búsqueda dealgo que debo llevar a un pueblo queahora habita en Caer Mahlod. Esasgentes son mis amigos.

—Así que ahora los sidhi trabanamistad con los mortales, ¿eh? Bien,puede que la llegada de los Fhoi Myoretenga algunas ventajas después detodo…

—Nada sé de ventajas y desventajas—replicó Corum—. Te agradezco que

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hicieras marchar a esos perros,hechicero.

Calatin se encogió de hombros yguardó el cuerno entre los pliegues de sutúnica azul.

—Si Kerenos hubiera estadocazando con esa jauría no habría podidohacer nada para ayudarte, pero prefirióenviar a una de esas cosas…

Calatin movió la cabeza señalandola criatura muerta con la que Corumhabía estado combatiendo.

—¿Y qué son? —preguntó Corum.Atravesó el claro para echar un vistazoal cadáver. Ya había dejado de sangrar,pero la sangre se había congelado en

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todas sus heridas—. ¿Por qué no pudematarlo con mi espada y en cambio tú sípudiste matarlo con sólo hacer sonar tucuerno?

—La tercera llamada del cuernosiempre mata a los ghoolegh —dijoCalatin con un encogimiento de hombros—. Eso suponiendo que «matar» sea lapalabra adecuada, naturalmente, pueslos ghoolegh ya están medio muertos…Ésa es la razón por la que resultan tandifíciles de matar, como estoy segurohabrás descubierto cuando luchabas coneste ghoolegh. Normalmente estánobligados a obedecer la primerallamada del cuerno. Una segunda

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llamada es la advertencia, y la tercerallamada acaba con ellos por no haberobedecido a la primera. El resultado detodo eso es que son unos esclavosmagníficos. La nota de mi cuerno erasutilmente distinta a la del cuerno deKerenos, y confundió tanto a lossabuesos como al ghoolegh; pero habíauna cosa que el ghoolegh sabía y es quela tercera llamada mata y, enconsecuencia, murió al oírla.

—¿Quiénes son los ghoolegh?—Los Fhoi Myore los trajeron

consigo al este desde el otro lado de lasaguas del océano. Son una raza criadapara servir a los Fhoi Myore. Aparte de

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eso, sé muy poco más sobre ellos.—¿Sabes de dónde llegaron

originalmente los Fhoi Myore? —preguntó Corum.

Empezó a ir y venir por elcampamento buscando ramas paraencender de nuevo la hoguera que sehabía extinguido, y se dio cuenta de quela niebla ya había desaparecido.

—No, aunque naturalmente tengomis ideas al respecto.

Calatin no se había movido enningún momento mientras hablaban, perohabía estado observando a Corum conlos ojos entrecerrados.

—Suponía que un sidhi sabría más

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sobre ellos que un mero hechiceromortal —dijo.

—No sé cómo son los sidhi —replicó Corum—. Yo soy un vadhagh, yno de tu tiempo. Vengo de otra era, deuna era anterior, o incluso de una eraque no existe como tal en vuestrouniverso. No sé más que eso.

—¿Y por qué has decidido veniraquí?

Calatin pareció aceptar laexplicación que le había dado Corum sinmostrar ninguna señal de sorpresa.

—No decidí venir aquí. Fuiinvocado.

—¿Un encantamiento? —Esta vez

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Calatin sí pareció sorprenderse bastante—. ¿Conoces a un pueblo que tiene elpoder de invocar a un sidhi para queacuda en su ayuda? ¿Y ese pueblo viveen Caer Mahlod…? Resulta difícil decreer.

—En eso sí tuve cierta capacidad deelección —le explicó Corum—. Suencantamiento era débil, y no podríahaberme llevado hasta ellos en contra demi voluntad.

—Ah.Calatin pareció quedar satisfecho

con esa explicación. Corum se preguntósi el hechicero se había disgustado alpensar que existían mortales con

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poderes de hechicería más grandes quelos suyos. Clavó la mirada en el rostrode Calatin. Había algo muy enigmáticoen los ojos del hechicero. Corum noestaba seguro de confiar demasiado enaquel hombre, a pesar de que Calatin leacabase de salvar la vida.

La hoguera empezó a arder por fin, yCalatin fue hacia ella y extendió lasmanos hacia las llamas paracalentárselas.

—¿Y si los sabuesos vuelven aatacar? —preguntó Corum.

—Kerenos no se encuentra en losalrededores. Necesitará unos cuantosdías para descubrir lo que ha ocurrido

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aquí, y espero que para entonces ya noshabremos ido.

—¿Deseas acompañarme? —preguntó Corum.

—Me disponía a ofrecerte lahospitalidad de mi morada —dijoCalatin con una sonrisa—. No quedamuy lejos de aquí.

—¿Y por qué estabas vagando por elbosque de noche? Calatin se envolvió ensu capa azul y tomó asiento sobre untrozo de suelo libre de nieve cerca de lahoguera. La luz de las llamas manchabade rojo su rostro y su barba,proporcionándole un aspecto levementedemoníaco. La pregunta de Corum hizo

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que enarcara las cejas.—Te estaba buscando —dijo.—Entonces ¿conocías mi presencia

aquí?—No. Vi humo hace cosa de un día y

fui a investigar de dónde había salido.Me preguntaba qué mortal podía osarenfrentarse a los peligros de Laahr…Por suerte llegué hasta ti antes de quelos sabuesos pudieran darse un banquetecon tu cadáver. Sin mi cuerno no habríapodido sobrevivir en estos parajes…Oh, y también dispongo de un par depequeñas brujerías más que me ayudan apermanecer con vida. —Los labios deCalatin se curvaron en una leve sonrisa

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—. Este mundo vuelve a vivir el día delhechicero. Hace sólo unos pocos añosse me consideraba un excéntrico debidoa mis intereses. Algunos creían queestaba loco, y otros me tenían por un sermaligno… Decían que Calatin huía delmundo real estudiando las cosas ocultas.«¿De qué utilidad pueden resultar esascosas para nuestro pueblo?», sepreguntaban… —Calatin dejó escaparuna risita, un sonido que los oídos deCorum no encontraron excesivamenteagradable—. Bien, he descubiertoalgunos usos para la vieja sabiduría, yahora Calatin es el único que queda convida en toda esta península.

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—Parece ser que has utilizado tusconocimientos únicamente para finesegoístas —dijo Corum.

Sacó un odre de vino de una de susalforjas y se lo ofreció a Calatin, quienlo aceptó sin ninguna suspicacia y sinque la observación de Corum pareciesehacerle sentir ningún rencor. Elhechicero se llevó el odre de vino a loslabios y tomó un largo trago antes deresponder.

—Soy Calatin —dijo el hechicerodespués de haber bebido—. Tenía unafamilia. Había tenido varias esposas, ytenía veintisiete hijos y un nieto. Eran loúnico que me importaba, y ahora que han

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muerto Calatin es lo único que meimporta. Oh, no me juzgues con excesivorigor, sidhi, pues mis congéneres seburlaron de mí durante muchos años…Adiviné algo de la llegada de los FhoiMyore, pero me ignoraron. Les ofrecí miayuda, pero se rieron de mí y larechazaron. No tengo razón alguna parasentir mucho amor hacia esos mortales,pero supongo que aún tengo menosrazones para odiar a los Fhoi Myore.

—¿Qué fue de tus veintisiete hijos yde tu nieto?

—Murieron juntos o por separado endistintas partes del mundo.

—¿Y por qué murieron si no se

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enfrentaron a los Fhoi Myore?—Los Fhoi Myore mataron a

algunos de ellos. Todos andabanbuscando objetos que necesitaba paraproseguir mis investigaciones sobreciertos aspectos de la sabiduría mística.Un par de ellos tuvieron éxito en susempresas y me trajeron los objetos queles había encomendado buscar,muriendo después a causa de susheridas. Pero aún me faltan varias cosasque necesito, y supongo que ahora ya nopodré dar con ellas.

Corum acogió la explicación dadapor Calatin con el silencio. Se sentíabastante débil. A medida que el fuego

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calentaba su sangre y hacía nacer eldolor en las pequeñas heridas que habíarecibido, fue percatándose de loprofundo que era su agotamiento y se leempezaron a cerrar los ojos.

—Bien, ya ves que he sido sincerocontigo, sidhi —siguió diciendo Calatin—. ¿Y qué empresa te ha traído hastaaquí?

Corum bostezó.—Busco una lanza.La hoguera no daba mucha luz, pero

aun así Corum pudo ver cómo Calatinentrecerraba los ojos.

—¿Una lanza?—Sí.

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Corum volvió a bostezar y se estiró.—¿Y dónde vas a buscar esa lanza?—En un lugar que algunos dudan

exista, donde la raza a la que yo llamomabden, tu raza, no se atreve a ir o nopuede ir porque hacerlo significaría lamuerte o… —Corum se encogió dehombros—. En este mundo tuyo resultamuy difícil separar una superstición deotra.

—Ese sitio al que vas a ir, ese sitioque quizá no exista… ¿Es una isla?

—Sí, es una isla.—¿Una isla llamada Hy-Breasail?—Ese es su nombre. —Corum se

obligó a rechazar el sueño que intentaba

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adueñarse de él y prestó un poco más deatención a la conversación—. ¿Laconoces?

—He oído contar que se llega a ellayendo en dirección oeste por el mar, yque los Fhoi Myore no se atreven avisitarla.

—Yo también he oído decir lomismo. ¿Sabes cuál es la razón de quelos Fhoi Myore no puedan ir allí?

—Algunos dicen que el aire de Hy-Breasail, aunque benéfico para losmortales, resulta mortífero para los FhoiMyore. Pero no es el aire de la isla loque supone un peligro para losmortales… Dicen que lo que mata a los

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hombres corrientes son losencantamientos de aquel lugar.

—¿Encantamientos…?Corum ya no podía seguir oponiendo

resistencia al sueño por más tiempo.—Sí —murmuró el hechicero

Calatin con voz pensativa—, y se afirmaque son encantamientos de una bellezatemible.

Fueron las últimas palabras queCorum oyó antes de sumirse en un sopormuy profundo y desprovisto de sueños.

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VI

Sobre las aguas conrumbo a Hy-Breasail

Por la mañana Calatin guió a Corumfuera del bosque y no tardaron en llegaral mar. Los cálidos rayos del sol sederramaban sobre las playas blancas yel agua azul, pero detrás de ellos elbosque inmóvil y silencioso yacíaaplastado bajo el peso de la nieve.

Corum no montaba en su caballo. No

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quería ir sobre la grupa del valerosoanimal hasta que tuviera las heridascuradas, pero había recogido sus arreosy armas, las flechas y las lanzasincluidas, y las había colocado sobre lasilla de montar allí donde la carga noirritara las heridas que había sufridodurante el combate de la noche anterior.El cuerpo de Corum estaba dolorido ylleno de morados, pero olvidó susincomodidades apenas reconoció lacosta.

—Bien, así que me encontraba a treso cuatro kilómetros escasos de la costacuando esas bestias me atacaron… —Sus labios esbozaron una sonrisa irónica

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—. Y allí está el Monte Moidel. —Señaló a lo largo de la costa el punto enel que se podía ver la colina, que ahorasurgía de un mar más profundo de lo queera cuando Corum la había visitado porúltima vez, pero que no cabía duda erael lugar en el que se había alzado elcastillo de Rhalina cuando protegía elMargravado de Lwym-an-Esh—. ElMonte Moidel sigue existiendo.

—Nunca había oído el nombre quetú le das —dijo Calatin, acariciándosela barba y alisando sus ropajes como siestuviera a punto de recibir a algúnvisitante muy distinguido—, pero micasa está construida sobre ese cerro.

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Siempre he vivido allí.Corum aceptó lo que le decía el

hechicero sin decir palabra y empezó acaminar hacia el monte.

—Yo también he vivido allí —dijounos momentos después—, y fui feliz enese lugar.

Calatin le alcanzó caminando agrandes zancadas.

—¿Viviste allí, sidhi? No sé nadasobre eso.

—Fue antes de que Lwym-an-Eshquedara sumergida —le explicó Corum—, antes de que se iniciara este ciclo dela historia. Los mortales y los diosesvienen y van, pero la naturaleza

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permanece.—Todo es relativo —dijo Calatin.Corum pensó que había una cierta

irritación en su tono, como si le hubiesedisgustado oír expresado en voz altaaquel tópico.

Cuando estuvieron un poco máscerca, Corum pudo ver que la antiguaruta de acceso había sido sustituida porun puente, pero ahora el puente estabadestruido y, al parecer, la destrucciónhabía sido deliberada. Corum se locomentó a Calatin.

El hechicero asintió.—Yo destruí el puente —dijo—. Al

igual que les ocurre a los sidhi, los Fhoi

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Myore y las criaturas de los Fhoi Myoreprefieren no cruzar las aguas del oestesiempre que puedan evitarlo.

—¿Por qué temen a las aguas deloeste?

—No sé nada sobre sus costumbres.Bien, noble sidhi, ¿os inspira algúntemor el tener que vadear los bajíospara llegar hasta la isla?

—Ninguno —replicó Corum—. Hehecho ese mismo viaje en muchasocasiones. Y no saques demasiadasconclusiones de eso, hechicero, pues nosoy de la raza sidhi, aunque tú parecesestar dispuesto a insistir continuamenteen lo contrario…

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—Has hablado de los vadhagh, y ésees un nombre con el que eran conocidoslos sidhi en la antigüedad.

—Puede que la leyenda hayaconfundido a las dos razas.

—De todas maneras, tu aspecto esclaramente el de un sidhi —dijosecamente Calatin—. La marea se estáretirando, y pronto será posible cruzar.Avanzaremos siguiendo los restos delpuente y entraremos en el agua desdeallí.

Corum continuó guiando a su caballopor las bridas, y siguió a Calatin cuandoéste puso los pies sobre el puente depiedra, y caminó tan lejos como pudo

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hacerlo hasta que llegó a unos toscospeldaños que descendían hacia el mar.

—El nivel del agua es lo bastantebajo —anunció el hechicero.

Corum contempló el monte verde.Allí reinaba la primavera. Miró haciaatrás. Allá reinaba el cruel invierno.¿Cómo se podía controlar de esa maneraa la naturaleza?

Tuvo algunas dificultades con elcaballo ya que sus cascos corríanpeligro de resbalar sobre las rocasmojadas, pero el hombre y el caballoacabaron con el agua hasta el cuello yfueron avanzando cautelosamentebuscando con los pies y los cascos los

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restos del viejo camino que habíadebajo de ellos. A través de laslímpidas aguas, Corum podía distinguirvagamente las gastadas piedras quequizá fuesen las mismas que habíapisado hacía mil años o más. Se acordóde su primera visita al Monte Moidel.Se acordó del odio que había sentidopor aquel entonces hacia todos losmabden, y de que había sido traicionadomuchas veces por los mabden.

La capa del hechicero Calatinflotaba detrás de él extendiéndose sobrela superficie de las aguas mientras elalto y delgado anciano precedía aCorum.

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Fueron emergiendo lentamente delmar hasta que hubieron recorrido dosterceras partes del trayecto, y el agua yasólo les llegaba a las pantorrillas. Elcaballo piafó de placer. Estaba claroque el agua había calmado bastante eldolor de sus heridas. La montura deguerra meneó la cabeza haciendo oscilarsus crines y sus ollares se dilataron. Verla verde hierba que crecíaabundantemente cubriendo las laderasdel montículo quizá también hubieracontribuido a mejorar su estado deánimo. No quedaba ni rastro del castillode Rhalina, y en vez de fortificación loque había sobre la cima del monte era

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una villa de dos pisos de alturaconstruida con piedra blanca quebrillaba bajo los rayos del sol. El tejadoera de pizarra gris. Corum pensó queparecía una casa muy agradable y, desdeluego, no era la morada típica que cabíaesperar de alguien que se dedicara a lasartes ocultas. Recordó su última visióndel viejo castillo, incendiado porGlandyth como venganza.

¿Era ésa la razón por la que aquelmabden llamado Calatin le inspirabatantas sospechas? ¿Habría algo en él quele recordaba al conde de Krae? ¿Algoen los ojos, en el porte y los modales o,quizá, en la voz? Hacer comparaciones

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era una estupidez, naturalmente. Cierto,Calatin no era un hombre al queresultara demasiado agradable tratar,pero cabía la posibilidad de que nohubiera nada malo en sus motivos.Después de todo, Corum no podíaolvidar que le había salvado la vida.Juzgar al hechicero por la brusquedad yel aparente cinismo de sus modales nosería demasiado justo.

Empezaron a subir por el caminoserpenteante que llevaba hasta la cimadel monte. Corum podía oler losperfumes de la primavera, las flores ylos rododendros, la hierba y los brotesde los árboles. Las viejas rocas de la

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colina estaban cubiertas de musgoaromático, y los pájaros anidaban en losalerces y los alisos y revoloteaban entreel follaje nuevo de un verde reluciente.Ahora Corum tenía otra razón para estaragradecido a Calatin, pues el paisajemuerto y silencioso ya había llegado aresultarle casi insoportable.

Por fin llegaron a la casa, y Calatinmostró a Corum dónde podía dejar sucaballo y después abrió de par en paruna gran puerta para que Corum pudieraentrar el primero en su morada. Elprimer piso consistía básicamente enuna sola habitación de grandesdimensiones cuyas ventanas abiertas

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contaban con cristales y daban por unlado al mar abierto y por el otro a latierra blanca y desolada. Corum pudover cómo las nubes se formaban sobre latierra, pero no encima del mar. Lasnubes parecían permanecer inmóviles enel mismo sitio, como si una barrerainvisible les prohibiese pasar al otrolado.

Corum apenas había visto cristalesen ningún otro lugar de aquel mundomabden. Al parecer, Calatin habíasabido extraer beneficios prácticos a susestudios de la vieja sabiduría. Lostechos de la casa eran bastante altos yestaban sostenidos por vigas de piedra,

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y cuando Calatin le fue mostrando lasdistintas estancias Corum pudo ver queestaban llenas de libros, tabletas, rollosde pergamino y aparatos experimentales.No cabía duda de que se hallaba en lamorada de un hechicero.

Mas para Corum no había nadasiniestro en las posesiones de Calatin y,de hecho, tampoco lo había en susobsesiones. Aquel hombre se llamaba así mismo hechicero, pero Corum pensóque resultaba más adecuado decir queera un filósofo, alguien que disfrutabaexplorando y descubriendo los secretosde la naturaleza.

—Aquí tengo casi todo lo que pudo

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salvarse de las bibliotecas de Lwym-an-Esh antes de que esa civilización doradase hundiera bajo las olas —le dijoCalatin—. Muchos se burlaron de mí yme dijeron que me llenaba la cabeza contonterías, que mis libros no eran más quela obra de locos que me habíanprecedido y que contenían tan pocaverdad como mi propia obra. Decíanque las historias eran meras leyendas,que los grimorios eran fantasías y puraficción, que todo lo que se decía enellos sobre dioses, demonios yentidades similares era meramentepoético y metafórico. Pero yo creía locontrario, y el paso del tiempo ha

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demostrado que tenía razón. —Loslabios de Calatin se curvaron en unasonrisa helada—. Sus muertes handemostrado que yo estaba en lo cierto.—La sonrisa cambió—. Aunque el saberque todos los que podían habermepedido disculpas han sido destrozadospor los Sabuesos de Kerenos o hanmuerto congelados por los Fhoi Myoreno es algo que me haga sentirme muysatisfecho, naturalmente…

—No sientes ninguna compasión porellos, ¿verdad, hechicero? —dijo Corumtomando asiento sobre un escabel ycontemplando el mar a través de laventana.

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—¿Compasión? No. Mi carácter nome permite sentir compasión, oculpabilidad, o cualquier otra de esasemociones que tanto importan a otrosmortales.

—¿Y no te sientes culpable de haberenviado a tus veintisiete hijos y a tunieto a una serie de empresas que no handado ningún fruto?

—No fueron totalmente infructuosas.Ahora ya me queda muy poco porencontrar.

—Lo que quiero decir es que elhecho de que todos murieran debehaberte causado algún remordimiento.

—No sé con certeza que todos hayan

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muerto. Algunos simplemente novolvieron… Pero, sí, la mayoríamurieron. Supongo que es lamentable.Preferiría que estuvieran vivos, pero lasabstracciones y el conocimiento puro meinteresan mucho más que lasconsideraciones habituales quemantienen encadenada a la inmensamayoría de mortales.

Corum no siguió hablando del tema.Calatin empezó a ir y venir por la

gran estancia quejándose de lo molestasque resultaban sus ropas empapadas,pero sin hacer nada para sustituirlas porotras secas. Su atuendo ya se habíasecado cuando volvió a dirigir la

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palabra a Corum.—Dijiste que ibas a Hy-Breasail.—Sí. ¿Sabes dónde se encuentra esa

isla?—Si existe, sí. Pero se afirma que

todos los mortales que se aproximan a laisla son afectados inmediatamente porun hechizo que afecta su vista… No vennada, salvo quizá un acantilado o riscosimposibles de escalar. Sólo los sidhiven Hy-Breasail como la isla querealmente es. Al menos, eso es lo que heleído en mis libros… Ninguno de mishijos volvió de Hy-Breasail.

—¿Fueron en busca de la isla yperecieron?

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—Perdiendo varias buenasembarcaciones durante el proceso.Goffanon es el señor de Hy-Breasail, yno quiere tener nada que ver con losmortales o con los Fhoi Myore. Algunosafirman que Goffanon es el último de lossidhi… —De repente Calatin volvió lacabeza hacia Corum, le observó conexpresión suspicaz y retrocedióligeramente—. ¿No serás…?

—Soy Corum —dijo Corum—. Yate lo he dicho. No, no soy Goffanon,pero si Goffanon existe es a él a quienbusco.

—¡Goffanon! Es poderoso… —Calatin frunció el ceño—. Pero quizá lo

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que se dice sea verdad y tú seas el únicoque puede llegar hasta él. Quizápodríamos hacer un trato, príncipeCorum.

—Si va a ser en beneficio mutuo,estoy de acuerdo. Calatin adoptó unaexpresión pensativa y se acarició labarba mientras murmuraba algoininteligible para sí mismo.

—Los únicos sirvientes de los FhoiMyore que no temen la isla y no sonafectados por sus encantamientos son losSabuesos de Kerenos —dijo por fin—.Incluso el mismísimo Kerenos no osaacercarse a Hy-Breasail…, pero esetemor no es compartido por sus

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sabuesos. En consecuencia, los perrossupondrán un peligro para ti incluso allí.—Alzó la cabeza y clavó la mirada en elrostro de Corum—. Podrías llegar a laisla, pero en cuanto lo hubieses hechoprobablemente no vivirías el tiemposuficiente para encontrar a Goffanon.

—Si es que existe.—Cierto, cierto… Si es que existe.

Cuando me hablaste de la lanza, creíadivinar en qué consistía exactamente tuempresa. Supongo que te referías a lalanza Bryionak, ¿no?

—Bryionak es su nombre, sí.—Y la lanza Bryionak era uno de los

tesoros de Caer Llud, ¿verdad?

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—Creo que eso es algo sabido portoda tu gente.

—¿Y por qué quieres encontrar esalanza?

—Me resultará útil contra los FhoiMyore. No puedo decirte nada más.

Calatin asintió.—No hace falta que me digas nada

más. Te ayudaré, príncipe Corum.¿Deseas una embarcación para ir a Hy-Breasail? Dispongo de una embarcaciónque puedes tomar prestada. ¿Yprotección contra los Sabuesos deKerenos, quizá? Puedes tomar prestadomi cuerno.

—¿Y qué debo hacer a cambio de

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todo eso?—Debes jurarme que me traerás

algo a tu regreso de Hy-Breasail, algoque tiene un gran valor para mí… Algoque sólo podrás obtener del herrerosidhi llamado Goffanon.

—¿Una joya? ¿Un amuleto mágico?—No. Es algo mucho más valioso.

—Calatin hurgó entre sus papeles y suequipo hasta que encontró una bolsita decuero suave y flexible—. Si se echaagua en ella no se pierde ni una solagota —dijo—. Deberás utilizarla.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Aguamágica de un pozo?

—No —dijo Calatin en voz baja y

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apremiante—. Debes traerme un poco desaliva del herrero sidhi Goffanon, ydebes traérmela dentro de esta bolsita.Tómala. —Metió una mano entre lospliegues de sus ropas y extrajo elhermoso cuerno que había utilizado parahacer que los Sabuesos de Kerenos semarcharan del claro—. Y toma estotambién. Hazlo sonar tres veces paraahuyentar a los sabuesos, y hazlo sonarseis veces para que ataquen a unenemigo.

Corum acarició el cuerno adornadocon las bandas de oro y platadelicadamente trabajadas.

—Si puede producir los mismos

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efectos que el cuerno de Kerenos debeser realmente muy poderoso —murmuró.

—En tiempos fue un cuerno sidhi —le dijo Calatin.

Una hora después Calatin le habíallevado hasta la otra ladera del monte,donde seguía existiendo una minúsculacala creada por la naturaleza; y en lacala había una pequeña embarcación.Calatin le entregó un mapa y una piedra-imán. Corum ya llevaba el cuerno en elcinto, y las armas a la espalda.

—Ah, quizá por fin pueda versatisfecha mi ambición… —dijo el

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hechicero Calatin acariciando su cráneode nobles facciones con dedostemblorosos—. Triunfa en tu empresa,príncipe Corum. Te ruego por mi bienque no fracases.

—Intentaré no fracasar, hechicero,por el bien de las gentes de CaerMahlod, por todas las personas que aúnno han muerto a manos de los FhoiMyore y por el bien de un mundo que hasucumbido al invierno eterno y quequizá nunca vuelva a ver la primavera.

Y un instante después el vientomarino ya había hinchado la vela, y laembarcación empezó a moverserápidamente sobre las aguas brillantes,

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avanzando con rumbo oeste hacia dondeen tiempos había estado Lwym-an-Esh ysus hermosas ciudades.

Y Corum se imaginó durante unmomento que encontraría a Lwym-an-Esh tal como la había visto por últimavez, y que todos los acontecimientos quehabían tenido lugar durante las últimassemanas resultarían no ser más que unsueño.

El Monte Moidel y el continente notardaron en quedar muy lejos detrás deél, y después se esfumaron y lastranquilas aguas rodearon a Corum portodas partes.

Si Lwym-an-Esh hubiese

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sobrevivido, Corum ya la habríadivisado; pero la hermosa Lwym-an-Eshno estaba allí. Las historias de que sehabía hundido bajo las olas eran ciertas.¿Y serían también verdad las historiasque se contaban sobre Hy-Breasail?¿Sería realmente todo cuanto quedaba deaquellas tierras, y se vería afectadoCorum por las mismas ilusiones quehabían padecido los viajeros que lehabían precedido?

Estudió su mapa. No tardaría enaveriguar las respuestas a aquellaspreguntas, pues dentro de poco más deuna hora avistaría Hy-Breasail.

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VII

El enano Goffanon

¿Sería aquélla la belleza contra laque le había prevenido la anciana?

No cabía duda de que su hermosuraera irresistiblemente seductora. Sólopodía ser la isla llamada Hy-Breasail.No era lo que Corum creía que iba aencontrar, a pesar de su parecido conalgunas comarcas de Lwym-an-Esh. Labrisa chocó con la vela de suembarcación y le fue acercando a la

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costa.Un lugar semejante no podía

esconder ningún peligro. ¿O sí?El mar susurraba rozando las

blancas playas y la suave brisa agitabalas verdes ramas de los cipreses,sauces, álamos, robles e higueras.Pequeñas colinas de laderas que subíany bajaban en perezosas ondulacionesprotegían valles callados y apacibles.Los rododendros en flor relucían contonos escarlata, púrpura y amarillo. Unaluz cálida e intensa acariciaba el paisajeimpregnándolo con un leve matizdorado.

Corum contempló la isla y se sintió

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invadido por una profunda sensación depaz. Sabía que allí podría descansarpara siempre y ser feliz con sólotumbarse junto a los ríos serpenteantesde límpidas aguas que reflejaban el solcon mil destellos o pasear sobre lahierba disfrutando de su agradable olormientras contemplaba a los ciervos,ardillas y pájaros que tanto abundabanen la isla.

Otro Corum —un Corum más joven— habría aceptado aquella visión sinrecelo y sin hacerse preguntas. Despuésde todo, en tiempos lejanos hubopropiedades vadhagh que se parecían aaquella isla; pero eso había sido el

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sueño vadhagh y el sueño vadhagh yahabía terminado. Ahora Corum morabaen el sueño mabden, y quizá incluso enel sueño de los Fhoi Myore que seimponía con una fuerza abrumadora.¿Había lugar en alguno de esos sueñospara la tierra de Hy-Breasail?

En consecuencia, Corum atracó suembarcación en la playa con ciertacautela y tiró después de ella hastadejarla escondida entre unosrododendros que crecían cerca del mar.Colocó las armas en su arnés para podercogerlas sin dificultad y después empezóa adentrarse en la isla, sintiéndose unpoco culpable por invadir aquel lugar

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tan pacífico ofreciendo una aparienciatan marcial.

Mientras atravesaba bosquecillos ycruzaba arroyos pasó junto a pequeñasmanadas de ciervos que no mostraronningún temor ante él y, de hecho, otrosanimales se comportaron de maneraabiertamente curiosa y se acercaron a élpara investigar a aquel desconocido.Corum pensó que cabía la posibilidadde que se hallara bajo el hechizo de unapoderosa ilusión, pero resultaba difícilcreerlo salvo al más abstracto de losniveles. Aun así, no había que olvidarque ningún mabden había vuelto jamásde aquel lugar y que muchos viajeros

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negaban haber sido capaces de dar conél, y que a los temibles y crueles FhoiMyore les aterrorizaba la simple idea deponer los pies en la isla, a pesar de quela leyenda afirmase que en tiempospasados habían conquistado todas lastierras de las que ahora sólo perdurabaaquella parte. Corum pensó que habíamuchos misterios concernientes a Hy-Breasail, pero tampoco se podía negarque para una mente cansada y un cuerpoexhausto no podía existir un mundo másperfecto.

Cuando vio las mariposasmulticolores que revoloteaban surcandoel aire veraniego y los pavos reales y

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faisanes que deambulaban tranquila ymajestuosamente sobre las verdespraderas, Corum sonrió. Ni siquiera elpaisaje más soberbio de Lwym-an-Eshpodría haber igualado en belleza al queestaba contemplando, pero no había ni elmás leve indicio de que la isla estuvierahabitada. No había ruinas ni casas, nisiquiera una cueva en la que pudieramorar un hombre; y quizá fuera eso loque hacía que Corum siguieraalbergando una sombra de sospecharespecto a aquel paraíso. Aun así,seguramente había por lo menos unacriatura que vivía en la isla, y esacriatura era el herrero Goffanon, quien

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protegía sus dominios conencantamientos y terrores que se decíasignificaban la muerte para quien osarainvadirlos.

«No cabe duda de que sonencantamientos muy sutiles —pensóCorum—, y si hay terrores están muybien escondidos».

Se detuvo unos momentos paracontemplar una pequeña cascada quefluía sobre unos peñascos de rocacaliza. Los serbales crecían en lasorillas de la límpida corriente, y elarroyo estaba lleno de carpas ypequeñas truchas. Ver los peces, asícomo los animales que había visto antes,

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hizo que Corum empezara a sentirapetito. Había estado comiendo muy maldesde su primera noche en Caer Mahlod,y nada le habría gustado más que cogeruna de sus lanzas y tratar de capturar unpez con ella; pero algo le advirtió encontra de aquella acción. Pensó —y elpensamiento quizá estuviera inspiradoúnicamente por la superstición— que siatacaba a un solo morador de la isla,toda la vida de ésta se volvería contraél. Corum decidió no matar ni siquiera aun insecto durante su estancia en Hy-Breasail por mucho que éste pudierallegar a molestarle, y en vez de tratar depescar se conformó con sacar un trozo

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de carne seca de su faltriquera y empezóa mordisquearlo mientras reanudaba lamarcha. Había empezado a subir por lasuave pendiente de una colina, y sedirigía hacia un peñasco de grandesdimensiones que parecía suspendido enequilibrio al final de la ladera.

La pendiente se iba haciendo másempinada cuanto más se aproximaba a lacima, pero Corum acabó llegando alpeñasco y se detuvo a descansar. Seapoyó en él y miró a su alrededor. Habíaesperado poder ver toda la isla desdeaquella prominencia del terreno, pues nocabía duda de que era la colina más altaque había divisado desde su llegada;

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pero le sorprendió comprobar que elmar no era visible en ninguna dirección.

Una peculiar neblina de un azuliridiscente tachonado con puntitosdorados se cernía sobre todos losconfines del horizonte. Corum tuvo laimpresión de que quizá resiguiese elcontorno de la costa de toda la isla, puestrazaba una línea muy irregular. Pero¿por qué no la había visto cuando pisótierra por primera vez? ¿Sería aquellaniebla la que ocultaba Hy-Breasail a losojos de la inmensa mayoría de viajeros?

Se encogió de hombros. El día erabastante cálido, y estaba cansado.Descubrió una roca más pequeña a la

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sombra del gran peñasco, se sentó enella, sacó una pequeña vasija llena devino de su faltriquera y fue tomandolentos sorbos de ella mientras dejabaque sus ojos recorriesen los valles,bosquecillos y arroyos de la isla. Elpaisaje era igual por todas partes, comosi hubiera sido meticulosamente creadoy ordenado por un jardinero genial.Corum ya había llegado a la conclusiónde que los panoramas que ofrecía Hy-Breasail no eran de origen totalmentenatural. Parecía más bien un granparque, como aquellos que los vadhaghhabían creado en el ápice de su cultura,y Corum pensó que quizá ésa fuese la

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razón por la que los animales eran tanmansos. Quizá todos llevaban unaexistencia altamente protegida, y el nohaber tenido ninguna experiencia delpeligro que podían llegar a suponer lascriaturas de dos piernas hacía que semostrasen tan confiados ante un mortal.Pero Corum se vio obligado nuevamentea acordarse de los mabden que nohabían regresado de la isla, y de losFhoi Myore que habían conquistado todaaquella parte del mundo y que habíanhuido después tan asustados que ahora nise atrevían a volver.

Empezó a sentirse adormilado.Bostezó y se acostó sobre la hierba. Se

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le cerraron los ojos, y su mente empezóa flotar a la deriva mientras el sueño seiba adueñando lentamente de él.

Y soñó que hablaba con un jovencuya piel era de color dorado y del que,prodigio inexplicable, brotaba una granarpa; y el joven, cuyos labios esbozabanuna sonrisa adusta e implacable, empezóa tocar su arpa; y Medhbh, la princesaguerrera, escuchó la música y su rostrose llenó de odio hacia Corum, yencontró a una silueta oscura que era elenemigo de Corum y le dio instruccionesde matar a Corum.

Y Corum despertó, oyendo todavíala extraña música del arpa. Pero la

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música se esfumó antes de que pudieraestar seguro de si la había oído enrealidad o si había sido un mero residuode su sueño.

La pesadilla había sido terrible ycruel, y le había asustado. Corum nuncahabía tenido un sueño semejante, ypensó que quizá por fin estabaempezando a comprender una parte delos peculiares peligros de la isla. Quizáestuviera en su naturaleza el hacer quelas mentes de los hombres se volvierancontra sí mismas y crearan sus propiosterrores, unos terrores mucho peores quecualquiera que pudiese llegar a serlesinfligido desde el exterior. Corum

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decidió que en adelante y mientraspudiese se mantendría despierto.

Y un instante después se preguntó sino seguiría soñando, pues oyó en lalejanía el familiar ladrido de los perros,los Sabuesos de Kerenos. ¿Le habíanseguido hasta la isla atravesando a nadouna veintena de millas marinas, o habíanido a Hy-Breasail antes que él y lehabían estado esperando en la isla? Losladridos y gañidos se fueronaproximando, y Corum rozó con losdedos el cuerno que colgaba de su cinto.Escrutó el paisaje en busca de algunaseñal de los sabuesos, pero lo único quepudo ver fue una manada de ciervos

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encabezada por un macho muy grandeque cruzaba a grandes saltos una praderay desaparecía en un bosquecillo,obviamente sobresaltada. ¿Estaríasiendo perseguida por los sabuesos? No.Los sabuesos no aparecieron.

Corum captó un movimiento en unvalle que se extendía al otro lado de lacolina. Supuso que probablemente seríaotro ciervo, pero un instante después vioque aquella criatura corría sobre dospiernas avanzando a grandes saltosbastante peculiares. Era alta ycorpulenta, y llevaba algo que brillabacada vez que era rozado por los rayosdel sol. ¿Un hombre?

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Corum vio un cuerpo blanco mediooculto entre los árboles a bastantedistancia detrás del hombre, y uninstante después vio otro; y de repenteuna jauría de enormes perros con orejaspeludas de puntas rojizas emergió delbosquecillo. Habría una docena desabuesos, y estaban persiguiendo lo quepara ellos era una presa más familiarque un ciervo.

El hombre —si de un hombre setrataba— escaló con sus asombrosossaltos una ladera rocosa siguiendo elcurso de una gran cascada, pero losimplacables sabuesos siguieron su rastrosin vacilar ni un instante. La pendiente

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se volvió todavía más abrupta y casitotalmente desprovista de asideros, peroel hombre seguía trepando por ella…, ylos perros continuaban persiguiéndole.Corum estaba asombrado ante suagilidad. Volvió a ver el destello dealgo que brillaba. Corum comprendióque el hombre se había dado la vuelta yque el objeto brillante era un arma queestaba blandiendo para repeler elataque. Para Corum resultaba obvio quela víctima de los perros no podríaaguantar mucho tiempo.

Sólo entonces se acordó del cuerno.Se apresuró a llevárselo a los labios ylo hizo sonar rápidamente tres veces

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seguidas. Las notas del cuernoretumbaron nítidamente por todo elvalle. Los perros se dieron la vuelta yempezaron a olisquear el aire como siestuvieran intentando dar con un rastroperdido, a pesar de que su presa eraclaramente visible.

Y un instante después los Sabuesosde Kerenos empezaron a alejarse.Corum dejó escapar una carcajada depuro placer, pues era la primera vez queconseguía triunfar sobre aquellos perrosinfernales.

Su risa, aparentemente, hizo que elhombre que se encontraba al otroextremo del valle alzara la cabeza.

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Corum le hizo señas con la mano, peroel hombre no se las devolvió.

En cuanto los Sabuesos de Kerenoshubieron desaparecido, Corum bajó a lacarrera por la pendiente en dirección alhombre al que acababa de ayudar. Nonecesitó mucho tiempo para llegar alfinal de aquella ladera e iniciar elascenso de la siguiente. Reconoció lacascada y la cornisa rocosa sobre la queel hombre se había dado la vuelta paraenfrentarse a los perros, pero el hombreno era visible por parte alguna. Nocabía duda de que no había seguidosubiendo, y Corum estaba seguro de queno había bajado porque mientras corría

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siempre había tenido visible la cascadadelante de sus ojos.

—¡Eh, camarada! —gritó el Príncipede la Túnica Escarlata enarbolando sucuerno—. ¿Dónde te escondes?

La única respuesta que obtuvo fue elruido que hacía el agua al chocar contralas rocas mientras la cascada continuabasu viaje risco abajo. Corum miró a sualrededor escrutando cada sombra, rocay arbusto, pero era como si aquelhombre se hubiese vuelto invisible.

—¿Dónde estás, desconocido?Hubo un débil eco, pero no tardó en

ser ahogado por el sonido del aguasiseando y chapoteando en su

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espumeante descenso sobre los riscos.Corum se encogió de hombros y giró

sobre sí mismo, pensando en lo irónicoque resultaba que el hombre fuese mástímido que las bestias en aquella isla.

Y de repente un golpe surgido de lanada llegó desde atrás y se estrelló en suespalda, y Corum se encontróprecipitándose sobre el brezo con losbrazos extendidos para frenar su caída.

—Desconocido, ¿eh? —dijo una vozmalhumorada—. Me has llamadodesconocido, ¿eh?

Corum chocó con el suelo y rodósobre sí mismo intentando sacar suespada de la vaina.

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El hombre que le había empujadoera enorme. Debía medir por lo menosdos metros y medio de altura, y laanchura de sus hombros superaba elmetro ochenta. Llevaba un peto de hierropulimentado, grebas de hierro adornadascon ribetes incrustados de oro rojizo yun casco de hierro que cubría laabundante y revuelta melena de sucabeza de barba negra. Sus manosmonstruosas sostenían el hacha deguerra más grande que Corum habíavisto jamás.

Corum se puso en pie y desenvainósu espada. Sospechaba que estaba anteaquel al que había salvado, pero aquella

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criatura colosal no parecía sentirninguna gratitud por ello.

—¿A quién me enfrento? —logrójadear.

—Te enfrentas a mí —dijo elgigante—. Te enfrentas al enanoGoffanon.

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VIII

La lanza Bryionak

A pesar del peligro que corría,Corum no pudo evitar que sus labios securvaran en una sonrisa de incredulidad.

—¿Enano? El sidhi le mirófijamente.

—¿Qué te hace tanta gracia?—¡Tiemblo sólo de pensar en

conocer a los hombres de talla normalde esta isla!

—No entiendo qué quieres decir.

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Goffanon entrecerró los ojos, alzó suhacha y adoptó una postura de combate.

Hasta entonces Corum no se habíadado cuenta de que los ojos de Goffanoneran idénticos al único que le quedaba—tenían forma almendrada y eran decolor amarillo y púrpura—, y de que laestructura craneana de quien se llamabaa sí mismo enano era más delicada de loque le había parecido al principio, unaconfusión provocada por la barba quecubría una parte tan grande de ella. Surostro era vadhagh en casi todo, pero enotros aspectos Goffanon no se parecíaen nada a un miembro de la raza deCorum.

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—¿Hay otros como tú en Hy-Breasail?

Corum utilizó la lengua pura de losvadhagh, no el dialecto hablado por lagran mayoría de mabden, y consiguióque Goffanon se quedara boquiabierto yque el asombro se adueñara de susrasgos.

—Soy el único —replicó el herreroen la misma lengua—, o eso pensaba.Pero si eres de mi pueblo, ¿por quélanzaste a tus perros en pos de mí?

—Esos perros no me pertenecen.Soy Corum Jhaelen Irsei, de la razavadhagh. —Corum alzó el cuerno con sumano izquierda, la mano de plata—.

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Este cuerno controla a los perros…Creen que es su amo quien lo hacesonar.

Goffanon bajó su hacha de maneracasi imperceptible.

—Entonces ¿no eres un sirviente delos Fhoi Myore?

—Espero no serlo. Lucho contra losFhoi Myore y contra todo lo querepresentan. Esos perros me han atacadoen más de una ocasión. Le pedí prestadoel cuerno a un hechicero mabden paraevitarme futuros ataques.

Corum decidió que era el momentomás adecuado para envainar su espada yesperar que el herrero sidhi no se

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aprovechara de ello para partirle elcráneo en dos.

Goffanon frunció el ceño y se chupólos labios mientras meditaba en laspalabras de Corum.

—¿Cuánto tiempo llevan losSabuesos de Kerenos en tu isla? —preguntó Corum.

—¿Esta vez? Un día, no más; peroya habían estado aquí antes. Parecen lasúnicas criaturas que no son afectadaspor la locura que ataca al resto demoradores de este mundo cuando ponenlos pies en mis costas, y como los FhoiMyore sienten un odio imperecederohacia Hy-Breasail, siempre están

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enviando a sus esbirros para que mepersigan y me acosen. Suelo ser capazde prever su llegada y tomarprecauciones, pero esta vez me habíaconfiado demasiado y no esperaba quevolvieran tan pronto. Pensé que erasalguna criatura nueva, una especie decazador como esos ghoolegh de los quehe oído hablar y que sirven a Kerenos.Pero ahora creo recordar que en unaocasión oí contar una historia sobre unvadhagh que tenía una mano muy extrañay que sólo tenía un ojo, pero esevadhagh murió incluso antes de quellegaran los sidhi.

—¿No os llamáis vadhagh?

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—Somos los sidhi, y así nosllamamos. —Goffanon ya había bajadopor completo su hacha—. Estamosemparentados con tu pueblo. Sé quealgunos de los tuyos nos visitaron en unaocasión, y que nosotros os visitamos;pero eso ocurrió cuando el acceso a losQuince Planos aún era posible, antes dela última Conjunción del Millón deEsferas.

—Tú procedes de otro plano.¿Cómo conseguiste llegar a este plano?

—Hubo una disrupción en los murosque separan los reinos. Así es comollegaron los Fhoi Myore procedentes delos Lugares Fríos, del Limbo. Y así es

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como llegamos nosotros, para ayudar alas gentes de Lwym-an-Esh y a susamigos vadhagh, y para luchar contra losFhoi Myore. Hubo muchas muertes enaquellos días, hace ya mucho tiempo, yguerras terribles que causaron elhundimiento de Lwym-an-Esh yacabaron con todos los vadhagh y con lagran mayoría de los mabden… Misgentes, los sidhi, también murieron, puesla brecha se cerró casi enseguida y nopudimos volver a nuestro plano.Pensábamos que todos los Fhoi Myorehabían sido destruidos, peroúltimamente han vuelto.

—¿Y no luchas contra ellos?

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—Solo no soy lo bastante fuerte.Esta isla forma parte física de mi plano.Aquí puedo vivir en paz, salvo por losperros… Soy viejo, y moriré dentro deunos cuantos centenares de años.

—Yo soy débil —dijo Corum—, ysin embargo lucho contra los FhoiMyore.

Goffanon asintió y después seencogió de hombros.

—Sólo porque no te has enfrentado aellos antes —dijo.

—Pero ¿por qué no pueden ponerlos pies en Hy-Breasail? ¿Por qué losmabden no vuelven de la isla?

—Intento mantener alejados a los

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mabden de Hy-Breasail —dijo Goffanon—, pero esa raza de hombrecitos es muyintrépida. Su valor acaba siendo lacausa de que mueran de manera horrible,pero ya te contaré más sobre eso cuandohayamos comido. ¿Querrás ser miinvitado, primo?

—Será un placer —replicó Corum.—Entonces ven conmigo.Goffanon empezó a trepar por las

rocas, se desplazó alrededor de lacornisa sobre la que se había dispuestoa enfrentarse con los Sabuesos deKerenos y volvió a desaparecer. Sucabeza reapareció casi al instante.

—Por aquí —dijo—. He vivido en

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este lugar desde que los perrosempezaron a acosarme.

Corum escaló poco a poco la laderasiguiendo al sidhi. Llegó hasta el risco yvio que seguía alrededor de una losa deroca que ocultaba la entrada a unacaverna. La losa podía ser movida a lolargo de unos surcos para obstruir laentrada, y después de que Corum cruzarael umbral, Goffanon apoyó su gigantescohombro en la losa y la colocó en elhueco. El interior estaba iluminado porlámparas de hermosa artesaníacolocadas en hornacinas de las paredes.El mobiliario era sencillo, pero habíasido expertamente tallado y construido y

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había alfombrillas tejidas en el suelo.Salvo por la falta de una ventana, lamorada de Goffanon era más quecómoda.

Corum se sentó a descansar, yGoffanon se afanó en su cocinapreparando sopa, verduras y carne. Elolor que brotó de sus cacharros eradelicioso y Corum se felicitó por haberreprimido su deseo de alancear peces enel arroyo. Aquella comida prometía sermucho más apetitosa.

Goffanon colocó un enorme cuencode sopa delante de Corum, pidiéndoledisculpas por la pobreza de su mesa,pues había vivido en soledad desde

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hacía centenares de años. El príncipevadhagh le dio las gracias y comió conapetito.

Después hubo carne y una granvariedad de suculentas verduras, a lasque siguió la fruta más sabrosa queCorum había comido jamás. Cuando porfin se reclinó en su asiento lo hizo conuna sensación de bienestar tan intensacomo hacía años que no experimentaba.Agradeció efusivamente a Goffanon suhospitalidad, y el enorme cuerpo delsidhi que se llamaba a sí mismo enanopareció sufrir un estremecimiento entreavergonzado e incómodo. Goffanonvolvió a pedirle disculpas, después de

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lo cual se instaló en su sillón y se metióen la boca un objeto parecido a unpequeño cuenco del que brotaba unlargo tallo que Goffanon empezó achupar mientras sostenía un trocito demadera sacado del hogar que se fueconsumiendo lentamente sobre el huecodel pequeño recipiente. Nubes de humono tardaron en brotar del cuenco y de suboca, y Goffanon sonrió con tantasatisfacción que tardó algún tiempo enpercatarse de la expresión de sorpresade Corum.

—Es una costumbre de mi pueblo —le explicó—. Es una hierba aromáticaque quemamos de esta manera y cuyo

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humo inhalamos. Nos gusta mucho.A Corum el olor del humo no le

parecía particularmente agradable, peroaceptó la explicación dada por el sidhi,aunque rechazó el cuenco que le ofrecióGoffanon.

—Me preguntaste por qué los FhoiMyore temen esta isla y por qué losmabden perecen aquí —dijo Goffanonhablando despacio y con sus enormesojos en forma de almendra a mediocerrar—. Bien, ninguna de las dos cosasse debe a mí, aunque me alegro de quelos Fhoi Myore me rehuyan. Hace muchotiempo, durante el período de la primerainvasión de los Fhoi Myore, cuando

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fuimos llamados para ayudar a nuestrosprimos los vadhagh y a sus amigos,tuvimos grandes dificultades paraabrirnos paso a través de la pared quesepara un reino de otro. Por fin loconseguimos, provocando enormesdisrupciones en el mundo de nuestroplano que dieron como resultado el queuna gran masa de tierra viniera connosotros y atravesara las dimensioneshasta llegar a vuestro mundo. Por suerte,la masa de tierra se posó sobre una parterelativamente despoblada del reino deLwym-an-Esh, pero conservó laspropiedades de nuestro plano… Podríadecirse que forma parte del sueño sidhi,

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más que del sueño vadhagh, mabden oFhoi Myore; aunque naturalmente ycomo ya habrás notado, los vadhagh sepueden adaptar a él sin muchasdificultades debido a que son parientescercanos de los sidhi. Los mabden y losFhoi Myore, en cambio, no puedensobrevivir aquí. La locura se adueña deellos apenas desembarcan. Entran en unmundo de pesadilla. Todos sus terroresse multiplican y se vuelvencompletamente reales para ellos, y asíes como acaban siendo destruidos porsus propios terrores.

—Ya había adivinado algo de todoesto —le dijo Corum a Goffanon—,

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pues experimenté una pequeña parte delo que podría llegar a ocurrir cuando mequedé dormido hace un rato.

—Exactamente. De vez en cuando,incluso los vadhagh experimentan unpoco de lo que significa poner los piesen Hy-Breasail para un mortal mabden.Intento ocultar los contornos de la islamediante una neblina que soy capaz depreparar, pero no siempre me resultaposible mantener una cantidad suficientede neblina flotando en el aire. Cuandoeso ocurre, los mabden pueden encontrarla isla y como resultado sufrenenormemente.

—¿Y dónde se han originado los

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Fhoi Myore? Has hablado de losLugares Fríos.

—Sí, los Lugares Fríos… ¿No sehabla de ellos en las leyendas ytradiciones de los vadhagh? Son loslugares que existen entre los planos, unlimbo caótico que de vez en cuandoengendra una especie de inteligencia.Eso es lo que son los Fhoi Myore… Soncriaturas del Limbo que se precipitarona través de la brecha abierta en la paredque separa los distintos reinos y quellegaron a este plano, después de lo cualse embarcaron en la conquista devuestro mundo guiados por el plan deconvertirlo en otro limbo donde

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pudieran sobrevivir con más facilidad.Los Fhoi Myore no pueden vivir muchotiempo, ya que sus propiasenfermedades acaban destruyéndoles;pero me temo que vivirán el tiemposuficiente para provocar la muerte porcongelación de todo salvo de lo que hayen Hy-Breasail y para provocar lamuerte por congelación de los mabden yde todos los animales que viven en estemundo, incluida la más diminuta criaturamarina. Es inevitable. Probablementealgunos de ellos me sobrevivirán —porlo menos Kerenos me sobrevivirá, deeso estoy seguro—, pero sus plagasacabarán con ellos al final. Salvo la

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tierra de la que acabas de llegar,prácticamente todo este mundo haperecido ya bajo su poder. Creo queocurrió muy deprisa… Pensábamos quehabían muerto todos, pero debieronhallar escondites, quizá en el confín delmundo donde siempre se puedeencontrar algo de hielo. Ahora supaciencia se está viendo recompensada,¿eh? —Goffanon suspiró—. Bien,bien… Hay otros mundos, y los FhoiMyore no pueden llegar hasta ellos.

—Deseo salvar este mundo —murmuró Corum—. Al menos querríasalvar lo que aún queda de él… Hejurado hacerlo, y he jurado ayudar a los

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mabden. Ahora estoy buscando sustesoros perdidos. Se rumoreaba que unode ellos está en tus manos… Es unobjeto que fabricaste para los mabdendurante su primer combate con los FhoiMyore, hace ya unas cuantas eras.

Goffanon asintió.—Hablas de la lanza llamada

Bryionak. Sí, yo la forjé… Aquí no esmás que una lanza corriente, pero en elsueño mabden y en el sueño de los FhoiMyore tiene un gran poder.

—Eso he oído decir.—Entre otras criaturas, es capaz de

amansar al Toro de Crinanass, al quetrajimos con nosotros cuando vinimos

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aquí.—¿El toro es una bestia sidhi?—Sí, una de un rebaño

numerosísimo… Ahora es la única resque queda de él.

—¿Por qué buscaste la lanza y latrajiste contigo a Hy-Breasail?

—No he salido de Hy-Breasail. Esalanza fue traída aquí por uno de losmortales que vinieron a explorar la isla.Intenté consolarle mientras agonizaba enlas garras del delirio, pero no podía serconsolado. Cuando hubo muerto cogí milanza, y eso es todo lo que ocurrió. Alparecer, el mortal había pensado queBryionak le protegería de los peligros

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de mi isla.—Entonces no volverás a negar su

ayuda a los mabden.Goffanon frunció el ceño.—No lo sé… Me he encariñado

mucho con esa lanza. No me gustaríavolver a perderla, primo, y no ayudarámucho a los mabden. Están condenadosa perecer, y es mejor aceptarlo. Estáncondenados a perecer… ¿Por qué nodejamos que mueran con rapidez?Enviarles a Bryionak sería comoofrecerles una falsa esperanza.

—Mi naturaleza me impulsa a tenerfe en las esperanzas sin importar lofalsas que puedan llegar a parecer —

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dijo Corum en voz baja y suave.Goffanon le contempló con simpatía.—Cierto. Eso es lo que se me dijo

sobre Corum… Ahora recuerdo lahistoria. Eres una criatura triste ynoble… Pero lo que ocurre, ocurre, y nopuedes hacer nada para evitar queocurra.

—Debo intentarlo, Goffanon.—Cierto.Goffanon alzó su enorme mole del

sillón y fue a un extremo de la cavernaque estaba envuelto en las sombras.

Volvió trayendo consigo una lanzacuyo aspecto era de lo más corriente.Tenía un astil de madera muy desgastado

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que estaba reforzado con bandas dehierro, y sólo la punta resultaba algoextraña. Al igual que la hoja del hachade Goffanon, la punta de la lanzabrillaba con más intensidad que elhierro ordinario.

El sidhi la sostenía con evidenteorgullo.

—Mi tribu siempre fue la máspequeña de los sidhi, tanto en númerocomo en estatura, pero también teníamosnuestras artes —dijo—. Éramos capacesde trabajar el metal de una manera quetú podrías describir como filosófica.Comprendíamos que los metales poseíancualidades que estaban más allá de sus

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propiedades obvias, y así fue comohicimos armas para los mabden.Hicimos varias, y de todas ellas sólo hasobrevivido la que ves. Yo la forjé… Esla lanza Bryionak.

Se la entregó a Corum, quien por unarazón que se le escapaba la tomó con sumano izquierda, la mano de plata. Elpeso de la lanza estaba soberbiamenteequilibrado y era un arma de guerra muypráctica y manejable, pero si Corumhabía esperado captar algoextraordinario en ella se llevó unadesilusión.

—Una buena lanza, sólida y digna deconfianza, pero sin nada de particular —

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dijo Goffanon—. Así es Bryionak.Corum asintió.—Salvo por la punta, claro.—Ya no se puede encontrar ni una

brizna más de este metal —le explicóGoffanon—. Una pequeña cantidad de élvino con nosotros cuando abandonamosnuestro plano. Unas cuantas hachas, unaespada o dos, y esta lanza… Ésas fuerontodas las armas que pudimos forjar. Elmetal es muy bueno, y da un filomagnífico. No se embota ni se oxida.

—¿Y tiene propiedades mágicas?Goffanon se echó a reír.—No para los sidhi, pero los Fhoi

Myore creen que sí las tiene y los

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mabden también. La consecuencia,naturalmente, es que tiene propiedadesmágicas y que éstas son altamenteespectaculares. Sí, me alegra muchohaber recuperado mi lanza…

—¿No estás dispuesto a volver asepararte de ella?

—Creo que no.—Pero el Toro de Crinanass

obedecerá a quien enarbole la lanza, y eltoro ayudará a las gentes de CaerMahlod contra los Fhoi Myore… Quizáles ayudará a destruir a los Fhoi Myore.

—Ni el toro ni la lanza tienen elpoder suficiente para conseguir eso —dijo Goffanon con voz grave y pensativa

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—. Sé que quieres la lanza, Corum, perote repito lo que te dije antes: no haynada que pueda salvar al mundomabden. Está condenado a morir, aligual que los Fhoi Myore estáncondenados a morir y como también yoestoy condenado a morir…, y tútambién, a menos que cuentes con unmedio de volver a tu plano, puessupongo que no perteneces a éste.

—Sí, creo que yo también estoycondenado —replicó Corum en voz baja—. Pero quiero llevar la lanza Bryionaka Caer Mahlod, pues ésa es mi empresay ése fue el juramento que hice.

Goffanon suspiró y le quitó la lanza

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de la mano.—No —dijo—. Cuando los

Sabuesos de Kerenos vuelvan,necesitaré todas mis armas para acabarcon ellos. La jauría que me atacó hoysigue en la isla. Si mato a los perros deesa jauría, vendrá otra. Mi lanza y mihacha son mi única seguridad. Despuésde todo, tú tienes tu cuerno.

—Sólo me lo han prestado.—¿Quién te lo prestó?—Un hechicero llamado Calatin.—Ah… Intenté apartar a tres hijos

suyos de estas costas, pero murieronigual que murieron los otros.

—Sé que muchos de sus hijos

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vinieron aquí. —¿Qué buscaban?Corum rió.—Querían que escupieras sobre

ellos.Se acordó de la bolsita de cuero que

Calatin le había dado, y la sacó de sufaltriquera.

Goffanon frunció el ceño. Despuéssu frente se alisó, meneó la cabeza yvolvió a aspirar el humo que brotaba delpequeño cuenco lleno de hierbas queseguía ardiendo cerca de su boca.Corum se preguntó dónde había vistouna costumbre similar con anterioridad,pero últimamente los recuerdos de susaventuras anteriores se habían vuelto

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muy borrosos. Supuso que ése era elprecio que se pagaba por entrar en otroplano y otro sueño.

Goffanon sorbió aire por la nariz.—Otra de sus supersticiones, sin

duda… ¿Qué hacen con esas cosas?Animales desangrados a medianoche,huesos, raíces… ¡A qué extremos dedegradación ha llegado el conocimientode los mabden!

—¿Estás dispuesto a satisfacer eldeseo del hechicero? —preguntó Corum—. He jurado pedirte que lo hagas.Calatin me prestó el cuerno con esacondición.

Goffanon se acarició su frondosa

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barba.—Las cosas deben estar realmente

muy mal cuando un vadhagh ha desuplicar ayuda a los mabden.

—Estamos en un mundo mabden —replicó Corum—. Tú mismo lo hasdejado muy claro, Goffanon.

—Y pronto será el mundo de losFhoi Myore, y luego ya no habrá mundo.Ah, bueno, si eso va a ayudarte, haré loque deseas… No puedo perder nada conello y dudo que tu hechicero vaya aganar algo con ello. Dame la bolsita.

Corum se la entregó, y Goffanonsoltó un gruñido, volvió a reír y amenear la cabeza y escupió dentro de la

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bolsita. Después se la devolvió aCorum, quien la guardó de nuevo en sufaltriquera manejándola delicadamentecon la punta de los dedos.

—Pero lo que he venido a buscar enrealidad es la lanza —dijo Corum envoz baja.

Lamentaba tener que insistir en ellodespués de que Goffanon hubieraaceptado satisfacer su otra petición detan buena gana y, además, le hubieratratado de una manera tan amable yhospitalaria.

—Lo sé. —Goffanon bajó la cabezay clavó la mirada en el suelo—. Pero site ayudo a salvar unas cuantas vidas

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mabden, existe la posibilidad de queacabe perdiendo la mía.

—¿Has olvidado la generosidad quete impulsó a ti y a tu pueblo a veniraquí?

—En aquellos días era másgeneroso. Además, fueron los vadhagh,nuestros parientes, quienes solicitaronnuestra ayuda.

—Así pues, soy pariente tuyo —observó Corum, y sintió una punzada deculpabilidad al aprovechar en subeneficio de una manera tan poco noblelos sentimientos más altruistas del enanosidhi—. Y solicito tu ayuda.

—Un sidhi, un vadhagh, los siete

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Fhoi Myore y todavía una hordaconsiderable de mabden, que nuncaparan de reproducirse… Pero no es grancosa comparado con lo que vi cuandollegué a este mundo. Y la tierra erahermosísima… Daba frutos y flores, yestaba llena de verdor. Ahora se havuelto dura y cruel, y nada crece en ella.Deja que muera, Corum. Quédateconmigo en esta bella isla, en Hy-Breasail.

—Hice un trato —se limitó aresponder Corum—. Todo mi ser meobliga a estar de acuerdo contigo yaceptar tu oferta, Goffanon…, todosalvo el que he hecho un trato.

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—Pero mi trato, el trato que hicimoslos sidhi… Ése ya terminó hace muchotiempo, Corum, y no te debo nada.

—Te ayudé cuando los perrosdemoníacos te atacaron.

—Yo te he ayudado a cumplir con tuparte del trato que hiciste con elhechicero mabden. ¿Acaso no he pagadoesa deuda?

—¿Es que todas las cosas han de serdiscutidas en términos de tratos ydeudas?

—Sí —dijo Goffanon poniéndosemuy serio—, pues falta muy poco parael fin del mundo y ya quedan muy pocascosas en él. Deben ser cambiadas de

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manera justa unas por otras, y hay quemantener un equilibrio. Yo creo en eso,Corum. No es una actitud inspirada porla venalidad, pues los sidhi muy rarasveces hemos sido considerados venales,sino por una concepción necesaria delorden. ¿Qué puedes ofrecerme que mesea de más utilidad en muchos aspectosque la lanza Bryionak?

—Creo que nada.—Sólo el cuerno, el cuerno que

expulsará a los sabuesos cuando meataquen… El cuerno es de más valorpara mí que la lanza. Y la lanza…¿Acaso no es de más valor para ti que elcuerno?

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—Estoy de acuerdo contigo en eso—dijo Corum—. Pero el cuerno no esmío, Goffanon. Me ha sido prestado,nada más, y fue Calatin quien me loprestó.

—No te entregaré a Bryionak amenos que tú me entregues el cuerno —dijo Goffanon con voz casi entristecida,como si le costara mucho pronunciaraquellas palabras—. Es el único tratoque estoy dispuesto a hacer contigo,vadhagh.

—Y es el único trato que yo notengo derecho a hacer.

—¿No hay nada que Calatin deseede ti?

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—Ya he hecho un trato con Calatin.—¿No puedes hacer otro?Corum frunció el ceño y se acarició

el bordado del parche con la manoderecha, tal como solía hacer cuando seenfrentaba a un problema de difícilsolución. Debía su vida a Calatin.Calatin no le debería nada hasta queCorum volviese de la isla con la bolsitaque contenía la saliva del sidhi, ycuando eso ocurriera ninguno de los dosestaría en deuda con el otro.

Pero la lanza era importante. CaerMahlod podía estar siendo atacado porlos Fhoi Myore en aquellos mismosinstantes, y lo único que podía salvar a

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sus moradores era la lanza Bryionak y elToro de Crinanass, y además Corumhabía jurado que volvería con la lanza.Cogió el cuerno de su cadera alzándolopor la larga tira de cuero que habíapasado sobre su hombro. Contempló lalisura del hueso moteado de manchitasgrisáceas, las bandas ornamentales y laboquilla de plata. Era el cuerno de unhéroe. ¿Quién lo había llevado colgandode su cintura antes de que Calatin loencontrara? ¿El mismísimo Kerenos?

—Podría soplar este cuerno ahoramismo y hacer que los sabuesos cayeransobre nosotros dos —dijo Corum convoz pensativa—. Podría amenazarte,

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Goffanon, y obligarte a que meentregaras la lanza Bryionak a cambiode tu vida.

—¿Serías capaz de hacer eso,primo?

—No. —Corum dejó que el cuernovolviera a caer junto a su cintura, ydespués siguió hablando sin serconsciente de que ya había tomado unadecisión—. Muy bien, Goffanon —dijo—. Te entregaré el cuerno a cambio dela lanza, e intentaré hacer otro trato conCalatin cuando vuelva al continente.

—Hemos hecho un trato del queninguno puede alegrarse, y nos ha sidodifícil hacerlo —dijo Goffanon

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entregándole la lanza—. ¿Ha dañadonuestra amistad?

—Creo que sí —replicó Corum—.Me marcho, Goffanon.

—¿Me consideras egoísta?—No. No siento ningún rencor hacia

ti. Lo único que siento es pena al verque todos hemos tenido que llegar aesto, y que las circunstancias hanempañado nuestra nobleza. Pierdes másque una lanza, Goffanon, y yo tambiénpierdo algo.

Goffanon dejó escapar unprolongado y ruidoso suspiro, y Corumle entregó el cuerno que no era suyo ydel que no podía disponer así.

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—Temo las consecuencias quepueda llegar a tener esto —dijo Corum—. Sospecho que darte el cuerno haráque deba enfrentarme a algo mucho peorque las iras de un hechicero mabden.

—Las sombras caen sobre el mundo—replicó Goffanon—, y son muchas lascosas extrañas que pueden ocultarse enesas sombras. Muchas cosas puedenllegar a nacer sin ser vistas y sin quenadie sospeche su existencia… Son díasen los que hay que temer a las sombras,Corum Jhaelen Irsei, y seríamos unosestúpidos si no las temiéramos. Sí,hemos caído muy bajo. Nuestro orgullose empequeñece. ¿Puedo acompañarte

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hasta la costa?—¿Hasta los límites de tu santuario,

Goffanon? ¿Por qué no vienes conmigopara pelear…, para empuñar tu enormehacha contra nuestros enemigos? ¿Acasosemejante acción no te devolvería elorgullo que has perdido?

—No lo creo —replicó Goffanoncon voz entristecida—, pues debescomprender que un poco del frío hallegado incluso a Hy-Breasail.

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Libro terceroSe hacen más tratos mientras los Fhoi

Myore avanzan.

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I

Lo que exigió elhechicero

Corum acababa de atracar laembarcación en la pequeña cala delMonte Moidel cuando oyó pasos a suespalda. Giró sobre sí mismo mientrasalargaba la mano hacia su espada. Latransición de la paz y la belleza de Hy-Breasail al mundo exterior había traídoconsigo depresión y una cierta cantidad

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de temor. El Monte Moidel, que habíaparecido una visión tan bienvenidacuando Corum lo había contemplado porprimera vez, le parecía ahora oscuro ysiniestro, y se preguntó si el sueño delos Fhoi Myore había empezado a rozarpor fin el montículo o si se tratabameramente de que aquel lugar le habíaparecido agradable en comparación conel bosque tenebroso y congelado en elque había tenido su primer encuentrocon el hechicero.

Calatin estaba inmóvil ante él, unasilueta alta y esbelta de rostro apuesto ycabellos canosos envuelta en su capaazul. Había una chispa de ansiedad

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brillando en sus ojos.—¿Encontraste la Isla de los

Encantamientos? —La encontré.—¿Y al herrero sidhi?Corum sacó la lanza Bryionak de la

embarcación y se la mostró a Calatin.—Pero ¿qué hay de mi petición?Calatin no parecía sentir ningún

interés por una lanza que era uno de lostesoros de Caer Llud, un arma mística deleyenda.

A Corum le pareció levementedivertido que a Calatin le importara tanpoco Bryionak y tanto una bolsita decuero llena de saliva. Sacó la bolsita desu faltriquera y se la entregó al

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hechicero, quien dejó escapar un suspirode alivio y sonrió con evidente placer.

—Te estoy agradecido, Corum, y mealegra haber podido prestarte unservicio. ¿Tuviste algún encuentro conlos sabuesos?

—Sí, uno —dijo Corum.—¿Y el cuerno te ayudó en él?—Sí, me ayudó.Corum empezó a subir por la playa

con Calatin siguiéndole.Llegaron a la cima de la colina y

volvieron la mirada hacia el continente,donde el mundo estaba frío y blanco yamenazadoras nubes de un gris oscurollenaban el cielo.

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—¿Te quedarás a pasar la noche enmi morada? —le preguntó Calatin—. ¿Yme hablarás de Hy-Breasail y de lo queencontraste allí?

—No —dijo Corum—. El tiempo seagota y he de volver lo más deprisaposible a Caer Mahlod, pues tengo elpresentimiento de que los Fhoi Myoreno tardarán en atacar la fortaleza. Yadeben saber que ayudo a sus enemigos.

—Es probable. En tal caso, desearástu caballo.

—Sí —dijo Corum.Hubo un silencio. Calatin abrió la

boca para decir algo, pero no llegó apronunciar ni una palabra. Llevó a

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Corum al establo que había debajo de lacasa y allí estaba la montura de guerra,con sus heridas casi totalmente curadas.El caballo piafó nada más ver a Corum,indicando que reconocía a su amo.Corum le acarició el hocico y lo sacódel establo.

—Mi cuerno… —exclamó Calatinde repente—. ¿Dónde está?

—Lo dejé en Hy-Breasail —replicóCorum.

Clavó la mirada en los ojos delhechicero, y vio cómo la llama delmiedo y la ira empezaba a arder enellos.

—¿Qué? —casi gritó Calatin—.

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¿Cómo has podido perder el cuerno?—No lo perdí.—¿Lo dejaste allí deliberadamente?

El acuerdo era que lo tomabas enpréstamo, nada más.

—Se lo di a Goffanon. En ciertamanera, se podría decir que si nohubiera dispuesto del cuerno paraentregárselo no habría podido conseguirlo que deseabas.

—¿Goffanon? ¿Goffanon tiene micuerno en su poder?

La mirada de Calatin se volviórepentinamente gélida, y entrecerró losojos.

—Sí.

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Corum no tenía ninguna excusa quedar, por lo que no dijo nada más yesperó a que Calatin hablara.

—Vuelves a estar en deuda conmigo,vadhagh —dijo el hechicero por fin.

—Cierto.—Debes entregarme algo a cambio

de mi cuerno —dijo Calatin en un tonode voz mucho más tranquilo ycalculador, y sus labios esbozaron unafea sonrisita.

—¿Qué quieres?Corum estaba empezando a hartarse

de los regateos y los tratos. Queríaalejarse al galope del Monte Moidel yregresar lo más deprisa posible a Caer

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Mahlod.—Debo tener algo a cambio —dijo

Calatin—. Confío en que lo comprendes,¿verdad?

—Dime qué quieres a cambio,hechicero.

Calatin contempló a Corum igual queun granjero podría contemplar a uncaballo en la feria. Después extendióuna mano y rozó con la punta de losdedos la túnica que Corum llevaba bajola capa de piel que le habían dado losmabden. Era la túnica vadhagh deCorum, roja y muy ligera, y había sidohecha con la delicada piel de un animalque había morado en tiempos en otro

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plano y que había acabadoextinguiéndose incluso allí.

—Supongo que esa túnica tuya tieneun gran valor, ¿verdad, príncipe?

—Nunca he pensado en lo que puedevaler. Es la Túnica de mi Nombre, ycada vadhagh tiene una.

—Entonces ¿carece de valor para ti?—¿Es eso lo que quieres…, mi

túnica para que te compense por lapérdida de tu cuerno? ¿Te darás porsatisfecho con eso?

Corum habló con impaciencia. Elhechicero seguía gustándole tan pococomo antes de ir a la isla; pero sabíaque desde el punto de vista de la moral

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su posición era la más débil de las dos,y Calatin también lo sabía.

—Si crees que es un trato justo…Corum se quitó la capa de piel de un

manotazo y empezó a desceñirse elcinturón para abrir el broche quesujetaba su túnica a su hombro. Perderla prenda que había llevado desde hacíatanto tiempo le haría sentirse muyextraño, pero no le daba ningún valorespecial. La capa de pieles bastaría paramantenerle caliente, y no necesitaba sutúnica escarlata.

Entregó la túnica a Calatin.—Aquí la tienes, hechicero. Ahora

ninguno de los dos está en deuda con el

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otro.—Así es —dijo Calatin, y observó a

Corum mientras éste cogía sus armas yse instalaba sobre la silla de montar desu caballo—. Te deseo que tengas unbuen viaje, príncipe Corum, y cuidadocon los Sabuesos de Kerenos. Despuésde todo, ahora ya no hay un cuerno quepueda salvarte…

—Y ninguno que pueda salvarte a ti—replicó Corum—. ¿Te atacarán?

—Es improbable —fue la misteriosarespuesta de Calatin—. Esimprobable…

Y Corum fue por la calzadasumergida y se adentró en el mar.

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No volvió la mirada ni una sola vezhacia el hechicero Calatin. Miraba haciaadelante, hacia la tierra enterrada bajola nieve. El trayecto de vuelta a CaerMahlod no sería muy agradable, pero sealegraba de poder dejar atrás el MonteMoidel. Aferró la lanza Bryionak en sumano de plata, su mano izquierda, y guióa su caballo con la derecha, y no tardóen llegar al continente, y su aliento y elaliento de su caballo empezaron ahumear en el aire frío. Corum avanzó endirección noroeste.

Y cuando entró en el bosquedesnudo y lúgubre, creyó oír por unmomento las notas melancólicas y

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desgarradoras de un arpa.

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II

Los Fhoi Myoreavanzan

El jinete cabalgaba sobre unamontura que tenía muy poco de caballo.La piel de los dos era de un extrañocolor verde pálido, y aparte del verdeno se veía rastro de color alguno enellos. Los cascos de la monturaremovían la nieve y ésta salía despedidaen grandes chorros a cada lado de ella.

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El rostro verdoso del jinete estaba tanvacío de toda expresión como si lanieve lo hubiese congelado. La miradade sus ojos verde claro era fría eimpasible, y empuñaba en su mano unaespada que tenía el mismo color que susojos. El jinete se detuvo a pocadistancia de Corum, quien ya estabadesenvainando su espada.

—¿Y tú eres el que piensan que serásu salvación? —le gritó—. ¡A mí mepareces más un hombre que un dios!

—Cierto, soy un hombre —replicóCorum sin inmutarse—, y un guerrero.¿Me desafías?

—Es Balahr quien te desafía. Yo

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sólo soy su instrumento.—Entonces ¿Balahr no desea luchar

conmigo?—Los Fhoi Myore no se enfrentan en

combate singular con mortales. ¿Por quédeberían hacerlo?

—Para ser una raza tan poderosa,me parece que los Fhoi Myore estánllenos de temores. ¿Qué les ocurre? ¿Esque están débiles a causa de lasenfermedades que roen sus cuerpos yque acabarán destruyéndoles?

—Soy Hew Argech, y antes vivía enlas Rocas Blancas más allá de Karnec…Hubo un tiempo en el que existía unpueblo, un ejército, una tribu. Ahora

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sólo quedo yo, y sirvo a Balahr y a suÚnico Ojo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Servir a tu propio pueblo, losmabden.

—Los árboles son mi pueblo… Lospinos nos mantienen con vida a micorcel y a mí. La savia que corre pormis venas no es nutrida por la carne y labebida, sino por la tierra y la lluvia. SoyHew Argech, hermano de los pinos.

Corum apenas podía creer en lo queestaba diciendo aquella criatura. Entiempos pasados debió ser un hombre,pero había cambiado. La brujería de losFhoi Myore le había transformado, yCorum sintió que su respeto hacia los

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Fhoi Myore aumentaba un poco.—¿Desmontarás y lucharás como un

hombre, Hew Argech, espada contraespada entre la nieve? —preguntóCorum.

—No puedo hacerlo. Hubo untiempo en el que luchaba así. —La vozera tan inocente como la de un niñopequeño, pero los ojos seguían estandovacíos y el rostro totalmente inexpresivo—. Ahora debo luchar con astucia, nocon honor.

Y Hew Argech se lanzó a la cargahaciendo girar la espada sobre sucabeza para atacar a Corum.

Había transcurrido una semana

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desde que Corum partió del MonteMoidel, una semana durante la que habíahecho un frío terrible. Sus huesosestaban entumecidos a causa de él. Suojo había acabado nublándose decontemplar sólo nieve, de tal maneraque había transcurrido algún tiempoantes de que distinguiera al jinete verdepálido montado sobre el corcel verdepálido que se aproximaba a través de lablancura del páramo.

El ataque de Hew Argech fue tanrápido que Corum apenas si tuvo tiempode alzar su espada para detener elprimer golpe. Un instante después HewArgech le había dejado atrás y estaba

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haciendo volver grupas a su monturapara un segundo ataque. Esta vez Corumcargó y su espada hirió el brazo de HewArgech, pero la espada de Argech seestrelló con un retumbar metálico contrael peto de Corum, y estuvo a punto dehacer que el príncipe vadhagh cayera desu silla de montar. Corum seguíaaferrando la lanza Bryionak en su manode plata, y la mano de plata tambiénsujetaba las riendas de su piafantemontura de guerra cuando ésta volviógrupas con la nieve hasta media patapara enfrentarse al próximo ataque.

Los dos lucharon de esta maneradurante algún tiempo, sin que ninguno de

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ellos consiguiera romper la guardia delotro. El aliento de Corum brotaba de suboca en forma de grandes nubes, pero niel más diminuto hilillo de alientoparecía escapar de los labios de HewArgech y el hombre de piel verdosa nomostraba señal alguna de cansancio,mientras que Corum estaba al borde delagotamiento y a duras penas si conseguíaseguir empuñando su espada.

Para Corum resultaba obvio queHew Argech sabía que se estabacansando y que se limitaba a esperarhasta que estuviese tan agotado quebastaría con un rápido golpe de suespada para acabar con él. Logró evitar

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ese desenlace en varias ocasiones, peroArgech empezó a trazar círculos a sualrededor lanzando mandobles, tajos yestocadas, y un instante después laespada le fue arrancada de los dedosmedio congelados y de la boca de HewArgech brotó una peculiar carcajadareseca y susurrante, un sonido parecidoal que hace el viento al deslizarse porentre las hojas, y fue hacia Corum parael que iba a ser su último ataque.

Corum se tambaleaba en su silla demontar, pero logró alzar la lanzaBryionak para defenderse y consiguiódetener el próximo golpe. Cuando laespada de Hew Argech chocó con la

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punta de la lanza ésta emitió un sonidotan límpido y musical como la nota deuna campana de plata que sorprendió alos dos oponentes. Argech había vueltoa rebasar a Corum, pero estabavolviendo grupas rápidamente. Corumechó hacia atrás su brazo izquierdo yarrojó la lanza con tal fuerza contra elguerrero de piel verdosa que sederrumbó hacia adelante cayendo sobreel cuello de su montura, y sólo lequedaron las fuerzas suficientes paraalzar la cabeza y ver cómo la lanza sidhiatravesaba el pecho de Hew Argech.

Hew Argech dejó escapar un suspiroy se desplomó de la grupa de su verde

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montura con la lanza sobresaliendo desu cuerpo.

Y entonces Corum vio algo que ledejó asombrado. No pudo estar segurode cómo ocurrió exactamente, pero lalanza emergió del cuerpo del hombre dela piel verdosa y volvió volando a lapalma abierta de la mano de plata deCorum. La mano se cerró sobre el astilen una reacción involuntaria.

Corum parpadeó, casi sin podercreer lo que había ocurrido aunquepodía no sólo ver la lanza sino tambiénsentir su roce, ya que una parte del astilse hallaba apoyada en su pierna.

Volvió la mirada hacia su enemigo

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caído. La bestia sobre la que habíamontado Hew Argech acababa desujetar al hombre entre sus fauces yestaba empezando a llevárselo a rastras.

De repente se le pasó por la cabezala idea de que era la bestia y no el jinetequien mandaba en realidad. Corum nohubiese podido explicar por qué tuvoaquella sensación, salvo por el hecho deque clavó la mirada durante un momentoen los ojos de la montura y vio en elloslo que le pareció era un destello deironía.

Y mientras estaba siendo arrastrado,Hew Argech abrió la boca y volvió adirigirse a Corum en el mismo tono

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afable y tranquilo de antes.—Los Fhoi Myore avanzan —le dijo

—. Saben que las gentes de CaerMahlod te han llamado. Avanzan paradestruir Caer Mahlod antes de que túregreses con la lanza que ha acabadoconmigo. Adiós, Corum de la Mano dePlata. Ahora vuelvo con mis hermanoslos pinos…

Y bestia y hombre no tardaron enhaber desaparecido detrás de una colinay Corum se quedó solo, sosteniendo lalanza que le había salvado la vida. Lahizo girar a un lado y a otro bajo la luzgrisácea, como si creyera queinspeccionándola podría llegar a

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entender de qué manera habíaconseguido volver a su mano después deque le hubiese ayudado.

Después meneó la cabeza, expulsó elmisterio de su mente y apremió a sucaballo a que galopara más deprisaabriéndose paso a través de la nieve quese pegaba a sus flancos y siguióavanzando hacia Caer Mahlod,avanzando en esa dirección con unaprisa aún mayor que antes.

Los Fhoi Myore seguían siendo unenigma. Cada descripción de ellos quehabía oído siempre dejaba sin explicarcómo conseguían hacerse obedecer porcriaturas como Hew Argech, cómo eran

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capaces de crear encantamientos tanextraños o controlar a los Sabuesos deKerenos y sus cazadores ghoolegh.Algunos veían a los Fhoi Myore comocriaturas sin mente que apenas sediferenciaban de las bestias; para otroseran dioses. Corum pensó que si erancapaces de crear a seres como HewArgech, hermano de los árboles, losFhoi Myore seguramente debían poseeralguna clase de inteligencia.

Al principio se había preguntado silos Fhoi Myore estarían emparentadoscon los Señores del Caos a los que sehabía enfrentado hacía ya tanto tiempo.Pero los Fhoi Myore eran a la vez

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menos parecidos al ser humano y másparecidos a él de lo que habían sido losSeñores del Caos, y sus objetivos dabanla impresión de ser distintos. Al parecerno habían tenido más elección que venira aquel plano. Se habían precipitado através de una brecha en la textura delmultiverso, y después no habían podidovolver a su extraño semimundo entre losplanos. Ahora pretendían recrear elLimbo sobre la Tierra. Corum hastallegó a pensar que podía sentir unacierta simpatía por ellos, ya que lascircunstancias no les dejaban otrasalida.

Se preguntó sí la predicción de

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Goffanon acabaría cumpliéndose o si nohabría sido más que un producto de ladesesperación que se estaba adueñandodel enano sidhi. ¿Sería cierto que ladestrucción de los mabden erainevitable?

Si se contemplaba el lúgubrepanorama de tierra desnuda cubierta porla nieve, resultaba fácil creer que sudestino —y el de Corum— era morir,víctimas de la implacable extensión delpoder de los Fhoi Myore.

Corum acampaba con menosfrecuencia que antes, y en ocasiones

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cabalgaba temerariamente durante todala noche avanzando medio dormidosobre su silla de montar sin pensar enlos peligros que eso suponía; y sumontura de guerra galopaba con másdificultad que antes a través de la nieve.

Un atardecer vio una hilera desiluetas en la lejanía. La niebla searremolinaba alrededor de ellasmientras avanzaban a pie o sobreenormes carros. Corum estuvo a puntode llamarles a gritos antes decomprender que no eran mabden.¿Serían los Fhoi Myore que avanzabanhacia Caer Mahlod?

Y en varios momentos de su viaje

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oyó un ulular lejano, y supuso que lasjaurías de caza de los Sabuesos deKerenos le estaban buscando. Corumestaba seguro de que Hew Argech habíavuelto con sus amos y les había contadocómo había caído ante la lanzaBryionak, que se había arrancado a símisma de su cuerpo y había vuelto luegoa la mano de plata de Corum.

Caer Mahlod aún parecía estar muylejos y el frío roía el cuerpo de Corumcomo si fuese un gusano que sealimentara de su sangre.

Había caído más nieve desde querecorrió por primera vez aquel camino,y la nieve había conseguido ocultar

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muchos accidentes del terreno queservían para orientarse. Eso y la pérdidade visión que estaba padeciendo a causadel cansancio hacía que Corum tuvierabastantes dificultades para encontrar elcamino que debía seguir. Corum rezópara que el caballo conociera la ruta deregreso a Caer Mahlod, y a medida quepasaba el tiempo empezó a confiar cadavez más en los instintos del animal.

El agotamiento se fue adueñando deél, y Corum fue sucumbiendo poco apoco a una insondable desesperación.¿Por qué no había hecho caso deGoffanon y se había quedado en su islapara pasar el resto de sus días en la

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tranquilidad de Hy-Breasail?¿Qué deuda tenía contraída con

aquellos mabden? ¿Acaso le habíandado algo alguna vez?

Y un instante después de hacerseaquella pregunta se acordaba de que lehabían dado a Rhalina.

Y también se acordaba de Medhbh,la hija del rey Mannach. Medhbh lapelirroja con sus arreos de guerrera, consu honda y su tathlum, que estaríaesperando a Corum para que trajera lasalvación a Caer Mahlod…

Cuando mataron a su familia, lecortaron la mano y le arrancaron el ojo,los mabden le habían dado odio. Le

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habían dado miedo, terror y la sed devenganza.

Pero los mabden también le habíandado el amor. Le habían dado a Rhalina,y ahora le daban a Medhbh.

Aquellos pensamientos le sosteníandurante un rato e incluso lereconfortaban un poco ahuyentando elfrío y expulsando la desesperación hastalos confines de su mente, y Corumseguía adelante. Adelante hacia CaerMahlod, hacia la fortaleza que se alzabasobre la colina y hacia aquellos para losque Corum era la única esperanza…

Pero Caer Mahlod parecía estarcada vez más lejos. Era como si hubiese

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transcurrido un año desde que divisaralos carros de guerra de los Fhoi Myorerecortándose contra el horizonte yhubiese oído el ulular de los sabuesos.Caer Mahlod quizá ya había caído, yquizá encontraría a Medhbh congeladatal como habían quedado congeladosaquellos mabden, paralizados parasiempre en las posturas de la batalla sinhaber llegado a saber que no habríaninguna batalla que pudieran librar y queya habían sido derrotados.

Llegó otra mañana. El caballo deCorum avanzaba con mucha lentitud, yse tambaleaba de vez en cuando si suspatas encontraban un surco del terreno

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oculto por la nieve. Respiraba condificultad. De haber podido, Corumhubiese desmontado y habría caminadoal lado del caballo para aliviarle de supeso, pero no poseía ni la voluntad nilas energías necesarias para ello.Empezó a lamentar haber permitido queCalatin se quedara con su túnicaescarlata, pues ahora parecía como siaquella pequeña cantidad de calor extrahubiera podido salvarle la vida. ¿Lohabría sabido Calatin? ¿Sería ésa larazón por la que el hechicero le habíapedido la túnica a cambio del cuerno?¿Habría sido un acto de venganza?

Corum oyó un ruido. Alzó su

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dolorida cabeza y forzó su ojo inyectadoen sangre y velado por el cansanciotratando de ver algo. Había unas siluetasque le obstruían el paso. Ghoolegh…Corum intentó erguirse en la silla demontar y buscó a tientas su espada.

Espoleó a su montura de guerralanzándola al galope mientras alzabacon mano vacilante la lanza Bryionak, yun grito de guerra que más parecía ungraznido brotó de sus labios roídos porla escarcha.

Y un instante después las patasdelanteras del caballo se doblaron bajosu cuerpo y el animal cayó al suelo,haciendo salir despedido a Corum por

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encima de su cabeza y dejándoleindefenso ante las espadas de susenemigos.

Mientras se hundía en las tinieblasdel coma Corum pensó que al menos nosentiría el dolor de los golpes de sushojas, pues una agradable sensación decalor que traía consigo la nada y elolvido estaba empezando a extendersepor todo su cuerpo.

Corum sonrió y dejó que laoscuridad viniera hacia él.

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III

Los fantasmas de hielo

Soñó que navegaba sobre hielos queno terminaban nunca en una embarcacióncolosal. La embarcación tenía cincuentavelas y estaba sostenida por patines. Loshielos estaban habitados por ballenas, ytambién había otras criaturas extrañas.Después ya no estaba navegando en laembarcación, sino sobre un carroarrastrado por osos bajo un extrañocielo de un gris mate; pero los hielos

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seguían allí. Mundos desprovistos decalor, mundos viejos y muertos que sehallaban en las últimas fases de laentropía… Había hielo por todas partes,hielo de aristas cortantes y durassuperficies resplandecientes. El hieloinfligía la muerte a quien osaradesafiarle. El hielo era el símbolo de lamuerte final, la muerte del mismísimouniverso. Corum gimió en sueños.

—Es aquel del que he oído hablar.Las palabras se abrieron paso a

través de los sueños de Corum aunquehabían sido pronunciadas en voz baja.

—¿Llaw Ereint? —preguntó otravoz.

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—Sí. ¿Quién podría ser si no? Allíestá la mano de plata, y aunque nunca hevisto ninguno juraría que eso es unrostro sidhi.

Corum abrió su único ojo ycontempló al que acababa de hablar.

—Estoy muerto, y os agradeceríamucho que me permitierais disfrutar dela paz de la muerte —dijo.

—Estás vivo —dijo el joven en untono que no admitía discusión.

Tendría unos dieciséis años, yaunque su rostro y su cuerpo estabanenflaquecidos y consumidos por el frío ylas privaciones, sus ojos eran vivaces einteligentes y, como casi todos los

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mabden a los que Corum había conocidoallí, era de constitución esbelta y bienproporcionada. Tenía una abundantecabellera rubia que era mantenida lejosde sus ojos mediante una tira de cuero.Llevaba una capa de pieles sobre loshombros y los brazaletes y las ajorcasde oro y plata habituales en los brazos ylos tobillos.

—Me llamo Bran —dijo—, y éste esmi hermano Tyernon. Tú eres Cremm, eldios.

—¿Dios…?Corum empezó a comprender que las

siluetas que había visto perfilarse anteél en la lejanía habían sido mabden, no

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Fhoi Myore, y le sonrió.—¿Acaso los dioses sucumben con

tanta facilidad al agotamiento?Bran se encogió de hombros y se

pasó una mano por los cabellos.—No sé nada sobre las costumbres

de los dioses. ¿Acaso no podrías haberestado utilizando un disfraz? Podríasestar fingiendo ser un mortal paraponernos a prueba…

—¡Qué manera tan inteligente deadornar un hecho más bien prosaico! —dijo Corum.

Volvió la cabeza para contemplar aTyernon y después miró nuevamente aBran con expresión sorprendida. Los

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rasgos de los dos jóvenes eranprácticamente idénticos, aunque la capade Bran había sido confeccionada con lapiel de un oso pardo y la de Tyernon conla de un lobo leonado. Corum alzó lamirada y comprendió que estabacontemplando los pliegues de unapequeña tienda dentro de la que yacía.Bran y Tyernon estaban acuclillados asu lado.

—¿Quiénes sois? —preguntó—. ¿Dedónde venís? ¿Podéis decirme qué hasido de Caer Mahlod?

—Somos los Tuha-na-Ana, o lo quequeda de ese pueblo —replicó el joven—. Venimos de una tierra que se

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encuentra al este de GwyddneuGaranhir, que a su vez se encuentra alsur de Cremm Croich, tu tierra. Cuandolos Fhoi Myore llegaron allí, algunos delos nuestros se enfrentaron a ellos yperecieron. El resto, casi todos jóvenesy personas de edad avanzada,emprendimos la marcha hacia CaerMahlod, donde habíamos oído decir quehabía guerreros que presentabanresistencia a los Fhoi Myore. Nosextraviamos y hemos tenido queescondernos muchas veces de los FhoiMyore y de sus perros, pero ahoraestamos a muy poca distancia de CaerMahlod, que se encuentra un poco al

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oeste de aquí.—Caer Mahlod también es mi

destino —dijo Corum irguiéndose—.Llevo conmigo la lanza Bryionak ydomaremos al Toro de Crinanass.

—El Toro de Crinanass no puedeser domado —dijo Tyernon en voz baja—. Vimos a la bestia hace menos de dossemanas… Teníamos mucha hambre y ledimos caza para alimentarnos con sucarne, pero se revolvió contra nuestroscazadores y mató a cinco de ellos consus afilados cuernos antes de alejarse endirección oeste.

—Si el Toro de Crinanass no puedeser domado —dijo Corum, aceptando el

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tazón que Bran le entregó y sorbiendo lasopa tan clara que parecía agua quecontenía con expresión agradecida—,entonces Caer Mahlod está perdido yharíais bien buscando otro santuario.

—Buscamos Hy-Breasail, la IslaEncantada que se encuentra al otro ladodel mar —le dijo Bran con voz muyseria—. Pensamos que allí estaremos asalvo de los Fhoi Myore y podremos serfelices.

—Cierto, estaríais a salvo de losFhoi Myore —dijo Corum—, pero no devuestros propios miedos. No intentes ira Hy-Breasail, Bran de los Tuha-na-Ana, pues la isla significa una muerte

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horrible para los mabden. No, iremostodos juntos a Caer Mahlod, si los FhoiMyore no dan con nosotros antes de quelleguemos allí, y después tendré queaveriguar si puedo hablar con el Toro deCrinanass y convencerle de que debeayudarnos.

Bran meneó la cabeza poniendo carade escepticismo. Tyernon, su gemelo,imitó el gesto.

—Volveremos a emprender lamarcha dentro de unos minutos —le dijoTyernon—. ¿Podrás volver a montarentonces?

—¿Mi caballo sigue vivo?—Está vivo y ha descansado.

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Encontramos un poco de hierba para él.—Entonces podré volver a montar

—dijo Corum.

El grupo que avanzaba lentamentesobre la nieve estaba formado pormenos de treinta personas, y de esatreintena escasa más de veinte eranancianos y ancianas. Había tresmuchachos de la edad de Bran y suhermano Tyernon, y había tres chicas,una de las cuales tenía menos de diezaños. Los niños y niñas de menos edadhabían perecido durante una incursiónpor sorpresa en la que los Sabuesos de

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Kerenos atacaron el campamento cuandolos restos de la tribu acababan de iniciarsu viaje a Caer Mahlod. La nieve seacumulaba sobre los cabellos de todos yhacía que centellearan. Corum bromeódiciendo que todos eran reyes y reinas yque llevaban coronas de diamantes.Antes de su llegada habían carecido dearmas y Corum distribuyó las suyasentre ellos: dio una espada a uno, unadaga a otro, una lanza a uno y otra aotro, y entregó el arco y las flechas aBran. Conservó para sí únicamente lalanza Bryionak y cabalgó al frente de lacolumna, o caminó al lado de su caballo,que podía llevar a dos o tres ancianos a

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la vez, pues muy pocos de ellos habíancomido lo suficiente durante los últimosmeses y todos pesaban muy poco.

Bran había calculado que aún seencontraban a dos días de Caer Mahlod,pero cuanto más hacia el oesteavanzaban más fácil se volvía eltrayecto. El estado de ánimo de Corumhabía empezado a experimentar unaconsiderable mejoría y su caballo estabarecuperando las energías, por lo quepudo adelantarse a la columna en brevesgalopadas para explorar el terreno. Ajuzgar por la mejora que se estabaproduciendo en el clima, los Fhoi Myoreaún no habían llegado a la fortaleza de

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la colina.El pequeño grupo entró en un valle

cuando no faltaba mucho para el ocasodel que esperaban sería su último día deviaje. No era un valle particularmenteprofundo, pero ofrecía un cierto cobijodel viento helado que soplaba en ráfagasocasionales a través de los páramos, ylos viajeros agradecían cualquierrefugio que pudieran encontrar. Corumse fijó en que las laderas de las colinasque se alzaban a cada lado de ellosestaban cubiertas por formaciones dehielo reluciente que quizá eran elresultado de cascadas impulsadas por unviento procedente del este. Ya se habían

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internado una cierta distancia en el valley habían decidido acampar para pasar lanoche allí aunque el sol aún no se habíaocultado, cuando Corum apartó lamirada de los jóvenes que estabanlevantando las tiendas y captó unmovimiento. Al principio estuvo segurode que una de las formaciones de hielohabía cambiado de posición, pero acabódiciéndose que había sido engañado porla creciente penumbra y el tener la vistacansada de tanto escrutar el paisaje.

Y un instante después másformaciones de hielo se estabanmoviendo, y ya no cabía duda de queconvergían hacia el campamento.

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Corum lanzó un grito de alarma yempezó a correr hacia su caballo. Lassiluetas eran como fantasmas decontornos relucientes que bajaban a granvelocidad por las laderas dirigiéndosehacia el valle. Corum vio cómo unaanciana alzaba los brazos en un gesto dehorror al otro extremo del campamento eintentaba escapar, pero una iridiscentesilueta fantasmagórica parecióabsorberla y la arrastró hacia la cima dela colina. Antes de que nadie pudieracomprender muy bien lo que estabaocurriendo, dos ancianas más fueroncapturadas y arrastradas hacia las cimas.

El campamento se convirtió en un

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hervidero de actividad. Bran disparópor dos veces su arco contra losfantasmas de hielo dando en el blancocada vez, pero las flechas se limitaron aatravesarles sin causar ningún daño.Corum arrojó la lanza Bryionak contraotro fantasma apuntándola hacia el lugaren el que creía que estaba su cabeza,pero Bryionak volvió flotando a su manosin que el fantasma hubiese sufrido dañoalguno. Aun así, parecía que seenfrentaban a criaturas no muyvalerosas, pues los fantasmas volvían adesvanecerse en las colinas en cuantohabían capturado una presa. Corum oyógritar a Bran y Tyernon, y vio cómo

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subían a la carrera por una de lasempinadas pendientes en persecución deun fantasma. Corum les gritó que lapersecución sería inútil y que sóloserviría para que corrieran un peligrotodavía mayor, pero los dos jóvenes noprestaron ninguna atención a sus gritos.Corum vaciló durante un momento yacabó siguiéndoles.

La oscuridad ya estaba empezando ahacer acto de presencia. Las sombrascaían sobre la nieve. El cielo sóloconservaba un débil matiz de luz solar,como una mancha de sangre flotando enleche. Aquella luz era muy pocoadecuada para la caza o la persecución

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incluso en las mejores circunstanciasimaginables, y los fantasmas de hielohubiesen resultado muy difíciles de verhasta bajo la intensa claridad delmediodía.

Corum había logrado no perdertotalmente de vista a Bran y Tyernon,pero sus siluetas resultaban muydifíciles de distinguir. Bran se habíadetenido para disparar una terceraflecha contra lo que Corum pensó era unfantasma de hielo. Tyernon señaló con lamano, y los dos muchachos se alejaroncorriendo en una dirección distinta a laque habían estado siguiendo hasta aquelmomento y Corum fue en pos de ellos

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sin dejar de gritar sus nombres, aunquetemía atraer la atención de las extrañascriaturas a las que estaban persiguiendolos dos jóvenes.

Cada vez estaba más oscuro.—¡Bran! —gritó Corum—.

¡Tyernon!Y un instante después encontró a los

dos muchachos, y vio que estabanllorando arrodillados sobre la nieve,Corum miró en esa dirección y vio queestaban arrodillados al lado de lo queprobablemente era el cuerpo de una delas ancianas.

—¿Está muerta? —murmuró.—Sí —dijo Bran—, nuestra madre

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está muerta.Corum no sabía que una de las

mujeres fuese la madre de losmuchachos. Dejó escapar un prolongadosuspiro impregnado de tristeza y les diola espalda, y se encontró contemplandolos rostros nebulosos y oscuros de tresfantasmas que parecían sonreírle.

Corum lanzó un grito y alzó aBryionak para golpear a las criaturascon ella. Los fantasmas avanzaron haciaél sin hacer ningún ruido. Corum sintiócómo sus zarcillos rozaban su piel ynotó que su carne empezaba acongelarse. Así era como paralizaban asus víctimas, y así era como se

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alimentaban, absorbiendo el calor en suspropios cuerpos. Quizá así era comohabían muerto las gentes que había vistoantes junto al lago. Corum desesperó depoder salvar su vida o las de los dosmuchachos. No había forma alguna deluchar contra enemigos tan intangibles.

Y de repente la punta de la lanzaBryionak empezó a brillar con unpeculiar resplandor entre rojizo yanaranjado, y cuando la punta tocó a unode los fantasmas de hielo, la criaturasiseó y desapareció sin dejar más rastroque una nubécula de vapor que flotabaen el aire y que ya se había dispersadoun instante después. Corum no perdió el

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tiempo interrogándose sobre el poder dela lanza. La hizo girar hacia los otrosdos fantasmas, los rozó con la puntaresplandeciente y ellos también seesfumaron. Era como si los fantasmas dehielo necesitaran calor para vivir, peroaparentemente un exceso de calorsobrecargaba sus cuerpos y hacía quepereciesen.

—Debemos encender hogueras ypreparar antorchas —les dijo Corum—.Las antorchas servirán para que no seacerquen a nosotros, y no acamparemosaquí. Seguiremos avanzando a la luz delas antorchas… No importa que los FhoiMyore o alguno de sus sirvientes nos

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vean. Es mejor que lleguemos a CaerMahlod lo antes posible, pues notenemos forma alguna de averiguarsobre qué otras criaturas como éstastienen poder los Fhoi Myore.

Bran y Tyernon alzaron el cadáverde su madre y empezaron a seguir aCorum ladera abajo. El resplandor quehabía iluminado la punta de la lanzaBryionak se fue extinguiendo poco apoco hasta que ésta tuvo su aspecto desiempre, el de una mera lanza forjadapor un excelente artesano.

Cuando llegaron al campamentoCorum explicó su decisión a los demás ytodos se mostraron de acuerdo con él.

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Y así reanudaron la marcha, con losfantasmas de hielo acechando cerca deellos allí donde no llegaba la luz queproyectaban las antorchas y emitiendodébiles jadeos ahogados que hacíanpensar en súplicas lacrimosas hasta quehubieron atravesado el valle y salieronpor el otro extremo.

Los fantasmas no les siguieron, peroaun así continuaron avanzando, pues elviento había vuelto a soplar con fuerza ytraía consigo el olor salado del mar, ygracias a ello sabían que ya tenían queencontrarse cerca de Caer Mahlod y delrefugio que les ofrecería. Pero tambiénsabían que los Fhoi Myore y todos

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aquellos que obedecían a los FhoiMyore estaban cerca, y eso hizo queincluso las personas más ancianasadquiriesen nuevas energías y fueranmás deprisa, y todos rezaron para seguircon vida hasta la mañana en queseguramente deberían ver Caer Mahlodante ellos.

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IV

La reunión del PuebloFrío

La Colina Cónica estaba allí y losmuros de piedra de la fortaleza tambiénestaban allí, así como el estandarte conla bestia marina del rey Mannach yMedhbh, la hermosa Medhbh, que surgióde las puertas de Caer Mahlod montadaa caballo saludándole con la mano yriendo, su roja cabellera revoloteando a

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su alrededor y sus ojos verdigrisesiluminados por la alegría, y los cascosde su caballo levantaron surtidores deescarcha mientras Medhbh saludaba agritos a Corum.

—¡Corum, Corum! Corum LlawEreint, ¿has traído la lanza Bryionak?

—Sí —replicó Corum enarbolandola lanza—, y traigo invitados para CaerMahlod. Debemos apresurarnos, pueslos Fhoi Myore nos siguen y no estánmuy lejos.

Medhbh llegó hasta él y se inclinósobre la silla de montar para rodearle elcuello con un brazo, y le besó en loslabios con tal pasión que toda la

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sombría tristeza que se había adueñadode Corum se esfumó de repente, y sealegró de no haberse quedado en Hy-Breasail, de que Hew Argech no hubieraacabado con su vida y de que losfantasmas de hielo no le hubieranarrebatado el calor de su cuerpo.

—Estás aquí, Corum —dijoMedhbh.

—Estoy aquí, hermosa Medhbh, yaquí está la lanza Bryionak.

Medhbh la contempló con expresiónmaravillada, pero no quiso tocarla nisiquiera cuando Corum se la ofreció. Lajoven retrocedió, y sus labios securvaron en una extraña sonrisa.

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—No ha sido hecha para que yo laempuñe —dijo—. Es la lanza Bryionak,la lanza de Cremm Croich, de LlawEreint, de los sidhi, de los dioses ysemidioses de nuestra raza… Sí, es lalanza, Bryionak.

Corum se echó a reír al ver laseriedad repentina que se habíaextendido por sus rasgos, y la besó hastaque los ojos de Medhbh perdieron aquelvelo de asombro atemorizado y la jovense echó a reír, y después Medhbh hizovolver grupas a su yegua marrón paragalopar precediendo al cansado grupo yguiarle a través de la angosta puerta porla que se entraba a la ciudad fortaleza de

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Caer Mahlod.Y allí, al otro lado del umbral,

estaba esperando el rey Mannach pararecibir a Corum con una sonrisa degratitud y respeto porque habíaencontrado uno de los grandes tesorosde Caer Llud, uno de los tesorosperdidos de los mabden, la lanza quepodía domar a la última res de unrebaño sidhi, el Toro Negro deCrinanass.

—Saludos, Señor del Túmulo —dijoel rey Mannach con voz afable y libre detoda pomposidad—. Saludos, héroe.Saludos, hijo mío.

Corum desmontó de su caballo y

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volvió a extender la mano de plata quesostenía a Bryionak.

—Aquí está —dijo—. Miradla bien.Es una lanza normal y corriente, reyMannach…, o eso parece. Pero ya me hasalvado la vida en dos ocasionesdurante mi viaje de vuelta a CaerMahlod. Inspeccionadla, y decidmeluego si os parece que esta lanza se salede lo ordinario.

Pero el rey Mannach siguió elejemplo de su hija y retrocedió ante lalanza que se le ofrecía.

—No, príncipe Corum —replicó—.Sólo un héroe puede empuñar la lanzaBryionak, pues un mortal de menor valía

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quedaría maldito para siempre siintentara sostenerla. Es un arma sidhi, eincluso cuando se hallaba en nuestraposesión siempre estaba guardadadentro de un estuche sin que nadie tocarajamás la lanza.

—Está bien, rey Mannach —dijoCorum—. Respeto vuestras costumbres,aunque no hay razón alguna para temer ala lanza. Sólo nuestros enemigosdeberían temer a Bryionak.

—Que sea como vos decís —murmuró el rey Mannach, y despuéssonrió—. Ahora debemos comer. Hoyhemos tenido buena pesca y hay variasliebres. Que todas esas personas vengan

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con nosotros a la gran sala, pues a juzgarpor su aspecto tienen que estar muyhambrientas.

Bran y Teyrnon hablaron en nombrede los escasos supervivientes de su clan.

—Aceptamos vuestra hospitalidad,gran rey, pues estamos famélicos; y osofrecemos nuestros servicios comoguerreros para ayudaros en vuestrabatalla contra los terribles Fhoi Myore.

El rey Mannach inclinó su noblecabeza.

—Mi hospitalidad es pobrecomparada con vuestro noble orgullo ycon vuestro juramento, guerreros, y osagradezco vuestra presencia en nuestros

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baluartes.El rey Mannach acababa de

pronunciar la última palabra cuandooyeron un grito desde arriba, y una jovenque había estado de guardia sobre lapuerta se inclinó hacia ellos.

—¡Niebla blanca hirviendo en elnorte y en el sur! —gritó—. ¡El PuebloFrío se reúne, los Fhoi Myore seacercan! Temo que habrá que dejar elbanquete para más tarde —dijo el reyMannach con una sombra de humor en eltono—. Esperemos que sea un banquetede victoria. —Sus labios se curvaron enuna tensa sonrisa—. ¡Y ojalá que lospeces sigan estando frescos cuando

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hayamos acabado de luchar!El rey Mannach dio instrucciones a

sus hombres para que fueran a lasmurallas, y después se volvió haciaCorum.

—Debéis llamar al Toro deCrinanass, Corum —le dijo—. Debéishacerlo pronto. Si no acude, todo habráterminado para las gentes de CaerMahlod…

—No sé cómo llamar al Toro, reyMannach.

—Medhbh sabe cómo hay quellamarle. Ella os enseñará.

—Sí, sé cómo llamar al Toro deCrinanass —dijo Medhbh. Después ella

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y Corum se reunieron con los guerrerosen los baluartes y volvieron la miradahacia el este, y allí estaban los FhoiMyore con su niebla y sus esbirros.

—Hoy no vienen a divertirsejugando con nosotros —dijo Medhbh.

Corum le cogió la mano izquierdacon su mano derecha y se la estrechócon fuerza.

Una niebla blanquecina podía versehirviendo y girando sobre el bosque aunos tres kilómetros de distancia. Cubríatodo el horizonte de norte a sur, yavanzaba lenta pero inexorablementehacia Caer Mahlod. Precediendo a laniebla había muchas jaurías de sabuesos

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que buscaban rastros y olisqueaban elaire como hacen los perros corrientescuando corren delante de una partida decazadores. Detrás de los sabuesos sedistinguían siluetas que Corum supusoserían los cazadores ghoolegh de rostrosblancos como la nieve, y detrás deaquellos cazadores venían jinetes depiel verdosa que, como Hew Argech,también eran con toda seguridadhermanos de los pinos. Pero en el senode la niebla se podían ver siluetas demayor tamaño, aquellas siluetas quehasta entonces Corum sólo había vistoen una ocasión. Eran los oscuroscontornos de carros de guerra de

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dimensiones monstruosas de los quetiraban bestias que estaba claro no erancaballos, y había siete carros, y en loscarros había siete aurigas de tallacolosal.

—Una gran reunión —dijo Medhbh,y logró que su voz sonara firme ydecidida—. Han enviado a todas susfuerzas en contra de nosotros. Los sieteFhoi Myore han venido… Esos diosesdeben respetarnos mucho.

—Les daremos motivos para que nosrespeten —murmuró Corum.

—Ahora debemos salir de CaerMahlod —le dijo Medhbh.

—¿Abandonar la ciudad?

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—Tenemos que ir a llamar al Torode Crinanass. Hay un sitio…, el único alque el Toro acudirá.

Corum no quería marcharse.—Los Fhoi Myore atacarán dentro

de unas horas, puede que incluso enmenos tiempo.

—Debemos tratar de estar deregreso para cuando eso ocurra. Por esotenemos que ir ahora mismo a la RocaSidhi y buscar al Toro de Crinanass.

Y Medhbh y Corum salieron de CaerMahlod montados sobre caballosdescansados, y cabalgaron a lo largo delos acantilados por encima de un marque gemía y rugía y se agitaba como si

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aguardase con impaciencia la contiendaque se aproximaba.

Acabaron deteniéndose sobre unaextensión de arena amarilla con lasoscuras masas de los acantilados a suespalda y el mar inquieto ante ellos, yalzaron la mirada hacia la extraña rocasolitaria que brotaba en el centro de laplaya. Había empezado a llover, y lalluvia y la espuma del mar azotaban laroca y hacían que brillara con unapeculiar gama de matices y delicadoscolores que la cubrían de vetas, y habíalugares donde la roca era opaca, y en

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otros lugares era casi totalmentetransparente y su corazón quedabarevelado permitiendo distinguir otroscolores más intensos.

—La Roca Sidhi —dijo Medhbh.Corum asintió. ¿Qué otra cosa podía

ser? Aquella roca no era de aquel plano.Quizá había venido junto con los sidhi aligual que Hy-Breasail cuando hicieronsu viaje para combatir al Pueblo Frío.Corum ya había visto cosas parecidasantes, objetos que en realidad nohubieran debido hallarse en aquel planoy que mantenían una parte de sí mismosen un plano totalmente distinto.

El viento lanzaba un diluvio de gotas

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contra su rostro. Agitaba sus cabellerasy hacía que sus capas revolotearanalrededor de sus cuerpos, y aunquetuvieron grandes dificultades paraescalar la lisa superficie de la piedradesgastada por el tiempo y la intemperieal fin acabaron logrando llegar a sucima. Olas inmensas se deslizaban sobrela costa, y potentes ráfagas de vientoamenazaban con arrancarles de suprecaria posición. La lluvia caía sobreellos y bajaba por la roca con talabundancia que formaba pequeñascascadas.

—Ahora empuña la lanza Bryionaken tu mano de plata —le dijo Medhbh—.

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Levántala tan alto como puedas.Corum la obedeció.—Ahora debes traducir lo que te

diga a tu idioma, a la pura lenguavadhagh, pues es la misma lengua que elsidhi.

—Lo sé —replicó Corum—. ¿Quédebo decir?

—Antes de que hables, debes pensaren el Toro, el Toro Negro de Crinanass.Su cruz queda tan alta como tu cabeza, ysu pelaje es muy largo y negro como lanoche. La distancia que hay entre laspuntas de sus cuernos es mayor que laque puedes abarcar extendiendo tusbrazos, y esos cuernos son muy afilados.

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¿Puedes imaginarte a una criaturasemejante?

—Creo que sí.—Entonces repite esto y pronuncia

cada palabra con mucha claridad.El día se estaba volviendo gris a su

alrededor, salvo por la gran roca sobrela que se encontraban.

Pasarás por las puertas de piedra,Toro Negro.

Cuando Cremm Croich te llame,vendrás desde el lugar en elque moras.

Si duermes, Toro Negro, despiertaahora.

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Si despiertas, Toro Negro, álzateahora.

Si te alzas, Toro Negro, entoncescamina y haz temblar latierra.

Ven a la roca en la que fuisteengendrado,

Toro Negro, ven a la roca en la quenaciste.

Pues aquel que empuña la lanza esdueño y señor de tu destino.

Bryionak, forjada en Crinanass conmetal sacado de la piedrasidhi.

Vuelve a enfrentarte con losaborrecibles Fhoi Myore con

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los que has de luchar, ToroNegro.

Ven, Toro Negro. Ven, Toro Negro.Vuelve a tu hogar.

Medhbh entonó toda la invocaciónsin tragar aire ni una sola vez, y cuandohubo acabado de hablar la miradapreocupada de sus ojos verdigrises seclavó en el único ojo de Corum.

—¿Puedes traducirlo a tu lengua?—Sí —dijo Corum—. Pero ¿por qué

va a responder un animal a semejantecántico?

—No dudes de que lo hará, Corum.Corum se encogió de hombros.

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—¿Sigues viendo al Toro deCrinanass en tu mente?

Corum tardó unos momentos enresponder, pero acabó asintiendo con lacabeza.

—Sí.—Entonces repetiré todas las frases

y tú las repetirás en la lengua de losvadhagh.

Y Corum obedeció, aunque elcántico le había parecido bastante toscoy desprovisto de belleza o poder, y lecostaba mucho creer que su origenpudiera ser vadhagh. Corum fuerepitiendo lentamente todo lo que habíadicho Medhbh, y empezó a sentir un

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ligero mareo a medida que ibaentonando el cántico. Las palabrasempezaron a salir con más rapidez desus labios, y Corum no tardó endescubrir que las estaba declamando. Seirguió cuan alto era, con su ropa y sucabellera agitadas en todas direccionespor las ráfagas de viento, y alzó la lanzaBryionak mientras llamaba al Toro deCrinanass. Su voz se fue haciendo más ymás potente, y acabó resonando porencima de los ronquidos del viento.

—¡Ven, Toro Negro! ¡Ven, ToroNegro! ¡Vuelve a tu hogar! Pronunciarlas palabras en su propia lengua parecíatener el efecto inexplicable de darles

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más peso y poder, y eso a pesar de quela lengua que hablaba Medhbh apenas sediferenciaba de la lengua vadhagh.

Cuando hubo acabado de entonar elcántico, Medhbh le puso la mano sobreel brazo y un dedo en los labios, y losdos aguzaron el oído envueltos en elulular del viento y el retumbar del mar yel estrépito de la lluvia que caía achorros, y oyeron un mugido distante, yla roca sidhi pareció estremecerselevemente y brillar con unos coloresmás intensos.

El mugido volvió a sonar, esta vezmás cercano.

Medhbh le estaba sonriendo, y sus

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dedos le apretaban el brazo con muchafuerza.

—El Toro —susurró—. El Toro seaproxima…

Pero seguían sin saber de quédirección procedía el mugir que llegabaa sus oídos.

La lluvia arreció todavía con mayorfuerza hasta que apenas pudieron vernada más allá de la roca, y fue como siel mar les hubiera sumergido.

Pero los sonidos empezaron aconfundirse en un solo sonido, y poco apoco aquel sonido pudo ser reconocidocomo el grave mugir pensativo de untoro. Medhbh y Corum forzaron la vista

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desde su posición en lo alto de la RocaSidhi, y les pareció ver cómo la colosalmasa negra del gran Toro de Crinanassemergía de las aguas del mar y seplantaba en la orilla, sacudiéndose yvolviendo sus enormes e inteligentesojos en una dirección y en otra como siestuviera buscando el origen del cánticoque lo había traído hasta aquel lugar.

—¡Toro Negro! —gritó Medhbh—.¡Toro Negro de Crinanass! Aquí estánCremm Croich y la lanza Bryionak…¡Aquí está tu destino!

Y el monstruoso Toro de Crinanassinclinó su cabeza de enormes cuernosseparados por una gran distancia, y se

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removió haciendo temblar su cuerponegro y peludo, y arañó la arena con suspesadas pezuñas; y Corum y Medhbhpudieron oler su cuerpo caliente, y susfosas nasales captaron ese olor familiar,áspero y reconfortante, que despiden lasreses. Pero no se encontraban ante unade las apacibles bestias de una granja,sino ante una bestia de guerra, orgullosay segura de sí misma, una bestia que noservía a un amo sino a un ideal.

El Toro de Crinanass movió sunegra y peluda cola de un lado a otro, yalzó la mirada hacia las dos personasque estaban inmóviles la una al lado dela otra sobre la Roca Sidhi y que se la

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devolvieron contemplándole conexpresión asombrada.

—Ahora sé por qué los Fhoi Myoretemen a esa bestia —dijo Corum.

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V

La cosecha de sangre

Cuando Corum y Medhbh bajaroncon un poco de nerviosa vacilación dela Roca Sidhi, los ojos del Toro Negropermanecieron clavados en la lanza queempuñaba Corum. El animal estabatotalmente inmóvil, alzándose sobreellos como una pequeña montaña amedida que se iban aproximando, y teníala cabeza ligeramente inclinada hacia elsuelo. Parecía sentir tanto recelo hacia

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ellos como miedo sentían ellos hacia él,pero estaba claro que había reconocidoa Bryionak y que respetaba la presenciade la lanza.

—Toro —dijo Corum, y no tuvo lasensación de que fuese ridículo dirigirsede aquella manera a un animal—,¿vendrás a Caer Mahlod con nosotros?

La lluvia se había convertido engranizo que brillaba sobre los negrosflancos del Toro de Crinanass. Loscaballos que habían dejado al comienzode la playa estaban empezando a darseñales de miedo. Sentían más querecelo ante la presencia del Toro Negrode Crinanass, y estaba claro que les

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aterrorizaba; pero el Toro no prestóninguna atención a los caballos. Meneóla cabeza y unas cuantas gotitas de aguasalieron despedidas de las puntas de susafilados cuernos. Sus ollares temblaron.Sus ojos de mirada penetrante y llena deinteligencia se posaron un momentosobre los caballos, y enseguidavolvieron a clavarse en la lanza.

En el pasado Corum se habíahallado ante criaturas mucho másgrandes, pero nunca se había enfrentadocon un animal que produjese unaimpresión de poder tan intensa. En aquelmomento le pareció que en toda la fazdel mundo no había nada que pudiera

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vencer al colosal Toro de Crinanass.Corum y Medhbh caminaron sobre la

arena azotada por el viento para calmara sus caballos mientras el Toro seguíacontemplándoles. Después de unoscuantos esfuerzos acabaron logrando quese tranquilizaran lo suficiente como parapoder montar en ellos, pero seguíanestando bastante nerviosos. Después, ycomo no había otra cosa que pudieranhacer, empezaron a subir por lossenderos de los acantilados para volvera Caer Mahlod.

El Toro de Crinanass permaneciótan inmóvil como una estatua durante unrato, igual que si estuviera examinando

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un problema de difícil solución, ydespués empezó a seguirles, aunque enningún momento se acercó mucho aellos. Corum pensó que una bestia talquizá no quisiera mantener una relacióndemasiado íntima con mortales tandébiles como ellos.

Y el granizo no tardó en convertirseen nieve, y la nevada se intensificóarrojando su manto helado sobre losriscos del oeste, y Corum y Medhbhcomprendieron que aquéllas eran lasseñales de que los Fhoi Myore seaproximaban, y quizá en aquellosmismos instantes ya hubieran llegado alas murallas de Caer Mahlod.

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Horrible era el ejército que se habíacongregado alrededor de los muros de lafortaleza mabden igual que la espumillade las aguas sucias puede irseadhiriendo al casco de un orgullosonavío. La niebla blanca era tan espesaque casi resultaba viscosa, pero casitoda ella seguía aferrándose al bosque ylo habitual era que estuviese presente enaquellas partes del bosque donde habíaconiferas. Allí ocultaba a los FhoiMyore, y la niebla resultaba necesariapara ellos pues era una niebla del limboque les servía como sustento, y sin ellase habrían sentido incómodos y a

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disgusto. Corum vio las siete siluetasoscuras que se movían de un lado a otrodentro de ella. Habían bajado de suscarros y parecían estar conferenciando.El mismísimo Kerenos, jefe de los FhoiMyore, debía estar allí; y allí estaríatambién Balahr que, al igual que Corum,sólo tenía un ojo aunque el suyo era unojo mortífero; y también estaría allíGoim, la Fhoi Myore a quien nadacomplacía más que engullir la virilidadde los mortales; y allí estarían tambiénlos demás.

Corum y Medhbh tiraron de lasriendas de sus monturas y miraron haciaatrás para averiguar si el Toro Negro les

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seguía aún.Lo hacía. El Toro Negro se detuvo

cuando ellos se detuvieron, y sus ojossiguieron clavados en la lanza Bryionak.

El combate ya había empezado. LosSabuesos de Kerenos saltaban a losbaluartes tal como habían saltado antes,pero ahora los ghoolegh armados conarcos y lanzas también cargaban contralos mabden, y los jinetes de piel verdosaatacaron la puerta guiados por un jineteque no cabía duda era Hew Argech,aquel a quien Corum debería habermuerto. Corum y Medhbh estaban sobreun promontorio desde el que sedominaba Caer Mahlod, pero incluso

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desde esa distancia se podían oír losgritos de los defensores y los aullidosde los temibles sabuesos.

—¿Cómo podremos llegar hastanuestra gente? —preguntó Medhbh condesesperación.

—Aunque consiguiéramos llegar alas puertas, serían unos idiotas si lasabrieran para dejarnos entrar —dijoCorum—. Supongo que tendremos queconformarnos con atacar desde atráshasta que se den cuenta de que estamos asu espalda.

Medhbh asintió y señaló con lamano.

—Vayamos hasta ese punto en el que

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ya casi han conseguido abrir una brechaen las murallas —dijo—. Quizápodamos dar algo de tiempo a nuestragente para que reparen los daños.

Corum enseguida comprendió que lasugerencia de Medhbh tenía muchosentido. Espoleó a su montura sin decirpalabra lanzándola colina abajo, con lalanza Bryionak preparada para serarrojada contra el primero de susenemigos con el que se encontrara.Corum estaba casi seguro de que él yMedhbh iban a morir, pero en aquelmomento no le importaba. Lo único quelamentaba era que no moriría llevandopuesta la Túnica de su Nombre, la túnica

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escarlata que había entregado a Calatinen la costa delante del Monte Moidel.

Cuando estuvo un poco más cercapudo ver que los fantasmas de hielo noestaban en aquel ejército, y pensó queaquellos seres quizá no fuesen unacreación de los Fhoi Myore después detodo; pero Corum estaba seguro de quelos ghoolegh sí habían sido creados porellos. Eran casi indestructibles y estabandemostrando ser un terrible enemigoante el que los mabden no podían hacergran cosa. ¿Y quién estaba al frente deellos en la batalla? Un jinete quecabalgaba sobre una montura de grantamaño, un jinete cuya piel no era

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verdosa como la de Hew Argech peroque le resultaba familiar a pesar de ello.¿Cuántos hombres había en aquel mundocuya apariencia pudiera resultarlefamiliar? Muy pocos. La luz se reflejóen la armadura del jinete, y un instantedespués cambió pasando del ororefulgente al destello mate de la plata, ydel escarlata a un centelleo de azul.

Y Corum comprendió que ya habíavisto aquella armadura antes y que élmismo había enviado a quien la llevabaal Limbo en un gran combate en elcampamento de las fuerzas de la ReinaXiombarg. Al Limbo…, donde los FhoiMyore quizá seguían llevando su

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existencia de siempre antes de que ladisrupción de la textura del multiversoles hubiese enviado al mundo en el quese hallaban ahora para envenenarlo.¿Habría enviado también a aquel jinetecon ellos? Parecía la explicación másprobable. El penacho de un amarillooscuro seguía agitándose sobre el yelmodel jinete que, al igual que antes, cubríatodo su rostro. El peto seguía estandoadornado con las Armas del Caos, lasocho flechas que irradiaban de un cubocentral; y su guantelete metálicoempuñaba una espada que tambiénbrillaba con reflejos siemprecambiantes, a veces dorados, a veces

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plateados, a veces azules y escarlatas.—Gaynor —dijo Corum, y recordó

el terrible momento de la muerte deGaynor—. Es el príncipe Gaynor, elMaldito…

—¿Conoces a ese guerrero? —preguntó Medhbh.

—Le maté en una ocasión —replicósecamente Corum—. O, al menos, leexpulsé…, o creí que le había expulsadopara siempre de este mundo. Pero aquíestá de nuevo… Mi viejo enemigo. Mepregunto si puede ser el «hermano» delque me habló la anciana…

Aquella pregunta había ido dirigidaa sí mismo. Corum ya había echado el

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brazo hacia atrás y había lanzado aBryionak contra el príncipe Gaynor,quien en tiempos había sido un campeón(quizá el mismísimo Campeón Eterno),pero que ahora luchaba con todas susfuerzas en favor del mal.

Bryionak voló hacia su blanco ehirió al príncipe Gaynor en el hombrohaciendo que se tambaleara sobre susilla de montar. El yelmo sin rostro giróy observó cómo la lanza volvía volandoa la mano de Corum. Gaynor habíaestado dirigiendo a sus ghooleg contralos puntos más débiles de las murallasde Caer Mahlod. Las criaturas corrían através de la nieve que había sido

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manchada de rojo por la sangre y denegro por el barro; a muchas de ellas lesfaltaban miembros, rasgos e inclusoentrañas, pero seguían siendo capacesde luchar. Corum aferró la lanzaBryionak y comprendió que, al igual quehabía ocurrido antes, Gaynor resultaríamuy difícil de vencer incluso mediantela magia.

Oyó la risa de Gaynor procedentedel interior del yelmo. Gaynor parecíacasi complacido de verle, como si lealegrase contemplar un rostro familiarsin importarle que perteneciera a unamigo o a un enemigo.

—¡El príncipe Corum, el Campeón

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de los Mabden! Estábamos haciendoespeculaciones sobre vuestra ausencia,pensando que habíais optado muyinteligentemente por la huida, quizáincluso que habíais vuelto a vuestromundo… Pero aquí estáis. Quécaprichoso es el Destino que desea queprosigamos nuestra ridícula contienda…

Corum volvió la mirada hacia atrásdurante un momento y vio que el Toro deCrinanass continuaba siguiéndoles.Después sus ojos fueron más allá deGaynor y se posaron en los maltrechosbaluartes de Caer Mahlod, y vieron amuchos hombres muertos en ellos.

—Cierto, el Destino es muy

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caprichoso —dijo—. Pero ¿vais avolver a luchar conmigo, príncipeGaynor? ¿Volveréis a suplicarmeclemencia? ¿Me obligaréis a enviarosnuevamente al Limbo?

El príncipe Gaynor dejó escapar suamarga carcajada.

—Dirigid esa última pregunta a losFhoi Myore —replicó—. Nada lescomplacería más que volver a suespantoso y lúgubre hogar, Corum, y sime dejaran abandonado a mi destino yno tuviera lealtades que me obligaran,ahora que el Caos y la Ley ya no seenfrentan en este plano me complaceríamucho unirme a vos. Pero tal como están

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las cosas, tendremos que combatir comode costumbre.

Corum se acordó de lo que habíavisto en el rostro de Gaynor cuandoabrió el yelmo del guerrero, y seestremeció. Volvió a sentir una grancompasión por Gaynor el Maldito, quienestaba condenado a vivir muchasexistencias en muchos planos distintos,al igual que lo estaba Corum, aunqueGaynor estaba destinado a servir a losmás malévolos y traicioneros de todoslos amos posibles. Ahora sus soldadoseran criaturas medio muertas, cuandoanteriormente habían sido seresbestiales.

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—Parece que la calidad de vuestrainfantería está a la altura de los patroneshabituales —dijo Corum.

Gaynor volvió a reír, y cuando hablósu voz sonó debilitada por el yelmo quenunca se abría.

—Yo diría que en algunos aspectosincluso los supera —replicó.

—Bien, Gaynor, ¿y qué me diríais sios pidiera que le ordenaseis que seretirara y que os unierais a mí? Sabéisque al final ya no sentía ningún odiohacia vos… Tenemos más cosas encomún que cualquier otro de lospresentes.

—Cierto —dijo Gaynor—. Y ya que

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es cierto, Corum, ¿por qué no os pasáisa mi bando? Después de todo, lavictoria de los Fhoi Myore esinevitable.

—Y llevará inevitablemente a lamuerte.

—Eso es lo que se me ha prometido—se limitó a replicar Gaynor.

Y Corum comprendió que Gaynordeseaba la muerte por encima decualquier otra cosa y que no podríaconvencer al príncipe maldito a menosque él, Corum, pudiese ofrecerle unamuerte que fuese aún más rápida que laque se le había prometido.

—Cuando el mundo muera, ¿acaso

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no moriré yo también? —siguiódiciendo Gaynor.

La mirada de Corum fue más allá delpríncipe Gaynor, hacia los baluartes deCaer Mahlod y el puñado de mabdenque luchaban por sus vidas contra losghoolegh medio muertos, los perrosdemoníacos de temibles mandíbulas ylas criaturas que tenían más de árbolesque de hombres.

—Gaynor —dijo con voz pensativa—, cabe la posibilidad de que vuestramaldición consista en luchar siempre afavor del mal en un esfuerzo paraalcanzar vuestras metas, sin pensar enque si os comportarais con nobleza

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veríais convertidos en realidad todosvuestros deseos.

—Me temo que es una manerademasiado romántica de ver las cosas,príncipe Corum.

Gaynor hizo volver grupas a sucaballo.

—¿Cómo? —exclamó Corum—. ¿Esque no vais a luchar conmigo?

—No, y tampoco me enfrentaré avuestro bovino amigo —dijo Gaynor, yempezó a alejarse al galope bajo laprotección de la niebla—. Deseopermanecer en este mundo hasta el final.¡No volveré a ser enviado al Limbo porvuestra mano! —Cuando le habló por

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última vez, su tono era tranquilo yafable, incluso amistoso—. Perovolveré más tarde para contemplarvuestro cadáver, Corum…

—¿Suponéis que estará aquí?—Creemos que sólo deben quedar

con vida una treintena de los vuestros, yantes de que anochezca nuestrossabuesos se estarán dando un banqueteal otro lado de vuestras murallas. Enconsecuencia… Sí, creo que vuestrocadáver estará aquí. Adiós, Corum.

Y Gaynor desapareció, y Corum yMedhbh cabalgaron hacia la brecha enel muro y pudieron oír el bufido delToro de Crinanass resonando detrás de

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ellos. Al principio pensaron que sehabía lanzado en su persecución porquehabían tenido la osadía de invocarle,pero el Toro cambió de direcciónenseguida y atacó a un grupo de jinetesverdosos que habían divisado a Corum yMedhbh y pretendían acabar con ellos.

El Toro Negro de Crinanass bajó lacabeza y cargó en línea recta contra elgrupo de jinetes, dispersando a susmonturas y arrojando jinetes por losaires, y después prosiguió su cargaavanzando sin detenerse hacia una hilerade ghoolegh y pisoteando a todos y cadauno de ellos, y después giró sobre símismo con el rabo en alto para empalar

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a un perro demoníaco en cada cuernocon un meneo de su cabeza.

Y aquel Toro Negro de Crinanass notardó en dominar todo el campo debatalla. Rechazaba cualquier arma queintentara hacer blanco en su piel. Cargócon temible velocidad por tres vecesalrededor de las murallas de CaerMahlod mientras Corum y Medhbh,olvidados por sus enemigos, lecontemplaban con asombrado deleite; yCorum alzó la lanza Bryionak y animócon sus gritos al Toro Negro deCrinanass hasta que vio que se habíaabierto una brecha en las filas de losaturdidos sitiadores. Corum bajó la

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cabeza, hizo una seña a Medhbh paraque le siguiese, espoleó a su caballohacia Caer Mahlod e hizo que saltara labrecha y lo detuvo, por casualidad, justodelante de un cansado y cubierto deheridas rey Mannach, quien estabasentado sobre una roca intentandodetener el flujo de sangre que brotaba desu boca mientras un anciano intentabaextraer la punta de flecha incrustada enuno de sus pulmones.

Y cuando el rey Mannach alzó sunoble y anciana cabeza para contemplara Corum, sus ojos estaban llenos delágrimas.

—Ay, el Toro de Crinanass ha

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llegado demasiado tarde —dijo.—Quizá haya llegado demasiado

tarde —replicó Corum—, pero por lomenos veréis cómo destruye a quieneshan destruido a vuestro pueblo.

—No —dijo el rey Mannach—. Nolo veré. Estoy harto de este espectáculo.

En tanto que Medhbh atendía yconsolaba a su padre, Corum recorriólas murallas de Caer Mahlod paraaveriguar cuál era la situación mientrasel Toro de Crinanass mantenía ocupadoal enemigo fuera del perímetro de lafortaleza.

El príncipe Gaynor estabaequivocado. En los baluartes no había

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treinta hombres capaces de combatir,sino cuarenta; y fuera de la fortaleza aúnquedaban muchos sabuesos, variosescuadrones de jinetes verdosos y unbuen número de ghoolegh. Aparte deeso, los Fhoi Myore aún tenían queavanzar contra Caer Mahlod, y sidecidía abandonar su santuario denieblas durante unos pocos instantes,cualquiera de los dioses del Limboprobablemente tendría el podersuficiente para destruir toda la ciudadpor sí solo.

Corum subió a la torre más alta delos baluartes, que había quedadoparcialmente en ruinas. El Toro de

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Crinanass estaba persiguiendo apequeños grupos de enemigos por todoel enfangado campo de batalla. Muchoshuían sin prestar ninguna atención a loshorripilantes ruidos tan ensordecedorescomo el retumbar del trueno quellegaban desde la niebla extendida sobreel bosque —y que eran sin duda lasvoces de los Fhoi Myore—, y aquellosque no hacían caso de las voces estabantan condenados como los que sedetenían, giraban sobre sí mismos y erandestruidos por el poderoso Toro deCrinanass, pues no conseguían correrdurante mucho tiempo antes de caermuertos, aniquilados por sus propios

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amos.A los Fhoi Myore no parecía

importarles el estar desperdiciando asus criaturas en un ataque condenado alfracaso, y no hicieron nada para detenerla carnicería que estaba causando elToro Negro de Crinanass. Corum supusoque el Pueblo Frío sabía que aún podíaaplastar Caer Mahlod, y quizá tambiénvérselas con el Toro.

Y de repente todo había terminado.Ni un solo ghooleg, sabueso o jinete depiel verdosa seguían con vida. Lo queno podía ser destruido por las armas delos mortales había sido destruido por elToro Negro.

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El Toro de Crinanass se alzótriunfante entre los cadáveres de loshombres, bestias y criaturas queparecían hombres. Arañó el suelo consus pezuñas y su aliento brotó de susollares como una nube espumeante.Después alzó la cabeza y mugió, y sumugido hizo temblar las murallas deCaer Mahlod.

Pero los Fhoi Myore seguían sinhaber salido de su niebla.

Ninguno de los defensoresesparcidos por los baluartes alzó su vozpara lanzar gritos alegría, pues sabíanque el ataque principal aún tenía quellegar.

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El silencio que reinaba sobre elcampo de batalla sólo era roto por elmugir triunfante del Toro Negro. Lamuerte estaba por todas partes. Lamuerte se cernía sobre el campo debatalla, la muerte moraba en la fortalezay aguardaba en el bosque envuelto por elsudario de la niebla. Corum se acordóde algo que le había dicho el reyMannach. El anciano monarca le habíaexplicado que los Fhoi Myore parecíancorrer en pos de la muerte. ¿Anhelaríanacaso la nada, igual que el príncipeGaynor? ¿Era ésa su meta principal? Deser así, eso los convertía en un enemigotodavía más aterrador.

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La niebla había empezado amoverse. Corum se volvió hacia lossupervivientes y les gritó que seprepararan. Después alzó la lanzaBryionak en su mano de plata para quetodos pudieran verla.

—¡Aquí está la lanza de los sidhi!¡Ahí está la última de las reses de guerrade los sidhi! Y aquí está Corum LlawEreint… No desfallezcáis, hombres ymujeres de Caer Mahlod, pues ahora sonlos Fhoi Myore quienes vienen contranosotros con todo su poderío. Peronosotros tenemos fuerza y tenemoscoraje. ¡Ésta es nuestra tierra, nuestromundo, y debemos defenderlo!

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Corum vio a Medhbh. Vio cómoalzaba la cabeza hacia él y vio susonrisa, y oyó su grito.

—¡Si morimos, que sea de unamanera que engrandezca nuestraleyenda!

Incluso el rey Mannach, apoyado enel brazo de un guerrero que tambiénestaba herido, parecía haber superado suabatimiento anterior. Hombres ilesos yheridos, jóvenes y doncellas, ancianos yancianas subieron a los baluartes deCaer Mahlod e hicieron acopio de valormientras veían cómo siete sombrassobre siete carros de batalla queavanzaban entre crujidos y eran

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arrastrados por siete bestias deformesllegaban a las faldas de la colina sobrela que se alzaba Caer Mahlod. La nieblavolvió a rodearlas, y el Toro Negro deCrinanass también fue engullido poraquella sustancia blanquecina queparecía adherirse a todas las cosas, ydejaron de oír sus mugidos. Era como sila niebla fuese un veneno para el ToroNegro, y quizá era eso lo que habíaocurrido.

Corum apuntó la lanza Bryionakhacia la primera sombra que se alzabaentre la niebla, dirigiendo el tiro hacialo que parecía ser la cabeza aunque suscontornos estaban terriblemente

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distorsionados. El crujir y el rechinar delos carros era una tortura que leatravesaba hasta llegar a la médula delos huesos y su cuerpo sólo deseabahacerse un ovillo, pero Corum logróresistir aquellas sensaciones horribles yarrojó la lanza Bryionak.

Bryionak pareció desgarrarlentamente la niebla mientras se abríapaso a través de ella y dio en el blanco,y produjo un extraño graznido de dolorque sólo duró un instante. Después lalanza volvió a la mano de Corum y elgraznido se reanudó. En otrascircunstancias el sonido podría haberresultado ridículo, pero aquí era tan

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siniestro como amenazador. Era la vozde una bestia sin mente, de una criaturaestúpida, y Corum comprendió que elpropietario de aquella voz era unacriatura de muy poca inteligencia y deuna voluntad tan monstruosa comoprimitiva. Eso era lo que hacía que losFhoi Myore fuesen tan peligrosos.Actuaban impulsados por la puranecesidad, no podían comprender suapurada situación y no se les ocurríaotra forma de enfrentarse a ella que nofuese la de proseguir con sus conquistas,e iban a proseguirlas sin malevolencia,odio o deseo de venganza. Utilizaban loque necesitaban, y empleaban todos los

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poderes que poseían fueran cualesfuesen y a quien pudiera llegar aservirles para tratar de alcanzar unameta imposible. Sí, eso era lo que hacíaque fuesen casi imposibles de derrotar.No se podía razonar con ellos o tratar dellegar a un acuerdo. El miedo era loúnico que podía detener a los FhoiMyore, y estaba claro que el que habíaemitido aquel graznido temía a la lanzasidhi. Los carros que avanzabanempezaron a moverse más despaciomientras los Fhoi Myore intercambiabangruñidos.

Un instante después un rostroemergió de la niebla. Parecía más una

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herida que un rostro. Era de color rojo yhabía bultos de carne desprovista depiel colgando de él, y la boca estabadistorsionada y se abría en la mejillaizquierda, y sólo había un ojo, un ojocon un solo y enorme párpado de carnemuerta, y unido a ese párpado había uncable que se deslizaba sobre el cráneo ypasaba por debajo de la axila y del quela mano de dos dedos podía tirar parahacer subir el párpado.

La mano se movió y tiró del cable.Una sensación instintiva de peligro seadueñó de Corum, y ya estabaagachándose detrás del baluarte cuandoel ojo se abrió. El ojo era tan azul como

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los hielos del norte y emitió un extrañoresplandor. Un frío terrible mordisqueóel cuerpo de Corum a pesar de que no sehallaba en la trayectoria directa de aquelresplandor, y Corum comprendió cómohabían muerto las personas congeladasen las posturas de presentar batalla quehabía visto junto al lago. El frío era tanintenso que le empujó hacia atrás yestuvo a punto de hacerle caer delbaluarte. Corum se recobró, se arrastróalejándose un poco más del resplandor yalzó la cabeza con la lanza preparada.Varios guerreros de los baluartes ya sehabían convertido en rígidos cadáveres.Corum arrojó la lanza Bryionak contra

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el ojo azul.Durante un momento le pareció que

Bryionak había quedado detenida en elaire. La lanza flotó suspendida entre elcielo y la tierra y después pareció hacerun esfuerzo consciente para seguiravanzando, y la punta, que ahora ardíacon una brillante claridad anaranjada talcomo había ardido contra los fantasmasde hielo, se introdujo en el ojo.

Y entonces Corum supo de cuál delos Fhoi Myore había provenido aquelsonido. La mano soltó el cable, y elpárpado del ojo bajó en el mismoinstante en el que la lanza Bryionak seextraía a sí misma y volvía a Corum.

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Aquella horrible parodia de rostro secontorsionó, y la cabeza giró a un lado ya otro mientras la bestia que tiraba delcarro volvía grupas tambaleándose yempezaba a retirarse escondiéndose enla niebla.

Corum empezó a sentir un ciertojúbilo. Aquella arma sidhi había sidofabricada especialmente para combatir alos Fhoi Myore y sabía hacer muy biensu trabajo. Uno de los seis Fhoi Myorese estaba batiendo en retirada.

—¡Bajad al suelo! —les gritó a losdefensores de las murallas—. Dejadmesolo aquí arriba, pues soy yo quiencuenta con la lanza Bryionak… Vuestras

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armas no pueden hacer nada contra losFhoi Myore. Dejadme aquí para queluche contra ellos.

—¡Deja que me quede contigo,Corum! —replicó Medhbh—. ¡Deja quemuera a tu lado!

Pero Corum meneó la cabeza, y girósobre sí mismo para contemplar denuevo al Pueblo Frío que avanzabacontra Caer Mahlod. Seguía siendobastante difícil verles. La vagasugerencia de una cabeza cornuda, unatisbo de una melena hirsuta y erizada,un destello que podía haber sido eldestello de un ojo…

Y entonces oyó un rugido. ¿Era ésa

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la voz de Kerenos, jefe de los FhoiMyore? No. El rugido había venido dealgún lugar situado detrás de los carrosde los Fhoi Myore.

Una silueta todavía más enorme yoscura se alzó detrás de ellos, y Corumdejó escapar un jadeo ahogado desorpresa al reconocerla. Era el ToroNegro de Crinanass, que se había vueltoaún más inmenso pero que no habíaperdido ni una sola partícula de su masa.Bajó los cuernos y arrancó a uno de losFhoi Myore de su carro, y lanzó al dioshacia el cielo, y cuando cayó lo recibiócon los cuernos y volvió a lanzarlohacia arriba.

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Los Fhoi Myore sucumbieron alpánico. Hicieron girar sus carros deguerra e iniciaron una repentina retirada.Corum vio la diminuta silueta delpríncipe Gaynor, que huía aterrorizadocon ellos. La niebla se movió másdeprisa que la marea y volvió a pasarpor encima del bosque y sobre lallanura, y acabó desapareciendo sobreel horizonte dejando detrás de ella unerial de cadáveres y al Toro Negro deCrinanass, que se había encogido hastarecuperar su tamaño anterior y estabapastando tranquilamente en un retazo dehierba del campo de batalla que se habíasalvado milagrosamente de ser

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pisoteado. Pero en sus cuernos habíamanchas negras y trozos de carneesparcidos a su alrededor, y un pocomás lejos y a la izquierda del ToroNegro de Crinanass había un carroenorme, mucho más grande que el Toro,y el carro estaba volcado y su rueda aúngiraba. Era un artefacto muy tosco,hecho con madera y mimbres unidos sindemasiada habilidad.

Las gentes de Caer Mahlod habíansido salvadas de la destrucción, pero nohubo ningún estallido de júbilo. Loocurrido había dejado aturdidos a todos,y los supervivientes se fueroncongregando poco a poco en los

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baluartes para contemplar toda aquelladestrucción.

Corum bajó lentamente por el tramode peldaños, con los dedos de su manode plata aún curvados sobre la lanzaBryionak, pero no aferrándola con lafuerza desesperada de antes. Fue por eltúnel y salió por la puerta de CaerMahlod, y atravesó toda aquella tierradevastada hasta llegar al sitio en el queestaba paciendo el Toro Negro. Nosabía por qué iba hacia el Toro, y estavez la criatura no se apartó de él, y loúnico que hizo fue volver su enormecabeza y mirarle fijamente a los ojos.

—Ahora debes matarme —dijo el

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Toro Negro de Crinanass—, y midestino se habrá completado.

Habló en la lengua pura de losvadhagh y los sidhi, y habló con calmapero con la voz llena de tristeza.

—No puedo matarte —dijo Corum—. Nos has salvado a todos. Mataste aun Fhoi Myore, y ahora sólo quedanseis. Caer Mahlod todavía sigue en pie,y muchos de sus habitantes continúancon vida gracias a lo que hiciste.

—Gracias a lo que tú hiciste —dijoel Toro Negro—. Encontraste la lanzaBryionak. Me llamaste. Sabía lo quedebía ocurrir.

—¿Por qué debo matarte?

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—Es mi destino. Es necesario.—Muy bien —dijo Corum—. Haré

lo que me pides.Y Corum alzó la lanza Bryionak y la

hundió en el corazón del Toro Negro deCrinanass, y un gran chorro de sangrebrotó del costado del Toro y la bestiaechó a correr, y esta vez la lanzapermaneció allí donde había sidoclavada y no volvió a la mano deCorum.

El Toro Negro de Crinanass corriópor todo el campo de batalla, y corriópor el bosque y por los páramos que seextendían más allá de él, y corrió a lolargo de los acantilados que se alzaban

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junto al mar. Y su sangre bañó toda latierra, y allí donde la sangre tocaba latierra se volvía de color verde, y lasflores crecían y los árboles se llenabande hojas. Y en las alturas el cielo se ibadespejando poco a poco y las nubeshuían en pos de los Fhoi Myore, ycuando el sol extendió el calor sobretodo el mundo alrededor de CaerMahlod, el Toro Negro corrió hacia losriscos sobre los que se alzaba elCastillo Erorn. Y el Toro Negro saltó elabismo que separaba el risco de la torrey se alzó junto a ella durante unmomento, con sus patas empezando adoblarse mientras la sangre seguía

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goteando de su herida. Volvió la miradahacia Corum, y después fuetambaleándose hacia el continente y searrojó al mar. Y la lanza Bryionaksiguió clavada en el flanco del ToroNegro de Crinanass, y nunca más volvióa ser vista en las tierras de los mortales.

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EpílogoY ése fue el final de la Historia del

Toro y la Lanza.Todas las señales de la batalla

habían desaparecido de la colina, elbosque y la llanura. El verano habíallegado por fin a Caer Mahlod, y muchoscreyeron que la sangre del Toro Negroprotegería para siempre a la tierra de laopresión del Pueblo Frío.

Y Corum Jhaelen Irsei, de la razavadhagh, vivió entre los Tuha-na-CremmCroich, y para ellos eso fue otra garantíamás de que ya no corrían peligro alguno.Incluso la anciana a la que Corum había

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encontrado en la llanura helada dejó demurmurar sus lúgubres advertencias, ytodos se alegraron de que Corum yacieraen el mismo lecho que Medhbh, la hijadel rey Mannach, pues eso significabaque se quedaría con ellos. Recogieronsus cosechas y cantaron en los campos yhubo grandes banquetes, pues la tierravolvía a ser fértil allí por donde el ToroNegro había corrido.

Pero a veces Corum despertabadurante la noche acostado al lado de sunuevo amor, y le parecía estar oyendolas notas melancólicas y límpidas comoel agua fresca de un arroyo que surgíande las cuerdas de un arpa, y entonces

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meditaba en las palabras de aquellaanciana y se preguntaba por qué debíatemer el arpa, a un hermano y, porencima de todo, a la belleza.

Y cuando llegaban esos momentos,Corum era el único de entre todos losmoradores de Caer Mahlod que se sentíainfeliz y preocupado.

Aquí acaba el Cuarto Libro de Corum.

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MICHAEL MOORCOCK. Nace el 18de diciembre de 1939 en Mitcham,(Surrey, Inglaterra). Es un prolíficoescritor de ciencia ficción y fantasía.También es editor, periodista, crítico ocompositor y músico de grupos de rockcomo Hawkwind. Abandona a los 15años los estudios para participar en

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diferentes actividades del «fandom»británico, desde música hasta política(en el anarquismo).

Moorcock desde 1964 hasta 1971edita el semanal de ficción New Worldsdesde donde empieza a gestarse como lapunta de lanza de un recientemovimiento regenerador y experimentalconocido como Nueva Ola o NewWave. La fantasía occidental másclásica se basaba, en lo general, en elcombate sin fin del Bien y el Mal,terminando siempre en la victoria finaldel Bien. Quizás como influencias delcristianismo más generalizado. Estoempieza a cambiar durante los años 60,

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marcados por la transgresora apuesta deromper con lo más tradicional yestablecido de la sociedad. La propuestalanzada en un primer momento desde elsemanal de Moorcock, pasa así porintentar dejarse influir por nuevospuntos de vista donde abunda laambigüedad o el descontrol desentimientos.

Dentro de la fantasía heroica, centramuchas de sus novelas en el conceptodel «Campeón Eterno». Un héroecondenado con múltiples aspectos y endiferentes realidades. Estas realidades ouniversos paralelos interconectadosentre sí forman el llamado Multiverso.

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En ellos hay una lucha continua no sóloentre el bien y el mal, también entre la«Ley» (orden, jerarquismo,anquilosamiento, civilización) y el«Caos» (cambio, locura, bellezainconcebible y retorcida, desorden), lasupremacía de uno de los dos supone elfin de ese plano. Por encima de estasfuerzas, la «Balanza Cósmica» como unaentidad arbitraria, un equilibrio entreambas fuerzas. Los seguidores de laBalanza buscan la autorrealización y lafelicidad, los del Caos y la Ley en elfondo lo que buscan es el conformismo,poder y conocimientos gracias a lapérdida de su libertad.

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Ha ganado varias veces el BritishFantasy Award, el Guardián FictionAward (THE CONDITION OFMUZAK), The World Fantasy Award(GLORIANA), el John W. CampbellMemorial Award ( GLORIANA), elNebula (HE AQUÍ EL HOMBRE) y fuefinalista del Whitbread Prize (MOTHERLONDON).