El transhumanismo_ La deconstrucción del cuerpo

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    algo similar a lo que sucede con el signo saussureano, en el cual la

    relación entre significante y significado es arbitraria, pero, una vez que

    se ha establecido, es difícil modificar o desbloquear la fijación del

    sentido”. Dicho en cristiano: por mucho que se haya reducido el cuerpo

    a ser un significante del orden simbólico, un cuerpo sexuado viene a

    determinar, con el comportamiento de su portador, una significación

    que difícilmente puede cambiar caprichosamente de un género a otro,

    como quieren Butler y la teoría queer.

    En consecuencia, para resignificar el cuerpo sexuado como significante,

    y acabar con el orden simbólico de los géneros y de la estructura

    patriarcal, será necesario deconstruir el cuerpo. Para ello hay que

    eliminar a la misma naturaleza, cambiar el propio cuerpo; y esto es lo

    que ha venido a realizar la teoría del cyborg. Es la última emancipación

    de la modernidad: la emancipación del cuerpo. En consecuencia para

    resignificar el cuerpo sexuado como significante, y acabar con el orden

    simbólico de los géneros y de la estructura patriarcal, será necesario

    reconstruir el cuerpo. Para ello hay que eliminar a la misma naturaleza,

    cambiar el propio cuerpo; y esto es lo que ha venido a realizar la teoría

    del cyborg; que es la última emancipación de la modernidad: la

    emancipación del cuerpo. Esta emancipación biológica se logra en dos

    aspectos capitales para la teoría feminista: de un lado, consistirá en la

    posibilidad real de elegir el sexo y el cuerpo que se quiera mediante el

    cambio quirúrgico; se trata del sexo a la carta gracias a la biotecnología;

    por eso el cyborg corona el camino de transgresión emprendido por la

    ideología de género, y supera los límites trans de la teoría queer. De

    otro lado, el cyborg supone el posibilidad de pensar en un mundo sin

    reproducción humana sexual, un mundo sin maternidad; el sueño

    antifemenino del feminismo socialista.

    La palabra cyborg es un neologismo que se forma a partir de las palabras

    inglesas cybernetics y organism y equivale a organismo cibernético. El

    término lo acuñaron Manfred Clynes y Nathan Kline, en su obra

    Astronautics, para designar al híbrido “hombre‐máquina” capaz de

    sobrevivir en los entornos extraterrestres que habían inventado. La NASA

    financió sus investigaciones para mejorar sus exploraciones espaciales,.

    Posteriormente el término fue utilizado con notable éxito por la ciencia‐

    ficción, el cómic y el cine. Su caracterización más emblemática fue la

    película Blade Runner, donde los cyborg son creaciones artificiales

    biológicas, llamadas “replicantes” y producidas por biotecnologías

    genéticas.

    La feminista Donna Haraway define el cyborg como “un organismo

    cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una criatura de

    realidad social y también de ficción”. Su concepto es más amplio que el

    de un androide o replicante, propio de la ciencia‐ficción, pues se

    extiende a todo ser humano que necesite o use para vivir una prótesis

    artificial: una persona con un marcapasos sería un cyborg. En su

    Manifiesto Cyborg, Haraway es consciente de ir más allá del límite de la

    transgresión: el cyborg “se sitúa, decididamente, del lado de la

    perversidad. Es opositivo, utópico y en ninguna manera inocente”. En su

    obra se traspasan todos los límites; se trata, como veremos, de un

    materialismo radical, antihumanista y especialmente cristofóbico. En su

    introducción, manifiesta que “se trata de un esfuerzo blasfematorio por

    construir un irónico mito político fiel al feminismo”. Haraway dice que

    la blasfemia nos protege de la mayoría moral interna – moral majority ‐ ;

    El transhumanismo

    Transhumanismo, ¿el humano

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    “La blasfemia no es apostasía, es una estrategia retórica y un método

    político para el que pido más respeto dentro del feminismo socialista. En

    el centro de mi irónica fe, mi blasfemia es la imagen del cyborg”.

    Haraway es una típica representante del feminismo socialista; parte, por

    lo tanto, de la fe en el progreso y en la evolución tecnológica. Y

    sobretodo del principio marxista según el cual ninguna teoría es posible

    pensarla si no es a su vez posible realizarla, porque los medios técnicos

    y científicos la hacen viable. El Manifiesto Cyborg, a modo de manifiesto

    comunista, se publicó por primera vez en la revista americana Socialist

    Review en 1985, y no tardó en convertirse en objeto de culto entre las

    académicas feministas, de entre las que destaca Celia Amorós. Aunque

    el ensayo se basa en la crítica radical de la ciencia como producto del

    “capitalismo, el militarismo, el colonialismo y el racismo”, se defiende

    que la biotecnología es una baza decisiva para la emancipación de la

    mujer. A partir de ella, el feminismo vuelve a recuperar una vieja

    fórmula modernista que vinculaba la ciencia al progreso. Se trata de un

    optimismo tecnológico aplicado a la sociedad que se encuentra en el

    marxismo y en el freudomarxismo, como hemos contemplado

    anteriormente, pero que las feministas habían desechado después de las

    primeras manifestaciones del feminismo cultural, como explica Judi

    Wajcman en su obra El tecnofeminismo. Pero desde el principio del

    feminismo radical, sus protagonistas marxistas habían siempre confiado

    en el ciencia, y en especial en el avance de la biotecnología, como la

    solución a la posibilidad de realización de las metas que se habían

    propuesto, todas ellas fundadas en la ruptura del sistema sexual y

    natural de reproducción humana. Haraway dio un impulso definitivo a la

    confianza de las feministas en la biomedicina. Por eso podemos afirmar

    que “las feministas fueron de las primeras en establecer vínculos entre

    las tecnologías reproductivas, la ingeniería genética y la eugenesia”. Así

    se explica el impulso que nuestro Gobierno feminista‐socialista está

    dando a la biomedicina.

    Por otro lado, la obra de Haraway proporciona una solución utópica a la

    necesidad de una sociedad sin sexos y sin géneros; el cyborg es un

    modelo de hibridación que rompe la estructura dualista hombre‐mujer,

    masculino‐femenino; es “una criatura en un mundo post genérico”; en

    fin, el cyborg es la reconstrucción del cuerpo sexuado, al tiempo que da

    también salida a la falta de un sujeto revolucionario para el movimiento

    feminista, que al suprimir a “la mujer” se había quedado colgado de la

    brocha.

    El cyborg es la solución a un mundo “sin géneros, sin génesis, y quizás

    sin fin”. Se trata de un nuevo metarrelato, la última “gran narrativa” en

    contra de los criterios posmodernos; la tecnociencia de la era global es

    una “radical secularización de la narrativa cristiana”, dice Celia Amorós.

    “La encarnación del cyborg, situada fuera de la historia de la salvación,

    es la solución a un futuro post‐acopalíptico”; con ello quiere decir que

    la biotecnología acabará con la muerte. Pasamos de las proclamaciones

    de tremendos desastres a las de fantásticos remedios, la salvación por la

    ciencia, la biomedicina, la biotecnología y la ingeniería genética. Se

    trata de una nueva ideología que promete un mesianismo histórico; el

    Mesías es el cyborg que – escribe Celia Amorós ‐ , “puede ser asumido

    como alpha y omega de la vida misma”.

    Como tal ideología totalitaria, establece una nueva ontología, a la que

    llama ontología sucia; es decir, una nueva realidad que fulmina la

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    metafísica y también la física. Una ontología artificial y tecnológica, un

    constructivismo (construido por la voluntad al margen de la naturaleza)

    totalmente materialista y artificial. Para ello se hacen necesarias tres

    rupturas limítrofes cruciales, tres disoluciones de frontera, pues el

    cyborg “se sitúa el lado de la perversidad”.

    La primera es la ruptura entre lo humano y lo animal – hay que tener en

    cuenta que el trabajo de Haraway se planeta originariamente sobre los

    simios – para ella no existe una ruptura de continuidad entre el animal y

    el ser humano. Dentro de este contexto ella dice que “la enseñanza de

    creacionismo cristiano debería ser considerada y combatida como una

    forma de corrupción de menores”. En este esfuerzo las barreras de la

    especie” y otorgarles derechos básicos de los que actualmente sólo

    gozan los seres humanos. Ya que no se puede rebajar, por ahora, al

    hombre a la condición de simio, hagamos que el simio obtenga las

    condiciones jurídicas del hombre. Aunque parezca increíble el Partido

    Socialista presentó una proposición no de ley en el Congreso para

    adherirse al proyecto Gran Simio.

    En fin, en el colmo del disparate, Haraway escribe como una forma o

    manifestación de esa continuidad entre lo humano y lo animal, que “El

    cyborg aparece mitificado precisamente donde la frontera entre lo

    animal y lo humano es transgredida, que lejos de señalar una separación

    de los seres vivos próximos, señalan apretados acoplamientos

    inquietantes y placenteros tales como el bestialismo.

    La segunda frontera que se rompe es la que existe entre los “organismos

    animales‐humanos” y las máquinas. Y la tercera, la separación entre lo

    físico y lo “no físico”, entendiendo por esto último, el espacio

    cibernético virtual, como por ejemplo hace William Gibson en su novela

    Neuromante, que dio lugar al enigmático e inquietante mundo de

    ciencia ficción recreado en la magnífica película Matriz.

    Haraway también crea una nueva antropología en la que el modelo por

    imitar es el del hombre‐hembra, una metáfora de género híbrido sacada

    de una novela de ciencia ficción de Joanna Russ, que será el resultado

    final de la sociedad sin géneros y sin sexos, un ser cuya reproducción no

    necesita acoplamiento, al estilo de las criptógamas y de la salamandra,

    que cuando le falta un miembro lo ve crecer de nuevo. Estamos ante el

    mayor esfuerzo antihumanista de los últimos tiempos. A algo parecido se

    refiere Víctor Gómez Pin en su obra Entre lobos y autómatas, en la que

    dice: “La utopía de la superación del hombre por la vía de la

    artificialidad cibernética se hermana así con la utopía de la superación

    del hombre por la dilución de las fronteras que lo separan del mundo

    animal”. Y todo ello, como expone Gómez Pin, se hace con una

    pretendida fundamentación cientifista, que parte del nihilismo que

    niega la realidad de “la naturaleza humana”, al margen de toda

    demostración seria. La obra de este autor es una magnífica refutación

    filosófica, y también científica, del posthumanismo, pues “este

    desplazamiento del hombre como centro de referencia impone una

    suerte de militancia humanista”.

    Para nuestras filósofos feministas, el gran acierto de Haraway es que

    crea una nueva epistemología, es decir, una forma de conocer la

    realidad. Ella critica del cientifismo su pureza y pretendida objetividad.

    Para ella, la ciencia está basada en la ideología masculina, y está

    construida siguiendo el modelo de relación violenta y misógina de los

    hombres con respecto a las mujeres, modelo que contribuyó al

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    simbolismo genérico. La ciencia está contaminada por la visión de

    género; es, en consecuencia,, necesario construir una teoría crítica de la

    ciencia. Frente al “testigo modesto” de le ciencia decimonónica,

    Haraway aboga por un nuevo modelo de experimentación basado en la

    figura del Onco Ratón producto de marca registrada. Se trata de un

    animal vivo, utilizado en la investigación del cáncer de mama, que ha

    sido genéticamente manipulado para tener una mayor propensión al

    desarrollo del cáncer: la Universidad de Harvard es la propietaria de la

    marca registrada. Se trata de un producto de la “naturaleza sin

    naturaleza”, de la “naturaleza empresarializada”. Este es el paradigma

    de la nueva genética y de la nueva ciencia, en donde el punto de vista

    está situado, está implicado con la experimentación que se realiza.

    Como decíamos, proporciona una visión de la sociedad postgenérica que

    suprime los dualismo en los que se estructura la realidad del sistema

    sexo‐género, lo que supone una nueva “ontología del presente”, una

    nueva explicación de la realidad; y de nuestra presencia en ella

    (Foucault). Los más importantes de estos dualismo son: yo/otro,

    mente/cuerpo, cultura/naturaleza, hombre/mujer,

    civilización/primitivo, realidad/apariencia, bien/mal, verdad/ilusión,

    Dios/hombre. Al mismo tiempo, ella postula un nuevo sujeto de

    conocimiento, que servirá para que nuestra teórica feminista Celia

    Amorós considera que será una solución a la continuidad del sujeto del

    movimiento feminista. Partiendo de la crítica del marxismo de Lukacs,

    ella considera que no puede haber un sujeto privilegiado que tenga la

    capacidad de tomar conciencia para entender la realidad, como es el

    caso del proletariado, pues “un sujeto subyugado difícilmente puede

    conocer el objeto de sus subyugación”. No existe, por tanto, una

    explicación soteriológica para determinar un sujeto; según ella, hay que

    hacer emerger a los sujetos sumergidos y establecer una epistemología

    de la defracción que requiere instrumentos visuales múltiples, una

    óptica plural posicionada y comprometida desde distintos puntos de

    vista. Por último, postula una nueva forma de organizarse por parte del

    feminismo: en vez de la identidad o la búsqueda de la empatía con otros

    movimientos sociales, demanda la circulación basada en la afinidad en

    lugar de la identidad, es decir, la articulación entre los movimientos

    sumergidos, tomando como modelo el “centro dinamizador” que supuso

    la “retícula” de los enfermos de sida “actores con los que los otros

    deben articularse: máquinas biomédicas, redes de acción

    internacionales, burocracias gubernamentales, activistas, compañías

    farmacéuticas, mundos gays y lesbianos, etc.”

    La obra de Haraway se presenta fundamentada en una pretendida

    solidez científica que tan sólo es aparente, pues se basa en

    conocimientos parciales, intuiciones, cine y ciencia ficción. La utopía

    que dibuja, a la que llama el futuro de los monstruos, se parece

    increíblemente al mundo feliz diseñado por Aldous Huxley en los albores

    del siglo XX. Como puse de manifiesto en mi anterior libro sobre el

    pensamiento de la nueva izquierda radical, esta era la única literaria

    con sorprendente parecido al diseño que puede deducirse de las últimas

    corrientes feministas. Aunque propiamente hablando no se trata de una

    utopía, sino de todo lo contrario: una distopía. El “mundo feliz” de

    Huxley es el producto de los desarrollos y progresos de la biotecnología y

    la ingeniería genética. Todos sus habitantes son cyborgs seleccionados

    genéticamente, e incubados mediante fecundación artificial. En este

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    mundo utópico, la divisa del Estado Mundial que aparece sobre la

    entrada del centro de Incubación y Acondicionamiento es esta:

    “Comunidad, identidad, estabilidad”. El principio básico del que se

    parte es el de conseguir la felicidad absoluta de los ciudadanos,

    entendida como el hedonismo placentero. Para ello no puede haber

    desórdenes, dolor, inestabilidad o falta de participación. Es necesario

    una educación y una formación programada en la ciudadanía. Para

    conseguirlo, la educación tiene como fin la completa integración del

    individuo en la sociedad. El método fundamental consiste en la

    enseñanza durante el sueño, o hipnopedia, “200 repeticiones dos veces

    por semana, durante el sueño, varios años, de los eslóganes que el

    departamento de psicología prepara cuidadosamente a través de sus

    expertos”. Eslóganes tales como “Cada uno pertenece a todos”. Junto a

    esto, también se utilizará la repetición durante el día de mensajes

    continuos, subliminales, etc. La educación escolar, lógicamente, es

    pública e impartida en diferentes escuelas especializadas, destinadas a

    los distintos niños de las distintas castas. Porque la organización social

    está distribuida en castas seleccionadas genéticamente, que van desde

    la más alta de los “alfa”, a la más baja de los “épsilon”, y a cada una de

    ellas corresponde una determinada función social, un determinado tipo

    de trabajo apto para su correspondiente capacidad o aptitud. De forma

    que todo el mundo se siente plenamente “realizado”, es decir, en

    términos marxistas, no alienado, puesto que cada uno desarrolla el

    trabajo apto para sus plenas potencialidades. No se debe vivir en

    soledad, pero tampoco en relaciones amistosas y sexuales permanentes:

    el sexo debe ser ocasional y practicarse libremente. No existe el

    matrimonio, ni la familia; ni pos su puesto la maternidad, que es el

    mayor horror imaginable, o la paternidad, pues la gestación es

    extracorpórea. El Estado es quien se encarga de la infancia. Y luego hay

    comunas, o comunidades colectivas, en albergues y residencias. No debe

    caerse en la depresión, la cólera o el exceso en cualquier sentido. Para

    restablecer el equilibrio emocional debe acudirse al soma (droga).

    “Medio gramo equivale a mediodía de descanso, un gramo a un fin de

    semana, dos a una escapada por el Oriente magnífico, tres a una

    sombría eternidad en la luna”. La práctica sexual es libre y conveniente,

    pero, claro está, siempre con la previa utilización del cinturón

    maltusiano, donde todo buen ciudadano debe llevar su pastilla

    anticonceptiva.

    Jesús Trillo Figueroa

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