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El Tratado de 1929. La otra historia Por: Félix C. Calderón. Fondo Editorial Congreso del Perú, Lima, abril 2000 Introducción No existe, infortunadamente, en el Perú ningún estudio exhaustivo sobre la negociación peruano-chilena realizada en Lima entre el 12 de octubre de 1928 y el 29 de mayo de 1929, y concluida con el Tratado de 1929 y su Protocolo Complementario. La razón que siempre se ha esgrimido, sin mayores variantes, es que ese tratado definitivo de límites con Chile fue negociado personalmente por el propio presidente Leguía, en una sucesión de encuentros en el palacio presidencial, con el embajador de Chile en Lima, Emiliano Figueroa Larraín. Por eso, historiadores peruanos de fuste, como Gustavo Pons Musso, no han dedicado más de dos o tres párrafos a la negociación del mismo (Las Fronteras del Perú, p. 212). Inclusive Raúl Porras Barrenechea, claro y explícito en los antecedentes, solo se limitó a decir que dicho tratado fue fruto del entendimiento directo del plenipotenciario chileno con el jefe de Estado peruano (Historia de los Límites del Perú, obra conjunta con A. Wagner de Reyna, p. 156). Es este vacío el que explicaría la paradoja que sea el libro Chile y Perú. Los pactos de 1929, del canciller chileno de la época, Conrado Ríos Gallardo, la versión más socorrida de los peruanos, por defecto o por omisión, no obstante fungir el autor de juez y parte, como no podía ser de otra manera. Ríos hizo un relato jactancioso, cuando no selfish y salpicado de una que otra inexactitud, por recurrir a verdades a medias o a silencios inexcusables sobre aspectos importantes de la negociación, pese a haberlo escrito con la madurez que deja el tiempo, 30 años después de haber participado directamente en forjar esa parte de la historia bilateral. El hallazgo en el Archivo Central del Palacio de Torre Tagle de

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El Tratado de 1929. La otra historiaPor: Félix C. Calderón. Fondo Editorial Congreso del Perú, Lima, abril 2000

Introducción

No existe, infortunadamente, en el Perú ningún estudio exhaustivo sobre la negociación peruano-chilena realizada en Lima entre el 12 de octubre de 1928 y el 29 de mayo de 1929, y concluida con el Tratado de 1929 y su Protocolo Complementario. La razón que siempre se ha esgrimido, sin mayores variantes, es que ese tratado definitivo de límites con Chile fue negociado personalmente por el propio presidente Leguía, en una sucesión de encuentros en el palacio presidencial, con el embajador de Chile en Lima, Emiliano Figueroa Larraín. Por eso, historiadores peruanos de fuste, como Gustavo Pons Musso, no han dedicado más de dos o tres párrafos a la negociación del mismo (Las Fronteras del Perú, p. 212). Inclusive Raúl Porras Barrenechea, claro y explícito en los antecedentes, solo se limitó a decir que dicho tratado fue fruto del entendimiento directo del plenipotenciario chileno con el jefe de Estado peruano (Historia de los Límites del Perú, obra conjunta con A. Wagner de Reyna, p. 156).

Es este vacío el que explicaría la paradoja que sea el libro Chile y Perú. Los pactos de 1929, del canciller chileno de la época, Conrado Ríos Gallardo, la versión más socorrida de los peruanos, por defecto o por omisión, no obstante fungir el autor de juez y parte, como no podía ser de otra manera. Ríos hizo un relato jactancioso, cuando no selfish y salpicado de una que otra inexactitud, por recurrir a verdades a medias o a silencios inexcusables sobre aspectos importantes de la negociación, pese a haberlo escrito con la madurez que deja el tiempo, 30 años después de haber participado directamente en forjar esa parte de la historia bilateral.

El hallazgo en el Archivo Central del Palacio de Torre Tagle de las cartas personales y confidenciales que remitiera el embajador César Elguera al presidente Leguía desde Santiago, entre octubre de 1928 y marzo de 1930, junto con toda la documentación intercambiada durante la negociación que metódicamente guardó el presidente, han hecho posible ahora reconstruir, desde el punto de vista peruano, ese importante capítulo de la historia diplomática del Perú y, de paso, conferirle al testimonio del ex canciller chileno su real valor histórico. Esto es, el de constituir una versión parcial de la negociación de Lima, a donde Chile como potencia ocupante concurrió en condiciones favorables.

Amparado en la cita de Raúl Porras que señala: "La solución divisoria representa la realidad frente a la utopía de las reivindicaciones totales o la triste política de los aplazamientos" (p.260), Ríos se aventuró a justificar en su mencionado libro la división final de las provincias cautivas como expresión del "principio de autodeterminación (sic) nacional, principio ante el cual los pueblos se inclinan sin afrenta" (p. 260). Justificación fantasiosa, sin duda, si se tiene en cuenta que en ese mismo libro y sin ambages, no vaciló en sostener lo contrario, al admitir que la posición chilena estaba, virtualmente, huérfana de sustento jurídico, por lo que no podía excluirse su derrota en

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la Comisión Plebiscitaria y en la Comisión Especial de Límites (Op. Cit., p. 118, 120, 123,128,130, 150, 162 y 163, inter alia). Además, hablar de autodeterminación después de haber puesto en marcha el primer caso de national cleansing del siglo XX en el mundo, no deja de ser contradictorio, por decir lo menos.

Tal como la diplomacia peruana lo denunciara desde 1894, Chile no sólo transgredió el Tratado de Ancón de 1883 al apropiarse indebidamente de una porción muy importante de la provincia de Tarata y otra más pequeña de la provincia de Chucuito, en Puno; sino que, además, hizo todo lo posible para frustrar o postergar la realización del plebiscito en las provincias cautivas de Tacna y Arica, viciando automáticamente el artículo 3ro. del Tratado de Ancón y, por ende, cualquier título jurídico para seguir ocupando esas provincias. Fue, tal vez pensando en esto, que el ex canciller chileno reconoció en su citado libro que "el colapso fatal estuvo ad portas" y que "si el avance sobre el mapa, que realizaba con estrategia insuperable el coronel Ordoñez -el delegado peruano en la Comisión Especial de Límites- no se detenía con oportunidad, se corría el riesgo de no poder apelarse más a la solución divisoria (sic)" (Ibid. p. 128) o que "el país sufría un gran desastre porque la división territorial se tornaba impracticable" (Ibid. p. 150).

Percepción del fracaso nada exagerada. En efecto, poco o nada se ha dicho en el Perú, tal vez por temor a romper ese pacto tácito de denigrar a Augusto B. Leguía, del cambio fundamental en las circunstancias que introdujo en la disputa territorial la nueva dinámica generada por el arbitraje del presidente Coolidge. Desde 1922 más de un especialista peruano criticó al presidente Leguía por haber aceptado un arbitraje político en vez de uno de derecho. Pero lo que seguramente no se supo es que, independientemente de la modalidad aplicable, fue el arbitraje el camino escogido por Leguía para superar la inercia del inmovilismo que venía favoreciendo a Chile.

Los primeros días de noviembre de 1920, el consultor jurídico contratado por el Gobierno peruano, Dr. Joseph W. Folk, recomendó al presidente Leguía someter los asuntos en controversia al arbitraje de los Estados Unidos o, eventualmente, llevarlo a La Haya. Quien esto escribe ha tenido frente a sí tanto el contrato como los telegramas y cartas que Folk intercambió en este sentido con el Dr. Alberto Salomón, canciller de la época. Fue por sugerencia de Folk que Torre Tagle decidió no llevar la controversia territorial con Chile a la primera Asamblea de la Liga de las Naciones, a fin de no complicar la gestión del arbitraje, aparte que había que esperar el ingreso de los Estados Unidos a ese foro mundial. Por eso fue destituido Mariano H. Cornejo, pese a ser un amigo probado de Leguía; porque procedió prematura e inconsultamente en Ginebra. Su pedido, hecho conjuntamente con el delegado boliviano, en noviembre de 1920, para incluir esa cuestión en el Orden del Día de la asamblea no fue, en ningún momento, autorizado por Lima, por lo que tuvo que ser retirado, al amparo de su extemporaneidad.

No fue, pues, ni el carácter extemporáneo del pedido ni la supuesta influencia perniciosa de los Estados Unidos la causa de ese traspié diplomático en Ginebra, como quiso ver más de un detractor de Leguía. Consecuente con lo manifestado en su discurso programa del 19 de febrero de 1919, de llegar a una "solución justa, digna y definitiva", el presidente peruano había optado por un camino distinto al trato directo,

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precisamente por ser consciente de que éste último, en más de 30 años, no había hecho más que convalidar sigilosamente la ocupación chilena en los territorios cautivos.

Es cierto que el arbitraje del presidente Coolidge de 1925 no fue en todos sus extremos favorable al Perú. Sin embargo, la intervención de los Estados Unidos como arbitro acarreó una valoración distinta de la controversia territorial, en el plano del derecho y de la moral, con pesadas consecuencias para Chile. De inmediato el Perú pudo recuperar 600 kilómetros cuadrados de Tarata. Además, se puso en marcha un proceso plebiscitario acorde con lo que la diplomacia peruana había postulado desde 1893, y se estableció una Comisión Especial de Límites cuyos trabajos amenazaron con arrastrar ese diferendo bilateral a una disyuntiva insospechada.

Fue ésta la primera vez que la diplomacia chilena tuvo que hacer frente a resultados adversos desde la guerra del 79. De allí que su élite dirigente se convenciera en 1927, cuando era presidente Emiliano Figueroa Larraín, que había que regresar al trato directo antes que fuera imposible la división territorial (Ríos : Op. cit. p. 122). De no haber sido por el arbitraje y sus secuelas, es poco probable que el Perú hubiese recuperado Tacna de buenas a primeras. Y si lo hacía, pudo haber quedado en condición de deudor moral del país ocupante, cuando tenía que ser al revés.

Como se sabe, la diplomacia de La Moneda buscó, en un primer momento, apoderarse de Tacna y Arica. La misión de Lira en Lima, en 1895, de triste recordación, fue un ejemplo patético de ese propósito.

Luego intentó la compra, para después proponer la división territorial, con el implícito enclaustramiento de Tacna, o un plebiscito amañado en detrimento de los nativos de esos territorios. Sin embargo, creada la Liga de las Naciones en 1919, como resultado de la innovación conceptual que introdujeron en el derecho internacional los "catorce puntos" del presidente W. Wilson, Chile cayó en la cuenta de que la época de la ocupación impune había terminado. Y si bien no hubo, al comienzo, en Santiago un terreno abonado para el arbitraje, es dable suponer que se dio por esos años, coincidentemente con el Perú aunque por razones distintas, un animado proceso de reflexión, al punto de haberse atribuido un ex canciller chileno, E. Barros Jarpa, la autoría de la ofensiva diplomática que condujo al arbitraje, según le contara al embajador peruano en Santiago, César Elguera, el entonces canciller Ríos. Al parecer, la clase dirigente chilena había llegado al convencimiento de que el tiempo transcurrido jugaba a su favor en esos territorios y que, de haber un plebiscito, era de esperar un triunfo chileno. Agustín Edwards, delegado chileno ante la Comisión Plebiscitaria, dio testimonio de ello en la Memoria que publicara en 1926, anotando que "la devolución de Tacna al Perú no tenía la menor probabilidad de éxito" (Véase, por ejemplo, p.31 y 33).

La pulcritud en el accionar de los generales Pershing, Lassiter y Morrow hizo que se desvaneciera pronto esa ilusión, una vez que se pusieron al descubierto las debilidades de la posición chilena. Fue así como su élite dirigente no vaciló, en 1927, en precipitar la renuncia de su embajador en Washington, Miguel Cruchaga, partidario principista del arbitraje, a fin de apurar el tránsito al trato directo antes que fuera

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demasiado tarde (Ibid., p. 155 y 156).

La diplomacia peruana había experimentado por más de treinta años el sabor amargo de la frustración y de los esfuerzos estériles. En más de un ocasión llegó a perder la brújula por falta de firmeza en la decisión y entereza moral en la más alta magistratura, como lo atestiguan el infausto Tratado García-Herrera y el acuerdo telegráfico Huneeus-Varela. Amparado en la solidez de sus argumentos jurídicos y morales, pero consciente de las limitaciones del poderío militar, Torre Tagle nunca dejó de reclamar la devolución de las provincias cautivas o, en su defecto, la realización de un proceso plebiscitario imparcial. Mas, este enfoque del todo o nada a causa de la imposibilidad material de recuperar esos territorios por la fuerza, sólo trajo sinsabores, desplantes y la virtual fosilización del statu quo, que era precisamente lo que más convenía a Chile.

Ahora bien, la disputa territorial con Chile, agudizada desde el 28 de marzo de 1894, no fue un hecho aislado en nuestra historia diplomática de límites. Todo lo contrario. A resultas del peligroso debilitamiento que sufrió el Perú con la guerra del 79, la diplomacia peruana tuvo que hacer frente, en forma simultánea, a una guerra diplomática infructuosa con los países vecinos, la misma que no ha sido, infortunadamente, contada en toda su dimensión debido a esa visión compartimentalizada de la problemática limítrofe del Perú, concebida desde una perspectiva diacrónica. Dicho en otras palabras, mientras que se luchaba con tesón por la recuperación de Tacna y Arica, en todo ese tiempo, sin darse tregua, la diplomacia peruana también libró una lucha desigual para definir las fronteras con Bolivia, Brasil, Colombia y Ecuador. Conflicto asimétrico de carácter sincrónico que prevaleció por más de 20 años y que informó inexorablemente de la suerte del diferendo territorial con Chile. No fue una casualidad que el tratado definitivo de límites con este país se concluyera en 1929. Lo impensable hubiese sido que fuera el primero, el segundo o hasta el tercer acuerdo de fronteras. Por darse la ocupación de hecho del territorio peruano, a diferencia de las otras disputas territoriales, fue menester zanjar, primero, las diferencias territoriales con algunos de ellos, antes de abocarse resueltamente a recuperar, por lo menos, una parte del territorio cautivo.

Nunca se ha dicho de manera suficiente que el Perú entró al siglo XX sin ningún arreglo definitivo de fronteras y escapando de la bancarrota. Denostar, pues, a Leguía en estas condiciones, sin reparar en la responsabilidad que le cupo, en todo caso, a sus predecesores por ese estado deplorable de cosas, es algo incomprensible, hoy en día, a menos que haya más de un interesado en vertebrar una historia al revés, encubriéndola con un chivo expiatorio.

Tras el desastre de la guerra con Chile, los sucesivos gobiernos peruanos recurrieron en las controversias con sus vecinos a las apaciguadoras opciones del modus vivendi y del statu quo, o al arbitraje, ya sea de derecho o de equidad, o a ambos. Era explicable esa proclividad a la indefinición fronteriza tous azimuts. Pero, ella no dejó de ser perniciosa porque pospuso sine die las verdaderas soluciones, confundiéndose en más de una oportunidad con el renunciamiento y el inmovilismo "fruto de la incapacidad para querer y la falta de valor moral para resolver", como decía Leguía.

Los detractores de Leguía suelen olvidar que en más de una oportunidad Ecuador y

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Colombia actuaron en concierto para imponerle al Perú una delimitación en la parte nororiental. Sin ir muy lejos, meses antes que el presidente Leguía asumiera el poder, en julio de 1908, la Cancillería peruana tuvo conocimiento por su Legación en Quito que el supuesto tratado de límites que venían de suscribir el Ecuador y Colombia establecía que la línea de frontera entre ambos países seguiría el divortium aquarum de los ríos Ñapo y Putumayo, yendo a buscar el origen del Ambiyacu (Ampiyacu), para continuar por el curso de éste hasta su confluencia con el Amazonas y luego de este último hasta la frontera con Brasil (una versión perfeccionada de este trazo fronterizo lo constituyó el tratado colombo-ecuatoriano de 1916). Y, apenas, un mes después de haber asumido Leguía el mando, en octubre de 1908, el ministro plenipotenciario Osma informó desde Madrid que acababa de llegar a esa ciudad el señor Bentacourt, en calidad de enviado especial del Gobierno colombiano, con el objeto de interponer la personería de Colombia en el arbitraje peruano-ecuatoriano. Todo esto en medio de una agresiva chilenización de las provincias de Tacna y Arica, de las secuelas del combate entre peruanos y colombianos en la zona del Putumayo a comienzos de 1908, del conato de golpe de Estado en el Perú a fines de mayo de 1909, del rechazo de Bolivia al laudo arbitral del presidente argentino y del riesgo inminente de guerra con el Ecuador en 1910 (tras fracasar el arbitraje del Rey de España), acicateado por Chile mediante el envió a Guayaquil de una gran cantidad de elementos bélicos en el vapor "Maulín", convenientemente escoltado por el crucero "General Baquedano".

La conclusión de los tratados de límites con Brasil y Bolivia, en menos de tres semanas, entre el 29 de agosto y el 17 de setiembre de 1909, fue el turning point de ese dominó limítrofe imaginado con clarividencia por Leguía para definir las fronteras de la República. Siempre supo que ésa no sería una tarea grata. Por eso la habían rehuido sus predecesores, más proclives a hacerse cargo de lo contingente, por lo mismo que, quizás, les aterró ocuparse de la historia. Pero persistió con la tenacidad propia de un iluminado, obsesionado como estaba por darle "piel" al Perú. Así, el tratado de límites con el Brasil no fue fruto de la casualidad. Fue negociado en menos de diez días, en momentos que el Perú hacía frente a una amenaza de guerra con Bolivia, y cuyo efecto catalítico inmediato fue la transacción honrosa con este país.

En una carta personal que le enviara, el 2 de mayo de 1909, al ministro plenipotenciario Hernán Velarde que venía de asumir nuestra Legación en Río de Janeiro, el presidente Leguía le dijo : "En cuanto a la cuestión peruano-brasilera, mi opinión es que se debe gestionar y celebrar un acuerdo directo, con prescindencia de toda intervención extraña, siempre que con él pongamos término decisivo a la cuestión y ganemos la permanente amistad con el Brasil". Y luego de concluirse ese tratado de límites, en otra carta fechada el 27 de junio de 1910, el presidente Leguía le manifestó al mismo plenipotenciario peruano: "Hay motivo fundado para congratularse por el éxito de nuestras negociaciones de límites con el Brasil...(se ha) conseguido la suscripción de ese tratado en momentos en que la situación internacional era (para el Perú) por demás delicada y compleja...".

De vuelta al poder en 1919, Leguía rompió magistralmente la crónica complicidad colombo-ecuatoriana, exacerbada por Chile, mediante el Tratado Salomón-Lozano de 1922, que si bien reconoció a Colombia el triángulo de Leticia, hizo ganar al Perú el triángulo de Sucumbios, estratégicamente ubicado en la margen occidental del

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Putumayo, lo que permitió a nuestro país encerrar, virtualmente, al Ecuador en su vertiente oriental. Los caucheros peruanos con intereses en la margen opuesta del Putumayo, cuyas atrocidades cometidas se olvidan sospechosamente, gritaron sin rubor traición; miopes como posiblemente lo estuvieron para no ver o no querer ver los apremios que pasaba la República ante el esperado arbitraje sobre la provincias cautivas y la renuencia del Ecuador para negociar en forma definitiva su frontera con el Perú. Por eso, no es ninguna coincidencia que el Protocolo Castro Oyanguren-Ponce de 1924 tuviera lugar después de haberse concluido el Tratado Salomón-Lozano. Como tampoco es ninguna coincidencia que el arreglo limítrofe con Chile haya precedido al del Ecuador.

Vistos retrospectivamente los primeros cincuenta años de este siglo, parece improbable que otra estrategia negociadora, distinta a la secuencia Brasil, Bolivia, Colombia y Chile, hubiese sido más exitosa.

Manuel Prado realizó el logro histórico de fijar, en 1942, la línea de frontera con el Ecuador a expensas de una costosa guerra y, lo que es peor, de ceder territorio. Ese estratégico triángulo de Sucumbios que obtuvo Leguía a cambio de dejar Leticia en territorio colombiano, tuvo que ser cedido al Ecuador, junto con el triángulo de Güepí y el del Napo-Aguarico y Zancudo, a pesar de tener el Perú un ejército victorioso; por lo mismo que la guerra no da derechos y porque un tratado de límites, para ser válido, requiere de la voluntad consensual de las dos partes. El acierto histórico de Prado estuvo, precisamente, en haber comprendido que si se quería la paz y una línea de frontera jurídicamente incuestionable, era menester hacer concesiones aun a costa del triunfo militar. Y si esto ocurrió con Prado, que sólo tuvo como tarea cerrar la única frontera que quedaba por delimitar, es de imaginar la tarea hercúlea que tuvo que afrontar el presidente Leguía para fijar en forma definitiva los límites del Perú con el Brasil, Bolivia, Colombia y Chile.

Chile entró a la negociación directa con el Perú con una serie de ventajas. En primer lugar, éste fue el terreno que escogió a fin de recuperarse de la derrota diplomática que significó el fracaso del plebiscito por hechos que le eran imputables. De esta manera, como dijo el embajador chileno en Washington, Carlos Dávila, Chile logró su "revancha" (Ríos: Op. cit. p. 197). En segundo lugar, Chile tenía la ventaja física que daban los hechos consumados, tanto por seguir ocupando esas provincias y parte de Tarata y Chucuito, cuanto porque la división territorial ya estaba preconfigurada con el trazo hecho en 1909 del ferrocarril Arica-La Paz. Por último, contó inicialmente con el apoyo de los Estados Unidos, ganado como estaba el Departamento de Estado a la tesis de la partija.

Como contrapartida, Chile tuvo al frente, durante toda la negociación, a un político tenaz y muy intuitivo, pero humano al fin de cuentas, que con una idea concreta del Perú y de su futuro asumió solo el riesgo de liquidar ese punzante remanente del Tratado de Ancón, aun a costa de despertar las iras santas de sus enemigos políticos. Nos referimos al presidente Leguía, quien confió más en su patriotismo y en el juicio de la historia que en los pírricos beneficios que siempre deja a los que no miran lejos, el postergar o soslayar lo esencial.

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Menudo, con 50 kilogramos de peso y 65 años de edad, Augusto B. Leguía vivía por esos años aquejado de un cáncer a la próstata y por la obsesión de modernizar al Perú. "Dejaré a este país sobre rieles", solía decir. Sin embargo, su Gobierno confrontaba una difícil situación económica interna, debido a la caída de los precios internacionales de las materias primas, la inestabilidad de la libra peruana y los apremios de los acreedores. Impresionaba a tirios y troyanos su proverbial dinamismo, aderezado con su temperamento pausado y una sobriedad refinada. Atento y ameno en el trato social, era admirado por su grandilocuente verbo y su laboriosidad infatigable. Es cierto que introdujo autocráticamente al Perú en el siglo XX; pero también impidió su "polonización", asumiendo en la soledad del poder la responsabilidad histórica de darle al Perú cuatro de sus cinco fronteras, con lo cual hizo posible el Protocolo de Río de Janeiro en 1942.

Suscrito el Tratado de 1929, no fue por cierto el Perú el gran ganador, puesto que se perdió definitivamente Arica. Pero, tampoco fue el gran perdedor. Para Chile, el Tratado de 1929 significó el fin de un quemante problema, logrando retener Arica a cambio de sujetarla a una serie de servidumbres. El Perú pudo recuperar más de 7,000 kilómetros cuadrados sin disparar una sola bala ni movilizar legiones de jóvenes provincianos hacia el sur, aparte de conservar una presencia en Arica por la vía de los establecimientos y zonas donde su comercio de tránsito está llamado a gozar de la independencia propia del más amplio puerto libre. Que esto último no fuera todavía una realidad tangible, en diciembre de 1988, tal como los negociadores lo contemplaron en 1929, es algo que habría que cargar en el pasivo del teniente coronel Sánchez Cerro y de quienes le sucedieron en el poder, en vez de zaherir a quien recuperó Tacna.

Leguía entró a la negociación a sabiendas que era el terreno escogido por la otra parte para acabar con este cincuentenario litigio. Lo más probable es que no haya estado dispuesto a resolver ese diferendo a cualquier precio. Pero, al final, tuvo que contentarse con el menor de los males, dejando "a los profesionales de la guerra la recuperación de Arica", como le dijo exaltado a la señora Larrivieri, según el testimonio de su hija Carmen, luego de una conversación decisiva que sostuvo en el Palacio de Gobierno con el embajador estadounidense en Lima, Alexander Moore, en marzo de 1929.

Y decimos que el Tratado de 1929 fue el menor de los males, porque pudo haber sido peor para el Perú que se dejara escapar esa oportunidad, refugiándose en la posición extremista e intransigente del todo o nada sistemático. Que después, una vez derrocado Leguía, se haya caído en interpretaciones negligentes o estrechas en lo que atañe, particularmente, a las facilidades propias de puerto libre para el comercio peruano de tránsito en Arica, confirma lejos de debilitar esa conclusión y es, tal vez, un buen ejemplo del daño institucional que casi siempre ha causado la solución de continuidad impuesta por los golpes de Estado.

La "Convención de Tránsito de Mercancías y Equipajes entre Tacna y Arica", de 31 de diciembre de 1930, negociada en Lima por el mismísimo Ríos, esta vez como embajador de su país, con el coronel E. Montagne, desinformado probablemente de las vicisitudes de la negociación que venía de concluirse y de los entendimientos

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complementarios inherentes a las principales cláusulas del Tratado de 1929, introdujo con carácter interino caprichosas interpretaciones al alcance del artículo quinto, a vista y paciencia de los acerbos críticos de la diplomacia de Leguía, entre los que se contaba Pedro Ugarteche, que siempre dejaron que el presente se les escape.

Corrobora lo anterior la respuesta que diera, apenas cuatro meses antes, el 16 de agosto de 1930, el entonces canciller peruano Dr. Pedro M. Oliveira, a una consulta epistolar que le hiciera el diputado nacional por Tacna, Roberto Mac Lean Estenós. En esa ocasión la interpretación de Oliveira sobre una cuestión que le estaba relacionada fue distinta, subrayando, entre otras cosas, lo siguiente: "El ferrocarril de Arica a Tacna es una empresa sujeta exclusivamente, en su personal y material, a las leyes peruanas.... y cualquiera sección intermedia que atraviese territorio chileno debe considerarse, según el tratado del 3 de junio de 1929, como si lo hiciera por territorio peruano... y mientras se construyan y terminen esas obras (conforme al artículo quinto), el Perú goza de los mismos derechos sirviéndose del recinto que, en el muelle del ferrocarril de Arica a La Paz, se ha reservado para el ferrocarril de Arica a Tacna... Sobre la parte del territorio chileno que resulte atravesada por el ferrocarril a Tacna, Chile ha constituido, por el artículo séptimo del mencionado tratado, el derecho más amplio de servidumbre en favor del Perú, lo que permite mantener, sin solución de continuidad, el vigor de las leyes peruanas en esa sección de la línea férrea".

Podría argumentarse que el Tratado de 1929 no ha hecho más que consolidar una paz frustrante en el sur, al haber puesto punto final a la aspiración irredenta de soñar en grande o de acariciar el gran sueño nacional de la revancha, refundido tímida y apasionadamente en la soledad de los corazones. Pero no se ve por qué la búsqueda del destino del Perú como república, que unifique nuestra esencia multinacional, tenga que estar, necesariamente, anclada en la resignación estoica que condensa el amargo desasosiego del despojo o en el militarismo a ultranza.

Es bueno saber que el presidente Leguía no tuvo otra alternativa en 1929, como tampoco la tuvo en 1922 con el Tratado Salomón-Lozano acosado por Chile y Ecuador, ni en 1909 cuando el arreglo definitivo con el Brasil jugó en favor del arreglo con Bolivia. Y decimos que no tuvo otra alternativa, porque el Perú todos esos años no solamente no fue una potencia militar; sino que careció de los medios para serlo en el mediano plazo, no obstante el intento que hizo el primer mandatario con ese propósito.

El jefe de la Misión Militar francesa en el Perú, general E. Pellegrin, en carta personal manuscrita que enviara al presidente Leguía el 30 de julio de 1923, sostuvo sin eufemismos que "si el Gobierno sabe que puede disponer de un ejército fuerte, sólido y bien organizado, sus negociaciones diplomáticas podrán presentar un carácter más enérgico que si no tiene para apoyarlas sino un ejército débil. En el primer caso, podrá sostener sus pretensiones hasta llegar a la guerra, mientras que en el segundo caso estará casi siempre obligado a sufrir la ley de su adversario... Deber mío es pues, lo repito, hacer conocer a U. con toda franqueza, mi opinión a este respecto. Esta opinión es claramente desfavorable. En su estado actual, el ejército es incapaz de hacer la guerra... El mal es muy grande; pero no irremediable. Su curación necesita tiempo dinero y voluntad" (N. de R.: subrayado en el original).

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Cuatro años más tarde, el 27 de junio de 1927, el consultor del Ministerio de Guerra, general W. von Faupel, puntualizó, en un memorándum, lo siguiente: "Si se estudia la situación del país con un claro criterio político-estratégico, entonces se reconoce que nuestra situación es más peligrosa que la de cualquier otro país sudamericano... nuestra Marina es de seis a nueve veces inferior a la chilena que, en caso de guerra, tendrá el dominio más absoluto del mar, no disponemos ni de un ferrocarril ni de carreteras que permitan el transporte de tropas del centro al norte o al sur o viceversa... Por eso sería muy justificado que el Perú tenga un ejército especialmente fuerte. Pero sucede lo contrario; nuestro ejército en relación al número de habitantes, es uno de los más débiles...". El mismo general von Faupel dijo un día antes, en otro memorándum, que en la Escuela de Aviación reinaba "la desorientación completa sobre la instrucción, organización, administración y disciplina".

En fin, el 14 de diciembre de 1928, en el memorándum confidencial que dirigiera el asesor técnico, coronel R.C. Moore, al jefe del Estado Mayor de la Marina, aquél precisó que Chile tenía en ese momento "un acorazado (1914), cuatro cruceros acorazados (1888-1896), tres cruceros protegidos (1888-1896), seis submarinos (1915-1917), tres submarinos mandados últimamente a construir, cinco destructores (1911-1915), seis nuevos destructores en construcción, un carbonero para la escuadra y dos transportes, además de siete buques mercantes y siete pequeños guardacostas", obviamente con fuerza aérea y fuerzas terrestres más fuertes. En contraste, la flota peruana constaba de "dos cruceros (1906), un destructor (1909), cuatro submarinos (1927-1928), un buque madre para submarinos (1880) y seis buques mercantes". Además, agregaba que "ni la fuerza aérea ni las fuerzas terrestres pueden hacer frente virtualmente a las fuerzas de (Chile)." Por eso, casi contemporáneamente, hizo una propuesta para artillar el Callao con defensas móviles.

El estado precario de la Marina peruana no era, por cierto, desconocido en Chile. A mayor abundamiento, en un momento delicado de la negociación, el embajador Elguera dio cuenta de un comentario en ese sentido, en una carta que enviara al presidente Leguía, con fecha 23 de abril de 1929. "El almirante Howe, ex jefe de la Misión Naval norteamericana llegó a Valparaíso el sábado último y en el mismo día hizo declaraciones... Manifestó a la prensa que la Marina peruana es únicamente una escuela de estudios para los marinos del país. Que la escuadra es vieja y muy reducida en comparación con la de Chile".

Así pues, sin poderío militar, no le quedaba al Perú otro camino que el de contemporizar en vez de postergar una solución sin objetivo fijo, con la desventaja adicional de que el tiempo jugaba en su contra. Claro que el presidente Leguía pudo, eventualmente, haber conseguido mejores términos, por lo mismo que la posición jurídica del Perú era sólida; pero él escogió contemporizar con el enemigo de ayer, quizás porque a fuerza de sufrir en el poder llegó a convencerse que no era posible convertir "cada anhelo del alma en una realidad de la vida", y porque no se podían "transformar los sueños del patriota en las soluciones del gobernante", como él mismo lo confesara en su mensaje al Congreso Nacional el 26 de junio de 1929, a donde concurrió personalmente no tanto para recomendar la aprobación del Tratado de 1929; "sino para asumir resueltamente ante la historia, (’sin atenuación’), la responsabilidad de su celebración".

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Sus enemigos políticos, qué duda cabe, no le dieron tregua ni antes ni después. Ni Víctor Andrés Belaunde, quien solía decir que "en el Perú para tener fama hay que ser engolado", pudo hacer un enjuiciamiento imparcial (Véase Obras Completas, III La Realidad Nacional, p. 198 y ss.). Y es que, confundida la oposición en sus sentimientos, como siempre ocurre cuando se actúa movido por motivaciones personales, cayó en el error de juzgar tolomeicamente a Leguía, en función de lo que a esa oposición le acontecía en su derredor, sin ponderar desapasionadamente la interrelación de lo doméstico con el mundo exterior. No es de sorprender, pues, que Leguía fuera calificado de reo de lesa patria o acusado de no adoptar una solución bélica "por miedo". Uno de los más cáusticos fue el periódico "La República" de entonces, tenaz opositor, que un año antes llamó al "dictador" cobarde, por no ir a la guerra. No se quería ver que abstenerse o no hacer nada para no equivocarse, era peor por esa ironía que había hecho del statu quo un aliado privilegiado de Chile.

La guerra del 79 dejó una honda huella de frustración e impotencia en la conciencia nacional. No era para menos. El país fue vejado y, lo que es peor, se hizo escarnio de los derechos del vencido en la derrota. Esto último, lejos de ser una opinión de nuestros días, fue vertido hace más de un siglo por un testigo insospechado, el cónsul estadounidense en Lima S.A. Hurlbut, en un memorándum, de fecha 23 de agosto de 1881, que enviara al jefe militar de la ocupación chilena en Lima, contralmirante P. Lynch. En ese valioso documento que hoy traemos de vuelta a la actualidad, Mr. Hurlbut decía lo siguiente:

"...Cuando ha cesado la resistencia organizada y respetable, el estado de guerra debe cesar... una paz inmediata es de necesidad para la existencia del Perú como nación... Debo constatar también que así como los Estados Unidos reconocen todos los derechos que adquiere un conquistador bajo el imperio de los principios que rigen a la guerra civilizada, ellos no aprueban la guerra con el propósito de engrandecimiento territorial, ni tampoco la desmembración violenta de una nación, a no ser como un último recurso y en circunstancias extremas. Como nunca ha existido una cuestión de límites entre el Perú y Chile, y por tanto no hay entre ellos fronteras que arreglar, y como Chile ha repetido pública y oficialmente que no tiene ningún propósito o designio de hacer anexión forzosa de territorio, abrigamos la opinión clara de que por ahora una actitud semejante no se armonizaría con la dignidad y fe pública de Chile, que sería desastrosa para la tranquilidad futura de ambos países y que engendraría una seria enemistad que constantemente tendría a manifestarse por disturbios. Los Estados Unidos conceden como un principio de derecho público que Chile tiene derecho (bajo el imperio de la ley de guerra) a una indemnización completa por los gastos de guerra, y que el Perú debe pagar esa indemnización según se convenga entre las partes... Pero también participamos claramente de la opinión que el Perú debe tener la oportunidad para discutir amplia y libremente las condiciones de paz, para poder ofrecer una indemnización que se considere satisfactoria, y que es contrario a los principios que deben prevalecer entre naciones ilustradas exigir desde luego y como un sine qua non (N. de R.: subrayado en el original) de paz, la transferencia de territorio indudablemente peruano, a la jurisdicción de Chile, sin manifestarse primeramente la inhabilidad o falta de voluntad del Perú para pagar indemnización en alguna otra forma. Un proceder semejante de parte de Chile se encontrará con

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decidido disfavor de la parte de los Estados Unidos... Somos, en consecuencia, de opinión que el acto de la captura de territorio peruano y la anexión del mismo a Chile, ya sea que se haga por fuerzas superiores o ya sea que se imponga como una condición imperativa para la cesación de las hostilidades, se halla en contradicción manifiesta con las declaraciones que previamente ha hecho Chile acerca de semejantes propósitos, y que con justicia se mirarían por las otras naciones como una prueba de que Chile ha entrado por el camino de la agresión y de la conquista con la mira de engrandecimiento territorial."

Lamentablemente, los temores del cónsul S.A. Hurlbut que sólo se referían a Tarapacá, se hicieron dos años después realidad en peor forma, con el cautiverio adicional de Arica y Tacna y una parte de Tarata y Chucuito, ante la impávida resignación de Iglesias, subvencionado económicamente por los invasores, y con un país, literalmente, en bancarrota. Para colmo de males, la suerte del Perú ya no la alcanzó a ver el propio Hurlbut, quien murió víctima de una pulmonía el 27 de marzo de 1882, en fecha casi coincidente con la del asesinato, a manos de un orate, del presidente norteamericano Garfield, un simpatizante declarado de nuestra causa.

Ni el Perú ni su élite dirigente han podido sacudirse de ese trauma de lesa nación que significó el dolor y la humillación que, por muchos años, padecieron los peruanos y peruanas de Tarapacá, Arica y Tacna. Condenados a la resistencia heroica y pasiva a fin de sobrevivir y no ser expulsados, tuvieron que vivir su peruanidad en lo íntimo de su ser, sin estar siempre seguros de que Lima vendría a su rescate.

No existe en la historia de la América Latina un episodio tan flagrante de hostigamiento, vejamen y terror como el que sufrieron nuestros compatriotas en esos territorios ocupados. Y esto es bueno recordarlo si se quiere exorcizar, de una vez por todas, los fantasmas que se oponen a la integración regional, exactamente igual como ha sucedido en la Unión Europea, donde nunca se ha encubierto, ni siquiera en la misma Alemania, los crímenes de lesa humanidad cometidos por los nazis.

Como muy bien lo señalara el general John J. Pershing en el informe que presentó a la Comisión Plebiscitaria, en octubre de 1925, "...la investigación de las quejas por actos considerados en conjunto o parcialmente, demuestran indudablemente la existencia en el territorio de Tacna y Arica de una política organizada de intimidación y coacción que hace imposible para los peruanos la libertad de pensamiento y acción... el temor revelado, generalmente, por los peruanos es prueba concluyente de que no existe la atmósfera apropiada para un plebiscito libre... se amenazó a los peruanos, algunas veces, hasta con la muerte, para que no hablaran con los norteamericanos... muchos de ellos pidieron que se les dieran garantías de que no serían castigados por hablar con nuestros investigadores...".

Planteadas de esa manera las cosas, no debería sorprender a nadie que Ríos evitara levantar esos cargos deshonrosos, y sólo se limitara en su maduro recuento a acusar sin pruebas a los generales Pershing y Lassiter de "cierta inclinación en favor del Perú" (Ibid, p. 150), o que se lamentara de que "...en Arica los generales Pershing y Lassiter habían condenado la conducta de Chile, y ahora el general Morrow (presidente de la Comisión Especial de Límites) con sus resoluciones se sumaba a

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ellos" (Ibid. p. 127). Sin duda, carecía ya de interés para él detenerse en esos episodios treinta años después.

Por eso en la citación que hizo Ríos de un cablegrama cursado a su embajador en Washington en marzo de 1928, trajo a colación lo siguiente: "Ahora bien, liquidada la cuestión de Tarata, sería conveniente y ventajoso que el arbitro, junto con dejar olvidada la gestión de 1921, recomendara a los litigantes reanudar sus relaciones diplomáticas... El infrascrito sustenta viva fe en la posibilidad de un triunfo diplomático sobre el Perú, si interviene el consejo del arbitro en el sentido... indicado" (Ibid. p. 185). Y como ese triunfo diplomático no fue total, tuvo que adornarlo en las últimas páginas de su libro con la tesis de las concesiones recíprocas: "Los pactos (de) 1929 pusieron fin honroso, con sacrificios territoriales comunes (sic), a una disputa estéril de medio siglo" (Ibid. p. 434). Tesis que, por supuesto, ningún peruano se la ha creído, porque fue el Perú el que perdió definitivamente Arica.

Dicho lo anterior, no es fácil coincidir con el destacado historiador J. Basadre cuando, poco familiarizado, al parecer, con la versión de Ríos al momento de escribir el volumen correspondiente de su Historia de la República, dijo con cierta indulgencia, refiriéndose a Chile, que "bien pudo no hacer nada o plantear fórmulas imposibles y dejar que el tiempo terminara de consolidar el estado posesorio sobre el territorio en disputa... Ni el presidente Ibáñez ni su canciller Conrado Ríos Gallardo, escogieron esa política, buscaron con previsión y valor moral la rehabilitación de Chile... para ello sacrificaron Tacna ("sin importancia estratégica’) y un poco de dinero..., y cubrieron con un título jurídico la chilenización de Arica" (Vol. 13, Sexta Edición, p. 172 y 173).

Y decimos que no es fácil coincidir, por cuanto como el mismo Ríos lo reconoció en su testimonio personal, esas negociaciones directas cambiaron el curso de los acontecimientos frente a los riesgos que entrañaba para Chile la Comisión Plebiscitaria y la Comisión Especial de Límites. Ergo, antes que una política de rehabilitación, fue más bien una política obligada de transacción la que buscó Chile, devolviendo gran parte de Tacna y Tarata a cambio de retener Arica y algo más, como veremos más adelante. Y si Basadre tuvo razón, dicha rehabilitación de Chile habría sido a medias. Primero, porque la división territorial no fue del todo equitativa a causa de la casi cincuentenaria política de hechos consumados. Segundo, porque los amplios derechos de servidumbre que le concedió al Perú como parte del marchandage que le permitió retener Arica y su puerto, han sufrido posteriormente menoscabo en más de un caso a través de medidas unilaterales. Finalmente, porque al prolongar el incumplimiento de una cláusula fundamental, sin la cual hubiese sido imposible concluir el Tratado de 1929, como es el artículo quinto, no es precisamente persistiendo en la práctica de los hechos consumados como mejor se responde a la justicia y al derecho.

En su obra otoñal La vida y la historia, Basadre confirmó esa percepción políticamente sesgada del Tratado de 1929 al incluir un recuento de la negociación Leguía-Figueroa Larraín basado, casi exclusivamente, en el testimonio proporcionado por Ríos (Op. cit. p. 408 y ss.). Hecho extraño en quien, se supone, siempre se cuidó de hacer enjuiciamientos históricos con la más escrupulosa ecuanimidad.

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La finalidad de la independencia propia del más amplio puerto libre y la ubicación de los establecimientos y zonas que Chile con tal fin debe conceder al Perú, se dieron en 1929 dentro de un marco geográfico localizado de la bahía de Arica, el cual tuvo que permanecer tal cual, hasta cumplirse con el tratado a plena satisfacción del Perú. Desde el momento que el proyecto de remozamiento del puerto de Arica pasó a ser parte del compromiso que permitió la conclusión del Tratado de 1929, el plano de esas obras portuarias que el Gobierno chileno hizo llegar al presidente Leguía el 23 de abril de 1929, debió haber sido respetado a cabalidad. Y si ahora existe una situación geográfica distinta e irreversible, lo que no podría soslayarse es el espíritu de ese entendimiento al que llegó el mandatario peruano con el embajador Figueroa, en lo atinente al carácter integrado del malecón de atraque peruano para vapores de calado con la zona aduanera y la estación del ferrocarril a Tacna.

Si hay algo útil en la convención del 31 de diciembre de 1930, es justamente la parcial confirmación que en ella se hizo del contexto geográfico que prevaleció en el puerto de Arica en 1929. En efecto, en el plano adjunto a dicho instrumento bilateral, colindante con el mar, se definió con claridad meridiana la zona peruana para los efectos de que "el comercio de tránsito del Perú (goce) de la independencia propia del más amplio puerto libre", al que una correcta implementación del artículo quinto debería sumar el malecón de atraque. Ámbito espacial que no puede ser distorsionado en la ejecución definitiva de la cláusula portuaria.

En las siguientes páginas nos proponemos hacer, en primer lugar, un recuento de los principales antecedentes históricos vinculados a la suerte de las provincias cautivas de Tacna y Arica. La visión que se tratará de ofrecer es sincrónica, presentando los hechos históricos en su interrelación de causa y efecto. A continuación se buscará reconstruir la negociación propiamente dicha del tratado en sus diferentes etapas, con base en testimonios múltiples, incluidos en menor medida los del presidente Leguía, por ser escasos. Por último, haremos un examen de las diferentes disposiciones del Tratado de 1929 y de su Protocolo Complementario, teniendo en cuenta algunos mapas y planos de la época. La conclusión que fluirá de este examen, con fuentes de primera mano, es que hasta el momento de terminar este libro la rehabilitación de Chile seguía aún pendiente; pero era de poca monta el impasse si hay voluntad política de no esquilmar aún más los derechos del Perú.

No podríamos concluir esta nota introductoria sin dejar antes constancia de nuestro homenaje al presidente Leguía, sin duda el hombre del siglo XX en el Perú y el gran estadista del Perú republicano. No exento de defectos como todo ser humano, este patriota tuvo el coraje de asumir la responsabilidad histórica de dar cuatro de las cinco fronteras al Perú, haciendo posible el Protocolo de Río de Janeiro de 1942. Es cierto que las cosas pudieron haber salido algo mejor si su tenacidad y patriotismo hubiesen sido combinados con cierta dosis de apertura y tolerancia. Pero prefirió la soledad y el gambling, como turfman consumado que era, en las decisiones supremas, convencido como lo estaba de que, a la larga, el juicio de la historia no le sería adverso. En todo caso, su muerte oprobiosa después de vivir el infierno en las mazmorras del Panóptico, no tiene paralelo con ningún presidente peruano y lo dignifica, en grado extremo, porque pudo haber escogido la frívola alternativa del destierro. Hoy en día, sigue siendo un baldón para la Nación el no haber reivindicado en forma definitiva la

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figura de Leguía. No sólo ha sido el peruano que más hecho por darle sentido concreto, y en el mapa, al Perú como república; sino que con Leguía entró la modernidad al Perú de la mano con la integración nacional.

No podemos soslayar por más tiempo, asimismo, el reconocimiento que le debe el Perú a peruanos destacados como Melitón Porras, Hernán Velarde, Solón Polo, Víctor Maúrtua, Manuel de Freyre Santander, Alberto Salomón, César Elguera y el coronel Oscar H. Ordóñez, entre otros, amén de tantos probos funcionarios de Torre Tagle que dedicaron muchos años de su vida a luchar, en el anonimato de una oficina, por la causa territorial del país, al igual que decenas de oficiales y soldados cuya presencia en los confines fronterizos del Perú insufló vida al enhiesto bicolor nacional. Aun cuando no parece ser tan frecuente en este fin de siglo recordar a tanto patriota a carta cabal, sí constituye un imperativo poner en relieve para la posteridad su legado de integridad, experiencia y perseverancia.

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Principios Juridicos

La República del Perú surgió a la vida independiente, teniendo como fundamento histórico los pueblos y territorios que en el momento de la independencia formaban el Virreinato del Perú. Dos principios jurídicos sirven de sustento a este hecho grandioso que se ha denominado la constitución inicial del Perú independiente: El Principio de Uti-Possidetis y el de Libre Determinación.

Los nuevos Estados americanos que nacieron a la independencia decidieron fijar las fronteras entre sus países basándose en dos principios:

* El principio del Uti-Posidetis. Según el cual cada país debía mantener el territorio que poseían en 1810, fecha en la que se iniciaron las guerras de la independencia.* El principio de la Libre Determinación, el cual dictaba que el principio anterior de posesión, estaba limitado por la libre elección que cualquier pueblo podría hacer acerca del país al cual deseaba pertenecer. Si, por ejemplo, la provincia de Jaén (que pertenecía a Quito) prefería pertenecer al Perú, se debería respetar esta decisión. 

Todo pueblo que rompe sus lazos con la antigua metrópoli dominadora o Estado dominador, tiene el libre derecho de expresar su opinión para constituir su nueva nacionalidad. Este derecho fue ejercido por el pueblo del Perú, como así lo ejercieron los demás pueblos americanos cuando consiguieron el triunfo de la guerra emancipadora. El ejercicio de estos derechos se fundamenta en dos principios jurídicos que han servido de norma para la constitución de los nuevos Estados americanos: EL DE LA LIBRE DETERMINACION DE LOS PUEBLOS o SOBERANIA DE LOS PUEBLOS EMANCIPADOS, para constituir su nacionalidad, y el del UTI POSSIDETIS para la delimitación de su territorio.

El derecho de la Libre Determinación de los pueblos lo ejerció el pueblo del Perú en el momento de liberarse de la dominación española y pasar del virreinato a la República, expresando libremente su determinación de construir una nueva nacionalidad que fue el PERU independiente. Así lo dicen las Actas de independencia de los pueblos de Ica, Tarma, Huánuco, Supe, Trujillo, Lambayeque, Piura, Tumbes, Moyabamba, Jaén, Lima, etc. En realidad, todos los pueblos que integraron el Virreinato del Perú expresaron su voluntad de construir la nación peruana, libre e independiente, con una sola excepción: el de Guayaquil, fue presionado por Bolívar, determinó constituir la Gran Colombia. Caso inverso fue el del pueblo de JAEN de BRACAMOROS que había integrado en los días de la colonia la Audiencia de Quito, en el actual departamento de Cajamarca, hasta que el 4 de junio de 1821, solemnemente pidió formar parte del Perú en todos los aspectos de su vida republicana.

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El derecho de posesión del territorio de las nuevas naciones se fundamenta en el principio del Uti Possidetis. Es la aplicación a la realidad americana de un principio del Derecho Romano en virtud del cual se acordaba por el Pretor la continuación de la posesión hasta la determinación del litigio. La fórmula del Pretor era: uti possidetis, ita possideatis (como poseéis, así poseereís). Aplicado al Derecho Internacional americano, significa que se reconocía a las nuevas naciones el estado posesorio de los territorios que tenían cuando eran colonias. Por acuerdo de los líderes del movimiento emancipador y políticos de estos países, se terminó por aceptar en forma general, que este estado posesorio colonial debía de referirse al momento en que se inicia la lucha por la independencia, esto es, el año de 1810, aunque en casos muy especiales se han referido "al término de la independencia" El principio del Uti Possidetis está subordinado al de la Libre Determinación por el cual se constituyeron las nacionalidades. Casos ha habido en los litigios de límites, en que un Estado ha reclamado absurdamente territorios cuyos habitantes expresaron libremente su voluntad de formar parte de otro Estado. Consentir esto hubiese significado contradecir la obra de los libertadores.

En la aplicación del Uti Possidetis se ha hecho una distinción entre lo que se denomina el Uti Possidetis jure y el Uti Possidetis facto. Según lo primero, los Estados tienen derecho al territorio que les pertenecía en 1810 según los títulos coloniales, es decir según la delimitación hecha por el Rey de España y vigente en 1810. Según lo segundo, los Estados tienen derecho al territorio que ocupaban sus habitantes y no al que señalaban sus títulos.

Frontera con BrazilReseña Historica 

La primera frontera que logró delimitar el Perú fue con el Brasil. La demarcación y determinación de los límites del Perú con el Brasil, tuvieron sus inicios en las discusiones que sostuvieron España y Portugal de los territorios que ocupaban cuando descubrieron América. Estas discusiones fueron sometidas al arbitraje del Papa Alejandro VI, llegándose a firmar el Tratado de San Ildefonso en 1777. Posteriormente Brasil reclamó la caducidad del tratado, que según ellos tenía sólo carácter de preliminar. En el año de 1827 el Perú propuso al Brasil un arreglo de límites, pero fue en 1841 que se firmó un Tratado de Paz, Amistad, Navegación y Comercio. Los firmantes fueron el Ministro peruano don Manuel Ferreyros y el Ministro brasileño Duarte Da Ponte Ribeyro, documento que no fue ratificado, habiéndose suscrito diez años después, el 23 de Octubre de 1851, la CONVENCION FLUVIAL DE COMERCIO Y NAVEGACION que resultó ser también un parcial acuerdo de límites celebrado entre el Ministro de Relaciones Exteriores don Bartolomé Herrera por el Perú y Da Ponte Ribeyro por el Brasil siendo Presidente de la República el General don Rufino Echenique. En dicho documento se consideraron las siguientes cuestiones:

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* El Comercio y en tránsito libre de las mercaderías de ambos países a través de los ríos especialmente el Amazonas.* La prohibición del comercio de esclavos.* La fijación de una línea de fronteras comprendiéndose como bases las riberas de los ríos Tabatinga, Yapurá, en su frecuencia con el Apaporis y el río Yavarí, desde su confluencia con el Amazonas. * El nombramiento de una comisión Mixta con facultad de proponer cambios en los territorios en arreglo. 

Estos acuerdos resultados de la gestión diplomática, fueron atacados duramente porque en ellos se reconocía al Brasil territorios comprendido entre las grandes extensiones de las riberas del río Caquetá y del Amazonas, así como los ribereños de los ríos Apaporis y Tabatinga lo que dio lugar a posteriores replanteamientos.

En cuanto a la libertad completa del Perú a la navegación a todo lo largo del Amazonas y del Brasil en los ríos peruanos, se logró en otra Convención Fluvial que se firmó el 22 de Octubre de 1858.

El auge de la industrialización del caucho, fue en realidad el gran incentivo que determinó a los caucheros brasileños a penetrar en la amazonía peruana, incursionaron en territorios del Alto Yurúa y el Alto Purús, lo que desencadenó manifestaciones violentas entre los caucheros de ambos países. A esta situación se sumó que desde 1898 se habían establecido puestos oficiales del gobierno peruano en esas zonas y frente a ellas, en los lugares más bajos de la selva, oficinas del gobierno del Brasil, que tenía el control de los derechos sobre la venta de la goma, lo que provocó frecuentes rozamientos de diversos grados de intensidad, hasta que en 1904, el Brasil, desconociendo tratados anteriores que permitían a ambos países la libre navegación y el comercio, en un acto de arbitrariedad, prohibió, el 6 de Mayo, el tránsito de armas destinadas al Perú, que llegaban por la vía del Amazonas. Nuestra Cancillería protestó y entre tanto se produjeron acciones bélicas como:

* La acción de armas de Amuheya, en el Alto Yurúa, cuando los brasileños atacaron a la guarnición peruana, pero fueron valerosamente rechazados por los soldados al mando del Sargento Primero Francisco Bartet. * El ataque a la pequeña guarnición peruana del mismo lugar el 4 de Noviembre de 1904, defendida por el Capitán Manuel Ramírez Hurtado; ataque que, por agudizarse la lucha, obligó a intervenir a los representantes diplomáticos, que llegaron a los siguientes planteamientos:

a) El Protocolo Velarde-Río Branco

Llamado así por haberse firmado entre el Ministro Plenipotenciario del Perú en Río, don Hernán Velarde, y el Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, Barón José María da Silva Paranhos de Río Branco, y que dió paso a negociaciones que duraron cinco meses; sin embargo las conversaciones se extendieron hasta la firma del TRATADO DE LIMITES, COMERCIO Y NAVEGACION EN LA CUENCA DEL AMAZONAS, que se firmó el 8 de Setiembre de 1909. Por este documento se consideró:

1.- La ratificación del principio de amplia libertad de tránsito tanto por tierra como por la vía fluvial en los ríos dentro de la zona fronteriza.

2.- El establecimiento de una Comisión Mixta para la demarcación de los límites.

3.- La detención de la carrera expansionista del Brasil, que amenazaba con llegar hasta el Ucayali, tal como lo sostuvo el Ministro de Relaciones Exteriores del Perú don Melitón Porras, cuando tuvo que enfrentarse a las polémicas que se suscitaron por haber reconocido el Perú las posesiones de facto del Brasil.

La determinación definitiva de los límites entre ambos países, estableció la

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demarcación al sur de Yavari y reconoció "el principio de la más alta libertad de tránsito terrestre y navegación fluvial para ambas naciones así como que "los buques peruanos destinados a la navegación en esos ríos comunicaran libremente con el Océano Atlántico por el Amazonas". Según dicho tratado, la frontera al sur de Yavari es la siguiente:

* A partir de la naciente del Yavari, el divortium aquarium o línea divisoria de las aguas entre el Ucayali y el Yurúa, hasta encontrar el paralelo de la boca (desembocadura) del río Breu en el Yurúa (9º24' 42'').* El paralelo de la boca del río Breu y el Breu mismo hasta su cabecera principal (origen).* La línea divisoria de las aguas entre el alto Yurúa, al oeste de las que van para el mismo río al norte, pasando la frontera entre las cabeceras de los ríos Piqueyacu y Tarahuac, hasta encontrar el paralelo de los 10º.* Continua por el paralelo de los 10º hacía el este y por la división de las aguas entre el Río Embira (Brasileño) y el Río Curanja (Peruano), hasta encontrar la naciente, cabecera u origen del río Santa Rosa. * El río Santa Rosa hasta su confluencia con el Purus.* Remonta el río Purus hasta su confluencia con el río Shambuyacu. * El río Shambuyacu hasta su origen, y el meridiano de su nacimiento hasta encontrar el paralelo de los 11º. * Desde el paralelo de los 11º hasta encontrar el origen del río Acre, y por el álveo de este río hasta encontrar el arroyo Yaverija, en donde comienza la frontera con la Bolivia. 

La frontera al sur del Yavari no fue tocada por desconocerse totalmente esas regiones. La frontera que estableció esta Convención al Norte de Tabatinga, ha quedado modificada por el tratado con Colombia en 1922.

Frontera con Bolivia

La segunda frontera que le tocó delimitar al Perú fue con Bolivia, también con este país se produjeron problemas limítrofes que tuvieron relación con el auge del caucho porque reclamaba la pertenencia en las inmediaciones de la cuenca del Purús. A raíz de estos acontecimientos se llevaron a cabo continuas negociaciones diplomáticas, se llegaron a realizar dos tratados; el primero se ocupó de la frontera del lago Titicaca (río Suches) al sur, y el segundo del mismo sitio del norte.

En 1902, entre el 23 de Setiembre y 30 de Diciembre se firmaron los Tratados relativos a la demarcación y otro al arbitraje para el arreglo final de la cuestión de límites. En dichos actos diplomáticos, el Canciller boliviano don Eleodoro Villazón y el Canciller peruano don Felipe Osma firmaron un documento que en lo referente a la demarcación consideraba lo siguiente:

* La división de la frontera de Perú y Bolivia en zona fluvial y en zona terrestre.* La zona terrestre estaba comprendida entre el límite con Chile y el río Suches.

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* La zona fluvial, tenía la comprensión del norte del río Suches, hasta el límite con el Brasil. 

Este último punto fue materia de discusión, ya que Brasil disputaba a Bolivia, la rica zona cauchera, por lo tanto se acordó someterlo al arbitraje de la Argentina, que aceptó. El Perú expuso su alegato por intermedio del distinguido diplomático Dr. Víctor M. Maúrtua, y el 9 de Julio de 1909, la Argentina, en la persona de su Presidente, Dr. Figueroa, hizo pública la expedición del Laudo Arbitral, que no aceptó en su integridad la propuesta peruana en cuestión de demarcación, primando el criterio de equidad.

Como esta resolución no llenaba las aspiraciones expansionistas de Bolivia, fue rechazada; especialmente el pueblo expresó su disgusto mediante manifestaciones que iban contra el Perú y la Argentina, llegando el ambiente a hacerse tan tenso, que Bolivia rompió relaciones diplomáticas con Argentina; además la guerra con el Perú parecía inminente, estando nosotros en difíciles circunstancias internacionales con Chile por la realización del plebiscito de Tacna y Arica.

Afortunadamente no se llegó al extremo de la guerra, reanudándose las conversaciones con la intención de lograr una modificación del laudo arbitral, haciéndose efectivo el 17 de Setiembre de 1909 con la firma del Tratado de Rectificación de Fronteras, en el que actuaron el Ministro Plenipotenciario peruano Dr. Solón Polo y el Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia Dr. Daniel Sánchez Bustamante. Por ese Tratado, que la historia conoce con el nombre de Tratado Polo-Bustamante, se fijaron las fronteras en la siguiente forma:

* La línea de demarcación de fronteras debía partir del lugar en que los límites coincidían con el río Suches.

* Cruzar la línea del lago del mismo nombre y dirigirse por los cerros Palomani-Tranca y Palomani-Kunka, pico de Palomani y cordillera de Yagua Yagua.

* Luego, tomar el rumbo por las cordilleras de Huajra, de Lurini y de Ichocorpa siguiendo la línea de división de aguas entre los 14 grados de latitud sur, para luego avanzar hasta encontrar en el mismo paralelo el río Mosoj-Huaico o Lanza.

* Continuar por el río Lanza hasta su confluencia con el Tambopata, llegando la frontera a encontrarse con la cabecera occidental del río Heath. * Seguir el curso del río Heath aguas abajo, hasta encontrar el río Amarumayu o Madre de Dios. * Desde la confluencia del río Heath con el Madre de Dios, se trazaba una línea geodésica, que partiendo de la boca del Heath, fuera al occidente de la barraca Illampu sobre el río Manuripe, quedando esta propiedad del lado de Bolivia, siguiendo la frontera hacia la confluencia del arroyo Yaverija con el río Acre. * Quedaban de propiedad definitiva y perpetua para Bolivia, todas las tierras situadas al oriente de dichas líneas. * Quedaban de propiedad definitiva y perpetua para el Perú, los territorios al occidente de las mismas. 

En 1910, la situación con Bolivia volvió a tornarse violenta al producirse el combate de Guayabal, a orillas del río Manuripe en la frontera con Bolivia. Allí fue defendida heroicamente hasta la muerte por el Sargento Carlos Zela y el Teniente Alejandro Acevedo. Después de conocido el hecho en Lima, se produjeron manifestaciones, expresando el repudio al acto violatorio de fronteras, causando una crisis política en el Perú; pero al final fue resuelto el conflicto con la firma del Protocolo Leguía y Martínez-Fernandez Alonso, el 30 de Marzo de 1911, actuando como representantes de ambos países, el Ministro de Relaciones peruano don Germán Leguía y Martínez y el Ministro boliviano don Severo Fernández Alonso. Mediante este documento, se consideró:

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* La resolución de dificultades que podrían derivarse de la realización del Tratado de Límites de 1909. * El mutuo acuerdo, para someter las diferencias que se derivaron del incidente de Guayabal, al arbitraje del Tribunal Internacional de La Haya. 

Del río Suches hacia el Sur, la frontera de acuerdo al Tratado de 1902 (y al Protocolo de 2 de Junio de 1925) es la siguiente:

* De la confluencia del arroyo Pachasili con el río Suches, continúa la frontera hasta la bahía de Coccahui, en el Lago Titicaca.* Una línea irregular que atraviesa el Lago Titicaca y la Península de Copacabana hasta el Desaguadero. (Aquí hubo necesidad de un acuerdo rectificatorio que se firmó en La Paz el 15 de Enero de 1932).* Continúa por una línea estipulada según la tradicional propiedad de las comunidades de uno y otro país, hasta la confluencia del río Maure con el Ancomarca, en donde principiaba la frontera de los territorios entonces ocupados por Chile. Entre la mencionada confluencia y el actual término de la frontera con Chile, no existe frontera establecida por tratados sino una de facto. 

Frontera con Colombia

Después de los problemas surgidos con Colombia en el siglo pasado, volvieron a surgir discrepancias con este país cuando colaboró con el Ecuador para frustrar el arbitraje del Rey de España, en el litigio que manteníamos con el gobierno ecuatoriano. Para solucionar estos nuevos problemas fronterizos, se firmó un Tratado el 6 de Mayo de 1904 entre el Canciller peruano don José Pardo y el Plenipotenciario colombiano don Luis Tanco Argáez, por el que se comprometieron ambos países a someterse al arbitraje de España sobre fundamentos del derecho y equidad, de acuerdo a las conveniencias de las Altas Partes Contratantes; a pesar de estos acuerdos la Cancillería colombiana no las aprobó, aduciendo que su representante había procedido sin las debidas instrucciones de su gobierno. En respuestas el Perú con la finalidad de arreglar diferencias y buscar la armonía y la paz, logró que se firmaran los siguientes documentos:

* EL TRATADO ARBITRAJE GENERAL DE 12 DE SETIEMBRE DE 1905, Entre el representante peruano don Hernán Velarde y los colombianos don Chímaco Calderón y don Luis Tanco Argáez.* EL TRATADO DE ARBITRAJE Y LIMITES, Sometiendo a la cuestión de apreciación de fronteras al arbitrio de su Santidad el Sumo Pontífice Romano.

* UN MODUS VIVENDI, que consideró al río Putumayo dividido en dos zonas: la peruana al sur, es decir en la margen derecha, entre los ríos Cobuya y Catuhé; y la colombiana a la margen izquierda, o sea al norte. 

Sin embargo el Perú no aprobó esta Convención Arbitral General hasta que fue

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necesario plantear lo siguiente:

* MODUS VIVENDI, que se firmó el 6 de Julio de 1906 en Lima, mediante el cual ambos países acordaron: Retirar del Putumayo y sus afluentes las guarniciones, aduanas, autoridades civiles y militares que estaban destacadas en esos puestos de avanzada, mientras se resolviera el problema de los límites sometidos al arbitraje, puesto que ya había sido aprobado. 

Las negociaciones de límites, siguieron sobre la base de los arreglos anteriores, pero inexplicablemente Colombia, desconociendo los acuerdos diplomáticos, envió dos expediciones hacia el lugar llamado LA PEDRERA a inmediaciones de la orilla derecha del río Caquetá, en donde estableció una Aduana fortificada en Puerto Córdova, violando el Modus Vivendi que se había firmado en 1909.

Esta actitud incomprensible de Colombia originó una situación tensa, originando:

a) El Combate de Caquetá

El Perú respondió a la actitud de demostración de fuerza de Colombia, movilizando al Batallón No 9 de Infantería acantonado en Chiclayo, que contaba con más de trescientos efectivos, bajo la dirección del Comandante Oscar R. Benavides. El batallón avanzó por la rutas de Cajamarca, Chachapoyas, Moyobamba, Balsapuerto, llegando a Iquitos, en donde se embarcaron en varias lanchas dirigiéndose al lugar del conflicto. Colombia al tener conocimientos de la movilización de tropas peruanas, organizó otra expedición al mando del General Neyra, pertrechada para la guerra. Esta situación de comienzos de un conflicto bélico, obligó a los Cónsules de ambos países que se hallaban en Manaos, a realizar gestiones para evitar la lucha y el derramamiento de sangre, solicitaron a sus respectivas Cancillerías que ordenaran la detención de ambas expediciones. Esto se cumplió en un primer momento y el 19 de Julio de 1911 se firmó en la ciudad de Bogotá, un Modus Vivendi, en cuyo acto intervinieron los plenipotenciarios Olaya Herrera-Tezanos Pinto, los que reconocieron: 

* El puesto colombiano que se hallaba en la Pedrera en el río Caquetá.* Colombia reconoció a su vez los establecimientos peruanos en el río Caquetá. * Colombia reconoció a su vez los establecimientos peruanos en el río Putumayo.* Colombia se comprometió a no atacar a las guarniciones peruanas en las riberas del Putumayo. 

A pesar de estos esfuerzos para evitar el enfrentamiento y el derramamiento de sangre en Caquetá se llegó al combate, habiéndose desarrollado las acciones de la siguiente manera:

La expedición peruana al mando de Oscar R. Benavides llegó a la Pedrera el 10 de julio, procediendo como acto seguido a notificar a los Generales colombianos José Isaías Gamboa y Gabriel Valencia, al mando de las tropas cuyos efectivos pasaban de doscientos más hombres de poblaciones selvícolas de las tribus de los huitotos, para que desocuparan el puesto de Caquetá, dándoles toda clase de garantías y facilidades para su traslado. El pedido del general peruano no obtuvo respuesta, deseando evitar el enfrentamiento Benavides hizo un segundo requerimiento, recibiendo en cambio un intenso tiroteo de las líneas colombianas. Esta situación obligó a los peruanos a realizar una riesgosa maniobra de desembarco, avanzaron con la lancha cañonera "América" en medio del nutrido fuego del enemigo, a pesar de sufrir un gran número de bajas entre muertos y heridos en las que destacaron las hábiles y heroicas maniobras del Teniente Manuel Clavero y del Ingeniero de máquinas Juan M. Runcinam, logró desembarcar el Batallón peruano, esta acción de arrojo y valentía hizo que los colombianos huyeran hacia la zona boscosa, dejando a su paso armamentos y demás pertrechos de guerra. El conflicto terminó a las 5 de tarde, en el campo de batalla se izó el pabellón Peruano. En este combate, sufrimos la caída de los Tenientes César A. Pinglo y Alberto Berguerie, y se recuerdan al

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Mayor Manuel Ramírez Hurtado y el Comandante de la "América" Manuel Clavero, al lado de numerosos soldados del Batallón No 9 que tomó en recuerdo de esa hazaña el nombre de "Caquetá" y recibió la condecoración de la orden de Ayacucho.

El Perú siempre respetuoso de los convenios diplomáticos, procedió a desalojar las tropas peruanas de la Pedrera, porque con anterioridad había sido reconocida como posesión colombiana; además procedió con toda nobleza a devolver los trofeos de banderas y armas capturadas en la lucha, así como a los prisioneros de guerra.

Las negociaciones diplomáticas siguieron constantes, para del logro de una solución que mediante demarcación de fronteras llegará a concretar la armonía y el respeto de los derechos de ambos países. Producto del esfuerzo promovido por el Perú el 24 de marzo de 1922, se firmó un Tratado de Límites, entre le ministro de Colombia acreditado en Lima don Fabio Lozano Torrijos y el canciller del Perú don Alberto Salomón Osorio durante el gobierno de don Augusto B. Leguía. Este tratado basó las líneas de frontera en el río Putumayo y en la configuración de los límites se creó un trapecio dentro del cual estaba incluida la población de Leticia que pasó a Colombia. A cambio de ello recibimos la zona triangular de San Miguel Sucumbios.

La frontera impuesta por el gobierno de Leguía y sus seguidores, corría a la siguiente descripción:

* Desde un punto del álveo del río Putumayo, situado frente a la desembocadura del río Güepi; por el citado álveo, el río Putumayo aguas abajo, hasta el punto de confluencia del río Yaguas en el Putumayo; de allí una línea geodésica que en este extremo tiene un rumbo verdadero de 32º 34'14" O.S.W-, hasta el punto donde la geodésica intercepta el río Yaguas; sigue por la orilla derecha del río Yaguas, hasta donde la geodésica la corta y se separa francamente del curso del río; continúa en línea recta hacia la desembocadura del río Atacuari en el brazo del Tigre en el Amazonas; continua por el thalweg del "Brazo Tigre" y del río Amazonas; Amazonas, hasta el punto tripartito de las fronteras entre Perú - Colombia - Brasil, frente a la quebrada San Antonio en el citado río Amazonas. 

NOTA .- Por Acta Nº 04 del 11 de noviembre de 1929 se acordó cambiar el álveo por el thalweg. El Jefe de la Comisión Peruana expresó...también propone, de acuerdo con la facultad que le concede el artículo 3º del Tratado, fijar como línea en el río Putumayo el álveo mismo de este río, en lugar del thalweg debiendo formar parte integrante de cada país las islas adyacentes a las respectivas márgenes .....El Jefe de la Comisión Colombiana declaró.....que aceptaba la propuesta de su colega, el Jefe de la Comisión Peruana, en lo que respecta a la sustitución de la línea del thalweg en el río Putumayo por la línea del álveo del mismo río.

El Tratado SALOMON-LOZANO, seccionó parte de nuestro territorio peruano, la ciudad peruana de Leticia pasaba al país vecino, se cambio la nacionalidad de muchas personas cerca de 17,000 peruanos cambiaron de nacionalidad sin haberles consultado. Entre los territorios cedidos se encontraban la zona baja del Putumayo y el Caquetá y sobre todo el TRAPECIO AMAZONICO, otorgando una salida al Amazonas a Colombia.

Este tratado tuvo detractores y se sucedieron constantes observaciones bastante graves por parte de ambos países; protesta de los internacionalistas peruanos que afirmaban que se había cedido a Colombia gran extensión entre los ríos Caquetá y Putumayo, así como la salida libre al Amazonas, motivando una fuerte oposición para la ratificación del tratado, logrando conseguirse sólo por la presión ejercida del Ejecutivo al Congreso, aprobándose en la sesión del 20 de diciembre de 1927.

La oposición parlamentaria de 1931 consiguió con mayoría de votos de ambas Cámaras, que el Tratado Salomón Lozano sea revisado, a esto se sumo que un numeroso grupo de peruanos residentes en Leticia, pidieron ser escuchados en sus demandas de revisión y anulación de dicho Tratado y poder ser reintegrados a la

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nacionalidad peruana. Al no poderse solucionar estos impases, se llegaron a producir hechos de protesta y levantamientos: Un grupo de habitantes en Leticia, que pedían su reintegración al Perú, en coordinación con los pobladores de Caballococha y de loretanos que estaban sirviendo en la guarnición de Chimbote, tomaron en forma pacífica el puerto fluvial de Leticia el 1 de Setiembre de 1932, colocando al Perú, al borde de la guerra. Esta situación obligó al gobierno peruano a realizar conversaciones con Colombia, pero sin éxito. Colombia movilizó sus tropas en las fronteras peruanas y de igual forma las tropas peruanas se concentraron en Tarapacá, en las riberas del Putumayo en Güepi, Pantoja, Puerto Arturo y otros lugares. Este posible conflicto obligó a la intervención de la Liga de las Naciones, se produjo el primer choque armado en el Puerto Meléndez en donde resultó muerto un Sargento colombiano que fue magnificado como héroe, creciendo la agitación contra el Perú y el deseo de vengar la muerte del caído. La situación se complicó por los avances y encuentros de la marina y de la aviación de ambos países, entre ellos el combate de Güepi el 26 de marzo de 1932 que duró ocho horas destacando el valor y heroísmo del Sargento peruano Fernando Lores, el Cabo Alberto Reyes y los Soldados Alfredo Vargas y Reynaldo Bartra. Al fin Güepi cayó en poder de Colombia. El conflicto fue llevado a la Liga de Naciones en Ginebra, en donde se llegó al arreglo definitivo en la Conferencia de Río de Janeiro entre 1933 y 1934 y firmándose un Protocolo el 24 de mayo de 1934, que restableció la paz en ambos países, de acuerdo a la aprobación y aceptación del gobierno del Perú y Colombia del arbitraje del Señor Sean Lester, Presidente de la Liga de Naciones, a nombre de dicha institución. 

Frontera con Chile

El cuarto país con el cual definimos nuestra frontera fue Chile. Los primeros intentos de arreglos con este país fueron las conferencias que se llevaron a cabo con la intervención del gobierno norteamericano abordo del barco "Lackawanna" anclado en la bahía de Arica. Participaron en esta reunión los delegados de los países en guerra, por el Perú don Antonio Arenas y Aurelio García y García; por Bolivia don Juan C. Carrillo y don Mariano Bautista; por Chile don Elogio Alamparon, don José Francisco Vergara y don Eusebio Lillo; y el Ministro norteamericano acreditado en Lima Sr. Christiancy, así como el que estaba acreditado en Santiago, Sr. Osborn.

Las reuniones se llevaron a cabo los días 11, 25 y 27 de Octubre de 1880, en las cuales los países presentaron fórmulas de arreglo al conflicto :

a) Chile sostuvo:

* La entrega de la zona del litoral de Bolivia.* La cesión de Tarapacá.* El pago por el Perú y Bolivia de veinte millones de pesos por concepto de indemnización.* La devolución del transporte "Rímac".* La anulación del Tratado Secreto de Alianza con Bolivia.* La ocupación de Moquegua, Tacna y Arica por las fuerzas chilenas hasta el

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cumplimiento total de sus demandas.* El rechazo al arbitraje de los EE.UU. de Norte América. 

b) El Perú sostuvo: 

* La intangibilidad territorial.* La negativa por imposibilidad de pagar la indemnización a Chile.* La entrega del arbitraje a los EE.UU. de Norte América. 

El Perú rechazó las desmesuradas pretensiones de Chile, fracasando estas primeras negociaciones lo que hizo que la guerra continuara, los chilenos habían destruido la Escuadra peruana y venciendo la línea de las defensa de tierras en San Juan, Chorrillos y Miraflores, ocuparon Lima. Posteriormente en varias oportunidades, durante el desarrollo de la guerra, se continuó tratando de conseguir la paz, hasta que se efectuó el Tratado de Ancón cuya redacción se hizo en el balneario del mismo nombre, siendo firmado en Lima el 20 de Octubre de 1883, entre don Jovino Novoa por Chile y don José Antonio de Lavalle y don Mariano Castro Saldivar por el Perú. Por este Tratado se acordó:

* La cesión a Chile en forma incondicional y perpetua de la Provincia de Tarapacá, comprendiendo la quebrada y el río Camarones por el norte; la quebrada y el río Loa por el sur; la república de Bolivia por el este, y el Océano Pacífico por el oeste.* La entrega a Chile de Tacna y Arica por el término de 10 años, sobre las bases de los límites del río Sama hasta la quebrada de Camarones al Sur.* La realización de un plebiscito al término de los diez años, para que Tacna y Arica decidieran su nacionalidad.* El pago por el Perú de la suma de diez millones de soles por concepto de indemnización a Chile. 

Después de este injusto Tratado, como refiriera el General Cáceres: "Fue una paz implorada de rodillas", el ejército de ocupación abandonó Lima, dejando algunos enfermos en los hospitales y quedando tropas en Miraflores, Barranco y Chorrillos, además de las que todavía permanecían en la sierra: Chosica, Tarma y Ayacucho; hasta que al final abandonaron el Perú en Agosto de 1884.

Al cumplirse los diez años del plazo para la realización del plebiscito, éste no se llevó a cabo y en 1894, siendo Presidente de la República el Coronel Remigio Morales Bermúdez, hizo grandes esfuerzos sin conseguirlo, ya que Chile alegaba que existía un Protocolo complementario del Tratado, que no había sido firmado, en el que se consideraba:

"Que Chile podía mantener su ejército en el lugar del Perú, que le conviniera comprometiéndonos nosotros a subvencionar todas las necesidades de dichas fuerzas de ocupación".

El Perú rechazó tan humillante condición; pese a las dificultades que hacía surgir

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Chile, para evitar el plebiscito. Durante el gobierno de don Nicolás de Piérola, se reiniciaron los tratos para hacer cumplir las cláusulas del Tratado de Ancón, pero estos fracasaron.

Durante el tiempo que Chile ocupó Tacna y Arica, intensificó su campaña de hostilidades contra el Perú, expulsando a los maestros, a los curas y a los que se les daba plazos de cuarenta y ocho horas por ser difusores del sentimiento de amor y fidelidad al Perú; de ellos dice el Dr. Basadre: " Acaso el más arrojado y elocuente fue el Vicario de Arica J. Vitaliano Berroa y con análogos merecimientos Monseñor Juan Gualberto Guevara, quien más tarde llegó a ser Arzobispo del Perú". Además separaron a todo peruano que consideraban influyente en la formación de la juventud; de igual manera procedieron a clausurar muchas escuelas peruanas hospitalizando de tal modo a la población que llegaron al extremo de prohibir las celebraciones de efemérides peruanas, así como despliegue de la bandera, que sólo era prohibida en el interior de los hogares, asimismo se había decretado la prohibición de entonar el Himno Nacional.

También hubo maltratos y despidos de trabajadores peruanos que laboraban en el Puerto de Arica y además clausura de todas las iglesias de Tacna y Arica. En los años de 1908 y 1909 se extremó esta campaña que se llamó de "chilenización". Sin embargo las poblaciones de Tacna y Arica realizaban verdaderos esfuerzos patrióticos por mantener la lealtad al Perú, estos se manifestaban a través de periódicos y libros, destacándose en esta labor periodistas como José María Barreto; poetas como Víctor Mantilla, José Corvacho y Federico Barreto, que alentaron al pueblo en el recuerdo permanente de la Patria; pero por sobre todas las cosas, fue notable la sostenida campaña del amor al Perú por las mujeres tacneñas que fomentaron en sus hijos los sentimientos de la profunda raíz peruana de su pueblo, contrarrestando durante muchos años la campaña de odio y el esfuerzo de chilenización al que fueron sometidos los niños y jóvenes de las poblaciones cautivas de Tacna y Arica.

El 8 de setiembre de 1908, el Perú inauguró la Cripta de los Héroes caídos en la guerra del Pacífico, en el cementerio "Presbítero Maestro" de Lima; en esa ceremonia se produjo el llamado "Incidente de la corona", porque el Ministro chileno don Miguel Echenique Gandarillas, ofreció a nombre de su gobierno una corona de bronce, para ser colocada en el santuario patriótico. El Canciller peruano don Melitón Porras, a nombre del Perú rechazó dicho presente, terminando el incidente con el retiro el embajador chileno con la consiguiente ruptura diplomática con el país del sur.

Chile, mientras tanto expidió leyes destinadas a hacer grandes inversiones en la zona de Arica tendientes a cambiar la opinión entre los pobladores a su favor.

En 1910, se produjo la protesta peruana por los abusos que se cometían en las provincias ocupadas y por la constante negativa de Chile para cumplir el Tratado y que a la vez se manifestó con el retiro de nuestro embajador en Santiago. Los acontecimientos del final de la primera guerra mundial influyó en el criterio del gobierno peruano, sobre todo con el espíritu que animó el Tratado de Versalles que puso término a la conflagración mundial, condenando entre otras cosas los acuerdos y tratados realizados por compulsión violenta del vencedor, así como la condena a las guerras de conquista, planteamientos aprobados por todos los países del mundo; sirviendo de base para que el Perú pronunciara el desconocimiento del Tratado de Ancón. A pesar de ello se volvió a retomar los arreglos, y el presidente Leguía sostuvo la necesidad de someter el problema al arbitraje de los EE.UU. de Norteamérica, cuyo Presidente, Señor Calvin Coolidge, emitió el fallo Arbitral de 4 de Marzo de 1925, considerando como "indispensable la realización del plebiscito que decidiera la suerte de Tacna y Arica". El Presidente Leguía y su Ministro de Relaciones Exteriores don Alberto Salomón Osorio, tuvieron que aceptar el laudo y preparar al país para el plebiscito. Con la participación de EE.UU. de Norteamérica quién nombró al general John J. Pershing para que estuviera al frente de la Comisión

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del plebiscito, la que se instaló en Arica en agosto de 1925. El general Pershing se dio cuenta de la coacción ejercida por Chile en Arica, con la clausura de los órganos de expresión y de todo medio de comunicación unido a ello a las evidentes pruebas de la persecución chilena, lo cual hizo cambiar la actitud de Pershing, quien junto con la comisión llegó a la conclusión de que era imposible efectuar el plebiscito en forma libre; de igual forma procedió su sucesor del General William Lassiter, quien también descubrió vicios en los padrones redactados para el plebiscito, en ellos se habían escandalosamente aumentado nombres de residentes en Tacna de residentes chilenos de Arica, direcciones falsas y otros documentos cuya identidad se ponía en duda. La Comisión se retiró el 21 de junio de 1925, lo mismo que la delegación peruana integrada por los Drs. Angel Gustavo Cornejo y Emilio Valverde. Posteriormente al reanudarse las conversaciones, el Perú nombró una nueva Comisión presidida por el diplomático peruano don Manuel Freyre de Santander y como Asesores don Alberto Salomón Osorio, don Anselmo Barreto y don Manuel María Forero. EE.UU. de Norteamérica que volvió a intervenir, con la participación de su Secretario de Estado Dr. Frank Kellogg, cuyas opiniones de dividir territorialmente Tacna y Arica o de conformarlas dentro de un Estado neutral, fueron rechazadas y los tacneños heroicamente siguieron defendiendo la integridad peruana de su suelo. El 3 de junio de 1929 se suscribió el Tratado entre el Canciller peruano Pedro José Rada y Gamio y el plenipotenciario chileno don Emiliano Figueroa Larraín.

Este Tratado consideró los siguientes aspectos:

* La línea divisoria que se constituye en la frontera entre Perú y Chile partirá de un punto de la costa, que se denominará "Concordia" distante diez kilómetros del puente del río Lluta, para seguir hacia el oriente, paralela a la vía de la sección chilena del ferrocarril de Arica a la Paz, con las inflexiones necesarias para utilizar la demarcación de los accidentes geográficos que permitan dejar en territorio chileno las azufreras del Tacora y sus dependencias.* Pasando luego por el centro de la Laguna Blanca en forma que una de sus partes queden en el Perú y otra en Chile.* Chile cede a perpetuidad todos sus derechos sobre los canales de Uchuzuma y del Mauri llamado también "Azucarero". · Se acuerda el nombramiento de una Comisión Mixta para fijar y señalar los hitos de las fronteras.* Chile se compromete a construir a su costo un malecón para facilitar el atraque de barcos de gran calado en la bahía de Arica y que sea puesto al servicio del Perú.* Chile se compromete a la construcción de una Agencia Aduanera y una Estación Terminal para el ferrocarril a Tacna.* Los hijos de los peruanos nacidos en Arica conservarán la nacionalidad de sus padres hasta llegar a la mayoría de edad (21 años) en que podrán adoptar su nacionalidad definitiva; en igual forma se procederá con los hijos de los chilenos nacidos en Tacna. 

El tratado del 3 de junio de 1929 significó para el Perú la pérdida de Arica, aunque le reconoce una serie de derechos específicos sobre ese territorio; la pérdida de una tercera parte de la provincia de Tarata, quedando además supeditada al puerto de Arica. El 28 de agosto de 1929 Chile devolvió Tacna al Perú. La reincorporación de Tacna al Perú, fue recibida con muestras de emocionado júbilo en todo el país. Este tratado a pesar de estas contingencias adversas, fue un instrumento de paz entre los dos países, posteriormente se reanudaron las relaciones diplomática y se restableció la amistad con el país del sur. 

Frontera con Ecuador

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Luego del desembarco del Libertador de América, general don José de San Martín en Paracas, el 8 de setiembre de 1820, Guayaquil proclamó su independencia el 9 de octubre del mismo año, y formó parte de la Gran Colombia. El 7 de Enero de 1821 Tumbes proclamó y juró su independencia en un Cabildo Abierto y el 4 de junio del mismo, hizo lo propio Jaén bajo el amparo de la protección de San Martín procediendo en 1822 a enviar diputados al Congreso Constituyente del Perú de 1822, pidiendo ser integrantes del territorio peruano. Maynas a su vez, se incorporó a la vida independiente como integrante del departamento de Trujillo, jurando la Constitución liberal del Perú de 1823.

Años después se trató de establecer los límites definitivos del Perú, con los países vecinos y esto se intensificó al hacerse presente la delegación neogranadina que presidió Don José Joaquín Mosquera, portador de las ideas bolivarianas de unir a los pueblos de América en una poderosa Confederación, éste se entrevistó con don Bernardo de Monteagudo quien por entonces era Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, a quien le manifestó: "Que se reconociera la provincia de Guayaquil como integrante de Colombia, de acuerdo al proyecto de la Confederación redactado por Don Pedro Gual Ministro de Relaciones de Colombia", en respuesta Monteagudo le manifestó la idea de San Martín de: "Dejar a Guayaquil la libertad de unirse a Colombia o al Perú". Estas conversaciones produjeron discrepancias resultando la firma del Tratado Monteagudo-Mosquera, que consideraba:

* La Unión, Liga y Confederación de los Estados de América, dejando expedito el camino para la aprobación por los Congresos de los Estados.* El reconocimiento tácito al Perú de la posesión de Tumbes, Jaén y Maynas. 

En estas conversaciones y acuerdos finales no se hablo de Guayaquil, posteriormente al reiniciarse las conversaciones sobre algunos aspectos pendientes, en un proyecto convenio se estableció que:

"Ambas partes reconocen los límites de sus territorios respectivos, los mismos que tenían el año 1809 los ex-Virreinatos del Perú y de Nueva Granada desde la desembocadura del río Tumbes al mar Pacífico, hasta el territorio del Brasil".

Este planteamiento originó la oposición del plenipotenciario peruano José María Galdeano, quien aprobó el principio del uti possidetis de 1809, pero en rechazó el trazo de límites de la desembocadura del Tumbes hasta el mar, porque iba en contra de los intereses del país. En 1828, se inició la guerra con la Gran Colombia, que al final del conflicto se firmó el Convenio de Girón, luego el tratado de Piura hasta conformar los planteamientos mediante el Tratado de Guayaquil.

El Convenio de Girón se firmó el 28 de Febrero de 1829 entre los representantes del Presidente La Mar, Generales Gamarra y Orbegoso; y de parte de Sucre los Generales Flores y O'Leary, que en materia limítrofe consideraba:

* La aceptación del principio del Uti possidetis de 1809, como base para la delimitación de las fronteras.* La devolución de Guayaquil a las respectivas autoridades colombianas.

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* La retirada del ejército peruano del sur de Macará. 

En este convenio no se consideró la controversia sobre los territorios de Tumbes, Jaén y Maynas, contó el convenio con la aprobación de Sucre más no la del Presidente La Mar, que lo declaró nulo "por contener frases injuriosas contra el Perú", exigiendo las más amplias satisfacciones de Sucre. De igual manera se pronunciaron el Coronel Prieto, Jefe de las Fuerzas Armadas peruanas y el jefe de la Escuadra Hipólito Bouchard, ambos en "Junta de Guerra" acordaron oponerse a la entrega de Guayaquil, prosiguiendo en estado de guerra. En aquellas circunstancias, se produjeron cambios políticos en el país, con la sublevación que encabezó Gamarra y que depuso al Presidente La Mar; el nuevo jefe del gobierno peruano llegó a un entendimiento con los colombianos, firmándose el Convenio de Piura, posteriormente el Tratado de Paz y Amistad en Guayaquil en Setiembre de 1829, entre el plenipotenciario peruano Don José Larrea y el colombiano Don Pedro Gual, en el cual se establecía :

* Reconocimiento de ambas partes por límites de sus respectivos territorios los mismos que tenían antes de su independencia los antiguos Virreinatos de Nueva Granada y el Perú.* La obligación de realizar recíprocas cesiones de pequeños territorios que contribuyan a fijar la línea divisoria de una manera natural y exacta, capaz de evitar competencias y disgustos entre autoridades y habitantes de las fronteras.* El nombramiento y constitución por ambos gobiernos de una Comisión compuesta por dos individuos por cada República que recorriera, rectificara y fijara la línea divisoria.* Sometiendo la decisión a un Gobierno amigo de ambos países, si surgieran discrepancias. 

En el año de 1830 se desintegró la Gran Colombia, dando nacimiento a Ecuador, Colombia y Venezuela que ingresaron a la vida de países independientes. El Ecuador aprobó su Constitución en Riobamba el 10 de agosto de 1830, y el Perú luego de reconocerlo como nuevo Estado inicio cordiales relaciones diplomáticas. Al año siguiente, en 1831, llegó al Perú Don Diego Novoa, Encargado de Negocios del Ecuador y entabló conversaciones con nuestro Ministro de Relaciones Exteriores Don José María Pando, entre quienes se firmó dos Tratados, uno de Amistad y Alianza y otro de Comercio. En el primero se tomó la decisión de formar una cuádruple alianza incorporando a Chile y Bolivia para los casos de sufrir agresiones extrañas.

A pesar de los acuerdos llevados a cabo, a los Tratados realizados, continuaron durante varios años los problemas con el Ecuador, llegándose a redactar diversos tratados con el fin de lograr un entendimiento y paz entre los dos países; pero en 1857 el Ecuador considerándose con derechos a las tierras amazónicas, cedió en parte de pago a sus acreedores ingleses una cantidad considerable de tierras de Canelos entre el río Bobonaza. Esta actitud arbitraria, motivó la protesta de nuestro representante en Quito, Don Juan C. Cavero, amparando su protesta en el Uti possidetis de 1810. Ecuador por medio de su representante Don Antonio Mata, negó todos los derechos del Perú; ante estos hechos el presidente don Ramón Castilla, al ver amenazada la paz, procedió al bloqueo del puerto de Guayaquil y a su ocupación; este conflicto terminó con el Tratado de Paz de Mapasingue, el 25 de Enero de 1860, suscrito por Don Manuel Morales por el Perú y Don Nicolás Estrada por el Ecuador, en el cual se consideraba entre otros lo siguiente:

* La nulidad de la adjudicación de terrenos que el Ecuador hizo a sus acreedores británicos.* Se convino en la rectificación de los límites territoriales, mediante una Comisión Mixta que debía ajustarse a los documentos presentados por ambas partes, estando vigente lo enunciado por el derecho de uti possidetis reconocido por el artículo V del tratado de 1829 entre la Gran Colombia y el Perú y que tenían los antiguos Virreinatos del Perú y Santa Fe, fundados en la Real Cédula de 1802. 

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Durante varios años, mientras se sucedían los cambios de gobierno en el Ecuador como en el Perú, el problema de límites seguía vigente, celebrándose reuniones diplomáticas que llegaron a contiendas bélicas, hasta que en 1879, estando en el gobierno del Ecuador el General Ignacio de Veintimilla, inició el movimiento de sus tropas, en clara ventaja de que el Perú atravesaba los desastres de la guerra con Chile; tomó posesión de los territorios que se hallaban en disputa, llegando a atacar Tumbes, y aprovechando su superioridad numérica y la situación en que se encontraba nuestro país, tomó posesiones en Jubones y en Zarumilla, entre los ríos Machala y Santa Rosa. De igual manera, en la zona montañosa llegaron al Alto Napo hasta la desembocadura del río Coca, ocupando varios pueblos vecinos. Esta actitud adquirió características de mayor indignidad, ya que el Perú en esos momentos sufría las consecuencias de la pérdida de la Escuadra y de gran parte del ejército que había sido aniquilado en el desastre sufrido tras la derrota frente a Chile. Al llegar el año de 1887, el Ecuador volvió a ceder a sus acreedores ingleses terrenos de nuestra pertenencia en el Alto Amazonas, lo que motivó la protesta del Perú por intermedio del Ministro de Relaciones Exteriores Don Cesáreo Chacaltana, terminando Ecuador por aceptar un arbitraje que solucionara el problema de los límites acudiéndose a la intervención del Rey de España, y que debía emitir un fallo definitivo e inapelable. España luego de aceptar el arbitraje, y recibir los alegatos que fueron presentados por los diplomáticos Don José Pardo Barreda, por el Perú, y Don Pablo Herrera, por el Ecuador. Pardo, se pronunció de la siguiente manera:

* El derecho del Perú a los territorios de Maynas, de acuerdo a la Real Cédula de 1802.* El derecho al territorio de Tumbes como integrante del Corregimiento de Piura en la Intendencia de Trujillo. * El derecho al territorio de Jaén por haberse anexado al Perú sobre las bases de la libre determinación.* La aceptación de la anexión de Guayaquil al Ecuador, como compensación por Jaén.* La determinación de los límites entre ambos países. 

Este alegato, ha servido de base a posteriores revisiones del litigio con el Ecuador.

En 1901 surgió otro problema con posesiones en Aguarico, en esa fecha el Prefecto del departamento de Loreto, el Coronel Pedro Portillo, redactó un informe sobre la penetración ecuatoriana, así como las medidas que adoptó para impedirla como reforzar la comisaría Fluvial de las riberas de los ríos Napo y Aguarico, encomendando para ello a Don Manuel Carrillo, esto originó la protesta del Ecuador que acusó a Carrillo de posesionarse de la boca del río al frente de su escolta. El Perú respondió que en ningún momento había ocurrido violación de dominios; sin embargo se ordenó el retiro de las fuerzas peruanas hacia Iquitos, retiro que fue aprovechado por los ecuatorianos quienes siguieron penetrando en territorio peruano, apoderándose del Alto Napo y del río Aguarico, con el objetivo de acercarse al río Amazonas por la boca del río Curaray.

El Coronel Portillo, enterado del avance ecuatoriano envió al Capitán Juan Francisco Chávez Valdivia, oficial al mando de las tropas peruanas, quienes fueron atacados por las tropas ecuatorianas librándose el combate de Angoteros (26 de junio de 1903), en la cual hizo replegarse a las fuerzas ecuatorianas, logrando el desalojo del lugar. Estos acontecimientos dieron lugar a firmarse en Quito el Protocolo, entre el Ministro Plenipotenciario del Perú en Ecuador Don Miguel Velarde, por el que acordaron ambos países someter el conflicto al arbitraje de España, que aceptando, nombró como Comisario Regio al literato Don Ramón Menéndez Pidal quien luego de recibir los informes del personal técnico de geógrafos e historiadores, preparó la sentencia resolutoria que debía ser elevada a conocimiento del Rey de España; pero antes que esto sucediera se produjeron manifestaciones violentas en Quito y Guayaquil, con expresiones de hostilidad para el Perú, con palabras que llegaron a hechos. Lima se cubrió de indignación y se preparó un ejército de 20,000 hombres.

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Estos preparativos de guerra hizo intervenir a Argentina, Brasil y los EE.UU. de Norteamérica, proponiendo a los países litigantes lo siguiente:

* El retiro de las fuerzas de ambos países de las fronteras.* El Perú replegó sus tropas a Tumbes.* Ecuador las retiró hacía Machala.* Se acordó la desmovilización de ambas fuerzas.* Se acordó la presentación de un proyecto de Protocolo que obligaba a esperar el Laudo Arbitral. 

El protocolo no fue aceptado por Ecuador, pese a la intervención de los países que se habían esforzado por impedir la guerra, esta actitud hizo que España al apreciar la reacción nada conciliadora del Ecuador, decidió dar por terminada su gestión arbitral sin pronunciar sentencia. Posteriormente se propuso llevar el litigio al Tribunal Internacional de la Haya, planteamiento que tampoco aceptó el Ecuador. Durante los años 1910 a 1924, siempre subsistieron las reclamaciones y las conversaciones para un arreglo directo que propiciaba el Ecuador, y el arbitraje que propugnaba el Perú, inclusive se adoptó la propuesta "mixta", con la intervención del gobierno de Washington; pero estas gestiones diplomáticas tampoco tuvieron éxito, produciéndose los incidentes bélicos de julio de 1941 (Zarumilla), en que las fuerzas peruanas al mando de general Eloy G. Ureta, rechazaron la agresión ecuatoriana y en admirable combinación de las tres armas, en breves días ocuparon la provincia ecuatoriana de El Oro.

Los países americanos intervinieron como mediadores en el conflicto, entre ellos, Brasil, Chile, Argentina y los EE.UU. de Norteamérica, quienes se reunieron en la ciudad de Río de Janeiro, el día 29 de enero de 1942, firmándose el PROTOCOLO DE PAZ, AMISTAD Y LIMITES entre el Perú y el Ecuador, sobre las bases del Tratado de Amistad, Paz y Límites. Por el Perú intervino el Ministro de Relaciones Exteriores Dr. Alfredo Solf y Muro y por el Ecuador el Sr. Julio Tobar Donoso.

La frontera establecida en dicho tratado esta referida a los siguientes puntos:

a) En el Occidente 

1.- Boca de Capones en el Océano Pacífico2.- Río Zarumilla, aguas arriba y Quebrada Balsamal o Lajas3.- Río Puyango o Tumbes, aguas abajo hasta la quebrada de Cazaderos4.- Quebrada de Cazaderos, aguas arriba y por la divisoria de aguas entre ésta y el Río Chira, hasta la naciente de la Quebrada de Pilares5.- Quebrada de Pilares, aguas abajo, hasta su desembocadura en el Río Alamor, siguiendo aguas abajo hasta su confluencia con el Río Chira6.- Río Chira, aguas arriba7.- Ríos Macará, Calvas, y Espindola, aguas arriba, hasta los orígenes de este último en el Nudo de Sabanillas8.- Del nudo de Sabanillas hasta el río Canchis9.- Río Canchis, en todo su curso, aguas abajo

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10.- Río Chinchipe, aguas abajo, hasta el punto en que recibe el río San Francisco.

b) En el Oriente

1.- Desde la boca del Río San Francisco, en el Chinchipe, aguas arriba por este río hasta su naciente2.- De la naciente del Río San Francisco sigue por la divisoria de aguas que hay entre el Río Zamora (ecuatoriano) y el Río Santiago (peruano), esto es, la Cordillera del Condor; hasta la boca del Río Yaupi, en e Santiago3.- Una línea hasta la boca del Río Bobonaza en el Pastaza. De allí otra línea recta hasta la confluencia del río Cunambo con el Pintoyacu, para formar el Río Tigre4.- Desde allí una línea recta hasta la boca del Río Cononaco en el Río Curaray, siguiendo aguas abajo hasta el lugar llamado Bellavista5.- Una línea hasta la boca del Río Yasuni en el Río Napo. Por el Napo, aguas abajo, hasta la boca del Río Aguarico; 6.- Por éste, aguas arriba, hasta la confluencia del Río Lagartococha o Zancudo, con el Río Aguarico7.- El Río Lagartococha o Zancudo, aguas arriba, hasta sus orígenes y de ahí una recta que vaya a encontrar el Río Güepí, y por éste hasta su desembocadura en el Río Putumayo, y por el Putumayo arriba, hasta los límites del Ecuador y Colombia.

Firmado este Protocolo, el Perú no perdió ni ganó nada, solo reafirmó sus derechos con un espíritu de justicia, de acuerdo a los principios existentes, han quedado definitivamente fijadas nuestras fronteras y determinado el patrimonio territorial del Perú.

Mar Litoral 

El territorio nacional no solo comprende nuestra geografía que se encuentra delimitada por las fronteras, hacia el oeste el Perú también comprende lo que se denomina EL MAR TERRITORIAL, en una extensión de (200) millas desde sus costas. En el concepto de mar territorial se consideran dos importantes aspectos:

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a) El Zocalo Continental o Plataforma Submarina

Viene a constituir la prolongación en el mar del territorio del estado ribereño.

b) El Mar Adyacente a sus Costas

Este derecho se extiende también sobre las riquezas que se encuentran tanto en el zócalo continental (petróleo principalmente) como en el mar adyacente (riqueza ictiológica o fauna marina) y por tanto de ejercer su soberanía. Al amparo de esta doctrina, el 1 de agosto de 1947, el Presidente del Perú Dr. José Luis Bustamante y Rivero y su ministro de Relaciones Exteriores Dr. Enrique García Sayán, expidieron el Decreto Supremo No. 781 que estableció la soberanía del Perú sobre la plataforma submarina o zócalo continental y sobre el mar adyacente a una distancia de 200 millas marinas de nuestras costas. Este histórico decreto supremo dice en su parte resolutiva lo siguiente:

1.- Declara que la soberanía y jurisdicción nacionales se extienden a la plataforma submarina o zócalo continental e insular adyacente a las costas continentales e insulares del territorio nacional, cualesquiera que sea la profundidad y la extensión que abarque dicho zócalo.

2.- La soberanía y la jurisdicción nacionales se ejercen también sobre el mar adyacente a las costas del territorio nacional, cualesquiera que sea su profundidad y en la extensión necesaria para reservar proteger, conservar y utilizar los recursos y riquezas naturales de toda clase que en o debajo de dicho mar se encuentren.

3.- Como consecuencia de las declaraciones anteriores, el Estado se reserva el derecho de establecer la demarcación de las zonas de control y protección de las riquezas nacionales en los mares continentales e insulares que quedan bajo, el control del gobierno del Perú y de modificar dicha demarcación de acuerdo con las circunstancias sobrevivientes por razón de los nuevos descubrimientos, estudios e intereses nacionales que fueron advertidos en el futuro; y, desde luego, declara que ejercer control y protección sobre el mar adyacente a las costas del territorio peruano en una zona comprendida entre esas costas y una línea imaginaria paralela a ellas y trazada sobre el mar a una distancia de doscientas (200) millas marinas desde cada uno de los puntos de contorno a ellas.

4.- La presente declaración no afecta el derecho de libre navegación de naves de todas las naciones, conforme al derecho internacional.

La soberanía declarada por el Perú sobre su mar territorial, fue reafirmada por la Declaración de Santiago, firmada en la capital chilena, el 18 de agosto de 1952, por la cual los gobiernos de Perú, Chile y Ecuador proclaman como norma política internacional marítima, la soberanía y jurisdicción exclusiva sobre el suelo y sub-suelo que a ella corresponde. Desde entonces son muchos los países latinoamericanos que han proclamado la tesis de las doscientas millas, tesis que se va extendiendo cada vez más en el mundo no obstante la oposición de las grandes potencias.