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El valor de la GRATITUD Gratitud Gratitud Gratitud Gratitud (Del lat. gratitudo). f. Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o a querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Gratitud. Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Amistad. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Confianza. Esperanza firme que se tiene de alguien o algo. Fidelidad. Observancia de la fe que alguien debe a otra persona. —Diccionario de la Real Academia Española Es seguro que, al enseñarte buenos modales, los adultos te hayan mencionado una palabra muy común en todos los idiomas: “gracias”. El significado de este término tiene un origen religioso. Indica nuestro deseo de que aquella persona que nos ayudó reciba la gracia de Dios, un favor milagroso para que su vida marche bien. Seamos religiosos o no, todos la decimos para corresponder al beneficio que nos ha hecho alguien. Pero la gratitud es mucho más que ese término. Es una sensación profunda de reconocimiento y cariño a quien nos ha favorecido y el deseo vivo de comprenderlo de igual manera. Crecer en la gratitud no es devolver un favor por otro como si fuera un intercambio comercial (aunque la verdad la “guerra de postres” no estuvo nada mal), sino generar vínculos profundos de ayuda y amistad, acciones permanentes de dar, recibir, compartir y reconocer el bien que podemos hacer por los demás y los demás pueden hacer por nosotros.

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El valor de la GRATITUD

GratitudGratitudGratitudGratitud (Del lat. gratitudo). f. Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho

o a querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera.

Gratitud. Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a

corresponder a él de alguna manera. Amistad. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra

persona, que nace y se fortalece con el trato. Confianza. Esperanza firme que se tiene de alguien o algo.

Fidelidad. Observancia de la fe que alguien debe a otra persona.

—Diccionario de la Real Academia Española

Es seguro que, al enseñarte buenos modales, los adultos te hayan mencionado una palabra muy común

en todos los idiomas: “gracias”. El significado de este término tiene un origen religioso. Indica nuestro

deseo de que aquella persona que nos ayudó reciba la gracia de Dios, un favor milagroso para que su

vida marche bien. Seamos religiosos o no, todos la decimos para corresponder al beneficio que nos ha

hecho alguien. Pero la gratitud es mucho más que ese término. Es una sensación profunda de

reconocimiento y cariño a quien nos ha favorecido y el deseo vivo de comprenderlo de igual manera.

Crecer en la gratitud no es devolver un favor por otro como si fuera un intercambio comercial (aunque

la verdad la “guerra de postres” no estuvo nada mal), sino generar vínculos profundos de ayuda y

amistad, acciones permanentes de dar, recibir, compartir y reconocer el bien que podemos hacer por

los demás y los demás pueden hacer por nosotros.

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Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o a querido hacer, y a

corresponder a él de alguna manera.

Una persona agradecida está inspirada por un sentimiento, el amor: experimenta afecto por quien le ha

proporcionado un valor y se lo demuestra con alguna acción concreta o con palabras claras. Las

personas agradecidas no sufren odios ni resentimientos: libremente reconocen y premian a quienes las

han ayudado pues aceptan en lo más profundo los beneficios que han recibido de los demás, mismos

que son también una muestra de cariño. Agradecer significa aceptar, dar valor y celebrar aquello que

nos entregan quienes nos rodean en las medidas de sus posibilidades. En el mejor de los casos marca el

inicio de una relación sólida y comprometida en la que las dos partes se turnan para dar y recibir

constantemente.

Viviendo el valor

El valor de la gratitud se ejerce cuando una persona experimenta aprecio y reconocimiento por otra

que le prestó ayuda. No consiste, necesariamente, en “pagar” ese favor con otro igual, sino en mostrar

afecto y guardar en la memoria ese acto de generosidad. Más que centrarse en la utilidad práctica del

servicio recibido, pondera la actitud amable de quien lo hizo.

Aprende a dar las gracias

Ya hemos visto qué es la responsabilidad: aplicarnos con dedicación a lo que nos corresponde; por

ejemplo, que el señor barrendero limpie la calle sin dejar un solo papel. Ya vimos también qué es la

generosidad: cuando damos más allá de lo que nos corresponde. Por ejemplo, el maestro que se

preocupa por explicarnos de nuevo lo que todos ya entendieron.

La alegría que esos favores despiertan en nuestro corazón se llama gratitud. Se manifiesta hacia afuera

cuando decimos “gracias” con una sonrisa, cuando le hacemos saber a la persona que nos ayudó lo

importante que fue para nosotros ese detalle inesperado (no importa si fue un objeto, un consejo o un

pañuelo desechable cuando nos vieron llorar). Pero la gratitud no se reduce a una palabra ni se queda

en la superficie: enriquece y transforma nuestra vida cuando mantenemos presente ese acto de afecto

para con nosotros. A través de ella nos sabemos queridos por los demás. A través de ella, sabemos

querer a los demás.

Para la vida diaria

· Aprende a usar la fórmula que no falla. “Por

favor” indica que pedimos algo especial.

“Gracias” indica que reconocemos la ayuda.

· Piensa y reconoce todo aquello que recibes de

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los demás. Exprésalo a tu estilo: con palabras, con un abrazo, con una carta.

· Ve construyendo una cadena de favores: cuando tu recibas uno, haz otro, y pide a esa persona que

siga extendiendo la red de ayuda y gratitud.

· No agradezcas sólo los bienes materiales. La ayuda que va más allá de los objetos es tal vez la más

valiosa.

Por el camino de la gratitud

·Vence tu orgullo, piensa en quienes te han dado la mano a lo largo de la vida. Comprende que te

ayudaron a ser quien eres.

·La gratitud no es un intercambio de objetos: “tú me diste, yo te di”. Significa, más bien, “tú te

esforzarte por mí, yo estoy dispuesto a hacerlo por ti.”

·No sólo hay que dar las gracias a quienes están vivos y cerca de nosotros. Reconoce en tu corazón a

quienes te ayudaron aunque no vivan o se encuentren lejos.

¿Qué sabes de estos valores?

“Por favor” y “gracias” son dos expresiones comunes en tu vida diaria que aparecen una y otra vez en

las relaciones con los demás. Detente por un momento a pensar en ellas. La primera es un llamado de

ayuda para solicitar algo que puede ser muy sencillo (el préstamo de un objeto) o muy complicado (el

auxilio en un caso de vida o muerte). La segunda

manifiesta el reconocimiento por el beneficio que hemos

recibido. En su nivel más superficial aparecen como

fórmulas automáticas de cortesía, pero cuando vives a

fondo estas emociones ingresas a uno de los territorios

más ricos y profundos de las relaciones humanas.

La gratitud y tú

Ser agradecido es apreciar a cada momento lo que los

demás hacen por nosotros y generar con ellos un

compromiso de confianza: como estamos conscientes de

su ayuda, podremos responder de igual forma cuando

ellos requieran la nuestra. Cuando la confianza crece, se

convierte en amistad: dos seres humanos comparten

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emociones, problemas, soluciones y la ayuda fluye siempre en las dos direcciones. El respeto y los

sentimientos de cariño mutuos crecen hasta regirse por la fidelidad: no sólo agradecemos y

correspondemos a quien nos ayuda, tenemos un cariño sólido que nos hará estar siempre allí para

responder, sin importar que las circunstancias cambien.

El antivalor y sus riesgos

El principal problema de la

ingratitud ocurre dentro de

nosotros: perdemos la

oportunidad de experimentar el

cariño de quien nos ha ayudado o

apoyado en momentos de

aflicción.

¿Cómo vivir mejor este valor?

Dicen que de todos los sentimientos humanos la gratitud es el más

efímero de todos. Y no deja de haber algo de cierto en ello. El saber

agradecer es un valor en el que pocas veces se piensa. Ya nuestras

abuelas nos lo decían "de gente bien nacida es ser agradecida".

Para algunos es muy fácil dar las "gracias" por los pequeños servicios

cotidianos que recibimos, el desayuno, ropa limpia, la oficina aseada...

Pero no siempre es así.

Ser agradecido es más que saber pronunciar unas palabras de forma

mecánica, la gratitud es aquella actitud que nace del corazón en aprecio a lo que alguien más ha hecho

por nosotros.

La gratitud no significa "devolver el favor": si alguien me sirve una taza de café no significa que después

debo servir a la misma persona una taza y quedar iguales... El agradecimiento no es pagar una deuda,

es reconocer la generosidad ajena.

La persona agradecida busca tener otras atenciones con las personas, no pensando en "pagar" por el

beneficio recibido, sino en devolver la muestra de afecto o cuidado que tuvo.

¿Has notado como los niños agradecen los obsequios de sus padres? Lo hacen con una sonrisa, un

abrazo y un beso. ¿De que otra manera podría agradecer y corresponder unos niños? Y con eso, a los

padres les basta.

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Las muestras de afecto son una forma visible de agradecimiento; la gratitud nace por la actitud que

tuvo la persona, más que por el bien (o beneficio) recibido.

Conocemos personas a quienes tenemos especial estima, preferencia o cariño por "todo" lo que nos

han dado: padres, maestros, cónyuge, amigos, jefes... El motivo de nuestro agradecimiento se debe al

"desinterés" que tuvieron a pesar del cansancio y la rutina. Nos dieron su tiempo, o su cuidado.

Nuestro agradecimiento debe surgir de un corazón grande.

No siempre contamos con la presencia de alguien conocido para salir de un apuro, resolver un percance

o un pequeño accidente. ¡Cómo agradecemos que alguien abra la puerta del auto para colocar las cajas

que llevamos, o nos ayude a reemplazar el neumático averiado!

El camino para vivir el valor del agradecimiento tiene algunas notas características que implican:

- Reconocer en los demás el esfuerzo por servir

- Acostumbrarnos a dar las gracias

- Tener pequeños detalles de atención con todas las personas: acomodar la silla, abrir la puerta, servir

un café, colocar los cubiertos en la mesa, un saludo cordial...

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Una cadena de favores

Winston era hijo de una rica familia, poseedora de extensas tierras en la

Inglaterra del siglo XIX. Durante sus vacaciones visitaba la casa de campo y, aprovechando las

raras mañanas en que salía el sol, se metía a un lago de aguas limpias.

Un sábado, siguiendo esa costumbre, comenzó a nadar. Pero en esa ocasión se alejó más de lo

prudente, hasta llegar a una zona de mayor profundidad. Sin sentirlo, perdió el control de sus

movimientos, se sumergió y empezó a ahogarse.

Casualmente pasaba por allí Alexander, un campesino de la misma edad de él que había llevado

a pastar un rebaño de ovejas. Al ver que alguien se estaba ahogando, se lanzó de inmediato al

lago, nadó hasta donde se hallaba Winston y lo rescató. Cargado en sus espaldas, lo llevó hasta

la orilla y lo ayudó a recuperar el conocimiento.

Cuando Winston reaccionó le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

—Alexander ¿y tú?

—Winston. ¿Dónde vives?

—En aquella casita que se ve en la montaña.

El pequeño Alexander regresó con sus ovejas y Winston volvió caminando a su casa.

Dos semanas después un elegante carruaje subió por la montaña. Winston y sus padres bajaron

de él y llamaron a la puerta. Una vez que Alexander y sus padres los invitaron a pasar explicaron

el motivo de su visita.

—Hace una semana Alexander salvó a Winston de morir ahogado. Estamos muy agradecidos

con él y nos gustaría darle una recompensa.

—Disculpen, señores, pero lo hice sólo por ayudar —intervino Alexander.

—Y precisamente por eso queremos corresponder. En este momento les ofrecemos pagar los

estudios de su niño hasta que concluya una carrera profesional.

Los padres de Alexander aceptaron emocionados, pues carecían de dinero para que el niño

tuviera una profesión y pensaban que toda su vida sería pastor.

Consciente de la gran oportunidad que se le abría Alexander se desvelaba estudiando y era el

mejor alumno de su clase. A los 22 años obtuvo su título como doctor y se dedicó a investigar

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nuevos medicamentos. Uno de sus mayores éxitos fue el hallazgo de una sustancia para curar

infecciones respiratorias.

Mientras tanto, Winston destacaba como militar y periodista. Al regresar de uno de sus

numerosos viajes cayó enfermo de pulmonía y los médicos dieron pocas esperanzas de

curación. Alexander lo supo y se presentó al hospital para ofrecer tratarlo con su nueva

sustancia.

Los especialistas aceptaron incrédulos pero, para su sorpresa, el paciente comenzó a mejorar y

pronto estuvo fuera de peligro.

Una tarde recibió la visita de Alexander:

—Es la segunda vez que me salvas la vida. ¿Cómo puedo recompensarte ahora que eres un

médico importante? —le preguntó Winston.

—De una forma muy sencilla: recuerda siempre que llegué a serlo gracias a ti.

—Versión libre de un relato apócrifo.

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La guerra de los postres

Chelo había estado en el hospital porque la

operaron de un hombro lastimado.

Cuando volvió a casa varias personas fueron a

visitarla y le llevaron flores. Una tarde se

apareció Queta, su amiga de la secundaria, y le

presentó una dulcera de cristal verde con natilla

de naranja. “Aquí le traigo este dulce, Chelito,

para que se mejore un poco. Le encargo mi traste.” Doña Chelo, su esposo y sus hijos Manuel y

Mauricio dejaron la dulcera limpia al día siguiente.

En estas situaciones, allá en Morelia, se estila devolver el traste con un nuevo antojo. Así que la señora

Chelo, con todo y el brazo adolorido, preparó un flan horneado y se lo envió a Queta con Mauricio y

Manuel, acompañado de una nota: “Gracias, Queta, estaba delicioso”.

En casa de Queta ella, su marido y sus hijas Jazmín y Rosalba se comieron el flan de una sentada y

disfrutaron hasta la última gota de caramelo. Queta pensó cómo corresponder a Chelo que se había

esforzado a pesar de estar enferma y horneó unos polvorones de nuez que luego le envió con Rosalba y

Jazmín en la dulcera de cristal, con otra nota: “Gracias, Chelo, estaba delicioso”. Después de gozarlos

con una taza de café, Chelo le regresó la dulcera con una rebanada de pastel de tres leches.

Manuel, Mauricio, Rosalba y Jazmín comenzaron a ir de una casa a la otra llevando y trayendo postres,

siempre en la dulcera, siempre con una nota afectuosa.

Cada una de las mujeres se empeñaba en preparar su mejor receta y hasta compraron libros con otras

nuevas. Mientras las hacían pensaban con cariño en la familia de la otra. Se enviaron chongos

zamoranos, fresas con crema, crepas de cajeta, merengues, ates de guayaba, membrillo y tejocote,

duraznos y peras en almíbar, bolitas de nuez, cocadas y gelatinas de todas las formas y colores.

También hubo una temporada de helados y nieves durante la cual los niños tenían que correr para

evitar que se derritieran. Todo cabía en la dulcera de cristal que parecía un recipiente mágico del que

salían delicias para las dos casas. Cada familia había ido coleccionando las notas que ya simplemente

decían “Gracias, muchas gracias”. Los cuatro mensajeros se habían hecho amigos en su ir y venir… luego

ya nadie sabía quién tenía que agradecer a quién ni cómo había empezado todo.

Después de varios meses así, alguno de los chicos (quién sabe cuál) se tropezó, rompió la dulcera de

cristal y derramó el brillante dulce de zapote en la banqueta. Una de las señoras fue a la mejor vidriería

de la ciudad y compró una nueva. Al recibirla, la otra preparó una nota dándole las gracias y se la envío

junto con un juego de copas tequileras. La otra le correspondió con un sartén de peltre azul y la otra, a

su vez, con una azucarera. De una casa a la otra llegaron cubiertos, platos y cacerolas, con una nota que

decía simplemente “Gracias, gracias, gracias…”, hasta que pasaron los años y las letras y los trastes y las

historias se confundieron. Manuel, Mauricio, Rosalba y Jazmín se casaron en una boda doble.

En su banquete sólo se sirvieron postres.