El Valor Del Sufrimiento

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El valor del sufrimiento El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. Debemos saber convivir con él y no verlo como un enemigo, sino como un mensajero que llega de parte de Dios para decirnos algo importante. El sufrimiento toca la puerta de nuestra vida y nos habla de nuestra debilidad y de la posibilidad de ofrecerlo con amor para que sea una escalera, que nos acerque más fácilmente a Dios. Nos puede elevar. Nos puede hundir. Depende de nosotros. ¿Alguna vez el dolor ha llamado con fuerza a la puerta de tu vida? ¿Has sentido alguna vez toda la impotencia de tu ser humano y toda tu debilidad ante un acontecimiento que no puedes evitar? ¿Has sufrido en carne propia la muerte de un ser querido por una enfermedad? ¿O por un accidente? ¿O quizás, porque lo han matado injustamente? ¿Tienes alguna enfermedad incurable o muy grave? ¿Te has rebelado contra Dios? ¿Lo sigues amando, a pesar de todo? Hay sufrimientos que Dios no los quiere. Porque son consecuencia de pecados de los hombres. Por ejemplo, las víctimas del terrorismo. Pero otros sufrimientos entran en los planes de Dios. Por ejemplo, las víctimas de un terremoto. Son sufrimientos consecuencia de las leyes de la naturaleza que Dios ha hecho. Evidentemente que Dios podía haber hecho la naturaleza con otras leyes físicas. Pero toda naturaleza posible sería imperfecta, pues el único ser Omniperfecto es Dios. Fuera de Dios todo es imperfecto, limitado, capaz de mejorar. Y Dios ha pensado que en este mundo, tal como es, con sus imperfecciones, el hombre puede merecer la gloria y salvarse, que es el fin para el cual hemos sido creados. Otra cosa es el dolor producido por los pecados de los hombres, que Dios no lo quiere. Pero para quitar el dolor, consecuencia de los pecados de los hombres, Dios tendría que quitar la libertad; pues en toda situación de hombres libres es inevitable que alguno use mal de su libertad, peque y haga sufrir a los demás. Pero un hombre sin libertad, dejaría de ser hombre. La libertad para ser bueno o ser malo es lo que hace meritorio ser bueno. Y hacer méritos para la vida eterna es para lo que Dios nos puesto en esta vida. Dios tiene razones para permitir el mal. A nosotros nos basta saber que Dios tiene Providencia, aunque desconozcamos sus caminos. Algunos dicen: «bastantes sufrimientos tiene la vida, ¿para qué buscar más?». Por tres razones: a) Porque sufriendo por Dios le mostramos nuestro amor, como Él nos lo mostró muriendo por nosotros en la cruz. b) Porque sufriendo por Dios aumentamos nuestros merecimientos para el cielo. c) Porque sufriendo uniéndonos a la Pasión de Cristo, colaboramos a la Redención

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Platica sobre el valor que Dios le da al sufrimiento

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El valor del sufrimiento

El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. Debemos saber convivir con él y no verlo como un enemigo, sino como un mensajero que llega de parte de Dios para decirnos algo importante. El sufrimiento toca la puerta de nuestra vida y nos habla de nuestra debilidad y de la posibilidad de ofrecerlo con amor para que sea una escalera, que nos acerque más fácilmente a Dios. Nos puede elevar. Nos puede hundir. Depende de nosotros.

¿Alguna vez el dolor ha llamado con fuerza a la puerta de tu vida? ¿Has sentido alguna vez toda la impotencia de tu ser humano y toda tu debilidad ante un acontecimiento que no puedes evitar? ¿Has sufrido en carne propia la muerte de un ser querido por una enfermedad? ¿O por un accidente? ¿O quizás, porque lo han matado injustamente? ¿Tienes alguna enfermedad incurable o muy grave? ¿Te has rebelado contra Dios? ¿Lo sigues amando, a pesar de todo?

Hay sufrimientos que Dios no los quiere. Porque son consecuencia de pecados de los hombres. Por ejemplo, las víctimas del terrorismo. Pero otros sufrimientos entran en los planes de Dios. Por ejemplo, las víctimas de un terremoto. Son sufrimientos consecuencia de las leyes de la naturaleza que Dios ha hecho.

Evidentemente que Dios podía haber hecho la naturaleza con otras leyes físicas. Pero toda naturaleza posible sería imperfecta, pues el único ser Omniperfecto es Dios. Fuera de Dios todo es imperfecto, limitado, capaz de mejorar. Y Dios ha pensado que en este mundo, tal como es, con sus imperfecciones, el hombre puede merecer la gloria y salvarse, que es el fin para el cual hemos sido creados.

Otra cosa es el dolor producido por los pecados de los hombres, que Dios no lo quiere. Pero para quitar el dolor, consecuencia de los pecados de los hombres, Dios tendría que quitar la libertad; pues en toda situación de hombres libres es inevitable que alguno use mal de su libertad, peque y haga sufrir a los demás.

Pero un hombre sin libertad, dejaría de ser hombre. La libertad para ser bueno o ser malo es lo que hace meritorio ser bueno. Y hacer méritos para la vida eterna es para lo que Dios nos puesto en esta vida. Dios tiene razones para permitir el mal. A nosotros nos basta saber que Dios tiene Providencia, aunque desconozcamos sus caminos.Algunos dicen: «bastantes sufrimientos tiene la vida, ¿para qué buscar más?». Por tres razones:

a) Porque sufriendo por Dios le mostramos nuestro amor, como Él nos lo mostró muriendo por nosotros en la cruz.b) Porque sufriendo por Dios aumentamos nuestros merecimientos para el cielo.c) Porque sufriendo uniéndonos a la Pasión de Cristo, colaboramos a la Redención de la Humanidad. Dios quiere que colaboremos a la Redención de la Humanidad. Es doctrina de San Pablo4.

¿Por qué Dios ha elegido el sufrimiento para redimir al mundo? No lo sabemos. Pero es así. Por eso nuestro sufrimiento unido al de Cristo colabora en la redención del mundo.

Y nuestro sufrimiento, ofrecido Dios es una manifestación de amor a Él. Lo mismo que Él nos manifestó su amor muriendo por nosotros en la cruz. El sufrir por amor a Dios nos enriquece para la vida eterna. Debe ser para nosotros un consuelo saber que, en igualdad de circunstancias, en el cielo gozan más los que más han sufrido en la Tierra por amor a Dios. Y es consolador saber que «el sufrir pasa, pero el premio de haber sufrido por amor a Dios durará eternamente».Por eso el cristiano le encuentra sentido al sufrimiento. El ateo no tiene motivación para sufrir, por eso se desespera.

La sublimación del sufrimiento es uno de los grandes tesoros del cristianismo. Sufrir por un ideal hace más llevadero el sufrimiento: «las espinas pinchan cuando se pisan, no cuando se besan».

1. Sufrimiento y dolorEl mal Sin proponérnoslo relacionamos el sufrimiento con el mal. Sin entrar por el momento en un análisis profundo, podemos decir que sufrimos porque algo está mal, quizá porque echamos de menos algún bien. De hecho el sufrimiento es probar el mal. Es la impresión de mal en la vida con sus consecuencias negativas. Pues, desde luego, el dolor, por así decir, en sí mismo –sin ser probado– no es ni siquiera posible.Sólo sufren las personas El sufrimiento es lo que no queremos, de lo que nadie puede querer para sí mismo, porque de suyo es negativo para la vida pero que por alguna razón padecemos: es aquello contra lo cual yo, al menos de momento, nada puedo hacer. Algunas veces porque no quiero evitarlo, otras, porque me vale la pena sufrirlo, o, incluso, porque me interesa padecerlo. Se trata, por tanto, del dolor humano, es decir, en el hombre maduro; que es muy distinto del dolor, por ejemplo, animal. El animal únicamente siente dolor, algo le molesta y nada más. No se pregunta, lógicamente, por el sentido de su dolor. Por eso son sólo las personas las que sufren.

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Incluso un dolor moral Siendo siempre desagradable el sufrimiento, repulsivo, es, sin embargo, variado: tristeza, congoja, ansiedad, angustia, temor, desesperación, dolor físico, etc. En cualquiera de los casos al sufrimiento siempre le acompaña una reacción de huída. Cuando sufrimos nos sentimos mal aunque propiamente el mal sólo afecte a cierto aspecto concreto de nuestro yo, ya sea del cuerpo o del espíritu. Incluso si aceptamos el dolor, por otra parte, deseamos que se pase; y hablamos de desesperación cuando no vemos el fin a un dolor. Que el sufrimiento es personal también lo notamos en que de alguna forma se siente implicado todo el sujeto, cualquiera que sea la causa dolorosa. De hecho, la persona puede estar triste, angustiada o ansiosa por un dolor físico, pero también decimos que una mala noticia, por ejemplo, nos ha puesto de mal cuerpo. En efecto, no se puede negar que los sufrimientos morales tienen también una parte «física» o somática, y que con frecuencia se reflejan en el estado general del organismo [2] .

El sufrimiento y el mero dolor ¿Pero, por qué hay sufrimiento? ¿No podría ser la vida sin dolor: sin enfermedad, sin violencias, sin desgracias, sin temores…? ¿Por qué hay dolor –sufrimiento– en nuestra vida? Si la vida humana fuera sólo el proceso cambiante de unos elementos –los hombres– que se suceden en el tiempo, como ocurre con los animales y las plantas, el sufrimiento humano sería equivalente a la caída de las hojas en otoño, al agostarse de la hierba por el calor, a la huída del ratón por el acoso del gato o a la agonía de un pez en el anzuelo; algo sin más relevancia que el mal –si se puede hablar así– del momento, algo sin relevancia, intrascendente. El sucederse de las generaciones y la suerte de cada hombre podría compararse al correr incesante del agua por un torrente, cuyas gotas discurren con calma o golpean violentamente aquí y allá –gozan o sufren, podríamos pensar– mientras la corriente fluye. Es una interpretación materialista que no concuerda con la conciencia que solemos tener de la vida con sus momentos mejores y peores.

La razón de ser según la Biblia La Biblia responde, no sólo al por qué de esos momentos humanos y a su sentido; responde también al por qué del hombre mismo y –como decíamos– al origen y al fin de su dolor. Dice el libro del Génesis –lo recordamos con cierto detalle– que el Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara; y el Señor Dios impuso al hombre este mandamiento: —De todos los árboles del jardín podrás comer; pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás. (…)

La mujer se fijó en que el árbol era bueno para comer, atractivo a la vista y que aquel árbol era apetecible para alcanzar sabiduría; tomó de su fruto, comió, y a su vez dio a su marido que también comió. Entonces se les abrieron los ojos y conocieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Y cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, el hombre y su mujer se ocultaron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó al hombre y le dijo:

Pecado —¿Dónde estás? Este contestó: —Oí tu voz en el jardín y tuve miedo porque estaba desnudo; por eso me oculté. Dios le preguntó: —¿Quién te ha indicado que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer? El hombre contestó: —La mujer que me diste por compañera, ella me dio del árbol, y comí. Entonces el Señor Dios dijo a la mujer: —¿Qué es lo que has hecho? La mujer respondió: —La serpiente me engañó y comí. (…) A la mujer le dijo:Dolor —Multiplicaré los dolores de tus embarazos; con dolor darás a luz tus hijos; hacia tu marido tu instinto te empujará y él te dominará. Al hombre le dijo: —Por haber escuchado la voz de tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí comer: Maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga comerás de ella todos los días de tu vida. Te producirá espinas y zarzas, y comerás las plantas del campo. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado, porque polvo eres y al polvo volverás [3] .Según estaba previsto Hemos recordado la escena del pecado original, tal y como se narra en la Sagrada Escritura, para comprobar que el primer dolor en la vida del hombre, la primera contrariedad, lo atosiga a continuación de la desobediencia: porque han pecado; porque se

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han opuesto a su Creador; porque le han ofendido, en definitiva. La concupiscencia, el miedo, el dolor físico, el cansancio, y, por fin, la muerte, son consecuencia de la ofensa. El sufrimiento tiene caracter de pena: el día que comas de él, morirás [4] . Aparte de esta explicación bíblica del dolor, la realidad que experimentamos es que el dolor es una cuestión de hecho. Si alguien no sufre ni ha sufrido nunca, no debe preocuparse, sólo tiene que esperar.

Una inevitable experiencia Un sabio y buen amigo me comentaba un día, acudiendo a una apología, que «todos debemos comernos un pollo en la vida: tú estás comiendo ahora la pechuga y los muslos del pollo –me decía–, prepárate para cuando te toquen las plumas y las patas». Se ve que, por entonces, vivía muy cómodamente: sólo hay que esperar… Precisamente por esto –porque el dolor es cosa de todos– es tan importante estar preparados, también intelectualmente: sabiendo mucho de sufrimiento, aunque de momento, casi sólo sea de teoría acerca del sufrimiento. Así nos disponemos para el momento de la práctica.

Se quiera o no se quiera Con frecuencia, si se habla de dolor es sólo para quejarse o para intentar acabar con lo molesto a cualquier precio; se oculta el fracaso que es no lograr el objetivo buscado (algo normal de vez en cuando si no somos dioses) y se fomenta la ilusión en un mundo sin problemas, en el que viviríamos siempre triunfadores. La experiencia nos demuestra que todo es inútil: no hay, en este mundo, quien acabe con el sufrimiento y se logra el efecto contrario: una actitud que incapacita para soportar el padecer y aumenta con ello el sufrimiento [7] . Sufrir puede ser bueno y, como veremos, fuente de gozo. Sólo si se debe a un mal moral, al pecado, siempre es un sufrimiento negativo; el pecado, entendido como tal, siempre entristece.

Sentido del sufrimiento

Condición: aceptar el sufrimiento El que está dispuesto a padecer por vivir según Cristo tiene garantizado el consuelo sobreabundante para su dolor como parte de la vida a la que invita al hombre. Pero el que no está dispuesto a sufrir ni a llorar, como Dios manda, se quedará sin el consuelo divino. No ha de verse en la aflicción una gran desgracia si somos cristianos. Serían innumerables los argumentos revelados que nos animan a un optimismo inquebrantable, si nos decidimos por Dios a lo que cuesta: a la pobreza, al trabajo esforzado, al desprendimiento de los bienes materiales, a la generosidad. Como es sabido, los santos han hecho de la cruz, del dolor por Dios y los hombres, el ideal de su vida.

Un misterio

En ocasiones nos parece muy poco razonable El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio especifico. Como misterio, debe ser permanentemente contemplado con perplejidad y con respeto: ante el dolor humano nos encontramos frente a una realidad con vocación sobrenatural, llamada a trascendernos.

Recordemos a Job con su dolor inexplicable. El es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia. (…)

Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo. (…) Job no ha sido castigado, no había razón para infligirle una pena, aunque haya sido sometido a una prueba durísima [27] .

Job era un hombre ejemplar en el amor de Dios con independencia de sus riquezas. Satán piensa que su amor es interesado y provoca a Dios: extiende tu mano y tócalo en lo suyo (veremos), si no te maldice en tu rostro (Job 1, 9-11). Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba [28] . El sufrimiento puede ser a veces una oportunidad, no siempre un castigo. Para Job fue ocasión de mayor virtud y gloria ante Dios.

Sólo la fe en Cristo lo ilumina del todo De todos modos, el sufrimiento supone para el hombre mucho más que una ocasión de simple desarrollo personal, aunque no pocas veces también lo sea. Es un misterio que se vislumbra, iluminados por la fe y en la medida en que somos capaces a partir de Cristo: Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte [29] .

Vivir la Vida Conviene admitir que, ofreciéndonos el dolor, Dios nos invita a acoger la presencia amorosa de su Vida en la nuestra. ¡Qué sensatas resultan, entonces, las palabras de Job, que sufre sin culpa!: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allí. El Señor lo dio, el Señor lo quitó; como al Señor le agradó, así se hizo: ¡sea bendito el nombre del Señor! Si recibimos bienes de la mano de Dios, ¿por qué no recibiremos males? [40] Males que el buen hijo de Dios tolera, pues no es probado por encima de sus

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fuerzas, ni se espera de él más de lo que puede. Males que tal vez no entiende pero Dios sí; y por lo tanto son un bien soportable para él.

EL SUFRIMIENTO NOS LLEVA A DIOS

Hay quienes, ante el sufrimiento de la vida, se rebelan contra Dios y le echan las culpas de todas sus desgracias. Le dicen: ¿Por qué me has hecho esto? Prefiero morir a vivir. Quiero suicidarme, así no vale la pena vivir. Algunos le exigen la salud, como si fuera un derecho adquirido, y dicen: Si no tuviera hijos que cuidar… Si estuviese solo, pero tengo una familia que alimentar y tengo muchos problemas que resolver y muchos planes que realizar. Pareciera que le dicen a Dios que ellos son seres indispensables en el mundo.

Algunos gritan, diciendo: ¿Por qué? Yo soy bueno. ¿Por qué me castigas? Oh Dios, mátame si quieres, pero que no dé pena a los demás, que no haga gastar dinero a mis familiares, que no sea un cacharro inútil para los demás… Y Dios no responde, y calla y perdona y aguanta con paciencia todos los insultos e incomprensiones.

Pero Dios no se divierte ni se lo pasa en grande viéndote sufrir, como si tu dolor y tu enfermedad fueran caprichos de su entretenimiento para los ratos libres. En cambio, se siente muy contento, cuanto ve que tú te realizas a través del dolor y maduras y llegas a ser mejor y más feliz. La peor desgracia que le puede pasar a un hombre no es estar enfermo, sino ser un inútil que no sirve para “nada” y que, al morir, se sienta vacío por dentro por haber desperdiciado su vida. Pero si ama y ofrece su dolor, aunque esté en una silla de ruedas, su vida estará plena de sentido y se realizará como persona y será feliz.

Decía Nicolás Wolterstorff: “Dios es amor y nos ama. Por eso, “sufre” al ver nuestro mundo pecaminoso lleno de sufrimiento. Amar es sufrir. De ahí que podemos decir que las lágrimas de Dios son el secreto de la historia humana”.

Hay una leyenda china que cuenta el caso de una pareja de ancianos, que deseaban ardientemente tener un hijo. Después de varios años de esterilidad, por fin tuvieron un hijo. El día después de su nacimiento, los visitó un ángel de Dios y les dijo que podían pedirle cualquier cosa, que Dios se la concedería. Después de mucho pensarlo, le pidieron para su hijo que nunca tuviera sufrimientos ni enfermedades en la vida. El ángel les dijo que Dios podía concedérselo, pero que lo pensaran bien, porque, en su opinión, no era lo más conveniente para él. Pero ellos insistieron tanto que, al fin, Dios se lo concedió.

Y dice la leyenda que, felizmente, estos ancianos esposos no vivieron el tiempo suficiente para ver crecer a su hijo, que llegó a ser el más grande tirano que existió en toda la comarca.

¿Por qué? Porque el sufrimiento nos lleva a Dios, que es amor. Nos hace más sensibles ante el sufrimiento de los demás y nos ayuda a madurar personalmente. El hombre que no ha sufrido, no tendrá la madurez suficiente para amar de verdad y será más duro e insensible ante el dolor de los demás. Por eso, dice un dicho antiguo: “quien no sabe de dolores, no sabe de amores”.

El sufrimiento es un tesoro de Dios, un instrumento de Dios para acercarnos más a Él, si sabemos aceptarlo con amor. De otro modo, puede ser un medio de desesperación para el que no tiene fe y sólo piensa en terminar con todo cuanto antes y suicidarse.

Dice Luis Gastón de Segur que, de mil personas que hay en el infierno, probablemente novecientas noventa estarían ahora en el cielo o, al menos, en el purgatorio, si hubiesen sido ciegas, paralíticas, sordomudas o afligidas por alguna enfermedad. Y de los mil que hay en el purgatorio, probablemente estarían novecientas noventa ya en el cielo, si hubiesen tenido alguna enfermedad, que los hubiera hecho más humildes y maduros en la fe y en el amor.

Alguien ha dicho que los buenos enfermos son como las estaciones de gasolina, a donde acuden los que quieren llenar su corazón vacío de amor. Hablar con buenos enfermos ayuda a los sanos a ver la vida en otra perspectiva, porque todos, tarde o temprano, pasaremos por la enfermedad. Los buenos enfermos son bienhechores de la humanidad y ayudan como misioneros en la gran tarea de la salvación del mundo.

En 1928 Margarita Godet quería ser apóstol misionera, pero estaba inmovilizada por la enfermedad y se ofreció como enferma misionera por los seminaristas de las Misiones extranjeras de París. Así comenzó la Unión de los enfermos misioneros, que se compromete a ofrecer diariamente su dolor por las misiones.

También existe la Fraternidad cristiana de enfermos, fundada por el sacerdote Henry François en Verdún (Francia), en 1942, para enfermos, ancianos o minusválidos para fomentar la unión y fraternidad entre ellos y enseñarles a aceptar su dolor y ofrecerlo por la salvación del mundo.

OFRECIMIENTO DEL DOLOR

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El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. No hay nadie que, tarde o temprano, no participe de él. Por eso, debemos aprender a llevar nuestra cruz de cada día, como nos dice Jesús, y saber ofrecerla para darle un valor sobrenatural. De ahí que sea importante aprender a tener espíritu de sacrificio y no buscar siempre el placer por el placer.

Nuestra Madre la Virgen, en muchas de sus apariciones, nos habla de ofrecer sacrificios voluntarios por la conversión de los pecadores. En Fátima le decía a Lucía: “Orad y haced sacrificios por los pecadores, porque van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por ellas” (13 de agosto de 1917).

Este espíritu de sacrificio por la conversión de los pecadores, lo aprendieron muy bien los tres pastorcitos. A veces, daban su comida a las ovejas o a niños pobres o comían bellotas amargas o no bebían agua en pleno calor y decían: “Oh Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores”.

Evidentemente, el sufrimiento por sí mismo no vale nada, si es que no se ofrece con amor y por amor. Pero, cuando se ofrece a Dios con amor, tiene un gran valor redentor en unión con los méritos de Jesús. Por eso, debemos pensar en tantas personas que están alejadas de Dios y que están en peligro de condenación eterna por sus propios pecados. Pero, si nosotros ofrecemos por ellos nuestras oraciones y sacrificios, Dios les puede conceder gracias extraordinarias, que pueden conseguirles su conversión y salvación.

Si san Agustín no hubiera tenido una madre tan santa como santa Mónica, quizás nunca se hubiera convertido ni hubiera llegado a ser el gran santo que todos conocemos. Si tú fueras más generoso con Dios y ofrecieras todos tus sufrimientos y enfermedades por la salvación de tu familia, quizás Dios podía haber salvado hace muchos años algún antepasado tuyo o algún familiar actual que va por mal camino. La oración traspasa las fronteras del tiempo o del espacio. Ora por todos tus antepasados y familiares, presentes y futuros. Hay motivos más que suficientes para ofrecer todo lo que sufres. Y ¡cuántos podrán salvarse por tu generosidad! Pero ¡cuántos también podrán condenarse por su culpa, pero porque no han tenido familiares generosos, que los han encomendado al Señor! ¡Ofrece tu dolor a Dios y Él te bendecirá a ti y a tu familia!

No puedes imaginar todo lo que vale el sufrimiento, ofrecido con amor. Sólo en el cielo lo comprenderás. Allí encontrarás miles y miles de hijos espirituales, a quienes has salvado con tu dolor amoroso o con tu amor doloroso.

Cuando tengas mucho que sufrir, celebra tu propia misa y di como el sacerdote: “Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Sí, este cuerpo tuyo ofrécelo y entrégalo como ofrenda a Jesús para que, en unión con Él, puedas ofrecer tus sufrimientos al Padre por la salvación del mundo. Así tu vida será una misa permanente, en unión con Jesús.

Nos los dice Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares:

“Si sufres mucho y tu sufrir te impide cualquier otra actividad, acuérdate de la misa. En la misa, Jesús, ahora como entonces, no trabaja ni predica, Jesús se sacrifica por amor. En la vida se pueden hacer muchas cosas, decir muchas palabras, pero la voz del dolor, aunque sea sorda y desconocida a los otros, es la palabra más fuerte, aquélla que penetra el cielo. Si sufres, mete tu corazón en el Corazón de Jesús. Di tu misa. Ofrécete con Jesús por la salvación del mundo. Y, si el mundo no te comprende, no te turbes, basta que lo comprendan Jesús y María, los ángeles y los santos. Vive con ellos y deja correr tu sangre en beneficio de la humanidad. La misa es un misterio demasiado grande para poder comprenderla. Su misa y tu misa, Jesús y tú, su amor y tu amor, podéis salvar al mundo”.

Por eso, decía Susana Fouché: “Yo he tomado mis dolores en mis manos como un instrumento de trabajo para la salvación del mundo”. ¿Estás tú también dispuesto a ofrecer tu vida por la salvación de tus hermanos? contento y feliz”.

Pearl S. Buck, premio Nóbel de literatura de 1938, era madre de un niño subnormal. Y ella escribió:

“Si hubiese podido conocer previamente que mi hijo iba a ser un niño subnormal ¿lo habría abortado? La respuesta es NO. Habría elegido la vida para él. Y esto por dos razones. En primer lugar, me da miedo que el poder de elección sobre la vida y la muerte esté en manos de un ser humano. Y, en segundo lugar, porque la vida de este hijo no ha estado desprovista de sentido. Al contrario, ha traído consuelo a muchas personas y apoyo práctico a muchos padres de niños subnormales. Ciertamente, lo ha hecho a través de mí, pero sin él yo no hubiera tenido la oportunidad de aprender a aceptar el sufrimiento y hacer que esa aceptación sea útil para los otros.

EL SUFRIMIENTO NOS LLEVA A DIOS Hay quienes, ante el sufrimiento de la vida, se rebelan contra Dios y le echan las culpas de todas sus desgracias. Le dicen: ¿Por qué me has hecho esto? Prefiero morir a vivir. Quiero suicidarme, así no vale la pena vivir. Algunos le exigen la salud, como si fuera un derecho adquirido, y dicen: Si no tuviera hijos que cuidar… Si estuviese solo, pero tengo una familia que alimentar y tengo

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muchos problemas que resolver y muchos planes que realizar. Pareciera que le dicen a Dios que ellos son seres indispensables en el mundo.

Algunos gritan, diciendo: ¿Por qué? Yo soy bueno. ¿Por qué me castigas? Oh Dios, mátame si quieres, pero que no dé pena a los demás, que no haga gastar dinero a mis familiares, que no sea un cacharro inútil para los demás… Y Dios no responde, y calla y perdona y aguanta con paciencia todos los insultos e incomprensiones.

Pero Dios no se divierte ni se lo pasa en grande viéndote sufrir, como si tu dolor y tu enfermedad fueran caprichos de su entretenimiento para los ratos libres. En cambio, se siente muy contento, cuanto ve que tú te realizas a través del dolor y maduras y llegas a ser mejor y más feliz. La peor desgracia que le puede pasar a un hombre no es estar enfermo, sino ser un inútil que no sirve para “nada” y que, al morir, se sienta vacío por dentro por haber desperdiciado su vida. Pero si ama y ofrece su dolor, aunque esté en una silla de ruedas, su vida estará plena de sentido y se realizará como persona y será feliz.

Decía Nicolás Wolterstorff: “Dios es amor y nos ama. Por eso, “sufre” al ver nuestro mundo pecaminoso lleno de sufrimiento. Amar es sufrir. De ahí que podemos decir que las lágrimas de Dios son el secreto de la historia humana”.

Hay una leyenda china que cuenta el caso de una pareja de ancianos, que deseaban ardientemente tener un hijo. Después de varios años de esterilidad, por fin tuvieron un hijo. El día después de su nacimiento, los visitó un ángel de Dios y les dijo que podían pedirle cualquier cosa, que Dios se la concedería. Después de mucho pensarlo, le pidieron para su hijo que nunca tuviera sufrimientos ni enfermedades en la vida. El ángel les dijo que Dios podía concedérselo, pero que lo pensaran bien, porque, en su opinión, no era lo más conveniente para él. Pero ellos insistieron tanto que, al fin, Dios se lo concedió.

Y dice la leyenda que, felizmente, estos ancianos esposos no vivieron el tiempo suficiente para ver crecer a su hijo, que llegó a ser el más grande tirano que existió en toda la comarca.

¿Por qué? Porque el sufrimiento nos lleva a Dios, que es amor. Nos hace más sensibles ante el sufrimiento de los demás y nos ayuda a madurar personalmente. El hombre que no ha sufrido, no tendrá la madurez suficiente para amar de verdad y será más duro e insensible ante el dolor de los demás. Por eso, dice un dicho antiguo: “quien no sabe de dolores, no sabe de amores”.

El sufrimiento es un tesoro de Dios, un instrumento de Dios para acercarnos más a Él, si sabemos aceptarlo con amor. De otro modo, puede ser un medio de desesperación para el que no tiene fe y sólo piensa en terminar con todo cuanto antes y suicidarse.

Dice Luis Gastón de Segur que, de mil personas que hay en el infierno, probablemente novecientas noventa estarían ahora en el cielo o, al menos, en el purgatorio, si hubiesen sido ciegas, paralíticas, sordomudas o afligidas por alguna enfermedad. Y de los mil que hay en el purgatorio, probablemente estarían novecientas noventa ya en el cielo, si hubiesen tenido alguna enfermedad, que los hubiera hecho más humildes y maduros en la fe y en el amor.

Alguien ha dicho que los buenos enfermos son como las estaciones de gasolina, a donde acuden los que quieren llenar su corazón vacío de amor. Hablar con buenos enfermos ayuda a los sanos a ver la vida en otra perspectiva, porque todos, tarde o temprano, pasaremos por la enfermedad. Los buenos enfermos son bienhechores de la humanidad y ayudan como misioneros en la gran tarea de la salvación del mundo.

En 1928 Margarita Godet quería ser apóstol misionera, pero estaba inmovilizada por la enfermedad y se ofreció como enferma misionera por los seminaristas de las Misiones extranjeras de París. Así comenzó la Unión de los enfermos misioneros, que se compromete a ofrecer diariamente su dolor por las misiones.

OFRECIMIENTO DEL DOLOREl sufrimiento es parte integrante de la vida humana. No hay nadie que, tarde o temprano, no participe de él. Por eso, debemos aprender a llevar nuestra cruz de cada día, como nos dice Jesús, y saber ofrecerla para darle un valor sobrenatural. De ahí que sea importante aprender a tener espíritu de sacrificio y no buscar siempre el placer por el placer.

Nuestra Madre la Virgen, en muchas de sus apariciones, nos habla de ofrecer sacrificios voluntarios por la conversión de los pecadores. En Fátima le decía a Lucía: “Orad y haced sacrificios por los pecadores, porque van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por ellas” (13 de agosto de 1917).

Este espíritu de sacrificio por la conversión de los pecadores, lo aprendieron muy bien los tres pastorcitos. A veces, daban su comida a las ovejas o a niños pobres o comían bellotas amargas o no bebían agua en pleno calor y decían: “Oh Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores”.

Evidentemente, el sufrimiento por sí mismo no vale nada, si es que no se ofrece con amor y por amor. Pero, cuando se ofrece a Dios con amor, tiene un gran valor redentor en unión con los méritos de Jesús.

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Por eso, debemos pensar en tantas personas que están alejadas de Dios y que están en peligro de condenación eterna por sus propios pecados. Pero, si nosotros ofrecemos por ellos nuestras oraciones y sacrificios, Dios les puede conceder gracias extraordinarias, que pueden conseguirles su conversión y salvación.

Si san Agustín no hubiera tenido una madre tan santa como santa Mónica, quizás nunca se hubiera convertido ni hubiera llegado a ser el gran santo que todos conocemos. Si tú fueras más generoso con Dios y ofrecieras todos tus sufrimientos y enfermedades por la salvación de tu familia, quizás Dios podía haber salvado hace muchos años algún antepasado tuyo o algún familiar actual que va por mal camino. La oración traspasa las fronteras del tiempo o del espacio. Ora por todos tus antepasados y familiares, presentes y futuros. Hay motivos más que suficientes para ofrecer todo lo que sufres. Y ¡cuántos podrán salvarse por tu generosidad! Pero ¡cuántos también podrán condenarse por su culpa, pero porque no han tenido familiares generosos, que los han encomendado al Señor! ¡Ofrece tu dolor a Dios y Él te bendecirá a ti y a tu familia!

No puedes imaginar todo lo que vale el sufrimiento, ofrecido con amor. Sólo en el cielo lo comprenderás. Allí encontrarás miles y miles de hijos espirituales, a quienes has salvado con tu dolor amoroso o con tu amor doloroso.

Cuando tengas mucho que sufrir, celebra tu propia misa y di como el sacerdote: “Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Sí, este cuerpo tuyo ofrécelo y entrégalo como ofrenda a Jesús para que, en unión con Él, puedas ofrecer tus sufrimientos al Padre por la salvación del mundo. Así tu vida será una misa permanente, en unión con Jesús.

Nos los dice Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares:

“Si sufres mucho y tu sufrir te impide cualquier otra actividad, acuérdate de la misa. En la misa, Jesús, ahora como entonces, no trabaja ni predica, Jesús se sacrifica por amor. En la vida se pueden hacer muchas cosas, decir muchas palabras, pero la voz del dolor, aunque sea sorda y desconocida a los otros, es la palabra más fuerte, aquélla que penetra el cielo. Si sufres, mete tu corazón en el Corazón de Jesús. Di tu misa. Ofrécete con Jesús por la salvación del mundo. Y, si el mundo no te comprende, no te turbes, basta que lo comprendan Jesús y María, los ángeles y los santos. Vive con ellos y deja correr tu sangre en beneficio de la humanidad. La misa es un misterio demasiado grande para poder comprenderla. Su misa y tu misa, Jesús y tú, su amor y tu amor, podéis salvar al mundo”.

El sufrimiento es un importante para que de nuestra existencia. En el principio el mundo era Dios, todo era Dios y no existía mas que Dios. Antes de la existencia del mundo los angeles ya existían, las almas ya existían en la mente de Dios y todo estaba en perfecta unión con Dios.

Pero las cosas no se valoran hasta que se pierden y eso se puede aplicar de forma universal. Como concientizamos el valor del amor de Dios si no conocemos la ausencia del mismo? Como concientizamos el valor del bien si no conocemos el mal? Como concientizamos el valor de la luz si no conocemos el valor de la oscuridad.

Muchas veces me pregunto porque y para que nos creo Dios, Dios siendo Dios que necesidad tenia de crearnos? Y la respuesta que encuentro es la única constante en la creación del universo, es el amor

La evolución nos permite a través de la experiencia, aprender de la vida misma para crecer en conocimiento y conciencia sobre el significado del mal para valorar mas profundadmente las bondades del bien.

Creo que Dios en su infinita sabiduría busco la forma de que valoraramos su infinito amor para que nuestro amor, su amor, tuviera también un valor infinito. Esa concientización del valor del amor es el sentido fundamental de la existencia del hombre por eso el conocimiento del amor de Dios tiene un valor tan grande, es una perla tan grande, un tesoro tan grande que cuando el hombre lo encuentra va y vende todo para encontrar el campo en donde lo encontró. Mt. 13:44-52

Lo importante en el hombre es esa santidad, la fuerza del amor de Dios como objeto de nuestra existencia, valorar el amor, entender el amor, conocer el amor es el sentido de los que existimos

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Y el sufrimiento en unión con Dios nos ayuda a profundizar en el conocimiento del amor, al conocer el sufrimiento valoramos mas la existencia del amor

Si Dios mando a su hijo al mundo y permitió que sufriera como sufrió es precisamente por eso, porque el amor es algo tan valioso, tan grande que acepta y permite el sufriemiento, para que a través de ese gran sufrimiento para que a través de ese gran sufrimiento por medio del sacrificio personal, conozcamos la existencia del mal y del dolor

Y de esta forma valoremos, entendamos y recnozcamos mas profundamente el valor del amor. El mal nos lleva al sufrimiento y conociendo el dolor que este provoca cuando encontramos el amor, lo valoramos mucho mas.