El Violin Negro - Sandra Andres Belenguer

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libro de drama romantico, historia de un violinista

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  • El violn

    negro

    Sandra Andrs Belenguer

  • EL VIOLN NEGRO

    SANDRA ANDRS BELENGUER

    eBook ISBN: 978-84-16009-17-6

  • A mis padres

  • Hay que acostumbrase a todo en la vida incluso a la eternidad.

    El Fantasma de la pera, Gastn Leroux

  • 1 Diciembre, 1907

    Atardeca en Pars.

    Enfundado en un rado abrigo negro y una desgastada gorra, un hombre atravesaba

    precipitadamente Le Pont des Arts dirigindose hacia el lado derecho del Sena. La ciudad

    entera sufra el temporal propio de diciembre y el fro se dejaba sentir con intensidad por

    los escasos viandantes que an circulaban. Pars se sepultaba poco a poco bajo la nieve, y

    sus calles, casi desiertas, le conferan un aspecto gris y fantasmal. El nico sonido existente

    era el inquietante bramido del glido viento azotando el ro y las ruedas de los carruajes

    sobre los blancos adoquines.

    Sin embargo, a aquel hombre no pareca importarle el azote invernal. Segua su

    camino con determinacin aferrando fuertemente un saco de extraas proporciones.

    Deba llegar a la Rue Bonaparte antes de que oscureciese por completo o tendra que

    esperar hasta el da siguiente, cuando el anticuario Corenthin et fils abriese sus puertas de

    nuevo. No haba tiempo que perder. Necesitaba el dinero.

    Abstrado como estaba en sus pensamientos, no vio dirigirse contra l a toda

    velocidad una berlina negra. Los caballos relincharon con angustia cuando el cochero tir

    de las bridas tratando de frenar su carrera. El coche se detuvo a escasos metros del

    personaje, que se sobresalt, cayendo bruscamente sobre el nveo empedrado.

    El cochero le increp speramente y quitndose su sombrero de copa, se pas una

    mano temblorosa por la frente intentando evaporar as el temor de lo que podra haber sido

    un serio accidente. Una pareja cercana, se aproxim con celeridad para comprobar que no

    haba resultado herido. La mujer, ataviada con un grueso abrigo, le pregunt si se

    encontraba bien.

    Pero aquel a quien haca referencia solo estaba preocupado por el contenido de la

    bolsa que llevaba a cuestas y haciendo caso omiso de cualquier pregunta, introdujo

    nervioso la mano en ella y comprob que todo estaba en perfecto estado.

    Gracias a Dios, parece que no ha sufrido dao alguno, pens con alivio.

    La pareja de transentes se mir extraada por el comportamiento de aquella persona

    que pareca valorar ms un viejo saco que su propia seguridad, y sigui su camino.

    El hombre reanud su marcha.

    Cuando lleg al anticuario y prestamista, se detuvo pensativo ante la puerta.

  • Robar para poder comer.

    Aunque no era la primera vez que lo haca, no pudo evitar sentir vergenza de s

    mismo. En su mente se dibujaron los rostros de su mujer e hijos y not como un nudo se

    apoderaba de su garganta.

    Se sec el rostro mojado con sus manos y con un profundo suspiro envuelto en vaho,

    empuj la puerta entrando en el local.

    Ya en su interior, se ensimism momentneamente por lo que le rodeaba. Extraos

    retratos lo miraban por doquier, candelabros pertenecientes al siglo anterior estorbaban su

    paso junto a pintorescas figuras religiosas, relojes de la poca napolenica, libros cuyos

    ttulos haban sido borrados por el tiempo El prestamista Corenthin lo observaba con recelo al otro lado de la estancia. Era un

    hombre anciano, de cabellos blancos y ojos inquisidores que siempre escrutaban al cliente

    tras unos pequeos anteojos.

    Cuando le pregunt con voz escabrosa qu deseaba, el hombre se quit rpidamente la

    gorra y tragando saliva, se acerc y dej encima del mostrador, con mucha suavidad, el

    contenido del saco que con tanto cuidado haba transportado a sus espaldas.

    Corenthin lo mir con ojos inquisidores mientras extraa el objeto de su estuche. Lo

    que vio, ms que complacerle, lo fascin. Aument la intensidad de la lmpara de gas y lo

    analiz meticulosamente con sus huesudos dedos.

    Tras unos breves instantes en los que el silencio nicamente era transgredido por el

    acompasado sonido del pndulo de un reloj isabelino, su rostro comenz astutamente a

    cambiar de expresin. Sus ojos parpadearon con perspicacia tras los gruesos anteojos

    mientras levantaba la cabeza.

    Solo puedo ofrecerle cuatrocientos francos por l. Qu? Solo cuatrocientos? Eso vale al menos mil! Lo siento Quiz prefiera intentarlo en otro de los anticuarios que hay por esta

    zona, pero ninguno le va a ofrecer ms de esta cantidad mirndole directamente a los ojos, Corenthin continu con sagacidad o puede que quiera arriesgarse a que le pregunten cmo lo ha obtenido. Sera un verdadero problema, no es as? A la polica le interesara

    mucho, en mi opinin.

    El hombre call, lvido. No haba contado con aquella extorsin.

    De acuerdo dijo casi en un susurro, asintiendo con la cabeza. Cuatrocientos me parece justo.

    El prestamista se encogi de hombros mientras extraa el dinero acordado de un

    pequeo cajn. Se lo tendi casi con despreocupacin y vio como aquel sujeto lo guardaba

    rpidamente en un bolsillo saliendo precipitadamente del local.

    Corenthin, ya solo, mir el objeto que yaca sobre la mesa, y sonri con satisfaccin.

  • 2 En la actualidad

    Christelle se despidi de sus compaeras tras abandonar La Salle Pleyel. Por lo

    general, era una sala destinada a los conciertos de msica sinfnica para el gran pblico

    parisino, pero en aquella ocasin, la Cit de la Musique haba concedido un permiso

    especial para que sus alumnos pudiesen ensayar sus futuros exmenes en las instalaciones.

    Sin duda el maestro Boldizsr Kirly, probablemente uno de los mejores profesores

    del conservatorio y un afamado director de orquesta, haba sido el insigne mediador para

    conseguir dicho permiso. Su extraordinario currculum dentro de la msica clsica haca

    que todas las puertas estuvieran abiertas para l. Hombre de una vastsima cultura,

    combinaba su estatus de profesor emrito en el conservatorio con sus frecuentes conciertos

    por todo el mundo.

    Haba sido una jornada agotadora. Tras horas de prcticas, el concierto para violn

    nmero tres de Mozart todava resonaba en la mente de Christelle con cierta monotona,

    cuando su mejor amiga, Cloe, la cogi del brazo a la salida de la gran sala de conciertos.

    No crees que hoy se han pasado un poco? Acabar detestando a Mozart! Christelle ri divertida por el comentario.

    Yo tambin estoy agotada, no creas. Y si esto son solo los ensayos para el concierto de Navidad imagnate cmo sern los exmenes! Recuerda que ya estamos en octubre, los tenemos a la vuelta de la esquina!

    Haca ya varios aos que Christelle haba ingresado en el Conservatorio de Msica de

    Pars; no tena muchas amistades, pero senta que encajaba a la perfeccin.

    La msica haba formado parte de su vida desde que era una nia y a sus dieciocho

    aos, era la clave vital de su existencia. Todava poda recordar el da en que sus padres le

    regalaron su primer violn de eso haca ya tantos aos Pero sonrea feliz al saber que ellos estaran realmente orgullosos de ella; tanto como lo estaba su to, con quien viva tras

    su trgico fallecimiento en un accidente. Se acordaba de ellos todos los das y cuando

    tocaba el violn, les dedicaba cada nota, cada acorde, cada meloda, como si fuese una

    promesa o una oracin.

    Comenz sus estudios de msica en una pequea academia no muy lejos de su casa,

    pero los progresos fueron tan asombrosos que al cabo de unos aos, sus profesores la

    animaron a ingresar en la Cit de Musique de La Villette, donde podra desarrollar su

  • talento y perfeccionar su virtuosismo innato.

    Para ella, el violn era un instrumento maravilloso que la impulsaba a expresar todo lo

    que su corazn senta; un prodigioso catalizador de emociones capaz de transmitirlas mejor

    que unas simples palabras; una energa pura que posea el poder suficiente para elevar al ser

    humano hasta alcanzar sus sueos ms lejanos o descubrir sus pasiones ms recnditas.

    Todo ello escondido tras la magia de unas sencillas partituras.

    Bajando las escaleras, alguien pronunci su nombre haciendo que se girara. El

    maestro Kirly la estaba llamando. Su amiga Cloe se apart discretamente y con un gesto le

    indic que le esperaba ms adelante.

    Seorita Christelle, hoy ha estado rozando casi la perfeccin. En sus manos, el violn parece cobrar vida. Ya sabe que es usted una de mis alumnas preferidas y no quisiera

    que mis palabras le hagan dudar de ello, nicamente quiero hacerle la observacin que en

    los andantes debe usted ponerles ms pasin.

    Christelle asinti sin dejar de observar los expresivos ojos azules de Boldizsr. Aquel

    hombre de elevada estatura, ejerca siempre un extrao magnetismo en todos sus alumnos

    con su forma de hablar.

    Su rostro y su forma fsica no aparentaban en absoluto sus casi sesenta aos.

    No era por tanto extrao, que para ella fuera su maestro predilecto, aun a pesar de la

    seriedad y exigencia que lo caracterizaban.

    Tiene usted razn en el prximo ensayo tratar de hacerlo lo mejor posible. Boldizsr Kirly emiti un leve gesto de aprobacin.

    Estoy seguro de ello; de cualquier manera, practique esa parte en su casa y estoy convencido de que el prximo da incluso Mozart aplaudir su ejecucin aunque lamentablemente desde donde est, no creo que podamos escucharle.

    La joven comprendi la pequea broma de Kirly, que demostraba as la confianza

    que tena en ella.

    Con un ademn de agradecimiento, se despidi de l y baj las escaleras al encuentro

    de Cloe.

    Christelle y su amiga continuaron su conversacin hasta la salida de la Cit, donde

    quedaron para verse la semana prxima. Tenan un arduo fin de semana por delante para

    preparar los primeros exmenes del trimestre.

    Continu sus pasos mirando el reloj con inquietud. Ya eran ms de las tres de la tarde

    y su to la estara esperando. Recordaba que le haba pedido ayuda en su trabajo como

    anticuario; pero hoy estaba demasiado cansada, nicamente quera desconectar y relajarse

    un poco.

    El sol de medioda se reflejaba en su largo pelo castao, arrancndole hermosos

    brillos rojizos mientras caminaba vivazmente hasta llegar a la estacin de metro de la Porte

    Pantin. Cuando las puertas del suburbano se abrieron, subi con celeridad y se sent en uno

    de los muchos asientos libres. Siempre escoga el mismo lugar para acomodarse en su

    trayecto a casa; pareca estar ya esperndola. Puso el estuche de su violn encima de sus

    piernas y lo acarici con suavidad mientras escuchaba el tpico pitido de aviso al cerrarse

    las puertas.

    Acto seguido, conect su mp3 para escuchar la msica de uno de sus grupos favoritos.

    Era un trayecto ciertamente largo hasta llegar a la estacin Bastille, pero Christelle iba

    ensimismada en sus propios pensamientos y los minutos no parecan tener mucha

    importancia en su viaje. Sus ojos abstrados reflejaban las fugaces luces anaranjadas de los

    tneles y de vez en cuando se posaban en los grandes paneles de publicidad de las

  • diferentes paradas, que anunciaban alguna pelcula o evento prximo en la ajetreada ciudad

    de Pars.

    Pensaba en Bernard, su to, su nica familia tras el fallecimiento de sus padres.

    Siempre la haba cuidado como a su propia hija, y fue l quien la anim entusiasta a

    inscribirse en la Cit de la Musique. Para l, su sobrina era todo un prodigio y no quera

    que esa asombrosa capacidad de entender e interpretar la msica se perdiese. Cuando

    Christelle perdi a los suyos, el violn fue su tabla de nufrago y, junto a Bernard, su apoyo

    ms preciado. Ambos constituan sus ejes vitales.

    A su mente acudi, mientras sonrea, la imagen de su primer da en la Cit. Sus dudas,

    nervios, la aprensin ante todo aquel universo que sbitamente tena ante s y fueron las palabras de su to las que avivaron nuevamente sus sueos: Tienes un don, Christelle. Un

    don maravilloso. Aprovchalo. Tena tanto que agradecerle Bernard posea, desde que ella pudiera recordar, un pequeo anticuario no muy lejos

    de Place Bastille. Ellos vivan en el piso superior, tambin de su propiedad.

    Adoraba aquel establecimiento lleno de lo que ella denominaba sus tesoros. Incluso

    pareca entristecerse cada vez que una de aquellas antigedades era adquirida por un

    comprador. Siempre ayudaba en la tienda: limpiaba y ordenaba el local, colocaba los

    diversos objetos en puntos estratgicos de luz para que mostrasen toda su belleza e incluso,

    en ocasiones, atenda a los clientes cuando su to no estaba.

    Haba crecido entre libros ancestrales, estatuas de diosas griegas, escritorios de Luis

    XIV, lmparas de aceite, cuadros de distintas pocas, muecas de siglos pasados o joyeros

    pertenecientes a alguna dama de la antigua aristocracia.

    Estaba inmersa en aquellas imgenes cuando escuch la femenina voz metlica que

    anunciaba la estacin en la que deba bajar.

    La Place de la Bastille luca esplndida bajo el sol otoal. El resplandeciente Espritu

    de la Libertad pareca contemplar la ciudad a sus pies, alegre y complacido.

    Christelle siempre se detena unos segundos para contemplar la Columna de Julio,

    coronada por aquella esbelta estatua dorada. Le apasionaba esa etapa de la historia de Pars

    y le emocionaba saber que bajo esa columna, descansaban los restos de ms de 500

    vctimas de las revoluciones liberales de 1830 y 1848, las mismas que Vctor Hugo

    describi en su gran obra, Les Miserables.

    Con un suspiro jovial, sujet con fuerza el estuche de su violn y se encamin rumbo a

    la Rue des Tournelles, donde se encontraba el establecimiento de su to, Atenea; lo haba

    bautizado con ese nombre haca muchos aos en honor a la diosa griega de la sabidura.

    Era un pequeo local flanqueado exteriormente por dos relieves de columnas

    salomnicas que le conferan un aire arcaico y solemne. Sobresaliendo del ladrillo rojizo de

    la fachada, una placa lo anunciaba con grandes letras gticas:

  • Al llegar, salud con la mano a su to Bernard a travs del escaparate y entr al local.

    Viva all desde haca aos Aun as, al entrar, aquel olor mezcla de historia y cultura que empapaba todo cuanto la vista poda abarcar, embriagaba sus sentidos.

    Su to la estaba esperando tras el mostrador de madera y cristal.

    Ya ests aqu! Hoy has tardado ms de lo habitual, eh? Ven y chame una mano con todo esto.

    Mir a su alrededor. La estancia entera se hallaba invadida por completo de multitud

    de cajas de diversos tamaos. Ya haba vivido esta situacin en muchas ocasiones: se haba

    recibido material procedente de un almacn o posiblemente de otro anticuario. As pues, era

    da de inventario.

    Ella mir a su to con un divertido mohn de cansancio. Bernard se quit sus gafas de

    concha y sonri.

    Te dejo descansar, pero solo unas horas, de acuerdo? Necesito toda la ayuda posible para desembalar lo que he comprado. Son los Corenthin, sabes? Prosigui mientras miraba con sus grandes ojos azules a su sobrina. Los herederos del anticuario han decidido cerrar el negocio de su abuelo y venderme el lote completo, y a qu precio!

    No poda desaprovechar una oportunidad as!

    A sus sesenta y cinco aos, Bernard era un hombre enrgico y emprendedor. La edad

    ya haba comenzado a reflejarse en su cuerpo, en otro tiempo atltico y delgado, pero sus

    ojos no haban perdido un pice de su intenso brillo y sus manos seguan teniendo la misma

    agilidad que en su juventud.

    Haba sido maestro de obras haca muchos aos y por su gran competencia, lleg a ser

    contratado como ayudante de un arquitecto, cuya constructora comenzaba a tener cierto

    renombre. Juntos, reconstruyeron y sanearon diversos edificios y catedrales tales como las

    de Coutances, Nantes y Elne; trabajo del cual Bernard guardaba muy buenos recuerdos y

    que sola evocar con gran orgullo. Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, la situacin

    comenz a cambiar. El arquitecto declar que su constructora haba quebrado y no dispona

    del dinero suficiente para pagar una indemnizacin digna a su ayudante, al que tena

    verdadero aprecio. Por ello, decidi, como forma de pago, obsequiarle con ciertas

    antigedades de su familia con el propsito de que Bernard pudiese venderlas.

    Pero aquellos objetos, le abrieron un futuro camino que jams hubiera pensado

    recorrer.

    Alentado por una sbita idea de su hermano, el padre de Christelle, alquil un

    pequeo local en Pars y cre un modesto anticuario mostrando los enseres que el

    arquitecto le haba regalado. El negocio prosper con ms rapidez de la que to Bernard

    poda imaginar; con la ayuda de su hermano y su cuada, pudo comprar definitivamente el

    local y contar con suficiente libertad econmica para poder comprar objetos ms valiosos.

    Le deba tanto a su hermano A su muerte, se prometi a s mismo cuidar de Christelle, an una nia, como si de su propia hija se tratase. Y as haba sido hasta ahora.

    Nunca se haba casado, a pesar de la insistencia de su sobrina; pero siempre le deca,

    con una pcara sonrisa, que sus antigedades eran su ms amante esposa.

    Muy bien, no te preocupes dijo Christelle mientras suba lentamente las escaleras que ascendan al piso superior y se quitaba la cazadora vaquera, te ayudar en cuanto me haya cambiado de ropa y descansado un poco, estoy exhausta!

    To Bernard se qued mirando cmo su sobrina se diriga a su habitacin con una

    sonrisa de satisfaccin; siempre poda contar con ella.

  • Una vez solo, respir profundamente y continu su trabajo, abriendo con una

    palanqueta una de las cajas de madera.

    Con sumo cuidado, extrajo varios objetos, cada uno bien envuelto en polietileno de

    burbujas. El primero de ellos fue un reloj Napolen III estilo Baull con peana, dorado al

    mercurio; una muy buena adquisicin, pensaba Bernard, acariciando con delicadeza la

    pequea estatua de Cupido que lo adornaba.

    El siguiente objeto fue una esbelta estatua de bronce criselefantina de Luis Felipe de

    Orlens a caballo. Bernard frunci el ceo; nunca le haba gustado mucho aquel histrico

    personaje.

    Sigui sacando objetos de aquella enorme caja, encontrndose con una cornucopia

    dorada en la que se poda admirar un retrato de la Virgen con el Nio.

    Pudo leer en una nota adjunta: Annimo, siglo XVII. Buena pieza decorativa, s

    seor, reflexion el anticuario mientras se mesaba sus canosos cabellos.

    Acerc otra de las variadas cajas y la abri con la misma eficacia que las anteriores,

    pero algo le hizo detenerse. Detrs de ella, vio un curioso arcn de madera con adornos en

    bronce. Dejando la caja ya abierta a un lado, se aproxim hacia l y pas sus diestros dedos

    por su cubierta observando que una llave de metal se hallaba introducida en su cerradura.

    Lo abri suavemente haciendo rechinar sus goznes.

    Sus pupilas se dilataron al observar lo que se hallaba en su interior.

    Haba encontrado algo que podra ser ms que interesante.

    Sustrajo con cuidado un viejo estuche de violn y lo observ durante unos breves

    segundos antes de abrirlo. El aterciopelado tejido de su interior era de un rojo sangre que

    haca realzar vivamente el objeto que contena.

    Aquel bellsimo violn emanaba, nada ms contemplarlo, el hipntico impulso de

    acariciarlo y al mismo tiempo el temor incomprensible de rozar tan siquiera una obra

    maestra como aquella.

    Haba perdido el sentido del tiempo admirando aquello de lo que sus ojos no podan

    apartarse. Su espina dorsal emiti una descarga elctrica que recorri todo su cuerpo

    dejando paralizados hasta sus ms imperceptibles movimientos.

    Tras incontables minutos aspir una bocanada de aire, cerr sus ojos y elev su rostro

    en un gesto cabeceante que denotaba que a su memoria haban acudido palabras impresas

    en unas viejas cartas.

    Es el mismo!

  • 3 Diciembre, 1907

    Ninguno de los obreros all presentes poda articular palabra ante lo que sus ojos vean

    aquella maana de diciembre.

    Las rdenes haban sido muy concretas: abrir una oquedad en lo que se supona era un

    muro firme y slido en los sombros subterrneos de la pera Garnier, de un tamao tal que

    cupiera una gran caja fuerte.

    Pocos de ellos saban con exactitud cules eran los fines de aquel orificio, pero hasta

    ese momento haban trabajado sin hacer muchas preguntas.

    Varios meses antes, el director de la Sociedad Gramofnica de Pars, Alfred Clark,

    haba donado al Palais Garnier un preciado obsequio: decenas de grabaciones fonogrficas

    de clebres cantantes lricos de finales del siglo XIX, todas ellas apiadas en cuatro frreos

    estuches metlicos.

    Sus nicas y singulares condiciones eran que deban abrirse en un plazo de cien aos

    y que su lugar de descanso tendra que ser una estancia oscura, libre de humedades y de

    calor. Qu mejor habitculo que los recnditos y labernticos subterrneos de la pera?

    Pedro Gailhard, por aquel entonces director de la Academia Nacional de Msica,

    accedi de buen grado a la propuesta de Monsieur Clark y con excesivo secretismo,

    contrat a un grupo de albailes para introducir una caja fuerte en las mismas paredes del

    subsuelo del edificio.

    Pero nadie estaba preparado para lo que ese muro, cual ventana a un mundo interior,

    iba a revelarles en un sbito desprendimiento tras haberlo golpeado con sus picos y mazos.

    Ni siquiera el capataz encontraba las palabras adecuadas para despertar del asombro que se

    haba apoderado de sus hombres.

    Todo haba sucedido muy rpido, sin dejarles tiempo suficiente para reaccionar. Tras

    apartar los escombros de piedra esparcidos a sus pies, penetraron con cautela en aquella

    oscura abertura.

    Ante ellos se hallaba, cubierto por una densa niebla de polvo que le otorgaba un

    aspecto an ms fantasmagrico, una habitacin completamente amueblada, pero en la cual

    se notaban atisbos de la furia desmedida de su morador ya que todo se encontraba en un

    estado de iracundo caos y devastacin. Cortinas rasgadas, candelabros esparcidos en una

    alfombra totalmente destrozada, partituras semiquemadas ocupando buena parte del suelo,

  • muebles volcados en un acto de frenes Sin embargo, aquello no fue lo que despert el temor y el aturdimiento de los

    trabajadores.

    La estancia contigua, separada de la primera por un arco de medio punto en piedra,

    era en s misma un lecho de muerte.

    Las negras paredes estaban cubiertas por apergaminadas lminas donde se podan

    adivinar las notas de un Dies Irae; al fondo, ocupando buena parte de la pared frontal, se

    encontraba un pequeo rgano de color oscuro que haca resaltar el blanco marfileo de sus

    teclas aun a pesar del paso de los aos. En el fro y oscuro pavimento se vislumbraban

    extraas y oscuras manchas a modo de gotas que haban quedado all como huellas

    indelebles. Algunos de ellos pensaron que podran ser de sangre.

    En el centro de la estancia, se alzaba una escalonada tarima recubierta por varias

    alfombras con dibujos orientales en donde reposaba un grotesco atad cubierto por un gran

    dosel carmes que caa con delicadeza sobre su pulida madera de roble lacado. Rodendolo,

    se hallaban dos altas estatuas con rostro cadavrico sosteniendo sobre sus hombros

    candelabros de seis velas.

    Aquella estancia desprenda un halo de misterio aterrador que impregnaba hasta el

    oxgeno que respiraban.

    Jules, uno de los albailes, fue el nico que logr exclamar al tiempo que se

    santiguaba lentamente:

    Mon Dieu, cest le Fantme! Ante aquella exclamacin, el pnico cundi entre ellos haciendo que retrocedieran

    hasta la habitacin anterior. El patrn grit al ver su reaccin.

    Nada de tonteras! Me habis entendido todos? Dando una sonora palmada con sus enormes manos, y sin dejar que sus subordinados percibiesen ni un solo rasgo de duda o

    temor en su voz, continu. Esto posiblemente sea el lugar de descanso de los antiguos obreros que trabajaron en la construccin de la pera; recuerdo que un arquitecto italiano

    me cont que ocurri algo parecido en la iglesia Santa Maria dei Fiori, en Florencia.

    Registraremos el lugar para comprobar sus dimensiones y se lo comunicar inmediatamente

    al director.

    Ante la inmovilidad de los trabajadores, el capataz grit airado:

    A qu estis esperando! Para dar ejemplo, l mismo permaneci en el extrao habitculo iluminndolo

    levemente con su linterna sorda. Los susurros fueron generalizados; nadie crea que un

    lugar en donde se encontraba una cmara mortuoria, sirviese de morada a ningn obrero

    fatigado, pero al capataz no pareci importarle.

    Como un explorador en un paraje inslito, camin lentamente hacia el ttrico atad.

    Poco a poco, las palabras de exhortacin que haba pronunciado segundos antes con

    vehemencia a sus trabajadores, iban perdiendo fuerza en su interior. El miedo ganaba

    terreno de forma alarmante. Pero no poda detenerse ahora; una decena de curiosos ojos lo

    observaban con inquietud a pocos metros y no tena intencin de pasar por un pusilnime.

    Cuando lleg ante el fretro, su paso era ya inseguro y sus propios latidos no le

    dejaban or su agitada respiracin. Aunque retir con suavidad el dosel rojo que lo cubra,

    una pequea nube de polvo explosion ante sus ojos. Agit la mano ante su propio rostro y

    se inclin para ver su interior Lo que all vio le dej sin aliento y durante unos instantes, le pareci que su corazn

    se haba detenido. Con un respingo, salt hacia atrs y con voz quebrada susurr, mientras

  • se llevaba una mano a su sudorosa frente:

    Mierda, es un esqueleto! La alarma cundi entre los obreros. Todos haban escuchado rumores acerca de un

    espritu que merodeaba por aquel edificio y ahora les parecan ms que ciertos.

    Nadie quiso entrar para comprobarlo con sus propios ojos, ya haban tenido suficiente.

    Queran avisar al director cuanto antes y desaparecer de aquel funesto lugar.

    As lo hicieron. Sin embargo, no se percataron que uno de ellos no les haba seguido.

    Jules se qued esttico, mirando fijamente la estancia.

    Por sus ojos pas el destello de un sbito propsito.

    Cogi una de las linternas que los trabajadores haban abandonado en su precipitada

    huida, y pasndose la lengua por sus secos labios medit brevemente acerca de lo que se

    dispona a hacer.

    Ilumin el habitculo desde el umbral que formaba el arco de medio punto. Todo

    pareca ms siniestro sin las luces de sus compaeros y las sombras que su propio farol

    creaba en los diversos objetos lo hicieron temblar. Dio un paso atrs y estuvo tentado de

    desechar su idea y salir corriendo.

    Pero algo lo impuls a seguir avanzando. Tena que haber algn objeto de valor en

    aquel lugar, lo intua. Concentr todas sus energas en ese pensamiento y entr en la sala.

    Enfoc con su tenue luz las paredes, una de ellas estaba adornada con unas rasgadas

    cortinas color vino. Aspir el rancio aire con fuerza, como infundindose valor a s mismo;

    ola a humedad y a madera carcomida. La luz volvi a descubrir aquellas estatuas

    representativas de la muerte y de ellas nacieron alargadas sombras, cual quimeras

    fantasmales acechando cada uno de sus pasos. Las sudorosas manos de Jules temblaban.

    Quiz no hubiese sido buena idea adentrarse all dentro, despus de todo.

    Pudo vislumbrar una opulenta alfombra persa, arrugada y deformada, cuyos arabescos

    haban sido borrados por el tiempo y el polvo; varios candelabros negros se hallaban

    desplomados sobre ella, con la cera marchita de sus velas incrustada en la tela a modo de

    viejas heridas.

    Ilumin un destrozado busto de Mozart, cuyos fragmentos se hallaban esparcidos

    sobre cientos de partituras. El obrero sinti un escalofro en la espalda al observar la

    blanquecina faz del compositor. Su rostro era lo nico que se haba salvado de acabar hecho

    aicos, y sus marmreos ojos sin vida lo miraban fijamente, como si supiesen lo que

    subyaca en su mente.

    Alej la linterna de l y sigui andando. Solo se oa su respiracin y el crujir de las

    partituras bajo sus pies.

    Intent no dejarse intimidar por el atad, pero no lo consigui. Se santigu de nuevo y

    enfoc su interior. El capataz haba dicho la verdad; all dentro, con los brazos cruzados,

    como si de una momia se tratase, se hallaba un esqueleto. Sus vacas cuencas lo observaban

    desde ultratumba. Su ropa jironada pareca haberse adherido a su osamenta formando un

    conjunto visual realmente ttrico.

    Jules, sobresaltado, tosi y contuvo la respiracin tratando rpidamente de iluminar

    otra parte de la sala. Parpade varias veces antes de distinguir el maltrecho rgano cubierto

    de telaraas y denso polvo. Pero al enfocarlo mejor, pudo ver, en uno de sus lados, una

    forma nueva, apoyada contra el instrumento. Se aproxim rpidamente y se inclin ante

    ella. Dej la linterna en el suelo y levant el objeto con ambas manos. Era un estuche; un

    estuche de violn.

    Jules respir hondo. Probablemente aquello s mereciera la pena.

  • Lo abri con cuidado y trat de atisbar su contenido con la poca luz que emanaba de

    su linterna. Sonri con complacencia. S, definitivamente, aquello vala la pena.

    Volvi a cerrar con rapidez el estuche y aferrndolo con fuerza, recogi la linterna y

    corri hacia la salida, tropezando en varias ocasiones. Poda sentir las pulsaciones de su

    corazn en las sienes, golpendole con dolorosa insistencia mientras hua precipitadamente

    del lugar.

    No poda imaginarse que en sus manos llevaba, sin saberlo, un misterio que perdurara

    durante aos

  • 4 Mayo, 1930

    Aquella haba sido una agitada maana en los almacenes de la pera y Jacques estaba

    agotado. Le haban ordenado inventariar y ordenar meticulosamente la sala de atrezzo,

    mientras traan varios enseres ms procedentes del Palais Garnier y el Oden.

    Haca solo tres aos que Jacques trabajaba en los apodados talleres del teatro y

    siempre, segn su punto de vista, le encargaban las tareas ms arduas y tediosas. Estaba

    realmente hastiado, pero nunca consegua un ascenso, por mucho que a su entender lo

    mereciese.

    En ocasiones pensaba con una amarga sonrisa, en lo oportuno que sera un incendio

    como el que tuvo lugar en los antiguos almacenes de la Rue Richer en el ao 1894. De eso

    haca ya ms de treinta aos.

    Aquel nuevo recinto funcionaba as mismo como taller y era siempre muy probable

    encontrar en sus instalaciones a carpinteros y artesanos construyendo un nuevo decorado o

    arreglando un desgastado atrezzo.

    Jacques conoca a la perfeccin el lugar, aunque le cost tiempo acostumbrarse al

    gran nmero de habitculos y a la funcionalidad que posea cada uno. Saba dnde

    encontrar el vestuario de la ltima pera representada en el Palais Garnier, las pelucas

    utilizadas en las comedias de la Opra Comique, la decoracin de los conciertos en el

    Oden, incluso los coloridos adornos ecuestres utilizados en diversas peras como La

    Juive.

    Pero aquella maana el ajetreo era generalizado. La pera Garnier y el Oden

    renovaban su temporada musical y ello conllevaba cambios en el vestuario, atrezzo y

    diversos enseres. Los transportaban con gran cuidado en camiones y los trabajadores del

    almacn deban estar preparados para recogerlos y ordenarlos, entregando a su vez a los

    transportistas, aquellos que iban a ser utilizados en las prximas funciones.

    En aquel da de frentico trabajo, Jacques, realizaba el inventario con poco

    entusiasmo.

    En sus manos tena las listas con los mltiples objetos que deba comprobar y

    catalogar y aunque le haban ordenado acabar aquella tarea con urgencia, decidi tomarse

    las cosas con calma.

    El ostentoso vestuario de Rigoletto, las decoraciones de estilo egipcio de Ada,

  • diversas espadas y sables, bales repletos de trajes de ballet y tuts, montones de zapatillas

    viejas de bailarina, las coronas reales de la pera Hamlet, un cetro de la pera Boris

    Godunov, escudos y lanzas procedentes de El anillo del Nibelungo, un busto inacabado en

    escayola de Charles Garnier Todo pareca estar en orden.

    Se concentr en observar el siguiente objeto de la lista.

    Un rgano? pregunt en voz alta, extraado de que en aquellos almacenes pudiera hallarse un instrumento semejante.

    Sigui leyendo.

    rgano de pequeas dimensiones encontrado en subterrneos de la pera Garnier,

    1907; buen estado.

    Jacques se pas la mano por su prominente mentn en actitud pensativa.

    Ese instrumento llevaba muchos aos all sin que nadie lo utilizase; estaba seguro de

    que ni siquiera se haban percatado de su existencia de no ser por los listados del inventario.

    Un rgano encontrado en los subterrneos de la pera resultaba realmente muy

    interesante. Quiso verlo con sus propios ojos.

    Se dirigi a la seccin de instrumentos. Un mausoleo de antiguos utensilios musicales

    por el que ya nadie se interesaba; aquel cementerio de notas enmudecidas no era visitado

    nunca por sus antiguos dueos y por tanto el tiempo y el olvido haban hecho mella en

    ellos. Al caminar por el estrecho pasillo mal iluminado, se encontr con timbales

    abandonados, viejas espinetas, un arpa que haba perdido parte de sus cuerdas y su antigua

    belleza, grandes pianos de pared cubiertos por fundas llenas de polvo Y por fin, en una esquina, semiescondido tras un clavicordio, crey verlo. Bajo un

    grueso revestimiento azul oscuro se encontraba aquello que, por su proporcin, encajara a

    la perfeccin con un rgano de pequeas dimensiones.

    Jacques parpade y se quej con voz queda de la poca luz existente en el lugar. Un

    par de bombillas en el techo no eran suficientes para iluminar completamente la sala.

    Deposit los folios del inventario encima del viejo clavicordio y se gir sobre sus

    talones para comprobar que nadie lo estaba mirando.

    Con un nico gesto, agarr con fuerza la funda que cubra al rgano y la levant con

    cuidado, hasta descubrir parte del instrumento. Con un nuevo impulso, logr quitarla por

    completo pudiendo as observarlo con mayor detenimiento.

    Era un rgano de veintin tubos, se percat Jacques, divididos en tres apartados;

    construido en una oscura madera rojiza, posiblemente de cedro. En un tono ms claro, y

    rodeando los tubos centrales, se haban elaborado con gran trabajo exquisitos adornos

    florales emulando al antiguo rococ. Su techo, de forma piramidal, le confera un aspecto

    sobrio a la par que seorial.

    Jacques se mantuvo varios minutos observndolo, con los brazos en jarras.

    Sera perfecto.

    A su mente regresaron con nitidez imgenes de una conversacin que haba tenido

    lugar unos das antes en la capilla de Sainte Rosalie, propiedad de la hermandad lazarista,

    instalada cerca de la Place de Italie.

    Jacques no solamente era un buen parroquiano, sino que mantena cierta amistad con

    el anciano sacerdote que oficiaba las misas y cuidaba de las reducidas instalaciones.

    Te has percatado de que en la misa de hoy no hemos contado con el maravilloso sonido de nuestro rgano, no es as, mi buen amigo? le haba preguntado el prroco el pasado domingo. Era ya muy viejo creo que lo instalaron cuando construyeron Sainte

  • Rosalie all por 1867, demasiado tiempo ha durado! Cuando Dennis, nuestro organista, fue

    a ensayar ayer, el instrumento no dio ms de s Me dijo que el problema era una pieza, que en estos tiempos solo fabrican en Inglaterra y Alemania coment mientras limpiaba sus grandes gafas. No podemos estar meses, incluso aos, sin un rgano que alegre las misas a nuestros feligreses No s cmo voy a solucionar este contratiempo y desde luego nuestra parroquia no puede permitirse adquirir uno nuevo!

    Ante mis ojos tengo el rgano idneo, pens Jacques sonriendo, mientras meditaba

    la forma de trasladarlo a Sainte Rosalie sin que nadie lo supiera.

  • 5 Diciembre, 1907

    Es una autntica maravilla, no es verdad? pregunt con desmedida presuncin Corenthin. Ya le haba dicho, maestro, que se trataba de una verdadera joya. Ha merecido la pena venir, no me lo negar usted.

    El cliente observaba meticulosamente el violn, mientras acariciaba su superficie,

    dando leves golpes a su madera y palpando las cuerdas.

    El viejo prestamista lo haba llamado con urgencia para comunicarle que haba

    llegado a sus manos un instrumento realmente interesante que, de seguro, estaba

    predestinado a ser el violn perfecto para tan ilustre comprador.

    Aquel hombre era un excelente msico que aunque no contaba con una excesiva

    fama, siempre hablaba con gran orgullo y deleite de sus logros en el mundo de la msica.

    Conoca al anticuario desde que se afinc en Pars, haca ya algunos aos y no le haba

    extraado que le hubiese hecho acudir para ofrecerle una nueva adquisicin.

    Sus extraos ojos color marfil brillaron de placer al contemplar aquel instrumento tan

    singular y bello.

    Durante unos segundos, se detuvo para analizar la tapa superior; pas en varias

    ocasiones los dedos suavemente por ella y con voz grave pregunt al anticuario:

    Se ha fijado en el pequeo grabado que hay cerca del cordal? Qu significa? Corenthin parpade nervioso y se encogi de hombros.

    S, ya me haba fijado en ese curioso dibujo. Posiblemente sea una marca del anterior propietario, una firma, usted ya me entiende. No creo que tenga demasiada

    importancia.

    El msico asinti con la cabeza.

    Un pequeo smbolo grabado en el violn no constituye ningn problema si el sonido

    es bueno, medit para s mismo, mientras se dispona a comprobarlo.

    Tens diestramente las cuerdas y realiz un par de pizzicatos para verificar su estado

    de tirantez.

    Corenthin lo observaba frotndose las manos con ansiedad, deseoso de comprobar que

    su cliente estaba satisfecho con el sonido que el violn emitira.

    El maestro coloc su mentn con parsimonia en el berbiqu y cerrando los ojos, se

  • prepar para tocar el quinto de los veinticuatro caprichos de Paganini, en A menor.

    Pero ni el msico ni el anticuario estaban preparados para lo que ocurrira a

    continuacin. Este ltimo presion con fuerza las manos en sus odos y apret los dientes.

    Tras superar su asombro, el ejecutante par sbitamente de tocar y observ con la

    boca abierta el violn que tena en sus manos. Ambos se miraron con gesto de extraeza sin

    articular palabra. Lo que haban escuchado les haba dejado consternados.

    El sonido que aquel instrumento haba producido era lo ms hrrido y cacofnico que

    haban escuchado en sus vidas.

    Aquello no poda ser posible. Nadie poda arrancar un ruido semejante en un violn.

    Ni siquiera podra catalogarse como notas musicales.

    Lo intent de nuevo, sabiendo que sus hbiles manos no podan haber generado tan

    monstruosos acordes, pero el resultado fue el mismo.

    El prestamista no saba qu decir. Sus ojos dirigan su mirada atnita del msico al

    violn respectivamente, como debatindose en qu hacer. El maestro extendi la mano

    hacia l y grit furioso:

    Otras cuerdas! Pero si estas parecen realmente excelentes El msico lo fulmin con la mirada.

    Corenthin se dirigi, lvido, hacia la parte trasera del local y rebusc entre los cajones

    sin encontrar lo que buscaba.

    Regres rpidamente y con un gesto de resignacin le dijo:

    Lo siento, no tengo cuerdas El violinista respir hondo para tratar de apaciguar su ofuscacin y se coloc

    nuevamente el instrumento resuelto a intentarlo de nuevo.

    Tras unos segundos de incertidumbre en los que solo poda escucharse el sonido de la

    lluvia golpeando en los cristales del escaparate, se dispuso a tocar.

    Un sonido tan pavoroso como el anterior surgi de nuevo, provocando la ira de aquel

    hombre. Lo aferr enfurecido por el diapasn e intent arrojarlo al suelo espetando sonoras

    injurias contra l. El prestamista lo impidi sujetando con fuerza el brazo de su airado

    cliente.

    Por amor de Dios, no haga usted eso! El msico lo empuj entregndole violentamente el violn.

    Esto es un insulto para un msico como yo! Un pecado contra la msica! Es inadmisible, y lo que es peor, ha hecho que pierda mi valioso tiempo viniendo hasta aqu

    para mostrarme semejante monstruosidad. Ms le valiera arrojarlo al fuego y que arda

    hasta reducirlo a cenizas!

    Colocndose su sombrero de hongo y asiendo fuertemente el bastn que aliviaba su

    cojera, sali del local tras dar un sonoro portazo que hizo retemblar los cristales del

    escaparate.

    Corenthin, que por unos instantes se haba quedado sin palabras, estall en clera. Su

    rostro se haba tornado en una llamarada de furia.

    Maldita sea! He perdido cuatrocientos francos por este endemoniado armatoste! Qu puedo hacer con l? No puedo vender un instrumento que suena de esa forma. Aquel

    miserable ladronzuelo me ha engaado vilmente!

    Agarrando el violn con rabia, lo introdujo en su estuche y maldiciendo

    estruendosamente lo llev a la zona ms oscura de su propio almacn, depositndolo en un

    viejo y enorme arcn de madera y bronce. Una vez cerrado, hizo un ademn de desprecio

  • con su mano y alejndose continu lanzando exabruptos por su boca.

    Poco poda imaginar que aquel arcn no volvera a abrirse en muchos aos

  • 6 Bernard recordaba con total claridad dnde se encontraban aquellas cartas.

    Las haba guardado con desmedido recelo, cual valioso tesoro, durante aos y las

    haba ledo en tantas ocasiones que podra recitarlas sin apenas dudar.

    Sus incrdulos ojos volvieron a enfocar el violn. Aquello no poda ser cierto.

    Cerr con fuerza el estuche con el instrumento todava en su interior y volvi a

    introducirlo en el arcn, cerrndolo con llave.

    Se pas una mano por su sudorosa frente y con la respiracin agitada se dirigi con

    celeridad a su despacho privado, situado tras el mostrador.

    Se trataba de una pequea habitacin donde guardaba meticulosamente cada

    resguardo, reserva y movimiento econmico del negocio. Su escritorio, iluminado por una

    pequea lmpara con forma de estatuilla Art Nouveau, estaba plagado de papeles,

    calendarios y notas de diversos colores. Las paredes se hallaban repletas de estantes llenos

    de libros y pequeos objetos decorativos de diferentes culturas.

    Bernard entr con el rostro lvido, encamin sus pasos hacia el escritorio y encendi

    la luz de la lamparilla. Abri lentamente uno de sus cajones y tratando de controlar su

    acelerada respiracin, quit unos cuantos cuadernillos y apart varios papeles hasta

    vislumbrar lo que estaba buscando: una cajita de cristal ornamentada con arabescos de coral

    negro; una autntica maravilla que haba adquirido a un precio desorbitado haca muchos

    aos en una subasta de arte.

    La cogi con ambas manos, fras y temblorosas, y gir la cabeza para comprobar que

    su sobrina no haba bajado an de su habitacin. Ella nunca sola entrar en su despacho,

    pero en aquella ocasin el miedo a ser descubierto aument su necesidad de sentirse

    aislado.

    Cerr con cuidado la puerta y se mantuvo observando la caja durante varios segundos

    que le parecieron eternos.

    Lo que esconda aquel pequeo receptculo con forma de joyero era un secreto del

    que nadie tena conocimiento salvo l.

    Medit acerca de cmo en una caja tan pequea poda hallarse la respuesta a un

    enigma por el que la gente segua debatindose todava.

    Contuvo la respiracin y la abri con sumo cuidado.

    Dentro, visualiz aquellas cartas, dobladas con esmero y ya amarillentas por el paso

    de los aos, atadas por un fino lazo negro.

    Deposit la caja en el escritorio y suavemente deshizo el lazo que las una.

    Pareca que el tiempo se haba detenido cuando comenz a desdoblarlas.

    Ni siquiera recordaba la ltima vez que las ley.

    Eran ocho hojas de reducido tamao y llevaban, como elemento decorativo, un dibujo

    de flores en tono escarlata en cada esquina superior derecha. La letra escrita con tinta negra,

    era pequea y redonda, como la de un nio y en diversas partes, se apreciaban varias

  • salpicaduras de la pluma con la que se escribi.

    Bernard saba exactamente lo que quera leer de nuevo; necesitaba verlo una vez ms

    con sus propios ojos, cerciorarse por completo de lo que ya crea estar seguro.

    Escogi una de ellas y la roz con las yemas de los dedos. Ajustndose sus gruesas

    gafas comenz a leer en absoluto silencio.

    Sueo con l casi todas las noches y es extrao, porque en esos sueos

    siempre siento que me inunda una inefable paz, una dulce melancola que envuelve

    todo mi ser. Quiz sea un signo innegable de que en el fondo de mi corazn lo echo

    profundamente de menos a l, su voz, su msica Y en esos sueos, como si de

    retazos de memoria se tratase, siempre lo observo, escondida tras la pared de su

    habitacin, tocar con una sensibilidad extrema y una destreza que solo puede

    provenir del cielo, su preciado violn. All me quedo, absorta en su triste meloda,

    con los ojos entrecerrados y el pecho palpitante por la emocin que me supone

    volverle a ver, a escuchar, aunque sepa que se trata nicamente de algo efmero.

    Una densa neblina se apodera de la estancia y, sin embargo, yo sigo vislumbrando

    su oscura silueta movindose rtmicamente al comps de la msica. Una msica

    que solo un genio como l podra componer y que atenaza con delicadeza todos

    mis sentidos.

    Quiero avanzar. Dar el primer y decisivo paso que me separa de su amor,

    desmedido y embriagador; pero me hallo completamente esttica, incapaz siquiera

    de pronunciar su nombre, envuelta por el sonido embrujado de su violn.

    Recuerdo el da en que me habl de l y de cmo lo haba construido haca

    muchos aos con sus propias manos. Podra decirse que ese instrumento albergaba

    su alma. Sola tocarlo siempre que yo se lo peda o cuando se hallaba en un estado

    de profunda afliccin. Todava guardo de ese violn una imagen ntida y clara. Su

    madera barnizada de color negro era realmente singular y nica, tanto como lo era

    su dueo. Y tena un precioso grabado en la tapa superior que nunca olvidar

    mientras viva: la lira de Apolo coronada por dos serpientes. l nunca quiso

    explicarme su significado. Quiz no fuese merecedora de saber aquel secreto, ni de

    su sabidura ni de su amor. En mi sueo, sigo reconociendo aquel violn. Lo

    observo sin parpadear, como si su hechizo hubiese envenenado mi sangre.

    Paulatinamente l se gira hacia m y en sus ojos percibo un sbito brillo, como

    si de ardientes llamas se tratase. Antes de despertarme, siempre creo sentir una

    extraa sonrisa de triunfo tras su mscara

    Para cuando Bernard hubo terminado de leer aquella carta, dos huidizas lgrimas

    surcaban sus mejillas.

    Volvi a doblarla con mano temblorosa y la introdujo, junto a las dems, en la caja de

    cristal.

    Se desplom en su silln con un profundo suspiro e intent secarse con un pauelo

    sus ojos enrojecidos. Aquella antigua misiva haba hecho aflorar sensaciones y

    sentimientos que haca aos que no experimentaba.

  • No puedo creerlo comenz a pensar, ya ms sereno. Realmente es el mismo!.

    Con paso gil sali del despacho y se dirigi hasta el arcn donde haba encerrado el

    estuche. Gir la llave con gran rapidez y lo cogi con ambas manos.

    Cerr los ojos un instante antes de descubrir de nuevo su contenido.

    Los abri lentamente.

    All estaba. Un violn completamente negro, adornado en su cubierta por un extrao

    grabado: una lira coronada por dos cabezas de serpientes.

    La lira de Apolo susurr, inmerso en sus meditaciones. Puedo reconocerla fcilmente por sus tres cuerdas, smbolo de las tres musas

    guardianas de su santuario en Delfos.

    Bernard aproxim ms el violn a sus ojos, que lo escrutaban sin perder detalle.

    Qu significar este smbolo? Tendr algo que ver con su vida? Con su msica,

    quiz?

    Se puso sus gafas especiales de cristales de aumento con las que sola observar los

    ms mnimos detalles en los objetos de su anticuario y las ajust con precisin para

    visualizar mejor la pequea imagen que tena ante s.

    Parpade varias veces antes de comprobar que en la parte frontal de la lira, se hallaba

    grabada una inicial: E.

    Bernard dej el violn encima del mostrador y se frot las manos con ansiedad.

    Ya no haba ninguna duda.

    Ese era su violn.

    Fue en ese momento cuando escuch los ligeros pasos de Christelle al bajar las

    escaleras.

  • 7 Febrero, 1908

    Caminaba con pasos acelerados atravesando Rue Royale, dejando atrs La Madeleine

    en direccin a la clebre Rue Rivoli.

    Era una fra maana y el viento azotaba sin piedad las calles de Pars.

    El hombre sujetaba con fuerza su sombrero agachando la cabeza como embistiendo al

    furioso vendaval que frenaba su decidido caminar; con su otra mano aferraba un maletn de

    medianas proporciones que se agitaba a cada sacudida del tempestuoso aire.

    Cuando lleg a Rivoli, disminuy su carrera y tomando aliento, se guareci en las

    arcadas de piedra, tan distintivas de aquella calle. Por un momento observ los jardines de

    las Tulleras. El viento vapuleaba sin cesar los mltiples setos y rboles, arrancndoles

    diversas partculas que le hicieron toser. Las estatuas permanecan all, inmviles, mirando

    hacia el horizonte con ojos de soledad.

    No haba mucha gente en la calle. Solo trabajadores, empresarios y banqueros

    dirigindose con rapidez a sus puestos de trabajo.

    Se ajust su abrigo negro y prosigui la marcha fijndose, muy detenidamente, en la

    numeracin de las distintas puertas que encontraba a su paso.

    Cuando por fin hall la que pareca estar buscando, hizo una mueca de aprobacin tras

    las solapas de su abrigo y se dispuso a entrar. Subi con celeridad las escaleras y se detuvo

    en la primera planta.

    Permaneci esttico ante la robusta puerta de oscura madera y tras unos segundos,

    llam con tres golpes secos utilizando el picaporte dorado con forma de anilla.

    Un hombre de avanzada edad abri la puerta y con un fuerte acento rabe, le

    pregunt:

    Buenos das, qu desea? Soy monsieur Leroux. He quedado con su seor. Fue guiado por un estrecho pasillo repleto de retratos y adornado con una pintoresca

    alfombra persa descolorida por el tiempo.

    Antes de llegar a una pequea sala, pudo escuchar una voz profunda, pero agradable

    que le deca:

    Sea usted bienvenido a mi humilde residencia, seor Leroux. El criado, de tez olivcea, hizo un leve ademn con la mano para dejarle pasar.

  • Puedes dejarnos, Darius, pero antes, por favor, srvale un caf y una copa de coac a nuestro querido periodista.

    Mientras el criado realizaba con prontitud la orden dada, Gastn Leroux pudo

    observar con ms detenimiento a la persona que tena ante s.

    Vesta una amplia bata color verde, al igual que sus babuchas. Fumaba en una

    ornamentada pipa, pero aun sintiendo el extrao aroma que emanaba de ella, no pudo

    reconocer de qu se trataba. Su moreno rostro demacrado, denotaba signos de alguna

    enfermedad grave. Sus ojos verdes an conservaban cierto brillo inteligente que contrastaba

    con su cansancio y decaimiento.

    Tena la cabeza completamente afeitada, pero su espesa barba blanca, le confera un

    aspecto de respeto y sabidura.

    Ech un vistazo a la estancia. Sobria y sencilla, posea algunos adornos persas

    especialmente bellos como una estatuilla de bronce de un animal alado, que identific con

    Simorgh, un ave de la mitologa persa o un pequeo busto de Rostam, un legendario hroe

    iran.

    Cuando Darius le entreg la copa, Leroux bebi un buen trago que se desliz

    abrasadoramente hasta su estmago.

    A pesar de ello agradeca el calor que aquel licor le proporcionaba. La maana era

    realmente fra Quiero, en primer lugar, agradecerle su rapidez en contestar a mi misiva y, por

    supuesto, el hecho de que haya accedido a hablar conmigo en su propia casa.

    El Persa parpade con lentitud y respondi:

    Como habr podido deducir por mi aspecto, estoy muy enfermo. Aunque quisiera, no podra desplazarme de mi domicilio. Esto es una de las pocas cosas que logra remitir el

    dolor dijo sealando su pipa. Pero usted no ha venido hasta aqu para hablar de mi enfermedad, sino de otros asuntos, no es cierto?

    El periodista asinti despus de haberse tomado el caf y extrayendo unos peridicos

    de su maletn, comenz a explicar:

    Como ya le dije en mi carta, me interesa sobremanera saber ms acerca de los sucesos acontecidos en la pera Garnier hace escasamente dos meses le entreg las hojas de peridico a su interlocutor y prosigui: estoy seguro de que ley esta noticia por entonces. Apareci en todos los diarios.

    Aquel a quien iban dirigidas estas palabras ni siquiera ech un ligero vistazo a los

    documentos que el periodista acababa de entregarle. No necesitaba leerlos. Ya era

    conocedor de toda la informacin.

    S; el descubrimiento de una sala subterrnea completamente amueblada y de un cadver en su interior.

    Leroux volvi a acercarse la copa de coac a sus secos labios. Estaba nervioso.

    Comenz su investigacin dos meses atrs y muy pocas personas haban podido facilitarle

    algn dato de inters.

    Cmo ha dado usted conmigo, si puedo preguntrselo? A travs del inspector Faure?

    La pregunta del Persa fue directa, quiz demasiado, en opinin de Leroux.

    Debera ser yo quien hiciera las preguntas, pens.

    S, de hecho fue l quien me habl de usted como uno de los pocos testigos Fue bruscamente interrumpido:

    Y no le dijo que yo deba estar loco por haber narrado semejante disparate?

  • Leroux comenz a inquietarse. Definitivamente aquella iba a ser una entrevista difcil.

    Bueno, si le soy sincero comenz a decir extendiendo las manos en un ademn muy significativo.

    Ya veo. Sin embargo, usted no debi de creerle ya que est hoy aqu. En realidad, me interes mucho su relato y me gustara escucharlo de su propia voz. El Persa tosi con angustia y trat de fumar de su ornamentada pipa. El efecto

    calmante se dej notar al cabo de unos segundos.

    Realmente le interesa saber qu es lo que ocurri? Por favor, es muy importante para m. El Daroga, antiguo jefe de la polica persa, cerr los ojos invocando unos lejanos

    recuerdos que deban regresar con claridad a su cansada memoria.

    Le relat, durante ms de una hora, todo cuanto haba sucedido en los oscuros

    subterrneos de la pera haca ms de diez aos Cmo gui al vizconde en un peligroso viaje hasta precipitarse en la Cmara de los Tormentos, los momentos de terrible angustia

    que vivieron all, la decisin final del que se haca llamar el Fantasma Cuando finalmente concluy, Leroux estaba extasiado. Los detalles que le haba

    proporcionado parecan tan reales que no dud de una sola de las palabras que all haba

    escuchado. Sin embargo, no dej que en su rostro se reflejaran signos de emocin. Saba

    que alguien como el persa, no hubiera hablado tan fcilmente de unos hechos envueltos en

    el misterio durante tantos aos sin esconder partes que tuvieran una importancia relevante.

    Su sagacidad periodstica le haca intuir que haba algo ms Durante el relato del Daroga, haba estado observando su pragmtica fisonoma y en diversas ocasiones pareca

    haber estado silenciando algunos aspectos que quisiera mantener ocultos para s mismo. Lo

    decan sus ojos, su manera de expresarse, sus interrupciones y sus provocadoras dudas.

    Tras haber concluido su narracin, suspir, hizo un gesto uniendo sus manos e

    inclinando su cuerpo suavemente hacia delante, mir fijamente a los ojos del periodista.

    Durante unos instantes, nicamente su respiracin grave y profunda alter el silencio

    que inundaba la sala. Ambos hombres sostenan sus respectivas miradas en una atmsfera

    de tensin casi tangible.

    Leroux acerc una mano a su mentn, cubierto por una tupida barba, y comenz a

    acariciarlo en actitud pensativa. Segundos ms tarde, se quit las gafas y entrecerrando los

    ojos dijo, eligiendo con astucia cada palabra:

    Es una historia realmente asombrosa. Dira incluso fascinante. Sin embargo intuyo que no est siendo totalmente sincero conmigo; mi lgica me dice que hay algo ms

    en ella que an no me ha contado y por causas que no puedo imaginar me desea ocultar.

    Me equivoco?

    De nuevo se hizo el silencio. Por un momento Leroux pens haber colmado la

    paciencia de aquel hombre, que aun a pesar de su enfermedad haba aceptado amablemente

    recibirlo y por aadidura contar aquella misteriosa historia. Quiz lo estaba presionando

    demasiado, pero estaba convencido de que aquellos extraos ojos que lo escrutaban, le

    decan que no se haba revelado el final Quedaban palabras en la garganta de aquel persa que su cerebro trataba de impedir que salieran a la luz.

    De pronto y elevando su torso con un gesto de fuerza que nadie hubiera imaginado, su

    voz surgi fuerte y contundente. Leroux casi dio un pequeo respingo de sorpresa en su

    cmodo silln al escucharlo.

    Dejemos as esta historia. No tengo ningn inconveniente en decirle que no voy a hacer ningn comentario ms acerca de Erik. Nadie debera conocer sus secretos. Es mejor

  • dejar las cosas como estn.

    El periodista hizo una mueca de impaciencia. Se coloc sus gafas y cerrando un puo

    sobre uno de los brazos del silln, lo golpe rtmicamente en un gesto de desasosiego.

    Su mente buscaba con rapidez la contestacin adecuada, queriendo de alguna forma

    demostrar cun crucial era para l descubrir lo que se le mantena oculto y, por otro lado,

    no quera que sus palabras importunaran en exceso a aquel anciano que as mismo defenda

    con tal vehemencia los ltimos secretos del que fuera llamado Fantasma de la pera.

    No me importa cunto tiempo me cueste, har lo que sea necesario para llegar hasta el final de este asunto. No s muy bien la razn, me siento incapaz de expresarlo con

    palabras y eso es muy extrao dada mi profesin, pero la vida de ese hombre me intriga, me

    apasiona, me obsesiona Quiero saberlo todo y podra decirse que mis lectores tienen todo el derecho a conocer esa historia tambin! Su voz se haba ido alterando gradualmente. Usted es el nico eslabn que queda; la prueba final. Si su relato es cierto la humanidad ha perdido a un ser excepcional. No puede guardarse esa informacin para s mismo y dejar que se pierda en el tiempo. No sera justo ni para l, ni

    para usted.

    El Persa se reclin en su silln y con los ojos cerrados, fum en completo silencio.

    Las palabras del periodista le haban impactado. Sin embargo, quera sopesar todas las

    opciones. Su enfermedad se agravaba cada da, consumindolo con voracidad Sin querer, su mirada se pos en el viejo armario de madera de nogal que se hallaba a

    un lado de la estancia. Su agitada mente no poda dejar de pensar en dos objetos de gran

    importancia que podran perderse en el olvido dada la cercana de su muerte.

    Aquel periodista era la persona idnea para confirselos?

    En la pequea sala, solo poda escucharse el quejido del viento a travs de las

    ventanas.

    Leroux, intranquilo, lo observaba respirando agitadamente. De aquella respuesta

    dependa toda su investigacin.

    Lentamente, el Persa abri los ojos y en ellos, pudo percibirse el destello de una

    resolucin.

    Probablemente no debera hacer lo que me dispongo a hacer dijo con voz grave, casi en un susurro pero me estoy muriendo, seor Leroux. No me queda mucho tiempo y como bien dice usted, el tiempo es lo ms valioso que tenemos. No me gustara

    irme de este mundo con asuntos pendientes, me comprende?

    Leroux asinti, con los ojos muy abiertos, en espera de que su interlocutor

    prosiguiese.

    Usted ha sido el nico en interesarse por l, el nico Y desperdiciar su vida, su obra, sera una verdadera locura

    Su voz se fortaleci al continuar:

    Debe jurarme que lo que va a escuchar en esta habitacin ser un completo secreto para el resto de la humanidad.

    Pero, estoy comenzando a escribir un libro que reflejar, en la medida de mis posibilidades

    Me refiero a lo que todava no le he relatado! grit el Persa con voz sbitamente atronadora. Nada de lo que oiga y vea a partir de ahora deber estar en su libro. El mundo nunca deber saber una verdad para la que no est preparado Jremelo!

    Un nuevo ataque de spera tos ahog su apasionado ruego.

    Leroux hizo un leve ademn para ayudarlo, pero el Persa le detuvo con un gesto

  • imperativo. Paulatinamente, el ataque fue remitiendo mientras l segua murmurando, con

    un hilo de voz:

    Jremelo, por favor De acuerdo, se lo juro el periodista se hallaba en un estado de gran inquietud,

    pero intent que su respuesta adquiriese un tono sereno y tranquilizador. Sus palabras no saldrn de estas paredes ni mi pluma las escribir jams. Confe en m.

    El Persa lo mir inquisitoriamente a los ojos y Leroux supo, con un escalofro, que

    intentaba averiguar si lo que haba dicho era veraz.

    Que as sea, espero no equivocarme dijo secamente. Leroux contuvo por un instante la respiracin. Presenta que en pocos minutos, iba a

    ser testigo de algo realmente inaudito y el deseo de ver y conocer de qu se trataba,

    consuma todo su ser.

    El Persa aspir nuevamente de su pipa, como infundindose nimo y volvi a centrar

    su vista en la librera situada a su derecha.

    Por favor, retire suavemente el libro de poemas Rubaiyat de Omar Khayyam. El periodista se levant con rapidez y busc el ejemplar que le haba indicado. Hizo lo

    que le haba dicho con gran lentitud, como si de un acto ceremonial se tratase. Sin ruido

    alguno, el estante gir sobre s mismo dejando a la vista un compartimento secreto.

    Cuando vio lo que se hallaba en su interior, mir al Persa y lo interrog con la mirada.

    El anciano asinti en un gesto de aprobacin.

    Leroux extrajo una caja metlica envuelta por una oscura tela de terciopelo negro.

    Se la entreg con la incertidumbre reflejndose en sus ojos mientras observaba como

    el Daroga extraa en silencio de su cuello una cadena de plata en cuyo extremo colgaba una

    pequea llave.

    Apart la tela que la cubra dejando a la luz los diversos arabescos decorativos que

    adornaban el metal e introdujo con suavidad la llave en su diminuta cerradura.

    Cuando la hubo abierto, se detuvo unos instantes, como si las dudas hubiesen

    regresado a su conciencia. Parpade con rapidez intentando alejarlas de su mente y gir la

    caja en direccin al periodista que lo observaba, impaciente.

    Leroux la tom en sus manos y respir profundamente antes de contemplar su

    contenido

  • 8

    Una vez se hubo refrescado y cambiado de ropa, Christelle se mir en el gran espejo

    de su habitacin.

    As est mucho mejor.

    Ya no vea ningn signo de fatiga en su rostro. Su plida piel se haba tornado

    sonrojada por el efecto bienhechor del agua y sus ojos, color miel, brillaban con intensidad

    sobre una sonrisa de satisfaccin.

    Se pein sus cabellos castaos mientras observaba su nueva camisa de flores. Le

    quedaba perfecta sobre su esbelta figura.

    Ech un vistazo a su habitacin baada con el sol otoal que se filtraba a travs de las

    ventanas. Multitud de partituras se hallaban esparcidas por su cama, algunas incluso se

    haban deslizado hasta el suelo; en su mesa, cerca del ordenador, pudo ver varios libros de

    msica apilados en forma de columna, ocultando una fotografa enmarcada de sus padres y

    parte de un pster de Lord of the Dance; diversas notas de vivos colores salpicaban los

    estantes recordndole, entre libros y fotos, tareas pasadas y trabajos por hacer.

    Christelle hizo una mueca de desaprobacin. Tendra que recoger aquel desorden tras

    ayudar a su to.

    Se perfum con su colonia favorita y saliendo de su habitacin, comenz a bajar las

    escaleras que comunicaban con el piso inferior. Al tercer peldao, detuvo su acelerado

    descenso. A travs de la barandilla haba vislumbrado a su to en actitud muy poco comn.

    Se qued repentinamente esttica y se agach para ver mejor.

    El rostro lvido de Bernard, su agitada respiracin y el temblor de sus manos la haban

    asustado y quiso averiguar qu estaba ocurriendo.

    Pens en bajar corriendo y preguntarle la razn de su notable nerviosismo, pero saba

    que su to le ocultara cualquier circunstancia que pudiera preocuparla.

    As pues, decidi esperar y verlo por s misma.

    Sus ojos se abrieron con desmedida sorpresa cuando se percat de lo que su to

    sujetaba entre sus manos. Un violn! Un violn negro!

    Nunca haba visto uno igual. Durante unos segundos no pudo evitar imaginarse a s

    misma tocndolo, arrancando de sus cuerdas, bellas y difanas melodas. Aquella imagen

    era tan viva, tan ntida, que por un momento todo su cuerpo se estremeci.

    Pero su ensimismamiento dur poco tiempo.

    Bernard guardaba con angustiosa rapidez el extrao instrumento en su

    correspondiente estuche para depositarlo posteriormente en un gran arcn de madera.

    Christelle frunci el ceo, enfadada.

    Por qu razn su to le ocultaba un violn de esas caractersticas sabiendo su pasin

    por la msica?

    Sigui descendiendo las escaleras dispuesta a preguntrselo, pero sbitamente cambi

    de parecer. Si to Bernard no haba contado con ella, deba tener una muy buena

  • explicacin Quiz esperase hasta la cena; puede que le desvelara el secreto para entonces.

    Bueno, ya estoy lista dijo, bajando el ltimo escaln. Te ayudo? Qu? pregunt su to con un gesto de asombro e inquietud. Ah, s, por

    supuesto Le seal la ltima caja que haba abierto y le dijo con una voz que sonaba

    sbitamente abstrada:

    Esta es la nica que falta. Podras ir desembalando mientras yo? No pudo concluir. Una llamada telefnica le hizo volver a su despacho

    interrumpiendo sus palabras.

    Espera un momento, ahora mismo vuelvo. Christelle vio cmo su to aceleraba el paso hasta alcanzar el telfono.

    Con un suspiro, se acerc a la caja abierta y ech un vistazo a su interior. Distingui

    varios objetos enterrados entre el serrn y las burbujas plsticas.

    Se dispona a sacar uno de ellos, cuando a su mente acudi la imagen del violn negro.

    Se dio la vuelta muy despacio. All estaba el arcn. Paralizada, se qued mirndolo varios

    minutos en los que su nico e imperativo deseo era abrirlo y ver de nuevo su contenido aquel magnfico instrumento que su to haba guardado con tanto recelo.

    Ya haba dado el primer paso hacia l, cuando Bernard abri la puerta del despacho.

    Pareca estar muy agitado.

    Ya ni me acordaba! exclam mientras se pona una chaqueta. Era el padre Claude, me est esperando en el Caf Bazart desde hace ms de media hora! Me llam

    ayer, parece que quera ensearme algo que ha encontrado y con el ajetreo del inventario lo haba olvidado!

    Te refieres a tu amigo, el sacerdote de Sainte Rosalie? El mismo. Ya sabes que es un viejo amigo de la familia Me voy corriendo! No

    olvides acabar de desembalar el contenido de esa caja, de acuerdo?

    Sali precipitadamente del local. Christelle vio, a travs del escaparate, cmo cruzaba

    la calle y se alejaba a gran velocidad rumbo a la Rue Henri IV.

    No pudo evitar girarse de nuevo hacia el arcn.

    Sin quererlo, se aproxim lentamente hasta l y se agach para acariciar su pulida

    superficie.

    La llave an segua en la cerradura. To Bernard se haba precipitado demasiado en

    ocultar aquello sin tener tiempo suficiente para quedrsela.

    Con un rpido giro de mueca, Christelle abri la pesada cubierta del arcn que

    rechin suavemente.

    Introdujo ambas manos en l, y extrajo el oscuro estuche de cuero.

    Se qued observndolo con curiosidad y embeleso.

    Al abrirlo, sinti una fuerte sacudida en todo su cuerpo.

    El violn era ms bello de lo que poda haber imaginado.

    Se sinti sbitamente invadida por una extraa sensacin. Su corazn haba

    comenzado a palpitar aceleradamente y sinti un sudor fro en la frente.

    Aquel violn pareca estar llamndola con una voz susurrante y cautivadora, que

    hechizaba todos sus sentidos. Cierta sensacin de poder emanaba de l, poda percibirlo.

    Lo cogi con mano temblorosa y al hacerlo, sinti un escalofro. La estancia misma

    pareca haber oscurecido y el aire se torn denso y pesado, obligndole a respirar

    ahogadamente.

  • El violn exhalaba un efecto casi elctrico. Christelle poda percibir incluso un leve

    cosquilleo en los dedos al tocar su madera. La voz que surga de l, segua murmurndole

    palabras ininteligibles; crpticos ecos parecan evocar su nombre cada vez con ms mpetu,

    rogndole que lo tomara en sus manos y lo despertara de su largo letargo a travs de ellas.

    Hipnotizada, cogi el arco, y colocando muy lentamente el violn en posicin,

    comenz a tocar.

    Una extraa meloda comenz a extenderse en el aire.

    Los dedos de Christelle se movan solos, el violn era su mstico gua.

    La joven nunca haba escuchado una msica tan sumamente bella, llena de energa y

    pasin y al mismo tiempo triste, sombra, como una sutil amenaza que invada su corazn, atenazndolo con fuerza.

    Inesperadamente, vio una luz cegadora ante sus ojos que permanecan cerrados.

    Estall en su mente con atronadora nitidez obligndole a abrirlos. Sus pupilas se haban

    reducido formando un mnimo crculo.

    Tocaba sin detenerse, atrapada por un poder inexplicable y autoritario que haba

    logrado aislarla del mundo por completo.

    Sin embargo, fue consciente de que ya no se encontraba en el anticuario. Al menos, en

    forma fsica.

    Comenz a respirar ms deprisa, y sin dejar de escuchar la misteriosa meloda que

    contaminaba la atmsfera, mir a su alrededor.

    Pareca encontrarse caminando aceleradamente por unos tneles subterrneos,

    atravesando arcos de piedra, experimentando el fro y la humedad en su rostro. Senta la

    singular necesidad de ocultarse, de llegar cuanto antes a un lugar seguro, un lugar que ya

    conoca y donde podra protegerse.

    Diversas antorchas se encendan a su paso, creando su cuerpo numerosas sombras.

    Se detuvo y contempl una de ellas, plasmada en la pared de piedra que se hallaba a su

    derecha. Contuvo la respiracin: lo que all vea no era su propia sombra. Sus ojos le

    mostraron una negra figura envuelta en lo que pareca una larga capa y ataviada con un

    grueso sombrero de ala ancha.

    Abri la boca, sorprendida por el descubrimiento, pero no tuvo tiempo para

    reaccionar; un nuevo flash de luz tuvo lugar.

    La msica segua sonando, cada vez con ms violencia en unos acordes veloces y

    ferozmente rtmicos.

    Christelle senta que sus dedos continuaban ejecutando sin descanso, pero cmo

    podan engendrar esa msica? Por qu pareca no tener fin?

    La luz se disip y con ella, la sombra sobre la fra piedra.

    Una nueva visin comenzaba a materializarse ante sus ojos.

    La joven mir de nuevo a su alrededor. Lo que vio la horroriz.

    Se encontraba semiencogida en una mugrienta jaula.

    El miedo le impeda girarse por completo. Todo su cuerpo estaba magullado y sinti

    unas intensas punzadas de dolor en la espalda, como si de latigazos se tratasen.

    Decenas de rostros la observaban, grotescamente risueos tras los barrotes de metal.

    La sealaban con el dedo sin dejar de rerse y pudo escuchar a travs de sus

    carcajadas, insultos e imprecaciones. Varios nios y mujeres estaban llorando con

    histeria, pero no apartaban sus ojos de ella.

    La palabra monstruo lleg con abrasadora nitidez a sus odos.

    Un repentino sentimiento se abri paso en su interior Odio. Un odio creciente y

  • desmedido.

    Continuaba escuchando la msica del violn, iracunda, frentica en un agitado ascenso

    que ensordeca sus sentidos y se mezclaba con la imagen de la violenta multitud en una

    brutal vorgine.

    Se tap los odos con ambas manos y cerrando los ojos con fuerza grit con

    desesperacin.

    Se despert sbitamente.

    Estaba de nuevo en el anticuario de su to. Ya haba anochecido.

    Parpade varias veces y sinti que por sus mejillas resbalaban ardientes lgrimas.

    Mir el violn, an en sus manos, y con un grito ahogado cay de rodillas, invadida

    por el llanto.

    Permaneci varios minutos as, sacudida por el miedo y la inquietud, con el violn en

    el suelo, a su lado.

    Paulatinamente, Christelle dej de llorar y gir la cabeza para observarlo. Con un

    repentino salto, se apart de l. En su rostro se reflejaba el pnico.

    No poda comprender qu le haba ocurrido ni de donde procedan aquellas visiones.

    Todava con su cuerpo tembloroso, examin sus doloridos dedos. Estaban enrojecidos

    del frenes con el que haban tocado.

    Su mente trat de calmar sus martirizados nervios, inhalando y expulsando aire de sus

    pulmones de la forma ms pausada posible.

    Poco a poco y sin saber ni cmo ni por qu, fue percatndose de que haba estado

    viendo a travs de los ojos de otra persona, experimentando la angustia, el dolor y la

    excitacin de alguien.

    Pero de quin?

  • 9 El padre Claude sola tocar el rgano de la pequea capilla de Sainte Rosalie varias

    veces por semana. Aun a pesar de no ser l quien ejecutaba la msica en las ceremonias

    religiosas, saboreaba el momento en que se sentaba ante el instrumento a muy temprana

    hora para, como l mismo deca, hacerlo cantar.

    Agradeca la soledad que durante aquellos momentos le rodeaba y se dejaba llevar por

    las melodas que creaban sus ancianos dedos entrando, sin querer, en un estado de

    ensoacin tranquila y placentera. La msica resonaba en la iglesia con parsimoniosos ecos

    mientras el prroco cerraba los ojos deleitndose en cada nota.

    Adoraba Sainte Rosalie. Quiz no fuese la iglesia ms clebre de Pars, ni sus estatuas

    las ms bellas o sus arcos los ms imponentes Pero posea ese aire de recogimiento, paz y simplicidad que la hacan nica.

    Conforme tocaba, el sacerdote no pudo evitar que su mente vagase hacia los orgenes

    de aquel pequeo rgano. Su predecesor le haba comentado en una ocasin cmo haba

    sido trasladado a su iglesia, setenta aos atrs, desde los grandes almacenes de la pera.

    El sacerdote se preguntaba en qu inslitos lugares habra permanecido aquel

    instrumento antes de llegar a aquellos talleres. Ya haba hecho sus propias indagaciones,

    pero nadie pareca saberlo; haban pasado tantos aos El padre Claude era un buen amigo de la familia de Christelle desde haca mucho

    tiempo. Conoci a sus padres aos antes de que ella naciera y l mismo los cas en aquella

    iglesia. Su fallecimiento fue un duro golpe para l y brind a Bernard toda su ayuda y

    amistad en momentos tan difciles. Pens sin querer en Christelle, hoy ya una joven de

    talento, una virtuosa del violn, convencido de que seguira su propio camino hasta llegar a

    la meta que se propusiese. Siempre le haba parecido una muchacha ejemplar y no dudaba

    de que su futuro fuera prometedor.

    Estaba sumido en estos pensamientos, sin dejar de tocar, cuando sbitamente vio una

    pequea sombra deslizarse a pocos centmetros del rgano.

    Sus manos se retiraron del instrumento con rapidez y se inclin para vislumbrar mejor

    aquello que haba atrado su atencin.

    No pudo evitar dejar escapar de sus labios una exclamacin de sorpresa cuando se

    percat de que se trataba de un ratoncillo.

    Cuando se levant en un acto reflejo para tratar de espantarlo, el animal huy

    asustado, introducindose en la parte trasera del rgano.

    El prroco, con un gesto de resignacin, se acerc al instrumento y medit durante

    unos instantes en la forma de girarlo para poder penetrar en su interior. No poda permitir

    que el minsculo animalillo se quedase all atrapado, entorpeciendo el mecanismo o

    mordisqueando la madera.

    En un repentino vistazo, se percat de que en uno de los laterales del rgano, se

    encontraba una pequea marca: una abertura sellada por una lmina de madera del mismo

    color y cuatro diminutos tornillos.

  • Quiz no fuese necesario girar el pesado instrumento, despus de todo. Aunque, la

    rendija era tan pequea, que solo podra introducir un brazo. El padre Claude pens la

    razn de que aquella abertura se encontrase all y para qu servira.

    Con paso acelerado, se dirigi hacia aquella sala y abriendo varios cajones, encontr

    un destornillador.

    El padre regres con rapidez y agachndose lentamente, comenz a destornillar la

    pequea abertura tapiada. Poda escuchar el sonido de las patas del ratn en el interior, por

    lo que aceler su trabajo.

    Una vez quitados los cuatro tornillos, separ la cubierta de madera con mucho

    cuidado y se dispuso a introducir un brazo a travs del oscuro agujero que haba sido

    revelado.

    No haba rastro del pequeo roedor, pero el sacerdote sigui palpando cada extremo,

    cada esquina.

    Repentinamente, su mano toc algo extrao. Haba hallado un objeto y tras unos

    segundos, advirti que era de forma cuadrada. Apart una vieja telaraa con un enrgico

    movimiento y lo cogi con el esfuerzo reflejndose en su rostro, dada la incmoda postura

    en la que se encontraba.

    De pronto, el ratn surgi de las profundidades del rgano y se lanz a la carrera en

    una desesperada huida. El sacerdote dio un respingo y cay hacia atrs. Una vez recuperado

    del susto, sonri y todava en el suelo, observ con curiosidad aquello que haba sustrado

    del rgano. Era una pequea caja de madera a modo de joyero, oscurecida por el paso del

    tiempo.

    El padre Claude pas una mano por su pulida superficie despidiendo una nube de

    vetusto polvo. Ajustndose las gafas, la acerc a sus cansados ojos descubriendo el grabado

    en relieve de un violn en el centro de la cubierta.

    Observ con cierta curiosidad que no tena cerradura; sin embargo, aun a pesar de sus

    intentos, no logr levantar la tapa que pareca sellada al cuerpo de la caja.

    Tras varios minutos examinndola por todos sus lados, decidi que lo mejor era

    llamar a un experto: su amigo Bernard, el anticuario.

  • 10 Christelle desconoca por completo el tiempo que haba transcurrido al experimentar

    aquellas extraas alucinaciones. Mir su reloj y advirti que eran ms de las siete de la

    tarde.

    Se pas una mano por su frente, an empapada en sudor y respir hondo.

    Sinti la acuciante necesidad de no encontrarse sola y dese con todas sus fuerzas que

    to Bernard hubiese regresado de su cita con el padre Claude.

    Nerviosa, comenz a pasear por entre los muebles del anticuario, con los brazos

    cruzados, la cabeza baja y el corazn palpitando aceleradamente, debatindose en qu

    hacer: permanecer all esperando a su to o salir en su busca.

    Record que Bernard haba mencionado el Caf Bazart como el lugar de encuentro

    con el sacerdote.

    Sbitamente detuvo sus pasos y tom una resolucin. No poda esperar ni un minuto

    ms, deba hablar con l inmediatamente acerca de todo cuanto le haba sucedido.

    Cogi apresuradamente el violn y lo introdujo de nuevo en el arcn, cerrndolo con

    fuerza. Se dirigi hasta la parte trasera del mostrador y abri el primer cajn. Saba

    perfectamente que su to guardaba all las llaves del establecimiento. Las tom con rapidez

    y se dispuso a salir del anticuario.

    Tras la experiencia que haba vivido, agradeci la quietud de las calles de Pars, que

    paulatinamente comenzaban a quedarse desiertas. Cerr los ojos un instante para sentir el

    viento en su rostro; aquella sensible humedad que acariciaba su piel era como un blsamo

    para su abotargado cerebro y un calmante para sus perturbados nervios. El cielo comenzaba

    a cubrirse de densos nubarrones y el agitado baile de las ramas de los rboles haca

    presagiar que la tormenta estaba cercana. Pero la joven no se percat de ello.

    Solo quera atravesar la Rue Tournelles y llegar al Caf cuanto antes.

    Ojal fuera de da, pens mientras buscaba, sin saber muy bien por qu, la luz

    protectora de las farolas. En un momento determinado, su sombra reflejada en el suelo

    adoquinado comenz a sentir el lquido bombardeo de las gotas de lluvia.

    Aceler el paso consciente de que se estaba empapando.

    Suspir aliviada cuando lleg al Boulevard Henri IV y vislumbr en la esquina, el

    Caf Bazart.

    Sin pensarlo, comenz a correr en aquella direccin esquivando a los escasos

    transentes que como ella se haban visto sorprendidos por la lluvia.

    Cuando lleg, se refugi bajo uno de los grandes toldos rojizos que ofreca el bistro, al

    igual que haban hecho varias personas en espera de que la tormenta amainase.

    El repiqueteo constante de las gotas fue ahogado por un sbito trueno que con su

    estruendo, le hizo sobrecogerse.

    Toda su ropa se haba mojado y mechones de su larga melena se haban pegado a su

    rostro humedecido, pero no le import demasiado.

    Ech un rpido vistazo al local a travs de uno de sus ventanales tratando de localizar

  • a su to y al prroco. Pareca un Caf bastante tranquilo; se encontraba tenuemente

    iluminado por diversas lamparillas a rayas rojas y negras de estilo oriental que le conferan

    un aspecto de recogimiento e intimidad. Pudo ver a varios clientes charlando pausadamente

    o leyendo el peridico en sus pequeas mesas mientras disfrutaban de un caf. Su mirada

    por fin encontr a los dos hombres sentados en una esquina ante dos copas de coac.

    Christelle hizo ademn de entrar, pero observ algo que llam su atencin.

    Sobre la mesa, haba una oscura cajita de madera que su to examinaba con

    meticulosidad profesional.

    La joven se apoy en el grueso cristal e intent, con los ojos entrecerrados, visualizar

    mejor la escena que estaba teniendo lugar.

    El padre Claude tena el semblante con una expresin de intriga y pareca indicarle a

    su to, hacindole gestos significativos, que no haba podido abrirla.

    Su to dud por unos instantes, pasndose una mano por su mentn y observando con

    mirada inquieta la pequea caja que el prroco le estaba mostrando, comenz a palparla por

    todos sus costados.

    Sus manos expertas encontraron pronto el minsculo resorte que buscaba.

    La tapa se abri tras un pequeo clic.

    De su interior, Bernard extrajo un envejecido sobre color sepia sellado con un lacre.

    Anticuario y sacerdote se miraron y sin decir palabra, asintieron en abrirlo.

    Christelle vio cmo su to coga el sobre y rompa el lacre con sumo cuidado,

    extrayendo un amarillento papel plegado por la mitad.

    Al desdoblar la misiva y comenzar a leer su contenido en voz alta, la joven observ

    cmo el asombro se reflejaba tanto en su to como en el sacerdote. Las miradas

    interrogantes que se cruzaron revelaban la incomprensin de las frases que all estaban

    escritas.

    Durante unos segundos, permanecieron en silencio hasta que por fin su to coment

    algo e introduciendo nota y sobre en la caja, intent devolvrsela al prroco con un gesto de

    insistencia. Este, movi las manos en actitud negativa.

    Bernard comenz a hablar un tanto acalorado sin que el sacerdote pudiera pronunciar

    palabra.

    La firmeza y determinacin del anticuario hicieron que tras unos minutos de

    monlogo, el sacerdote pareciera comprender el verdadero significado de lo que acababa de

    escuchar.

    Su to apur su copa de un sorbo y mir fijamente al padre Claude, quien haciendo un

    gesto de aprobacin recogi la pequea caja y la envolvi en el papel de estraza con el que

    la haba trado. Acto seguido se levantaron y dndose un abrazo que demostraba el grado de

    amistad que los una, se dirigieron hacia la salida del Caf.

    Christelle fue sbitamente consciente de que su presencia all no solo preocupara a su

    to, sino que acarreara muchas preguntas que quiz no quisiera responder.

    Aun a pesar de la fuerte tormenta, ech a correr dirigiendo sus pasos de vuelta a la

    casa de antigedades. En su mente se repeta una y otra vez la escena que haba tenido lugar

    en el bistro.

    Por qu ambos hombres estaban tan nerviosos?

    Qu misterio esconda el sobre lacrado?

    Un intenso relmpago ilumin su llegada al anticuario, mientras la joven extraa con

    rapidez las llaves de su bolsillo.

    Una vez dentro, subi precipitadamente las escaleras hacia su habitacin. Se cambi

  • de ropa y trat de secarse su enmaraada melena con una toalla.

    Pocos minutos despus escuch el sonido de la puerta del local y vislumbr las luces

    del piso inferior; su to acababa de llegar.

    Christelle? Ya he vuelto! exclam Bernard con fingida despreocupacin. Has visto qu tormenta? Me he empapado hasta los huesos!

    La joven se hallaba confusa. La voz de su to no denotaba signos de inquietud alguna.

    Qu estaba intentando disimular?

    No le haca ninguna gracia el secretismo que pareca tener su familiar desde que este

    descubriera aquel extrao violn.

    Se pas una mano por sus ojos; su interior era un hervidero de dudas y no estaba

    dispuesta a esperar por ms tiempo. Tena que pedir respuestas a Bernard cuanto antes.

    Christelle? volvi a preguntar su to con insistencia. Baj lentamente las escaleras, meditando acerca de cmo empezar el inminente

    interrogatorio.

    To tenemos que hablar su voz pareci casi un susurro, pero al escucharla, el rostro de Bernard mud de expresin.

    Dej su chaqueta empapada en el mostrador y mirndola a los ojos le pregunt:

    Dime, qu te ocurre? Quera hablarte del violn negro. La fisonoma de su to se torn rgida. Pareca que haba dejado de respirar.

    Abriste el arcn? Christelle asinti, bajando repentinamente la mirada.

    Por qu lo hiciste? Te vi colocar all el violn y me sorprendi que no me dijeras ni una palabra sobre

    l