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El Vizconde de Bragelonne Por Alexandre Dumas

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ElVizcondedeBragelonne

Por

AlexandreDumas

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CapítuloI

Lacarta

Enelmesdemayodelaño1660,alasnuevedelamañana,cuandoelsolyabastantealtoempezabaasecarelrocíoenelantiguocastillodeBlois,unacabalgata compuesta de tres hombres y tres pajes entró por él puente de laciudad,sincausarmásefectoqueunmovimientodemanosa lacabezaparasaludar,yotrodelenguasparaexpresarestaideaenfrancéscorrecto.

—AquíestáMonsieur,quevuelvedelacaza.

Yaestoseredujotodo.

Sinembargo,mientrasloscaballossubíanporlaásperacuestaquedesdeelrío conduce al castillo varios hombres del pueblo se acercaron al últimocaballo,quellevabapendientesdelarzóndelasilladiversasavescogidasdelpico.

Asuvista,loscuriososmanifestaronconrudafranqueza,sudesdénportaninsignificantecaza,ydespuésdeperorar sobre lasdesventajasde lacazadevolatería, volvieron a sus tareas. Solamente uno de estos, curiosos, obeso ymofletudo, adolescente y de buen humor, preguntó por qué Monsieur, quepodía divertirse tanto, gracias a sus pingües rentas, conformábase con tanmíseropasatiempo.

—¿No sabes —le dijeron— que la principal diversión de Monsieur esaburrirse?

El alegre joven se encogió de hombros, como diciendo: «Entonces,másquieroserJuanónquepríncipe».

Yvolvieronasutrabajo.

Mientrastanto,proseguía,Monsieursumarcha,conairetanmelancólico,ytanmajestuosoa lavez,que, ciertamente,hubiera causado la admiracióndelos que le vieran, si le viera alguien; mas los habitantes de Blois noperdonaban a Monsieur que hubiera elegido esta ciudad tan alegre parafastidiarseasusanchas,ysiemprequeveíanalaugustoaburrido,esquivabansu vista, o metían la cabeza en el interior de sus aposentos, como, parasubstraersealainfluenciadesulargoypálidorostro,desusojosadormecidosydesulánguidocuerpo.Demodo,queeldignopríncipeestabacasisegurodeencontrardesiertaslascallespordondepasaba.

Esto era una irreverenciamuy censurable por parte de los habitantes deBlois,porqueMonsieurera,despuésdelrey,yauntalvezantesdelrey,elmás

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altoseñordelreino.Enefecto,Dios,quehabíaconcedidoaLuisXIV,reinantea la sazón, laventuradeserhijodeLuisXIIIhabíaotorgadoaMonsieurelhonorde serhijodeEnrique IV.Noera,por tanto,o almenosnodebía sermotivo sino de orgullo, para, la ciudad de Blois, esta preferencia dada porGastóndeOrléans,queteníasucorteenelantiguocastillodelosEstados.

Peroestabaescrito,eneldestinodeestegranpríncipe,noexcitarmásquemedianamente,en todaspartesdondesehallaba, laatencióny laadmiracióndelpueblo:Monsieurhabíatomadoelpartidodeacostumbrarseaello.

Quizá esto era lo que le daba su aspecto de tranquilo aburrimiento.Monsieurhabíaestadomuyocupadoensuvida.Imposibleeshacercortarlacabezaaunadocenadesusmejoresamigos,sinqueestohagaalgúnruido,ycomo desde el advenimiento de Mazarino no se había cortado la cabeza anadie;Monsieurnoteníaquéhacerysefastidiaba.

Era, pues, muy melancólica la vida del pobre príncipe; después de sucaceríamatutina en las orillas del Beuvron, o en los bosques de Cheverny,MonsieurpasabaelLoira,ibadesayunarseaChambord,conapetitoosinél,ylaciudaddeBloisnovolvíaahablarhastadacaceríapróximadesusoberano,señorydueño.

Estoeraelaburrimientoextramuros;encuantoalfastidiointerior,daremosunaligeraideadeélallector,siquiereseguirconnosotroslacabalgataysubirhastaelsuntuosopórticodelcastillodelosEstados.

Monsieurmontabauncaballodepocaalzada,enjaezadoconanchasilladeterciopelo rojo de Flandes y estribos en forma de borceguíes; el jubón deMonsieur, hecho de terciopelo carmesí, y la capa, que era delmismo color,confundíanseconeljaezdelcaballo;ysolamenteporesteconjuntorojizoeraporloquepodíaconocersealpríncipeentresusdoscompañeros,vestidosunodecolorvioletayotrodeverde.Elde la izquierda era el escudero; el da laderecha,elmonteromayor.

Uno de los pajes llevaba dos gerifaltes sobre una percha y el otro unacorneta,enlaquesoplabaconflojedadaveintepasosdelcastillo.Todoloquerodeabaaestepríncipeperezosohacíaconpurezaloqueélhubierahechodelmismomodo.

A esta señal, ocho guardias que paseaban al sol en el patio, corrieron atomarsusalabardas,yMonsieurhizosuentradaenelcastillo.

Cuando desapareció, a través de las profundidades del pórtico, algunospilluelos que habían subido al castillo detrás de la cabalgata, mostrándosemutuamentelasavescazadas;sedispersaron,comentandoloqueacababandever;luegoquedesaparecieron,lacalle,laplazayelpatioquedarondesiertos.

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Monsieurseapeódelcaballosinpronunciarpalabra;pasóasuhabitación,donde lemudódevestidosuayudadecámara,ycomoMadamenohubiesetodavía enviado a tomar las órdenes para el desayuno. Monsieur se tendiósobreunapoltrona,ysedurmiódetanbuenaganacomosihubieransidolasoncedelanoche.

Losochoguardias,quecomprendieronestabaterminadosuservicioporelrestodeldía,seacostaronalsolsobresusbancosdepiedra,lospalafrenerosdesaparecieron con sus caballos en las cuadras, y a excepción de algunospájaros,quesepicoteabanunosaotrosconchillidosagudosenlaespesuradelasalhelíes,hubiérasedichoquetodosdormíanenelcastillodelmismomodoqueMonsieur.

De pronto, en medio de este silencio tan dulce, resonó una risotadanerviosa que hizo abrir un ojo a algunos de los alabarderos que hacían lasiesta.

Estacarcajadasalíadelaventanadelcastillo,visitadaenaquelinstanteporel sol, que la conglobaba en uno de esos grandes ángulos que dibujabanmirandoalmediodía,sobrelospatios,losperfilesdelaschimeneas.

Elbalconcillodehierrocincelado,quesobresalíamásalládeestaventana,estabaadornadoconuntiestodefloresrojas,otrodeprimaveras,yunrosal,cuyo follaje, de un verde encantador, estaba salpicado de capullos rojos,precursoresderosas.

En la habitación a que daba luz esta ventana, distinguíase una mesacuadrada,revestidadeantiguatapiceríaconmuchasfloresdeHaarlem;sobreestamesahabíaunaredomitadepiedra,enlacualestabansumergidosalgunoslirios;y,acadaextremodedichamesa,unajoven.

La actitud de estas dos jóvenes era particular; se las hubiera tomadopardospensionistasescapadasdelconvento.Unadeellas,conloscodosapoyadosenlamesayunaplumaenlamano,trazabacaracteressobreunahojadepapeldeHolanda;laotra,arrodilladasobreunasilla,loquelepermitíaadelantarlacabezayelbustoporencimadelespaldarhastalamitaddelamesa,mirabaasu compañera cómo vacilaba al escribir. De aquí provenían los gritos y lasrisas, uno de las cuales, más ruidosa que las otras, había espantado a lospájaros que saltaban en los alelíes y turbado el sueño de los guardias deMonsieur.

Laqueibaapoyadasobrelasilla,lamásruidosa,lamásrisueña;eraunalindamuchachadediecinueveaveinteaños,morena,decabellosnegrosyojosencantadores, que ardían baja unas cejas vigorosamente trazadas, con unosdientesqueresplandecíancomoperlasentrelabiosdecoral.

Todossusmovimientosparecíanel resultadodeungesto; suvidanoera

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vivir,sinosaltar.

Laotra,laqueescribía,mirabaasubulliciosacompañeraconojosazulesylímpidas como el cielo de aquel día. Sus cabellos, de un rubio ceniciento,peinados con delicado gusto, caían en trenzas sedosas sobre sus nacaradasmejillas; posaba sobre el papel una mano delicada, pero cuya delgadezdenunciaba su juventud. A cada, risotada de su amiga, alzaba comodespechada sus blancos hombros, de una forma poética y suave, mas a loscualesfaltabaesaeleganciadevigorydemodeloquetambiénsedeseabaverensusbrazosymanos.

—¡Montalais! ¡Montalais! —exclamó por fin con voz dulce y cariñosacomouncántico—.Reísdemasiadofuerte,comounhombre,ynosolamenteos notarán los señores guardias, sino que tampoco oiréis la campanilla deMadame,cuandollame.

La joven, llamada Montalais, no cesó de reír ni de gesticular por estaamonestación,ycontestó:

—Nodecísloquepensáis,queridaLuisa;sabéisquelosseñoresguardias,cómo vos los llamáis; empiezas ahora su sueño, y que ni un cañón losdespertaría; sabéis también que la campanilla, deMadame se oye desde elpuente de Blois, y que, por consiguiente, la oiré cuando mi obligación mellame a su cuarto. Lo que os molesta, hija mía, es que yo me ría cuandoescribís; loque teméis esque la señoradeSaint-Rémy,vuestramadre, subaaquí,comohaceavecescuandoreímosestrepitosamente;quenossorprenda,yqueveaesaenormehojadepapel,enlacual,despuésdeuncuartodehora,nohabéistrazadomásqueestaspalabras:«CaballeroRaúl».Tenéisrazón,amadaLuisa,porquedespuésdeesaspalabras,caballeroRaúl,sepuedenponertantasotras, tan significativas y tan incendiarias, que la señera de Saint-Rémy,vuestramadre,tendríaderechoparaarrojarfuegoyllamas.¡Eh!¿Noesesto?¡Hablad!

YMontalais,aumentósusrisasyprovocacionesturbulentas.

La joven rubia seenfurecióde repente;desgarróelpapelenqueestabanescritas las palabras CaballeroRaúl con hermosa letra, y, arrugándolo entresusnerviososdedosloarrojóporlaventana.

—¡Hola,hola!—dijolaseñoritadeMontalais—.¡Cómoseenojanuestrocorderito,nuestroniñoJesús,nuestrapaloma…!Notengáismiedo,Luisa; laseñoradeSaint-Rémynovendrá,ysiviniera,yasabéisquetengoeloídomuyfino.Además,¿quécosamásnaturalqueescribiraunantiguoamigoquedatade doce años, sobre todo, cuando se empieza la carta con las palabrasCaballeroRaúl?

—Estábien,noleescribiré—dijolajoven.

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—¡Ah…!¡YaestáMontalaisbiencastigada!—exclamó,sindejardereír,lamorenita burlona—.Vamos, vamos, otro pliego de papel, y concluiremospronto nuestra correspondencia. ¡Bien! ¡Ahora sí que suena la campanilla!¡Tantopeor!Madamepasarálamañanasinsuprimeracamarista.

En efecto, la campanilla; anunciaba que Madame había concluido sutocadoyesperabaaMonsieur,queledabalamanoenelsalónparapasaralcomedor.

Hechaestaformalidadcongrandeceremonia,losdosespososalmorzabanyseseparabanhastalahoradecomer,fijadainvariablementealasdosdelatarde.

El sonido de la campanilla hizo abrir en la repostería, a la izquierda delpatio, una puerta por la cual desfilaron dos maestresalas, seguidos de ochomarmitonesconunaparihuelacargadademanjarescubiertacontapaderasdeplata.

Uno de estos maestresalas, el que parecía el primero en título, tocó ensilencio con su varita a uno de los guardias que roncaba sobre un banco, yllevó subondadal extremodeponer enmanosde aquelhombre,muertodesueño, laalabardaqueestabaarrimadaa laparedyasu lado;despuésde locual,elsoldado,sinpreguntarunapalabra,escoltóhaciaelcomedorlacomidadeMonsieur,precedidadeunpajeylosdosmaestresalas.

PortodaspartespordondepasabalacomidadeMonsieur,precedidadeunpajeylosdosmaestresalas.

Portodaspartespordondepasabalacomida,losguardiasacompañábanlaconsusarmas.

LaseñoritadeMontalaisysuamigahabíanseguidoconlavista,desdesuventana, el pormenor de este ceremonial, al cual, sin embargo, debían estarhabituadas, pero miraban con cierta curiosidad para asegurarse de que noseríanmolestadas.Asíesque,cuandopasaronmarmitones,guardias,pajesymaestresalas,volvieronasumesa,yelsolqueantes iluminóuninstantesusrostrosencantadores,ahorasóloalumbrabaloslirios,lasprimaverasyelrosal.

—¡Bah!—dijoMontalais,ocupandosuasiento.

—Madamealmorzarábiensinmí.

—¡Oh! Seréis castigada; Montalais —contestó la otra joven sentándosemuydespacio.

—¿Castigada? ¡Ah! Sí, es decir, privada del paseo. ¡Eso es lo que yodeseo,sercastigada!Salirenelgrancochecolgadaaunaportezuela;volveralaizquierda,torceraladerechaporcaminoscubiertosdesurcos,pordondeseadelanta una legua en dos horas, y después, volver derecho por el ala del

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castillo donde está la ventana deMaría deMédicis, para queMadame digacomoacostumbra:«¡QuiéncreyeraqueporesesitiosesalvólareinaMaría!¡Cuarenta y siete pies de altura! ¡La madre de dos príncipes y de tresPrincesas!».Siestoesunadiversión,Luisa,deseosercastigadatodoslosdías,sobre todo simi castigo consiste en quedarme con vos y escribir cartas taninteresantescomolasqueescribimos.

—¡Montalais!¡Montalais!Haydeberesqueesmenestercumplir.

—De esto podéis hablarmuy cómodamente, querida, vos, a quien dejanlibre. Vos sois la única que recoge todas las ventajas, sin tener ningunaobligación; vos, que sois más dama de honor de Madame que yo misma,porqueponederechazoenvostodossusafectos;demodoqueentráisenestatristecasa,comolospájarosenestepatio,respirandoelaire,jugueteandoconlas flores y picoteando los granos sin tener que hacer elmenor servicio, nisufrir el menor aburrimiento. ¡Y sois vos quien me habla de deberes! Enverdad, bella perezosa, ¿cuáles son vuestros deberes sino escribir a esehermosoRaúl?Y comono le escribís, resulta; según creo, que también vosabandonáisunpocovuestrasobligaciones.

Luisa asumió grave aspecto, apoyó la barba en una mano, y, con aireingenuo:

—¡Echadme en carami bienestar!—exclamó—.Vos tenéis unporvenir;sois de la Corte, y si el rey se casa llamará a su lado aMonsieur. ¡Veréisespléndidasfiestas,ytambiénalrey,que,segúndicen,estanhermoso!

—Y, además, veré a Raúl, que está al lado del príncipe —repuso conmalignidadMontalais.

—¡PobreRaúl!—dijoLuisasuspirando.

—Éste es el momento de escribirle, querida mía: vamos, volvamos acomenzar ese famoso Caballero Raúl que estaba al principio del papeldesgarrado.

Entonces leentrególapluma,y,conunadeliciosasonrisa,diovalorasumano,quetrazóvivamentelaspalabrasindicadas.

—¿Yahora?—dijoLuisa.

—Ahora,escribidloquepensáis—respondióMontalais.

—¿Estáisciertadequeyopiensoalgo?

—Enalgunopensáis.

—¿Esocreéis,Montalais?

—Luisa,Luisa,vuestrosojosazulessonprofundoscomoelmarquevien

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Boulogneelañopasado.No,meengaño,elmarespérfido;vuestrosojossonprofundoscomoelazulquevemosalláarriba,sobrenuestrascabezas.

Puesbien,unavezquetanclaroleéisenmisojos,decidmeloquepienso.

—En primer lugar, no pensáis en el caballero Raúl, sino enmi queridoRaúl.

—¡Oh!

—Noosruboricéisportanpocacosa.MiqueridoRaúl,decimos,merogáisque os escriba a París; donde os retiene el servicio del príncipe. Como esprecisoqueosaburráisahíparabuscardistraccionesconel recuerdodeunaprovinciana…

Luisaselevantóderepente.

—No,Montalais—replicósonriéndose—,no;nopiensoniunapalabradetodoeso.Mirad,estoesloquepienso.

Tomó atrevidamente la pluma, y trazó con pulso firme las palabrassiguientes:

Habríasidomuydesgraciada,sivuestrasobstinadasinstanciasparalograrde mi un recuerdo, hubiesen sido menos vivas. Todo me habla aquí denuestrosprimerosaños,tandulcecomorápidamentetranscurridos,quenuncareemplazaránotrossuencantoenmicorazón.

Montalais,queminabacorrer laplumayqueleía,mientrasquesuamigaibaescribiendo,lainterrumpiópalmoteando:

—¡Seaenhorabuena!—dijo—.Aquísíquehaysinceridad,corazón,estilo;demostradaesosparisienses,queridamía,queBloiseslaciudaddondemejorsehabla.

—SabequeBloishasidoparamíelcielo.

—Esoesloqueyoqueríadecir,yquehabláiscomounángel.

—Termino,Montalais.

Ylajovencontinuóenefecto:

—DecísquepensáisenmícaballeroRaúl;osdoylasgracias;masestonopuede sorprenderme, pues sé muy bien cuántas veces han latido juntosnuestroscorazones.

—¡Oh!—exclamóMontalais—.Tenedcuidado,corderitamía,miradquehaylobosallá.

IbaacontestarLuisacuandoresonóelgalopedeuncaballobajoelpórticodelcastillo.

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—¿Qué sucede? —dijo Montalais acercándose a la ventana—. ¡Unhermosocaballero,afe!

—¡OhRaúl!—murmuróLuisa,quehabíahechoelmismomovimientoquesu amiga, y que, poniéndose pálida, cayó palpitante cerca de la carta sinterminar.

—¡Éstesíqueesunamantelisto!—exclamóMontalais—.Yquellegaatiempo.

—Retiraos,osloruego—murmuróLuisa.

—¡Bah!¡Sinomeconoce!Permitidmesaberloqueletraeaquí.

CapítuloII

Elmensajero

Tenía razón la señorita de Montalais: el caballero merecía llamar laatención.

Joven, de unos veinticuatro años y de hermosa estatura, llevaba condelgada,graciaeltrajemilitardelaépoca.SuslargasbotasencerrabanunpiequenohubieradesdeñadolaseñoritadeMontalais,sisehubiesetransformadoenhombre.Conunadesusmanos,delicadasynerviosas,detuvosucaballoenmedio del patio, y con la otra alzó el sombrero de largas plumas quesombreabansufisonomía,graveysinceraalavez.

Alruidodelcaballodespertaronlosguardiasypusiéronseenpie.Eljovendejóqueunodeellosseaproximarahastaelarzóndelasilla,einclinándosehaciaéldijoconvozclara,quefueoídaperfectamentedesdelaventanaenqueserecatabanambasjóvenes:

—UnmensajeparaSuAltezaReal.

—¡Ah! ¡Ah!—exclamó el guardia—. ¡Oficial, un mensajero! Pero esteexcelente soldadosabíamuybienquenopareceríaningúnoficial,porqueelúnico que podía aparecer permanecía en lo último del castillo, en unahabitaciónpequeñaquedabaalosjardines.

Asíesqueseapresuróaañadir:

—Caballero,eloficialestáderonda;peroensuausenciadebeavisarsealseñordeSaint-Rémy,mayordomodelPalacio.

—¡ElseñordeSaint-Rémy!—repitióelcaballeroruborizándose.

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—¿Leconocéis?

—¡Oh!Sí…Osruegoleaviséisalpunto,paraquemivisitaseaanunciadalomásprontoposibleaSuAlteza.

—Parece que el asunto es urgente —dijo el guardia como si hablaseconsigomismo,peroenrealidadconlaesperanzadeobtenerunacontestación.

Elmensajerohizounsignoafirmativodecabeza.

—Entonces—añadióelguardia—,yomismovoyabuscaralmayordomodePalacio.

El joven, entretanto, echó pie a tierra, y mientras los otros soldadosadvertíantodoslosmovimientosdelcaballodelmensajero,elguardiavolvióatrásdiciendo:

—Dispensad,caballero,masdecidmevuestronombre,sigustáis.

—Vizconde de Bragelonne, de parte de Su Alteza el señor príncipe deCondé.

Elsoldadohizounreverentesaludo,y,comosielnombredelvencedordeRocroyydeLenslehubiesedadoalas,subióligerolacaleraparapenetrarenlasantecámaras.

NohabíatenidotiemposiquieraelseñordeBragelonnedeatarsucaballoalos barrotes de hierro de la escalinata, cuando llegó desalentado el señor deSaint-Rémy,sosteniendosuabultadovientreconunadesusmanos,mientrasqueconlaotrahendíaelaire,comounpescadorlasolasconsuremo.

¡Ah,señorvizconde;vosenBlois!—murmuró—.¡Estoesunamaravilla!¡Buenosdías,caballeroRaúl,buenosdías!

—Milrespetos,señordeSaint-Rémy.

—LaseñoradeLaVallière,quierodecirquelaseñoradeSaint-Rémyvaatener un gran placer en veros. Pero venid, SuAltezaReal está almorzando.¿Hemosdeinterrumpirle?¿Esgraveelasunto?

—Síyno,señordeSaint-Rémy.Contodo,unmomentodetardanzapodríaproduciralgunadesazónaSuAltezaReal.

—Si es así, quebrantemos la consigna, señor vizconde.Venid;Monsieurestáhaydeunhumordelicioso.Además,nosdaréisnoticias,¿noescierto?

—Grandes,señordeSaint-Rémy.

—¿Ybuenas;presumo?

—¡Óptimas!

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—Puesentonces,venidpronto,muypronto—exclamóelbuenhombrequesearreglabacaminando.

Raúl siguióle, sombrero en mano; algo asustado del ruido solemne quehacíanlasespuelassobreeltilladodelasinmensassalas.

Enelmomentodedesaparecerenelinteriordelpalacio,volvióaoírseenlaventanadelpatiouncuchicheoanimadoquedemostrabalaemocióndelasjóvenes; pronto debieron tomar alguna resolución, porque una de las doscabezasdesapareció: ladelpelonegro; laotrapermaneciódetrásdelbalcónocultaentrelasfloresymirandoconatención,porlosrecortesdelasramaslaescalinataporlaqueelseñordeBragelonnehizosuentradaenelpalacio.

Mientrastantoproseguíasucaminoelobjetodetantacuriosidad,siguiendolashuellasdelmayordomodePalacio.Elrumordepasosacelerados,elolordevinosyviandas,yelruidodecristalesydevajillaledieronaentenderquellegabaalfindesucarrera.

Pajes, criados y ofíciales, reunidos en la sala que precedía al comedor,acogieron al recién llegado con la proverbial cortesía de este país; algunosconocíanaRaúl,ycasitodossabíanquellegabadeParís.Podríadecirsequesuentradasuspendióporuninstanteelservicio.

El hecho es, que un paje que echaba de beber a Su Alteza, al oír lasespuelas en la cámara vecina, se volvió como un niño, sin notar quecontinuabavertiendo,noenelvasodelpríncipe,sinoenlosmanteles.

Madame, que no estaba preocupada como su glorioso marido, notó ladistraccióndelpaje.

—¡Muybien!—dijoella.

—¡Muybien!—repitióMonsieur.

ElseñordeSaint-Rémy,queasomabalacabezaporlapuerta,aprovechóelmomento.

—¿Por qué molestarme?—dijo Gastón acercándose el enorme trozo deunodelosmásenormessalmonesquehayanremontadoelLoiraparadejarsepescarentrePaimbœufySaint-Nazaire.

—EsquevieneunmensajerodeParís.¡Oh!Perodespuésdelalmuerzodemonseñortenemostiempo.

—¿DeParís…?—exclamoel príncipedejandocaer su tenedor—.¿Ydepartedequiénvieneesemensajero?

—Departedelpríncipe—apresuróseadecirelmayordomo.

SabemosyaqueasíeracomosellamabaalpríncipedeCondé.

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—¿Un mensajero del príncipe? —dijo Gastón con inquietud que no seocultóaningunode lospresentes,yqueenconsecuencia redobló lageneralcuriosidad.

Monsieur se creyó quizá trasladado a los tiempos de aquellasbienaventuradasconspiraciones, en las cualesproducía inquietudel ruidodelaspuertas,enquetodaepístolapodíacontenerunsecretodeEstado,y todomensaje servir a una intriga sombría y complicada:Tal vez también el grannombre del príncipe se desplegaba bajo las bóvedas de Blois con lasproporcionesdeunfantasma.

Monseñorechóatrássuasiento.

—¿Digoalmensajeroqueespere?preguntó,elseñordeSaint-Rémy.

UnamiradadeMadameanimóaGastón,quereplicó:

—No,alcontrario,hacedleentraralinstante.Apropósito,¿quiénesél?

—Uncaballerodeestepaís;elseñorvizcondedeBragelonne.

—¡Ah!¡Muy,bien!Queentre,Saint-Rémy.

Y cuando hubo dicho estas palabras, con su acostumbrada gravedad,Monsieurmiródetalmaneraalagentedesuservicio,quetodos,servidores,oficiales y escuderos, dejaron la servilleta y el cuchillo, e hicieron hacia lasegundacámaraunaretiradatanrápidacomodesordenada.

Este pequeño ejército abrióse en dos filas cuándo Raúl de Bragelonne,precedidodelseñordeSaint-Rémy,entróenelcomedor.

El breve momento de soledad que había proporcionado esta retirada,permitió a Monsieur tomar un aspecto diplomático. No se movió de supostura,yesperóaqueelmayordomocolocaraalmensajerofrenteaél.Raúlsedetuvoalamitaddelamesa,demodoqueseencontraseentreMonsieuryMadame.DesdeéstesitiohizounsaludomuyreverenteparaMonsieur;otromuyeleganteparaMadame,yesperóaqueMonsieurledirigieselapalabra.

El príncipe, por su parte, esperaba a que las puertas estuviesen biencerradas;noqueríavolverlacabezaparaasegurarsedeello,locualnohubierasidooportuno;peroescuchabacontodasualmaelruidodelacerradura,queleprometía,porlomenos,unaaparienciadesecreto.

Cuando estuvo cerrada la puerta, Monsieur levantó los ojos, miró alvizcondedeBragelonneyledijo:

—SegúnparecellegáisdeParís,caballero.

—Enesteinstante,monseñor.

—¿Cómoseencuentraelrey?

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—SuMajestadgozadeperfectasalud.

—¿Ymicuñada?

—SuMajestad, lareinamadre,siguepadeciendodelpecho.Noobstante,haceunmesqueestámejor.

—¿Me han dicha que venís de parte del príncipe? Seguramente, seengañan.

—No,monseñor.ElseñorpríncipemehaencargadoquepongaenmanosdeVuestraAlteza,estacarta,yesperelacontestación.

Raúlsehabíaconmovidoalgoconestaacogidafríaymeticulosa;suvozhabía descendido insensiblemente hasta el diapasón de la del príncipe, demodoqueamboshablabancasienvozbaja.Elpríncipeolvidóqueélera lacausadeestemisterioytuvomiedo.

RecibióconojosextraviadoslaepístoladelpríncipedeCondé,rompióelsobre como si hubiera abierto un paquete sospechoso, y para que nadiepudiesenotarelefectodesurostrosevolviódeespaldas.

Madame siguió con una ansiedad casi igual a la del príncipe todos losmovimientosdesuaugustoesposo.

Raúl, impasible y algo desembarazado por la preocupación de sushuéspedes,miródesdesupuestoporlaventana,abiertaanteél,eljardínylasestatuasqueloadornaban.

—¡Ah! —exclamó de pronto Monsieur con una sonrisa radiante—. Heaquí una sorpresa agradable y una deliciosa carta del príncipe de Condé.Tomad,señora.

Lamesaerabastanteanchapara,queelbrazodelpríncipepudiesealcanzarlamanodelaprincesa:Raúlseapresuróasersuintermediario,ylohizocontantagraciaqueadmiróa laprincesa,valiendouncumplimientoaduladoralvizconde.

—SindudasabréiselcontenidodeestacartapreguntóGastónaRaúl.

—Sí,monseñor;elpríncipemedioprimeroverbalmenteelmensaje,masdespuésreflexionóS.A.ytomólapluma.

—Esunahermosaletra—repusoMadame—,peroyonopuedoleer.

—¿QueréisleeraMadame,señordeBragelonne?—dijoelduque.

—Sí,leed,oslosuplico,caballero.

Raúlcomenzólalectura,alacualprestóMonsieurtodaatención.

Lacartaestabaescritaenestostérminos:

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Monseñor: El rey marcha hacia la frontera, y ya sabéis que está paracelebrarseelmatrimoniodeS.M.Elreymehahechoelhonordenombrarmesumariscal aposentador para este viaje, y como yo sé cuan intensa será laalegríaquetendrá.S.M.enpasarundíaenBlois,meatrevoapediraV.A.R.permisoparaseñalarconmilápizelcastilloquehabita.Perosiloimprevistode esta demanda pudiera causar algunamolesta a V.A.R., os suplicome lodigáisporelmensajeroqueosenvío,queesungentilhombredemicasa,elseñorvizcondedeBragelonne.Mi itinerarioestápendientede ladecisióndeV.A.R.,yenvezdeseguirporBlois indicaréaVendomeoRomorantin.Meatrevo a esperar que V.A.R. acogerá mi petición como una prueba de miconsideraciónsinlímitesydemideseodeserlegrato.

—Nada tan honroso para nosotros —contestó Madame, que habíaconsultadomásdeunavezdurantelalecturalasmiradasdesuesposo—.¡Elreyaquí!—exclamóquizáalgomásaltode lonecesarioparaqueel secretopermanecieseguardado.

—Caballero—dijo a su vezSuAlteza, tomando la palabra—, daréis lasgraciasalpríncipedeCondé,ylemanifestaréistodomireconocimientoporelplacerquemeproporciona.

Raúlseinclinó.

—¿QuédíallegaSuMajestad?—prosiguióelpríncipe.

—Segúntodaslasprobabilidades,estanoche.

—Puesentonces,¿cómosesabríamirespuesta,encasodesernegativa?

—YoteníaelencargodevolverapresuradamenteaBeaugencyparadarlacontraordenalcorreo,quienvolviendotambiénatrásladaríaalpríncipe.

—¿ConqueSuMajestadestáenOrléans?

—Máscerca,monseñor;SuMajestaddebehaberllegadoaMeungenestemomento.

—¿LeacompañalaCorte?

—Si,monseñor.

—Apropósito:meolvidabapedirosnoticiasdelseñorcardenal.

—SuEminenciaparecegozardebuenasalud.

—Sinduda,leacompañaránsussobrinas.

—No, Monsieur; Su Eminencia ha mandado a las señoritas MancinimarcharaBourges;seguiránporlaorillaizquierdadelLoira,mientraslaCortevieneporladerecha.

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—¡Cómo!¿LaseñoritaMaríaManciniabandonadeesemodolaCorte?—preguntóMonsieur,cuyareservaempezabaadebilitarse.

—Sinduda—contestódiscretamenteRaúl.

Una sonrisa fugitiva, vestigio imperceptible de su antiguo talento deruidosasintrigas,iluminolasmejillasdelpríncipe.

—Gracias; señor de Bragelonne —dijo entonces Monsieur—; quizá noqueráis dar al príncipe la comisión, que desearía encargaros, y es que sumensajeromehasidomuyagradable;peroyomismoselodiré.

RaúlinclinóseparadarlasgraciasaMonsieurporelhonorquelehacía.

Monsieur hizo una seña aMadame, que dio un golpe en el timbre quehabíaasuderecha.

AlinstanteentróelseñordeSaint-Rémy,ylacámarasellenódegente.

Señores—dijo el príncipe—, SuMajestadme hace el honor de venir apasar un día en Blois; cuento con que el rey, mi sobrino, no tendrá quearrepentirsedelhonorquemehace.

—¡Vivaelrey!—exclamaranconentusiasmofrenéticotodoslosoficialesdeservicio,yelseñordeSaint-Rémyantesquenadie.

Gastónbajólacabezatristemente;todasuvidahabíatenidoqueoír,omásbien,quesufriresegritode¡vivaelrey!quepasabaporencimadeél.Yahacíaalgúntiempoquenoloescuchaba,habíandescansadosusoídos,yahoraunamonarquíamásjoven,másvivaymásbrillante,surgíadelantedeélcomounanuevaydolorosaprovocación.

Madameconociólossufrimientosdeaquelcorazóntímidoysombrío,yselevantódelamesa;Monsieurlaimitómaquinalmente;ytodoslosservidores,conrumordecolmena,rodearanaRaúlparahacerlepreguntas.

MadameobservóestemovimientoyllamóalseñordeSaint-Rémy.

—Estanoeshoradecharlas,sinodetrabajar—dijoconacentodeamadegobiernoqueseenoja.

El señordeSaint-Rémyseapresuróa romperel círculo formadopor losoficialesquerodeabanaRaúl,desuertequeéstepudosaliralaantecámara.

—Quesecuideaesecaballero—repusoMadamedirigiéndosealseñor,deSaint-Rémy.

ElbuenhombrecorrióalinstantedetrásdeRaúl.

—Madamenosruegaquerefresquéisaquí—dijo—;además,hayparavosotroalojamientoenelcastillo.

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—Gracias, señor de Saint-Rémy —contestó Bragelonne—; ya sabéiscuántotardoeniraofrecermisdeberesalseñorconde,mipadre.

—Es verdad, caballero Raúl; os suplico que, a la vez, le presentéismisrespetos.

Raúlsedespidiódelcaballeroycontinuósucamino.

Alpasarporelporchellevandodelabridasucaballo,unavocecitallamóledesdeelfondodeunaavenidoobscura.

—¡CaballeroRaúl!—dijolavoz.

Eljovenvolvióse,sorprendido,yviounamuchachamorenaqueapoyandoundedoensuslabiosletendíalamamo.

Estajovenleeradesconocida.

CapítuloIII

Laentrevista

Raúlseadelantóhacialajovenquelollamaba,yledijo:

—¿Yelcaballo,señora?

—¡Yesoosapura!Salid;enelprimerpatiohayuncobertizo;atadenélvuestrocaballoyvenidalinstante.

—Obedezco;señora.

Raúl no tardó en hacer lo que le habíanmandado, y al volver vio en laobscuridad a su misteriosa conductora, que le aguardaba en los primerospeldañosdeunaescaleradecaracol.

—¿Sois bastante valiente para seguirme, señor caballero errante? —preguntó la joven riéndose de la duda que había manifestado Raúl. Ésterespondiósiguiendolaobscuraescalera.Asísubierontrespisos,éldetrásdeella,ytocandoconsusmanosunaropadesedaquerozabaporlasparedesdelaescalera.CadavezqueRaúldabaun tabaunchitoseveroy le tendíaunamanosuaveyperfumada.

—Se subiría así hasta la torre del castillo, sin curarse del cansancio enfalso,suconductoralesugirió—dijoRaúl.

—Lo cual significa, caballero, que estáis muy fatigado y muy inquieto;perotranquilizaos,yahemosllegado.

Lajovenempujóunapuerta,yalinstante,sintransiciónalguna,llenósede

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untorrentedeluzlaescalera.

Lajoven;marchaba,éllaseguía;ellaentróenunacámara,Raúltambién.

Almomentooyódarungritosevolvióadospasos,conlasmanosjuntasylosojoscerrados;aaquellahermosajovenrubia,deojosazulesydeblancoshombros,quealconocerlelehabíallamadoRaúl.

Lavioyadvirtiótantoamorytantafelicidadenlaexpresióndesusojos,quesedejócaerenmediodelasalamurmurandoelnombredeLuisa.

—¡Ah!¡Montalais!¡Montalais!—exclamóéstasuspirando—.Esungranpecadoengañardeestemodo.

—¡Yo!¿Yoosheengañado?

—Sí, me dijisteis que ibais a adquirir noticias, y hacéis subir aquí alcaballero.

—Esoerapreciso.Deotromodo, ¿cómohabíade recibir la cartaque leescribíais?

Y señaló con el dedo la carta que aún estaba sobre la mesa. Raúl seadelantó para cogerla; pero Luisa, más rápida, aunque con una vacilaciónfísicamuynotable,alargólamanoparadetenerle.Raúlencontróaquellamanotibiatemblorosa,laestrechóentrelassuyasylaaproximórespetuosamenteasuslabios,quedepositóenellamásbienunsoploqueunbeso.

Entretanto la señorita deMontalais había tomado la carta; y después dehaberla doblado con cuidado en tres dobleces como hacen las mujeres; ladeslizóensupecho.

—NotengáismiedoLuisa—dijo—;estecaballeronovendráacogerladeaquí,pueseldifuntomonarcaLuisXIIInocogíalosbilletesenelcorsédelaseñoritadeHautefort.

Raúlseruborizóalverlasonrisadelasdosjóvenes,ynonotóquelamanodeLuisapermanecíaaúnentrelassuyas.

—¡Bueno! —dijo Montalais—. Ya me habéis perdonado, Luisa, porhaberostraídoalseñor,yvoscaballero,medebéisamarporhabermeseguido,paraveraestaseñorita.Ahora,pues,quelapazestáhecha,charlaremoscomoantiguasamigos.Presentadme,Luisa,alseñordeBragelonne.

—Señorvizconde—dijoLuisaconsugraciosasonrisa—,tengoelhonordepresentarosa laseñoritaAuradeMontalais,damadehonordeSuAltezaRealMadame,yademásmimejoramiga.

Raúlsaludóceremoniosamente.

—¿Y a mí, Luisa —preguntó éste—, no me presentáis también a esta

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señorita?

—¡Oh!¡Ellaosconoce!¡Loconocetodo!

EstaspalabrashicieronreíraMontalaisysuspirardedichaaRaúl,quelashabíainterpretadodeestemodo:ellaconocetodonuestroamor.

—Yaestánhechosloscumplimientos,señorvizconde—dijoMontalais—,sentaosaquíydecidnosmuyprontolanoticiaquenostraéiscorriendodeesemodo.

—Esoyanoesun secreto, señorita; el rey, al ir aPoitiers, sedetieneenBloisafindeveraSuAltezaReal.

—¡El rey aquí!—exclamóMontalais palmoteando—. ¡Vamos a ver a laCorte! ¿Concebís eso,Luisa? ¡Laverdadera corte deParís! ¡OhDios santo!Pero¿cuándoseráeso,caballero?

—Talvezhoy,señorita;perodeseguromañana.

Montalaishizounademándedespecho.

—¡Nohay tiempoparaprevenirse,niparaprepararseun traje! ¡Vamosaparecernos a los retratos del tiempo de Enrique IV! ¡Ah; señor, qué malanuevahabéistraído!

—Señoritas,siempreestáishermosas.

—Sí, siempre estaremos hermosas, porque la naturaleza nos ha criadopasaderas; mas estaremos en ridículo, porque la moda nos habrá olvidado.¡Ah,ridículas!¿Amímehandeverridícula?

—¿Quiénes?—dijocándidamenteLuisa.

—¿Quiénes? ¡Qué singular sois, querida…! ¿Es una pregunta la quemehacéis?Handever,quieredecir todoelmundo,quieredecir los cortesanos,losseñores,elrey.

—Perdonad,mibuenaamiga,perocomotodoelmundoestáacostumbradoaquíavernostalescomosomos…

—No lo niego,mas esto va a cambiar, y nosotras estaremos en ridículo,aunparaBlois;porque juntoanosotrasvanaverse lasmodasdeParís,yalinstanteseecharádeverqueestamosalamodadeBlois…¡Estodesespera!

—Tranquilizaos,señorita.

—¡Ah! ¡Basta!Corriente, tantopeorpara losquenomeencuentrena sugusto—dijofilosóficamenteMontalais.

—Esosseránmuydescontentadizos—respondióRaúl,fielasusistemadegalantería.

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—Gracias,señorvizconde.¿DecíamosqueelreyvieneaBlois?

—ContodalaCorte.

—¿YvendránlasseñoritasMancini?

—No,ciertamente.

—ComodicenqueelreynopuedeestarsinlaseñoritaMaría…

—Puesserámenesterqueseconforme.Asíloquiereelseñorcardenal,yhadesterradoasussobrinasaBourges.

—¡Hipócrita!

—¡Silencio!—murmuróLuisaponiendoundedosobresusrosadoslabios.

—¡Bah!Nadiepuedeoírme.DigoqueelviejoMazarinoesunhipócrita,quetratadehacerasusobrinareinadeFrancia.

—No,señorita,porelcontrario;elseñorcardenalhacecasarasuMajestadconlainfantaMaríaTeresa.

MontalaismiródefrenteaRaúl,yledijo:

—¿Y lo creéis vosotros, los parisienses? Somos más poderosos quevosotrosenBlois.

—Señorita,sielreysaledePoitiersyparteparaEspaña,ysisefirmanlosartículosdelcontratodematrimonioentredonLuisdeHaroySuEminencia,biencomprenderéisqueéstosnoson,yajuegosdeniño.

—¡Ya!Perocreoqueelreyeselrey.

—Sinduda,señorita,peroelcardenaleselcardenal.

—¿Noesunhombreelrey?¿NoamaaMaríaMancini?

—Laidolatra.

—Puesbien,secasaráconella; tendremosguerraconEspaña;Mazarino,gastará algunos millones que tiene guardados; nuestros caballeros haránheroicidades peleando contra los fieros castellanos; muchos volveráncoronadosdelaureles,ynosotrasloscoronaremosdemirto.Asíconciboyolapolítica.

—Soisunaloca,Montalais—repusoLuisa—,ycadaexageraciónosatraecomolaluzalasmariposas.

—Luisa,soisdetalmanerarazonable,quenoamaréisnunca.

—¡Oh!—dijo Luisa—. ¡Comprended,Montalais! La reina madre deseacasarasuhijoconlainfanta:¿queréisqueelreydesobedezcaasumadre?¿Esdigno de un corazón real, como el suyo, dar malos ejemplos? Cuando los

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padresprohíbenelamor,hayquerenunciaraél.

YLuisarespiró;Raúlbajólosojos;Montalaisseechóareír.

—Yonotengopadres—dijodepronto.

—Sinduda,tendréisnoticiasdelasaluddelseñorcondedelaFère—dijoLuisa después de ese suspiro, que tantos dolores había manifestado en suelocuenteexpansión.

—Noseñorita—contestóRaúl—,aúnnohehechovisitaamipadre,puesibaasucasacuando laseñoritadeMontalais tuvoabiendetenerme;esperoque el señor conde esté bueno; no habréis oído decir nada en contrario, ¿escierto?

—Nada,caballero,nada,¡graciasaDios!

Reinó aquí un silencio, durante el cual dos almas preocupadas por lamismaideasecomprendieronperfectamente,aunsilaasistenciadeunasola,mirada.

—¡Ay!¡Dios,mío!Alguiensube—exclamódeprontoMontalais.

—¿Quiénserá?—dijoLuisalevantándosemuysobresaltada.

—Señoritas, yo estorbo mucho, y sin duda he sido muy imprudente—observóRaúl.

—Esunandarpesado—dijoLuisa.

—¡Ay! Si es sólo el señor Malicorne —replicó Montalais—, no nosmovamos.

LuisayRaúlmiráronseparapreguntarsequiéneraeseseñorMalicorne.

—Noossobresaltéis—prosiguióMontalais—,noesceloso.

—Pero,señorita—murmuróRaúl.

—Comprendo…Puesbien,estandiscretocomoyo.

—¡Dios santo!—exclamó Luisa, que había puesto el oído en la puertaentreabierta—.¡Sonlospasosdemimadre!

—¡LaseñoradeSaint-Rémy!¿Dóndemeocultó?—dijoRaúl,asiéndosealvestidodeMontalais,queparecíahaberperdidolacabeza.

—Sí —dijo ésta—, sí, oigo, crujir los chapines. ¡Es vuestra excelentemadre…! Señor vizconde, es bien lamentable que la ventana de sobre unempedradoyestéacincuentapiesdealtura.

Raúlmiró abajo conojos extraviados, yLuisa le cogiódeunbrazoy ledetuvo.

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—¡Ah! ¡Soy una loca!—dijoMontalais—. ¿No está aquí el armario detrajesdeceremonia?Verdaderamente,parecehechoparaesto.

Ya era tiempo; la señora de Saint-Rémy subía más aprisa que decostumbre, y llegó en el momento mismo en que Montalais, como en lasescenasdesorpresa,cerrabaelarmarioapoyandosucuerpoenlapuerta.

—¡Ay!—exclamólaseñoradeSaint-Rémy—.¿Vosaquí,Luisa?

—Sí,señora—respondióésta,máspálidaquesihubiesesidoconvictadeuncrimen.

—¡Bueno!¡Bueno!

—Sentaos, señora —dijo Montalais ofreciendo el sillón a la de Saint-Rémy,ycolocándoledesuertequedieselaespaldaalarmario.

—Gracias,señoritaAura,graciasvenidprontohijamía,vamos.

—¿Dóndedeseáisquevaya,señora?

—¿Dónde?Alahabitación,esprecisoprepararvuestrotocado.

—¿Cómo? —dijo Montalais simulando sorpresa; pues temía que Luisacometiesealgunaindiscreción.

—¿Conquenosabéislasnoticias?—preguntólaseñoradeSaint-Rémy.

—¿Quénoticias,señora?¿Queréisquedosjóvenessepanalgodesdeestepalomar?

—¡Qué…!¿Nohabéisvistoanadie…?

—¡Señora, habláis de unmodomisterioso y nos hacéis quemar a fuegolento! —exclamo Montalais; que espantada de ver a Luisa cada vez máspálida,nosabíaaquésantoencomendarse.

Peroacentuóensucompañeraunamiradaelocuente,unadeesasmiradasquedaríaninteligenciaaunmuro.LuisaseñalabaasuamigaelsombrerodeRaúlquepermanecíasobrelamesa.

AdelantóseMontalais,ycogiéndoleconlamanoizquierda,lopasódetrásdesíaladerechayloocultósindejardehablar.

—Puesbien—dijolaseñoradeSaint-Rémy—,acabadellegaruncorreoquenosanuncialapróximallegadadelrey.Conque,señoritas,setratadeestarhermosas.

—¡Pronto! ¡Pronto! —exclamó Montalais—, seguid a vuestra señoramadre,Luisa,ydejadmearreglarmitrajedeceremonia.

Luisa levantóse, su madre la tomó de la mano y la condujo hacia la

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escalera.

—Venid—dijo.

Yañadióenvozbaja:

—CuandoyoosmandoquenosubáisalcuartodeMontalais,¿porquénoobedecéis?

—Señora,esmiamiga.Además,acababadevenir.

—¿Nohahechoocultaranadiedelantedevos?

—¡Señora!

—Osdigoquehevistounsombrerodehombre;eldeeseperillán.

—¡Señora!—exclamóLuisa.

—¡DeeseharagándeMalicorne!Unadoncellafrecuentardeesemodo…¡ah!

Ysusvocesperdiéronseenlasprofundidadesdelaescalera.

Montalais no había perdido ni palabra de este diálogo, que el eco leenviabacomounembudo.Encogíasedehombros,yviendoaRaúlfueradesuescondite,quetambiénhabíaescuchado.

—¡PobreMontalais!—dijo ¡Víctimade laamistad…!¡PobreMalicorne!¡Víctima del amor! Detúvose mirando el aspecto tragicómico de Raúl, queestabaasombradodehabersorprendidoenundíatantossecretos.

—¡Oh!Señorita—dijo—¿cómopodrépagartantasbondades?

—Algún día ajustaremos cuentas —repuso—; por el momento; salidpronto, señor de Bragelonne, porque la señora de Saint-Rémy no es muyindulgente y alguna indiscreción por su parte podría traer aquí una visitadomiciliariaenojosaparatodos.¡Adiós!

—PeroLuisa…¿Cómosaber…?

—¡Andad!¡Andad…!

ElreyLuisXIsupomuybienloquehacíacuandoinventóelcorreo.

—¡Ah!—exclamóRaúl.

—¿Ynoestoyyoaquíquevalgoportodos,loscorreosdelreino?¡Pronto!¡Acaballo, y que si la señoradeSaint-Rémy sube a echarmeun sermóndemoral,queyanoosencuentreaquí!

—Todoselodiráamipadre;¿noesverdad?—murmuróRaúl.

—¡Losreñirá!¡Ah,vizconde!YasevequevenísdelaCorte;soismiedoso

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como el rey. ¡Vaya! ¡Aquí, en Blois, nos pasamos muy bien sin elconsentimientodepapá.PreguntádseloaMalicorne!

Y al pronunciar estas palabras, la joven puso a Raúl en la puertaempujándolepor loshombros;éstesedeslizóa lo largodelporche,montóacaballo,ypartióa todoescapecomosi llevaradetrása losochoguardiasdeMonsieur.

CapítuloIV

Padreehijo

Raúlcontinuó,sindetenerse,elcaminodeBloisalacasaenquevivíaelCondedelaFère.

El lector nos dispensará una retratada descripción. Ya en otros tiemposhemospenetradoallíjuntosylaconoce.

Sólo que, desde la última vez que la cogimos, los muros se hanobscurecido algo por razón de la intemperie; los árboles han crecido, yalgunos que antes extendían apunas sus flexibles ramas por entre lasdesigualdades del suelo, acopados ahora y espesos, extienden su ramajearenadodevegetación;ofreciendoalviajerofloresyfrutos.

Raúldistinguiódesdelejoselcaballetedeltejado;lasdostorrecillasdesdelas que se divisaba su casa solariega, y vio también entre los olmos supalomar, a los pichones que revoloteaban alrededor del cono de ladrillos,comolosrecuerdosalrededordeunalmatranquila.

Cuándoseacercómás,oyóélruidodelasgarruchasquerechinabanbajoelpesodelosmacizoscubos;ylepareciótambiénoírelmelancólicogemidodelaguaquevuelveacaerenelpozo, ruido triste,monótono, solemne;quehiereeloídodelniñoydelpoeta,soñadores;quelosinglesesllamansplash,los poetas árabes gasgachau, y que nosotros los franceses, que bienquisiéramos ser poetas, no podemos traducirmás que con una perífrasis: lebruitdel’eautombantchesl’eau.

HacíamásdeunañoquenoibaRaúlaverasupadre.TodoesetiempolohabíapasadoalladodelpríncipedeCondé.

Este gran señor, después de las antiguas parcialidades del tiempo de laFronda,sehabía reconciliadocon laCortedeunamanera francaysolemne:Mientras había durado la división entre el rey y el príncipe, éste; pues seaficionóaldeBragelonne,lehabíaofrecidocuantasventajaspuedenseduciraunjovenenelprincipiodesucarreraporquesiguiesesupartida.

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ElcondedelaFère,siemprefielasusprincipiosderealismo,explicadosundíabajolasbóvedasdeSanDionisio,hablasenegandosiempreennombredesuhijoatodoslosofrecimientos.HizomásenlugardeseguiralCondéensu rebelión, siguió al de Turena, combatiendo incesantemente por el reyigualmentecuandoTurenaparececonstruidodelaguacayendoenelagua.

Pareció abandonar la causa real, le abandonó también para ponerse departedeldeCondé,comoanteslohicieradeldeTurena.Resultódeestalíneade conducta, que Raúl, tan joven como era, tenía inscritas más de diezvictorias en su hoja de servicios, y ninguna derrota de que tuviera quesonrojarsesuconciencia.

Así,pues;Raúl,segúnlohabíaqueridosupadre;sirvióconstantementelafortuna de Luis XIV, no obstante todas las oscilaciones endémicas y casiinevitablesentiempostanazarosos.

El de Condé, vuelto a la gracia real, usó del privilegio de amnistía,pidiendoentreotrascosaslavueltadeRaúlasuservicio.ElcondedeLaFère,quecomprendióelestadodelascosasconsutalentoperspicaz,se lomandóinmediatamente.

Un año había transcurrido después, de esta ausencia del padre y el hijo;algunascartashabíandulcificadoenpartelosrigoresdelaausencia.YahemosobservadoqueRaúl,dejabaenLouisotroamorqueelfilialyafectuosoentrepadresehijos.

Mas hemos de hacerle justicia; a no haber sido por la casualidad y laseñorita de Montalais, dos demonios tentadores, Raúl hubiese partido sindetenerseaverasupadre,asíqueejecutóelmensaje;auncuandollevaseenelcorazónelamanterecuerdodesuqueridaLuisa.

La primera parte del camino iba preocupado con el recuerdo de laentrevistaqueacababadetenerconsuamada;lasegunda,conelpensamientodelamigoamadoaquientardabaenabrazar.

Encontró abierta la puerta del jardínY semetió por ella con su caballo,atropellandolasfilasycuadros,yatrayendosobresílairadeunviejo,vestidoconcapotillodecolorvioletaygorroviejodeterciopeloenlacabeza.

Elbuenviejoestabaescardandounacallederosalesenanosymargaritas,ynopodía tolerarque sedestruyeseconel cascodeuncaballoelpisode suscallesdearenacernida.

Aventuró el principio de un juramento contra el recién llegado; perovolviendoéste lacabeza, laescenacambióenunmomento.Apenas lehuboconocido,cuandoincorporándoseechóacorrerendireccióndelacasa,dandogritos,queeranenélelparoxismodeunaalegríaInca.

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Raúlllegóhastalascuadras,diosucaballoaunlacayojoven,ysubiólasescalerasconunaalegríaquehubieraregocijadoelcorazóndesupadre.

Atravesó la antecámara, el corredory el salón sin encontrar anadie; porúltimo, habiendo alegado, a la puerta del gabinete del conde deFère, llamóimpaciente a su padre, y sin escuchar apenas la voz grave de éste, que lecontestóalpuntoqueentrase,sehallódentrodelahabitación.

Elcondepermanecíasentadojuntoaunamesacubiertadelibrosypapeles:Su continente era siempre el de un noble y bien portado caballero, pero, eltiempo había dado a su nobleza y hermosura un carácter más imponente ydistinguido: frente sinarrugas,blancacabellera,ojosvivosbajouncercodecejas perfecto, bigote fino y apenas encanecido, marcando unos labiosdelgadosquenoparecíanhabersentidolacontraccióndelaspasiones;cuerpoderechoydelgado,manodescarnada:taleraelcaballerocuyasnobleshazañashabíanmerecidoelaplausodemilpersonasilustres,bajoelnombredeAthos.Cuando llegó Raúl ocupábase en corregir las páginas de un cuadernomanuscrito,todoélredactadodesupuñoylenta.

Raúlselanzóenbrazosdesupadrecontantaprecipitación,queelcondeno tuvo ni tiempo ni fuerza suficientes para dominar la emoción que leembargaba.

—¡Vosaquí,vosaquí,Raúl!—exclamó—.¿Esposible?

—¡Ohpadremío!¡Cuántomealegradevolverosver!

—¿No me contestáis, vizconde? ¿Habéis obtenido licencia para venir aBlois,ohaocurridoenParísalgunadesgracia?

—ADiosgracias,señor—respondióRaúl,serenándose—,nohaocurridonadamalo; el rey se casa, como tuve el honor de anunciares enmi últimacarta,ymarchaaEspaña.SuMajestadpasaráporBlois.

—¿ParaveraMonsieur?

—Sí,señorconde.Elpríncipemehamandadodelanteparaquelavenidadelreynolecogiesedeimproviso,omásbiendeseandoparecerleagradable.

—¿HabéisvisitadoaMonsieur?—preguntóvivamenteelconde.

—Hetenidoesehonor.

—¿Enelcastillo?

—Sí,padremío—contestóRaúlbajandolosojos,porquesindudahabíasentido en la interrogación del conde algún otro sentido que una simplecuriosidad.

—Enverdadquetengoelhonordecumplimentarporello.

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Raúlinclinóseenseñaldeagradecimiento.

—¿NohabéisvistoenBloisotrapersona?

—Señor,hevisto,aSuAltezaRealMadame.

—Estábien.NoesdeMadamedequienyohablo.

Raúlruborizósecomounniñoynocontestóunasolapalabra.

—¿Nome entendéis, señor vizconde?—insistió el conde con indulgenteseveridad.

—Osentiendoperfectamente,señor;ysipreparounarespuesta,noesquetratededisculparmeconunamentira.

—Bien,séquenoacostumbráisamentir:Poresomeadmirodequetardéisendarmeunarespuestacategórica:síono.

—No,puedocontestarossino;comprendiéndoosbien;ysiosheentendidobien, vais a recibir de mal talante mis primeras palabras. Sin duda osdesagrada,señorconde,quehayavisto.

—AlaseñoritadeLaVallière;¿noesasí?

—Bienséqueesdeelladequienqueréishablar,señorconde—dijoRaúlconindecibledulzura.

—Yyoospreguntosilahabéisvisto.

—Señor, ignoraba cuando entré en el castillo que se hallaba en él laseñorita de La Vallière; pero cuando me volvía, después de concluir miencargo, lacasualidadnoshapuestoenpresenciaunodelotro:He tenidoelhonordeofrecerlemisrespetos.

—¿YcómosellamalacasualidadqueoshayareunidoalaseñoritadeLaVallière?

—LaseñoritadeMontalais.

—¿QuiénesesaseñoritadeMontalais?

—Unajovenquenoconocía,yaquiennuncahabíavisto,lacamaristadeMadame.

—Señorvizconde,nocontinuarémiinterrogatorio,delcualmehagocargoporhaberduradodemasiado.OsteníarecomendadoquehuyeseisloposiblealaseñoritadeLaVallièreyquenolavieseissinmipermiso.¡Bienséquemehabéisdicholaverdadyquehabéisdadoniunsolopasoparaacercarosaella!Lacasualidadsolamehaengañado,yyono tengodequé reconveniros.Mecontentaré,portanto,conloqueyaoshedichoacercadeesaseñorita.Diosestestigo,rigequenadatengoquedecirdeella;peronoentraenmisdesignios

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que frecuentéis su casa.Os ruego otra vez,mi queridoRaúl, que lo tengáisentendido.

A estas: palabras, se hubiera dicho, que se turbaban los ojos límpidos ypurosdeRaúl.

—Ahora, amigomío—prosiguióel condeconsudulce sonrisay suvozhabitual—,hablemosdeotracosa.¿Volvéisquizáavuestraobligación?

—No, señor, nada tengo que hacer sino permanecer hoy a vuestro lado.Felizmente, nome ha impuesto el príncipemás deber que éste, que tan deacuerdoestáconmideseo.

—¿Estábienelrey?

—Perfectamente.

—¿Yelpríncipe?

—Comosiempre,señor.

ElcondeseolvidabadeMazarino,siguiendosuantiguacostumbre.

—Bien, Raúl, ya que hoy me pertenecéis, también, por mi, parte osdedicaré todo el día.Abrazadme…otravez, otravez estáis envuestra casa,vizconde…¡Ah!¡AquíestánuestrovicioGrimaud!Venid,Grimaud,elseñorvizcondedeseaabrazarostambién.

Elancianonose lohizorepetir;ycorriócon losbrazosabiertos.Raúl leahorrólamitaddelcamino.

—¿Queréis, Raúl, que vayamos ahora al jardín? Os enseñaré el nuevoalojamientoquehemandadoprepararparavoscuandovengáisconlicencia;ymientrasmiramoslosplantíosdeesteinviernoydoscaballosderegaloquehecambiado,medaréisnoticiasdenuestrosamigosdeParís.

El conde cerró sumanuscrito; tomó el brazo del joven y pasó con él aljardín.

GrimaudmirótristementesaliraRaúl,cuyacabezacasitocabaalmarcodela puerta, y acariciando su blanca barba dejó caer esta profunda palabra:«¡Crecido!».

CapítuloV

Cropoli,Cropoleyunnotablepintordesconocido

EntantoqueelcondedelaFèrevisitaconRaúllosnuevosedificiosque

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había mandado construir, y los caballos que había cambiado, el lector mepermitiráquevolvamosdenuevoalaciudaddeBloisyqueasistamosalanocomúnactividadquelaagitaba.

En las hosterías, principalmente, era donde más se hacían sentir lasconsecuenciasdelanoticiallevadaporRaúl.

En efecto, el rey y la Corte en Blois, es decir, cien caballeros, y otrostantos criados, ¿dónde semetería toda esagente? ¿Dónde se alojarían todoslos caballeros de los contornos, que quizá llegarían en dos o tres horas, tanpronto como la noticia se fuese ensanchando, a la manera de esascircunferenciasconcéntricasquécausa la caídadeunapiedra lanzadaen lasaguasdeunlagotranquilo?

Blois,tanapaciblecomolohemosvistoporlamañana,comoellagomástranquilodelmundo,sellenaderepentedetumultoydetemoralanoticiadelaregiallegada.

LoscriadosdePalacio,bajolainspeccióndelosoficiales,ibanalaciudadenbuscadeprovisiones,ydiezcorreosacaballogalopabanhacialasreservasde Chambord a fin de traer la caza, a las pesquerías del Beuvron por elpescado,yaloshuertosdeChevernyporlasPrioresyporlasfrutas.

Sacábansedelguardamuebles lasvaliosas tapiceríasy las arañas con susgrandescadenasdoradas;unejércitodepobresbarría lospatiosy lavaba lospavimentosdepiedra,alpasoquesusmujeresdestruíanlospradosdelLoirarecogiendosuscapasdeverduraysusflores.

Laciudadtoda;paranopermanecerextrañaaestegranlío,hacíasutoilettecongranazacaneodeescobas,cepillosyagua.

Losarroyosdelaciudadalta,hinchadosconestosincesanteslavatorios,seconvertíanenríosenlapartebajadelaciudad,yprecisoesdecirquehastaelfangosoempedradoseadiamantabaalosrayosbenéficosdelsol.

Porúltimo,sepreparabanmúsicas,lasgavetassevaciaban,losmercaderesacaparabancintasylazosdeespadas,ylastenderashacíanprovisióndepan,carneyespecias.Hastaunbuennúmerodevecinos,cuyascasassehallabanprovistas como para sostener un sitio no teniendo ya de qué ocuparse, seponíansus trajesdefiestaysedirigíana lapuertade laciudadparaserdosprimeros en anunciar o ver el séquito. Sabíanmuy bien que elmonarca nollegaríahastalanoche;ytalvez,hastaeldíasiguiente,pero¿quéesesperar,sinounaespeciedelocura?Ylalocura,¿quéessinoexcesodeesperanza?

EnlaciudadbajayaunoscienpasosdelcastillodeLosEstados,enciertacallebastantehermosaquesellamabaentoncescalleVieja,yque,enefecto,debía sermuy vieja, alzábase un respetable edificio de poca elevación y de

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caballete puntiagudo, provisto de tres ventanas que daban a la calle en elprimerpiso,dedosenelsegundo,ydeunapequeñaclaraboyaeneltercero.

Había una tradición, según la cual, esta casa fue habitada, en tiempo deEnriqueIII,porunconsejerodelosEstados,quelareinaCatalinahabíaido,según unos a visitar, según otros, a estrangular. Después de muerto elconsejeroporestrangulaciónonaturalmente,puesestonohacealcaso,lacasafuevendida, luegoabandonada,yporúltimo,aisladadelasotrascasasdelacalle. Sólo a mediados del reinado de Luis XIII, cierto italiano llamadoCrópoli, escapado de las cocinas del mariscal de Ancre, había ido aestablecerseenestacasa.Enellafundóunapequeñahostería,dondeseservíanunosmacarrones de talmodo refinados, que la gente iba a comer a ella demuchasleguasalaredonda.

Lo ilustre de esta casa procedía de que la reina María de Médicis,prisioneraenelcastillodelosEstados,habíamandadoabuscarlosunavez.

Yesoaconteció,precisamente,elmismodíaenqueescapóporlafamosaventana. El plato de macarrones había quedado sobre la mesa, desfloradosolamenteporlabocareal.

Estedoblefavor,deunaestrangulaciónydeunplatodemacarrones,habíasugerido al pobre Crópoli la idea de nombrar a su hostería con un títulopomposo.

Massucualidaddeitalianonoeraunarecomendaciónenaquellostiempos;su poca fortuna, cuidadosamente guardada, no quería ponerse demasiado enevidencia.

Cuandoseviopróximoamorir, locualacontecióen1643,despuésdelamuertedelReyLuisXIII, llamóasuhijo, jovenmarmitóndelasmásbellasesperanzas,yconlaslágrimasenlosojoslerogóqueguardasebienelsecretodelosmacarrones,queafrancesasesunombre,quesecasaseconunafrancesa,y,enfin,quecuandoelhorizontepolíticosedesembarazasedelasnubesquelecubrían,sehiciesefraguarporelherrerovecinounamagníficamuestra,enlacualunfamosopintor,queélindicó,dibujaríadosretratosdereina,conestaleyenda:LOSMÉDICIS.

ElbuenodeCrópoli,despuésde tales recomendaciones, sólo tuvo fuerzapara indicar a su joven sucesor una chimenea, en cuya campana habíaescondidomilluisesdediezfrancos,yexpiró.

Crópoli hijo, que era hombre de energía, soportó esta pérdida conresignación y el lucro sin insolencia. Primero comenzó por acostumbrar alpúblico a hacer pronunciar tan imperceptiblemente la i final de su nombre,que,ayudándole lageneralcomplacencia,nose llamósinoCropole,nombrepuramentefrancés.

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Enseguida, casóse con una francesita de quien se había enamorado, y acuyos padres arrancó una dote razonable, mostrándoles lo que había en lachimenea.

Terminados estos dos negocios, ocupóse en buscar al pintor que debíapintarlamuestra,alcualencontróbienpronto.

Era éste un viejo italiano, émulo de losRafael y de losCorreggio, peroémulodesdichado.Decíaélqueeradelaescuelaveneciana,sindudaporquelegustabanmucho loscolorines:Susobras,de lascuales jamásvendióuna;lastimaban la vista a cien pasos y disgustaban tanto a los vecinos, queconcluyópornohacernada.

Siempre se alababa de haber pintado una sala de baño, para la señoramaríscaladeAncre,ysequejabadequelatalsalasehubiesequemadocuandoeldesastredelmariscal.

Crópoli,ensucalidaddecompatriota,eraindulgenteparaconPittrino.

—Esteeraelnombredelartista.Talvezhabíavisto las famosaspinturasde la sala de baño. Siempre tuvo tal deferencia al famoso Pittrino, que,finalmente,selollevóasucasa.

ReconocidoPittrino y alimentado demacarrones, aprendió a propagar lareputación de este manjar nacional; y ya en tiempo de su fundador habíaprestado, por medio de su lengua infatigable, grandes servicios a la casaCrópoli.

Cuandoibaenvejeciendoseunióalhijocomoalpadre,ypocoapocoseconvirtió en una especie de vigilante de una casa donde su probidad, susobriedadreconocida,sucastidadproverbialyotrasmilvirtudesquejuzgamosinútil enumerar aquí, le dieron plaza, eterna en el hogar con derecho deinspecciónsobreloscriados.

Porotraparte,éleraquienprobabalosmacarronesparaconservarelgustopurodelaantiguatradición,yprecisoesdecirquenoperdonabaniungranodepimientademás,niunátomodequesodemenos.Sugozofueinmensoeldíaenque,llamadoacompartirelsecretodeCrópoli,hijo,fueencargadodepintarlamuestrafamosa.

Se levio revolver conentusiasmoenunaantiguacaja,dondehallóunospinceles un tanto roídos por los ratones, pero todavía servibles, colores casidesecadosensusvejigas,aceitede linazaenunabotella,YenpaletaqueenotrotiempohabíapertenecidoaBronzino,diosdelapintura,segúndecíaensuentusiasmosiemprejuvenilelartistaultramontano.

Pittrinoestabapreocupadoconlaalegríadeunarehabilitación.Hizoloquehabía hecho Rafael; cambió de escuela y pintó a lamanera de Albano dos

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diosasmás bien que dos reinas. Estas ilustres damas estaban de talmaneragraciosas en lamuestra, ofrecían a las sorprendidasmiradas tal conjunto deblanco y rosa, resultado admirable del cambio de escuela de Pittrino, yafectaban posiciones de sirenas tan anacreónticas, fue el regidor primero,cuando fue admitido a ver esta obramaestra en la sala deCropole, confesóinmediatamente que aquellas damas eran demasiado hermosas y estabandotadasdeunencantoharto incitantepara figurarcomoenseñaa lavistadelostranseúntes.

—SuAltezaRealMonsieurdijoquevienemuchasvecesa laciudad,noquedaríamuycontentoalverasuilustremadretanligeraderopayosenviaríaauncalabozo,porqueestegloriosopríncipenoesmuytiernodecorazónquedigamos.Borrad,pues,ambassirenaso la leyenda, sin locualosprohíbo laexhibición de la muestra. Esto está en vuestro interés, maese Cropole, ytambiénenelvuestro,señorPittrino.

Esto no tenía más contestación que dar las gracias al regidor por suatención,yasílohizoCropole.PeroPittrinoquedómudoydecaído.

Conocíamuybienloqueibaapasar.

Apenas había salido el regidor, cuando Cropole se cruzó de brazos.Veamos,maestro—dijo—,¿quéhacemos?

—Vamosaquitarlaleyenda—contestócontristezaPittrino—.Aquítengoun negro de marfil excelente; es cosa que se hace en una hora yreemplazaremos a losMédicis con lasNinfas o las Sirenas, comomejor osplazca.

—Nada de eso—repusoCropole; así no se cumpliría la voluntad demipadre.

—Vuestropadresereferíaalasfiguras—dijoPittrino.

—Sereferíaalaleyenda—replicóCropole.

—La prueba de que se refería a las figuras es que mandó que fuesenparecidas,comolosonenefecto—repusoPittrino.

—Sí,perosinolohubieransido,nadielasreconoceríasinlaleyenda.

Hoymismo,queesaspersonascélebresvanseborrandodelamemoriadelos habitantes de Blois, ¿quién conocería a Catalina y a María, sin estaspalabras:LOSMÉDICIS?

—Pero, señor, ¿y mis figuras? —preguntó Pittrino desesperado, porquesentíaqueCropoleteníarazón—.Yonoquieroperderelfrutodemitrabajo.

—Tampocoyodeseoiralacárcel.

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—BorremoslosMédicis—dijoPittrinosuplicante.

—No—replicó Cropole—. Se me ocurre una idea sublime. Apareceránvuestra pintura y mi leyenda… ¿Médicis no quiere significar médico enitaliana?

—Sí,enplural.

—Iréis, pues, a mandar al herrero que haga otra plancha para muestra;pintaréisenellaseismédicosypondréisdebajo:«LOSMÉDICIS»…loquehaceunjuegodepalabrasmuyagradable.

—¡Seis médicos! ¡Imposible! ¿Y la composición? —exclamó Pittrino.¿Esoosasusta?

—Puesasíhadeser,loquiero,espreciso,mismacarronesloexigen.

Estarazónnoteníaréplica,yPittrinoobedeció.

Compuso lamuestra de los seismédicos con la leyenda, que el regidoraplaudió.

Lamuestratuvoungranéxito.Loquepruebaqueelpueblonuncaesmuyartista,segúndecíaPittrino.

Cropole, para indemnizar a su pintor de cámara, colgó en su alcoba lasninfasdelamuestradesechada,locualhacíaruborizarasumujercuandolasmirabaaldesnudarseporlasnoches.

Así fuecómolacasadequehablamos tuvosumuestra,ycómohuboenBloisunahosteríadeestenombre;teniendoporpropietarioamaeseCropole,yporpintordecámaraalmaestroPittrino.

CapítuloVI

Eldesconocido

Fundadayrecomendadadeestasuerteporlamuestra;lahosteríademaeseCropole,marchabaprósperamente.

No era una gran fortuna lo que se proponía Cropole, pero confiaba confundamento duplicar losmil luises de oro que le dejó su padre, sacar otrostantosdelaventadelacasa,yvivirholgadoeindependientecomocualquiervecinodelaciudad.

Cropoleeramuyaficionadoallucro,yacogióconmuchaalegríalanoticiadelallegadadeLuisXIV.

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Él, su esposa, Pittrino y dos marmitones, echaron mano a todos loshabitantes del palomar, del corral y de las conejeras, de suerte que en lospatios de la hostería de losMédicis se oían tantos gritos y cacareos, comonuncaseoyeronenotrotiempoenRoma.

PorloprontosólohabíaunviajeroencasadeCropole.

Era éste unhombrequeno tenía treinta años, alto, hermosoy austero, omásbienmelancólicoentodossusgestosymiradas.

Vestíatrajedeterciopelonegroconguarnicionesdeazabache,yuncuello,blancoysencillo,comoeldelosmásseverospuritanos,hacíaresaltarelcolormateydelicadodesugargantajuvenil;unbigotequeapenascubríasulabiomovibleydesdeñoso.

Hablabaalaspersonasmirándolasdefrenteysinafectación,perotambiénsintimidez,demaneraqueelbrillodesusojosazulessehacíadetalmanerainsoportable;quemásdeunamiradasebajabaantelasuya,comosucedealaespadamásdébilensingularcombate.

En aquel tiempo en que los hombres criados todos iguales por Dios; sedividían, gracias a las preocupaciones, en dos castas distintas, el noble y elpechero, como se dividen verdaderamente las dos razas negra y blanca, enaquel tiempo, decimos, el hombre cuyo retratovamos abosquejar, nopodíapasarsinoporcaballero,ydelamejorraza.Bastabaparaestoversusafiladasy blancasmanos, cuyosmúsculos y venas transparentábanse bajo la piel almenormovimiento,ycuyas,falangesenrojecíanalamenorcrispación.

Aquelcaballero llegó soloa lacasadeCropole.Sehabíaapoderado, sinvacilaryaunsinreflexionar,deldepartamentomásimportantequeelposaderohabíaleindicado,conpropósitoderapacidadmuyhumildesegúnunos,ymuyloable según otros; si admiten que Cropole fue fisonomista y conocía a lagenteaprimeravista.

Estedepartamentoeraelqueformabatodalafachadadelaviejacasa:ungran salón iluminado por dos ventanas en el primer piso, un cuartito y otroencima.

Apenastocóelcaballerolacomidaquelesirvieronensucuarto;sólohabíadicho dos palabras a su huésped pura prevenirle de que llegaría un viejollamadoParry,yparaencargarlequelodejasensubir.

Después guardó un silencio tan profundo, que casi se ofendió Cropole,puesgustabamuchodelasgentesdebuenacompañía.

Enfin;elcaballerosehabíalevantadomuytempranoeldíaquecomienzaesta historia, y asomado a la ventana dé su salón, apoyado en el alféizar,miraba tristemente a entrambos lados de la calle, acechando sin duda la

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llegadadelviajerodequehabíahabladoasuhuésped.

De estemodo vio pasar el escaso acompañamiento deMonsieur cuandovolvíadecaza,ysaboreaba,despuésnuevamentelaprofundatranquilidaddela ciudad, absorto como permanecía en sus meditaciones. De pronto, lamultituddepobresqueibanalosprados,loscorreosquesalían,laspersonasque fregaban el suelo, los proveedores de la casa real, los habladoresmancebosdelastiendas,loscarretonesenmovimiento,ylospajesqueestabandeservicio,todoestetumultoybaraúnda,lesorprendieronsinduda,perosinqueperdieranadade lamajestad impasibley supremaqueda al águilay alleónesamiradasuprema,ydespreciativaenmediodelosgritosyalgazaradeloscazadoresodeloscuriosos.

Luego, los alaridos de las víctimas degolladas en el corral, los pasosapresurados de la señora Cropole en la escalera de madera, tan estrecho ysonora,ylossaltosquealandardabaPittrino,quehabíaestadofumandoalapuerta con la flema de un holandés, todo esto produjo en el viajero unprincipiodesorpresayagitación.

Al tiempoque se levantaba, a finde informarse, se abrió la puertade lasala.

Eldesconocidocreyóquesindudaleconducíanelviajeroqueimpacienteesperaba,ydioconprecipitacióntrespasoshacialapuertaqueseabría.Peroenlugardelacaraqueesperabaver,fuemaeseCropolequienapareció,yenposdeél,enlapenumbradelaescalera,elsemblantebastantegracioso,perotrivialporlacuriosidad,delaseñoraCropole,queechóunamiradafurtivaalhermosocaballeroydesapareció.

Cropoleseadelantóalegre,conelgorroenlamano;ymásbienencorvadoqueinclinado.

Eldesconocidoleinterrogóconungestosindecirunapalabra.

—Caballero—dijoCropole—,veníaapreguntarcómo…deberéllamaravuestraseñoría,siseñorcondeoseñormarqués…

—Decid caballeroyhablad almomento—respondió el desconocido conacentoaltaneroquenoadmitíanidiscusiónniréplica.

—Venía, pues, a enterarme de cómo habéis pasado la noche, y si elcaballerotieneintencióndeconservaresteaposento.

—Caballero, es que ha sucedido un incidente con el cual no habíamoscontado.

—¿Cuál?

—S.M.LuisXIVentrahoyennuestraciudadydescansaráenellaundía,o

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quizádos.

Unavivasorpresaaparecióenelrostrodeldesconocido.

—¡ElreydeFranciavieneaBlois!

—Está en camino, caballero. Entonces, razón de más para que yo mequede—dijoeldesconocido.

—Muy bien, señor, ¿mas os quedáis con toda la habitación? No oscomprendo.¿Porquéhedetener,hoymenosqueayer?Porque,señor,vuestraseñoría me permitirá decirle que no debí, cuándo ayer escogisteis estahabitación,fijarunpreciocualquieraquehubiesehechocreeravuestraseñoríaqueyoprejuzgabasusrecursos…,alpasoquehoya.

El desconocido se ruborizó, pues al instante le ocurrió la idea de quesospechabanquefuerapobreyqueleinsultabanporello.

—Alpasoquehoy—repusofríamente—¿prejuzgáis?

—Caballero,soyhombrehonrado,graciasaDios,yposadero,ycontodoycomoaparezco,hayenmisangrenoble. ¡MipadreeraservidoryoficialdeldifuntoseñormariscaldeAncre,queengloriaesté!

—Yo no os contradigo sobre este particular; sólo deseo saber, y saberpronto,quésereducenvuestraspreguntas.

—Sois demasiado razonable, caballero, para conocer que la ciudad espequeña,quelaCortevaainvadirla,quelascasassellenarándegente,yque,porconsiguiente,losalquileresvanaadquirirunvalorconsiderable.

Eldesconocidoseruborizóotravez.

—Poned las condiciones —díjole. Lo hago con escrúpulo, caballero,porquebuscounagananciahonesta,yporquedeseohacerminegociosinserdescortésnigroseroconnadie.

Ycomoelaposentoqueocupáisesgrandeyestáissolo.

—Esoescuentamía.

—¡Oh!¡Verdaderamente;yonodespidoalcaballero!

La sangre fluyó a las venas del desconocido; y lanzó sobre el pobreCropole,descendientedeunoficialdelseñormariscaldeAncre,unamiradaque le hubiera hecho entrar bajo la campana de la famosa chimenea, siCropolenohubieraestadoclavadoensusitioportratarsedesusintereses.

—¿Deseáisquemevaya?—dijo—.Explicaos,peroprontoseñor.

—Señor,nomehabéiscomprendido;estoquehagoesmuydelicado,peroyo me expresó mal, o quizá como sois extranjero, lo cual reconozco en el

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acento… En efecto, el desconocido hablaba con esa dificultad que es elprincipal carácter de la acentuación inglesa, aun entre los hombres de estanaciónquehablanmáscorrectamenteelfrancés.

—Como sois extranjero, repito, quizá seáis vos quiennopenetre todo elsentidodemirazonamiento.Yopretendoqueelcaballeropodríadejarunaodos de las tres piezas que ocupa, lo cual disminuiría bastante el alquiler ytranquilizaría mi conciencia, pues es duro aumentar extraordinariamente elpreciodelashabitaciones,cuandosetieneelhonordeevaluarlasenunprecioequitativo.

—¿Cuántoeselalquilerdesdeayer?

—Señor,unluisconlamanutenciónyelcuidadodelcaballo.

—Estábien.¿Yeldehoy?

—¡Ah!¡Heahíladificultad!Hoyeseldíadelallegadadelrey,silaCortevieneadormiraquísecuentaeldíadealquiler.Resulta,quetrescuartosadosluisescadauno;sonseis luises.Dosluises,caballero,nosonnada;peroseisluisessonmucho.

Eldesconocido;derojoqueselehabíavisto,convirtióseenpálido,ysacóconvalorheroico;unabolsabordadadearmasqueocultócuidadosamenteenel huecode lamano.La tal bolsa era tan flaca, tan floja; tanhueca, quenoescapóalosojosdeCropole.

Eldesconocidovaciólabolsaensumano;sóloconteníadosluisesdobles,quecomponíanseis;comoelhostelerolepidió.

Sin embargo, eran siete los que Cropole había exigido; y miró aldesconocidocomoparadecirle:¿Nomás?

—Faltaunluis,¿noeseso,señorposadero?

—Sí,señor,más…

Eldesconocidometiólamanoenelbolsillodesugabánysacóunacarterapequeña,unallavedeoroyalgunasmonedasdeplata.

Conestasmonedascompusoeltotaldeunluis.

—Gracias, caballero—dijo Cropole—. Ahora me resta saber si pensáishabitartodavíamañanaestedepartamento,encuyocasoosloconservaré;massielcaballeronopiensaenesoloprometeréalasgentesdeSuMajestadquevanavenir.

—Esoesrazonable—dijoeldesconocidodespuésdeunlargosilencio—;perocomoyanotengomásdinero,segúnhabéispodidover,como,apesardeeso, deseo conservar este departamento, es necesario que vendáis este

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diamanteenlaciudad,oqueloguardéisenprenda.

Cropoleexaminótantotiempoeldiamantequeeldesconocidoseapresuróadecir:

—Prefiero que lo vendáis, porque vale trescientos doblones. Un judío,¿vivealgúnjudíoenBlois?osdaráporéldoscientos,cientocincuentatalvez;tomad lo que os diere, aunque no os ofrezcamás que el precio de vuestroalquiler.¡Corred!

—¡Oh!Caballero—exclamóCropoleavergonzadode la inferioridadquele echaba en cara el desconocido, por ese abandono tan noble y tandesinteresado,ytambiénporsuinalterablepacienciaatantasmezquindadesysospechas.

—¡Ah!caballero,meparecequenoserobaráenBlois,comovosparecéiscreer,yvaliendoeldiamanteloquedecís…

EldesconocidolanzónuevamenteaCropoleunadesusmiradas.

—Yonoentiendodeeso,compañero,creedme—exclamóéste.

—Perolosjoyerossíentienden;preguntadles—dijoeldesconocido.

—Ahora,creoquenuestrascuentasestánterminadas,¿noesverdad?

—Sí,señor,ytengoungransentimientoporquetemohaberosofendido.

—Deningunamanera—replicóeldesconocidoconlamajestaddequientodolopuede.

—Hadehaberparecido llevarmásde loequitativoaunnobleviajero…Poneosenelcaso,señor,delanecesidad.

—Nohablemosmásdeeso,osdigo,yhacedmeelfavordedejarmesolo.

Cropole inclinóse profundamente y salió con aire extraviado, queanunciabaenéluncorazónexcelenteyunverdaderoremordimiento.

Eldesconocidofueacerrarlapuerta,ymirócuandoestuvosoloelfondode la bolsa de donde había tomado un saquito de seda donde estaba eldiamante,suúnicorecurso.

Tambiéninterrogóelvacíodesusbolsillos,mirólospapelesdesucartera,ysepersuadiódelaabsolutadesnudezenqueibaaencontrarse.

Entonceslevantólosojosalcieloconunmovimientosublimedecalmaydedesesperación,enjugóconsusmanosalgunagotadesudorquehumedecíasunoblefrente,ydescansósobre la tierraaquellamirada, llenaunmomentoantesdemajestaddivina.

Latempestadacababadepasar lejosdesí;quizáhabíaoradoenelfondo

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desualma.

Volvió a acercarse y a tomar su sitio en la ventana, y allí permanecióinmóvil, muerto, hasta el momento en que, comenzando el cielo aobscurecerse, brillaron las primeras antorchas, dando la señal de lailuminaciónatodaslasventanasybalcones.

CapítuloVII

Parry

Mientraseldesconocidomirabaconinterésestaslucesyprestabaatencióna talesmovimientos,maeseCropole entró en su habitación con dos criadosqueprepararonlamesa.

El extranjero no prestó a ninguno de ellos la menor atención. EntoncesCropole,aproximándoseasuhuésped,ledeslizóaloídoestaspalabrasconelmásprofundorespeto:

—Caballero,eldiamantehasidoapreciado.

—¡Ah!—murmuróelviajero—.¿Yencuánto?

—Señor, el joyero de Su Alteza Real da por él doscientos ochentadoblonesdeoro.

—¿Lostenéis?

—He creído que debía tomarlos, caballero; no obstante, he puesto porcondiciones de venta que si queríais conservar vuestro diamante hasta quetuvieseisfondos…eldiamanteosseríadevuelto.

—Nadadeeso.Oshedichoquelovendáis.

—Entonces,heobedecido,oalgomenos,puestoquesinhaberlovendidodefinitivamentehetomadoeldinero.

—Cobraos—repusoeldesconocido.

—Loharé,caballero,yaqueloexigístanimperiosamente.

Unamelancólicasonrisaplególoslabiosdelcaballero.

—Poned el dinero sobre ese cofre—dijo volviendo la espalda almismotiempoqueleindicabaelmuebleconunademán.

Cropolecolocóenélunsacobastante repleto,decuyocontenidosacóelpreciodesualquiler.

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—Ahora, caballero—dijo—,nomedaréis el disgusto de no cenar…Yahabéisrehusadolacomida, locualesultrajanteparalacasadeLosMédicis.Yaveis,lacenaestáservida,yaunmeatrevoaañadirquetienebuenacaraybuensabor.

El desconocido pidió un vaso de vino; cortó un pedazode pan, y no, seseparódelaventananiparacomerniparabeber.

Alpocoratooyóseunestrepitosoruidodetimbalesytrompetas;losgritosquesealzabanalolejosyunconfusorumoraturdiólapartealtadelaciudad;elprimerruidodistintoquehiriólosoídosdelextranjero,fueelandardeloscaballosqueseaproximaban.

—¡Elrey!—exclamóCropole,quesealejódesuhuéspedydesusideasde delicadeza para satisfacer su curiosidad. Con Cropole tropezaron yconfundieron en la escalera la señora Cropole, Pittrino, los ayudantes y losmarmitones.

—Elséquitoavanzabalentamente,iluminadoporcentenaresdeantorchas,yadesdelacalle,yadesdelasventanas.

Después de una compañía demosqueteros y de un cuerpo compacto decaballeros,veníalaliteradelcardenalMazarino,arrastradacomounacarrozaporcuatrocaballosnegros.

Detrásdeellamarchabanlospajesylasgentesdelcardenal.

Acontinuaciónibalacarrozadelareinamadre,consusdamasdehonoralasportezuelasysuscaballerosmontadosaloslados.

Elreyaparecíadetrás,montadoenunadmirablecaballoderazasajonadelargascrines.

Eljovenpríncipemostraba,saludandoaalgunasventanas,dedondesalíanlas más vivas aclamaciones, su noble y gracioso rostro iluminado por rasantorchasdesuspajes.

A los lados del rey, pero dos pasos más atrás, el príncipe de Condé, elseñor Dangeau y otros veinte cortesanos, seguidos de sus gentes y bagajescerrabanlamarchaverdaderamentetriunfal.

Estapompaeradeordenanzamilitar.

Tansóloalgunosviejoscortesanos llevabanelvestidodeviaje; todos losdemásvestíaneltrajedeguerra.Muchosdeellosseveíanconelalzacuelloycoleto,comoenlaépocadeEnriqueIVydeLuisXIII.

Cuando el rey pasó par delante del desconocido, que se había inclinadosobreelalféizarparavermejor,yquehabíaocultadolacaraalapoyarsesobrelosbrazos,sintióhincharseydesbordarsucorazóndeamargoscelos.

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Embriagábale el ruido de las trompetas, las aclamaciones popularesensordecíanle,yporunmomentodejóabandonadasurazónenmediodeaqueltorrentedeluces;detumultoydebrillantesimágenes.

—¡Élesrey!—exclamócontalacentodedesesperaciónydeangustia,quedebióllegaralospiesdeltronodeDios.

Y,antesdequevolvieradesusueñosombrío,sedesvanecierontodoaquelruidoytodoaquelesplendor.Sóloquedaronalgunasvocesdiscordesyroncasquegritabandevezencuando.«¡Vivaelrey!».

También quedaron las seis luminarias que tenían los habitantes de lahostería LosMédicis, es decir: dos porCropole, dos por Pittrino y una porcadamarmitón.

Cropolenocesabaderepetir:

—¡Nohaydudaque es el rey, y que se parece a sudifuntopadre, en lohermoso!—decíaPittrino.

—¡Y que tiene un aspecto orgulloso!—añadía la señoraCropole, ya enpromiscuidaddecomentariosconlosvecinosyvecinas.

Cropolealimentabaestospropósitosconsusobservacionespersonales,sinnotar que un anciano a pie, pero que arrastraba de la brida a un caballitoirlandés, trataba de penetrar por el grupo de mujeres Y de hombres queestabanestacionadosantesucasa.

Peroenestemomentooyóseenlaventanalavozdelextranjero:

—Buscadelmodo,señorposadero,dequesepuedaentrarenvuestracasa.

EntoncessevolvióCropole,distinguióalancianoylehizoabrirpaso.

Cerróselaventana.

Pittrinomostró el camino al recién venido, que entró sin pronunciar unapalabra.

Elextranjeroleesperabaeneldescansodelaescalera,abriósusbrazosalviejoylellevóaunasilla;peroésteseresistió.

—¡Oh!¡No,no,milord!—dijo—;¡sentarmeenvuestrapresencia!¡Jamás!

—Parry—dijoelcaballero—,oslosuplico…vosquevenísdeInglaterra¡detanlejos!

¡Ah!Noesavuestraedadcuandodebensufrirsefatigassemejantesa lasdemiservicio.Reposad…

—Antetodo,milord,tengoquedarosunarespuesta.

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—Parry…porDios,nomedigasnada…porquesilanoticiahubiesesidobuena;nocomenzaríastufrasedeesemodo.Dasunrodeo,yesoquieredecir,quelanoticiaesmala.

—Milord—replicóelviejo—,noosalarméistanpronto.

—Pienso que no se ha perdido todo. Lo que se necesita es voluntad yperseverancia,yespecialmenteresignación.

—Parry —contestó el joven—, aquí he venido solo, atravesando milpeligros;¿creesenmivoluntad?Hemeditadoesteviajeporespaciodediezaños, a pesar de todos los consejos y de todos los obstáculos: ¿crees enmiperseverancia?Estamismanochehevendidoeldiamante,eldiamantedemipadre, porque ya no tenía con qué pagar mi cuarto; y me iba a echar elposadero.

Parryhizoungestodedisgusto,alcualrespondióeljovenconunapretóndemanosyunasonrisa.

—Todavía tengo doscientos setenta y cuatro doblones, y me considerorico;yonomeapuro,Parry,¿creesenmiresignación?

Elviejolevantóalcielosustemblorosasmanos.

—Veamos—dijoelextranjero—,nomeocultesnada.¿Quéhapasado?

—Mirelaciónserácorta;peroennombredelcielo,¡notembléisasí!

—Esdeimpaciencia,Parry;veamos:¿quétehadichoelgeneral?

—Primero, el general noquiso recibirme.Luego amigos al otro ladodelEstrecho,aquiénessólofaltaunjefeyunabandera,cuandomevean,cuandoveanlabanderadeFrancia,sealiaránamí,porquecomprenderánque tengovuestroapoyo.Loscoloresdeluniformefrancésvaldránami ladoélmillónque nos haya denegado el señor Mazarino (porque sabía muy bien que yonegaríaestemillón).Venceréconestosquinientoscaballeros,ytodoelhonorserávuestro.Estoesloquéhamanifestado,pocomásomenos,¿noesverdad?Envolviendo estas palabras en metáforas resplandecientes y en imágenespomposas,porquetodossonhabladoresenlafamilia.Supadrehablóhastaenelpatíbulo.

El sudor de la vergüenza corría por la frente del rey sintiendo que nocorrespondíaasudignidadoír insultardeesemodoasuhermano;pero,aúnnosabíatenervoluntad,sobretodofrenteaaquél,antequientodossehabíandoblegado,hastasumismamadre.

Alfinhizounesfuerzo.

—Pero,señorcardenal,nosonquinientoshombres,sinodoscientos.

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—Yaveisquehabíaadivinadoloquepedía.

—Nuncahenegadoquetuvieseisunamiradaprofunda,yporestomismohepensadoquenonegaríaisamihermanoCarlosunacosatansencillaytanfácilde conceder como laqueospidoen sunombre, señor cardenal, omásleenenelmío.

—Majestad—dijo el cardenal—, treinta años hace queme ocupo de lapolítica; primero, en unión, del señor cardenalRichelieu, y luego solo.Estapolíticanohasidosiempremuyhonrada,menesteresconfesarlo,perojamásdescabellada. Bien; pues la que en este momento me propone VuestraMajestad,esdeshonrosaytorpealapar.

—¡Deshonrosa!

—Majestad,habéishechountratadoconCromwell.

—Sí,enesemismotratado,Cromwellhafirmadoporencimademí.

—¿Yporquéfirmasteistanabajo?

—El señor Cromwell encontró un buen sitio, y lo tomó; ésa era sucostumbre.PerovuelvoaCromwell.

—Tenéis un tratado con él, es decir, con Inglaterra, porque cuandofirmasteisesetratadoCromwelleraInglaterra.

—Cromwellhafallecido.

—¿Esocreéis,Majestad?

—Sinduda,puesquelehasucedidoRicardo,quetambiénhaabdicado.

—¡Estoesprecisamente!RicardohaheredadoalamuertedeCromwell,eInglaterraalaabdicacióndeRicardo.Eltratadoformabapartedelaherencia,yaenmanosdeRicardo,yaen lasde Inglaterra.El tratadoes,pues,válido,tantocomonuncalohayasido.¿Porquéhabíaisdeeludirlo,Majestad?¿Quéha cambiado en él? Carlos II desea hoy lo que hace diez años rehusamosnosotros; pero éste es un caso previsto. Vuestra Majestad es aliado deInglaterra,ynodeCarlosH.Deshonrosoes,sinduda,bajoelpuntodevistadelafamilia,haberfirmadountratadoconunhombrequehahechocortarlacabezaalcuñadodelrey,vuestropadre,yhabercontratadounaalianzaconunParlamento testaferro, convengo en que esto es deshonroso, pero no torpedesdeelpuntodevistapolítico,puestoquegraciasaesetratadohesalvadoaVuestraMajestad,menostodavía,delospeligrosdeunaguerraexterior,quelaFronda…

—¿Os acordáis bien de la Fronda? —El rey bajó la cabeza—. Que laFronda hubiera complicado fatalmente. De esta manera, prueba a VuestraMajestadque,cambiarahoradecamino,sinpreveniranuestrosaliados,sería

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alaveztorpeydeshonroso.Haríamoslaguerraquetodoelmundohaceenmifamilia:mimadrevivedelacaridadpública,mihermanapideparamimadre,y en alguna parte tengo también hermanos que mendigan para sí. Yo, elprimogénito,voyahacerloquetodosellos,¡voyapedirlimosna!

Ydiciendoestaspalabras;queinterrumpióbruscamenteconrisanerviosayterrible,eljovenseciñólaespada,tomósusombrero,hízoseataralaespaldaunmantonegroquelehabíaservidoduranteelviaje,yestrechandolasmanosdelviejoquelemirabaconansiedad:

—Mi buen Parry —dijo—, haz que te preparen fuego, bebe, come,duerme,sédichoso,seamosmuyfelices,mifielyúnicoamigo.¡Somosricoscomoreyes!

Diounapuñadaalsacodelosdoblones,quecayópesadamenteportierra,ypúsoseareírdeaquellamaneratristequetantohabíaasombradoaParry;ymientrasquetodalacasagritaba;cantabaysepreparabapararecibireinstalaralosviajerosprecedidosporsuslacayos,sedeslizóalacalle,dondeelviejo,desdelaventana,leperdiódevistaalcabodeunbreveinstante.

CapítuloVIII

CómoeraSuMajestadLuisXIValosveintidósaños

Yahemosvisto,porladescripciónhecha,quelaentradadeLuisXIVenlaciudaddeBloisfueruidosaybrillante.Demodoquelajovenmajestadpareciómuysatisfecha.

AlllegarbajoelporchedelcastillodelosEstados,hallóelreyrodeadodesusguardiasydesuscaballerosaSuAltezaRealelduque,GastóndeOrléans,cuya fisonomía, de suyo bastante majestuosa, había tomado, de la solemnecircunstanciaenqueseencontraba,nuevolustreynuevadignidad.

Por suparte,Madame, adornada con sus grandesvestidosde ceremonia,esperabaenunbalcóninteriorlaentradadesusobrino.Todaslasventanasdelantiguo castillo, tan solitario y tan triste en los días ordinarios, estabanresplandecientesdedamasydeantorchas.

Alruidodelostambores,delastrompetasydelosvivas,franqueóeljovenmonarcaelumbraldeestecastillo,dondeEnriqueIII,setentaydosañosantes,había llamado en su auxilio al asesinato y la traición, para, sostener en sucabezayensusmanosunacoronaqueyaseestacabadesufrenteparacaerenotrafamilia.

Todoslosojos,despuésdehaberadmiradoaljovenmonarca,tanhermoso

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ytannoble,buscabanaeseotroreydeFrancia,másreyenotrotiempoqueelprimero, y tan viejo, tan pálido y encorvado, que llamaban el cardenalMazarino.

Luisestabadotadoentoncesde todosesosdonesnaturalesqueconfluyenun caballeroperfecto: susmiradas erandulcesybrillantes, y sus ajosdeunazuladopuro.Perolosmásinteligentesfisonomistas,esosprofundizadoresdelalma,alfijarenélsusmiradas,sifueradadoaunsúbditosostenerlamiradadelrey,jamáshubierapodidohallarelfondodeeseabismodedulzura.Yeraque los ojos del rey se parecían a la inmensa profundidad de las bóvedascelestes,oalasmásaterradorasycasitansublimesqueelMediterráneoabrebajolaquilladelosnavíosenunespléndidodíadeverano;¡espejogigantescodondeelcieloquierereflejarunasvecessusestrellas,otrassustempestades!

Eraelreydecortaestatura,puesapenasmedíacincopiesydospulgadas,pero su juventud hacía esconder el defecto, cubierto además por una grannobleza en todos sus movimientos, y por cierta ligereza en los ejercicioscorporales.

Esto era ser rey, y mucho más que rey en aquella época de respeto yadhesión tradicionales, pero como hasta entonces lo habían mostrado muypoco y siempre humildemente al pueblo, y como aquellos a quienes semostrabasiempreveíanasuladoasumadre,mujerdeelevadaestatura,yalseñor cardenal, hombre de hermosa presencia, muchos lo encontraban muypocoreyparadecir:«Elreyesmenosgrandequeelcardenal».

Sealoquequieraestasobservacionesfísicasquesehacían,sobretodoenlacapital,elpríncipefueacogidocomoundiosporloshabitantesdeBlois,ycasi como un rey por su tío y su tía, Monsieur y Madame, habitantes delcastillo.

Sin embargo,menester es decir, que cuandovio en la sala de recepción,sillones de unamisma altura para él, sumadre, el cardenal, su tío y su tía,disposición hábilmente por la forma circular de la asamblea, Luis XIVenrojeciódeira,ymiróenderredorsuyoparacerciorarse,porlafisonomíadelos concurrentes, si tal humillación le había sidopreparadamas, comonadavioenelrostroimpasibledelcardenal,nadaeneldesumadre,nadaeneldelosconcurrentes,seresignóytomóasiento,teniendocuidadodehacerloantesquetodos.

Los caballeros y las, damas fueron presentados a sus Majestades y alcardenal.

Elreynotóqueélysumadreapenasconocíanlosnombresdelosquelespresentaban,mientras que el cardenal, por el contrario, con unamemoria ypresenciadeespírituadmirables,nuncadejabadehablaracadaunodeellosde

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sustierras,desusabuelosodesushijos,deloscualesnombrabaalgunos,loqueencantabaaestosdignoshidalgos,ylesconfirmabaenlaideadequesóloesrealmentereyelqueconoceasussúbditos,porlamismarazóndequeelsolnotienerival,porquesóloelsolcalientaeilumina.

El estudio del rey, comenzado hacía tiempo sin que él lo advirtiese,continuaba enmedio de aquella fiesta, ymiraba atentamente, para tratar deinvestigar alguna cosa en su fisonomía, los rostros que a primera vistahabíanleparecidomásinsignificantesytriviales.

Sirvióse un refrigerio, que el rey, sin atreverse a reclamar de lahospitalidaddesutío,loaguardabaconimpaciencia.Asíesqueestavezselehicierontodosloshonoresdebidosanoasurango,almenosasuapetito.

Elcardenalsecontentóconhumedecer los labiosenuncaldoservidoentaza de oro. Elministro omnipotente que había robado a la reinamadre suregencia y al rey su autoridad, no había podido robar a la naturaleza unestómagoprivilegiado.

AnadeAustria, padeciendoya el cáncerdequedebíamorir seis uochoañosmástarde,tampococomíamásqueelseñorcardenal.

En cuanto a Monsieur, aturdido aún por el gran acontecimiento que serealizabaensuvidaprovincial,tambiéndejabadecomer.

TansóloMadame,comoverdaderalorenesa,hacíatercioalrey,desuertequeLuisXIV,que,anoserporellahubieracomidocasisólo,quedócontento,primerodesutíayluegodelseñordeSaint-Rémy,sumayordomomayor,quesehabíadistinguidoverdaderamente.

Concluidoelrefresco,despuésdeunsignodeaprobacióndeMazarino,selevantóelrey,einvitadoporsutíasepusoarecorrerlasfilasdelaasamblea.

Entoncesnotaronlasdamas(hayciertascosasparalascualeslasmujeresson tanbuenasobservadorasenBloiscomoenParís)queLuisXIV tenía lamirada viva y atrevida, lo cual prometía a los atractivos de buena ley unapreciadordistinguida.Loshombres,observaronporsupartequeelpríncipeera orgulloso y altanero, y que le placía hacer bajar los ojos a los que lemiraban por mucho tiempo o muy fijamente, lo cual parecía presagiar laaparicióndeunamo.

SuMajestadhabíayapasadolatercerapartedesurevistaopocoscienos,cuando llegó a sus oídos una palabra que pronunció Su Eminencia, queconversabaconMonsieur.

Estapalabraeraunnombredemujer.

ApenaslaoyóLuisXIVcuandoyanooyóniescuchócosaotraninguna,ydespreciando el arco del círculo que esperaba su visita, sólo se ocupó en

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concluirprontamentelaextremidaddelacurva.

Elpríncipe,comobuencortesano,seinformabadelasaluddelassobrinasdeSuEminencia.Enefecto,cincooseisañosanteshabían llegadode Italiatressobrinasdelcardenal,Hortensia,OlimpiayMaríaMancini.

Monsieur informábase, pues, de la salud de las sobrinas del cardenal;sentía, decía él, no tener el honor de recibirlas almismo tiempoque su tío;ciertamentequehabríancrecidoenbellezaygracias,segúnprometíanhacerlolaúltimavezqueMonsieurlasvio.

Loquehabíallamadolaatencióndelreyeraciertocontrasteenlavozdelosinterlocutores.Lavozdelpríncipeeratranquilaynaturalcuandohablaba,mientrasqueladeMazarinosaltó,pararesponderle,tonoymedioporencimadeldiapasóndecostumbre.

Hubiérasedichoquequeríaquesuvozfueseaheriralextremodelassalasunoídoqueseapartabademasiado.

—Monseñor —replicó—, las señoritas Mancini tienen todavía queterminar su educación, cumplir con sus deberes y adquirir una posición. Lapermanenciaenunacortejovenybrillantelasdisipaunpoco.

SuMajestadsonriótristementealoíresteepíteto.VerdadquelaCorteerajoven,perolaavariciadelcardenalhabíapuestoenellabuenordenparaquenofuesebrillante.

—No tendréis, sin embargo, la intención —respondió el príncipe deencerrarlasenunclaustroodehacerlascampesinas.

—Nadadeeso—repusoelcardenal,esforzandosupronunciaciónitalianademaneraquededulceysuavequeera,seconvirtióenagudaeingrata;nadadeeso.Tengointencióndecasarlas,ylomejorquemeseaposible.

—No faltarán partidos, señor cardenal —contestó Monsieur con unahonradezdemercadernoble.

—Asíloespero,Monsieur;ytantomas,cuantoqueDiosleshadadoalavezgracia,instrucciónybelleza.

Duranteestaconversación,SuMajestad,conducidoporMadame,concluía,comohemosdicho,elcírculodelaspresentaciones.

—La señorita Arnoux—decía la princesa presentando al rey una rubia,gruesa,deveintidósaños,queenlafiestadeunaaldeaselahubieratomadopor una campesina vestida de domingo—; la señorita Arnoux, hija de miprofesordemúsica.

El reysonrió;Madame jamáshabíapodidoproducircuatronotasexactasenlaviolaoenelclavicordio.

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—LaseñoritaAuradeMontalais—prosiguióMadame—,jovendecalidadybuenaservidora.

Estaveznoeraelreyquiensonreíasinolajovenpresentada;por,primeravezen suvidaoíasedarporMadameque,generalmente,no lamimaba, tanhonrosacalificación.

TambiénMontalais, nuestra antigua conocida, hizo a Luis una profundareverencia, y esto, tantopor respeto comopor necesidad, pues se tratabadeocultarciertascontraccionesdesusrisueñoslabios,queSuMajestadhubierapodidoatribuirnoasuverdaderomotivo.

Justamente,fueenestemomentocuandoelreyescuchólapalabraquelehizosaltar.

—¿Ycómosellamalatercera?—preguntabaMonsieur.

—María,monseñor—contestabaelcardenal.

Sin duda, había en esta palabra algún poder mágico, porque, como yahemosdicho,SuMajestadseestremecióalescucharla,yllevandoaMadamehacialamitaddelcírculo,comosihubieraqueridohacerleconfidencialmentealgunapregunta,perorealmenteparaaproximarsealcardenal.

—Señoratía—dijoriéndoseyamediavoz—,mimaestrodeGeografíanomehabíaenseñadoqueBloisestuvieseatanprodigiosadistanciadeParís.

—¿Cómoeseso,sobrino?—dijoMadame.

—Enverdadqueparecequelasmodasnecesitanmuchosañosparasalvaresadistancia:¡Vedesasseñoritas!

—¡Yqué!

—Algunassonhermosas.

—Nodigáisesomuyalto,señorsobrino,quelasvolveréislocas.

—Esperad,miqueridatía—dijoel,reysonriéndose—,porquelasegundapartedemifrasedebeservirdecorrectivoalaprimera.Puesbien,queridatía,algunasparecenviejas,yotrasfeas,graciasasusmodasdediezañosatrás.

—Majestad,Bloisnodista,sinembargo,másquecincojornadasdeParís.

—¡Pues!—dijoelrey—.Esoes,dosañosdeatrasoporjornada.

—¡Ah!¿Esohalláis?Esraro;yomismanomehabíaapercibidodeello.

—Mirad, tía—dijoel reyacercándose siempreaMazarino, conpretextode escoger un buen punto de observación; mirad al lado de esos perifollosenvejecidos y de esos tocados presuntuosos ese sencillo vestido blanco.Seguramenteseráunadelasdoncellasdehonordemimadre,aunqueyonola

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conozco.¡Vedquétallatandelicada!¡Quéademántangracioso!Esasíqueesunamujer,alpasoquelasotrasnosonmásquevestidos.

—Querido sobrino—repusoMadame riendo—, permitidme os diga queporestavezhafalladovuestracienciavaticinadora.LapersonaqueelogiáisdeesemodonoesdeParís,sinodéBlois.

—¡Ah,tía!—replicóelreyconairedeincertidumbre.

—Acercaos,Luisa—dijoMadame.

Y la joven que ya conocemos con este nombre, se acercó tímida,ruborizadaycasiencorvada,bajoelpesodelaregiamirada.

—LaseñoritaLuisaFranciscadelaBeaumeLeBlanc,hijadelmarquésdeLaVallière—dijoMadame.

Lajovenseinclinócontantagracia,enmediodelatimidezprofundaqueleinspirabalapresenciadelrey,queésteperdióalmirarlaalgunaspalabrasdelaconversacióndelcardenalydelpríncipe.

—Hijastra —continuó Madame— del señor de Saint-Rémy, mimayordomomayor,elquehapresididolaconfeccióndeeseadobotrufadoquetanbienhaparecidoaVuestraMajestad.

No había gracia, ni belleza, ni juventud que pudiese resistir a talpresentación. El rey sonrió. Que las palabras de Madame fuesen burla onecedad,siempreeran la inmolación inexorablede todoloqueLuisacababadeencontrarencantadorypoéticoenlajoven.

LaseñoritadeLaVallière,paraMadame,yderechazoparaelrey,noeramomentáneamentemás que la hijastra de un hombre que tenía gran talentoparalospavostrufados.

Peroasísonlospríncipes.LosdioseserantambiénlomismoenelOlimpo:DianayVenusdebíanmaltratarbastantealahermosaAlcinenayalapobre,cuandopordistracciónsedescendíaahablar,entreelnéctarylaambrosía,debellezasmortalesenlamesadeJúpiter:

Afortunadamente, estabaLuisa; tan inclinada,queni oyó laspalabrasdeMadame, ni vio la sonrisa del rey. En efecto, si la pobre niña, de tan buengusto que sólo ella pensó vestirse de blanco entre todas sus amigas; si sucorazóndepaloma,tanfácilmenteaccesibleatodoslosdolores,hubiesesidoheridoporlascruelespalabrasdeMadameyporlaegoístayfríasonrisadeSuMajestad,sindudaquehubieramuertoderepente.

Y lamismaMontalais, la joven de ideas ingeniosas, no habría intentadovolverlaalavida,pueselridículotodolomata,aunlamismabelleza.

Mas, por fortuna, como hemos dicho, Luisa, cuyos oídos zumbaban y

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cuyosojospermanecíanmediovelados,nadavio,nadaoyó,yelrey,quesóloatendíaa lasconversacionesdelcardenalyde su tío, seapresuróavolveraunirseaellos.

Precisamente;llegóenelmomentoenquéMazarinoterminabadiciendo:

—María, lo mismo que sus hermanas, parte en este momento paraBourges.LeshagoseguirlaorilladelLoiracontrariaalaquenosotroshemosremontado, y si calculo bien su marcha, según las órdenes que he dado,mañanaestaránalaalturadeBlois.

Estas palabras fueron dichas con aquel tacto, aquella mesura y aquellaseguridad de tono y de intención que hacían del signor GiulioMazarino elprimercomediantedelmundo.

Resultódeaquíquefueronderechasalcorazóndelrey,yqueelcardenal,volviéndose al simple ruido de los pasos de SuMajestad, que se acercaba,vieraelefecto inmediatodeellasenel rostrodesudiscípulo,efectoqueunligerorubormanifestóalosojosdeSuEminencia…Pero¿quéeradescubrirsemejantesecretoparaaquélcuyaastuciaengañabahacíaveinteañosatodoslosdiplomáticoseuropeos?

Unavezdichasestaspalabras,parecióqueeljovenreyhabíarecibidoenelcorazónun dardo envenenado.Echóunamirada incierta y débil por toda laasamblea, ymásdeveintevecespreguntó convista a la reinamadre, quienentregada al placerde conversar con su cuñada, y contenida ademáspor lasmiradasdeMazarino,pareciónoentendertodaslassúplicasqueseleíanenlasmiradasdesuhijo.

Desdeestemomento;música,flores,lucesybelleza,todohízoseodiosoeinsípido paraLuisXIV.Después de habersemordido, cien veces los labios,estiradolosbrazosylaspiernascomoelniñobieneducado,quesinatreverseabostezaragotatodaslasmanerasdeatestiguarsufastidio,ydespuésdehaberimploradodenuevoinútilmentealamadreyalministro,volviódesesperadolosojoshacialapuerta,estoes,hacialalibertad.Enelmarcodeestapuertavio recostada y destacándose con vigor una cabeza arrogante y morenatostada,denarizaguileña,demiradadura,perobrillante;decabellosgrisesylargos,ydebigotenegro,verdadero tipodebellezamilitar, cuyoalzacuello,más resplandeciente que un espejo, quebraba todos los rayos luminosos queiban a concentrarse en él, devolviéndolos en reflejos. Este oficial llevaba elsombrerogrisdepluma rojaen lacabeza,pruebadeque le llamabaaaquellugar su servicio, no el placer. Si hubiera estado llamado por su gusto; sihubiera sido cortesano en vez de soldado, habría tenido en la mano susombrero:

Lo que probabamejor aún que este oficial se hallaba de servicio y que

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desempeñabauncargoalcualestaba,acostumbrado,esquecontemplabaconlosbrazoscruzados,connotableindiferenciaysupremaapatía,lasalegríasoaburrimientosdeestafiesta:Parecíasobretodo,comounfilósofo,ytodoslossoldados viejos son filósofos, comprender infinitamente mejor los fastidiosque los placeres;mas de los unos sacaba su partido; sabiéndose pasarmuybiensinlosotros.

Recostado,comohemosdicho,enelmarcodelapuerta,losojosdelreyseencontraronporcasualidadconlossuyos.

Noeralavezprimera,aloqueparecía,quelosojosdeloficialhallabanaaquéllos,deloscualessabíaafondoelpensamiento,porquetanprontocomofijósumiradaenelrostrodeLuisXIV,yhuboleídoensurostroloquepasabaen su corazón, es decir, el fastidio que le oprimía y la tímida resolución demarcharse que se agitaba en el fondo de su almas comprendió que eramenesterhacerservicioalreysinqueéllopidiese,yauncasiapesarsuyo,yarrogante,cualsiestuviesemandandolacaballeríaenundíadebatalla.

—¡Laguardiadelrey!—gritóconvozpotenteysonora.

Aestaspalabras,quehicieronelefectodeuntruenodominado,orquesta,loscantosyelrumordepasosydegente,elcardenalylareinamadremiraronconsorpresaalrey.

LuisXIV,pálido,peroresuelto,sostenidocomoestabaporesaintuicióndesu propio pensamiento que había hallado en la inteligencia del oficial demosqueteros,yqueacababademanifestarseporlaordendada,selevantódesusillónydiounpasohacialapuerta.

—¿Os vais, hijo mío? —preguntó la reina, mientras Mazarino secontentabaconinterrogarconsumirada,quehubierapodidoparecerdulce,anosertanpenetrante.

—Sí, señora—respondió Su Majestad—; me siento cansado, y ademásquisieraescribirestanoche.

Vagóuna sonrisa por los labios delministro, que conunmovimientodecabezapareciódarpermisoalrey.

Monsieur y Madame apresuráronse entonces a dar disposiciones a losoficialesquesepresentaron.

Luissaludó,atravesólasalayllegóalapuerta.

UnafiladeveintemosqueterosesperabaenellaaSuMajestad.Alextremode esta fila permanecía el oficial, impasible, con la espada desnuda en lamano.

Elreypasó,ytodalagenteseempinósobrelapuntadelospiesparaverle

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todavía.

Diezmosqueteros,marchandopor entre lamuchedumbreque llenaba lasantecámaras,abríancaminoparoqueelreypasase.

LosotrosdiezrodeabanalreyyaMonsieur,quehabíaqueridoacompañaraSuMajestad.

Lasgentesdelservicioseguíandetrás.

Estepequeñoacompañamientoescoltóalreyhastaeldepartamentoqueleestabadestinado,queeraelocupadoporEnriqueIIIdurantesuresidenciaenelcastillodelosEstados.

Monsieur había dado sus órdenes. Los mosqueteros, dirigidos por suoficial,entraronenlaestrechogaleríaquecomunicaparalelamenteunadelasalasdelcastilloconlaotra.

Lagaleríaconstabadeunapequeñaantesalacuadrarla,sombríaaunenlosdíasmáshermosos.

MonsieurdetuvoaSuMajestad.

—Majestad—ledijo—,vaispasandoporelmismositioenqueelduquedeGuisarecibiólaprimerapuñalada.

Luis,muy ignoranteencuestionesdehistoria,conocíaelhecho,perosinsaberloslugaresnilospormenores.

—¡Ah!—dijoelrey,estremeciéndose.

Ysedetuvo.

Todoelmundosedetuvotambién,delanteyenposdeél.

—Elduque—continuóGastón—,estabacasienelmismositioenqueyoestoy, y marchaba en la dirección que lleva Vuestra Majestad; el señor deLoignes hallábase en el sitio en que se encuentra en estemomento vuestroteniente de mosqueteros; el señor de Saint-Maline y los emisarios del rey,detrásyalrededordeél.Asífuecomolehirieron.

El reysevolvióhaciadondeestabaeloficial,yviounaespeciedenubequepasabasobresufisonomíaatrevidaymarcial.

—Sí,porlaespalda—dijoeltenientecongestodesdeñoso.

Yprocuroecharaandar,comosiestuviesemolestoentreaquellosmurosvisitadosenotrotiempoporlatraición.

Pero su majestad, que parecía más propicio a saber que a preguntar,tambiénpareciódispuestoapasearaúnunamiradaporaquelsitiofúnebre.

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Gastónconocióeldeseodesusobrino.

—Ved, Majestad —dijo tomando una antorcha de manos del señor deSaint-Rémy—; en este sitio vino a caer, pues aquí había un lecho, cuyascortinasrompióalagarrarseaellas.

—¿Porquéparecequehancavadoelpavimentodeestesitio?—preguntóLuis.

—Porqueporestesitiocorriólasangre—respondióGastón—,quepenetróprofundamente lamadera,y sólo a fuerzade roscarla es como sehapodidolograrhacerladesaparecer.Ytodavía—añadióGas,aproximandolaantorchaallugardesignado—esetinterojizoharesistidotodaslaspruebashechasparaborrarla.

Luis XIV alzó la frente. Tal vez pensaba en la huella sangrienta que leenseñaronciertavezenelLouvre,yquelomismoqueéstadeBloishabíasidomotivadaciertodíaporelreysupadreconlasangredeConcini.

—¡Vamos!—dijo.

Al instante pusiéronse enmarcha; la emoción, sin duda, había dado a lavozdeljovenpríncipe,untonodemandoalcualnoestabaacostumbrado.

LlegaronalaposentoreservadoaSuMajestad,yalcualsecomunicaba,nosólopor lagalería,queacabamosde recorrer, sino tambiénporunaescaleraquedabaalpatio.

—Ruego a VuestraMajestad—dijo Gastón— tenga a bien aceptar estedepartamento,aunqueindignoderecibirle.

—Tíomío—contestóelpríncipe—,osdoylasgraciasporvuestracordialhospitalidad.

Gastónabrazóasusobrino,y,salió.

Delosveintemosqueterosquehabíanseguidoalrey,diezacompañaronaMonsieuralassalasderecibo,aunnodesocupadasapesardelasalidadeSuMajestad.

Losrestantesfueronapostadosporeloficial,queexploróporsímismoencincominutostodaslaslocalidades,conesegolpedevistafríoyseguroquenodasiemprelacostumbre,pueseldequehablamospertenecíaalgenio.

Cuando todos estuvieron colocados, escogió para su cuartel general laantecámara,enlacualencontróungransillón,unalámpara,vinoypanseco.Atizó la lámpara, bebió medio vaso de vino, plegó sus labios con sonrisahenchidadeexpresión;instalóseenelgransillónydispúsoseadormir.

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CapítuloIX

Eldesconocidodelahostería«LosMédicis»revelasuincógnito

Esteoficial,quedormíaoquesepreparabaadormir,eraelencargado,sinembargo,yapesardesuairedistraído,deunagraveresponsabilidad.

TenientedemosqueterosdeSuMajestad,mandabalacompañíallegadadeParís,queconstabadecientoveintehombrespero,aexcepcióndelosveintedequehemoshablado,losotroscienestabanocupadosencustodiaralareina,y,sobretodo,alseñorcardenal.

Julio Mazarino economizaba los gastos de viaje de sus guardias, y enconsecuencia usaba de los del rey con la mayor largueza pues tomabacincuenta de ellos para su persona; particularidad que no hubiese dejado deparecerextrañaparacualquierapocoacostumbradoalosusosdeestacorte.

Lo que no hubiese dejado mucho más de parecer, si no extraño,extraordinario al menos, es que la parte del castillo destinada al señorcardenal,estuvierailuminada.Allímontabanlaguardiamosqueterosentodaslaspuertas,ynodejabanentraranadiesinoaloscorreosque,hastadeviaje,siempreacompañabanalcardenalparasucorrespondencia.

Veintehombresestabandoservicioeneldepartamentodelareinamadre,ydescansabantreintaafinderelevaraldíasiguienteasuscompañeros.

En la: parte que habitaba el rey, por el contrario, sólo había silencio,soledadyobscuridad.Cerradaslaspuertas,noexistíalamenoraparienciademonarquía,ypocoapocosehabían retirado todas lasgentesdeservicio.ElpríncipehabíaenviadoainterrogarsiSuMajestadnecesitabadesusoficiales,yaunnodeltenientedemosqueteros,queteníalacostumbredepreguntaryresponderélpropio,todocomenzóadormircomoenlacasadeunciudadano.

Y, sin embargo, había que oír desde la parte del edificio habitada por eljovenrey,lasmúsicasdelafiesta,yverlasventanasricamenteiluminadasdelgransalón.

Diez,minutos después de su instalación, SuMajestad pudo conocer, porciertomovimientomásmarcadoqueelqueacompañóasusalidadelasala,laque hacía el cardenal, a su vez, caminando al lecho con nutrida escolta dedamasycaballeros.

Paradistinguir,todoestemovimiento,sóloteníaquemirarporlaventana,cuyospostigosnosehabíancerrado.

SuEminenciaatravesóelpatioconducidoporMonsieurenpersona,quele

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alumbrabaconunaantorcha;enseguidapasólareinamadre,aquienMadamedabaelbrazofamiliarmente,cuchicheandolasdoscomoantiguasamigas.

Tododesfilódetrásdeestasdosparejas,damas,pajesyoficiales; lasdosantorchas iluminaron todoelpatiocomoun incendiodemovibles reflejos,yluego el ruido de los pasos y de las voces fue perdiéndose en los pisossuperioresdelcastillo.

Entoncesnadiepensóyaenelrey,que;decodosenlaventana,habíavistotristemente pasar todas aquellas luces, y oído alegarse todo aquel ruido; anadieseveíasinoesaesedesconocidodelahosteríaLosMédicis,quehemosvistosalirenvueltoensucapa.

Habíasubidoalcastilloy llegadoa rondarconsu rostromelancólico losalrededoresdel,pacano,queaúncircundabaelpueblo,yadvirtiendoquenadieguardabalapuertaprincipalnielpatio,porcuantolossoldadosdeMonsieurfraternizabanconlossoldadosreales,esdecir,echabanunoscuantostragosadiscreción, o mas bien a indiscreción, el desconocido penetró por entre lamuchedumbre, atravesó el patio, y llegó por último al descansillo de laescaleraqueconlucíaalashabitacionesdelcardenal.

Loque,segúntodaslasprobabilidades,hacíaquesedirigieseaestelugar,era el brillar de las antorchas, y el aire atareadode los pajes y de la demásservidumbre.

—Lotasalomejorfuedetenidoporunaevolucióndemosqueteyelgritodeuncentinela.

—¿Dóndevais,amigo?—preguntóleelsoldado.

—Alcuartodelrey—respondiócontranquilidadyorgulloeldesconocido.

El soldado llamóaunoficialdeSuEminencia,quien,conel tonodeunporterodeoficina,cuando,dirigelapalabraaalgúnpretendiente,dejóescaparestaspalabras:

—Laescaleradeenfrente.

Y sin cuidarse más del desconocido, volvió el oficial a su interrumpidaconversación.

Elextranjero,sinresponderpalabra,sedirigióalaescaleraindicada.

Poraquelsitionohabíaniruidoniluces.

Sólo reinaba la obscuridad, en medio de la cual veíase pasear a uncentinelasemejanteaunasombra,yel silencio,quepermitíaoírel ruidodesuspasos,acompañadodelresonardelasespuelassobrelaslosas:

Ese soldado era uno de los veinte mosqueteros al servicio del rey, que

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hacíalaguardiaconlafrialdadylaconcienciadeunaestatua.

—¿Quiénvive?—gritó.

—Amigo—respondióeldesconocido.

—¿Quéqueréis?—Hablaralrey.

—¡Oh!Señormío,esonoesposible.

—¿Yporqué?

—Porquéelreyestáacostado.¿Acostadoya?

—Sí.

—Noimporta,esprecisoquelehable.

—Yyoosdigoqueesonoesposible.Noobstante…

—¡Marchaos!

—¿Esésalaconsigna?

—No tengo que daros explicaciones. ¡Atrás!—Y esta vez acompañó elsoldado a sus palabras un gesto amenazador; pero el desconocido semoviómenosquesilospieshubieranechadoraíces.

—Señormosquetero—dijo—,¿soishidalgo?

—Tengoesehonor.

—Pues bien, yo también lo soy, y entre hidalgos debe haber algunasconsideraciones.

Elcentinelabajósuarma,vencidoporladignidadconqueestaspalabrashabíansidodichas.

—Hablad,caballero,ysimepedísunacosaqueestéenmisatribuciones…

—Gracias…¿Tenéisunoficial,noesverdad?

—Sí,señor,nuestroteniente.

—Puesbien,desearíahablarle.

—¡Ah!Esoesdistinto.Pasadcaballero.

El desconocido saludó al soldado de unamanera distinguida, y subió laescalera,mientraselgrito:«¡Teniente,unavisita!»,transmitidodecentinelaencentinela,leprecedíaeinterrumpíaelprimersueñodeloficial.

Elteniente,frotándoselosojosyarreglandosucapa,seadelantótrespasoshaciaelextranjero.

—¿Quépuedehacerseenvuestroobsequio?—preguntó.

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—¿Soiseloficialdeguardia,tenientedemosqueteros?

—Tengoesehonor—contestóeloficial:

—Caballero,esabsolutamenteprecisoqueyohablealrey.

El teniente miró atentamente al desconocido, y en aquella mirada, tanrápidacomofue,viotodoloquequeríaver,estoes,unadistinciónnobilísimabajovestidoordinario.

—Yonocreoqueseáisunloco—replicó—,yporelcontrario,caballero,mepareceque tenéiscondición,desaberquenoseentraasícomoasíenelcuartodelreysinsuconsentimiento.

—Consentiráenello,señor.

—Caballero,permitidmequelodude:elreyhaentradoaquíhaceuncuartode hora, y en este instante debe estar a punto de desnudarse. Además, laconsignaestádada.

—Cuandosepaquiénsoyyo—contestóeldesconocidoalzandolacabeza—,levantarálaconsigna.Eloficialestabacadavezmássubyugado.

—Si yo consintiese en anunciaros, ¿puedo al menos saber a quiénanunciaría;caballero?

—AnunciaríaisaSuMajestadCarlosII,reydeInglaterra,deEscociaydeIrlanda.

Eloficialestremecióse,retrocedió,ypudoadvertirsesobresupálidorostrounade lasmáspunzantesemocionesqueunhombredeenergíahayapodidosofocarenelfondodesucorazón.

—¡Oh!Sí,Majestad;enefecto—exclamó—,debíahaberosreconocido.

—¿Habéisvistomiretrato?

—No,Majestad.

—Entonces, ¿cómo ibais a reconocerme, no conociendomi retratonimipersona?

—ViaSuMajestad,elreyvuestropadre,enunmomentohorrible.

—Eldía.

—Sí.

Unanubesombríapasóporlafrentedelpríncipe:Luego,apartándolaconlamano.

—¿Veisahoraalgunadificultadanunciarme?—dijo.

—Perdonadme,Majestad—contestóeloficial—;nopodíaadivinarquese

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ocultase un rey bajo tan sencillo exterior; y, sin embargo, tenía el honor dedecir ahoramismoaVuestraMajestadquehabíavistoal reyCarloselmás,perdón;vueloapreveniraSuMajestad.

Yvolviendoatrásinmediatamente:

—¿Vuestra Majestad desea sin duda el secreto para esta entrevista?preguntó.

—Noloexijo,massiesposibleguardarlo…

—Esposible,Majestad,porquepuedoexcusarmedeavisaralgentilhombrede guardia; mas para esto es menester que Vuestra Majestad acceda aentregarmesuespada.

—Esverdad.Olvidabaquenadiepenetra armadoenel cuartodel reydeFrancia.

—VuestraMajestadseráunaexcepción,siquiere,peroentoncespondréacubiertomiresponsabilidadavisandoalgentilhombredelrey.

—Tomadmiespada,caballero.¿Queréisahoraanunciarmealrey?

—Alinstante,Majestad.

Eloficialcorrióallamaralapuertadecomunicación,queleabrióelayudadecámara.

—¡SuMajestadelreydeInglaterra!—dijoeloficialsuavemente.

—¡SuMajestadelreydeInglaterra!—repitióelayudadecámara.Aestaspalabras,ungentilhombreabriólapuerta,yvióseaLuisXIVsinsombreroniespada, con el jubón abierto, adelantarse, dando pruebas de la más vivasorpresa.

—¡Vos, hermanomío! ¡Vos en Blois!—exclamó Luis XIV despidiendoconungestoalgentilhombreyalayudadecámara,quepasaronaunapiezapróxima.

—Señor —respondió Carlos II—, iba a París con esperanza de ver avuestraMajestad, cuando la famame hizo: saber vuestra próxima llegada aesta ciudad. Entonces prolongue aquí mi estancia por tener algo muyimportantequecomunicaros.

—¿Esadecuadoestegabinete,hermanomío?

—Excelente,señor,porquecreoquenopuedenoírnos.

—Hedespedidoamigentilhombreyamiservidor,queestánenlacámarapróxima.Aquí, detrás de este tabique, hay un gabinete solitario que da a laantecámara,yenéstenohabréisvistomásque,unoficial;¿noesverdad?

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—Cierto.

—¡Puesbien,hablad,hermanomío!,escucho.

—¡Comienzo, señor, y quiera Vuestra Majestad tener lástima de lasdesdichasqueafligenanuestracasa!

ElreydeFranciasesonrojó,yacertósusillón;aldelreydeInglaterra:

—Señor—dijoCarlos II—, no necesito preguntar aVuestraMajestad siconocelospormenoresdemideplorablehistoria.

LuisXIV se sonrojó aúnmás que la vez primera, y luego, poniendo sumanosobreladelreydeInglaterra:

—Hermanomío—dijo—, vergonzoso es decirlo; pero rara vez habla elcardenaldepolíticadelantedemí.Haymás,enotrotiempomehacíaleerporLaporte,miayudadecámara,librosdehistoria;perohahechoquecesenestaslecturas,ymehaquitadoaLaporte;demodoquesuplicoamihermanoCarlosquemerefieratodasestascasascomoaunhombrequenadasabe.

—Pues bien; señor; tomando las cosas desde más arriba, tendré unaprobabilidadmásdeconmoverelcorazóndeVuestraMajestad.

—Hablad,hermanoquerido,hablad.

—Vos sabéis, Majestad, que llamado en 1650 a Edimburgo, durante laexpedicióndeCromwellenIrlanda,fuicoronadoenStone.Unañomástarde,herido Cromwell en una de las provincias que—había usurpado, se volviósobrenosotros;Encontrarleeramiobjeto;salirdeEscociamideseo.

—Sin embargo —replicó el rey—, Escocia es casi vuestra tierra natal,hermanomío…

—Sí;peroosescoceseseranparamíunoscompatriotastiranos,Majestad;mehabíanobligadoarenegardelareligióndemispadres;habíanahorcadoalordMontrose,mimásfielservidor,ycomoelpobremártir,aquiensehabíahecho un favor matándolo, había pedido que su cuerpo fuera hecho tantospedazos cómo ciudades había en Escocia, para que por todas partes seencontrasentestimoniosdesufidelidad,yonopodíasalirdeunaciudadniiraotra, sin pasar sobre algún trozo de aquel cuerpo que había trabajado,combatido y respirado por mí. Atravesé, pues, por medio de una marchaatrevida,elejércitodeCromwell,yentréenInglaterra.Elprotectorsepusoenpersecucióndeestafugarara,queteníaunacoronaporobjeto.SiyohubierapodidollegaraLondresantesqueél,sindudahubiesesidomíoelpremiodelacarrera,peromealcanzóenWorcester.ElgeniodeInglaterrayanoestabaennosotros,sinoenél,Majestad;el3deseptiembrede1651,aniversariodeesaotraaccióndeDúnbar,tanfatalalosescoceses,fuivencido.Dosmilhombrescayeron en derredor, mío antes de que yo pensase retroceder un paso. Por

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último;fuenecesariohuir.Desde,entonces,mihistoriaconvirtióseennovela.Perseguidoconencarnizamiento,mecortéelcabelloymedisfracédeleñador.Un día pasado entre las ramas de una encina dio a este árbol el nombre deenemareal,quellevaaúnmisaventurasenelcondadodeStafford;dedondesalíllevandoalagrupaalahijademihuésped,sontodavíaelcuentodetodaslasviejasysuministrarántemaparaunabalada.Algúndíaescribirétodoeso,Majestad, para instrucción de losmonarcasmis hermanos.Contaré cómo alllegaracasademísterNortonencontréauncapellándelaCortequemirabajugar a losbolos, y aun antiguo servidorquemenombro llorando,yque apocomemataconsufidelidad,comootrolohubierahechoconsutraición.Enfin, contaré mis terrores, sí, mis terrores, cuando en casa del coronelWindham,unmariscalquevisitabanuestroscaballosconfesóquehabíansidoherradosenelNorte.

—Es particular —murmuró Luis XIV—, ignoraba todo eso. Sólo sabíavuestroembarqueenBrighelmsted,yvuestrodesembarcoenNormandía.

¡Oh!—dijoCarlos—.Sipermitís, ¡Diossanto!,que los reyes ignorendeesemodolahistorialosunosdelosotros,¡cómoqueréisquesesocorranentresí!

—Pero,decidme,hermano,¿cómohabiendosido tancruelmenterecibidoen Inglaterra, esperáis aún algo de ese desgraciado país y de ése pueblorebelde?

—¡OhMajestad!DesdelaaccióndeWorcestertodaslascosasdealláhancambiado bastante. Cromwell, ha muerto después de haber firmado conFranciauntratado,enelcualhaescritosunombreencimadelvuestro.Murióel3deseptiembrede1658,nuevoaniversariodelasaccionesdeWorcesterydeDúnbar.

—Suhijolehasucedido.

—Pero ciertos hombres, Majestad, tienen familia y no herederos. Laherencia deCromwell eramuy pesada para Ricardo. Ricardo que no era nirepublicanoni realista;Ricardo,quedejabaquesusguardiassecomiesensucomida, y a sus generales gobernar la República; Ricardo ha abdicado elprotectorado, el 22 de abril de 1659. Hace poco más de un año. DesdeentoncesInglaterranoesmásqueungarito;dondecadacualjuegaalosdadosla corona de mi padre. Los dos jugadores más encarnizados son Lamber yMonk.Puesbien,Majestad,yodesearíamezclarmeenesapartida,cuyapuestaesarrojadasobremimantoreal.Majestad,unmillónparacorromperaunodeesos jugadores. Para hacerme de él un aliado, o doscientos de vuestroscaballerosparaecharlosdemipalaciodeWhiteHall,comoJesúsarrojóalosmercaderesdeltemplo.

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—Luego—repusoLuisXIV—venísasolicitarme…

—Vuestroauxilio;esdecir,loquenosolamentelosreyessedebenentresí,sinoloqueloscristianossedebenunosaotros,vuestroauxilio,Majestad,endinero o en hombres; vuestro auxilio; y dentro de un mes, bien opongaLambert a Monk, bien; Monk a Lambert, habré reconquistado la herenciapaterna, sinhabercostadounaguineaamipaísniunagotadesangreamissúbditos,quecansadosyaderevolución,deprotectoradoyderepública,sólopidenirvacilantesacaerydormirseenlamonarquía;vuestroauxilio,señas,ydeberémásaVuestraMajestadqueamipadre. ¡Desgraciadopadre,que tanraramente ha pagado la ruina de nuestra casa! Ya veis, señor, si soydesgraciadoysiestarédesesperadoparaqueyoacuseamipadre.

Y la sangre subió al semblante pálido de Carlos II, que permaneció uninstanteconlacabezaentre lasmanos,ycomociegoporaquellasangrequeparecíarebelarsecontralablasfemiafilial.

Elreynoeramenosdesgraciadoquesuhermano;agitábaseensusillónynoencontrabaunapalabraqueresponder.

Al fin, Carlos II, a quien diez añosmás daban una fuerza superior paradominarsusemociones,encontróprimeroelusodelapalabra.

—Señor —dijo—, espero vuestra respuesta como un condenado susentencia.¿Hedevivir?¿Hedemorir?

—Hermano —contestó el príncipe francés a Carlos II— ¡me pedís unmillón a mí, que jamás he poseído la cuarta parte de esa cantidad! ¡Yo notengo nada! Yo no soy más rey de Francia que vos de Inglaterra. Soy unhombre, una cifra vestida de terciopelo y nada más. Estoy sobre un tronovisible:heaquímiúnicaventana.¡Notengonada,nopuedonada!

—¡Esverdad!—exclamóCarlosII.

—Hermano—dijoLuisbajando lavoz—;yohesufridomiseriasquenohubiera soportado el más infeliz de mis caballeros. Si mi pobre Laporteestuviera ami lado, él os diría que he dormido en sábanas desgarradas, porentrecuyosjironespasabanmispiernas;élosdiríaquedespués,cuándopedímiscarrozas,metrajeronunoscochesviejosycasiinservibles;élosdiríaquecuando yo pedía la comida iban a informarse a las cocinas del cardenal sihabíaquedarledecomeralrey.Yhoymismo;hoymismotodavía,quecuentoveintidósaños;hoyquehe llegadoa laedadde lasgrandesmayoríasreales,hoy que debería tener la llave del Tesoro, la dirección de la política, lasupremacía de la paz y de la guerra, dirigid unamirada en derredormío ymiradloquemedejan;vedesteabandono,estedesdén,estesilencio,mientrasqueallí;miradalláabajoesetropel,esasluces;esoshomenajes.¡Allí,allíesdondeestáelverdaderoreydeFrancia,hermanomío!

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—¿Elcuartodelcardenal?

—Elcuartodelcardenal,sí.

—Luego,estoycondenado,Majestad.

Luisnorespondió.

—Condenado; sí, parque jamás solicitaré nada de quien habría dejadomorirdefríoydehambreamimadreyamihermana;esdecir,alahijayalanieta de Enrique IV, si el señor de Retz y el Parlamento no les hubieranenviadopanyleña.

—¡Morir!—murmuróLuisXIV.

—Pues bien—continuó el rey de Inglaterra—; el infeliz Carlos II, esenieto de Enrique IV, como vos, Majestad, no teniendo ni Parlamento nicardenaldeRetz,morirádehambre,comonofaltómuchoparaquemuriesensuhermanaysumadre.

Luis frunció el entrecejo y oprimió violentamente el encaje de susbocamangas.

Estainmovilidadyatonía,sirviendodemáscaraaunaemocióntanvisible,conmovieronalreyCarlos;quetomólamanodeljoven.

—Gracias —exclamó—, hermano mío, me habéis escuchado, que eracuantopodíaexigirdevosenlasituaciónenqueoshalláis.

—Señor—dijo de pronto Luis XIV levantando la cabeza—, me habéisdichoquenecesitáisunmillónodoscientoscaballeros.

—Unmillónmebastará,Majestad.

—Noesmucho.

—Para un solo hambre es mucho: menos caras se han pagado muchasveceslasconvicciones.

—Decísdoscientoscaballeros,queesalgomásdeunacompañía,¿yesoestodo?

—Majestad;hayennuestra familiauna tradición:cuatrohombres,cuatrocaballeros franceses,partidariosdemipadre, estuvieronapuntode salvarle,juzgado por un Parlamento, guardado por un ejército y rodeado por unanación.

—Por tanto, si yo os proporciono un millón o doscientos caballeros,¿quedaréissatisfechoymetendréisporunbuenhermano?

—Os tendré por mi salvador; y si llego a subir al trono de mi padre,Inglaterra,porlomenosmientrasyoreine,unahermanadeFrancia,comovos

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lohabéissidoparamí.

—Puesbien,hermano—dijoLuisincorporándose—,loquevacilabaisenpedirvoyapedirloyomismo.Loquejamáshequeridohacerpormipropiacuenta,loharéporlavuestra.¡IréabuscaralreydeFrancia,alotro,alrico,alpoderoso, y pediré yo mismo ese millón o esos doscientos caballeros… yveremos!

—¡Oh!—exclamóCarlos—.Soisunamigonoble;¡uncorazóncreadoporDios!¡Melibertáis,hermanomío;ycuandotengáisnecesidaddelavidaquemedais,pedídmela!

—¡Silencio,hermano,silencio!—dijoenvozbajaLuis—.¡Cuidadquenoosoigan!

Aúnnohemosconcluido. ¡PedirdineroaMazarino! ¡Esoesmuchomásqueatravesarelbosqueencantadodondecadaárbolencierraundiablo;esoesmásqueiraconquistarunmundo!

—Mas,noobstante,cuandovospedís.

—Yaoshedichoquenuncahepedido—respondióLuisconorgulloquehizopalidecer,alreydeInglaterra.

Y como éste, semejante a un hombre herido, hiciese unmovimiento deretirada:

—Perdón,hermano—murmuró—,yonotengounamadreyunahermanaquepadezcan.Mitronoestáduroydesnudo,peroestoybiensentadoenél…Perdón,hermano,nomehagáisuncargoporesapalabraqueespropiadeunegoísta. Ya la recogeré con sacrificio. Voy en busca del señor cardenal; osruegoquemeesperéis;vuelvoalmomento.

CapítuloX

LascuentasdeMazarino

Entantoqueelreysedirigíarápidamentehaciaelaladelcastilloocupadapor el cardenal, acompasado solamentede suayudadecámara, éloficialdemosqueteros, respirandocomohombreobligadoacontenermucho tiempoelaliento,salíadelreducidogabinetedequeyahemoshechomención;yqueelreycreíasolitario.Estegabineteformabaenotrotiempopartedelacámaraysóloestabaseparadodeella,porundelgadotabique.Deaquíresultabaquetalseparación,cuyoúnicoobjetoeraquenadaseviese,permitíaaloídomenosindiscretooírloquepasabaenella.

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Nohabía,portanto,dudadequeeltenientedemosqueteroshubieseoídoloquepasaraenelcuartodel.Rey.

PrevenidoporlasúltimaspalabrasdeSuMajestad,saliódeélatiempodesaludarleasupaso,yparaacompañarleconlavistahastaquedesaparecióenelcorredor.

Luego, y cuando elmonarca hubo desaparecido,movió la cabeza de unmodoquele,erapeculiar,yconvozala,cualcuarentaañospasadosfueradelaGascuña,nohabíanpodidohacerperdersutono:

—¡Tristeservicio!—dijo—.¡Tristeamo!

Y, pronunciadas estas palabras, volvió a su sillón, extendió las piernas ycerrólosojoscomohombrequeduermeomedita.

Durante este corto monólogo, y mientras el rey, atravesando los Vastoscorredores del antiguo castillo, se encaminaba al cuarto del señor cardenal,verificábaseenésteunaescenadeotrogénero.

Mazarino se había acostado algo atormentado por la gota.Mazarino erahombre de orden que utilizaba hasta el dolor, hacía de la velada sirvientehumildedesutrabajo.PorestosehabíahechollevarporBernouin,suayudadecámara,unpupitredeviaje,afindepoderescribirsobrelamismacama.

Perolagotanoesenemigoquesedejeconvencertanfácilmente,yacadamovimientosuyoeldolorsordoseconvertíaenagudo.

—¿NosehallaaquíBrienne?—preguntóaBernouin.

—No,monseñor—replicóelayudadecámara—.ElseñordeBrienneseha ido a acostar con licencia vuestra. Pero si lo desea Vuestra Eminencia,puededespertársele.

—No, no vale la pena. Veamos, no obstante. ¡Malditos números! Y elcardenalcerrólosojoscontandoconlosdedos.

—¡Oh! ¡Números! —dijo Bernouin—. ¡Bueno! ¡Si Su Eminencia seenredaenesoscálculos,leprometoparamañanalamáshermosajaqueca!Yconesto,yqueelseñorGuenaudnoestáaquí.

—Tienes razón, Bernouin. ¡Pues bien! Tú vas a reemplazar a Brienne,amigomío.Enverdad,debítraerconmigoalseñorColbert.Esejovenvabien,Bernouin,muybien.¡Essujetoordenado!

—Yonosé—dijoelayudadecámara—,pero;loqueesamí,nomegustanipizcalacaradevuestrojoven.

—¡Bueno,Bernouin!Paranadasenecesitatuparecer,ponteaquí,cogelaplumayescribe.

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—Aquíesta,monseñor.¿Quéhedeescribir?

—Aquíacontinuacióndeesasdoslíneasyatrazadas.

—Estábien.

—Escribe.Setecientassesentamillibras.

—Yaestá.

—EnLyon.

Elcardenalparecíadudar.

—EnLyon—repitióBernouin.

—Tresmillonesnovecientasmillibras.

—Bien,monseñor:

—EnBurdeos,sietemillones.

—Siete—repitióBernouin.

—¿Siete?—dijo el cardenal de buen humor—. ¡Siete! Tú comprendes,Bernouin—añadióalmomento—,quetodoestoesdineroquehayquegastar.

—Monseñor, pocome importa que esosmillones sean para guardarlos oparagastarlos,puestoquenosonparamí:

—Esosmillones son de SuMajestad. Todo lo que cuento es dinero delrey…Conquedecíamos…Siempremeinterrumpes.

—Sietemillones,enBurdeos.

—¡Ah!Sí,escierto.CuatrosobreMadrid.Yateexplicaréparaquéestodoeste dinero, Bernouin pues todo el mundo da en la tontería de creermemillonario. Pero un ministro no tiene nada suyo. Vamos sigue. Entradasgenerales,sietemillones.Propiedades,nueve¿Hasescrito,Bernouin?

—Símonseñor.

—Bolsa, seiscientasmil libras; valoresdiversos, dosmillones…¡Ah!Semeolvidaba:mobiliariodelosdistintoscastillos…

—¿EsprecisoañadirdelaCorona?—preguntóBernouin.

—No,no;esinútil.Esosesobreentiende.¿Estáya,Bernouin?

—Sí,monseñor.

—¿Cómohaspuestolascifras?

—Unasdebajodeotras.

—Suma.

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—Treintaynuevemillones,doscientassesentalibras.

—¡Ah!—exclamóelcardenalconviolentaexpresióndedespecho—.¡Aúnnohaycuarentamillones!

Bernouinvolvióasumar.

—No,monseñor,todavíafaltansetecientascuarentalibras.

Mazarinopidiólacuentaylarevisóatentamente.

—Esigual—dijoBernouin—,treintaynuevemillonesdoscientassesentamillibrasesuncrecidocaudal.

—¡Ah!Bernouin,estoesloqueyoquisieraquetuvieseelrey.

—VuestraEminenciamedecíaqueestedineroeradesuMajestad.

—Sinduda,peromuyclaroymuylíquido.Estostreintaynuevemillonesestáncomprometidosymuchomás.

Bernouinsonrióasumodo:esdecir,comoquiennocreesinoloquequierecreer, preparando al mismo tiempo la bebida que tomaba por las noches elcardenal,mulléndolelasalmohadas.

—¡Oh!—murmuróMazarino cuando se ausentó el ayuda de cámara—.¡Todavía no salen los cuarenta millones! Pues es preciso que llegue a esasuma.Mas,¡quiénsabesitendrétiempo!Muchovoydecayendoynollegaréaellos. No obstante, ¿quién sabe si encontraré dos o tres millones en losbolsillosdenuestrosbuenosamigoslosespañoles?AhorahandescubiertoelPerú,¡yquédiablos!,aúndebequedarlesalgo.

Cuandohablabaasí,ocupadode susnúmerosy sinpensaryaen lagota,animadoporunapreocupaciónqueenelcardenaleralamáspoderosadetodaslaspreocupaciones,Bernouinprecipitóseenlacámarallenodeazoramiento.

—¿Qué?—preguntóelcardenal—.¿Quéhay?

—¡Elrey,señor,elrey!

—¡Cómoelrey!—dijoMazarino,ocultandorápidamentesupapel—.¿Elreyaestashoras?Lecreíaacostadohacemuchotiempo.¿Puesquepasa?

Luis XIV pudo oír estas últimas palabras y ver el rostro azorado delcardenal,incorporándoseenellecho,porqueenaquelmomentopenetrabaenlacámara.

—Nohaynada,señorcardenal,oalmenosnadaquepuedaalarmaros;unacomunicaciónimportantequetengonecesidaddehacerosestamismanocheynadamás.

Al instante, pensó Mazarino en aquella atención tan marcad que Su

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Majestad había prestado a sus palabras respecto a la señoritaMancini, y lepareció que tal comunicación debía dimanar de su fuente. Serenóse, y en elacto asumió sumás encantador aspecto, cambió de fisonomía, de lo que eljovenreysealegróenextremoycuandoelreysehubosentado:

—Majestad—dijoelcardenal—,verdadesquedeberíaescucharosdepie;perolaviolenciademimal…

—Nadade cumplidos entre nosotros, querido señor cardenal—dijoLuisafectuosamente—;yosoyvuestrodiscípuloynoelrey,bienlosabéis;y,sobretodo,estanoche,yaquerecurroavoscomounpretendientemuyhumildeydeseosodeserbienacogido.

Mazarino,viendoelrubordelrey,seconfirmóensuprimeraidea;estoes,que había un pensamiento de amor bajo todas aquellas hermosas palabras.Perounavezseengañabaelastutopolítico,porhábilquefuese:aquelruborno lo producía los pudibundos entusiasmos de una pasión juvenil, sino ladolorosacontraccióndelorgulloreal.

Mazarino,comobuentío,dispúsoseafacilitarlaconfidencia.

—Habla—dijo—;y,puestoqueVuestraMajestadquiereolvidarsedequesoy un súbdito, para llamarme su maestro y preceptor, protesto a VuestraMajestadtodosmissentimientosafectuosos.

—Gracias,señorcardenal—contestóelrey—;además,esmuypocaloquetengoquepediros.

—Tanto peor—respondió el cardenal—. Quisiera que VuestraMajestadmepidiesealgoimportante,yhastasacrificio…Pero,sealoquefuereloquesolicitéis,estoydispuestoatranquilizarvuestrocorazónconcediéndolo.

—Puesbien,heaquídeloquesetrata—dijoelreyconfuerteslatidosdecorazón—:acaboderecibirlavisitademihermanoelreydeInglaterra.

Mazarinosaltóenlacamacomosi lehubieranpuestoencontactoconlabotella de Leyle o la pila de Volta, al mismo tiempo que un disgustomanifiestoiluminabasurostroconelbrillodecólera,queLuisXIV,porpocodiplomáticoque fuese, conociómuybienqueelministrohabíaesperadooírotracosa.

—¡Carlos II!—exclamóMazarinoconvoz ronca—.¿Habéis recibido suvisita?

—Del reyCarlos II—repusoLuisXIVdandoconafectaciónalnietodeEnrique IV, el título queMazarino olvidaba conceder—. Sí, señor cardenal;ese desdichado príncipe me ha conmovido contándome sus desgracias. Sudoloresgrande,señorcardenal,yamímismomehaparecidoinsoportable,amí, que he visto disputar mi trono, que me he visto precisado en días de

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conmociónaabandonarmicapital;amíqueconozcoelmaldedejarsinapoyoaunhermanodesposeídoyfugitivo.

¡Ah!—dijo disgustado el cardenal—. ¿Por qué no ha tenido, como vos,Majestad, un Julio Mazarino a su lado? Su corona se habría conservadointacta.

—SétodoloquemicasadebeaVuestraEminencia—replicófríamenteelrey,ycreedque,pormiparte, jamás loolvidaré.YprecisamenteporquemihermanoelreydeInglaterranohatenidoasuladoelgeniopoderosoquemehalibrado,poresodigo,quisierayoconciliarelauxiliodesemismogenio,ysuplicaravuestrobrazoqueseextendiesesobresucabeza,bienseguro,señorcardenal,dequevuestramano,consólotocarle,podríadevolverasufrentelacoronaquecayóalpiedelcadalsodesupadre.

—Majestad—replicóMazarino—,os doy las gracias por la opiniónqueme tenéis;peronada tenemosquehacernosotrosen Inglaterra,conaquellosdiablosquereniegandeDiosycortanlacabezaasusreyes.Esmuypeligrosotocarlosdesdequesehanbañadoenlasangrereal.Jamásmehaconvenidosupolítica,yalrechazo.

—Deestemodopodéisayudarnossustituyéndolaconotra.

—¿Cuál?

—LarestauracióndeCarlosII,porejemplo.

—¡Dios santo! —exclamó Mazarino—. ¿Contará, por ventura, el pobreseñor;conlarealizacióndeesaquimera?

—Sí—replicó el rey, asustadode las dificultades, que parecía prever enesteproyectoelojosegurodesuministro—;sólopideparaesounmillón.

—Nada más un milloncejo, ¿eh? —dijo irónicamente Su Eminencia,esforzando suacento italiano—.Unmilloncejo, ¿eh? ¡Familiademendigos!¡Bah!

—Cardenal—dijoelreyalzandolacabeza—,esafamiliademendigosesunaramademipropiafamilia.

—¿Sois vos bastante rico para dar millones a otros, Majestad? ¿Tenéismillones?

—¡Oh!—repusoLuisXIVconsupremodolorqueprocuró,sinembargo,ocultarafuerzadevoluntad,paraquenoaparecieseensusemblante—:¡Oh!Sí, señor cardenal; sé que soy pobre; pero, al fin, bien vale la corona deFranciaunmillón,yparahacerunaacciónbuenaempeñaré,siprecisofuese,micorona/,Yoencontraréjudíosquemeprestaránmuybienunmillón.

—De modo, Majestad, ¿que decís tener necesidad de un millón? —

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preguntóMazarino.

—Sí,señor,lodigo.

—Mucho os engañáis, pues tenéis necesidad demuchomás. ¡Bernouin!Vaisaverdecuántomástenéisnecesidad.¡Bernouin!

—¿Qué es eso, cardenal?—dijo el rey—. ¿Vais a consultar a un lacayosobremisasuntos?

—¡Bernouin!—dijootravezelcardenal,haciendocomoquenonotabalahumillacióndeljovenpríncipe—;acércateaquíydimequécantidadtepedíahacepoco,amigomío.

—¡Cardenal,cardenal,nomehabéisoído!—dijoLuis,pálidodecólera.

—No os enfadéis; trato de poner en claro los negocios de VuestraMajestad. Todo el mundo lo sabe en Francia: mis libros están muy claros.¿Quétedecíayoquehicieseshacepoco,Bernouin?

—VuestraEminenciamedecíaquelehicieseunasuma.

—Ylahashecho,¿noesverdad?

—Sí,monseñor.

—¿ParademostrarlasumaqueSuMajestadnecesitabaenestemomento?¿Notedecíaesto?Séfrancoamigomío.

—EsomedecíaVuestraEminencia.

—Puesbien,¿quécantidadnecesitabayo?

—Cuarentaycincomillones,segúncreo.

—¿Y que suma encontrábamos reuniendo todos nuestros recursos? —Treintaynuevemillones,doscientassesentamillibras.

—Bien,Bernouin,esoestodoloquequeríasaber.Déjanosahora—dijoelcardenal,fijandosubrillantemiradaeneljovenrey,mudodeestupor.

—Mas,sinembargo…—balbuceóelrey.

—¡Ah!Dudáistodavía—dijoelcardenal—.Puesbien,aquíestálapruebadeloquedigo:

YMazarino tomó de bajo la almohada un papel cubierto de cifras, quepresentóalrey,quienvolviólavista;tanprofundoerasudolor.

—Así,comoesunmillón loquequeréis,yesemillónnoestápuesto,esclaro que Vuestra Majestad tiene necesidad de más de cuarenta y cincomillones.Puesbien,nohayjudíosenelmundoqueprestensemejantesuma,niaunsobrelacoronadeFrancia.

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Luis,crispandosuspuñosechóatrássusillón.

—Bien—dijo—;mihermanoelreydeInglaterrasemorirádehambre.

—Majestad —contestó con el mismo tono Mazarino—, recordad elproverbioqueosenseñoenestecasocomoexpresióndelamássanapolítica:«Alégratedeserpobrecuandotuvecinoespobretambién».

El reymeditóunosmomentos, derramandoalmismo tiempounamiradacuriosasobreelpapel,queenelmismopuntodesaparecióbajolaalmohada.

—Entonces—dijo—,¿hayimposibilidadenhacerjusticiaamisolicitaddedinero,señorcardenal?

—Absoluta,Majestad.

—Pensadenqueestomeproporcionarámástardeunadversario,sisubealtronosinmiauxilio.

—SiVuestramajestad no tememás que eso, puede tranquilizarse—dijoconvivezaelcardenal.

—Bueno,noinsistomás—dijoelrey.

—¿He llegadoaconvenceros?—preguntóel cardenalponiendosumanosobreladelrey.

—Perfectamente.

—Solicitad cualquiera otra cosa, seré feliz en concederla, habiéndoosrehusadoésta.

—¿Cualquieraotracosa?

—¡Sinduda!¿NoestoyabsolutamenteadisposicióndeVuestraMajestad?¡Hola!

¡Bernouin,antorchas;guardiasparaSuMajestad!SuMajestadvuelveasuaposento.

—Aún no, cardenal, y puesto que ponéis vuestra buena voluntad a midisposición,voyausardeella.

—¿Paravos?—preguntóelcardenal,esperandoqueporfinibaatratarsedesusobrina.

—No,señor,noesparamí,sinoparamihermanoCarlostambién.

ObscurecióseelsemblantedeMazarino,ymurmuróalgunaspalabrasqueelreynopudoentender.

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CapítuloXI

LapolíticadelseñorMazarino

Envezdeaquellaespeciededudaconqueuncuartodehoraantessehabíaacercadoel rey, al cardenal, podía leerse ahora en susojos aquellavoluntadcontra la cual puede lucharse, y que podrá destruirse quizá por su propiaimpotencia, pero que al menos conserva como una llaga en el fondo delcorazónelrecuerdodesuderrota.

—Estavez, cardenal, se tratadeuna cosamás fácil de encontrar queunmillón.

—¿Talcreéis,Majestad?—dijoSuEminenciamirandoalreyconaquellamiradaastuta,queleíaenlomásprofundodeloscorazones.

—Sí,locreo,ycuandosepáiselfindemidemanda…

—¿Ycreéisquenolosé,Majestad?

—¿Sabéis lo que me resta deciros? Oíd las propias palabras del reyCarlos…

—¡Oh!¡Veamos!

—Oíd: «Y si ese avaro, si ese pícaro italiano», ha dicho el… ¡Señorcardenal…!

—Esteeselsentido,sinolaspalabras.¡Diossanto!Nolequieromalporesto. Cada uno ve con sus pasiones. Repito que ha dicho: «Y si ese pícaroitalianoosniegaelmillónquelepedimos,sinosvemosprecisados,faltosdedinero, a renunciar a la diplomacia, entonces le pediremos quinientoscaballeros».

Elreyexperimentóunmovimientodeagitación,SuEminencianosehabíaequivocadomásqueenelnúmerodehombres.

—¿No es cierto, Majestad, que es así? —dijo el ministro con acentotriunfante.

Enseguidaañadió:

—El rey Carlos ha dicho: «Tengo amigos al otro lado del Estrecho, aquienes sólo falta un jefeyunabanderadeFrancia, se aliarán amí, porquecomprenderán que tengo vuestro apoyo. Los olores del uniforme francésvaldránamiladoelmillónquenoshayadenegadoelseñorMazarino(porquesabía muy bien que yo negaría este millón). Venceré con estos quinientoscaballeros,ytodoelhonorserávuestro».Estoesloquehamanifestado,pocomás o menos, ¿no es verdad? Envolviendo estas palabras en metáforas

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resplandecientesyenimágenespomposas,porquetodossonhabladoresenlafamilia.Supadrehablóhastaenelpatíbulo.

El sudor de la vergüenza corría por la frente del rey, sintiendo que nocorrespondíaasudignidadoír insultardeesemodoasuhermano;pero,aúnno sabía tener voluntad, sobre todo frente aquél, ante quien todos se habíandoblegado,hastasumismamadre.

Alfinhizounesfuerzo.

—Pero,señorcardenal,nosonquinientoshombres,sinodoscientos.

—Yaveisquehabíaadivinadoloquepedía.

—Nuncahenegadoque tuviesesunamiradaprofunda,yporestomismohepensadoquenonegaríaisamihermanoCarlosunacosatansencillaytanfácilde conceder como laqueospidoen sunombre, señor cardenal, omásbienenelmío.

—Majestad —dijo el cardenal—, treinta años hace que ocupo de lapolítica; primero, en unión del señor cardenal Richelieu, y luego solo. Estapolítica noha sido siempremuyhorada,menester es confesarla, pero jamásdescabellada. Bien; pues la que en este momento me propone VuestraMajestad,esdeshonrosaytorpealapar.

—¡Deshonrosa!

—Majestad,habéishechountratadoconCromwell.

—Sí,enestemismotratado,Cromwellhafirmadoporencimademí.

—¿Yporqué firmasteis tanabajo?El señorCromwell encontróunbuensitio, y lo tomó; ésa era su costumbre. Pero vuelvo a Cromwell. Tenéis untratado con él, es decir, con Inglaterra, porque cuando firmasteis ese tratadoCromwelleraInglaterra.

—Cromwellhafallecido.

—¿EsocreéisMajestad?

—Sinduda,pueslehasucedidoRicardo,quiénhaabdicado.

—¡Estoesprecisamente!RicardohaheredadoalamuertedeCromwell,eInglaterraalaabdicacióndeRicardo.Eltratadoformapartedelaherencia,yaenmanosdeRicardo,yaenlasdeInglaterra.Eltratadoes,pues,válido,tantocomo nunca lo haya sido. ¿Por qué habíais de eludirlo,Majestad? ¿Qué hacambiado en él? Carlos II desea hoy lo que hace diez años rehusamosnosotros; pero éste es un caso previsto. Vuestra Majestad es aliado deInglaterra,ynodeCarlosII.Deshonrosoes,sinduda,bajoelpuntodevistadelafamilia,haberfirmadountratadoconunconunhombrequehahechocortar

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lacabezaalcuñadodelrey,vuestropadre,yhabercontratadounaalianzaconunParlamentotestaferro,convengoenqueestoesdeshonroso,peronotorpedesdeelpuntodevistapolítico,puestoquegraciasaesetratadohesalvadoaVuestraMajestad,menostodavía,delospeligrosdeunaguerraexterior,quelaFronda…¿osacordáisbiendelaFronda?—Elreybajólacabeza—.PerolaFronda hubiera complicado fatalmente. De esta manera, prueba a VuestraMajestadque,cambiarahoradecamino,sinpreveniranuestrosaliados,seríatorpeydeshonroso.Haríamoslaguerrateniendoelerrordenuestraparte; loharíamos,mereciendoquenoslahiciesen,ytendríamoselaspectodetenerla,provocándola al mismo tiempo; porque un permiso concedido a quinientoshombres,adoscientos,acincuenta,adiez,siempreesunpermiso.¡Unfrancéses la nación; un uniforme es el ejercito! Suponed, pongo por ejemplo que,tardeo temprano, tengáisguerraconHolanda, lacual,ciertamente, sucederátardeo temprano,oconEspaña,quesucederá,quizásinoserealizavuestromatrimonio. (Mazarino miró profundamente al rey), y hay mil causas, quepuedenhacerquenoserealice;ahorabien,¿aprobaríaisqueInglaterraenviasea lasProvinciasUnidas,oa la Infanta,un regimiento,unacompañía,niaununa partida de caballeros ingleses? ¿Juzgaríais esto en los límites de lohonrosoydesutratadodealianza?

LuisescuchabayleparecíaextrañoqueMazarinoinvocaselabuenafe;él,autordemuchassupercheríaspolíticasquesellamabanmazarinas.

—Pero al fin—dijo el rey—, sin autorización manifiesta, yo no puedoimpedirquecaballerosdemiEstadopasenaInglaterra,sitalessuvoluntad.

—Debéis obligarles a volver, Majestad, o al menos protestar contra supresenciacomoenemigosenunpaísaliado.

—Pero, finalmente, veamos; vos, señor cardenal, vos, un genio tanprofundo, busquemos un medio de proteger a ese pobre rey sincomprometernos.

—Eso es lo que yo no quiero,mi queridaMajestad—dijoMazarino—.Aunque Inglaterra obrase según mis deseos, no secundaría mejor misdesignios;desdeaquíhededirigir lapolíticade Inglaterra,mejorquedesdeotraparte.Gobernadacomohoyselagobierna,InglaterraenparaEuropaunnidoeternodepleitos.HolandaprotegeaCarlosII;dejadqueobreHolanda.Se enfadarán, se batirán, ellas son las dos únicas nacionesmarítimas: dejadquesedestruyanmutuamentesusmarinas,ynosotrosconstruiremoslanuestraconlosrestosdeesosnavíoscuandotengamosdineroparacomprarclavos.

—¡Oh!Todoestoquemedecísespobreymezquino,señorcardenal.

—Sí, pero cierto; confesadlo, Majestad. Hay más; concedo por unmomento la posibilidad de faltar a vuestra palabra y de eludir el tratado;

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muchasvecessevequefaltaalapalabraoseeludeuntratado;peroescuandosetienegranempeñoocuandopor todaspartesseencuentranestorbosenelcontrato. Pues bueno, Vuestra Majestad autorizaría el compromiso que ospide, y Francia, o su bandera, que es lo mismo, pasaría el Estrecho ycombatiría;peroFranciaseríaderrotada.

—¿Porqué?

—¡Pues a fe que es un hábil general Su Majestad Carlos II, y que lajornadadeWorcesternosdaexcelentesgarantías!

—Yanotendránningúnchoque,conCromwell,señorcardenal.

—Sí, pero los tendrá con Monk, que es mucho más peligroso. Aquelintrépidofabricantedecervezadequehablábamoserauninspiradoqueteníamomentosdeexaltaciónydeexpansiones,durante lascualesabríansecomoun toneldemasiado lleno;entoncesseescapabanporsushendidurasalgunasgotas de pensamiento, y por muestra se conocía el pensamiento entero; asíCromwellnoshadejadopenetrarmásdediezvecesensualma,cuandomásdediezveces en sualma, cuandomás se la creía envuelta en triple capadebronce, como dice Horacio. Pero ¡Monk! ¡Majestad! El cielo os guarde detratarjamásdepolíticaconelseñorMonk.Élesquienenelespaciodeunañohavueltogrisesmiscabellos.Monknoesuninspirado,pordesgracia;esunpolíticoquenoseubre, sinoqueseconcentra.Hacediezañosque tiene losojos fijos sobre un objeto, y nadie ha podido saber, cuál sea. Todas lasmañanas,comoloaconsejabaLuisXI,quemasugorrodedormir.Asíes,queeldíaenqueesteplan,lentaysolitariamentemadurado,estalle,estallarácontodaslascondicionesdeéxitoqueacompañansiemprealoinesperado.EseesMonk,Majestad,dequien talveznohayáisoídohablar jamás, cuyomismonombrenoconocíais,quizá,antesquevuestrohermanoCarlos,quesabemuybienloquees:él,lopronunciaseenvuestrapresencia;estoes,unamaravilla,de profundidad y de tenacidad, las dos únicas cosas en que se embotan laimaginación y el valor. Yo he tenido, imaginación. Puedo envanecerme enello, ya que me lo echan en cara. Con estas dos cualidades he hecho unacarrerabrillante,puestoquedehijodeunpescadordePiscinahellegadoaserprimer ministro del rey de Francia, y que con tal cualidad, bien, lo sabeVuestraMajestad, he prestado; algunos servicios al trono. Pues bien, si yohubieraencontradoaMonkenmicamino,en lugardeencontraralseñordeBeaufort,alseñordeRetzoalpríncipe,estaríamosperdidos.Comprometeosdeunamaneraligera,ycaeréisenlasgarrasdéesesoldadopolítico.ElcascodeMonkesuncofredehierro,cuyofondocontienesuspensamientos,ydelcualnadietienelallave.Asíesquemeinclinoantesupresencia,yoquesólotengounbirretedeterciopelo.

—¿YquépensáisquequiereMonk?

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—Si lo supiera;Majestad,noosdiríaquedesconfiaseisdeél,porqueyosería el más fuerte; pero con él tengo miedo de adivinar, ¡de adivinar!¿Comprendéisestapalabra?

—Pues si creo haber adivinado, me fijaré en una idea, y a pesar mío,perseveraréenesaidea.DesdequeesehombreestáenelpoderdeInglaterra,yo soy como aquellos malditos de Dante a quienes Satanás ha retorcido elcuello,quemarchanadelante,mirandohaciaatrás:veoporelladodeMadrid,pero no pierdo de vista a Londres. Adivinar con ese demonio de hombreesengañarse,yengañarseesperderse.Diosmelibredeintentarnuncaadivinarloque desea: me limito, y esto es bastante, a espiar lo que hace. Yo creo(¿entendéis la intención de las palabras yo creo? Yo creo, con respecto aMonk, no compromete a nada); yo creo que tiene buenamente ganas desucederaCromwell;CarlosIIlehahechoyaproposicionespormediodediezpersonas, y se ha contentado con despedirlas, sin decirles otra cosa que«Marchaosuoshagoahorcar»¡Estehombreesunsepulcro!EnestemomentomanifestóseMonkmuy adicto al Parlamento; pero a mí no me engaña esaadhesión;Monk no quiere ser asesinado, pues un asesinato lo detendría enmediode suobra, y esmenester que suobra se lleve a término.Así esquecreo, pero no creáis en lo que yo creo,Majestad; digo creo por costumbre;creoqueMonkcontemplaalParlamentohastaeldíaenquelodestruya.Os,pidenespadas,peroesparalucharcontraMonk.DiosnosguardedebatirnoscontraMonk,Majestad,porqueMonknosvencerá,yvencidosporél,¡nomeconsolaría enmi vida! Yo diría queMonk había previsto esta victoria diezañosantes.PorDios,Majestad,porlaamistadqueostengo,yaquenoporlaconsideraciónqueosdebo,queCarlosIIpermanezcaquieto.VuestraMajestadle asignará aquí una corta renta, y le dará uno de sus castillos. ¡Ah! Pero,esperad. ¡No me acordaba del tratado, de ese famoso convenio de quehablábamoshacepoco!¡VuestraMajestadnotieneniaunelderechodedarleuncastillo!

—¿Cómo?

—Sí,sí;SuMajestadsehacomprometidoanodarhospitalidadal rey,yaunahacerlesalirdeFrancia.¡Poresolehicimossalir,ysinembargovuelve!Supongo que haréis entender a vuestro hermano que no puede permanecerentrenosotros,queestoesimposible,quenoscompromete,oyomismo…

—¡Basta! —murmuró Luis XIV levantándose—: Que me neguéis unmillónestáenvuestroderecho;vuestrosmillonessonvuestrosquemeneguéisdoscientos caballeros también está en vuestro derecho, porque sois primerministro,ytenéislaresponsabilidaddelapazylaguerra;peroquepretendáisimpedirme,amí,elrey,quedéhospitalidadalnietodeEnriqueIV,amiprimohermano, al amigo demi infancia…Aquí se detiene vuestro poder, aquí daprincipiomivoluntad.

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—Majestad —dijo el cardenal—, encantado de verse libre a tan pocoprecio,yqueporotrapartesólohabíacombatidocontantoardorparallegaraesto, siempremedoblegaréante lavoluntaddemi rey; conserve,pues, a suladooenunodesuscastillosalreydeInglaterraqueMazarinolosepa,masqueelministroloignore.

—Buenasnoches—dijoLuisXIV—;mevoydesesperado.

—Peroconvencido,queeslonecesario,Majestad—repusoMazarino.

Elreynocontestó,yseretirópensativoyconvencido,nodetodoloquelehabíadichoMazarino, sinoalcontrario,dealgoquesehabíaguardadomuybiendedecirle,yqueera,lanecesidaddeestudiarseriamentesusasuntosylosdeEuropa,porquelosveía,difícilesyobscuros.

LuisencontróalreydeInglaterrasentadoenelmismositioenquelohabíadejado.

Alverle levantóseelpríncipe inglés;peroalprimergolpedevistavio ladesesperaciónescritaconletrassombríassobrelafrentede:suprimo.

Entonces,tomólapalabraélprimero,comoparafacilitaraLuislapenosaconfesiónqueteníaquehacerle:

—Sea lo que fuere —dijo—, nunca olvidaré toda la bondad, toda laamistaddequemehabéisdadoprueba.

—¡Ah! —replicó sordamente Luis—. ¡Buena voluntad estéril, hermanomío!

CarlosIIpúsoseextremadamentepálido,pasóunamanofríaporsufrente,yluchóunosinstantescontraundesvanecimientoquelehizovacilar.

—Comprendo—dijoporfin—,¡nohayesperanza!

LuistomólamanodeCarlosII.

—Esperad; hermano mío, no os precipitéis; todo puede cambiar; lasdecisionesextremassonlasquearruinanlascausas;añadid,ossuplico,unañodepruebamásalosqueyahabéissufrido.Nohayocasiónnioportunidadparadecidiros a obrar en este instante más bien que en otro; quedaos conmigo,hermano,quéyoosdaréunademisresidencias,laquemásosagradehabitar,unido a vos; tendremos fijos los ojos en los acontecimientos y losprepararemosjuntos.¡Vamos,hermano,ánimo!

Carlos II retiró sumano de la del rey, y, retrocediendo para saludar conmásceremonia:

—Gracias, Majestad —repuso—, ya que he suplicado sin éxito al masgrandedelatierra,voyahoraapedirunmilagroaDios.

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Ysalió,sinquererescucharmás,lafrentealta,lamamotrémula,conunacontraccióndetristezaensunoblesemblante,yaquellasombríaprofundidaddemiradaque,noencontrandoesperanzaenelmundodeloshombres,pareceirmásalláapedirlaenmundosdesconocidos.

Viéndolepasarlívido,eloficialdemosqueterosseinclinócasiderodillasparasaludarle.

Y enseguida tornó una antorcha, llamó a dosmosqueteros y bajó con eldesdichado rey la desierta escalera, teniendo en la mano izquierda susombrero,cuyaplumabarríalospeldañosdeella.

Cuandollegóalapuerta,preguntóalreyporquéladosedirigía,afindeenviarallímosqueteros.

—Caballero—respondióCarlos II amedia voz—,vosque conocisteis ami padre, decidme, ¿habéis tal vez rezado por él? Si así es, nome olvidéistampocoenvuestrasoraciones.Ahoramevoy solo,yos suplicoquenomeacompañéis,yquetampocomehagáisacompañarmáslejos.

Eloficialinclinóseyenvióalosmosqueterosalinteriordelpalacio.

Peroélpermanecióuninstantebajoelporche,paraveraCarlosIIalejarseyperderseenlasombradelatortuosacalle.

—A éste, como en otro tiempo a su padre—dijo—,Athos, si estuvieraaquí,diríaconrazón:

—¡Saludalamajestadcaída!Luegosubiólaescalera.

—¡Ah! ¡Qué villano servicio hago! —decía a cada escalón—. ¡Ah!¡Miserableamo!¡Estavidanoestolerable,yyaestiempodequeyotomeunpartido…!¡Másgenerosidad,másenergía!—prosiguió—.Vamos,elmaestrohaconseguidosuobjeto,yeldiscípuloestámuertoparasiempre.¡Pardiez!Noconsentiréenello.Vamos,vosotros—continuóentrandoenlaantecámara—,¿qué hacéis aquímirándome así?Apagad esas luces ymarchaos a vuestrospuestos.¡Ah!¿Meguardáis?Sí,veláispormí,¿noesverdad,buenasgentes?¡Valientesnecios!Yono soy el duquedeGuisa, yno seme asesinará en elpasillo.Además—añadióenvozbaja—,ésaseríaunaresolución,yyanosetoman resoluciones desde la muerte del señor cardenal de Richelieu. ¡Ah!¡Aquélsíqueeraunhombre!¡Yalotengodecidido!¡Desdemañanaahorcolacasaca!

Pero,mudandodeconsejo:

—No—dijo—, todavía tengo que hacer una prueba suprema, y la haré;perojuroqueéstaserálaúltima,¡viveDios!

Nohabíaterminadodehablar,cuandosalióunavozdelacámaradelrey.

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—¡Señorteniente!—dijolavoz.

—Aquíestoy—respondió.

—Elreydeseahablaros.

—Vamos—dijoelteniente—,talvezseaparaloqueyopienso.

Yentróenlahabitacióndelrey.

CapítuloXII

Elreyyelteniente

Cuandoelreyvioasuladoaloficial,despidióalgentilhombreyalayudadecámara.

—¿Quiénestámañanadeservicio,caballero?—preguntóentonces.

—Yo,Majestad.

—¿Cómo,vostambién?

—Siempreyo.

—¿Yporqué,caballero?

—CuandolosmosqueterossalimosdeviajecubrimostodoslospuestosdelaguardiadeVuestraMajestad;esdecir,elvuestro,eldelareinamadreyeldelseñorcardenal,quetomaprestadoalreylamejorparte,osea,lapartemásnumerosadesuguardiareal.

—Pero¿ylosdescansos?

—No hay descansos más que para veinte o treinta hombres, de cientoveinte.EnelLouvreesdistinto;siyoestuvieraenelLouvre,confiaríaenmisargento;pero,enmarcha,nosesabeloquepuedesuceder;además,meplacehacermisasuntospormímismo.

—Así,¿estáisdeguardiatodoslosdías?

—Ytodaslasnoches,Majestad.

—Caballero,yonopuedosufrireso,ydeseoquedescanséis.

—Estábien,Majestad,peroyonoquiero.

—¿Cómo?—murmuró,elrey,quenocomprendióalprontoelsentidodeestarespuesta.

—Digoquenoquieroexponermeaunafalta.Sieldemoniohadejugarme

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una mala partida, como conoce al hombre con quien tiene que habérselas,escogeráelmomentoenqueyonoestéaquí.Miobligación,antetodo,ylapazdemiconciencia.

—Peroenesteoficio,señor,osmataréis.

—¡Bah! Hace ya treinta y cinco años qué ejerzo este oficio, y soy elhombre de Francia y de Navarra que goza de mejor salud. Por lo demás,Majestad, no os preocupéis de mí. Esto me parecería, muy extraño, enatenciónaquenoestoyhabituadoaello.

Elreycortóderepentelaconversaciónconunanuevapregunta.

—¿Luegoestaréisaquímañana?

—Comoahora,Majestad.

El reydioentoncesunasvueltaspor la cámara, siendo fácil conocerqueardíaendeseosdehablar,peroqueleconteníaciertotemor.

El teniente,depie, inmóvil, conel sombreroen lamanoyelpuñoen lacadera,contemplabaaquellasevoluciones,yalavezmurmurabamordiéndoseelbigote.

—No tiene resoluciónpara nada; palabra de honor.Apostemos a quenohabla.

El rey seguía andando, y fijaba alguna que otra vez una mirada en elteniente.

—Essumismopadreenpersona—continuó,ésteensusecretomonólogo—;es,alpropiotiempo,orgulloso,avaroytímido.¡Malhayaunamoasí!

Luisdejódeandar.

—¡Teniente!—gritó.

—Aquíestoy,Majestad.

—¿Por qué habéis gritado esta noche, allá en la sala de recepción; «LaguardiadeSuMajestad»?

—Porquemedisteisesaorden,Majestad.

—¿Yo?

—Vosmismo.

—Enverdadnodijeunapalabradeeso.

—Majestad,unaordensedaconunsigno,conungesto,conunamirada,tan franca y claramente como con la palabra, Un servidor que solo tuvieraoídos,noseríamásquelamitaddeunbuenservidor.

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—Así,sonmuypenetrantesvuestrosojos.

—¿Porqué?

—Porquevenloquenoexiste.

—Enefecto,Majestad,misojossonbuenos,aunque,hayanservidomuchoyporlargotiempoasudueño;demodoquesiemprequetienenqueveralgo,nunca desperdician la ocasión. Esta noche, pues, han visto que VuestraMajestadmirabaconsúplicaselocuentes,primeroaSuEminencia,luegoaSuMajestadlareinamadre,yporfin,alapuertapordondesesalía;yhannotadotambién todo lo que acabo de decir, que han visto a los labios de VuestraMajestadpronunciarestaspalabras:«¿Quiénmesacarádeaquí?».

—¡Caballero!

—O cuando menos esto, Majestad: «¡Mis mosqueteros!». Entonces, novacilé. Esa mirada era para mí; la palabra era para mí; y grité: «¡Losmosqueterosdelrey!».Yestoestancierto,quenosólonomehareprendidoVuestraMajestad,sinoquemehadadolarazónmarchándosealinstante.

Elreyvolviósedeespaldasparasonreírse,ydespuésdealgunossegundosfijósus limpiosojosenaquella fisonomía tan inteligente, tanaudazy firme,quepodíadecirseelperfilenérgicoyfierodeláguilaenfrentedelsola.

—Bienestá—dijodespuésdeuncortosilencio,duranteelcualpretendió,aunqueenvano,hacerbajarlosojosasuoficial.

Peroviendoéstequeelreynodecíayanada,girósobresustalonesydiotrespasosparairse,murmurando:

¡Nohablará,pardiez,nohablará!

—Gracias,caballero—dijoentonceselrey.

—En verdad —continuó el teniente—, no hubiera faltado más que serreprendidoporsermenostontoqueotros.

Yseencaminóhacialapuerta,haciendosonarmilitarmentesusespuelas.

Masalllegaralumbralconocióqueeldeseodelreyleimpelíahaciaatrás,ysevolvió.

—¿Vuestra Majestad, tiene algo más que mandarme? —preguntó conacento imposible de describir, pero que sin parecer provocar la confianzaregia,conteníaunafranquezatanpersuasiva,queelreycontestóalinstante:

—Sítal,señor,aproximaos.¡Vamos!—murmuróeloficial—.¡Yacae!

—Escuchadme.

—Nopierdoniunapalabra,Majestad.

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—Montaréis a caballo a eso de das cuatro ymedia de lamañana, ymeprepararéisotrocaballoparamí.

—¿DelascuadrasdeVuestraMajestad?

—No,deunodevuestrosmosqueteros.

—Estábien,Majestad.¿Nadamás?

—Ymeacompañaréis.

—¿Sólo?

—Sí.

—¿VendréabuscaraVuestraMajestad,oleesperaré?

—Meesperaréis.

—¿Dónde,Majestad?

—En la puertamenor del parque. El teniente se inclinó, comprendiendoqueelreyhabíadichocuantoteníaquedecir.

Efectivamente,elreylodespidióconademánmuyamistoso.

Eloficialsaliódelacámaradelreyyvolvióacolocarsefilosóficamenteensu silla, donde lejos de dormir, como pudiera creerse en vista de la horaavanzadadelanoche,sepusoareflexionarmásprofundamentequenunca.

El resultado de estas reflexiones no fue tan triste como habían sido losprecedentes.

—¡Vamos!Yahaempezado—dijo—.Elamorleconduceyélmarcha.Elrey es nulo en su casa, pero el hombre puede que valga algo. Además, yaveremosmañana…¡Oh!—exclamódepronto levantándose—.¡Heaquíunaideagigantesca,pardiez!¡Talvezmifortunaestéporfinenestaidea!

Despuésdeestaexclamación,eloficialselevantóymidióapasoslargos,con las manos en los balsillos de su casaca, la inmensa antecámara que leservíadealojamiento.

La bujía llameaba con fuerza al esfuerzo de una brisa fresca queintroducíase por las rendijas de la puerta y las hendiduras de la ventana, ycortaba la sala diagonalmente. Proyectaba una luz rojiza y desigual; unasvecesradiante,otrasamortiguada;yse,veíaandarporlaparedlasombradelteniente, cortada en silueta, cómo una figura de Callot, con la espada enespetónyelfieltroempenachado.

—O yo me equivoco —murmuraba—, o Mazarino tiende un lazo alenamorado joven;Mazarinohadadoestanocheunacitayunadirección tancomplacientecomohubiesepodidodarlaelmismoseñorDangeau.Yoheoído

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y conozco el valor de las palabras. «Mañana por la mañana», ha dicho,«pasaránalaalturadelpuentedeBlois».¡ViveDios!¡Estoesclaro,ysobretodo para un enamorado! Por eso ha sido ese embarazo, ese vacilar, y esaorden. «Señor teniente de mis mosqueteros, a caballo a las cuatro de lamañana».Locualestanclarocomosimehubieradicho:«Señortenientedemismosqueteros,mañanaalascuatroenelpuentedeBlois,¿comprendéis?».Aquíhay,pues,unsecretodeEstado,queyo,miserabledemí,poseoaestashoras.¿Yporquéloposeo?Porquetengobuenosoídos,comodecíahacepocoSu Majestad. ¡Dicen que ama apasionadamente a esa muñequita de Italia!¡Dicenquesehaechadoalospiesdesumadreparapedirlecasarseconella!¡DicenquelareinahaconsultadoconlacortedeRoma,pornosabersiseríaválido esematrimonio hecho contra su voluntad! ¡Oh! ¡Si yo tuviese ahoraveinticinco años…! ¡Oh! ¡Si tuviese aquí a mi lado aquéllos a quienes notengo! ¡Oh! ¡Si yo despreciase tan profundamente a todo el mundo, yoenredaría al cardenal con la reinamadre, aFrancia conEspaña, y haría unareinaamimanera!¡Pero,bah!

—Ese miserable italiano, ese pícaro, ese avaro que acaba de negar unmillónalreydeInglaterra,nomedaríatalvezciendoblonesporlanoticiaquelellevase.¡Oh!¡Yacaigoenniñeríasymeembrutezco!¡Mazarinodarhilada!¡Ja,ja,ja!

Yeloficialechóseareírformidablemente.

—Durmamos—dijo,durmamos,ymuypronto; tengoelespíritucansadodeestanoche,ymañanapercibirémásclaroquehoy.

Y a esta recomendación, hecha a sí propio, se envolvió en la capa,mofándosedesuregiovecino.

Cinco minutos después dormía con los puños cerrados y los labiosentreabiertos,dejandoescapar,nosusecreto,sinounronquidoarmoniosoqueseextendíacómodamentebajolamajestuosabóvedadelaantecámara.

CapítuloXIII

MaríaMancini

Nobien iluminabaelsolconsusprimerosrayos losgrandesbosquesdelparque y las altas atalayas del castillo, cuando el joven rey, despierto hacíamásdedoshorasporelinsomniodelamor,abrióporsímismoelpostigodelaventana,yechóunamiradacuriosaporlospatiosdelpalaciodormido.

Vioqueeraya, lahoraseñalada,pueselgranrelojdelpatioseñalabalas

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cuatro y cuarto no quiso despertar a su ayuda de cámara, que dormíaprofundamente a cierta distancia, y vistióse solo; pero el criado, creyendohaber faltado a su deber, se acercó al rey, que le envió a su dormitorio,recomendándoleelmásprofundosilencio.

Entoncesbajólaescalera,salióporunapuertalateralypercibióalolargodelmurodelparqueunjinetequeteníadelabridaotrocaballo.

Nopodíaconocerseaestejinete,envueltoensucapay,cubiertoelrostroconelsombrero.

Encuantoalcaballo,ensilladocomoeldeunaldeanorico,noofrecíanadanotable;niaunparaelojomásexperto.

Elreyseacercóatomarlariendadeestecaballo,yeloficiallesostuvoelestribo sin desmontar, pidiendo, al mismo tiempo, con voz discreta lasórdenes,deSuMajestad.

—Seguidme,contestóLuisXIV.

Eloficialpusosucaballoal trotedetrásdeldesuseñor,y,deestemodobajaronhaciaelpuente.

CuandoestuvieronenlaorilladelLoira.

—Caballero—dijoelmonarca,vaisahacermeel favordepicaradelantehastaquediviséisunacarroza,encuyocasoretrocederéisparadecírmelo;yoesperoaquí.

—¿Se dignará Vuestra Majestad darme algunos pormenores sobre lacarrozaquellevoencargodedescubrir?

—Unacarrozaenlaqueveréisdosseñoras,ytalveztambiénsucomitiva—dijoelrey.

—Majestad,noquisieraequivocarme:¿hayademásalgúnotrosignoporelcualpuedareconoceresacarroza?

—Probablemente,llevarálasarmasdelseñorcardenal.

—Está bien, Majestad —replicó el oficial, enteramente impuesto en elobjetodesureconocimiento.

Entoncespusosucaballoal trote,picandoenladirecciónindicadaporelrey. Mas apenas hubo andado quinientos pasos, cuando vio detrás de unmontículo,primerocuatromulasydespuésunapesadacarroza.

Enpos de esta carroza venía otra.No fue necesariomás queunaojeadaparaasegurarsedequeaquélloseranloscarruajesquehabíanidoabuscar.

Almomentovolviógrupas,yacercándosealrey:

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—Majestad—dijo ahí están las carrozas.Laprimera, en efecto, condosseñoras y sus mujeres de servicio; la segunda lleva algunos criados;provisionesyequipajes.

—Bien,bien—respondióelreyconvozmuyconmovida—.OsruegoquevayáisadeciraesasdamasqueuncaballerodelaCortedeseapresentarlessusrespetossolamenteaellas.

Eloficialpartióalgalope.

—¡Pardiez! —iba diciendo al correr—. He aquí un empleo nuevo yhonroso,¡porCristo!Mequejabadenosernadaysoyelconfidentedelrey.¡Unmosquetero!¡Voyareventardeorgullo!

Aproximóse a la carroza y desempeñó su comisión como mensajeroeleganteyentendido.

Dos damas iban, en efecto, en la carroza; la una de extraordinariahermosura, aunque algo delgada; la otramenos favorecida por la naturalezaperomásviva,másgraciosa,yreuniendoenlosligerosplieguesdesufrentetodaslaspruebasdeunavoluntaddecidida.

—Susojosvivosypenetranteshablabanmáselocuentementequetodaslasfrasesamorosascorrientesdeaquellostiemposdegalantería.

AéstafuealaquesedirigióD’Artagnansinengañarse,aunque,comoyahemosdicho,laotrafuesequizámásbonita.

—Señoras—dijo—, soy el teniente de losmosqueteros, y en el caminohayuncaballeroqueosaguardayquedeseapresentarossusrespetos.

A estas palabras, cuyo efecto, seguía curiosamente la dama de los ojosnegros, dio un grito de alegría, se inclinó fuera de la portezuela, y, viendocorreralcaballero,tendiólosbrazosgritando:

—¡Ah!¡MiqueridaMajestad!Ylaslágrimassaltarondesusojos.

Elcocherodetuvolasmulas,lasmujeresdeserviciolevantáronseconfusasen el interior de la carroza, y la segunda dama esbozó una reverencia,terminada por lamás irónica sonrisa que la envidia haya podido dibujar enlabiosdemujer.

—¡María! ¡Querida María! exclamó, el monarca estrechando entre susmanoslamanodeladamadelosojosnegros.

Yabriendoélmismolapesadaportezuela,laatrajofueradelacarrozacontantoardor,quesehallóensusbrazosantesdetocartierra.

El teniente,desdeelotroladodelacarroza,veíayoíasinsernotado.Elreyofreciósubrazoa laseñoritaManciniehizoseñaa loscocherosya los

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lacayosdequecontinuasensucamino.

Seríanlasseispocomásomenos;elcaminoerafrescoydelicioso;grandesárboles, con sus follajes todavía cuajados de dorado fruto, dejaban filtrar elrocío de la mañana suspendido como diamantes líquidos en sus moviblesramas;lahierbaseextendíaalpiedelashayas,lasgolondrinasdescribíansucursoentreel cieloyel agua,yunabrisa,perfumadapor losbosquesen suflorescencia, corríaa lo largodeestecaminoy rizaba la sabanadeaguadelsilencioso río. Todas estas bellezas del día, todos estos perfumes de lasplantas, todasestasaspiracionesde la tierrahaciaelcieloembriagabana losdosenamorados,quemarchabanapoyadoelunoenelotro,conlosojosenlosojos,lasmanosenlasmanos,yqueretardandoelpasoporunmutuodeseo,noosabanhablardetantascosascomoteníanquedecirse.

EloficialadvirtióqueelcaballoabandonadoerrabaacáyalláeinquietabaalaseñoritaMancini.Fingióunpretextoparaacercarseydeteneralcaballo,y,andandoapieentrelasdoscabalgadurasqueconducíadeldiestro,noperdióniuna palabra ni un gesto de los dos amantes.La señoritaMancini fue la quecomenzó.

—¡Ah!¡MiqueridaMajestad!—exclamó—.¿Conquemeabandonáis?

—No—respondióelrey—;bienlosabéis,María.

—Sinembargo,¡tantomehabíandichoquecuandonosseparásemosyanoosvolveríaisaacordardemí!

—Querida Marta, ¿es ahora cuando advertís que estamos rodeados degentesinteresadasenengañarnos?

—¡Alfin,Majestad,eseviaje,esaalianzaconEspaña!¡Oscasan!

Luisbajólacabeza.

AlmismotiempoeloficialpudoobservarluciralsollasmiradasdeMaríaMancini,brillandocomounadagasacadadelavaina.

—¿Ynohabéishechonadapornuestroamor?—exclamólajovendespuésdeuninstantedesilencio.

—¡Ah,señorita!¿Cómopodéiscreereso?¡Mehearrojadoalospiesdemimadre,hepedido,hesuplicado,hedichoquetodamidichaconsistíaenvos;heamenazado!

—¿Yqué?—preguntóvivamenteMaría.

—¡Yqué!LareinamadrehaescritoalacortedeRoma,yselehadichoqueunauniónentrenosotrosnotendríaningúnvaloryqueseríadisueltaporelPadreSanto.Enfin,viendoquenohabíaesperanzaparanosotros,hepedidoquesedemore,cuandomenos,mimatrimonioconlainfanta.

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—Locualnoimpidequeestéisencaminoparairensubusca.

—¡Qué queréis! A mis peticiones, a mis ruegos, a mis lágrimas se harespondidoconlarazóndeEstado.

—¿Yqué?

—¡Yqué!¿Quéqueréishacer,señorita,cuandotantasvoluntadesseunencontramí?

EstavezfueMaríaquienbajólacabeza.

—Entonces, seránecesarioqueosdigaadióspara siempre—dijoella—.Vos sabéis queme destierran, queme sepultan; sabéis que hacenmás aún;sabéisqueamítambiénmecasan.

Luissepusopálidoyllevóseunamanoalcorazón.

—Yotambiénhesidomuyperseguida,yhubieracedidosisólosehubiesetratado de mi vida; mas he creído que se trataba de la vuestra, queridaMajestad,yhecombatidoparaconservaresvuestrobien.

—¡Oh,sí!¡Mibien!¡Miamor!murmuróelrey,quizáconmásgalanteríaquepasión.

—Elcardenalhubieracedido—dijoMaría—,sioshubieraisdirigidoaélinsistiendo.

¡El cardenal llamar, al rey deFrancia sobrino! ¿Comprendéis,Majestad?Todolohubierahechoporesto,aunlaguerramisma;SuEminencia;segurodegobernarsolo,bajoeldoblepretextodequeélhabíaeducadoalreyyélhabíadado su sobrina, hubiera combatido contra todas las voluntades y destruidotodoslosobstáculos.¡Oh!Majestad,Majestad,osrespondodeello.Soymujeryveoclaroentodoloqueesamor.

Estas palabras produjeron en el rey una impresión singular. Hubiérasedichoqueenlugardeexaltarsupasiónlaenfriaban;acortóelpasoydijoconprecipitación:

—¡Quéqueréis,señorita!Todosehafrustrado.

—Exceptovuestravoluntad,¿noesverdad,miqueridaMajestad?

—¡Ah!—dijoelreyruborizándose—.¿Tengoyoacasovoluntad?

—¡Oh! —murmuró dolorosamente la señorita Mancini herida por estaspalabras.

—El rey no tiene más voluntad que la que le dicta la lírica, la que leimponelarazónEstado.

—¡Oh!¡Esoesquénosentísamor!Simeamaseis,tendríaisvoluntad.

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Pronunciandoestaspalabras,Maríaalzólosojossobresuamante,aquienviopálidoymásconfundidoqueendesterradoquevaadejarparasiemprelatierradondenació.

—Acusadme—murmuróelrey—;peronomedigáisquenoosamo.Unlargosilenciósiguióaestaspalabras,queelmonarcahabíapronunciadoconunsentimientoverdaderoyprofundo.

—Yonopuedopensar—prosiguióMaría,intentandoelúltimoesfuerzo—,que mañana, pasado mañana, ya no os veré más; no puedo pensar en ir aterminar mis tristes días lejos de París, que los labios de un viejo, dé undesconocido, toquen esa mano que tenéis entre las vuestras; no, no puedopensarenesosin,quesedesesperemicorazón.

YMaríaMancinisedeshizoenlágrimas.

Elrey,enternecidoporsuparte,llevóseelpañueloaloslabiosysofocóunsollozo.

—Mirad —dijo María—, los carruajes se han parado, mi hermana meespera,lahoraessuprema,loquevaisadecirquedarádecididoparasiempre.¡Oh,Majestad! ¿Estáis dispuesto aqueospierda? ¿Queréis, pues,Luis, queaquélla a quien habéis dicho «os amo» pertenezca a otro que a su rey, a suseñor,asuamante?¡Oh!¡Ánimo,Luis!¡Unapalabra,unasolapalabra!Decid:«Yo quiero», y toda mi vida quedará encadenada a la vuestra y todo micorazónosperteneceráparasiempre.

Nadacontestóelrey.

—María le miró entonces, como Dido miró a Eneas en los CamposElíseos,desdeñosayairada.

—¡Adiós,pues,dijoadióslavida,adióselamor…!

Ydiounpasopararetirarse.

Elreylaretuvo,leasióunamano,quellevóasuslabios,yarrastrándoleladesesperaciónporelpartidoqueparecíahabertomadointeriormente,dejócaersobre aquella linda mano una lágrima ardiente de sentimiento que hizoestremeceraMaría,comosiefectivamenteesalágrimalahubiesequemado.

Violosojoshúmedosdelmonarca;sufrentepálida,suslabiosconvulsos,yexclamóconacentoimposiblededescribir:

—¡Oh!¡Soisrey,lloráis,yyomevoy!

Portodacontestación,elreyocultósurostroenelpañuelo.

El oficial dio una especie de rugido que espantó a los dos caballos.Emocionada la señorita Mancini dejó al rey y subió precipitadamente a la

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carroza,gritandoalcochero:

—¡Partid,partidpronto!

El cochero obedeció fustigando a las mulas, y la pesada carrozaconmovióse sobre sus ejes chillones, mientras el rey de Francia, solo yabatido,noseatrevíaamirarniadelanteniatrás.

CapítuloXIV

SuMajestadyeltenientepatentizansurespectivamemoria

Cuandoel rey, lomismoque todos losamantesdelmundo,hubomiradopormuchotiempoyatentamentecómodesaparecíaenelhorizontelacarrozaquellevabaasuamada;cuandosehubovueltoyrevueltocienveceshaciaelmismositio,ycuando,porfin,hubopodidocalmaruntantolaagitacióndesupechoydesualma,seacordódequenoestabasolo.

El oficial continuaba teniendo el caballo de la brida, sin perder todaesperanzadequeelreyvolviesedesuresolución.

Aúnhabía el recurso demontar a caballo y correr al ladode la carroza;nadasehabríaperdidoporaguardar.

Perolaimaginacióndeltenientedemosqueteroserademasiadobrillanteyricadejóatrásladelrey,queseguardóbiendellevarseatalexcesodelujo.

Contentóseconacercarsealoficial,aquiendijocondolientevoz:

—Vamos…hemosterminado…acaballo.

Eloficialimitósumanera,suangustia,ycabalgólentaytristementesobresumontura;elreypicódelanteyeltenientelesiguió.

Guando llegaron al puente, Luis volvióse por última vez. El oficial,pacientecomoundiosquetienelaeternidaddelanteydetrásdesí,esperoaúnquevolviesea la energía,pero todo fueenvano.El rey llegóa la callequeconducíaalcastilloyentróenélcuandodabanlassiete.

Habiendopenetrado en el castillo el rey, yhabiendo elmosqueterovistomuybien,élquetodoloveía,levantarseenlaventanadelcardenalunplieguedelatapicería,exhalóunprofundosuspiro,cómoquiensevelibredelosmásopresoreslazos,ydijoamediavoz:

—Nohaydudaqueestohaterminado.

Elreyllamóasugentilhombre.

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—Norecibiréanadieantesdelasdos,¿entendéis,caballero?Majestad—observóelgentilhombre—,hay,sinembargo,alguienquesolicitapasar.

—¿Quién?

—Vuestrotenientedemosqueteros.

—¿Elquemehaacompañado?

—Sí,Majestad.

—¡Ah!—dijoelrey—.Vaya,quépase.

Eloficialentró.

El rey hizo una seña, a la cual salieron el gentilhombre y el ayuda decámara.

Luissiguiólosconlosojoshastaquecerraronlapuerta,ycuandovolvieronacaerlastapiceríasquelacubrían:

—Me recordáis convuestra presencia, caballero—dijo elmonarca—, loquehabíaolvidadoencargaros,esdecir,ladiscreciónmásabsoluta.

—¡Oh! ¿Por qué se toma Vuestra Majestad el trabajo de hacerme talrecomendación?Biensevequenomeconocéis.

—Sí,señor,esverdad;séquesoisdiscreto,mascomonohabíaprescritonada.

Eloficialseinclinó.

—¿NotienemásquedecirmeVuestraMajestad?

—No,caballero,ypodéisretiraros.

—¿Alcanzaré el permiso de no hacerlo antes de haber hablado al rey,Majestad?

—¿Quétenéisquedecirme?Explicaos.

—Algo,Majestad,deningunaimportanciaparavos,peroquemeinteresaconsiderablementeamí.Perdonadmequeosdetenga.Anoserporlaurgenciay por la necesidad, jamás lo hubiese hecho y habría desaparecido, mudo ypequeñocornohesidosiempre.

—¿Cómodesaparecido?Nooscomprendo.

—En una palabra —dijo el oficial—, vengo a solicitar mi licencia aVuestraMajestad.

El reyhizo unmovimiento de sorpresa, pero el oficial no semoviómásquesihubiesesidounaestatua.

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—¡Vuestralicencia!¿Yporcuántotiempo?

—Parasiempre,Majestad.

—¡Cómo! ¿Dejaréis mi servicio, caballero? —preguntó Luis con unmovimientoquedescubríaalgomásquelasorpresa.

—Majestad,tengoesepesar.

—Nopuedeser.

—Sí,Majestad;mevoycargandodeaños;yahacetreintaycuatrootreintaycincoquellevolaarmadura,ymispobreshombrosestánmuycansados;veoqueesnecesariocederelpuestoalosjóvenes.Yonosoydelmodernosiglo,no;todavíatengounpieenelantiguo,delocualresultaquetodoesextrañoamisojos,quetodomesorprendeyaturde.PorestotengoelhonordepedirmilicenciaaVuestraMajestad.

—Caballero—dijoelreymirandoaloficial,quellevabalacasacaconairequehubiesedadoenvidiaaun joven—;vos soismás fuerteymásvigorosoqueyo.

—¡Oh!—respondió el oficial con sonrisa de falsa modestia—. VuestraMajestadmediceesoporqueaún tengo lapresenciabastantebuenayelpiebastante firme; porque voy bien a caballo, y porque mis bigotes aún sonnegros; pero, todo es vanidad de vanidades, ilusiones, humo.Verdad es queaún tengoel aspecto joven,pero soyviejo,yestoy seguroqueantesde seismesesestarécascado,gotoso,inútil.Así,pues,Majestad…

—Caballero—interrumpióel rey—;recordadvuestrapalabradeayer;enesemismo sitio en que os encontráis,me decíais que estabais dotado de lamejorsaludquehabíaenFrancia,queoseradesconocidoelcansancio,quenoosmolestabapasarnochesydíasenvuestropuesto.Mehabéisdichotodoeso,¿síono?Apeladavuestrosrecuerdos,caballero.

Eloficialexhalóunsuspiro.

—Majestad—dijo—,lavejezesvanidosa,yhayqueperdonaralosviejosquehagansuelogio,yaquenadieseocupadeellos.Esposiblequedijeraeso,maselhechoes,Majestad,queestoymuycansadoypidomiretiro.

—Señor—añadióelreydandounpasohaciaeloficialconungestollenodefineza—,veoquenomedaislarazónverdadera;queréisdejarmiservicio,escierto,peromedisfrazáiselmotivodeesaretirada.

—Bienlopodáiscreer,Majestad.

—Creoloqueveo,caballero;veounhombreenérgico,llenodepresenciade espíritu, el mejor soldado de Francia tal vez, y nada del mundo mepersuadiráquetenéisnecesidaddedescanso.

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—¡Ah, Majestad! —dijo el teniente con amargura—. ¡Cuántos elogios!¡En verdad que Vuestra Majestad me confunde! ¡Enérgico, vigoroso,entendido, valiente, el mejor, soldado del ejército! Pero, señor, VuestraMajestad exagera mi escaso mérito hasta tal extremo, que por muy buenaopinión que tenga de mí, no me conozco según esa pintura. Si yo fuesebastante vano para creer solamente en la mitad de las palabras de VuestraMajestad, me miraría como hombre indispensable, y diría que un servidor,cuandoreúnetantasytanbrillantescualidades,esuntesorosinprecio.Debodecir,señor,quetodamivida,exceptohoy,hesidojuzgado,engradoinferioraloquevalía.PerorepitoqueVuestraMajestadexagera.

Elreyfruncióelentrecejo,porqueveíaunasonrisairónicayamargaenelfondodelaspalabrasdeloficial.

—Vamoscaballero—dijo—;tratemosfrancamentelacuestión:¿Esquenoosagradamiservicio,decid?Nadaderodeos,respondedmecategóricamente.Loquiero.

El oficial, que hacía algunos instantes que arrollaba entre las manos susombreroconairebastanteembarazado,levantólacabezaaestaspalabras.

—Majestad —respondió—, esas expresiones me dan algo más deconfianza. A una pregunta hecha con tanta franqueza, responderé tambiénfrancamente.Decirverdadesunacosamuybuena,tantoporelplacerquesesienteencalmarsucorazón,comoacausadelararezadelhecho.Diré,pues,laverdadamirey,suplicándolealmismotiempoqueexcuselafranquezadeunantiguosoldado.

El rey miró a su oficial con viva inquietud, que se manifestó por laagitacióndesucara.

—Ea, pues, hablad —dijo—, porque estoy impaciente por escuchar lasverdadesquetenéisquedecirme.

Eloficialtirósusombrerosobreunamesa,ysurostro,yataninteligenteytanmarcial,tomóderepenteunextrañocarácterdesolemnidadygrandeza.

—Señor —dijo—, dejo el servicio de Vuestra Majestad porque estoydescontento.Todocriado,enestostiempos,puedeacercarseconrespetoasuamo, como yo hago ahora, darle el empleo de su trabajo, devolverle losinstrumentosoútilesquehapuestoensusmanos,presentarle lascuentasdelosfondosquelehaconfiadoydecirle:«Mijornadahaterminado;pagadme,osloruego,yseparémonos».

—¡Caballero,caballero!—exclamóelreyencendidodecólera.

—¡Ah, Majestad! —dijo el oficial, doblando un momento la rodilla—.Jamásningúnservidor,fuemásrespetuosoqueyoanteVuestraMajestad,más

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me habéis mandado que diga la verdad. Ahora, pues, que he comenzado adecirla,esmenesterquebrille,auncuandomemandéiscallarla.

Había impresa tal resolución en los contraídosmúsculos del oficial, queLuis XIV no tuvo necesidad de decirle que continuara; prosiguió, pues,mientraselreylomirabaconcuriosidadmezcladadeadmiración:

—Majestad, hace treinta y cinco años, como decía antes, que sirvo a lacasadeFrancia; pocaspersonashangastado tantas espadas comoyo en eseservicio,¡ycuidadoquelasespadasdequehabloeranexcelentes,Majestad!Yo era niño, ignorante en todas las cosas, excepto del valor cuando el reyvuestro padre, descubrió en mí un hombre. Yo era un hombre, Majestad;cuandoelcardenalRichelieu,queconocíamuybienlascosas,adivinóenmíunenemigo.Lahistoriade esta enemistadde lahormigay el leónpudisteisleerladesdelaprimerahastalaúltimalíneaenlosarchivossecretosdevuestrafamilia.Sialgunavezosdalagana,leedla,Majestad,puesbienvalelapena,yyosoyquienloafirma.

En ella leeréis que el león cansado, fatigadoy jadeante, pidiógracia porúltimo,yprecisoeshacerleestajusticia,tambiénlahizo,¡Oh!¡Aquélfueuntiemposembradodebatallas,comounaepopeyadelTassoodelAriosto!Lasmaravillas de ese tiempo, que el nuestro se negaría a creer, fueron paranosotroscosadejuego.Durantecincoañosfuiunhéroetodoslosdías,porlomenos segúnme han dicho personas de mérito; ¡y es muy largo, creedme,Majestad,unheroísmodecincoaños!Sinembargo,locreó,porquemelohandicho esas gentes que eran buenos apreciadores. Llamábanse señor deRichelieu, señor de Buckingham, señor de Beaufort, señor de Retz, ¡rudogeniotambiénésteenlaguerradelascalles!Enfin,elmonarcaLuisXIII,yaun la reina vuestra augustamadre, que un día tuvo la bondad de decirme:¡Gracias!Yonoséquéserviciotuveelhonordeprestarle.Dispensadme,quepase tan apresuradamente; pero ya he tenido el honor de decir a VuestraMajestadqueestoquecuentoahoraeslahistoria.

Elreymordióseloslabiosysesentóconviolenciaenunsillón.

—Disgusto a Vuestra Majestad —dijo el teniente—. ¡Ved lo que es laverdad! Una compañera dura, llena de hierros que hiere a quien toca, yalgunasvecesaquienladice.

—No,caballero—respondióelreyyoosheinvitadoahablar;hablad,portanto.

—Despuésdel serviciodel reyydel cardenal, el serviciode la regencia,Majestad; también me he batido mucho en la Fronda; mucho menos, sinembargo,quelaprimeravez.

Loshombresempezabanadisminuirdeestatura.Tambiénheconducidoa

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losmosqueterosdeVuestraMajestadenciertasocasionespeligrosas,quehanquedadoenlaordendeldíadelacompañía.¡Québellasuerteeraentonceslamía!ErayoelíntimodelseñorMazarino:«¡Tenienteporaquí!¡Tenienteporallá!¡Tenientealaderecha!¡Tenientealaizquierda!».Nosedabauncuartoen Francia sin que vuestro humilde servidor no fuera el encargado dedistribuirlo;perobienprontonosecontentóconFranciaelseñorcardenal,ymeenvióaInglaterraporcuentadelseñorCromwell;otrocaballeroquenoeralerdo,señor,respondodeello.Tuvelahonradeconocerleypudeapreciarlo.Muchomehabíanprometidoconrespectoaestamisión,perocomohicealgomuydistintoaloquemeencargaronhacer,fuipagadogenerosamente,puesseme nombró últimamente capitán de mosqueteros, es decir, el cargo másenvidiadodelaCorte,elquemarchadelantedelosmariscalesdeFrancia;estoerajusticia,porquequiendicecapitándemosqueteros,dicelaflorynatadelsoldado,elreydelosvalientes.

—Capitán, caballero —replicó el rey—, seguramente os equivocáis; estenienteloquequeréisdecir.

—No,Majestad,yo jamásmeequivoco; refiéraseVuestraMajestadamísobreestepunto:elseñorcardenalmedioeldiploma.

—¿Yqué?

—PeroelseñorMazarino,yVuestraMajestadlosabemejorquenadie,nodamuchasveces,yaunalgunas,vuelvearecibirloqueda;asíesquemeloquitócuandosehizolapazynotuvoyanecesidaddemí.CiertamentequeyonoeradignodereemplazaralseñordeTréville,deilustrememoria;masalfinsemehabíaprometido,semehabíadado,ylascosasdebieronquedaraquí.

—¿Y esto es lo que os tiene descontento, caballero? Pues bien, tomaréinformes;yosoyamantede la justicia,yvuestra reclamación,aunquehechamilitarmente,nomedesagrada.

—¡Oh!—exclamóeloficial—.VuestraMajestadhacomprendidomal;nopidonada.

—Ese es un exceso de delicadeza, caballero; pero yo quiero cuidar devuestrosasuntos,ymástarde…

—¡Oh! ¡Majestad, qué palabra! ¡Más tarde! Ya hace treinta años queconozcoesapalabrallenadebondad,quehasidopronunciadaportaninsignespersonajes,yqueasuvezacabadepronunciarvuestraboca.¡Mástarde!Asíescomoherecibidoveinteheridasyllegadoalaedaddecincuentaycuatroaños sin tener nunca un luis enmi bolsa; y sin haber encontrado nunca unprotector en mi camino, ¡yo que he protegido a tantas personas! Así quecambiodefórmula,Majestad,y,cuandomedicen:«Mástomadel»,respondo:«enseguida». Lo que yo solicito es el descanso. Bien puede concedérseme,

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porquenadacostaráanadie.

—Noesperabayoese lenguaje,caballero,particularmentedepartedeunhombre que siempre ha vivido al lado de los grandes. Olvidáis que estáishablandoalrey,auncaballeroqueesdetanbuenacasacomovos,supongo;cuandodigomástarde,estáhecho.

—No lodudo,Majestad;masved aquí el finde esta terrible verdadqueteníaquedeciros:auncuandoviesesobreestamesaelbastóndemariscal,laespadadecondestable,lacoronadePolonia,envezdeesemástarde,osjuro,señor, que también diría al instante. ¡Oh!, Dispensadme; soy del país devuestro abueloEnrique IV, y no hablomuchas veces, pero cuando hablo lomanifiestotodo.

—Aloqueparece,noosincitaelporvenirdemireinado—dijoLuisconaltanería.

—¡Olvido para todo! —exclamó el oficial con nobleza—. El amo haolvidadoal servidor,yahora, el servidor seve reducidoaolvidara suamo.Vivoenuntiempodesgraciado,señor;veoalajuventudllenadecobardía;laveo tímida y despojada, cuando debería ser rica y poderosa. Anoche, porejemplo,abrí lapuertadel reydeFranciaaunreydeInglaterra,delqueyo,miserable;hubiesesalvadoalpadresiDiosnosehubieradeclaradoencontramía. ¡Dios, que inspiraba a su elegido,Cromwell!Abrí, digo, esapuerta, esdecir,elpalaciodeunhermanoaunhermano,yhevisto, ¡estomeapenaelcorazón!,yhevistoalministrodeestereyarrojaralproscritoyhumillarasuamo, condenando a la miseria a otro rey, su igual; en fin, he visto a mipríncipe,queesjoven,hermosoyvaliente,quetieneelvalorenelcorazónyelrayoenlosojos;lehevistotemblaranteuncuraqueseríedeéldetrásdelascortinasdesualcoba,dondedirigeensulechotodoelorodelaFrancia,queesconde enseguida en cofres desconocidos. Sí, comprendo vuestra mirada,Majestad.Soyatrevidohastaelextremo; ¡pero,quéqueréis!Soyunviejo,ydigoavos,quésoismirey,cosasqueharíavolveraentrarenlagargantadequien las pronunciase delante de mí. Finalmente, me habéis mandadodescubrir ante vos el fondodemi corazón, y derramo a los pies deVuestraMajestadlabilisquehedepositadodurantetreintaaños,comoderramaríatodamisangresiVuestraMajestadmeloordenase.

Elreyenjugó,sindecirunapalabra,elsudorfríoyabundantequefluíadesussienes.

Elminutodesilencioquesiguióaestavehementesalida,representóparaelquehabíahabladoyparaelquehabíaescuchadosiglosdepadecimientos.

—Caballero—dijoal finel rey—,habéispronunciado lapalabraolvido:yonoheoídomásqueesapalabrayaquesóloresponderá.Otroshanpodido

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serolvidadizos;peroyonolosoy,ylapruebaesquemeacuerdoqueciertodía de conmoción, que un día en que el pueblo furioso, furioso ymugidorcomolamar,invadíaelPalacioReal;queundía,enfin,queyofingíadormirenmilecho,unsolohombre,conlaespadadesnudayescondidodetrásdemicabecera,velabapormivida,dispuestoaarriesgarlasuyapormí,comoyalahabía arriesgado por mi familia. Aquel caballero; a quien yo preguntabaentoncessunombre,¿noeraelseñordeD’Artagnan?

—VuestraMajestadtienebuenamemoria—respondiófríamenteeloficial.

—Considerad ahora, señor—prosiguió el rey—, si tengo tales recuerdosdelainfancia,losquepuedoconservarenlaedaddelarazón.

—VuestraMajestadhasidoricamentedotadoporDios—dijoeloficialenigualtono.

—Veamos,señordeD’Artagnan—continuóLuisconunaagitaciónfebril—,¿noseréistansufridocomoyo?¿Noharéisloqueyohago?

—¿Yquéhacéis,Majestad?

—Esperar.

—VuestraMajestadpuedehacerloporqueesjoven,masyo,señor,¡yanotengo tiempo para esperar! La vejez está a mi puerta y la muerte la siguemirandohastaelfondodemicasa.VuestraMajestadcomienzalavida,yestállenodeesperanzaparaelporvenir;pero,yo,estoyalotroladodelhorizonte,y nos encontraremos tan lejos el uno del otro, que jamás tendré tiempo deesperarqueVuestraMajestadlleguehastamí.

Elreydiounavueltaporlacámara;siempreenjugándoseaquelsudorquehubiera espantado a los médicos, si éstos hubiesen podido ver al rey ensemejanteestado.

—Está bien, señor—dijo entonces Luis XIV con voz seca—. ¿Deseáisvuestroretiro?

Lo tendréis. ¿Me presentáis vuestra dimisión del grado de teniente demosqueteros?

—LapongomuyhumildementealospiesdeVuestraMajestad.

—Basta.Decretarévuestrapensión.

—QuedaréobligadoaVuestraMajestad.

—Caballero—dijoelreyhaciendounviolentoesfuerzosobresímismo—,creoqueperdéisunexcelenteamo.

—Estoysegurodeello,Majestad.

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—¿Encontraréisunosemejante?

—¡Oh! VuestraMajestad es único en el mundo; no tomaré servicio porningún,reydelatierra,nitendrémásamoqueyo.

—¿Esodecís?

—LoprometoaVuestraMajestad.

—Recojoesapalabra,caballero.

D’Artagnanseinclinó.

—Yyasabéisquetengobuenamemoria—prosiguióelrey.

—Sí,Majestad, aunque deseo que esamemoria os falte ahora, para queolvidéislasmiseriasquemehevistoprecisadoamanifestar.SuMajestadestáatalalturasobrelospobresylospequeños,queasíloespero.

—MiMajestad, caballero, hará lo que el sol, que todo lo ve, grandes ychicos,ricosymiserables,dandobrilloauno;caloraotros,yatodoslavida.Adiós,señordeD’Artagnan,adiós,soislibre.

Y Luis, dando un ronco sollozo que se perdió en su garganta, pasórápidamentealacámarainmediata.

D’Artagnantomósusombrerodelamesaenquelohabíaarrojado,ysalió.

CapítuloXV

Elproscrito

AúnnohabíabajadodeltodolaescaleraD’Artagnan,cuandoelreyllamóasugentilhombre.

—Tengounencargoquedaros,caballero—dijo.

—AlasórdenesdeVuestraMajestad.

—Esperad.

Yeljovenreypúsoseaescribirlacartasiguiente,quelecostómásdeunsuspiro, aunque al mismo tiempo brillaba en sus ojos algo semejante alsentimientodeltriunfo.

Señorcardenal:

Mercedavuestrosconsejosyavuestrafirmeza,hesabidovencerydomarunadebilidadimpropiadeunrey.Habéispreparadodemasiadohábilmentemidestinoparaquelagratitudnomedetengaenelmomentodedestruirvuestra

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obra. He comprendido que no tenía razón en querer desviar mi vida delcaminoque le habéis trazado.Ciertamente, hubiera sidounadesgracia, paraFranciayparamifamilia,queserompieselauniónentremiministroyyo.

Estoes,noobstante,loqueanodudarhubieraacontecidodehaceresposamíaavuestrasobrina.Comprendomuybienmidestino,ydehoymás,nadaopondré a su cumplimiento.Estoy, pues, dispuesto a casarme con la infantaMaría Teresa, y desde este momento podéis fijar la apertura de lasconferencias.

Vuestroafectísimo,

LUIS.

Elreyleyólacarta,ylasellóporsímismo.

—Estacartaparaelseñorcardenal—dijo.

Salió el gentilhombre. A la puerta del cuarto de Mazarino encontró aBernouinqueesperabaconansiedad.

—¿Quépasa?—preguntóelayudadecámaradelministro.

—Unacartaparaelcardenal—dijoelgentilhombre.

—¡Unacarta! ¡Ah!Ya laesperábamosnosotrosdespuésdelviajedeestamañana.

—¡Ah!Sabíaisqueelrey…

—En calidad de primer ministro, está en los deberes de nuestro cargosaberlotodo.¿YSuMajestadpide,ruega,segúnpresumo?

—Yonosé,perohasuspiradomuchasvecesmientraslaescribía.

—Sí,sí,sí,sabemosloquequieredecireso.Sesuspiradedichacomodepena,señor.

—Sinembargo,elreynoteníaaspectodemuycontentocuandovolviódesuviaje.

—Nolohabréisvistobien.Además,tampocohabéisvistoalreysenoalavuelta,puesqueúnicamente leacompañabasu tenientedeguardias.PeroyoteníaeltelescopiodeSu.Eminencia,ymirabamientraséldescansaba.Estoyciertodequelosdoslloraban.

—¡Yqué!¿Llorabantambiéndefelicidad?

—No,perosídeamor,ysejurabanmilternezasqueSuMajestadsólopidecumplir.Estacartaesunprincipiodeejecución.

—¿Y qué piensa SuEminencia de este amor, que no es un secreto para

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nadie?

Bernouin cogió el brazo almensajero de Luis, y al tiempo que subía laescalera:

—Confidencialmente—ledijoamediavoz—,SuEminenciaesperabuenéxitodelasunto.SémuybienquetendremosguerraconEspaña.Pero¡bah!,laguerracontendráalanobleza.SuEminencia,porotrolado,dotaráregiamente,yaúnmásqueregiamente,asusobrina.Habrádinero,fiestasybalazos,ytodoelmundoestarácontento.

—Bien, bien; pero me parece —dijo el gentilhombre encogiéndose dehombros—queestacartaesdemasiadoligeraparacontenertodoeso.

—Amigo—contestóBernouin—,estoysegurodeloquedigo:todomelohacontadoélseñordeD’Artagnan.

—¡Bueno!¿Yquéhadicho?Veamos.

—Mehe acercado a él—para adquirir noticias de parte del cardenal, seentiende,sindescubrirnuestrosdesignios,porqueelseñordeD’Artagnanesunsabuesomuyfino.

—«ApreciableBernouin—merespondió—,elreyestálocoenamoradodelaseñoritaMancini.Estoestodoloquepuedodeciros».

¡Cómo!—lepreguntéyo—.¿SuponéisqueesollegueatalpuntoqueseacapazdeadelantarsealosintentosdeSuEminencia?

«¡Ah!Nomepreguntéis,yocreoalreyescapazdetodo.Tieneunacabezade hierro, y lo que quiere, lo quiere tenazmente. Si le ha venido en talantecasarsecon la señoritaMancini, secasará».Enseguidamedejó, se fuea lascuadras tomó un caballo que ensilló él mismo, cabalgó y salió como si lollevaseeldemonio.

—De suerte, que creéis…—Creo que el señor teniente de los guardiassabíaalgomásquenoqueríadecir.

—Así,pues,elseñordeD’Artagnan,envuestraopinión…

—Corre, según todas las probabilidades, al lado de las desterradas, paradarlospasosútilesaléxitodelamordeSuMajestad.Charlandodeestemodonegaronambosconfidentesalapuertadelcuartodelcardenal.SuEminenciano tenía ya gota y paseaba impaciente por la cámara, escuchando por laspuertasymirandoporlasventanas.

Bernouinentróseguidodelgentilhombre,queteníaordendelreydeponerlacartaenpropiasmanosdelcardenal.Mazarinocogiólacarta;pero,antesdeabrirla, compuso una sonrisa de circunstancias, aire cómodo para velar las:emociones de cualquier género que fuesen. De esta forma, cualquiera que

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fueselaimpresiónquerecibieradelacarta,ningúnreflejodeellasemanifestóensusemblante.

—Muybien—dijodespuésdehaberleídoyreleídolacarta—;magnífico,caballero;anunciadalreyqueledoylasgraciasporsuobedienciaalosdeseosdelareinamadre,yquevoyahacertodolonecesariaparaquesecumplasuvoluntad.

El gentilhombre salió. Apenas se cerró la puerta, Su Eminencia, que noteníamáscaraparaBernouin;searrancóaquéllaconquemomentáneamentesehabíacubiertoelrostro,yconexpresiónmássombría:

—LlamadalseñordeBrienne—ordenó.

Elsecretarioentrócincominutosdespués.

—Acabodehacerunbuenservicioalamonarquía—ledijoMazarino—,elmayorqueleheprestadoenmivida.Llevaréisestacartaquedafedeelloalcuarto de Su Majestad la reina madre, y cuando ésta os la devuelva, lapondréis en el cartón B, lleno de documentos y de piezas relativas a misservicios.

Briennesalió,ytomóesta!cartatanimportanteestabaabierta,nodejódeleerlaporel camino.Esto sincontarconqueBernouin,queestababiencontodo el mundo, se aproximó lo bastante al secretario para poder leer porencimadesuhombro.Lanoticiaseextendióporelcastillocontantarapidez,queMazarinotemióunmomentoquellegaseaoídosdelareinaantesqueelseñor deBrienne pusiese en susmanos la carta de LuisXIV:Unmomentodespués estaban dadas todas las órdenes para la marcha, y el príncipe deCondé, habiendo ido a visitar al rey a la hora de levantarse, inscribió en suregistro la ciudad de Poitiers como lugar de morada y descanso para SusMajestades.

De este modo desanudábase en algunos instantes una intriga que habíaocupadosordamenteatodaslasdiplomaciasdeEuropa.Y,sinembargo,sólohabía tenido por resultado positivo hacer perder a un pobre teniente demosqueteros su carrera y su fortuna. Verdad es que, en cambio, ganaba sulibertad.

Pronto sabremos cómo el señor de D’Artagnan se sirvió de ella. Demomento,siellectornoslopermitevolvamosalahosteríaLosMédicis,unade cuyas ventanas se abría en el instante de darse las órdenes en el castilloparalamarchadelrey.

Estaventanaqueseabría,pertenecíaaunadelashabitacionesdeCarlos.Elinfelizpríncipehabíapasadolanocheeninsomnio,conlacabezaentrelasmanosyapoyadosloscodossobrelamesa.Parry,entretanto,achacosoyviejo,

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se había dormido en un rincón, cansado de cuerpo y de espíritu. ¡Singulardestino del fiel servidor, que veía comenzar de nuevo en la segundageneraciónlaterribleseriededesgraciasquepesarasobrelaprimera!CuandoCarlos II hubo considerado extensamente la nueva derrota que acababa desufrir; cuandohubocomprendidobienel aislamientocompletoenquehabíacaído, viendo escapar su nueva esperanza, fue acometido de vértigo y cayópesadoenelanchosillónenqueestabasentado.

EntoncesDios tuvo piedad del infortunado príncipe y le envió el sueño,hermanoinocentedelamuerte.

Asídurmióhastalasseisymedia,estoes,cuandoelsolresplandecíayaensu habitación, y cuando Parry, inmóvil por el temor de despertarle,consideraba con dolor profundo los ojos del joven enrojecidos por elinsomnio,ysusmejillasyapálidas,porlossufrimientosyprivaciones.

Porúltimo,elruidodealgunoscarros,quebajabanhaciaelLoira,despertóaCarlos.Se incorporó,miró enderredor suyocomohombreque todo lohaolvidado,vioaParry,estrechólelamanoylemandóquepagaselosgastosamaeseCropole.MaeseCropole, forzadoaarreglar suscuentasconParry, secondujo, fuerza es decirlo, como persona de bien sólo hizo su advertenciaacostumbrada,esdecir,quelosdosviajerosnohabíancomido,locualteníaladoble desventaja de ser humillante para su cocina y de obligarle a pedir elpreciodeunacomidanoempleada,ynoobstante,pedida.Parrynoencontrónadaquedecirypagó.

—Espero—dijoelrey—quenohabrásucedidolomismoconloscaballos.Yo no veo en vuestra cuenta que hayan comido y sería una desgracia paraviajeros que, como nosotros, tienen que hacer una larga jornada, encontrardebilitadosloscaballos.

Aestaduda,maeseCropole tomósuaire,demajestad;ycontestóqueelestablodeLosMédicisnoeramenoshospitalarioquesucomedor.

El rey montó a caballo, su antiguo servidor hizo otro tanto, y ambostomaron el camino de París sin haber encontrado a casi nadie durante sutránsitoporlascallesybarriosdelaciudad.

Estegolpeeraparaelpríncipetantomásterriblecuantoqueeraunnuevodestierro. Los desgraciados se adhieren a las menores esperanzas como losaventureros alas mayores felicidades, y cuando es necesario abandonar ellugardondeesasesperanzashanacariciadoelcorazón,experimentaelmortaldisgusto que siente el desterrado cuando pone el pie en el barco que debeconducirle a su destierro. Esto consiste, aparentemente, en que el corazón,herido ya tantas veces, padece mucho al golpe más insignificante; queconsideracomounbienlaausenciamomentáneadelmal,quenoesotracosa

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quelaausenciadeldolor,que,enfin,enlosmásterriblesinfortunios,elcieloderramalaesperanza,comoaquellagotadeaguaqueelricomalodemandabaaLázaro.

La esperanzadeCarlos II nohabía sidomásqueuna fugitiva alegría, alverse bien acogido por su hermano Luis. Entonces aquella esperanza habíatomadocuerpoyconvertídoseenrealidad;pero,luego,derepente,lanegativadelcardenalhabíahechodescenderlarealidadficticiaalestadodesueño.LapromesadeLuisXIV,tanprontodestruida,nohabíasidomásqueunairrisión.Irrisióncomosucorona,comosucetroycomosuscompañeros;comotodoloque había rodeado su regia infancia y abandonado su juventud proscrita.¡Irrisión!TodoerairrisiónparaCarlosII,exceptoesereposofríoynegroqueleprometíalamuerte.

Estas eran las ideas del infortunado príncipe cuando, inclinado sobre sucaballo, cuyas riendas, había abandonado, marchaba bajo el sol caliente ydulcedelmesdemayo,enelcual lacruelmisantropíadeldesterradoañadíauninsultomásasudolor.

CapítuloXVI

Remember!

CiertojinetequepasabarápidamenteporelcaminosubiendohaciaBlois,dedondehabíasalidounamediahoraantes,pocomásomenos,cruzóseconlosdosviajeros,saludándolosalpasar.Apenaspusoelreylaatenciónenaqueljoven, porque el tal jinete de que hablamos era un joven de veinticinco aveintiséisaños,elcualvolvíasedevezencuandoyhacíademostracionesdeamistadaunhombrequeestabadepieantelaverjadeunacasa,bella,blancay roja, esto es, de piedra y ladrillo y con el techo de pizarra, situada a laizquierdadelcaminoquellevabaelpríncipe.

Estehombre,viejo,altoycenceño,deblancoscabellos(hablamosdelquepermanecíajuntoalaverja);estehombrecorrespondíaalasseñasquelehacíaeljoven,conotrossignosdedespedida,tantiernoscomoloshubiesehechounpadre. El joven concluyó por desaparecer en el primer recodo del camino,adornadodehermosos árboles, y el viejo sedisponíayaparavolver a casa,cuando llamaron su atención los dos viajeros que pasaban entonces porenfrentedelaverja.

Yahemosdichoqueel reymarchabacon la cabeza inclinada, losbrazoscaídos,ydejandoiralpasoycasiasucaprichoelcaballoquemontaba.Parryenpos de él y para dejarse penetrarmejor por la tibia influencia del sol, se

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había quitado el sombrero y paseaba susmiradas a derecha e izquierda delcamino.Susmiradastopáronseconlasdeaquelviejorecostadoenlaverja,elcual, como si presenciase algún extraño espectáculo, prorrumpió en unaexclamaciónydiounpasohaciaambosviajeros.

Inmediatamente, pasaron los ojos desde Parry al rey, sobre el cual sefijaronuninstante.Porrápidoquefueseesteexamen,nodejódereflejarsealmomento y de manera visible en el semblante del anciano; porque apenashubo reconocido almás joven de los viajeros, juntó primero lasmanos conrespetuosa sorpresa y, alzando el sombrero de su cabeza, saludó tanprofundamentequehubiérasedichoquesearrodillaba.

Pormuydistraído, omás bien, pormuy sumido que fuese el rey en susreflexiones,aquellademostraciónnopudomenosdeextrañarle.

¡DeteniendoCarlossucaballoyvolviéndoseaParry!

—Diosmío—murmuróParry—,¿quiénesesehombrequemesaludadeesemodo?¿Meconoceráporventura?

Parry, muy emocionado y pálido, había conducido su caballo hacia laverja.

—¡Ah, señor! —dijo deteniéndose de repente a cinco o seis pasos dedistanciadelancianoqueproseguíaderodillas—.Meveisasítanasombrado,porquemepareceque reconozcoaestebuenhombre. ¡Ah, sí!Eselmismo.¿PermiteVuestraMajestadquelehable?¿Porquéno?

—¿Soisvos,señorGrimaud?—preguntóParry.

—Sí, yo soy—dijo el anciano levantándose,mas sin perder nada de sureferenteactitud.

—Señor—dijoentoncesParry—,nomehabíaengañado,estehombreeselservidordelcondedelaFère,siosacordáis,esaqueldignísimocaballerodequientantasveceshehabladoaVuestraMajestad,ycuyorecuerdodebehaberquedado,nosóloensumemoria,sinotambiénensucorazón.

—¿Esquienasistióal reymipadreensusúltimos instantes?—preguntóCarlos.

Yseestremecióvisiblementeaesterecuerdo.

—Justamente,señor.

—¡Ah!—exclamóCarlos.

Y dirigiéndose enseguida a Grimaud, cuyos ojos, vivos e inteligentes,parecíanbuscaryadivinarsupensamiento,lepreguntó:

—Amigomío,vuestroamoelcondedelaFère,¿habitaenestascercanías?

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—Aquí—respondióGrimaudseñalandoconelbrazoextendidohaciaatráslaverjadelacasablancayroja.

—¿Yestáencasaahoraelseñorconde?

—Alfondo,bajoloscastaños.

—Parry—dijoelrey—,noquieroperderestaocasióntanpropiciaparamíde dar las gracias al caballero a quien mi casa debe tan raro ejemplo degenerosidadydesacrificio.Tenedmicaballo,amigomío,oslosuplico.

Y,poniendo labrida enmanosdeGrimaud, entró el rey solo en casadeAthos, como un igual en casa de su igual. Carlos comprendió aquellaexplicacióntanconcisadeGrimaud:«alfondo,bajoloscastaños»;dejó,pues,lacasaalaizquierda,ymarchórectohacíalaavenidadesignada.Lacosaerafácil; la cima de aquellos grandes árboles, cubiertos de hojas y de flores,sobrepujabaaladetodoslosdemás.

Al llegar a los rombos, unas veces luminosos, y otras, sombríos, quemanchabanelsuelodeestacalledeárboles,conformealoscaprichosdesusbóvedasmásomenosfrondosas;elpríncipedistinguióauncaballeroquesepaseaba con los brazos en la espalda y que parecía sumido en tranquilareflexión.SindudaalgunaCarloshabíaseimaginadomuchasvecescómoeraaquelcaballero,porquesinvacilarlomásmínimosefuederechoaél.Alruidodesuspasos,elcondedelaFèrelevantólacabeza,yviendoundesconocidodeaspectonobleyelegantequeseacercaba,levantósusombrerodelacabezayaguardó.Alospocospasosdedistancia,CarlosIIsequitóelsuyo,ycomopararesponderalamudainterrogación:

—Señorconde—dijo—,vengoacumplirconvosundeber.Hacemuchotiempoquetengoqueexpresarosmireconocimientoprofundo.YosoyCarlosII,hijodeCarlosEstuardo,quereinóenInglaterraymurióenelcadalso.

Aloírestenombreilustre,Athossintiócorrerfríoporsusvenas;masalavista de aquel joven príncipe, de pie y descubierto en su presencia, doslágrimasvinieronaturbarellímpidoazuldesushermososojos.

Inclinóserespetuosamente;peroelpríncipeletomólamano.

—Miradsisoydesdichado,señorconde—dijoCarlos—;hasidomenesterque la casualidadme acerque a vos. ¡Ay!En lugar de tener ami lado a laspersonas a quienes amo, me veo reducido a conservar sus servicios en micorazón,ysusnombresenmimemoria,detalmodo,queanoserporvuestrocriado,quehareconocidoalmío,hubierapasadopordelantedevuestrapuertacomopordelantedeladeunextraño.

—Esverdad—dijoAthoscontestandoconlavozalaprimerapartedelafrasedelpríncipeyconun saludoa la segunda—;esverdad;malosdíasha

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alcanzadoVuestraMajestad.

—Y losmásmalos, ¡ay!—respondióCarlos—están tal vez todavía porvenir.

Esperemos;Majestad.

—¡Conde, conde!—continuóCarlosmoviendo la cabeza—,he esperadohastaayernoche,yosjuroqueestoeradebuencristiano.

Athosmiróalreycomoparapreguntarle.

—Lahistoria es fácil de contar—dijoCarlos II—; proscrito, despojado,desdeñado,meresolví,apesardetodasmisrepugnancias,atentarporúltimavezlasuerte.¿Noestáescritoalláarribaqueparanuestrafamiliatodaventuray desventura vendrá eternamente de Francia? Algo sabéis de esto, señorconde, vos, que sois uno de los franceses a quienes mi desdichado padreencontró al pie del cadalso el día de su muerte, después de haberlosencontradoasuderechalosdíasdebatalla.

—Majestad —dijo humildemente Athos—, no estaba solo, y miscompañeros y yo cumplimos en aquella circunstancia con nuestro deber decaballeros y nada más. Pero Vuestra Majestad iba a hacerme el honor dereferir…

—Es cierto. Yo tenía la protección… Perdonad que vacile, conde, mas,para un Estuardo, bien comprenderéis esto vos, que comprendéis todas lascosas:lapalabraesduradepronunciar.Tenía,digo,laproteccióndemiPrimoelestatúderdeHolanda;mas,sin la intervención,oalmenos laautorizacióndeFrancia,elestatúdernoquieretomarlainiciativa.HevenidoasolicitarestaautorizaciónalreydeFrancia,ymelahanegado.

—¿El rey os la ha negado, señor?—Oh!, no; debo hacer justicia a mihermanoLuis;sinoelseñorMazarino.

Athosmordióseloslabios.

—¿Creéis tal vez que debía esperarme esa negativa?—dijo el rey, quehabíanotadoaquelmovimiento.

—Eseeraefectivamentemipensamiento,señor—replicórespetuosamenteelconde—;yoconozcomuyafondoaesaitaliana.

—Entonces, me decidí a llevar las cosas al último extremo y saber alinstantelaúltimapalabrademidestino,ydijeamihermanoLuis,que,paranocomprometerniaFrancianiaHolanda,tentaríalasuertepormímismoenpersona,comoyalohehecho,condoscientoscaballerossiqueríadármelos,ounmillónsiqueríaprestármelo.

—¿Yqué,señor?

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—¡Qué…! En este instante siento una cosa extraña, que sin duda es lasatisfaccióndeladesesperación.Hayenciertasalmas,yacabodeconocerquelamíaesdeestenúmero,unasatisfacciónrealenlaseguridaddequetodoestáperdido,yqueporfinhallegadolahoradesucumbir.

—¡Oh!Espero—dijoAthos—,queVuestraMajestadnohallegadoaúnatalextremo.

—Pagadecirmeeso,señorconde,yparapretenderreanimarlaesperanzademi corazón, es preciso que no hayáis comprendido bien lo que acabo dedeciros.HevenidoaBlois,conde,afindepediramihermanoLuislalimosnadeunmillón,conelcualteníalaesperanzaderestablecer,misasuntos;ymihermanoLuismelohanegado.Yaveiscómotodoestáperdido.

—VuestraMajestadmepermitiráquelerespondaconunparecercontrario:

—¡Cómo!¿Meconceptuáisuntalentotanvulgarquenosepacomprendermiposición?

—Señor, siempre he visto que en las posiciones desesperadas es cuandoestallanderepentelosgrandescambiosdefortuna.

—Gracias,conde;esmuyconsoladorencontrarcorazonescomoelvuestro;es decir; bastante confiados enDios y en lamonarquía, para no desconfiarnuncadeunafortunaregiapormuybajoquehayacaído.Desgraciadamente,vuestras palabras, querido conde, son como esos remedios que se llamansoberanos,yqué,sinembargo,nopudiendocurarmásquelasllagascurables,estréllansecontralamuerte.Graciasporvuestraperseveranciaenconsolarme,conde;graciasporvuestrorecuerdo;Peroyaséaquéatenermeenestepinto.Nadamesalvaráya.Estoytanpersuadidodeello,amigo;mío,quetomabaelcamino del destierro conmi viejo Parry, y volvía a saborearmis punzantesdolores en esemísero retiro queme ofreceHolanda. ¡Allí, creedme, conde,todoterminarámuypronto,puesvendrálamuerteaPasosacelerados, tantasvecesllamadaporestecuerpoqueroealalma,yporestaalmaqueaspiraaloscielos!

—Vuestra Majestad tiene madre, una hermana y hermanos; VuestraMajestadeseljefedelafamiliaydebepediralcielounalargavida,envezdeunapróximamuerte.VuestraMajestadestáproscritoyfugitivo;perotieneunderecho,ydebeaspiraraloscombatesyalospeligros,ynoaldescansodelcielo.

—Conde —dijo Carlos II con una sonrisa de indefinible angustia—:¿habéis oído decir jamás que un rey haya reconquistado su reino con unservidordelaedaddeParry,ytrescientosescudosqueeseservidortieneensubolsa?

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—No, señor; pero he oído decir, y más de una vez, que un monarcadestronado ha reconquistado su monarquía con voluntad enérgica,perseverancia,amigos,yunmillóndefrancoshábilmenteempleados.

—¿Entonces nome habéis comprendido? Esemillón lo he pedido a mihermanoLuis,ynoloheconseguido.

—Señor—dijoAthos—,¿meconcedeVuestraMajestadunosmomentostodavía,paraescucharloquemerestapordecir?

CarlosIImirófijamenteaAthos.

—Debuengrado,caballero—dijo.

—Entonces, voy a enseñar a Vuestra Majestad el camina —repuso elcondedirigiéndosehacialacasa.Ycondujoalmonarcaasugabinete,dondelehizosentar.

—Señor—ledijo—,ahorapocomehadichoVuestraMajestad,queenelestado en que se hallan las cosas en Inglaterra le bastaría un millón parareconquistarsutrono.

—Paraintentarloalmenos,yparamorircomoreysinoloalcanzaba.

—Puesbien,señor,tengaabienVuestraMajestadescucharloquemerestapordecir,segúnlapromesaquemehahecho.

Carlosdiosuasentimiento,Athossefuederechoalapuerta,cuyocerrojocorrió, después de haber mirado si alguna persona escuchaba en losalrededores.

—Señor —dijo volviéndose—, Vuestra Majestad ha tenido a bienacordarse que yo asistí al muy noble y desgraciado Carlos I, cuando susverdugosleconducíandesdeSaint-JamesaWhiteHall.

—Sí,meheacordado,ynuncameolvidaré.

—Historiafúnebredeamargorecuerdoeséstaparaunhijoquesindudasela ha hecho ya contar muchas veces; mas, sin embargo, debo volver acontároslasinomitirdetalle.

—Hablad,caballero.

—Cuandoelreyvuestropadresubióalpatíbulo,mejordicho,cuandopasódesdesucámaraalpatíbuloalzadofueradesuventana,todoestabapreparadoparasu fuga.Elverdugohabíasealejado,unagujeroestabapracticadoenelpavimento de su habitación, y yomismo estaba debajo del fúnebre tablado,quedeprontooícrujirbajosuspasos…

—Parrymehacontadoesosterriblesdetalles,señor.

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Athosseinclinóycontinuó:

—Heaquíloquenohapodidocontaros,porqueloquesiguesucedióentreDios, vuestro padre y yo, y jamás hice esta revelación, ni aun a mis másíntimos amigos: «Apártate, dijo la augusta víctima al verdugo enmascarado,déjameporuninstante,puesyaséquetepertenezco;mastencuidadodenoherirme hasta que yo dé la señal, porque deseo hacer libremente misoraciones».

—Perdonadme —dijo, Carlos II palideciendo—, pero vos, conde, quesabéis tantos pormenores de este funesto acontecimiento, pormenores que,comodecíaisahoramismo,nohansidoreveladosanadie,¿sabéiselnombrede ese verdugo infernal, de ese cobarde que ocultó, su rostro para asesinarimpunementeaun…?

Athostambiénpalidecióligeramente.

—¿Sunombre?—dijo—.Sí,losé,peronopuedomanifestarlo.

—¿Y qué ha sido de él…? Porque nadie en Inglaterra ha conocido sudestino.

—Hamuerto.

—Pero¿noensulecho,nodeunamuertenaturalydulce;nodelamuertedeloshombreshonrados?

—Hamuertodemuerteviolentaenunanoche terrible,entre lacóleradeloshombresylatempestaddeDios.Sucuerpo,heridodeunapuñalada,rodóporlasprofundidadesdelOcéano.¡Diosperdoneasumatador!

—Entonces, adelante—dijo Carlos II, que comprendió que el conde noqueríadecirmás.

—El rey de Inglaterra, después de haber hablado, como he dicho, alverdugo enmascarado, añadió: «No me herirás, óyelo bien, hasta que yoextiendalosbrazosdiciendo:¡Remember!».

—En efecto —dijo Carlos con voz sorda—, sé que esa fue la últimapalabra que pronunció mi desdichado padre. Pero ¿con qué objeto y paraquién?

—Paraelcaballerofrancésqueestabadebajodelcadalso.

—¿Paravos,señor?

—Sí,Majestad;cadaunade laspalabrasqueentoncespronuncióencimade las tablas del patíbulo, cubiertas conunpañonegro, resuenan todavía enmisoídos.Elreypusoentoncesunarodillaentierra:«CondedelaFère»,dijo,«¿estáisahí?».«Sí,Majestad»,contestéyo.Entoncesseinclinóelrey.

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También Carlos II, palpitante de interés y de ardiente dolor, se inclinóhacia Athos para recoger una a una, las palabras que dijese el conde. SucabezatocabaconladeAthos.

—Entonces—continuóel conde—, se inclinóel rey.«Condede laFère,dijo, no he podido ser salvado por vos; no debía serlo. Ahora, oíd, aunquetengaquecometerunsacrilegio.Sí,hehabladoaloshombres;sí,hehabladoaDios, y os he hablado a vos el último. Para sostener una causa que creíasagrada,heperdidoeltronodemispadresygastadolaherenciademishijos».

CarlosIIocultólacaraentrelasmanos,yunalágrimaardientesedeslizóporentresusdedosblancosydelgados.

—«Me queda un millón en oro, prosiguió el rey, que enterré en lossubterráneos del castillo de Newcastle en el momento en que, salí de estaciudad».

Carlos levantó la cabeza con expresión de dolorosa alegría, que hubieraarrancadosollozosacualquieraqueconociesesuinmensoinfortunio.

—¡Unmillón!—exclamó—.¡Oh,conde!

—«Vossólosabéisqueexisteestedinero,yharéisusodeélcuandocreáisqueestiempoparaelmayorbiendemihijoprimogénito.Yahora,condedelaFère,decidmeadiós».«¡Adiós,adiós,Majestad!»,gritéyo.

CarlosIIseincorporó,yfueaapoyarsuardientefrenteenlaventana.

—Entonces fue —continuó Athos— cuando el rey dijo la palabraRemember,dirigidaamí.Ya,veis,señor,quemeheacordado.

Elreynopudoresistirasuemoción.Athosadvirtióelmovimientodesushombros, que ondulaban convulsivamente, y oyó los sollozos que al pasardesgarrabansupecho.Elmismoguardósilencio,sofocadoporelcúmuloderecuerdosquehabíadespertadoenaquellaregiacabeza.

Carlos II, con violento esfuerzo, se alejó de la ventana devorando suslágrimas,yvolvióasentarlealladodeAthos.

—Señor—dijoéste—,hastahoyhabíacreídoqueaúnnohabíallegadoelmomentodeempleareseúltimorecurso;peroconlosojosfijosenInglaterraconocía que se acercaba.Mañana iba a informarme en qué sitio delmundoestabaVuestraMajestad,parairensubusca;VuestraMajestadvieneamí,yestoesunaindicacióndequeelcieloestáconnosotros.

—Señor—dijoCarlos con voz aúnmás alterada por la emoción—, soisparamíloquehubierasidounángelenviadoporDios:soismisalvador,salidadelatumbamismademipadre;mas,creedme,despuésdediezañosquelasguerrascivileshanagitadoamipaís,destruyendoaloshombresysocavando

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el suelo, no es probable que haya quedado oro en las entrañas demi tierra,comonohaquedadoamorenloscorazonesdemissúbditos.

—Señor, el lugar en que Su Majestad sepultó el millón lo conozcoperfectamente, y estoy seguro que nadie ha podido descubrirlo. Además, elcastillodeNewcastle¿estáacasoenteramentearruinado?¿Lohandemolido,piedraporpiedra,ydesarraigadodelsuelohastalaúltimafibra?

—No,aúnestáenpie;peroenestemomentoloocupayestáacampadoenélelgeneralMonk.Yaloveis,elúnicolugardondemeesperaunauxilio,odondeposeounrecursoestáinvadidopormisenemigos.

—ElgeneralMonk,Majestad,nopuedehaberdescubiertoeltesorodequeoshablo.

—Sí;pero¿hedeiraentregarmeaMonkpararecobrarese tesoro?¡Ah!Ya lo veis, conde; es preciso acabar con el destino, puesme echapor tierracadavezquemelevanto.¿Quédebohacer,conParryporúnicoservidor,conParry,aquienMonkyahaarrojadodesupresencia?No,no,conde,aceptemosesteúltimogolpe.

—LoqueVuestraMajestadnopuedehacer,loqueParrynopuedehacer,¿suponéisqueyopuedaconseguirlo?

—¡Vos,conde!¿Iríaisvos?

—SiasíplaceaVuestraMajestad—dijoAthossaludandoalrey—,sí,iréseñor.

—¡Vostanfelizaquí,conde!

—Jamássoydichoso,señor,cuandomequedaundeberquecumplir,yesundebersupremoquemehalegadovuestropadrevelarporvuestrafortunayhacerusoregiodesudinero.HágameVuestraMajestadunaindicaciónypartoasulado.

—¡Ah, caballero, caballero!—dijoCarlos olvidando toda etiqueta real yarrojándose al cuello deAthos—.Me demostráis que existe unDios en loscielos,yqueesteDiosenvíaavecesmensajerosalosdesgraciadosquegimenenlatierraAthos,muyconmovidoparelentusiasmodeljovenpríncipe,lediolasgraciasconrespetoprofundo;yseacercóalaventanaGrimaud—dijo—,miscaballos.

—¡Cómo!¿Así,depronto?—dijoelrey—.¡Ah!Señor,sois,enverdad;unhombremaravilloso.

—Señor—dijoAthos—;no,paramínohaynadamásapremiantequeelservicio de Vuestra Majestad. Por otra parte—añadió sonriendo—, es unacostumbrecontraídahacemuchotiempoalserviciodelareina,vuestratía,y

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del monarca, vuestro padre. ¿Cómo había de perderla precisamente en elmomentoenquesetratadelserviciodeVuestraMajestad?

—¡Quéhombre!—murmuróelrey.

Yañadió,trasuninstantedereflexión:

—No,conde,yonopuedoexponerosasemejantesprivaciones.Notengonadapararecompensarsemejantesservicios.

—¡Bah!—dijoAthosriendo—.VuestraMajestadseburla,porquetieneunmillón.

—¡Ah, que yo fuese rico siquiera en la mitad de esa suma, señor! Yahubieralevantadounregimiento.PeroaDiosgracias,aúnmequedanalgunosrollosdeoroyalgunosdiamantesdefamilia.EsperoqueVuestraMajestadsedignarapartirlosconunservidordecidido.

—Conunamigo,conde,mascon lacondicióndequeesteamigopartiráconmigomástarde.

—Señor —dijo Athos abriendo una cajita, de la que sacó el oro y lasalhajas, ved cómo ahora somos bastante ricos. Felizmente, seremos cuatrocontra los ladrones.La alegríahizoafluir la sangre a laspálidasmejillasdeCarlos II. Enseguida vio aproximarse al peristilo dos caballos de AthosconducidosporGrimaud,queyaestabacalzadoparaelcamino.

—Blaisois,estacartaparaelvizcondedeBragelonne.ParatodoelmundoheidoaParís.Osruegocuidéisdelacasa,Blaisois.

Ésteseinclinó,abrazóaGrimaudycerrólaventana.

CapítuloXVII

BúscaseaAramisysóloseencuentraaBazin

Nohabíanpasadodoshorasdesdelamarchadelamodelacasa;quienalavistadeBlaisoishabía tomadoelcaminodeParíscuandoun jinetemontadoenunbuencaballopíoparósedelantedelaverja,yun¡hola!sonorollamóalospalafrenerosqueaúnhacíancorroconlosjardinerosalrededordeBlaisois,historiadorordinariode lagentede libreadelcastillo.Este ¡hola!,conocido,indudablemente,demaeseBlaisois,lehizovolverlacabeza,yexclamar:

—¡SeñordeD’Artagnan…!¡Corredprontovosotros,yabridlelapuerta!

Ungrupodeochomocetonescorrióalaverja,lacualfueabiertacomosihubierasidodeplumas,ytodossedeshacíanencumplimientosporquesabían

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laacogidaqueelamosolíahaceraesteamigo.

—¡Ah!—dijo sonriente D’Artagnan, que se balanceaba sobre el estriboparasaltarentierra—.¿Dóndeestáesequeridoconde?

—¡Ay, señor, cuánta es vuestra desgracia —exclamó Blaisois—, y cuálserá también la pena del señor conde, nuestro amo, cuando sepa vuestrallegada!Porunacasualidad,acabademarcharhacedoshoras.

D’Artagnannoseapuróportanpocacosa.

—Bueno—dijo—, veo que siempre hablas con lamayor corrección delmundo;vaya,medarásunaleccióndegramáticaydebuenlenguaje;mientrasesperoelregresodetuamo.

—Imposible, señor —dijo Blaisois—, tendríais que aguardar muchotiempo.

—¿Novolveráhoy?

—Nimañana,señor,nipasadomañana;elseñorcondehasalidoparahacerunviaje.

—¡Unviaje!—dijoD’Artagnanasombrado.

—¿Mecuentasuncuento?

—Señor,eslapuraverdad.Elcondemehahechoelhonordeconfiarmelacasa, añadiendo con su voz de autoridad y de dulzura: «Dirás que he ido aParís».

—Entonces, bueno —exclamó D’Artagnan—, puesto que camina haciaParís;yatengotodoloquedeseabasaber;porallídebistecomenzar,tonto…¿Llevadoshorasdedelantera?

—Sí,señor.

—Prontolehabréalcanzado.¿Vasolo?

—No,señor.

—¿Quiénvaconél?

Uncaballeroaquiendesconozco;unancianoyelseñorGrimaud.

—Todosjuntosnocorrerántantocomoyo…Mevoy.

—¿Queréis escucharme un momento? —dijo Blaisois apoyándoseblandamenteenlasriendasdelcaballo:

—Sí;procuraserbreve.

—Puesbien,señor,esapalabradeParísmepareceunaañagaza.

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—¡Oh!—dijoD’Artagnan—.¿Unaañagaza?

—Sí,señor,yjuraríaqueelseñorcondenovaaParís.

—¿Quétehacecreereso?

—Losiguiente: el señorGrimaudsabe siempredóndevanuestroamo,ymeteníaprometidoquelaprimeravezquefueraaParísllevaríaconsigoalgúndineroparamimujer.

—¡Ah!¿Tienesmujer?

—Teníaunadeesta tierra;peroelamo laencontrabapicoterayyo laheenviadoaParís;estoesincómodoaveces;peromuyagradableenotras.

—Entiendo,perotermina:¿nocreesqueélcondevayaaParís?

—No, señor, porque entonces el señor Grimaud hubiera faltado a supalabra, lo cual es imposible. Lo cual es imposible —repitió D’Artagnan,porqueestabaconvencidodeltodo—.Vaya,buenBlaisois,gracias.

Blaisoisseinclinó.

—Vamos,túsabesquenosoycurioso…Hedetratarprecisamentecontuamo… No quieres por una palabrita siquiera… tú, que hablas tan bien,hacedmecomprender.Unasílabasola…yyoadivinarélodemás.

—Mi palabra, señor, que no puedo… Ignoro el objeto del viaje de miamo… En cuanto a escuchar por las puertas, es cosa que me repugna, yademásestáprohibidoaquí.

—Amigo—dijo D’Artagnan—, mal principio es éste para mí; pero noimporta.¿Sabesalmenoscuándovolveráelconde?

—Lomismo,señor,quesudestino.

—Vamos;Blaisois,investiga.¿Dudáissindudademisinceridad?¡Ah!Medisgustáismucho;señor.

¡Lleveeldiablotudoradalengua!—exclamóD’Artagnan—.¡Másvaleunpalurdocondecirunasolapalabra!¡Adiós!

—Señor,tengoelhonordeofrecerosmisrespetos.

—¡Galopín!—murmuróD’Artagnan—.Sí, el tunoes insoportable.Echólaúltimaojeadaalacasa,volvióbridasalcaballo,ypartiócomohombrequenadatieneensualmadeenfadosooembarazado.

Cuandollegóalextremodelmuro,ycuandonadiepodíaverle.

—Vamos a cuentas—dijo respirandobruscamente—. ¿Athos se halla encasa…?No…Todos esos haraganes que he visto cruzados de brazos en el

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patiohubieranestadotrabajandosielamopudieraverlos.¡Athosdeviaje…!¡Esincomprensible!¡Bah!Estoesunmisteriodeldiablo…Yluego,no…noesésteelhombrequenecesito.No,necesitounainteligenciaastutaypaciente.MiasuntoestáenMelun,enciertavicaríaqueyoconozco.¡Cuarentaycincoleguas!¡Cuatrodíasymedio!Vamos,esnecesarioysoylibre.Traguemosladistancia.

Ypusosucaballoaltrote,dirigiéndosehaciaParís.AlcuartodíallegabaaMelun.

D’Artagnanteníaporcostumbrenopreguntarnuncaanadieelcaminoquedebía llevar o sus señas.Para esta clasededatos, amenosdeun errormuygrave, se fiaba en su perspicacia nunca desmentida, en una experiencia detreintaaños,yenunagrancostumbredeleerenlafisonomíadelascosaslomismoqueenlasdeloshombres.

D’Artagnan encontró al instante la vicaría, casa encantadora, de yesobarnizadoyladrillosrojos,concepasvírgenesqueenredábansealolargodeunasestacas,yunacruzdepiedraesculpida,clavadaenlacúspidedeltejado.Dulasalabajadeestacasasalíaunruido;omásbienunmurmullodevoces,cómoelcantodelospajarilloscuandolanidadaacabadesaliraluz.Unadeestas voces pronunciaba distintamente las letras del alfabeto. Otra voz,estropajosay aflautada a la vez, sermoneaba a los bulliciososy corregía lasfaltasdellector.

D’Artagnanreconocióestavoz,ycomoestabaabiertalaventanadelasalabaja, se inclinó sin desmontarse del caballo bajo los pámpanos y briznasdoradasdelavid,ydijo:

—Bazin,queridoBazin,buenosdías.

Un hombre de baja estatura, gordo, de aplastado rostro, con cráneo decabellos grises, recortados en forma dé tonsura, cubierta la cabeza con unsolideodeterciopeloverde,selevantóenelinstanteenqueoyóaD’Artagnan.No se levantó hablando más exactamente, sino saltó. Bazin saltóefectivamente, dejando caer la silla baja en que estaba sentado, a la cualquisieronlevantarloschicosconmásruidosasyagitadas,batallasquelasdelosgriegos, cuandoquisieronarrebatar a los troyanosel cuerpodePatroclo;Bazin hizomás que saltar, puesto que dejó caer la cartilla y la palmeta queteníaenlasmanos.

—¡Vos!—dijo—:¡Vos,señordeD’Artagnan!

—Sí,yo.¿DóndeestáAramis…,elcaballerodeHerblay…;no,tampoco,elseñorvicariogeneral?

—¡Ah!Señor—dijoBazincondignidad—,monseñorestáensudiócesis.

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—¿Cómo?—exclamóD’Artagnan.Bazinrepitiósufrase.

—¡Cómoeseso!¿Aramistienediócesis?

—Sí,señor.¿Cómono?¿Luegoesobispo?

—Pero ¿de dónde salís —dijo Bazin con bastante irreverencia—, queignoráisesto?

—Amigo Bazin; nosotros, los paganos, nosotros, las gentes de armas,sabemosmuybienqueunhombreseacoronel,general,omariscaldeFrancia,pero que sea obispo, arzobispo o papa… ¡el demoniome lleve si la noticiallegaanosotrosantesque las tres cuartaspartesde la tierrahayanhecho suagostodeella!

¡Chito!¡Chito!—dijoBazinconojostamaños—.Nomeechéisaperderaestosmuchachos,aquienestratodeinculcarbuenosprincipios.

Los niños, en efecto, habían hecho corto alrededor de D’Artagnan,admirandosucaballo, su largaespada, susespuelasysuairemarcial:Sobretodo, admiraban su robusta voz, de suerte que, cuando acentuó su peculiarjuramento,todalaescuelagritó:«¡eldemoniomelleve!»,talestrépitohorriblederisasypataleoquecolmódegustoalmosqueteroehizoperderlacabezaalviejopedagogo.

—¡A callar! —gritó—. ¡Silencio, chiquillos! No habéis hecho más quellegar,señordeD’Artagnan,ytodosmisbuenosprincipiosvolaron…Enfin,comodecostumbre,siempreestáeldesordenconvos…¡Babelhaparecido!¡Ah!¡BuenDios!¡Losendemoniados!

YeldignoBazinaplicabaaderechae izquierdacachetesqueredoblabanlosgritosdelosescolares,haciéndolesvariardenaturaleza.

—Porlomenos—dijo—,yanopervertiréisaquíanadie.

—¿Eso crees?—dijo D’Artagnan con sonrisa que produjo escalofrío enBazin.

—Escapazdeello—murmuró,¿Dóndeestáladiócesisdetuamo?

MonseñorRenatoesobispodeVannes.

—¿Quiénlehahechoobispo?

—Elseñorsuperintendente,nuestrovecino.

—¿ElseñorFouquet?

—Sí,señor.

—¿Porlotanto,Aramisestábienconél?

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—Monseñor predicaba todos los domingos en casa del señorsuperintendenteenVaux,ydespuéscharlabanjuntos.

—¡Ah!

—YSuEminenciatrabajabamuchasvecessushomilías,no,quierodecir,sussermones,conelseñorsuperintendente.

—¡Bah!Pues,qué,¿predicaenversoesedignísimoobispo?¡Señor,noosmoféisdelascosasreligiosas,porelamordeDios!Bueno,Bazin,bueno.DesuertequeAramisestáenVannes.

—EnVannes,enBretaña.Eresunsocarrón,Bazin:esonoescierto.

—Señor,mirad:lashabitacionesdelavicaríaestánvacías.Tienesrazón—dijoD’Artagnanexaminandolacasa;cuyoaspectoanunciabalasoledad.

—PeroSuEminenciahadebidoescribirossupromoción.

—¿Decuándodata?

—Dehaunmes.

—¡Oh! Entonces no hay tiempo perdido. Aramis puede no haber tenidoaún necesidad de mí. Pero, veamos, Bazin, ¿por qué no has seguido a tupastor?

—Señor,nopuedo,tengoobligaciones.

—¿Tualfabeto?

—Mispenitentes.

—¿Cómo?¿Túconfiesas?¿Erestalvezsacerdote?

—Comolodecís.¡Tengotantavocación!

—Pero¿ylasórdenes?

—¡Oh!—dijoBazin con aplomo—.Ahora que SuEminencia es obispotendré al instante las órdenes; cuando menos las dispensas. Y se frotó lasmanos.

—Indudablemente—dijoparasíD’Artagnan—.Nohaymediodesacaraestagentedesutema.Hazmeservir,Bazin.

—Alinstante,señor.

—Unpollo,unatazadecaldoyunabotelladevino:

—Hoyesviernes,díadevigilia—observóBazin.

—Yotengodispensa—dijoD’Artagnan.

Bazinlomiróconairereceloso.

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—¡Hola! Señor camándulas, ¿por quién me tomas? —exclamó elmosquetero—.Si tú,queereselcriado,aguardasdispensasparacometeruncrimen;¿notendréyoamigodelobispo,dispensaparacomersegúnlosdeseosdemiestómago?Bazinsébondadosoconmigo,oporCristoquemequejoalrey y no confesarás jamás. Ya sabes que el nombramiento de los obisposcorrespondealrey.Yotengoalreydemiparte,ysoyelmásfuerte.

Bazinsonrióhipócritamente.

—¡Oh!Peronosotrostenemosaseñorsuperintendente—dijo.

—¿Luegoteburlasdelrey?—lepreguntóD’Artagnan.

—Nada—replicóBazin.

—Susonrisaerabastanteelocuente.

—Micomida—dijoD’Artagnan—,queyaestarde.

Bazinmandóalmayorde sus escolaresque fuese a avisar a la cocinera.EntretantoobservabaD’Artagnanlavicaría.

—¡Bah!—dijodesdeñosamente—.MonseñoralojabaaquíbastanteoralaSuIlustrísima.

—TenemoselpalaciodeVaux—dijoBazin.

—Que vale tal vez tanto como el Louvre —replico D’Artagnanchanceándose.

—Quevalemás—respondióBazinconlamayorsangrefríadelmundo.

—¡Ah!—murmuró D’Artagnan. Quizá iba a prolongar la discusión y asostenerlasupremacíadelLouvre,cuandoadvirtióquesucaballopermanecíaatadoalosbarrotesdeunapuerta.

—¡Pardiez!—dijo—.Hazquecuidendemicaballo.Tuamo,elobispo,notieneotroigualensucaballeriza.

Bazinechóunamiradaoblicuaalcaballoyrespondió:

—Elsuperintendentelehadadocuatrodesuscuadras;yunosolodeesoscuatrovaleotroscuatrocomoelvuestro.

La sangre subió al rostro deD’Artagnan. Levantó lamano y contemplósobre la cabeza de Bazin el sitio en que iba a caer su puro. Pero pasó alinstantesuira;lareflexiónvinoysecontentócondecir:

—¡Diantre! Bien he hecho en dejar el servicio del rey. Dime, Bazin,¿cuántosmosqueterostieneelsuperintendente?

—Consudinerotendrátodoslosdelreino—contestóBazin—cerrandoel

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libroydespidiendoalosescolaresadisciplinazos.

—¡Diantre,diantre!—dijootravezD’Artagnan.

Ycomoleanunciaronqueestabaservidalamesa,siguióalacocineraquéleintrodujoenelcomedor.

D’Artagnansesentóalamesayatacóconvaloralpollo.

—Creo—dijo hincando el diente en el ave que le habían servido y quevisiblemente habían olvidado engrasar—, creo yo que he hecho real en nohaberidoalmomentoenbuscadelacomidaacasadeeseseñor,puesaloquéparece debe ser poderoso el tal superintendente. En verdad que no sabemosnadanosotrosalláenlaCorte,ylosrayosdelsolnosimpidendivisargrandesestrellas que son también soles, aunque un poco más apartados de nuestratierra;únicadiferenciaqueexiste.

ComoD’Artagnan gustabamucho, por placer y por costumbre, de hacercharlasalagentesobrelascosasquele, interesaban,sedespachóasugustocon maese Bazin. Pero fuera del elogio fatigante e hiperbólico del señorsuperintendente de Hacienda, Bazin, que por su parte estaba prevenido, nocontestómásquesimplezasa lacuriosidaddeD’Artagnan; locualhizoqueéste,debastantemalhumor,pidieseiraacostarseencuantoacabódecomer.

D’Artagnan fue introducidoporBazin en un aposento bastantemediano,dondeencontróunacamabastantemala,peroelmosqueteronoeradelicado.LehabíandichoqueAramissehabíallevadolasllavesdesuaposento;ycomosabía que Aramis era hombre ordenado y que, generalmente; tenía muchascosas que ocultar en su habitación, no le sorprendió nada la noticia.Así esque, aun cuando le hubiera parecidomuchomás dura, atacó a la cama tanbravamentecomohabíaatacadoalpollo,ycomosentíatanbuensueñocomobuen apetito, no tardó en dormirse que el que gastara en chupar el últimohuesodelasado.

Desdequeyanoprestabaservicioanadie,D’Artagnansehabíaprometidotenerelsueñotanpesadocomoligerofueenotrotiempo;perodetanbuenafe,que aunque D’Artagnan quisiera cumplir con su promesa religiosamente,despertóse a media noche por el gran ruido de una carroza y de lacayos acaballo.Unailuminaciónrepentinainvadiólasparedesdelasala,ysaltódellechoencamisacorriendoalaventana.

—¿Seráqueregresaelreyporventura?—pensórestregándoselosojos—.Porquealaverdad,estacomitivasólopuedeperteneceraunapersonareal.

—¡Vivaelseñorsuperintendente!prorrumpió,omásbienvociferódesdeunaventana del piso baja, una voz que reconoció como la deBazin, que algritaragitabaconunamanounpañueloysosteníaunalamparillaenlaotra.

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D’Artagnandivisóentoncesunacosa,comounabrillante formahumana,que se inclinaba en la portezuela de la carroza; al mismo tiempo, grandescarcajadas, de risa suscitada, sin duda, por la rara figura de Bazin; y que,salíandelmismocarruaje,dejabancomounrastrodealegríapordondepasabaelséquito.

—BienhedebidoconocerquenoeséstaSuMajestad;noseríenadiedetanbuenaganacroandoelreypasa.

—¡Eh,Bazin!—gritó a su vecino, que sacaba las tres cuartas partes delcuerpofueradelaventanaparaverpormástiempoalacarroza—.¡Es!¿Quéeseso?

—EselseñorFouquet—dijoBazinconaaireprotector.

—¿Ytodaestagente?

—EslacortedelseñorFouquet.

—¡Oh!—dijoD’Artagnan—. ¿Quépensaría el señorMazarino, si oyeseesto?

Yvolvióaacostarsemuypensativo,preguntándosecómoeraqueAramisfuerasiempreprotegidoporelmáspoderosodelreino.

—¿Seráquetienemáshabilidadqueyo,oqueyosoymástontoque,el?¡Bah!

Esta era la palabra con cuyo auxilio D’Artagnan, hecho un sabio,terminabacadapensamientoycadaperíododesuestilo.Enotrotiempodecía¡pardiez!, lo cual era un espolazo; pero ahora, ya había madurado, ymurmurabaese¡bah!filosóficoquesirvedebridaatodaslaspasiones.

CapítuloXVIII

D’ArtagnanbuscaaPorthosysólohayaaMosquetón

Cuando D’Artagnan estuvo bastante persuadido de que la ausencia delseñorvicariogeneralerapositiva,ydequenopodíaencontrarasuamigonienMelunni en sus cercanías, dejó aBazin sindisgusto, dirigió, unaojeadaburlesca al magnífico castillo de Vaux, que comenzaba a brillar con aquelesplendorquecausósuruina,ypellizcándoseloslabioscomoquienestállenodedesconfianzaydesospechas,aguijoneóasucaballopíodiciendo:

—Vamos, vamos, no es aquí, si no en Pierrefonds, donde encontraré elhombremejoryelmejorcofre.Nonecesitomásqueesto,puestoqueyatengo

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laidea.

Haremos gracia al lector de los incidentes prosaicos del viaje deD’Artagnan,quellegóaPierrefondsenlamañanadeltercerdía.D’ArtagnanllegabaporelcaminodeNanteuil-le-HardouinyCrécy,ydivisódesdelejoselcastillodeLuisdeOrléansque,convertidoenpropiedaddelaCorona,estabaguardadoporunancianoconserje.EraunadeesasgrandiosasfortalezasdelaEdadMedia,conmurallasdeveintepiesdeespesory torresdecienpiesdealtura.

D’Artagnan costeó esasmurallas,midió con la vista sus torres y bajó alvalle. Desde lejos dominaba el castillo de Porthos, situado a orillas de uninmenso estanque, y lindando con un hermoso bosque. Es elmismo que yahemos tenido el gusto de describir a nuestros lectores, por lo cual noscontentaremoscon indicarlo.LoprimeroquedistinguióD’Artagnandespuésde los hermosos árboles; después del sol de mayo que doraba los verdesribazos,ydespuésdelosmagníficosárboles.

LospinosqueseextendíanhaciaelCompiegne,fueunaenormecajaconruedas, conducida por dos lacayos y arrastrada por otros dos. En esta cajaencontrábase una cosa inmensa, verde y dorada, que medía, conforme ibaarrastrando, las risueñas alamedas del parque.Aquella cosa imprecisable norepresentaba absolutamente nada; desdemuy cerca era un tonel cubierto depañoverdegaloneado;desdemás cerca aúneraunhombre extremadamenteobeso, cuya extremidad inferior llenaba toda la caja; y todavía desde máscerca,estehombreeraMosquetón,Mosquetón,blancodecabellosy rojodecara,comoPulcinella.

—¡Pardiez!—exclamóD’Artagnan—.¡EsteeselseñorMosquetón!

—¡Ah…!—gritóelhombregordo—.¡Ah!¡Quésuerte!¡Quéalegría!¡ElseñordeD’Artagnan…!¡Parad,tunos!

Estasúltimaspalabrasibandirigidasaloslacayosqueleconducían.

Lacajaparó,yloslacayos,conprecisiónpuramentemilitar,sequitaronauntiemposussombrerosgaloneadosysealinearondetrásdelacaja.

—¡Oh,señordéD’Artagnan!—exclamóMosquetón—.¡Quenopuedayoabrazaros,lasrodillas!Pero,comoveis,mehevueltoimpotente.

—¡Diantre!AmigoMosquetón,eslaedad.

—¡No,señor,noeslaedad;sonlosachaques,laspenas!

—¡Laspenas,Mosquetón!—murmuróD’Artagnandandovueltaalacaja—. ¿Estáis loco, querido amigo? A Dios gracias, os conserváis como unaencinadetrescientosaños.

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—¡Ah!Laspiernas,señor,¡laspiernas!—dijoelbuenservidor.

—¿Cómolaspiernas?

—Sí,yanoquierenllevarme.

—¡Ingratas!Sinembargo,bienlasalimentáis,Mosquetón,segúnparece.

—¡Ay, sí! Nada tienen que echarme en cara sobre ese punto —dijoMosquetónconunsuspiro—;siemprehicecuantopudepormicuerpo;nosoyegoísta.

Ysuspiródenuevo.

—¡EsqueMosquetón desea también ser barón, y por eso suspira de esasuerte!—observóD’Artagnan.

—Dios santo—dijoMosquetón substrayéndose aunadistracciónpenosa—;Diosmío,¡monseñorserámuyfelizcuandoveaqueoshabéisacordadodeél!

—¡BuenPorthos!—dijoD’Artagnan—.¡Ardoendeseosdeabrazarlo!

—¡Oh! —dijo Mosquetón enternecido—: Yo se lo escribiré de seguro,señor.

—¡Cómo!—exclamóD’Artagnan—.¿Túseloescribirás?

—Hoymismo,sintardanza.¿Luegonoestáaquí?

—No,señor.

—Pero¿sehallacercaolejos?¿Loséyo,señor?—dijoMosquetón.

—¡Diantre! —exclamó el mosquetero, dando una patada—: ¡Estoy dedesgracia!¡Porthostancasero!

—Nohayhombremássedentarioquemonseñor,raro…

—Pero¿qué?

—Cuandoosacosaunamigo…¡Unamigo!sinduda;ésedignoseñordeHerblay.

—¿EsAramisquienhainducidoaPorthos?

—He aquí cómo ha pasado la cosa, señor de D’Artagnan: el señor deHerblayescribióamonseñor…

—¿Escierto?

—¡Unacarta,señor,unacartatanapremiante,quetodolohapuestoaquíasangreyfuego!

—Relátame eso, querido amigo—dijo D’Artagnan—, pero primero haz

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queseretirenunpocoestosseñores.

Mosquetón pronunció un «¡largo, tunantes!» tan fuerte, que hubierabastado el soplo, sin las palabras, para hacer evaporar a los cuatro lacayos.D’Artagnansesentósobrelasparihuelasyabriólosoídos.

Mosquetónprosiguió:

—Monseñor recibió, pues, una carta del señor vicario general Herblay,haráunosochoonuevedías,eldíadelosplacerescampestres;sí,estoes,elmiércoles.

—¿Cómoeseso?—dijoD’Artagnan.¿Eldíadelosplacerescampestres?

—Sí, señor, tenemos tantos placeres de quegozar en este deliciosopaís,que nos vemos abrumados con ellos, y tanto, que nos han obligado adistribuirlos.

—¡Cómo!¡ReconozcoelordendePorthos!Nosemehubieseocurridoamíesaidea;verdadesqueyonoestoyabrumadodeplaceres.

—Nosotrosloestamos—repusoMosquetón.

—¿Ycómohabéisarregladoeso?SepamospreguntóD’Artagnan.

—Escosaunpocolarga,señor.

—No importa, porque tenemos tiempo; además, habláis tan bien, miquerido.Mosquetón,queverdaderamenteesunplacerescucharos.

—Es cierto —dijo Mosquetón con gesto de satisfacción, originadoevidentementepor la justiciaquese lehacía—;verdades,quehealcanzadograndesprogresosencompañíademonseñor.

—Aguardo esa distribución de placeres, Mosquetón, y con impacienciaquierosabersihellegadoenbuendía.

—¡Oh!SeñordeD’Artagnan—dijo tristementeMosquetón—,desdequemonseñorsehamarchado;volarontodoslosplaceres.

—Puesbien,amigoMosquetón,reunidvuestrosrecuerdos.

—¿Porquédíaqueréisquecomencemos?

—¡Diantre!comienzaporeldomingo,queesdíadelSeñor.

—¿Eldomingo?

—Sí.

—Domingo,gozosreligiosos:monseñorvaamisa;reparteelpanbenditoymandaasulimosneroqueleleadiscursoseinstrucciones.

Estonoesmuydivertido,masestamosaguardandounfrailecarmelitade

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Parísquedesbancaráanuestrolimosnero,yquehablamuybien;segúndicen;él nos despertará, porque el actual limosnero siempre nos duerme. Lunes,placeresmundanos.

—¡Ah, ah! —dijo D’Artagnan—. ¿Cómo entiendes eso, Mosquetón?Veamosesosplaceresmundanos,veamos.

—Señor,ellunesestamosenelmundo;recibimos,pagamosvisitas,setocael laúd,sebaila,sehacenversosconpie forzado,y finalmentesequemaunpocodeinciensoenhonordelasdamas.¡Diablo!Éstaeslasupremagalantería—dijoelmosquetero;quetuvonecesidaddellamarensuayudatodoelvigordesusmúsculosmastoidesparacomprimirunasenormesganasdereír.

—Martes,placeressabios.

—Bien —dijo D’Artagnan—. ¿Y cuáles son? Referídmelos, queridoMosquetón.

Monseñorhacompradounaesferaqueyaosenseñaré;yquellenatodoelperímetro de la torre grande, menos una galería que ha hecho edificar porencimadelaesfera.Éstatieneunoshilosdelatónaloscualesestánpegadoselsolylaluna,todoestodavueltasyesmuybonito.Monseñormeenseñalosmaresylastierraslejanas,aloscualesnopensamosirjamás.Esalgollenodeinterés.

—Llenodeinterés,esoes—repitióD’Artagnan.¿Yelmiércoles?

—Placerescampestres;yahetenidoelhonordemanifestároslocaballero:nos entretenemos enmirar los carneros y las cabras demonseñor; hacemosbailaralaspastorasconzampoñasygaitas,comoestáescritoenunlibroquemonseñorposeeensubibliotecayquesellamaÉglogas.Suautorhamuertohacepocomásdeunamesa.

—¿QuizáélseñorRacan?—dijoD’Artagnan.

—Esoes,elseñorRacan.Mas,noesestosólo.Pescamosconcañaenelcanalillo,ydespués,comemoscoronadosdeflores.Ésteeselmiércoles.

—¡Diantre!—dijoD’Artagnan—.Noestámalrepartidoelmiércoles.Yeljueves,¿quéquedaparaesepobrejueves?

—Noestandesgraciado,señor—dijoMosquetónsonriendo—.Eljueves,placeres olímpicos. ¡Ah! ¡Señor, esto es magnífico! Hacemos venir a losvasallos jóvenes de monseñor; y hacemos que arrojen el disco, luchen ycorran:Monseñor arroja el disco comonadie.Ycuando aplicaunpuñetazo,¡ohquédesgracia!

—¡Cómoquédesgracia!

—Sí,señor;hasidoprecisorenunciaralaluchadelcesto.Monseñorabría

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cabezas, rompía quijadas y hundía pechos. Este juego es encantador, peronadiedeseabajugarconél.

—Conqueelpuño…

—¡Oh! Señor, más sólido que nunca. Monseñor flojea un poco de laspiernas, élmismo lo conoce; pero todo se le ha refugiado en los brazos, demodoque…

—Demodoquetumbaalosbueyescomoenotrotiempo.

—Mástodavíaqueeso,señor,derribalosmuros.Últimamente,despuésdehabercomidoencasadeunode susarrendadores (ya sabéiscuánpopularybueno es monseñor), después de comer, digo, gastó la broma de dar unpuñetazoenlapared;éstaseabrió,eltechoderrumbóse,yhubotreshombresyunaviejaasfixiados.

—¡BuenDios!Mosquetón,¿ytuamo?

—¡Oh!Monseñortuvolacabezaunpocodesollada,perole lavamosconaguaquenosdanlosfrailes.

—¿Masenelpuñonada?—Nada,nada.

—¡Malditoslosplaceresolímpicos!

—Deben costar demasiado caros, porque al fin las viudas y loshuérfanos…

—Selesdaunapensión,señor;ladécimapartedelasrentasdemonseñorestánafectasaesto.

—Pasemosalviernes—dijoD’Artagnan.

—Elviernes;placeresnoblesyguerreros.Cazamos, tiramosa lasarmas,levantamos halcones y domamos caballos. El sábado, par fin, es día deplaceresespirituales;enriquecemosnuestrainteligencia,miramosloscuadrosy las estatuas de monseñor, y aun escribimos y trazamos planos. TambiéndisparamosloscañonesdeSuExcelencia.

—¡Trazáisplanos!¡Disparáiscañones!

—Sí,señor.

—Amigomío—dijoD’Artagnan—, el señorDuVallon posee el talentomás delicado y amable que yo conozca pero creo que habéis olvidado unaclasedeplaceres.

—¿Cuálesson?—preguntóMosquetónconansiedad.

—Losplaceresmateriales.

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—Mosquetónruborizóse.

—¿Quéentendéisporeso,señor?—preguntóbajandolosojos.

—Entiendo lamesa, el buenvinoy la nocheocupada en evolucionesdebotellas.

—¡Ah!Señor,esosplaceresnosecuentan,pueslospracticamostodoslosdías.

—Perdóname, valiente Mosquetón —repuso D’Artagnan—, pero de talmodoheestadoabsortoconlosencantosdeturelato,queheolvidadoelfinprincipaldenuestraconversación,estoes,saberloqueelseñorvicariogeneralHerblayhapodidoescribiratuamo.

—Es cierto, señor —dijo Mosquetón—; los placeres nos han distraído.Pues,bien,heaquílacosaenrealidad.

—Yaescucho,amigoMosquetón.

—Elmiércoles…

—¿Eldíadelosplacerescampestres?

—Sí,Llegaunacartaylarecibedemismanos.Yohabíaconocidolaletra.

—¿Yqué?

—Monseñorlaleyó,yexclamó:«¡Pronto,miscaballos,misarmas!».

—¡Ay,Diosmío!—dijoD’Artagnan—.¿Algúndueloaún?

—No, señor, sólo decía estas palabras: «Querido Porthos; en marcha alinstantesiqueréisllegarantesdelequinoccio.Osespero».

—¡Pardiez!—dijoD’Artagnanpensativo—.Lacosaeraurgente,aloqueparece.

—Ya lo creo. De suerte —continuó Mosquetón— que monseñor salióaquelmismodíaconsusecretarioparaprocurarllegaratiempo.

—¿Yhabrállegadoatiempo?

—Asíloespero.Monseñor,queavecesjuracomosabéis,repetíasincesar:«¡Trueno deDios! ¿Quién es ese demonio de equinoccio?No importa; seránecesario,queeltunovayamuybienmontadosillegaantesqueyo».

—¿YsuponestúquePorthosllegaráprimero?—preguntóD’Artagnan.

—Estoy seguro de ello. Ese equinoccio, por rico que sea, no tieneciertamentetanbuenoscaballoscomomonseñor.

D’Artagnancontuvo lasganasde reír; porque labrevedadde la cartadeAramis le daba mucho que pensar. Siguió a Mosquetón, o mejor dicho al

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carricoche deMosquetón hasta el castillo, y se sentó a unamesa suntuosa,donde se le hicieron honores como a un rey. Pero nadamás pudo sacar deMosquetón:elfielservidorllorabaasusanchas,yahíacababatodo.

D’Artagnan, después de haber pasado la noche en una cama excelente,pensó mucho en el sentido de la carta de Aramis, inquietándose por lasrelaciones del equinoccio con los asuntos de Porthos, pues no comprendíanadaanoserquesetratasedealgúnamoríodelobispo,quetuvieranecesidaddeque losdías fuesen igualesa lasnoches.D’ArtagnansaliódePierrefondscomohabíasalidodeMelunydelacasadelcondedelaFère;peronosinunatristezaqueenbuenaleypudierapasarporunodelosmásnegroshumoresdeD’Artagnan.Conlacabezainclinadaylamiradafijadejabacolgarsuspiernasa los flancos del caballo, ymurmuraba para sí con aquella vaga distracciónquealgunavezseremontaalamássublimeelocuencia.

—¡Ya no tengo amigos, ni porvenir, ni nada! ¡Mis fuerzas se han rotocomoellazodenuestraamistadpasada!¡Ah!Lavejezllegafría,inexorable,yenvuelveensufúnebrecrespóntodoloquebrillaba,todoloqueembalsamabamijuventud;despuésponeestegratopesosobresushombros,ylollevacontodolodemásaesegolfoinsondadodelamuerte.

Un frío estremecimiento oprimió el corazón del gascón, tan valiente yfuerte contra todas las desgracias de la vida, y por espacio de algunosmomentos lasnubes leparecieronnegruzcasy la, tierra resbaladizayheladacomoladeuncementerio.

—¿Dónde voy? —se preguntó—. ¿Qué quiero hacer…? Sólo…absolutamentesolo,sinfamilia,sinamigos…¡Bah!depronto.

Y espoleó a su caballo, que partió al galope, caminando asímás de dosleguas.

—AParís—dijoD’Artagnan.

YaldíasiguientellegóaParís.Habíaempleadoenelviajediezdías.

CapítuloXIX

RelátaseloqueD’ArtagnanibaarealizarenParís

EltenienteapeóseenfrentedeunatiendadelacalledelosLombardos,queteníapormuestraElpilóndeOro.Unhombredebuenaspectoquellevabaunmandilblancoyacariciabasusbigotesgrisesconunamanorobusta,exhalóalverleungritodealegría.

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—¡Ah!¿Caballero—dijo—,soisvos?

—Buenos días, Planchet —respondió D’Artagnan encorvándose parapoderentrar.

—Pronto —gritó Planchet— uno de vosotros para el caballo del señorD’Artagnan,otroparaarreglarsuhabitación,yotroparalacomida.

—Gracias, Planchet, buenos días, muchachos —dijo D’Artagnan a lossolícitosmozos.

—¿Mepermitiréisquedespacheestecafé,estamielyestaspasascocidas?—preguntóPlanchet.Sonparaelseñorsuperintendente.

—Despachapronto.

—Escuestióndeuninstanteyluegocomemos.

—Procura que comamos solos —dijo D’Artagnan—; he de hablarte.Planchetmiróasuantiguoamodemanerasignificativa.

—¡Oh! Tranquilízate, no se trata de nada desagradable —observóD’Artagnan.

—¡Tantomejor!

YPlanchetrespiró,mientrasD’Artagnansesentabamuytranquilamenteenla tienda sobre un fardo de mercancías y observaba el interior delestablecimiento.Latiendaestabamuybienprovistayenellaserespirabaunperfume de jengibre, canela y pimienta molida que hizo estornudar aD’Artagnan.

Losmozos,satisfechosdeverdecercaaunhombredeguerratanfamoso,auntenientedemosqueterosquevivíaalladodelrey,sepusieronatrabajarcon ardor musitado y a servir a los parroquianos con un desdén que fueadvertidoportodos.

Planchetguardabaeldineroenelcajónyhacíasuscuentas,dirigiendoalavezalgunaspalabrasasuamo.Planchethablabapococonloscompradoresylestratabaconesafamiliaridadaltaneradelvendedorrico,quesirveatodoelmundo,peroquenotieneconsideraciónanadie,locualobservóD’Artagnan,conplacerqueanalizaremosmástarde.Viopocoapocoavanzarlanoche,yalfin lecondujoPlanchetaunahabitacióndelprimerpiso,donde lesesperabaunamesabienservidaentrelossacosylascajas.

D’ArtagnanaprovechósedelmomentodeesperaparaconsiderarelrostrodePlanchet,aquiennohabíavistohacíaunaño.ElinteligentePlanchethabíaechadovientre,peronoselehabíaninfladoloscarrillos.Supenetrantemiradaaún jugaba con facilidad en susprofundasórbitas, y laobesidad, quenivelatodas las prominencias características del semblante humano, aún no había

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tocado ni a sus salientes pómulos, indicio de astucia, y de codicia, ni a subarbaaguda,muestrainfalibledefinurayperseverancia.Planchetestabacontantamajestad en su comedor como en su tienda; y presentó a su amo unacomidafrugal,mastodaparisiense;D’ArtagnanencontrómuydesugustoqueelabacerohubierasacadodedetrásdeloshacesdeleñaunabotelladevinodeAnjou,quedurantetodasuvidahabíasidosuvinofavorito.

—Enotrotiempo,señor—dijoPlanchetconsonrisallenadehonradez—,erayoquienseosbebíavuestrovino;ahoratengoelhonordequeosbebáiselmío.

—Ygracias aDios, amigoPlanchet, lobeberépormucho tiempo, segúncreo,porquealpresentesoylibre.

—¡Libre!¿Estáisconlicencia,señor?

—¡Ilimitada!

Planchetestupefactopreguntó.

—Sí,voyadescansar.

—¿Yel rey?—exclamóPlanchet, quenopodía creerque el reypudierapasarsesinlosserviciosdeunhombrecomoD’Artagnan.

—Elreybuscaráfortunaenotraparte…Peronosotroshemoscomidobien,tú estás predispuesto a las ocurrencias, y me excitas para que te hagaconfianzas;abre,pueslosoídos.

—Abro.

YPlanchet,conciertasonrisa,másfrancaquemaligna,destapóunabotelladevinoblanco.

—Déjamesóloconmirazón.

—¡Oh!Cuandoperdáislacabeza,señor…

—Ahora, mi cabeza es mía, y pretendo llevarla mejor que nunca.Hablemosprimerodefinanzas…¿Cómovanuestrodinero?

—Alasmilmaravillas,señor.Lasveintemillibrasquedevosherecibido,siguendedicadasamicomercio,dondeproducenunnueveporciento.Osdoysieteyganodos.

—¿Ycontinúascontento?

—Encantado.¿Metraéismás?

—Algomejor…Pero¿necesitasdeellas?

—¡Oh! Nada de eso. Ahora, todos me quieren confiar; extiendo mis

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negocios.

—Eseeratuproyecto.

—Hagoalgodebanca…compromercancíasamiscofradesnecesitados,yprestodineroalosquesevenapuradosparalosdesembolsos.

—¿Sinusura…?

—¡Ah!Señor, la semanapasadahe tenidodos citas en elBoulevardporcausadeesapalabraqueacabáisdepronunciar.

—¿Cómo?

—Vaisaver:tratábasedeunpréstamo…Eldeudormedioenprendaalgúnazúcar terciado con la condición de que lo vendería, si el reembolso no severificabaendeterminadaépoca:Yoprestomillibras,élnolaspaga,yovendoelazúcarenmiltrescientaslibras,éllosabeyreclamacienescudos.Claroquelos niego, pretextando que no había podido venderlo sino en novecientaslibras.Díjomequeyo era unusurero, y yo le supliquéqueme repitiese esapalabradetrásdelBoulevard.Elhombreeraunantiguoguardia,fueylepaséconvuestroaceroelmusloizquierdo.

—¡Pardiez,québanca!—dijoD’Artagnan.

—Porencimadeuntreceporcientomebato—replicóPlanchet—;esmicarácter.

—Notomesmásdedoce—dijoD’Artagnan—,yllamaalorestanteprimaycorretaje.

—Tenéisrazón,señor.¿Yvuestroasunto?

—¡Ah!Planchet,esmuylargoydifícildenarrar.

—Hablad,pues.

D’Artagnanacaricióseelbigote,comoembarazadoporlaconfidenciaqueteníaquehacer,ycomodesconfiandodelconfidente.

—¿Esunaimposicióndedinero?—dijoPlanchet.

—¡Oh!Sí.

—¿Ydemuchoproducto?

—Unbuenproducto;cuatrocientosporciento,Planchet.

Planchet dio un puñetazo en la mesa con tanta fuerza, que las botellassaltaroncomosihubiesensentidomiedo.

—¡Dios!¿Esposible…?

—Creoquedarámás—dijofríamenteD’Artagnan—;pero,enfin,prefiero

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decirmenos.

—¡Ah! ¡Diablo! —dijo Planchet aproximándose—. Pero, señor, ¡eso esseductor…!¿Puedeponersemuchodinero?

—Veintemillibrascadauno,Planchet.

—Eseestodovuestrointerés,señor.¿Yporcuántotiempo?

—Porunmes.

—¿Ycuántonosproducirá?

—Cincuentamillibrasacadauno;cuenta.

—¡Eso es monstruoso…! ¿Será preciso batirse bien por una gananciacomoésa?

—En efecto; no es cosa de batirse mal dijo D’Artagnan con la mismatranquilidad;peroestavez,Planchet,somosdos,yyorecibolosgolpesparamísolo.

—Señor,yonoconsentiría.

—Planchet;túnopuedesestarallí,puestendríasquedejartucomercio.

—¿NosehaceelnegocioenParís?

—No.

—¿Enelextranjero?EnInglaterra.

—País de especulación, es verdad—dijo Planchet—. País que conozcomucho…¿Quéclasedenegocioes,señor?

—Unarestauración.

—¿Demonumentos?

—Sí,restauramosaWhiteHall.

—Esoesimportante;¿ysuponéisqueenunmes?

—Meencargodeello.

—Entonces, no haymás que hablar; eso es cosamía…No obstante, teconsultaréconmuchogusto.

—Muchahonraesésa;peroentiendopocodearquitectura.

—Te equivocas… Eres un buen arquitecto, tan bueno como yo; para elasuntodequesetrata.

—Gracias.

—Confieso que he intentado ofrecer el negocio a esos señores; pero no

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estaban en sus casas. Estome ha contrariado, porque no hay nadie, nimásatrevidos,nimásresueltos.

—¿Conquelacosaesgrave?

—¡Oh!Sí,Planchet,sí…

—Ardoporconocerdetalles,señor.

—Cierralaspuertas.

Planchetlascerrócondoblevuelta.

—Y abre la ventana —añadió D’Artagnan—, para que el ruido de loscarrosytranseúntesensordezcaalqueintenteescucharnos.

Hecholocual,D’Artagnanbebiódelvasodevino,ydijo:

—Planchet,tengounaidea.

—¡Oh! Señor, qué bien, os conozco en esto—respondió el abacero congranemoción.

CapítuloXX

Seformasociedaden«Elpilóndeoro»paraexplotarlaideadelseñorD’Artagnan

Después de un instante de silencio, durante el cual D’Artagnan pareciórecoger,nouna,sinotodassusideas,dijo.

—Esimposible,amigoPlanchet,quenohayasoídohablardeSuMajestadCarlosI,reydeInglaterra.

—Sí, señor, y recuerdo que vos de fuisteis a Francia para ayudarle,faltandopocoparaqueosarrastraseensucaída.

—Veoquetienesbuenamemoria.

—Pormalaquelatuviesenolohubieraolvidado.CuandoGrimaud,que,comosabéis,nohablanunca,sedecidearelatarcómocayólacabezadelreyCarlos,cómonavegasteislamitaddelanocheenunbarcollenodepólvora,ycómoapareciósobrelasaguaselcadáverdeMordaunt,conunpuñalclavadoenelpecho,noescosadeolvidarlo.

—Sinembargo,hayalgunosqueloolvidan.

—NoselohabránoídoreferiraGrimaud.

—Puesbien,yaqueteacuerdas,tantomejor,asínotendréquerecordarte

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sinoqueCarlosIteníaunhijo.

—Dos;sinqueestoseacontradeciros—replicóPlanchet—porque,yohevistoenParísal segundo,al señorduquedeYork;undíaque ibaalpalacioreal, y me dijeron quién era. Respecto al primogénito, sólo le conozco denombre.

—A ese hijo primogénito; que antes se llamaba el príncipe de Gales; yahoraCarlosII,reydeInglaterraesalquevamosaparar.

—Reysinreino;señor—dijoPlanchet.

—Justamente,ypuedesañadir,príncipedesdichado,másdesgraciadoqueunhombredelpueblo,perdidoenelbarriomásmiserabledeParís.

Planchethizoungesto,llenodeesacompasiónindiferentequeseconcedealosextraños.

Porotraparte,noveíaenaquelladisertación,políticosentimental,ningúnindicio de la ideamercantil deD’Artagnan, y ésta era la que preocupaba aPlanchet. El mosquetero, habituado a conocer los hombres y las cosas;comprendióasuantiguocriado.

—Prosigamos nuestro, asunto —dijo—. Ese joven príncipe de Gales,monarcasin reino,como túdicesmuybien,meha interesadomucho.LehevistomendigarelauxiliodeMazarino,queesunpícaro,yeldeLuisXIV,quees un niño, y me ha parecido a mí; que conozco bien estas cosas, que sumirada inteligente y la nobleza de su aspecto, eran dignas de unhombredecorazónydeunrey.

Planchetaprobótácitamente;perosintrasluciradóndeibaapararsuamo,queprosiguió.

—Mira,pues,elrazonamientoquehehechoyfíjatebien,porquellegamosalaconclusión.

—Estoyatento.

—Losreyesnoabundantantoen la tierraque lospueblos losencuentrendondequieraquelosnecesitan.Asíesqueamijuicio,esereysinreinoesunasemilla reservadaquedebe florecer enuna estacióncualquiera; siemprequeunamanodiestrayvigorosalasiembrecomoesdebido,escogiendoelsuelo,elcieloyeltiempo.

Planchet,sincomprender,asentíaconlacabeza.

—¡Pobresemilladerey!dijeparamí—continuóD’Artagnan—.Ycomoestaba enternecido, temí pensar alguna necedad, y por eso he queridoconsultarte.

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Planchetsepusoencarnadodeorgulloydeplacer.

—¡Pobresemilladerey!Yoterecojoyvoyasembrarteenbuenterreno.

—¡Ay,Diossanto!—dijoPlanchet,mirandofijamenteasuamocomosidudasedelestadodesurazón.

—¿Quéhay?—preguntóD’Artagnan—.¿Quétesucede?

—Nada.

—Comohasdicho:«¡Ay,Diossanto!».

—Sí…

—¿Ibasyacomprendiendo?Declaro;señor,quetengomiedo…

—¿Decomprender?

—Sí.DecomprenderqueyoquierovolverasutronoalreyCarlosII.

Planchetdiounsaltoenlasilla.

—¡Ah!—dijoadmirado—.¿Esoesloquellamáisunarestauración?

—Asísellama.

—Sinduda,¿habéisreflexionado…?

—¿Enqué?

—Enloquehayallá.

—¿Dónde?

—EnInglaterra.

—¿Yquéhay?

—Enprimerlugar,señor,ospidoperdónsimemezcloenestascosasqueno tienennadaquever conmi comercio;pero,puestoquemeproponéisunnegocio…¿Noesasí?

—Magnífico,Planchet.

—Entonces,tengoderechoadiscutirlo.

—Discute.

—Puesbien,convuestropermiso,osmanifestaréqueallíhay,primerolosParlamentos.

—Bien.

—Después,elejército.

—¿Quémás?

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—Lanación.

—¿Hasterminado?

—Lanaciónquehaconsentidolacaídaylamuertedelreydifunto,padredeCarlosII.Estonopuedenegarse.

—Discurres como un necio, amigo Planchet —dijo D’Artagnan—. Lanación…lanaciónestácansadadeesosseñoresquellevannombresbárbarosy cantan salmos.Cantar por cantar, heobservadoque lasnacionesprefierencualquiercosaalcantollano.Acuérdatedela.Fronda.¿Secantaba,entonces?Puesaquélloseranlosbuenostiempos.

—Notanto;estuveapuntodeserahorcado.

—Peronolohassido.

—Esverdad.

—Ydeentoncesdatatufortuna.

—Efectivamente.

—Luegonotienesnadaquedecir.

—Sí;vuelvoalejércitoyalosParlamentos.

—He dicho que tomaba prestadas veinte mil libras al señor Planchet, yque,yoponíaotrasveintemilpormiparteconesascuarentamillibraslevantounejército.

Planchetjuntólasmanos,veíaserioaD’Artagnanycreyódebuenafequehabíaperdidoeljuicio.

—¡Un ejército! ¡Ah, señor!—exclamó con su sonrisamás graciosa pormiedo de irritar a aquel loco y ponerle furioso. Un ejército… ¿de cuántoshombres?

—Decuarenta.

—Cuarenta contra cuarenta mil, son pocos. Vos sólo valéis por milhombres,señordeD’Artagnan,losémuybien;pero¿dóndeencontraréisotrostreinta y nueve hombres que valgan tanto como vos? O en caso deencontrarlos,¿quiénosproporcionarádineroparapagarles?

—Malo,Planchet.¡Ah!Tehacescortesano.

—No, señor, digo lo que siento, y por eso precisamente digo que tengomiedodelaprimerabatallacampalquedeisconvuestroscuarentahombres.

—Asíesquenodarébatallascampales,amigoPlanchet—dijoelgascónriéndose. Tenemos muy bellos ejemplos en la antigüedad de retiradas y de

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marchassabias,queconsistíanenevitaralenemigoenlugardeesperarle.Túdebesdesaberesto,Planchet,túquehasmandadoalosparisienseseldíaquedebieronbatirsecontralosmosqueteros,yquetanbiencalculastelasmarchasycontramarchas,quenoabandonastelaPlazaReal.

Planchetechóseareír.

—Deseguro—respondió—,quesivuestroscuarentahombresseocultansiempre y no son torpes, pueden esperar no ser batidos; pero, en fin, osproponéisalgúnresultado.

—¿Puedes dudarlo?Atiende cuál es, segúnmi parecer, el procedimientoque debe emplearse para restaurar prontamente en su trono a Su MajestadCarlosII.

—¡Bueno! —contestó Planchet redoblando su atención—. Veamos eseprocedimiento;peroantescreoqueolvidamosalgo.

—¿Qué?

—Hemospuestoaparte lanación,quequieremejorcantarcualquiercosaantes que salmos, y el ejército que no combatiremos; pero quedan losParlamentosquenocantannada.

—Yquetampocosebaten.¿Cómo,Planchet,unhombrecómotú,seapuraporunacatervadeparlanchinesquesellamanrabadillasydescarnados?LosParlamentosnomeapesadumbran,Planchet.

—Puestoquenoosapesadumbran,señor,pasemosaotroasunto.

—Sí,yllegaremosalresultado.¿TeacuerdasdeCromwell,Planchet?

—Muchoheoídohablardeél,señor.

—Eraunguerreroastuto:

—Yunterriblecomilón,principalmente.

—¿Cómoeseso?

—Sí,deunsologolpesehatragadoaInglaterra.

—Pues bien, Planchet, si la víspera del día en que se tragó a Inglaterra,algunosehubiesetragadoalseñorCromwell.

—¡Oh!Señor,unode losprimerosaxiomasde lasmatemáticasesqueelcontinentedebesermayorqueelcontenido.

—¡Bien!Eseesnuestronegocio,Planchet.

—PeroelseñorCromwellhamuerto,ysucontinenteesahoralatumba.

—AmigoPlanchet, veo congusto queno sólo te has hechomatemático;

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sinotambiénfilósofo.

—Señor,enmicomerciodeespeciasutilizomuchopapel impreso,yesomeinstruye.

—¡Muy bien! En ese caso sabrás, porque no habrás aprendido lasmatemáticas y la filosofía sin un poco de historia, que después de unCromwelltangrandehavenidootromuypequeño.

—Sí,éstellámaseRicardo,yhahecholoquevos,señordeD’Artagnan;hapresentadosudimisión.

—¡Bien!Despuésdelgrandequehamuerto;despuésdelpequeño,quehapresentado su dimisión, ha venido un tercero se llama señorMonk, generalmuy hábil, aun cuando no se ha batido jamás, es un diplomático muyinteligente,auncuandonohahabladonunca,yaunque,antesdedecirbuenosdías,lomeditadocehorasyacabapordecirbuenasnoches;locualhacegritar:«¡milagro!»,enatenciónaqueacierta.

—Muyfuerteeseso,efectivamente—dijoPlanchet—,peroyoconozcoaotrohombrepolíticoqueseparecemuchoaése.

—ElseñorMazarino,¿noescierto?

—Elmismo.

—Tienesrazón,Planchet;sóloqueMazarinonoaspiraaltronodeFrancia,estolocambiatodo,¿noescierto?Puesbien,eseseñorMonk,quetienefritaaInglaterraentera,yqueabreyalabocaparatragársela;eseseñorMonk,quedicealasgentesdeCarlosIIyaCarlosIImismo:Necio,vos…

—Noconozcoelinglés—dijoPlanchet.

—Sí,peroyolosé—dijoD’Artagnan—.Neciosignifica:Noosconozco.Este Señor Monk, el hombre importante de Inglaterra; cuando se la hayatragado…

—¿Qué?—prosiguióPlanchet.

—¿Qué, amigo mío? Iré allá, y con mis cuarenta hombres lo robo, loenfardoylotraigoaFrancia,dondedospartidossepresentanantemisojos.

—¡Ylosmíos!—repusoPlanchettrasportadodeentusiasmo.

—Lometemosenunajaulayloenseñamospordinero.

—Bueno,Planchet;ésequeacabasdeencontraresuntercerpartido,enelcualnohabíayopensado.

—¿Loconsideráisbueno?

—Ciertoquesí,perocreomejoreslosreíos.

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—Entonces,veamoslosvuestros.Primerolopongoarescate.

—¿Encuánto?

—Diantre,unhombrecomoéstebienvalecien,milescudos.

—¡Oh!Sí.

—Yaves;primerolopongoarescateporcienmilescudos.

—Québien…

—O bien, y lo que es mejor aún, lo entrego al rey Carlos, quien noteniendoyanigeneraldelejércitoque temer,nidiplomáticoqueenseñar, serestaurará por símismo, y unavez restauradomedará los cienmil escudosconsabidos.Estaeslaideaquehetenido.¿Quéteparece,Planchet?

—¡Magnífica, señor! —exclamó Planchet temblando de emoción—. ¿Ycómoseoshaocurridotalidea?

—Se me ocurrió cierta mañana a orillas del Loira, mientras Luis XIV,nuestromuyamadorey,lloriqueabasobrelasmanosdelaseñoritaMancini.

—Señor,osaseguroquelaideaesadmirable.Pero…

—¡Ah!¿Tenemosunpero?

—Permitidme.Peroesaideatienealgodelapieldeesemagníficoosoquedebíamosvender,peroalcualesnecesariocogervivo,asíes,que,parapescaraMonk,habrásarracina.

—Sinduda;peroyolevantotuejército.

—Sí, sí, comprendo, ¡diantre!, un golpe de mano. ¡Oh! Entonces,triunfaréis,señor,porquenadieosigualaenesasempresas.

—Tengo suerte en ellas, verdad es —dijo D’Artagnan, con orgullosasencillez;yacomprendesquesiparaestotuvieseyoamiqueridoAthos,amivaliente Porthos y a mi astuto Aramis, el negocio estaba terminado, pero,segúnparece,sehanperdido,ynadiesabedóndeencontrarlos.Daré,pues,elgolpeyosolo.¿Encuentrasahoraelnegocioventajoso?

—¡Demasiado,demasiado!

—¿Porquédiceseso?

—Porquelasbuenascosasnollegannuncaaesepunto.

—Estaesinfalible,Planchet,ylaprueba,esqueyomeocupodeella.Parati será un lucro bastante bonito, y paramí un golpe bastante interesante. Sedirá:«vedcuálfuelavejezdelseñordeD’Artagnan».Ytendréunlugarenlashistorias,yaunenlaHistoria,Planchet;estoyansiosodegloria.

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—Señor—repusoPlanchet—;cuandopiensoqueesaquí,enmicasa,enmedio de mi azúcar, de mis pasas y de mi canela, donde se madura eseproyectogigantesco,meparecequemitiendaesunpalacio.

—Ten cuidado, Planchet; si transpira el menor ruido, hay Bastilla paranosotros dos; ten cuidado, amigomío, porque lo que fraguamos aquí es uncomplot;elseñorMonkesaliadodeMazarino;¡tencuidado!

—Señor,cuandosehatenidolahonradehaberospertenecido,nosetienemiedo,ycuandosetienelaventajadeestarligadoavosporintereses,secallauno.

—Muybien,esoescosatuya,másbienquemía,enatenciónaqueenochodíasestaréyaenInglaterra.

—Marchad,señor,cuantoantesmejor.

—¿Luegoeldineroestácorriente?

—Mañana lo estará; mañana lo recibiréis de mi mano. ¿Queréis oro oplata?

—Oroesmáscómodo.Pero¿cómoarreglaremoseso?Veamos.¡OhDiosmío!,delamaneramássencilla:medaisunrecibo,ybasta.

—No,enestascosasesprecisoorden.

—Esa es también mi opinión… pero tratando con vos, señor deD’Artagnan…

—¿Y si me muero allí? ¿Y si me mata una bala de mosquete? ¿Y sirevientoporhaberbebidocerveza?

—Señor, os suplico que me creáis que en tal caso estaré de tal suerteafligidoconvuestramuerte,quenopensarénipizcaeneldinero.

—Gracias, Planchet, pero esto no es del caso. Vamos a liara como dospasantesdeprocurador,aredactarunconvenio,unaespeciedenota,quepodrállamarseactadesociedad.

—Conmuchogusto,señor.

—Bienséqueesdifícilredactareso,peroprobaremos.

—Ensayemos.

Planchetfueporunapluma,tintaypapel.

D’Artagnantomólapluma,mojólaenlatinta,yescribió:

EntreelseñordeD’Artagnan,extenientedemosqueterosdeSuMajestad,habitanteenlaactualidadenlacalledeTinquetonne,hostería«LaCabrita»,y

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elseñorPlanchet,habitanteenlacalledelosLombardos,tienda«ElPilóndeOro».

Hasidoconvenidoloquesigue:

«SeestableceunasociedadconelcapitaldecuarentamillibrasconobjetodeexplotarunaideaaportadaporelseñordeD’Artagnan.ElseñorPlanchet,queconoceestaideayquelaapruebaabsolutamente,pondráveintemillibrasenmanosdelseñorde.D’Artagnan.Ynoexigiránielreembolsonielinteréshasta que el señor de D’Artagnan regrese de un viaje que va a hacer aInglaterra. El señor de D’Artagnan, por su parte, se compromete a ponerveintemil libras,que juntaráa lasotrasveintemilyaapartadasporelseñorPlanchet.Yusaráde lamencionadasumacuarentamil librascomomejor leparezca,comprometiéndose,sinembargo,aloqueséanunciaacontinuación.EldíaenqueelseñordeD’ArtagnanhayarestablecidoporcualquiermedioaSuMajestad el reyCarlos II en el tronode Inglaterra, pondrá enmanosdelseñorPlanchetlacantidadde…».

—La cantidad de ciento cincuenta mil libras —dijo ingenuamentePlanchet,viendoqueD’Artagnansedetenía.

—¡Ah;diablo!No—dijoD’Artagnan—, laparticiónnopuedehacerseamedias,puesnoseríajusto.

—Sin embargo, señor, cada uno de nosotros pone la mitad —observótímidamentePlanchet.

—Sí,peroescuchalacláusula,Planchet,ysinolaencuentrasequitativadetodopunto,cuandoestéescritalaborraremos.

YD’Artagnanescribió:

«Sinembargo,comoelseñorD’Artagnanaportaalasociedad,ademásdelcapitaldeveintemillibras,sutiempo,suidea,suindustriaysupellejo,cosasqueapreciamucho, sobre todo,estaúltima, tomaráparasíde las trescientasmillibras,doscientasmil,conlasqueascenderásugananciaalasdosterceraspartes».

—Muybien—dijoPlanchet.

—¿Noesestojusto?—preguntóD’Artagnan.

—Absolutamentejusto,señor.

—¿Estaráscontentoconcienmillibras?

—¡Diantre,yalocreo!¡Cienmillibrasporveintemil!

—Yenunmes;entiéndelobien.

—Señor—dijogenerosamentePlanchet—,osdoyseissemanas.

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—Gracias—contestócortéselmosquetero.

Despuésdelocual,losdossociosvolvieronaleerlaescritura.

—Corriente, señor—dijo Planchet—, ni el difunto señor Coquenard, elprimeresposodelaseñorabaronesaDuVallon,lohubierahechomejor.

—¿Es justo? Entonces, firmemos. Y ambos pusieron su firma. De estamanera—dijoD’Artagnan—,noquedaréobligadoanadie.

—Masyoquedaréobligadoavos—dijoPlanchet.

—No, amigo Planchet, porque puedo dejar por allá el pellejo, y todo loperderías entonces… ¡A propósito, pardiez! Esto me hace pensar en loprincipal:unacláusulaindispensable.Voyaescribirla:

«Caso que el señor de D’Artagnan sucumbiese, en la empresa, laliquidaciónsedaporhecha,yelseñorPlanchet,desdeahora,dacartadepagoy finiquito, a la sombra del señor de D’Artagnan de las veinte mil librasaportadasporélalasusodichasociedad».

EstaúltimacláusulahizofruncirelentrecejoaPlanchet,perocuandoviolamirada brillante, la mano musculosa y los robustos lomos de su consocio,tomóánimo,ysinsentimientoalgunoañadióunrasgoasufirma.D’Artagnanhizo lo propio.Así fue redactada la primera escritura de sociedad conocida.Talvezsehaabusadodespuésunpocodelaformay,delaesencia.

—Ahora—observóPlanchet llenandoelúltimovasodevinodeAnjouaD’Artagnan—,marchaosadormir,miqueridoamo.

—No —repuso D’Artagnan—, porque ahora queda por hacer lo másdifícil,yvoyapensarenello.

—¡Bah! —dijo Planchet—. Tengo una confianza tan ilimitada en vos,señordeD’Artagnan,quenodaríamiscienmillibraspornoventamil.

—Y el diablo me lleve —dijo D’Artagnan—, si no creo que tendríaisrazón.

—Dichoesto,D’Artagnantomóunaluz,subióasucuarto,yseacostó.

CapítuloXXI

PrepáraseD’Artagnanaviajarporcuentadelacasa«PlanchetyCompañía»

D’Artagnanmeditó tanto toda la noche, que por lamañana ya estaba su

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planresuelto.

—¡Esoes!—dijosentándoseenlacama,apoyadouncodosobrelarodilla—.¡Esoes!Buscarécuarentahombresa todaprueba, reclutadosentregentealgo comprometida, pero habituada a la disciplina; les prometeré quinientaslibras almes, si vuelven; nada si no vuelven, o lamitad para sus parientes.Respecto a comida y alojamiento, esto concierne a los ingleses, que tienenbueyesenlospastos,tocinoenelsaladero,gallinasenloscorralesytrigoenlos graneros.Me presentaré al generalMonk con este cuerno de ejército, leparecerábien,tendrésuconfianzayabusarédeellalomásprontoposible.

Pero,sinirmáslejos,D’Artagnanmoviólacabezainterrumpiéndose.

—No—dijo—,nomeatrevería a contar esto aAthos; elmedio espocohonroso.Esprecisousardeviolencia,necesariamente,sincomprometerparanada mi fidelidad. Con cuarenta hombres recorreré la campiña comopartidario; pero si encuentro, no digo cuarenta mil ingleses, como decíaPlanchet,sinosimplementecuatrocientos,seréderrotado,enatenciónaquedemis cuarenta guerreros habrá diez por lo menos que se dejarán matar porbrutos.Noesposible tenercuarentahombres leales;noexisten.Precisoserácontentarsecontreinta.Condiezhombresmenos, tendréderechoaevitarunencuentroamanoarmadaporelescasonúmerodemigente,ysielencuentroserealiza,siempremielecciónserámásciertasobretreintahombresquesobrecuarenta.Además, economizocincomil francos; esdecir, laoctavapartedemicapital,locualvalealgo.Esodicho,tendré,portanto,treintahombres.Losdividiréentresseccionesyrecorreremoselpaísconlaconsignadereunirnosen un momento dado; de esta manera de diez en diez no damos la menorsospechaypasamosdesapercibidos.Sí,sí,treinta,esbuennúmero,puestienetres decenas: ¡tres! Número divino. Y la verdad, una compañía de treintahombres, cuando esté reunida, siempre tendrá algo de imponente… ¡Ah!¡Infelizdemí!—continuóD’Artagnan—.Senecesitantreintacaballos,yestoesruinoso.¿Dóndediablosteníalacabezacuandoolvidabaloscaballos?Sinembargo,nosepuedenisoñardarungolpesemejantesincaballos.Puesbien,sea;haremosesesacrificio,anoserquelostomemosenelpaís,quetampocosonmalos, por otra parte. ¡Diantre!También seme olvidaba, tres pelotonesexigen tres comandantes, y ésa es la dificultad; de los tres comandantes, yatengouno,quesoyyo;sí,perolosotrosdoscostaránellossolostantodinerocomo el resto de la tropa.No, decididamente no serámenestermás que uncapitán.Pero,entonces,reducirémitropaaveintehombres.Bienséqueveintehombresespoco,peropuestoquecontreintahombresestabaresueltoaevitarlos encuentros, lo haré ahora mucho mejor con veinte. Veinte es cuentaredonda;yademásreduceaveinteelnúmerodecaballos,locualesmuymuydignodeconsideración;yasí,conunbuenteniente…¡Diantre!¡Estosíqueespacienciaycálculo!Ibaaembarcarmeconcuarentahombres;yheaquíqueya

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mereduzcoaveinteparaasmismaempresa.Diezmillibrasdeahorrodeunsologolpeymás seguridades, esunabuenacosa.Veamosahora;ya sólo setrata de encontrar ese teniente; encontrémosle; pues, y luego… Esto no esfácil; yo lo necesito valiente y bueno, un segundo yo. Sí, esto es, pero untenientetendrámisecreto,ycomoestesecretovaleunmillón,yyonopagaréami hombremás quemil libras, omil quinientas todo lomás,mi hombrevenderáelsecretoaMonk.Nadadeteniente,¡cáscaras!Porotraparte,aunqueeste hombre fuese mudo como un discípulo de Pitágoras, tendría sin dudaalgunaenlacompañíaalgúnsoldadodeconfianza,dequienharíasusargento,y el sargento penetraría el secreto del teniente, dado caso que éste fuesehombredebienynoquisieravenderlo.Entonces,elsargento,menosproboyambicioso, lo dará todo por cincuenta mil libras. ¡Vamos, vamos! ¡Esto esimposible! ¡Decididamente, es imposible el tal teniente! Entonces, nada depelotones;yonopuedodividirmitropaendos,yobrarsobredospuntosauntiempo sin tener otro yo, que…Mas, ¿a qué viene obrar sobre dos puntos,puestoquesólotenemosunhombrequeagarrar?¿Aquédebilitaruncuerpo,poniendoladerechaaquí,laizquierdaallá?unsólocuerpo,¡diantre!¡Sóloymandado por D’Artagnan, eso es! Pero veinte hombres marchando en unpelotón son sospechosos para todo el mundo; es necesario que no veanmarchar juntos veinte jinetes, pues se les destaca una compañía que pide elsanto y seña, la cual, viendo el embarazo que hay para darlo, fusila aD’Artagnan y a sus hombres como si fuesen conejos. Reduzcamos, pues, adiez hombres, de este modo obro sencillamente y con unidad; así me veréobligadoatenerprudencia,locualeslamitaddelonecesario;paraconseguirunnegociodelanaturalezadelqueemprendo;muchagentequizámehubieraconducidoaalguna locura.Diezcaballosnoesnadadifícildecompraroderobar. ¡Oh! Excelente idea. ¡Qué tranquilidad tan perfecta hace circular pormisvenas!Deestemodonohabrádudas,ni santoy seña,nipeligros.Diezhombressondiezcriados.Diezhombresqueconducendiezcaballos,cargadosdemercancíascualesquiera,sontoleradosybienrecibidosencualquierparte.Diez hombres viajando por cuenta de la casa «Planchet y Compañía deFrancia». No hay más que decir. Estos diez hombres, vestidos comotraficantes,tienenunmagníficocuchillodecaza,unbuenmosquetealagrupade su caballo y una buena pistola en la pistolera. Jamás se dejanmolestar,porque ellos no llevan malas intenciones. En el fondo quizá sean un pococontrabandistas,pero¿quéimporta?

Elcontrabandonoescomolapoligamia,uncasoquemerezcalahorca.Lopeorquepodíaacontecernosesqueconfisquennuestrasmercancías. ¡Bonitonegocio las tales mercancías! Vamos, vamos, es un plan soberbio. Diezhombres solamente; diez hombres que engancharé para mi servicio, diezhombres que serán tan decididos como cuarenta, que me costarán comocuatro, y a quienes, para mayor seguridad, no abriré la boca sobre mis

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designios y sólo les diré: «amigos míos, hay un golpe que dar». De estamanera, muy perverso será Satanás para que me juegue una de sus malaspasadas.¡Quincemillibraseconomizadasdeveintemil!Soberbio.

Así, animado por su industrioso cálculo,D’Artagnan fijóse en este plan,resueltoanovariarloennada.Yateníaunalista,suministradaporsuinmensamemoria, diez hombres m ilustres entre los perseguidores de aventuras,maltratados por la fortuna o inquietados por la justicia. Después de esto seincorporó D’Artagnan poniéndose al instante en movimiento, advirtiendo aPlanchetquenoleesperaseparaeldesayuno,nitalvezparalacomida.Díaymedio ocupados en correr algunos chiribitiles de París le bastaron para surecolección, y sin comunicar a sus aventureros entre sí, había coligado,coleccionado, reunido enmenos de treinta horas un encantador conjunto demalascaras;quehablabanunfrancésmenoscorrectoqueelinglésdequeibanaservirse.

Eranéstos,porpuntogeneral,soldadoscuyoméritohabíapodidoapreciarD’Artagnan en distintas ocasiones, y a quienes la embriaguez, las estocadasdesgraciadas,lasgananciasinesperadaseneljuego,olasreformaseconómicasdelseñorMazarino,habíanobligadoabuscarlasombraylasoledad,estosdosgrandesconsuelos;paralasalmascomprimidasymagulladas.

En sus fisonomías y en sus trajes llevaban las señales de las penas delcorazón que habían padecido. Algunos tenían el rostro descarnado, y todosellos los vestidos despedazados. D’Artagnan socorrió lomás apremiante deestas miserias fraternales con una sabia distribución de los escudos de lasociedad;yluego,habiendocuidadodequeestosescudosseemplearanenelembellecimientofísicodelacompañía,dio,altaasusreclutasparaelnortedeFrancia, entre Berghes y Saint Omer. De plazo les había dado seis días, yD’Artagnanconocíaperfectamentelabuenavoluntad,elexcelentehumorylaprobidadrelativadeestosilustresreclutas,paraestarciertodequeniunosolofaltaríaalllamamiento.

Dadas tales órdenes y citas fue a despedirse de Planchet, que le pidiónoticiasdesuejército;peroD’Artagnannojuzgóapropósitodarlepartedelareducción que había hecho en su personal, temiendo despertar con esaconfesiónladesconfianzadesuasociado.Planchetseregocijómuchoalsaberque ya estaba levantado todo el ejército, y que él se encontraba como unaespecie de rey, que desde su tronomostradormantenía a sueldo un ejércitodestinado a guerrear contra la pérfida: Albión, esta enemiga de todos loscorazonesverdaderamentefranceses.

Planchetcontó,pues,enseductoresluisesdobles,veintemillibrasporsupartepersonal,yotrasveintemil, siempreenhermosos luisesdobles,por laparte deD’Artagnan.Éstemetió veintemil libras en un saco, pesando cada

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sacoencadaunadesusmanos.

—Estedineroesmuyembarazoso,queridoPlanchet—dijo—.¿Sabesqueestopesamásdetreintalibras?

—¡Bah!Esolollevarávuestrocaballocomounapluma.

D’Artagnanmoviólacabeza.

—Nomedigasesascosas,Planchet;uncaballo sobrecargadocon treintalibras,ademásdelportamanteoydeljinete,nopasatanfácilmenteunrío,nisalta con tanta ligereza un murallón o un foso, y por tanto ni caballo nicaballero. Verdad es que tú no sabes esto, Planchet, pues toda tu vida hasservidoeninfantería.

—Entonces,señor,¿quéhacemos?

—Escucha—dijoD’Artagnan—,pagarémiejército cuandovuelvaa sushogares.Quédateconmimitaddeveinte,mil libras,quepuedeshacervalermientrasyoestéfuera.

—¿Ymimitad?—preguntóPlanchet.

—Melallevo.

—Vuestraconfianzamehonra—dijoPlanchet—,pero¿ysinovolvéis?

—Eso es posible; aunque el negocio sea poco verosímil. Entonces,Planchet, para el caso de que no regrese, dame una pluma y haré mitestamento.

D’Artagnanescribióunasolahoja.

Yo,D’Artagnan,poseoveintemillibraseconomizadassueldoasueldoentreintaañosqueheestadoal serviciodel reydeFrancia.DeellasdoycincomilaAthos,cincomilaPorthos,cincomilaAramis,paraqueselasdenenminombreyenlossuyosamiamigo,eljovenRaúl,vizcondedeBragelonne.Ylascincomil restantes se lasdoyaPlanchet,paraquedistribuyaconmenosdisgustolasotrasquincelibrasamisamigos.

Paraqueconste,firmolaspresentes.

D’ARTAGNAN.

Planchet: parecía estar muy deseoso de saber lo que había escritoD’Artagnan:

—Lee,Planchet—ledijoelmosquetero.

Cuandollegóa lasúltimas líneas,seasomaronlas lágrimasa losojosdePlanchet.

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—¿Creéisquesinestonohubieradadoeldinero?Enestecaso,noquierovuestrascincomillibras.D’Artagnansonrió.

—Acepta, Planchet acepta; y de esta manera sólo perderás quince millibras,envezdeveintemil,ynotedarálatentacióndehacerafrentaalafirmadetuamoyamigo,buscandounmedioparanoperdernada.

¡Tan bien, conocía D’Artagnan el corazón de los hombres y de losabaceros!

LosquehanllamadolocoadonQuijoteporquemarchabasóloconSanchoa la conquista de un imperio, y los que han llamado loco a Sancho porquemarchabaconosuamoalaconquistadelsusodichoimperio,ésos,decimos,nohubieranformadociertamenteotrojuiciosobreD’ArtagnanyPlanchet.

No obstante, él primero pasaba por un espíritu sutil entre losmás finostalentos de la corte de Francia. Y en cuanto al segundo, había adquiridoreputacióndeserunodelosmásaventajadoscerebrosentrelostenderosdelacalledelosLombardos,yportantodeParís,yconjusticiadeFrancia.

Así esque,noconsiderandoaestosdoshombres sinodesdeelpuntodevista de todos los hombres, y los medios con cuyo auxilio contaban parareponeraunreyensutronosinocomparativamentealosotrosmedios,elmástorpecaletredelpaísenqueloscaletresseanmastorpessehubieserebeladocontralapresuncióndeltenienteylaestupidezdesuconsocio.

Felizmente,D’Artagnannoerahombreparaoírchismesquesedivulgasenenderredor suyo, ni los comentarios que se hiciesen sobre supersona, pueshabíaadoptadoestadivisa:Hagamosycallemos;Planchet,porsuparte,habíaprohijadoésta:Ruedelabolaynodigamosnada.Deaquíresultabaque,segúnla costumbre de todos los talentos superiores, estos dos hombres secongratulabanintrapectusdetenerrazóncontratodoelmundo.

Paraempezar,D’Artagnansepusoencaminoconeltiempomáshermosodel mundo, sin nubes en el cielo; sin nubes en el alma, alegre y fuerte,tranquilo y decidido, lleno de resolución, y por tanto llevando consigo unadosis décuple de ese fluido poderoso que los sacudimientos del alma hacensaltardelosnerviosydanalamáquinahumanaunafuerzaeinfluencia,delacual, según todas las probabilidades, los siglos futuras podrán darse máscuenta,aritméticamenteconsiderada,quelaquenosdamoseneldía.Así,puestomó,comoentiempospasados,elcaminofecundoenaventurasquelehabíaconducidoaBoulogne, yque recorríapor cuartavez.Almismo tiempoquecaminaba,casipudoreconocerlashuellasdesuspasossobrelaspuertasdelasposadas; su memoria, siempre viva, resucitaba ahora aquella juventud que,treinta añosdespués,nohabíadesmentidoni sugran corazónni supuñodeacero.

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¡Quénaturalezatanricaladeesehombre!Teníatodaslaspasiones,todoslosdefectos,todaslasdebilidades,peroelespíritudecontradicciónfamiliarasu inteligencia, cambiaba todas esas imperfecciones en cualidadescorrespondientes. D’Artagnan, gracias a su imaginación, errante sin cesar,teníamiedo a una sombra, y avergonzadode haber tenidomiedo,marchabahaciaella,yentonces;hacíaseextraordinarioporsubravura,sielpeligroerareal.Asíesquetodoeraemocionesenél.Amabamucholasociedaddeotro,pero jamás se fastidiabade la suya, ymásdeunavez, si se hubierapodidoestudiarlocuandopermanecíasolo,selehabríavistoreírsedecuentecillosquesereferíaasípropio,ode,imágenesburlonasquesecreaba,justamentecincominutosantesdelmomentoenquedebíacomenzarelfastidio.

EstavezquizánoestuvoD’Artagnantanjovialcomosihubieratenidolaperspectiva de encontrar buenos amigos en Calais, en lugar de los diezgenízarosquehallaría;pero,sinembargo,latristezanolevisitomásqueunavezporjornada,demodoquefueroncincovisitaspocomásomenoslasquerecibió de esta sombría deidad antes de vislumbrar el mar de Boulogne;además,lasvisitasfueronbreves.

Perounavezaquí,D’Artagnansesintiócercadelaacciónydesapareciótodo sentimiento, a excepción de la confianza.DeBoulogne siguió la costahastaCalais.

Calais era la cita general, habiendo indicado a cada uno de susenganchados lahosteríaÉlGranMonarca,donde lavidanoeracara,dondelos marineros condimentaban su rancho, y donde los hombres de armasencontrabancama,mesa, comida, y todas lasdulzurasde lavidapor treintasueldosdiarios.

D’Artagnanproponíaseencontrarlosenflagrantedelitodevidaerrante,yjuzgar por la primera apariencia, debía contar con ellos como buenoscompañeros.

AlascuatroymediadeaquellamismatardellegóaCalais,yseencaminóalahosteríaElGranMonarca.

CapítuloXXII

LossoldadosdeD’Artagnan

Lahostería«ElGranMonarca»seencontrabasituadaenunacalleparalelaal puerto, sin dar al mismo; angulosas callejuelas cortaban las dos grandeslíneasrectasdelpuertoydelacalle.Porestascallejuelassedesembocabadelacallealpuerto.

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D’Artagnan llegó al puerto, dirigióse por una de estas calles y cayóinopinadamenteantelahosteríaElGranMonarca.

El momento era bien escogido, y pudo recordar a nuestro hombre supresentaciónenlahosteríaElMolineroFranco,enMeung.Algunosmarinerosqueacababandejugaralosdados,habíanarmadopendenciayseamenazabancon furor.El posadero, la posaderaydos criados, vigilaban con ansiedad elcorrodeestosmalosjugadores,encuyocentroamenazabaestallar laguerra,erizadadehachasycuchillos.

Entretantoproseguíaeljuego.Unbancodepiedraestabaocupadopordoshombres, que de estemodo parecían vigilar a la puerta; cuatromesas en elfondodelasalacomún,estabanocupadasporotrosochoindividuos,yniloshombresdelbanco,nilosadelasmesastomabanparteenlapendencianieneljuego. D’Artagnan reconoció a sus diez hombres en estos espectadores tanfríoseindiferentes.

Lapendenciaibacreciendo.Todapasióntiene,comoelmar,sumareaqueafluye y refluye. Un marinero, llegado al paroxismo de su pasión, echó alsuelolamesayeldineroquesobreellahabía,alinstantetodoelpersonaldelahosteríasearrojósobrelaspuertasyuncrecidonúmerodemonedasblancasfueron recogidas por personas que se ocultaron; mientras los marineros sedespedazabanmutuamente.

Solamentelosdoshombresdelbancoylosochodelinterior,pormásquepareciesenenuntodoindiferentesentresí,sólo,decimos,estosdiezhombresparecíaqueestabanconvenidosparapermanecer impasiblesenmediode losgritos,delfurorydelruidodeldinero.Dosdeellossolamenteselimitaronarechazarconelpiealoscombatientesqueibanhastadebajodesumesa.

Otros dos sacaron lasmanos de los bolsillos, pero sin tomar parte en labaraúnda,yotrosdos,en fin, subiéronsesobre lamesaqueocupaban,comohacenparaevitarsersumergidaslaspersonas,sorprendidasporunaavenidadeagua.

—¡Ea!—dijointeriormenteD’Artagnan,quenohabíaperdidoningunadelas circunstancias que acabamos de relatar—. ¡Bonita colección!Circunspectos,tranquilos,habituadosalruido,hechosalosgolpes.

—¡Pardiez!Buenamanohetenido.

Derepentefijósuatenciónenunpuntodelasala.

Los dos hombres que habían dado con el pie a los combatientes, fueroninsultadosatrozmenteporlosmarinerosqueacababandereconciliarse.

Unodeellos,medioembriagadodecóleraycompletamentedecerveza,sellegóalmáspequeñodeaquellosotrosa interrogarleconquéderechohabía

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tocado con su pie a criaturas de Dios que no eran perros, y al hacer estainterpelación, puso, para hacerlamás directa, su fuerte puño en la nariz delreclutadeD’Artagnan.

Aquelhombresepusopálido,sinpoderseapreciarsilacausaeraelmiedoolacólera.Viendolocualelmarinerodedujoqueeraportemor,ylevantóelpuño con la intención bien manifiesta de dejarlo caer sobre la cabeza delindividuo;massinquesemovieseelhombreamenazado,descargótanfuertepuñetazoenelestómagodelmarinero,quelohizorodarhastaelfindelasalaconespantososgritos.

—Alinstante,hostigadostodosloscompañerosdelvencidoporelespíritudecuerpo,cayeronsobreelvencedor.

Esteúltimo,conlamismasangrefríadequeyahabíadadoprueba,ysincometerlaindiscrecióndetocarasusarmas,empuñóunjarrodecervezaconeltapóndeestaño,ytumbóadosotresdesusagresores;masluego,comoibaasucumbiralmayornúmero,losotrossietesilenciososdelinterior,comonohabíanchistadosiquiera,conocieronquesetratabadesucausayacudieronensusocorro.

Almismotiempolosdosindiferentesdelapuertavolvieronlacaraconunfruncimientodecejasqueindicabasuintenciónbienmarcadadeacometeralenemigoporlaespalda,sieltalenemigonocesabaensuagresión.

Elposadero,suscriadosydosguardiasdelarondanocturnaquepasaban,yqueporcuriosidadpenetraronenlasala,fueronenvueltosenlapeleayenlospuñetazos.

Los parisienses descargaban como cíclopes, y con una uniformidad ytácticaqueeraunprimor;alfin,obligadosatocarenretiradaanteelnúmero,tomaronsuatrincheramientoalotroladodelagranmesa,quecuatrodeelloslevantarondecomúnacuerdo,mientraslosotrosdossearmabancadaunodeunbanco;demodoque,sirviéndosedeaquellosútilescomodeungigantescoariete, echaron por tierra de un solo golpe a ocho marineros, sobre cuyascabezashabíanhechojugarsumonstruosacatapulta.

Yasehallabaelsueloescombradodeheridosylasalallenadegritosydepolvo,cuandoD’Artagnan,satisfechodelaprueba,adelantóseconlaespadaen la mano, e hiriendo con el pomo sobre todas las cabezas que encontróerguidas, pronunció un ¡hola! vigoroso, que al instante puso término a lalucha. Entonces, hubo una gran retirada del centro a la circunferencia yD’Artagnanseencontrósoloydominador.

—¿Quésucede?—preguntóenseguidaalareuniónconeltonomajestuosodeNeptunopronunciandoelquosego.

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Almomento, y al primer acento de esta voz, para continuar lametáforavirgiliana,losreclutasdelseñordeD’Artagnan,reconociendocadacualasusoberanoseñor,recogieronauntiemposucóleraysusbanquetazos.

Losmarineros, por su parte, viendo aquella larga espada desnuda, aquelairemarcialyaquelbrazoágilquellagabaalsocorrodesusenemigos,enlapersonadeunhombrequeparecíahabituadoalmando,recogieronalmomentosusméritos.

Losparisiensesseenjugaronlafrenteehicieronunareverenciaasujefe.

D’Artagnan fue felicitado por el posadero de ElGranMonarca, a quienrecibió como hombre que sabe que no se le ofrece nada demás, y declaróenseguidaquemientrasesperabalacomidaibaapasearsealpuerto.

Al instante comprendieron el llamamiento los enganchados, y cada cualtomósusombrero,cepillósutrajeysiguióaD’Artagnan.

Pero éste, almismo tiempoque examinaba todo, seguardómuybiendedetenerse;dirigiósea laplayay losdiezhombres, asombradosdeversea lapistaunosdeotros,einquietosdellevaraderecha,izquierdaydetrásdesíacompañeroscon loscualesnocontaban, lesiguieronechándoseunosaotrosterriblesmiradas.

Allá y en lomás retirado de la playa se volvióD’Artagnan hacia ellos,sonriendo al verlos tan separados; y haciéndoles un signo pacífico con lamano:

—¡Eh! ¡Aquí, señores!—dijo—.No nos devoremos; estáis hechos paravivirjuntos;paraentenderosentodaslascosas,ynoparadevoraroslosunosalosotros.

Entonces terminaron las sospechas; los hombres respiraron, como si lossacarandeunataúd,yseexaminaronunosaotrosconcomplacencia.Despuésdeesteexamenfijaronlosojosensujefe,quienconociendodetiemposatrásel difícil arte de hablar a hombres de este temple, les pronunció el discursosiguiente,acentuadoconenergíacompletamentegascona:

—Señores: ya sabéis quién soy yo.Os he enganchado conociéndoos porintrépidos y queriendo asociaros a una expedición gloriosa. Figuraos quetrabajandoconmigotrabajáisporelreyúnicamente,osprevengoquesidejáisescapar alguna cosa de esta suposición, me veré obligado a romperos almomento la cabeza de la manera que me sea más cómoda. No ignoráis,señores,quelossecretosdeEstadosoncomounmortalveneno;mientrasestevenenoestéensuredoma;y laredomabiencerrada,anadieperjudica;perofuerade la redoma,mata.Ahora, acercaosamí,y sabréisdeeste secreto loquedeélpuedodeciros.

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Todosseacercaronconunmovimientodecuriosidad.

—Acercaos —continuó D’Artagnan—, y que el pájaro que pase porencimadenuestrascabezas,elconejoquecorraenlariberayelpezquesaltefueradelaguanopuedanescucharnos.Setratadesaberydecontarluegoalseñor superintendente de Hacienda cuánto daño causa a los comerciantesfranceses el contrabando inglés. Entraremos por todas partes y lo veremostodo.Nosotros somos unos pobres pescadores picardos, arrojados a la costapor una borrasca, y venderemos pescado, ni más ni menos que comoverdaderos pescadores. Pero puede acontecer que adivinen quiénes somos ynosmolesten,encuyocasoesurgentequeestemosenestadodedefendernos.Poresoosheescogidocomoagenteinteligenteydevalor.Llevaremosnuevavida y no correremos gran peligro, en atención a que tenemos detrás unprotectorpoderoso,graciasalcualnohaydificultadposible.Unasolacosamecontraría;peroconfíoenque,despuésdeunacortaexplicación,mesacaréisdelaprieto.Estacosaquemecontraríaes llevarconmigouna tripulacióndepescadores necios; que nos estorbarán enormemente, mientras que, si porventura,hubieseentrevosotrosgentequeconocieraelmar…

—¡Oh!Aquíestoyyo—murmuróunodelosreclutasdeD’Artagnan—;hesido prisionero de los piratas de Túnez durante tres años y conozco lasmaniobrascomounalmirante:

—¡Ya veis —observó D’Artagnan—, qué cosa tan admirable es lacasualidad!

D’Artagnan pronunció estas palabras con indefinible acento de fingidabuenafe;porqueD’Artagnansabíabienqueestavíctimadelospirataseraunantiguo corsario, y lo había enganchado con conocimiento de causa. PeroD’Artagnanjamásdecíamásdeloqueteníaprecisióndedecir,paradejaralasgentes en la duda. Se pagó, pues, de la explicación, y acogió el efecto sinparecercurarsedelacausa.

—Y yo —repuso otro de los reclutas—, tengo casualmente un tío quedirigelostrabajosdelpuertodelaRochela,ysiendomuyniñojugabaenlasembarcaciones;demodoquesémanejarelremoylavela,ydesafíoaquelohagamejorelprimermarineroponentino.

Éstenomentíamásqueelotro:habíaremadoseisañosenlasgalerasdeSuMajestad.

Otros dos fueron más sinceros, y confesaron ingenuamente que habíanservido en un buque como soldados penados, de lo cual no se ruborizaban.D’Artagnan se encontró, pues, jefe de seis hombres aguerridos y de cuatromarineros, teniendo a un mismo tiempo ejército de tierra y mar, lo cualhubierallevadoalcolmoelorgullodePlanchet,siPlanchethubieseconocido

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estosdetalles.

Yasólose tratabade laordengeneral,yD’Artagnan ladiomuyprecisa.Intimó a sus hombres que estuvieran dispuestos a salir para La Haya,siguiendo losunos el litoral que llegahastaBreskens, y losotros él caminoqueconduceaAmberes.

Calculandolasmarchas,fuedadalacitaparadespuésdaquincedíasenlaplaza,principaldeLaHaya.

D’Artagnanrecomendóasushombresqueseemparejasen,comomejorloentendiesen,porsimpatía,dedosendos;yélmismoeligióentre los rostrosmenospatibulariosdosguardiasquehabíaconocidoenotro tiempo,ycuyasúnicasfaltaseranserjugadoresyborrachos.Estoshombresnoperdierontodaidea de civilización, y bajo vestidos aseados hubieran vuelto a latir suscorazones.D’Artagnan,paranodarcelosalosotros,leshizomarchardelante;yconservandoasusdosfavoritoslosvistióconsuspropiosatavíosysalióconellos.

Aéstos,aquienesparecíahonrarconunaconfianzaabsoluta,fueaquienesD’Artagnanhizounafalsaconfidencia,destinadaagarantizarleselbuenéxitodelaexpedición.Confesólesquesetrataba,noyadeverlosperjuiciosqueelcontrabando inglés podía causar al comercio francés, sino al contrario, losdaños que el contrabando francés podía hacer al comercio inglés. Estoshombres parecieron convencidos, y lo estaban, en efecto. D’Artagnanhallábasepersuadidodequealprimerexceso,ycuandoestuviesenmuertosdeembriaguez,unode losdosdivulgaríaestesecretocapitala lacompañía.Suplan le parecía infalible. Quince días después de lo que acabamos depresenciarenCalais,todoelejércitosehallabareunidoenLaHaya.

Entonces vio D’Artagnan que todos sus hombres, con una inteligencianotable, se habían disfrazado de marineros más o menos derrotados por lamar:

D’Artagnan les dejó dormir en un chiribitil deNewkerke Street, y él sealojóenelgrancanal.

SupoqueelreydeInglaterrasehabíaacercadoasualiadoGuillermoIIdeNassau,estatúderdeHolanda.EntoncessupotambiénquelanegativadeLuisXIV había disminuido un paco la protección que hasta entonces se leconcediera,yqueenconsecuenciahabíaidoaconfinarseenunacasitadelaaldeadeScheveningen,situadaenlaplayaaorillasdelmar,aunaleguacortadeLaHaya.

Allí,segúnsedecía,eldesgraciadoproscritoseconsolabadesudestierro,mirando con la tristeza particular a los príncipes de su raza, aquella marinmensadelNortequeleseparabadesuInglaterra,comoenotrotiempohabía

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separado a María Estuardo de Francia. Allí, detrás de algunos árboles delmagnífico bosque de Scheveningen y sobre la fina arena donde crecían losdoradosarbustosdelaplaya,CarlosIIvegetabacomoellos,másdesgraciadoque ellos, porque existía con la vida del pensamiento, y esperaba ydesesperabaalpropiotiempo.

D’ArtagnanseadelantóunavezhastaScheveningenparaasegurarsedeloque se contaba con respecto al príncipe. Vio, efectivamente, a Carlos II,pensativoysolo,salirporunapequeñapuertaquedabaalbosqueypasearseporlaribera,alsolponiente,sinllamarsiquieralaatencióndelospescadores,quienes al avanzar la noche sacaban sus barcos sobre la arena de la playa;comolosantiguosmarinosdelarchipiélago.

D’Artagnan conoció al rey; a quien vio fijar sumirada sombría sobre lainmensaextensióndelasaguas,yabsorberensupálidosemblantelosrojizosrayosdelsol,cortadoyaporlanegralíneadelhorizonte.LuegoentróCarlosIIen la casa aislada, siempre solo, siempre lento y triste, y distrayéndose enhacercrujirbajosuspasoslamovedizaarena.

Aquella misma noche alquiló D’Artagnan por mil libras una barca depescadoresquevalíacuatromil;aquéllasmil laspagóenelacto,ydepositólasotrastresmilencasadelburgomaestre:Despuésdelocual,embarcó,sinque nadie lo viese y en la obscuridad de la noche, a los seis hambres queformaban su ejército terrestre; y al subir la marea, a eso de las tres de lamañana, ganó la alta mar maniobrando ostensiblemente con los cuatrohombresydescansandoen la cienciade sugaleote, como sihubiese sidoelprimerpilotodelpuerto.

CapítuloXXIII

Dondeelautorseveobligado,aunqueapesarsuyo,ahacerunpocodehistoria

MientraslosreyesyloshombresseocupabandeestemododeInglaterra,quesegobernabasola,yque,necesarioesdecirloensuelogio, jamáshabíaestadopeorgobernada,unhambresobrequienDioshabíafijadosumiradaypuestosudedo,unhambrepredestinadoaescribirsunombreconletrasdeoroen el libro de la historia, proseguía a la faz del mundo una obra llena demisterio y de audacia. Iba, y nadie sabía adónde quería ir, pues no sóloInglaterra, sino tambiénFranciayEuropaveíanlemarchar conpaso firmeyerguidalacabeza.

MonkacababadedeclararseporlalibertaddelRumpParliament,estoes,

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delParlamentoRabadilla,comoentoncesselellamaba;Parlamentoalqueelgeneral Lambert, imitando a Cromwell, del cual había sido lugarteniente,concluía de bloquear tan estrechamente, para obligarle a hacer su voluntad,queningúnmiembroduranteelbloqueohabíapodidosalirdeél,ysólouno,PedroWentworth,habíalogradoentrar.

LambertyMonk:todoseresumíaenestos,doshombres,representanteselprimerodeldespotismomilitar,yel segundodel republicanismopuro.EstosdoshombreseranlosúnicosrepresentantesdeestarevoluciónenlaqueCarlosIperdiósucorona,ydespuésalavida.Lambertnodisimulabasusmiras,quesedirigíanaestablecerungobiernopuramentemilitar,yaconstituirseenjefede este gobierno. Monk, decían unos, republicano intransigente, queríamantenerelrumpparliament,representaciónvisible,aunquedegenerada,delarepública.Monk, diestro, ambicioso, lo hacían otros, deseaba convertir esteParlamento,alqueparecía,proteger,ensólidoescalónparasubiraltronoqueCromwell había dejado vacío, mas sobre el cual no se había decidido asentarse.YLambert, persiguiendo alParlamento, yMonk, declarándose porél,sehabíanmanifestadoadversariosunodeotro.

Deestamanera,MonkyLamberthabíanpensadoantesdetodoenadquirircadacualunejército;MonkenEscocia,dondepermanecíanlospresbiterianosy los realistas, es decir, los descontentos; Lambert en Londres, donde sehallabacomosiemprelamásrudaoposicióncontraelpoderquedelantedesusojostenía.

Monk había pacificado a Escocia, donde se había formado un ejército ycreadounasilo.SabíaqueaúnnohabíallegadolahoraseñaladaporelSeñorpara un gran cambio, así es que su espada parecía pegada a la vaina.Inexpugnableen su ferozymonstruosaEscocia,general absoluto, reydeunejércitodeoncemilsoldadosveteranos,quemasdeunavezhabíaconducidoala victoria; tan bien omejor instruido de los negocios de Londres como elmismoLambert,queteníaguarniciónenlaCity;taleralaposicióndeMonkcuandosepronuncióporelParlamentoacienleguasdedistanciadeLondres.Lambertporelcontrario,comoyahemosdicho,habitabalacapital,elcentrodetodassusoperaciones,dóndereuníaenderredorsuyoatodossusamigosyatodoelpueblobajo,eternamenteinclinadoaamaralosadversariosdelpoderconstituido.

En Londres supo Lambert el apoyo que desde las fronteras de EscociaprestabaMonkalParlamento.Conocióquenohabíatiempoqueperder,yqueelTweed no estaba tan separado delTámesis comopara que un ejército nopudiese saltar de una orilla a otra, principalmente si estaba bien mandado.Además, sabía que, amedida que, penetrasen en Inglaterra los soldados deMonk, formarían en el camino esa bola de nieve, emblema del globo de lafortuna,quenoesparaelambiciosomásqueunescalónsiempreascendente

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para llevarle a su fin. Reunió, pues, su ejército, formidable a la vez por sucomposiciónyporsunúmero;ycorrióalencuentrodeMonk,quiensemejantea un marino discreto que boga en medio de escollos, se adelantó a cortasjornadas, arrogante, escuchando el ruido y husmeando el aire que venía deLondres.

Los dos ejércitos divisáronse a la altura de Newcastle. Lambert llegóprimeroyacampóenlamismaciudad.

Monk, hizo alto donde estaba, y estableció su cuartel general enColdstream,sobreelTweed.

Lavista deLambert propagó la alegría en el ejército deMonk,mientrasque,porelcontrario,lavistadeMonkinfundióeldesordeneneldeLambert.Hubiérase creído que estos intrépidos batalladores, que tanto ruido habíanhechoenlascallesdeLondres,sehabíanpuestoenmarchaconlaesperanzadenohallaranadie,yqueahora,viendoquehabíanencontradounejército,yque este ejército enarbolaba delante de ellos, no sólo un estandarte, sinotambién una causa y un principio, hubiérase creído, decimos, que estosintrépidos batalladores se habían puesto a reflexionar que ellos eranmenosbuenosrepublicanosquelossoldadosdeMonk,puestoqueéstossosteníanalParlamento,mientrasqueLambertnososteníaanadie,niaunasímismo.

Encuanto aMonk, si hubode reflexionar, o si reflexionó, esodebió sermuy tristemente, porque la historia cuenta, y esta púdica señora no mientenunca, como es sabido, que el día de su llegada a Coldstream se buscó uncarneroinútilmenteportodalaciudad.

SiMonk hubiesemandado un ejército inglés ya hubiera tenido bastanteconestoparaquetodoéldesertara.Masnosucedelomismoalosescocesesquea los ingleses,aquienesesacarnefluidaquese llamasangreesde todanecesidad. Los escoceses, raza humilde y sobria, viven de una poca cebadamolidaentredospiedras,desleídaconaguade la fuente,ycocidasobreunalosaenrojecida.

Los escoceses, después de hecha la distribución de cebada; no seapesadumbraronporquehubieseonocarneenColdstream.

Monk,nofamiliarizadoconlastortasdecebada,teníahambre,ysuEstadoMayor, no menos hambriento que él, miraba con ansiedad a derecha eizquierdaparasaberloquesepreparabadecomida.

Susexploradoresencontraronlaciudaddesiertaylosalmacenesvacíos;ynohabíaquecontarenColdstreamniconcarnicerosniconpanaderos.Asíesquenoencontraronnielmenortrozodepanparalamesadelgeneral.

Amedida que se sucedían estas noticias, tan poco tranquilizadoras unas

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comootras,viendoMonkelespantoyeldecaimientoentodoslossemblantes,afirmóqueno teníahambre.Además, comeríana lamañana siguiente, puesLambertestabaallí conprobable intencióndedar labatalla,y,por tanto,deentregarsusprovisionessieraforzadoenNewcastle,oparalibrardelhambredefinitivamentealossoldadosdeMonksisalíavencedor.

Esteconsuelonofueeficazsinoparaunescasonúmero,locualimportabamuypocoaMonk,porqueMonkeramuyabsoluto,bajoaparienciadelamásperfectadulzura.

Cada cual se vio precisado a quedar satisfecho, o a demostrarlo por lomenos. Monk, tan hambriento como su tropa, pero afectando la mayorindiferencia por ese carnero, ausente, cortó un pedazo de tabaco de mediapulgada,demanosdeunsargentoqueformabapartedesuséquito,ycomenzóamasticarelreferidofragmento,asegurandoasusoficialesqueelhambreeraunaquimera,yqueademásseteníahambrecontaldequesetuviesealgoqueponerentrelosdientes.

Esta chanzoneta satisfizo a algunos de aquellos quehabían resistido a laprimeradeducciónqueMonksacóde lavecindaddeLambert:elnúmerodelospertinacesdisminuyó, laguaria se instaló, laspatrullas comenzaron,yelgeneralcontinuósufrugaldesayunoenlatiendaabierta.

Entre su campo y el de su enemigo se alzaba una antigua abadía, cuyasruinasapenasexistenhoy,peroqueentoncespermanecíanenpie,ysellamabala abadía de Newcastle. Estaba construida sobre un vasto terreno,independiente a un tiempo de la llanura y de la ribera porque casi era unpantano alimentadopor las lluvias.Noobstante, enmediode estos charcos,cubiertos de grandes hierbas, juncos y cañas, veíanse sobresalir terrenossólidos, consagrados en otro tiempo a huerta, parque y jardín, y a otrasdependenciasdelaabadía,parecidaaunadeesasgrandesarañasdemar,cuyocuerno es redondo, mientras que sus patas salen de esta circunferencia endistintasdirecciones.

Monkhizoguardarlahuertacomoellugarmáspropioparalassorpresas,ymuchomás allá de la abadía veíanse los fuegos del general enemigo; peroentre éstos y aquélla, corría el Tweed desarrollando sus luminosas escamasbajoladensasombradelasgrandesencinas.

Monkconocíaperfectamenteestaposición,puesNewcastleysuscercaníasle sirvieron más de una vez de cuartel general. Sabía perfectamente queduranteeldíaeraposiblequesuenemigofueseaintentarunaescaramuzaenlasruinas,peroqueseguardaríadeaventurarseaelloporlanoche.Asíesque,seencontrabaenseguridad.

Deestemodopudieronverlesussoldados,despuésde loqueé1 llamaba

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fastuosamentesucomida,estoes,delejerciciodemasticaciónantesreferido,dormir sentado en una silla de junco, como después hizo Napoleón en lavísperadelaaccióndeAusterlitz,lamitadalaluzdeunalámpara,ylaotramitadalosreflejosdelaluna,quecomenzabaaremontarsealoscielos.

Locualquieredecirqueeranlasnueveymediadelanoche,pocomásomenos.

Deprontosacudióestaespeciedemediosueño,fingidoquizá,porqueviounpelotóndesoldadosque,corriendoconalegresgritos,acababandepisaralasvaretasdelatiendadeMonk,zumbandodesdeestesitioparadespertarle.

Noeraprecisounruidotangrande.Elgeneralabriólosojos.

—¿Qué,hijosmíos,quésucede?—preguntóelgeneral.

—¡General!—gritaronmuchasvoces—.Comeréishoy.

—He comido, señores —respondió tranquilamente éste—, y estabahaciendo la digestión, comohabéis visto.Pero, pensadydecidme loqueostraeaquí.

—Generalunabuenanoticia.

—¡Bah!¿DijoLambertquenosbatiremosmañana?

—No,perohemosapresadounabarcadepescadoresqueconducíapescaalcampamentodeNewcastle.

—Y habéis hecho mal, amigos míos. Esos señores de Londres sondelicados,yhacenahoraelprimerservicio;vaisaponerlosdemuymalhumoresta noche, ymañana serán inexorables.Creedme, sería demuy buen gustoenviaralseñorLambertesospescadosyesospescadores,amenosque…

Elgeneralreflexionóalgunossegundos.

—Decidme,sigustáis—continuó—,¿quiénessonesospescadores?

—MarinerospicardosquepescabanenlascostasdeFranciauHolanda,yaquienesuntempestuosovientohaarrojadoalasnuestras.

—¿Algunodeelloshablaennuestralengua?

—Eljefehadichounaspalabraseninglés.

Amedida que le daban tales explicaciones, despertábase la desconfianzadelgeneral.

—Estábien—dijo—,quieroveraesoshombres;traédmelos.

Salióunoficial,parairenbuscadeellos.

—¿Cuántosson—añadióMonk—,yquéclasedebuquetripulan?

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—Son diez o doce, mi general, y montan una especie de quechemarín,comoellosllaman,deconstrucciónholandesa,segúnparece.

—¿YdecísquellevabanpescadoalcampamentodeLambert?

—Sí,general,yaunparecequehanhechobuenapesca.

—Bien,loveremosahora—dijoMonk.

En aquel mismo momento volvía el oficial conduciendo al jefe de lospescadores, hombre de unos cincuenta y cinco años, pocomás omenos, debuenapresencia.Suestaturaeramediana,yvestíajubóndelanabastaygorrocaladohastalascejas;llevabauncuchilloceñidoalacintura,yandabaconesavacilación propia de los marineros, que no sabiendo nunca, gracias almovimientodesusbarcos,siponenelpieenfirmeoenvago,danasuspasosunafijezatansegura,comosisetratasedeclavarunaestaca.

ConunamiradapenetrantecontemplóMonklargotiempoalpescador,quecomenzóasonreírsedeesamanera,mitadpicarescaymitadnecia;particularanuestroscampesinos.

—¿Hablasinglés?—lepreguntóMonken—correctofrancés.

—¡Ah!Muymal,milord—respondióelpescador.

Estacontestaciónfuehechamásbienconlaacentuaciónvivadelasgentesdemás allá delLoira, que con el acento un poco tardo de las comarcas delOesteydelNortedeFrancia.

—Perolohablas—insistióMonk,paraestudiarotravezesteacento.

—Nosotros, la gente de mar—respondió el pescador—, hablamos algotodaslaslenguas.

—¿Conqueeresmarineropescador?

—Sí,milord,pescador,yaun famosopescador.Hepescadoun labroquepesatreintalibrasporlomenos,másdecincuentamújolesyunamultituddepescadillasqueestánriquísimasenunafritura.

—CreoquetúhashechomáspescaenelgolfodeGascuñaqueenelcanaldelaMancha—dijoMonksonriendo:

—Enefecto, soydelMediodía, pero ¿esto impidequeuno sea excelentepescador?

—No, y te compró tu pesca. Ahora, di con franqueza: ¿a quién ladestinabas?

Milord,noosocultaréqueibaaNewcastle,siguiendotodalacosta,cuandounpelotóndejinetesquesubía laorillaensentidocontrariohizoseñasami

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barcadequevolvieseatráshastaelcampamentodeVuestroHonor,sopenadeunadescargademosquetería.Comoyonoestabaarmadoenguerra—repusoelpescadorsonriendo—,obedecí.

—¿YporquéibasalcampodeLambertynoalmío?

—Milord,serésincero,silopermitevuestraseñoría.

—Sí;y;siespreciso,telomando.

—Puesbien,milord:ibaalcampodelseñorLambert,porqueesosseñoresde la ciudad pagan bien, mientras que vosotros, los escoceses, puritanos,presbiterianos,ocomoqueráisllamaros,coméispocoynopagáismejor.

—¿YporquésiendodelMediodía,vienesapescaraestascostas?

—PorquehehecholanecedaddecasarmeenPicardía.

—Bien,perolaPicardíanoesInglaterra.

—Milord, el hombre pone el buque en la mar pero el cielo y el vientohacenloquefaltayconducenalbuquedondelesacomoda.

—¿Luegonoteñíaisintencióndeabordaranuestraplaya?

—Nunca.

—¿Yquérutallevabas?

—Volvíamos de Ostende, cuando de repente se levantó viento recio deMediodía,quenoshizotorcer,elrumbo;entonces,conociendoqueerainútillucharcontraél,enfilamosensudirección,yhasidonecesario,paranoperderla pescaque era buena, ir a venderla al puertomás cercanode Inglaterra; ycomoestepuertomáscercanoeraNewcastleylaocasiónpropicia,sedecían,pues había exceso de población en el campo, y exceso de población en laciudad, porque uno y otra estaban llenos de caballeros muy ricos y muyhambrientos,medirigíhaciaNewcastle.

—¿Ydóndesehallantuscampaneros?

—¡Oh!Miscompañerossehanquedadoabordo;porquesonmarinerossininstrucciónninguna.

—Ytú…—dijoMonk.

—¡Ah!:Yo—dijoelpatrónriendo—,hecorridomuchoconmipadre,ysécómo se dice un sueldo, un doblón, un luis y un luis doble en todos losidiomasdeEuropa;asíesquemitripulaciónmeescuchacomounoráculo,ymeobedececomoaunalmirante.

—¿DemodoquefuistetúquienescogióalseñorLambertcomoelmejorparroquianoocomprador?

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—Ciertoquesí,milord,ysedfranco:¿mehabíaequivocado?

—Esoyaloverasmástarde.

—Entodocaso,milord,sihayculpa,míaes,ynohayporquémolestaramiscamaradas.

—VayauntunantecontalentopensóMonk.

Despuésdeunosminutosdesilencio,empleadosenexaminaralpescador,lepreguntóelgeneral:

—MehasdichoquevienesdeOstende.

—Sí,milord,enlínearecta.

—Entonces, habrás oído hablar de los asuntos actuales, porque no dudoqueseocupanmuchodeellosenFranciayenHolanda.¿Quéhaceahora,esequesellamareydeInglaterra?

—¡Oh!Milord—exclamóelpescadorconexpansivafranqueza—,heahíuna preguntamagnífica, y a nadie os habéis podido dirigirmejor que amí;porque,enverdad,puedodarosunarespuestafamosa.Figuraos,milord,quealarribaraOstendeparavenderallílaspocassardasquehabíamospescado,vialex rey, que se paseaba por las dunas, esperando los caballos que debíanconducirle a La Haya, es un hombre muy pálido, de cabellos negros y elsemblantealgoduro.Tenía todoel aspectodenoestarbueno,ycreoqueelairedeHolandanoleesprovechoso.

Monk seguía con gran atención las palabras rápidas y llenas de coloridodelpescador,dichasenuna lenguaquenoera lasuya;peroyahemosdichoque Monk la hablaba con facilidad. El pescador, por su parte, empleabaalgunasvecesunapalabra francesa,otrasuna inglesa,yavecesotraquenopertenecíaaningunalenguayqueeragascona.Perosusojoshablabanporélytanelocuentemente,quebienpodíaperderseunapalabradesuboca,masnolamenorintencióndesusojos.

Elgeneralparecíacadavezmássatisfechodesuexamen.

—Túhabrásoídodecir,queeseexrey,comotúlellamas,sedirigíaaLaHayaconalgúnobjeto.

—¡Oh!Sí—dijoelpescador—,heoídodecireso.

—¿Yconquéobjeto?

—Siempreelmismo—dijoelpescador—;¿notienelaideafijadevolveraInglaterra?

—Escierto—dijoMonkpensativo.

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—Sin contar —añadió el pescador— con que el estatúder… ya sabéis,GuillermoII…

—¿Qué?

—Leauxiliarácontodosupoder.

—¡Ah!¿Túhasoídodecireso?

—No,peroasílocreo.

—Segúnparece,estásfuerteenpolítica—observóMonk.

—¡Oh! Nosotros los marineros, milord, que tenemos la costumbre deestudiarelaguayelaire,esdecirlasdoscosasmásmoviblesdelmundo,esmuyextrañoquenosequivoquemosacercadelodemás.

—Veamos—dijoMonkcambiandodeconversación—,dicenquenosvasadardecomeropíparamente.

—Haréloquepueda,milord.

—¿Encuántonosvendestupesca?

—Buennecioseríasilepusieraprecio.

—¿Yporqué?

—Porque,mipescaospertenece.

—¿Conquéderecho?

—Coneldelmásfuerte.

—Peromiintenciónespagártela.

—Esoesmuygeneroso,milord.

—Entonces,¿quéesloquepides?

—Yopidoirme.

—¿Dónde?¿AlcampodelgeneralLambert?

—¡Yo!—murmuró el pescador—. ¿Y por qué había de ir a Newcastle,cuandoyanotengopescado?

—Entodocaso,óyeme.

—Oigo.

—Unconsejo.

—¡Cómo! ¿Milord quiere pagarme y darme además un buen consejo?¡Milordmefavorecedemasiado!

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Monkmiró fijamente al pescador sobre el cuál parecía conservar algunasospecha.

—Sí, deseo pagarte y darte un consejo, porque ambas cosas tienenrelación.DemodoquesivasalcampodelgeneralLambert…

El pescador hizo cierto movimiento de cabeza y de hombros, quesignificaba:

—Siesasínolecontrariemos.

—NoatravieseselpantanoprosiguióMonk;llevarásdinero,yencontrarásemboscadasde escocesesquehe apostado allí. Songentepoco tratable, quecomprende mal la lengua que hablas, aunque parezca componerse de tresidiomas,yquepodríanquitarteloquetehubiesedado,yalvolveratupaísnodejaríasdedecirqueelgeneraltienedosmanos,unaescocesayotrainglesa,yquetalvezquitaconlamanoescocesaloquedaconlamanoinglesa.

—¡Oh!General, yo iré dondequeráis, estad tranquilo—dijo el pescadorcon un temormuy expresivo para no ser exagerado—.Yono pidomás quepermaneceraquí,siqueréisquemequede.

—Tecreo—dijoMonk—;mas,sinembargo,nopuedoconservarteenmitienda.

—Notengotalpretensión,milord,yúnicamentedeseoquevuestraseñoríame indique dónde desea que esté.No osmolestéis; una noche se pasamuypronto.

—Puesvoyahacertellevaratubarca.

—Comoleplazcaavuestraseñoría.Ysiquierehacermeconducirporuncarpintero,lequedaréagradecidoaltamente.

—¿Cómoeseso?

—Porqueesosseñoresdevuestroejércitoalhacerremontarlaorillaamibarcaconelcabledequetirabanloscaballos,lahandestrozadounpococonlasrocasdelaribera,desuertequeporlomenostengodospiesdeaguaenmicala,milord.

—Unmotivomásparaquecuidesdetubarco.

—Milord,estoyavuestrasórdenes—dijoelpescador—.Voyadescargarmiscanastasdondequeráis; luegomepagaréis,siosplace,ymevolveréisaversilacosaosconviene.

Yaveisqueyomeacomodofácilmente.

—Vamos, vamos, eres un buen diablo —dijo Monk, cuya miradaescrutadoranohabíapodidohallarunasolasombraenlalimpidezdelosojos

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delpescador.

—¡Hola!

Digby,unayudantedecamposepresentó.

—Conduciréisaestebuenhombreyasuscamaradasa las tiendasde lascantinas, delante de los pantanos; así, estarán cerca de su barca y no seacostaránenaguaestanoche.¿QuésucedeSpithead?

SpitheaderaelsargentoaquienMonkhabíatomadounpedazodetabacoparacomer.

Spithead,alpasaralatiendadelgeneralsinserllamado,motivabaaquellapregunta.

—Milord—dijo—,uncaballerofrancéssehapresentadoenlasavanzadas,ysolicitahablaraVuestroHonor.

Mas, aunque la conversación fuese en esta lengua, el pescador hizo unligeromovimiento,queMonk,ocupadoconelsargento,nonotó.

—¿Yquiénesesecaballero?—preguntóMonk.

—Milord —respondió Spithead—, me lo ha, dicho; pero esos nombresfranceses son tandifícilesdepronunciarparaungaznateescocés,quenohepodidoretenerlo.Por lodemás,esecaballero,segúnmehanmanifestado loscentinelas, eselmismoquesepresentóayer,yqueVuestroHonornoquisorecibir.

—Escierto,teníaconsejodeoficiales.

—¿Decidísalgorespectoaesecaballero?

—Queleconduzcanaquí.

—¿Serámenestertomarprecauciones?

—¿Cuáles?

—Vendarlelosojos,porejemplo.

—¿Para qué? Sólo verá lo que yo deseo que vea, esto es, que tenga enderredormíooncemilvalientesdeseandomorir enhonordelparlamentodeEscociaeInglaterra.

—¿Y este hombre, milord?—dijo Spithead mostrando al pescador, queduranteeldiálogohabíapermanecidoenpieeinmóvil,comohombrequeve,peroquenoentiende.

—¡Ah! Es verdad —dijo Monk. Y volviéndose hacia el vendedor depescado,ledijo:

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—Hastamásver,querido;yatehebuscadounacama.Digby,condúcelo.Notemasnada,quealinstanteseteenviarátudinero.

—Gracias,milord—dijoelpescador.

Y,trassaludar,salióseguidodeDigby.

A cien pasos de la tienda encontró a sus compañeros, que cuchicheabanconunalocuacidadnoexenta,alparecer,deinquietud.Peroleshizounaseñaqueloscalmó.

—¡Hola! Vosotros—dijo el patrón—, venid acá, Su Señoría, el generalMonk, tiene lagenerosidaddepagarnosnuestropescado,y laamabilidaddedarnoshospitalidadestanoche.

Los pescadores se unieron a su jefe, y conducidos por Digby seencaminaron hacia las cantinas, lugar que se, les había destinado, segúnsabernos.

Almarcharhaciaestepunto,lospescadorespasaronenlaobscuridadjuntoalsoldadoqueconducíaalcaballerofrancés,acaballoyembozadoenlacapa,locualhizoqueelpatrónnopudieseverle,porgrandequefuerasucuriosidad.Encuantoalcaballero,ignorandoquetancercatuvieracompatriotas,noparólaatenciónenlapequeñacaravana.

Elayudanteinstalóasushuéspedesenunatiendabastantecapaz,dedondefuedesalojadaunacantinerairlandesaquefueaacostarseconsushijosdondelasuerteladeparó.Unabuenafogataardíadelantedeestatienda,yextendíasuresplandorpurpúreosobreloshúmedosmatorralesdelpantano,querizabaunabrisabastantefresca.Hechala instalación,elayudantedecampodiolasbuenasnochesalosmarineros,haciéndolesobservarquedesdeelumbraldelatiendaveíanselasjarciasdelabarcaquesebalanceabasobreelTweed,pruebapatentedequeaúnnosehabía idoapique.Esteespectáculoparecióalegrarinfinitamentealjefedelospescadores.

CapítuloXXIV

Untesoro

El caballero francés que Spithead anunciara a Monk, y que tan bienenvueltoensucapahabíapasadoal ladodelpescadorquesalíade la tiendadel general cinco minutos antes de que él entrase, atravesó los diferentespuestos sin dirigir siquiera la vista en derredor suyo, temeroso de parecerindiscreto.Segúnlasórdenesdadas,fueconducidoalatiendadelgeneral,encuya antecámara le dejaron solo aguardando a Monk, que no tardó en

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presentarsemástiempoqueelnecesarioparaescucharelinformedesugenteyestudiarporeltabiquedelienzoelrostrodelquepedíaunaentrevista.

Sindudaelinformedelosquehabíanacompañadoalgentilhombrefrancéshablabadeladiscreciónconquesecondujo;porquelaprimeraimpresiónquesintióelextranjerodelaacogidaqueselehacíaporpartedelgeneral,fuemásfavorabledeloquedebíaesperarseensemejantemomento,ydepartedeunhombretansuspicaz.Monk,porsuparte,segúnsucostumbre,cuandosehallóen presencia del extranjero, fijó en él sus penetrantes miradas, que elextranjerosostuvosindificultadniembarazo.Despuésdealgunossegundos,el general le hizo una seña con la mano y con la cabeza en demostraciónevidentedequeaguardaba.

—Milord —dijo el gentilhombre en correcto inglés—, he pedido unaentrevistaaVuestroHonor,paraunasuntoimportante.

—Caballero —contestó Monk en francés—, muy puramente habláisnuestralenguaparaunhijodelcontinente.Ospidoperdón,porquesindudaesindiscretalapregunta:¿habláiselfrancésconigualpureza?

—Nada tiene de extraño, milord, que hable inglés con bastantefamiliaridad,porqueenmijuventudvivíenInglaterra,ydespuéshehechoaelladosviajes.

Estaspalabras fuerondichasen francésycon talpurezade lenguajequedenunciabanosoloaunfrancés,sinotambiénaunfrancésdelascercaníasdeTours.

—¿YenquépartedeInglaterrahabéisvivido,caballero?

—DurantemijuventudenLondres,milord;luego,haciaelaño1635,hiceunviajedeplacer aEscocia, yporúltimo, en1648,habité algún tiempoenNewcastle, particularmente en el convento, cuyos jardines se encuentranocupadosporvuestroejército.

—Dispensadme,caballero,pero…yacomprenderéisestaspreguntas,¿noescierto?

—Mesorprendería,milord,quenosemehicieran.

—Ahora,caballero,¿quépuedohacerenvuestroservicioyquédeseáisdemí?

—Heloaquí,milord;pero¿estamossolos?

—Sí, solos, caballero, a excepción del destacamento que nos guarda. Ydiciendo estas palabras, separóMonk el lienzo de la tienda, y demostró alcaballero que el centinela permanecía a diez pasos de distancia, y que alprimerllamamientopodíaacudirgenteenunsegundo.

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—Enesecaso,milord—dijoelcaballerocon tono tan tranquilocomosidesde mucho tiempo estuviese ligado por la amistad con su interlocutor—,estoy completamentedecidido ahablar aVuestroHonor, parque séque soishombre honrado. Por lo demás, la comunicación que voy a haceros osdemostrarálaestimaciónqueostengo.

SorprendidoMonkdeeste lenguajequeestablecíaentreélyelcaballerofrancés la igualdad, por lo menos, alzó su penetrante mirada sobre elextranjero,yconunaironíasensibletansóloporlainflexióndevoz,puesnosemoviósiquieraunmúsculodesufisonomía.

—Os doy las gracias, señor —dijo—; pero, si gustáis, decidmeprimeramentequiénsois.

—Yahemanifestadominombre,alsargentodevuestraguardia,milord.

—Perdonadle,caballero,esescocésyhatenidodificultadenretenerlo.

—MellamocondedelaFèrerepusoAthos.

—¿El conde de la Fère?—dijo Monk como queriendo recordar algunacosa—.Dispensad,caballero,peromeparecequeéstaes lavezprimeraqueoigoesenombre.¿DesempeñáisalgúncargoenlacortedeFrancia?

—Ninguno.Soyunsimplegentilhombre.

—¿Algunadignidad?

—El rey Carlos I me hizo caballero de la Jarretiera, y la reina Ana deAustria me concedió el cordón del Espíritu Santo. Estas son mis únicasdignidades,señor.

—¡La Jarretiera! ¡Espíritu Santo! ¿Sois caballero de estas dos órdenes,señor?

—Sí.

—¿Yporquéosfueconcedidotalfavor?

—PorserviciosprestadosaSusMajestades…

Monkmiróasombradoaestehombre,queparecíatansencilloytangrandealmismotiempo.Luego,comosihubiera,renunciadoapenetrarestemisteriode sencillez y de grandeza, sobre el cual el extranjero no parecía estardispuestoadarmásexplicaciones,dijo:

—¿Soisvosquiensepresentóayerenlasavanzadas?

—Yaquiendespidieron;sí,milord.

—Muchos,capitanesnopermitenentraranadieensucampo,ysobretodo,enlavísperadeunabatallaprobable;peroyodifierodemiscolegas,ynome

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gustadejaranadiedetrásdemí.Todoconsejoesbuenoparamí;todopeligromeloenvíaelcielo,yyolopesoenmimanoconlaenergíaquemehadado.Así es que ayer fuisteis despedido a causa del Consejo que yo estabacelebrando.Mashoyqueestoylibrepodéishablar.

—Milord,habéishechotantomejorenrecibirme;cuantoqueparanadasetratanidelabatallaquevaisadaralgeneralLambert,nitampocodevuestrocampamento;ylapruebaesqueyohevueltolacabezaaotroladoparanovervuestros hombres, y cerrado los ojos para no contar vuestras tiendas. No,milord,yovengoahablarosparaasuntosmíos.

—Habladpues,caballero—dijoelgeneral.

—Hace poco —continuó Athos—, tenía el honor de deciros que hehabitado mucho tiempo en Newcastle; esto era en tiempo de Su MajestadCarlos I y cuando el difunto rey fue entregado al señor Cromwell por losescoceses.

—Yalosé—dijofríamenteMonk—.Enaqueltiempoteníayounacrecidasumadedineroenoro,ylavísperadelabatalla,porpresentimientotalvezdelascosasqueibanasucederalotrodía,laescondíenlacuevadelconventodeNewcastle,yenlatorrecuyacúspideargentadaporlalunadivisáisdesdeestesitio. Allí, pues, ha sido enterrado mi tesoro, y venía a suplicar a VuestroHonormepermitaqueloretireantesque,dirigiéndosetalvezlabatallahaciaeste sitio, una ruina o cualquier otro ardid de guerra destruya el edificio ysepultemi oro, o lo ponga demanifiesto de talmanera que los soldados seapoderendeél.

Monkconocíaaloshombres,yvioenelrostrodeéstetodalaenergía,todala justicia y toda la circunspección posibles; no podía atribuir sino a unaconfianza magnánima la revelación del gentilhombre francés, de la cualmostróseprofundamenteconmovido.

—En efecto, caballero—dijo—, que habéis augurado bien de mí. Pero¿esacantidadvalelapenadequeosexpongáis?¿Creéisqueestétodavíaenellugarqueladejasteis?

—Síestá,señor,nolodudéis.

—Esoesresponderaunapregunta,peronoalaotra…Oshepreguntadosilacantidaderatancrecidaquemerecieseexponerosasí.

—Sí,milord,esrealmentecrecida,porqueesunmillónqueenterréendosbarriles.

—¡Un millón! —murmuró Monk, a quien esta vez miró Athos fija ylargamente.

Monklonotóyvolvióasudesconfianza.

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—Este esunhombre—dijopara sí—queme tiendeun lazo.De suerte,caballero—repuso—,¿quequeréisretiraresacantidad?

—Sigustáis,milord.¿Cuándo?

—Estamismanoche,acausadelascircunstanciasqueosheexplicado.

—Pero,caballero—repusoMonk—,elgeneralLambertestátancercadela abadía donde tenéis que buscarlo como yo. ¿Por qué, pues, no os habéisdirigidoaél?

—Porque,milord,cuandoseobraencircunstanciassemejantesesmenesterconsultar al instante antes que todo; pues bien, el general Lambert no meinspiralaconfianzaquevosmeinspiráis.

—Bien,caballero.Harédemodoqueencontréisvuestrodinero,siesquetodavía está allí, porque, en fin, puede ser que no esté. Desde 1648 hantranscurridodoceaños,yconellosmuchosacontecimientos.

Monkinsistíaenestepuntoparaversielcaballerofrancésseaprovechabadelaescapatoriaquele,proporcionaba;peroAthosnopestañeósiquiera.

—Os confieso milord —dijo con firmeza—, que mi convicción conrespecto al sitio de los dos barriles es que no han cambiado de lugar ni dedueño.

EstarespuestaquitóaMonkunasospecha,perolesugirióotra.Sinduda,aquel francés era un emisario enviado para inducir acometer alguna falta alprotectordelParlamento:eloronoeramásqueañagaza,concuyoauxiliosepretendía,quizá,excitarlacodiciadelgeneral.Aqueloronodebíaexistir.AsíesqueMonktratabadesorprenderenflagrantedelitodementiraydeastuciaalcaballerofrancés,ydesacardelmalpasoenquesusenemigostratabandecomprometerloun triunfopara su reputación.Ydecidido sobre loquedebíahacer.

—Caballero —dijo a Athos—, espero me haréis el honor de compartirconmigolacomida.

—Sí, milord —respondió Athos inclinándose—, ya que me hacéis unahonradequemeconsiderodignoporlasimpatíaquemeinclinahaciavos.

—Es tantomásde agradecerqueaceptéis conesa franqueza, cuantoquemis cocineros son escasosypoco ejercitados, ymisproveedoreshanvueltoestanoche con lasmanosvacías; demodoque ano ser por unpescadordevuestrapatria,quehanhechoentrarenmicampamento,elgeneralMonkseacostaríasincenarestanoche.Demodoquesólotengopescadofresco,segúnmehadicho,elvendedor.

—Milord, acepto, principalmente por tener el honor de pasar unos

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instantesmásconvos.

Hechoestecambiodecumplimientos,duranteelcualnada,habíaperdidoelgeneralde sucircunspección, fue servida lacomida,o loquedebíahacersusveces,sobreunamesadeabeto.MonkhizoseñaalcondedelaFèredequesesentaseaella,ytomóasientoenfrentedeél;unsoloplatollenódepescadococido, presentado a los dos distinguidos convidados, prometía más a losestómagos hambrientos que a los paladares delicados. En tanto, es decir,comiendo el pescado rociado con cerveza, Monk hizo que le narrase losúltimossucesosdelaFronda,lareconciliacióndelseñordeCondeconelreyyel matrimonio probable de Su Majestad con la infanta María Teresa; peroevitó,comoevitabatambiénAthos, todaalusióna los interesespolíticosqueunían, omás bien que desunían, en aquelmomento, a Inglaterra, Francia yHolanda. El general se convenció en esta conversación de una cosa que yahabía observado desde el principio: que trataba con un hombre de altadistinción.

Estenopodíaserunasesino,yrepugnabaaMonksuponerleunespía,perohabíaenAthostantafinurayfirmezaalmismotiempo,queMonkcreyóverenélunconspirador.

CuandoselevantarondelamesalepreguntóMonk:

—¿Demodoquecreéisenvuestrotesoro?

—Sí,milord.

—¿Deveras?

—Ciertísimo.

—¿Ycreéisencontrarleenelmismositioenquefueenterrado?

—Alaprimerainvestigación—respondióAthos.

—Puesbien—dijoMonk—;yoosacompañaréporcuriosidad.Yestantomásnecesarioqueosacompañe,cuantoquehallaréislasmayoresdificultadesencircularporelcampamentosinmíounodemisayudantes.

—General,yonoconsentiríaqueosincomodaseis,sienefectonotuvieranecesidaddevuestracompañía;Perocomoreconozcoqueesacompañía,mees,nosólohonrosa,sinotambiénnecesaria,laacepto.

—¿Queréisquellevemosalgunagente?—preguntóMonkaAthos.

—Creoqueesinútil,general,sivosmismonoveisprecisiónenello.Doshombresyuncaballobastaránparatransportarlosdosbarrialesalafalúaquemehatraído,peroseránecesariominar,cavar,removerlatierra,partirpiedras,ynocontaréisconhaceresetrabajovosmismo,¿noesverdad?

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—General,noesprecisoniminarnicavar.El tesoroestásepultadoenlabóvedade los sepulcrosdel convento, debajodeunapiedra sellada conunaanillagrandedehierro.Allíestáncolocadoslosdosbarrilescubiertosconunacapadeyeso,en lamismaformadeunataúd.Hay,además,una inscripciónquedebeservirmeparareconocerlapiedra;ycomonoquieroenunasuntodetanta delicadeza y confianza guardar secretos aVuestroHonor, os diré estainscripción:

HicjacetvenerabilisPetrusGuilielmusScott,Canon,Honorab.ConventusNoviCastelli.Obiitquartaetdecima.

Feb.ann.Dom.MCCVIII.

Requiescatinpace.

Monk no perdía palabra, pues estaba admirado, ya de la duplicidadmaravillosadeestehombreyde lamanerasuperiorconquerepresentabasupapel,yalabuenafeconquepresentabasupetición,tratándosedeunmillónaventurado contra una puñalada en medio de un ejército que hubieraconsideradoelrobocomounarestitución.

—Está bien —dijo—, os acompaño y considero tan maravillosa laaventura,queyomismoquierollevarlaantorchaquenosalumbre.

Diciendoestaspalabras,seciñólaespadaypúsoseunapistolaenelcinto,descubriendo, con este movimiento que hizo entreabrir su jubón, los finosanillos de una cota de malla, destinada a ponerle a cubierto de la primerapuñaladadeunasesino.

Hecholocual,pusoensumanoizquierdaundirkescocés,yvolviéndosehaciaAthos:

—¿Estáisdispuesto,caballero?—preguntó—.Yoyaloestoy.

Athos,alcontrariodeloqueMonkacababadehacer,pusosupuñalsobrelamesa,desabrochóelcinturóndesuespada,quepuso,al ladodelpuñaly,abriendosinafectaciónalgunalosbrochesdesujubón,comoparabuscarsupañuelo, enseñódebajo de su fina camisa de batista el pechodesnudoy sinarmasofensivasnidefensivas.

—He aquí un hombre extraño —dijo Monk para sí—, no lleva armaninguna.Sindudamepreparaunaemboscada.

—General —dijo Athos como si hubiese adivinado el pensamiento deMonk—,deseáisquevayamossolos,estámuybien;peroungrancapitánnodebejamásexponersecontemeridad;esdenoche,yelpasodelpantanopuedeofrecerpeligros,hacedqueosacompañen.

—Esverdad—dijo.

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YllamandoDigby,aparecióelayudantedecampo.

—Cincuentahombresarmadosespadaymosquete—dijo.

YmiróaAthos.

—Amuypoco—dijoéste—sihaypeligro,ydemasiadosinolehay.

—Irésolo—dijoelgeneralMonkdepronto—.Digby,nonecesitoanadie.Vamos,señor.

CapítuloXXV

Elpantano

Athos yMonk atravesaron desde el campamento en dirección al TweedaquellapartedelterrenoqueDigbyhabíahechosalvaralospescadores,desdeelTweedalcampamento.Elaspectodeestesitio,elaspectode loscambiosqueenélhabíanrealizadoloshombres,eraelmásapropósitoparaelmayorefecto sobreuna imaginacióndelicadayviva como ladeAthos.Athos sólomirabaaestosdesoladoslugares;MonknomirabamásqueaAthos;aAthos,que clavando unas veces los ojos en el cielo, otras en la tierra, investigaba,pensabaysuspiraba.

Digby,aquienlaúltimaordendelgeneral,yprincipalmenteelacentoconque la había dado, le conmovió al principio, siguió unos veinte pasos a dosnocturnospaseantes;mashabiéndosevueltoelgeneral,comosorprendidodequenosecumpliesensusórdenes,elayudantedecampocomprendióqueeraindiscretoyvolvióasutienda.

Supusoqueelgeneralqueríahacerdeincógnitoensucampounadeesasrevistasdevigilanciaquetodobuencapitánnodejadehacerlavísperadeuntrance decisivo; en este caso se explicaba la presencia de Athos, como uninferiorseexplicaloqueesmisteriosoporpartedesujefe.Athospodíaser,y,aundebíaserloalosojosdeDigby,unespíacuyasnoticiasibanailustraralgeneral.

Despuésdediezminutosdemarchaopocomenosentrelastiendasylospuestosavanzados,entróMonkenunacalzadaestrechaquedividíaseentresbrazos. La de la izquierda conducía al río, la de en medio a la abadía deNewcastlesobreelpantano,yladeladerechaatravesabalasprimeraslíneasdelcampamentodeMonk,estoes,lasmásinmediatasalejércitodeLambert.

AlotroladodelríohabíaunpuestoavanzadoquepertenecíaalejércitodeMonk, que vigilaba al enemigo y que se componía de ciento cincuenta

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escoceses. Habían pasado el Tweed a nado, y en caso de ataque debíanrepasarlodelmismomododandolaalarma,mascomonohabíapuenteenestesitio,ycomolossoldadosdeLambertnoerantanprontosenarrojarsealaguacomolosdeMonk,éstenoparecíasentirgransobresaltoporestaparte.

Delladodeacádelrío,yaquinientospasospocomásomenosdelantiguoconvento, tenían los pescadores su vivienda enmedio de un hormiguero detiendaspequeñaslevantadasporlossoldadosdelosclanesvecinosqueteníanconsigoasusesposasyasushijos.

Toda esta confusión ofrecía, a los rayos de la luna un golpe de vistasorprendente. La penumbra hacía más agradables sus detalles, y la luzaduladora,quetansólosefijaenlapartebelladelascosas,hacíaresplandecerelpunto todavía intactode losmohososarcabuces,y lapartemásblancadecualquierpedazodelienzo.

Monk llegó, por tanto, con Athos, atravesando este paisaje sombríoiluminadopordosluces,laargentadadelalunaylarojizadelosmoribundosfuegos,alaencrucijadaquehemosmencionado.Allísedetuvo,ydirigiéndoseasucompañero:

—Caballero—dijo—,¿conocéiselcamino?

—General,sinomeequivoco, lacalzadadeenmedioconducerectaalaabadía.

—Esoes;perotendremosnecesidaddeluzparaguiarnosenelsubterráneo.

Monksevolvió.

—¡Ah!Digbynoshaseguido,segúnparece—dijo—;tantomejor,porquenosproporcionaráloquenecesitamos.

—En efecto, general, allá abajo hay un hombre que camina detrás denosotroshacealgúntiempo.

—¡Digby!—exclamóMonk—.¡Digby!Venidacá.

Peroen lugardeobedecer, lasombrahizounmovimientodesorpresa;y,retrocediendo en vez de avanzar, se agachóy desapareció por la camadadeguijoyarenade la izquierda,dirigiéndosehaciaelalojamientoquesehabíadadoalospescadores.

—ParecequenoesDigby—dijoMonk.

Amboshabíanseguidoconlavistaalasombraquesehabíadesvanecido;masnoeracosatanraraelqueunhombrerondasealasoncedelanocheporuncampamentodonde estabanacostadosdiezodocemil; paraqueAthosyMonksesobresaltasenporaquelladesaparición.

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—Yaquenecesitamosunfarol,unalinternaounaluzcualquieraparaverdóndeponemoslospies,busquemosesefarol—dijoMonk.

—Elprimersoldadoqueencontremosnosalumbrará,general.

—No—dijoMonk,paraversihabíaalgunaconnivenciaentreelcondedelaFèreylospescadores—.No,desearíamásbienaalgunodeesosmarinerosfranceses que han llegado esta noche a venderme su pesca. Se marchanmañanayguardaránmejorelsecreto;entantoquesiseesparceelrumorenelejército escocés, de que se buscan tesoros en la abadía de Newcastle, mishighlanderscreeránquehayunmillóndebajodecadalosa,ynodejaránpiedrasobrepiedraeneledificio.

—Hacedloquequeráis,general—dijoAthoscontonodevoztannatural,qué demostraba que pescador o soldado todo le era igual, y que no dabapreferenciaaninguno.

AproximóseMonkalacalzada,detrásdelacualhabíadesaparecidoaquelaquiénhabía tomadoporDigby,yencontróunapatrullaquedandovueltaalastiendascaminabahaciaelcuartelgeneral;fuedetenidaconsucompañero,dijoelsantoyseña,ysiguiósucamino.Unsoldadoquedespertó,alruido,selevantóparaverloquepasaba.

—Preguntadle dónde se hallan los pescadores —dijo Monk a Athos—,puessihagoyolapreguntameconocerá.

Athosacercósealsoldado,quienleindicólatienda,adondesedirigióconMonk.

Parecióle al general que en el momento en que a ella se acercaba, unasombra, igual a la que ya había visto, deslizábase en la tienda; pero alaproximarse más reconoció que se había engañado, porque todo el mundodormíaallíconfundido,ysóloseveíanpiernasybrazosentrelazados:

Temiendo Athos que se le supusiera en connivencia con alguno de suscompañeros,sequedófueradelatienda.

—¡Hola!—dijoMonkenfrancés—.Despertad.

Dosotresdormilonesseincorporaron.

—Necesitounhombrequemealumbre—continuóMonk,ymontaracesdeEscocia.

Todoelmundohizounmovimiento,ya incorporándose,ya levantándosedeltodo.Eljefesehabíalevantadoelprimero.

—Vuestro honor puede contar con nosotros —dijo con voz que hizotemblaraAthos—.¿Dóndesehabrádeir?

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—Yaloveréis.¡Unfarol!¡Vamos,pronto!

—¿DeseaVuestroHonorqueseayomismoquienleacompañe?

—Tíaocualquierotro;loquedeseoesqueunomealumbre.

—Esextraño—pensóAthos—.¡Quévoztanextrañaladeesepescador!

—¡Eh!¡Vosotros,fuego!—gritóelpescador—.¡Vamos!

Ydirigiéndosealque teníamáscercade suscompañeros, ledijoenvozbaja:

—Alumbratú,Menneville,yestádispuestoatodo.

Unpescadorhizosaltarchispasdeunapiedra,cogióuntrozodeyesca,yconelauxiliodeunapajuelaencendióunalinterna.Laluzalumbródeprontotodalatienda.

—¿Estáisdispuesto,caballero?—dijoMonkaAthos,quevolvióelrostroparanoexponerloalaclaridaddelaluz.

—¡Sí,general!—;respondió.

—¡Ah! ¡El caballero francés! —dijo en voz muy baja el jefe de lospescadores—. ¡Diantre! ¡Buena idea he tenido en encargarte la comisión,Menneville,puespodríaconocermeamí!¡Alumbra,alumbra!

EstaspalabrasfuerondichasenelfondodelatiendayenvoztanbajaqueMonknopudooírniunasílaba,amásdequehablabaconAthos.

Menneville preparábase en todo este tiempo, o más bien, recibía lasórdenesdesujefe.

—¿Vamos?—dijoMonk.

—Aquíestoy,general—repusoelpescador.

Monk,Athosyelpescadorsalierondelatienda.

—¡Esimposible!—murmuróAthos—.¡Estoysoñando!

—Vedelanteporlacalzadadeenmedioyestiralaspiernas—dijoMonkalpescador.

Aunque habían andado veinte pasos, cuando la misma sombra que, alparecerhabíaentradoenlatienda,salíadeellaarrastrándosehastalospilotes,y, protegida por la especie de parapeto colocado en, los alrededores de lacalzada,observabalamarchadelgeneral.

Los tres desaparecieron en la bruma, caminando haciaNewcastle, cuyaspiedrasyasedistinguíanblancascomosepulcros.

Despuésdehaberdescansadoalgunossegadosbajoelpórtico,penetraron

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en el interior. La puerta había sido rota a hachazos: Una guardia de cuatrohombres dormía tranquilamente en una hondonada, en la certeza de que elataquenopodíaverificarseporaquellaparte.

—¿Noosestorbaránestoshombres?preguntóMonkaAthos.

—Alcontrario,señor;ayudaránaconducirlosbarriles,siVuestroHonorlopermite.

—Tenéisrazón.

Pormásdormidaqueestuvieralaguardia,sedespertóalosprimerospasosde losvisitantesporentre losespinosyhierbasque invadíanelpórtico.DioMonkelsantoyseñayentróenelinteriordelconvento,siempreprecedidodesu farol. Iba detrás, vigilando hasta el menormovimiento de Athos, con elpuñal desnudo debajo de lamanga y resuelto a sepultarle en el costado delcaballeroalprimergestosospechosoqueleviesehacer.PeroAthosatravesólassalasylospatiosconpasofirme.

No había puertas ni ventanas en este edificio. Aquéllas habían sidoquemadas,algunasensumismosino,y,sustrozosaunestabanagrietadosporla acción del fuego, que se había apagado solo, impotente sin duda parapenetrar hasta lo último en aquellas macizas junturas de encina unidas conclavosdehierro.Encuantoa lasventanas, todos losvidriosestabanrotos,yveíanse huir por los agujeros los pájaros nocturnos que espantaba la luz delfarol.Algunosgigantescosmurciélagosempezaronatrazarenderredordelosdos importunos sus vastos y silenciosos círculos, mientras que en la luzextendidasobrelasaltasparedesdepiedraseveíanvacilarsussombras.EsteespectáculoeratranquilizadorpararazonadoresyMonkdedujoquenohabíaningún hombre en el convento, puesto que aún estaban en él los animalesferocesyhuíanasuaproximación.

Despuésdehaber franqueado losescombrosyarrancadoalgunaqueotrahiedraqueestabacomodeguardiándelasoledad,llegóAthosalasbóvedassituadasdebajodelsalón,perocuyaentradadabaalacapilla.Allísedetuvo.

—Yahemosllegado,General—murmuró.

—¿Esestalalosa?

—Sí.

—Efectivamente,reconozcolaanilla;peroestáempotradaentierra.

—Seránecesariounapalanca.

—Eso es fácil de encontrar. Mirando en derredor suyo, Athos y Monkvieronunpequeñofresnodetrespulgadasdediámetro,quehabíaarraigadoenunángulodelmuro,subiendohastaunaventanacegadaporlasramas.

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—¿Tienesuncuchillo?—preguntóMonkalpescador.

—Sí,señor.

—Puescortaeseárbol.

El pescador obedeció, pero no sin que su machete quedara mellado.Guando estuvo cortado el fresno y en forma de palanca, los tres hombrespenetraronenelsubterráneo.

—Permaneceaquí—dijoMonkalpescadordesignándoleunrincóndelacueva—;tenemosquedesenterrarpólvorayseríapeligrosoelfarol.

Elhombreretrocedióconunaespeciedeterrorysecolocóenelsitioquelehabíandesignado,mientrasMonkyAthosdabanvueltaaunacolumna,acuyopie,porunrespiradero,penetrabaunrayodelunareflejadoprecisamenteporlapiedraqueelcondedelaFèreveníaabuscardesdetanlejos.

—Yaestamosaquí—dijoAthos,indicandoalgenerallainscripciónlatina.

—Sí—dijoMonk.

Pero,comositodavíaquisiesedejaralfrancésunmedioevasivo:

—¿Nonotáis—prosiguió—queyahanpenetradoenestacuevayquehansidorotasmuchasestatuas?

—Milord, seguramente habréis oído decir que el respeto religioso devuestrosescocesesquierequelasestatuasdelosmuertosguardenlosobjetospreciososquehanpodidoposeerdurantesuvida.Demodoquelossoldadoshan debido pensar que bajo el pedestal de las estatuas que adornaban a lamayorpartedeestos sepulcros seocultaran tesoros,yporesohandestruidolospedestales.Perolatumbadelvenerablecanónigo,enlacualtenemosquehacer, no se distingue por ningún monumento; es sencilla, y ha estadoprotegida por el miedo supersticioso, que siempre han tenido vuestrospuritanosalsacrilegio;nisiquierasehadesprendidountrozodemampostería.

—Escierto—dijoMonk.Athostomólapalanca.

—¿Queréisqueosayude?—dijoMonk.

—Gracias,milord;noquieroqueVuestroHonorpongamanoenunaobrade la que tal vez no querría tomar la responsabilidad si conociese susconsecuenciasprobables.

Monkalzólacabeza.

—¿Quédecís,caballero?—preguntó.

—Quierodecir…Peroesehombre.

—Esperad —dijo Monk—; entiendo lo que teméis, y voy a hacer una

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prueba.

Entoncessevolvióhaciaelpescador,cuyoperfilseveíailuminadoporelfarol.

—Comehere,friend!—dijoconacentodemando.

Elpescadornosemovió.

—Está bien —continuo—, no sabe inglés. Habladme, pues, inglés, siqueréis,caballero.

—Milord—respondióAthos—,muchasveceshevistoencircunstanciasahombres que han tenido sobre sí mismos el poder de no responder unapreguntahechaenlenguaquecomprendían.Quizáelpescadorseamáslistodeloquecreemos.Ossuplicoquelodespidáis.

—Nohayduda—pensóMonkquedeseatenermesoloenestacueva.Noimporta, sigamos hasta el fin; un hombre vale tanto como otro, y, estamossolos…

—Amigomío—dijoMonkalpescador—,subeesaescaleraqueacabamosdebajar,ycuidadequenadievengaainterrumpirnos.

Elpescadorhizounademánparaobedecer.

—Déjate ahí el farol—dijoMonk—, porque denunciaría tu presencia ypodríavalertealgúnmosquetazoextraviado.

El pescador pareció apreciar el consejo, pues dejó el farol en el suelo ydesaparecióbajolabóvedadelaescalera.

Monkcogióelfarolylopusoalpiedelacolumna.

—Vamos—dijo—,¿conquehaydineroocultoenesesepulcro?

—Sí,milordydentrodecincominutosnodudaréisdeello.

Al mismo tiempo descargó Athos un golpe violento sobre la tapa delsepulcrodeyeso,queserajópresentandounagrietaalapuntadelapalanca.Athos introdujo el alzaprima en aquella grieta, y pronto cedieron trozosenterosdeyeso,levantándosecomolosasredondas.Entonces,elcondedelaFèrecogiólaspiedrasylasseparóconsacudidasdequenosehubieracreídocapazahombredemanostandelicadas.

—Venaquí,amigo.

—Milord—dijo Athos—, ya veis la mampostería de que he hablado aVuestroHonor.

—Sí,perotodavíanoveolosbarriles—dijoMonk.

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—Si yo tuviese un puñal —dijo Athos mirando en derredor suyo muyprontolosveríais,milord.Desgraciadamente,heolvidadoelmíoenlatiendadeVuestroHonor.

—De buena gana os ofrecería el mío—dijo Monk—, mas su hoja meparecedemasiadofrágilparaelobjetoaqueladestináis.

Athosbuscóenderredorsuyounobjetocualquieraquepudierareemplazarelarmaquedeseaba.

Monk no perdió ni uno de losmovimientos de susmanos ni una de lasexpresionesdesusojos.

—¿Porquénopedísuncuchilloalpescador?—preguntóMonk—.Élteníaunmachete.

—¡Ah!Esverdad—contestóAthos—;deélsesirvióparacortarelárbol.

Yseaproximóalaescalera.

—Amigo—dijo al pescador—,hacedmeel favordevuestromachete, lonecesito.

Elarmaalcaerresonóenlaescalera.

—Tomad—dijoMonk—;esuninstrumentosólido,porloqueveo,yunamanofirmepuedesacardeélbuenpartido.

Athos pareció no dar a las palabras de Monk sino el sentido natural ysencilloconquedebíanseroídasyentendidas.Tampocoobservó,oalmenospareciónonotar,quecuandovolvióhaciaMonk,ésteseechóatrás,llevando,sumano izquierda a la pistola; en la derecha empuñaba ya su dirk. Púsose,pues,asuobra,dandolaespaldaaMonkyentregándolesuvidasindefensaposible. Golpeó por algunos segundos con tal destreza y precisión sobre elyesointermediario,querompiólacapaendospedazos,yentoncespudoverelgenerallosdosbarriles,unojuntoaotro,ycuyopesolosmanteníainmóvilesensuenvolturagredosa.

—Milord—observó Athos—, ya veis que no me habían engañado mispresentimientos:

—Sí,caballero—dijoMonk—,ydebocreerqueyaestáissatisfecho,¿noesverdad?

—Indudablemente; lapérdidadeestedineromehubiera sidoenextremosensible;peroyoestabaciertodequeDios,queprotegelasbuenascausas,nohabríapermitidoqueseperdieseesteoroquedebehacerletriunfar.

—Pormife—dijoMonk—,quesois tanmisteriosoenvuestraspalabrascomoenvuestrasacciones,caballero.Ahorapoconooscomprendícuandome

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dijisteisquenoqueríasdescargarsobremí la responsabilidadde laobraquerealizábamos.

—Teníarazónendecireso,milord.

—Y ahora, me habláis de la buena causa. ¿Qué entendéis por la buenacausa?CincooseiscausasdefendemosenestemomentoenInglaterra,yellonoimpidequecadaunoconsiderelasuya,nosólocomolabuena,sinocomola mejor: ¿Cuál es la vuestra, caballero? Hablad francamente, y veamos sisobreesepunto,alcualparecequedaisgran importancia, somosdelmismoparecer.

AthosfijóenMonkunadeesasmiradasprofundasqueparecendesafiaralque van dirigidas, a que oculte uno sólo de sus pensamientos; y levantandoenseguidasusombreroempezóconvozsolemne,mientrassuinterlocutor,conuna mano en el rostro, abarcaba barba y bigote, al propio tiempo que sumiradavagaymelancólicaerrabaporlasprofundidadesdelsubterráneo.

CapítuloXXVI

Corazónycabeza

–Milord—dijo el condede laFère—, sois unnoble inglésyunhombreleal,yhabláisaunnoblefrancés,aunhombredecorazón.Elorocontenidoenestosdosbarrilesoshedichoquemepertenecía,mashedichomal;éstaeslaprimeramentiraqueenmividahedicho,peromentiramomentánea;eseoroespropiedaddelreyCarlosII,desterradodesupatria,echadodesupalacio,huérfano a la vez de padre y del trono, y privado de todo, aun de la tristeventuradebesarderodillaslapiedradondelamanodesusasesinosescribióestesencilloepitafio,queeternamenteclamarávenganzacontraellos:«AquíyaceelreyCarlosI».

Monkpalideció, y un imperceptible escalofrío arrugó su cutis y erizó subigotegris.

—Yo—continuóAthos—,yo,elcondedelaFère;elúnico,elúltimolealque queda al pobre príncipe abandonado, le he ofrecido venir en busca delhombre de quien depende hoy la suerte de la realeza en Inglaterra; y hellegado yme he presentado a lasmiradas de este hombre, y entregándomedesnudo y desarmado en sus manos y diciéndole Milord, éste es el únicorecursodeunpríncipeaquienDioshizovuestroamoysunacimientovuestrorey;devos,devossólodependensuvidaysuporvenir.¿Queráisemplearestedinero en consolar a Inglaterra de los males que ha debido experimentardurante la anarquía, esto es, queréis ayudar, o, si no ayudar, dejar obrar, al

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menos al rey Carlos II? Vos sois el amo, vos sois el rey, amo y reytodopoderoso, porque la casualidad deshace algunas veces la obra de lostiempos y deDios. Estoy sólo con vos,milord; simi complicidad os pesa,armado estáis, y he aquí un sepulcro abierto ya; si, por el contrario, elentusiasmo de vuestra causa os embriaga, si sois lo que parecéis, si vuestramano obedece en cuanto emprende a vuestra inteligencia, y vuestrainteligenciaavuestrocorazón,vedelmediodeperderparasiempre lacausadevuestroadversarioCarlosEstuardo.Matadalhombrequetenéisalavista,porqueestehombrenovolveráhaciaaquélque lehaenviado,sin llevarleeldepósito que le confió Carlos I, su padre, y guardad el oro, que puedeaprovecharosparamantener la guerra civil. ¡Ah!Milord, tal es la condiciónfataldeestepríncipedesventurado.Necesitacorromperomatar,porquetodoleresiste,todolerechaza,todaleeshostil,ynoobstante,estámarcadoconelsellodivino,yespreciso,paranodesmentirsusangre,quesubaaltronooquemuerasobreelsagradosuelodelapatria.Milord,yamehabéisentendido.Acualquiera otro que no fuese el hombre ilustre que me escucha, le hubieradicho:Soispobre,elreyosofreceesemillóncomoarasdeunaventainmensa;tomadlo,yservidaCarlosIIcomoyoheservidoaCarlosI,yestoysegurodequeDios,quenosoye,quenosveyqueleeenvuestrocorazóncerradoatodaslas miradas humanas, os dará una vida eterna y venturosa, después de unamuertedichosa.PeroalgeneralMonk,alhombreilustrecuyaalturacreohabermedido, ledigo:Milord,hayparavosen lahistoriade lospueblosyde losreyesunpuestobrillante,unagloria inmortal,quenunca,perece,sisólo,sinotro interés que el bien de vuestro país y el amor a la justicia, os hacéis elsostén de vuestro rey.Muchos otros han sido conquistadores y usurpadoresgloriosos;vos,milord,oshabréiscontentadoconserelmásvirtuosoyelmásíntegrode loshombres.Habréis tenidouna corona envuestrasmanos, y, envezdeceñirlaavuestrafrente,lahabréispuestosobrelacabezadeaquélparaquien fue hecha. ¡Oh! Milord, obrad así, y legaréis a la posteridad el masenvidiadonombrequeunacriaturahumanapuedaenorgullecersedellevar.

Athos calló. En todo el tiempo que estuvo hablando el noble caballero,Monk no había dado signo alguno de aprobación o desaprobación apenas,duranteaquellaalocuciónvehemente,sehabíananimadosusojosconelfuegoque indica la inteligencia.Elcondede laFère lemiró tristemente,y,viendoaquel rostro taciturno, sintió penetrar el desfallecimiento en su corazón. Porúltimo,Monkparecióanimarse,yrompiendoelsilencio:

—Señor—dijoconvozdulceygrave—,voy,paracontestares,aservirmedevuestraspropiaspalabras.Acualquieraotroquenofuesesvos,responderíaconlaexpulsión,laprisión,oconalgopeor.Porquemetentáisymeviolentáisalavez.Perosoisunodeesoshombres,caballero,aquiennopuedennegarselasconsideracionesquemerece:soisunvalientegentilhombre,señor,yooslodigo, y sé lo que digo. Me hablabais hace poco de un depósito; que os

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transmitió el difunto reypara suhijo: ¿sois acasounode aquellos francesesque,comoheoídodecir,quisieronsalvaraCarlosenWhiteHall?

—Sí,milord,yoeraquienestabadebajodelpatíbulodurantelaejecución,yo, que no habiendo podido librarle, recibí en mi frente la sangre del reymártir,yalmismotiempolaúltimapalabradeCarlosI;amífueaquiendijoRemember!,yaldecirme¡Acuérdate!,aludíaaldineroque tenéisa lospies,milord.

—Muchoheoídohablardevos,caballero—dijoMonk—;perosoyfelizen haberos apreciado pormi propia inspiración y no pormis recuerdos.Osdaré, por tanto, explicaciones que no he dado a nadie, y apreciaréis así ladistinciónquehagoentrevosylaspersonasquehastahoymehanenviado.

Athos inclinóse, disponiéndose a recoger ávidamente las palabras quecaíanunaaunadelabocadeMonk,palabrasrarasypreciosascomoelrocíoeneldesierto.

—Me habláis —dijo Monk— del monarca Carlos II; pero, decidme,caballero,¿quémeimportaesefantasmaderey?Yoheenvejecidoenlaguerrayenlapolítica,tanestrechamenteunidaseneldíaquetodohombredearmasdebe combatir en virtud de su derecho o de su ambición, con un interéspersonal,ynociegamentedetrásdeunoficial,comoenlasguerrasordinarias.Yo, tal vez no deseo nada; pero temomucho.De la guerra depende hoy lalibertaddeInglaterra,ytalvezladetodoinglés.¿Porquéqueréisquelibreenla posición que me he creado, vaya a dar la mano a los hierros de unextranjero?Carlosnoesmásqueestoparamí.Aquíhadadocombatesylosha perdido, lo cual prueba que esmalCapitán, nada ha logrado en ningunanegociación, luegoesunmaldiplomático.Ha llevadosumiseriaa todas lascortesdeEuropa,luegoesuncorazóndébilypusilánime.Nadadenoble,nadadegrande,nadadefuertehasalidoaúndeesegenioqueaspiraagobernarunodelosmásgrandesimperiosdelatierra.Noconozco,pues,aCarlossinobajomalos aspectos, ¿y queréis que yo, hombre de buen sentido, fuera a hacerledesinteresadamente el esclavo de una criatura que es inferior a mí encapacidadmilitar,enpolítica;yendignidad?No,caballero;cuandounaaccióngrandeynoblemehayaenseñadoaapreciaraCarlos,reconocerétalvezsusderechosauntronodelcualarrojamosalpadre,porquenoteníalasvirtudesque también faltan a su hijo; pero hasta hoy, en punto a derechos, noreconozcomásquealosmíos.LaRevoluciónmehahechogeneral;miespadame hará Protector, si quiero. Que Carlos se presente y tome parte en elconcursoabiertoalgenio,y sobre todo,que seacuerdequeperteneceaunarazaa la cual se exigirámásquea cualquieraotra.Así, señor,nohablemosmás;norehúsoniacepto,mereservo,yespero.

Athos sabía que Monk estaba demasiado bien informado de todo lo

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relacionadoconCarlosIIparallevarmáslejosladiscusión.Noeraaquéllalaocasiónniellugar.

—Milord—dijo—,sólomerestadaroslasgracias.

—¿Y de qué, caballero? ¿De que me habéis juzgado bien, y de que heobradosegúnvuestrojuicio?¡Oh!¿Valeesolapena?EseoroquevaisallevaralmonarcaCarlos,vaaservirmedepruebaconrespectoaél,viendoloquehace.Sindudaformaréunaopiniónquehoynotengo.

—Sin embargo, ¿no teme Vuestro Honor, comprometerse, permitiendosalirdeaquíunacantidaddestinadaaserviralasarmasdesuenemigo?

—¿Mienemigodecís?¡Qué!Caballero,yonotengoenemigos.YoestoyalserviciodelParlamento,quemeordenacombatiralgeneralLambertyalreyCarlos, que son sus enemigos y no losmíos. Si el Parlamentome ordenaseempavesarelpuertodeLondres,reuniralossoldadosenlaribera,yrecibiralmonarcaCarlosII.

—¿Obedeceríais?—exclamóAthoscongozo.

—Perdonadme—dijoMonksonriendo—.¿Quéibaahaceryo,unacabezallenadecanas?¿Enquéestabapensando?Ibaadecirunalocuradejoven.

—Entonces,¿noobedeceríais?—dijoAthos.

—Tampoco, digo eso, caballero; antes que todo, el bien demi patria.Elcielo,quehatenidoabiendarmelafuerza,haqueridosindudaquelatuvieseparaelbiendetodos,yalmismotiempomehadadoeldiscernimiento.SielParlamentomemandaseunacosasemejante,reflexionaría.

LafrentedeAthosseobscureció.

—Vamos —dijo—, conozco claramente que Vuestro Honor no estádispuestoafavoreceralreyCarlosII.

—Siempresoisvosquienpregunta,señorconde,yyoloharéamivez,sinololleváisamal.

—Hacedlo, señor, y Dios os inspire la idea de responderme tanfrancamentecomoyooscontestaré.

—Cuando hayáis llevado esemillón a vuestro príncipe, ¿qué consejo ledaréis?

AthosfijóenMonkunamiradaorgullosa.

—Milord—dijo—,conesemillónqueotrosemplearíanquizáennegociar,yoquieroaconsejaralreyquelevantedosregimientos,queentreporEscocia,pacificada por vos, y que dé al pueblo las franquicias que laRevolución lehabíaprometidoyquenohaalcanzado.Leaconsejarémandarenpersonaeste

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pequeño ejército que irá engrosando, creedme, y que se deje matar con elestandarteenlamanoylaespadaenlavaina,exclamando:«¡Ingleses!Yosoyeltercerreydemirazaaquienmatáis;temedalajusticiadeDios».

Monkbajólacabezayreflexionóunmomento.

—Y si lo consiguiese —dijo—, lo cual es inverosímil, aunque noimposible,porquetodoesposibleenestemundo,¿quéleaconsejaríais?

—QuepensaraqueporlavoluntaddeDioshabíaperdidolaCorona;peroquelahabíarecobradoporlabuenavoluntaddeloshombres.

UnasonrisairónicapasóporloslabiosdeMonk.

—Desgraciadamente, caballero —dijo—, los reyes no saben seguir unbuenconsejo.

—¡Ah!Milord,CarlosIInoesunrey—repusoAthossonriendo,peroconotraexpresiónqueladeMonk.

—Vamos,abreviemos,señorconde…Esésevuestrodeseo,¿noescierto?

Athosseinclinó.

—Voy a dar orden para que transporten esos dos barriles donde gustéis.¿Dóndevivís,caballero?

—Enunpueblecilloquehayenlaembocaduradelrío.

—¡Ah! Lo conozco; compónese de cinco o seis casas. Ciertamente. Yohabitolaprimera,quetambiénlaocupandosconstructoresderedes,encuyabarcahevenidoatierra.

—¿Yvuestrobuque,caballero?

—Mibuqueestáancladoauncuartodemilla,ymeespera.

—¿Nopensáispartiralinstante?

—Milord,procuraréotravezconvenceraVuestroHonor.

—No lo alcanzaréis —replicó Monk—; pero importa que salgáis deNewcastlesindejardevuestropasolamenorsospechaquepuedaperjudicaroso perjudicarme.Mis oficiales suponen queLambertme atacarámañana.Yogarantizo; por el contrario, que no se moverá, porque en mi concepto esimposible. Lambertmanda un ejército sin principios homogéneos, y no hayejército posible de dirigir con elementos semejantes. Yo he enseñado amissoldadosasubordinarmiautoridadaalgosuperior,locualhacequeamilado,enderredormío, sobremíyporbajodemí, siempreveanalgunaotracosa.Resultadeaquí,que, siyomuriera, locualpuedesuceder,miejércitonosedesmoralizaría inmediatamente; resulta también, que si quisiera ausentarme;

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pongoporcaso,comosucedeaveces;nohabríaenmicampamentoelmenorasomodeinquietudodesorden.Soyelimán,lafuerzanaturaldelosingleses.Lambert manda en este momento dieciocho mil desertores; pero nada hehablado de esto a mis oficiales, como podréis conocer. Nada es másprovechosoaunejércitoqueelsentimientodeunabatallapróxima,puestodoelmundovigilayseguarda.Digoestoparaqueviváiscontodaseguridad.Noosapresuréis,portanto,apasarelmar,puesdeaquíaochodíashabráalgodenuevo; bien la batalla, bien el acomodamiento. Entonces, como me habéiscreídohombredebienyconfiadovuestrosecreto,porlocualtengoquedaroslas gracias, iré a visitaros donde mandéis. No os marchéis, pues, antes deavisarnos;osreiteroestainvitación.

—Osloprometo,general—dijoAthosconalegríatangrandequeapesarde todasucircunspección,nopudomenosdedejarbrillarunachispaensusojos.

Monklasorprendióyapagólaenelmismoinstanteconunadesusmudassonrisasquecortabansiempreensusinterlocutoreselcaminoquecreíanhaberabiertoensuánimo.

—Desuerte,milord—dijoAthos—,¿quésonochodíaslosquemefijáis?

—Ochodías,caballero.

—¿Yquéharéenesosochodías?

—Si hay batalla, ruego os quedéis lejos. Sé que los franceses son muydadosaestasclasesdediversiones;querríaisvercómonosbatimos,ypodríatocarosalgunabalaperdida;nuestrosescocesestiranmuyfinal,yyonoquieroque un excelente caballero como vos vuelva herido a tierra de Francia. Noquiero,enfin,vermeobligadoaenviaryomismoavuestropríncipesumillón,porque entonces, diríase, y con alguna razón, queyopagaba al pretendienteparaqueguerreasecontraelParlamento.Conque,señor,aloconvenido.

—¡Ah, milord! —exclamó Athos—. ¡Qué ventura sería para mí haberpenetradoelprimeroenelnoblecorazónquelatebajoesacapa!

—Luego creéis, indudablemente, que yo tengo secretos—dijoMonk sincambiar la expresión medio jocosa de su rostro—. ¡Ah, caballero! ¿Quésecreto queréis que haya en la hueca cabeza de un soldado? —Masacercándosealaescalera—.¡Eh!,esyatardeyseapagaelfarol;llamemosanuestroacompañante.¡Hola!—gritóMonkenfrancés,pescador!

Adormecido el pescador por la frescura de la noche, respondió con vozroncapreguntandoquéquerían.

—Ve al cuerpo de guardia—dijoMonk—, y di al sargento de parte delgeneralMonk,quevengaalmomento.

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Eraéstaunacomisiónfácildedesempeñar,porqueelsargento,puestoencuidadoporlapresenciadelgeneralenlaabadíadesierta,sehabíaaproximadopocoapoco,ysólodistabaunos,pasosdelpescador.

Laordendelgenerallarecibiódirectamenteycorrió.

—Tomauncaballoydoshombres—ledijoMonk.

—¿Uncaballoydoshombres?—repitióelsargento.

—Sí—repusoMonk—. ¿Tienes algúnmedio de hacerte con un caballoconalbardaybanastas?

—Sinduda,acienpasosdeaquí,enelcampodelosescoceses.

—Estábien.

—¿Quéharédelcaballo,general?

—Escucha.

El sargentobajó tres o cuatro escalonesque le separabandeMonk, y sepresentóbajolabóveda.

—¿Ves—ledijoMonk—,allá,dondeestáesecaballero?

—Sí,migeneral.

—¿Distinguesesosdosbarriles?

—Perfectamente.

—Son dos barriles que contienen uno pólvora y el otro balas; quisierahacerlostransportaralpuebloqueestáenlaribera,yquemañanapiensohacerocuparpordoscientosmosquetes.Comprenderásque la comisiónes secreta,puesesunmovimientoquepuededecidireléxitodelabatalla.

—¡Oh!Migeneral—murmuróelsargento.

—¡Bien!Hazqueatenlosdosbarrilessobreelcaballo,ydalesescoltatúydos hombres hasta la casa de este caballero, que es amigo mío. Pero,comprende,quenolosepanadie.

—Siconocierauncaminopasaríaporelpantano—dijoelsargento.

—Yoconozcouno—dijoAthos—;noesancho,perosísólido,porqueestáconstruidosobrepilotes,yconprecauciónllegaremos.

—Hazloqueestecaballerotemande—dijoMonk.

—¡Oh! ¡Caracoles, cómo pesan los barriles! —dijo el sargentopretendiendolevantaruno.

—Pesancuatrocientaslibrascadauno,sicontienenloquedebencontener,

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¿noesasí,caballero?

—Pocomásomenos—contestóAthos.

Elsargentofueabuscarelcaballoy loshombres.Monk,quequedósolocon Athos, afectó no hablar ya sino de cosas indiferentes, observando almismotiempoelsubterráneo.Pero,oyendoenseguidalospasosdelcaballo.

—Os dejo con vuestras gentes, caballero —dijo—, y regreso alcampamento.Estáisenseguridad.

—¿Osvolveréaver,milord?—preguntóAthos.

—Ciertamente,señor,yconmuchogusto.

—¡Ah,milord,siquisieseis!—murmuróAthos.

—¡Silencio caballero!Hemos convenidoquenohablaremosmás de eso.Saludando al conde; subió, cruzándose enmedio de la escalera con los quebajaban.Aunnohabíaandadoveintepasosfueradelaabadía,cuandoseoyóunsilbidolejanoyprolongado.

Monkaplicóeloído,pero,noviendonioyendonadaprosiguiósucamino.Entonces se acordó del pescador y le buscó con la vista, pero habíadesaparecido.Si,noobstante,hubieramiradoconmásatención,habríavistoaquelhombredobladoendos,deslizándosecomounaserpientealolargodelaspiedrasyperdiéndoseenmediode labrumaque rasaba la superficiedelpantano. Igualmente habría visto, tratando de penetrar en esa bruma, unespectáculo, que hubiera llamado su atención, la arboladura de la barca delpescador que habíamudadode sitio, y que se encontraba ahoramuchomáscercadelaorilladelrío.

PeroMonknovionada,ycreyendoquenadahabíaquetemer,entróenlacalzada desierta que conducía a su campamento. Entonces fue cuando ladesaparición del pescador le pareció extraña, y cuando una sospecha, realempezóafatigarsuinteligencia.AcababadeponeralasórdenesdeAthoslaúnicaguardiaquepodíaprotegerle,yhabíadeatravesarunamilladecalzadaparallegarasutienda.

Lanieblasubíacontalintensidadqueapenaspodíandivisarselosobjetosadiezpasosdedistancia.Monkcreyóoír entoncescomoel ruidodeun remoquebatíasordamenteasuderechaenelpantano.

—¿Quiénvive?—gritó.Peronadierespondió.

Entoncesmontólapistola,empuñólaespada,yaceleróelpasosinquererllamar a nadie. Este llamamiento, cuya urgencia no era absoluta, le parecíaindignodeunhombrecomoél.

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CapítuloXXVII

Eldíasiguienteporlamañana

Eran las siete de lamañana: los primeros albores del día iluminaban lospantanos, en los que se reflejaba el sol como una bala encendida, cuandoAthos,despertandoyabriendolaventanadesuaposentoquedabaalaorilladelrío,distinguióaquincepasosdedistancia,aproximadamente,alsargentoyaloshombresquelehabíanacompañadolavíspera,yque,despuésdehaberdepositado los barriles en su casa, habíanse vuelto al campamento por lacalzadadeladerecha.

¿Por qué regresaban estos hombres después de haberse marchado alcampamento?TaleralapreguntaqueacudióalaimaginacióndeAthos.

El sargento, con la cabeza alzada, parecía acechar el instante en queaparecieseelcaballeroparainterpelarle:AsombradoAthosdeencontrarallíaquienhabíavistomarcharlavíspera,nopudomenosdedemostrarsuasombro.

—No tiene nada de extraño, caballero—dijo el sargento—, porque ayerme mandó el general que velara por vuestra seguridad, y debí obedecer laorden.

—¿Estáelgeneralenelcampamento?—preguntóAthos.

—¿Porquéno?¿Noledejasteisayercuandosemarchaba?

—Puesbien,esperadme;voyalláparadarlecuentadelafidelidadconquehabéis desempeñado vuestro encargo, y a fin de tomarmi espada, que dejéayersobreunamesa.

—Me alegro mucho —dijo el sargento—, porque iba a suplicaros lomismo.

Athos creyó observar cierto aire de bondad equívoca en el rostro delsargento;perolaaventuradelsubterráneopodíahaberexcitadosucuriosidaddeestehombre,ynoerararo,entalcaso,quedejaseverensusemblantealgodelossentimientosqueagitabansuánimo.

Athoscerrócuidadosamentelaspuertas,yconfiólasllavesaGrimaud,quehabíaescogidosudomiciliobajoelmismocolgadizoqueconducíaalabodegadondeestabanencerradoslosbarriles.ElsargentoescoltóalcondedelaFèrehastaelcampamento.Allí,otraguardiaesperabayrelevóaloscuatrohombresquehabíanconducidoaAthos.

EstanuevaguardiaeramandadaporelayudantedecampoDigby,elcual,duranteeltrayecto,clavósobreAthosunasmiradastanpocotranquilizadoras,

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que el francés sepreguntódedóndeprovenía aquella vigilanciay severidadcuandolavísperalohabíandejadocompletamentelibre.

Prosiguió, pues, su camino hacia el cuartel general, encerrando en símismolasobservacionesqueleobligabanahacerloshombresylascosas.Enla tienda del general, donde fue introducido la víspera, halló a tres oficialessuperiores, que eran el lugarteniente de Monk y dos coroneles. Athosreconociósuespada,queaúnestabasobre lamesadelgeneral, enelmismopuestoenquelahabíadejado.

Ninguno de los oficiales había visto a Athos, y ninguno, por tanto, leconocía.

Entonces lepreguntóel lugartenientedeMonksieraelmismocaballeroconquienelgeneralhabíasalidodelatienda.

—Sí,señor—contestóelsargento—,elmismoes.

—Pero yo no lo niego, me parece—dijo Athos con altivez—; y ahora,señores, permitidme os diga a qué vienen todas esas preguntas, yprincipalmentealgunasexplicacionessobreeltonoconquelashacéis.

—Caballero —dijo el lugarteniente—, si hacemos estas preguntas esporque tenemos derecho, y si las hacemos con ese tono es porque ese tonoconvienealasituación,creedme.

—Señores—dijoAthos—, vosotros no sabéis quién soy yo pero lo quedebomanifestarosesqueaquínoreconozcoanadiepormiigualmásquealgeneralMonk.¿Dóndeestá?Quemellevenasupresencia,ysiéltienealgunapreguntaquedirigirme, yo le responderé, y creoquequedará satisfecho.Lorepito,señores,¿dóndeestáelgeneral?

—¡Pardiez!¡Voslosabéismejorquenosotros!—dijoellugarteniente.

—¿Yo?

—Sí,Vos.

—Señor—dijoAthos—,nooscomprendo.

—Vainacomprendedme;masprimerohabladmásbajo.¿Quéosdijoayerelgeneral?

Athossonriódesdeñosamente.

—Nohayquesonreírse—exclamóunodeloscoronelesconfogosidad—,setrataderesponder.

—Yyo, señores, os aseguro que no os responderé sino en presencia delgeneral.

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—Perovossabéismuybien—dijoelmismocoronelqueyahabíahablado—,quepedísunimposible.

—Van ya dos veces que se me da esa rara respuesta al deseo, quemanifiesto—repusoAthos—.¿Estáausenteelgeneral?

Esta pregunta fue hecha con tan buena fe, y con aire de tan cándidasorpresa, que los tres oficiales se echaran una mirada entre sí, y ellugartenientetomólapalabraporunaespeciedeconveniotácitodelosotrosdosoficiales.

—Caballero —dijo—, ¿no os dejó ayer el general en los límites delmonasterio?

—Sí,señor.

—Yfuisteis…

—No soy yo quien debe contestaros, sino los que me acompañaron.Fueronvuestrossoldados,preguntadles.

—Pero¿ysinosparecebieninterrogaros?

—Entoncesmeparecerábiencontestarosqueaquínoconozcoanadiemásquealgeneralyquesóloaélcontestaré.

—Bueno, caballero; pero como nosotros somos los amos, nosconstituiremos en Consejo de guerra, y cuando estéis ante los jueces seráprecisoquerespondáis.

El semblante deAthos sólo expresó la sorpresa y el desdén, en vez delterrorquepensabanleerenéllosoficialesdespuésdeestaamenaza.

—¡Jueces escoceses o ingleses, a mí, súbdito del rey francés, colocadobajolasalvaguardiadelhonorbritánico!¡Estáislocos,señores!—dijoAthosencogiéndosedehombros.

Losoficialessemirarondenuevo.

—Segúneso,caballero,¿nosabéisdóndeestáelgeneral?

—Yaosherespondidoaeso,caballero.

—Sí,perohabéiscontestadoalgoincreíble.

—Y, sin embargo, es cierto, señores; las gentes de mi condición nomienten por regla general. Soy gentilhombre, y cuando llevo al costado laespadaque,porunexcesodedelicadeza,dejéayersobreesamesadondeestátodavía, nadie, creedme, me dice cosas que no quiero oír. Hoy me hallodesarmado;sipretendéissermisjueces,juzgadme;sisólosoismisverdugos,matadme.

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—Pero, caballero… —dijo con voz más atenta el lugarteniente,sorprendidodelagrandezaysangrefríadeAthos.

—Caballero—interrumpió éste—, yo vine a hablar confidencialmente avuestro general sobre asuntos de importancia. No ha sido una acogidacualquiera la que me ha hecho. Informaos por vuestros soldados y osconvenceréis.Luegosielgeneralmehaacogidoasí,elsabríacuáleseranmistítulosasuestimación.Ahoranosupondréis,presumo,queyoosrevelarémissecretos,ymuchomenoslossuyos.

—Enfin,¿quéconteníanesosbarriles?

—¿Nohabéishechoesapreguntaalossoldados?¿Quéhanrespondido?

—Queconteníanpólvorayplomo.

—¿Yquiénlesdioestasnoticias?Sinduda,oslohabrándicho.

—Elgeneral,peronosotrosnosomostontos.

—Id con cuidado, caballero; no es a mí a quien dais un mentís, sino avuestrojefe.

LosoficialessemiraronotravezyAthoscontinuó:

—Y en presencia de vuestros soldados me ha dicho el general que leesperase ocho días, y que dentro de este términome daría la respuesta queteníaquedarme.¿Mehefugadoyo?No,leespero.

—¿Oshadichoqueleaguardéisochodías?—exclamóellugarteniente.

—Tan me lo ha dicho, caballero, que tengo un solo pie al ancla en laembocadura del río, en el cual pude embarcarme ayer perfectamente porconformarmealosdeseosdelgeneral,quemerecomendónomemarchasesinunaúltimaentrevistaqueélmismofijóparadentrodeochodías.Oslorepito,leespero.

El lugarteniente volvióse hacia los otros dos oficiales, y les dijo en vozbaja:

—Siestecaballerodicelaverdad,aunhayesperanza.Quizáhayatenidoelgeneralqueocuparsedealgunosasuntostansecretosquehayacreídoprudentenoprevenirniaunanosotros.Entalcasoselimitaráaochodíaseltiempodesuausencia.

Y dirigiéndose a Athos: Caballero —le dijo—, vuestra declaración estrascendental.¿Queréisrepetirlabajojuramento?

—Señor—respondióAthos—,siemprehevividoenunmundodondemipalabrahasidoconsideradacomoelmássagradodelosjuramentos.

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—Sinembargo,caballero,estavezsonlascircunstanciasmásgravesqueningunadeaquéllasenqueoshabéishallado.Setratadelasalvacióndetodounejército.Pensadlobien,elgeneralhadesaparecidoynosotroslobuscamos.¿Esnaturalestadesaparición?

¿Se ha consumado algún crimen? ¿Debemos llevar nuestrasinvestigaciones hasta el extremo? ¿Debemos esperar con calma? En estemomento,señor,tododependedelapalabraquevaisapronunciar.

—Interrogado así, no vacilo, caballero; sí, había venido a hablarconfidencialmenteconelgeneralMonkyapedirleunarespuestasobreciertosintereses;elgeneral,nopudiendoseguramentecontestarmeabalandra.Antesdelabatallaqueseespera,mesuplicóquepermanecieseochodíasenlacasaquehabito,Prometiéndome,quelevolveríaaverenestetérmino.Sí,todoestoescierto;ylojuroporDios,queesdueñoabsolutodemividaydelavuestra.

Athospronuncióestaspalabrascontantasolemnidad,quelostresoficialescasiquedaronconvencidos.Sinembargo,unodeloscoroneleshizolaúltimatentativa.

—Caballero—dijo—,aunqueestamosconvencidosdelaverdaddecuantodecís,haynoobstanteentodoestounmisterioextraño.Elgeneraeshombredemasiado prudente para haber abandonado de esta manera su ejército lavíspera de una batalla, sin haber hecho al menos alguna observación acualquieradenosotros.Encuanto amí, nopuedocreer, lo confieso, queunacontecimiento extraño sea la causa de su desaparición. Ayer llegaron unospescadoresextranjerosavenderaquísupesca,yselesalojóenelcuarteldelosescoceses,estoes,enelmismocaminoqueelgeneralsiguióconvosparair a la abadía y volver, y uno de esos pescadores fue quien acompañó algeneral con un farol. Pues bien, barca y pescadores desaparecieron estamañana,arrastradoporlamareadelanoche.

—Lo que es yo—dijo el lugarteniente—, nada veo en esto que no seanatural,porquealfin,esasgentesnoeranprisioneros.

—No, pero repito que uno de ellos fue quien alumbró al general y alcaballero en el subterráneo de la abadía, y Digby nos ha confesado que elgeneral tenía malas sospechas de esa gente. ¿Quién nos dice que esospescadoresnoestuvieseneninteligenciaconelcaballeroyque,dadoelgolpe,éste,quesinduda,esvaliente,nosequedaraaquíparaasegurarlopormediode su presencia, y para impedir que nuestras investigaciones se dirigiesenhaciapuntoseguro?

Estediscursoimpresionóalosotrosdosoficiales.

—Caballero —dijo Athos—, permitidme que os diga que vuestrorazonamiento,muyespeciosoenapariencia,carece,noobstante,desolidezen

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la parte que me concierne. Decís que me he quedado para trastornar lassospechas; pues al contrario, señores, concibo las sospechas lo mismo quevosotros, y afirmo que es imposible que el general se haya ausentado lavísperadeunabatallasindecirnadaanadie.Sí,en todoestohayunsucesoextraño,yenvezdepermanecerociososyesperar,esmenesterdesplegartodalavigilanciayactividadposibles.Yosoyvuestroprisionero,señores,bajomipalabra o de cualquier otromodo, puesmi honor está interesado en que sesepa qué ha sido del general Monk de tal modo, que si me dijeseis:«marchaos»,osrespondería:«no,mequedo»;ysimepreguntaseismiparecer,añadiría: «sí, el general es víctima de alguna conspiración, porque de haberdejadoelcampamentolohubiesedichoaalguien».Buscad,pues,registradenlatierrayenelmar;elgeneralnohasalidodeaquí,y,silohahecho,nohasidoalmenosporsupropiavoluntad.

Ellugartenientehizounademánalosotrosoficiales.

—No,caballero—dijo—,yavaisdemasiadolejos.Elgeneralnotienequetemerdelosacontecimientos,puesalcontrarioé1esquienlosdirige.Loquehace ahora el generalMonk lohahechomuchasveces, yhacemosnosotrosmalenalarmarnos;suausenciaserádecortaduración,seguramente;conqueguardémonosbien,porunapusilanimidad,queélconsideraríauncrimen,depublicar su ausencia; que podría desmoralizar el ejército. El general nos dauna prueba evidente de la confianza que tiene en nosotros; mostrémonosdignosdeella.Señores,queelmásprofundosecretocubra todoestoconunveloimpenetrable,yguardemostambiénalcaballero,nopordesconfianzaconrelación al crimen, sino para asegurar más eficazmente el secreto de laausenciadelgeneral,concentrándoloentrenosotros;demodoquehastanuevaorden,elcaballerohabitaráelcuartelgeneral.

—Señores —dijo Athos—, no tenéis presente que el general me haconfiadoestanocheundepósitosobreelcualdebovigilar.Ponedmelaguardiaque gustéis, condenadme si os parece, pero dejadme por cárcel la casa quehabito.Osaseguroqueelgeneralosharíauncargoporhaberledisgustadoenesto.

Losoficialesconsultáronseunmomento,y,despuésdeestaconsultadijoellugarteniente:

—Bien,señor,regresaréisavuestracasa.

Luego,dieronaAthosunaguardiadecincuentahombresqueloencerróensucasa,sinperderlodevistaunsoloinstante.

El secreto quedó guardado; mas las horas y los días pasaron sin que elgeneralvolvieseysinquenadietuviesenoticiassuyas.

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CapítuloXXVIII

Elcontrabando

Dosdíasdespuésde los acontecimientosquehemos relatado,ymientrasesperaban a cada instante en su campamento al general Monk, que noregresaba,unapequeña falúaholandesa, tripuladapordiezhombres,echóelanclaen lacostadeScheveningen,aun tirodecañónpocomásomenosdetierra. Era noche cerrada, mucha la obscuridad, y la hora excelente paradesembarcar viajeros o mercancías. La rada de Scheveningen forma unaespeciedemedialuna,espocoprofunda,y,sobretodo,pocosegura;demodo,quenosevenestacionarenellasinograndesbuquesflamencos,oesasbarcasholandesasquelospescadoressacanalaarenasobreruedas,comohacíanlosantiguos; según asegura Virgilio. Cuando se hinchan las olas y empuja lacorrientehaciatierra,noesmuyprudentedejarquelasembarcacioneslleguendemasiadocercadelacosta;porquesihacevientofresco,comolaarenadelacostaesmovedizayesponjosa, losbuquesencallanynoesfácilsacarlosdenuevoaflote.Porestarazón,sinduda,lachalupadesprendiósedelbuqueenelinstantequeésteechóancla,quellegóatierraconochodesusmarineros,enmediodeloscualessedivisabaunobjetodeformaoblongaqueparecíaungranfardoocanasto.

Lariberaestabadesierta,ylospocospescadoresquehabitabanlaplayasehabíanacostado.Elúnicocentinelaquecustodiabalacosta(malguardada,porser imposibleeldesembarcodeunbuquedegranporte), sinpoderseguirelejemplodelospescadoresquefueronadescansas,leshabíaimitadoencuantoadormirenelfondodesugarita,tanprofundamentecomoaquélloslohicieranen sus amas. El único ruido que se oía era el silbido de la brisa nocturna;corriendoporentrelosarbustosdelaplaya.Pero,sinduda,erandesconfiadasaquellasgentesqueseacercaban,puesnolastranquilizabanesesilenciorealniestasoledadaparente.Asíesquesuchalupa,visibleapenascomounpuntosombríoenelOcéano,sedeslizósinruido,evitandoremar,yfueatocartierraenunsitiomáscercano.

Apenastocófondo,unsolohombresaltófueradelabarca,despuésdedaruna breve orden con voz que denotaba la costumbre del mando. Aconsecuencia de esta orden relucieron inmediatamentemuchosmosquetes alasdébilesclaridadesdelmar,yel fardooblongodequeyahemoshablado,quesindudaguardabaalgúnobjetodecontrabando,fuetransportadoatierracon muchas precauciones. Al mismo tiempo, el hombre que habíadesembarcadoprimero,corriódiagonalmentehacialaaldeadeScheveningen,dirigiéndosealextremomasavanzadodelbosque.Allíbuscó lacasaqueya

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hemos entrevisto en una ocasión a través de los árboles, y que designamosentoncescomolamoradaprovisionalymodestadeaquelaquienporcortesíallamabanreydeInglaterra.

Dormíantodosallícomoenlaplaya;sólounperroenormedelacastadeaquellos que los pescadores de Scheveningen atan a sus carretones paratransportar su pesca a La Haya, empezó a dar formidables ladridos en elmomento en que oyó delante de las ventanas los pasos del extranjero. Peroesta vigilancia, en vez de asustar al desconocido, pareció por el contrarioproducirlegrandealegría,porquesuvozhubierasidoinsuficientequizáparadespertar a las gentes de la casa, además de que con un auxilio de talimportanciaeracasiinútil.Esperó,portanto,elextranjeroaquelosladridossonorosy reiteradoshubiesenproducido suefecto,y entonces se aventuró allamar.Asuvozsepusoaladrarelperrocontantaviolencia,quealmomentosonó en el interior otra voz que apaciguaba al perro. Después de haberconseguidoesto.

—¿Quédeseáis?preguntóaquellavoz,aunmismotiempodébilycascada.

—PreguntoporSuMajestadelreyCarlosII—dijoelextranjero.

—¿Paraqué?

—Quierohablarle.

—¿Quiénsois?

—¡Ah! ¡Diantre!Preguntáisdemasiado,amigo,ynomegustadialogaralaspuertasdelascasas.

—Decidmesolamentevuestronombre:

—Tampoco me gusta decir mi nombre al aire libre; además, estadtranquilo,quenomecomeréavuestroperro;ruegoaDiosqueéluselamismacortesíaconrespectoamí.

—Tal vez traigáis noticias, ¿no es verdad, caballero? —repuso la voz,pacienteypreguntonacomoladeunviejo.

—Os respondo que traigo noticias y ¡noticias que no se esperan!Abrid;pues,sigastáis.

—Caballero —prosiguió el anciano—, ¿creéis por vuestra alma yconcienciaquetalesnoticiasvalenlapenadedespertaralrey?

—PorelamordeDios,queridoamigo,descorredloscerrojos,queosjuronoosarrepentiréisdeltrabajoqueoshabéistomadoporello;palabradehonor.

—Sin embargo, caballero; no puedo abriros sin que me digáis vuestronombre.

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—¿Conqueesnecesario?

—Esaeslaordendemiamo,señor.

—¡Pues bien, oíd mi nombre…! Pero, os juro que mi nombre no osenseñaránadaabsolutamente.

—Noimporta,decidlo.

—SoyelcaballerodeD’Artagnan.Lavozexhalóungrito.

—¡Ah!¡Diosmío!—dijoelviejodelotroladodelapuerta—.¡ElseñordeD’Artagnan!¡Quéfortuna!Biendecíayoqueesavoznomeeradesconocida.

—¡Calle!—dijoD’Artagnan—.¿Conocenaquímivoz?¡Esgracioso!

—¡Oh!Sí,laconocen—murmuróelancianodescorriendoloscerrojos—,yheaquílaprueba.

Y diciendo estas palabras introdujo a D’Artagnan, quien a la luz de lalinternaquellevabaalamano,reconocióasuobstinadointerlocutor.

—¡Diantre!—exclamó—.¡EsParry!Nodebídudar.

—Parry,sí,señordeD’Artagnan,soyyo.¡Quéalegríavolverosaver!

—Habéisdichobien:«¡quéalegría!»—exclamóD’Artagnanestrechandolasmanosdelviejo.

—Vaisaavisaralrey,¿noesverdad?

—Peroelreyestádurmiendo,caballero.

—¡Cáscaras!Despertadle,quenoosreñiráporhaberleincomodado,yooslo,digo.

—Venísdepartedelconde,¿noesasí?

—¿Decuál?

—DelcondedelaFère.

—¿De parte de Athos? No, no; vengo departe mía… ¡Vamos, pronto,Parry,úrgemeveralrey!

Parry no creyó deber resistir por más tiempo, pues conocía a fondo aD’Artagnan,ysabíaque,aunquegascón,suspalabrasnoprometíannuncaloquenopodíancumplir.Atravesóunpatioyun reducido jardín,y aquietóalperro, que quería seriamente morder al mosquetero, y fue a llamar alventanillo de una habitación que formaba el piso de un pabellón muyreducido.

Almismotiempounperrilloquehabitabaaquellasalarespondióalperrograndequehabitabaelpatio.

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—¡Pobrerey!—murmuróD’Artagnanparasí—.ÉstossonsusguardiasdeCorps;aunquenoporesoestápeorguardado.

—¿Quésucede?—preguntóelreydesdeelfondodelahabitación.

—Señor;eselcaballerodeD’Artagnanquetraenoticias.

Oyó entonces ruido en la habitación, se abrió una puerta, y una granclaridadinundóeljardínyloscorredores.

Elmonarcatrabajabaalaluzdeunalámpara.Sobresupupitreveíanseunamultitud de papeles, y había comenzado el borrador de una carta, quedenunciaba,porsusmuchastachaduras,eltrabajoquelecostabaescribirla.

—Pasad,caballero—dijovolviéndole.

Yviendodespuésalpescador:

—¿Quéme decíais, Parry? ¿Dónde se halla el señor deD’Artagnan?—preguntóCarlos.

—Envuestrapresencia—dijoD’Artagnan.

—¿Conesetraje?

—Sí,miradme,Majestad.¿NomereconocéisporhabermevistoenBlois,enlasantecámarasdelreyLuisXIV?

—Sí,tal,caballero,ytodavíarecuerdoquetuvemuchoqueelogiarenvos.

—D’Artagnanseinclinó.

—Paramíeraundebersagradoconducirmecomolohice,desdequesupequetratabaconVuestraMajestad.

—¿Decísquemetraéisnuevas?

—Sí,Majestad.

—¿DepartedelreydeFrancia?

—No a fe mía. Vuestra Majestad ha podido conocer ya que el rey deFrancianoseocupamásquedesímismo.

Carlosalzólosojosalcielo.

—No —continuó D’Artagnan—, no, Majestad. Traigo nuevas, todascompuestas de hechos personales, y me atrevo a esperar que escucharéisfavorablementehechos,ynoticias.

—Hablad,caballero.

—Si no me equivoco, Vuestra Majestad habló mucho en Blois del malestadodesusnegociosenInglaterra.

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Carlosseruborizó.

—Caballero—dijo—,sóloalreydeFranciareferí…

—¡Oh!VuestraMajestad se equivoca—dijo fríamente elmosquetero—;yoséhablaralosreyesenladesgracia,ynomehablanlomismoamícuandoestán en la fortuna; una vez venturosos, ya no me miran. Yo tengo paraVuestraMajestad,nosólounprofundorespeto,sinolamásabsolutaadhesión,yesto,enmí,creedme,significaalgo.CuandooíaVuestraMajestadquejarsede su destino, vi que erais noble, generoso, y que sabíais sobrellevar ladesgracia.

—Enverdad—dijoCarlossorprendido—, ignoro loquedebopreferir, sivuestraslibertadesovuestrosrespetos.

—Ahora mismo escogeréis, señor —dijo D’Artagnan—. Decía queVuestra Majestad se quejaba a su hermano Luis XIV de la dificultad queencontrabaparapenetrarenInglaterraysubirasutronosinhombresnidinero.

Carloshizounmovimientodeimpaciencia.

—Y el principal obstáculo que encontraba, en su camino —continuóD’Artagnan—,eraciertogeneralenjefedelosejércitosdelParlamento,queallá en Inglaterra desempeñaba el papel de otro Cromwell. ¿No dijo estoVuestraMajestad?

—Sí, pero repito, caballero, que esas palabras eran únicamente para losoídosdelrey.

—Pues veréis,Majestad, cuánta suerte ha sido que cayeran en los de sutenientedemosqueteros.EsehombrequetantoestorbabaaVuestraMajestaderaelgeneralMonk,segúncreo.¿Oíbiensunombre,Majestad?

Elreynopodíavolverdesuasombroymirabaoraalrisueñosemblante,delmosquetero,oraalaventanaquehabíaabiertoD’Artagnan:Peroantesdequehubierafijadosusideas,ochodeloshombresdelmosquetero,porquelosotros dos quedaron guardando el barco, trajeron aquel objeto, de figuraoblongaqueencerrabademomentolosdestinosdeInglaterra.

—Sí,caballero;mas¿aquévienentodasesaspreguntas?

—¡Oh!Losémuybien,señor;laetiquetanoquierequeseinterroguealosreyes; mas, espero que Vuestra Majestad me dispensará que falte a ella.VuestraMajestad añadíaque si le fueseposibleverlo, conferenciar con él ytenerloasupresencia,triunfaría,bienfueseporlafuerzaoparlapersuasión,de ese obstáculo, que era el único insuperable que se le presentaba en sucamino.

—Todoesoescierto,caballero;midestino;miporvenir,miobscuridado

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migloriadependendeesehombre;pero¿quédeducísdéahí?

—Unasolacosa:quesielgeneralMonkesunestorbohastaelpuntoquedecís,seríaconvenientedesembarazardeélaVuestraMajestadoconvertirloenaliado.

—Caballero, un rey que no tiene ejército ni dinero, puesto que habéisescuchado la conversación con mi hermano, nada puede intentar contra unhombrecomoMonk.

—Enefecto,esaeravuestraopinión,losémuybien;pero,felizmenteparavos,noeratambiénlamía.

—¿Quéqueréisdecir?

—QuesinsoldadosysinmillónhehechoyoloqueVuestraMajestadnocreíapoderhacersinoconambascosas.

—¡Cómo!¿Quédecís?¿Quéhabéishecho?

—¿Quéhehecho,preguntáis?¡Puesbien,fuialláaprenderaesehombrequeestorbabaaVuestraMajestad!

—¿AInglaterra?

—Precisamente,Majestad…

—¿FuisteisaprenderaMonkaInglaterra?

—¿Habréhechomalporventura?

—¡Enverdad…estáisloco,caballero!

—Nadadeeso,Majestad.¿HabéisapresadoaMonk?

—Sí,Majestad.

¿Dónde?

—Enplenocampamento.

Elreyestremeciósedeimpacienciayseencogiódehombros.

—Y habiéndole apresado en la calzada de Newcastle —continuóD’Artagnan—,selotraigoaVuestraMajestad.

—¡Me lo traéis!—exclamó el rey, casi indignado de lo que considerabacomounamixtificación.

—Sí,Majestad—siguióD’Artagnanenelmismotono—,oslotraigo;alláabajoestáenunagrancajaconagujeros,paraquepuedarespirar.

—¡Diossanto!

—¡Oh!Tranquilizaos,señor,sehatenidoconélelmayorcuidado;asíes

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que llega en buen estado, y perfectamente acondicionado. ¿Desea VuestraMajestadverleycharlarconél,ohacerletiraralagua?

—¡Oh!¡Diosmío!—repitióCarlos—.¿Decísverdad,caballero?¿Nomeinsultáis con alguna indigna burla? ¿Habréis llevado a término ese rasgoinauditodeaudaciaydegenio?¡Imposible!

—¿Me permite Vuestra Majestad que abra esta ventana? —dijoD’Artagnanabriéndola.

El reyno tuvo tiemposiquieraparacontestar.D’Artagnandioun silbidoagudoyprolongadoquerepitiótresvecesenelsilenciodelanoche.

—Aquí—dijo—vanatraérseloaVuestraMajestad.

CapítuloXXIX

D’ArtagnantemehaberpuestosudineroyeldePlanchetenunnegocioruinoso

Elreynopodíavolverdesuasombro,ymirabaoraalrisueñosemblantedelmosquetero,oraalaventanaquehabíaabiertoD’Artagnan.Peroantesdequehubierafijadosusideas,ocho,deloshombresdelmosquetero,porquelosotrosdosquedaronguardandoelbarco,trajeronaquelobjetodefiguraoblongaqueencerrabademomentolosdestinosdeInglaterra.

AntesquesalieradeCalais,D’Artagnanhabíahechoconfeccionarenestaciudadunaespeciedeféretrobastanteanchoyprofundoparaqueunhombrepudiera moverse cómodamente en él. El fondo y las paredes estabanacolchados, y formaban un lecho bastante dulce para que los vaivenes nopudieranconvertiraquellacajaenunaespeciedetrampa.

LarejilladequeD’Artagnanhabíahabladoalrey,erasemejantealaviseradeuncasco,yestabacolocadaalaalturadelacabezadelhombre,yfabricadadetalmodo,quelamenorpresiónpodíaahogarungrito,y,encasonecesariolapersonaquegritase.

D’Artagnanconocíatanbienasutripulaciónyasuprisionero,quehabíatemidodoscosasduranteelcamino,oqueelgeneralprefirieselamuerteatanextrañaesclavitudysehicieseahogarafuerzadequerergritar,oquesugentesedejaraseducirporlasofertasdelprisionero,ylopusiesenaélenlacajaenlugardeMonk.

AsíesqueD’Artagnanhabíapasado losdosdíasy, lasdosnochescercadel cofre, solo con el general ofreciéndole vino y alimentos que había

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rehusado, y siempre pretendiendo tranquilizarle sobre el destino que leaguardabadespuésdetanextrañocautiverio.DospistolassobrelamesaysuespadadesnudaasegurabanaD’Artagnanconrespectoalasindiscrecionesdeafuera.

Pero al llegar a Scheveningen quedó absolutamente tranquilo. Sus,hombres temíanmucho todoconflictocon losseñoresde la tierra,yademáshabíainteresadoensucausaaaquélquemoralmenteleservíadeteniente,yaquienhemosoídoresponderalnombredeMenneville.Éstenoeraunhombrevulgar,pues teníaquearriesgarmásque losotros,acausadeque teníamasconciencia. Creía en un porvenir al servicio de D’Artagnan, y por tanto,primerosehubiesehechodespedazarqueviolarlaconsignadadaporeljefe.Desuerteque,alpuntoquedesembarcaron,D’Artagnanleconfiólacajaylarespiracióndelgeneral,mandándolealmismotiempoquehiciera transportarlacaja,porlossietehombres,tanprontocomoescuchaseeltriplesilbido.Yahemosvistoqueobedecióelteniente.

Estandoyaelcofreenlacasadelrey,D’Artagnandespidióalossuyosconunagraciosasonrisa,ylesdijo:

—Señores,habéishechoungranservicioaSuMajestadel reyCarlos II,que antes de seis semanas será rey de Inglaterra. Vuestra gratificación serádoble;marchaos,yaguardadmeenlabarca.

Dicho lo cual todos partieron llenos de alegría, de tal manera queespantaronalmismoperro.

D’Artagnanhabíaordenadollevarelcofrea laantecámaradel rey,cuyaspuertascerróconmuchocuidado,diciendoenseguidaalgeneral,despuésdehaberabiertolacaja.

—Migeneral,tengomuchasexcusasquedaros;mismanerasnohansidodignasdeunhombrecomovos; lo sémuybien;peroyo teníanecesidaddequemetomaseisporunpatróndebarco.Además, Inglaterraesunpaísmuyincómodo para los transportes, y espero que todo esto lo tomaréis enconsideración.Perounavezaquí,migeneral,soislibredelevantarosyandar.

Dicho esto, cortó las ligaduras que sujetaban los brazos y lasmanos delgeneral, el cual se levantó y sentóse con la tranquilidad de quien espera lamuerte.EntoncesabrióD’ArtagnanlapuertadelgabinetedeCarlos.

—Majestad—dijo—,aquíestávuestroenemigo,elseñorMonk;mehabíaprometido hacer esto en vuestro servicio. Ya está hecho; mandadme ahora.CaballeroMonk añadió, volviéndose—hacia el prisionero—, estáis ante SuMajestadelreyCarlosII,soberanoseñordelaGranBretaña.

Monkalzósobreeljovenpríncipesumiradafríamenteestoica,ycontestó:

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—YonoconozcoaningúnreydelaGranBretaña;yonoconozcoaquíanadiequeseadignode llevarelnombredecaballero,porqueennombredelreyCarlosIIunemisarioaquiénteníaporhombrehonrado,llegóatendermeun infame lazo. He caído en ese lazo, tanto peor para mí. Ahora vos, eltentador—dijoalrey—,vos,elejecutor—dijoaD’Artagnan—,recordadloque voy a deciros: tenéis mi cuerpo y podéis matarle, a lo cual os incito,porquenuncatendréismialma,nimivoluntad.Yahoranomepreguntéisniunapalabra,porquedesdeestemomentoniaunabrirélabocaparagritar.Hedicho.

Y pronunció estas palabras con la resolución feroz del más exageradopuritano.D’Artagnanmiróasuprisionerocomohombrequesabeelvalordecada palabra, y que fija este valor según el tono con que han sidopronunciadas.

—El hecho es—dijo con voz muy baja al rey—, que el general es unhombredecidido;hacedosdíasquenohaqueridotomarunbocadodepan,nibeber una gota de vino. Más, como a partir de este momento, es VuestraMajestadquiendecidedesusuerte,yomelavolasmanos,comodijoPilatos.

Monk estaba de pie, pálido y resignado, con lamirada fija y los brazoscruzados.

D’Artagnanvolviósehaciaél.

—Comprenderéisperfectamente—ledijo—,quevuestrafrase,muybellapor lodemás,nopuedeconvenir anadie,ni aunavosmismo.SuMajestaddeseabahablaros, yvososnegabais aunaentrevista, peroyohehechoestaentrevistainevitable.¿Porqué,ahoraqueestáisfrenteafrente,yqueloestáisvos por una fuerza independiente de vuestra voluntad, por qué habéis deobligarnosarigoresqueyojuzgoinútilesyabsurdos?Hablad,aunquenoseamásqueparadecirno.

Monk no despegó los labios ni volvió siquiera los ojos: se acariciaba elbigoteconairequedemostrabaquelascosasibanaempeorar.

Durante este tiempo había caído Carlos en profunda reflexión. SeencontrabaporprimeravezfrenteaMonk,estoes,deaquelhombreaquientantohabíadeseadover,yconesegolpedevistaparticularqueDioshadadoaláguilayalosreyes,habíasondeadoelabismodesucorazón.

Veía, pues, a Monk resuelto a morir antes que hablar, lo cuál no eraextraordinarioporpartedeunhombretanimportante,ycuyaheridadebíaserenaquelmomentotancruel.

En elmismo instante tomóCarlos II una de esas determinaciones en lasqueunhombrevulgarjuegasuvida,ungeneralsufortunayunreysucorona.

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—Caballero—dijoaMonk—,tenéismucharazónenciertospuntos.Yonoosruegoquémerespondáis,sinoquemeescuchéis.

Aquí hubo un momento de silencio, durante el cual el monarca miró aMonk,quepermanecióimpasible.

—Ahorapocomehabéishechouncargodoloroso;caballero—continuóelrey—. Habéis dicho que uno de mis delegados había ido a Newcastle apreparaosunaemboscada,yesto,dichodepaso,nodebehaberlocomprendidoelseñordeD’Artagnan,aquienestáisviendo,yalcualantesdetododebodarlasmásexpresivasgraciasporsugenerosoyheroicosacrificio.

D’Artagnansaludóconrespeto.Monknopestañeó.

—Porqueel señordeD’Artagnan;yobservadbien, caballeroMonk,quenoosdigoestopordisculparme,haidoaInglaterraporsupropioimpulso;sininterésalguno,sinordenysinesperanza,comounverdaderocaballeroquees;porhacerservicioaunreydesdichadoyparaañadiralasilustresaccionesdesuexistenciaunhermosorasgomás.

D’Artagnanseruborizóunpocoytosió,tomandociertaactitud.Monknosemovió.

—¿Nocreéisenloqueosmanifiesto,caballeroMonk?prepusoelrey.

—Comprendo eso; semejantes pruebas de desprendimiento son tan rarasquesepodíadudardesurealidad.

—Muy mal hará el señor, no creyéndoos —exclamó D’Artagnan—,porqueloqueVuestraMajestadacabadedecireslapuraverdad,ytanto,quesegúnmeparece, al ir en buscadel general, he hechouna cosa que todo locontraría.Siestoesasí,voyadesesperarme.

—Señor de D’Artagnan —murmuró el rey tomando la mano delmosquetero—,me tenéismás obligado, creedme, que si hubieseis llevado acaboeltriunfodemicausa,porquemehabéisreveladounamigoincógnito,alcualsiempreviviréreconocidoysiempreamaré.

Yleapretócordialmentelamano.

—Yunenemigo—continuósaludandoaMonk—,aquienapreciaréahoraensuvalor.

Los ojos del puritano lanzaron un relámpago, pero uno sólo; y susemblante,iluminadouninstanteporél,volvióasuimpasibilidadsombría.

—Ahora, caballero D’Artagnan —continuó Carlos—, oíd lo que hasucedido:elseñorcondedelaFère,aquienconocéis,segúncreo,salióparaNewcastle.

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—¡Athos!—exclamóD’Artagnan.

—Sí,meparecequeéseessunombredeguerra.ElcondedelaFèresaliópara Newcastle, y tal vez iba a reducir al general a tener una conferenciaconmigooconlosdemipartido,cuando,segúnparece,voshabéisintervenidoviolentamenteenlanegociación.

—¡Cáscaras!—exclamóD’Artagnan—.Sindudaeraélquienentrabaenelcampamentolamismanochequeyopenetréconmispescadores.

Un imperceptible fruncimiento de cejas de Monk dio a entender aD’ArtagnanqueHabíaadivinado.

—Sí,sí,creíreconocersuestatura,oírsuvoz.¡Malditoseayo!¡Oh!Señor,perdonadme;creía,noobstante,haberconducidobienmibarca.

—Nadahaydemaloenesto,caballero—dijoelrey—,sinoqueelgeneralmeacusadehaberlehechotenderunlazo,locualnoesverdad.No,general;no son ésas las armas que contaba usar con vos; muy pronto lo veréis. Yentretanto,cuandoyoosdoymipalabradehidalgo,creedme,señor,creedme.Ahora,caballerodeD’Artagnan,escuchad.

—Escuchoderodillas,Majestad.

—¿Soismío,noesverdad?

—VuestraMajestadlohavisto.

—Bien.Basta lapalabradeunhombrecomovos,muchomáscuandovaacompañada de acciones. General, seguidme. Venid con nosotros, caballeroD’Artagnan.

D’Artagnan,bastantesorprendido,seapresuróaobedecer.SalióCarlosII,Monk le siguió y D’Artagnan a Monk. Carlos II tomó el camino que elmosqueterohabía traído,yelaire frescodelmarvinoaherirmuyprontoelrostro de los tres paseantes nocturnos; a cincuenta pasos más allá de unaportecillaqueCarlosabrió,seencontraronenlaplayayenfrentedelOcéanoque, habiendo dejado de crecer, reposaba en la ribera como un monstruofatigado.

PensativoCarlosII,marchabaconlacabezainclinadaylasmanosdebajode su capa. Monk seguíale con los brazos libres y la mirada inquieta, yD’Artagnandetrásconlamanosobreelpomodesuespada.

—¿Dónde está el buquequeos ha traído, señores?—preguntóCarlos almosquetero.

—Alláabajo,Majestad; tengosietehombresyunoficialquemeesperanenesabarquillaalumbradaporunfarol.

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—¡Ah,sí!Lahansacadoalaarena,yalaveo;pero,enverdad,nohabréisvenidodeNewcastleenesabarca.

—No,Majestad;yohabíafletadopormicuentaunafalúaquehaechadoanclasauntirodelaplaya.Enesafalúahemoshechoelviaje.

—Caballero—dijoelreyaMonk—,soislibre.

PorfirmedevoluntadquefueraMonknopudocontener,unaexclamación.Elreyhizounsignoafirmativoconlacabeza,ycontinuó:

—Vamosadespertaraunpescadordeestaaldeaquebotarásubarcoestamismanocheyosllevarádondelemandéis.ElseñordeD’Artagnanaquienpongobajolasalvaguardiadevuestralealtad,escoltaráaVuestro,Honor.

Monkdejóescaparunmurmullodeasombro,yD’Artagnanunprofundosuspiro.Elrey,sinquenadanotasealparecer,llamóalenrejadodepinoquecerrabalacabañadelprimerpescadorhabitantedelaplaya.

—¡Hola!Keyser—gritó—,¡despierta!

—¿Quiénmellama?—gritóelpescador.

—Yo,elreyCarlos.

—¡Ah!Milord—exclamóKeyser levantándoseenvueltoenlavela,enlaqueseacostabacomoenunahamaca—,¿quéhedehacerenvuestroservicio?

—PatrónKeyser—dijoCarlos—,aparejasobrelamarcha;aquítienesunpasajeroquefletatubarcoyquetepagaráespléndidamente:sírvele.

Y el rey dio unos pasos atrás para queMonk hablase libremente con elpescador.

—QuieropasaraInglaterra—dijoMonk,quehablabaholandésloprecisoparaqueleentendieran.

—Alinstante—dijoelpatrón—,alinstantemismo,siqueréis.

—¿Pegoserámuylargo?—dijoMonk.

—Menosdemediahora, señor;mihijoelmayorestáaparejandoenestemomento,porquealastresdelamañanadebíamossaliralapesca.

—Ybien,¿estáya?—preguntóCarlosacercándose.

—Menoselprecio—dijoelpescador—,sí,Majestad.

—Eso, es cosamía—repusoCarlos—; el señor es amigomío.Monk seestremecióymiróaCarlos.

—Bien,milord—replicóKeyser.EnaquelmomentoseoyóalhijomayordeKeyserquetocaba,desdelaplaya,uncuernodebuey.

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—Podéispartir,señores—dijoelrey.

—Señor —dijo D’Artagnan—, ¿quiere vuestra Majestad concedermealgunosminutos?

Teníaenganchadosunoshombres,ycomomevoysinellos,serámenesterquelesavise.

—Silbadles—dijoCarlossonriendo.

D’Artagnansilbó,enefecto,mientraselpatrónKeyserrespondíaasuhijo,yacudieroncuatrohombresconducidosporMenneville.

—Ya estáis pagados —murmuró D’Artagnan, dándoles una bolsa quecontenía dosmil quinientas libras en oro—. Id a esperarme aCalais, dondesabéis.

YD’Artagnan, dandounprolongado suspiro, puso la bolsa enmanosdeMeinneville.

—¡Cómo!¿Nosdejáis?—exclamaronloshombres.

—Porpocotiempo—contestóD’Artagnan—,opormucho.¡Quiénsabe!Conesasdosmilquinientaslibras;ylasotrasdosmilqueyatenéisrecibidas,estáispagados,segúnnuestroconvenio.Separémonos,pues,hijosmíos.

—Pero¿yelbarco?

—Noossobresaltéisporeso.Nuestrosefectosestánenlafalúa.

—Iréisabuscarlos,yalmomentoospondréisenmarcha.

—Bien,micomandante.D’ArtagnansevolvióhaciaMonk,yledijo:

—Caballero, espero vuestras órdenes, porque vamos amarchar juntos, amenosquemicompañíahaosseadesagradable.

—Alcontrario,caballero—dijoMonk.

—¡Vamos,señores,abordo!—gritóelhijodeKeyser.

Carlossaludódignamentealgeneral,yledijo:

—Me perdonaréis el contratiempo y la violencia que habéis sufrido,cuandoestéispersuadidodequenoloshecausadoyo.

Monkseinclinóprofundamentesinresponder.Carlos,porsuparte,afectónodecirunapalabra,enparticularaD’Artagnan;peroenvozalta:

—Gracias os doy otra vez, caballero —le dijo—; gracias por vuestrosservicios.Yaos seránpagadosporDios, que espero reserveparamí solo elsufrimientoylaspruebas.

MonksiguióaKeyseryasuhijo,yseembarcóconellos.

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D’Artagnanlossiguió,murmurando:

—¡Ah! ¡Mi pobre Planchet!Mucho temo que hayamos hecho unamalaespeculación.

CapítuloXXX

Lasaccionesdelasociedad«PlanchetyCompañía»pónensealapar

Durante la travesía,Monknodirigió lapalabraaD’Artagnansinoen loscasos de necesidad urgente. De modo que cuando el francés tardaba enpresentarse a la hora de la comida (pobre comida, compuesta de pescadosalado,galletayginebra),Monkleinvitaba:

—¡Alamesa,señor!

Esto era todo cuanto le decía. Justamente, porqueD’Artagnan era en lasgrandes ocasiones en extremo conciso, no sacó de esta concisión ningúnfavorable augurio para el éxito de su misión. Además, como tenía muchotiempodesobra,sequebrabalacabezainvestigandocómohabíavistoAthosaCarlos II; cómo había tramado con él aquel viaje, y cómo, por fin, habíaentrado en el campamento deMonk; y el pobre teniente demosqueteros searrancabaunpelodesubigotecadavezquepensabaenAthoserasindudaelcaballeroqueacompañabaMonklafamosanochedelrapto.

Enfin,despuésdedosnochesydosdíasdenavegación,elpatrónKeysertocó tierra en el lugar dondeMonk, que había dado las órdenes durante latravesía,mandóque lodesembarcasen.Era,precisamente, laembocaduradeaquelrío,cercadelcualhabíaelegidoAthossuhabitación.

El día declinaba, y un sol hermoso, semejante a un escudo de hierrocandente,sumergíalaextremidadinferiordesudiscoenlalíneaazuldelmar.Lafalúaseguíasirgandoyremontandoelrío,muyanchoenaquelsitió;peroMonk, en medio de su impaciencia, mandó saltar en tierra, y la canoa deKeysercondújoloencompañíadeD’Artagnanalafangosaorilladelrío,entrejuncosycañas.

D’Artagnan, resignado a la obediencia; siguió aMonk delmismomodoque el oso encadenado signe a su dueño; pero su posición le humillaba endemasía, y murmuraba en voz baja que el servicio de los reyes era muypenoso,yqueelmejordetodosnovalíanada.

Monkandabaapasosapresurados.Hubiérasedichoqueaúnnoestabamuyseguro de haber reconquistado la tierra de Inglaterra, aun cuando ya sedivisabanclaramentelaspacascasasdelosmarinerosypescadores;esparcidas

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en el reducido muelle de aquel humilde puerto. De pronto exclamóD’Artagnan.

—¡Ah!¡Diosmeperdone,aquellacasaestáardiendo!

Monkalzólosojosyvioefectivamentequeelfuegocomenzabaadevorarunacasa.Elfuegohabíaprendidoenuncobertizopequeñoinmediatoaella,cuyotejadocomenzabaaarder,yelvientofrescodelanocheveníaenayudadelincendio.

Losdosviajerosapresuraronelpaso,oyerontremendosgritos,yvieronalacercarse soldados que movían sus armas y que extendían el puño cerradohacialacasaincendiada.

Sin duda esta ocupación amenazadora había hecho que no advirtiesen lallegadadelafalúa.

Monksedetuvounmomento,yporvezprimeraformulósupensamientoconpalabras.

—¡Eh!—dijo—.Esosnoseránmissoldados, sino losdeLambert.Estaspalabrasconteníana lavezundolor,unaaprensiónyunareconvención,queD’Artagnancomprendióalasmilmaravillas.

—Enefecto,durantelaausenciadelgeneral,Lambertpodíahaberdadolabatalla, derrotando, dispersando a los parlamentarios, y tomando con suejércitolasposicionesdeMonk,privadodesumásfirmeapoyo.Aestaduda,quepasódelespíritudeMonkalsuyo,hizoD’Artagnanesterazonamiento:

«Unadedos:oMonkhadicholaverdad,ynohaymásquelambertistasenel país, es decir, enemigos que me recibirán bien, pues a mí deberán lavictoria, o no ha cambiado: nada, y Monk, entusiasmado de alegría,encontrandosucampamentoenelmismositio,noserádemasiadoduroensusrepresalias».

Pensandoasí,avanzabanlosdosviajeros,ycomenzabanaencontrarseenmediodeungrupodemarinerosqueveíancondolorarder lacasa,peroquenadaosabandecir,asustadosporlasamenazasdelossoldados.Monkdirigieseaunodelosmarineros.

—¿Quésucedeaquí?—preguntó.

—Caballero —contestó el hombre sin reconocer a Monk como oficial,envueltocorno ibaensucapa—;loquehayesqueesacasaestabahabitadaporunextranjero,yqueeseextranjerosehahechosospechosoalossoldados.Entonces, han intentado penetrar en su casa a pretexto de conducirle alcampamento;peroél,sinasustarseporsunúmero,haamenazadodemuertealprimero que pretendiera franquear el umbral de la puerta; y, como seencontrase uno que se arriesgara, el francés le ha tendido en tierra de un

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pistoletazo.

—¡Ah!¿Esun francés?—exclamóD’Artagnan, frotándose lasmanos—.¡Bueno!

—¿Cómobueno?—dijoelpescador.

—No,queríadecir…además…Semehatrabadolalengua.

—Luego,señor,hanvenido losotros, furiososcomo leones,yhan tiradomásdecienmosquetazossobrelacasa;peroelfrancésestabaacubiertodetrásdelmuro,y,cadavezquesequeríapenetrarporlapuerta,disparabauntirosulacayo, que lo hace perfectamente. Cada vez que amenazaban la ventana,aparecíalapistoladelamo.Contad,yaestánsietehombresentierra.

—¡Ah! ¡Valiente compatriota! —exclamó D’Artagnan—. Espera, voy aunirmecontigoydaremoscuentadetodaestacanallada.

—Uninstante,señor—dijoMonk—,esperad.

—¿Muchotiempo?

—No,elprecisoparahacerunapregunta.

Volviendoluegohaciaelmarinero:

—Amigomío—preguntóconemociónquenopudodisimularapesardesufuerzasobresímismo—,¿dequiénsonestossoldados?

—¿Dequiénhandeser,sinodeeseendiabladodeMonk?

—¿Conquenosehadadolabatalla?

—¿Yparaqué?ElejércitodeLambert sederritecomo lanieveenabril.TodossevanconMonk,oficialesysoldados,ydentrodeochodíasnotendráLambertmásdecincuentahombres.

Elpescadorfueinterrumpidoporunanuevasalvadetiroslanzadossobrela casa, y por un nuevo pistoletazo que contestó a esta salva, echando portierra al más atrevido de los agresores. La cólera de los soldados llegó alcolmo.

Elfuegoibaenaumento,yunpenachodellamasydehumoaparecíacomounturbiónsobrelacasa.D’Artagnannopudocontenersepormástiempo.

—¡Diantre!—dijoaMonk,mirándoledereojo—.¿Soiselgeneralydejáisque vuestros soldados quemen casas y asesinen a la gente? ¿Y miráis estotranquilamentecalentándooslasmanosalfuegodelincendio?¡Cáscaras!¡Nosoishombre!

—Paciencia,caballero,paciencia—dijoMonk,sonriendo.

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—¡Paciencia, paciencia!Hasta que esté asado ese caballero tan valiente,¿noescierto?

YD’Artagnanechóacorrer.

—Quedaos,señor—dijoMonk,imperiosamente.

Yseadelantóhacialacasa.Precisamente,acababadeacercarseunoficial,quedecía:

—¡Lacasaardeyvasaserencadenadoantesdeunahora!Aúnestiempo;manifiesta lo que sepas del general Monk, y te concederemos la vida.Responde,oporsanPatricio…

Elsitiadonorespondió;sindudavolvíaacargarsupistola.

—Yhan idoabuscar refuerzo—prosiguióeloficial;dentrodeunahorahabrácienhombresalrededordeestacasa.

—Pararesponder—dijoelfrancés—,quieroquetodoelmundoseaparte;deseosalirlibreymarcharsoloalcampamento,osinomeharémataraquí.

—¡Mil rayos! —exclamó D’Artagnan. ¡Es la voz de Athos! ¡Ah,miserables!

YlaespadadeD’Artagnanluciófueradelavaina.

Monklocontuvoydijoconvozsonora,adelantándose:

—¡Pardiez!¿Quésehaceaquí?Digby,¿porquéestefuego?¿Porquéestosgritos?

—¡Elgeneral!—gritóDigbydejandocaerlaespada.

—¡Elgeneral!—repitieronlossoldados.

—Ybien,¿quéhayenestodeextraño?—dijoMonkconvoztranquila.

Y,yarestablecidoelorden,añadió:

—¿Quiénhaencendidoestefuego?

Lossoldadosbajaronlacabeza.

—¡Qué!¿Preguntoynosemecontesta?—dijoMonk—.¡Qué!¿Reprendoynosereparaeldaño?¡Meparecequeaúnestáardiendoesacasa!

Alinstantelanzáronselosveintehombresbuscandocubos,jarrosytoneles,apagando el incendio con tanto ardor como habían empleado un momentoantes en propagarlo. Más ya, ante todos y el primero D’Artagnan habíaaplicadounaescalaalacasa,gritando:

—¡Athos! ¡Soy yo, D’Artagnan! ¡no me mates, amigo mío! Minutosdespuésestrechabaalcondeensusbrazos.

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Duranteestetiempo,Grimaud,quepermanecíatranquilo,desmanteladalafortificación del piso bajo, y después de haber abierto la puerta, se cruzabatranquilamente de brazos en el umbral. Sólo a la voz de D’Artagnan habíalanzadounaexclamacióndeasombro.

Apagado el fuego, los soldados se presentaron confusos, y Digby a lacabezadeellos.

—General—dijoéste—,perdonadnos.Loquehemoshecho,hasidoporafectoaVuestroHonor,alquecreíamosperdido.

—Estáis locos, señores. ¡Perdido!¿Sepierdeacasounhombrecomoyo?¿Porventura,nomeserápermitidoausentarmecuandomeplazcasinavisar?¿Acasouncaballeroqueesmiamigo,mihuésped,debesersitiado,batidoyamenazadodemuerte,porque se sospechedeél?¿Qué significaesapalabrasospechar?¡Diosmecastiguesinohagofusilaratodoslosqueaquíhadejadoconvidaesevalientegentilhombre!

—General—dijoDigbylastimeramente—éramosveintiocho,yochoestánentierra.

—YoautorizoalseñorcondedelaFèreparaqueenvíealosotrosveinteaunirseconlosocho—dijoMonk.

YtendiólamanoaAthos.

—Idalcampamento—dijoMonk.SeñorDigby,quedáisarrestadounmes.Esoosenseñará,caballero,anoobrarotravezsinoconformeamisórdenes.

—Teníalasdellugarteniente,migeneral.

—Ellugartenientenotienequedarosórdenessemejantes,yé1guardaráelarresto en vuestro lugar, si efectivamente os hamandadoquemar la casa deestegentilhombre.

—No es eso lo que ha ordenado, general, sino que le llevásemos alcampamento,peroelseñorcondenohaqueridoseguirnos.

—No quise que entraran a saquear mi casa —dijo Athos a Monk conmiradaexpresiva.

—Yhabéishechobien.¡Alcampamento,osdigo!

Lossoldadossealejaronconlacabezabaja.

—Ahora que permanecemos solos —dijo Monk a Athos—, decidme,caballero, ¿por qué os obstinabais en permanecer aquí, puesto que teníaisvuestrafalúa?

—Os aguardaba, general —dijo Athos—. ¿No me había dado VuestroHonorunacitaparadentrodeochodías?

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Una mirada elocuente de D’Artagnan demostró a Monk que estos doshombrestanintrépidosytanlealesnoestabaneninteligenciaparasurapto.Yalosabíaél.

—Caballero —dijo a D’Artagnan—, teníais mucha razón. Dejadme, sigustáis,hablarunmomentoconelseñorcondedelaFère.

D’Artagnan aprovechase del permiso para ir a dar los buenos días aGrimaud.

Monk suplicó a Athos que le llevase a la casa que habitaba. La salaprincipal todavía estaba llena de escombros y de humo. Más de cincuentabalashabíanpasadoporlaventana,ymutiladolasparedes.

Allíencontraronunamesa,untinteroytodoloprecisoparaescribir.Monkcogióunapluma,escribióunasolalínea,firmó,doblóelpapel,cerrólacartaconelsellodesuanillo,ylaentregóaAthos,diciéndole:

—Caballero, llevad, si queréis, esta carta al reyCarlos II, ymarchad enestemismoinstantesinadaosdetieneaquí.

—¿Ylosbarriles?—dijoAthos.

—Lospescadoresquemehantraídoosayudaránatransportarlosabordo.Marchad,siesposible,dentrodeunahora.

—Sí,general—dijoAthos.

—¡SeñordeD’Artagnan!—gritóMonkporlaventana.

D’Artagnansubiócorriendo.

—Abrazadavuestroamigoydespedíosdeél;caballero,porquevuelveaHolanda.

—¡AHolanda!—dijoD’Artagnan—.¿Yyo?

—Soislibreenseguirle,señor;peroruegoosquedéis—dijoMonk—.¿Melonegáis?

—¡Oh!No,general,avuestrasórdenes.

D’ArtagnanabrazóaAthos,ytansólotuvotiempodedecirleadiós.Monk,quelosvigilabaentretanto,cuidóporsímismolospreparativosdelamarcha,de la conducción de los barriles a bordo y de que Athos se embarcara. Ytomando enseguida del brazo a D’Artagnan, pasmado y conmovido, locondujohaciaNewcastle.Almismo tiempoque andaban, elmosquetero ibadiciendoenvozbaja:

—¡Vamos,vamos,meparecequesubenlasaccionesdelacasa«PlanchetyCompañía»!

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CapítuloXXXI

ElgolpedeMonk

Así como se prometiera un desenlace más feliz tampoco había llegadoD’Artagnan a comprender bien la situación. Era para él un grave asunto demeditación aquel viaje de Athos a Inglaterra, su alianza con el rey, y elsingularenlacedesupensamientoconeldelcondedelaFère.Lomejoreradejarse ir con la corriente. Había cometido una imprudencia, y habiéndoloalcanzado todo, encontrábase, no obstante, sin ninguna de las ventajas deltriunfo.Ypuestoquetodoestabaperdido,nadasearriesgabaya.

D’ArtagnansiguióaMonkasucampamento,dondelavueltadelgeneralhabía causado un efecto maravilloso, porque todos le creían perdido. PeroMonk,consurostroausteroysuaspectoglacial,parecíaquepreguntabaasusoficialesysoldadoslacausadesualegría.Demodoquedijoallugarteniente,quehabíasalidoasuencuentro,atestiguándolelainquietudqueexperimentóporsuausencia:

—¿Porquéeso?¿Estoyacasoobligadoadaroscuentademisacciones?

—Señor,lasovejassinpastorpuedentemblar.

—¡Temblar!—contestó Monk con su voz tranquila y poderosa—. ¡Ah,caballero!¡Quépalabra…!Simisovejasnotienendientesniuñas,renuncioasersupastor.¡Oh!¡Vostembláis,caballero!

—General,porvos…

—Mezclaosenloqueosconcierna,ysiyonoposeoelespírituqueDiosenviaba a Oliver Cromwell, tengo el que me ha enviado, con el cual mecontento,porescasoquesea.

Eloficialnocontestó,yhabiendo impuestoMonk silencioa sugentedeestemodo,todosquedaronpersuadidosdequehabíallevadoacabounasuntoimportante, o que había hecho una prueba con respecto a ellos. Esto eraconocermuypocoaquelgeniopacienteyescrupuloso.SiMonkteníalabuenafedelospuritanos,susaliados,debiódarlasgraciasfervorosamentealsantopatronoquelehabíasacadodelacajadelseñordeD’Artagnan.

Mientrassucedíanestascosas,nocesabaderepetirnuestromosquetero:

—Diosmío,hazqueelseñorMonknotengatantoamorpropiocomoyo;porquedeclaroquesialgunomehubierametidoenuncofreconaquellarejillasobre la boca, y conducido encajonado de estemodo como un buey, por el

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mar,conservaríaunmal recuerdodelaspecto lastimosoque tendríaenaquelcofre y un rencormuy ruin al queme hubiese encerrado; temería tanto verlucir en el rostro de ese malicioso una sonrisa irónica, o en su actitud unaimitacióngrotescademiposiciónenlacaja,queporquiensoyleesconderíaunbuenpuñalen lagargantaencompensaciónde la rejilla,y loclavaríaenunaverdaderasepultura,enrecuerdodelsimuladoféretroenquemehubieraenmohecidoporespaciodedosdías.

YD’Artagnandecíatodoestodemuybuenafe,porqueeramuysensiblelaepidermisdenuestrogascón.Afortunadamente,Monkteníaotras ideas,ynodijounapalabrade lopasadoa su tímidovencedor,pero leadmitiómuydecercaasustrabajosylellevóaciertoreconocimientoparaobtenerloquesindudadeseabavivamente;unarehabilitaciónenelespíritudeD’Artagnan.Éstese condujo como un veedor lisonjero; admiró toda la táctica deMonk y laordenanza de su campamento, y burlóse muy agradablemente de lascircunvalaciones de Lambert, quien, decía él, se había tomado muyinútilmenteeltrabajodecerraruncampoparaveintemilhombres,cuandolehubiese bastado media aranzada de terreno para el cabo y los cincuentaguardiasquetalvezlepermanecíanfieles.

AlmomentoquellegóMonkaceptólaproposicióndeunaentrevistahechalavíspera;porLambert,yqueloslugartenientesdeaquélhabíanrehusadosopretextodequeelgeneralsehallabaenfermo.Estaentrevistanofuelarganiinteresante.Lambertpidióunaprofesióndefeasurival.Éstedeclaróquenotenía otra opinión que la de la mayoría. Lambert preguntó si no sería másexpedito terminar la cuestión por una alianza que por una batalla. Monksolicitóochodíasparareflexionar,alocualnopodíanegarseLambert,apesardequehabíavenidodiciendoquedevoraríaelejércitodeMonk.Asíesque,cuando nada se decidió después de esta entrevista, que impacientementeesperabanlosdeLambert,nitratadonibatalla,elejércitorebeldecomenzó,lomismoqueD’Artagnanhabíaprevisto,apreferirlabuenacausaalamala,yalParlamento,pormásrabadillaquefuera,alanadapomposadelosdesigniosdelgeneralLambert.

Recordábanse, además, las buenas comidas de Londres, la profusión decerveza y de Sherry que el vecino de la City pagaba a sus amigos, lossoldados,ysemirabaconespantoelpannegrodelaguerra,elaguaturbiadelTweed,demasiadosaladaparaelvasoymuymalaparalamarmita,ysedecía:«¿noestaremosmejordelotrolado?¿NoseasanenLondreslaschuletasparaMonk?».

Desde entonces ya no se habló más que de deserción en el ejército deLambert;lossoldadossedejabanalucinarporlafuerzadelosprincipios,queson,comoladisciplina,ellazoobligadodetodocuerpo,constituidaconunfincualquiera.MonkdefendíaalParlamento,Lambertloatacaba.Monknotenía

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másganasqueLambertdesosteneralParlamento;perolohabíaescritoensusbanderas, de modo que todos los del partido contrario estaban reducidos aescribiren lassuyas:«Rebelión», locualsonabamalen losoídospuritanos.Vióseles,portanto,irdeLambertaMonk,comolospecadoresvandeBaalaDios.

Monk formó su composición de lugar amil deserciones diariasLamberttenía gente para veinte días; mas hay en las cosas que se hunden talacrecentamientodepesoydeceleridadquesecombinan,quesemarcharonelprimerociento;quinientoselsegundoymileltercero.Monkpensóquehabíallegadoasumedio.Perodemilpasópronto ladeserciónadosmil, luegoacuatro mil, y ocho días después, conociendo Lambert que ya no habíaposibilidaddeaceptarlabatallasiselapresentaban,tomóelprudentepartidode levantar el campodurante lanochepara regresar aLondres,yprevenir aMonkreconstruyendounpoderconlosrestosdelpartidomilitar.

PeroMonk,libreysininquietudes,marchósobreLondrescomovencedor,aumentandosuejércitocontodaslaspartidaserrantesqueencontrabaalpaso.Fue a acampar enBamet, es decir, a cuatro leguas de distancia, queridodelParlamento,queleconsiderabacomoprotector,yesperadoporelpueblo,quequeríaverlemanifestarsepara juzgarlo.D’Artagnan,mismonohabíapodidojuzgar nada de su táctica, observada y admirada.Monk no podía entrar enLondres con un partido tomado sin hallar allí la guerra civil. Así es quecontemporizóalgúntiempo.

Repentinamente,sinquenadieloesperase,MonkhizoarrojardeLondresal partido militar y se instaló en la City, en medio de los burgueses pormandato del Parlamento; y después, en el instante en que los burguesesgritaban contra Monk, y cuando los mismos soldados acusaban a su jefe,viéndose Monk muy seguro de la mayoría, declaró al Parlamento que eranecesario abdicar, levantar el sitio y ceder el puesto a un gobierno que nofueseunaburla.Monkpronuncióestadeclaraciónapoyadoporcincuentamilespadas, a las cuales uniéronse aquella misma noche, con hurras de júbilodelirante,quinientosmilhabitantesdelabuenaciudaddeLondres.

Porúltimo,enelinstanteenqueelpueblo,despuésdesutriunfoydesusorgíasenmediodelacalle,buscabaconlosojoseldeseoquepodríadarseasípropio,sesupoqueciertobuqueacababadesalirdeLaHaya,conduciendoaCarlosIIysufortuna.

—Señores—dijoMonkasusleales—,salgoalencuentrodellegítimorey.¡Quienmeamequemesiga!

Unaaclamaciónestrepitosaacogióestaspalabras,queD’Artagnannooyósinunestremecimientodeplacer.

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—¡Diantre!—dijoaMonk—.Estoesatrevido,caballero.

—Vosmeacompañáis,¿noesverdad?—replicóMonk.

—¡Cáscaras, general! Pero, decidme, si gustáis, lo que escribisteis conAthos,esdecir,conelseñorcondedelaFère…yasabéis…eldíadenuestrallegada.

—Yo no guardo secretos para vos —contestó Monk—; escribí estaspalabras: «Señor, dentro de seis semanas espero a Vuestra Majestad enDouvres».

—¡Ah!—murmuróD’Artagnan—.No diré, ya que eso es atrevido; diréqueestámuybienjugadoellance.¡Magníficogolpe!

—Osreconocéisenél—dijoMonk.

EstafuelaúnicaalusiónqueelgeneralhizosobresuviajeaHolanda.

CapítuloXXXII

AthosyD’Artagnanvuélvenseaencontrarenlahostería«Elcuernodeciervo»

ElreydeInglaterrahizosuentradacongranpompaehDouvres,ydespuésenLondres.Habíaordenadoqueleacompañasensushermanos,sumadreysuhermana.HacíatantotiempoqueInglaterraestabaentregadaasípropia,estoes,alatiraníayalainjusticia,queestavueltadelreyCarlosII,aquien,sinembargo, no conocían los ingleses, más que como el hijo de un hombre aquienelloshabíancortadolacabeza,fueunafiestaparalostresreinos.Asíesquetodasaquellasaclamacionesqueacompañabansuvueltallamarontantolaatención del rey, que se inclinó al oído de Jack de York, su hermano másjoven,paradecirle:

—Verdaderamente,Jack,meparecehasidofaltanuestrasihemosestadotantotiempoausentesdeunpaísdondetantonosaman.

El acompañamiento fue soberbio, y un tiempo admirable favorecía lasolemnidad. Carlos había vuelto a su juventud, a su buen humor; parecíatransfigurado;loscorazonesreíancomoelsol.

Entre aquellamuchedumbre ardiente de cortesanos y de adoradores, queparecíannoacordarsedequeelloshabíanllevadoalcadalsodeWhiteHallalpadre del nuevo rey; un hombre, en uniforme de teniente de mosqueteros,miraba, con la sonrisa en sus delgados labios, unas veces al pueblo, quevociferaba sus bendiciones, otras al príncipe, lleno de emoción, que a todos

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saludaba,yespecialmentealasmujeres,cuyosramilletesveníanacaeralospiesdesucaballo.

—¡Qué hermoso oficio el de rey!—exclamaba aquel hombre impulsadoporsucontemplación,ytanabsorto,queseparóenmediodelcamino,dejandodesfilar el séquito—. He aquí en verdad un príncipe lleno de oro y dediamantes como un Salomón, y esmaltado de flores como un prado enprimavera; allá va a sacar a manos llenas del inmenso cofre en que sussúbditos;muylealeshoy,muyinfielesayer,lehanreunidounaodoscarretasdebarrasdeoro.Ahoraleechanfloreshastacubrirlo,yhacedosmeses,sisehubiesepresentado, lehabrían enviado tantasbalasde cañónydemosquetecomohoyleenvíanflores.Decididamente,nacerdeciertamaneraescosaquenodesagradaalosvillanosquepretendenlesimportapoconacervillanos.

El séquito continuaba desfilando, y con el rey las aclamacionescomenzabanaalejarseendireccióndelpalacio;locualnoimpedíaquenuestrooficialfuesebienatropellado.

—¡ViveDios!—decíaelrazonador—.Vedtodaesagentequeandasobremispies,yquememiracomomuypoco,omásbiencomonada,enatenciónaqueellossoninglesesyyofrancés.Sisepreguntaraatodaestagente:«¿QuiéneselseñordeD’Artagnan?»,responderían:«Nesciovos».Peroquelesdigan:«Miradalreyquepasa,miradalgeneralMonkquepasa»,ygritarán:«¡Vivaelrey!¡VivaelgeneralMonk!»,hastaquesenieguenaellosuspulmones.—Sinembargoseguíamirandodeaquelmodopenetrantequeledistinguía,pasarlamultitud—, sin embargo, reflexionad, un poco, buena gente, en lo que hahechovuestroreyCarlos,enloquehahechoelseñorMonk,yluego,pensaden lo que ha hecho ese pobre desconocido que se llama el señor deD’Artagnan. Ver. No os conozco. Verdad es que no lo sabéis, porque esdesconocido,locualosimpidereflexionartalvez.¡Pero,bah!¡Quéimporta!EstonoimpidequeCarlosIIseaungranmonarca,aunquehayaestadoeneldestierro doce años, y que el señorMonk sea ungran capitán, aunquehayahechoelviajeaFranciaencerradoenuncajón.Ypuestoquesereconocequeel uno es un gran rey y el otro un excelente capitán: ¡Hurra for the kingCharlesII!HurraforthecaptainMonk!

Ysuvozmezclósecon lademillaresdeespectadores,aquienesdominóporunmomento.Ypararepresentarmejoralhombredecidido,agitóenelairesu sombrero, y no faltó quien le detuviera del brazo en lo mejor de suexpansivolealismo.(Asísellamabaen1660loquehoysellamarealismo.)

—¡Athos!—gritóD’Artagnan—.¿Vosaquí?

Yambosamigosseabrazaron.

—¡Vos aquí! Y estando aquí—continuó elmosquetero—, ¿no estáis en

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mediodetodosloscortesanos,miqueridoconde?¡Cómo!Vos,elhéroedelafiesta,¿nodaiscaballadasalaizquierdadelreycomo,caballeamilordMonkala derecha? En verdad que no comprendo nada de vuestro carácter, ni delpríncipequetantoosdebe.

—Siemprezumbón,amigoD’Artagnan—dijoAthos—.¿Nooscorregiréisnuncadeesemalditodefecto?

—Enfin,¿noformáispartedelacomitiva?

—No,porquenohequerido.

—¿Yporquénohabéisquerido?

—Porquenosoynienviadoniembajador,nidelegadosiquieradelreydeFrancia,yporquenomeconvienepresentarmeasíjuntoaotroreyqueDiosnomehadadoporseñor.

—¡Diantre!Biencercaospresentasteisdelreysupadre.

—Esoesotracosa,amigo;aquélibaamorir.

—Y,sinembargo,loquehabéishechoporéste…

—Ha sido porque debía hacerlo. Ya sabéis que deploro toda clase deostentación.Déjeme,pues,ahoraelreyCarlosII,quenotienennecesidaddemí,enmireposoyenmiobscuridad,queestodoloquedeélexijo.

D’Artagnansuspiró:

—¿Qué tenéis?—ledijoAthos—.Diríasequeestavuelta felizdel reyaLondresosentristece,amigomío,apesardequehabéishechoalmenostantocomoyoporSuMajestad.

—¿No es cierto—respondió D’Artagnan riendo con su risa gascona—,que yo también he hecho mucho por SuMajestad sin que quepa la menorduda?

—¡Oh!Sí—exclamóAthos—,ybienlosabeelrey,amigomío.

—¡Losabe!—dijoelmosquetero—.Afemíaquenodudabadeello,yauntratabadeolvidarloenestemomento.

—Peroélnoloolvidará,osloaseguro.

—Esomelodecísporconsolarmeunpoco.

—¿Dequé?

—¡Cáscaras!De todos losgastosquehehecho.Mehe arruinado, amigomío,arruinadopor la restauracióndeeste jovenpríncipequeacabadepasarhaciendocabriolassobresucaballoisabelino.

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—Elreynosabequeestáisarruinado;perosíqueosdebemucho.

—¿Salgoganandoalgoconeso;Athos?¡Decid!Porque,alfin,yooshagojusticia; habéis trabajado noblemente. Pero yo que, en apariencia, por pocohagofracasarvuestracombinación,soyquienenrealidadlahahechotriunfar.Seguidbienmicálculo:vosnohubieraisconvencidotalvez,porlapersuasiónyladulzura,algeneralMonk,mientrasqueyohetratadotanrudamenteaeseapreciado general, que líe proporcionado a vuestro príncipe la ocasión demostrarse generoso; esa generosidad que le fue inspirada por mi yerroventuroso,CarlosselaveahorapagadaconlarestauraciónquelehaceMonk.

—Todoeso,amigo,esdeunaverdadindiscutible—respondióAthos.

—Pues bien, por indiscutible que sea esa verdad, no por ello dejaré devolverme, muy querido de milord Monk, que me llama my dear captain,aunqueyonosea suqueridonicapitán,ymuyapreciadodel rey,queyahaolvidadominombrenoporeso;digo,dejarédevolvermeamihermosapatria,malditopor lossoldadosaquienesenganchécon laesperanzadeuncrecidosueldo,ymalditoporelbuenPlanchet,aquientoméprestadaunapartedesufortuna.

—¿Cómoeseso?¿QuédiablosvieneahacerPlanchetentodoesto?

—Sí, amigo; ese rey tan rozagante, tan risueño y adorado, se figura elseñorMonkquehasidollamadoporél,vososfiguráishaberlesostenido,yomefigurohaberlotraído,elpueblosefigurahaberloreconquistado,élmismocreehabernegociadodeunamaneraapropósitoparaserproclamado;ynadade esto es cierto, sin embargo,Carlos II, rey de Inglaterra, deEscocia y deIrlanda,hasidorestauradoensutronoporunabacerodeFranciaqueviveenla calle de los Lombardos y se llama Planchet. ¡Lo que es la grandeza!«¡Vanidad,dicelaEscritura,vanidad!».

Athosnopudomenosdereírsedelasalidadesuamigo.

—Querido D’Artagnan—dijo estrechándole afectuosamente la mano—.¿Habéis dejado de ser filósofo? ¿No es para vos una satisfacción habermesalvado la vida, como lo habéis hecho al llegar tan felizmente con Monk,cuandoesosmalditosparlamentariosqueríanquemarmevivo?

—Vamos,vamos—dijoD’Artagnan—;unpocomerecíaisesaquemadura,amadoconde.

—¡Cómo!¿PorhabersalvadoelmillóndelreyCarlos?

—¿Quémillón?

—¡Ah!Escierto, jamáshabéis sabidoesto, amigomío;peronohayquehacerme cargo alguno, porque nome pertenecía el secreto.Aquella palabraRememberqueelreyCarlospronuncióenelcadalso…

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—Yquesignificaacuérdate…

—Perfectamente.Esapalabrasignificaba:«Acuérdatequehayun,millónenterradoen lossubterráneosdeNewcastle,ydequeesemillónperteneceamihijo».

—¡Perfectamente! Comprendo. Pero también comprendo, y esto eshorrible,queSuMajestadCarlosIIdirácadavezquepienseenmí:«Heahíunhombre que por poco me hace perder la corona; felizmente, yo he sidogeneroso,llenodepresenciadeespíritu».

Esoesloquedirádemíydeélesejovencaballerodeljubónnegromuyraído,que llegóalcastillodeBlois, sombreroenmano,apedirmesi teníaabiendarleentradaenelaposentodelreydeFrancia.

—¡D’Artagnan! ¡D’Artagnan! —dijo Athos poniendo su mano sobre elhombrodelmosquetero—.Nosoisjusto.

—Tengoderechoaello.

—No,puesignoráiselporvenir.D’Artagnanmiróasuamigoyseechóareír.

—Enverdad,miqueridoAthos—dijo—,tenéissoberbiaspalabrasquenoheconocidomásqueenvosyenelseñorcardenalMazarino.

Athoshizounmovimiento.

—Perdón—prosiguió D’Artagnan riéndose—; perdón si os ofendo. ¡Elporvenir!¡Oh!¡Bonitaspalabraslasqueprometen,yquébienllenanlabocaafalta de otra cosa! ¡Diantre! Después de haber encontrado tantos queprometían, ¿cuándo hallaré uno que dé…? Pero, dejemos esto —añadióD’Artagnan—.¿Quéhacéisaquí,queridoAthos?¿Soistesorerodelrey?

—¿Cómotesorerodelrey?

—Sí, puesto que el rey posee unmillón, necesita un tesorero. El rey deFrancia,quenotieneuncuarto,tieneunsuperintendentedeHacienda,elseñorFouquet.Verdadesque,encambio,elseñorFouquettienemuchosmillones.

—¡Oh!Nuestromillónsegastóhacemuchotiempo—dijoAthosriendo.

—Comprendo, se ha gastado en raso, en pedrería, en terciopelos y enplumas de todas especies y colores.Todos esos príncipes y princesas teníannecesidaddesastresymodistas.¿Osacordáis,Athos,deloquegastamosparaequiparnosnosotroscuandolacampañadeLaRochela,yparahacertambiénnuestraentradaacaballo?Dosotresmillibras;perounjubóndelreyesmásgrande,yprecisaunmillónparacomprarlatela.Almenos,Athos,sinosoistesorero,estáisbienenlaCorte.

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—Afedegentilhombre,nosénada—respondióAthos.

—¿Cómoqueeso?¡Nosabéisnada!

—NohevueltoaveralreydesdequeestuvoenDouvres.

—Entoncesesquetambiénoshaolvidado.¡Diantre!¡Magnífico!

—¡SuMajestadhatenidotantoquehacer!

—¡Oh!—murmuróD’Artagnanconunodeaquellosgestosextrañosquesólo él sabía hacer—. Por mi honor que voy a enamorarme de monseñorMazarino.¿Cómo,amigoAthos,nooshavueltoaverelrey?

—No.

—¿Ynoestáisfurioso?

—¿Yoporqué?¿Osfiguráisacaso,amigoD’Artagnan,quehasidoporelreyporquienheobradodeestamanera?Yonoconocíaaestejoven.Defendíalpadre,querepresentabaunprincipioparamísagrado;ymehedejadollevarhaciaelhijo,siempreporsimpatíaalmismoprincipio.Porlodemás,elpadreeraundignocaballero,unanoblecriatura.¿Osacordáisdeél?

—Verdad;unhombreexcelente,quetuvounatristevidayunamuertemuyhermosa.

—Pues bien/ querido D’Artagnan, oíd esto: a ese rey, a ese hombre decorazón,aeseamigodemipensamiento, siasípuedodecirlo,prometíen lahorasupremaconservar,fielmenteelsecretodeundepósitoquedebíaponerenmanosdesuhijoparaayudarlecuandolaocasiónsepresentase;esejovenfueabuscarme,mecontósumiseria,puesignorabaqueyofueraparaélotracosaqueunrecuerdovivodesupadre;cumplíconrespectoaCarlosIIloquehabíaprometidoaCarlosI,ynotengomásquedecir.¿Quémeimporta,pues,que sea o no reconocido? A mí es a quien he prestado este servicio,librándomedeestaresponsabilidad,ynoaél.

—Siempre he dicho —respondió D’Artagnan con un suspiro— que eldesinteréseralacosamásbelladelmundo.

—¡Ybien,amigomío!—respondióAthos—.¿Noestáisvosenlamismasituaciónqueyo?Sihecomprendidobienvuestraspalabras;oshabéisdejadoconmover por la desgracia de ese joven; esa acción es más hermosa porvuestrapartequeporlamía,puesyoteníaundeberquecumplir,mientrasquevos no debíais absolutamente nada al hijo del mártir. Vos no teníais quepagarleelpreciodeaquellagotadesangrepreciosaquedejóderramarsobremifrentedesdeeltabladodesuCadalso.Loqueoshahechoobrarhasidoelcorazón solamente, corazón noble y bueno que tenéis bajo ese aparenteescepticismo,bajoesaironíasarcástica;habéiscomprometidolafortunadeun

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servidor, quizá la vuestra, según sospecho, benéfico avaro, y se desconocevuestro sacrificio. ¡Qué importa! ¿Queréis volver a Planchet su dinero?Comprendo eso, amigo mío, porque no conviene que un caballero tomeprestado a su inferior sin devolverle capital e intereses. ¡Pues bien, venderéhastalahaciendadelaFère,siespreciso,ysinoloes,cualquierotraquintapequeña!PagaréisaPlanchet,yaúnquedarábastantegranoparanosotrosdosy para Raúl en mis graneros. De este modo, amigo mío, sólo quedaréisobligado a vosmismo, y, si os conozco bien, no será para vos satisfacciónpequeñadecir:«Hehechounrey».¿Tengorazón?

—¡Athos!¡Athos!—contestóD’Artagnanpensativo—.Oslodijeunavez:eldíaqueprediquéis,iréalsermón;eldíaquedigáisquehayinfierno,tendrémiedo,a lasparrillasya losgarfios.Soismejorqueyo,esdecir,mejorquetodoelmundo,ysóloreconozcoenmíunmérito:noserenvidioso.Fueradeeste defecto, Dios me condene, como dicen los ingleses, tengo todos losdemás.

—No conozco a nadie que valga lo queD’Artagnan—repusoAthos—perohemos llegadosinsentirloa lacasaenquevivo.¿Queréisentrarenmicuarto,amigo?

—¿Eh? ¡Pero si es la taberna El Cuerno de Ciervo! —exclamóD’Artagnan:

—Os confieso, querido amigo, que la he escogido por eso mismo. Megustanlosconocimientosantiguosysentarmeenaquellasilladondemedejécaer,abatidodecansancioyabismadodedesesperacióncuandoregresasteislanochedel31deenero.

—¿Después de haber descubierto la vivienda del verdugo enmascarado?¡Sí,aquelfueundíaterrible!

—Ea,venid—dijoAthosinterrumpiéndole.

Y entraron en la que en otros tiempos era sala común. La taberna engeneral, y esta sala común particularmente, habían sufrido grandestransformaciones;elantiguohuéspeddelosmosqueteros,demasiadoricoparaposadero,habíacerradolatiendayconvertidolasaladequehablamosenundepósitodegéneroscoloniales.El restode lacasa loalquilabaamuebladoalosextranjeros.

D’Artagnan reconoció con emoción todos los muebles de esta sala delprimerpiso,laensambladura,lostapicesyhastaaquellacartageográficaquePorthosestudiabatangustosamenteensusratosdeocio.

—¡Haceonceaños!—murmuróD’Artagnan—.¡Pardiez!Parecequehaceunsiglo.

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—Yamíundía—dijoAthos—.Vedlaalegríaquesiento,amigomío,alconsiderarqueostengoaquí,queestrechovuestramano,quepuedotirarlejoslaespadayelpuñal,y tocar sindesconfianzaestabotellade Jerez. ¡Oh!Enverdad,nopodríamanifestarosestaalegría,sinuestrosdosamigosestuviesenaquí, a los lados de esta mesa, y mi muy amado Raúl, en el umbral,mirándonosconsusgrandesojos,hermososydulces.

—Sí;sí—dijoD’Artagnanmuyemocionado—,esverdad.Apruebo,sobretodo, la primera parte de vuestro pensamiento; es muy grato sonreír dondehemostembladotanlegítimamente,pensandoquedeunmomentoaotropodíaaparecerelseñorMordaunteneldescansillodelaescalera.

Enaquelmomentoabrióselapuerta,yD’Artagnan,pormásvalientequefuera,nopudocontenerunligeromovimientodeespanto.

Athoslocomprendió,ysonriendo:

—Esnuestrohuésped—dijo—,quemetraeráalgunacarta.

—Sí, milord —dijo el buen hombre—, traigo una carta para VuestroHonor.

—Gracias—dijoAthos,tomandolacartasinmirarla—.Decidme,queridohuésped,¿noreconocéisaestecaballero?

ElviejolevantólacabezaymiróatentamenteaD’Artagnan.

—No—dijo.

—Es—añadióAthos—uno demis amigos de quienes os he hablado, yquesealojóaquíconmigohaceonceaños.

—¡Oh!—exclamóelviejo—.Sehanalojadoaquítantosextranjeros…

—Peronosotrosnosalojamosaquíel30deenerode1641—añadióAthos,creyendoestimularporestaaclaraciónlatardíamemoriadelhuésped.

—Esposible—contestóéste,—perohaceya tanto tiempo…—Saludóysalió.

—¡Gracias! —dijo D’Artagnan. Acomete empresas, lleva a términorevoluciones, pretende grabar tu nombre en la piedra o en el bronce confuertes espadas. Hay algo más rebelde, más duro y más olvidadizo que lapiedra y el bronce: el viejo cráneo del primer posadero enriquecido con sucomercio.¡Nomeconoce!¡Puesyolehubierareconocidoalinstante!

Athosabriólacartasonriendo.

—¡Ah!—dijo—.UnacartadeParry.

—¡Oh, oh!—murmuróD’Artagnan—. Leed, amigomío, leed; sin duda

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contienealgonuevo.

Athosmeneólacabezayleyó:

Señorconde:

Elreyhasentidosobremaneranoveroshoyasuladocuandoentrabaenlaciudad;SuMajestadmeencargaoslodigayosdéunrecuerdodesuparte.SuMajestadesperaráaVuestroHonorestamismanocheenelpalaciodeSaintJames,entrenueveyonce.

Soy,coneldebidorespeto,señorconde,vuestromashumildeyobedienteservidor.

PARRY.

—Ya lo veis, mi querido D’Artagnan —dijo Athos—, no hay quedesesperardelabondaddelosreyes.

—Tenéisrazón—repusoD’Artagnan.

—¡Oh! Querido, querido amigo —dijo Athos, a quien no se le habíaescapado la imperceptible amargura de D’Artagnan—, perdón; ¿Habrélastimadoinadvertidamenteamimejorcamarada?

—¿Estáis loco, Athos?, y la prueba es que voy a, acompañaros hastaPalacio:hastalapuerta,seentiende;conesomepasearé.

—Entraréisconmigo,amigo;quierodeciraSuMajestad…

—¡Cómo! —replicó D’Artagnan con orgullo verdadero y puro de todamezcla—: Si hay algo peor quemendigar por unomismo, esmendigar pormediodeotros.Vaya,marchemos,querido,elpaseoserámuygrato;depasoos enseñaré la casa del señor Monk, que me ha hecho ir a vivir a ella.¡Hermosa casa, por cierto!, ¡Ser, general en Inglaterra es mucho más quemariscalenFrancia!

Athos dejóse conducir, muy pesaroso de la alegría que D’Artagnanafectaba.

Todalaciudadestabajubilosa;losdosamigostropezabanacadapasoconlosentusiastas,queenmediodesuembriaguezlespedíanquegritaran:«¡VivaelbuenreyCarlos!».D’Artagnanrespondíaconungruñido,yAthosconunasonrisa. Así, llegaron a la casa deMonk, por, la cual debía pasarse, comohemosdicho,parairalpalaciodeSaintJames.

AthosyD’Artagnannoconversaronduranteelcamino,por lomismodeque sin duda tenían muchas cosas que decirse, si hubieran hablado. Athospensaba que hablando demostraría su alegría, y que esta alegría podríalastimar a D’Artagnan. Éste temía por su parte, que si hablaba dejaría

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descubrirensuspalabrasunaamarguraquemolestaríaaAthos.Aquelloeraunaemulaciónsingulardesilencio;entreelgozodelunoyelmalhumordelotro. D’Artagnan cedió el primero a la comezón que experimentaba porcostumbreenlaextremidaddelalengua.

—¿Osacordáis—preguntóaAthos—,deaquelpasajedelasmemoriasdeAubigné,enelcualestefielservidor,gascóncomoyo,pobrecomoyo,ycasipordecirvalientecomoyo,cuentalasmezquindadesdeEnriqueIV?Recuerdoquemipadremedecía siemprequeel señordeAubignéeraembustero.Sinembargo,¡vedcómotodoslospríncipesdescendientesdelgranEnriquesalenaél!

—¡Vaya, vaya, D’Artagnan! —dijo Athos—. ¿Los reyes de Franciaavaros?¿Estáisloco?

—Jamás confesáis los defectos de otros, vos que sois perfecto; pero, enverdad,EnriqueIVeraavaro,LuisXIII,suhijo,tambiénloera,sobrelocualsabemosalgo,¿noescierto?Gastónllevabaestevicioalextremo,ybajotalaspecto se hizo detestar de todos los que le rodeaban. Enriqueta, ¡pobremujer!,hahechomuybienenseravara,porquenicomíatodoslosdías,nisecalentaba todos los años: esto era un ejemplo que daba a su hijoCarlos II,nietodelgranEnriqueIV,avarocomosumadreycomosuabuelo.Qué,¿hesacadobienlagenealogíadelosavaros?

—D’Artagnan—replicó Athos—, sois demasiado duro para esa raza deáguilasquesellamalosBorbones.

—¡Puesolvidoalmejor…!ElotronietodelBearnés,LuisXIVmiexamo.¡YocreoqueseráavaroquiennohaqueridoprestarunmillónasuhermanoCarlos!Bueno,veoqueosenfadáis;pero,porfortuna,yaestamoscercademicasa,omásbien,delademiamigoelseñorMonk.

—Querido D’Artagnan, no me enfado pero me entristecéis; es cruel enefecto, ver un hombre de vuestro mérito al lado de la posición que susserviciosdebieronhaberleadquiridomeparecequevuestronombre,amigo,estanradiantecomolosmáshermososenlaguerrayenladiplomacia;decidmesi los Luises, si los Bellegarde y los Bassompierre han merecido comonosotros la fortuna y los honores: tenéis razón, sí, cien veces razón, amigomío.

D’Artagnansuspiró,precediendoasuamigobajoelpórticodelacasaqueMonkhabitabaenlaCity.

—Permitidme —dijo—, que deje la bolsa en casa; porque si, entre lamultitud, estos rateros de Londres, que tanto nos han ponderado, hasta enParís,merobasenelrestodemispobresescudos,nopodríaregresaraFrancia;yvuelvollenodealegría,puestodasmisprevencionesdeotrotiempocontra

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Inglaterrasehanrealizado,acompañadasdeotrasmuchas.

NadarespondióAthos.

—Así,pues,amigo—dijoD’Artagnan—,esperadmeuninstanteyossigo.Bien sé que es preciso ir a Palacio a recibir vuestras recompensas; perocreedme,amítambiénmeprecisadisfrutardevuestraalegría…aunqueseadelejos…Esperadme.

D’Artagnan atravesaba ya el vestíbulo cuando un hombre,mitad criado,mitad soldado, que hacía en casa de Monk las funciones de portero y deguardia,detuvoanuestromosqueterodiciéndoleeninglés:

—¡Perdón,milorddeD’Artagnan!

—¿Qué hay? —dijo éste—. ¿Es quizá que el general me despidetambién…?¡Sólomefaltaserexpulsadoporél!

Estaspalabras,pronunciadasenfrancés,nofueronentendidasporaquelaquien iban dirigidas, que sólo hablaba un inglésmezclado del escocésmásrudo.PeroAthosestabaconmovido,porqueD’Artagnancomenzabaalpareceratenerrazón.

ElinglésmostróunacartaaD’Artagnan.

—Fromthegeneral—dijo.

—Bien, eso esmidespedida—replicó el gascón—.¿Serápreciso leerla,Athos?

—Debéisengañaros,onoconozcomáshombreshonradosqueavosyamí.

D’Artagnanseencogiódehombrosyrompióelsellodelacarta,mientraselinglés,impasible,leaproximabaunagranlinternacuyaluzdebíaayudarlealeer.

—¡Quéeseso!¿Quétenéis?—dijoAthosviendocambiarlafisonomíadellector.

—Tomadyleed—dijoelmosquetero.

Athoscogióelpapelyleyó:

CaballeroD’Artagnan:

El rey ha sentido mucho que no hayáis venido a San Pablo con suacompañamiento, y dice Sumajestad que le habéis faltado comome habéisfaltadoamí,queridocapitán.Noexistemásqueunmediopararecuperartodoeso.SuMajestadmeesperaalasnueveenelpalaciodeSaintJames.¿Queréisencontrarosallíalasdiez?SuMajestadosfijaestahoraparalaaudienciaque

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osconcede.

LacartaestabaescritaporMonk.Departedelgeneral.

CapítuloXXXIII

Audiencia

–¿Quédecís ahora?—exclamóAthosconacentodedulce reconvención,despuésqueD’ArtagnanhuboleídolacartadeMonk.

—¡Quédigo!—respondióD’Artagnanrajodeplacerytambiénunpocodevergüenza por haberse apresurado a acusar al rey y a Monk—. Es unadelicadeza…queanadacompromete,esverdad…Pero,alfin,delicadeza.

—Mucho me costaba creer que el joven príncipe fuera ingrato —dijoAthos.

—El hecho es que su presente está todavíamuy cerca de su pasado—replicóD’Artagnan—;hastaahora,todomedabalarazón.

—Convengoenello,amigomío,convengoenello.¡Ah!Yanomiráistanfieramente,ynosabéiscuándichososoyporello.

—Demodo—dijoD’Artagnan—queCarlosIIrecibeaMonkalasnueve,y a mí me recibirá a las diez; esta es una gran audiencia, de esas quellamábamos en el Louvre distribución de agua bendita de Corte. Vamos aponernosbajolagotera,miqueridoamigo,vamos.

Athosnolecontestó,yambossedirigieron,apretandoelpaso,alpalaciode Saint James, que aún invadía la multitud, para ver por los vidrios lassombras de los cortesanos y los reflejos de la persona real. Las ocho de lanochetocabancuandolosdosamigosentrabanaocuparunlugarenlagalería;llena de cortesanos y de pretendientes, todos los cuales echaron unamiradasobre aquellos sencillos trajes de forma extranjera y sobre aquellas doscabezas tan nobles y tan llenas de expresión. Athos y D’Artagnan, por suparte,despuésdehabermedidoendosojeadas todaaquellaconcurrencia,sepusieronacharlarjuntos.

Depronto seoyóungran ruido en las extremidadesde lagalería: era elgeneral Monk que entraba acompañado de más de veinte oficiales queacechabanunadesussonrisas,porquelavísperaaúneradueñodeInglaterra,y se suponía un amanecer magnífico al restaurador de la familia de losEstuardos.

—Caballeros —dijo Monk volviéndose a ellos—, os suplico tengáis

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presentequeyono soynada.Hacepocomandabaelprincipal ejércitode larepública, pero ya pertenece al monarca, en cuyas manos voy a poner,cumpliendosusórdenes,mipoderdeayer.

En todos los rostros sepintóunagransorpresa;yelcercodeaduladoresqueestrechabaaMonkunmomentoantes,seensanchópocoapocayacabópor perderse en las grandes ondulaciones de lamultitud;Monk iba a hacerantesala como todo el mundo, lo cual no pudo menos de hacer notarD’Artagnan al conde de la Fère, que frunció el ceño, de pronto se abrió lapuerta del gabinete de Carlos, y el joven rey apareció, precedido de dosoficiales.

—Buenasnoches,caballeros—dijo—.¿EstáelgeneralMonk?

—Aquíestoy,Majestad—contestóelviejogeneral.

Carloscorrióaélyestrechólelasmanosconamistadferviente.

—General—dijo envoz alta el rey—, acabode firmarvuestrodiploma;soisduquedeAlbemarle,yesmivoluntadquenadieosigualeenpodernienfortunaeneste reino,dondeaexcepcióndelnobleMontrose,ningunooshaigualado en la lealtad, en valor y en talento. Caballeros, el duque escomandantegeneraldenuestrosejércitosdemarytierra;hacedleloshonorescorrespondientes,sigustáis.

Mientras todoscorríanal ladodelgeneral,que recibía loshomenajes sinperderunmomentosuimpasibilidadordinaria,D’ArtagnandijoaAthos:

—¡Cuandounopiensaqueeseducado,esemandogeneraldelosejércitosytodasesasgrandezas,enunapalabra,hanestadoenunacajadeseispiesdelargoytresdeancho…!

—Amigo—objetóAthos—; grandezasmuchomás importantes están encajasmáspequeñasaún,esascajasencierranparasiempre…

De pronto vio Monk a los dos caballeros, que estaban algo apartados,aguardando que se retirasen las oleadas de gente. Hízose paso y fue haciaellos,demodoquelossorprendióenmediodesusfilosóficasreflexiones.

—¿Hablabaisdemí?—preguntósonriendo.

—Milord —respondió Athos—; también hablábamos de Dios. Monk,reflexionóunmomentoycontestó,alegremente:

—Señores,hablemostambiénunpocodelrey,siosagrada;porque,segúncreo,osdaaudienciaSuMajestad.

—Alasnueve—dijoAthos.

—Alasdiez—dijoD’Artagnan.

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—Entremosahoramismoenelgabinete—respondióMonkhaciendoseñaalosdoscompañerosparaquefuesendelante,locualnoquisieronconsentirniunoniotro.

Elrey,duranteestedebatetanfrancés,habíavueltoalcentrodelagalería.

—¡Oh,misfranceses!—dijocontonodedescuidadaalegría,queapesarde tantas penas y trabajos no había podido perder—. ¡Los franceses! ¡Miconsuelo!

AthosyD’Artagnaninclináronse.

—Duque, conducid a estos caballeros a mi sala de estudio. Soy convosotros,señores—añadióenfrancés.

Y luego, despidió a su corte para volver a sus franceses, como él losllamaba.

—Señor deD’Artagnan—dijo entrando en su gabinete—, tengomuchogustoenvolverosaver.

—Majestad,migozo llegaa sucolmoal saludarosenvuestropalaciodeSaintJames.

—Caballero, habéis querido prestarme un gran servicio y os deboagradecimiento.Siyonotemieseusurparlosderechosdenuestrocomandantegeneral,osofreceríaalgúnpuestodignodevoscercademipersona.

—Majestad —replicó D’Artagnan—, he dejado el servicio del rey deFranciaprometiendoamipríncipenoserviraningúnrey.

—Vamos—dijoCarlos—,esomehacemuydesgraciado;hubiesequeridohacermuchoporvos…

—Majestad…

—Vamos—dijo Carlos sonriendo—, ¿no podré haceros faltar a vuestrapalabra? Ayudadme, duque. Si yo os ofreciera el mando general de mismosqueteros…

D’Artagnaninclinósemuchomásquelaprimeravez.

—TendríaeldisgustoderehusarloqueVuestraMajestadmeofreciera—respondió—; un caballero no tiene más que su palabra, y esta palabra, hetenido el honor de decirlo a Vuestra Majestad, está empeñada al rey deFrancia.

—Puesnohablemosmásdeeso—dijoelreyvolviéndoseaAthos.YdejóaD’Artagnanatormentadoporlosmásvivosdoloresdedisgusto.

—¡Ah! Bien decía yo —murmuró el mosquetero—. ¡Palabras! ¡Agua

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bendita de Corte! Siempre han tenido los reyes un talento prodigioso paraofrecernos loquesabenquenoaceptaremos,yparamostrarsegenerosossinpeligro. ¡Tonto…!¡Tonto,muy tontohesidoenhaber tenidoesperanzasporuninstante!

DuranteestetiempotomabaCarloslamanodeAthos.

—Conde—ledijo—,habéissidoparamíunsegundopadre,yelservicioque me habéis hecho no se puede pagar; sin embargo, he pensado enrecompensaros.FuisteiscreadopormipadrecaballerodelaJarretiera.Ordenquenopuedenllevar todoslosmonarcasdeEuropa, lareinaregenteoshizocaballerodelEspírituSanto,Ordennomenosilustre;unoaellasesteToisóndeOroquemehaenviadoelreydeFrancia,aquienhabíadadodoselreydeEspaña con motivo de su matrimonio; mas en cambio tengo un favor quepediros.

—Señor—dijoAthosconfuso—,¡amíelToisóndeOro,cuandoelreydeFranciaeselúnicoenmipaísquegozataldistinción!

—Quiero que seáis en vuestro país y en todas partes igual a aquellos aquienes los reyes hayan honrado con su favor—dijo Carlos quitándose lacadenadelcuello—,yestoyseguro,conde,dequemipadresonríedesdeelfondodesutumba.

—Es raro —decía para sí D’Artagnan, mientras su amigo recibía derodillaslaeminenteOrdenqueelreyleconfería—.¡Esincreíblequesiemprehayavistocaerlalluviadelasprosperidadessobretodoslosquemerodean,yqueniunagotasiquieramehayatocadonunca!¡Seríacosadearrancarseloscabellos,sifueseunoenvidioso,palabradehonor!

Athosselevantó,yCarlosleabrazóafectuosamente.

—General—dijoaMonk.Luego,deteniéndoseconunasonrisa:

—Perdón—agregó—,quisedecirDuque.Pensadque,simeequivoco,esporque la palabra duque es demasiado corta para mí… y siempre estoybuscandountítuloquelaalargue…Desearíaverostancercademitrono,quepudiesedeciros,comoaLuisXIV:«hermanomío».

—¡Oh! Lo soy, y vos seréis casimi hermano, porque os hago virrey deIrlanda y de Escocia, mi amado duque…De esta manera nome volveré aequivocar.

Elduqueasiólamanodelrey,perosinentusiasmo,sinalegría,ycomosihicieseotracosa.Sinembargo,sucorazónhablaseconmovidoporesteúltimofavor. Usando Carlos hábilmente de su generosidad, había dejado al duquetiempoparadesearaunquenohubierapodidohacerlotantocomoélledaba.

—¡Diantre!—murmuróD’Artagnan—.Yacomienzaotravezelaguacero.

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¡Ah!¡Escosadeperderlacabeza!

Y se volvió, con aire tan contrito y chistosamente lastimero, que elmonarcanopudocontenerunasonrisa.MonksepreparabaasalirdelgabineteconpermisodeCarlos.

—¡Cómo!¡Quéeseso!—exclamóelreyalduque—.¿Osmarcháis?

—Sí,siasíagradaaVuestraMajestad,porqueverdaderamenteestoymuycansado… La emoción del día me ha extenuado y tengo necesidad dedescanso.

—Pero—dijoelrey—¡nopartiréissinelseñordeD’Artagnan!

—¿Porqué,señor?—dijoelviejoguerrero.

—Demasiadosabéisporqué—contestóelrey.

MonkmiróaCarlosconsorpresa.

—PerdoneVuestraMajestad—dijo—,peronosé…loquequieredecir.

—¡Oh! Es posible; mas si vos lo olvidáis, no sucede así al señor deD’Artagnan.

—Tengoelhonordeofrecerlealojamiento.

—¿Yesaideahasalidodevossólo?

—Sólodemí,sí,Majestad.

—Bien,perodebíaserdeotromodo.Siempreelprisioneroestáencasadelvencedor.

Monkseruborizó.

—¡Ah!Escierto—dijo—.SoyelprisionerodelseñordeD’Artagnan.

—Sinduda,Monk,puestodavíanooshabéisrescatado,masnoosturbéis;yosoyquienosarrancódelseñordeD’Artagnan,yyotambiénpagarévuestrorescate.

Los ojos del mosquetero volvieron a su alegría brillante: el gascónempezabaacomprender.Carlosseleacercó.

—Elgeneral—dijo—noesricoynopodríapagarosloquevale.Yosoymásrico,sí;peroalpresente,comonoesduque,sinoreyoalmenorcasirey,valeunacantidadque talvez tampocopodríayopagaros.Veamos, señordeD’Artagnan,decidme:¿cuántoosdebo?

Encantado D’Artagnan con el aspecto que tomaba la cuestión, perodominándoseperfectamente,contestó:

—Señor,hacemalVuestraMajestadenalarmarse.Cuando tuveelhonor

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deprenderaSuGracianoeramásquegeneral;así,pues,nosemedebemásqueunrescatedegeneral.Masqueelgeneraltengaabiendarmesuespadaypiedoyporpagado,porquenohayenélmundomásquelaespadadelgeneralquevalgatantocomoél.

—¡Odds fish!, comodecíamipadre—murmuróCarlos II—.Heahíunaproposiciónyunhombregalante,¿noesverdad,duque?

—Pormihonorquesí—respondióelduque.

Ydesenvainósuespada.

—Caballero—dijoaD’Artagnan—aquí tenéis loquesolicitáis.Muchoshantenidohojasmejoresqueésta;peropormodestaquesealamía,jamáslahevendidoanadie.D’Artagnantomóconorgulloaquellaespadaqueacababadehacerunsoberano.

—¡Oh,oh!—exclamóCarlosII—.¡Cómoeseso!Unaespadaquemehadevueltomitrono,¿saldrádeestereinoynofiguraráalgúndíaentrelasjoyasde mi corona? ¡No, por mi alma! ¡No será así! Capitán D’Artagnan, doydoscientasmillibrasporesaespada;siespoco,decídmelo.

—Esmuypoco,Majestad—repusoD’Artagnanconinimitablesonrisa—.Primeramente,nopuedovenderla;peroVuestraMajestad lodesea,yestoesuna orden. Obedezco: mas el respeto que debo al guerrero ilustre que meescucha,memandaestimeenunatercerapartemáslaprendademivictoria.Quiero,pues,trescientasmillibrasporlaespadaoladoydebaldeaVuestraMajestad.

Ytomándolaporlapuntalapresentóalmonarca.

CarlosIIsoltóunacarcajada.

—¡Vaya un hombre galante y un compañero alegre! ¡Odds fish! ¿No esverdad,duque?¿Noesverdad,conde?Megustayloquiero.Tomad,señordeD’Artagnan—añadió—tomadesto.

Ytomandounaplumaescribióunvaledetrescientasmil librascontrasutesorero.

D’Artagnanlotomó,yvolviéndosegravementehaciaMonkledijo:

—Noignoroquehepedidodemasiadopoca,pero,creedme,señorduque,hubieraqueridomejormorirquedejarmeguiarporlaavaricia.Elreyseechóareírcomoelcockneymásdichosodesureino.

—Volveréis a verme antes de marchar, caballero —dijo—, pues tendrénecesidad de una provisión de alegría, ahora que voy a quedarme sin misfranceses.

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—¡Ah!Señor,nopasaráconlaalegríaloqueconlaespadadelduque,yladarégratisaVuestraMajestad—replicóelmosquetero,quebailabadegozo.

—Yvos,conde—añadióCarlosdirigiéndoseaAthos—,volvedtambién,tengoqueconfiarosunmensajeimportantísimo.Vuestramano,duque.

Monkestrechólamanodelrey.

—Adiós, señores—dijoCarlos tendiendosusmanosa losdos franceses,quepusieronenellasuslabios.

—¿Qué decís ahora?—preguntó Athos cuando estuvieron fuera ¿Estáiscontento?

—¡Chito! —dijo D’Artagnan conmovido de placer—. Todavía no hevueltodecasadeltesorero…Lagoterapuedecaermesobrelacabeza.

CapítuloXXXIV

¿Quéhacencontantocapital?

D’Artagnan no se durmió, y tan pronto como la cosa fue conveniente yoportuna,hizosuvisitaalseñortesorerodelrey.

Entonces tuvolasatisfaccióndecambiarunpedazodepapeldeescrituramuyfea,porunasumaprodigiosadeescudos fabricadosmuyrecientementeconelbusto,deSuMuyGraciosaMajestadCarlosII.

D’Artagnansehacíafácilmentedueñodesímismo,masenestaocasión,sin embargo, no pudo menos de manifestar una alegría que el lectorcomprenderáquizá,sisedigna teneralguna indulgenciaporunhombreque,desde su nacimiento, jamás había visto tantasmonedas ymontones de ellasyuxtapuestasenordenverdaderamenteagradablealavista.

Eltesorerometiótodosestosmontonesenunossacos,cerrándolosconlaestampilla de las armas de Inglaterra, gracia que los tesoreros no suelenconcederatodoelmundo.

Y luego, impasible y tan urbano como debía serlo con respecto a unhombrehonradoconlaamistaddeSuMajestad,dijo:

—Llevaos —vuestro dinero, señor. ¡Vuestro dinero! Esta palabra hizovibrarmilcuerdasqueelmosqueterojamáshabíasentidoensucorazón.

Hizo cargar los sacos en un carrito, y volvió a casa meditandoprofundamente.Unhombrequeposeetrescientasmillibras,nopuedetenerlafrentetersa,yunaarrugaporcadacentenardemillibrasnoesmucho.

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D’Artagnanseencerró,nocomió,nególaentradaatodoelmundoensucasa, y, con la lámpara encendida y una pistola armada sobre lamesa, velótodalanochecalculandounmediodeevitarqueaquelloshermososescudos,quedelcofrerealhabíanpasadoalossuyospropios,nopasasendeéstosalosbolsillosdeunladróncualquiera.Elmejormedioqueencontróelgascónfueencerrar momentáneamente su capital bajo cerraduras bastante sólidas paraque ninguna mano pudiese romperlas, y bastante complicadas para queningunallavesencillapudiereabrirlas.

D’Artagnan se acordó de que los ingleses son maestros consumados enmecánicayen industria conservadora,ydecidió ir a lamañana siguiente enbuscadeunmecánicoquelevendieseunacajadecaudales.

No tuvoqueandarmucho.El señorWill Jobson, residenteenPiccadilly,escuchósusproposiciones,comprendiósusdeseos,yleprometióconfeccionarunacerraduradeseguridadquelesacaríadetodotemorparalovenidero.

—Osdaré—ledijo—unmecanismonuevo.A la primera tentativa algoseriahechasobrelacerradura,seabriráunaplanchainvisible,yuncañoncito,invisibletambién,vomitaráunalindabaladecobredelpesodeunmarco;queecharáabajoalmalintencionadonosinunruidonotable.¿Quétal?

—Afirmoqueesverdaderamente ingenioso—exclamóD’Artagnan—; labalita de cobreme agrada sobremanera.Veamos ahora, señormecánico, lascondiciones.

—Quincedíasparalaejecución,yquincemillibraspagaderasalentregarlaobra—contestóelartista.

D’Artagnanfruncióelceño.Quincedíaseraunplazosuficienteparaquetodos los ladrones deLondres hubiesen hecho desaparecer la necesidad queteníadelarcadehierro.Respectoalasquincemillibras,erapagarmuycaroloquealgodevigilancialedaríapornada.

—Lopensaré—ledijo—;gracias,amigo.

Yvolvióasucasatorciendo;nadiesehabíaacercadotodavíaaltesoro.

El mismo día fue Athos a visitar a su amigo y lo encontró preocupadohastaelpuntodemanifestarleporellosusorpresa.

—¡Cómo! ¡Estáis ricoyno satisfecho—ledijo—, tanto comodeseabaislasriquezas!

—Amigomío,losplaceresaloscualesnoseestáacostumbrado,estorbanmásquelaspenasquenossonhabituales.Unconsejo,simelopermitís.Estopuedo preguntároslo, porque siempre habéis tenido dinero; cuando se tienedinero,¿quésehace?

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—Esodepende…

—¿Quéhabéishechodelvuestro,paraqueélnohicieradevosniunavaroni un pródigo? Porque la avaricia deseca el corazón y la prodigalidad leahoga…¿noesverdad?

—NodiríamásFabricio.Pero,enverdad,midineronomehaestorbadojamás.

—¿Loconvertísenrentas?

—No;yasabéisquetengounacasabastantehermosa,yqueestacasaeselmejordemisbienes.

—Yalosé.

—Desuertequeseréistanricocomoyo,yaunmásricosiqueréis,porelmismomedio.

—Pero¿lasrentaslasconserváis?

—No.

—¿Quépensáisdeunesconditeenunaparedmaestra?

—Nunca he usado de eso. Entonces tendréis algún confidente, algúnhombredenegociosseguroqueospagueuninterésequitativo.

—Nadadeeso.

—¡Diosmío!¿Quéhacéisentonces?

—Gasto todo loque tengo;yno tengomásque loquegasto,miqueridoD’Artagnan.

—¡Ah,ya!Perovossoisalgopríncipe,yquinceodieciséismil librasderenta se os escapan por entre los dedos; además, tenéis ciertas cargas, larepresentación…

—Peronoveoyoqueseáismuchomenosgranseñorqueyo,amigomío,yvuestrodineroosvendrábienjusto.

—¡Trescientasmillibras!Hayaquídosterceraspartessuperfluas.

—Dispensad,peromeparecíaquemehabéisdicho…creíhaberlooído…enfin…mefigurabaqueteníaisunsocio.

—¡Ah!¡Pardiez!¡Escierto!—exclamóD’Artagnanruborizándose—.¡Sí,Planchet!;olvidabaaPlanchet,porvidamía…!¡Puesbien!Heahídeshechosmis cien mil escudos… Es lástima; la cuenta era redonda y sonaba bien…Verdad,Athos,nosoyyarico.¡Quémemoriatenéis!

—¡Bastantebuena,graciasaDios!

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—EsebuenPlanchet—dijoD’Artagnan—,nohahechoaquímalnegocio.

—¡Quéespeculación,diantre!Enfin,lodicho,dicho.

—¿Cuántoledais?

—¡Oh! —dijo D’Artagnan—. Es un buen muchacho y siempre mearreglaré bien con él; ya veis, he tenido trabajos, gastos…y todo esto debeentrarencuenta.

—Amigo,estoymuysegurodevos—dijotranquilamenteAthos—,ynadatemoporesebuenPlanchet;susinteresesestámejorenvuestrasmanosqueenlas suyas; pero, ya que nada tenéis que hacer aquí, nosmarcharemos, si osparece.Iréisadar lasgraciasalreyyapedirlesusórdenes,ydentrodeseisdíaspodremosdistinguirlastorresdeNuestraSeñora.

—Amigo mío, ardo en deseos de marcharme; y enseguida voy adespedirmedelrey.

—Yo—dijoAthos—,voyasaludaraalgunaspersonasenlaciudad,ysoyvuestro.

—¿MeprestáisaGrimaud?

—Conmuchogusto…¿Quépensáishacerdeél?

—Unacosamuysencillayquenolefatigará:lesuplicaréquemeguardemispistolasqueestánsobrelamesayalladodelcofre.

—Muybien—replicóAthosimperturbable.

—Ynoseapartarádeaquí,¿verdad?

—Nimásnimenosquelasmismaspistolas.

—Así,mevoyaveralrey.Hastaluego.

D’Artagnan llegó, en efecto, al palacio de Saint-James, dondeCarlos II,queescribíasucorrespondencia,hízoleguardarantesalaunahoracumplida.

Al mismo tiempo que se paseaba en la galería, desde las puertas a lasventanas,ydesdelasventanasalaspuertas,creyóverunacapaigual,aladeAthos atravesar losvestíbulos; pero en elmomento enque iba a cerciorarsedelhecho,elujierlollamóalacámaradeSuMajestad.

CarlosIIsefrotabalasmanosrecibiendoloscumplidosdenuestroamigo.

—Caballero —le dijo—, hacéis mal en estarme, reconocido; yo no hepagadolacuartapartedeloquevalelahistoriadelacajaenquemetisteisalvalientegeneral…esdecir, al buenduquedeAlbemarle.Y el rey soltóunacarcajada.

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D’Artagnan creyó no deber interrumpir a SuMajestad y se inclinó conmodestia.

—A propósito—prosiguióCarlos—, ¿os ha perdonado de veras nuestroqueridoMonk?

—¡Perdonado!Esperoquesí,Majestad.

—¡Es que el lance fue terrible…! ¡Odds fish! ¡Embanastar como unarenque al primer personaje de la revolución inglesa! No me fiaría yo envuestrolugar,caballero.

—Pero,Majestad.

—Sé muy bien queMonk os llama su amigo…Mas tiene un ojo muyprofundo para ser falto de memoria y el entrecejo muy alto para no, serorgulloso;yasabéis,grandesupercilium.

«Deseguro,aprenderélatín»,sedijoD’Artagnan.

—Vamos—exclamóelreyencantado—,esprecisoqueyoarreglevuestrareconciliación;sabréconducirmedetalmodo…

D’Artagnansemordióelbigote.

—¿MepermiteVuestraMajestadquelemanifiestelaverdad?

—Hablad,caballero,hablad.

—Puesbien, señor,mecausáisunmiedohorrible…SiVuestraMajestadarreglamiasunto,comoparecetenerganas,soyhombreperdido;elduquemehará asesinar. El rey soltó otra carcajada que trocó en espanto el temor deD’Artagnan.

—Señor,porpiedad,permitidmetrataresteasuntopormímismo;yluego,siyanotenéisnecesidaddemisservicios.

—No, caballero. ¿Queréis marcharos? —respondió Carlos con unahilaridadquecausabaennuestrogascóncadavezmásinquietud.

—SiVuestraMajestadnotieneyanadaquemandarme.

Carlospúsosecasiserio.

—Unasolacosa.VedamihermanaladyEnriqueta.¿Osconoce?

—No, señor, pero… un soldado viejo como yo, no es un espectáculoagradableparaunaprincesajovenyjovial.

—Quieroquemihermanaosconozca;quieroquepuedacontarconvosencasonecesario.

—Señor,todoloqueesqueridoaVuestraMajestadserásagradoparamí.

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—Corriente…Parry,venacá;buenParry.

Abrióselapuertalateral,ypenetróParry,radianteelrostrodesdequevioalcaballero.

—¿QuéhaceRochester?—preguntóelrey.

—Estáenelcanalconlasseñoras—contestóParry.

—¿YBuckingham?

—También.

—Tantomejor.AcompañarásalcaballeroalladodeVilliers…eselduquedeBuckingham,caballero…ylesuplicaráspresentealseñordeD’ArtagnanaladyEnriqueta.

ParryseinclinóysonrióaD’Artagnan.

—Caballero—prosiguióelrey—,éstaesvuestraaudienciadedespedida;luegopodéismarcharoncuandoosagrade.

—¡Majestad,gracias!

—PerohacedlaspacesconMonk.

—¡Oh!Majestad…

—¿Sabéisqueunodemisbuquesestáadisposiciónvuestra?—dijoelreymirandofijamenteaD’Artagnan.

—Pero,señor,mecolmáisdegracias,ynosufriréjamásquelosoficialesdeVuestraMajestadseincomodenpormí—dijoelgascónconhumildad.

SuMajestaddioungolpecitoenelhombrodeD’Artagnan.

—Nadie se incomoda por vos, caballero, sino por un embajador a quienenvío a Francia, y a quien, según creo, serviréis con gusto de compañero,porqueleconocéisperfectamente.

D’Artagnanmirósorprendido.

—EsciertocondedelaFère…alquevosllamáisAthos—repusoelrey,terminando la conversación como la había comenzado con una festivacarcajada—.¡Adiós,caballero,adiós!Queredmecomoyoosquiero.

Ydespuésdeesto,haciendounaseñaaParryparapreguntarlesialguienleaguardaba en un gabinete inmediato, el rey desapareció en este gabinete,dejandoalcaballeroaturdidodetansingularaudiencia.

Elviejoleasióamistosamentedelbrazoylocondujoalosjardines.

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CapítuloXXXV

Enelcanal

Sobre lasaguasdeunverdeopacodelcanal,cuyasmárgenesdemármolhabíayasembradoeltranscursodel,tiempodemanchasnegras,dehierbasydemusgo,deslizábasemajestuosamenteunabarcaachatada,empavesadaconlasarmasde Inglaterra,ycubiertadeun toldodeancho lienzoadamascado,cuyasfranjasarrastrabansobreelagua.Ochoremeroslahacíanmoversobreel canal, con la graciosa lentitud de los cisnes, que, turbados en su antiguaposesiónporelsurcodelabarca,mirabandesdelejospasaresteesplendoryeste ruido.Y decimos este ruido por cuanto la embarcación contenía cuatrotocadoresdeguitarraydelaúd,doscantadoresymuchoscortesanoscubiertosde oro y pedrerías, los cuales mostraban a porfía sus blancos dientes paraagradara ladyEstuardo,nietadeEnrique IV,hijadeCarlos IyhermanadeCarlosII,queocupabaelsitiodehonorbajoeltoldodelabarca.

Yaconocemosaesta jovenprincesa;porque lahemosvistoenelLouvreconsumadrecareciendodeleñaydepan,yalimentadaporelcoadjutorylosParlamentos.Comosushermanos,habíapasadounajuventuddura,yacababadedespertardeprontodeesesueñolargoyterrible,sentadaenlasgradasdeuntronoyrodeadadecortesanosyaduladores.ComoMaríaEstuardocuandosalió de la prisión, aspiraba la vida y la libertad, y además el poder y lasriquezas.

Lady Enriqueta habíase convertido, al crecer, en una belleza notable aquienlarestauraciónqueacababadeocurrirhacíacélebre.Ladesgraciaquelequitabaelbrillodelorgullo;selohabíadevueltolaprosperidadyresplandecíaen fortunaybienestar semejante a las floresdel invernadero,que,olvidadasduranteunanocheenlasprimerasheladasdelotoño,haninclinadolacabeza;pero que al día siguiente, calentadas en la atmósfera en que nacieron, sevuelvenaerguirmáslozanasquenunca.

Lord Villiers de Buckingham, hijo de aquel que juega un papel tanimportante en los primeros capítulos de esta historia, lord Villiers deBuckingham, lúcido caballero,melancólico con lasmujeres, risueño con loshombres,yVilmontdeRochester,risueñoconambossexos,estabandePieeneste momento delante de lady Enriqueta, y se disputaban el privilegio dehacerlasonreír.

Respecto a la jovenybellaprincesa, recostada enun cojínde terciopelobordadoenoro,lasmanosinertesycolgando,escuchabaperezosamentealosmúsicossinoírlos,yoíaalosdoscortesanossinaparentarescucharlos.

Y era que ladyEnriqueta, criatura llena de encantos,mujer que unía las

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graciasdeFranciaalasdeInglaterra,nohabiendoamadotodavía,eracruelensu coquetería. Así es que la sonrisa, ese cándido favor de las jóvenes, noiluminaba absolutamente su rostro, y si alguna vez alzaba los ojos era paraasestarlos con tanta fijeza en uno u otro caballero, que su galantería, pordescaradaquefuesedecostumbre,sealarmabayconvertíaseentímida.

Entantocaminabaelbarquichuelo,losmúsicoscantabanytocaban,yloscortesanos comenzabana fatigarse como tilos.Además, el paseoparecía sinduda monótono a la princesa, porque moviendo de repente la cabeza conademándeimpaciencia.

—Ea—dijo—,basta,señores,volvámonos.

—¡Ah!Señora—dijoBuckingham—.Somosmuydesgraciados;nohemosconseguidohacerelpaseoagradableaVuestraAlteza.

—Meaguardamimadre—respondióladyEnriqueta—;yademás,señores,osconfesaréfrancamentequemefastidio.

Y diciendo esta palabra cruel la princesa, pretendía consolar con unamirada a cada uno de los dos jóvenes, que parecían consternados de talfranqueza. La mirada produjo su efecto, y los dos semblantes seensombrecieron;masdepronto,comosilaregiacoquetahubierapensadoqueyahabíahechodemasiadoporsimplesmortales,hizounmovimiento,volviólaespaldaasusdosadoradores,ypareciósumergirseenunacontemplación,enlacualeraevidentequenoteníanlamenorparte.

Buckinghammordióseloslabiosconcólera,porqueestabaverdaderamenteenamorado de lady Enriqueta, y en calidad de tal todo lo tomaba en serio.Rochestertambiénselosmordió;mas,comosucabeza,siempredominabaalcorazón,aquellofuesimplementeparacontenerunamaliciosacarcajada.

La princesa, que dirigía sus ojos por los céspedes finos y floridos de laribera,yquevolvía la espaldaa losdos jóvenes,divisóa lo lejos aParryyD’Artagnan.

—¿Quiénvieneallí?—preguntó.Ambosjóvenesdieronmediavueltaconlarapidezdelrelámpago.

—Parry—contestóBuckingham—,nadamásqueParry.

—Perdonad—dijoRochester—,peromeparecequetraeuncompañero.

—Cierto—repusolaprincesaconlanguidez—.Pero¿quésignificanesaspalabras.«NadamásqueParry»,decid,milord?

—Señora —respondió Buckingham picado—, es que el fiel Parry, elerranteParry,eleternoParry,noesdegranimportancia.

—Os engañáis, señor duque: Parry, el errante Parry, como vos decís, ha

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andado errante siempre en servicio de mi familia, y ver a ese anciano essiempreparamíungratoespectáculo.

LadyEnriquetaseguíalaprogresiónacostumbradadelasmujereslindas,ysobre todode lasmujerescoquetas,pasabadelcaprichoa lacontrariedad;elgalán había sufrido el capricho; el cortesano debía plegarse al humorcontrariado.Buckinghamseinclinóperonorespondiónada.

—Escierto, señora—dijoRochester inclinándosea suvez—;esmodelode servidores;pero, señora, yanoes jovenynonosdivertimos sinoviendocosasalegres.¿Escosagrataunviejo?

—Basta,milord—dijogravementeladyEnriqueta—,melastimaesetemadeconversación.

Yluegocontinuó,comohablandoconsigo.

—Verdaderamente, es cosa inaudita las pocas consideraciones que losamigosdemihermanotienenconrespectoasusservidores.

—¡Ah!Señora—murmuróBuckingham—,VuestraGraciameclavaenelcorazónunpuñalforjadoporsuspropiasmanos.

—¿Qué quiere decir esa frase embozada a manera de madrigal francés,señorduque?

Nolaentiendo.

—Significa, señora, que vos misma, tan buena, tan encantadora y tansensible,oshabéisreídoalgunasveces,quisedecirsonreído,delaschochecesfútiles de ese excelente Parry, por el cual tiene hoy Vuestra Alteza unasusceptibilidadtanmaravillosa.

—Ybien,milord—dijoladyEnriqueta—,simeheolvidadodemímismahastaesepunto,hacéismalenrecordármelo.

Ehizounmovimientodeimpaciencia.

—CreoquequierehablarmeesebuenParry,señordeRochester;hacedqueabordemos.

Rochesterapresurósearepetirlaordendelaprincesa,yunminutodespuéstocabalabarcaenlaorilla.

—Desembarquemos, señores —dijo lady Enriqueta, yendo a buscar elbrazoque leofrecíaRochester, apesardequeBuckingham,queestabamáscerca,lepresentabaelsuyo.

Entonces,Rochester,conmaldisimuladoorgulloquepenetróenelcorazóndel infeliz Buckingham, hizo atravesar a la princesa el puentecillo que latripulaciónhabíaechadodesdelabarcarealalaorilla.

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—¿AdóndesedirigeVuestraGracia?—preguntóRochester.

—Yalosabéis,milord,haciaesebuenParryqueandaerrante,comodecíamilordBuckingham,yquemebuscaconsusojosdebilitadosporlaslágrimasquehanderramadopornuestroinfortunio.

—¡Oh! ¡Dios mío! —dijo Rochester—. ¡Qué triste está hoy VuestraAlteza!¡Verdadesquetenemosaspectodeparecerlalocosgrotescos!

—Habladporvos,milord—interrumpióBuckinghamcondespecho—;yodesagradodetalmodoaSuAlteza,quenoleparezcoabsolutamentenada.

NiRochester ni la princesa contestaron; sólo se vio a ésta arrastrar a sucaballero con pasomás rápido;Buckingham quedó atrás y se aprovechó deeste aislamiento para entregarse, cubriéndose el rostro con el pañuelo, amorderlodetalsuertequehizopedazoslabatistaalaterceradentellada.

—Parry,buenParry—dijolaprincesaconvozdulce—;venporaquí;veoquemebuscasyteespero.

—¡Ah!Señora—exclamóRochester,yendocaritativamenteenauxiliodesucompañero,quesehabíaquedadoatrás,comohemosdicho—:siParrynoveaVuestraAlteza,elhombrequelesigueesunguíasuficiente,aunparaunciego;porque,verdaderamente,susojossonllamas;esunfanaldedoslucesesehombre.

—Iluminandounacaramuyhermosaymarcial—dijolaprincesa,decididaachocardefrentecontodaintención.

Rochesterseinclinó.

—Unadeesasfuertescabezasdesoldado,comosólosevenenFrancia—añadiólaprincesaconlaperseveranciadelamujerseguradelaimpunidad.

Rochester yBuckinghammiráronse comopara decirse: «¿Qué es lo quetiene?».

—VedloquequiereParry,señordeBuckingham—dijoladyEnriqueta.

Eljoven,queconsiderabaestaordencomounfavor,tomóánimoycorrióhaciaParry,queseguidodeD’Artagnanavanzabaconlentitudhacialanoblecomitiva, a causade suedad.D’Artagnanandaba lentaynoblemente, comodebía caminar D’Artagnan forrado con un tercio de millón, es decir, sindesfachatez,perosintimideztambién.CuandoBuckingham,quehabíatenidogranprestezaencumplirlaordendelaprincesa,lacualsehabíasentadoenunbanco de mármol, como cansada de los pocos pasos que acababa de dar,cuando Buckingham, decimos, estuvo a corta distancia de Parry, éste loconoció.

—¡Ah,milord!—dijosofocado—.¿QuiereVuestraGraciaobedeceraSu

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Majestad?

—¿Enqué,señorParry?—preguntóeljovenconciertafrialdad,templadaporeldeseodeagradaralaprincesa.

—El rey ruega a Vuestra Gracia presente el señor a lady EnriquetaEstuardo.

—¿Señordequé?—preguntóelduqueconaltivez.

No se ignora que D’Artagnan era propicio a enfurecerse, y el tono demilordBuckinghamlehabíadisgustado.Miróalcortesanoa laalturadesusojos, y dos relámpagos resplandecieron en su fruncido entrecejo. Despuéshaciendounesfuerzosobrésímismo:

—ElseñorcaballerodeD’Artagnan,milord—contestótranquilamente.

—Perdón,señor,esenombremedaaconocervuestronombre,ynadamás.

—¿Yesoquéquieredecir?

—Quieredecirquenoosconozco.

—Soymásfelizquevos,caballero—respondióD’Artagnan—,porqueyohe tenido el honor de conocermucho a vuestra familia, y particularmente amilord,duquedeBuckingham,vuestroilustrepadre.

—¿Mi padre? —dijo Buckingham—. En efecto, señor, ahora creo querecuerdo…¿ElseñorcaballerodeD’Artagnan,decís?

D’Artagnanseinclinó.

—¿No sois uno de esos franceses que tuvieron conmi padre relacionessecretas?

—Precisamente,señorduque,soyunodeesosfranceses.

—Entonces, caballero, permitidme os diga que extraño que mi padre,mientrasviviera,jamásoyesehablardevos.

—Oh,señor;perosíoyóhablarenelmomentodesumuerte;yofuiquienle hizo pasar pormedio del ayuda de cámara de la reinaAna deAustria elavisodelpeligroquecorría;pordesgraciaelavisollegódemasiadotarde.

—No importa, caballero —dijo Buckingham—, ahora comprendo que,habiendo tenido la intención de prestar un servicio al padre, vengáis areclamarlaproteccióndelhijo.

—En primer lugar, milord—contestó flemáticamente D’Artagnan—, yono reclamo laproteccióndenadie.SuMajestad el reyCarlos II, a quienhetenidoelhonordeprestaralgunosservicios (necesitodeciros, caballero,quehe pasado mi vida en esta ocupación), quiere honrarme con alguna

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benevolencia, y ha deseado que yo fuera presentado a lady Enriqueta, suhermana, a la cual tal vez tenga el honor de ser útil en lo venidero. SuMajestadsabíaqueestabaisenestemomentoalladodeSuAltezaReal,ymehadirigidoavospormediodeParry.Nohayaquíotromisterio.Yonoospidoabsolutamentenada,ysinodeseáispresentarmeaSuAlteza, tendréeldolordepasarmesinvosylaosadíadepresentarmeyomismo.

—Al menos, caballero, repuso Buckingham, que intentaba obtener laúltimapalabra,noretrocederéisanteunaexplicaciónprovocadaporvos.

—Yonoretrocedonunca,señor—replicóD’Artagnan.

—Puestoquehabéistenidorelacionessecretasconmipadre,¿sabéisalgúndetalleparticular?

—Esasrelacionesestányamuy lejosdenosotros,caballero,puesaúnnohabíaisnacidovos,yporunosdesgraciadosherretesdediamantesquerecibídesusmanosyllevéaFrancia,novalelapenadespertartantosrecuerdos.

—¡Ah! Caballero —murmuró vivamente Buckingham acercándose aD’Artagnan y tendiéndole la mano—, ¡conque sois vos! ¡Vos, a quién mipadrehabuscadotantoyquientantopodíaesperardenosotros!

—¡Esperar, señor! Ciertamente, ése es mi fuerte, y toda mi vida heesperado.

Duranteestetiempo,cansadalaprincesadenoverllegaralextranjero,sehabíalevantadoyaproximado.

—Almenos, señor—dijoBuckingham—,noesperaréisesapresentaciónquedemíreclamáis.

Entonces,volviéndoseeinclinándoseanteladyEnriqueta:

—Señora—ledijo—,SuMajestadvuestrohermanodeseaqueyotengaelhonordepresentaraVuestraAltezaalseñorcaballerodeD’Artagnan.

—ParaqueVuestraAltezatengaenélencasonecesariounauxiliosólidoyunamigoseguro—añadióParry.

D’Artagnanseinclinó.

—¿Tenéisalgomásquedecir,Parry?—preguntóladyEnriquetasonriendoaD’Artagnan,almismotiempoquedirigíalapalabraalantiguoservidor.

—Sí,señora;SuMajestaddeseaqueVuestraAltezaguardereligiosamenteen su memoria el nombre y que se acuerde del mérito del señor deD’Artagnan,aquienSuMajestaddebe,segúndice,haberrecobradosureino.

Buckingham;laprincesayRochestersemiraronasombrados.

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—Este es otro secreto —dijo D’Artagnan—, del cual según todaprobabilidad,nohablaréalhijodelreyCarlosIIcomohehechoavossobreelasuntodelosherretesdediamantes.

—Señora —dijo Buckingham—, el señor acaba, por segunda vez, deavivar en mi memoria un acontecimiento que excita de tal manera micuriosidad,quemeatrevoapedirospermisoparasepararleuninstantedevosyhablarlesobreelparticular.

—Estábien,milord,perodevolvedprontoalahermanaesteamigotanlealalhermano.

Yvolvióa tomarelbrazodeRochester,mientrasBuckinghamtomabaeldeD’Artagnan.

—¡Oh!Caballero—dijoBuckingham—,contadmetodoesesucesodelosdiamantesquenadiesabeenInglaterra,niaunelhijodequienfueelhéroe.

—Milord, sólo una persona tenía el derecho de relatar todo ese suceso,comovosdecís,yeravuestropadre;éljuzgóapropósitocallar,yyoospidoelpermisodeimitarle.

YD’Artagnaninclinósecómohombreenquienevidentementenohabíadehacermellaningunaclasedeinstancias.

—Puesto que es así, caballero —dijo el duque—, perdonadme laindiscreción,ysialgúndíayotambiénfueraaFrancia…

Yvolviólacaraparamiraralaprincesa,quenoseinquietabanadaporél,ocupadacomoestabaoparecíaestarlo,conlaconversacióndeRochester.

Buckinghamexhalóunsuspiro.

—¿Yqué?—preguntóD’Artagnan.

—DecíaquesialgunavezyotambiénfueseaFrancia…

—Iréis,milord—dijosonriendoD’Artagnan—,respondodeello.

—¿Yporqué?

—¡Oh!Tengoextrañasmanerasdepredicción;ycuandopredigo,raravezmeequivoco.ConquesivaisaFrancia…

—Pues bien, caballero; vos, a quien los monarcas piden esa preciosaamistadquelesdacoronas,meatreveréapedirosunpocodeesegraninterésqueprofesasteisamipadre.

—Milord—contestóD’Artagnan—,creedquemetendrépormuyhonradosi,allá,enFrancia,osdignáisacordarosdequemehabéisvistoaquí.Yahora,permitid…

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VolviéndoseentonceshacialadyEnriqueta:

—Señora—dijo—,VuestraAltezaeshijadeFrancia,y,porconsiguiente,esperovolveraverlaenParís.Unodemisfelicesdíasseráaquelenquemedeisunaordenquemerecuerdequenohabéisolvidadolasrecomendacionesdevuestroaugustohermano.

Y se inclinó ante la princesa, que le dio a besar su mano con actitudgraciosayregia.

—¡Ah!Señora—dijoenvozbajaBuckingham—,¿quédeberéhacerparaalcanzardeVuestraAltezasemejantefavor?

—Nosé,milord—respondióladyEnriqueta—;preguntádseloalseñordeD’Artagnan;éloslodirá.

CapítuloXXXVI

D’Artagnansaca,comohubierahechounhada,unacasaderecreodeuncajóndepino,comoporencanto

Las palabras del rey, con respecto al amor propio deMonk, sólo habíainspirado aD’Artagnanmediana aprensión.El teniente había tenido toda suvida el difícil arte de escoger a sus amigos, y cuando los había tomadoimplacables e invencibles, era que no había podido, bajo ningún pretexto,hacerotracosa.Maslospuntosdevistacambianmuchoenlavida,queesunalinternamágicacuyosaspectosalteratodoslosañoselojodelhombre.Deahíresultaque,delúltimodíadeunañoqueseveíablanco,alprimerdíadeotroqueseveránegro,sólohayunespaciodeunanoche.

DemodoqueD’Artagnan,cuandosaliódeCalaisconsusdiezsatélites,secuidabatanpocodeapoderarsedeGoliat,NabucodonosoruHolofernes,comodecruzarlaespadaconsureclutaodediscutirconsuposadera.Entoncesseparecíaalgavilánqueacometeenayunasauncordero.Elhambreciega.PeroD’Artagnan, satisfecho, rico, vencedor y orgulloso de un triunfo tan difícil,teníademasiadoqueperderparanocontarconlaprobablemalasuerte.

Pensaba,pues,alvolverdesupresentación,enunasolacosa,esdecir,encontemplar a un hombre tan temible como Monk, a un hombre a quientambién contemplaba Carlos, por más que fuese rey; porque apenasrestablecidoensutrono,elprotegidopodíateneraúnprecisióndeprotector,ynolenegaría,porconsiguiente,sillegabaelcaso,lamezquinasatisfaccióndedeportar al señor de D’Artagnan, o de encerrarle en alguna torre delMiddlesex, odehacerle dar unbaño en la travesía deDouvres aBoulogne.

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Talessatisfaccionessedandereyesavirreyessinulteriorconsecuencia.

Ni aun siquiera era menester que el rey fuese agente activo en estenegocio,enelqueMonktomaríalarevancha.ElpapeldelreyselimitaríamuysencillamenteaperdonaralvirreydeIrlandatodoloquehubierahechocontraD’Artagnan.NosenecesitabaotracosaparaponerenreposolaconcienciadelduquedeAlbemarle,queunteabsolvodichoriendo,oelgarabatodelCharles,theKing,trazadoenelextremoinferiordeunpergamino;yconaquellasdospalabras pronunciadas, o con estas tres escritas, el pobreD’Artagnan estabasiempreenterradobajolasruinasdesuimaginación.

Porotraparte,habíaunacosaquecausababastanteinquietudaunhombretanprevisorcomoeranuestromosquetero:veíasesolo,ylaamistaddeAthosnolebastabaparatranquilizarse.Ciertoquesisehubiesetratadodeunabuenadistribucióndeestocadas,elmosqueterohubieracontadoconsuamigo;pero,tratándose de delicadezas con un rey, cuando el tal vez de una casualidaddesgraciada viniera en ayuda de la justificación de Monk o de Carlos II,D’ArtagnanconocíabastanteaAthosparaestarsegurodequedejaríaenbuenlugarlalealtaddelquesobreviviera,contentándoseenvertermuchaslágrimassobrelatumbadelmuerto,ademásde,sielmuertoerasuamigo,componerleenseguidasuepitafioconlosmáspomposossuperlativos.

«Decididamente —decía para sí el gascón, y este pensamiento era elresultadodelasreflexionesqueacababadehacerenvozbajayquenosotrosacabamos de proferir en voz alta—, decididamente, es necesario que mereconcilie con el señorMonk y que yo adquiera la prueba de su completaindiferenciapor lopasado.Si, loqueDiosnopermita,éles todavíaastutoyreservadoen laexpresióndesusentimiento,entregomidineroaAthosparaque se lo lleve, y me quedo en Inglaterra todo el tiempo preciso paradescubrirlo,yluego,comotengoelojovivoylospiesligeros,encuantoveael primer signo hostil, tomo el portante y me oculto en casa de milord deBuckingham, que me parece un buen diablo en el fondo, y al cual, enrecompensadesuhospitalidad,cuento toda lahistoriade losdiamantes,queya sólopuedecomprometer auna reinavieja, la cualpuedepasar, siendo lamujerdeuncicaterocomoMazarino,porhabersidoenotrotiempolaqueridade un señor arrogante como Buckingham. ¡Diantre! Está dicho, y no mevenceráelseñorMonk.¡Además,unaidea…!».

Ya se sabe que, por regla general, no eran ideas lo que faltaba aD’Artagnan. Durante su monólogo, D’Artagnan habíase abotonado hasta labarba,nadaexcitabatantosuimaginacióncomolospreparativosauncombatecualquiera,quelosromanosllamabanaccinction.Llegó,pues,muysofocadoala posada del duque de Albemarle, y fue introducido en la habitación delvirrey con una celeridad quemanifestaba bien a fías claras era consideradocomodecasa.Monkestabaensudespacho.

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—Milord—le dijo D’Artagnan con esa expresión de franqueza que tanbiensabíaextenderporsurostroelastutogascón—,vengoapedirunconsejoaVuestraGracia.

Monk, abotonado moralmente, tanto como su antagonista físicamente,contestó:

—Pedid,querido.

Y su semblante presentaba una expresión no menos franca que la deD’Artagnan.

—Antetodo,milord,prometedmeindulgenciaysecreto.

—Prometoloquedeseéis.¿Quéhay?Decid.

—Hay,milord,quenoestoycompletamentecontentodeSuMajestad.

—¡Deveras!¿Cómoeseso?Hablad,miqueridoteniente.

—Porque el rey se entretiene muchas veces con bromas muycomprometidas para sus servidores, y la broma, milord, es un arma quelastimamuchoalagentedeespadacomonosotros.

Monk hizo grandes esfuerzos para no manifestar su pensamiento; peroD’Artagnanloacechabaconatencióndemasiadosostenidaparanodistinguirunimperceptibleruborensusmejillas.

—Loqueesyo—dijoMonk—,nosoyenemigodelasbromas,miqueridoD’Artagnan; mis soldados podrán deciros cuántas veces escuché en elcampamentoconlamayorindiferencia,yhastaconciertogusto,lascancionessatíricas que desde el ejército de Lambert pasaban al mío, y que sin dudahabríandespedazadolosoídosdeungeneralmássusceptiblequeyo.

—¡Ohmilord!—dijoD’Artagnan—.Séque sois unhombre completoyqueestáiscolocadohacemuchotiempoporencimadelasmiseriashumanas,mashaybromasybromas,yciertasdeellastienenelprivilegiodeirritarmedeunamaneraprodigiosa.

—¿Ypuedesabersecuálesson,mydear?

—Lasquesedirigencontramisamigosocontralaspersonasquerespeto,general.

Monkhizounmovimientoimperceptible,queadvirtióD’Artagnan.

—¿Y cómo —preguntó Monk a espina que araña a otro puede hacercosquillasenvuestrapiel?¡Contadmeeso!

—Veamos,Milord,voyaexplicárosloenunasolapalabra:setratadevos.

MonkdiounpasohaciaD’Artagnan.

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—¿Demí?—dijo.

—Sí,yheahíloquenopuedoexplicarme;talvezseaporfaltadeconocersucarácter.¿CómotieneSuMajestadcorazónparahacerburlaaunhombrequelehaprestadotantosytangrandesservicios?¿Cómocomprenderquesediviertaenindisponerunleóncomovosconunmosquitocomoyo?

—Nadadeesoveoyo—contestóMonk.

—¡Sí tal! En fin, el rey, que me debía una recompensa, y podríarecompensarme como a un soldado, sin imaginar siquiera esa historia delrescatequeosconcierne,milord…

—No —dijo Monk riendo—, no me concierne de ningún modo, os loaseguro.

—Yameconocéis,milord;yosoytandiscreto,queunsepulcropareceríahabladoramilado,pero…¿Comprendéis,milord?

—No—dijoMonk.

—Siotrosupieraelsecretoqueyosé…

—¿Quésecreto?

—¡Eh!Milord,esedesgraciadosecretodeNewcastle.

—¡Ah!¿ElmillóndelcondedelaFère?

—No,milord,no;laempresacontraVuestraGracia.

—Estuvomuybienjugada,caballero;nadahayquedecir;soishombredeguerra,valienteyastutoalavez,locualpruebaquereuníslascualidadesdeFabioyAníbal.Demodo,quehabéisusadodevuestrosmedios,delafuerzaydelaastucia;nadahayquedeciraesto,yescosamíaelgarantirmedeello.

—Noloignoro,milord,ynoesperabamenosdevuestraimparcialidad;sinohubiesemásqueel raptoen símismo, ¡pardiez!, esono seríanada;perohay…

—¿Qué?

—Lascircunstanciasdeeserapto.

—¿Cuáles?

—Biensabéisloquequierodecir,milord.

—¡No,Diosmecondene!

—Hay…laverdad,esmuydifícildedecir.

—¿Hay?

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—Puesbien,hayesediablodecaja.

Monksonrojósevisiblemente.

—¡Esa indignidad de caja—continuóD’Artagnan—; la caja de pino, yasabéis!

—¡Bueno!Lohabíaolvidado.

—Depino—siguióelmosquetero—,conagujerosparalanarizylaboca.Enverdad,milord,lodemáspodíapasar,¡perolacaja,lacaja!Decididamente,fueunabromapesada.

Monkserevolvíaentodossentidos.

—Y, sin embargo —añadió D’Artagnan—, que yo, un capitán deaventuras, haya hecho eso, esmuy sencillo, porque al lado de la acción, unpoco ligera, que he cometido, pero que puede excusarme la gravedad de lasituación,hesidocircunspectoyreservado.

—¡Oh!—murmuróMonk—.Osconozcomuybien,señordeD’Artagnan,yosaprecio.

D’ArtagnannoperdíadevistaaMonk,estudiandotodoloquepasabaensuinteriormientrashablaba.

—Peronosetratademí—repusoD’Artagnan.

—¿Pues entonces de quién se trata?—preguntóMonk que empezaba aimpacientarse.

—Setratadelrey,quejamáscontendrásulengua.

—¡Ybien!¿Quélehemosdehacer,sihabla?—dijoMonk,balbuciente.

—Milord—repuso D’Artagnan—, os suplico que no disimuléis con unhombrequehablatanfrancamentecomolohagoyo.Tenéisderechodeerizarvuestra susceptibilidad, por benigna que sea. ¡Qué diantre! El lugar de unhombre como vos, de un hombre que juega con cetros y coronas como ungitano con sus bolas, no era una caja así, como si se tratara de un objetocuriosodeHistoriaNatural;porque,finalmente,yacomprendéisqueseríacosaparahacerreventarderisaa todosvuestrosenemigos;ysois tangrande, tannobleygeneroso,queporfuerzadebéistenermuchos.Talsecretopuedehacermorirderisaalamitaddelgénerohumano,siseosrepresentaseenesacaja,ynoesdecentequeseríanasídelsegundopersonajedeestereino.

Monkperdiócompletamentesucontinenciaalaideadeverserepresentadoenlacaja.

Elridículo,comojuiciosamentehabíaprevistoD’Artagnan,causabaenélloquenilasaventurasdelaguerra,nilosdeseosdela,ambición,nieltemor

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delamuertehabíanpodidocausar.

—¡Bien!—pensóelgascón—.Tienemiedo:estoysalvado.

—¡Oh!¡Encuantoalrey—dijoMonk—,queridoD’Artagnan,elreynosechancearáconMonk,osloaseguro!

El brillo de sus ojos fue interceptado al paso por D’Artagnan.Monk sedulcificóalinstante.

—El rey —prosiguió—, es de un natural demasiado noble y tiene uncorazóndemasiadoelevadoparaquerermalaquienlehahechotantobien.

—¡Oh! Ciertamente —exclamó D’Artagnan—. Soy enteramente devuestraopiniónrespectoalcorazóndelrey,peronoencuantoasucabeza:esbueno,peroligero.

—SuMajestadnoseráligeroconMonk,estadtranquilo.

—¿Demodoquevosloestáis,milord?

—Poresapartealmenos,sí,perfectamente.

—¡Ah!Oscomprendo,estáistranquiloporpartedelrey.

—Yaoslohedicho.

—Pero¿noloestáistambiénporlamía?

—Me parece haberos asegurado que contaba con vuestra lealtad ydiscreción.

—Sinduda,sinduda;peroreflexionadunacosa…

—¿Cuál?

—Queyonosoysolo,quetengocompañeros,yqueéstos…

—¡Oh!Sí,losconozco.

—Pordesgracia,milord,ellostambiénosconocen.

—¿Yqué?

—Estánallá,enBoulogne,esperándome.

—¿Yteméis…?

—Sí,queenmiausencia…¡Cáscaras!Siestuvieseasu ladoresponderíadesusilencio.

—Razónteníayoendecirosqueelpeligro,sihabíapeligro,novendríadelrey,pormásdispuestoque seapara labroma, sinodevuestros compañeros,comoacabáisdedecir…

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Ser burlado por un rey, es cosa tolerable todavía; pero por unosgalopines…¡Goddam!

—Sí, entiendo, es insoportable; y por eso venía a deciros: milord, ¿nocreéisqueseríabuenoqueyomarchaseaFrancialomásprontoposible?

—Cierto,sicreéisquevuestrapresencia…

—¿Impongaatodosaquellostunos?¡Oh!Deesoestoycierto,milord.

—Perovuestrapresencianoimpediráqueseextiendaelrumorencasodequehayatranspiradoya.

—¡Oh!Noha transpirado,milord, os lo juro.Y en todo caso, creedqueestoydeterminadoaunacosa.

—¿Aqué?

—A romper la cabeza al primero que haya propagado el rumor y alprimero que lo haya extendido.Después de lo cual, regresaré a Inglaterra abuscarunasiloytalvezunempleoalladodeVuestraGracias.

—¡Oh!¡Volved,volved!

—Por desgracia, milord, a nadie conozco aquí sino a vos, y no osencontraréomehabréisolvidadoenvuestrasgrandezas.

—Escuchad,señordeD’Artagnan—respondióMonk—,soisuncaballeroapreciado,llenodeinteligenciayvalor,ymerecéistodaslasfortunasdeestemundo; venid conmigo a Escocia, y juro, haceros en mi virreinato unaposiciónquetodosenvidiarán.

—¡Oh!Milord,esoes imposible,porahora.Tengoundeber sagradoporcumplir: he de velar por vuestra gloria, impedir que un mal intencionadoempañealosojosdeloscontemporáneosy…¡quiénsabe…!talvezalosdelaposteridad,elbrillodevuestronombre.

—¿Delaposteridad,señordeD’Artagnan?

—¡Sí! Sin duda, es necesario que todos los pormenores de esta historiaseanunmisterioparalaposteridad;porque,enfin,admitidporuninstantequese esparciera la desgraciada historia de la caja de pino, y se diría, no quehabéis restablecido lealmenteal rey,envirtuddevuestro librealbedrío, sinoque fue a consecuencia de un compromiso celebrado entre vosotros dos enScheveningen.Yopudieradecirperfectamentecómosucedió lacosa,yoquelosé,sinembargo,nomecreerían,ysediríaquehabíanrecibidomipartedetortayquemelacomía.

Monkfruncióelentrecejo.

—Gloria,honor;honradez—dijo—.¡Nosoismásquepalabrasvanas!

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—Niebla—replicó D’Artagnan—, niebla por entre la cual jamás se vemuyclaro.

—¡Puesbien!EntoncesmarchadaFrancia,queridomío—dijoMonk—,id,yparahacerosaInglaterramásaccesibleyagradable,aceptadunrecuerdomío.

«¡Veamos,pues!»,pensóD’Artagnan.

—TengoaorillasdelaClyde—prosiguióMonk—,unacasitarodeadadeárboles,uncottage,comoaquíse llama,yuncentenardeargentasde tierra.Aceptadla.

—¡Ohmilord…!

—¡Pardiez!Allíestaréisenvuestracasa,yéseseráel refugiodequemehablabaisahorapoco.

—¡Cómo! ¿Os quedaré obligado hasta ese punto? En verdad… Meavergüenzodeello.

—No,señor—replicóMonkcondelicadasonrisa—;yosíqueosquedaréreconocido.

Y,estrechandolamanodelmosquetero:

—Voyahacerextenderelactadedonación—dijo.

Ysalió.

D’Artagnanlevioalejarseyquedópensativoyhastaemocionado.

—En fin—dijo—, he aquí un barbián. Lo sensible es que lo haga portemorynoporafectoamipersona.¡Puesbien,quieroquetambiénmetengaafecto!

Ydespuésdeuninstantedereflexiónmásprofunda,murmuró:

—¡Bah!¿Yparaqué?¡Esuninglés!

Ysalió,asuvez,algoaturdidodeaquelcombate.

—Conque—dijo—hemeaquípropietario.Pero¿cómodiantrehedepartiresaquintaconPlanchet?Amenosqueledélastierrasyyomequedeconlacasa,obienqueéltomelacasayyo…¡Vaya!¡ElseñorMonknosufriríaqueyodividieraunacasaqueélhahabitado,conunabacero!¡Esmuyorgulloso!Además, ¿para qué hablar de esto? Con el dinero de la sociedad no headquiridoelinmueble,sinoconmiinteligencia;luegoesmuymío.VamosenbuscadeAthos.

Ysedirigióhacialamoradadeéste.

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CapítuloXXXVII

D’Artagnanarreglaelpasivodelasociedadantesquesuactivo

–Decididamente—decía entre dientesD’Artagnan—, estoy de vena.Esaestrellaqueluceunavezenlavidadetodosloshombres,quelucióparaJobyparaIris,elmásdesgraciadodelosjudíosyelmáspobredelosgriegos,luceporfinparamí.Noharélocuras,ymeaprovecharédeella,puesyaestiempodeserrazonable.

AquellanochecenódemuybuenhumorconsucompañeroAthos,aquienno habló de la donación esperada; pero no pudo menos de preguntarle, almismotiempoquecomía,sobrelassiembrasyplantaciones;alocualcontestóAthoscomplacientecomosiempre.

SucreenciaeraqueD’Artagnanqueríahacersepropietario,yloúnicoquesentía era perder el humor vivo y las divertidas ocurrencias de su amigo.D’Artagnan, en efecto, aprovechaba el residuo de grasa cuajada en el platoparatrazarcifrasyhacersumasasombrosas.

La orden, o más bien la licencia para embarcarse, llegó aquella mismanoche. Mientras la entregaban al señor conde, otro mensajero daba aD’Artagnanunrollodepergaminocon todos lossellosconquese reviste lapropiedad territorial en Inglaterra.Athos le sorprendió entretenido enhojearestosdiversosdocumentosqueestablecíanlatransmisióndelapropiedad.ElprudenteMonk,otrosdiríanelgenerosoMonk,habíaconmutadoladonaciónenunaventa,yreconocíahaberrecibidoquincemillibrascomopreciodelacesión.

Yaelmensajerosehabíaeclipsado.D’Artagnanseguíaleyendo,Athoslemirabasonriente.Elmosquetero,sorprendiendounadeaquellassonrisasporencimadesuhombro,guardóelrolloensuestuche.

—Perdonad—dijoAthos.

—¡Oh!Nosoisindiscreto,amigo—replicóelteniente—;quisiera…

—Nomedigáisnada,osloruego,lasórdenessoncosastansagradas,queelencargadodeellasnodebedecirunapalabraniasuhermanoniasupadre.Demodoqueyomismo,queosamomástiernamentequeunhermano,queunpadreyquetodolodelmundo…

—¿AexcepcióndeRaúl?

—Más aún amaré aRaúl cuando le haya vistomanifestarse en todas lasfasesdesucarácterydesusactos…comooshevistoavos,amigomío.

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—¿Conque decíais que también vos tenéis una orden y que no me laparticiparéis?

—Sí,querido.

Elgascónsuspiró.

—Hubountiempo—dijo—enqueesaordenlahubieraispuestoahí,sobreesamesa,diciendo:«D’Artagnan,leednoseselogogrifoaPorthos,aAramisyamí».

—¡Esverdad…!¡Oh!¡Eralajuventud,laconfianza,laedadgenerosaenlacualmandalasangrecuandosecalientaporlaspasiones!

—Puesbien,Athos,¿deseáisqueosdigaunacosa?

—Hablad,amigomío.

—Ese tiempo adorable, esa edad generosa, esa dominación de la sangrecaliente,todasesascosasmuybellas,sinduda,nolassientolomásmínimo.Me sucede con eso lo que con el tiempo en que estudiaba… Siempre heencontradoenalgunaparteuntontoparaponderarmeesaépocadecastigos,dedisciplinasydecortezasdepanseco…¡Essingular!Nuncamehangustadoesascosas;yporactivoysobrioquefuese(ybiensabéisque losoy),yporsencillo que pareciese en mi traje, no por eso, he dejado de preferir losbordadosdePorthosamicasaquillaporosa,quedejabapenetrarelcierzoeninvierno y el sol en estío. Ya veis, querido, siempre desconfiaré de quienpretendapreferirelmalalbien.Todofuemalparamíenlostiempospasados,cuandocadamesveíaunagujeromásenmipielyenmicasaca,yunescudode oro menos en mi pobre bolsa. Nada echo de menos de aquel tiempoexecrable sino nuestra amistad, porque tengo aquí un corazón; y, cosamilagrosa,estecorazónnofuedesecadoporelvientodelamiseriaquepasabaa través de los agujeros de mi capa, ni ensartado por las espadas de todaconstrucciónquepasabanatravésdelosagujerosdemipobrecarne.

—No temáis por nuestra amistad—dijoAthos—porque nomorirá sinoconnosotros.

Laamistad secomponede recuerdosydecostumbres,y sihabéishechoahorapocounasátiradelamía,porquehevaciladoenmanifestaronlamisiónquellevoaFrancia…

—¿Yo…?¡Cielos!¡Sisupieseiscuánindiferentesvanasermeahoratodaslasmisionesdelmundo!

Athosselevantódelamesayllamóalposaderoparapagarleelgasto.

—Desdequesoyamigovuestro—dijoD’Artagnan—,nuncahepagadounescote. Porthos lo hacía amenudo, Aramis alguna que otra vez, y vos casi

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siempregastabaishastalaúltimablanca.Ahoraquesoyrico,voyaversiesheroicopagar.

—Hacedlo—repusoAthosguardándosesubolsa.

Enseguida se encaminaron los dos amigos al puerto, no sin queD’Artagnan hubiese mirado atrás para vigilar el transporte de sus amadosescudos. La noche acababa de tender su velo sobre las amarillas aguas delTámesis; se oía ese ruido de cuerdas y poleas, precursor de la franquía quetantasveceshabíahecholatirelcorazóndelosmosqueteros,cuandoelpeligrodel mar era el menor de todos los que iban a desafiar. Esta vez debíanembarcarse en un gran buque que los aguardaba enGravesend, yCarlos II,siempredelicadoenlascosaspequeñas,habíaenviadounodesusyacht,condocehombresdesuguardiaescocesa,afindehacerhonoralembajadorqueenviabaaFrancia.Amedianocheyahabíapasadoelyachtasuspasajerosabordodelnavío,yalasochodelamañanadesembarcabaéstealembajadoryasuamigoenelmuelledeBoulogne.

En tanto que el conde se ocupaba con Grimaud de los caballos para irderechoaParís,D’Artagnancorríaalaposada,dondesegúnsusórdenesdebíaaguardarlesureducidoejército.Aquellosseñoresdesayunabanostras,pescadoy aguardiente aromatizado, cuando se presentó D’Artagnan. Todos estabanmuyalegres,peroningunohabíatraspasadoloslímitesdelarazón.Unhurradejúbiloacogióalgeneral.Aquíestoy—dijoD’Artagnan—;estáterminadalacampaña,yvengoatraeroselsuplementodesoldadoprometido.

Todoslosojosbrillaron.

—Apuesto a que ya no hay cien librasen la escarcela del más rico dévosotros.

—¡Esverdad!—exclamaronacoro.

—Señores —dijo entonces D’Artagnan, ésta es la última consigna. Eltratadodecomerciosehaconcluido,graciasalgolpedemano,quenoshizodueñosdelhacendistamáshábildeInglaterra;puesahora,hedeconfesarlo,elhombreaquiensetratabaderobareraeltesorerodelgeneralMonk.

Esta palabra de tesorero produjo cierto efecto en su ejército; masD’ArtagnannotóqueúnicamentelosojosdeMennevillenomanifestabanunafecompleta.

—A ese tesorero —prosiguió D’Artagnan—, le he conducido a terrenoneutral,aHolanda;lehehechofirmarelcontrato,yyomismolehevueltoallevaraNewcastle,ycomodebióquedarsatisfechodenuestraconductaconél, porque el cofre de pino siempre era llevado sin sacudidas y estabaacolchado;hepedidounagratificaciónparavosotros.Aquíestá.

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Y echó un saco respetable sobre el mantel. Todos tendieroninvoluntariamentelamano.

—¡Un instante, corderos míos!—dijo D’Artagnan—. Si hay beneficios,tambiénhaycargas.

—¡Oh,oh!—exclamólareunión.

—Amigosmíos, nosotros vamos a encontrarnos en una posición que noseríasostenibleentregentesinjuicio;yohabloclaro:estamosentrelahorcaylaBastilla.

—¡Oh,oh!—repusoelcoro.

—Estoesfácildecomprender.HasidonecesarioexplicaralgeneralMonkla desaparición de su tesorero, y para esto he aguardado el momentoinesperadodelarestauracióndelreyCarlos,queesunodemisamigos.

El ejército cambió una mirada de satisfacción con la mirada bastanteorgullosadeD’Artagnan.

—Restauradoelrey,hedevueltoalseñorMonksuhombredenegocios,unpocodesplumado, es cierto, pero al fin se lohedevuelto.El generalMonk,perdonándome, porque me ha perdonado, no ha podido menos de decirmeestaspalabras,que,encargoacadaunodevosotrosgrabeaquíentrelosojosybajo la bóveda del cráneo: «Caballero, la broma puede pasar, pero,naturalmente, no me gustan las bromas; si una palabra siquiera de lo quehabéishecho(comprendéis,señordeMenneville)saledevuestroslabios,odelos labios de vuestros compañeros, tengo en mi gobierno de Escocia y deIrlandasetecientascuarentayunahorcasdemaderadeencina,claveteadasyuntadasdesebotodaslassemanas.Regalaré,pues,unadeestashorcasacadaunodevosotros;ynotadbienesto,queridoseñordeD’Artagnan—añadió—(notadlo tambiénvos,apreciableseñordeMenneville), todavíamequedaránsetecientastreintaparamisplaceressecundarios.Además…».

—¡Ah,ah!—gritaronlosauxiliaresdeD’Artagnan—.¿Haymástodavía?

—Unamiseriamás:«SeñordeD’Artagnan,heremitidoalreydeFranciael tratado en cuestión, con una sola súplica para que haga en cerrarprovisionalmente en la Bastilla, y después enviarme aquí a todos los quetomaronparteenlaexpedición,yéstaesunasúplicaalaqueaccederáelrey».

Ungritodeterrorpartiódetodoslosángulosdelamesa.

—¡Pero,bah!—exclamóD’Artagnan—.EsevalienteMonksehaolvidadodeunacosa,yesquenosabeelnombredeningunodevosotros;sóloyoosconozco, y ya calcularéis que no seré yo quien os venda. ¿Para qué? Yosupongoquenuncaseréisbastanteneciosparadenunciarosvosotrosmismos,porqueentonces,elrey,paraahorrarselosgastosdealimentoyhabitación,os

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enviaríaaEscocia,dondesehallanlassetecientascuarentayunahorcas.Estoesloquepasa,señores.Yahora,yanotengounapalabraqueañadiraloqueacabodetenerelhonordedeciros.Estoysegurodequesemehacomprendidoperfectamente;¿noescierto,señordeMenneville?

—Perfectamente—replicóéste.

—Ahora, los escudos —exclamó D’Artagnan—. Cerrad las puertas. Yabrióelsacosobrelamesa,dondecayeronmuchosescudosdeoro.Cadacualhizounmovimientohaciaellos.

—¡Poco a poco! —dijo D’Artagnan—. Que nadie se mueva, y haré lacuenta.

Enefecto,diocincuentadeaquellosescudosacadauno,y recibió tantasbendicionescomomonedashabíaentregado.

—Ahora —dijo—, si os fuese posible arreglaros un poco, si pudieraishacerosbuenosyhonrados…

—Dificililloes—dijounodelosasistentes.

—¿Porquédecíseso,capitán?—dijootro.

—Lo digo porque si os hallara por ahí… ¿quién sabe…? regresadlos decuandoencuandoconalgunapropina…

EhizounaseñaaMenneville,queloescuchabaconairereservado.

—Menneville—dijo—, venid conmigo.Adiós, valientes; os recomiendoseáisdiscretos.

Menneville lesiguió,en tantoque lossaludosde losotrosseconfundíanconeldulceruidodeloroquesonabaensusbolsillos.

—Menneville—dijoD’Artagnancuandoestuvieronenlacalle—,nosoistonto,y tenedcuidadodenoconvertirosen tal;nomeproducíselefectodequetengáismiedoalashorcasdelseñorMonk,nialaBastilladeSuMajestadLuisXIV,peromeharéislagraciadetenerlodemí.Puesbien,oíd:alamenorpalabraqueseosescape,osmatarécomoaunpollo.TengolaabsolucióndelPapa.

—Osaseguroquenoséabsolutamentenada,señordeD’Artagnan,yquetodasvuestraspalabrassonartículosdefeparamí.

—Bien seguro estaba yo de que sois un muchacho de talento—dijo elmosquetero—; hace veinticinco años que os he juzgado. Estos cincuentaescudos de oro que os doy como plus, os probarán al afecto que os tengo.Tomad.

—Gracias,señordeD’Artagnan—dijoMenneville.

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—Con esto ya podéis ser realmente un hombre de bien —repusoD’Artagnancon tonomás serio—.Seríavergonzosoqueun talento comoelvuestro,yunnombrequenoosatrevéisallevar,seencontrasenborradosparasiempre bajo el orín de una vida mala. Haceos un hombre honrado,Menneville, y vivid un año con, esos cien escudos de oro, es una bonitacantidad:dosveceselsueldodeunoficialdegraduación.Idavermedentrodeunañoy¡diantre!harédevosalgunacosa.

Menneville juró, como habían hecho sus camaradas, sermudo como unsepulcro. Y, sin embargo, preciso es que alguien haya hablado; y como sindudanohansidolosnuevecompañeros,niMennevilletampoco,necesarioesquefueraD’Artagnan,quien,comogascón,teníalalenguamuycercadeloslabios.Porque,sinoél,¿quiénhabíadeser?¿Ycómohabíadeexplicarseelsecretodelacajadepinoagujereadaquedemaneratancompletahallegadoanosotros, como ha podido verse, y cuya historia hemos referido con tanminuciosospormenores?Pormenoresqueporlodemásiluminanconclaridadtan nueva como inesperada toda esa parte de la historia de Inglaterra,abandonadahastahoyenlaobscuridadporlos,historiadores.

CapítuloXXXVIII

DondesevecómoelabacerofrancéssehabíayarehabilitadoenelsigloXVII

Hechasyasuscuentasysusrecomendaciones,sólopensóD’ArtagnanenvolveraParísloantesposible.Athos,porsuparte,tambiéndeseabaregresaracasaydescansarunpoco.

Pormásenterosquehayanquedadoelcarácteryelhombredespuésdelasfatigasdeunviaje,elviajeroveconplacer,alfindeldía,ymuchomássieldíahasidoespléndido,quelanochevaaproporcionarleunpocodesueño.AsíesquedesdeBoulogneaParís,cabalgandolosdosamigosunojuntoaotro,untanto absortos en sus pensamientos individuales, no hablaron cosas bastanteinteresantes para qué enteremos de ellas al lector; entregados ambos a susreflexionespersonales,yconstruyéndoseelporvenirasumanera,seocuparonprincipalmente en acortar la distancia por medio de la celeridad. Athos yD’Artagnan llegaron en la noche del cuarto día después de su salida deBoulogne,alasbarrerasdeParís.

—¿Dóndevais,amigo?—preguntóAthos.

—Yovoyderechoamicasa.

—Yyoderechoalademiconsocio.

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—¿AcasadePlanchet?

—Sí,buenamigo,al«PilóndeOro».

—Porsupuesto,nosvolveremosaver.

—SiestáisenParís,sí;porqueyomequedo.

—No; después de haber abrazado aRaúl, a quien he citado enmi casa,salgoinmediatamenteparalaFère.

—Entonces,adiós,buenamigo.

—Hasta más ver, diréis mejor, pues no sé por qué me parece que osvendréis a vivir conmigo a Blois. Ya que sois libre, ya que sois rico, oscompraré,sigustáis,unabuenahaciendaenlascercaníasdeChevernyoenlasdeBracieux.Porunaparte,tendréislosbosquesmáshermososdelmundo,quevanaunirseconlosdeChambord,yporotra,huertasadmirables.Vos,aquientantoplace la caza,yquedegradoopor fuerza soispoeta, encontraréis allífaisanes, codornices y cercetas, sin contar puestas de sol y paseas en barca,quecausaríanenvidiaaNemrodyalmismoApolo.EsperandolaadquisiciónhabitaréisenlaFère,eiremosalevantarlamaricaenlasviñas,comohacíaelreyLuisXIII.Esunmoderadoplacerparaviejoscomonosotros.

D’ArtagnantomólasmanosdeAthos.

—Amigomío—ledijo—,noosdigoquesí,niqueno.DejadmepasarenParís el tiempo indispensable para arreglar todos mis asuntos, y paraacostumbrarmepocoapocoalapesadaybrillanteideaqueagitamicerebro.Soyrico,yalosabéis,ydeaquíaquemehayaacostumbradoalariqueza,meconozco, seré un animal insoportable. Ahora bien, tampoco soy tan bestiacomoparacarecerdeespírituanteunamigocomovos,Athos.Elvestidoeshermosoyricamentedorado,peronuevo,ymemolestaenlassisas.

Athossonrió.

—Sea loquequeráis—dijo—;pero apropósitode esevestido, ¿queréisqueosdéunconsejo,amigoD’Artagnan?

—¡Oh!Conmuchogusto.

—¿Ynoosenfadaréis?

—¡Vamos!

—Cuandolariquezallegatardeydepronto,hayquehacerseavaroparanocambiar, es decir, es preciso no gastarmuchomás dinero del que uno teníaantes,ohacersepródigoytenertantasdeudasquevuelvaaserpobre.

—¡Ah! Eso que me decís se parece mucho a un sofismo, mi queridofilósofo.

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—Nolocreo.¿Tratasteisdeacerosavaro?

—¡No tal! Yo lo era antes de tener nada. Cambiemos. Entonces, sedpródigo.

—Todavíamenos, ¡diantre! Las deudasme espantan. Los acreedoresmerepresentanconanticipaciónlosdiablosquerevuelvenaloscondonadosenlasparrillas; y como la paciencia no es mi virtud dominante, siempre tengotentacionesdezurraralosdiablos.

—Soiselhombremássabioqueconozco,ynotenéisquerecibirconsejosde nadie. Locos serían los qué creyesen que podrían engañaros alguna vez.Pero¿noestamosenlacalledeSanHonorato?

—Sí,queridoamigo.

—¿Distinguísalláabajo,alaizquierda,unacasitablanca?Puesallítengomialojamiento.Notaréisquesóloconstadedospisos;yoocupoelprimero,yelotroestáalquiladoaunoficialcuyoservicioletienefueradeParísochoonueve meses al año; de modo que estoy en esa casa como en la mía, aexcepcióndelgasto.

—¡Oh! ¡Qué bien os arregláis, Athos! ¡Qué orden! Eso es lo que yodesearíareunir,peroquéqueréis,esoesdenacimientoynoseadquiere.

—¡Adulador!Vamos, adiós, amigo.A propósito, dad un recuerdo demiparteaPlanchet.Seguirásiendounmozodetalento,¿verdad?

—Ydecorazón,Athos.¡Adiós!

Separáronse.Durante esta conversaciónD’Artagnan no había perdido devistaunsegundociertocaballodecarga,encuyoscanastos,ydebajodeunapocadepaja,seextendíanlossaquillosenqueestabaeldinero.Lasnuevedela noche daban en Saint-Merri, y losmozos de Planchet cerraban la tienda.D’Artagnanparóalpostillónqueguiabaelcaballodecargaenlaesquinadelacalle de los Lombardos, debajo de un cobertizo, y llamando a uno de loscriados dePlanchet, le encargóque guardase, no sólo los dos caballos, sinotambiénalpostillón;despuésdelocualentróencasadelabacero,queacababadecomeryque,ensuentresueloconsultabaconansiedadelcalendario,enelcualborrabatodaslasnocheseldíaqueacababadepasar.

Enelinstanteenque,segúnsucostumbrecotidiana,borrabaPlanchetconlaplumaeldíatranscurrido,D’Artagnanpusoelpieenelumbraldelapuertayelchoquehizosonarsusespuelas.

—¡Ah!¡Diossanto!—exclamóPlanchet.

Eldignoabaceronopudodecirmás,puesacababadevera suconsocio.D’Artagnan entró con la cabeza inclinada y los ojos tristes.El gascón tenía

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unaidearespectoaPlanchet.

—¡BuenDios!—dijoelabaceromirandoalcaminante—.¡Estátriste!

Elmosqueterosesentó.

—QueridocaballerodeD’Artagnan—dijoPlanchetconhorribles latidosdecorazón,yaestáisaquí,¿cómovadesalud?

—Bastantebien,Planchet—dijoD’Artagnandandounsuspiro.

—Esperonohabréissidoherido…

—¡Psch!

—¡Ah!—prosiguióPlanchetcadavezmásalarmado—.¿Laexpediciónhasidodura?

—Sí—contestóD’Artagnan.

UnestremecimientocorrióportodoelcuerpodePlanchet.

—Beberíadebuenagana—observóelmosqueteroalzandolastimeramentelacabeza.

Planchetcorrióporsímismoalarmarioysirvióalmosqueterovinoenungranvaso.D’Artagnanmirólabotella.

—¿Quévinoesese?—dijo.

—Elquepreferís,señor—dijoPlanchet—;esebuenvinoañejodeAnjouqueundíaporpoconoscuestacaroatodos.

—¡Ah!—replicóD’Artagnancon tristesonrisa—.PobrePlanchet,¿debotodavíabeberbuenvino?

—Vamos,señor—dijoelabacero,haciendoungranesfuerzo,mientrassusmúsculoscontraídos,lapalidezyeltemblormanifestabanlamásvivaangustia—.Vamos, he sido soldado, y por tanto tengovalor; nomehagáis padecer,señordeD’Artagnan;sehaperdidonuestrodinero,¿noesasí?

Antesde responder,D’Artagnan se tomó tiempo, un siglopara el infelizabacero.Sinembargo,nohabíahechomásquerevolverseensusilla.

—Ysifueseasí—dijomoviendolacabezadearribaabajo—,¿quédiríais,pobreamigomío?

Planchet,depálidoqueestabapúsoseamarillo.Hubiérasedichoqueibaatragarselalengua,puestantosehinchabasugargantaytantoseenrojecíansusojos.

—¡Veintemillibras!—exclamó—.¡Veintemillibras!

D’Artagnan, con el cuello y las piernas estirados y los brazos caídos,

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parecíalaestatuadeldecaimiento.Planchetarrancóundolorososuspirodelascavidadesmásprofundasdesupecho.

—Vamos —dijo—, ya sé lo que hay. Seamos hombres. Esto se acabó,¿verdad?Loprincipales,señor,quehayáissalvadolavida.

—Sinduda,lavidaesalgo;peroentretantomehearruinado.

—¡Pardiez!Señor—dijoPlanchet—,siesasí,nohayquedesesperarse;osmetéisaabaceroconmigo,osasocioamicomercio,dividimoslasganancias,y cuandonohayaganancias, entoncespartiremos las almendras, loshigosylasciruelaspasas,yroeremosjuntoselúltimopedazodequesodeHolanda.

D’Artagnannopudoresistirmás.

—¡Pardiez!—exclamóconmovido—.¡Eresunbravomozo,Planchet,pormi honor!Veamos, ¿no has representado una comedia? ¿No has visto en lacalle,bajoelcobertizo,elcaballodelossacos?

—¿Quécaballo?¿Quésacos?—dijoPlanchet,cuyocorazónseconmovióalaideadequeD’Artagnansevolvieseloco.

—¡Toma! ¡Los sacos ingleses, pardiez! —dijo D’Artagnan radiante ytransfigurado.

—¡Ah! ¡Dios santo! —articuló Planchet, retrocediendo ante el fuegodeslumbradordesusmiradas.

—¡Imbécil!—exclamóD’Artagnan—.Mecreesloco.¡Diantre!Jamás,porel contrario, he tenido la cabezamás sana, ymás alegre el corazón. ¡A lossacos,Planchet;alossacos!

—¡Pero, qué sacos, Dios santo! D’Artagnan empujó a Planchet hacia laventana.

—Debajodelcobertizo,allí—ledijo—,¿nodistinguesuncaballo?

—Sí.

—¿Novesqueestácargado?

—Sí,sí.

—¿Vesaunodetusmozosqueconversaconelpostillón?

—Sí,sí,sí.

—¡Pues bien! Tú sabes el nombre de ese mozo, puesto que es tuyo;llámalo.

—¡Abdón!¡Abdón!—llamóPlanchetporlaventana.

—Traeelcaballo—leapuntóD’Artagnan.

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—¡Traeelcaballo!—gritóPlanchet.

—Ahora, diez libras al postillón—exclamóD’Artagnan con el tono quehubiera usado para mandar una revolución, dos mozos para subir los dosprimerossacos,otrosdosparasubirlossegundos,yvivo,¡votova!

—¡Actividad!

Planchetseprecipitóporlaescalera,comosieldiablolehubieramordidoenlaspantorrillas.Unmomentodespuéslasubíanlosmozos,dobladosbajoelpeso que conducían. D’Artagnan los mandó a su zaquizamí, cerrócuidadosamente la puerta, y dirigiéndose a Planchet, que a su vez se volvíaloco:

—Ahoranosotrosdos—ledijo.Yextendióenelsuelounagrancobertera,vaciandoencimael primer saco.Otro tantohizoPlanchet conel segundo,ydespués rompió el tercero D’Artagnan, valiéndose de un cuchillo. CuandoPlanchetoyóelseductorruidodelaplatayeloro,cuandoviorelucirfueradelsaco losbrillantes escudosque saltaban comopeces fuerade la red, cuandosintió llegar hasta sus pantorrillas aquella marea de monedas amarillas yplateadas,leacometióunaespeciededesmayo,diounavueltasobresímismo,comoheridoporelrayo,ysedejócaerpesadamentesobreelenormemontóndemonedas,que,bajosupeso,resonóenlaestanciaconindescriptibleruido.

Planchet había perdido el conocimiento, sofocado por la alegría.D’Artagnan le echó un vaso de vino blanco a la cara, lo cual le volvió almomentoalavida.

En aquel tiempo, lo mismo que hoy, los abaceros llevaban bigote decaballeroybarbadelansquenete;solamentelosbañosdedinero,yamuyrarosentonces,sehanhechocasidesconocidoseneldía.

—¡Cáscaras!—dijoD’Artagnan—.Aquíhaycienmillibrasparavos,miseñorconsocio.

—¡Oh! ¡Qué hermosa cantidad! Señor de D’Artagnan, ¡qué hermosacantidad!

—Hace media hora hubiera sentido un poco darte esa cantidad; pero alpresente ya no lo siento, porque eres un abacero barbián, Planchet. Vaya,hagamos buenas cuentas, porque, como dicen, las buenas cuentas hacen losbuenosamigos.

—¡Oh!Contadmeprimerotodalahistoria—dijoPlanchet—;esodebeseraúnmásbonitoqueeldinero.

—Nodigoqueno,afemía—replicóD’Artagnanacariciándoseelbigote—,ysialgunavezpiensaenmíunhistoriadorparareferirla,bienpodrádecirquenobebióenmalafuente.Escúchame,pues,Planchet,voyacontártela.

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—Y yo a hacer montones de monedas —dijo Planchet—. Comenzad,queridopatrón.

—¡Ea!—dijoD’Artagnantomandoaliento.

—Vamos—dijoPlanchet,cogiendoelprimerpuñadodeescudos.

CapítuloXXXIX

EljuegodeMazarino

En un salón del palacio real, tapizado de terciopelo obscuro, que hacíaresaltarlasmoldurasdoradasdeungrannúmerodehermososcuadros,seveíalanochemismadelallegadadenuestrosdosviajerosatodalaCortereunidaantelaalcobadelcardenalMazarino,queconvidóajugaralreyyalareina.

Unbiomboseparaba tresmesaspuestasenel salón,enunade lascualesestabansentadoselmonarcaylasdosreinas.LuisXIV,sentadoenfrentedesujoven esposa, sonreía con expresión de soberana felicidad. Ana de Austriajugaba contra el cardenal, y su nuera le ayudaba cuando no sonreía con sumarido.El juegodel cardenal lo llevaba la condesadeSoissons, y acostadoaquélensulecho,conelsemblantedemacradoylánguido,fijabaenlascartasunamiradaincesante,llenadeinterésydecodicia.

ElcardenalsehabíahechoacicalarporBemouin;peroelcolorete,quesólobrillaba en sus pómulos, hacía resaltarmuchomás la enfermiza palidez delresto de su rostro y el luciente amarillo de su frente. Tan sólo sus ojos deenfermoteníanunbrillomásvivoquedecostumbre,ysobreellossefijabandevezencuando lasmiradas inquietasdeSuMajestad,de la reinayde loscortesanos.

El hecho es que los ojos del signor Mazarino eran las estrellas más omenos resplandecientes sobre las cuales leía su destino la Francia del sigloXVIIcadanocheycadamañana.

Su Eminencia no ganaba ni perdía, y por lo mismo, ni estaba alegre nitriste. Esta era una quietud en la cual no hubiese querido dejarle Ana deAustria, que teníamuchacompasiónpor él;maspara llamar la atencióndelenfermo con cualquier golpe brillante, hubiera sido preciso ganar o perder.Ganar era peligroso, porqueMazarino hubiera cambiado su indiferencia poralgúngestodesagradable; perder era tambiénpeligroso, porquehubiera sidonecesario hacer trampas y la infanta que vigilaba el juego de su suegra, sehabríaadmiradodesusbuenasdisposicioneshaciaMazarino.

Los cortesanos conversaban aprovechándose de esta calma. El señor

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Mazarino,cuandonoestabademalhumor,eraunpríncipebenigno,yél,queanadieimpedíacantarcontalquelepagaran,noerabastantetiranoparaevitarquesehablase,contaldequesedecidiesenaperder.

Charlábase, pues. En la primeramesa el joven hermano del rey, Felipe,duquedeAnjou,mirabasulindafiguraenelespejodeunacaja.Sufavorito,elcaballerodeLorena;apoyadoenelsillóndelpríncipe,escuchabaconsecretaenvidiaalcondedeGuiche,otrofavoritodeFelipe,querelatabaentérminosescogidos las diversas vicisitudes de fortuna del rey aventurero Carlos II.Refería, como sucesos fabulosos, toda la historia de sus peregrinaciones enEscocia, sus terrores cuando las partidas enemigas seguíanle la pista, lasnoches pasadas en los árboles y los días de hambre y de combates. Poco apoco lahistoriadeestedesgraciadoreyhabía interesado tantoa losoyentes,que el juego se hacía lánguido, aun en la mesa real, y el joven monarca,pensativoysinprestaratenciónalparecer,seguíalosmenoresdetallesdeestaodisea,pintorescamentecontadaporelcondedeGuiche.

LacondesadeSoissonsinterrumpióalnarrador,diciéndole:

—Confesad,condequeestáisglosando.

—Señora, solamentecitocomoun loro lashistoriasquemehancontadodiferentesingleses,yaundiréquesoytextualcomounacarpeta.

CarlosIIhabríamuertosihubierasufridotodoeso.

LuisXIValzósuinteligenteyorgullosacabeza.

—Señora—dijoconvozreposada,queaúnrevelabaalniño tímido—,elseñorcardenalosdiráquedurantemiminoridadhanestadoa laventura losasuntosdeFrancia…yquesiyohubiesesidomayorhabríatenidoqueecharmanoalaespadahastapormicena.

—Gracias a Dios—repuso el cardenal, que hablaba por vez primera—,VuestraMajestadexagera,puessucomidasiemprehaestadococidaapuntoconladesusservidores.

Elreysesonrojó.

—¡Oh!—murmuródesde su asientoFelipe aturdidamente y sin dejar demirarse—.Yomeacuerdoqueunavez,enMelun,nosehabíapuestocomidaparanadie,yqueelreysecomiólasdosterceraspartesdeunpedazodepan,entregándomelaotra.

Viendosonreíralcardenal,todalaasambleaseechóareír.Alosreyesselesadulaconelrecuerdodeunaangustiapasadacomoconlaesperanzadeunafortunafutura.

—DeaquídeduciremosquelacoronadeFranciahaestadosincesarbien

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sostenidaenlacabezadesusreyes—seapresuróaañadirAnadeAustria—,yqueesacoronahacaídodeladelsoberanodeInglaterra;ycuandoporventuraoscilabaunpocoesamismacorona,porquealgunasveceshay tembloresdetrono, como hay temblores de tierra, cada vez, digo, que la rebeliónamenazaba,unabuenavictoriadevolvíalacalma.

—Conalgunoslloronesmásparalacorona—dijoMazarino.

ElcondedeGuichesecalló,elreycompusosurostro,yMazarinocruzóuna mirada con Ana de Austria, como para darle las gracias por suintervención.

—Noimporta—dijoFelipealisándoseloscabellos—;miprimoCarlosnoeshermoso,peroesvaliente,porquesehabatidocomounleón,ysicontinúabatiéndose de estemodo, nadie duda que concluya por ganar, una batalla…comoRocroy…

—Notienesoldados—replicóelcaballerodeLorena.

—ElreydeHolanda,sualiado,selosdará.LoqueesyobienseloshabríadadosifuesereydeFrancia.

LuisXIVsonrojóseexcesivamente.

Mazarinoafectómirarsujuegoconmásatenciónquenunca.

—Aestashoras—repusoelcondedeGuiche—,estáconsumadalafortunadeesteinfelizpríncipe.SihasidoengañadaporMonkesperdido,ylaprisiónolamuertetalvezacabaránloqueeldestierro,lasbatallasylasprivaciones,habíanempezado.

Mazarinofruncióelentrecejo.

—¿Escosacierta—dijoLuisXIV—,queelreyCarlosIIhayasalidodeLaHaya?

—Muy cierto,Majestad—replicó el joven—.Mi padre ha recibido unacartaque leda lospormenoresdelhecho;hasta se sabequeSuMajestadhadesembarcadoenDover,puesunospescadoreslehanvistoentrarenelpuerto;lodemástodavíaesmisterio.

—Quisiera saber lo demás —dijo vivamente Felipe—. ¿Vos sabéis,hermanomío?

LuisXIVsesonrojóotravez.Eralaterceraenelespaciodeunahora.

—Preguntadalseñorcardenal—replicóconacentoquehizoalzarlosojosaMazarino;aAnadeAustriayatodoelmundo.

—Locualquieredecir,hijomío—interrumpióriendoAnadeAustria—,queelreynopermitequesehabledelascosasdeEstadofueradelConsejo.

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Felipeaceptódebuengradolafraterna,ehizosonriendounceremoniososaludo,primeroasuhermano,yluegoasumadre.

Pero Mazarino observó que un grupo iba a formarse en un ángulo delsalón, y que el duque de Orléans, con el conde Guiche y el caballero deLorena,privadosdeexplicarseenvozalta,podíanperfectamentedecirenvozbajamásdeloquefueranecesario.Comenzó,pues,alanzarlesojeadasllenasde desconfianza y de inquietud, invitando a Ana de Austria a que arrojaraalgunaperturbación en el conciliábulo, cuandodepronto entrandoBernouinporlapuertecilladelhuecodelacama,dijoaloídodesuamo:

—Monseñor,unenviadodeSuMajestadelreydeInglaterra.Mazarinonopudoocultarunaligeraemociónqueelreysorprendióalpaso.Paraevitarserindiscreto,menostodavíaqueparanoparecer inútil,LuisXIVselevantóderepente,yacercándoseaSuEminencialediolasbuenasnoches.

Toda la asamblea se había levantado con gran ruido de sillas y mesasempujadas.

—Dejadsalirpocoapocoatodoelmundo—dijoMazarinoenvozbajaaLuis XIV—, y concededme unos minutos. Esta misma noche despacho unnegocio,delquedeseohablaraVuestraMajestad.

—¿Ylasreinas?—preguntóLuisXIV.

—YelseñorduquedeAnjou—repusoSuEminencia.

Al mismo tiempo saltó al hueco de la cama, cuyas cortinas al caerocultáronlacompletamente.Elcardenal,entretanto,nohabíaperdidodevistaalosconspiradores.

—SeñorcondedeGuiche—dijocontemblorosavozalmismotiempoqueseponíadetrásdelascortinaslabataquelepresentabaBernouin.

—Aquíestoy,monseñor—dijoeljovenacercándose.

—Tomadmiscartas,puestenéissuerteestanoche…Yganadmeunpocoeldinerodeesosseñores.

—Sí;monseñor.

Eljovensesentóala,mesadedondeseapartóelreyparacharlarconlasreinas.

Una partida bastante seria comenzó entre el conde y varios ricoscortesanos.

FelipehablabademodasmientrastantoconelcaballerodeLorena,yyasehabía dejado de oír detrás de las cortinas de la cama el roce de la bata delcardenal.

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SuEminenciahabíaseguidoaBernouinalgabineteinmediatoalaalcoba.

CapítuloXL

AsuntodeEstado

Habiendo pasado Su Eminencia a su gabinete, encontró al conde de laFère, que esperabamuy ocupado en admirar unRafael hermosísimo puestosobreunaparadorrecamadodeplata.

El cardenal llegó, ligero y silencioso como una sombra, y sorprendió lafisonomíadel conde, como tenía costumbredehacer, pretendiendo adivinar,por lasimple inspeccióndel rostrodesu interlocutor,cuálseríael resultado,delaconversación.

Peroestavezseengañólaesperanza,deMazarino,ynadaabsolutamenteleyó en el rostro deAthos, ni siquiera el respeto que habitualmente leía entodaslasfisonomías.

Athos vestía de negro con sencillo bordadode plata.Llevaba elEspírituSanto, la JarretierayelToisóndeoro, tresÓrdenesde tal importancia,que,sólounreyouncomediantepodíanreunir.

Mazarino, rebuscó largo tiempo en su memoria un poco turbada pararecordarelnombrequedebíadaraaquelsemblanteglacial,ynoloconsiguió.

—Hesabido—dijoalfin—quemellegabaunmensajedeInglaterra.

Sentóse, despidiendo a Bernouin y a Brienne, que como secretario sepreparabaallevarlapluma.

—DepartedeSuMajestadelreydeInglaterra,sí,Eminencia.

—Muycorrectamentehabláisel francés,caballero,paraser inglés—dijograciosamenteMazarino,mirando siempre al travésde susdedos elEspírituSanto,laJarretiera,elToisón,ysobretodoelsemblantedelmensajero.

—Nosoyinglés,sinofrancés,señorcardenal—respondióAthos.

—¡Cosaextraña!ElreydeInglaterraescogefrancesesparasusembajadas;estoesdeexcelenteagüero.Decidmevuestronombre,sigustáis,señor.

—Conde de la Fère—dijo Athos saludandomás ligeramente de lo queexigíaelceremonialyelorgullodelministroomnipotente.

Mazarinoencogiósedehombrosparadecir:«noconozcoesenombre».

Athosnopestañeó.

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—Yvenís,caballero—prosiguióMazarino—,paradecirme…

—VeníadepartedeSuMajestad,elreydelaGranBretaña,aanunciaralreydeFrancia…Mazarinofruncióelceño.

—AanunciaralreydeFrancia—continuóAthosimperturbable—,lafelizrestauracióndeSuMajestadCarlosIIeneltronodesuspadres.

—Sin duda tendréis poderes—observó Su Eminencia con tono breve einquisidor.

—Sí,monseñor.

La palabra monseñor salía penosamente de labios de Athos, como si lodesollase.

—En ese caso, enseñadlos. Athos sacó un despacho de una bolsa deterciopeloquellevabadebajodesujubón.

Elcardenalalargólamano.

—Perdón,monseñor—dijoAthos—;midespachoesparaelrey.

—Puesto que sois francés, caballero, debéis saber lo que vale un primerministrodelaCortedeFrancia.

—Hubountiempo—contestóAthos—,enqueyomeocupaba,enefecto,de lo que valen los primeros ministros; pero he formado, ya hace muchosaños,laresolucióndenotratarsinoconelrey.

—Entonces,caballero—dijoMazarino,queyacomenzabaairritarse—,noveréisnialministronialrey.

YSuEminenciaselevantó.Athosvolvióametersudespachoenlabolsa,saludó gravemente y dio algunos pasos hacia la puerta. Esta sangre fríaexasperóaMazarino.

—¡Qué raros procedimientos diplomáticos!—exclamó—. ¿Estamos aúnen los tiemposenqueelseñorCromwellnosenviabaaquellos fanfarronesaguisadeencargadosdenegocios?Sóloosfalta,señor,elmorriónenlacabezaylaBibliaenlacintura.

—Señor—replicóAthos—, jamáshe tenidoyo, comovos, laventajadetratarconelseñorCromwell,ynohevistoasusencargadosdenegociossinocon la espada en la mano; ignoro, pues, cómo trataba con los primerosministros.RespectoalreydeInglaterra,CarlosII,séquecuandoescribeaSuMajestadelreyLuisXIVnolohaceaSuEminenciaelcardenalMazarino;enestadistinciónnoveoningunadiplomacia.

—¡Ah! —exclamó Mazarino golpeándose en la frente con la mano—.¡Ahorameacuerdo!

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Athoslemirósorprendido.

—¡Sí,esoes!—murmuróelcardenal,sindejardemirarasuinterlocutor—. Sí, eso es, sin duda… Os conozco, caballero. ¡Ah, diávolo! Ya no mesorprende.

—Efectivamente, yo me sorprendía que con la excelente memoria deVuestraEminencia—respondióAthossonriendo—,nomehubieseconocidoaún.

—Siemprepertinazyregañón,caballero,caballero.¿Cómoosllamaban?

—Aguardar…unnombrederío…Potamos…No…unnombredeisla…Nexos…no, ¡per Jove! ¡Un nombre demontaña…! ¡Athos! ¡Eso es! Estoyencantado de veros otra vez y de no estar ya en Rueil, donde me hicisteispagar rescate con vuestros condenados cómplices… ¡Fronda! ¡SiempreFronda! ¡Fronda condenada! ¡Oh! Caballero, ¿por qué, han sobrevividovuestrasantipatíasalasmías?Sialguientuvieradequéquejarse,creoquenoseríaisvos,quesalisteisdeallí,nosóloconelbolsillo repleto,sino tambiénconelcordóndelEspírituSantoalcuello.

—Señor cardenal —contestó Athos—, permitidme no entrar enconsideraciones de ese orden. Tengo una misión que desempeñar… ¿Mefacilitaréislosmediosdellevarlaacabo?

—Measombra—dijoMazarinomuyalegreporhaberhechomemoriaynosinpuntademalicia—;mesorprende,señor…Athos,queunfrondistacomovoshayaaceptadounamisióncercadeMazarino,comosedecíaenmejorestiempos…

YMazarino se echóa reír, apesardeuna tosdolorosaquecortabacadaunadesusfrasesconvirtiéndolasensollozos.

—YonoheaceptadomisiónsinocercadelreydeFrancia,señorcardenal—contestó el conde, con menos acritud, por tener bastantes ventajas paramostrarsemoderado.

—Siempreseránecesario,señorfrondista—dijoalegrementeMazarino—,quedelrey…elasuntodequeoshabéisencargado.

—Dequemehanencargado,monseñor;yonocorrotrasdelosasuntos.

—Bueno; será preciso, digo, que esa negociación pase un poco pormismanos…Noperdamosuntiempoprecioso…Decidmelascondiciones.

—HetenidolahonradeaseguraraVuestraEminenciaquesólolacartadeSuMajestadCarlosIIcontienelarevelacióndesudeseo.

—¡Vaya!Estáisridículoconvuestrarigidez,señorAthos…Bienseconocequehabéis,frecuentadoaltratodelospuritanosdeporallá…Vuestrosecreto

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lo sé mejor que vos, y tal vez habéis hecho mal en no tener algunasconsideraciones hacia un hombre muy viejo y achacoso, que ha trabajadomuchoensuvidaysostenidovalerosamentelacampañaporsusideascomovos por las vuestras… ¿no queréis decir nada? Bien. ¿No queréiscomunicarmevuestracarta…?Magnífico.Venidconmigoamicámara;vaisahablaralrey…ydelantedelrey…Ahora,oídunapalabra:¿quiénoshadadoelToisón?MeacuerdoquepasabaisportenerlaJarretiera,peroencuantoalToisón,nosabía…

—Recientemente,monseñor, conmotivodelmatrimoniodeSuMajestadLuis XIV, España ha enviado al rey Carlos II un despacho del Toisón enblanco;CarlosIImelohatransmitidollenandoelblancoconminombre.

Mazarinose levantó,y,apoyándoseenelbrazodeBernouin,entróensualcoba en el momento en que anunciaban en el salón al señor príncipe. ElpríncipedeConde,elprimerpríncipedelasangre,elvencedordeRocroy,deLensydeNordlingen,entrabaefectivamenteenelcuartodelseñorMazarino,seguido de sus gentileshombres, y ya saludaba al rey, cuando el primerministrolevantólacortina,AthostuvotiempoparaveraRaúl,queestrechabalamanodel condedeGuiche,yparacambiaruna sonrisapor su respetuososaludo.

Tambiéntuvotiempoparaverelsemblanteradiantedelcardenal,cuandoadvirtió ante él, sobre la mesa, una enorme masa de oro que el conde deGuichehabíaganado, por rara suerte, desdequeSuEminencia le confió lascartas.Demodo que, olvidando embajador, embajada y príncipe, su primerpensamientofueparaeloro.

—¡Cómo!—exclamóelvicio¿Todo,esto…todoeso…leganancia?

—Cosacomodecincuentamil escudos; sí,monseñor—replicóel condedeGuichelevantándose—.¿DejoelpuestoaVuestraEminenciaocontinúo?

—¡Dejadlo,dejadlo!¡Soisunloco,yperderíaistodoloquehabéisganado;diablo!

—Monseñor—dijoelpríncipedeCondésaludando.

—Buenasnoches,señorpríncipe—dijoelministrocontonoligero—;soismuyamableenhacerunavisitaaunamigoenfermo.

—¡Un amigo! —murmuró el conde de la Fère viendo con estupor esaalianza monstruosa de palabras—. ¡Amigo, tratándose de Mazarino y deCondé!

El cardenal adivinó el pensamiento del frondista, porque sonrió conaspectodetriunfoydijoenseguidaalrey:

—Majestad, tengo el honor de presentaros al señor conde de la Fère,

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embajadordeSuMajestadBritánica…¡AsuntodeEstado,señores!—añadió,despidiendoconlamanoatodoslosquellenabanelsalón,yloscuales,conelpríncipedeCondéalacabeza,eclipsáronsealgestosólodeMazarino.

Raúl, después de mirar por última vez al conde de la Fère, siguió alpríncipedeCondé.

FelipedeAnjouylareinaparecíanconsultarsecomoparasalirtambién.

—Asunto de familia —dijo Mazarino, deteniéndolos en sus asientos—.Este caballero que veis trae al rey una carta, en la cual Carlos II,completamente restaurado en su trono, intenta un enlace entre Monsieur,hermanodelrey,yladyEnriqueta,nietadeEnriqueIV…¿Queréisentregaralreyvuestrascredenciales,señorconde?

Athospermanecióunmomentoestupefacto.¿Cómopodíasaberelministroelcontenidodeunacartaquenohabíaabandonadouninstante?Sinembargo,dueñosiempredésímismo,entregósudespachoalreyLuisXIV,quelotomóruborizándose. Un silencio solemne reinó en el salón del cardenal,interrumpido tan sóloporel ruidodeloroqueMazarino,consumanoseca,apilabaenuncofre,entantoqueelmonarcaleía.

CapítuloXLI

Elrelato

La malicia de Su Eminencia no dejaba muchas cosas que decir alembajador. No obstante, la palabra restauración impresionó al rey, que,dirigiéndosealconde,sobreelcualteníafijosdosojosdesdesuentrada:

—Señor—dijo—,¿queréisdarnosalgunosdetallesacercade losasuntosen Inglaterra?Venís del país, sois francés, y lasÓrdenes que veo brillar envuestra persona anuncian un hombre de mérito al mismo tiempo que decalidad.

—El caballero—dijo el cardenal volviéndosehacia la reinamadre—, esunantiguoservidordeVuestraMajestad:elseñorcondedelaFère.

AnadeAustriaeraolvidadizacomouna reinaquepasó lavidaentre loshuracanesylosdíasserenos.MiróaMazarino,cuyamalasonrisaleprometíaalgunaperversidad,ydespuéssolicitóunaexplicacióndeAthospormediodeotramirada.

—El señor—prosiguió el cardenal—, era un mosquetero de Treville alserviciodeldifuntorey…ConoceperfectamenteaInglaterra,adondehahecho

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muchosviajesendistintasépocas;espersonadelmásaltomérito.

Estas palabras aludían a todos los hechos que Ana de Austria temíasiemprerecordar.InglaterraerasuodioaRichelieuysuafectoaBuckingham;un mosquetero de Tréville era la odisea de triunfos que hicieron, latir elcorazóndelamujerjovenydelospeligrosquehabíandesarraigadoamediaseltronodelajovenreina.

Mucho poder tenían aquellas palabras, pues hicieron mudas y atentas atodaslaspersonasreales,quienes,conmuydiversossentimientos,sepusierona repasar al mismo tiempo los misteriosos años que los jóvenes no habíanvisto,yquelosviejoshabíancreídoparasiempreolvidados.

—Hablad,caballero—ordenóLuisXIV,quefueelprimeroensalirdelaturbación,delassospechasydelosrecuerdos.

—Sí,hablad—repitióMazarino,aquiendevolvíasusfuerzasyalegríalapequeñamaldadqueacababadehaceraAnadeAustria.

—Majestad—dijo el conde—, una especie demilagro ha cambiado losdestinosdelreyCarlosII.Loqueloshombresnohabíanpodidohacerhastaahora,Diosseresolvióallevarloacabo.Mazarinotosió.

—El rey Carlos II —prosiguió Athos— salió de La Haya, no comofugitivo ni como conquistador, sino como rey absoluto que, después de unviajelejosdesureino,vuelveentrelasbendicionesuniversales.

—Granmilagro, efectivamente—dijoMazarino—,porque si lasnoticiashan sido exactas, el reyCarlos II, que acababa de entrar entre bendiciones,salióentremosquetazos.

El rey permaneció impasible. Felipe, más joven ymas frívolo, no pudodominarunasonrisaqueadulóaMazarinocomounaplausodesuchanza.

—Enefecto—dijoelrey—,hasidounmilagro;masDios,quetantohaceporlosreyes,señorconde,empleatambiénlamanodeloshombresparahacertriunfarsusdesignios.

¿Aquéhombre,principalmente,debeCarlosIIsurestablecimiento?

—¡Cómo!—murmuróelcardenalsincuidarseparanadadelamorpropiodelrey—.¿NosabeVuestramajestadquehasidoelseñorMonk?

—Debo saberlo —replicó resueltamente Luis XIV—; y sin embargo,preguntoalseñorembajadorlascausasdelcambiodelseñorMonk.

—YVuestraMajestad tocaprecisamente lacuestión—contestóAthos—,porque sin el milagro de que he tenido el honor de hablar, el señorMonkseguiría,probablementesiendounenemigoinvencibledelreyCarlosII.Dioshaqueridoqueunaideasingular,atrevidaeingeniosacayeseenelespíritude

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cierto hombre, mientras que otra idea, apasionada y animosa, caía en lainteligenciadeotro.LacombinacióndeestasdosideascausótalcambioenlaposicióndelseñorMonk,que,deenemigoencarnizado,seconvirtióenamigodeldestronadorey.

—Esaesprecisamente lanoticiaqueyopedía—dijo el rey—.¿Quiénessonesosdoshombresdequehabláis?

—Dosfranceses,Majestad.

—Esciertoqueesomeagradamucho.

—¿Ylasdosideas?—exclamóMazarino—.Yosoymásapasionadodelasideasquedeloshombres.

—Sí—dijo—elrey.

—La segunda idea, apasionada y valerosa… la menos importante,Majestad,erairadesenterrarunmillónenorosepultadoporelreyCarlosIenNewcastle,ycomprarconeseoroelconcursodeMonk.

—¡Oh, oh! —exclamó Mazarino reanimado con esta palabra millón—.NewcastleestabaprecisamenteocupadoporesemismoMonk.

—Sí, señor cardenal, y he ahí la razón por queme he atrevido a llamaranimosalaideaalmismotiempoqueapasionarla.Tratábase,pues,sielseñorMonkdespreciabalasofertasdelnegociador,dereintegraralreyCarlosIIlapropiedaddeesemillón,quedebíaarrancarsealalealtadynoallegalismodelgeneralMonk.Estosehizo,apesardealgunasdificultades;elgeneralfuelealydejóquesellevaseneloro.

—Creo —dijo el rey pensativo y tímido— que Carlos II no teníaconocimientodeesemillóndurantesupermanenciaenParís.

—Meparece—repusoel cardenalmaliciosamente—queSuMajestadelreydelaGranBretañasabíaperfectamentelaexistenciadelmillón,peroquepreferíadosmillones.

—Majestad—contestóAthosconfirmeza—,SuMajestadelreyCarlosIIse ha visto en Francia de talmanera pobre, que ni tenía dinero para tomarposta;detalmaneradesnudodeesperanzas,queavecespensóenmorir.TantoignorabalaexistenciadelmillóndeNewcastle,quesinuncaballero,súbditodeVuestraMajestad,depositariomoraldelmillón,yque revelóel secreto aCarlosII,aúnvegetaríaesepríncipeenelmáscruelolvido.

—Pasemos a la idea ingeniosa, singular y atrevida —interrumpióMazarino,cuyasagacidadsepresentabaenderrota—.¿Cuálera?

—Hela aquí… Siendo el señor Monk el único obstáculo alrestablecimiento de Su Majestad el rey destronado, un francés pensó en

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suprimireseobstáculo.

—¡Oh!¡Oh!¡Esefrancésesunmalvado!—dijoelcardenal—.Yla ideano es de talmodo ingeniosa que no haga colgar o enredar a su autor en laplazadelaGrève,porsentenciadelParlamento.

—Se equivoca Vuestra Eminencia—dijo secamente Athos—; yo no hedichoqueelfrancésencuestiónestuvieseresueltoaasesinaralseñorMonk,sino a suprimirlo. Las palabras de la lengua francesa tienen un valor queconocen absolutamente los caballeros de Francia. Por otra parte, éste es unnegociodeguerra,y cuando se sirve a los reyes contra sus enemigas,no setienepor juezalParlamento…sinoaDios.Asíesqueesecaballero francésimaginóapoderarsedelapersonadelseñorMonk,yejecutósuplan.

Elreyanimábaseconlarelacióndelasaccioneshermosas.

El joven hermano de Su Majestad dio un puñetazo sobre la mesaexclamando:

—¡Ah!¡Esoeshermoso!¿RobóaMonk?—dijoelrey—.Peroélestabaensucampamento…

—Yelcaballeroestabasolo,Majestad:

—¡Soberbio!—dijoFelipe.

—¡Enefecto,maravilloso!—exclamóelrey.

—¡Bueno! Ahí están dos leoncillos desencadenados —murmuró elcardenal.

Yconairededespecho,dijo:

—Ignoroesospormenores;¿garantizáissuautenticidad,caballero?

—Con tanto más gusto, señor cardenal, cuanto que he presenciado losacontecimientos.

—¿Vos?

—Sí,monseñor.

El rey se había acercado involuntariamente al conde; el duque deAnjoutambiénhabíadadounavuelta,aproximándoseaAthosporelotrolado.

—¿Yluego,señor,yluego?—exclamaronlosdosalmismotiempo.

—Majestad,siendocogidoelseñorMonkporelfrancés,fuellevadoalreyCarlosIIenLaHaya.ElreydevolviólalibertadalseñorMonk,yelgeneral,reconocido,dioencambioaCarlosIIeltronodelaGranBretaña,porelcualhabíancombatidotantoshombresdeméritosinresultadoalguno.

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Felipepalmoteó,entusiasmado.MásreflexivoLuisXIV,sevolvióhaciaelcondelaFère:

—¿Esverdad—dijo—entodossusdetalles?

—Absolutamente,Majestad.

—¿Conqueunodemisgentileshombresconocíaelsecretodelmillónylohabíaguardado?

—Sí,Majestad.

—¿Elnombredeesecaballero?

—Vuestroservidor—dijoAthos.

UnmurmullodeadmiraciónllegóahenchirelcorazóndeAthos.ElmismoMazarinohabíaalzadolosbrazosalcielo.

—Señor —dijo el rey—, buscaré y trataré de encontrar un medio pararecompensaros.

Athoshizounmovimiento.

—Nodevuestraprobidad—prosiguióel rey—,porqueoshumillaría serpagado por esto; pero os debo una recompensa por haber contribuido a larestauracióndemihermanoCarlosII.

—Verdaderamente—dijoMazarino.

—Triunfo de una buena causa, que colma de alegría a toda la casa deFrancia—dijoAnadeAustria.

—Continúo—dijoLuisXIV—.¿Esverdad tambiénqueunsolohombrehayapenetradohastaMonk,ensucampamento,yquelohayarobado?

—Ese hombre tenía diez auxiliares que había encontrado en un rangoinferior.

—¿Nadamás?

—Nadamás.

—¿Ysellama?

—Señor de D’Artagnan, en otro tiempo teniente de mosqueteros deVuestraMajestad.

Ana de Austria ruborizóse, Mazarino se puso amarillo, Luis XIV seasombróycayóunagotadesudordesupálidafrente.

—¡Qué hombres!—murmuró.Y lanzó inadvertidamente alministro unaojeada que lo hubiera espantado, si Mazarino no hubiese tenido en aquelmomentoocultalacabezabajolaalmohada.

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—Señor—exclamóeljovenduquedeAnjou,poniendosumano,blancaydelicadacomoladeunamujer,sobreelbrazodeAthos—,deciddemiparteaese hombre valiente, que Monsieur, hermano del rey, beberá mañana a susaludenpresenciadeloscienmejoreshidalgosdeFrancia.

Y conociendo el joven, al concluir estas palabras, que el entusiasmo lehabíadescompuestounodesuspuñosdeencaje,seocupóencomponerloconelmayorcuidado.

—Tratemos de negocios, Majestad —interrumpió Mazarino, que ni seentusiasmabaniteníapuñosdeencaje.

—Sí, señor —replicó Luis XIV—. Decid vuestra comunicación, señorconderepusovolviéndoseaAthos.

Athos comenzó, en efecto, y propuso solemnemente la mano de ladyEnriquetaEstuardoaljovenpríncipe,hermanodelrey.

Laconferenciaduróunahora,despuésdelacualabriéronselaspuertasdela cámara a los cortesanos, que volvieron a sus puestos, como si nada sehubierasuprimidoparaellosdelasocupaciones,deaquellanoche.

Athos se encontró entonces cerca deRaúl, y el padre y el hijo pudieronestrecharselamano.

CapítuloXLII

Mazarinodehacepródigo

MientrasMazarinoprocurabareponersedelafuertealarmaqueacababadetener,AthosyRaúlconversabanenunrincóndelasala.

—¿ConqueestáisenParís,Raúl?—dijoelconde.

—Sí,señor,desdequevinoelpríncipe.

—No puedo conversar con vos en este sitio, donde nos observan; peroahora mismo me marcho a casa, donde os aguardo tan pronto como os lopermitaelservicio.

Raúlseinclinó.Elpríncipeibaderechoaellos.Ésteteníaaquellamiradaclara y profunda que distingue a las aves de rapiña de especie noble, y sumismafisonomíapresentabaalgunosrasgosdistintivosdeestasemejanza.SesabequéelpríncipedeCondéteníalanarizaguileña;agudaeincisiva,yunafrentelevementerápida,másbienbajaqueelevada,locual,segúndecíanlosmaldicientesdelaCorte,genteinexorablehastaparaconelgenio,constituía

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más bien un pico de águila que una nariz humana, en el heredero de losfamosospríncipesdelacasadeCondé.

Esta mirada penetrante, esta expresión imperiosa de toda su fisonomía,turbaba generalmente a aquellas a quienes el príncipe dirija la palabra,másquelohubierahecholamajestadolaregularbellezadelvencedordeRocroy.Además,destellabantanrápidamentesusojossalientes,quetodalaanimacióndelpríncipeparecíasealadelacólera.Acausa,pues,deestacualidad,todoelmundoen lacorte reverenciabaal señorpríncipe,ynoviendomuchosenélmasquealhombre,llevabanelrespetohastaelterror.

LuisdeCondéseadelantóhaciaelcondedelaFèreyRaúlconintencióndesersaludadoporelunoydirigirlapalabraalotro.

Nadie saludaba conmás gracia que el conde de laFère, pues desdeñabaponer en una reverencia todos los caracteres que un cortesano tomaordinariamente del deseo de agradar. Athos conocía su valor personal ysaludaba a un príncipe como a un hombre, corrigiendo con alguna cosasimpáticaeindefinibleloquepodíamolestarelorgullodelrangosupremoenlainflexibilidaddesuactitud.

ElpríncipeibaahablaraRaúl;Athosseadelantó,ydijo:

—SielseñorvizcondedeBragelonnenofueraunode losmuyhumildesservidoresdeVuestraAlteza,lesuplicaríaquepronunciaseminombredelantedevos…señorpríncipe.

—Tengo el honor de hablar al señor conde de la Fère—dijo enseguidaCondé.

—Miprotector—repusoRaúlruborizándose.

—Unode loshombresmásvirtuososdel reino—continuóelpríncipe—;uno de los primeros caballeros de Francia, y del cual he oído decir tantobueno,queaveceshedeseadocontarloenelnúmerodemisamigos.

—Honordequenoseríadigno,monseñor—replicóAthos—,sinopormirespetoypormiadmiraciónhaciaVuestraAlteza.

—ElseñordeBragelonne—dijoelpríncipe—,esunexcelenteoficialque,comoseve,hatenidobuenaescuela.AllíSeñorconde,envuestrotiempolosgeneralesteníansoldados…

—Escierto,monseñor;perohoylossoldadostienengenerales.

Este cumplimiento hizo estremecer de alegría a un hombre que ya todaEuropa miraba como un héroe, y a quien no podía hacer ningún efecto laalabanza.

—Esmuysensibleparamí—replicóelpríncipe—queoshayáisretirado

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del servicio, señor conde; porque será preciso que el rey se ocupe de unaguerraconHolandaoconInglaterra,ynofaltaríanocasiones,paraunhombrecomovos,queconocetanbienlaGranBretañacomoaFrancia.

—Creopoderdeciros,monseñor,queheobradocuerdamenteretirándomedelservicio—dijoAthossonriendo—.FranciaylaGranBretañavanavivirahoracomohermanas,sihedecreerenmispresentimientos.

—¿Vuestrospresentimientos?

—Escuchad,monseñor,loquedicenallíenlamesadelseñorcardenal.

—¿Eneljuego?

—Eneljuego…sí,monseñor.

Elcardenalacababa,enefecto,delevantarsesobreuncodo,ydehacerunaseñalaljovenhermanodelrey,queseacercóaél.

—Monseñor —dijo el cardenal—, os suplico que reunáis todos esosescudosdeoro.

Y designaba el enorme montón de piezas amarillas y brillantes que elcondedeGuichehabíaganadopaulatinamenteensupresencia,graciasaunasuertedelasmásdecididas.

—¿Paramí?—exclamóelduquedeAnjou.

—Si,monseñor,esoscincuentamilescudossonparavos.

—¿Melosdais?

—Hejugadoparavos,monseñor—replicóelcardenaldebilitándosepocoa poco, como si el esfuerzo de dar este dinero le hubiese agotado todas lasfacultadesfísicasymorales.

—¡Oh! ¡Dios santo!—murmuró Felipe casi aturdido de alegría—. ¡Quédíatanfeliz!

Yhaciendouna especie, de rasero con sus dedos, reunió unaparte de lasumaysellenólosbolsillos…Apesardeesto,quedósobrelamesamásdelaterceraparte.

—Caballero—dijoFelipeasufavoritoeldeLorena—,venid.Acudióelfavorito.

—Embolsaoselresto—dijoelpríncipe.

Esta escena singularno fue consideradaporningunode los concurrentessino como una interesante fiesta de familia. Su Eminencia se daba aires depadreconloshijosdeFrancia,ylosdosjóvenespríncipeshabíancrecidobajosusalas.Nadieimputó,pues,aorgullo,niaunaimpertinencia,comoharíase

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hoy,estaliberalidaddelprimerministro.

Loscortesanossecontentaroncontenerenvidia…Elreyvolviólacaraaotrolado.

—Nunca he tenido tanto dinero —dijo con alegría el joven príncipe,atravesando la cámara con su favorito para llegar a su carroza—. ¡No!¡Jamás…!¡Cómopesanestoscincuentamilescudos!

—¿Mas por qué da el señor cardenal todo ese dinero de un golpe?—preguntó en voz baja el príncipe al conde de la Fère—. ¡Debe estar muyenfermoelqueridocardenalmonseñor,muyenfermosinduda;además tienemuymalacaracomopuedeverVuestraAlteza!

—Cierto…Perosemorirádeeso…¡Cientocincuentamillibras!¡Oh!Escosaincreíble:¿Veamosporqué,conde?Buscadunarazón.

—Monseñor, suplico tengáispaciencia;por aquívieneel señorduquedeAnjou charlando con el caballero de Lorena; no me sorprendería que meahorrasenelloseltrabajodeserindiscreto.Escuchadles.

Efectivamente,elcaballerodecíaamedia,vozalpríncipe:

—Monseñor,noesnaturalqueMazarinodetantodinero.Tenedcuidado;vaisadejarcaerlasmonedas,monseñor:¿Quéquiereelcardenaldevosparasertangeneroso?

—Cuandoyoos lodecía—dijoAthos al oídodel príncipe—;quizádenelloslarespuestaavuestrapregunta.

—Decidme, monseñor —añadió con impaciencia el caballero, quecalculabasopesandoenelbolsillo lapartededineroque lehabía tocadode,rechazo.

—Queridocaballero,regalodeboda.

—¡Cómo,regalodeboda!

—Sí.¡Mecaso!—murmuróelduquedeAnjou,sinadvertirqueenaquelmismomomentopasabapordelantedelpríncipeydeAthos,quelesaludaronprofundamente.

Elcaballerodirigióaljovenduqueunamiradatanextrañayrencorosa,queelcondedelaFèreseestremeció.

—¡Vos! ¿Vos, casares? —exclamó—. ¡Oh! Imposible… ¿Haríais tallocura?

—¡Ba!Nosoyyoquienlahago;melahacenhacer—replicóelduquedeAnjou—.Venpronto;vamosagastareldinero.

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Yluegodesaparecióconsucompañero,riendoycharlando,mientrastodaslasfrentesseinclinabanasupaso.

EntoncesdijoelpríncipeconvozmuybajaaAthos:

—¿Esesteelsecreto?

—Nosoyyoquienlohadicho,monseñor.

—¿SecasaconlahermanadeCarlosII?

—Meparecequesí.

Elpríncipereflexionóunmomentoysusojoslanzaronunvivorelámpago.

—Ea—dijo con lentitud, como si hablase consigomismo—,otra vez laespadaenlavaina…¡ypormuchotiempo!

Ysuspiró.

Todoloqueconteníaestesuspirodeambicionessordamentesofocadas,deilusionesextinguidasydeesperanzasburladas,sóloAthosloadivinó,porquesóloéloyóelsuspiro.

Luegosedespidiódelpríncipeysemarchóelrey.

Athos,conunaseñaquehizoaBragelonne,lerenovólainvitaciónhechaal principio de esta escena. Poco a poco quedó desierta la cámara, y elcardenal,presadepadecimientosqueyanopensabadisimular,gritóconvozapagada:

—¡Bernouin!¡Bernouin!

—¿QuéquiereVuestraEminencia?

—Guénaud…¡Que llamenaGuénaud!—dijo suEminencia—;creoquevoyamorir.

Bernouin,azorado,corrióalgabineteadarlaorden,yelpicadorquesalióabuscaralmédicocruzóseconlacarrozadelreyenlacalledeSanHonorato.

CapítuloXLIII

Guénaud

LaordendeSuEminenciaeraurgente;Guénaudnosehizoesperar.

Hallóasuenfermotendidoenellecho,conlaspiernashinchadas,lívido,yélestómagocomprimido.Mazarinoacababadesufrirunrudoataquedegota.Padecía atrozmente y con la impaciencia del hombre no acostumbrado a

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resistencias.AlallegadadeGuénaud:

—¡Ah!—dijo—.¡Mehasalvado!

Guénaud era unhombremuy sabioyprudente, quenonecesitabade lascríticas de Boileau para tener reputación. Cuando estaba enfrente de laenfermedad, aunque estuviese personificada en un soberano, trataba alenfermosinmiramientos.Nada,pues,replicó,comoelministroesperaba.Porelcontrario,examinandoalenfermoconairemuygrave.

—¡Oh,oh!—exclamó.

—¿Quéeseso,Guénaud?Measustáis.

—Vuestromal,monseñor,esmuypeligroso.

—Lagota…¡Oh!Sí,lagota.

—Concomplicaciones,monseñor.

Mazarinoseincorporósobreuncodo,interrogandoconlamiradayconelgesto.

—¿Cómo?¿Estoymásmalodeloqueyomismocreo?

—Monseñor —dijo Guénaud sentándose junto a la cama—, VuestraEminenciahatrabajadoensuvida;VuestraEminenciahasufridomucho.

—Masnosoytanviejo,meparece…EldifuntoseñordeRichelieuteníadiecisietemesesmenosqueyocuandomurió,ymuriódeenfermedadmortal.Yosoyjoven,Guénaud;apenastengocincuentaydosaños.

—Monseñor,muchomásdeesotenéis…¿CuántotiempodurólaFronda?

—¿Yconquépropósitomehacéisesapregunta?

—Parauncálculomédico,monseñor.

—Unosdiezaños…pocomásomenos.

—Perfectamente,tenedlabondaddecontarcadaañodeFrondaportres…sontreinta;veinteycincuentaydossonochentaydosaños,monseñor,yyaesedadavanzada.

Diciendoesto tomabaelpulsoalenfermo.Estepulsoestaba llenode tantristes pronósticos, que el médico prosiguió al instante a pesar de lasinterrupcionesdeldoliente:

PongamoslosañosdeFrondaacuatrocadauno;sonnoventaydosañoslosquehabéisvivido.Mazarinopúsosemuypálidoydijoconvozapagada:

—¿Habláisseriamente,Guénaud?

—¡Ah!Sí,monseñor.

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—¿Luego,tomáisunrodeoparaanunciarmequeestoymuymalo?

—A fe que sí, monseñor; y con un hombre del talento y del valor deVuestraEminencianosedeberíaandarconrodeos.

Elcardenalrespirótandifícilmentequecausólástimaalmismoinexorabledoctor.

—Hayenfermedadesyenfermedades—repusoMazarino—.Dealgunasseescapa.

—Esverdad,monseñor:

—¿Noeseso?—exclamóMaza—.Sinocasialegre.

—Porqueen fin,¿dequéserviríaelpoder, la fuerzadevoluntad…?¿Dequéaprovecharíaelgenio,vuestrogenio,Guénaud?¿Dequé,enfin,sirvenlaciencia y el arte, si el enfermo que dispone de todo no puede salvarse delpeligro?

Guénaudibaaabrirlaboca,peroprosiguióMazarino:

—Pensadenquesoyelmásconfiadodevuestrosclientes;pensadqueosobedezcociegamente,yqueportanto.

—Sétodoeso—dijoGuénaud.

—¿Conquemecuraré?

—Monseñor,nohayfuerzanivoluntad,nipoder,nigenio,nicienciaqueresistan al mal que Dios envía sin duda, o que arrojó sobre la tierra en lacreación,conplenopoderdedestruirymataraloshombres.Orandoelmalesmortal,mataynadiepuedeimpedirlo.

—¿Mimal…es…mortal?—preguntoMazarino.

—Sí,monseñor.

SuEminenciaabatióseunmomento,comoelinfelizaquienhamagulladounacolumnaalcaer.Peroera,unalmabientempladayunespíritumuysólidoeldelseñorMazarino.

—Guénaud —dijo incorporándose—, no me concederéis que apele devuestrojuicio.

Quieroreunira loshombresmássabiosdeEuropa,quieroconsultarlos…quierovivir,enfin,envirtuddecualquierclasederemedio.

—Nocreáis,monseñor—dijoGuénaud—,que yo tengo a pretensión dehaberfalladosólosobreunaexistenciapreciosacomolavuestra;hereunidoatodoslosbuenosdoctoresyprácticosdeFranciaydeEuropa…Erandoce.

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—¿Yquéhandicho?

—HandichoqueVuestraEminenciaestabaatacadodeenfermedadmortal;tengolaconsultafirmadaenmicartera.Siqueréistomarconocimientodeella,leeréis los nombres de todas las enfermedades incurables que hemosdescubierto.Primero…

—¡No!¡No!—murmuróMazarinorechazandoelpapel—.¡No,Guénaud,merindo!

Yunprofundosilencio,duranteelcualreanimábaseelcardenalyreparabasusfuerzas,sucedióalasagitacionesdeestaescena.

—Hayotracosa—murmuróMazarino—;hayempíricos, loscharlatanes.Enmipaís,aquellosaquieresabandonanlosdoctorescorrenalaventuradeunvendedordebrebajes,quediezveceslosmatan,peroquedossalvanciento.

—¿NohanotadoVuestraEminencia quehace unmes he cambiadodiezvecesderemedios?

—Sí¿yqué?

—Quehegastadocincuentamil librasencomprarsecretosde todosesostunantes;lalistasehaagotadoymibolsatambién.Nohabéissanadoysinmiarteestaríaismuerto.

—Estoseacabó—dijoelcardenal—,seacabó…

—Yderramóenderredorsuyounamiradasombríasobresusriquezas.

—¡Seránecesarioabandonartodoesto!—dijosuspirando—.Soymuerto,Guénaud,soymuerto.

—¡Oh!Aúnno,monseñor—dijoelmédico.

Mazarinolecogiólamano.

—¿Dentro de cuánto tiempo? —preguntó clavando sus ojosextremadamenteabiertosenelrostroimpasibledelmédico.

—Monseñor,esonosedicenunca.

—Aloshombresvulgares,no;peroamí…amí,paraquiencadaminutovaleuntesoro,¡dímelo,Guénaud,dímelo!

—No,monseñor,no.

—Loquiero, tedigo. ¡Oh!Dameunmes,yporcadaunodeesos treintadíastepagarécienmillibras.

—Monseñor—replicóGuénaud,convozfirme—.¡Diosesquienosdalosdíasdegracia,ynoyo!Diosnoosdamásquequincedías.

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—¡Gracias,Guénaud,gracias!

Elmédico iba amarcharse cuando, incorporándose, le dijo con los ojosencendidos:

—¡Silencio,silencio!

—Monseñor,hacedosmesesqueséelsecreto;yaveisqueloheguardadobien.

—VeteGuénaud,yo tendré cuidadode tu fortuna;vete, ydile aBriennequemeenvíeaundependientellamadoColbert.Anda.

CapítuloXLIV

Colbert

Colbertnoseencontrabalejos.Durante todalanochehabíaestadoenuncorredor charlando con Bernouin y con Brienne, y comentando, con laacostumbrada habilidad de los cortesanos, las noticias que se presentabancomoburbujas,deairesobreelaguaenlasuperficiedecadaacontecimiento.Yaeshoradetrazarenpocaspalabrasunodelosretratosmásinteresantesdeaquel siglo,y trazarlocon tantaverdadcomoquizáhubieranpodidohacerlolospintorescontemporáneos.Colbertfueunhombresobreelcualtienenigualderechomoralistasehistoriadores.

TeníatreceañosmásqueLuisXIV,sufuturoamo.Eraderegularestatura,másbienflacoquegrueso,deojoshundidos,carapequeñaycabellosfuertes,negros y ralos, lo cual, como dicen los biógrafos de su época, le obligó agastar gorro antes de tiempo. Una mirada preñada de severidad y aun dedureza;unaespeciedegravedadque,para los inferiores,eraorgullo,y,paralos superiores, afectación de virtud; ceño para todas las cosas, aun cuandoestuvierasólomirándoseenunespejo;heaquítodolorelativoalexteriordelpersonaje. En lo moral, se exageraba la profundidad de su talento para lascuentas,suingenioparahacerproducirlamismaesterilidad.

Colbert pensó obligar a los gobernadores de las plazas fronterizas a quealimentasen a las guarniciones sin soldados, de lo que sacaban de lascontribuciones. Una cualidad tan hermosa proporcionó la idea al señorcardenal Mazarino de reemplazar a Joubert, su intendente, que acababa demorir,porelseñorColbert,quesabíaescatimartanperegrinamente.

Poco a poco lanzábaseColbert a laCorte, a pesar de lamedianía de sunacimiento; pues era hijo de un vinatero, como su padre, que después fuepañero,ymástardesedero.

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Colbert, destinado primero al comercio, fue dependiente en casa de unmercader de Lyon, a quien abandonó para ir a París al estudio de unprocurador del Chatelet, llamadoBiterne. Así fue como aprendió el arte derectificarcuentasyelmásinteresantedeembrollarlas.

Aquel ceño de Colbert le proporcionó mucho bien; tan cierto es que lafortuna, cuando tiene un caprichoparécese a esasmujeres de la antigüedad,cuyafantasíanodeseabanadaenlofísiconienlomoraldelascosasydeloshombres.OcupadoColbert encasadeMiguelLetellier, secretariodeEstadoen 1648, por su primo Colbert, señor de Saint-Penange, que la favorecía,recibióundíadelministrounacomisiónparaelseñorMazarino.

Su Eminencia el cardenal gozaba entonces de una salud perfecta, y losmalosañosdelaFronda,aúnnosehabíantriplicadonicuadruplicadoparaél.EstabaentoncesenSedanmadurandounaintrigadeCorte,enlaqueAnadeAustriaparecíaquererabandonarsucausa.

Letellierteníaloshilosdeestaintriga.

AcababaderecibirunacartadeAnadeAustria,cartamuyimportanteparaé1ydemasiadocomprometidaparaMazarino;perocomoya representabaeldoblepapelquetanbienleservía,ycomosiempremanejabaadosadversariospara sacar partido de uno y de otro, ya embrollándolos más que antes loestaban,yareconciliándolos,MiguelLetellierquisoenviaraMazarinolacartadeAnadeAustria,afindequetuvieseconocimientodeella,yportantoafindequelesupieseagradecerunserviciotangalantementeprestado.

Enviarlacartaeracosafácil;recobrarladespuésdelacomunicacióneralodifícil. Letellier esparció la vista en derredor suyo, y viendo al dependientenegroypobrequegarabateabaensubufeteconlafrenteceñuda,leprefirióalmejorgendarmeparalaejecucióndesudesignio.

Colbert debía partir para Sedan con orden de dar la carta aMazarino yvolvérselaatraeraLetellier.

Escuchósuconsignaconescrupulosaatención,selahizorepetirdosveces,e insistió en la pregunta de saber si volver a traer era tan preciso comaentregar,alocualdijoLetellier:

—Másnecesario.

Entoncespartió,viajócomouncorreosincuidarsedesucuerpo,yentregóalcardenal,primerounaesqueladeLetellierqueleanunciabalaremisióndelacarta,ydespuéslacartamisma.

MazarinosonrojósemucholeyendolacartadeAnadeAustria,dejóversugraciosasonrisaydespidióaColbert:

—¿Cuándo vuelvo por la respuesta, monseñor?—dijo con humildad el

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mensajero.

—Mañana.

—¿Porlamañana?

Eldependientediomediavueltaysefue.

A las siete de la mañana siguiente ya estaba esperando en su puesto.Mazarino le hizo aguardar hasta las diez. Colbert no pestañeó en laantecámara;cuandolellegóelturno,entró.

Entonces le entregóMazarino un paquete cerrado, en cuya cubierta ibanescritasestaspalabras:«AlseñorMiguelLetellier,etc…».

Colbertmiró el paquete conmucha atención;Mazarino le hizo un gestoencantadorylollevóhacialapuerta.

—¿Ylacartadelareinamadre,monseñor?—preguntóColbert.

—Ahívacontodolodemás,enelpaquete—respondióMazarino.

—¡Ah!Muybien—replicóColbert.

Y, colocándoseel sombreroentre las rodillas, sepusoa abrir elpaquete.Mazarinodioungrito.

—¿Quéhacéis?—preguntóbrutalmente.

—Abrirelpaquete,monseñor.

—¿Desconfiáisdemí,señormío?¡Habrásevistosemejanteimpertinencia!

—¡Oh!Monseñor,noosenfadéiscontramí.NoesciertamentelapalabradeVuestraEminencialoquepongoenduda,¡nolopermitaDios!

—¿Puesqué,entonces?

—La exactitud de vuestra cancillería, monseñor. ¿Qué es una carta? Unmiserablepapelillo.¿Ynopuedeolvidarseunpapelillo?Ymirad,monseñor,¡miradsimeequivocaba!¡Vuestrosdependienteshanolvidadoelpapelillo;lacartanoseencuentraenelpaquete!

—Soisunmiserableynadahabéisvisto—exclamóMazarino—.Retiraosyesperadmisórdenes.

Diciendoestaspalabrasconciertasonrisaenteramenteitaliana,arrancóelpaquetedemanosdeColbertyentróensushabitaciones.

Perosuiranopodíadurartantoquenofuesereemplazadaalgúndíaporelrazonamiento.

AlabrirMazarino todas lasmañanas lapuertadesugabinete,hallabadecentinela la figura de Colbert, y esta figura desagradable le pedía

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humildemente,perocontenacidadlacartadelareinamadre.

Elcardenalnopudoresistirmásy laentregóacompañando la restituciónconunareprimendadelasmásduras,durantelacualColbertsecontentóconexaminar,investigandoyaunajandoelpapel,loscaracteresylafirma,nimásni menos que si hubiese estado tratando con el mayor falsario del reino.Mazarino lo trató más duramente todavía, y Colbert, impasible, habiendoadquiridolacertidumbredequelacartaeralaverdadera,marchósecomosisehubieravueltosordo.

EstaconductalevaliódespuéselpuestodeJoubert,porqueMazarino,envezdeguardarlerencor,admiróydeseóatraersefidelidadtannotable.

Poresta solaanécdotapuedeverse loqueerael espíritudeColbert.Losacontecimientos desarrollándose poco a poco, dejaron funcionar librementetodoslosresortesdeeseespíritu.

Colbertnotardómuchoeninsinuarseenlosfavoresdelcardenal;lellegóaserhastaindispensable.Todassuscuentaslasllevabaelempleado,sinqueelcardenallehubiesehabladojamásdeellas.Talsecretoentreellosdos,eraunpoderosolazo,yporestarazón,próximoaverseanteelafinodelotromundo,quisoMazarinotomarunpartidoyunbuenconsejoparadisponerdeloqueseveíaobligadoadejarenéste.

Despuésde lavisitadeGuénaud llamó,pues,aColbert,y lehizosentar,diciéndole:

—Charlemos seriamente, porque estoy enfermo y podría suceder quemuriera.

—Elhombreesmortal—replicóColbert.

—Siemprelohetenidopresente,señorColbert,ysiemprehetrabajadoconsemejanteprevisión…Yasabéisquehereunidoalgunosbienes.

—Losé,monseñor.

—¿Encuántoestimáis,esosbienes,pocomásomenos,señorColbert?

—En cuarenta millones quinientas sesenta mil doscientas libras, nuevesueldosyochodenarios—contestóColbert.

ElcardenaldioungransuspiroymiróaColbertconadmiración;perodejóescaparunasonrisa.

—Dinerocontante—repusoColbertrespondiendoaestasonrisa.

Elcardenalseestremecióensulecho.

—¿Quéentendéisporeso?—preguntó.

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—Entiendo —dijo Colbert—, que además de esos cuarenta millonesquinientas sesenta mil doscientas libras, nueve sueldos y ocho denarios,existenotrostrecemillonesquenoseconocen.

—¡Uf!—suspiróMazarino—.¡Quéhombre!

EnesteinstanteaparecióenelumbrallacabezadeBernouin.

—¿Quéhay?—preguntóMazarino—:¿Porquémeinterrumpen?

—El padre teatino, director de Su Eminencia, ha sido llamado para estanoche,ynopodrávolverhastapasadomañana,monseñor.

MazarinomiróaColbert,quealinstantetomóelsombrerodiciendo:

—Volveré,monseñor.

Mazarinovacilóunmomento.

—No,no—dijo—;tantotengoquehacerconvoscomoconél.Además,sois mi segundo confesor, y lo que digo al uno puede oírlo el otro.Permaneced,Colbert.

—Monseñor ¿consentiría el director, aunque no haya secreto depenitencia?

—Noosturbéisporeso;entradenelhuecodelacama.

—Puedoaguardarfuera,monseñor.

—No,no,valemásqueoigáislaconfesióndeunhombrehonrado.

Colbertseinclinóypasóadondelehabíanordenado.

—Queentreelpadreteatino—dijoelcardenalcorriendolascortinas.

CapítuloXLV

Confesióndeunhombrehonrado

ElpadreteatinoentróresueltamenteysinsorprendersemuchodelruidoymovimientoquelainquietudsobrelasaluddeSuEminenciahabíanproducidoensucasa.

—Venid, reverendo—dijoMazarino después demirar por última vez elespacioentrelacamaylapared—,venidaconsolarme.

—Eseesmideber,monseñor—replicóelteatino.

—Comenzadporsentaroscómodamente,porquevoyaprincipiarporuna

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confesión general; enseguidamedaréis una buena absolución ymequedarémástranquilo.

—Monseñor—dijoelreverendo—,noestáistanmalocomoparaqueseaurgenteunaconfesióngeneral…Esoosmolestarámucho;tenedcuidado.

—¿Suponéisqueserálarga,reverendo?

—¿Cómohadeserdeotromodo,cuandosehavividotancompletamentecomoVuestraEminencia?

—¡Ah!Escierto…Sí,elrelatopuedeserlargo.

—LamisericordiadeDiosesgrande—gangueóelteatino.

—Mirad—dijoMazarino—;yomismoempiezoyaaespantarmedehaberdejadopasartantascosasqueelSeñorpodíareprobar.

—¡Verdades!—dijocándidamenteelpadreteatinoapartandodelaluzsusemblante fino y puntiagudo como el de un topo—.Así son los pecadores:primeroolvidadizos,yluegoescrupulosos,cuandoesyademasiadotarde.

—¿Los pecadores?—replicó el cardenal—. ¿Me decís eso con ironía yparaecharmeencaratodaslasgenealogíasquemeheatribuido…yo,hijodepescador,enefecto?

—¡Hum!—murmuróelpadreteatino.

—Yaesésteunpecado,padre;porqueen,fin,hesufridoquemehicierandescender de los antiguos cónsules de Roma, T. Geganio Macerino I,Macerino II, y Pióculo Macerino III, de quienes se ocupa la crónica deHaolder, de Macerino a Mazarino era tentadora la proximidad. Macerino,diminutivo, quiere decir delgadito. ¡Oh! Padre mío; Mazarino bien puedesignificarhoyenaumentativo,¡flacocomounLázaro!¡Mirad!

Ylemostrósusbrazosdescarnadosysuspiernasdevoradasporlafiebre.

—Nadaveodemaloparavos—repusoelteatino—,enquehayáisnacidodeunafamiliadepescadores…puesalfin,SanPedroerapescador,ysivossoispríncipede laIglesia,monseñor,él fuesu jefesupremo.Adelante,siosparece.

—TantomáscuantoqueamenaceconlaBastillaauntalBounet,sacerdotedeAviñón,quequeríapublicarunagenealogíadelaCasaMazarinienextremomaravillosa…

—¿Paraserverosímil?—replicóelteatino.

—¡Oh! Entonces; si hubiese obrado con aquella idea, habría vicio deorgullo… otro pecado. Seríamás bien exceso de talento, y nunca se puedeecharencaraanadieesegénerodeabusos:pasemosaotro,pasemos.

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—Estabaenelorgullo…Yaveis, reverendo,que tratodedividir estoenpecadoscapitales.

—Meplacenlasdivisionesbienhechas.

—Me alegro. Es menester que sepáis que en 1630, ¡hace treinta y unaños…!

—Entoncesteníaisveintinueve,monseñor.

—Edadardiente.Yomeconvertíensoldadoarrojándomeenmediodelosarcabuzazosparademostrarquemontabaacaballo tanbiencomounoficial.Cierto es que llevaba la paz a los españoles y a los franceses, lo cualdisminuyeunpocomipecado.

—Yonoveoelmenorpecadoendemostrarquesesabemontaracaballo—repuso el teatino—; eso es de buen gusto y honra a nuestro traje. Enmicualidaddecristianoaprueboquehayáisimpedidolaefusióndesangre;comoreligiosomellenadesatisfacciónelvalorqueuncolegamíohademostrado.

Mazarinohizoconlacabezaunhumildesaludo.

—Sí—dijo—;¡máslasconsecuencias!

—¿Quéconsecuencias?

—Esemaldito pecado de orgullo tiene raíces sin fin…Después quemearrojé,comohedicho,entredosejércitos,quehusmeélapólvorayrecorrílaslíneasdesoldadosmiréalosgeneralesconalgodelástima.

—¡Ah!

—Heaquíelmal…Desuerteque,desdeaqueltiempo,noheencontradoniunosolosoportable.

—Elhecho es—añadió el teatino—,quenovalíanmucho los generalesquehemostenido.

—¡Oh! —exclamó Mazarino—. ¡Ahí está el príncipe…! ¡Mucho lo heatormentado!

—Notieneporquéquejarse;bastantegloriaybieneshaadquirido.

—Paseconrespectoalpríncipe.¡PeroelseñordeBeaufort,porejemplo,aquientantohehechosufrireneltorreóndeVincennes…!

—¡Ah!Peroeraunrebelde,ylaseguridaddelEstadoexigíaquehicieseistalsacrificio.

Adelante.

—Creo que he agotado el orgullo.Otro pecado hay que tengo temor de

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calificar.

—Puesyolocalificaré…decid.

—Unpecadomuygrande,padrereverendo.

—Veremos,monseñor.

—NohabréisdejadodeoírhablardeciertasrelacionesqueyotuveconSuMajestadlareinamadre…Losmalévolos…

—Losmalévolos,monseñor, son tontos. ¿Noerapreciso,por elbiendelEstadoyen interésdel joven rey,quevivieseis enbuena inteligenciacon lareina?Pasemos,pasemos.

—Os aseguro —dijo el cardenal—, que me quitáis del pecho un pesoterrible.

—¡Fruslerías…!Buscadlascosasgraves.

—Tambiénhetenidoambición,padremío…

—Esaeslaseñaldelasgrandescausas,monseñor.

—Hastalaveleidaddelatiara…

—Serpontífice,esserelprimerodeloscristianos.¿Porquénohabíaisdedesearlo?

—Hanpublicado en letras demolde que para conseguirlo había vendidoCambrayalosespañoles.

—Quizá hayáis hecho vos mismo libelos sin perseguir demasiado a loslibelistas.

—Entonces, padre reverendo, tengo la conciencia muy tranquila: sólosientoalgunospecadillosligeros…

—Decid…

—Eljuego.

—Esalgomundano;peroenfin,estabaisobligadoatenercasapordeberdegrandeza.

—Queríaganar.

—Nohayjugadorquejuegueparaperder.

—Hacíaalgunastrampas…

—Tomabaislaventaja:Adelante.

—Pues bien, padremío, nada absolutamente siento ya enmi conciencia.Dadme la absolución y mi alma podrá, cuando Dios la llame, subir sin

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obstáculoshastaeltrono…

Elpadreteatinonomoviónilosbrazosniloslabios.

—¿Quéaguardáis?—preguntóMazarino.

—Aguardoelfin.¿Elfindequé?

—Delaconfesión,monseñor.

—Perosiheconcluido.

—¡Oh!¡No!VuestraEminenciaseengaña.

—No,queyosepa.

—Buscadbien.

—Hebuscadotanbiencomoesposible.

—Entonces,voyaayudarvuestramemoria.

—¿Cómo?

Elpadreteatinotosióvariasveces.

—No me habéis hablado de la avaricia, otro pecado capital, ni de losmillones—dijo.

—¿Quémillones,reverendo?

—Losqueposeéis,monseñor.

—Padre,esedineroesmío;¿porquéoshedehablardeél?

—Es que, ya veis, son contrarias nuestras opiniones. Vos decís que esedineroesvuestro,yyocreoquealgoesdeotro.

Mazarinollevóunamanofríaasufrentellenadesudor.

—¿Cómoeseso?—balbuceó.

—Heloaquí.VuestraEminenciahaganadomuchosbienes…alserviciodeSuMajestad…

—¡Hum!Muchos…nosondemasiados.

—Losquefueren,¿dedóndevenían?

—DelEstado.

—ElEstadoesdelrey.

—Pero¿quésacáisdeahí,padremío?—dijoMazarino,quecomenzabaatemblar.

—Nopuedosacarnadasinounalistadelosbienesqueposeéis.Contemos

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unapoca,siosplace.TenéiselobispadodeMetz.

—Sí.

—Y las abadías de San Clemente, de San Arnaldo y de San Vicente,tambiénenMetz.

—Sí.

—TenéislaabadíadeSanDionisioenFrancia,soberbiapropiedad.

—Sí,padrereverendo.

—TenéislaabadíadeCluny,queesrica.

—Latengo.

—LadeSanMedardo,enSoissons,quevalecienmillibrasderenta.

—Noloniego.

—LadeSanVíctorenMarsella,unadelasmejoresdelMediodía.

—Sí,padrereverendo.

—Unbuenmillónalaño.Queconlosemolumentosdelcardenalatoydelministerio,espocodecirdosmillonesanuales.

—¡Eh!

—Endiez añosveintemillones…yveintemillonespuestos al cincuentaporcientodanporprogresiónotrosveintemillonesendiezaños.

—¡Biensabéiscontarparaserteatino!

—DesdequeVuestraEminenciacolocónuestraOrdenenelconventoqueocupamos,cercadeSaintGermaindesPrès,en1644,yosoyquienhace lascuentasdelasociedad.

—Ylasmías;segúnveo,padremío.

—Esprecisosaberunpocodetodo,monseñor.

—¡Ybien!¿Sacáisalgoahora?

—Saco que el bagaje es demasiado voluminoso para que paséis por lapuertadelparaíso.

—¿Mecondenaré?

—Sinorestituir;ciertamente.Mazarinodioungritolastimero.

—¡Restituir!Pero¿,aquién,buenDios?

—¡Aldueñodeesedinero,alrey!

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—¡Perosieselreyquienmelohadado!

—¡Unmomento!¡Elreynofirmalosdecretos…!

Mazarinopasódelossuspirosalosgemidos.

—Laabsolución—dijo.

—Imposible,monseñor…Restituid,restituid—replicóelteatino.

—Perosimeabsolvéisdetodoslospecados,¿porquénodeéste?

—Porque absolveros por este motivo —contestó el reverendo—, es unpecado del cual nome absolvería amí jamás el rey,monseñor.Después deestoelconfesordejóasupenitenteconcarallenadecompunción,ysaliólomismoquehabíaentrado.

—¡OhDiosmío!—gemíaelcardenal—.Venid,Colbert;estoymuymalo,amigomío.

CapítuloXLVI

Ladonación

Colbertaparecióenlascortinas.

—¿Habéisoído?—dijoelcardenal.

—¡Ay!Sí,monseñor.

—¿Ytienerazón?Todoesedinero,¿sonbienesmaladquiridos?

—Un teatino,monseñor, no es juez competente enmateriasdeHacienda—respondiófríamenteColbert—.Noobstante,podríasucederque,segúnsusideasteológicas,VuestraEminenciahubieracometidociertoserrores.Siempresehancometidocuándounomuere.

—Yelprimerodetodos,morir,Colbert.

—Cierto,monseñor.Pero¿con respectoaquiénhabráencontradoenvosesoserroreselpadreteatino?¿Conrespectoalrey?

SuEminenciaseencogiódehombros.

—¡ComosiyonohubiesesalvadosuEstadoysuHacienda!

—Esonoadmiteduda,monseñor.

—¿No es cierto? Luego habré ganado muy legítimamente mi salario, apesardemiconfesor.

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—Indudablemente.

—Ypodríaguardarparami familia, tannecesitada,unabuenaparte…yauneltododeloqueheganado.

—Noveoinconveniente,monseñor.

—Bien seguro estaba, Colbert, de que consultándoos, me daríais unconsejosabio—replicóMazarinomuyalegre.

Colberthizosumuecadepedante.

—Monseñor—dijo—, bueno sería ver si lo que ha dicho el teatino esacasounlazo.

—¡No!Unlazo…¿Porqué?Elpadreteatinoesunhombrehonrado.

—Ha creído que Vuestra Eminencia estaba en las puertas del sepulcro,toda vez que le había llamado para consultarle… Yo no le he oído decir:«distinguidloqueelreyoshadadodeloquéoshabéisdadoavosmismo».Pensadbien,monseñor,sinohadichoalgodeesto;esmuydeteatinolafrase.

—Seríaposible.

—Portanto,monseñor,osconsiderarécomopuestoenelcaso.

—¿Derestituir?murmuróMazarinomuysofocado.

—¡Eh!Nodigoqueno.

—¿De restituirlo todo? No penséis en ello… Decís lo mismo que elconfesor.

—Restituir una parte es igual que sacar la parte deSuMajestad; y esto,monseñor, puede tener sus peligros. Vuestra Eminencia es político bastantehábilparaignorarqueaestashorasnoposeeelreycientocincuentamillibrasensusarcas.

—Eso no es cosa mía—observó Mazarino triunfante—, sino del señorsuperintendente Fouquet cuyas cuentas os he dado a revisar estos últimosmeses.

ColbertpellizcóseloslabiosaloírelnombredeFouquet.

—SuMajestad—dijoentredientes—,no tienemásdineroqueelque leproporcionaelseñorFouquet;vuestrodinero,monseñor,seráparaélunpastomuygoloso.

—En fin, no soy el superintendente de las haciendas del rey; tengo mibolsa propia…Ciertamente que haré, por la dicha de SuMajestad, algunoslegados.Peronopuedodefraudaramifamilia…

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—Unlegadoparcialosdeshonrayofendealrey.Legarunapartealreyesconfesar que esa parte os ha inspirado dudas, como no adquiridalegítimamente.

—¡SeñorColbert!

—He creído que Vuestra Eminencia me hacía el honor de pedirme unconsejo.

—Sí,peroignoráislosprincipalespormenoresdelacuestión.

—Noignoronada,monseñor:yahacediezañosquepasorevistaa todaslascolumnasdeguarismoquesehacenenFrancia,y,silasheenclavadocongran trabajo en mi cabeza, han quedado tan fijas en ella, hasta hoy, querecitaríacifraporcifradesdelosgastosdelseñorLetellier,queessobrio,hastalaslarguezasocultasdelseñorFouquet,queespródigo;todoeldineroquesegastadesdeMarsellaaCherbourg.

—¡Entonces querríais que yo tirase todo mi dinero a las, arcas de SuMajestad! —exclamó irónicamente Mazarino, a quien la gota arrancaba almismotiempomuchossuspirosdolorosos.

—Ciertamente el rey no me reprocharía nada; pero se burlaría de mícomiéndosemismillones,ytendríamuchísimarazón.

—Vuestra Eminencia no ha comprendido. Yo no he pretendidoabsolutamentequeelreydebiesegastarvuestrodinero.

—Puesbienclarolodecís,meparece,aconsejándomequeselodé.

—¡Ah!—repusoColbert—.SuEminencia,absortocomoestáconsumal,pierdecompletamentedevistaelcarácterdeLuisXIV.

—¿Cómoeseso?

—Sucarácterseparecealquemonseñorconfesabaahorapocoalteatino.

—Puesatreveos;¿quées?

—El orgullo. Perdón, monseñor, la dignidad quise decir. Los reyes notienenorgullo;éstaesunapasiónhumana.

—Elorgullo,sí,tenéisrazón.¿Quémás…?

—Puesbien,monseñor,siheacertadocon lapalabra,VuestraEminencianotienemásquedartodosudineroalrey,ypronto.

—Pero¿porqué?—dijoMazarinomuyturbado.

—Porqueelreynoaceptaráeltodo.

—¡Oh!Unjovenquenoposeedineroyqueestároídoporlaambición.

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—Bien.

—Unjovenquedeseamimuerte.

—Monseñor.

—Para heredarme, Colbert; sí, desea mi muerte para heredarme. ¡Soytonto,muy tonto! ¡Yo evitaré eso! Precisamente. Si la donación se hace enciertaforma,rehusará.¡Vamos!

—Espositivo.Unjovenquenadahahecho,queardeporhacerse ilustre,que rabiapor reinar solo,no tomaránadaqueyaestéconstituido,pues todoquerráconstruirloporsímismo.Talpríncipe,monseñor,nosecontentaráconel Palacio Real; que lo legará el señor de Richelieu, ni con el palacioMazarino,que tanadmirablementehabéishechoconstruir,ni conelLouvre,quehabitaronsusprogenitores,niconSaintGermain,dondehanacido.Todoloquenoprocedadeéllodesdeñará:lopredigo.

—YgarantizáisquesidoymiscuarentamillonesaSuMajestad.

—Diciéndoleciertascosas,garantizoquerehusará.

—¿Quécosassonésas?

—Yolasescribiré,siVuestraEminenciaquieredictármelas.

—Pero,enfin,¿quéventajastieneparamí…?

—Unaventajagrandiosa.NadiepodráacusaraVuestraEminenciadeesaavariciainjustaqueloslibelistashanechadoencaraaltalentomásbrillantedeestesiglo.

—Tienes razón, Colbert; ve a buscar al rey de mi parte, y llévale mitestamento.

—Unadonación,monseñor.¡Peroysiaceptase!¡Siaceptase!

Entonces, quedarían trece millones a vuestra familia, que es un bonitocaudal.

—Peroseríastúuntraidorountonto.

—Nosoynilounonilootro,monseñor.Meparecequeteméismuchoqueelreyacepte…¡Oh!Temedmásbienquenoacepte.

—Verás:sinoaceptaquierogarantirlemistrecemillonesdereserva…sí,loharé…sí…Masyamevuelvenlosdoloresyladebilidad…Esqueestoymuymalo,Colbert,estoycercademifin.Colbertseestremeció.

Elcardenalestabamuymal,enefecto;sudabagruesasgotasenellechodedolor,yaquellapalidezhorribledeunrostromanandoaguaeraunespectáculoque el médico más endurecido no hubiera soportado impasible. Colbert se

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conmoviómucho, sinduda,pues salióde lacámara llamandoaBernouinalladodelmoribundoyentróenelcorredor.

Allí, paseándose de arriba abajo con expresión meditabunda que dabanoblezaasufisonomíavulgar,con loshombrosarqueados,elcuello tensoylos labios entreabiertos que dejaban escapar trozos incoherentes depensamientos extraños, se animabapara acometer lo quemeditaba, en tantoqueadiezpasosdeél,solamenteseparadoporunmuro,suamoseconsumíaen angustias que le arrancaban gritos y lamentos, no pensando ya ni en lostesorosdelatierranienlafelicidaddelparaíso,sinoentodosloshorroresdelinfierno.

Mientraslospañoscalientes,lostópicos,losrevulsivosyGuénaud,aquienhabían llamadoal ladodeSuEminencia, funcionabanconactividadsiemprecreciente, Colbert, apretando con las dos manos su enorme cabeza, paracomprimirenella,lafiebredelosplanesengendraosporelcerebro,meditabalostérminosdeladonaciónqueibaahacerescribiraMazarinoenlaprimerahora de reposo que le concediese elmal. Parecía que todos los gritos de suEminencia y todas las acometidas de lamuerte sobre este representante delpasado,eranestimulantesparaelgeniodeaquelpensadordepobladascejas,queyasevolvíahaciaelOrientedelnuevosoldeunasociedadregenerada.

Colbertvolvióalladodelcardenalcuandoserestablecióuntantolarazóndel enfermo, y le persuadió a que dictase una donación concebida en estostérminos:

PróximoaapareceranteDios,Señordeloshombres,ruegoalrey,quefuemiseñorenlatierra,tomelosbienesquesubondadmehabíadado,puesmifamilia serámuy feliz enverlospasar a tan ilustresmanos.El inventariodemisbienesseencontrará,redactado,alprimerrequerimientodeSuMajestad,oenelúltimosuspirodesumásadictoservidor.

JULIO,CARDENAL,MAZARINO.

Su Eminencia firmó, suspirando. Colbert cerró el paquete y lo llevó alpuntoalLouvre,dondeacababadeentrarelrey.

Ydespuésvolvió a su cuarto, frotándose lasmanos con la confianzadelobreroquehaempleadobienlajornada.

CapítuloXLVII

DecómoAnadeAustriadiounconsejoaLuisXIV,yelseñorFouquetlediootro

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La noticia de la situación en que se encontraba el cardenal se había yapropagadopor todaspartes,y traía alLouvre tantagentealmenos; como lanoticia del matrimonio de Monsieur, hermano del rey, la cual ya se habíaanunciadooficialmente.

ApenashabíaentradoensucámaraLuisXIV,muypreocupadotodavíaconlascosasvistasyoídasaquellanoche,cuandoelujieranuncióquelamismamuchedumbre de cortesanos que había acudido por lamañana a la hora delevantarseel rey,sepresentaba tambiéna lahoradeacostarse, favor insigneque, durante el reinado del cardenal, la Corte, muy poco discreta en suspreferencias,habíaconcedidoalministrosincuidarsedenodisgustaralrey:

Pero elministro había tenido, según ya hemos dicho, un gran ataque degota,ylamareadelaadulaciónsubíahaciaeltrono.

Los cortesanos tienen el maravilloso instinto de vislumbrar losacontecimientos, la ciencia suprema; son diplomáticos para adivinar losgrandesdesenlacesdelascircunstanciascríticas,capitanesparaencontrarlassalidasdelasbatallas,ymédicosparacurarlasenfermedades.

Luis XIV, a quien su madre había enseñado este axioma, entre otrosmuchos,conocióqueSuEminenciaelcardenalMazarinoestabamuyenfermo.

Apenas hubo Ana de Austria conducido a sus habitaciones a la reina yaliviadosufrentedelpesodeltocadodeceremonia,volvióenbuscadesuhijoal gabinete; donde solo,melancólico y con el corazón lacerado, hacía pesarsobresímismo,comoparaejecutarsuvoluntad,unadeesascólerassordasyterribles, cóleras de rey, que cuando estallan son acontecimientos, y que enLuisXIV,gracias alpoder asombrosoque sobre sí tenía, eran tormentas tanbenignas, que su más ardiente, su única cólera, la que señala Saint Simon,sorprendiéndose, fue aquella celebreque estalló cincuenta añosmás tarde, acausadeunaesqueladelseñorduquedelMaine,yquetuvoporresultadounagranizadadebastonazosdescargadasobrelascostillasdeuninfelizlacayoquehabíarobadounbizcocho.

El joven rey que, como hemos visto, era presa de una sobrexcitacióndolorosa,sedecíaasípropiocontemplándoseaunespejo:

«¡Oh rey! ¡Rey de nombre y no de hecho! ¡Fantasma! ¡Vano fantasma!Estatua inerte que no tienes otro poder que el de provocar un saludode loscortesanos,¿cuándopodráslevantartubrazodeterciopeloyapretartumanode seda? ¿Cuándo podrás abrir, no para suspirar o sonreírte, tus labios,condenadosalainmovilidadestúpidadelosmármolesdetugalería?».

Pasando entonces lamanopor su frente y buscando aire, acercóse a unaventana y vio abajo algunos caballeros qué charlaban y grupos tímidamentecuriosos.Estoscaballeroseranuna fracciónde la ronda; losgruposeran los

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curiososdelpuebloparaquienesunreyessiemprecosadignadever,comounrinoceronte,uncocodriloounaserpiente.Yconlapalmadelamanosedioungolpeenlafrente,prorrumpiendo:

—¡Rey de Francia! ¡Qué título! ¡Pueblo de Francia! ¡Qué masa decriaturas!EntroyoenmiLouvre,miscaballoshumean todavía,yapenasheproducido interés para que me miren pasar veinte personas… ¡Qué digoveinte! No, no hay veinte curiosos para el rey de Francia; no hay ni diezarqueros para guardar su casa: arqueros, pueblo, guardias; todo está en elpalacioreal.¡Diossanto!Yo,elrey,¿notengoelderechodepedirosesto?

—Porque—dijounavozrespondiendoalasuyayqueresonódelotroladodelapuertadelgabinete—,porqueenelpalaciorealestátodoeloro,estoes,todoelpoderdeaquelquequierereinar.

Luis sevolvióprecipitadamente.Lavozqueacababadepronunciar talespalabraseraladeAnadeAustria.Elreyseestremecióyadelantósehaciasumadre.

—Espero—dijo— que Vuestra Majestad no ha prestado atención a lasvanas declamaciones que la soledad y el disgusto, familiares en los reyes,causanenloscaracteresmásfelices.

—Yosóloheprestadoatenciónaunacosa,hijomío,yesqueosquejabais.

—¡Yo!Nadadeeso—repusoLuisXIV—;deverasqueno;osequivocáis,señora.

—¿Puesquéhacíais?

—Meparecíaestarbajolaférulademiprofesorydesarrollabauntemadeamplificación.

—Hijomío—replicóAnadeAustriamoviendolacabeza—,hacéismalennofiarosdemipalabra;hacéismalennoconcedermevuestraconfianza.Díallegará, y quizá está próximo, en que tendréis necesidad de recordar esteaxioma:«Eloroestodopoderoso,ysólosonverdaderamentereyeslosquesontodopoderosos».

—¿Noera,pues,vuestravoluntad—dijoelrey—,vituperaralosricosdeestesiglo?

—No—dijoconvivezaAnadeAustria—;losquesonricosenestesiglo,bajo vuestro reinado, son ricos porque vos lo habéis tenido a bien, y noalimentocontraellosniodiosnienvidias:sinduda,elloshanservidobienaVuestra Majestad, para que Vuestra Majestad les haya permitidorecompensarse. Esto es lo que quiero decir con las palabras que parecemeecháisencara.

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—No,quieraDios,señora,quejamásechenadaencaraamimadre.

—Sinembargo—continuóAnadeAustria—,elSeñornoda jamás,sinoporuntiempolimitado,losbienesdelatierra.Dioshapuestocomocorrosivoaloshonoresyriquezas, lospadecimientos, lasenfermedadesylamuerte;ynadie—repusoAnadeAustriacondolorosasonrisaquehacíaasímismalaaplicacióndelfúnebreprecepto—,nadiesellevasusbienes,ysugrandezaalatumba. De aquí resulta, que los jóvenes recogen los frutos de la miespreparadaporlosviejos.

Luisescuchabaconatencióncrecienteestaspalabras,acentuadasporAnadeAustriaconunobjetoevidentementeconsolador.

—Señora—dije LuisXIVmirando fijamente a sumadre—; diríase queteníaisalgomásqueanunciarme.

—Nada absolutamente, hijomío; pero habréis notado que el cardenal sehallamuymaloestanoche.

Luis miró a su madre buscando la emoción en su voz y el dolor en sufisonomía.ElsemblantedeAnadeAustriaparecíalevementealterado;perosusufrimiento tenía un carácter meramente personal. Tal vez era causada estaalteraciónpor,elcáncerquecomenzabaamorderleenelseno.

—Sí,señora—dijoelrey—,sí,estámuyenfermoelseñorcardenal.

—YseráunagranpérdidaparaelreinosillamaDiosaSuEminencia.¿Nopensáisdelamismamanera,hijomío?—preguntóAnadeAustria.

—Sí, señora; sería una gran, perdida para el reino —dijo Luisruborizándose—;peromeparecequenoestangrandeelpeligro,yademáselcardenalesjoventodavía.

Apenas acababa de hablar el rey, cuando el ujier levantó la tapicería ypermaneció de pie con un papel en la mano, aguardando a que el rey lepreguntase.

—¿Quésucede?—preguntóelrey.

—UnmensajedelseñorMazarino—respondióelujier.

—Dadme—dijolerey.

Tomóelpapel;peroenelinstanteenqueibaaabrirlosonóungranruidoenlagalería;enlasantecámarasyenelpatio.

—¡Ah!¡Ah!—exclamóLuisXIV,quesindudareconocióestetripleruido—.¡DecíayoquenohabíamásqueunreyenFrancia!Meengañaba,haydos.

En este momento abrióse la puerta y apareció el superintendente deHacienda,Fouquet.Éleraquienhacíaaquelruidoenlagalería,suslacayosen

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lasantecámaras,ysuscaballosenelpatio.Ademásseoíaunsordomurmulloasupasoquenoseextinguíahastamuchotiempodespuésdehaberpasado.TaleraelmurmulloqueLuisXIVsentíatantonooírcuandoélpasabaymorirtrasdesí.

—Éstenoesprecisamenteunreycomovoscreéis—dijoAnadeAustriaasuhijo—,sinounhombremuyopulentoynadamás.

Al decir estas palabras, un sentimiento amargo daba a las palabras de lareina su más rencorosa expresión, mientras la frente de Luis, en cambio,tranquiloydueñodesímismo,estabalimpiadelamásligeraarruga.

Saludó;pifies,librementeaFouquetconlacabeza,entantoquecontinuabadesplegandoelpapelqueelujierleentregó.

Fouquetobservóestemovimiento,yconunaurbanidadalavezconfiadayrespetuosa,seacercóaAnadeAustriaparadejarencompletalibertadalrey.

Luis abrió el papel, pero sin leer. Escuchaba a Fouquet hacercumplimientosasumadre,adorablementededicadosasumanoysubrazo.

ElsemblantedeAnadeAustriasedesarrugóypasócasialasonrisa.

Fouquetconocióqueelrey,envezdeleer,lemirabayescuchaba;diounalevevuelta, siguiendodedicado,aAnadeAustria,yseencontrócaraacaraconelrey.

—¿Sabéis, señor Fouquet —dijo el rey—, que el cardenal está muyenfermo?

—Sí,Majestad,losé—dijoFouquet—;estámuyenfermo,enefecto.Mehallaba enmi posesión deVaux cuando supe la noticia, tan apremiante quetodoloabandoné.

—¿HabéissalidodeVauxestatarde?

—Hace hora y media, Majestad —dijo Fouquet consultando un relojadornadodediamantes.

—¡Horaymedia!—repitió el reybastante fuerte para sofocar su cólera,peronoparaocultarsusorpresa:

—Comprendo que VuestraMajestad dude de mi palabra, y tiene razón;maselhabervenidoasínohasidomaravilla.MehabíanenviadodeInglaterratrestroncosdecaballosmuyvivos,segúnmeaseguraban;loshiceapostardecuatro en cuatro leguas, y los he probado esta tarde. Han venido,efectivamente,desdeVauxalLouvre enhoraymedia,yyaveisquenomehabíanengañado.

Lareinamadresonrióconsecretaenvidia.

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Fouquetseadelantóalmalpensamiento.

—De suerte, señora —se apresuró a añadir—, que semejantes caballosestánhechosnoparasúbditos,sinoparareyes,porquelosreyesjamásdebencederanadieennada.

Elreyalzólacabeza.

—Sinembargo—objetóAnadeAustria—,vosnosois rey,queyosepa,señorFouquet.

—Poreso,señora,loscaballossóloesperanunaindicacióndeSuMajestadpara penetrar en las caballerizas del Louvre, y si yo me he permitidoprobarlos,hasidoportemordeofreceralreyalgoquenofueseunamaravilla.

Elreysepusomuyencarnado.

—Biensabéis,señorFouquet—dijolareina—,queenlacortedeFrancianohaycostumbrequeunsúbditoofrezcanadaasurey.

Luishizounmovimiento.

—Yo creía, señora —dijo Fouquet muy agitado—, que mi amor a SuMajestadymideseoconstantedeagradarleservíandecontrapesoaesarazónde etiqueta. Además, no era un regalo lo queme atrevía a ofrecer, sino untributoquepagaba.

—Gracias, señor Fouquet —dijo atentamente el rey—, os agradezco laintención,porque,enefecto,megustanmucholosbuenoscaballos;perobiensabéis que no soy muy rico, lo sabéis mejor que nadie, pues sois misuperintendentedeHaciendo;nopuedo,por tanto, aunquequisiera, compraruntirotancaro.

Fouquet lanzóunamirada llenadeorgullo a la reinamadre, queparecíatriunfardelafalsaposicióndelministro,ycontestó:

—Ellujoesvirtuddereyes,Majestad;ellujoesquienloshaceparecidosaDios;porellujosonmásquelosotroshombres.Unmonarcaalimentayhonraasussúbditosconellujo.Aldulcecalordeestelujodelosreyesnaceellujode los particulares, fuente de riquezas para el pueblo. Aceptando VuestraMajestad esos seis caballos inmejorables, pecaría de amor propio a loscriadoresdenuestropaís,delLimosín;delaNormandía,yesaemulaciónseríaprovechosaatodos…Peroelreycalla,yportanto,estoycondenado.

DuranteestetiempoLuisXIVplegabaydesplegabaelpapeldeMazarino,sobreelcualaúnnohabíafijadolosojos.Alfindetuvoenélsuvista,yexhalóunlevegritoalleerlaprimeralínea.

—¿Quéhay,hijomío?—preguntóAnadeAustriaacercándoseconvivezaalrey.

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—Departedelcardenal—contestóelreycontinuandosulectura—.Sí,sí,nohaydudaqueesdesuparte.

—¿Estáacasopeor?

—Leed—dijo el rey entregando el papel a su madre, como si creyeseprecisa la lectura para convencerla de algo tan sorprendente como lo queconteníaaquelescrito.

Ana de Austria leyó a su vez. Sus ojos brillaban con vivo gozo quepretendíaenvanodisimularyqueatrajolasmiradasdeFouquet.

—¡Oh!Unadonaciónenregla—dijo.

—¿Unadonación?—repitióFouquet.

—Sí —dijo el rey contestando particularmente al superintendente deHacienda—;próximo amorir, el señor cardenalmehace donaciónde todossusbienes.

—¡Cuarentamillones!—murmurólareina.

—¡Ah! Es un rasgo muy hermoso y va a contradecir muchos rumoresmalévolos; cuarenta millones reunidos lentamente, y que entran de un sologolpe y enmasa en el real tesoro; quien hace esto es un súbdito leal y unverdaderocristiano.

Y fijando otra vez los ojos en el documento, lo devolvió a LuisXIV; aquien había hecho palpitar el anuncio de aquella cantidad enorme. Fouquethabíadadoalgunospasosatrásycallaba.

El rey lomiró,y leentregóel rollo.El superintendentenohizomásquefijarenélporunmomentosumiradaaltiva.Einclinándosedespués,dijo:

—Sí,Majestad,unadonación,yaloveo.

—Esmenester,hijomío—dijoAnadeAustria—,contestarlealinstante.

¿Ycómo,señora?

—Haciendounavisitaalcardenal.

—¡PerosiapenashaceunahoraquesalídelcuartodeSuEminencia!—repusoelrey.

—Entonces;escribidle:

—Escribir—dijoelreyconrepugnancia.

—Creo—añadióAna deAustria—, que un hombre que acaba de hacersemejante regalo, bien tienederecho a esperar que se le den las gracias conalgunapresteza.

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Y,dirigiéndosealsuperintendente:

—¿Noopináisasí,señorFouquet?—dijo.

—Sí, señora,el regalobienvale lapena—observóel superintendente—,connoblezaquenoescapóalrey.

—Aceptad,pues,ydadlasgracias—insistióAnadeAustria.

—¿QuéesloquediceelseñorFouquet?—preguntóLuisXIV.

—¿VuestraMajestaddeseasabermipensamiento?

—Dadlasgracias,Majestad.

—¡Ah!—exclamóAnadeAustria.

—Peronoaceptéis—prosiguióFouquet.

—¿Porqué?—preguntóAnadeAustria.

—Vosmismalohabéisdicho,señora—replicóFouquet,porquelosreyesnodebennipuedenrecibirpresentesdesussúbditos.

Elreypermanecíasilenciosoentreestasdosopinionescontradictorias.

—¡Pero cuarentamillones!—dijoAnadeAustria en elmismo tono conquelapobreMaríaAntonietadijomástarde:«¡Tantomediréis!».

Yalosé—dijoFouquet—,cuarentamillonessonunabonitacantidadquepodríatentaraunalasconcienciasregias.

—Pero,caballero—dijoAnadeAustria—,envezdeinclinaralreyaquenorecibaestepresente,hacednotaraSuMajestad,puesobligaciónvuestraes,queesoscuarentamillonesconstituyenunafortuna.

—Precisamente, señora, porque esos cuarenta millones constituyen unariqueza, diré al rey: «Majestad, si no es decente que un rey acepte de unsúbditoseiscaballosdeveintemillibras,esdeshonrosoquedebasufortunaaotro súbdito más o menos escrupuloso en la elección de materiales quecontribuyeronalaedificacióndeesariqueza».

—Noos sienta bien, caballero—dijo la reinaAna—, dar una lección alrey;buscadlemásbiencuarentamillonesparareemplazaralosquelehacéisperder.

—El rey los tendrácuandoquiera—dijoel superintendentedeHaciendainclinándose.

—Sí,exprimiendoalpueblo—dijoAnadeAustria.

—¡Eh! ¿No loha sido, señora—contestóFouquet—, cuando se le hacíasudar los cuarenta millones donados por esta escritura? Por otra parte, Su

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Majestadhapedidomiopinión,yladoy;sipidemiconcurso,serálomismo.

—Vamos, vamos, aceptad, hijomío—dijoAna deAustria—; estáis porencimaderumoresydeinterpretaciones.

—Rehusad,Majestad—dijoFouquet;en tantoun reyvive,no tienemásjuezquesuconcienciaysudeseo;mascuandomuere,tienelaPosteridadqueaplaudeoacusa.

—Gracias,madremía—dijoLuissaludandorespetuosamentealareina—.Gracias,señorFouquet—dijodespidiendocortésmentealsuperintendente.

—¿Aceptáis?—preguntóotravezlareina.

—Reflexionaré—replicóelreymirandoaFouquet.

CapítuloXLVIII

Agonía

Elmismo día en que se enviara el donativo al rey, el cardenal se habíahechotrasladaraVincennes,adondelesiguieronelreyylaCorte.Losúltimosresplandoresdeestaantorchatodavíadespedíanbastantebrilloparaabsorberconsusrayostodoslosotrosfanales.

El joven Luis XIV, satélite fiel de su ministro, según hemos visto ya,marchaba hasta el últimomomento en el sentido de su gravitación. El malhabía empeorado, y ya no era aquello un ataque de gota, sino un ataque demuerte.Había,porotraparte,algoquehacíaaesteagonizantemásagonizanteaún,yeralaansiedadqueprovocabaensuánimoaquelladonaciónenviadaalrey,yquealdecirdeColbertdebíaserdevueltaynoaceptada.SuEminenciatenía gran fe, como ya lo hemos visto, en las predicciones de su secretario;perolasumaeraconsiderable,ycualquieraquefueseelgeniodeColbert,elcardenal no podíamenos de pensar alguna que otra vez que, además de él,también había podido engañarse el padre teatino, y que había por lomenostantas probabilidades para que él se condenase como para que LuisXIV ledevolvierasusmillones.

Además, mientras más tardaba en volver la donación, tanto más creíaMazarinoque cuarentamillonesbienvale la penade exponer algo, y, sobretodo,unacosatanhipotéticacomoelalma.

Mazarino,comocardenalyprimerministro,eracasiateoycompletamentematerialista.

Cadavezque se abría lapuertavolvíaseconvivezahacia ella, creyendo

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verentrarallísudesventuradadonación;masengañadasuesperanza,volvíaseaacostarconunsuspiroyleatacabaeldolorconmásfuerzaqueantes.

TambiénAnadeAustriahabíaseguidoalcardenal;aunquelaedadhubierahechoegoístasucorazón,nopodíanegarseademostraraestemoribundounatristeza que le debía en calidad de mujer, como dicen unos, en calidad desoberana,comodicenotros.

Poranticipado,habíasecompuestounafisonomíadeduelo,ytodalaCorteleimitaba.Luis,paranomanifestarenelrostroloquepasabaensucorazón,seobstinabaenpermanecerconfinadoensucámara,dondesolamentelehacíacompañíasunodriza;unasvecesveíaacercarseeltérminoenquecesaríaparaél todacontradicción,otrasseconvertíaenhumildeypaciente,replegándoseensímismo,comotodosloshombresfuertesquetienenalgúndesignio,paratenermásmediosenelinstantedecisivo.

Laextremaunciónhabíasidoadministradaensecretoalcardenal,que,fiela sus hábitos de disimulo, luchaba contra las apariencias y aun contra larealidad, recibiendovisitasensu lechocomasi sóloestuvieraatacadodeunmal pasajero. Guénaud, por su parte, guardaba el más absoluto secreto;interrogadoy,fatigadodeinvestigacionesydepreguntas,sólocontestaba:«SuEminenciaestátodavíallenodejuventudydefuerza;peroDiosquiereloquequiere,ycuandohadecididoquedebeabatiralhombre,esnecesarioqueelhombreseaabatido».

Estas,palabras,quesembrabaconunaespeciedediscreción,dereservaydepreferencia,lascomentabandospersonasconmarcadointerés:elmonarcayelcardenal.

A pesar de la profecía de Guénaud, siempre se engañaba Mazarino, omejordicho,representabatanbiensupapel,quelosmásdiestros,aldecirqueseengañaba,demostrabanqueelloseranlosengañados.

Hacía dos días queLuis no veía al cardenal, pues tenía los ojos fijos enaquelladonaciónquetantopreocupabaaSuEminencia,ynisabíaapuntofijodóndeestabaMazarino.

ElhijodeLuisXIII,siguiendolastradicionespaternas,habíasidotanpocoreyhastaallí,queauncuandodeseabaardientementereinar, loqueríaconelhorror que acompaña siempre a lo desconocido. Pero habiendo tomado suresolución, que por otra parte no comunicó a nadie, se decidió a pedir unaentrevistaaMazarino.AnadeAustria,siempreasiduaalladodelcardenal,fuelaprimeraqueoyólaproposicióndelreyyquienlatransmitióalmoribundohaciéndoletemblar.

¿ConquéobjetopedíaLuisXIVestáentrevista?¿Eraparadevolver,comohabía dicho Colbert? ¿Era para guardar, después de dar las gracias, según

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pensabaMazarino?Mascomoquieraqueelmoribundosentíaaumentarsesumalconlaincertidumbre,novacilóuninstante.

—SuMajestadserábienvenido—exclamóhaciendoaColbert,sentadoalpiedelacama,unsignoquecomprendióéstemuybien.

—Señora—continuóMazarino—,¿será tanbondadosaVuestraMajestadqueasegureporsímismaalreylaverdaddeloquedigo?

AnadeAustria se levantó; también ella quería fijarse con respecto a loscuarentamillones, que era el sordo pensamiento de todo elmundo.Salió, yMazarinohizoungranesfuerzo,incorporándosehaciaColbert.

—Mira,Colbert—dijo—,hantranscurridodosdíasdesgraciados,dosdíasmortales,yyaves,nadahavenidodeporallá.

—Paciencia,monseñor—dijoColbert.

—¡Estás loco,necio!¡Túmeaconsejaspaciencia!¡Oh!¡Teburlasdemí,Colbert;vesquememueroy,medicesqueespere!

—Monseñor—dijoColbertconsuhabitualsangrefría—,esimposiblequelascosasnosucedansegúnhedicho.SuMajestadvieneaveros,yélmismoostraeráladonación.

—¿Tú lo crees? Pues bien, yo, por el contrario, estoy cierto de que SuMajestadvieneadarmelasgracias:

EnaquelmomentoentróAnadeAustria.Alirenbuscadesuhijohabíaseencontradoenlasantesalasconunnuevoempírico.

Tratábasedeunospolvosquedebíansalvaralcardenal,yAnadeAustriallevabaunamuestradeestospolvos.

Peronoeraesto loqueaguardabaMazarino;asíesqueni siquieraquisomirarlos, asegurandoque lavidanovalía todos los trabajosque se tomabanporconservarla.Masalmismotiempoqueproferíaesteaxiomafilosófico,seleescapabasusecreto,largotiempocontenido.

—Señora—dijo—,noestáenesolointeresantedelasituación.Hacedosdías que hice al rey una pequeña donación; hasta aquí, por delicadeza sinduda, Su Majestad no ha querido hablar; mas llega el momento de lasexplicaciones, y yo os suplico me le digáis qué piensa el rey sobre elparticular.

AnadeAustriahizounmovimientopararesponder,yMazarinoladetuvo.

—¡La verdad, señora—dijo—, en nombre del cielo! ¡No animéis a unmoribundoconunaesperanzaqueseríavana!

Detúvose aquí, pues una mirada de Colbert le decía que iba por mal

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camino.

—Yasé—dijoAnadeAustria tomandounamanodel cardenal—,ya séquehabéishechogenerosamente,nounapequeña,donación,comodecíscontantamodestia,sinoundonmagnífico.Sécuánpenosoosseráqueelrey…

Mazarinoescuchaba,moribundoy todo,comono lohubieranhechodiezvivos.

—Que el rey…que el rey—continuóAna deAustria—no aceptará debuengradoloquetannoblementeleofrecéis.

Elcardenalsedejócaersobrelaalmohadacontodaladesesperacióndeunhombrequeseabandonaalnaufragio;peroconservótodavíabastante,fuerzaypresencia de espíritu para clavar en Colbert una de esas miradas que bienvalendiezsonetos,esdecir,diezpoemas.

—¿Noescierto—añadiólareina—,quehubieraisconsideradolanegativacomounaespeciedeinjuria?

Mazarinohizorodarsucabezasobrelaalmohadasinproferirniunasílaba.

Lareina,seengañó,osimulóengañarseaestademostración.

—Así es —repuso—, que he me guiado con buenos consejos; y comociertaspersonas,envidiosasindudablementedelagloriaqueibaisaconquistarpor esa generosidad, se esforzasen en probar al rey que debía rehusar ladonación, he luchado en favor vuestro, y he luchado tan bien, que creo notendréisquesufrirestedisgustó.

—¡Ah! —murmuró Mazarino con ojos lánguidos—. ¡Ah! ¡Ese es unservicioquenoolvidaréniunminutodurantelaspocashorasquemerestandevida!

—Por lo demás, debo decirlo —continuó Ana de Austria—, no me hacostadopococonseguírseloaVuestraEminencia.

—¡Ah!¡Maldición!¡Locreo!¡Oh!

—¿Quétenéis?,Diosmío.

—Meabraso.

—¿Padecéismucho?

—Comounmaldito.

Colberthubieraqueridodesaparecerbajolosentarimados.

—Desuerte—prosiguióMazarino—,quevuestraMajestadsuponequeelrey…—y aquí se detuvo unos segundos—que el rey vendrá para hacermealgunoscumplidos…

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—Locreo—dijolareina.

ElcardenallanzóaColbert,comosifueseunrayosuúltimamirada.

Enestemomentoanunciaronlosujieresalreyenlasantecámarasllenasdegente.Esteanuncioprodujounmomentodeconfusión,delcualaprovechóseColbert para desaparecer por la cortecilla del hueco de la cama. Ana deAustriaselevantóyesperódepieasuhijo.Luis.XIVaparecióenelumbral,con los ojos clavados en el moribundo, que ya no se tomaba el trabajo demenearseporunaMajestad,delacualpensabaquenadateníayaqueesperar.

Un ujier rodó un sillón hasta ponerlo cerca del lecho. Luis saludó, a sumadre,luegoalcardenal,ysesentóenseguida.Lareinasesentótambién.

Ycomoelreymirasedetrásdesí,elujierentendióestamirada,hizounaseñayseapartaronloscortesanosquehabíanpermanecidoalapuerta.

Elsilenciocayóenlacámaraconlascortinasdeterciopelo.

Elrey,aúnmuyjovenytímidoanteaquélquehabíasidosumaestrodesdequenaciera,lerespetabamásenaquellasupremamajestaddelamuerte,noseatrevía,pues,aentablarconversación,viendoquecadapalabradebíatenerunpensamiento,no, sólosobre lascosasdeestemundo,sino tambiénsobre lasdelotro.

En cuanto al cardenal, sólo tenía un pensamiento en aquelmomento: sudonación. No era el dolor el que le daba aquel aspecto abatido y aquellamiradatriste,sinoesperaraquelcumplimientoqueibaasalirdebocadelreyyacortarletodaesperanzaderestitución.

Elcardenalfueelprimeroquérompióelsilencio.

—¿HavenidoVuestraMajestadaestablecerseenVincennes?

Luismoviólacabeza.

—Es un favor precioso —continuó Mazarino— que concede a unmoribundoyqueharámásdulcelamuerte.

—Espero—contestóelrey—quevengoavisitar,noaunmoribundo,sinoaunenfermosusceptibledecuración.

Mazarino hizo otro movimiento de cabeza, que significaba: «MuybondadosaesVuestraMajestad;perosémásquevosdeesto».

—Laúltimavisita,Majestad,laíntima.

—Siasífuese,señorcardenal—dijoLuisXIV—,aúnvendríanuevamenteapedirconejosaunguíaaquientodolodebo.

AnadeAustriaeramujerynopudocontenerlaslágrimas.ElmismoLuis

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semanifestómuy conmovido, yMazarinomás aún que sus dos huéspedes;peroporotrosmotivos.Otravezvolvióelsilencio;lareinaenjugósusmejillasyLuisrecobrósufirmeza.

—Decía—continuó el rey—quedebomucho aVuestraEminencia.Losojosdelcardenaldevoraronalrey,porquesentíallegarelmomentosupremo.

—Yelprincipalobjetodemivisita—prosiguió—eradarosgraciasmuysinceras por el último testimonio de amistad que habéis tenido a bienenviarme.

Lasmejillasdelcardenalsepusieroncóncavas,suslabiosentreabriéronseyelmáslamentablesuspiroquejamássehayadadosepreparóasalirdesupecho.

—Majestad —dijo—, habré despojado a mi desgraciada familia, habréarruinadoatodoslosmíos,delocualpuedenhacermeuncargo,peroalmenosnosediráqueherehusadosacrificarlotodoamirey.

AnadeAustriarenovósullanto.

—Querido señorMazarino—dijo el rey con el tono grave que no debíaesperarsedesujuventud—,mehabéiscomprendidomalaloqueveo.

Elcardenalseincorporósobréuncodo.

—Aquínose tratadearruinaravuestraqueridafamilia,nidedespojaravuestrosservidores.¡Oh,no!Nadadeeso.

«Entonces,vaadevolvermealgo—pensóSuEminencia—.Saquemoselmendrugolomásgrandeposible».

«Elrey,sevaaenterneceryadarladegeneroso—pensólareina—;noledejemosqueseempobrezca,puesnosepresentaránuncasemejanteocasióndefortuna».

—Majestad—dijoenvozaltaelcardenal—,mifamiliaesmuynumerosa,ymissobrinasvanaverseprivadasdetodonoviviendoyo.

—¡Oh! —se apresuró a interrumpir la reina—. No sintáis ningunainquietudcon respectoavuestra familia;nosotrosno tendremosamigosmáspreciososquevuestrosamigos;vuestrassobrinasseránmishijas,hermanasdeSuMajestad,ysisedistribuyeunagraciaenFrancia,seráparaquienesamáis.

—¡Esoeshumo!—pensóMazarino,quecomprendíamejorquenadie loquepuedesacarsedelaspromesasdelosreyes.

Luis leyó el pensamiento del moribundo en su rostro. Tranquilizaos,queridoMazarino—ledijoconmelancólicasonrisaocultaensuironía—;lasseñoritasManciniperderánsumayorbienconvuestramuerte,peronoporeso

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dejarándeserlasherederasmásricasdeFrancia,ypuestoquehabéisqueridodonarmesusdotes.

Elcardenalestabajadeante.

—Yoselosdevuelvo—prosiguióelreyLuisXIVsacandodesupechoyalargando hacia el cardenal el pergamino que contenía la donación que porespaciodedosdíashabíaproducidotantastempestadesenelánimoMazarino.

—¿Quéoshabíadicho,señor?—murmuróenelhuecodelacamaunavozquepasócomounsoplo.

—¡VuestraMajestadmedevuelvemidonación!—exclamóMazarino,tanturbadoporelregocijo,queolvidósupapeldebienhechor.

—¡VuestraMajestad devuelve los cuarentamillones!—exclamóAna deAustria,tanestupefactaqueolvidósupapeldeafligida.

—Sí, señor cardenal; sí, señora —contestó Luis XIV, rompiendo elpergaminoqueaúnnosehabíaatrevidoacogerMazarino—.Sí,inutilizandoestedocumentoqueexpoliabaatodalafamilia.LosbienesadquiridosporSuEminenciaamiserviciosonsuyosynomíos.

—Pero—repusoAnadeAustria—,¡pienseVuestraMajestadquenotienediezmilescudosensusarcas!

—Señora, acabodehacermiprimeraacción regiaycreoque inaugurarádignamentemireinado.

—¡Ah! ¡Majestad, tenéis razón!—exclamóMazarino—. Es ciertamentegrandeygenerosoloqueacabáisdehacer.

Ymirabaunodespuésdeotrolospedazosdepergaminoesparcidossobreellecho,paracerciorarsebienquehabíarotoeloriginalynounacopia.

Alfin,susojosseencontraronconaquelenqueestabalafirma,ydespuésquelareconoció,dejósecaerdebilitadoenlaalmohada.

AnadeAustria,sinfuerzaparaocultarsudisgusto,alzabalasmanosylosojosalcielo.

—¡Ah, Majestad! —murmuró Mazarino—. ¡Ah, Majestad! ¡Seréisbendecido,Diosmío!¡Seréisamadoportodamifamilia!¡PerBacco!Sialgúndisgustoosviniesedepartedelosmíos,fruncidlascejas,Majestad,ysalgodemisepulcro.

EstafanfarronadanocausótodoelefectoconqueMazarinocontaba.Luishabíayapasadoaconsideracionesdeunordensuperior,yencuantoalareinaAna,nopudiendosoportar,sinabandonarsealairaquesentíarugirdentrodesí, aquella magnanimidad de su hijo y aquella hipocresía del cardenal, se

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levantóysaliódelacámara,pococuidadosademanifestarasísudespecho.

TodoloadivinóMazarino,ytemiendoqueLuisXIVsearrepintiesedesuprimeradecisión,empezóagritarparadarotradirecciónalosánimos,comomás tarde debía hacerlo Scapin en aquella farsa sublime que el regañón ymelancólicoBoileauseatrevióareprenderaMoliere.

Sinembargo,pocoapococalmáronselosgritos,ycuandoAnadeAustriasaliódelacámaraseextinguierondeltodo.

—Señorcardenal—dijoelrey—,¿tenéisahoraalgunarecomendaciónquehacerme?

—Majestad —contestó Mazarino—, ya sois la misma sabiduría, laprudenciaenpersona,yencuantoagenerosidad,nodigo, loqueacabáisdehacer excede a cuanto han hecho jamás los hombresmás bondadosos de laantigüedadydelostiemposmodernos.

Elreypermanecióimpasibleaesteelogio.

—¿De modo —dijo—, que os limitáis a darme las gracias, y vuestraexperiencia, más conocida todavía que mi sabiduría, mi prudencia y migenerosidad,noossugiereunconsejoamistosoquemesirvaparaelporvenir?

Mazarinoreflexionóuninstante,ydijo:

—Muchoacabáisdehacerpormí,esdecir,porlosmíos.

—Nomehabléisdeeso—dijoelrey:

—Puesbien—prosiguióMazarino—,quierodarosalgoencambiodeésoscuarentamillonesquemeabandonáistanregiamente.

Luis XIV hizo un movimiento que demostraba que todas aquellasadulacioneslehacíanpadecer.

—Quiero—siguió diciendoMazarino— daros un consejo; y un consejomásvaliosoqueloscuarentamillones.

—¡Señorcardenal!—interrumpióLuisXIV.

—Escuchadelconsejo,Majestad.

—Escucho.

Aproximaos,quemedebilito…Máscerca,Majestad,máscerca.Elreyseinclinósobreellechodelmoribundo.

—Majestad—dijoelcardenalenvoztanbajaque,elsoplodesupalabrallegósólocomounarecomendacióndelsepulcroalosoíosatentosdeljovenrey—,notengáisjamásprimerministro.

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Luisseincorporóasombrado.Elconsejoeraunaconfesión.Erauntesoro,en efecto, aquella confesión sincera deMazarino. El legado del cardenal aljoven rey se componía solamente de seis palabras; pero éstas como habíadichoSuEminenciavalíancuarentamillones.

Luis permaneció un momento aturdido. En cuanto a Mazarino, parecíahaberdichoalgomuynatural.

—Ahora,apartedevuestrafamilia—dijoelrey—,¿tenéisalgunoaquienrecomendarme,señorMazarino?

Un ligero frotamiento se escuchó en las cortinas de la cama. Mazarinocomprendió.

—Sí, sí, Majestad —exclamó vivamente—; os recomiendo un hombresabio,unhombrehonrado,unhombrehábil.

—Manifestadmesunombre,señorcardenal.

—Su nombre os es casi desconocido hasta ahora, Majestad; el señorColbert,mi intendente. ¡Oh!Valeosdeél—añadióMazarino—; todo loquehapredichohasucedido;tienebuengolpedevistayjamásseengañanisobrelas cosas ni sobre los hombres, lo cual esmás sorprendente aún.Majestad,muchoosdebo,perocreodesquitarmedándoosalseñorColbert.

—Bien —dijo Luis XIV, porque como decía Mazarino, ese nombre deColbertleeradesconocido,ytomabaesteentusiasmodelcardenalpordeliriodeagonizante.

Elcardenalvolvióacaerenlaalmohada.

—Por última vez, adiós,Majestad, adiós—murmuróMazarino—.Estoycansado y tengo que andar todavía un camino áspero antes de presentarmedelantedeminuevoamo…¡Adiós,Majestad!

Elreysintiólágrimasensusojos.Seinclinósobreelmoribundo,yamediocadáver,yenseguidaseapartóprecipitadamente.

CapítuloXLIX

PrimeraaparicióndeColbert

Lanochetranscurrióentrelasangustiasdelreyylasdelmoribundo;ésteesperabalibrarsedesusmales;aquélaguardabasulibertad.

Luisnoseacostó.UnahoradespuésdesusalidadelacámaradeMazarinosupo que, recobrando el moribundo algunas fuerzas, se había hecho vestir,

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afeitar,ypeinar,yquehabíaquerido recibira losembajadores.SemejanteaAugusto, consideraba sin duda al mundo como un gran teatro y queríarepresentardignamenteelúltimoactodesucomedia.

AnadeAustrianovolvióapresentarseenelaposentodelcardenal,puesyanada tenía que hacer en él. Las conveniencias fueron un pretexto. Por lodemás,elcardenalnopreguntóporella;elconsejoquelareinadieraasuhijoselehabíaclavadoenelcorazón.

Aesodemedianocheymuyacicalado,Mazarinoentróenlaagonía.Habíarevisado su testamento, y como éste era expresión exacta de su voluntad, ytemía que una influencia interesada se aprovechase de su debilidad a fin decambiaralgunasdesusdisposiciones,habíadadoaColbertlaconsigna,yéste,paseábaseenelcorredorqueconducíaa laalcobadelcardenalcomoelmásvigilantecentinela.

Encerradoelreyensuhabitación,enviabadehoraenhoraasunodrizaaldepartamentodeMazarino,conordendetraerleelparteexactodelasaluddelcardenal.

Despuésdehabersabidoqueéstesehabíahechovestir,afeitar,peinar,yquehabíarecibidoalosembajadores,supotambiénqueyacomenzabanporsualmalasoracionesdelosagonizantes.

AlaunadelamañanahabíaensayadoGuénaudelúltimoremediollamadoheroico.Mazarinorespirócercadediezminutosdespuésdehaberlotomado,ydioordenparaqueseextendiesepor todaspartesyalmomentoel rumordeuna crisis feliz.A esta noticia sintió el reypasar comoun sudor fríopor sufrente; había entrevisto el día de su libertad, y la esclavitud le parecíamástriste y menos aceptable que nunca. Pero el parte que siguió cambióenteramentelafazdelascosas.Mazarinoyanorespirabadeltodo,yapenasrepetía lasoracionesqueasu ladorecitabaelpárrocodeSanNicolásde losCampos.Elreycomenzóaandarconagitaciónensucámara,yaconsultar,almismo tiempo que andaba,muchos papeles que había sacado de una cajita,cuya llave sólo él guardaba. Volvió por tercera vez la nodriza. MazarinoacababadehacerunjuegodepalabrasydeordenarquesevolvieseabarnizarsuFloradeTiciano.

Finalmente, a eso de las dos de lamañana, ya nopudo el rey resistir sudesfallecimiento,puesnohabíadormidoenveinticuatrohoras.

Elsueño,tantenazensuedad,apoderósedeélylevencióporespaciodecercaunahora;peronoseacostó,sinoquedurmióensusillón.Alascuatroentróenlacámaralanodrizaylodespertó.

—¿Quésucede?—preguntóél.

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—MiqueridaMajestad—dijo lanodriza juntando lasmanosconairedeconmiseración—,¡hamuerto!

El rey se levantó de un salto, como si hubiese tenido en las piernas unresortedeacero.

—¡Muerto!—exclamó.

—¡Ay!Sí.

—Pero¿esoescierto?

—¿Oficial?

—Sí.

—¿Sehadadoyalanoticia?

—Aúnno.

—Pero¿quiéntehadichoqueelcardenalhayamuerto?

—ElseñorColbert.

—¿Yestabaélciertodeloquedecía?

—Salíadelacámarayhabíatenidoduranteunosminutosunespejojuntoaloslabiosdelcardenal.

—¡Ah!—exclamóelrey—.¿YquéhasidodeColbert?

—AcabadesalirdelcuartodeSuEminencia.

—¿Parairadónde?

—Paraseguirme.

—Demodoqueestá…

—Aquí,miqueridaMajestad,esperandoenlapuertaquetengáiselgustoderecibirlo.

Luiscorrióalapuerta,laabrióélmismo,yvioaColbertenelpasillo,enpieyesperando.Elreyestremeciósealaspectodeaquellaestatuavestidadenegro.

Colbert,saludandoconprofundorespeto,diodospasoshaciaelrey.LuisentróenlacámarahaciendoseñasaColbertparaquelesiguiera.

Colbert entró y Luis despidió a la nodriza, que cerró la puerta al salir.Colbertseparómodestamentealladodeesapuerta.

—¿Qué venís a decirme, caballero? —dijo Luis muy turbado de sersorprendidoensupensamientoíntimo,quenopodíaocultarcompletamente.

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—Que el señor cardenal acaba de morir, Majestad, y que os traigo suúltimoadiós.

Elreypermaneciópensativouninstante,duranteelcualmiróatentamenteaColbert;eraevidentequerecordabaelúltimopensamientodelcardenal.

—¿SoisvoselseñorColbert?—preguntó.

—Sí,Majestad.

—¿FielservidordeSuEminencia,comoélmismomehadicho?

—Sí,Majestad.

—¿Depositariodeunapartedesussecretos?

—Detodos.

—LosamigosydomésticosdeSuEminenciameseránqueridos,caballero,ytendrécuidadodequeseáiscolocadoenmisoficinas:

Colbertseinclinó.

—¿Soisfinanciero?

—Sí,Majestad.

—¿Yelseñorcardenalosempleabaensusnegocios?

—Hetenidotalhonor,Majestad.

—Perocreoquenuncahicisteisnadapersonalmentepormicasa.

—Dispensad, Majestad; yo soy quien tuvo el honor de dar al señorcardenallaideadeunaeconomíaqueproducetrescientosmilfrancosalañoalascajasdeSuMajestad.

—¿Quéeconomía,caballero?

—¿VuestraMajestadsabequelosciensuizostienenencajesdeplataenlosdosladosdelascintas?

—Indudablemente.

—Puesbien,Majestad,yosoyquienpropusoqueesosencajes fuesendeplata falsa; esto parece que no es nada; mas son cien mil escudos, son lamanutencióndeunregimientoporunsemestre,oelpreciodediezmilbuenosmosquetes,oel importedeunbuquedediezcañonesdispuestoadarsea lavela.

—Escierto—dijoLuisXIVconsiderandoconmásatenciónalpersonaje—; y es una economíamuy bien hecha, pues era ridículo que los soldadosllevasenelmismoencajequelosseñores.

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—SoydichosoenseraprobadoporVuestraMajestad—dijoColbert.

—¿Yeséseelúnicoempleoqueteníaisconelcardenal?—preguntóelrey.

—También me había encargado el cardenal examinar las cuentas de lasuperintendencia.

—¡Ah!—dijoLuisXIV,queyasedisponíaadespediraColbert,peroquese detuvo al oír estas palabras—. ¡Ah! ¿Sois vos a quien el cardenal habíaencargadodeinterveniralseñorFouquet?¿Quéharesultado?

—Quehaydéficit;perosiVuestraMajestadmepermite…

—Hablad;señorColbert.

—¿DebodaralgunasexplicacionesaVuestraMajestad?

—No,caballero,vossoisquienhabéisintervenidoesascuentas;dadmelasuma.

—Esoseráfácil,Majestad.Vacíoportodaspartes,dineroenninguna.

—Cuidado, caballero; atacáis cruelmente a la administración del señorFouquet;elcual,segúnheoídodecir,eshombrehábil.

Colbert ruborizóse, y después se puso pálido, porque conoció que desdeaquelmomentoentrabaen luchaconunhombrecuyopodercasi igualabaaldelqueacababademorir.

—Sí,Majestad,unhombremuyhábil—repitióColbertinclinándose.

—PerosielseñorFouquetesunhombrehábil,ysiapesardesuhabilidadfaltaeldinero,¿quiéntienelaculpa?

—Yonoacuso,Majestad,sinopruebo.

—Está bien; haced vuestras cuentas y presentádmelas. ¿Decís que haydéficit?Undéficitpuedeserpasajero;elcréditovuelveylosfondoscrecen:

—No,Majestad.

—Poresteaño,quizá,locomprendo;pero¿yenelpróximo?

—Elpróximo,Majestad,estátancomidocomoelactual.

—¿Yelotroaño?

—Comoelpróximo.

—¿Quémedecís,señorColbert?

—Afirmoquehaycuatroañoscomprometidosdeantemano.

—Entoncesseharáunempréstito:

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—Yasehanhechotres,Majestad.

—Crearéoficiosafindehacerlosrenunciar,yseguardaráeldinerodelascargas.

—Imposible,Majestad,porqueyahahabidocreacionessobredonacionesde oficios, cuyas provisiones se han entregado en blanco, demodo que losadquirentes gozan de ellos sin desempeñarlos. Por otra parte, el señorsuperintendentehadadountercioderemisiónencadatratado,desuertequelospueblossonexprimidossinqueseaprovechedeellovuestraMajestad.

Elrey,hizounmovimiento.

—Explicadmeeso,señorColbert.

—QueVuestraMajestadformulesupensamientoymediga loquedeseaqueyoleexplique.

—Tenéisrazón;claridad¿noeseso?

—Sí,Majestad;claridad.DiosesDios,sobretodoporhabercreadolaluz.

—Pues bien —prosiguió Luis XIV—, si hoy que ha muerto el señorcardenalyquedohechorey,quisiera,porejemplo,tenerdinero…

—VuestraMajestadnolotendría.

—¡Oh!Heaquíalgo raro, señor.¿Cómono ibaaencontrarmedineromisuperintendente?

Colbertsacudiósucabezota.

—Entonces—dijoelrey—,¿tanempeñadaestánlasrentasdelEstadoqueyanoseanrentas?

—Sí,Majestad,hastaesepunto.Elreyfruncióelceño.

—Puesentonces reuniré los libramientosparaconseguirde los tenedoresundescargo,unaliquidaciónabuenprecio.

—Imposible,porqueloslibramientoshansidoconvertidosenbilletes,loscuales,parafacilidaddetransacción,estáncortadosentantaspartesoriginalesqueesimposiblereconocereloriginal.

Luis, muy agitado, se paseaba de arriba abajo con el ceño siemprearrugado.

—Pues si es así comodecís, señorColbert—dijo al findeteniéndosedepronto—,¿estaréarruinadoaunantesdereinar?

—Lo estáis, en efecto, Majestad repuso el impasible alineador deguarismos.

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—Pero,sinembargo,señor,eldineroestáenalgunaparte.

—Enefecto,y,paraempezar,traigoaVuestraMajestadunanota,peroquemeloshabíaconfiadoa…

—¿Avos?

—ConprescripcióndeponerlosenmanosdeVuestraMajestad.

—¡Cómo!¿Ademásdeloscuarentamillonesdeltestamento?

—Sí,Majestad.

—¿Aunteníamásfondoselseñorcardenal?

Colbertseinclinó.

—¡Pero ese hombre era un abismo! —murmuró el rey—. El señorMazarinoporunaparte,porotra,elseñorFouquet;másdecienmillonesquizáentrelosdos;asínomeespantaquemisarcasesténvacías.

Colbertesperabasinmoverse.

—¿Yesasumaquemetraéisvalelapena?—preguntóelrey.

—Lacantidadesbastanteredonda,Majestad.

—¿Asciende?

—Atrecemillonesdelibras.

—¡Trece millones! —exclamó Luis XIV estremeciéndose de alegría—.¿Decístrecemillones,señorColbert?

—Sí,Majestad,hedichotrecemillones.

—¿Quetodoelmundoignora?

—Quetodoelmundoignora.

—¿Queestánenvuestrasmanos?

—Enmismanos,sí,Majestad.

—¿Yquepuedotener?

—Dentrodedoshoras.

—¿Puesdóndesehallan?

—Enlacuevadeunacasaqueelseñorcardenalposeíayquehatenidoabienlegarmeporcláusulaparticulardesutestamento.

—¿LuegoconocéiseltestamentodelseñorMazarino?

—Tengounacopiafirmadadesumano.

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—¿Unacopia?

—Sí,Majestad, hela aquí.Colbert, sacó sencillamente la escritura, de subolsilloy laenseñóalrey,quienleyóelartículorelativoa ladonacióndelacasa.

—Aquísólosetratadelacasa—dijo—yenningunapartesemencionaeldinero.

Perdón,Majestad,estáenmiconciencia.

—¿YelseñorMazarinohaconfiadoenvos?

—¿Porquéno,Majestad?

—¿El,elhombredesconfiadoporexcelencia?

—Noloeraconmigo,comopuedeverVuestraMajestad.

Luisfijóasombradosumiradaenaquellacabezavulgar,peroexpresiva.

—Soisunhombrehonrado,señorColbert—dijoelrey.

—Esonoesvirtud,Majestad,sinodeber—contestó,Colbertfríamente.

—Peroesedinero—añadióLuisXIV—,¿noesdelafamilia?

—Si fuera de la familia estaría en el testamento del cardenal, como lodemásde su fortuna.Si fuera de la familia, yo, quehe redactado el acta dedonaciónhechaenfavordeVuestraMajestad,hubieseañadidolacantidaddetrecemillonesaladeloscuarentaqueyaseosofrecían.

—¡Cómo!—exclamóLuisXIV—. ¿Sois vos quien redactó la donación,señorColbert?

—Sí,Majestad.

—¿Yelcardenalosquería?—repusocándidamenteelrey.

—YohabíaaseguradoaSuEminenciaqueVuestraMajestadnoaceptaría—dijoColbertconelmismotonodetranquilidadqueyahemosobservado,yque,aunenlosnegocioshabitualesdelavida,teníaalgodesolemne.

Luispasóunamanoporsufrente.

—¡Oh!Soyjoven—exclamóenvozmuybaja—paramandarhombres.

Colbertaguardabaelfindeestemonólogointerior,yvioaLuisquealzabalacabeza.

—¿AquéhoraenviaréeldineroaVuestraMajestad?—preguntó.

—Estanochea lasonce.Deseoquenadie sepa loque tengo.Colbert norespondió,comosilacosanofueseconél.

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—¿Esasumaestáenbarrasoenoroacuñado?

—Enoroacuñado,Majestad.

—Bien.

—¿Dóndeloenviaré?

—AlLouvre;gracias,señorColbert.

Colbertinclinóseysalió.

¡Trecemillones!—exclamóLuisXIVcuandoseviosolo—.¡Esunsueño!

Enseguidadejócaerlafrenteentrelasmanos,comosienefectodurmiese.

Peroalcabodeuninstantealzólacabeza,sacudiósuhermosacabellera,selevantó,yabriendoconviolencia laventana,bañósusardientessienesenelairedelamañanaquelellevabaeloloracredélosárboles,eldulceperfumedelasflores.

Unaauroraresplandecienteaparecióenelhorizonte,ylosprimerosrayosdelsolinundarondellamaslafrentedeljovenrey.

—Esta aurora es la demi reinado—murmuró LuisXIV—. ¿Es este unpresagioquémeenviáis,DiosOmnipotente?

CapítuloL

PrimerdíadelreinadodeLuisXIV

Lamuertedelcardenalsúposeporlamañanaenelpalacioyenlaciudad.

LosministrosFouquet,Lyonne,yLetellierentraronenlasaladesesionesparacelebrarConsejo.

Elreylosmandóllamaralmomento.

—Señores —dijo—, mientras vivió el señor cardenal, yo le dejé quegobernara mis asuntos; mas, al presente quiero gobernarlos yo mismo;vosotrosmedaréisvuestrosconsejoscuandoyooslospida.¡Marchaos!

Losministrosmiráronseconsorpresa,ysidisimularonunasonrisa,fuecongran esfuerzo, porque sabían que el príncipe, educado en una ignoranciaabsoluta de los negocios, encargábase, por amor propio, de un trabajodemasiadopesadoparasusfuerzas.

Fouquetsedespidiódesuscolegasenlaescalera,diciendo:

—Señores,menostareaparanosotros.

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Ysubiómuycontentoensucarroza.

Los otros, algo inquietos del giro que tomaban los acontecimientos,volvieronjuntosaParís.

Elreypasóaesodelasdiezalcuartodesumadre,conlacualsostuvounaconversaciónmuy reservada; y luego, después de cenar, subió en un cochecerradoysefuederechoalLouvre.Allírecibióamuchagente,ytuvociertoplacerenirobservandolavacilacióndetodosylacuriosidaddecadauno.

Luegomandó que se cerrasen todas las puertas del Louvre, excepto unaquedabaalmuelle.Enestelugarpusodecentineladoscientossuizosquenohablabanniunapalabraenfrancés,conlaconsignadedejarentrartodoloquefuesefardoocajón,peroningunaotracosa,ydenopermitirsalirnada.

Alasonceenpuntooyóelrodardeuncarropesado,despuéseldeotro,yenseguidael tercero; trasdelocualgirósilenciosamentesobresusgozneslaverjaparacerrarse.

Enseguidaarañóalguienconlauñaenlapuertadelgabinete.Elreyfueaabrirporsímismo,yvioaColbert,cuyasprimeraspalabrasfueronéstas:

—EldineroestáenlacuevadeVuestraMajestad.

Luis bajó entonces a visitar élmismo las barricas demonedas de oro yplata,que,graciasalasprecaucionesdeColbert,cuatrohombreshabíanhechorodarenunacueva,cuya llavehabíahechoentregarel reyaColbertaquellamismamañana.Concluidaestarevista,LuisentróensucuartoacompañadodeColbert,quenohabíaanimadosu inmóvil frialdadconelmás insignificanterayodepersonalsatisfacción.

—Caballero—ledijoelrey—,¿quédeseáisqueosdéenrecompensadevuestraadhesiónyprobidad?

—Nadaabsolutamente,Majestad.

—¡Cómonada!¿Niaunlaocasióndeservirme?

—AunqueVuestraMajestadnomeproporcioneesaocasión,noporesoleservirémenos.Meesimposiblenoserelmejorservidordelrey.

—SeréisintendentedeHacienda,señorColbert.

—Mashayunsuperintendente,Majestad.

—Cierto.

—Majestad,elsuperintendenteeselhombremáspoderosodelreino.

—¡Ah!—murmuróelreyLuisruborizándose—:¿Creéis…?

—Meaplastará enochodías,Majestad;porque al fin,VuestraMajestad

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me da una intervención para la cuales menester fuerza. Intendente bajo unsuperintendenteeslainferioridad.

—Queréisapoyo…

—YahetenidoelhonordedeciraVuestraMajestadqueelseñorFouquet,envidadelseñorMazarino,eraelsegundopersonajedelreino;peromuertoyaMazarino,elseñorFouquetsehahechoelprimero.

—Caballero,hoyconsientoaúnenquemedigáisesascosas;peromañana,pensadbienenello,yanolassufriré.

—Entonces,¿seréinútilaVuestraMajestad?

—Yalosois,puestoqueteméiscomprometerosenmiservicio.

—Sólotemonopoderserviros.

—¿Quéqueréisentonces?

—Deseo que Vuestra Majestad me de ayudantes en el trabajo de laintendencia.

—Laplazadesmerece:

—Peroganaenseguridad.

—Elegid,vuestroscolegas.

—LosseñoresBreteuil,MarinyHervart.

—Mañanaapareceráeldecreto.

—¡Gracias,Majestad!

—¿Masesotodoloquedeseáis?

—No,Majestad;unacosamás.

—¿Cuál?

—Dejadmecomponeruntribunaldejusticia.

—¿Paraqué?

—Parajuzgaralosarrendadoresderentasyasentistasquehanmalversadodediezañosaestaparte.

—Pero…¿quéseleshará?

—Seejecutaráatres,locualharávomitaralosotros.

—No puedo, sin embargo, comenzar mi reinado con ejecuciones, señorColbert.

—Alcontrario,Majestad,afindenoconcluirlocontormentos.Elreyno

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respondió.

—¿ConsienteVuestraMajestad?—dijoColbert.

—Reflexionaré,caballero.

—Seráyatardecuandoestéhechalareflexión.

—¿Porqué?

—Porquetenemosquehabérnoslascongentemáspoderosaquenosotros,siestánadvertidos.

—Componedesetribunaldejusticia.

—Locompondré.

—¿Esesotodo?

—No, Majestad; todavía hay una cosa importante… ¿Qué derechos daVuestraMajestadaesaintendencia?

—Mas…Nosé…Hayusos…

—Majestad,necesitoqueseadevueltoaesaintendenciaelderechodeleerlacorrespondenciadeInglaterra.

—Imposible, caballero, porque de esa correspondencia se despoja alconsejo;elmismoMazarinolohacía.

—Creo que Vuestra Majestad declaró esta mañana que ya no habríaConsejo.

—Sí,lodeclaré.

—Entonces,leaVuestraMajestadporsímismosuscartas,ysobretodo,lasdeInglaterra;insistoparticularmenteenestepunto.

—Caballero, tendréis esa correspondencia, ymedaréis cuentade ella—exclamóelreyconresolución.

—Yentonces,¿quétendréquehacerenlaHacienda?

—TodoloquenohagaelseñorFouquet.

—EsoesloqueyopedíaaVuestraMajestad.Gracias,mevoytranquilo.

Marchó efectivamente al decir estas palabras, mientras Luis lo miraba.AúnnoestabaColbertacienpasosdedistanciadelLouvre,cuandorecibióelreyuncorreodeInglaterra.Despuésdehabermiradoysondeadolacubiertadelpliegorompiólaprecipitadamente,yencontróunacartadelreyCarlosII.

Heaquíloqueelpríncipeinglésescribíaasuhermano:

Vuestra Majestad debe estar muy inquieto con la enfermedad del señor

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cardenal Mazarino; pero el exceso del peligro puede serviros: el señorcardenalestacondenadoporsumédico.OsagradezcolarespuestaquehabéisdadoamicomunicaciónconrespectoaladyEnriquetaEstuardo,mihermana,ydentrodeochodíaspartirálaprincesaparaParísacompañadadesucorte.

Es muy dulce para mí reconocer la fraternal amistad que me habéisdemostrado,ydellamarosmásjustamenteaúnhermanomío.Meesmuygratosobre todo el probar aVuestraMajestad, cuántome ocupo de lo que puedeagradarle. Hacéis fortificar ocultamente a Belle-Île-en-Mer. Mal, hecho.Nuncatendremosguerra.Esamedidanomeinquieta,peromeentristece…Enesogastáismillonesinútiles;decidloasíavuestrosministros,ycreedquemipolicíaestábieninformada;hacedme,hermanomío,losmismosserviciosenllegandoelcaso.

Elreyllamóviolentamente,ysuayudadecámaraapareció.

—ElseñorColbertacabadesalirdeaquí,ynopuedeestarlejos…¡Quelellamen…!—exclamó.

Elayudadecámaraibaacumplirlaorden,peroledetuvoelrey.

—No—dijo—, no…Veo toda la trama de ese hombre. Belle-Île es delseñorFouquet;Belle-ÎlefortificadaesunaconspiracióndelseñorFouquet.Eldescubrimiento de esa conspiración es la ruina del superintendente, y esedescubrimiento resulta de la correspondencia de Inglaterra; he aquí por quéqueríaColbertteneresacorrespondencia¡Oh!

Nomeesposible,sinembargoponertodamifuerzaenesehombre;élnoesmásquelacabeza,ymefaltaelbrazo.

Luisdioderepenteunalegregrito.

—Yotenía—observóalayudadecámara—untenientedemosqueteros.

—Sí,Majestad;elseñordeD’Artagnan.

—Quehadejadomiserviciotemporalmente.

—Sí,Majestad.

—Quelobusquen,yquevengaaquímañanaalahoradelevantarme.

Elayudadecámaraseinclinóysalió.

—Trecemillonesenmicueva—dijoentonceselrey—;Colbert teniendomibolsayD’Artagnanllevandomiespada.

—¡Yasoyrey!

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CapítuloLI

Unapasión

AlregresarAthosdelpalaciorealelmismodíadesullegada,entró,segúnyahemosvisto,ensucasadelacalledeSanHonorato,enlacualencontróalvizconde de Bragelonne, que le charlando con en su cuarto charlando conGrimaud.

No era cosa muy divertida hablar con el antiguo servidor; sólo doshombresposeían este secreto:AthosyD’Artagnan.Elprimero lo conseguíaporqueGrimaud trataba de hacerle hablar también;D’Artagnan, en cambio,porquesabíahacerhablaraGrimaud.

RaúlsehallabaocupadoenhacersecontarelviajeaInglaterra,yGrimaudlo había referido con todos sus pormenores, con cierto número de gestos yochopalabras;nimásnimenos.

—Primeramente,habíaindicadoconunmovimientodemanoquesuseñoryélhabíanatravesadoelmar.

—¿Paraalgunaexpedición?—preguntóRaúl.

Grimaud,bajandolacabeza,habíacontestadoquesí.

—¿Dondeelseñorcondecorriópeligros?

Grimaudseencogiódehombros,comoparadecir:«Nimuchonipoco».

—Pero¿nialgúnpeligro?—insistióRaúl.

Grimaudseñalóalaespada,alfuego,yaunmosquetequeestabacolgadoenlapared.

—Portanto,elseñorconde¿teníaallíunenemigo?—exclamóRaúl.

—Monk—contestóGrimaud.

—Es raro—continuóRaúl—queel señorconde insistaenconsiderarmecomounnovicio,yennohacermeparticipardelhonorodelpeligrodeesosencuentros.Grimaudsonrió.

En este momento volvió Athos. El huésped le alumbraba la escalera, yGrimaud,reconociendoelpasodesuamo,corrióasuencuentro,locualcortóensecolaconversación:

Pero Raúl habíase lanzado en vías de interrogación; así es que no sedetuvo,ytomandolasdosmanosdelcondeconvivaternura,perorespetuosa,dijo:

—¿Cómo es, señor, que osmarcháis para un viaje lleno de peligros sin

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decirmeadiós, sinpedirmeelauxiliodemiespada,amí,quedeboserparavosunsostén,yaquetengofuerzas;amí,aquienhabéiseducadocomoaunhombre?¡Ah!¿Conquequeréisexponermealaterriblepruebadenovolveraverosnunca?

—¿Quiénoshadicho,Raúl,quefuesepeligrosomiviaje?—dijoelcondeponiendo su capa y su sombrero en manos de Grimaud, que acababa dequitarlelaespada.

—Yo—dijoGrimaud.

—¿Yporqué?—dijoseriamenteAthos.

—Grimaudestabamuyembarazado,yRaúlfueensuauxiliorespondiendoporél.

—Esmuynatural,señor,queestebuenGrimaudmemanifiestelaverdadenloqueosconcierne.¿Porquiénseréisamadoysostenidosinopormí?

Athos no respondió. Hizo un gesto amigable que apartó a Grimaud,sentándoseluegoenunsillón,mientrasRaúlpermanecíadelanteyenpie.

—Siempre tendremos —continuó Raúl— que vuestro viaje era unaexpedición…yqueelhierroyelfuegooshanamenazado.

—Nohablemosmásdeeso—dijoAthosdulcemente—;salíderepente,esverdad;peroelserviciodelreyCarlosIIexigíatanprontamarcha.Osdoylasgraciasporvuestrainquietud;séquepuedocontarconvos…¿Nooshahechofaltanadadurantemiausencia,vizconde?

—No,señor;gracias.

—Ordené a Blaisois que os entregará cien doblones en cuanto losnecesitaseis.

—Señor,yonohevistoaBlaisois.

—Entonces,¿oshabéispasadosindinero?

—Merestabantreintadoblonesdelaventadeloscaballosquetoméparamiúltima campaña, y además, el señor príncipe tuvo la bondaddehacermeganardoscientoseneljuegohacetresmeses.

—¿Jugáis…?Nomegustaeso,Raúl.

—Jamás juego, señor; el príncipe me ordenó que llevase sus cartas enChantilly…unanochequerecibióuncorreodelrey;yoobedecí,ymemandóelpríncipequemequedaraconlagananciadelapartida.

—¿Es esa una costumbre de la casa, Raúl?—dijo Athos frunciendo elceño.

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—Sí,señor.Todaslassemanashaceelseñorpríncipetalobsequioaunodesuscaballeros.HaycincuentaencasadeSuAlteza,yaquellavezmetocóelturno.

—Bien,¿conquefuisteisaEspaña?

—Sí,señor,hiceunviajemuyplacenteroeinteresante.

—¿Yhaceunmesquehabéisvuelto?

—Sí,señor.

—Yenesemes,¿quéhabéishecho?

—Miservicio,señor.

—¿NohabéisestadoenmicasadelaFère?

Raúlseruborizó.Athoslemiróconojosfijos:

—Haréismalennocreerme—dijoRaúl—;conozcoquemeruborizo,peroes a pesarmío. La pregunta queme hacéis el honor de dirigirme es de talnaturaleza, que causa en mí muchas emociones. Me ruborizo porque estoyconmovido,mas,noporquemienta.

—Yasé,Raúl;quenomentísnunca.

—No,señor.

—Pero,además,hacéismaleneso;loqueyoqueríadeciros…

—Lasémuybien, señor;queríaispreguntarmesiyonohabíaestadoen.Blois.

—Precisamente.

—Noheido,nitodavíahevistoalapersonadequienqueréishablarme.

LavozdeRaúl temblabaaldecirestaspalabras.Athos,soberanojuezentodadelicadeza,añadióalmomento:

—Raúl,merespondéisconsentimientopenoso;veoquesufrís.

—Mucho,señor;mehabéisprohibidoiraBloisyvolveraveralaseñoritadeLaVallière.

Aquídetúvoseeljoven;estedulcenombre,tan,encantadordepronunciar,desgarrabasucorazón,acariciandosuslabios.

—Yhehechobien,Raúl—seapresuróadecirAthos—.Nosoyunpadrebárbaro ni injusto; respeto el verdadero amor; mas pienso para vos en unporvenir… en un inmenso porvenir:Un nuevo reinado va a lucir como unaaurora,ylaguerrallamaaljovenrey,llenodeespíritucaballeresco…Loquenecesita ese ardor heroico, es un batallón de oficiales jóvenes y libres que

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corranaloshechosconentusiasmoycaigangritando:¡Vivaelrey!envezdeexclamar:¡adiós,esposamía…!Yacomprendéisesto,Raúl.Pormáscruelqueparezca mi razonamiento, os conjuro a que me creáis y a que no volváisvuestrasmiradashaciaaquellosprimerosdíasdejuventudenqueadquiristeislacostumbredeamar,díasdemuelleabandonoqueconmuevenelcorazónyle hacen incapaz de contener esos licores fuertes y amargos que se llamangloria y adversidad.Repito,Raúl, que veáis enmi consejo el solo deseo deserosútil,lasolaambicióndeverosprosperar.Osconsiderocapazdellegaraserunhombrenotable;caminadsolo,ycaminaréismejoryconmasprontitud.

—Habéismandado,señor—replicóRaúl—,yyoobedezco.

—¡Mandado!—murmuróAthos.¿Esasícomomerespondéis?¿Yooshemandado?

¡Oh!Trastornáismispalabras.¡Cómodesconocéismisintenciones!Yonohemandado,hesuplicado.

—No, señor, habéis mandado —replicó Raúl con terquedad—. Peroaunquenohubieraishechosinounasúplica,esasúplicahabríasidomáseficazqueunaorden.YonohevueltoaveralaseñoritadeLaVallière.

—¡Perosufrís!¡Sufrís!—exclamóAthos.

Raúlnorespondió.

—Osencuentropálido,yosveotriste…¿Tanfuerteesesesentimiento?

—Esunapasión—repusoRaúl—,nounacostumbreseñor,yasabéisqueheviajadomuchoyquehepasadodosañoslejosdeella.Meparecequetodacostumbrepuederomperseendosaños.Puesbien,amivuelta laamaba,nomás,porqueesoesimposible,perosílomismo.LaseñoritadeLaVallièreesparamílacompañeraporexcelencia;masvossoisparamidiosenlatierra…ytodolosacrificaréavos.

—Haríaismal—dijoAthos—;yonotengoyaningúnderechosobrevos.La edad os ha emancipado y no tenéis necesidad de mi consentimiento.Además,yononegaréeseconsentimientodespuésdetodoloqueacabáisdedecirme.Casaos,pues,conlaseñoritadeLaVallière,sigustáis.

Raúlhizounmovimiento,ydijo:

—Soisbondadoso,señor,yvuestraconcesiónmellenadereconocimiento;masnoaceptaré.

—¡Conqueahorarehusáis!

—¡Sí,señor!

—Nadaosecharéencara,Raúl.Perotenéisenloprofundodelcorazónun

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sentimientocontraesematrimonio;nosoisvosquienmelohaescogido.

—Esverdad.

—Esobastaparaquenoinsista;esperaré.

—Cuidado,Raúl;loquedecísesmuygrave.

—Losémuybien,señor;esperaré,osdigo.

—¿Aqueyomuera?—dijoAthosmuyconmovido.

—¡Oh, señor!—murmuró Raúl con lágrimas en los ojos—. ¡Es posiblequedeestemodomedesgarréiselcorazón,amí,quenooshedadoningúnmotivodequeja!

—Escierto,hijoquerido—murmuróAthos, apretandoviolentamente loslabios para reprimir la emoción de que ya no era dueño—. No, no quieroafligiros… sino que no he comprendido lo que esperaréis… ¿Será, quizá, aquenoaméisya?

—¡Ah!No,señor,esperaré,aquemudéisde,opinión.

—Quierohacerunaprueba,Raúl;versi laseñoritadeLaVallièreesperacomovos.

—Asílocreo,señor.

—Cuidado, Raúl. ¿Y si no aguardase ella? ¡Ah! Sois tan joven, tanconfiado,tanfiel…

Lasmujeressonvariables.

—Nuncamehabéishabladomaldelasmujeres,señor;jamáshabéistenidodequéquejarosdeellas;¿porquéquejarseahoraconrespectoalaseñoritadeLaVallière?

—Escierto—dijoAthosbajandolosojos—;jamásoshehabladomaldelasmujeres;jamáshetenidoporquéquejarmedeellas;jamásmehamotivadounasospechalaseñoritadeLaVallière;pero,cuandoseprevé,esnecesarioirhastalasexcepciones,hastalasimprobabilidades.PoresooshehabladodesilaseñoritadeLaVallièreosesperaría.

—¿Cómopuedesereso,señor?

—Volviendolosojosaotraparte.

—¿Sus miradas a otro hombre, queréis decir? —dijo Raúl pálido deangustia.

—Esoes.

—Bien: entonces mataría a ese hombre —dijo seriamente Raúl—, y a

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todosloshombresaquienesescogieselaseñoritadeLaVallière,hastaqueunode ellosmematase amí o hasta que la señorita de LaVallièreme hubieraentregadosucorazón.

Athospalideció.

—Creía —contestó con voz sorda—, que no ha mucho me llamabaisvuestrodios,vuestraleyenelmundo.

—¡Oh!—exclamóRaúltemblando—.¿Meprohibiríaiselduelo?

—¿Ysiloprohibiese,Raúl?

—Me prohibiríais esperar, señor, y por consecuencia nome prohibiríaismorir.

Athos alzó los ojos sobre el vizconde, porque había pronunciado estaspalabras con inflexión sombría y acompañadas de una mirada sombríatambién.

—Basta —dijo Athos después de un largo silencio—, basta ya de esteenojosoasunto,enelcualexageramosambos.Dejadcorrerdíasydías,Raúl;haced el servicio; amad a la señorita deLaVallière; en fin, obrad comounhombre,pues tenéis edadde tal, peronoolvidéisqueos amo tiernamenteyquevospretendéisamarme.

—¡Ah, señor conde!—murmuróRaúl apretando fuertemente lamanodeAthoscontrasucorazón.

—Bien, amigomío,dejadme, tengonecesidadde reposo.Apropósito, elseñordeD’ArtagnanhavueltodeInglaterraconmigo,yledebéisunavisita.

—Iré a verlo, y con mucho gusto, pues quiero mucho al señor deD’Artagnan.

—Tenéisrazón;esunhombrehonradoyunvalientecaballero:

—¡Queosama!—dijoRaúl.

—Estoyciertodeello…¿Sabéisdóndevive?

—Eh el Louvre, en el Palacio Real, donde quiera que esté el rey, ¿Nomandalosmosqueteros?

—Por el momento, no, porque está con licencia descansando… No lobusquéis,pues,en lospuestosdesuantiguoservicio; tendréisnoticiassuyasencasadeuntalseñorPlanchet.

—¿Suantiguolacayo?—convertidoahoraenabacero.

—¿CalledelosLombardos,número9?

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—Unacosaasí…ocalledeArcis.

—Buscaré,buscaré.

—Lediréismilcosasenminombre,ylotraeréisacomerconmigoantesquememarchealaFère.

—Bien,señor.

—Adiós,Raúl.

—Señor,veoenvosunaOrdenquenoosconocía,recibidmisparabienes.

—¡ElToisón…!Escierto.Unjuguete,hijomío,queyanoentretieneaunviejoniñocomoyo…Buenasnoches,Raúl.

CapítuloLII

LaleccióndeD’Artagnan

Raúlnoencontróaldíasiguiente,comoesperaba,alseñordeD’Artagnan;sólohallóaPlanchet,cuyasatisfacciónfuemuyvivaalverdenuevoaaqueljoven, saludado con dos o tres cumplidos guerreros no muy propios de unabacero. Pero cuando Raúl regresaba de Vincennes aquella mañana,conduciendocincuentadragonesquelehabíaconfiadoelpríncipe,vio,enlaplazaBaudoyer,aunhombreque,fijamente,mirabaunacasacomo,semirauncaballoquesedeseacomprar.

Aquel hombre, vestido con traje de paisano, abotonado como un jubónmilitar,caladounsombreromuychico,yllevandoalcostadounalargaespada,volvió la cabeza tan pronto como oyó el paso de los caballos y dejó decontemplarlacasaparamiraralosdragones.

AquelhombreeraelseñordeD’Artagnan;D’Artagnanapie,D’Artagnancon las manos a la espalda, que pasaba revista a los dragones después dehaberla pasado a los edificios.Ni un hombre, ni una correa, ni un casco decaballoseescapóasuinspección.

Raúlibaalladodelatropa,yD’Artagnanlodistinguióelúltimo.

—¡Eh!¡Eh!¡ViveDios!—dijo.

—¿Nomeequivoco?—dijoRaúldeteniendosucaballo.

—No,noteengañas.¡Buenosdías!—contestóelantiguomosquetero.

YRaúlestrechóemocionadolasmanosdesuviejoamigo.

—Tencuidado,Raúl—dijoD’Artagnan—;elsegundocaballodelaquinta

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fila queda desherrado antes de llegar al puenteMaría; solamente tiene dosclavosenlamanoderecha.

—Esperadme—dijoRaúl—,vuelvo.

—¿Dejastudestacamento?

—Ahísehallaelabanderadoparareemplazarme.

—¿Vienesacomerconmigo?

—Conmuchogusto,señordeD’Artagnan.

—Entonces,andapronto;dejaelcaballooprocuraquemedenuno.

—Mejorquiero ir apieconvos.Raúlcorrióaavisaral abanderado,queocupósulugar;luego,echópieatierra,diosucaballoaunodelosdragones,y,muycontentó,cogióelbrazodeD’Artagnan,que locontemplabadespuésdetodasestasevolucionesconlasatisfaccióndeunconocedor.

—¿DemodoquevienesdeVincennes?—ledijo.

—Sí,señorcaballero…

—¿Yelcardenal…?

—Estámuyenfermo,yhastaafirmanquehamuerto.

—¿Estáis a bien con el señor Fouquet? —preguntó D’Artagnan,demostrando con un desdeñoso movimiento de hombros que la muerte delcardenalnoleafectabademasiado.

—¿ConelseñorFouquet?—dijoRaúl—.Noleconozco.

—Tanto peor, porque un nuevo rey busca siempre hacerse de criaturassuyas.

—¡Oh!El rey nome quieremal.Yo no te hablo de la corona—replicóD’Artagnan—,sinodelrey…ElreyeselseñorFouquet,ahoraquehamuertoel cardenal…Se trata de estar a buenas con el señorFouquet, si noquieresenmohecerte toda lavida,comoamímehasucedido…Ciertoesque tienesotrosprotectores,felizmente.Elpríncipeelprimero.

—Eseestágastado,gastado,amigomío.

—¿YelcondedelaFère?

—¡Athos! ¡Oh! Eso es distinto; sí, Athos…Y si quieres hacer un buenviaje a Inglaterra a nadie puedes dirigirte mejor. Y aun te diré, sin muchavanidad,queyomismo tengoalgúncréditoen laCortedeCarlos II. ¡Esesíqueesunmonarca!

—¡Ah!—dijoRaúlconlacándidacuriosidaddelosjóvenesbienpacidos

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queoyenhablaralaexperienciayalvalor.

—Sí,un reyquesedivierte,escierto;peroque tambiénhasabidoponermanoalaespadayapreciaraloshombresútiles.AthosgozadeinfluenciaconCarlosII.Tómamedéservicio,paraeso,yabandonaalostunantestraficantesque lo mismo roban con manos francesas como con dedos italianos; dejatambiénaestéreyllorónquevaadarnosunreinado,deFranciscoII.¿Sabeshistoria,Raúl?

—Sí,caballero.

—Entonces,sabrásqueFranciscoIIteníasiempremaldeoídos…

—No,nolosabía.

—QueCarlosIXteníasiempredolordecabeza…

—YEnriqueIIIsiempremaldevientre.

Raúlechóseareír.

—Pues bien, mi querido amigo, Luis XIV siempre tiene enfermo elcorazón;esdeplorableverqueunreysuspireporlamañanayporlanoche,yque no diga una vez al día: «¡voto a tal!» o «¡diantre!». En fin, algo queanime.

—¿Yesporeso,señorcaballero,porlo,quehabéisdejadoelservicio?—preguntóRaúl.

—Ciertamente.

—Pero,vosmismo,señordeD’Artagnan,echáislasogatraselcaldero;noharéisfortuna,no.

—¡Oh!Loqueesyo—contestóD’Artagnancon tono ligero—,yaestoyasegurado.Poseíaalgunosbienesdefamilia.

Raúl lo miró porque era proverbial la pobreza de D’Artagnan. Gascóncomoera,encarecíapor lamalasuerte todas lasgasconadasdeFranciaydeNavarra;Raúl había oído nombrar cien veces a Job yD’Artagnan, como senombraalosgemelosRómuloyRemo.

D’Artagnansorprendióestamiradadesorpresa.

—Además,tupadretehabrádichoqueheestadoenInglaterra.

—Sí,señor.

—Yquetuveallíunencuentroafortunado.

—No,señor;ignorabaeso.

—Sí,unodemisbuenosamigos,ungranseñor,elvirreydeEscociayde

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Irlanda,mehahechohallarunaherencia.

—¿Unaherencia?

—Ybastanteregular.

—¿Desuertequesoisrico?

—¡Psch…!

—Osdoylamáscordialenhorabuena.

—Gracias…Ahítienes:miramicasa.

—¿EnlaplazadelaGreve?

—Sí.¿Notegustaesebarrio?

—Alcontrario:elaguaesmuyhermosadever…

—¡Oh!¡Unacasaantiguamuylinda!

—La Imagen de Nuestra Señora es una taberna antigua que hetransformadoencasahacedosdías.

—Pero¿latabernasigueabierta?

—¡Pardiez!

—¿Yvos,dóndehabitáis?

—Yo,encasadePlanches.

—Comomedijisteisahorapoco:«miramicasa…».

—Lodijeporqueesmía;efectivamente…Lahecomprado.

—¡Ah!—dijoRaúl.

—¡Oh! ¡MiqueridoRaúl, unnegocio soberbio!He comprado la casa entreintamillibras,tieneunhermosojardínquedaalacalledelaMortellerie;lataberna se arriendaenmil librasconelpisoprincipal; elgraneroo segundopiso,quinientaslibras.

—¡Cómo!

—Sinduda.

—¿Ungraneroquinientaslibras?¡Peroungraneronoeshabitable!

—Por eso no lo habita nadie; pero ya ves que ese granero tiene dosventanasquedanalaplaza.

—Sí,señor.

—Puesbien, siemprequeenruedan,queahorcan,quedescuartizanoque

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quemanaalguien,¡sealquilanlasdosventanashastaporveintedoblones!

—¡Oh!—dijoRaúlestremecido.

—¿Esdesagradable,verdad?—dijoD’Artagnan.

—¡Oh!—repitióRaúl.

—Estoesdesagradable,masesunhecho…Estoslobosparisiensessonenocasiones verdaderos antropófagos. No concibo que hombres cristianospuedanhacertalesespeculaciones.

—Escierto.

—Por loqueamírespecta—continuóD’Artagnan—,siyohabitaseestacasa, cerraría en los días de ejecución hasta los agujeros de las cerraduras;peronolahabito.

—¿Yarrendáisenquinientaslibrasesegranero?

—Al feroz tabernero, que lo subarrienda a su vez… Decía, pues, milquinientaslibras.

—Elinterésnaturaldeldinero.

—Cierto.Yme queda, además, el cuerpo de casa del fondo: almacenes,viviendasycuevasinundadascadainvierno,doscientaslibras;yeljardín,quees muy hermoso, muy bien plantado, muy escondido bajo los muros y lasombradelafachadadeSanGervasioySanProtario,miltrescientaslibras.

—¡Miltrescientaslibras!Esoessoberbio.

—Heaquílahistoria:yosupongoauncanónigocualquieradelaparroquia(estoscanónigossonunosCresos);supongo,pues,uncanónigoquealquilaeljardínparasolazarseenél.ElinquilinohadichoquesellamaseñorGodard.Esteesunnombreverdaderop falso; siverdadero,esuncanónigo; si falso,cualquierdesconocido.¿Porquéhedeconocerlo?Siemprepagaadelantado.Ahorapococuandoteencontré,teníalaideadecomprarunacasaenlaplaza.Baudoyer que se juntara por detrás conmi jardín y formase una propiedadmagnífica.Tusdragonesmedistrajerondemiidea.Ea,tomemoslacalledelaCestería;yvamosderechosacasademaesePlanchet.

D’Artagnan aceleró el paso y condujo, en efecto, a Raúl a casa dePlanchet, a una sala que el abacero destinaba a su antiguo señor. Planchethabía salido, pero estaba servida la mesa. En casa del abacero subsistía unrestodelaregularidadypuntualidadmilitar.

D’ArtagnanllevóaRaúlatratardelcapítulodesuporvenir.

—Tupadretetrataseveramente—dijo.

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—Conjusticia,señorcaballero.

—¡Oh!YaséqueAthosesjusto;perotacaño,quizá.

—Tieneunamanoregia,señordeD’Artagnan.

—Noteapures,muchacho;si tienesnecesidaddealgunosdoblones,aquíestáelviejomosquetero:

—¡Oh!¡SeñordeD’Artagnan!

—Juegasalgo,¿eh?

—Nunca.

—Entonces,¿serásafortunadoconlasmujeres…?Teruborizas…

—¡Oh,pequeñoAramis!Querido,esocuestaaúnmáscaroqueel juego.Cierto que uno se bate al perder, lo cual es una compensación. ¡Bah! Eselloróndereyhacepagarlamultaalasgentesquevalenalgo.¡Quéreinado,mipobreRaúl,quéreinado!¡Cuandoseconsideraqueenmitiemposesitiabaalosmosqueterosenlascasas,comoHéctoryPríamoenlaciudaddeTroya!Yentonces lloraban las mujeres, y quinientos descamisados palmoteaban yprorrumpían: «¡Mata, mata!», cuando no se trataba de un mosquetero.¡Pardiez!Noveréisestovosotros.

—Tenéisojerizaalrey,señordeD’Artagnan,yapenasleconocéis.

—¿Yo?Oye,Raúl.Díapordíayhoraporhora, tomabuenanotademispalabras,tepredigoloquehará.Muertoelcardenalllorarámucho,locualserálomenosmalo,principalmentesinopiensaenlaslágrimas…

—¿Yluego?

—Luego,haráqueelseñorFouquetledeunapensión,yseiráacomponerversosaFontainebleaupatalaMancini,aquienlareinasacarálosojos.EllaesespañolaytieneporsuegraaAnadeAustria.¡ConozcobienalasespañolasdelacasadeAustria!

—¿Yluego?

—Luego, después de haber hecho arrancar los galones de plata de lossuizos, porque el bordado cuesta demasiado caro, pondrá a pie a losmosqueteros,porque laavenayelhenodeuncaballocuestancincosueldosdiarios.

—¡Oh!Nodigáistalcosa.

—¡Qué me importa! Ya no soy mosquetero, ¿verdad? Que se vaya acaballooapie,queselleveunasadorounasparrillas,ounaespada,onada,¿quémeimporta?

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—QueridoseñordeD’Artagnan,ossuplicoquenosigáishablandomaldelrey. Yo estoy casi a su ser vicio, y mi padre me reprendería de haberescuchado,aundevuestraboca,esaspalabrasinjuriosasparaSuMajestad.

—Tupadre…¡eh!Eselcaballerodetodacausaquebradiza.¡Diantre!Tupadre,unvaliente,unCésar,esverdad;perounhombresingolpedevista.

—¡Vamosbien!—dijoRaúlriendo—.Yavaisahablarmaldemí.

—PadredeaquelaquienllamáiselgranAthos;hoyestáisdemalhumorylariquezaoshaceduro,comoaotroslapobreza.

—Tienesrazón,¡pardiez!;soyunbelitre,undesgraciadoviejo,unacuerdadeshilachada, una coraza rota, una espuela sin ruedecilla; pero préstame unfavor,Raúl;dimeunasolacosa.

—¿Quécosa,señordeD’Artagnan?

—Dimeesto…Mazarinonoeraunpillastre.

—Quizáhayamuerto.

—Razóndemás,yporesodigo:queera;sinocreyesequehabíamuerto,tesuplicaríaque,dijeses:«Mazarinoesunpillastre».Ea,dilo,poramoramí.

—Vaya,lodiré.

—¡Di!

—Mazarino era un pillastre—dijo el vizconde sonriendo almosquetero,quealegrábasecomoensusmásbellosdías.

—Un momento—dijo éste—. Ya has dicho la primera proposición; heaquílaconclusión.Repite,Raúl,repite:«PeroecharédemenosaMazarino».

—¡Caballero!

—Si no quieres decirlo, yo lo diré dos veces por ti. ¡Mas, tú echarás demenosaMazarino!

Aúnreíanydiscutíansobreestaprofesióndeprincipios,cuandoentróunodelosmozosdelabacero,ydijo:

—UnacartaparaelseñordeD’Artagnan.

—Gracias…¡Toma!—dijoelmosquetero.

—Eslaletradelseñorconde—dijoRaúl.

—Sí,sí.

Y D’Artagnan rompió el sobre. «Querido amigo, acaban de rogarme departedelreyqueosbusque…».

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—¿Amí?—dijoD’Artagnandejandocaerelpapelsobrelamesa.Raúllocogióysiguióleyendoenvozalta:

«Apresuraos.SuMajestadtienemuchanecesidaddehablaros,yosesperaenelLouvre».

—¿Amí?—repitióelmosquetero.

—¡Eh!¡Eh!—dijoRaúl.

—¡Oh!¡Oh!—respondióD’Artagnan—.¿Quéquieredeciresto?

CapítuloLIII

Elrey

Pasado el primermovimiento de sorpresa,D’Artagnan leyó de nuevo elbilletedeAthos.

—Esraro—dijo—,quemehagallamarelrey.

—¿Por qué? —dijo Raúl—. ¿No suponéis que el rey deberá echar demenosunservidorcomovos?

—¡Oh! ¡Oh! —murmuró el oficial riendo, can los labios fruncidos—.Lindacosaestáisdiciendo,queridoRaúl.Sielreymeecharademenos,nomehubiesedejadomarchar.No,no;yoveoenestoalgomejor,opeor,siqueréis.

—¡Peor! ¿Y qué?, señor caballero, tú eres joven, confiado… ¡Ojaláestuvierayodondetú!Tenerveinticuatroaños,lafrentetersaycerebrovacíode todo,anoserdemujeres,deamorodebuenas intenciones…¡Oh!Raúl,mientrasnohayasrecibidolassonrisasdelosreyesylasconfidenciasdelasreinas;mientrasnohayastenidodoscardenales,muertosentuépoca,tigreeluno,zorroelotro;mientrasnohayas…Pero¿aquévienenesasniñerías?Esmenestersepararnos.

—¡Cómomedecíseso!¡Quéairetanserio!

—La cosa bien vale la pena… Escuchadme, tengo qué haceros unarecomendación.

—Yaescucho,caballeroD’Artagnan.

—Avisaréatupadremimarcha.

—¿Osmarcháis?

—¡Diantre! Le dirás que he pasado a Inglaterra y qué voy a vivir amicasitaderecreo.

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—¡AInglaterra!¡Vos…!¿Ylasórdenesdelrey?

—Cadaveztehallomáscándido.¿Tefiguras túqueasí,sinmásnimás,voy a presentarme en el Louvre y ponerme a disposición de ese lobeznocoronado?

—¡Lobeznoelrey!Pero¿estáisloco?

—Alcontrario,nuncahesidomáscuerdo.Túnosabesloquequierehacerdemí,esedignohijodeLuiselJusto…¡ViveDios!Esaes lapolítica…Loquequiereesembastillarme,puraysimplemente.

—¿Conquépropósito?—preguntoRaúl,asombradodeloqueoía.

—ApropósitodeloqueledijeundíaenBlois…Estuvealgovivoyélseacordará.

—¿Quéledijisteis?

—Queeraunroñoso,uncanalla,unmiserable.

—¡Ah,Diosmío!—dijoRaúl—.¿Esposiblequehayansalidodevuestrabocasemejantespalabras?

—Quizá no te haya dado precisamente la letra de mi discurso; pero almenostehedadoelsentido.

—¡Peroelreyoshubierahechoarrestaralmomento!

—¿Par quién?Yo era quienmandaba losmosqueteros, y le hubiera sidonecesariomandarmeamímismoquemecondujesealaprisión;yonohubieraconsentido nunca, yme habría resistido amímismo.Hoy hamuerto o casimuertoelcardenal,sabenqueestoyenParís,ymeatrapan.

—Portanto,elcardenaleraprotectorvuestro.

—Elcardenalmeconocíaysabíademíciertasparticularidades; tambiénsabíayodéélalgunascosasynosapreciábamosmutuamente…Elcardenal,alentregar su almaal diablo, habrá aconsejadoaAnadeAustriaquemehagahabitar en sitio seguro.Ve, pues, en busca de tu padre, relátale el hecho, yadiós.

—QueridoseñordeD’Artagnan—dijoRaúl,muyconmovido,despuésdehabermiradoporlaventana—,nisiquierapodéis,huir.

—¿Y,porqué?

—Porquepermaneceabajounoficialdesuizosqueosespera.

—¿Yqué?

—Queosarrestará.

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D’Artagnannopudomenosdesoltarunacarcajadaderisahomérica.

—¡Oh!Sémuybienqueresistiréis,quecombatiréis,yhastaquesaldréisvencedor,peroesoeslarebelión,yvos,quesoistambiénoficial,noignoráisloqueesladisciplina.

—¡Diablo de niño! ¡Qué bien criado está y qué lógico es! —murmuróD’Artagnan.

—Aprobáisesto,¿noesverdad?

—Sí.Enlugardepasarporlacalle,dondemeesperaesebienaventurado,voy a largarme bonitamente por el muro de atrás. Tengo un caballo en lacuadraqueesexcelente;loreventaré,mismediosmelopermiten,ydecaballoreventado en caballo reventado llegaré a Boulogne en once horas. Sé elcamino…Nodigasmásqueunacosaatupadre.

—¿Qué?

—Que… lo que él sabe está muy bien colocado en casa de Planchet, aexcepcióndeunquinto,yque.

—Pero, señor deD’Artagnan, nota que si salís huyendo van a decir doscosas.

—¿Cuáles,querido?

—Primero,quehabéissentidomiedo.

—¡Oh!¿Yquiéndiráeso?

—Elprimerodetodoselrey.

—Pues…dirálaverdad:sientomiedo.

—Segundo,queosreconocéisculpable.

—¿Culpabledéqué?

—¡Toma!Decrímenesquequerránimputaros.

—Tambiénesoescierto…Así,pues,¿meaconsejasquevayaahacermeembastillar?

—ElcondedelaFèreosloaconsejaríacomoyo.

—Lo sé muy bien —dijo D’Artagnan pensativo— tienes razón, no mesalvaré.Pero¿ysimemetenenlaBastilla?

—Nosotrosossacaremos—dijoRaúltranquilamente.

—¡Pardiez!—exclamóD’Artagnantomándoleunamano—.Hasdichoesodeunamanera—valiente,Raúl;ladeAthospura.Puesbien,parto.Noolvidesmiúltimoencargo.

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—Aexcepcióndeunquinto—dijoRaúl.

—Sí.Eresunguapomozo,ydeseoqueañadasunacosa,aesaúltima.

—Hablad.

—Esta: sinomesacáisde laBastilla,ymemueroenella, locual sehavistoya…seréundetestableprisionero,yo,quesoyunhombrepasable…Enesecaso,tedoylostresquintos,yelcuartoatupadre.

—¡Caballero!

—¡Diantre!Siqueréis,hacermedecirmisas,soislibreenello.Dichoestodescolgósutahalí,ciñólaespada,calóelsombrero,enyaplumaeranueva,ytendiólamanoaRaúl.

Unavezenlatienda,dirigióunaojeadaalosmozos,quecontemplabanlaescena con orgullo y cierta inquietud, y, metiendo la mano en una caja depasasdeCorinto,sefuehaciaeloficial,queaguardabafilosóficamentedelantedelapuertadelatienda.

—¡Esas facciones…! ¿Sois vos, señor de Friedisch? —exclamóalegrementeelmosquetero—.¡Hola!¡Asísearrestaalosamigos!

—¡Arrestar!—murmuraronentreelloslosmozos.

—Yosoy—dijotorpementeelsuizo—;buenosdías,señordeD’Artagnan.

—¿He de daros la espada? Os prevengo que es muy larga y pesada:dejádmela hasta el Louvre. No puedo andar sin espada por la calle, y vostambiénandaríaismalllevandodos.

—Elreynohadichonada—replicóelsuizo—;guardad,portanto,vuestraespada.

—EsoesmagníficodepartedelreyMarchemosalmomento.

ElseñordeFriedischnoerahablador,yD’Artagnanteníamuchascosasenque pensar para serio. Desde la tienda de Planchet al Louvre no mediabamuchadistancia,yllegaronendiezminutos,cuandoyaeradenoche.

ElseñordeFriedischquisoentrarporelpostigo.

—No —observó D’Artagnan—; par ahí perderíamos tiempo; tomad laescalerilla.

ElsuizohizoloquelerecomendabaD’Artagnan,ylocondujoalvestíbulodelgabinetedeLuisXIV.

Llegadoallísaludóasuprisionero,y,sindecirmássevolvióasupuesto.

D’Artagnannotuvosiquieratiempodepreguntarseporquénolequitaron

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laespada,cuandoseabriólapuertadelgabinete,yunayudadecámarallamó:

—¡SeñordeD’Artagnan!

El mosquetero tomó su actitud de parada y entró con dos ojosextremadamenteabiertos,lafrenteserenayelbigotealisado.

Elreyestabasentadoasumesayescribía.

Pero no se movió cuando los pasos del mosquetero resonaron en elpavimento, y ni siquiera volvió la cabeza. D’Artagnan se adelantó hasta lamitad de la sala, y viendo que el rey no paraba la menor atención en él,comprendiendo además muy bien que aquello era afectación, como unpreámbuloenfadosoparalaexplicaciónquesepreparaba,volviólaespaldaalpríncipeysepusoacontemplarcontodossusojoslosfrescosdelacornisaylasgrietasdeltecho.

Estamaniobrafueacompañadadeestemonólogotácito:

«¡Ah!Deseashumillarme,túaquienhevistomuychiquito,túaquienhesalvadocomohijomío,aquienheservidocomoamiDios,esdecir,pornada.¡Espera,espera,vasaverloquepuedehacerunhombrequehasilboteadolatonada del baile de los hugonotes en las barbas del señor cardenal, delverdaderocardenal!».

EnaquelmomentovolvióseLuisXIVydijo:

—¿Estáis ahí, señordeD’Artagnan?D’Artagnanvioelmovimientoy loimitó.

—Sí,Majestad—dijo.

—Bien,tenedlaamabilidaddeesperarme.

D’Artagnannorespondiónada,peroseinclinó.

«Estoesmuydelicado—pensó—,ynadatengoquedecir».

Luishizounrasgodeplumaviolentoylaarrojóconcólera.

«Ea,enfádateparaponerteenpunto—pensóelmosquetero—;tambiénmepondrásamisanchasynoestarádemásloquetedijeelotrodíaenBlois».

Luisselevantó,pasóunamanoporlafrente,y;parándoseluegodelantedeD’Artagnan,lomiróconaireimperiosoybenévoloalavez.

«¿Quédeseademí?Veamos,queacabe»,pensóelmosquetero.

—Caballero—dijo el rey—, sin duda, sabréis que el señor cardenal hamuerto.

—Teníamisdudas,Majestad.

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—Sabréis,portanto,quesoyelamoenmicasa.

—Esanoescosaquedatedelamuertedelcardenal,Majestad;siempreesunoamodesucasacuandoquiere.

—Sí;masosacordaréisdetodoloquemedijisteisenBlois.

Ya llegamos—pensó D’Artagnan—; no me he engañado. Vamos, tantomejor;estopruebaquetodavíatengoelolfatobastantefino.

—¿Nomecontestáis?—dijoLuis.

—Majestad,creoquemeacuerdo.

—¿Solamentecreéis?

—Hacetantotiempo…

—Si no os acordáis, yo sí me acuerdo;mirad lo que dijisteis; escuchadatentamente.

—¡Oh!Escuchocontodosmisoídos,Majestad,porqueprobablemente laconversacióntomaráungirofavorableparamí.

Luismiródenuevoalmosquetero;ésteacariciólaplumadesusombrero,luegoelbigoteyaguardóintrépidamente.

LuisXIVprosiguió:

—Señor,¿habéisabandonadomiserviciodespués,dehabermedichotodalaverdad?

—Si,Majestad.

—Despuésdehabermedeclaradoloquecreíaiscierto,respectoamimodode pensar y obrar. Eso siempre es un mérito. Empezasteis por decir quellevabaistreintaycuatroañosalserviciodemifamiliayqueestabaiscansado.

—Lodije,sí,Majestad.

—Y confesasteis luego que ese cansancio era un pretexto, y que eldescontentoeralacausareal.

—En efecto, estaba descontento; pero ese descontento no se hamanifestadoenningunaparte,ysicomohombredecorazónhehabladoaltodelante de su Majestad, ni aun siquiera he pensado en presencia de otrapersona.

—Noosexcuséis,D’Artagnan,yseguidoyéndome.Cuandomehicisteiselcargo de vuestro descontento, recibisteis por respuesta una promesa; os dijequeesperaseis,¿noeseso?

—Majestad.

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—Ymecontestasteis:«¿Mástarde?¡No,ahora,ahoramismo…!».Noosexcuséis, os digo… Eso es natural; pero no teníais caridad para vuestropríncipe,señorD’Artagnan.

—¡Majestad…!

—¿Piedad…paraunrey,departedeunsoldado?

—Bienmecomprendéis;biensabéisqueyo teníanecesidaddeella;biensabéisqueyonoeraelamo;biensabéisquemiporvenirnoeramásqueunaesperanza, y sin embargo, me respondisteis cuando yo hablaba de eseporvenir:«¡Milicencia…ahoramismo!».

D’Artagnanmordióseelbigote.

—Esverdad—murmuró.

—NomehabéislisonjeadocuandoyoestaballenodeangustiaañadióLuisXIV.

—Pero—replicóD’Artagnanalzandocondignidadlacabeza—,sinohelisonjeado a Vuestra Majestad pobre, tampoco le he hecho traición; ederramadomisangrepornada,heveladocomounperroalapuerta,sabiendomuy bien que nome echarían ni pan ni huesos. Pobre también, yo sólo hesolicitadolalicenciadequehablaVuestraMajestad.

—Sémuybienque sois unhombrevaliente; peroyo era un jovenymedebíais excusar… ¿Qué teníais que reprobar al rey? ¿Que dejaba a CarlosII…?Másaún…¿QuenosecasabaconlaseñoritaMancini?

—¡Ah,ah!—pensóesteúltimo—.Hacemásqueacordarse…Adivina…¡Diablo!

Al pronunciar esta palabra, el rey fijó en el mosquetero una miradaprofunda.

—Vuestro juicio —prosiguió Luis XIV— caía sobre el rey y sobre elhombre…, pero, señor de D’Artagnan… esa debilidad, porque vos laconsideráiscomounadebilidad.

D’Artagnannorespondió.

—Melaecháistambiénencaraconrespectoalcardenaldifunto;porqueelseñorcardenalmehaeducado,sostenido…sosteniéndoseélmismoasuvez,losébien;peroalfin,elbeneficioquedaadquirido.Sihubierasidoingratoyegoísta,¿mehabríaisamadomásyservidomejor?

—Majestad…

—Nohablemosmásdeeso,señor;seriacausarosmuchodisgustoyamímuchapena.

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D’Artagnannoestabaconvencido.Tomandoelreyparaconéluntonodealtivez,noadelantabasunegocio.

—¿Habéisreflexionadodespués?—repusoLuisXIV.

—¿Enqué,Majestad?—preguntócortésmenteD’Artagnan.

—Entodoloqueoshedicho,señor.

—Sí,Majestad…sinduda.

—¿Y no habéis aguardado más que una ocasión para recoger vuestraspalabras?

—Majestad…

—Vaciláis,segúnparece…

—NoentiendobienloqueVuestraMajestadhaceelhonordedecirme.

Luisarrugóelentrecejo.

—Perdonadme,Majestad;tengola,inteligenciaparticularmenteespesa…ylascosasnopenetranenellasinocondificultad;ciertoesqueunavezdentro,allípermanecen.

—Sí,meparecequetenéisbuenamemoria.

—CasitantacomoVuestraMajestad.

—Entonces; dadme pronto una solución. El tiempo es precioso. ¿Quéhicisteisdespuésdelalicencia?

—Mifortuna,Majestad.

—Duraeslapalabra,señordeD’Artagnan.

—VuestraMajestadlatomaenmalsentido,sinduda.Yonotengoparaelrey sino profundo respeto, y tal vez habré sido impolítico, lo cual puedeperdonársemepormilargacostumbredeandarporcampamentosycuarteles.VuestraMajestad estámuy por encima demí para enojarse de una palabraescapada;involuntariamenteaunsoldado.

—Enefecto,señor;séquehabéishechoenInglaterraunaacciónhermosa.Loúnicoquesientoesquehabéisfaltadoavuestrapromesa.

—¿Yo?—exclamóD’Artagnan.

—Ciertamente…Meempeñasteispalabradenoserviraningúnpríncipealdejarmi servicio…Sinembargo,por el reyCarlos IIhabéis trabajadoenelmaravillosoraptodelseñorMonk.

—Dispensadme,Majestad;trabajépormí.

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—¿Yoshasalidobien?

—ComoaloscapitanesdelsigloXVlosgolpesdemanoylasaventuras.

—¿Aquéllamáissalirbienunacosa?¿Unafortuna?

—Acienmilescudosqueposeo,Majestad;esdecir,ahaberganadoenunasemanaeltripledetodoeldineroquehabíareunidoencincuentaaños.

—Lasumaesbonita…Soisambicioso,segúnveo.

—La cuarta parte me parecería un tesoro, y os juro que no pienso enaumentarlo.

—¡Ah!¿Contáisconpermanecerocioso…?

—Sí,Majestad.

—¿Pensáisdejarlaespada?

—Yaestádejada.

—Imposible,señor—dijoLuisconresolución.

—Pero,Majestad…¿Qué?

—¿Porquéeseso?

—Porqueyonoquiero—dijoelpríncipeconvozdetalmodoimperiosa,queD’Artagnanhizounmovimientodesorpresaydeinquietud.

—¿MepermitiráVuestraMajestadqueledigaunapalabra?

—Decid.

—Esaresoluciónyalahabíatornadoestandopobreydesnudo.

—Bien;¿yquémás?

—Portanto,hoyquepormiindustriaheadquiridounbienestarasegurado,VuestraMajestadmedespojaría demi libertad yme condenaría a lomenoscuandotanbienheganadolomás.

—¿Quién os ha permitido sondear mil designios y contar conmigo?—repusoLuisXIVconvozcasicolérica—.¿Quiénoshadicholoqueyoharé,loqueharéisvosmismo?

—Majestad—dijoreposadamenteelmosquetero—,segúnveo,noestálaconversaciónalaalturadelafranqueza,comoeldíaenquenosexplicamosenBlois.

—No,señor,todohacambiado.

—HagoaVuestraMajestadmismáscordialescumplimientos;pero…

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—Peronolocreéis.

—NosoyungranhombredeEstado;sinembargo,tengomigolpedevistaparalosacontecimientos,ynoveolascosascomoVuestraMajestad,señor.ElreinadodeMazarinoha concluido;perocomienzael de los financieros,quesonlosquetieneneloro,yVuestraMajestad;nodebetenermucho.Estarbajolasuñasdeesosloboshambrientosescosaduraparaunhombrequecontabaconsuindependencia.

En aquelmomento llamó alguien con cautela a la puerta del gabinete, yLuislevantólacabezacanorgullo.

—Perdonad,señordeD’Artagnan—dijo—;eselseñorColbertquevieneadarmecuentadeunasunto.Pasad,señorColbert.

D’Artagnanseapartó;Colbertentróconlospapelesenlamanoyseacercóalrey.

Debemosdecirqueelgascónnoperdiólaocasióndeaplicarsugolpedevistapenetrantealnuevorostroqueaparecía.

—¿Estáyahechalainstrucción?—preguntóelreyaColbert.

—Sí,Majestad.

—¿Yelparecerdelosinstructores?

—Esquelosacusadoshanmerecidolaconfiscaciónylamuerte.¡Ah,ah!—murmuró el rey sin pestañear, pero echando al mosquetero una miradaoblicua—.¿Yvuestroparecer,señorColbert?

ColbertmiróaD’Artagnanasuvez,queleestorbabaydeteníalaspalabrasenloslabios.LuisXIVcomprendió.

—No os impacientéis —dijo—; es el señor de D’Artagnan. ¿No leconocéis?

Entoncessemiraronestosdoshombres:D’Artagnanconlosojosabiertosybrillantes;Colbertconlosojosmediocerrados.Lafrancaintrepidezdelunodesagradó al otro, la cautelosa circunspección del financiero disgustó alsoldado.

—¡Ah,ah!EsteseñoresquienhadadoesehermosogolpeenInglaterra—dijoColbert.

YsaludóligeramenteaD’Artagnan.

—¡Ah,ah!—dijoelgascón—.Esteseñoresquienhaescatimadolaplatadelosgalonesdelossuizos…¡Loableeconomía!

Ysaludóceremoniosamente.

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El financiero había creído cortar al soldado; pero el soldado cortaba alfinanciero.

—SeñordeD’Artagnan—repusoelrey,quenohabíaobservadotodoslosmaticesqueMazarinonohubieradejadoescapar—, se tratadearrendadoresde rentas queme han robado; a quienes hago ahorcar, y cuya sentencia demuertevoyafirmar.

D’Artagnanpalideció.

—¡Oh,oh!—exclamó.

—¿Quédecís?

—Nada,Majestad;esosnosonasuntosmíos.

Elreyyateníalaplumaenlamanoylaacercabaalpapel.Majestad—dijoenvozbajaColbert—,osprevengoquesibienesnecesariounejemplo,esteejemplopuedeteneralgunasdificultadesenlaejecución.

—¿Cómoeseso?preguntóLuisXIV.

—No se os oculta—continuó Colbert tranquilamente— que tocar a losarrendadores es tocar a la superintendencia. Los desgraciados, los dosculpablesdequesetrata,sonamigosparticularesdeunpersonajepoderoso,yel día del suplicio, que por otra parte puede, sofocarse en el Chatelet, sealzaríananodudarlotumultos.

Luis se sonrojó y volvióse haciaD’Artagnan, que se roía dulcemente elbigote,nosinunasonrisadelástimaparaelfinanciero,comotambiénparaelrey,quetantotiempohacíaloescuchaba.

EntoncesLuisXIVcogiólapluma,y,conunmovimientotanrápidoqueletemblólamanosentósusdosfirmasenlosprocesos,presentadosporColbert,aquienmirabadefrente:

—Señor Colbert —dijo—, cuando me habléis de negocios, borrad amenudolapalabradificultaddevuestrosrazonamientosyopiniones;encuantoalapalabraimposibilidad,nolapronunciéisjamás.

Colbertseinclinó,muyhumilladodehabersufridoestaleccióndelantedelmosquetero;yaibaasalir,masdeseosoderepararsufalta.

—Olvidaba decir a Vuestra Majestad —dijo— que las confiscacionesasciendenacincomillonesdelibras.

«Soberbio»,pensóD’Artagnan.

—Locualhaceenmisarcas…—dijoelrey.

—Dieciocho millones de libras, Majestad —respondió Colbert

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inclinándose.

—¡Pardiez!—murmuróD’Artagnan—:¡Esoeshermoso!

—Señor Colbert —añadió el rey—, os ruego que atraveséis la galeríadondeesperaelseñordeLyonne,yledigáisquetraigaloqueharedactado…deordenmía.

—Alinstante,Majestad;¿nomenecesitayaestanocheVuestraMajestad?

—No,señor;adiós.Colbertsalió.

Volvamosanuestroasunto,señordeD’Artagnan—dijoLuisXIV,comosinada hubiera pasado—. Ya veis que en cuanto al dinero hay un cambionotable.

—Como de cero a dieciocho—dijo alegremente el mosquetero—. ¡Ah!EsoeraloquenecesitabaVuestraMajestadeldíaenquellegóaBloiselreyCarlos II; losdosEstadosnoestaríanhoyencontienda;porquenecesarioesquelodiga,aquítambiénveoyounapiedradeescándalo.

—Enprimerlugar,soisinjusto,señor,porquesilaProvidenciamehubieseconsentido dar aquel día el millón a mi hermano Carlos, no habríaisabandonadomi servicio, y, por tanto, no hubierais hecho vuestra fortuna…comodecíais ahora poco…Pero, además de esta felicidad, tengootra, y nodebesorprenderosmicontiendaconlaGranBretaña.

UnayudadecámarainterrumpióalreyyanuncióalseñordeLyonne.

—Entrad, señor —dijo el rey—; sois muy exacto, lo cual es de buenservidor.VeamosvuestracartaamihermanoCarlosII.

D’Artagnanescuchó.

—Unmomento;señor—dijonegligentementeLuisalgascón—;necesitodespachar a Londres mi consentimiento al matrimonio de mi hermano, elseñorduquedeOrléans,conladyEnriquetaEstuardo.

—Mevencealoqueveo—murmuróD’Artagnan,mientraselreyfirmabalacartaydespedíaalseñordeLyonne—;pero,afemía,loconfieso,mientrasmásseabatido,máscontentoestaré.

ElreysiguióconlavistaalseñordeLyonnehastaquelapuertasecerró,yaúndiotrespasoscomosihubieraqueridoseguirasuministro.Perosedetuvodespués de dar estos tres pasos, hizo una pausa, y, volviéndose hacia elmosquetero,dijo:

—Ahora,démonosprisaenconcluir.ElotrodíamedijisteisenBloisquenoeraisrico.

—Peroyalosoy,Majestad.

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—Sí,peroesonomeconcierne;notenéismidinero,sinoelvuestro;estonoescuentamía.

—NoentiendomuybienloquediceVuestraMajestad.Entonces,enlugarde hacerme que os saque las palabras, hablad espontáneamente. ¿Tendréisbastanteconveintemillibrasalaño?Dinerofijo.

—Pero,Majestad…—replicóD’Artagnanabriendoenormementelosojos.

—¿Tendréisbastanteconcuatrocaballoscuidadosyalimentados,yconunsuplemento de fondos, tal como lo solicitabais, según las ocasiones y lasnecesidades,obienpreferísunarentafija,quesería,porejemplo,decuarentamillibras?Responded:

—Señor,VuestraMajestad.

—Estáis sorprendido, es muy natural, y ya me lo esperaba; respondedpronto, o creeré que no tenéis aquella rapidez de juicio que siempre heapreciadoenvos.

—Verdades,Majestad,queveintemil librasalañosonunabonitasuma;pero…

—Nadadepero.Síono.¿Esindemnizaciónhonrosa?

—¡Oh!Verdaderamente.

—¿Oscontentáisentonces?

—Estámuybien.

—Además,señor,seabonaránapartelosgastos,paralocualosentenderéisconColbert.Ahora,pasemosaotracosamásinteresante.

—Prefiero,habíadichoaVuestraMajestad…

—Quequeríaisdescansar, lo sémuybien; solamentequeyoos respondíquenoquería…¿Soyonoelamo?

—Losois.

—Enhorabuena: ¿Estáis en vena de ser otra vez capitán de losmosqueteros?

—Sí,Majestad.

—Pues bien, aquí tengo vuestro despacho ya firmado; lo pongo en estapapelera;eldíaquevolváisdeciertaexpediciónquetengoqueconfiaros,vosmismolosacaréisdeella.

D’Artagnanvacilabatodavíayteníalacabezainclinada.

—Vamos,señor—dijoelrey—,secreeríaalverosquenosabéisqueenla

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cortedelreycristianísimo,elcapitángeneraldelosmosqueterosvadelantedelosmariscalesdeFrancia.

—Noloignoro,Majestad.

—Puessediríaquenofiaisdemipalabra.

—¡Oh!Jamás…Nocreáistalescosas.

—Hequeridodemostrarosquevos, tanbuenservidor,habíaisperdidounbuenamo.

—¿Soyyoelqueoshacefalta?

—Comienzoapensarquesí,Majestad.

—Puesbien,señor,vaisaentrarenvuestrasfunciones.Vuestracompañíaestádesorganizadadesdequeosmarchasteis,yloshombresvanaescondidasa la taberna, donde se baten, a pesar de mis edictos y los de mi padre.Reorganizaréiselserviciolomásprontoposible.

—Sí,Majestad.

—Ya no abandonaréis mi persona corriente. Y marcharéis conmigo alejército,dondeacamparéisalrededordemitienda.

—Entonces, Majestad —dijo D’Artagnan—, si es para imponerme unserviciocomoéste,VuestraMajestad,notienenecesidaddedarmeveintemillibras,quenoganaría.

—Quiero que tengáis un estado, casa ymesa; quiero quemi capitán demosqueterosseaunpersonaje.

—Yyo—dijobruscamenteD’Artagnan—noquieroeldineroencontrado,sinoelganado.VuestraMajestadmedaunoficiodeperezosoquecualquieradesempeñaríaporcuatromillibras.

LuisXIVseechóareír.

—Soisungascónmuyfino,señordeD’Artagnan;mesacaréismisecretodelcorazón.

—¡Bah!¿VuestraMajestadtieneunsecreto?

—Sí,señor.

—Entonces,aceptolasveintemillibras;porqueguardaréesesecreto,y,ladiscreciónnotieneprecioenlostiemposquecorren.¿DeseaVuestraMajestadhablarahora?

—Vaisacalzaroslasbotas,señordeD’Artagnan,yamontaracaballo.

—¿Ahoramismo?

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—Dentrodedosdías.

—Está bien, Majestad; porque tengo que arreglar mis asuntos antes demarchar,sobretodosihaygolpesquerecibir.

—Pudieraser.

—Serecibirán.Pero,Majestad,habéishabladoalaavaricia,alaambición;habéishabladoalcorazóndelseñordeD’Artagnan;mashabéisolvidadounacosa.

—¿Cuál?

—Nohabéishabladoa lavanidad;¿cuándoserécaballerode lasórdenesdelrey?

—¿Yesoostienepreocupado?

—Sí, tengo a mi amigo Athos, que está todo él galardonado, y eso meofusca.

—Seréis caballero de mis órdenes un mes después de haber tomado eldespachodecapitán.

—¡Cómo!—exclamóeloficialpensativo—.¿Despuésdelaexpedición?

—Precisamente.

—Entonces,hableVuestraMajestad.

—¿ConocéislaBretaña?

—No,Majestad.

—¿Tenéisamigos?

—¿EnBretaña?No,afe.

—Tantomejor.¿Entendéisdefortificaciones?

D’Artagnansonrió.

—Meparecequesí,Majestad.

—Es decir, que podéis distinguir bien una fortaleza de una simplefortificación,cómosepermitealoscastellanos,nuestrosvasallos.

—Yodistingounfuertedeunparapeto,comosedistingueunacorazadeunacostradepastel.¿Essuficiente?

—Sí,señor.Partiréis,pues.

—¿ParalaBretaña?

—Sí.

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—¿Solo?

—Absolutamentesolo.

—Estoes,quenopodréisllevarniunlacayo.

—¿YpuedopreguntaraVuestraMajestadporquérazón?

—Porquemuchasvecesharéisperfectamenteendisfrazarosvosmismodecriado de una buena casa. Vuestra fisonomía es muy conocida en Francia,señordeD’Artagnan.

—¿Yluego,Majestad?

Luego, os pasaréis por la Bretaña y examinaréis con cuidado lasfortificacionesdelpaís.

—¿Lascostas?

—Ylasislastambién.

—¡Ah!

EmpezaréisporBelle-Île-en-Mer.

—Que es del señorFouquet—dijoD’Artagnan en tonogravey alzandosobreLuisXIVsuinteligentemirada.

—Me parece que tenéis razón, señor; y que Belle-Île es, en efecto, delseñorFouquet.

—Entonces, lo que quiere Vuestra Majestad es que sepa si Belle-Île esbuenaplaza.

—Sí.

—Sisusfortificacionessonnuevasoviejas…

—Justamente.

—Ysi,porcasualidad,losvasallosdelseñorsuperintendentesonbastantenumerososparaformarunaguarnición.

—Esoesloqueospido,señor;habéispuestoeldedoenlallaga.

—¿Ysinosefortifica,Majestad?

—IréisporlaBretaña,escuchandoyjuzgando.

D’Artagnanseatusóelbigote.

—¿Soyespíadelrey?—dijomuyclaro.

—No,señor.

—Perdonadme;masespíoporcuentadeVuestraMajestad.

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—Vaisaladescubierta,señor.Eslomismoquesimarcharaisalacabezade mis mosqueteros, con la espada en la mano, para descubrir un lugarcualquieraounaposicióndelenemigo…

AestapalabraseestremecióvisiblementeD’Artagnan.

—Acaso—continuóelrey—¿oscreeríaisunespía?

—¡No,no!—murmuróD’Artagnanpensativo—.Lacosamudadeaspectocuando se descubre el enemigo; no, en este caso no es uno más que unsoldado…¿YsifortificanaBelle-Île?—añadiódepronto.

—Tomaréisunplanoexactodelafortificación.

—Esonomeconcierne;escosavuestra.

—¿Nohabéisoídoqueosdabaunsuplementodeveintemillibrasalañosiqueríais?

—Sí,tal,Majestad,mas,¿ysinolafortifican?

—Osvolveréistranquilamente,sinfatigarvuestrocaballo.

—Estoydispuesto,Majestad.Mañana empezaréis por ir a casa del señorsuperintendenteatomarlacuartapartedelapensiónqueosdoy.¿ConocéisalseñorFouquet?

—Muy poco, señor; pero haré notar a VuestraMajestad que no esmuyprecisoqueloconozca.

—Dispensad,señor;porqueosnegaráeldineroqueyoquieroquecobréis,yesanegativaeslaqueyoaguardo.

—¡Ah!—exclamóD’Artagnan—.¿Yluego?

—Negadoeldinero,iréisabuscarloencasadelseñorColbert.Apropósito,¿tenéisunbuencaballo?

—Sí,Majestad.

—¿Cuántopagasteisporél?

—Cientocincuentadoblones.

—Os,locompro.Tomadunbonodedoscientosdoblones.

—Pero,Majestad,necesitomicaballoparaviajar.

—¿Yqué?

—Queosquedáisconelmío.Nadadeeso,alcontrario,oslodoy.Sóloquecomoesmíoynovuestro,estoysegurodequenolocontemplareismucho.

—¿TieneprisaVuestraMajestad?

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—Ciertamente.

—Entonces,¿quémeobligaaesperardosdías?

—Razonesqueyoconozco.

—Esoesdistinto.Elcaballopodráadelantaresosdosdíasenlosochoquetienequeandar;además,tenemoslaposta.

—No,no,lapostacomprometemucho,señordeD’Artagnan;partidynoolvidéisquesoismío.

—¡Majestad, no soy yo quien ha olvidado eso nunca! ¿A qué hora medespedirédeVuestraMajestadpasadomañana?

—¿Dóndevivís?

—DesdeahorahedevivirenelLouvre,Majestad.

—No quiero eso; conservaréis vuestra habitación en la ciudad; yo lapagaré.Partiréisdenoche;enatenciónaquedebéissalirsinservisto,osisoisvistosinquesepanquemepertenecéis.Puntoenboca,señor.

—TodocuantohadichoVuestraMajestadsecomprendeenesapalabra.

—Ospreguntabadóndevivís,porquenopuedoenviarsiempreabuscarosencasadelseñorcondedelaFère.

—Yo habito en casa del señor Planchet, abacero de la calle de losLombardos,tienda«ElPilóndeOro».

—Salidpoco,mostraosmenosaúnyesperadmisórdenessinembargo;esnecesarioquevayaporeldinero.

—Esverdad,peropara ira la superintendencia,dondeva tantagente,osconfundiréisconlamultitud.

—Fáltanmelosbonosparacobrar,Majestad.

—Aquíestán.Elreyfirmó.

D’Artagnanmiróparacerciorarsedelaregularidad.

—Estoesdinero—dijo—;yeldineroseleeosecuenta.

—Adiós, señor de D’Artagnan;me parece queme habréis comprendidobien.

—HecomprendidoqueVuestraMajestadmeenvíaaBelle-Île-en-Mer,yesoestodo.

—Parasaber…

—ParasabercómosiguenlostrabajosdelseñorFouquet;esoestodo.

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—Bien,admitoqueosprendan.

—Yonoloadmito—replicóatrevidamenteelgascón.

—Consientoqueosmaten—continuóelrey.

—Noesprobable,Majestad.

—En el primer caso, no habléis; en el segundo, que no os encuentrenningúnpapel.

D’Artagnan se encogió de hombros sin ceremonia, y despidióse del reydiciéndose:

«¡LalluviadeInglaterracontinúa!Sigamosbajolagotera».

CapítuloLIV

LascasasdeFouquet

MientrasD’ArtagnanvolvíaacasadePlanchet,conlacabezaatormentadayaturdidaportodoloqueacababadeacontecerle,teníalugarotraescenadeungénerocompletamentedistinto,peroque,sinembargo,noeraextrañaalaconversación que el mosquetero acababa de tener con el rey; sólo que estaescenapasabapropiedaddeParís,enunacasapropiedaddelsuperintendenteFouquet,enlaaldeadeSaint-Mandé.

Elministroacababadellegaraestacasadecampo,seguidodesuprimerdependiente,quellevabaunaenormecarterallenadepapelesparaexaminarydeotrosqueesperabanlafirma.

Como ya, eran las cinco de la tarde, habían comido los amos y sepreparabalamesaparaveinteconvidadossubalternos.

Elsuperintendentenosedetuvoniunsegundo;albajardelcochefranqueódelmismosaltoelumbraldelapuerta,atravesólashabitacionesyentróensugabinete, donde declaró que se encerraba para trabajar, prohibiendo se lemolestarapornadadelmundo,exceptoporordendelrey.

Enefecto,dadaestaorden,Fouquetseencerró,ydoscriadossesituarondecentinela a la puerta. Entonces corrió Fouquet el cerrojo de un tablero quemurabalaentradadelapuertayqueimpedíafueravistouoídoloquepasabaenelgabinete.Pero,contra todaprobabilidad,sóloporencerrarseseencerróasíFouquet,porquesefuederechoasubufete,sentóse,abrió lacarteraysepusoabuscarenlamasaenormedepapelesquecontenía.

Aun no habían transcurrido diezminutos desde que entrara y que había

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tomadotodaslasprecaucionesquehemosdicho,cuandoelruidorepetidodemuchosgolpecitosigualesparecióllamarle todasuatención.Fouquetalzólacabezayescuchómuyatentamente.

Losgolpescontinuaron,yentonces se levantóconun ligeromovimientode intranquilidad, dirigiéndose a un espejo, detrás del cual, eran dados losgolpesporunamanooporunmecanismoinvisible.

Este espejo era enorme y estaba embutido en el tablero; otros trescompletamente iguales completaban la simetría de la habitación, y nada losdistinguíadelprimero.

Indudablemente, aquellosgolpecitos reiteradoseranuna señal,porqueenelmomentoenqueFouquet seacercabaalespejo,escuchando, se renovóelmismoruidoyconelmismocompás.

—¡Oh,oh!—exclamóelsuperintendenteconsorpresa—.¿Quiénestáahí?Yo no espero hoy a nadie. Y, para responder sin duda a la señal, elsuperintendente tiró de un clavo dorado que había en elmismo espejo y loagitótresveces.

Despuésvolvióasentarseensusitioydijo:

—Queaguarden.

Y sumergiéndose en el océano de papeles extendidos a su vista, parecióúnicamenteocupadodeltrabajo.Enefecto,conunarapidezinexplicableyunalucidez maravillosa, Fouquet descifraba los más complicados escritos,corrigiéndolosyanotándolosconunaplumaqueparecíaagitadaporlafiebre;y,creciendoeltrabajoentresusdedos,multiplicábanselasfirmas,losoficiosylosguarismos,comosidiezdependientes,esdecir,ciendedosyciencerebroshubiesenfuncionado,en lugardesólocincodedosy la inteligenciadeaquelhombre. Sólo de cuando en cuando, abismado como estaba en su trabajo,levantaba la cabeza para echar una mirada furtiva sobre un reloj puestoenfrentedeél.

Y era queFouquet fijaba su tarea; y unavez fijada ésta, en unahora detrabajohacía loqueotronohubiesepodidoconcluiren todoeldía, siemprecierto,porconsecuencia,contaldequenofueseinterrumpido,dellegarasuobjetoenelplazoquehabíafijadosuactividad.Pero,enmediodeestetrabajoardiente,losgolpessecosdeltimbrecolocadodetrásdelespejoresonaronotravezmásapresurados.

—Vamos,parecequese intranquiliza ladama—dijoFouquet—.¡Calma,calma!Debeserlacondesa;pero,no,lacondesaestáenRambouilletportresdías.Serálapresidenta.¡Oh!Lapresidentanotraeríatantoshumos,llamaríamuyhumildemente,yademásesperaríamisórdenes.Lomásclarodetodoes

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quenopuedosaberquiénsea,perosíquenoesella.Ypuestoquenosoisvos,marquesa,yaquenopodéisservos,nadameimportacualquieraotra.

Yprosiguió su trabajo, a pesar de losmiramientos reiteradosdel timbre.No obstante, después de un cuarto de hora también acometió a Fouquet laimpaciencia.Devoró,más bien que acabó, el resto de su trabajo,metió suspapelesen lacartera,yechandounamiradaasuespejo,mientras losgolpescontinuabanmásapresuradosquenunca,dijo:

—¿Hapasado?¿Dequiénesesafogosidad?¿Adrianaquemeesperacontantaimpaciencia?Veamos.

Entoncesapoyólapuntadeundedosobreunclavoparaleloaaqueldequeyahabía tirado.Al instantegiró el espejocomo labatientedeunapuerta,ydescubrió una cavidad bastante profunda, por la cual desapareció elsuperintendente como en una vasta caja. Allí tocó otro nuevo resorte, queabrió,nounaplancha,sinounabrechaenlapared,porlacualsalió,dejandoquelapuertasecerraseporsímisma.

Fouquetbajóentoncesunosescalonesqueprofundizabanydabanlavueltadebajodetierra,yencontróunlargosubterráneoiluminadoporimperceptiblestroneras. Las paredes de este subterráneo estaban cubiertas de esteras y elsuelodealfombra.

Estesubterráneopasabapordebajodelamismacallequeseparaba,lacasade Fouquet del parque de Vincennes, y al extremo de él daba vueltas unaescaleraparalelaalaquehabíadescendidoFouquet.Subióestaotraescalera,entró por medio de un resorte colocado en un marco semejante al de sugabinete, y por este marco pasó a una sala absolutamente vacía, aunqueamuebladaconsumaelegancia.

Cuando penetró en ella, examinó cuidadosamente si el espejo se cerrabasindejarseñalalguna,y,contentosindudadesuobservación,fueaabrirconunallavecitadeplatasobredoradaunapuertacolocadafrenteaél.

Esta vez descubrió la puerta un hermoso gabinete amuebladosuntuosamente, en el cual estaba sentada sobre cojines una mujer deextraordinariabelleza,quienaloírloscerrojosprecipitósehaciaFouquet:

—¡Ah!¡Diosmío!—exclamóesteretrocediendodesorpresa—.LaseñoramarquesadeVallière.¡Vos,vosaquí!

—Sí—respondióella—,sí,yo,señor.

—Marquesa,queridamarquesa—añadióFouquetdispuestoaprosternarse—.¡Pero,Diosmío!¿Cómohabéisvenido?¡Yyoqueoshehechoaguardar!

—Ymuchotiempo,señor.¡Oh!Sí,muchísimotiempo.

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—Me tengo por muy feliz en que os haya durado la paciencia, miapreciablemarquesa.

—Unaeternidad,señor.¡Oh!Hellamadomásdeveinteveces.¿Nooíais?

—Marquesa,estáispálida,estáistemblorosa.

—¿Nooíaisqueosllamaban?

—¡Oh!Sital,señora,oíamuybien;peronopodíavenir.¿Cómocreerquefueseis vos, después de vuestros rigores, después de vuestras negativas? Sihubiera podido sospechar la felicidad queme esperaba, creedme,marquesa,todolohabríadejadoparaveniracaeravuestrasplantas,comolohagoenesteinstante.

Lamarquesamiróenderredorsuyo.

—¿Estamossolos,señor?—preguntó.

—Sí,sí,señora;osrespondodeello.

—Efectivamente—contestólamarquesa.

—¿Suspiráis?

—¡Quédemisterios,quédeprecauciones!—dijo lamarquesacon ligeraamargura—.¡Cómoseconocequeteméisdejarsospecharvuestrosamores!

—¿Deseabaismásbienquelospublicase?

—¡Oh,no!Yesoesdehombredelicado—dijolamarquesasonriendo.

—Vamos,vamos,marquesa,nadadereproches;oslosuplico.

—¡Reproches!¿Tengoporventuraelderecho,dehacerlos?

—No,desgraciadamente,no;pero,decidme,vos,aquienamohaceunañosincorrespondencianiesperanza…

—Osequivocáis;sinesperanza,escierto,pero,sincorrespondencia,no.

—¡Oh! Para mí no hay más que una prueba en amor, y ésa la esperotodavía.

—Vengoatraérosla,señorFouquetintentóabrazaralamarquesa,peroellasedesasióconungesto.

—¿Conquesiempreosengañareis, señor,ynoaceptaréisdemí laúnicacosaquequierodaros,laamistad?

—¡Ah!Entoncesnomequeréis: laamistadnoesmásqueunavirtud, elamoresunapasión.

—Os ruegoquemeescuchéis, señor; ya comprenderéis queyonohabré

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venidoaquísinunmotivograve.

—Pocomeimpartaelmotivotodavezqueoshabloyosveo.

—Sí; es verdad; lo principal es que yo esté aquí sin que nadieme hayavisto,yquepuedahablaros.Fouquetsedejócaerderodillas.

—Hablad,señora—dijo—,osescucho.

Lamarquesamiraba a Fouquet a sus pies; y había en lamirada de estamujerunaextrañaexpresióndeamorymelancolía.

—¡Oh!—exclamóalfin—.¡Ojaláfuerayoquientieneelderechodeverosy de hablaros a cadamomento! ¡Ojalá fuese la que vela por vos, la que notiene precisión de misteriosos resortes para llamar, para hacer aparecer alhombre que ama, para mirarle una hora y verle luego desaparecer en lastinieblasdeunmisterio,aúnmásextrañoenlasalidaqueenlaentrada!¡Oh!Esaesunamujermuydichosa.

—Por ventura, marquesa—dijo Fouquet sonriendo—, ¿hablaríais de mimujer?

—Sí,deellahablo.

—Pues bien, no envidiéis su suerte,marquesa; de todas lasmujeres conquienessostengoamistad,laseñoraFouqueteslaquemevemenos,laquemehablamenos,ylaquetienemenosfranquezaconmigo.

—Almenos,señor,noestáreducidaaapoyar,comoyolohago, lamanosobreunaparatodecristalafindehacerosvenir;almenos,nolerespondéispor el ruidomisteriosoyhorribledeun timbre, cuyo resortevienedeno sédónde;almenos,nuncalehabéisprohibidoquepretendapenetrarelsecretodeestas comunicaciones, so pena de romper para siempre vuestra alianza conella,comolaprohibísa lasquehanvenidoaquíantesqueyoyquellegarándespuésdemí.

—¡Ah! Querida marquesa. ¡Qué injusta sois y cuán poco sabéis lo quehacéis recriminando este misterio! Sólo con el misterio puede amarse sinpeligro, y sólo el amor sin peligro es el que puede hacer dichosos. Pero,volvamos a nosotros, a esa amistad de que me habláis, o más bien,engañadme,marquesa,yhacedmecreerqueesaamistadesamor.

—Hace poco —replicó la marquesa pasando por sus ojos una manomodeladaconlosmássuavescontornosdelaantigüedad—hacepocoestabadispuesta a hablar, y mis ideas eran claras y precisas; ahora estoy cortada,impaciente,ytemoveniratraerosunamalanoticia.

—Siesaesamalanoticiaalagiredebovuestrapresencia,marquesa,queseabienvenidalanoticiamala;omásbien,yaqueestáisaquí,puestoqueme

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confesáisquenoossoydeltodoindiferente,demosdeladoesamalanoticia,ynohablemosmásquedevos.

—No,no,alcontrario,preguntádmela;exigidqueosladigaalmomento;quenomedejeconmoverporningúnsentimiento.Fouquet,amigomío,esdeuninmensointerés.

—Marquesa,mesorprendéis,yaundirémás:mecausáismiedo;vos, tangrave, tan reflexiva, que tan bien conocéis el mundo en que vivimos. ¿Es,pues,cosagrave?

—¡Oh!Muygrave,oída.

—Decidme,primero:¿cómohabéisvenidoaquí?

—Ahoralosabréis:pero,vamosprimeroaloquemásurge.

—¡Decidmarquesa,decid!Osruegotengáislástimademiimpaciencia.

—¿SabéisqueelseñorColberthasidonombradointendentedeHacienda?

—¡Bah!¡Colbert,Colbert!

—Sí,Colbert,Colbert.

—¿ElfactótumdeMazarino?

—Justamente.

—¡Ybien!¿Quéveisenesodemalo,queridamarquesa?ConvengoenquesorprendequeeseColbertseaintendente;peroestonoesnadaterrible.

—¿Creéisqueelreyhayadadosinmotivosurgentessemejanteplazaaesequesoléisllamargalopín?

—Pero¿esverdad,queelreyselahayadado?

—Asídicen.

—¿Quién?

—Todoelmundo.

—Todo el mundo no es nadie; nombrad a alguien que pueda estar bieninformadoyquelodiga.

—LaseñoraVanel.

—¡Ah!Comenzáisaasustarme—dijoFouquetriendo—;elhechoesquesialguienestá,odebeestarbieninformadodealgo,essindudalapersonaquenombráis.

—NohabléismaldelapobreMargarita,señor,talpuessiempreosama.

—¡Bah!¿Deveras?Esonoescreíble.YopensabaqueeseColbert,como

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decíaisahora,pocohabíapasadoporencimadeeseamordejandounamanchadetintaounacapademugre.

—¡Fouquet,Fouquet!¿Asísoisvosparaaquéllasaquienesabandonáis?

—SupongoqueiréisatomarladefensadelaseñoraVanel,marquesa.

—Sí,latomaré,porquerepitoqueossigueamando,ylapruebaesqueossalva.

—¿Por mediación vuestra; marquesa? Eso es muy hábil por su parte.Ningúnángelpodría serme tangratoparaconducirmemásseguramentea lasalvación.Pero¿cómoconocéisaMargarita?

—Esmiamigadeconvento.

—¿Ydecíshaberosanunciadoqueel señorColberthabíasidonombradointendente?

—Ciertamente.

—Pues bien, iluminadme; marquesa: ya tenemos al señor Colbertintendente,bueno.

¿En qué un intendente, es decir, un subordinado, un dependientementemío,puedehacermesombraoperjuicio,aunqueseaelseñorColbert?

—Parece,quenoreflexionáis,señor—respondiólamarquesa.

—¿Enqué?

—EnqueelseñorColbertosaborrece.

—¿Amí?—exclamóFouquet—.¡Oh!¡Diossanto!¿Marquesa,dedóndesalís?Amítodoelmundomeodia;ése,comolosdemás.

—Másquenadie.

—Másquenadie,concedido.

—Esambicioso.

—¿Yquiénnoloes,marquesa?

—Suambiciónnoconocelímites.

—Bien lo veo, puesto que ha pretendido sucederme cerca de la señoraVanel.

—Ylohalogrado,tenedcuidado.

—¿Querríais decir que tiene la pretensión de pasar de intendente asuperintendente?

—¿Nohabéistemidoyaeso?

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—¡Oh!¡Oh!—murmuróFouquet—.SucedermecercadelaseñoraVanel,pase;pero,cercadelreyyaesotracosa.Francianosecompratanfácilmentecomolamujerdeunempleadodecontabilidad.

—Señor,todosecompra,sinoconoroporlaintriga.

—Biensabéislocontrario,señora,vos,aquienheofrecidomillones.

—En lugar de esos millones, Fouquet, era preciso ofrecerme un amorverdadero,único,absoluto,yhubieraaceptado.Yaveisquetodosecompra;sinodeunamaneradeotra.

—Desuerteque,segúnvuestroparecer,elseñorColbertestáenánimodecomprarmiplazadesuperintendente.Vamos,vamos,marquesa,tranquilizaos;todavíanoesbastantericoparacomprarla.

—¿Ysioslaroba?

—¡Ah!¡Esoesdiferente!Desgraciadamente,antesdellegaramí,esdecir,al cuerpo de la plaza, es menester destruir y batir en brecha las obrasavanzadas,yyoestoyendiabladamentefortificado,marquesa.

—Esoquellamáisobrasavanzadassonvuestrossemejantes,¿noescierto?Vuestrosamigos.

—Justamente.

—¿YelseñordeEymerisesdelosvuestros?

—Sinduda.

—¿ElseñordeLyodotesdevuestrosamigos?

—Ciertamente.

—¿YelseñordeVanin?

—¡Ah!¡ElseñordeVanin!Quehagandeélloquequieran,pero…

—Que…

—Notoquenalosdemás.

—Puesbien,sinoqueréisquetoquenalseñordeEymerisniaLyodot,yaeshoradequeestéisenguardia.

—¿Quiénlesamenaza?

—¿Queréisescucharmeahora?

—Siempre,marquesa.

—¿Sininterrumpirme?

—Sí.

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—Puesbien,estamañanamehaenviadoabuscarMargarita.

—¡Ah!

—Nolodudéis.

—¿Yquéquería?

—«NomeatrevoaveralseñorFouquet»,medijo.

—¡Bah!¿Piensaacasoqueleharécargos?¡Desgraciadamujer,cuántoseengaña!¡Diosmío!

—«Vedlevospormí,ydecidlequeseguardedelseñorColbert».

—¡Cómo!¿Mehaceavisarquemeguardedesuamante?

—YaoshemanifestadoqueMargaritaossigueamando.

—¿Quémás,marquesa?

—«ElseñorColbert—añadió—,havenidohacedoshorasaparticiparmequeeraintendente».

—Yaoshedicho,marquesa,queelseñorColbertestarámuchomejorbajomimano.

—Sí, pero no es eso todo:Margarita es amiga, como no ignoráis, de laseñoradeEymerisydelaseñoraLyodot.

—Sí.

—Pues bien, el señor Colbert le ha hecho muchas preguntas sobre lasfortunasdeesosdosseñoresyrespectoalgradodeadhesiónqueostenían.

—¡Oh!Encuantoaesosdos,respondodeellos;habríaquematarlosparaquedejasendesermíos.

—DespuéslaseñoraVanelvioseprecisadaadejarporuninstantealseñorColbert para recibir una visita, y como el señor Colbert es tan trabajador,apenasquedósolosacóunlápiz,y,comohabíapapelsobrelamesa,empezóaescribir.

—¿NotassobredeEymerisyLyodot?

—Justamente.

—Seríacuriososaberloquedecíantalesnotas.

—Esoesprecisamenteloquevengoatraeros.

—¿Se ha apoderado la señora Vanel de las notas de Colbert y me lasremite?

—No;peroesunacasualidadquesepareceaunmilagro;tieneunacopia

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deellas.

—¿Cómoeseso?

—Oíd.YaoshedichoqueColberthabíaencontradopapelsobrelamesa.

—Sí.

—Yquehabíasacadounlápiz.

—También.

—Yquehabíaescritoenesepapel.

—Sí.

—Puesbien;eselápizeradeplomo,yduroporconsiguiente.Demodoqueloescritoenlaprimerahoja,quedómarcadoenblancosobrelasegunda.

—¿Quémás?

—Colbert rasgó la primera hoja, y no se acordó de la segunda. Fouquetalzólacabezaypasóunanubeporsusojos.

—¿Yqué?

—¿Yqué?Sobrelasegundasepodíaleerloqueescribióenlaprimera;laseñoraVanellaleyó,ymemandóabuscar.

—¡Ah!

—Y cuando estuvo bien segura de que yo era para vos una verdaderaamiga,medioelpapelymemanifestóelsecretodeestacasa.

—¿Yesepapel?—dijoFouquetturbándoseunpoco.

—Aquíestá,señor;leedlo.

Fouquetleyó:

—«Nombres de los arrendadores que se deben hacer condenar por eltribunal de justicia: de Eymeris, amigo del S.F.; Lyodot, amigo del S.F.; deVanin,indif».

—¡DeEymeris,Lyodot!—murmuróFouquetvolviendoaleer.

«AmigosdelS.F».,señalóconeldedolamarquesa.

—Pero¿quésignificanesaspalabras,«quesedebenhacercondenarporeltribunaldejusticia»?

—¡Toma! Está claro —dijo la marquesa—. Por otra parte, no habéisconcluidoaún;leed.

Fouquetcontinuó:

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—«Los dos primeros a muerte, el tercero a destitución, con el señord’Hautemont y el señor de la Vallette, cuyos bienes solamente seránconfiscados».

—¡Gran Dios!—exclamó Fouquet—. ¡Amuerte, a muerte Lyodot y deEymeris!Peroaunqueeltribunalloscondenaseamuerte,SuMajestadelreynoratificarásusentencia,ynopuedeejecutarsesinlafirmadelrey.

—ElreyhahechointendentealseñorColbert.

—¡Ah! —murmuró Fouquet, como si viese a sus pies un abismoinesperado—.¡Imposible! ¡Imposible!Mas,¿quiénhapasadoun lápizsobrelashuellasdeldeColbert?

—Yo;temíaqueseborrasenlasprimerasseñales.

—¡Oh!Losabrétodo.

—Nadasabréis,puesdespreciáisdemasiadoavuestroadversarioparaeso.

—Perdonad,queridamarquesa,excusadme;sí,creoqueelseñorColbertesmi enemigo; sí, creo que el señor Colbert es hombre temible; mas tengotiempo, y toda vez que estáis aquí, toda vez queme habéis dejado entrevervuestroamor,ytodavezqueestamossolos…

—Hevenidoparasalvaros,señorFouquet,ynoparaperderme—repusolamarquesalevantándose—;así,guardaos…

—Marquesa,enverdadqueosasustáisporpoco,yanoserqueeseasuntonoseaunpretexto…

—Ese señor Colbert es un corazón profundo; guardaos… Fouquet selevantótambién.

—¿Yyo?—dijo.

—¡Oh!Vosnosoismásqueuncorazónnoble.Guardaos,guardaos…

—Así…

—He hecho lo que debía, amigomío, a riesgo de perdermi reputación.Adiós.

—Nodigáisadiós;hastalavista.

—Quizá—dijolamarquesa.

YdandoabesarsumanoaFouquet,seadelantótanresueltamentehacialapuerta,queelministronoseatrevióaimpedirleelpaso.

Fouquet,conlacabezainclinada,tomóelcaminodeaquelsubterráneo,alo largo del cual corrían los hilos demetal que comunicaban de una casa a

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otra, transmitiendo, por la parte posterior de dos espejos, los deseos yllamamientosdedospersonasencorrespondencia.

CapítuloLV

ElabateFouquet

Fouquet apresuróse a volver a casapor el subterráneo, haciendo jugar elresortedelespejo.Nobienentróensugabineteoyóllamaralapuerta,yalavezunavozconocidaquegritaba:

—Abrid,señor,os lo ruego,abrid.ConrápidomovimientopusoFouquetunpocodeordenentodoloquepodíadenunciarsuagitaciónysuausencia,desparramólospapelessobreelbufete, tomóunaplumayatravesólapuertaparaganarmástiempoaún.

—¿Quiénsois?—preguntó.

—¡Cómo!¿Nomeconocemonseñor?—respondiólavoz.

«Sítal—pensóFouquet—;sítal,amigomío,teconozcoperfectamente».

Yañadióenvozalta:

—¿NosoisGourville?

—Sí,señor.

Fouquetselevantó,echólaúltimaojeadasobreunodelosespejos,fuealapuerta,descorrióelcerrojoyentróGourville.

—¡Ah,señor,señor—dijo—,quécrueldad!

—¿Porqué?

—Hace un cuarto de hora que os ruego me abráis, y ni siquiera merespondéis.

—Unavezportodas,yasabéisquenoquierosermolestadocuandolaboro,y aunque vos seáis una excepción, Gourville, quiero que mi consigna searespetadaporlosdemás.

—En este instante, señor, hubiera desquiciado, arrancado y echado portierraconsignas,puertas,cerrojosyparedes.

—¡Ah!¿Luegosetratadeungransuceso?—preguntóBouquet.

—¡Oh!Sindudaalguna,señor—dijoGourville.

—¿Y cuál es ese suceso? —repuso Fouquet un poco asustado de la

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turbacióndesumásíntimoconfidente.

—Señor,haysesiónsecretadeltribunaldejusticia.

—Yalosé;mas¿sehareunidoya,acaso,Gourville?

—Nosólosehareunido,sinoquehadictadosentencia,señor.

—¡Sentencia!—dijoelsuperintendenteconunestremecimientoypalidezquenopudodisimular—.¡Sentencia!¿Contraquién?

—Contradosamigos,vuestros.

—LyodotydeEymeris,¿noescierto?

—Sí,señor.

—Pero¿sentenciadequé?

—Sentenciademuerte.

—¡Dictado!¡Oh!Osengañáis,Gourville,esimposible.

—Aquíestálacopiadelasentencia,queelreydebefirmarhoy,siesqueyanolahafirmado.

Fouquetcogióávidamenteelpapel,loleyóylodevolvióaGourville.

—Elreynofirmará—dijoGourville,meneólacabeza.

—Señor,elseñorColbertesunconsejeroaudaz,noosfieisdeél.

—¡Otra vez el señor Colbert! —murmuró Fouquet. ¿Por qué viene aatormentaresenombremisoídoshacedoso tresdíasyen todasocasiones?Esa es demasiada importancia, Gourville, para un sujeto tan insignificante.Que se presente el señor Colbert y lo miraré; que alce la cabeza y loconfundiré;peroyacomprendéisqueseríanecesariaunaasperezaparaquesedetuviesemimirada,yunasuperficieparasentarmipie.

—Paciencia, señor, porque no sabéis lo que vale Colbert. Estudiadlopronto, y veréis cómo ese sombrío financiero se parece a losmeteoros, quenuncaven losojosantesdesu invasióndesastrosa;cuandose lessienteestáunomuerto.

—¡Oh! Gourville, eso es mucho —replicó Fouquet sonriéndose—,permitidme,amigomío,quenomeespantetanfácilmente:¡meteoroelseñorColbert!¡Pardiez!Oiremoselmeteoro…Veamosactosynopalabras.¿Quéhahecho?

—HaencargadodoshorcasalejecutordeParís—contestósencillamenteGourville.

Fouquetalzólacabezaypasóunanubeporsusojos.

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—¿Estáissegurodeloquedecís?—preguntó.

—Aquíestálaprueba,señor.

YGourville entregó al superintendente una nota comunicada por uno delossecretariosdelaMunicipalidad,queeraadictoaFouquet.

—Sí, es cierto—murmuróelministro—,el cadalso se levanta…peroelreynohafirmado,Gourville,elreynofirmará.

—Tambiénsabréeso—respondióGourville.

—¿Cómo?

—Si ha firmado Su Majestad, irán las horcas esta noche a laMunicipalidad,afindequeesténdispuestasmañanaporlamañana.

—Pero, no, no —replicó Fouquet—, os engañáis todos y me engañáistambién:anteayervinoavermeLyodot,yhacetresrecibíunaremesadevinodeSiracusadeesepobredeEymeris.

—¿Y qué prueba eso —repuso Gourville—, sino que el tribunal se hareunidoensecreto,hadeliberado,enausenciadelosacusados,yquetodoelprocedimientoestabahechocuandolosarrestaron?

—¿Conqueestánarrestados?

—Ciertamente.

—Pero¿,dónde,cuándo,cómohansidoarrestados?

—Lyodot, ayer al amanecer; de Eymeris, anteayer por la noche, cuandovolvíadecasadesuamada;sudesapariciónnohabíainquietadoanadie;pero,derepente,sehaquitadoColbert lamáscarayhahechopublicar lacosa,demodo que en estemomento lo van pregonando al son de trompetas por lascallesdeParís;yenverdad,señor,nohaynadiemásquevosquedesconozcaelsuceso.

Fouquetcomenzóaandarporlasalaconinquietudcadavezmásdolorosa.

—¿Quédecidís,señor?—dijoGourville.

—Siesasí,iréaveralrey—contestóFouquet—;pero,parairalLouvrequieropasarantesporelConsistorio.¡Siestáfirmadalasentencia,veremos!

Gourville encogióse de hombros. ¡Incredulidad! —dijo—. ¡Tú eres lapérdidadelosgrandestalentos!

—¡Gourville!

—Sí—prosiguió—, tú lopierdes, comoel contagiomata a la saludmásrobusta;esdecir,enuninstante.

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—Marchemos—exclamóFouquet,hacedqueabran,Gourville.

—Cuidado—observóéste—,queestáahíelseñorabateFouquet.

—¡Ah!Mihermano—replicóFouquetcontonoapesadumbrado—;¿luegosabe alguna mala nueva que viene a traerme muy contento, como decostumbre? ¡Diablo! Si mi hermano anda por ahí, mal andan mis asuntos.Gourville, si me lo hubierais dicho antes, me habría dejado convencermásfácilmente.

—Señor, lecalumnia—dijoGourvilleriendo—;siviene,noesconmalaintención.

—Vamos,veoquelodefendéis—dijoFouquet—,unmozosintalento,sinideasdetrascendencia,underrochadordetodo.

—Bebequesoisrico.

—Yquieremiruina.

—No;másquierevuestrabolsa.Esoestodo.

—¡Basta,basta!¡Cienmil,escudosalmesdurantedosaños!¡Pardiez!Yosoyquienpagó,Gourville,yséloquetengo.

—Noosenfadéis,señor.

—Vamos,quedespidanalabateFouquet;notengouncuarto.Gourvillediounpasohacialapuerta.

—Sihaestadounmessinverme—prosiguióFouquet—,¿porquénohadeestardos?

—Esquesearrepientedevivirenmalacompañía—dijoGourville—,yosprefiereatodosesosbandidos.

—Graciasporlapreferencia;hacéishoyunabogadosingular,Gourville…¡AbogadodelabateFouquet!

—Pero,señor,todo,cosasyhombres,tienensuladobueno,suladoútil.

—LosbandidosqueFouquettieneasueldoyemborracha,¿tienentambiénsuladoútil?Probádmelo.

—Puede haber circunstancias, señor, en que os alegréis de tener esosbandidosamano.

—Entonces, ¿aconsejáis que me reconcilie con el señor abate? —dijoirónicamenteBouquet.

Os aconsejo señor que no os malquistéis con cien o ciento veintebergantes,que,poniendosusespadonespuntaconpunta,formaríanuncordón

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deacerocapazdeencerrartresmilhombres.

FouquetlanzóunamiradapenetranteaGourville,ypasandodelantedeéldijoaloscriados:

—Que introduzcanalseñorabateBouquet.Tenéis razón,Gourville.Diezminutos más tarde apareció el abate en el umbral, haciendo grandesreverencias.

Tendríaunos cuarentao cuarentay cincoaños;mitadhombrede iglesia,mitadhombredeguerra,eraunespadachíninjertoenabate;yaunqueveíasequenollevabaespadaceñida,seadivinabaquegastabapistola.

Fouquetlesaludócomohermanomayor,másbienquecomoministro.

—¿Quépuedohacerenserviciovuestro,señorabate?

—¡Oh,oh!¡Cómodecíseso,hermanoquerido!

—Oslodigocomohombrequeestádeprisa,señormío.

ElabatemirómaliciosamenteaGourville,conansiaaFouquet,ydijo:

—Tengo que pagar esta noche trescientos doblones al señor de Bregi…Deudadejuego,deudasagrada.

—¿Quémás?—preguntóFouquetconvalor,porquecomprendíaquenolehubieraincomodadoelabateporsemejantemiseria.

—Milamicarbonero,queyanomefía.

—¿Quémás?

—Mil doscientos al sastre… —continuó el abate—; el tuno me haremendado siete vestidos demis gentes, lo cual hace quemis libreas esténexpuestas,yquemiqueridahabledereemplazarmeporunarrendador,locualseríahumillanteparalaIglesia.

—¿Yquémás?—dijoFouquet.

—Observaréis,señor—dijohumildementeélabate—,quenadahepedidopara,mí.

—Eso es muy delicado —repuso Fouquet—, y por eso veis que estoyesperando.

—Yquenosolicitonada,¡oh!,no…Y,sinembargo,noesquericehagafalta…Osdoymipalabra.

Elministroreflexionóuninstante.

—Mildoscientosdoblonesal sastre—dijo—, sonbastantesvestidos,meparece.

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—Mantengocienhombres—dijoconorgulloelabate—,ycreoqueéstaesunacarga.

—¿Para qué son esos cienhombres?—preguntóFouquet—. ¿Sois acasoun Richelieu o unMazarino, para tener cien hombres de guardia? ¡Hablad,decid!

—¿Vosmelopreguntáis?—exclamóelabate—.¡Ah!¿Cómopodéishacertalpregunta?¡Ah!

—Sí,oshagoesapregunta:¿quétenéisquehacerconesoscienhombres?Responded.

—¡Ingrato!—prosiguióelabateafectándosecadavezmás.

—Explicaos.

—Señorsuperintendente,yonotengonecesidadmásquedeunayudadecámara,sifuesesolomeserviríayomismo;pero,vos,vos,quetenéistantosadversarios… Cien hombres no bastan para defenderos. ¡Cien hombres…!Seríannecesariosdiezmil.Mantengo,pues,todoesoparaqueenloslugarespúblicos y en las reuniones nadie alce la voz contra vos; y sin esto, señor,estaríaiscargadodeimprecaciones,seríaismordido,ynoduraríaisochodías;no,niochodías,¿entendéis?

—¡Ah!Nosabíayoquetuvierasemejantecampeón,señorabate.

—¡Lodudáis!—exclamóéste—.Oídloquehasucedido.Ayer,sinirmáslejos,seencontrabaunhombreenlacalledelaHuchettevendiendounpollo.

—¿Yenquéperjudicabaeso,abate?

—El pollo no era gordo; el comprador negóse a dar por él dieciochosueldos,diciendoquenopodíapagaresedineropor lapieldeun,pollo,delcualsehabíallevadotodalasubstanciaelseñorFouquet.

—¿Yquémás?

—Lacosahizoreír—prosiguióelabate—,reíravuestracosta,¡contodoslos diablos!, y se reunió la canalla.El que se reía añadió éstas: «Dadme enbuena hora un pollo alimentado por el señor Colbert y os pagaré cuantodeseéis».Ytodoscomenzaronapalmotear.Escándalohorrible,¿comprendéis?Escándaloqueobligaaunhermanoataparselacara.

Fouquetsesonrojó.

—¿Yoslatapasteis?—preguntóFouquet.

—No,parquejustamenteestabaenelgrupounodemishombres,unnuevoreclutaquevienedeprovincia,unseñorMennevilleaquienquieromucho,elcualpenetróenelgrupodiciendoalquereía.

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—¡Pardiez! ¡Señor burlón de mal género, envido una estocada a loColbert!

—¡QuieroaloFouquet!—murmuróelotro.

Dichoesto,desenvainarondelantedelatiendadelpollero,conunafilademironesalrededoryquinientoscuriososenlasventanas.

—¿Yqué?—preguntóFouquet.

—Mi Menneville ensartó al de la risa, con gran aturdimiento de laconcurrencia,ydijoalpollero:«Tomadesepavo,amigo,queestámásgordoquevuestropollo».

—Estoes,señor—concluyótriunfalmenteelabate—,enloqueyogastomisrentas;sostengoelhonordelafamilia,señormío.

Fouquetsehumilló.

—Ytengocientocomoese—prosiguióelabate.

—Bien—dijo Fouquet—, dad vuestra cuenta a Gourville y permanecedaquíestanoche.

—¿Secena?

—Secena.

—Pero¿lacajasehallacerrada?

—Gourvilleoslaabrirá.Marchaos,señorabate;marchaos.

Elabateejecutóunareverencia.

—¿Conquesomosamigos?—preguntó.

—Sí,amigos.Venid,Gourville.

—¿Osvais?¿Nocenáisaquí?

—Volverédentrodeunahora,notengáiscuidado,abate.

YañadióenvozbajaaGourville.

—OrdénesequepreparenmiscaballosinglesesyquehaganaltoenlaCasaConsistorialdeParís.

CapítuloLVI

LagaleríadeSaintMandé

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MarchabanyalascarrozasdelosconvidadosdeFouquetaSaintMandé,yhacíanse en la casa los preparativos necesarios, cuando el superintendentelanzó sus ligeros caballos camino de París, y tomando por losmuelles paraencontrarmenosgenteen la travesía, llegóa laCasaConsistorial.Serían lasochomenoscuarto.FouquetseapeóenlaesquinadelacalledeLongPontysedirigióapieconGourvillehacialaplazadelaGreve.

En esta plaza vieron un hombre con traje negro y morado, de buenacatadura,quesedisponíaasubirenuncarretónydecíaalcocheroquetocaseen Vincennes. Delante de sí tenía un enorme canasto lleno de botellas queacababadecomprarenlatabernade«LaImagendeNuestraSeñora».

—¡Cómo!¿EsVatel,mimaestresala?—dijoFouquetaGourville.

—Sí, monseñor —replicó éste. ¿Qué viene a hacer en «La Imagen deNuestraSeñora»?

—Acomprarvino,sinduda.

—¡Cómo!¿Secompravinoparamíenuna taberna?—exclamóFouquet—.¿Tanpobreestámibodega?

Yseadelantóhaciaelmaestresala,quehacíacolocarelvinoenlacarrozaconextraordinarioenfado.

—¡Hola,Vatel!—dijo—convozimperiosa.

—Cuidado,monseñor—dijoGourville—:osvanareconocer.

—¡Bueno…!¿Quémeimporta?¡Vatel!

Elhombrevestidodenegroymoradovolviólacara.

Era su rostro dulce y sin expresión, una fisonomía de matemático, aexcepción del orgullo.Brillaba en los ojos de este personaje cierto fuego, yfruncía,suslabiosunalevesonrisa;pesoprontohubiesenotadoelobservador,queaquelfuegoyaquellasonrisanoseaplicabaanadaninadailuminaba.

Vatelreíacomoundistraídooseocupabacomounniño.

Ysevolvióalsonidodelavozqueleinterpelaba.

—¡Oh!—dijo—.¡Monseñor!

—Sí, yo. ¿Qué diablos hacéis aquí, Vatel? ¿Compráis el vino en unatabernadelaplazadelaGreve?

—Monseñor —dijo tranquilamente Vatel después de haber lanzado aGourvilleunamiradahostil—.¿Porquéosmezcláisenesto?¿Estátalvezmalprovistamibodega?

—Ciertoqueno,Vatel,pero…

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—Pero ¿qué? —replicó Vatel. Gourville dio con el codo alsuperintendente.

—Noos incomodéis;Vatel; creía quemibodega, vuestra bodega, estababastante bien provista para dispensarme recurrir a «La Imagen de NuestraSeñora».

—¡Bah! Señor —dijo Vatel, pasando del monseñor al señor con ciertodesdén—. Vuestra bodega está tan bien provista que cuando ciertosconvidadosvanacomeravuestracasa,nobeben.

Asombrado,Fouquet,miróaGourvilleydespuésaVatel.

—¿Quédecís?

—Digo,señor,quevuestrodespenseronotienevinosparatodoslosgustos,y que el señor de la Fontaine, el señor Pelisson que el señorConrart jamásbebencuandovanacasa.Aestoscaballerosnoleesgusta,elbuenvino:¿quélehemosdehacer?

—Entonces.

—Entonces… Aquí tengo un vino de Joigny que les gusta. Yo sé quevienenabeberlounavezalasemanaa«LaImagendeNuestraSeñora».Poresohagoaquímiprovisión.

Fouquetnadateníaqueoponeraesta.Estabacasiconmovido,Vatel,porsuparte, aun tenía mucho que decir, sin duda, porque se le vio poderseencendido.Monseñor,esoes lomismoquesimehicieraiscargospara iryomismoa la calledePlancheMilbrayenbuscade la sidraquebebeel señorLoretcuandovaacomeracasa.

—¿Loretbebesidraenmicasa?—murmuróriendoBouquet.

—Sí,señor,sí;yporesocomecongustoenvuestracasa.

—Vatel—dijo Fouquet, estrechando lamano de sumaestresala—, ¡soistodounhombre!OsdoylasgraciasporhabercomprendidoqueelseñordeLaFontaine,elseñorConrartyelseñorLoretsonenmicasatantocomoduquesypares,tantocomopríncipes,másqueyomismo.Soisunexcelenteservidor,Vatel,yosdobloloshonorarios.

Vatelnodiosiquieralasgracias;sóloseencogiódehombros,murmurandoestassoberbiaspalabras:

—Recibirlasgraciasporhabercumplidoconsudebereshumillante.

—Tiene razón—digoGourville Llamando la atención de Fouquet haciaotrapartepormediodeungueto.

Mostrábase,enefecto,uncorretóndeformabaja,tiradopordoscaballos,

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sobre el cual se agitaban dos herradas horcas, atadas una junto a otra concadenas.Un arquero, sentado en lomás grueso de la lanza, soportaba, unasveces mal y otras bien, los comentarios de un centenar de vagos que ibanhusmeando el destino de aquellas horcas, escoltándolas hasta la CasaConsistorial.

Fouquetestremecióse.

—Yaloveis,escosadecidida—dijoGourville.

—Pero,aunnoestáhecho—respondióFouquet.

—¡Oh! No os engañéis; si las cosas han llegado a este punto, nadaconseguiréis.

—¡Masyonoherefrendadoeldecreto…!

—ElseñordeLyonnelahabráhechoporvos.

—VoyalLouvre.

—Noiréis.

—¿Me aconsejaríais esa cobardía? —preguntó Fouquet—. ¿Meaconsejaríaisabandonaramisamigospudiendocombatir,arrojaralsuelolasarmasquetengoenlamano?

—Yo no os aconsejo nada de eso, monseñor. ¿Podéis dejar lasuperintendenciaenestemomento?

—No.

—¿Ysielreydeseareemplazaros?

—Lomismomereemplazarádelejosquedecerca.

—Sí,perodeesemodojamáslahabréisdisgustado.

—Sí,mashabrésidocobarde;yonoquieroquemueranmisamigos,ynomorirán.

—ParaesonoesprecisoquevayáisalLouvre.

—¡Gourville!

—Tenedcuidado.UnavezenelLouvre,oestaréisobligadoadefenderenvoz alta a vuestros amigos, es decir, a hacer profesión de fe, u os veréisforzadoaabandonarlossinarrepentimientoposible.

—¡Jamás!

—Perdonadme…Elseñorpropondránecesariamentelaalternativa,obienselapropondréisvosmismo.

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—Esoesverdad.

—Puesparaesonoesmenesterunconflicto.

—VolvamosaSaintMandé,monseñor.

—Gourville, no me moveré de esta plaza, donde debe consumarse elcrimen, donde debe consumarsemi afrenta; nomemoveré, digo, hasta quehayahalladounmediodecombatiramisenemigos.

—Monseñor —replicó Gourville—, lástima me causaríais si no supiesequesoisunodelosmásaventajadostalentosdelmundo.Poseéis,señor,cientocincuentamillones;soistantocomoelreyporlaposición,ycientocincuentavecesmásporelesmero.ElseñorColbertnohatenidosiquieraeltalentodehacerleaceptareltestamentodeMazarino;porconsiguiente,cuandounoeselmásricodeunreinoyquieretomarseel trabajodegastareldinero,sinosehaceloqueunaquiere,esporqueunoesunpobrehombre.Volvamos,osdigo,aSaintMandé.

—¿ParaconsultaraPelisson?

—Sí.

—No,monseñorparacontarvuestrodinero.

—¡Vamos!—dijoFouquetconojos inflamados—.¡Sí,sí!VamosaSaintMandé.

Él y Gourville subieron a la carroza. En la esquina del barrio de Saint-AntoinehallaronelcarruajedeVatel,queconducíatranquilamentesuvinodeJoigny.

Lanzadosa todabrida, loscaballosnegrosespantaronalpasoa la tímidacaballería delmaestresala, quien, sacando la cabeza por la portezuela, gritóasustado:

—¡Cuidado con mis botellas! Cincuenta personas esperaban alsuperintendente, el cual, sin entregarse ni por un momento a su ayuda decámara, pasó al primer salón. Allí permanecían reunidos y charlando susamigos.Elintendentesedisponíaahacerservirlacomida;pero,sobretodos,el abate Fouquet acechaba la vuelta de su hermano, y procuraba hacer loshonoresdelacasaenausenciadeaquél.

A la llegada del superintendente hubo unmurmullo de alegría y cariño;Fouquet, llenode afabilidad, debuenhumorydemagnificencia, era amadoporsuspoetas,susartistasysusagentesdenegocios.Sufrente,enlacualleíasupequeñacorte;comoenladeundios,todaslasactividadesdelalma,parahacer de ellas reglas de conducta; su frente, que jamás arrugaron los godos,aparecía aquella nochemás pálida que de costumbre, ymás de unamirada

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amigaobservóesapalidez.Fouquetsecolocóenelcentrodelamesa,presidióalegrementelacomida,ycantóaLaFontainelaexpedicióndeVatel.

ContólahistoriadeMennevilleydelpolloflacoaPelisson,detalmaneraquelaoyótodalaconcurrencia.

Entonceshubouna tempestadde risasydebromas, que sólo se contuvoconungestoserioytristedePelisson.

NosabiendoelabateFouquetconquépropósitohabíasacadosuhermanolaconversaciónsobreestepunto,escuchabacontodossusoídosybuscabaenel rostro de Gourville, o en el del superintendente, una explicación que enningunapartehallaba.

Pelissontomólapalabra.

—¿ConquesehabladelseñorColbert?—preguntó.

—¿Porquéno—dijoFouquet—,siesverdad,comodicen,queelreylohahechosuintendente?

—Ni bien hubo dejado Fouquet escapar esta palabra, pronunciada, conmarcadaintención,cuandoestallóunaexplosiónentrelosconvidados:

—¡Unavaro!—dijouno.

—¡Uncanalla!—dijootro.

—¡Unhipócrita!—dijountercero.

PelissoncambióunamiradaprofundaconFouquet.

—Señores —dijo—, verdaderamente, estamos maltratando a un hambreque nadie conoce; esto no es caritativo ni razonable, y estoy seguro que elseñorsuperintendenteesdelamismaopinión.

—Enteramente—contestóFouquet—.DejemoslospollosgordosdelseñorColbert,ynosetratehoymásquédelosfaisanestrufadosdelseñorVatel.

Estaspalabrasdesviaronlanubequeprecipitabasumarchasobrelacabezadelosconvidados.

Gourville animó también a los poetas con el vino de Joigny; el abate,inteligente, como hombre que necesita dinero de otro, animó tan bien a losfinancieros y a losmilitares, que en la baraúnda de aquella alegría y en lostumoresdeaquellaconversación,desapareciócompletamenteelobjetodelasinquietudes.

El testamento deMazarino fue el tema de la conversación en el últimoservicio; despuésmandóFouquet que devanen los tarros de confituras y lasfuentesdelicoresalsalónpróximoalagalería,alcualcondujodelamanoa

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unamujer,reinaaquellanocheporsupreferencia.

Luego, suspiraron los violines, y comenzaron los paseos por la galería yporeljardín,bajouncielodeprimaveradulceyperfumado.

Pelisonsellegóentoncesalladodelsuperintendenteyledijo:

—¿Monseñortienealgúndisgusto?

—Unomuy grande—respondió elministro—; haced que os cuente esoGourville.

Alvolverse,Pelisson,encontróaLaFontainequelepisabalostalones,ytuvoqueescucharunacomposiciónenmetrolatinodelpoetasobreVatel.

Hacía una hora que La Fontaine medía esta composición por todos losrincones,buscándolecolocaciónventajosa.

CreyóagarraraPelisson;masseleescapó.

Entonces se volvió hacia Loret, que también acababa de componer unacuartetaenhonordelacomidaydelanfitrión.

La Fontaine intentó en vano colocar sus versos. Loret también queríacolocarsucuarteta.

Vióse, pues, obligado a retroceder, y se colocó junto al señor conde deCharost,aquienFouquetacababadecogerdelbrazo.

ElabateFouquetcomprendióque,distraídoelpoeta,comosiempre,ibaadecirloseintervino.

EntoncessepavoneóLaFontaineyrecitósucomposición.

El abate, que no sabía latín, movía la cabeza cada osamenta, a cadamovimientoqueLaFontaineimprimíaasucuerpo,segúnlasondulacionesdelosdáctilosodelosespondeos.

Entretanto,FouquetcontabaelsucesoalseñordeCharost,suyerno:

—Esmenestermandara todos los inútilesa losfuegosartificiales—dijoPelissonaGourville—,entantoque,nosotroscharlamosaquí.

—Está bien —contestó Gourville—, que dijo cuatro palabras a Vatel.Advertíaseentoncesqueesteúltimoconducíahacialosjardineslamayorpartedelospisaverdes,damasyparlanchines,mientrasloshombrespaseabanporlagalería, alumbrada con trescientas bujías de cera, en presencia de todos losaficionadosalosfuegosartificiales,ocupadosencorrerporeljardín.

GourvilleseacercóaFouquetyledijo:

—Monseñor,aquíestamostodos.

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—¿Todos?—contestóFouquet.

—Sí,contad.

El superintendente se volvió y contó; había ocho personas. Pelisson yGourville paseaban cogidos del brazo, como si charlaran de temas vagos yligeros.Loretydosoficialeslosimitabanensentidoinverso.

El abate Fouquet paseábase solo. Fouquet, con el señor de Charost,caminabacomoabsortoenlaconversacióndesuyerno.

—Señores—dijo—,quenadiedevosotros levante lacabezaal andar,niparezca, que pone atención en nada; seguid paseando. Estamos solos;escuchadme.

Hubo un gran silencio, turbado únicamente por los gritos lejanos de losalegresconvidados,queíbansecolocandoenlosbosquecillosparavermejorlos cohetes. Espectáculo extraño era el de estos hombres, que paseaban engrupos, como ocupado cada cual en una cosa, y, no obstante, atentos a lapalabra de uno solo de ellos, que, por su parte, fingía hablar sólo con suvecino.

—Señores —dijo Fouquet—, sin duda habréis observado que dos denuestros amigos faltan esta noche a la reunión del miércoles… ¡Por Dios,abate,noosparéis,quenoesnecesariaparaoír…!Idandando,porfavor,convuestrosmovimientosdecabezamásnaturales,yyaquetenéisexcelentevista,poneosaesaventana,ysialguienvuelvehacialagalería,avisadnostosiendo.

Elabateobedeció:

—¡No he echado demenos a los ausentes!—dijo Pelisson, que en esteinstante volvía completamente la espalda a Fouquet, andando en sentidoinverso.

—Yo—dijoLoret,noveoalseñorLyodot,quemepagalapensión.

—Yyo—añadióélabatedesde laventana—, tampocoveoamiqueridoEymeris,quemedebemilcienlibrasdenuestroúltimojuegodebrelan.

—Loret—prosiguióFouquetmarchandoinclinadoyconaspectosombrío—,yanovolveréisacobrarlapensióndeLyodot,yvos,abate,jamásveréislasmilcienlibrasdeEymeris,porqueunoyotrovanamorir.

—¡Morir!—murmuró la reunión, detenida a pesar suyo en su papel decomediaporlaterriblepalabra.

—Continuad,señores—dijoFouquet—,porquetalveznosesténespiando.Hedicho«¡morir!».

—¡Morir!—repitióPelisson—.¡Esoshombresaquieneshevistonohace

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seis días llenos de salud, de vida y de porvenir! ¿Qué es, pues, el hombre;santoDios?¿Porquéunaenfermedadlodestruyeenuninstante?

—Noesenfermedad—dijoFouquet.

—Entonces,hayremedio—repusoLoret.

—Ninguno.LosseñoresdeLyodotydeEymerisestánenlavísperadesuúltimajornada.

—Entonces,¿dequémuerenesosseñores?preguntóunoficial.

—Preguntádseloaquienlosmata—contestóBouquet.

—¡Quiénlosmata!

—¿Losmatan?—exclamóelcoroespantado.

—Hacenmás aún. ¡Los ahorcan!—murmuró Fouquet, con voz siniestraqueresonócomofúnebredoblardecampanasenaquellaricagalería,brillantedecuadros,deflores,deterciopelo,deoro.

Todos paráronse involuntariamente, y el abate abandonó la venta; losprimeroscohetesdelosfuegosartificialescomenzabanasubirporencimadelosárboles.

Ungritoprolongado,quepartiódelosjardines,llamóalsuperintendenteagozar del golpedevista.Acercóse a la ventana, y detrás de él se colocarontodossusamigos,atentosasusmenorespalabras.

—Señores —dijo—, el señor Colbert, ha hecho prender, juzgar y haráejecutaranuestrosamigos.¿Quédebohaceryo?Responded.

—¡Diantre!—dijoelabateelprimero—.EsprecisodespanzurraralseñorColbert.

—Monseñor—dijoPelisson—,hayquehablaraSuMajestad.

—QueridoPelisson,elreyhafirmadolaordendeejecución.

—Puesbien—dijoelcondedeCharost—,esnecesarioquenoseverifiquelaejecución;estoesloquehayqueevitarantetodo.

—Imposible —dijo Gourville—, a menos que no se corrompa a loscarceleros.

—Oalalcaide—continuóFouquet.

—Estanochepuedehacerseescaparalospresos.

—¿Quiéndevosotrosseencargadeello?

—Yo—contestóelabate—llevaréeldinero.

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—Yo—añadióPelisson—llevarélapalabra.

—Lapalabrayeldinero—dijoFouquet—quinientasmillibrasalalcaidedelaConserjeríameparecebastante,noobstante,sepondráhastaunmillón,sisecreenecesario.

—¡Unmillón!—exclamóelabate—.PorlamitaddeesacantidadpondríayoasacomedioParís.

—Nada de desorden —dijo Pelisson—; estando ganado el alcaide, seescapanlospresos;entonces irána losenemigosdeColbertydemuestranalreyquesujusticianoesinfalible;comotodaslasexageraciones.

—Id;puesaParís,Pelisson—dijoFouquet—,ytraednoslasdosvíctimas.¡Mañanayaveremos!Gourville;entregadlasquinientasmillibrasaPelisson.

—Cuidad que no se os lleve el viento —observó el abate—. ¡Quéresponsabilidad,diablo!Dejadmeayudarosunpoco,yestarémástranquilo.

—¡Silencio!—ordenóFouquet—.Alguienseaproxima. ¡Oh!Losfuegosartificialessondeunefectomagnífico.

Enaquelmomentocayóuna lluviadechispasen los ramajesdelbosqueinmediato.

PelissonyGourvillesalieronjuntosporlapuertadelagalería,yFouquetbajóaljardínconlosotroscincoconjurados.

CapítuloLVII

Losepicúreos

ComoFouquetprestaba,osimulabaprestartodasuatenciónalasbrillantesiluminaciones, a lamúsica lánguida de los violines y de los oboes, y a loschispeantes cohetes de los fuegos que, iluminando el cielo con intensosreflejos, recortaban la silueta sombría del torreón de Vincennes; y, comotambiénsonríealasdamasyalospoetas,sufiestanofuemenosalegrequedecostumbre. Vatel, cuya mirada, inquieta y hasta celosa, interrogaba coninsistencia la de Fouquet, no semostró descontento de la acogida hecha alordendelsarao.

Terminados los fuegos, todos se dispersaron par los jardines y bajo lospórticosdemármol,conaquelladulcelibertadquedenunciaenelamodelacasa olvido de la grandeza; hospitalidad exquisita y tanta suntuosidaddescuidada.

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Lospoetascomenzaronavagar,cogidosdelbrazo,porlosbosquecitos,yaunalgunosse tendieronsobre lechosdemusgo,congrandetrimentode losvestidosde terciopeloyde losbordados,en losquese introducían lashojassecasmáspequeñasYlostallosdeverdura.

Lasdamas,encortonúmero,escucharonloscánticosdelosartistasy losversos de las poetas; otras escucharon la prosa que decían, conmucha arte,hombres que no eran cómicos ni poetas, mas a quienes la juventud y lasoledad daban una elocuencia extraordinaria, que les parecía preferible atodas.

—¿Por qué —preguntó La Fontaine— no ha bajado al jardín nuestromaestroEpicuro?NuncaEpicuroabandonaasusdiscípulas.

—Señor —díjole Conrart—, hacéis mal persistiendo en decorar con elnombre de epicúreo; en verdad que nada recuerda aquí la doctrina de esefilósofo.

—¡Bah!—repusoLaFontaine—.¿NoestáescritoqueEpicurocompróunjardínyqueviviótranquilamenteenélconsusamigos?

—Cierto.

—Puesbien,¿nohacompradoelseñorFouquetunhermosojardínenSaintMandé,ynovivimosaquímuytranquilamenteconélynuestrosamigos?

—Sinduda,peronieljardínnilosamigospuedenservirdecomparación.Porotraparte,¿dóndeestálasemejanzadeladoctrinadelseñorFouquetconladeEpicuro?

—Enesta:«elplacerproporcionalafelicidad».

—¡Ybien!

—¿Yqué?

—Nocreoquenosencontremosdesgraciados;yo,porlomenos,no.Buenacomida,vinode Joigny,que tiene laatenciónde ir abuscarmeami tabernafavorita, y ningún disgusto en una hora de mesa, a pesar de haber diezmillonariosyveintepoetas.

—Alto ahí. ¿Habéis hablado de vino de Joigny y de buena comida?¿Insistísenello?

—Insisto,alhecho,comosediceenPortRoyal.

—Entonces, tenedpresenteque el granEpicurovivíayhacíavivir a susdiscípulosconpan,legumbresyaguaclara.

—Eso no es verdad —dijo La Fontaine—, y podría ser muy bien queconfundieseisaEpicuroconPitágoras,amigoCantan.

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—Acordaostambiéndequeelantiguofilósofoeramuymalamigodelosdiosesydelosmagistrados.

—¡Oh!Esaesloquenopuedotolerar—replicóLaFontaine.

—No lo comparéis con el señor superintendente—dijoConrart con vozconmovida—,puesacreditaréislosrumoresqueyacorrensobréélyrespectoanosotros.

—¿Quérumores?

—Quesomosmalosfranceses,libiosalmonarcaysordosalaley.

—Entonces, vuelvo a mi texto —dijo La Fontaine—. Oíd, Conrart,escuchadlamoraldeEpicuroaquienporotrapartedeasidero,siesprecisoque lodiga, comounmito.Todo loquehaydenotable en la antigüedad esmito.Júpiter,siseconsiderabien,eslavida;Alcideseslafuerza.Aquíestánlaspalabrasparadarmerazón;Zeusesser,vivir;Alcidesesalce,vigor.Puesbien, Epicuro es la grata vigilancia, la protección. ¿Y quién vigilamejor elEstado,yquiénprotegemejoralosindividuosqueelseñorFouquet?

—Estáis hablando etimología; pero no moral; digo, que nosotros, losepicúreosmodernos,somosmalosciudadanos.

—¡Oh!—exclamóLaFontaine—.Sinoshacemosperversosciudadanos,no será por seguir las máximas del maestro. Oíd uno de sus principalesaforismos.

—Yaoigo.

—«Deseadbuenosjefes».

—¿Yqué?

—¡Y qué! ¿Qué nos dice el señor Fouquet todos los días? «¿Cuándoestaremosgobernados?».¿Lodiceono?Vamos,Conrart,sedfranco.

—Lodice,escierto.

—Puesbien:doctrinadeEpicuro.

—Sí,peroesoesunpocosedicioso.

—¡Cómo!¿Essediciosoquerersergobernadoporbuenosjefes?

—Sinduda,cuandolosquegobiernansonmalos.

—¡Paciencia!Tengorespuestasparatodo.

—¿Aunparaloqueacabadedecir?

—Escuchad: «Someteos a los que gobiernan mal…» ¡Oh! Está escrito:Cacospoliteuousi…¿Esexactoeltexto?

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—¡Pardiez! Ya lo creo. ¿Sabéis que habláis el griego como Esopo, miqueridoLaFontaine?

—¿Lodecísenchanza,miqueridoConrart?

—¡Diosmelibre!

—Entonces,volvamosalseñorFouquet.¿Quénosrepetíasiempre?«¡Quétunante ese Mazarino! ¡Qué asno! ¡Qué sanguijuela! ¡Y, sin embargo, espreciso obedecer a ese pícaro!». ¿No es esto, Conrart? ¿Lo decía o no lodecía?

—Confiesoquelodecía,yquizáalgomás.

—Como Epicuro, amigo mío, siempre como Epicuro; lo repito, somosepicúreos,yestoesmuydivertido.

—Sí, pero temo que se levante a nuestro lado una secta como la deEpícteto; ya sabéis, el filósofo deHierápolis; aquel que denominaba al panlujo, a las legumbres prodigalidad, y al agua clara embriaguez; aquel que,azotadoundíaporsuamo,ledecíagruñendounpoco,perosinincomodarselomásmínimo:«¿Apostamosaquemehabéis rotouñapierna?».Yganó laapuesta.EseEpíctetoeraunidiota.

—Corriente; pero podría muy bien ponerse a la moda cambiandoúnicamentesunombreporeldeColbert.

—¡Bah!—replicóLaFontaine.

—Esoesimposible;jamásencontraréisaColbertenEpícteto.

—Esverdad,yobuscaré,Colubertodolomás.

—¡Ah!Estáisabatido,Conrart,puesosrefugiáisenlosjuegosdepalabras.ElseñorArnaudpretendequeyono tengo lógica…TengomásqueelseñorNicole…

—Sí —contestó Conrart—, tenéis lógica, pero sois jansenista. Estaspalabras fueron acogidas con una estrepitosa carcajada. Poco a poco habíansido atraídos los paseantes por los gritos de los ergotistas en derredor delbosquecillodonCulebra.

Leperoraban:Todaladiscusiónhabíasidoescuchadareligiosamente,yelmismoFouquet,conteniéndoseapenas,habíadadoejemplodemoderación.

Peroeldesenlacede laescena lepusofueradequicio,yestalló.Todoelmundoestallócomoél,ylosdosfilósofosfueronsaludadosconfelicitacionesunánimes.

Noobstante,LaFontainefuedeclaradovencedoracausadesuerudiciónprofundaydesulógicaincontestable.

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Conrartobtuvolasindemnizacionesdebidasauncombatedesgraciado;loelogiaronporlalealtaddesusintencionesylapurezadesuconciencia.Enelmomentoenquesemanifestabaestaalegríaconlasmásvivasdemostraciones,y cuando las damas hacían cargos a los dos enemigos, por no haber hechoentrar a las mujeres en el sistema de felicidad epicúrea, se vio venir aGourvilledelotroextremodeljardín.SeacercabaaFouquet,queloacechabaconlavista,yéstesedestacódelgrupo.

Elsuperintendenteconservóensusemblantelarisaytodosloscaracteresdelatranquilidad;masapenasloperdierondevistadejólamáscara.

—¿DóndeestáPelisson?—dijoconviveza—.¿QuéhacePelisson?

—PelissonregresadeParís.

—¿Hatraídolospresas?

—NisiquierahapodidoveralalcaidedelaConserjería.

—¡Qué!¿Nohadichoqueibaennombremío?

—Lohadicho;peroelalcaidehamandadoresponder:«SivienendepartedelseñorFouquet,debentraerunacartasuya».

—¡Oh!—murmuróéste—.Sisólosetratadedarlaunacarta…

—Jamás—replicóPelisson,queaparecióenelextremodelbosquecillo—,jamás,monseñor…Idvosmismoyhabladleenvuestronombre.

—Sí, tenéis razón, voy a entrar en mi cuarto como para trabajar; dejadenganchadosloscaballos,Pelisson;entretenedamisamigos,Gourville.

—Escuchadunconsejo;monseñor—respondióéste.

—Hablad,Gourville.

—Novayáisaveralalcaldesinoenelúltimomomento;esosado,peronohábil.

—Dispensadme,señorPelisson,sitengootroparecerqueelvuestro.

—Perocreedme,monseñor;hacedquehablenotravezalalcaide,queesunhombregalante;peronovayáisvosmismo.

—Yoavisaré—repusoFouquet—;además,tenemoslanocheentera.

—No contéis mucho con el tiempo, pues aunque fuese doble del quetenemos—replicóPelisson—,nuncaesunafaltallegardemasiadopronto.

—Adiós—dijoelsuperintendente—,venidconmigo,Pelisson.Gourville,osrecomiendomisconvidados.Ypartió.

Losepicúreosnoadvirtieronqueeljefedelaescuelahabíadesaparecido;

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losviolinestocarondurantetodalanoche.

CapítuloLVIII

Quinceminutosderetraso

La segunda vez que en aquel día, salía Fouquet de casa, sentíasemenostorpeyturbadodeloquepudieracreerse.

Dirigiéndose a Pelisson, que en un rincón de la carroza meditabagravementealgunabuenaargumentacióncontralosentusiasmosdeColbert,ledijo:

—MiqueridoPelisson,eslástimaquenoseáismujer.

—Locreo, al contrario, una fortuna—replicóPelisson—,porque, al fin,monseñor,soyexcesivamentefeo.

—¡Pelisson! ¡Pelisson! —dijo el superintendente riendo—. Repetísdemasiadoquesoisfeoparanodejardecreerqueestooscausamuchapena.

Mucha,efectivamente,monseñor;nohayningúnhombremásdesgraciadoqueyo;yoeraguapo,perolasviruelasmevolvieronhorrible.Estoyprivadodeungranmediodeseducción;pero,sisiendovuestroprimerdependiente,opocomenos,ymanejandovuestrosnegocioseintereses,meconvirtieseenunamujerhermosa,osprestaríaunservicio,importante.

—¿Cuál?

—Iríaaveralalcaidedelpalacio, loseduciría,porqueesuncortejadoryunenamoradoridículo,ymetraeríalosdospresos.

—Esoesperoyohacer,aunquenoseaunamujerbonita—replicóBouquet.

—Conforme,monseñor;perooscomprometéismucho.

—¡Oh!—exclamódeprontoFouquet,conunodeesossecretostransportesdequientieneensusvenaslasangregenerosadelajuventudoelrecuerdodeunaemocióndulce.

—¡Oh! Conozco una mujer que será, con el teniente de alcaide de laConserjeríaelpersonajequenecesitamos.

—Yo conozco cincuenta, monseñor; pero son cincuenta trompetas queenteraránaluniversoenterodevuestragenerosidad,devuestrosacrificioporlosamigos;yque,portantoosperderántardeotempranoperdiéndoseellas.

—Yonomerefieroaesasmujeres,Pelisson;hablodeunacriaturanobley

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bonitaqueunealtalentodesusexoelvalorlasangrefríadelnuestro;hablodeuna mujer bastante bella para que los muros de la cárcel se inclinen parasaludarla;deunamujerbastanteprudenteparaquenadiesospecheporquiénvaenviada.

—Untesoro—exclamóPelisson—;haríaisungranregaloalseñoralcaidede la Conserjería. ¡Diablo! Monseñor, podría suceder que le cortasen lacabeza; pero antes demorir habría tenido una fortuna, tal comonadie la haencontradoantesqueél.

—Yañado—dijoFouquet—,quenocortaránlacabezaalalcaide,puessesalvaráconmiscaballos,queyoledaré,yconquinientasmillibrasparavivirholgadamente en Inglaterra; añado tambiénque esamujer, amigamía, no ledará otra cosa que los caballos y el dinero. Vamos a buscar a esa mujer,Pelisson.

Elsuperintendentetendiólamanohaciaelcordóndesedayorocolocadoenelinteriordelacarroza,maslodetuvoPelisson.

—Monseñor—dijo—,vais a perder en busca de esamujer tanto tiempocomoColóntardóenencontrarelNuevoMundo.Nodisponemosmásquededoshoras,ysielalcaideseacuesta,¿cómohemosdepenetrarensucasasingranruido?Sillegaaserdedía,¿cómoocultaremosnuestrospasos?Id,señor;idvosmismoynobusquéisniángelnimujerporestanoche.

—Pero,amigoPelisson,¡siestamosenlapuerta!

—¿Delantedelapuertadelángel?

—Sí.

—¡EstaeslacasadelaseñoradeBelliere!

—¡Chitón!

—¡Ah!¡Diosmío!—exclamóPelisson.

—¿Quétenéisquedecircontraella?—preguntóFouquet.

—¡Nada,nada!Estoesloquemedesespera.Nada,absolutamentenada…¡Sipudieradecirosdeellamuchomaloparaquenosubieseisasucasa!

Pero ya había dado Fouquet orden de parar y la carroza permanecía,inmóvil.

—Quenosubiera!—dijoFouquet—.Ningúnpoderhumanomeimpediríadeciruncumplidoa laseñoradePlessis-Belliere;además,¿quiénsabesinotendremosnecesidaddeella?¿Subísconmigo?

—No,monseñor,no.

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—Esque no quierome esperéis, Pelisson—replicóFouquet con sinceracortesía.

—Razóndemás,monseñor;sabiendoquemehacéisesperarestaréisarribamenostiempo…¡Pero,cuidado!¿Veisunacarrozaenelpatio?¡Alguienhayensucasa!

Fouquetinclinósealaportezuela,comoparasalir.

—¡Unapalabra!—murmuróPelisson—.¡NovayáisaveraesamujersinodespuésdehaberestadoenlaConserjería,porfavor!

—¡Ah! Cinco minutos, Pelisson —replicó Fouquet bajando al umbralmismodelacasa.

Pelissonquedóseenlacarrozaconelceñofruncido.

Fouquetsubióacasadelamarquesaysedioaconoceralcriado,elcualcomenzóahacerdemostracionesqueatestiguabanelhábitoderespetaraquelnombre.

—¡Señor superintendente!—dijo lamarquesa adelantándosemuy pálidahaciaFouquet—.¡Quéhonortaninesperado!

Yluegoañadióenvozbaja:

—¡Tenedcuidado!¡MargaritaVanelestáenmicuarto!

—Señora —respondió Fouquet turbado—, venía a hablaros de asuntos.Unasolapalabra…Entraronenelsalón.

La señora Vanel se había levantado, más pálida y lívida que la mismaenvidia. Fouquet dirigióle en vano uno de los saludos más encantadores ypacíficos; ella sólo respondió con una ojeada terrible, lanzada sobre lamarquesa y Bouquet.Margarita Vanel hizo una reverencia a su amiga, otramás profunda a Fouquet, y se despidió pretextando un sinnúmero de visitasquehabíadehacer,sinquelamarquesaniéstepensasenenretenerla;talerasuinquietud.

Apenassalió,cuandoFouquet,soloyaconlamarquesaechóasuspies,sinpronunciarpalabra.

—Osesperaba—dijolamarquesacondulcesonrisa.

—¡Oh! No —murmuró Fouquet—; entonces habríais despedido a esamujer.

—Apenashaceuncuartodehoraqueha llegado,yyonopodíasuponerquevinieseestanoche.

—¿Demodoquemeamáisunpoco,marquesa?

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—No se trata de eso, señor, sino de vuestros peligros. ¿Cómo estánvuestrosasuntos?

—Estamismanochevoyasacaramisamigosdelascárcelesdelpalacio.

—¡Cómo!

—Comprando,sobornandoalalcaide.

—Esdemásamigos.¿Puedoayudarossinhacerosdaño?

—¡Oh, marquesa! Ese sería un gran servicio. Pero ¿cómo hacerlo sincomprometeros?Nunca serán rescatadas nimi vida, nimi poder, ni aunmilibertad,siesnecesarioquecaigaunalágrimadevuestrosojos,siesprecisoqueundolorobscurezcavuestrafrente.

—Monseñor, no me digáis más esas palabras, que me embriagan, soyculpable de haber querido serviros, sin calcular las consecuencias de mispasos. Yo os amo, en efecto, como una tierna amiga, y como amiga osagradezcovuestradelicadeza,pero¡ah!,nuncaencontraréisenmíunaquerida.

—¡Marquesa!—exclamóFouquetconvozdesesperada—.¿Porqué?

—Porque sois demasiado amado —dijo en voz muy baja la joven—;porque lo sois par demasiadas gentes. Porque el brillo de la gloria y de lafortuna hiere mis ojos, mientras que el dolor sombrío los atrae; porque,finalmente,yo,queosherechazadoenvuestrafastuosamagnificencia,yoqueapenasoshemiradocuandoresplandecíais,heido,comomujerextraviada,aarrojarme, por decirlo así, en vuestros brazos, cuando vi una desgracia queamenazabavuestracabeza…¿Mecomprendéisahora,monseñor…?

—Volved a ser feliz, para que yo vuelva a ser casta de corazón y depensamientos,meperderíavuestroinfortunio.

—¡Oh,señora!—exclamóFouquetconemociónnosentidahastaentonces—.Sicayeseenelúltimogradodelamiseriahumana¿oiríadevuestrabocaesa palabra que me negáis? Ese día, señora, creeríais consolar al másdesdichado de los hombres, y diríais: «¡te amo!», al más ilustre, al másrisueño,almástriunfantedelosfelicesdeestemundo!

Todavía estaba a sus pies besándole las manos, cuando Pelisson entróprecipitadamenteexclamando:

—¡Monseñor!

—¡Señora!Porfavor,perdonadme.

—Monseñor,hacemediahoraqueestáisaquí…

—¡Oh!Nomemiréislosdosconeseairedereconvención…

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—Señora, por piedad, ¿quién es esa dama que ha salido de vuestra casacuandoentrabamonseñor?

—MadameVanel—dijoFouquet.

—¡Ellaaquí!—exclamóPelisson—.Estabasegurodeello.

—¿Yqué…?

—Hasubidomuypálidaalacarroza.

—¿Yquémeimporta?—dijoFouquet.

—Sí,peroloqueosimportaesloquehadichoasucochero.

—¿Puesquélehadicho,DiosSanto?—exclamólamarquesa.

—AcasadelseñorColbert—dijoPelissonconvozronca.

—¡Gran Dios! ¡Marchad, monseñor! —respondió la marquesa,conduciendoaFouquetfueradelsalónmientrasPelissonloarrastrabapor lamano.

—Pero,señor—dijoelsuperintendente—,¿soyacasounniñoaquienselecausamiedoconunasombra…?

—Soisungigante—dijolamarquesa—,aquienunavíboratratadepicareneltalón.

PelissonsiguióarrastrandoaFouquethacialacarroza.

—¡Alpalacio!¡Aescape!—gritóalcochero.

Loscaballossalieroncomoelrayo;ningúnobstáculodebilitósumarchaunsoloinstante.PeroenlaarcadadeSanJuan,cuandoibanadesembocarenlaplaza de la Grève, una fila larga de jinetes, obstruyendo el paso, detuvo lacarroza del superintendente. No hubo medio de forzar esta barrera, y fuemenesterquepasasenlosarquerosdelarondaacaballo,pueseranellos,conel pesado carretón que escoltaban y que subía rápidamente hacia la plazaBaudoyer.

FouquetyPelissonnoprestaronatenciónaesteacontecimiento,sinoparadeplorarelminutoderetrasoquesufrían,entrandocincominutosdespuésencasadelalcaide.

Éstepaseábaseaúnporelprimerpatio.

AlnombredeFouquet,pronunciadoasuoídoporPelisson,elalcaideseacercó a la carroza con presteza, y, sombrero en mano, aumentó susreverencias.

—¡Quéhonorparamí,monseñor!—dijo.

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—Unapalabra,señoralcaide.¿Queréisentrarenmicarroza?

EloficialentróenlapesadamáquinaysesentófrenteaFouquet.

—Señor—dijoFouquet—,hedepedirosunfavor.

—Hablad,monseñor.

—Favorcomprometidoparavos,señor,peroqueosprometeparasiempremiprotecciónymiamistad.

—Aunque fuera necesario que me arrojase al fuego por vos, lo haría,monseñor.

—Bien—dijoFouquet—,loqueospidoesmássencillo.

—Estáhecho,monseñor.¿Dequésetrata?

—DeconducirmealashabitacionesdelosseñoresLyodotyEymeris.

—¿Quiereexplicarmemonseñorparaqué?

—Oslodiréensupresencia,señor,almismotiempoqueosdarétodoslosmediosdepaliarestaevasión.

—¡Evasión!¿Conquemonseñornosabe…?

—¿Qué?

—QueelseñorLyodotyelseñorEymerisyanoestánaquí.

—¿Desdecuándo?—preguntótemblandoFouquet.

—Desdehaceuncuartodehora.

—Pues¿dóndesehallan?

—EneltorreóndeVincennes.

—¿Quiénloshasacadodeaquí?

—Unaordendelrey.

—¡Desgracia!—murmuróFouquetgolpeándoselafrente—.¡Desgracia!

Y sin decir una palabra más al alcaide, quedó, en su carroza con ladesesperaciónenelalmaylamuerteenelsemblante.

—¿Quéhay?—dijoPelissonconansiedad.

—¡Nuestros amigos están perdidos! ¡Colbert los ha llevado al torreón!Ellos eran con quienes nos cruzamos en la arcada de San Juan. HeridoPelissoncomoporunrayo;nocontestópalabra.Conunsoloreprochehubieramatadoasuamo.

—¿Dóndeva,monseñor?—preguntóellacayo.

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—AmicasadeParís;vos,Pelisson,volvedaSaintMandéyenviadmealabateFouquetparadentrodeunahora.¡Marchad!

CapítuloLIX

Plandebatalla

EstabamuyavanzadalanochecuandoelabateFouquetentróenelcuartode su hermano. Gourville le seguía. Estos tres hombres estaban pálidos,presintiendoacontecimientosfuturos,yparecíanmenostrespoderososdeldíaquetresconspiradoresunidosporigualpensamientodeviolencia.Fouquetsepaseabahacíamuchotiempoconlosojosbajos,ylasmanoscruzadas.

Tomandoporfinvalorydandoungransuspiro:

—Abate —dijo—, hoy mismo me habéis hablado de ciertas gentes aquienesmantenéis.

—Sí,monseñor—respondióelabate.

—Laverdad,¿quiénessonesasgentes?

Elabatevaciló.

—¡Vamos! Nada de miedo, que no amenazo; nada de bromas, que nochanceo.

—Ya que me preguntáis la verdad, monseñor, os diré que tengo cientoveinteamigosocompañerosdeplaceres,tanunidosamícomolosladronesalahorca.

—¿Ypodéiscontarconellos?

—Absolutamente.

—¿Ynooscomprometeréis?

—Nimelofigurosiquiera.

—¿Ysongentedecidida?

—QuemaránaParíssilesprometoqueellosnoseránquemados.

—Lo que yo os pido, abate—dijo Fouquet—, es lanzar, vuestros cientoveinte hombres sobre la gente que yo designe en un momento dado… ¿Esposible?

—Noserálavezprimeraquelessucedatalcosa,monseñor.

—Bien;pero¿esosbandidosatacarán…alafuerzaarmada?

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—Essucostumbre.

—Entonces,reunidvuestroscientoveintehombres,abate.

—Corriente.Y¿dónde?

—EnelcaminodeVincennes,mañana,alasdosenpunto.

—¿ParaarrebataraLyodotyaEymeris…?

—Habrágolpesquerecibir.

—Muchísimos.¿Tenéismiedo?

—Pormí,no,sinoporvos.

—¿Sabránvuestroshombresloquehacen?

—Sonlosuficienteinteligentesparanoadivinarlo…Perounministroqueprovocaunarebelióncontrasurey…seexpone.

—¿Yquéos,importa,sipago…?Además,sicaigo,vos;caéisconmigo.

—Entonces,serámuyprudentenomoverse,monseñor,ydejaralreyquesetomeesainsignificantesatisfacción.

—Bienpodéispensar,abate,queLyodotyEymerisenVincennes,sonunpreludio de ruina para mi casa. Lo repito; si yo soy arrestado, vos seréisapresado;siyoapresado,vosdesterrado.

—Monseñor,estoyavuestradisposición.¿Tenéisquedarmeórdenes?

—Lodicho:quemañana,losdosbanquerosdequienessepretendehacervíctimas, cuandohay tantoscriminales impunes, seanarrancadosal furordemisadversarios.Tomadvuestrasmedidasenconsecuencia…¿Esposible?

—Esposible.

—Decidmevuestroplan.

—Mi plan es de una sencillez admirable. La guardia ordinaria para lasejecucionesconstadedocearqueros.

—Mañanairánciento.

—Cuentoconello,ydigomás:habrádoscientos.

—Entonces,notenéissuficienteconcientoveintehombres.

—Perdonad. En toda multitud compuesta de cien mil espectadores, haydiezmilbandidosodescuideros,peroquenoseatrevenatomarlainiciativa.

—¿Yqué?

—MañanahabráenlaplazadelaGrève,alacualescojoporteatro,diez

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milauxiliaresdemiscientoveintehombres.Labatallalacomienzanéstosylaacabanlosotros.

—¡Bien!Pero¿quésehaceconlospresos?

—Selesharáentrarenunacasacualquieradelaplaza,yallíseránecesarioun sitio para que puedan arrebatarlos… Y, mirad, otra idea más sublimetodavía:ciertascasastienendossalidas,unaalaplazadelaGrèveyotraalacalle deMortelliere, o de laVannerie, o de laTixeranderie. Los presos quepenetrenporuna,saldránporlaotra.

—¡Perodecidalgopositivo!

—Voyabuscar.

—Puesyo—exclamóFouquet—,yaheencontrado; escuchad loquemesucedeenestemomento.

—Escucho.

FouquethizounaseñaaGourville,elcualpareciócomprender.

—Cierto amigomíome presta a veces las llaves de una casa que tienealquilada en la calle de Baudoyer, y cuyos espaciosos jardines extiéndansedetrásdeciertacasadelaplazadelaGrève.

—Eseeselasunto—dijoelabate—.¿Cuáleslacasa?

—Unataberna,cuyamuestrarepresentalaimagendeNuestraSeñora.

—La conozco—dijo el abate—.La taberna tiene ventanas que dan a laplaza,ysalidaaunpatioquedebeconduciralosjardinesdemiamigoporunapuertadecomunicación.

—Corriente.

—Entrad por la taberna con los presos y haced que defiendan la puerta,mientrasquevosloshacéishuirporeljardínylaplazaBaudoyer.

—Es cierto, señor; haríais un general excelente como el señor príncipe,¿comprendido?

—Perfectamente.

—¿Cuántonecesitáisafindeatracaravuestrosbandidosconvinoyparasatisfacerlosconoro?

—¡Oh, monseñor, qué expresión! ¡Si ellos os escuchasen! Algunos sonmuysusceptibles.

—Quierodecir,quesedebehacerdemodoquenodistinganelcielodelatierra, porquemañana lucharé con el rey, y cuando yo lucho quiero vencer,

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¿comprendéis?

—Hecho,monseñor…Decidmelasotrasideas.

—Esoescosavuestra.

—Entonces,entregadmevuestrabolsa.

—Gourville,contadcienmillibrasalabate.

—Bueno…ynoeconomizamosnada,¿eh?

—Nada.

—Muybien.

—Monseñor —objetó Gourville—, si saben esto, perdemos la cabeza.Vamos, Gourville —replicó Fouquet rojo de cólera—, me causáis lástima;habladporvos,quedo,masloqueesmicabezanovaciladeesemodosobremishombros.Vamos,abate,¿estádicho?

—Dichoestá.¿Mañanaalasdos?

—A mediodía, porque es necesario que prepare a mis auxiliaressecretamente.

—Esverdad;noeconomicéiselvinodeltabernero.

—No economizaré ni su vino ni su, casa—replicó el abate con sonrisadiabólica—.Osdigoquetengomiplan,dejadmeponerloporobrayyaveréis.

—¿Dóndeosencontraré?

—Porhoyenningunaarte.¿Ycómomeenteraré?

—Por medio de un correo, cuyo caballo estará en el mismo jardín devuestroamigo.Apropósito;¿cómosellamaeseamigo?

FouquetmiródenuevoaGourville, el cualvino en socorrode su señor,diciendo:

—Lacasapuedereconocerseperfectamente:laimagendeNuestraSeñorapordelante,yunjardín,únicoenelbarrio,pordetrás.

—Perfectamente.Voyaavisaramissoldados.

—Acompañadle, Gourville —dijo Fouquet—, y contadle el dinero. Unmomento, abate… un momento, Gourville. ¿Qué aspecto se dará a esteacontecimiento?

—Unomuynatural…Untumulto.

—¿Tumultoapropósitodequé?Porque,alfin;sialgunavezestádispuestoel pueblo de París a hacer fiestas al rey, es cuando hace ejecutar a los

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banqueros.

—Yoarreglaréeso—dijoelabate.

—Sí,peroloarreglaréismalyloadivinarán.

—No,no…Tengounaidea.

—Manifestadla.

—Mis hombres gritarán. ¡Colbert! ¡VivaColbert!, se arrojarán sobre lospresos comoparahacerlos pedazosy arrancarlos a la horca, que es supliciomásdulce.

—¡Ah! Es, una idea, efectivamente —dijo Gourville—. ¡Diablo, señorabate,quéimaginación!

—Amigo,esdignadelafamilia—respondióésteconorgullo.

—Tunante—murmuróFouquet.

Yañadióenseguida:

—¡Esingenioso!Hacedloyprocuradnovertersangre.

Gourvilleyelabatesalieronjuntos.

Elsuperintendenteseacostósobreunoscojines,soñandoamediasconlosterriblesplanesdelsiguientedía,yamediasconelamor.

CapítuloLX

Lataberna«LaimagendeNuestraSeñora»

Alsiguientedía,cincuentamilcuriososhabíantomadoposiciónalrededordedoshorcas levantadasen laplazade laGrève,entreelmuelledelmismonombreyeldePelletier,launajuntoalaotraadosadasalparapetodelrío.

AquellamismamañanatodoslospregonerosjuradosdelabuenaciudaddeParís habían recorrido los barrios y arrabales pregonando con sus roncasvoces, da gran justicia que mandaba hacer el rey con dos prevaricadores;ladronesysanguijuelasdelpueblo.Yelpueblo,cuyosinteresessetomabacontantoardor,dejabasustiendasytalleres,paranofaltaralrespetodebidoasureyydemostraralgúnreconocimientoaLuisXIV,comoharíanlosconvidadosque temieran ser descorteses no asistiendo a la casa de quien los hubierainvitado.

Según el tenor de la sentencia, que leían alto ymal dos pregoneros, dosarrendadores de contribuciones, acaparadores de dinero, malgastadores de

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caudalesreales,concusionariosyfalsarios, ibanasufrir lapenacapitalen laplazadelaGrève,consusnombresfijosenlacabeza.

Maslasentencianohacíamencióndeestosnombres.

Llegaba,pues,alcolmolacuriosidaddelosparisienses,y,comoyahemosmanifestado, una multitud inmensa esperaba con febril impaciencia la horaseñalada, para la ejecución. Ya había corrido la noticia de que los presos,trasladadosalcastillodeVincennes,seríanconducidosdesdeestacárcela laplazade laGrève;demodoqueestaban intransitableselbarrioy lacalledeSaint Antoine, porque la población de París, en días de gran ejecución,dividiese en dos categorías: los que desean presenciar el paso de loscondenados (corazones tímidos y dulces, curiosos de filosofía) y los quedesean presenciar la muerte del sentenciado (corazones ávidos desensaciones).

Aquel mismo día había recibido el señor de D’Artagnan sus últimasinstrucciones del rey, y dado el correspondiente adiós a sus amigos, cuyonúmero quedaba reducido por almomento a Planchet. Enseguida trazóse elplandeaqueldíacomodebehacerlotodohombreocupado,cuyosmomentoscuentaporqueapreciasuimportancia.

—Mi marcha —dijo— está fijada para el amanecer; a las tres de lamañana;demodoquetengoquincehorasmías.Quitemoslashorasdelsueñoqueme son indispensables, seis; una para la comida; siete; una de visita aAthos, ocho; y dos para casos imprevistos: total, diez: Todavía me quedancincohoras.UnaparahacerquemeniegueneldineroencasadeFouquet;otraparairabuscaresedineroacasadelseñorColbertyrecibirsuspreguntasysusgestos;yotraparainspeccionarmisarmas,misvestidos,yhacerquedenmantecaamisbotas.Aúnmerestandoshoras.¡Pardiez!¡Quéricosoy!

Al decir esto sintió D’Artagnan una alegría extraña, alegría de joven,perfumedeaquelloshermososyfelicesañosdeotro tiempoquesubíanasufrenteyloembriagaban.

—Enesasdoshoras—dijoelmosquetero—iréa«LaImagendeNuestraSeñora».¡Trescientassetentaycincomillibras!¡Diantre!¡Essorprendente!Siel pobre que sólo tiene una libra en el bolsillo, tuviese una libra y docesueldos, sería cosa muy justa; pero jamás suceden al pobre semejantesventuras.Elrico,porelcontrario,créaserentasconsudinero,alcualnotocajamás.Heaquítrescientassetentaycincomillibrasquemecaendelcielo,iré;pues,a«LaImagendeNuestraSeñora»,ybeberéconmiinquilinounvasodevino español que no dejará de ofrecerme. Pero es preciso orden, señor deD’Artagnan; es necesario orden. Organicemos, pues, nuestro tiempo, yrepartamos el empleo de él.Artículo 1.ºAthos:Artículo 2.º «La Imagen deNuestra Señora». Artículo 3.º Señor Fouquet. Artículo 4.º Señor Colbert:

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Artículo5.ºComer:Artículo6.ºVestidos,botascaballos,maleta.Artículo7.ºyúltimo.Sueño.

Porconsiguiente,D’ArtagnansefuederechoacasadelcondedelaFère,aquienrelatócándidaymodestamenteunapartedesusbuenasaventuras.

Athosnoestabasininquietuddesdelavíspera,conrespectoalavisitadeD’Artagnan al rey; pero le bastaron cuatro palabras, como cuatroexplicaciones. Athos conoció que Luis había encargado a D’Artagnan dealguna comisión importante, y ni aun siquiera pretendió hacerle confesar elsecreto.Sóloleofreciódiscretamenteacompañarlosilacosaeraposible.

—Pero,amigo—dijoD’Artagnan—,¡sinomemarcho!

—¡Cómo!¡Venísadespedirosynoosmarcháis!

—¡Oh!Sítal—replicóD’Artagnanruborizándoseunpoco—.Vanahacerunaadquisición.

—Esoesotracosa.Entalcasovaríodefórmula,yenlugardedeciros:«noosdejéismatar»,diré:«noosdejéisrobar».

—Amigo querido, os avisaré si fijo mi idea en alguna propiedad, yentoncestendréislabondaddeaconsejarme.

—Sí,sí—dijoAthos,demasiadodelicadoparapermitirselacompensacióndeunasonrisa.

Raúlimitabalareservapaterna,yD’Artagnanconocióqueerademasiadomisteriosoabandonaraunosamigosconunpretexto, sindecirlessiquieraelcaminoquellevaba.

—HeescogidoLeMans—dijoD’Artagnan—.¿Esbuenpaís?

—Excelente, amigo—replicó el conde sinhacerle advertir queLeMansestabaen lamismadirecciónqueTours,yqueesperandodosdíasa lomás,podíanhacerjuntoselcamino.

PeroD’Artagnan,más embarazadoque el conde, socavaba a cadanuevaexplicaciónelbarrancoenquesehabíametidopocoapoco.

—Mañana al amanecer me marcho —dijo al fin—. Hasta entonces,¿quieresvenirteconmigo,Raúl?

—Sí,señorcaballero—dijoeljoven—,sielseñorcondenomenecesita.

—No,Raúl, hoy tendré audiencia deMonsieur el hermanodel rey.RaúlpidiósuespadaaGrimaud,queselallevóalinstante.

—Entonces—repusoD’Artagnan abriendo sus brazas a Athos—, adiós,queridoamigo.

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Athosloabrazólargotiempo,yD’Artagnan,quecomprendiómuybiensudiscreción,ledeslizóaloído:

—AsuntodeEstado.

AlocualsólorespondióAthosconunapretóndemanosmássignificativoaún.Entoncessesepararon;Raúltomóelbrazodesuamigo,quelecondujoporlacalledeSaintHonoré.

—Te llevoacasadeldiosPlutón—dijoD’Artagnanal joven;prepárate;todoeldíaverásapilarescudos.Pero¡DiosSanto!¿Quéesesto?

—¡Oh!Muchagentehayenlacalle—dijoRaúl.

—¿Esdíadeprocesión?—preguntóD’Artagnanauntranseúnte.

—Díadeestrangulación,señorcontestóéste.

—¡Cómo!¿Ahorcan—dijoD’Artagnan—enlaGrève?

—Si,señor.

—¡Vaya al diablo el bergante que se hace ahorcar el día que tengoprecisióndecobraramiinquilino!—exclamóD’Artagnan—.Raúl;¿hasvistoahorcar?

—¡Jamás,señor,aDiosgracias!

—¡Loqueeslajuventud!Siestuvierasdeguardiaenlatrinchera,comoyoheestado,yunespía…Pero,perdona,Raúl,yodesvarío…Tienes razón,eshorribleverahorcar…¿Queréisdecirmeaquéhoraahorcan,amigo?

—Caballero—repuso el hombre con deferencia, encantado de que iba atrabarconversacióncongentedeespada—,debeseralastres.

—¡Oh!Noesmásquelaunaymediadestiremoslaspiernasyllegáremosatiempoparacobrarmistrescientassetentaycincolibrasyvolverantesdelallegadadelpaciente.

—Delospacientes,señor—prosiguióelplebeyo—,porqueson,dos.

—Amigo,osdoymilgracias—dijoD’Artagnan,quealirenvejeciendosehabíavueltodeurbanidadrefinada.

YarrastrandoaRaúl,lodirigióaceleradamentehacialaplazadelaGreve.

Sinlagrandecostumbrequeelmosqueteroteníadeestarentrelamultitud,ysinsupuñoirresistible,alcualuníaunaresistenciapococomúndehombros,ningunodelosdosviajeroshabríallegadoasudestino.

Los dos seguían el muelle en que habían entrado al salir de la calle déSaint-Honoré.D’Artagnanibadejantesucodo,supuñoysuhombroformaban

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tres puntas que sabía clavar, con arte los grupos para hacerlos romper ydesunircomoastillasdemadera.

No pocas veces usaba como refuerzo la empuñadura de la espada,introduciéndola en los sitios más rebeldes, y haciéndola mover a guisa depalanca,separabaalesposodelaesposa,altíodelsobrinoyalhermanodelahermana. Todo esto tan naturalmente y con tan graciosas sonrisas, que eranecesario tener costillas de bronce para no gritar gracias, cuando laempuñadura hacía su oficio, o corazones de diamante para no encantarse,cuandolasonrisadilatabaloslabiosdelmosquetero.

SiguiendoRaúlasuamigocontemplabaa lasmujeres,queadmirabansuhermosura,contentabaaloshombres,quesentíanlarigidezdesusmúsculos,y ambos hendían, gracias a esta maniobra, la onda un poco compacta yalborotadadelpopulacho.

Llegaronfinalmentealavistadelasdoshorcas,yRaúlvolviólosojosconpesar. PeroD’Artagnan ni siquiera las vio; su casa, cuyas ventanas estabanllenasdecuriosos,atraíayabsorbíatodalaatencióndequeeracapaz.

Enlaplazayenderredordelascasasdivisóbuennúmerodemosqueterosconlicencia,queunosconmujeres,otrosconamigos,esperabanelinstantedelaceremonia.

Loquemáslealegrófueverqueeltabernero,suinquilino,sedesvivíaporatenderatodossusclientes.

Tresmozos no bastaban para servir a los bebedores, que los había en latienda,enloscuartosyenelpatiomismo.

D’ArtagnanhizoobservaraRaúlestaafluencia,yañadió:

—Notendráexcusael tunoparanopagarme.¿Vestodosesosbebedores,Raúl? Se creería que son gente de buena compañía. ¡Diantre! Pero no haysitio.

Entretanto, D’Artagnan consiguió atrapar al patrón por el cuello de sucamisayhacersereconocer.

—¡Ah! Señor—dijo el taberneromedio loco—. ¡Unminuto, por favor!Aquítengocienendiabladosqueagotanmibodega.

—Labodega,bueno,peronoelcofre.

—¡Oh! Señor, vuestros treinta y siete doblones y medio los tengo muycontados allá arriba en mi habitación; pero en esta otra sala hay treintacompañeros que chupan las tablas de un barrilito de Oporto que abrí estamañanaparaellos…Concededmeunminuto,nadamásqueunminuto.

—Corriente.

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—Mevoy—dijoRaúlenvozbajaaD’Artagnan—;estaalegríaesinnoble.

—Caballero—replicóD’Artagnanseveramente—,vaisahacermeelgustodequedaros;elsoldadodebehabituarseatodoslosespectáculos.Hayenlosojos, cuando uno es joven, ciertas fibras que es preciso saber endurecer.Además,Raúl,¿quieresdejarmeaquísolo?Esoseríaunmalparati.Oye,allíestá el patio, y en el patio un árbol; vente a su sombra y allí respiraremosmejorqueenestaatmósferacalientedevinoderramado.

Desdeellugarenqueestabancolocadoslosdosnuevoshuéspedesde«LaImagendeNuestraSeñora»,oíanelmurmullosiemprecrecientedelasoleadasdelpueblo,ynoperdíanniungritoniungestodelosbebedores,sentadosalasmesasenlataberna,odiseminadosporlassalas.

Elárbol,bajoelcualhabíansesentado,loscubríaconsuyaespesofollaje.Erauncopudocastaño,deramasinclinadas,quederramabasunegrasombrasobreunamesarotadetalmodo,quelosbebedoresdebíanhaberrenunciadoaservirsedeella.

Decimos que todo lo veíaD’Artagnan desde este puesto. Observaba, enefecto, las idasyvenidasdelosmozos, la llegadadenuevosbebedores,ylaacogida que se les hacía, unas veces afectuosa y otras hostil. Y todo loobservaba por pasatiempo, porque los treinta y siete doblones y mediotardabanenllegar.

Raúlselohizoobservar,diciéndole:

—Señor,nodaisprisaavuestro inquilino;prontovana llegar losreos,yhabrátalconfusiónentonces,quenopodremossalir.

—Esverdad—dijoelmosquetero—.¡Hola!¡Eh!¡Alguienaquí,pardiez!

Pero por más que gritó y golpeó sobre los restos de la mesa, que cayóhechapolvoasuspuñadas,nadieapareció.

PreparábaseD’Artagnana irenbuscadel tabernero,paraobligarleaunaexplicacióndefinitiva,cuandolapuertadelpatioenquesehallabaconRaúl,puertaquecomunicabaconeljardíntrasero,seabriótrabajosamentesobresusgoznesruinososyunhombre,vestidodecaballero,saliódeesejardín,conlaespada envainada, pero no ceñida, atravesó el patio, sin cerrar la puerta, y,habiendodirigidounamiradaoblicua sobreD’Artagnany su compañero, sedirigióalatabernarecorriéndolotodoconlosojos,queparecíanpenetrarlasparedesylasconciencias.

—¡Hola!—se dijo D’Artagnan interiormente—: ¿Quién será éste? ¡Ah!Sindudaestambiénuncuriosodeestrangulación.

En estemismomomento cesaron losgritosy el alborozo en las salas dearriba. Tal silencio, en semejantes circunstancias, sorprende tanto como un

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aumento de ruido. D’Artagnan quiso averiguar cuál era la causa de aquelsilenciorepentino.

Entoncesvioqueaquelhombreentrajedecaballeroacababadeentrarenlasalaprincipalyarengabaalosbebedores,quienesloescuchabanconmuchaatención.QuizáhubieraoídoD’Artagnansualocuciónsinelruidodominantede los clamores populares, que formaban formidable acompañamiento a laarenga del orador. Pero ésta acabó pronto; y toda la gente de la tabernacomenzóasalirenpequeñosgrupos,detalsuertequesóloquedaronseisenlasala, uno de estos seis, el hombre de la espada, llamó aparte al tabernero,entreteniéndoleconrazonesmásomenosserias,mientraslosotrosencendíanungranfuegoenelatrio,cosabastanteextrañaconelbuentiempoyelcalorquehacía.

—Es cosa extraña—dijoD’Artagnan aRaúl—; pero yo conozco a esascaras.

—¿Noadvertís—dijoRaúl—quehueleahumo?

—Adviertomás:quehueleaconspiración—repusoD’Artagnan.Aldeciresto, cuatro hombres habían bajado al patio, y, sin apariencia de malosdesignios,seponíandeguardiaenlascercaníasdelapuertadecomunicación,echandoporintervalosmiradasaD’Artagnanquesignificabanmuchascosas.

—¡Diantre—dijoenvozmuybajaD’ArtagnanaRaúl—,aquíhayalgo!¿Erescurioso,Raúl?

—Según,señorcaballero.

—Pues yo soy curioso como unamujer.Anda un poco y observemos elgolpedevistaqueofrecelaplaza.¡Biensepuedeapostaraqueserácurioso!

—Pero ya sabéis, señor, que yo no quiero ser espectador pasivo, eindiferentedelamuertededospobresdiablos.

—¡Puesyyo!¿Suponesquesoyunsalvaje?Yaentraremoscuandohayaqueentrar.

¡Ven!

Encamináronse, pues, hacia la casa y se colocaron cerca de una ventanaque,cosamássingularquetodolodemás,permanecíadesocupada.

Losdosúltimosbebedores,envezdemirarporestaventana,alimentabanelfuego.

AlverentraraD’Artagnanyasuamigo,exclamaron:

—¡Ah,ah!Refuerzo.

D’ArtagnandioconelcodoaRaúl.

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—Si,valientes,refuerzo—dijo—.¡Diantre!Vayaunfuegofamoso…

—¿Quévaisacocerenél?

Los dos hombres rompieron en una carcajada jovial, y, en lugar deresponder,añadieronleñaalfuego.

D’Artagnannosecansabadecontemplarlos.

—Vamos —dijo uno de los hombres—; os envían para decirnos elmomento,¿noesverdad?

—Sin duda—dijoD’Artagnan, que deseaba saber a qué atenerse—. ¿Aquévendríayoaquí,sinofueseaeso?

—Entonces,poneosalaventana,siqueréisyobservad.

D’Artagnan sonrió en su interior, hizo una seña a Raúl y se pusocomplacientealaventana.

CapítuloLXI

¡VivaColbert!

EraunespectáculoespantosoelquepresentabaenaquelmomentolaplazadelaGreve.

Las cabezas, niveladas por la perspectiva, extendíanse espesas yondulantes,comolasespigasdevastotrigal.

Devezencuandounruidosingularyunrumorlejanohacíanoscilarmáslascabezasybrillarcentenaresdeojos.

A veces sentíase una gran conmoción. Todas aquellas espigasdoblegábanseyseconvertíanenoleadasmásmovedizasquelasdelOcéano,querodandodelasextremidadesalcentroibanachocar,comoaguasagitadas,enlafiladearquerosquerodeabalashorcas.

Entoncesbajabanlasalabardasyamagabansobrelascabezasosobreloshombrosdelosinvasores,encuyocasoabríaseunanchocírculoenderredordelaguardia,espacioconquistadoacostadelasextremidades,quesufríanasuvezsúbitaopresióncontralosparapetosdelSena.

Desde lo altode laventanaquedominaba toda laplaza,vioD’Artagnancon interior satisfacción que todos aquellos mosqueteros y guardias que sehallabanentrelamultitud,sabíanhacerselugarafuerzadegolpesdadosconelpomodelaespada.Tambiénnotóquehabíanconseguido,poreseespíritude

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cuerpo que dobla las fuerzas del soldado, reunirse en un grupo de unoscincuenta hombres, y que, a excepción de una docena de extraviados, aquienesveíaerrardeacáparaallá,elgrupoestabaadistanciadesuvoz.Perono sólo los mosqueteros y guardias eran los que llamaban la atención deD’Artagnan.Alrededor de las horcas, sobre todo en las inmediaciones de laarcadadeSanJuan,seagitabauntorbellinoardiente;rostrosatrevidosyaunresueltos se distinguían por todas partes en medio de fisonomías serenas yrostros indiferentes, cambiaban señales y se daban las manos. D’Artagnan,divisóenlosgrupos,yenlosgruposmásanimados,lacataduradelcaballeroquehabíavistoentrarporlapuertadecomunicacióndesujardín,yquehabíasubido al piso principal a fin de arengar a los bebedores. Este hombreorganizabapartidosydistribuíaórdenes.

—¡Pardiez!—exclamóD’Artagnan—.Nomeengañaba;yoconozcoaesehombre.¡EsMenneville!¿Quédiantreshaceaquí?

Un sordomurmullo, que se acentuaba por grados, detuvo su reflexión yatrajo sus miradas hacia otro lado. Aquel murmullo era producido por lallegada de los reos, a quienes precedía un fuerte piquete de arqueros queaparecióenelángulodelaarcada.Lamultitudenteracomenzóadargritos,ytodosestosgritosformabanunaullidoinmenso.

D’ArtagnanvioaRaúlqueseponíapálido,ylediounfuertegolpeenelhombro.

Aloíraquelenormegrito,loshombresqueencendíanelfuegosevolvieronypreguntaronenquéestabanya.

—Yallegan—dijoD’Artagnan.

—Bueno—respondieron, avivando la llamade la chimenea.D’Artagnanlos miró inquietamente. Era evidente que estos hombres que encendíansemejantefuegosinutilidadalgunateníanintencionesextrañas.

Aparecieron loscondenadosen laplaza; ibanapie,elverdugodelanteycincuentaarquerosen filaaderechae izquierda.Ambosvestíandenegro,yhallábansepálidos,peroresueltos.Acadainstantemirabanconinquietudporencimadelascabezas,alzándosesobrelasplantasdelospies.

D’Artagnannotóestemovimiento.

—¡Pardiez! —dijo—. ¡Mucha prisa tienen por ver la horca! Raúlretrocedía,sinfuerzasparadejardeltodolaventana.Tambiénelterrortienesuatracción.

—¡Muera!¡Muera!—gritaroncincuentamilvoces.

—¡Sí,muera!—prorrumpieron un centenar de furiosos, como si la granmasadegentelesllevaselacontraria.

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—¡Alacuerda!¡Alacuerda!—gritólamuchedumbre—.¡Vivaelrey!

—¡No!¡No!,¡Nadadehorca!—vociferaroncoros.¡VivaColbert!

—¡Caray!—murmuróD’Artagnan—.Esgracioso:¡hubieracreídoqueeraelseñorColbertquienloshacíaahorcar!

Huboenaquelmomentounmovimientoquedetuvoalgúntantolamarchadeloscondenados.

LasgentesdecataduraatrevidayresueltaquehabíaadvertidoD’Artagnan,afuerzademoversemucho,casihabíanllegadoalafiladelosarqueros.

Elcortejosevolvióaponerenmarcha.

De pronto, y a los gritos de ¡viva Colbert!, aquellos hombres queD’Artagnan no perdía de vista, se arrojaron sobre la escolta, que en vanopretendióluchar.Detrásdeestoshombresestabalamultitud.

Entoncesempezó,enmediodehorriblealboroto,unaespantosaconfusión.

Peroestavezerangritosdedolormásbienquegritosdeimpacienciaodealegría.

Efectivamente, las alabardas herían, las espadas agujereaban y losmosquetescomenzabanadisparar.

Hubo entonces un torbellino extraño, en medio de lo cual no vio nadaD’Artagnan.

Loscondenadoshabíansidoarrancadosdesusguardiasy losarrastrabanhacialacasade«LaImagendeNuestraSeñora».

Losquelosconducíanibangritando:¡vivaColbert!

Elpueblovacilaba, ignoraba sidebía caer sobre los arqueroso sobre losagresores.

Lo que sostenía al pueblo era que los que gritaban ¡viva Colbert!comenzaban a proclamar al mismo tiempo: «¡Nada de cuerda! ¡Abajo lahorca! ¡Al fuego! ¡Al fuego! ¡Quememos a los ladrones, sanguijuelas delpueblo!».

Este grito a coro consiguió un éxito de entusiasmo. El populacho habíavenidoparaverunsuplicio,yseleofrecíalaocasióndehacerunoélmismo.

Estoeramásgratoparaelpopulacho.Desuertequeseafilióalinstanteenel partidode los agresores contra los arqueros, gritando con laminoría que,graciasaél,habíaseconvertidoenmayoríadelasmáscompactas.

—¡Sí,sí!¡Alfuegolosladrones!¡VivaColbert!

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—¡Pardiez!—murmuróD’Artagnan—.Meparecequeestosevaponiendoserio.

Unodeloshombresqueestabacercadelachimeneaseacercóalaventanaconsuhachónenlamano.

—¡Ah!—dijo—.Estocalienta.

Yvolviéndoseluegoasuscompañeros,lesdijo:

—Éstaeslaseñal.

Ydeprontoarrimóel tizónencendidoauna leñera:Noeraunacasadeltodo nueva la taberna de «La Imagen deNuestra Señora»; así es que no sehizo rogar para que ardiera al instante. Eh unmomento crujen las tablas ysubenlasllamashaciaeltecho.Unaullidodeafueracontestaalosgritosquedanlosincendiarios.D’Artagnan,quenadahabíavisto,porqueestabamirandoalaplaza,sienteaunmismotiempoelhumoquelesofocaylallamaquelequema.

—¡Hola!—murmuró, volviéndose—. ¿Hay aquí fuego? ¿Estáis locos oendiablados,señoresmíos?

Losdoshombreslomiraronsorprendidos.

—¡Pues qué!—dijeron aD’Artagnan—. ¿No es cosa convenida? ¿Cosaconvenidaquequeméismi casa?—gritóD’Artagnanarrancandoel tizóndemanosdelincendiarioyarrimándoseloalacara.Elotroquisoprestarsocorroa su camarada; pero Raúl lo agarró y lo tiró por la ventana, en tanto queD’Artagnanarrojabaasucompañeroporlaescalera.

Raúl,queseviolibreprimero,arrancóloscasetonesdeltechoqueardían,ylosesparcióhumeantesporlasala.

De una mirada vio D’Artagnan que nada había que temer ya por elincendioycorrióalaventana.

El desorden había llegado a su colmo.A unmismo tiempo vociferaban:«¡Al fuego! ¡Al asesino! ¡A la horca! ¡A la hoguera! ¡Viva el rey y vivaColbert!».

El grupo que había arrancado a los reos de manos de los arqueros seacercabaalacasa,queparecíaelobjetohaciaelcuallosllevaban.Mennevilleibaalacabezadelgrupogritandomásfuertequenadie:

—¡Alfuego!¡Alfuego!¡VivaColbert!

D’Artagnan empezó a comprender.Querían quemar a los condenados, yerasucasalahogueraquelespreparaban.

—¡Altoahí!—gritóconlaespadaenlamanoyunpiesobrelaventana—.

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Menneville,¿quéqueréis?

—¡SeñordeD’Artagnan—gritóéste—,paso,paso!

—¡Alfuego!¡Alfuegolosladrones!¡VivaColbert!—chillólamultitud.

EstosgritosexasperabanaD’Artagnan.

—¡Diantre!—dijo—. ¡Quemar a estos pobres diablos que sólo han sidocondenadosalahorcaesunainfamia!

Entretantosehacemáscompactalamangadecuriososapiñadoscontralasparedes,ycierraelpaso.

Mennevilley loshombresqueconducíana los condenados sólodistabandiezpasosdelapuerta.

—¡Paso!¡Paso!—gritópistolaenmano.

—¡Queremos a los ladrones! —aulló la multitud—. «La Imagen deNuestraSeñora» está ardiendo. ¡Queremosa los ladrones, a las sanguijuelasdel pueblo en la taberna!Ya no había duda de lo que deseaban: la casa deD’Artagnan.

Peroésteseacordódelantiguogritoquesiemprehabíadadoeficazmente.

—¡Amí,mosqueteros!—gritó con voz de gigante, con una de aquellasvocesquedominanalcañón,almar,alatempestad—.¡Amí,mosqueteros!

Ycolándoseporunbrazoalaventanadejósecaerenmediodelamultitud,quecomenzóasepararsedeaquellacasadedonde llovíanhombres.Raúlsetiródetrásdeél,ambosconlaespadaenlamano.Todoslosmosqueterosqueestaban en la plaza oyeron el grito de llamada, todos se volvieron, y todosreconocieronaD’Artagnan.

—¡Alcapitán!¡Alcapitán!—gritaronauntiempo.

Ylamultitudseabrióanteelloscomolasaguasantelaproadeunnavío.

EnaquelinstanteseencontrarondefrenteD’ArtagnanyMenneville.

—¡Paso!¡Paso!—gritóéste,viendoquenoteníamásquealargarelbrazoparaganarlapuerta.

—¡Nosepasa!—dijoD’Artagnan.

—¡Toma!—dijoMennevilleapuntandosupistolacasiabocadejarro.

Mas, antes de que hubiese caído el gatillo;D’Artagnan alzó el brazo deMennevilleconelpuñodesuespada,atravesándole lahojapor lamitaddelcuerpo.

—Yatedijequepermanecieraspacífico—dijoD’ArtagnanaMenneville,

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querodóasuspies.

—¡Paso! ¡Paso! —gritaron los compañeros de éste, espantados alprincipio, pero tranquilizados bien pronto, al ver que, sólo tenían, quehabérselascondoshombres.

Perolosdoshombressondosgigantesconcienbrazos;ylaespadavolteaensusmanosconlaligerezadelrayo,agujereandoconlapunta,hiriendodeplanoydefilo,yarrojandounhombreportierraacadagolpe.

—¡Por el rey!—grita D’Artagnan a cada hombre que hiere, es decir, acadahombrequecae.

—¡Porel rey!—gritaRaúl.Estegrito sirviódenortea losmosqueteros,quienes,guiadosporél,sereunieronaD’Artagnan.Entretantolosarquerossereponendelsustoexperimentado,cargancontralosagresorespordetrás,yconmovimientosregularesabatenydestruyencuantoencuentranalalcancedesualabarda.

Lamuchedumbre,queverelucirlasespadasyvolarporelairelasgotasdesangre,huyeysecomprimeellamisma.

Enfin, resuenangritosdemisericordiaydesesperación,quesoneladiósdelosvencidos.

Losreosvuelvenacaerenmanosdelosarqueros.D’Artagnanseacercaaellosy,viéndolospálidosymoribundos:

—Consolaos,pobregente—dijo—,nosufriréiselespantosotormentoconqueosamenazanesosmiserables.Elreyoshacondenadoaserahorcados,ynoseréissinoahorcados.Vaya,quelosejecutenyhemosconcluido.

Yanohabíanada en«La ImagendeNuestraSeñora».El fuego sehabíaapagadocondostonelesdevinoafaltadeagua,ylosconjuradoshabíanhuidoporeljardín.

Losarquerosarrastraronaloscondenadosalashorcas.

El quehacer no fue mucho desde aquel momento. Poco cuidadoso elejecutordeoperarsegúnlasformasdelarte,seapresuróydespachóalosdosdesgraciadosenunminuto.

Mientrastanto,seapiñalagenteenderredordeD’Artagnan,lofelicitanylo lisonjean. El enjuga el sudor de su frente y la sangre de su espada, y seencogedehombros al ver aMenneville revolcarse a suspies en las últimasconvulsiones de la agonía. Y en tanto que Raúl vuelve los ojoscompasivamente,élenseñaalosmosqueteroslashorcascargadasconsutristepeso:

—¡Pobres diablos! —dijo—. Espero que hayan muerto bendiciéndome,

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porqueloshesalvadodebuena.

EstaspalabraslleganaMennevilleenelinstanteenquevaadarsuúltimosuspiro.Una sonrisa irónicay sombríadoblega sus labios; quiere responder,peroelesfuerzoquehaceacabasuvidayexpira.

—¡Oh! Todo esto es espantoso —murmuró Raúl—. Vámonos, señorcaballero.

—¿Noestáisherido?—preguntóD’Artagnan.

—No,gracias.

—¡Bien!¡Eresunvaliente,diantre!EstaeslacabezadelpadreyelbrazodePorthos.¡Ah!SihubieraestadoaquíPorthoshubieravistocosabuena.

Yluego,murmuróamododerecuerdo:

—Pero¿dóndediablosestaráesevalientePorthos?

—Venid,señor,venid—insistióRaúl.

Aguárdame un minuto, amigo mío, que voy a tomar mis treinta y sietedoblonesymedioysoycontigo.LacasarindeprovechoprosiguióD’Artagnanentrandoenlataberna«LaImagendeNuestraSeñora»peroauncuandofuesemenosproductiva,mejorladesearíaenotrobarrio.

CapítuloLXII

DequémodoeldiamantedelseñordeEymerisfueapararamanosdeD’Artagnan

Mientras ocurría en la Grève esta ruidosa y sangrienta escena, muchoshombres, parapetados detrás de la puerta de comunicación del jardín,envainaban sus aceros, ayudaban a uno de ellos a montar en un caballoensilladoqueesperabaeneljardín,ycomobandadadepájarosaterrorizados,huíanentodasdirecciones,unosescalandolastapias,otrosprecipitándoseporlaspuertascontodoelardordelpánico.

Elquemontóacaballo,alquehizosentir laespuelacontantabrutalidadquepocofaltóparaquesaltaselatapia,atravesólaplazaBaudoyer,pasócomounrelámpagoporentrelamultituddelascalles,arrojandopersonasatierra,ydiezminutosdespuésllegóalapuertadelasuperintendenciamásjadeanteaúnquesucaballo.

Al ruido ensordecedor del hierro sobre las piedras apareció el abateFouquetenunaventanadelpatio,yaunantesqueeljinetehubieraechadopie

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atierralepreguntóinclinandoelcuerpofueradelaventana.

—¿Quésucede,Danicamp?

—¡Todohaconcluido!—respondióeljinete.

—¡Concluido!—murmuróelabate—.¿Luegohansidosalvados?

—No,señor—replicóeljinete—hansidoahorcados.

—¡Ahorcados!—repitióelabateponiéndosepálido.

DeprontoseabrióunapuertalateralyaparecióFouquetenlasala,pálido,asustado,conloslabiosentreabiertosporungritodedolorydeira.

Detúvose en el umbral escuchando lo que hablaban desde él patio a laventana.

—¡Canalla!—dijoelabate—.¿Conquenooshabéisbatido?

—Comoleones.

—Decidcomocobardes.

—¡Señor!

—Cienhombresaguerridos,espadaenmano,valenpordiezmilarquerosenunasorpresa.¿DóndeseencuentraMenneville,esefanfarrónquenodebíavolversinomuertoovencedor?

—Hacumplidosupalabra,señor,porquehamuerto.

—¡Muerto!¿Quiénlohamatado?

—Undiabloenfiguradehombre;ungigantearmadocondiezespadas;unendiabladoquedeun sologolpehaextinguidoel fuego, el tumultoyhechosalircienmosqueterosdelempedradodelaplazadelaGrève.

Fouquetalzólafrenteempapadaensudor.

—¡Oh! ¡Lyodot y Eymeris! —exclamó—. ¡Muertos, muertos, y yodeshonrado!

Volvióseelabate,y,apercibiendoasuhermano,anonadadoylívido:

—¡Vamos!—dijo—.Esungolpedelasuerte,ynohayporquélamentarseasí.CuandonosehaconseguidoesqueDios…

—¡Callaos, abate! ¡Callaos! —dijo Fouquet—. Vuestras disculpas sonblasfemias. Haced que suba ese hombre aquí y que cuente los detalles delespantososuceso.

—Pero,hermanomío…

—¡Obedeced,señor!

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Elabatehizounaseña,ymediominutodespuésoyéronseenlaescaleralospasosdelhombre.

AlmismotiempoaparecióGourvilledetrásdeFouquet,comoelángeldelaguardadelsuperintendente,poniendoundedosobreloslabiosparaindicarlequesedominaraaunenmediodesusarrebatosdedolor.

Elministroasumiótodalaserenidadquepuededejarlafuerzahumanaenuncorazóndolorido.AparecióDanicamp.

—Hacedvuestrorelato—dijoGourville.

—Señor—contestóelmensajero—;nosotroshabíamosrecibidoordendearrebataralospresosydegritaralmismotiempo:¡vivaColbert!

—Paraquemarlosvivos,¿noesverdad,abate?—interrumpióGourville.

—¡Sí, sí!Laorden sehabíadadoaMenneville;Menneville sabía loqueteníaquehacer,yMennevillehamuerto.

EstanoticiapareciócalmaraGourvilleenvezdeentristecerlo:

—Para quemarlos vivos—repitió elmensajero, como si dudara que estaorden,laúnicaqueporotrapartesehabíadado,fuesereal.

—Paraquemarlosvivos,ciertamente—repusobruscamenteelabate.

—Conforme, señor, conforme —repuso el hombre buscando en lafisonomía de los dos interlocutores lo que hubiera de triste o ventajoso encontarleslaverdad.

—Contad,pues—dijoGourville.

—Lospresos—prosiguióDanicamp—debíanserconducidosalaGreve,yelpuebloenfurecidoqueríaquefuesenquemadosenlugardeahorcados.

—Elpueblotienesusmotivos—dijoelabate—;continuad.

—Pero —repuso el hombre—, en el momento en que los arquerosacababandeserderrotados;enel instanteenqueelfuegoprendíaenunadelascasasdelaplaza,destinadaaserhogueradelosculpables,unfurioso,esedemonio,esegigantedequeoshablaba,quedijoeraeldueñode lacasaencuestión, ayudadodeun jovenque lo acompañaba, tirópor laventana a losqueactivabanelfuego,llamóensuauxilio,alosmosqueterosquesehallabanentre la muchedumbre, saltó desde el primer piso a la plaza; y manejó tandesesperadamente la espada; que fue devuelta la victoria a los arqueros,cogidos los presos y Menneville muerto. Una vez, presos los condenados,fueronahorcadosentresminutos.

Apesar del poder que sobre símismo teníaFouquet; nopudomenosdedejarescaparunsordogemido.

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—¿Y cómo se llama ese hombre?—inquirió el abate—.El dueño de lacasa.

—Lo ignoro, pues ni siquiera lo vi;mehabían señaladomi puesto en eljardín, y allí permanecí hasta que llegaron a cortarme la cosa. Tenía orden,cuando estuviese concluida, de venir corriendo a anunciárosla, de cualquiermodoquehubieraterminado.Segúnesaorden,salíalgalope;yaquíestoy.

—Perfectamenteno tenemosnadamásquepreguntarnos—dijo el abate,cada vezmás aterrado a medida que se acercaba el momento de abordar asolasasuhermano.

—¿Oshanpagado?—preguntóGourville.

—No,señor—contestóDanicamp.

—Aquítenéisveintedoblones;idos,ynoolvidéisdefendersiemprecomohoylosverdaderosinteresesdelrey.

—Sí, señor—dijo el hambre inclinándose y poniéndose el dinero en elbolsillo.

Enseguidasemarchó.

Apenasestuvofuera,Fouquet,quehabíapermanecidoinmóvil,seadelantóconpasorápidoyseencontróentreelabateyGourville.

Losdosabrieronalmismotiempolabocaparahablar.

—¡Nadade excusas!—dijo—.Nadade recriminaciones contranadie.Siyonohubiesesidounamigofalso,nohubieraconfiadoanadieelcuidadodesalvaraLyodotyEymeris.Yosólosoyresponsable,yyosólodebosufrirlosremordimientos.Dejadme,abate.

—Sin embargo—respondió éste—,no impediréis queyohagabuscar alcanallaque sehaentrometidopor servir al señorColbert enestapartida tanbienpreparada; porque si es de buenapolítica querer bien a sus amigos, nocreo que seamala la que consiste en perseguir a sus adversarios demaneraencarnizada.

—Treguadepolítica,abate;salid,yquenovuelvaaoírhablarmásdevoshastanuevaorden;esnecesariomuchosilencioycircunspección.Tenemosalavistaunhorribleejemplo.Señores,nadaderepresalias,osloprohíbo.

—Nohayórdenes—murmuróelabate—quemeimpidanvengarsobreunculpablelaafrentainferidaamifamilia.

—Yyo—exclamóFouquetconaquellavozimperativaaquenadasetieneque contestar—; si tenéis un pensamiento, uno sólo, que no sea expresiónabsolutademivoluntad,osharésepultarenlaBastilladoshorasdespuésque

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sehayamanifestadoesepensamiento.Haceosaello,abate.

El abate se inclinó sonrojado. Fouquet hizo seña a Gourville, de que losiguiera,yyasedirigíaasugabinete,cuandoelujieranuncioenvozalta:

—ElseñorD’Artagnan.

NegligentementeFouquetaGourville.

—UnextenientedemosqueterosdeSuMajestad—contestóGourvilleenigualtono.

Fouquetnosetomóeltrabajodereflexionarmás.

—Perdón, monseñor —dijo entonces Gourville—; pero estoy pensandoqueesebravomozohadejadoel serviciodel rey,yprobablementevendráacobrarlacuartapartedeunapensióncualquiera.

—¡Vayaaldiablo!—dijoFouquet—.¿Porquévieneatanmalahora?

—Entonces, permitid,monseñor, que le dé cualquier negativa, porque esconocidomíoyhombrequevalemástenerporamigoqueporenemigoenlascircunstanciaspresentes.

—Respondedloquegustéis—dijoFouquet.

—¡Qué, Dios mío! —dijo el abate lleno de rencor, como hombre dehábitos.

—Respondedquenohaydinero,sobretodoparalosmosqueteros.

Pero no había acabado aún el abate de decir estas imprudentes palabras,cuandolapuertaentornadaseabriódeltodo,yaparecióD’Artagnan.

—Señor Fouquet —dijo—, ya sabía que no habría dinero para losmosqueteros.Asíesquenoveníaparaquemelodierais,sinoparaquemelonegarais. Asunto terminado; gracias. Os doy los buenos días, y me voy abuscarloencasadelseñorColbert.

Ysaliódespuésdeunsaludobastanteligero.

—Gourville—dijoFouquet—,corredenposdeesehombreytraédmelo.

Gourvilleobedeció,yalcanzóaD’Artagnanenlaescalera.

AloírpasosdetrásdeélsevolvióD’ArtagnanyvioaGourville.

—¡Diantre! Señor mío —dijo—, tristes maneras las de los señoreshacendistas;vengoacasadelseñorFouquetparacobrarunasumadecretadaporSuMajestad,ysemerecibecornoaunpobrequellegaapedirlimosna,ocomoaunpilloqueintentarobarunobjetodeplata.

—Pero ¿habéis pronunciado el nombre de Colbert, apreciado señor de

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D’Artagnan?¿HabéisdichoqueibaisacasadelseñorColbert?

—Ciertamentequevoy,auncuandosólo fueseparapedir satisfaccióndelasgentesquequierenquemarlascasasgritando:¡vivaColbert!

Gourvilleescuchó.

—¡Oh, oh! —dijo—. ¿Hacéis alusión a lo que acaba de suceder en laGrève?

—Ciertoquesí.

—¿Yquéosimportaloqueacabadesuceder?

—¡Cómo! ¿Me preguntáis si me importa o nome importa que el señorColberthagademicasaunahoguera?

—Conquevuestracasa…¿Esvuestracasalaqueintentabanquemar?

—¡Pardiez!

—¿Esvuestralataberna«LaimagendeNuestraSeñora»?

—Haceochodías.

—¡Ah!¿Soiseseintrépidocapitán,esavalienteespadaquehadispersadoalosquequeríanquemaraloscondenados?

—Poneosenmicaso,queridoseñorGourville;yosoyagentedelafuerza,pública y propietario. Como capitán, mi obligación es hacer cumplir lasórdenesdelrey;comopropietario,miinterésestáenquenoquemenmicasa.He seguido, pues, a unmismo tiempo las leyes del interés y las del deber,devolviendoalseñorLyodotyalseñorEymerisapoderdelosarqueros.

—¿Demodoquesoisvosquienhatiradoaunhombreporlaventana?

—Yomismo—respondiómodestamenteD’Artagnan.

—¿VossoisquienhamuertoaMenneville?

—He tenido esa desgracia —murmuró D’Artagnan, saludando comopersonaaquienfelicitan.

—¿Sois vos, en fin, quien ha sido la causa de que los reos fuesenahorcados?

—Envezdeserquemados,síseñor,ymegloríodeello.Helibradoaesospobresdiablosdetorturashorribles.¿Sabéis,miqueridoseñorGourville,quequeríanquemarlosvivos?

—Adiós,señordeD’Artagnan,adiós—dijoGourville,queriendoahorraraFouquetlavistadelhombrequeacababadecausarletanprofundodolor.

—No—dijoFouquet,quehabíaescuchadodesdelapuertadelaantesala

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—;no,señordeD’Artagnan,entrad,porelcontrario.

D’Artagnanlimpióenlaempuñaduradesuespadaunamanchadesangrequehabíaescapadoasuinvestigación,yentró.

Entonces se encontró frente a aquellos tres hombres, cuyos semblantesmanifestaban tres expresiones bien diversas: el del abate, la cólera; el deGourville,elestupor,yeldeFouquet;eldeabatimiento.

—Perdón, señor ministro —dijo D’Artagnan—; mas tengo pasado eltiempo y es preciso que vaya a la intendencia para explicarme con el señorColbertycobrarmicuarta.

—Pero,señor—dijoFouquet—,aquíhaydinero.

D’Artagnanmiróasombradoalsuperintendente.

—Seosha respondidocon ligereza, señor;ya losé, loheoído—dijoelministro—; un hombre de vuestro mérito debía ser conocido por todo elmundo.

D’Artagnanseinclinó.

—¿Tenéisellibramiento?—repusoFouquet.

—Sí,señor.

—Dádmelo,voyapagarosyomismo;venid.

Hizo una seña a Gourville y al abate, que permanecieran en la sala ycondujoaD’Artagnanasugabinete.

—¿Cuántoseosdebe,señor?—preguntó.

—Unascincomillibras,monseñor.

—¿Porvuestrossueldosatrasados?

—Porunacuartaparte.

—¡Cincomillibrasporunacuartaparte!—dijoFouquetechandosobreelmosqueterounamiradaprofunda—.Segúneso,¿sonveintemil librasalañolasqueosdaelrey?

—Sí,monseñor,veintemillibras.¿Creéisqueseademasiado?

—¡Yo!—exclamóFouquet sonriendoamargamente—.Siyo conociese aloshombres,siyofueseenvezdeunespírituligero,inconsecuenteyvano,untalentoprudenteyreflexivo;si,enunapalabra;hubierayosabidocomociertasgentesarreglarmivida,norecibiríaisvosveintemillibrasanuales,sinocienmil,niperteneceríaisalrey,sinoamí.

D’Artagnan se sonrojó levemente. Suele haber en lamanera con que se

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haceun elogio, en la vozdel que elogia y su afectuoso tonounveneno tandulce,queavecesembriagaalmásastuto.

Elsuperintendenteterminósusfrasesabriendounagaveta,delacualsacócuatrocartuchosquepusodelantedeD’Artagnan.Elgascónrompióuno.

—¡Oro!—murmuró.

—Conesopesarámenos,señor.

—Pero,monseñor,estocomponeveintemillibras.

—Sinduda.

—Peronosemedebenmásquecincomil.

—Quieroahorraroslamolestiadevenircuatrovecesalasuperintendencia.

—Mehacéismuchofavor.

—Hagoloquedebo,señor,yesperoquenomeguardaréisaversiónporlaacogidademihermano,queesunespírituacreycaprichoso.

—Monseñor —dijo D’Artagnan—, creed que nada me molestaría tantocomounaexcusavuestra.

—Nodarémás,ymecontentaréconsolicitaresunagracia.

—¡Oh,monseñor!

Fouquetsacódeundedoundiamantequevalíamásdemildoblones.

—Señor—dijo—,lapiedraqueveismelaregalóunamigodelainfancia,unhombreaquienhabéishechoungranservicio.

LavozdeFouquetalterósesensiblemente.

—¡Unservicio!¡Yo!—dijoelmosquetero—.¿Yohehechounservicioaunamigovuestro?

—Nopodéishaberloolvidadoseñor,porquehasidohoymismo.

—¿Ycómosellamaeseamigo?

—ElseñordeEymeris.

—¿Unodelosreos?

—Sí, una de las víctimas. Pues bien, señor deD’Artagnan, en gracia alservicioquelehabéishecho,osruegoqueaceptéisestediamante.Hacedloporamormío.

—Monseñor…

—Aceptad,osdigo.Hoyesparamíundíadeduelo;quizásepáisestomás

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tarde;hoy,heperdido,unamigo;puesbien,pretendoencontrarotro.

—Pero,señorBouquet…

—Adiós,señordeD’Artagnan,adiós—murmuróFouquetconelcorazóndilatado—.Hastalavista.

Y elministro salió de su gabinete, dejando enmanos delmosquetero lajoyaylasveintemillibras.

—¡Oh! —repuso D’Artagnan después de un momento de reflexión,sombría—.¿Sicomprenderéesto?¡Diantre!Sí,locomprendo.¡Esunhombremuyobsequioso…!VoyahacerquemeexpliqueestoelseñorColbert.

Ysalió.

CapítuloLXIII

DelanotablediferenciaqueencontróD’ArtagnanentreelseñorintendenteyMonseñorelsuperintendente

El señorColbert residía en la calle deNeuvedesPetits-Champs, en unacasaqueanteshabíapertenecidoaBeautru.

LaspiernasdeD’Artagnanhicieronla travesíaenmenosdeuncuartodehora.

Cuando llegó a la casa el nuevo favorito, estaba el palacio lleno dearquerosydepolicíasque ibana felicitarleoexcusarse, segúnelmodoquetuvieradepresentarse.Elsentimientodeadulaciónes instintivoentregentesde condición abyecta, porque lo sienten coma el animal salvaje el oídoo elolfato.Estasgentes,o su jefe,habíancomprendidoque seproporcionaseungran placer al señor Colbert dándole cuenta del modo con que había sidopronunciadosunombreduranteelalboroto.

JustamentesepresentabaD’Artagnanenel instantemismoenqueel jefedelarondahacíasurelato,ysequedójuntoalapuerta,detrásdelosarqueros.

EljefecogióaColbertaparte,noobstante,suresistenciayelfruncimientodesusgrandescejas,yledijo:

—En el caso, señor, en que realmente hubieseis deseado que el pueblohiciesejusticiadelostraidores,habríasidoprudenteavisarnos;porque,alfin,señor,apesardenuestrodolorpordesagradarosocontrariarvuestrasmiras,teníamosnuestraconsignaquecumplir.

—¡Tonto!—contestó Colbert furioso sacudiendo sus cabellos espesos y

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negros como crines—. ¡Qué me estáis contando! ¿Qué? ¡Que yo hubieratenidolaideadeuntumulto!¿Estáislocooborracho?

—Pero, señor, han gritado ¡viva Colbert!—replicó,muy emocionado eljefedelaronda.

—Unpuñadodeconspiradores.

—¡No,no,unamasadelpueblo!

—¡Oh! ¿Es cierto? —dijo Colbert tranquilizándose—. ¿Una masa delpueblogritabavivaColbert?¿Estáissegurodeloquedecís,caballero?

—Nohabíamásqueabrirlosoídos,omásbiencerrarlos;¡tanespantososeranlosgritos!

—¿Yeraelpueblo,elverdaderopueblo?

—Ciertamente,señor;sóloqueeseverdaderopueblonoshabatido.

—¡Oh!Muybien—prosiguióColbertensimismado—.Entonces,suponéisquesóloelpuebloeraquienqueríahacerquemaraloscondenados.

—¡Oh!Sí,señor.

—Esoesdistinto…¿Yhabéisresistidobien?

—Señor,hemostenidotreshombressofocados:

—Pero,nohabréismuertoanadie,¿eh?

—Señor, algunos tunantes han quedado sobre la plaza, y entre ellos unoquenoeraunhombreordinario.

—¿Quién?

—UntalMenneville,aquienhacemuchotiempovigilabalapolicía.

—¡Menneville! —exclamó Colbert—. ¿El que mató en la calle de laHuchetteaunbuenhombrequepedíaunpollogordo?

—Sí,señor,élmismo.

—¿YeseMennevillevociferabatambiénvivaColbert?

—Másfuertequetodoslosdemás;comounrabioso.

NublóselafrentedeColbertysearrugó.Laespeciedeaureolacodiciosaque iluminaba su rostro se apagó, como el destello de los gusanos de luz aquienesseaplastabajólahierba.

—¿Puesnodecíais—preguntóentoncesel intendente—que la iniciativaveníadelpueblo?Mennevilleeramienemigo:lehubierahechoprender,yéllo sabía muy bien. Menneville era del abate Fouquet. Todo el negocio

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provienedeFouquet.¿Noessabidoquelosreoseransusamigosdeinfancia?

—Esverdad—pensóD’Artagnan—,yyaestánenclaromisdudas.Pero,lorepito,élseñorFouquetpodrásertodoloquesequiera;peroesunhombremuyobsequioso.

—¿Y estáis seguro —continuó Colbert— de que ese Menneville hamuerto?

D’Artagnanpensóqueerallegadoelmomentodehacersuentrada.

—Perfectamente,señor—dijoadelantándosedepronto.

—¡Oh!¿Soisvos,caballero?—dijoColbert.

—Enpersona—contestó elmosquetero con tonodeliberado—;creoqueteníaiseneseMennevilleunlindoenemigo.

—No soy yo, caballero, quien tenía un enemigo—respondióColbert—,sinoelrey.

«¡Bárbaro! —pensó D’Artagnan—. Haces el grave y el hipócritaconmigo».

—Pues bien—respondió—, soymuy feliz por haber prestado al rey tanexcelenteservicio.¿QuerríaisencargarosdedecírseloaSuMajestad?

—¿Quécomisiónmedais,yquémeencargáisquelediga,caballero?Sedclaro, os lo ruego—contestóColbert con voz agria y cargada de hostilidadprematura.

—Yonoosdoyningunacomisión—repusoD’Artagnanconesacalmaquejamásabandonaa losburlones—.Pensabaqueos sería fácil anunciar al reyque fui yo quien hallándome allí por casualidad, hizo justicia al señorMennevilleypusolascosasenorden.

Colbertabriólosojoseinterrogóconlavistaaljefedelaronda.

—¡Ah! Es muy cierto —dijo este— que ese caballero ha sido nuestrosalvador.

—¡Haberdichoqueveníaisa referirmeeso!Todoseexplicabaasímejorparavosqueparanadie.

—Osengañáis,señor intendente,yonoveníadeningúnmodoareferirosesa.

—Esunahazaña,sinembargo,caballero.

—¡Oh!—dijoelmosqueteroconindiferencia—.Lamuchaprácticagastalainteligencia.

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—Entonces,¿aquédeboelhonordevuestravisita?

—Aestosimplemente:elreymehamandadoveniraveros.

—¡Ah!—dijoColbertrecobrandosuaplomo,porqueveíaqueD’Artagnansacabaunpapeldelbolsillo—.¿Esparapedirmedinero?

—Precisamente,señor.

—Puestenedlaamabilidaddeesperarme,caballero.

D’Artagnan giró sobre sus talones con bastante insolencia, yencontrándoseenfrentedeColbertenvirtuddeesaprimeravuelta, losaludócomo hubiese podido hacerlo Arlequín; ejecutando después una segundaevolución,sedirigióabuenpasohacialapuerta.

Esta poderosa resistencia, a la que no estaba acostumbrado, llamó laatención de Colbert. Por regla general, cuando la gente de espada iba a sucasa,teníatalnecesidaddedinero,queauncuandosuspieshubiesenechadoraícesenelmármolnosehabríaagotadosupaciencia.

¿Iba D’Artagnan derecho a ver al rey? ¿Iba a quejarse de una malarecepción;oareferirsuhazaña?Graveasuntoeraéstedereflexión.

EntodocasoelmomentoestabamalescogidoparadespediraD’Artagnan,bienviniesedepartedelrey,biendelasuya,propia.Elmosqueteroacababadeprestar ungran servicio, yhacíamuypoco tiempoparaqueya estuvieseolvidado.

TambiénpensóColbertquevalíamásdesechartodaarroganciayllamaraD’Artagnan.

—¡Eh!CaballeroD’Artagnan—gritóColbert—.¿Asímedejáis?VolviólacabezaD’Artagnan,ydijoconnaturalidad:

—¿Porquéno?Nadamástenemosquedecirnos,¿noesverdad?

—Porlomenostenéisdineroquecobrarpuestoquetraéisunalabranza.

—¡Yo!Nadadeeso,señorColbert.

—Pero,enfin,caballero,tenéisunbono,yasícomodaisunaestocadaporel reycuandoos requierenaello,asíyo tambiénpagocuandosemedaunaorden.Presentadla.

—Es inútil, mi querido señor Colbert —dijo D’Artagnan, que gozabainteriormentedeldesarrolloquehabíapuestoen las ideasdeColbert—;estebonoestásatisfecho.

—¡Pagado!¿Yporquién?

—¡Toma!Porelsuperintendente.

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Colbertsepusopálido.

—Explicaosentonces—dijoconvozdébil—.Siestáispagado,¿paraquémeenseñáisesepapel?

—Aconsecuenciadelaconsignadequehablabaistaningeniosamente,miqueridoseñorColbert;SuMajestadmehabíadichoquecobraselacuartapartedelapensiónquehatenidoabienconcederme…

—¿Enmicasa…?—dijoColbert.

—No, precisamente. Su Majestad me ha dicho: «Id a casa del señorFouquet; pero el superintendente quizá no tenga dinero, y entonces, iréis acasadelseñorColbert».

El semblante de éste se iluminó un momento; pero su desgraciadafisonomíaeracomoelcieloentempestad,unasvecesradianteyotras,sombríacomolanoche,segúnbrilleelrelámpagoopaselanube.

—Y…¿habíadineroencasadelsuperintendente?—dijo.

—¡Vayasihabíadinero!—replicóD’Artagnan—.Precisoescreerlo,puesqueelseñorFouquet,enlugardepagarmelacuartaparte,quesoncincomillibras…

—¡Cincomillibras!—exclamóColbertsorprendido,cornolofueFouquet,de lamagnituddecantidaddestinadaapagar los serviciosdeun soldado—.Seríanentoncesveintemillibrasdepensión.

—Justamente,señorColbert.Pardiez,contáiscomoeldifuntoPitágoras;sí,veintemillibras.

—Diez veces el sueldo de un intendente de Hacienda, os doy laenhorabuena—dijoColbertconirónicasonrisa.

—¡Oh!—dijoD’Artagnan—.Elreysehaexcusadopordarmetanpocoytambién me ha prometido repararlo más tarde, cuando sea rico; pero,concluyo:estandomuydeprisa…

—Sí, y a pesar de lo que Su Majestad esperaba, ¿os ha pagado elsuperintendente?

—Delmismomodoquevoshabéisrehusadopagarme.

—Yonohe rehusado, caballero,oshe rogadoquemeesperéis. ¿YdecísqueelseñorFouquetoshapagadovuestrascincomillibras?

—Sí,loquevoshubieraishecho,yaúnmás…aúnmásqueesohahecho,señorColbert.

—¿Puesquéhahecho?

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—Muy cortésmente,me ha contado la totalidad de la cantidad, diciendoqueparaelreysiempreestabanllenaslascajas.

—¡Latotalidaddelasuma!¿ElseñorFouquetoshadadoveintemillibrasenvezdecincomil?

—Sí,señor.

—¿Yporqué?

—ParaahorrarmetresvisitasalaCajadelasuperintendencia;demaneraquetengoenmibolsillolasveintemillibrasenoromuyhermosoynuevo.Yaveisquemeibapornotenernecesidaddevos;solamentepasabaporacáporpurafórmula.

Y D’Artagnan golpeó sus bolsillos riendo, lo cual descubrió a Colberttreintaydoshermososdientes,tanblancoscomosituvieraveinticincoaños,yqueparecíandecirensulenguaje:servidnostreintaydosColbertchiquitosynosloscomeremosconsumogusto.

Laserpienteestanvalerosacomoelleón,yelgavilántanvalientecomoeláguila; esto no puede contestarse. No hay animales, ni aun de los que sellamancobardes,quenoseanbravoscuandosetratadeladefensa.ColbertnotuvomiedodelostreintaydosdientesdeD’Artagnan,ydijo:

—Caballero,elseñorsuperintendentenopodíahacerloquehahecho.

—¿Cómodecís?—replicóD’Artagnan:

—Digoquevuestrolibramiento…

—¿Tenéislaamabilidaddeenseñarmeellibramiento?

—Conmucho gusto; aquí está.Colbert agarró el papel con una prestezaquenosininquietudadvirtióelmosquetero,disgustadodelaentrega.

—Puesbien,caballero,ellibramientorealdiceesto:«EsperoquesepaguealavistaalseñordeD’Artagnanlasumadecincomillibras,cuartapartedelapensiónqueleheasignado».

—Esoestáescrito;enefecto—dijoD’Artagnansimulandocalma.

—Puessielreynoosdebíamásquecincomillibras,¿porquéoshandadomás?

—Porquehabíamás,yporquequeríandarmemás;esonointeresaanadie.

—Esnatural—dijoColbert,contranquilidadorgullosa—queignoréislosusos de la contabilidad; pero, caballero, cuando tenéis que pagarmil libras,¿quéhacéis?

—Yonuncatengomillibrasquepagar—replicóD’Artagnan.

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—¡Otra cosa…!—exclamóColbert irritado—. Si tuvieseis un pago quesatisfacer,nopagaríaismásqueloquedebierais.

—Eso no pruebamás que una cosa—dijo D’Artagnan—; y es que vostenéisvuestrascostumbrespersonalesenmateriadecontabilidad,mientrasqueelseñorFouquettienelassuyas.

—Lasmías,caballero,sonlasbuenas.

—Nodigoqueno.

—Yhabéiscobradoloquenoseosdebía.

LosojosdeD’Artagnanarrojaronunrelámpago.

—Lo que aún no se me debía, queréis decir, señor Colbert, porque sihubieserecibidoloquedeningúnmodosemedebehabríacometidounrobo.

Colbertnorespondióaestasutileza.

—¿Así pues, son quince mil libras las que debéis a la Caja? —dijoentusiasmadoensuenvidiosoardor.

—En tal casome concederéis crédito—replicó D’Artagnan con su finaironía.

—Nadadeeso,caballero.

—¡Bueno…!¿Cómoeseso?¿Meharéisdevolvermistrescartuchos?

—LosdevolveréisamiCaja.

—¿Yo?¡Ah!Señor,nocontéisconeso…

—Elreytienenecesidaddesudinero.

—Yyo,señor,tengonecesidaddeldinerodelrey.

—Perfectamente,perorestituiréis.

—¡Nadamenos!Siempreoí decir que, enmateriade contabilidad, comovosdecíais,unbuencajeronidanitomajamás.

—Entonces,caballero,veremosloquediráSuMajestad,aquienenseñaréestalibranza,quepruebaqueelseñorFouquet,nosolamentepaga,loquenodebe,sinoquetampocoguardarecibodeloquepaga.

—¡Ah! —murmuró D’Artagnan—. ¡Ya comprendo por qué me habéiscogidoesepapel,señorColbert!

Este no advirtió todo lo que había de amenazador en su nombrepronunciadodeciertamanera.

—Mástardeveréislautilidaddeello—replicólevantandoellibramiento

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entresusdedos.

—¡Uh!—dijoD’Artagnan atrapando el papel con rápidomovimiento—.Locomprendoperfectamente,señorColbert,ynotengonecesidaddeaguantarparaello.

Ysemetióenelbolsilloelpapelqueacababadecogeralvuelo.

—¡Señor,señor…!—exclamóColbert—.Estaviolencia…

—¡Vaya! ¡No hay que prestar atención a lasmaneras de un soldado!—respondióelmosquetero.

—Osbesolasmanos,apreciableseñorColbert.

Ysalióriéndoseenlasbarbasdelfuturoministro.

—Este hombre va a adorarme—dijo pira sí—. ¡Lástima que tenga quefallarlealaprimeravisita!

CapítuloLXIV

Filosofíadelcorazónyadelacabeza

Para un hombre que se había visto en lasmas criticas situaciones, la deD’ArtagnanconrespetoaColbert,únicamenteeracómica.

D’Artagnannorehuyó;por tanto, lasatisfaccióndereíracostadelseñorintendentedesdelacalleNeuvedesPetits-ChampshastaladelosLombardos.

AúnreíacuandoselepresentóPlanchet,riendotambiénenlapuertadesucasa.

Porque Planchet, desde el regreso de su patrón y de la entrada de lasguineas inglesas, pasaba la mayor parte de su tiempo en hacer lo queD’ArtagnanacababadeejecutardesdelacalleNeuvedesPetits-ChampshastaladelosLombardos.

¿Llegáis,porfin,miqueridoamo?

—No, amigomío—respondió elmosquetero—,memarcho un poco deprisa;esdecir,voyacomer,aacostarme,adormircincohoras,yamontaracaballoalamanecer…¿Se,lehadadoraciónymediaamicaballo?

—¡Caray!Queridoamo—dijoPlanchet—,biensabéisquevuestrocaballoes el dije de la casa; mis sirvientes lo besan todo el día y le hacen comerazúcar, nueces y bizcochos. ¿Me preguntáis si se le ha dado su ración deavena?Preguntadmemásbiensinohatenidoconquéhartarsediezveces.

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—Bien,Planchet,bien.Pasemosaloque,concierne.¿Ylacomida?

—¡Almomento!¡Unasado,vinoblanco;cangrejosycerezasfrescas.Todoesnuevo,miqueridoamo!

—Eresunhombreamable,Planchet;comamos,pues,yqueyomeacueste.

Durante la comida observó D’Artagnan que Planchet se rascabafrecuentementelafrente,comoparafacilitarlasalidadeunaideaacomodadaconestrechezensucerebro.Miróconaireafectuosoasudignocompañerodesusviajesdeotrotiempo,ychocandovasoconvaso,ledijo:

—Veamos, amigo Planchet, lo que te cuesta tanto trabajo anunciarme.¡Pardiez,hablaprontoyconfranqueza!

—Esto —contestó Planchet—, me parece que tenéis aire de ir a unaexpedicióncualquiera.

—Nodigoqueno.

—Entonces,¿habréistenidoalgunaideanueva?

—Esposible,Planchet.

—Entonces,¿habríaunnuevocapitalqueexponer?

—Yopongocincuentamillibrasenlaideaquevaisexplotar.

Ydiciendoesto,Planchetserestrególasmanosunaconotraconlarapidezquedaunaalegríagrande.

—Planchet—replicóD’Artagnan—,nohaymásqueunadesgracia.

—¿Ycuál?

—Laideanoesmía…Nadapuedoponerenella.

Tales palabras arrancaron un gran suspiro del corazón de Planchet. Laavariciaesconsejeroardientequearrebataalhombre,comoSatanáshizoconJesús en lamontaña, y después de habermostrado al desgraciado todos losreinos de la tierra puede descansar seguro de que ha dejado con él a sucompañeralaenvidiaparamorderleelcorazón.

Planchethabía,gustadodelariquezafácilyyanodebíadetenerseensusdeseos;mas comoera unbuen corazón, a pesar de su avaricia, y comoqueadorabaaD’Artagnan,nopudomenosdehacerlemilrecomendaciones,unasmásafectuosasqueotras.

Tampocopudo, atraparunapalabradel secretoque tanbienguardaba suamo; astucias, gestos, consejos y truhanerías fueron inútiles. Nada dijoD’Artagnan.

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Asísepasólavelada.DespuésdecomerentretúvoseD’Artagnanenhacersumaleta,diounavueltaalacuadra,acaricióasucaballo,inspeccionándolelas herraduras y las piernas, y, habiendo vuelto a contar luego su dinero, semetió en la cama, donde durmiendo como a los veinte años, pues no teníainquietudesni remordimientos, cerró lospárpadoscincominutosdespuésdehaberapagadolaluz.

Muchos sucesos, no obstante, podían tenerlo desvelado. El pensamientohervíaensucerebro,lasconjeturasabundaban,yD’Artagnaneragrandecidordehoróscopos;pero,conesaflemaimperturbablequehacemásqueelgenioparalafelicidaddelasgentesdeacción,dejólareflexiónparaeldíasiguiente,temiendo,segúndecíaparasí,noestarfrescoenaquelinstante.

Amaneció.LacalledelosLombardostuvosuparteenlascariciasdelosrosadosdedosdelaaurora,yD’Artagnanlevantósecomoésta.

Anadiedespertó; agarródebajodelbrazo sumaleta,bajó la escalera sinhacerelmenorruidoniperturbarunosolodelosronquidosalojadosdesdeelgraneroalabodega.Yhabiendopreparadosucaballoycerradolacuadraylatienda,salióapasoparasuexpediciónalaBretaña.

Razóndesobrahabíatenidoennopensarlavísperaentodoslosasuntospolíticos y diplomáticos que solicitaban su inteligencia; porque aquellamañana,conlafrescurayeldulcecrepúsculo,sintiódesenvolversesusideasfecundas.

Primeramente,pasópordelantedelacasadeFouquetyechóenunacajaabiertaquehabíaenlapuertaelbienaventuradolibramiento,quetantotrabajohabíalecostadosustraerlavísperadelosretorcidosdedosdelintendente.

Puesto bajo sobre para Fouquet, el libramiento no pudo ser visto porPlanchet,queenpuntadeadivinacióneraunApoloPiteo.

De este modo enviaba su finiquito a Fouquet, sin comprometerse niteniendocargosquedirigirse.

Despuésdeestacómodarestitución,pensó:

«Ahora traguemosmucho airematinal,mucha salud; dejemos respirar elcaballoCéfiro,quehinchesusijarescomosisetratasedeaspirarhemisferio,yseamosmuyingeniososenmuestrascombinaciones.Yaeshoradeformarunplandecampaña,ysegúnelmétododelseñordeTurena,quetieneunacabezamuygrandellenadetodaclasedebuenosconsejos,antesdelplandecampañaes conveniente hacer un retrato de los generales enemigos con quienestenemosquehabérnoslas.ElprimerodetodoselseñorFouquet.¿QuiéneselseñorFouquet?ElseñorFouquet—secontestóasímismoD’Artagnan—,esun hombre hermoso,muy querido de lasmujeres; un hombre galante;muy

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amadodelospoetas;unhombredetalento,muyexecradodelospillos.Yonosoy ni mujer, ni poeta, ni tunante; no amo, pues, ni aborrezco al señorsuperintendente;luegomeencuentroenuntodoenlaposiciónenquesehallóel señor de Turena cuando se trató de ganar la batalla de losDunas. El noaborrecía a los españoles, pero les dio lo suyo. No; hay un ejemplomejor,¡pardiez!EstoyenlasituaciónenqueseencontróelmismoseñordeTurenacuandolosasuntosdelpríncipedeCondéenJargeau,GienyenelbarriodeSanAntonio. El no execraba al señor, príncipe, verdad es, pero obedecía alrey.Elpríncipeesunhombreencantador;peroelreyeselrey;Turenadioungran suspiro; llamó a Condé “primomío”, y le vendimió su ejército. ¿Quédeseaelreyahora?Estonomeconcierne.¿QuéquiereelseñorColbert?¡Oh!Esto es otra cosa. El señor Colbert desea todo lo que no quiere el señorFouquet.¿PuesquéquiereelseñorFouquet?¡Oh,oh!Estoesgrave.ElseñorFouquetquiereprecisamentetodoloquequiereelrey».

Terminado estémonólogo,D’Artagnan sé echó a reír haciendo silbar suvarilla: ibaporelmediode lacalleespantando lospájarosyescuchando losluises que danzaban a cada sacudida en su bolsa de cuero; y, necesario esconfesarlo, cada vez que D’Artagnan se encontraba en semejantescondiciones,noeralaternurasuvicioprincipal.

EntoncessíqueseparecíaalseñordeTurena,cuandoelseñordeTurenanoamabaalosespañoles.

Noobstante,elmosquetero,nopudomenosdetomarsealgunapenaporlapazdelreino,quedebíancomprometerotravezlasquerellasdelosgrandes.AcordósecuánpoderosoeraelseñorFouquet,ycuánsostenidoseencontraba.Sumó por una parte los dieciocho millones de Luis XIV, y por otra losinfinitos recursos del superintendente, pero con su inflexible imparcialidad,garantidaporundesdéneternoalasmedianíasdelrencorvenenosodelseñorColbert,ycuandotuvobienhechasucuenta,pensó:

«Vamos,laexpediciónnoesmuypeligrosa,ymiviajeserácomoaquellacomediaquemísterMonkmellevóaveraLondres,yquesedenomina,segúncreo,Muchoruidoparanada».

CapítuloLXV

Elviaje

Era talvez laquincuagésimavez,desdeeldíaqueabrimosestahistoria,queestehombredecorazóndebroncemúsculosdeaceroabandonabasucasa,amigos, todo,en fin,por irenbuscade la fortunayde lasuerte.Launa,es

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decir, la suerte, había retrocedido constantemente ante él como si le hubieratenidomiedo,laotra,estoes,lafortuna,sólodeunmesaaquellapartehabíahechoalianza,conél.

Aunquenofueseungranfilósofo,segúnEpicuroosegúnSócrates,eraunaimaginaciónvigorosacon laprácticade lavidaydelpensamiento.Nadieesvaliente,aventureroydiestrocomoeraD’Artagnan,sinseralmismotiempoalgovisionario.

Se acordaba de algunas sentencias de la Rochefoucault, dignas de serpuestasenlatínporelseñordePortRoyal,yhabíaformadocolección,alpasarporlasociedaddeAthosydeAramis,demuchostrozosdeSenecayCicerón,traducidosporellosmismosyaplicadosalusodelavidacomún.

Este menosprecio de las riquezas, que el gascón había observado comoartículo de fe durante los treinta y cinco primeros años de su vida, fueconsideradolargotiempoporélcomoprimerartículodelcódigodelabravura.

Artículoprimero,decíaél:«Unoesvalienteporquenotienenada.Unonotienenadaporquemenosprecialasriquezas».

Conestosprincipios,quesegúnhemosdicho,habían regido los treintaycinco primeros años de su vida, D’Artagnan no fue bastante rico para quedebierapreguntarsesiapesardesuriquezaerasiemprebravo.

A esto, paro cualquiera otro que no fuese D’Artagnan, hubiera podidoservir de respuesta el acontecimiento de la plaza de la Grève, y muchasconciencias habríanse contentado con ella; pero D’Artagnan era demasiadovalerosoparapreguntarsesincerayconcienzudamentesiloera.

Demodoqueaesto:

«Creo que he desenvainado con bastante viveza, y con bastante vivezaestoqueado en la plaza de la Grève, para estar tranquilo con respeto a mivalor».

D’Artagnansehabíacontestadoasípropio:

«Muybien,capitán;peroestanoesunarespuesta.Hesidovalienteporquequemabanmi casa,ypodría apostarse cientoy aunmil contrauno, aque siesosseñoresdelmotínnohubiesentenidotanmalaventuradaidea,suplandeataquehabíasalidobien,oalmenosnohabríasidoyoquienseopusieraaél.Masahora,¿quévaisaintentarcontramí?

»No tengo casa que me quemen en Bretaña; no tengo tesoro que mepuedan arrebatar. Pero tengo mi pellejo, este precioso pellejo del señorD’Artagnan, que vale todas las cosas y todos los tesoros del mundo. Estepellejo que tengo encima de todo, pues es la cubierta de un cuerpo queencierrauncorazónmuycalienteymuysatisfechodelatir,yporconsecuencia

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devivir.Porlotanto,quierovivir,yalaverdadquevivomejor,ymuchomáscompletamentedesdequesoyrico.¿Quiéndiablosdiríaqueeldineromimaselavida?

»Meparecequeahoraabsorbodoblecantidaddeaireyde sol. ¡Diantre!¿Quéserásitodavíadobloestafortuna,ysienvezdelavarillaquellevoenlamanoalcanzoalgunavezelbastóndemariscal?Nosésihabríabastanteaireybastante sol para mí. Bien mirado, esto no es un sueño. ¿Quién diablos seopondríaaqueelreymehiciesemariscal,comosupadreLuisXIIIhizoduquey condestable a Alberto de Luynes? ¿No soy tan bravo y mucho másinteligente que ese imbécil De Vitry? ¡Ah! He aquí justamente lo que seopondráamisadelantos: tengomuchotalento.Felizmente,sihay justiciaenestemundo, la fortunameestáobligada a ciertas compensaciones.Medeberecompensa por todo lo que he hecho en beneficio de Ana de Austria, eindemnizaciónpor todo loqueellanohahechopormí…Peroa lahoradeahora,hemeaquíabuenasconunrey,yconunreyqueparecequierereinar.¡El cielo le conserve tan ilustre pensamiento! Porque si quiere reinar tienenecesidaddemí…ysitienenecesidaddemí,seráprecisoquemedéloquemehaprometido.Caloryluz.Portanto,hoymarchocomparativamentecomomarchabaenotrotiempo:denadaatodo.Sóloqueelnadadehoyeseltododeentonces;nohayenmividamásqueesteinsignificantecambio.¡Veamosahora!Veamosaparteelcorazón,puestoquehehabladodeélahorapocoha.Yrealmentesólohehabladodememoria».

Y el gascón apoyó la mano contra su pecho, como si efectivamentebuscaseellugardelcorazón.

—¡Ah! Desgraciado —exclamó sonriendo con amargura—. ¡Ah, pobreespecie!Habíais esperado por un instante no tener corazón. ¡Y, he aquí quetienesuno,cortesano, incompleto,ynoobstante,unode losmassediciosos!TienesuncorazónquehablaenprodelseñorFouquet.¿MasquiéneselseñorFouquet,cuandosetratadelrey?Unconspirador…unverdaderoconspirador,quenisiquierasehatomadoeltrabajodeocultartequeconspiraba…¿Yquéarmanotendríaiscontraél,sisubuenagraciaysutalentonohubiesenpuestounavainaaestaarma?¡Ira,rebeliónamanoarmada…!Porque,alfin,elseñorFouquet ha realizadouna rebelión amano armada, demodoque cuandoSuMajestadsospechevagamentelasordarebelióndeFouquet,yoyasé…Puedodemostrarqueel señorFouquethahechoderramar lasangrede lossúbditosdelrey.Veamosahora;sabiéndolotodoestoycallándolo.¿QuémásdeseaestecorazónblandoparaunbuenprocederdelseñorFouquet,paraunanticipodequincemil libras, para un diamante, de dosmil doblones, para una sonrisadondehabíatantaamarguracomobondad?Lesalvólavida.Ahoraespero—continuó el mosquetero— que este imbécil corazón guarde silencio,desquitadocomoestáconelseñorFouquet.

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»TambiénahoraesSuMajestadmisol,ycomoquieraquemicorazónestádesquitadoparaconelseñorFouquet, igualdequiensepongadelantedemisol.¡AdelanteporLuisXIV,adelante!

Estas reflexiones eran las únicas que podían retardar la marcha deD’Artagnan;pero,unavezhechas,apretóelpasodesumontura.

PormuyperfectoquefueraelcaballoCéfiro,nopodíaandarsiempre,yaldíasiguientedesusalidadeParíslodejóenChartresencasadeunamigoqueD’Artagnansehabíahecho,deunposaderodelaciudad.

Ydesdeaquelmomentoviajóelmosqueteroencaballosdeposta.Graciasa este modo de locomoción, atravesó rápidamente el espacio que separa aChartresdeChâteaubriand.

Enestaúltimaciudad,muyapartadaaúndelacostaparaqueseadivinasequeD’Artagnan ibaaembarcar,ybastanteseparadadeParísparaquenadiesupusiera que venía de él, el mensajero de SuMajestad Luis XIV, a quienD’Artagnanhabíallamadosusol,sinpensarsiquieraqueelquetodavíanoeramásqueunapequeñaestrella en el cielode lamonarquíahabíadehacer suemblema de este astro, elmensajero de LuisXIV, decimos, dejó la posta ycompróunrocíndelamástristeapariencia,unadeesasmonturasquejamássepermiteescogerunoficialdeCaballeríapormiedoadeshonrarse.

A excepción del pelo, esta nueva adquisición, recordaba a D’Artagnanaquel famoso caballo amarillo, con el cual, omasbien, sobre el cual, habíahechosuentradaenelmundo.

CiertoesquedesdequeD’Artagnanocupóestanuevacabalgadura,yanoeraélquienviajaba,sinounhombrevestidoconjubóngris,queguardabauntérminomedioentreelsacerdoteyellego;yloquesobretodoleacercabaalhombre de Iglesia, era que D’Artagnan había puesto, sobre su cráneo uncasquetedeterciopeloraído,yencimadeélungransombrero.Ysinespada.Loúnicoquellevabaeraunbastóncolgadodeunacorreíllaenelantebrazo,alqueprometíaunirenlaprimeraocasión,comoauxiliarinesperado,unadagadediezpulgadas,ocultabajalacapa.

ElrocíncompradoenChâteaubriandcompletabaladiferencia.ElrocínsellamabaFuret.

«SideCéfirohehechoFuret—sedijoD’Artagnan—,precisoeshacerdeminombreundiminutivocualquiera.Asíesque,enlugardeD’Artagnan,serésóloAgnan;estaesunaconcesiónque,naturalmente,deboamitrajegris,amisombreroredondoyamicasqueteraído».

El señor D’Artagnan cabalgó sin sacudidas exageradas sobre Furet, quetrotabaalpasodeandadura comounverdaderocaballo,yque, trotandoasí,

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hacía gallardamente sus doce leguas por día, gracias a cuatro piernas secascomo cañas, cuyo aplomo y seguridad había apreciado el arte ejercitado deD’Artagnanporbajodelespesoforroquelascubría.

Andando el viajero tomaba notas, estudiaba el país severo y frío queatravesaba, buscando al mismo tiempo el pretexto más plausible para ir aBelle-Île,yverlotodosindespertarsospechas.

Deestemodopudoconvencersedelaimportanciaquetomabaelsucesoamedidaqueseacercabaaél.

En esta comarca retirada, en este antiguoducadodeBretaña, queno erafrancés en aquella época, como tampoco lo es en el día, los pueblos noconocíanalreydeFrancia.

Ynosólonoleconocían,sinoquetampocodeseabanconocerlo.Unsolohecho sobrenadaba visible para ellos en la corriente de la política. Susantiguos duques no gobernaban ya, pero esto era un vacío y nadamás. Enlugardelduque,losseñoresdeparroquiareinabansinlímites.

Yporcimadeestosseñores,Dios,quejamáshasidoolvidadoenBretaña.

Entreestossoberanosdecastilloycampanarios,elmáspoderoso,elmásopulento, y sobre toda elmás popular, era el señor Fouquet, señor deBellaIsla.AunenelmismopaísyalavistadelaIsla,lastradicionesconsagrabansusmaravillas.

No todoelmundopenetraba allí; la isla, que teníauna extensiónde seisleguasdelargaporotrasseisdeanchoeraunapropiedadqueelpueblohabíarespetadomucho tiempo, cubierta como estaba con el nombre de Retz, tanfuertementetemidoenlaregión.

PocodespuésdelacreacióndeesteseñoríoenmarquesadoporCarlosIX;BellaIslahabíapasadoalseñorFouquet.

La celebridadde la islanodatabade ayer; sunombre se remontaba a lamás alta antigüedad: los antiguos la llamaban Kalonese, de dos palabrasgriegasquesignificabanislahermosa.

Demodo,queadieciochosiglosdedistancia,habíallevadoenotroidiomaelmismonombredeahora.

Algo era en sí esta propiedad del superintendente, sin contar con suposiciónaseisleguasdelacostadeFrancia;posiciónquelehacíasoberanaensusoledadmarítima.

D’Artagnanseenteródetodoestosinquepareciese,quepreguntabanada,y tambiénsupoqueelmejormediode tomar lenguaserapasaraLaRoche-Bernard,ciudadbastanteimportanteenlaembocaduradelVilaine.

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Allíquizápodríaembarcarse,y,atravesandolossalitrososmares,llegaraGuerande o Croisic, para esperar la ocasión de pasar a Belle-Île. Desde susalidadeChâteaubriandhabíaconocidoquetodoeraPosibleparaFuretbajoelimpulsodelseñorAgnan,ynadaalseñorAgnansobrelainiciativadeFuret.

Apresuróse,pues,acomerunacercetayunatórtolaenunaposadadeLaRoche-Bernard, y ordenó subir de la bodega, para rociar estos manjaresbretones,unasidraqueconociópormásbretonaaúnconsóloacercarlaaloslabios.

CapítuloLXVI

D’Artagnanentablarelaciónconunpoetaquesehizotopógrafoparaquesusversosfuesesimpresos

Antesdeponersealamesa;tomóD’Artagnansusinformes,comoteníadecostumbre; pero es un axioma de curiosidad que todo hombre que quierepreguntar bieny fructíferamentedebe empezar porofrecerse élmismoa laspreguntas.D’Artagnanbuscó,pues,consuhabilidadordinaria,unpreguntadorútilenlahosteríadelaRocheBernard.

Y casualmente había en el primer piso de esta casa dos viajeros quetambiénseocupabanenlospreparativosdesucomida.

D’Artagnanvio en la cuadra susmonturas y en la sala sus equipajes.Elunoviajabaconlacayo,comounaespeciedepersonaje;dosyeguas,hermososanimales,leservíandemontura.

El otro, compañero bastante exiguo, viajero de mezquina apariencia ypolvorientogabán,había llegadodeNantesenuncarretónarrastradoporuncaballo de talmodo semejante a Furet en el colar, queD’Artagnan hubieseandadocienleguasantesdeencontrarotromejorparaemparejaruntiro.

El carretónconteníadistintospaquetes envueltos en lienzosviejos.«Esteviajero—dijoparasíD’Artagnan—,esdemicalaña;meconvieneyyodeboconvenirle.ElseñorAgnan,consujubónysucasqueteraído,noesdignodecomerconelseñordelasbotasviejasyelviciocaballo».

Luego,llamóD’Artagnanalposaderoylemandóquesubiesesucercetaysusidraaladelseñordelosexterioresmodestos.

Ysubiendoconunasillaenlamanounaescaleraqueconducíaalasala,sepusoallamaralapuerta.

—Entrad—dijoeldesconocido.

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D’Artagnanentró.

—Disimulad,señor—dijo—,soycomovosunviajero,noconozcoanadieenlaposadaytengolamalacostumbredeaburrirmecuandocomosolo,detalmodoquelacomidameparecemalaynomeaprovecha.Vuestrafigura,queapercibíahorapococuandobajasteisparaqueosabriesenunasostras,mehagustadomucho.Heobservadotambiénquetenéisuncaballomuysemejantealmío,yqueelposadero;acausadeestasemejanza,sinduda,loshacolocadojuntosensucuadra,dondeparecenhallarlacompañíaalasmilmaravillas.Noveo,pues,porquéhandeestarseparadoslosamos,cuandoloscaballosestánreunidos; en consecuencia; vengo a pediros me concedáis el favor de seradmitido a vuestra mesa. Yo me llamo Agnan, para serviros, caballero;intendente indignodeun rico señorquequierecomprar salinasenelpaís,yque me envía para visitar sus propiedades futuras. Quisiera, señor, que mifiguraosagradasetantocomomehagustadolavuestra.

El extranjero, a quien D’Artagnan veía por primera vez, tenía los ojosnegros y brillantes, tez amarilla, frente un poco arrugada por el peso decincuentaaños,honradezenelconjuntodelasfacciones,ypenetraciónenlamirada.

«Se diría —dijo para sí D’Artagnan—, que este guapo mozo no haejercitadonuncamásquelapartesuperiordesucabeza,losojosyelcerebro,y debe ser hombre de ciencia; pero la boca, la nariz y la barba no dicenabsolutamentenada».

—Señor—contestóéste,cuyasideasypersonasecriticaban—,mehacéishonor, mas, no porque me fastidie; tengo —añadió sonriéndose—, unacompañíaquesiempremedistrae;masnoimporta,osreciboconmuchogusto.

Pero, al decir estas palabras, el hombre de las botas viejas derramó unamiradainquietasobresumesa,cuyasostrashabíandesaparecido,yenlaquesóloquedabauntrozodetocinosalado.

—Señor—seapresuróadecirD’Artagnan—,elposaderovaa subirunahermosaaveasadayunatortasoberbia.

D’Artagnanhabíavistoenlamiradadesucompañero,pormuyrápidaquefuera,eltemoralataquedeunparásito.

Yhabíaacertado,porquealescucharaquellaspalabrassedesarrugaronlasfaccionesdelhombredeaparienciamodesta.

Efectivamente, el fondista entró al instante, como si hubiera estadoacechandoelmomento,conlosmanjaresanunciados.

Unidas la torta y la cerceta al trozo de tocino salado, D’Artagnan y sucompañero saludáronse, se sentaron frente a frente, y, como dos hermanos,

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hicieronladivisióndeltocinoydelosotrosplatos.

—Señor —dijo D’Artagnan—, confesad que la asociación es una cosaadmirable.

—¿Porqué?—preguntóelextranjeroconlabocallena.

—Voyadecíroslo—contestóD’Artagnan.

El extranjero dio tregua almovimiento de susmandíbulas para escucharmejor.

—Primero—prosiguió D’Artagnan—, porque en lugar de tener una luzcadauno,tenemosdos.

—Esverdad—dijoelextranjerosorprendidodelaextremadaexactituddelaobservación.

—Veo,porotra,parte,quecoméismitortaconpreferencia,mientrasqueyo,conpreferenciatambién,comodevuestrotocinosalado.

—Tambiénesverdad.

—Enfin,porencimadelplacerdeestarmejoralumbradoydecomercosasdegustodeuno,pongoelplacerdelacompañía.

—Soismuy jovial, señor—dijoagradablementeeldesconocido—. ¡Muyjovial!Ycomotodoslosquenotienennadaenlacabeza.

—¡Oh!Noossucedeavoslomismo—prosiguióD’Artagnan—,yleoenvuestrosojostodaespeciedegenio.

—¡Oh!Señor…

—Vamos,confesadmeunacosa.

—¿Cuál?

—QuesoisunsabioSeñor…

—¿Eh?

—¡Vamos!

—Soyautor.

—¡Ya!—murmuró D’Artagnan entusiasmado y palmoteando—. No mehabíaengañado.

¡Esmilagro!

—Señor…

—Bueno—prosiguióD’Artagnan—, tendré el gusto de pasar esta nocheencompañíadeunautor.¿Deunautorcélebre,quizá?

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—¡Oh—dijoeldesconocidosonrojándose—célebre,caballero,célebrenoeslapalabra!

—¡Modesto! —exclamó D’Artagnan—. Pero al menos —continuó elmosqueteroconelcarácterdeunabruscahonradez—,decidmeelnombredevuestrasobras,porquerecordaréisquenomehabéisdichoelvuestroyquemehevistoobligadoaadivinaros.

—Señor,mellamoJupenet—dijoelautor.

—Bonito nombre, y no sé por qué… perdonad… no sé, seme figurabahaberoídopronunciaresenombreenalgunaparte.

—Hecompuestoversos—dijomodestamenteelpoeta.

—¡Esoes!Meloshabránhecholeer.

—Unatragedia.

—Lahabrévistorepresentar.

Elpoetasesonrojónuevamente.Nolocreo,porquenosehanimpresomisversos.

—¡Bien! Entonces será la tragedia quien me habrá enseñado vuestronombre.

—Tambiénosengañáis,porquelosseñorescómicosdelAyuntamientodeBorgoña no la han querido—dijo el poeta con la sonrisa cuyo secreto sóloconocenciertosorgullosos.

D’Artagnanmordióseloslabios.

—Así,pues,señor—continuóelpoeta,yaveisqueestáisenunerrorconrespectoamí,yquenosiendoyoconocidodevos,nohabéispodidooírhablardemí.

—¡Heahíloquemeconfunde…!EsenombredeJupenetes,sinembargo,muyhermosoydignodeserconocido,tantocomolosdeCorneilleoRotrouoGarniér… Espero que tendréis a bien declamar algún fragmento de vuestratragedia, más tarde… cuando caminemos. Será magnífico, ¡diantre! ¡Ah!Perdón,caballero,esunjuramentoquesemeescapa,habitualenmiseñoryamo…

—Avecesmepermitousarloporquemeparecedebuengusto;claroesquesólo me lo permito en su ausencia, porque… ya comprendéis, pero enverdad… Señor, esta sidra es abominable. ¿No sois del mismo parecer? Y,además,eljarroesdeunaformatanirregularquenosetienesobrelamesa.

—¿Ysileponemosfinacuña?

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—Sinduda.Pero¿conqué?

—Conestecuchillo.

—¿Ylacerceta,conquélacortamosluego?¿Contáisacasoconnotocarlacerceta?

—Notal.

—Puesbien,entonces…Aguardad.

El poeta rebuscó en su bolsillo y sacó un pequeño trozo de fundición elgruesodeunalínea.Peroapenassalióalaluzelpedazodefundición;cuandoelpoeta creyóhaber cometidouna imprudencia, e hizounmovimientoparavolverlo ameter en el bolsillo.D’Artagnan apercibióse de ello; era hombrequenadaseleescapaba,yextendiólamanohaciaeltrozodefundición.

—¡Caray!¡Québonitoeseso!¿Puedeverse?

—Ciertoquesí—contestóelpoeta,queparecióhabercedidodemasiadopronto a su primer impulso—. Puede verse; pero pormucho quemiréis—prosiguió con aire satisfecho—, si yo no digo para qué sirve esto, no losabréis.

D’Artagnan,considerócomounaconfesiónlasvacilacionesdelpoetaysuprestezaenocultarel trozodefundición,quepor inadvertenciahabíasacadodelbolsillo.

Así es que, despertada su atención sobre ese punto, se encerró en lacircunspecciónqueentodasocasionesledabalasuperioridad.Además,dijeralo que dijese. Jupenet, él había reconocidomuybien lo que era a la simpleinspeccióndelobjeto.

Erauncarácterdeimprenta.

—¿Adivináisloqueesesto?—prosiguióelpoeta.

—No,afemía—dijoD’Artagnan.

—Puesbien—dijomaeseJupenet—;este trocitodefundiciónesun tipodeimprenta.

—¡Bah!

—Unamayúscula.

—¡Caray,caray!—dijoD’Artagnanabriendounosojosmuycándidos.

—Sí,caballero,unaJmayúscula,laprimeraletrademinombre.

—¿Yestoesunaletra?

—Sí,señor.

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—Puesbien,voyamanifestaronunacosa.

—¿Cuál?

—No,porqueesunatonteríaloquevoyadecir.

—¡Ca!—dijomaeseJupenetconademánprotector.

—Puesbien,siestoesunaletra,nocomprendocómosepuedehacerunapalabra.

—¿Unapalabra?

—Paraimprimirla,sipuesesfacilísimo.

—Veamos.

—¿Osinteresa?

—Mucho.

—Voyaexplicaroslacosa.Atended.

—¡Bueno!

—Miradbien.

—Yalohago.

D’Artagnanparecíaabsortoensucontemplación.

Jupenetsacódesubolsillootrossieteuochopedazosdefundición,peromáspequeños.

—¡Ah!—murmuróD’Artagnan.

—¿Qué?

—¿Tenéistodalaimprentaenelbolsillo?¡Diablo!Escurioso;enefecto.

—¿Verdadquesí?

—¡Quécosasseaprendenviajando,Diosmío!

—Avuestrasalud—dijoJupenet,encantado.

—¡A lavuestra,diantre, a lavuestra!Peronoconesta sidra,que esunabebidaabominableeindignadeunhombrequebebeenlaHipocrene.¿Noesasícomolospoetasllamáisavuestrafuente?

—Sí, señor; así se llama,enefecto,nuestra fuente.Esenombrevienededospalabrasgriegas;hipos,quequieredecircaballo,y…

—Señor—interrumpióD’Artagnan—,osharébeberciertolicorquevienede una sola palabra francesa, y que no por eso es peor. Permitid que meinforme si nuestro huésped tiene alguna botella de vino de Céran en su

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bodega.

Interpeladoelposadero,subióalmomento.

—Señor—dijoelpoeta—,consideradquenotendremostiempoparabeberelvino,amenosquenonosdemosmuchaprisa;porqueyodeboaprovecharlamareaparaalcanzarelbuque.

—¿Québuque?—dijoD’Artagnan.

—¡Toma!ElquesaleparaBelle-Île.

—¡Ah!ParaBelle-Île—dijoelmosquetero.

—¡Bueno!

—¡Bah! Tendréis tiempo suficiente, caballero —dijo el huéspeddestapandolabotella,elbuquenosalehastalauna.

—Pero¿quiénmeavisará?—dijoelpoeta.

—Vuestrovecino—replicóelposadero.

—¡Massiapenasloconozco!

—Cuandolooigáissalirseráhoradequemarchéis.

—¿VatambiénaBelle-Île?

—Sí.

—¿Eseseñorquetieneunlacayo?—preguntóD’Artagnan.

—Sí. Todo lo que yo sé es que bebe el mismo vino que bebéis vos.¡Diablo!Mucho honor es ése para nosotros—dijo D’Artagnan echando debeberasucompañero,entantosealejabaelfondista.

—Demodo—repuso el poeta, volviendo a sus ideas dominantes—, quejamáshabéisvistoimprimir.

—Nunca.

—Miradlasletrasquecomponenlapalabrasecogenasí:A,B…yaveis,unaR,unaE,unaV…

Y unió las letras con tal habilidad, que no se escaparon al ojo delmosquetero.

—Abreviado—dijoterminando.

—Corriente —dijo D’Artagnan—. Yo veo muchas letras juntas; pero¿cómosesostienen?

—El señor Jupenet sonrió como a hombre que ha respondido a todo, ydespués sacó también del bolsillo un listón de metal en el que reunía y

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alineabaloscaracteres,sosteniéndolosconelpulgarizquierdo.

—¿Ycómosellamaeselistóndehierro?—dijoD’Artagnan—.Porqueesodebetenersunombre.

—Estose llamacomponedor—contestóJupenet—,yconauxiliodeestareglaseformanlaslíneas.

—Vamos,sostengoloquehedicho;vostraéisunaprensaenelbolsillo—dijoD’Artagnan,riendoconairedesimplezatanmarcada,queelpoetaquedóengañadocompletamente.

—No—replicó—,peroestoytorpe,paraescribir,ycuandotengounversoenmicabeza,locompongoenseguidaparaimprimirlo.

«¡Cáscaras!—pensóD’Artagnanparasí—.Esprecisoaclarareso».Yconunpretextoquenoturbóalmosquetero,hombrefértilenexpedientes,dejólamesa,bajólaescalera,corrióalcobertizo,bajoelcualpermanecíaelcarretón,rompióconlapuntadesupuñallacubiertadeunodelospaquetes,yencontróenelloscaracteresdefundiciónsemejantesalosqueelpoetaimpresorllevabaenelbolsillo.

«¡Bien!—sedijoD’Artagnan—.IgnorotodavíasielseñorFouquetquierefortificar materialmente a Belle-Île; pero en todo caso hay municionesespiritualesparaelcastillo».

Y, enriquecido con este descubrimiento, volvió a la mesa. D’Artagnansabíaloquequeríasaber,yestúvosefrenteasucomensalhastaelmomentodeoír en la sala inmediata remover el equipaje de un hombre dispuesto amarcharse.

Alinstanteestuvolistoelimpresor,quehabíadadoordendeengancharelcarruajeesperabaalapuerta.Elsegundoviajeromontabaacaballoenelpatioconsulacayo.

D’ArtagnanacompañóaJupenethastaelpuerto,elcualembarcócocheycaballo.

El viajero opulento hizo otro tanto con sus dos yeguas y el doméstico;pero,pormás talentoqueemplearaD’Artagnanparasabersunombre,no lopudolograr.

Solamente inspeccionóbiensu rostro,paraquesiemprequedase impresoensumemoria.

D’Artagnanteníamuchasganasdeembarcarconlosdospasajeros;pero,uninterésmás,profundoqueeldelacuriosidad,eldeléxitodesuexpedición,lorechazódelaorillaylocondujoalahostería.

En ella entró suspirando y se metió al punto en la cama, para estar

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dispuestoporlamañanatempranoconideasfrescasylaconsultadelanoche.

CapítuloLXVII

D’Artagnancontinúasusinvestigaciones

Alpuntodelamañana,D’ArtagnanensillóporsímismoaFuret,quehabíahecho una comilona aquella noche y devorado él solo los restos de lasprovisionesdesusdoscompañeros.

Elmosqueterotomótodossusinformesdelhostelero,aquienhallóhábil,desconfiado,yadictoencuerpoyalmaalseñorFouquet.

Resultódeelloque,paranodarningunasospechaaestehombre,continuóconlafábuladelaprobablecompradealgunassalinas.

EmbarcarseenLaRocheBernardparaBelle-Île,hubierasidoexponerseacomentariosquetalvezsehabríanhechoya.

Era,singular,además,queaquelviajeroysulacayohubieranpermanecidoensecretoparaD’Artagnan,apesardetodaslaspreguntasquehabíadirigidoelhostelero,quienparecíaconocerloafondo.

Hízose, pues, dar noticias sobre las salinas y tomó el camino de lospantanos, dejando el mar a su derecha, y penetrando en aquella vasta ydesolada llanura, que parecía un piélago de fango; cuyas ondulacionesargentabanalgunascrestasesparcidasdesal.

MarchabaFuretmaravillosamenteconsuspequeñospiesnerviosossobrelasestrechascalzadasquedividíanlassalinas.TranquiloD’Artagnansobrelasconsecuencias de su caída que le obligaba a tomar un baño frío, se dejaballevar, contentándoseconmirarenelhorizonte los trescampanariosagudos,que semejantes a hierros de lanzas, salían del centro de aquella llanuradesolada.

Piriac,elpueblodeBatzyLeCroisic,semejantesunosaotros,llamabanysuspendían suatención.Si el viajerodabaunavuelta, paraorientarsemejor,veía al otro extremounhorizonte conotros tres campanarios:Guérande,LePouliguenySaint-Joachim.

Piriac,eraelprimerpuerto,situadoaladerecha,ysedirigióaél.

Enel instanteenquevisitabaelpuertodePiriac, sealejabandeélcincograndesfalúascargadasdepiedras.

PareciósingularaD’Artagnanqueseexportasenpiedrasdeunpaísdonde

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no las había, y tuvo que recurrir a toda la amenidad del señor Agnan parapreguntaralagentedelpuertolacausadésemejantesingularidad.

UnviejopescadorrespondióalseñorAgnanquelaspiedrasnoveníandePiriacnidelospantanos,porsupuesto.

—Puesentonces,¿dedóndeproceden?—preguntóelmosquetero.

—DeNantesydePaimboeuf.

—Y,¿adóndevan?

—ABelle-Île,señor.

—¡Ah,ah!—dijoD’Artagnanconelmismoacentoquehabíatomadoparadeciralimpresorqueleinteresabansuscaracteres.

—Segúneso…

—Île,¿trabajanenBelle?

—¡Toma…!Todos los añoshace reparar el señorFouquet losmurosdelcastillo.

—¿Demodo,queseestáarruinando?

—Esviejo.

—Muybien.

«Elhechoes—pensóD’Artagnan—quenadaesmásnatural,yquetodopropietario tiene derecho de hacer reparar sus propiedades. Es como siviniesenadecirmequeyofortificaba“LaImagendeNuestraSeñora”cuandoestuviesesimplementeobligadoahacerreparacionesenella.Creo,enverdad,que han informado mal a Su Majestad y que puede muy bien haberseengañado».

—Peromeconcederéis—prosiguióenvozaltaydirigiéndosealpescador,porque su papel de hombre desconfiado le estaba impuesto por el objetomismodesumisión—;meconcederéis,amigomío,queesaspiedrasviajandeunamaneraextraña.

—¿Cómoeseso?—dijoelpescador.

—VienendeNantesodePaimboeufporelLoira,¿noesverdad?

—Bajan.

—Esoescómodo,no loniego,pero¿porquénovanenderechuradesdeSaintNazaireaBelle-Île?

—¡Toma!Porque las falúas sonmuymalosbarcosynaveganmalporelmar—repusoelpescador.

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—Esonoesunarazón.

—Perdonad,señor,peroseconocequejamáshabéisnavegado—añadióelpescador,nosinunaespeciededesdén.

—Osruegomeexpliquéiseso,buenhombre.AmímeparecequevenirdePaimboeufaPiriac,parairdePiriacaBelle-Île,es,comosíunofuesedeLaRoche-BernardaNantes,ydeNantesaPiriac.

—Poraguaseríamáscorto—contestóimperturbableelpescador.

—Perohayquehacerunrecodo.Elpescadormeneólacabeza.

—El caminomás corto de un punto a otro es la línea recta—continuóD’Artagnan.

—Olvidáislacorriente,señor.

—Bien,conforme.

—¿Y el viento? ¡Ah! ¡Bueno! Indudablemente, la corriente del LoiraarrastrabalosbarcoscasihastaLeCroisic.SitienennecesidaddecalafatearseoderefrescarlosvíveresvanaPiriaccosteando,yenPiriacencuentranotracorrienteinversaquelosllevaalaislaDumal.

—Perfectamente.

—DesdeaquílacorrientedelVilainelosarrastraaotraisla,aladeHoedic.

—Sindisputa.

—Pues bien, desde esta isla a Belle-Île es recto el camino; el mar pasacomouncanal,comounespejoentrelasdosislas,ylaschalanassedeslizanallíconincreíblerapidez;estoestodo.

—¡Noimporta—dijoeltenazD’Artagnan—;esmuchocamino!

—¡Ah…! ¡El señor Fouquet lo quiere así! —replicó por conclusión elpescador,quitándosesugorrodelanaalpronunciarestenombrevenerable.

Una mirada de D’Artagnan, mirada viva y penetrante como hoja deespada;sóloencontrócándidaconfianzaenelcorazóndelviejo,ysatisfaccióne indiferencia en sus facciones; decía el señor Fouquet lo quiere como sihubiesedicho:¡Dioslohaquerido!

Hablase adelantadomuchoD’Artagnan en este salo, y como quiera quehabiendosalidolasfalúassóloquedabaenPiriacunabarca,ladelviejo,quenoparecíaestardispuestaatomarelmarsinmuchospreparativos,acaricióaFuret, que, dando una nueva prueba de su carácter encantador, se puso enmarchaconlospiesenlassalinasyactitudresuelta.

YaesodelascincollegóaLeCroisic.

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SiD’Artagnanhubierasidopoeta,habríaencontradobelloelespectáculodeaquellasextensasplayas,demásdeuna leguadaextensión,quecubreelmarconlamarea,yqueconelreflejoaparecenparduscas,desaladas,llenasdepólipos y de algasmuertas, con sus conchas esparcidas y blancas, como lasosamentasdelinmensocementerio.

Pero el soldado, el político, el ambicioso, no tienen tampoco el dulceconsuelodemiraralcieloparaleerenélunaesperanzaounaadvertencia.

El cielo bajo significa para esas gentes viento y tormentas; las nubesblancas; sobre el azul de la bóveda, dicen simplemente que la mar serátranquilaydulce.

D’Artagnan vio el cielo azul, la brisa embalsamada de los perfumessalitrosos;ydijo:

—Me embarcaré con la primera marea, aunque tuviese que ir con unacáscaradenuez.

En Le Croisic; lo mismo que en Piriac, había notado dos montonesenormesdepiedrasalineadasenlaplaya.Estosmurosgigantescos,demolidosencadamareaporlostransportesquehacíanseparaBelle-Île,fueronalosojosdelmosquetero laconsecuenciay lapruebade loqueyahabíaadivinadoenPiriac.

¿EraunmuroloquereconstruíaelseñorFouquet?¿Eraunafortificaciónlaqueedificaba?Parasaberlohabíaqueverlo.

D’ArtagnanmetióaFuretenlacuadracomió,seacostó,yaldíasiguiente,alamanecer,sepaseabaporelpuerto,omejordichosobrelasconchas.

LeCroisictieneunahuertadecincuentapiesyunatorredevigíaparecidaaunatortaenormeenunplato.

Tres o cuatro hombres permanecían en la pedregosa playa buscandocangrejos.

ElseñorAgnan,animadoslosojosdealegríayconlasonrisaenloslabios,seacercóalospescadores.

—¿Sepescahoy?—preguntó.

—Sí,señor—dijounodeellosyaguardamoslamarea.

—¿Dóndepescáis,amigos?

—Enlacosta,caballero.

—¿Ycuálessonlasbuenascostas?

—¡Ah!Según,alrededordelasislas,porejemplo.

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—Pero¿lasislasestánmuylejos?

—Nomucho;cuatroleguas.

—¡Cuatroleguas!¡Esoesunviaje!

ElpescadorseechóareírenlasbarbasdelseñorAgnan.

—Decidme—prosiguióéste con suneciacandidez—,a cuatro leguas sepierdedevistalacosta,¿verdad?

—Nosiempre…

—En fin… es lejos… bastante lejos, y, si no fuera por eso, os hubierapedidoquemellevaseisabordo;meenseñaseisloquejamáshevisto.

—Qué.

—Unpezdemarvivo:

—¿Soisdeprovincia?—preguntóunpescador.

—Sí,soydeParís:

Elbretónencogiósedehombrosydijo:

—¿HabéisvistoalseñorFouquetenParís?

—Muchasveces—respondióD’Artagnan.

—¿Muchas veces? —preguntaron los pescadores estrechando el cercoalrededordelparisiense—.¿Leconocéis?

—Unpoco,esíntimoamigodemiamo.

—¡Ah!—murmuraronlospescadores.

—Ye he visto todos sus castillos de SaintMandé;Vaux y su palacio deParís.

—¿Yesbonito?

—Soberbio.

—NotantocomoBelle-Île—replicóunpescador.

—¡Bah!—replicóelseñorAgnandandounacarcajadabastantedesdeñosaqueencolerizóalosconcurrentes:

—BienseadivinaquenohabéisvistoaBelle-Île—replicóelmáscuriosodelospescadores—.¿SabéisquetieneseisleguasyquehayallíárbolescomonosevenigualesenNantes?

—¡Árbolesenelmar!—exclamóD’Artagnan—.¡Quisieravereso!

—Pues es muy fácil; nosotros pescamos en la isla Hoedic…Venid con

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nosotros;desdeestelugarveréiscomounparaísolosárbolesnegrosdeBelle-Îleylalíneablancadelcastilloquecortacomounacuchillaelhorizontedelmar.

—¡Oh!Esodebeserencantador.Pero¿sabéisquehayciencampanariosenelcastillodelseñorFouquetenVaux?—dijoD’Artagnan.

El bretón levantó la cabeza admirado; pero no quedó convencido. ¡Ciencampanarios!—dijo—.Esigual;Belle-Îleesmáshermosa:¿Queréisverla?

—¿Esposible?—preguntóD’Artagnan.

—Sí,conlaveniadelgobernador.

—Peroyonoconozcoaesegobernador.

—YaqueconocéisalseñorFouquet,diréisvuestronombre.

—¡Oh!Amigosmíos,¡yonosoyuncaballero!

—TodoelmundoentraenBelle-Île—prosiguióelpescador—,contalquenosequieramalaBelle-Îleniasuseñor.

Unligeroescalofríorecorrióelcuerpodelmosquetero.

«Escierto»,pensóparasí.Yañadiódespués:

—Siestuviesesegurodenomarearme…

—Noseráaquí—dijoelpescadormostrandoconorgullosuhermosabarcadecóncavofondo.

—¡Vamos!Me convencéis—exclamóD’Artagnan—. Iré a verBelle-Île;perodesdelejos;porquenomedejaránentrar.

—Nosotrosbienentramos.

—¡Vosotros!¿Paraqué?

—¡Toma…!¡Paravenderpescadoaloscorsarios!

—¡Eh!¡Corsarios!

—El señor Fouquet ha hecho construir dos corsarios para dar caza a losholandesesyalosingleses,ynosotrosvendemospescadoalostripulantesdeesospequeñosnavíos.

«¡Caray… caray…! —pensó D’Artagnan—. Mejor que mejor… ¡Unaimprenta,baluartesycorsarios!Vamos,elseñorFouquetnoesflojoenemigo,comohabíasupuesto,yvalelapenadequeunosemuevaparaverladecerca».

—Alascincoymedianosmarchamos—añadiógravementeelpescador.

—Ospertenezcoynoosabandono.

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Enefecto,D’Artagnanvioquelospescadoreshablabandesusbarcosylospreparaban; lamar subió y el señorAgnan se dejó izar hasta bordo, no sinsimulartemorydarquereíralosgrumetes,queloacechabanconsusgrandeseinteligentesojos.

Tendiósesobreunaveladobladaencuatrodobleces,ydejóqueaparejasenyquelabarcasalieseaplenamar.

Lospescadores;quehacíansuoficioalmismotiempoquecaminaban,noadvirtieron que su pasajero no se había puesto pálido; ni había gemido nipadecido;nique,apesarde loshorriblescabeceosyvaivenesbrutalesde labarca, a la cual nadie daba dirección, el pasajero novicio había conservadotodasupresenciadeánimoysuapetito.

La pesca era bastante afortunada; las carpas y los lenguados ya habíanmordido en el cebo; congrios y truchas de un peso enorme habían roto doshilos,ytresanguilasdemarsearrastrabanporlacalaconestremecimientosdeagonía.

D’Artagnan les llevaba la fortuna,yasíse lodijeron.Elsoldadohallóeloficio muy divertido y puso mano a la obra, dando rugidos de alegría yrecortando¡pardiez!capacesdeasustarasusmismosmosqueteros,cadavezqueun sacudimientode la red iba adesgarrar losmúsculosde subrazoy asolicitarelempleodesusfuerzasydesuhabilidad.

Lapartedelplacerlehabíahechoolvidarlamisióndiplomática;yestandoenluchaconunterriblecongrioqueleobligabaaaferrarseconunamanoalbordedelabarcaafindeatraerconlaotraasuantagonista,ledijoelpatrón:

—CuidadononosveandesdeBelle-Île.

EstaspalabrashicieronenD’Artagnanigualefectoquelaprimerabalaquesilbaundíadebatalla;soltóelhiloyelcongrio,yambosdesaparecieronenelagua.

D’Artagnan acababa de divisar a unamedia legua de distancia la siluetaparduscayacentuadadelasrocasdeBelle-Île,dominadaporlalíneablancaysoberbiadelcastillo.

Ya lo lejos la tierra,consusbosquesy llanurasverdosas,dondepastabatranquilamenteelganado.

Esto fue lo primero que llamó la atención de nuestro hombre. El sollanzabasusrayosdeorosobreelmaryhacíagirarunpolvoresplandecientealrededordeaquella islaencantada.Gracias a esta luz resplandecienteno seveíanenellamásquelospuntosllanos,ytodasombracortabacondurezaelpañoluminosodelapraderaodelasmurallas.

—¡Eh,eh!—dijoD’Artagnanalaspectodeaquellasmasasderocasnegras

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—.Heaquí fortificacionesqueno tienenprecisióndeningún ingenieroparainquietarundesembarco. ¿Pordóndediablos sepuedebajaraesa tierraqueDioshadefendidotancompletamente?

—Poraquí—repusoelpatrón,cambiandolavelaeimprimiendoaltimónunasacudidaque llevóa lafalúaendireccióndeunlindopuerto, redondoyrecientementealmenado.

—¿Quédiantresveoallí?—preguntóD’Artagnan.

—VeisaLocmaria—lecontestóelpescador.

—¿Ymásabajo?

—ABangos.

—¿Ymásallá?

—Sauzon…Luego,elpalacio.

—¡Diablo,estoesunmundo!¡Ah!Allíhaysoldados.

—HaymilsetecientoshombresenBelle-Île,señor—dijoelpescadorconorgullo—. ¿Sabéis que la guarnición menos numerosa es de veintidóscompañíasdeinfantería?

«¡Pardiez!—se dijo D’Artagnan—.Muy bien podría SuMajestad tenerrazón».

Atracaron.

CapítuloLXVIII

Dondeseguramentesesorprenderáellector,comosesorprendióD’Artagnan,alencontrarseconunantiguoconocido

Enundesembarcosiemprehayuntumultoyunaconfusiónquenodejanalespíritu la necesaria libertad para estudiar al primer golpe de vista el nuevositioqueselepresenta.

Elmarineroagitado,elbuquemovible,elruidodelaguasobrelaarenaygritoseimpacienciadelosqueesperanenlaorilla;sonlosdistintosdetallesdeesasensaciónqueseresumeenunasolapalabra:vacilar.

Sólodespuésdehaberdesembarcadoydeestarunosminutosenlaorilla,vioD’Artagnanenelpuerto,principalmenteenel interiordelaisla,agitarseunmundodetrabajadores.

D’Artagnan reconoció las cinco chalanas cargadas de piedras que viera

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salirdelpuertodePiriac.Laspiedraserantransportadas,alaorillapormediodeunacadenaformadaporveinticincootreintacampesinos.

Estaspiedras,degranpreso,erancargadasencarretas,quelasconducíanal sitio de los trabajos, cuyo valor y extensión aún no podía apreciarD’Artagnan.

En todas partes reinaba una actividad igual a la que observó elmozo aldesembarcarenSalentum.

MuchasganasteníaD’Artagnandepenetrar,másadelante,peronopodía,sopenadehacerse sospechoso,dar lugar a ladesconfianza.Sóloadelantabapaulatinamente sin pasar apenas la línea que los pescadores formaban en laplaya,observando todo,nodiciendonada,ymarchandodelantede todas lassuposiciones que se pudiesen hacer con una pregunta estúpida o un saludocortés.

Entantoquesuscompañeroshacíansucomercio,ponderandoyvendiendosupescadoalosobrerosyhabitantesdelaisla,nuestrohombreganabaterrenopoco a poco, y viendo la poca atención que le prestaban, comenzó a fijarmiradasinteligentesysegurasenhombresycosasqueaparecíanasusojos.

Sus primerasmiradas se encontraron con excavaciones de terreno, sobrelasquenopodíaengañarseelojodeunsoldado.

En las dos extremidades del puerto, y para que los fuegos se cruzasensobre el eje, de la elipse que formaba, se habían levantado dos baterías,destinadas evidentemente a contener cañones, pues D’Artagnan vio a losobreros concluir las plataformas que debían sustentar las piezas para darlestodaslasdireccionesposibles.

Cercade cadaunade estasbaterías algunosoperarios llenabancestosdetierraparaelrevestimientodeotraqueteníatroneras;yundirectordetrabajosdirigíalosdeotrosoperariosqueformabanhacesderamajeycortabanrombosyrectángulosdecésped,destinadosacubrirloscortesdelastroneras.

A juzgar por la actividad desplegada en estos trabajos, podíaselesconsiderarcomoyaterminados;ysuponiendoquelaartilleríaestuvieseenlaisla,enmenosdedosotresdíaspodíaestarelpuertocompletamenteanillado.

LoqueasombróaD’Artagnancuandofijósuvistaenlasfortificacionesdela ciudad, fue ver que Belle-Île estaba defendida por un sistemacompletamentenuevo,delcualhabíaoídohablarmásdeunavezalcondedela Fère como de un gran progreso; mas del cual no había visto aún laaplicación.

EstasfortificacionesnopertenecíannialmétodoholandésdeMarollais,nialmétodofrancésdelcaballeroAntoniodeVille,sinoalsistemadeManesson

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Mallet,hábilingenieroqueseisuochoañosantes,habíadejadoelserviciodePortugalparaentraraldeFrancia.

Teníandenotables tales trabajos,queenvezde, elevarse fuerade tierra,comohacíanlosantiguosmurosdestinadosadefenderlaciudaddeunescalo,hundíanse,porelcontrario,yloqueconstituíalaalturadelasmurallaseralaprofundidaddelosfosos.

NonecesitóD’Artagnanmuchotiempoparareconocertodalasuperioridaddetalsistema,asalvodelospeligrosdelaartillería.

Y como los fosos estaban más bajos que el nivel del mar, podían serinundadospormediodeesclusassubterráneas.

Por lo demás, los trabajos hallábanse casi terminados, y un grupo detrabajadores,querecibíaórdenesdeunhombrequeparecíasereldirector,seocupabadecolocarlasúltimaspiedras.

Unpuenteechadosobreelfoso,paramayorcomodidaddelasmaniobras,uníaelinterioralexterior.

D’Artagnan preguntó con curiosidad si le sería permitido atravesar elpuente,ylerespondieronqueningunaordenseoponíaaello.

Portanto,D’Artagnanatravesóelpuenteyseadelantóhaciaelgrupo.EstegrupoestabamandadoporaquelhombrequeyahabíanotadoD’Artagnanyqueparecíaelingenierojefe.

Unplanosehallabaextendidosobreunapiedraenfigurademesa,ypasosmásalláfuncionabaunagrúa.

El ingeniero llevaba un jubón que por lo suntuoso, no armonizaba sutrabajo,puesmásrequeríaésteconeltrajedeunmaestroalbañilquedeldeunseñor.

Aquel hombre era de elevada estatura y anchos hombros, y llevaba unsombrero todo cubierto de plumas. Gesticulaba de una manera de las másmajestuosas,yparecía,porqueestabavueltodeespaldas,reñiralosoperariosporsudebilidadoporsuinercia.

D’Artagnan se iba acercando.En aquelmomento cesaba de gesticular elhombre del penacho. Con las manos apoyadas en las rodillas, seguíaencorvado los esfuerzos de seis obreros que intentaban levantar una piedralabrada a la altura de una barra demadera destinada a sostenerla, para quepudiesenpasarpordebajolacuerdadelagrúa.

Reunidos losseisoperariosenunsolo ladode lapiedra,unían todossusesfuerzos para levantarla ocho o diez pulgadas, sudando y resoplando,mientras otro acechaba la ocasión de meter el rodillo que debía soportarla.

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Masyalapiedraseleshabíaescapadodosvecesdelamanoantesdellegaraunaalturasuficienteparaserintroducidoelrodillo.

Nohayquedecirquecadavezqueselesescapabalapiedradabanunsaltoatrásafindeevitarqueensucaídalesaplastaselospies.

Hicieronunterceresfuerzo,sinmejoréxito,conmayordesaliento,apesarde que los seis obreros encorvados sobre la piedra eran animados por elhombre del penacho, que había articulado con voz poderosa la palabra«¡Ferme!»,iniciadoradetodaslasmaniobras.

Entoncesseincorporó,ydijo:

—¡Oh,oh!¿Quéesesto?¿Estoytratandoconhombresdepaja?¡Diablo!Quitaosdeahíyveréiscómosehaceesto.

—¡Pardiez! —dijo D’Artagnan. ¿Tendrá la pretensión de levantar esaenormeroca?Seríacurioso.Losobrerosapartáronsecon lasorejasgachasymoviendolacabeza,menoselqueteníaelmadero,quesedisponíaarealizarsuoficio.Elhombreelpenachoseaproximóalapiedra,seinclinó,deslizósusmanosbajolacaraquetocabaenelsuelo,atirantósusmúsculoshercúleos,yconunmovimientopausado,comoeldeunamáquina, levantó la trocaaunpiedelsuelo.

Eloperarioque teníaelmaderoaprovechólaventajaquese ledabaparadeslizarelrodillobajolapiedra.

—¡Ya lo veis! —dijo el gigante, no dejando caer la roca, sinososteniéndolasobresusoporte.

—¡Pardiez!—murmuróD’Artagnan—.Sóloconozcoaunhombrecapazdesemejanteesfuerzo.

—¿Eh?—dijoelcolosovolviéndose.

—¡Porthos!—exclamóD’Artagnanestupefacto—.¡PorthosenBelle-Île!

El hombre del penacho fijó sus ojos en el supuesto mayordomo, y lereconocióapesardesudisfraza.

—¡D’Artagnan!—gritó,poniéndoseencendido—.

—¡Chitón!—dijoaD’Artagnan.

—¡Chitón!—contestóelmosquetero.

En efecto, si Porthos acababa de ser descubierto por D’Artagnan, ésteacababadeserdescubiertoporPorthos.

Apesar,delinterésdesusecreto,elprimermovimientodeestoshombresfueecharseenbrazosunodeotro.

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Lo que deseaban ocultar a los concurrentes no era su amistad, sino susnombres.

Perodespuésdelabrazovinolareflexión.

—¿Porquédiantres estáPorthos enBelle-Îley levantapeñascos?—dijoD’Artagnanparasí.

Menosdiestroendiplomaciaquesuamigo,Porthospensóenvozalta:

—¿PorquédiablosestáisenBelle-Île?¿Quévenísahaceraquí?

Necesarioerarespondersinvacilar.VacilarenresponderaPorthoshubierasido descalabro de que jamás se habría podido consolar el amor propio deD’Artagnan.

—¡Diantre!Amigomío,estoyenBelle-Îleporqueestáisvos.

—¡Ah!—dijoPorthosvisiblementeaturdidodelargumentoypretendiendocomprenderloconaquellalucidezdededucciónqueyaconocemosenél.

—Sinduda—prosiguióD’Artagnan,quenoqueríadartiempoasuamigoparaquecavilase—.IrleidoaveraPierrefonds.

—¿Deveras?

—Sí.

—Ynomehabéisencontradoallí.

—No;peroencontréaMosquetón.

—¿Yestábien?

—¡Diantre!

—Pero¿oshadichoMosquetónqueyoestabaaquí?

—¿Porquénomeloibaadecir?¿HedesmerecidoacasoenlaconfianzadeMosquetón?

—No;peroélloignoraba.

—¡Oh!Esaesunarazónquenadatienedeofensiva,paramiamorpropioporlomenos.

—Pero¿cómohabéishechoparaencontrarme?

—¡Caray, amigo! Un gran señor, como vos, siempre deja huellas de supaso,ymeestimaríayomuypocosinosupieseseguirlapistaamisamigos.

Pormáslisonjeraquefueraestaexplicación,nosatisfizocompletamenteaPorthos,quedijo:

—Peroyonohepodidodejarhuellas,viniendodisfrazado.

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—¡Ah!¿Habéisvenidodisfrazado?—preguntóD’Artagnan.

—Sí.

—¿Ycómo?

—Demolinero.

—Porthos,unseñorcomovos,¿puedeafectarmanerasordinariashastaelpuntodeengañaralagente?

—Puesosjuro,amigomío,quetodoelmundosehaengañado:¡tanbienhedesempeñadomipapel!

—Peronotanbienqueyonooshayadescubierto.

—Justamente.¿Ycómomehabéisdescubierto?

—Esperad;voyarelataroslacosa.ImagináisqueMosquetón…

—¡Ah!Esese tunodeMosquetón—dijoPorthosplegando losdosarcosdetriunfoqueleservíandecejas.

—Fieroesperad…AquínohayfaltaningunadeMosquetón,puestoqueélmismoignorabadóndeestuvieseis.

—Sinduda,yporesotengotantasganasdecomprender.

—¡Oh!¡Cuánimpacientesois,Porthos!

—¡Cuandonocomprendosoyterrible!

—Vaisacomprender.AramisoshaescritoaPierrefons,¿noescierto?

—Sí.

—Oshaescritoquellegaseisantesdelequinoccio.

—Cierto.

—Pues bien claro está —dijo D’Artagnan, confiando que esta razónbastaríaaPorthos.

Porthosparecíaentregadoaunintensotrabajodecomprensión.

—¡Oh! Sí—dijo—, ya comprendo. ComoAramisme decía que llegaseantes del equinoccio; habéis entendido que era para unirme a él. Os habéisenterado dónde estaba Aramis, diciéndoos: «Donde esté Aramis, estaráPorthos». Habéis sabido que Aramis está en Bretaña, y os habéis dicho:«PorthosestáenBretaña».

—¡Justamente! En verdad que no sé cómo os habéis hecho adivino,Porthos. Ya comprendéis entonces. Al llegar a la Roche Bernard supe losbellos trabajos de fortificación que se hacían en Belle-Île, y picada mi

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curiosidadmemetí enunbarcopesquero sin saberdeciertoqueestuvieseisaquí.Hevenido,hevistounbuenmozoque removíaunapiedra incapazdemoverlaelmismoÁyax,yhegritado:«NadiemásqueelbaróndeBracieiuxescapazdesemejanteesfuerzo».Mehabéisoído,oshabéisvuelto,mehabéisreconocido,noshemosabrazado,ysiosparece,amigo,nosabrazaremosotravez.

—Heahícómoseexplicatodo,enefecto—dijoPorthos.

YabrazóaD’Artagnanconamistadtangrande,queelmosqueteroperdiólarespiración,durantealgunosminutos.

—Vamos,vamos,másfuertequenunca—dijoD’Artagnan—,yfelizmentesiempre de los brazos. Durante el tiempo en que D’Artagnan perdiera larespiraciónhabíareflexionadoqueteníaquerepresentarunpapelmuydifícil.Tratábasedepreguntarsiempre,sinrespondernunca.

Cuandolevolviólarespiración,yateníaformadosuplandecampana.

CapítuloLXIX

DondelasideasdeD’Artagnan,confusasalprincipio,empiezanaaclararsealgúntanto

Elmosqueterotomóalmomentolaofensiva.

—Ahora,queyaoslohedichotodo,queridoamigo,omásbienquetodolohabéisadivinado,decidmequéhacéisaquícubiertodepolvoylodo.

Porthosselimpiólafrente,y,mirandoalrededorconorgullo,dijo:

—¡Meparecequeyapodéisverloquehago!

—¡Sinduda…!Veoquelevantáispiedras.

—¡Oh!¡Paraenseñaraesosharaganes loqueesunhombre!—murmuróPorthoscondesprecio—.Yacomprenderéis.

—¡Sí!Peronotenéisporoficiolevantarpiedras,aunquehayamuchosquelo tenganyno las levantencomovos.Estoes loquemehacíapreguntaros:«¿quéhacéisaquí,barón?».

—Estudiotopografía,señor.

—¿Estudiáistopografía?

—Sí,perovosmismo,¿quéhacéisconese trajedepaisano?D’Artagnancomprendió que había cometido una falta dejándose llevar por la sorpresa.

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Porthossehabíaaprovechadodeellapararesponderconunapregunta.

Feamente,D’Artagnanlaaguardaba,ydijo:

—Ya sabéis que soy paisano, por consiguiente, nada tiene de extraño elvestido,porqueestádeacuerdoconmicondición.

—¡Cómoeseso!¡Vos,unmosquetero!

—Yanolosoy,mibuenamigo;presentéladimisión.

—¿Yhabéisabandonadoelservicio?

—Loheabandonado.

—¿Yhabéisdejadoalrey?

—Justamente.

Porthos levantó los brazos al cielo, como quien escucha una noticiainesperada.

—¡Oh!Esosíquemeconfunde—dijo.

—Puessin,embargo,asíes.

—¿Quéoshamotivadoadeterminareso?

—Elreymedisgustó,Mazarinomedisgustabahacíamuchotiempo,comosabéis,yheahorcadolacasaca.

—PeroMazarinohafallecido.

—¡Bienlosé,pardiez!Peroenlaépocadesumuerteyahacíadosmesesqueestabapresentadayaceptadamidimisión;estandoentonces librecorríaPierrefonds, para, ver a mi querido Porthos; había oído hablar de la felizdivisiónqueteníahechadeltiempo,ypensabadistribuirelmíoconelvuestrounaquincenadedías.

—Amigomío,yasabéisquemicasaestáabiertaparavos,noporquincedías,sinoporunaño,pordiez,oportodalavida.

—Gracias,Porthos.

—¿Yno tenéis necesidad de dinero?—preguntóPorthos haciendo sonarunoscincuentaluisesqueencerrabaensubolsa—.¡Entalcaso,yasabéis…!

—No,nonecesitonada;hepuestomisahorrosencasadePlanchet,quemedauninterésporellos.

—¿Vuestrosahorros?

—Sin duda—dijoD’Artagnan. ¿Por qué no queréis que haya ahorrado,comootrocualquiera?

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—¡Yo! Yo no deseo eso; al contrario, siempre os he sospechado… Esdecir,AramisoshasupuestosiemprealgunosahorrillosYonomemezcloenesaclasedeasuntos;peroloqueúnicamentepresumoesquelosahorrosdeunmosqueteronoserángrancosa.

—Sinduda…Paravos,quesoismillonario…Enfin,voyahaceros juezdelasunto.Yoteníaporunaparteveinticincomillibras…

—Bonitacantidad—dijoPorthosconaireafable.

—Y—continuóD’Artagnan— el 28 delmes último, he añadido a ellasotrasdoscientasmil.

Porthos abrió unos ojos que interrogaban elocuentemente almosquetero:«¿dóndediabloshabéisrobadosemejantesuma,queridoamigo?».

—¡Doscientasmillibras!—murmuróalfin.

—Sí…Queconveintemil que traigo encima,mecompletanun total dedoscientascincuentamillibras:

—Peroveamos,¿dedóndeosvieneesafortuna?

—¡Ah!Yaoscontarélacosamástarde;amigomío;perocomo,vostenéisquedecirmemuchascosas,dejemosmirelatoparaluego.

—¡Bravo!—dijoPorthos—.Yatodossomosricos.Pero¿quéteníayoquecontaros?

—TeníaisquecontarmecómoAramishasidonombrado…

—¡Ah!¿ObispodeVannes?

—Sí—dijoD’Artagnan—,obispodeVannes.¿Sabéisqueprogresaensucarrera?

—¡Oh!¡Sí,sí!Sincontarquenopararáahí.

—¡Cómo!¿Suponéisquenosecontentaráconlasmediasmoradasyqueaspiraráalsombrerorojo?

—¡Chitón!Esolehasidoprometido.

—¡Bah!¿PorSuMajestad?

—Poralguienmáspoderosoqueelrey.

—¡Diablos!

—Porthos,¡medecíscosasincreíbles,amigo!

—¿Por qué increíbles? ¿Acaso no ha habido siempre en Francia alguienmáspoderosoqueelrey?

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—¡Oh!Ciertamente.EntiempodeLuisXIIIeraelduquedeRichelieu;entiempodelaregenciaeraelseñorMazarino;entiempodeLuisXIV…

—¡Vamos!

—ElseñorFouquet.

—Lohabéisnombradodeuntirón.

—¿DemodoqueelseñorFouquethaprometidoelcapeloaAramis?

Porthosasumióunairedereserva,ydijo:

—Querido amigo;Diosme libre deocuparmede los asuntosdeotros, ysobre todo de revelar secretos que pueda haber interés en ocultar. CuandoveáisaAramis,élosdiráloquecreaquedebadeciros.

—Enverdad,Porthos,nohablemosmásdeeso,yvolvamosavos.

—Sí—contestóPorthos.

—¿Nomehabíaisdichoqueestabaisaquíparaestudiartopografía?

—Ciertamente.

—¡Pardiez!Amigomío,¡quélindascosashacéis!

—¿Cómoeseso?

—¡Caray!¡Estasfortificacionessonadmirables!

—¿Esesevuestroparecer?

—Sin duda; y poco menos que un sitio en toda regla. Belle-Île esinexpugnable.

Porthossefrotólasmanos.

—Esaesmiopinióndijo.

—Pero¿quiéndiabloshafortificadoasíestabicoca?Porthossepavoneó.

—¿Nooslohedicho?

—No.

—¿Ynoloadivináis?

—No;todoloquepuedodeciresquesindudasetratadeunhombrequehaestudiadotodoslossistemas,ymeparecequesehafijadoenelmejor.

—¡Chitón! —dijo Porthos—. Contemplad mi modestia, amigoD’Artagnan.

—¡Deveras!—respondióelmosquetero—.Seréisvos…quien…¡Oh!

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—Porfavor,amigomío.

—Vos habéis imaginado, planeado y combinado estos baluartes, estosreductos,estascortinas,estasmediaslunas;¿yquiénhapreparadoestecaminocubierto?

—Osruego…

—¿Vos quien ha edificado esta luneta con sus ángulos entrantes ysalientes?

—PorDios…

—¿Vos quien dio esta inclinación a los cortes de las troneras, con cuyoauxilioseprotegerántaneficazmentelosquesirvanlaspiezas?

—¡Oh!DiosSanto,sí.

—¡Oh!Porthos,Porthos,esprecisoinclinarseantevos;perosiemprenoshabéisocultadoesehermosogenio,yespero,amigo,quemeenseñaréistodoendetalle.

—Nadamásfácil;aquíestámiplano.

—Enseñádmelo.

PorthoscondujoaD’Artagnanhacíalapiedraqueleservíademesa,dondepermanecíaelplanoextendido.

Debajo de este plano estaba escrito lo siguiente, con aquella formidableletradePorthosdequeyahemostenidoocasióndehablar:

Envezdeservirosdelcuadradoodelrectángulo,comosehahechohastahoy,supondréislaplazaenunhexágonoregular,polígonoquetienelaventajadepresentarmásángulosqueelcuadrilátero.Cadaladodelhexágono,delquedeterminaréislalongitudenrazóndelasdimensionestomadassobrelamismaplaza, serádivididoendospartes iguales;enelpuntomedio levantaréisunaperpendicularhaciacentrodelpolígono,quetendrádelongitudlasextapartedel lado. Por las extremidades de cada lado del polígono trazaréis dosdiagonales qué irán a cortar la perpendicular. Las dos rectas formarán laslíneasdedefensa.

—¡Diablo!—dijoD’Artagnandeteniéndoseenestepuntodedemostración—.¡Estoesunsistemacompleto,Porthos!

—Completísimo—repusoPorthos—.¿Queréiscontinuar?

—No,yaheleídobastante;ypuestoquesoisvos,queridoPorthos,quiendirigelostrabajos,¿quénecesidadtenéisdeestablecerelsistemaporescrito?

—¡Oh,amigo!¡Lamuerte!

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—¿Cómolamuerte?

—¡Claro!¿Nosomostodosmortales?

—Esverdad—dijoD’Artagnan—;atodohabéisrespondido,amigomío.

Ycolocóelplanosobrelapiedra.

Mas,porpocotiempoquelotuvieraenlasmanos,pudodistinguirbajolaenormeletradePorthosotramuchomásfinaquelerecordabaciertascartasaMaríaMichon,deque tuvoconocimientoen su juventud.Sóloque lagomahabíapasadoyrepasadosobreesaletra,quehubieraescapadoaunojomenospenetrantequeeldenuestromosquetero.

—¡Bravo,amigomío!—dijoD’Artagnan.

—Ahora ya sabéis todo lo que queríais saber, ¿no es verdad? —dijoPorthoscontoneándose.

—¡Oh!Sí,sí;sóloospidoelúltimofavor,amigo.

—Hablad,yosoyaquíelamo.

—Hacedmeel favordedecir elnombredeaquel señorque sepaseaporalláabajo.

—¿Dóndeesalláabajo?

—Detrásdelossoldados.

—¿Seguidodeunlacayo?

—Sí.

—¿Encompañíadeunaespeciedebergantevestidodenegro?

—Esemisma.

—ElseñorGétard.

—¿YquiéneselseñorGétard,querido?

—Elarquitectodelacasa.

—¿Dequécasa?

—DelacasadelseñorFouquet.

—¡Ah,ah!—exclamóD’Artagnan—.¿Conquesoisde lacasadelseñorFouquet,Porthos?

—¡Yo! ¿Por qué decís eso?—dijo el topógrafo, ruborizándose hasta laextremidadsuperiordelasorejas.

—¡Vaya!DecíslacasahablandodeBelle-Île,comosihablaraisdelcastillo

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dePierrefonds.

Porthossepellizcóloslabios.

—Amigo—dijo—;Belle-ÎleesdelseñorFouquet,¿noesverdad?

—Sí.

—ComoPierrefondsesmío.

—Sinduda.

—¿VenísdePierrefonds?

—Yaoshedichoqueestuveenélaunnohacedosmeses.

—¿Ynohabéis visto a un señor que tiene la costumbrede pasearse conunareglaenlamano?

—No;maslohabríavistosienefectosehubieraestadopaseando.

—¡Puesbien!EseeselseñorBoulingrin.

—¿YquiéneselseñorBoulingrin?

—Allá voy. Si cuando ese señor se pasea con la regla en la mano mepregunta alguno: «¿quién es el señor Boulingrin?». Yo le contesto: «elarquitectode lacasa».Puesbien, el señorGétardeselBoulingrindel señorFouquet; pero no tiene que ver nada con las fortificaciones, que mecorrespondenamísolo,¿entendéis?Nadaabsolutamente.

—¡Ah,Porthos!—murmuróD’Artagnandejandocaerlosbrazoscomosuvencida que con la espada—. ¡Ah! Amigo mío, no sois únicamente untopógrafohercúleo,sinotambiénundialécticodeprimerorden.

—¿No es cierto —respondió Porthos—, que está todo poderosamenterazonado?

Y sopló, como el congrio que aquella mañana había dejado escaparD’Artagnan.

—Decidme—prosiguióelmosquetero—,yesebergantequeacompañaalseñorGétard,¿estambiéndelacasadelseñorFouquet?

—¡Oh!—dijoPorthoscondesprecio—.Eseesun tal Jupeneto Juponet;unaespeciedepoeta.

—¿Quedeseaestablecerseaquí?

—Creoquesí.

—YopensabaqueelseñorFouquetteníabastantespoetasallá…Scudéry,Loret,Pelisson,LaFontaine.Sioshededecirlaverdad,Porthos,talpoetaosdeshonra.

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—Loquenossalva,amigomíoesquenoestáaquícomopoeta.

—¿Puescómoestá?

—Como impresor, y me hacéis pensar en que tengo que decirle unapalabraaesepedante.

—Decidla.

PorthoshizounaseñaaJupenet,quehabíareconocidoaD’Artagnanynosedabaprisaenacercarse.

EstocondujonaturalmenteaunasegundaseñadePorthos, lacualeradetalmodoimperativa,quefueprecisoobedecer.

—¡Cómo! —repuso Porthos—. ¿Habéis desembarcado ayer y ya estáishaciendodelasvuestras?

—¡Cómo,señorbarón!—preguntótemblandoJupenet.

—Vuestraprensahahechoruidotodalanoche,señormío—dijoPorthos—,ynomehabéisdejadodormir.¡Cuerno!

—Señor…—objetótímidamenteJupenet.

—Nadatenéisqueimprimiraúny;porconsiguiente,nodebéishacerandarlaprensa.¿Quéhabéisimpresoestanoche?

—Señor,unapoesíaalgoligeraescritapormí.

—¡Ligera!¡Vamos;señor, laprensachillabaqueeraunalástima!Quenovuelvaasucedereso,¿oís?

—Bien,señor.

—¿Meloprometéis?

—Loprometo.

—Puesporestavezosdispenso.¡Idos!

El poeta se retiró con lamisma humildad de que había dado pruebas alacercarse.

—¡Ea!Yaquehemosechadounapelucaaestetunante,almorcemos—dijoPorthos.

—Sí—dijoD’Artagnan—,almorcemos.

—Sólo os haré observar—dijo Porthos— que no tenemosmás que doshorasparanuestrodesayuno.

—¡Quéselevahacer!

—Trataremos de aprovecharlas. Pero ¿por qué no tenemosmás que dos

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horas?

—Porquelamareasubealauna,yconlamareasalgoparaVannes.Mascomovuelvomañana, os quedaréis enmi casa y seréis el amo.Tengo buencocineroybuenabodega…

—Perono—repusoD’Artagnan—,hayunacosamejor.

—¿Qué?

—¿DecísquevaisaVannes?

—Indudablemente.

—¿ParaveraAramis?

—Sí.

—Puesbien,yohevenidoexpresamenteparaveraAramis…

—Escierto.

—Marcharéconvos.

—¡Toma!Esoes.

—SóloquedebíaempezarporveraAramisyluegoavos.PeroelhombreproponeyDiosdispone;comenzaréporvosyacabaréporArarais.

—Perfectamente.

—¿YencuántashorasvaisdesdeaquíaVannes?

—¡OhSantoDios!En seis horas.Tres pormarde aquí aSarzeauy treshorasdecaminodesdeSarzeauaVannes.

—¡Quécómodoeseso!¿YcuántasvecesvaisaVannesestandotancercadelobispado?

—Unavezala,semana.Peroaguardadquerecojamiplano.Porthoscogióelplano,loenrollóconcuidadoylosepultóensubolsillo.

—Bueno—dijoaparteD’Artagnan,meparecequeyaséahoraquiéneselingenieroquefortificaaBelle-Île.

Dos horas después había subido la marea, y Porthos y D’Artagnan seencaminabanaSarzeau.

CapítuloLXX

ProcesiónenVannes

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La travesía deBelle-Île a Sarzeau se hizo conmucha rapidez,merced aunode losbuquescorsariosdequehabíanhabladoaD’Artagnandurantesuviaje,yque,destinadosadarcaza,seabrigabanmomentáneamenteenlaradadeLocmaria,desdedondeunodeellos,conlacuartapartedesutripulación,hacíaelservicioentraBelle-Îleyelcontinente.

D’ArtagnantuvoocasióndepersuadirsedequePorthos;aunqueingenieroytopógrafo,noestababienenteradodelossecretosdelEstado.

Su perfecta ignorancia hubiera pasado por un prudente disimulo paracualquier otro. Pero D’Artagnan conocía muy bien todos los pliegues yreplieguesdesuPorthos,parano,descubrirunsecretoenél,silohabía,comolos antiguos dependientes de un establecimiento saben buscar con los ojoscerradoscualquiergéneroqueselespida.

Y si D’Artagnan nada había encontrado plegando y desplegando a suPorthos,eraporquerealmentenohabíanada.

—Ea—dijoD’Artagnan—.Yo sabrémás enVannes enmedia hora quePorthoshasabidoenBelle-Îleendosmeses;masafindequeyosepaalgunacosa,importaquePorthosnousedelaúnicaestratagemaparaqueleconozcodisposición.EsmenesterquenoprevengaaAramisdemillegada.

Todos loscuidadosdelmosqueterose limitaron,pues,porelmomento,avigilaraPorthos.

Y, apresurémonos a decirlo Porthos no merecía aquella desconfianzaexcesiva. Porthos no pensaba de ningún modo nada malo. Tal vez, alencontrarse,D’Artagnan lehabía inspiradoalgunadesconfianza,mascasi alpropiotiempoD’Artagnanhabíareconquistadoenaquelbondadosoyvalientecorazón el lugar que siempre había ocupado, y ni la más ligera nubeobscurecíalamiradadePorthos,alfijarladevezencuando,concariñosobresuamigo.

AldesembarcarinformósePorthosdesileaguardabansuscaballos;y,enefecto, losdivisóen laencrucijadadelcaminoqueda lavueltaalrededordeSarzeau,yquesinatravesarestaciudadconduceaVannes.

Loscaballoserandos:unadelseñorBarónyotrodesuescudero.PorquePorthos tenía un escudero desde queMosquetón usaba del carricoche comoúnicomediodelocomoción.

D’Artagnan aguardaba que Porthos se decidiera a enviar delante a suescuderoenuncaballoparatraerotro,proponiéndosecombatirtalpropósito;pero nada de lo que se presumió D’Artagnan sucedió. Porthos mandósimplemente al servidor que echase pie a tierra y que esperara su vuelta enSarzeau,mientrasD’Artagnanmontabaensucaballo.Locualfueejecutado.

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—Sois hombre precavido, amigo Porthos—dijoD’Artagnan a su amigocuandoseviomontadoenelcaballodelescudero.

—Sí, pero este es un obsequio de Aramis, pues yo no tengo aquí mistrenes.Aramishapuestosuscuadrasamidisposición.

—Buenos caballos; ¡diantre! Caballos de obispo —dijo D’Artagnan—.CiertoqueAramisesunobispomuyparticular.

—Santohombre—respondióPorthoscontonocasigangosoyalzandolosojosalcielo.

—Entoncesestámuycambiado—repusoD’Artagnan—,porquenosotroslohemosconocidomedianamenteprofano.

—Lagracialehatocado—dijoPorthos.

—¡Bravo!—contestó D’Artagnan—. Eso redoblami deseo de ver a miamigoAramis.

Ymetióespuelaalcaballo,queloarrastróconnuevarapidez.

—¡Pardiez!—dijoPorthos—.Sivamosaestepaso,enunahoraharemoselcaminodedos.

—¿Paracuántasleguas?

—Cuatroymedia.

—Seráirabuenpaso.

—Hubierapodido,amigomío,hacerosembarcarenelcanal,querido;perocuandounopuedeponerunbuencorcelentre lasrodillas,másvaleestoqueremerosyquecualquierotromedio.

—Es,verdad,Porthos.¡Yvos,sobretodo,quesiempreestáismagníficoacaballo!

—Unpocopesado,amigomío;últimamentemehepesado.

—¿Ycuántopesáis?

—¡Trescientas!—contestóPorthosconorgullo.

—¡Bravo!

—Demodoquemeveoobligadoaescogercaballoscuyolomosealisoyancho,puesdeotromodolosrevientoendoshoras.

—Sí,caballosdegigante,¿noescierto,Porthos?

—Sois muy bueno, amigo mío —replicó el ingeniero con afectuosamajestad.

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—Efectivamente—repusoD’Artagnan—,meparecequeyasudavuestramontura.

—¡Claro!¡Cómoquehacecalor!¡Ah!¿VeisaVannesahora?

—¡Sí,muybien!Esunabonitaciudad,alparecer.

—SegúnAramis,encantado;yo,porlomenos,laencuentronegra;parecequelonegroesmuybelloparalosartistas.Mehellevadochasco.

—¿Porqué,Porthos?

—PorquehehechoblanquearmicastillodePierrefonds,queestabagrisdevejez.

—Enefecto—dijoD’Artagnan—,elblancoesmásalegre.

—Peromenosaugusto;comomehadichoAramis.Felizmente,hayquienvendapinturanegra,yharédarunamanodeellaaPierrefonds.Sielgrisesbello,yacomprenderéisqueelnegrodebesersoberbio.

—¡Diantre!—dijoD’Artagnan—.Esomeparecelógico.

—¿NohabéisvenidojamásaVannes,D’Artagnan?

—Jamás.

—¿Entoncesnoconoceréislaciudad?

—No.

—Puesbien,mirad—repusoPorthosalzándosesobrelosestribos,locualhizovacilareldelanterodesucaballo—;¿veisalláenelsolunaflecha?

—Sí.

—Eslacatedral.

—¿Cómosellama?

—SanPedro.Miradahoraalaizquierda,enelarrabal.¿Veisunacruz?

—Sí,laveo.

—Es San Paterno, la parroquia predilecta de Aramis. Duda, pues SanPaternopasaporhabersidoelprimerobispodeVannes.VerdadesqueAramispretendequeno,y comoél es tan sabio,bienpudiera ser esounapara,unapara…

—Paradoja—dijoD’Artagnan.

—Esoes.Semetrababalalengua.

—Amigo mío —dijo D’Artagnan—, os suplico continuéis vuestrainteresante demostración. ¿Qué es ese grande edificio blanco plagado de

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ventanas?

—¡Ah!Elcolegiodelosjesuitas.Buenamanotenéis,querido.¿Veiscercadel colegio una gran casa con campanarios y torrecillas, de hermoso estilogótico,comodiceesebrutodeseñorGétard?

—Sí,laveo;¿yqué?

—QueesdondehabitaAramis.

—¡Cómo!¿Noviveenelobispado?

—No; el obispado está ruinoso; además, está en la ciudad y Aramisprefierelosarrabales.PoresoosdecíayoquegustatantodeSanPaterno,puesSanPaternoestáenelarrabal.Además,enestemismobarriohayunpaseo,unjuegodepelotayunacasadedominicos,queesaquellaqueelevaalcielosulindocampanario.

—Perfectamente.

—Yyaveisqueelbarrioescomounaciudadaparte; tienesusmurallas,sus torres y sus fosos. El muelle llega hasta aquí, y por tanto los buquestambién.Sinuestrocorsarionocalaseochopiesdeagua,hubiéramosllegadoavelasdesplegadashastalasventanasdeAramis.

—Porthos, Porthos —dijo D’Artagnan—, sois un pozo de ciencia, unafuentedereflexionesingeniosasyprofundas.Yanomesorprendéis,Porthos;meconfundís.

—Yahemosllegado—observóPorthos,mudandodeconversaciónconsumodestiaordinaria.

—Y ya era tiempo—pensó D’Artagnan—, porque el caballo se derritecomosifuesedehielo.

Casienelmismoinstanteentraronenelarrabal;peroapenasanduvieroncien pasos quedaron asombrados al ver las calles cubiertas de hojas y deflores.

De las viejas murallas de Vannes pendían las más antiguas y extrañastapiceríasdeFrancia.

Delosbalconesdehierrocaíanlargospañosblancossalpicadosderamosdeflores.

Las calles estaban desiertas; conocíase que toda la población se habíareunidoenunpunto.

Laspersianasestabancorridas,yelfrescopenetrabaenlascasasalabrigodelascolgaduras,quecausabandensassombrasnegrasentresussalientes,ylasparedes.

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Alvolver lacalle,unoscánticoshirieronrepentinamente losoídosde losreciénllegados.Unamuchedumbrevestidacomodedíadefiestaaparecióaltravésdelosvaporesdeinciensoquesubíanalcieloenazuladoscopos,ylasnubesdehojasderosarevoloteabanhastalospisosprincipales.

Por encima de las cabezas se divisaban la cruz y las banderas, signossagradosdelareligión,ydebajodeestascrucesybanderas,comoprotegidasporellas,todounmundodejóvenescontrajesblancosycoronadasdeaciano.

Porambosladosdelacalle,encerrandoelcortejo,marchabanlossoldadosdelaguarnición,conramilletesenloscañonesdesusfusilesyenlapuntadesuslanzas.

Eraunaprocesión.

EntantoqueD’ArtagnanyPorthosmirabanconfervordebuengustoqueocultaba la extremada impaciencia de seguir adelante, se acertaba un paliomagníficoprecedidodecien jesuitasyciendominicos,acompañadopordosarcedianos,untesorero,unpenitenciarioydocecanónigos.

Un sochantre de voz aterradora, un sochantre escogido entre todas lasvoces de Francia, como entre todos los gigantes del imperio se escogía eltambormayor de laGuardia Imperial, escoltado por otros cuatro sochantresque sólo le servían de acompañamiento, hacía resonar los aires y vibrar losvidriosdetodaslascasas.

Bajo el palio aparecía un rostro pálido y noble, de ojos negros, cabellosnegrosmezcladosdehilosdeplata,bocafinaybarbaprominenteyangulosa.Esta cabeza, llena de graciosa majestad, estaba adornada con la mitraepiscopal, que ledaba, ademásdel carácterde soberanía, el del ascetismoymeditaciónevangélica.

—¡Aramis!—murmuróinvoluntariamenteelmosqueterocuandopasóasuladoestacabezaaltiva.ElpreladoestremecióseyparecióhaberoídoaquellavozcomounmuertoresucitadooyelapalabradelSalvador.

Levantósusgrandesojosy losdirigiósinvacilaral sitiodedondehabíasalidolaexclamación.

DeunamiradavioaPorthosyaD’Artagnanasulado.

D’Artagnan,porsuparte,graciasa lapenetracióndesumirada, lohabíavisto y comprendido todo. La fisonomía del prelado había entrado en sumemoriaparanosalirdeellajamás.

UnacosaprincipalmentehabíallamadolaatencióndeD’Artagnan.Aramissehabíasonrojadoalverlo,yalmismotiempohabíareconcentradobajosuspárpadoselfuegodelamiradadelSeñoryelafectodelamiradadelamigo.

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EraevidentequeAramissehabíahechoestapregunta:

«¿Por qué D’Artagnan está aquí con Porthos y qué viene a hacer enVannes?».

Aramis comprendió todo lo que pensaba D’Artagnan, fijando en él sumiradayviendoquenobajabalosojos.

Conocíalapenetracióndesuamigoysutalento,ytemíadejaradivinarelsecreto de su rubor y de su sorpresa. Siempre era elmismoAramis con unsecretoqueguardar.

Paraconcluir,portanto;conaquellamiradadeinquisidorqueeraprecisohacerbajaratodotrance,comoatodotranceapagaungenerallosfuegosdeunabateríaque leestorba,Aramisextiendesu lindamanoblanca,en lacualbrilla laamatistadelanillopastoral,hiendeelaireconelsignodelacruz,ylanzasubendiciónalosdosamigos.

PeroD’Artagnan,talvezdistraídoypensativo,eimpíoapesarsuyo,noseinclinó ante la bendición santa;mas Porthos, que vio su distracción; apoyóamigablementelamanoenelhombrodesuamigo,yloagachóalsuelo.

D’Artagnanvacilóylefaltópocoparacaerdebruces.

EntretantoyahabíapasadoAramis.

D’Artagnan,lomismoqueAnteo,nohizomásquetocarentierra;yluegoseenderezóhaciaPorthos,muydispuestoaenfadarse.

PeronohabíaqueequivocarsesobrelaintencióndelvalienteHércules;loquelehabíaanimadofueunsentimientodebienparecerreligioso.

—Es admirable —dijo— que nos haya echado una bendición sólo anosotrosdos.Decididamenteesunsanto.

D’Artagnan,menosconvencidoquePorthos,nocontestó.

—Yaveis,queridoamigo—continuóPorthos—,Aramisnoshavisto,yenvezdeseguirmarchandoalpasodeprocesión,comohacía,vamásdeprisa.Mirad cómo el cortejo acelera el paso; sin duda ese querido Aramis estáansiosodevernosyabrazamos.

—Esverdad—dijoD’Artagnanenvozalta.

Peroañadió enseguidapara sí: «Siempre tendremosqueese zorromehavisto,yquedispondrádetiempoparaprepararsearecibirme».

Laprocesiónhabíapasado,elcaminoestabalibre,yD’ArtagnanyPorthosmarcharon; derechos al palacio episcopal, que rodeaba una muchedumbrenumerosa,paraverentraralprelado.

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D’Artagnan notó que estamultitud se componía, especialmente de gentedel pueblo y demilitares, y en la naturaleza de estos partidarios conoció ladestrezadesuamigo.

Efectivamente,Aramis no era hombre que buscase la popularidad inútil.Pocoleimportabaseramadodegentesqueparanadalesirvieran.

Diez minutos después que ambos amigos habían pasado el umbral delobispado,entróAramiscomountriunfador:lossoldadoslepresentabanarmascomoaunsuperior,yelpueblo lesaludabacomoauncompañeromásbienquecomoaunjefereligioso.

Enelmismoumbraltuvounaconferenciademediominutoconunjesuitaque,parahablarlemásdiscretamentemetiólacabezadebajodelpalio.

Luegoentróensucasa;laspuertassecerraronlentamente,ylamultitudsemarchómientrasquetodavíaresonabanloscánticosreligiosos.

Era aquel un día espléndido; había perfumes terrestres mezclados a losperfumesatmosféricosymarinos.Laciudadrespirabafelicidadyfuerza.

D’Artagnan sintió cómo la presencia de una mano invisible que habíacreadoaquellafuerza,gozoyfelicidad,derramandoperfumesportodaspartes.

«¡Oh!—pensó—.Porthoshaengordado,peroAramishacrecido».

CapítuloLXXI

SuIlustrísimaelobispodeVannes

Los dos amigos habían entrado en el palacio episcopal por una puertaespecial,conocidaúnicamentedelosamigosdelacasa.

PorthoshabíaservidodeguíaaD’Artagnan.Eldignobarónsecomportabacomosiestuvieraensucasa.Sinembargo,fueseporreconocimientotácitoala santidad de la persona de Aramis y de sin carácter, o por costumbre derespetar aquello que le imponía moralmente, conducta que siempre habíahechodePorthosunsoldadomodeloyuncorazónexcelente,laverdadesquePorthosguardóencasadeSuIlustrísimaelobispodeVannesunaespeciedereserva que D’Artagnan notó al instante en la actitud que tomó con lossirvientesycomensales.

Estareservanollegaba,sinembargo,alextremodeprivarsedepreguntar.

EntoncessupieronqueSuIlustrísimahabíaentradoensushabitaciones,yque pronto se presentaría, en la intimidad, menos majestuoso que con sus

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ornamentos.

Enefecto,despuésdeuncuartodehoraescaso,quepasaronD’ArtagnanyPorthos enmirarsemutuamente el blanco de los ojos, y en volver éstos delNortealMediodía,seabrióunapuertadelasalayaparecióSuIlustrísimaentrajeordinarioy,completodeprelado.

Aramisllevabalacabezaerguida,comohombreacostumbradoalmandato.

AúnconservabaelfinobigoteylaperillarealenpuntadeltiempodeLuisXIII.

Al entrar exhaló ese perfume delicado que, entre los hombres elegantes,coma entre lasmujeres del granmundo, no varía nunca, y que parece estarincorporadolapersonadelacualsehahechoemanaciónnatural.

Sóloqueestavezhabíaretenidoelperfumealgodelasublimidadreligiosadel incienso; no trastocaba, peropenetraba; no inspiraba el deseo,pero sí elrespeto…

Novacilóunmomento al entrar en la sala, y sinpronunciar unapalabraque,comoquieraquefuese,habríasidofríaentalocasión,sefuederechoalmosqueterotanbiendisfrazadobajoeltrajedelseñorAgnan,yloestrechóensus brazos con una ternura que el más desconfiado no hubiese podidoencontrarsospechosadefrialdadodeafectación.

D’Artagnan, por su parte, también lo abrazó con igual ardor. Porthosapretó la mano delicada de Aramis entre las suyas enormes, y D’Artagnanobservó que Su Ilustrísima le apretaba la izquierda, probablemente porcostumbre,enatenciónaquePorthosdebíahaberlemartirizadoalgunasveceslos dedos, estrujándolos entre los suyos, adornados de sortijas. Aramisdesconfiaba, advertido por el dolor, y sólo presentaba carne que rozar y nodedosqueoprimircontraeloroolasfacetasdediamantes.

Aramismiródefrenteentredosventanas,ofrecióunasillaaD’Artagnan,sentándose en la sombra, y advirtió que la luz daba en el rostro de suinterlocutor.

Estamaniobra,familiaralosdiplomáticosyalasmujeres,parécesemuchoalasventajasquetomanloscombatientessobreelterrenodelduelo,segúnsuhabilidadosucostumbre.

D’Artagnannofueengañadoporaquellamaniobra;perofingiónohaberlanotado.Sintiósecogido,masjustamenteporestocomprendióqueestabaenelcaminodeladescubierta,ypocoleimportabadejarsebatiraparentemente,contalquesacaradesupretendidaderrotalasventajasdelavictoria.

Aramisfuequiencomenzólaconversación.

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—¡Ah! ¡Querido amigo! ¡Mi excelente D’Artagnan…! ¡Qué felizcasualidad…!

—Esunacasualidad,mireverendocompañero—dijoD’Artagnan—,queyo llamaría amistad. Os busco como siempre os he buscado, en cuanto hetenidoalgunaempresaqueofrecerosounashorasdelibertadquededicaros.

—¡Ah!¿Deveras?—dijoAramissinentusiasmo—.¿Mebuscáis?

—Sí,sí,osbusca,amigoAramis—dijoPorthos—,ylapruebaesquemehaalcanzadoenBelle-Île.Esoestámuybien,¿noesverdad?

—¡Ah!—dijoAramis—.Verdaderamente,enBelle-Île.

—¡Bueno!—dijoD’Artagnan—.HeaquíaPorthosquesinpensarenellohadisparadoelprimercañonazodeataque.

—¡EnBelle-Île—murmuróAramis—,eneseagujero,enesedesierto…!

—Estámuybien,enefecto.

—YyosoyquienlehaenteradoqueestabaisenVannesprosiguióPorthosenelmismotono.

D’Artagnanesbozóensuslabiosunasonrisacasiirónica.

—¡Sítal…!Yolosabía,mashequeridover…

—¿Verqué?

—Sisemanteníanuestraantiguaamistad;sialvernos,pormásendurecidoque nuestro corazón esté por la edad, dejaba escapar aquel buen grito desatisfacciónquesaludalallegadadeunamigo.

—Yqué,¿noestáissatisfecho?—preguntóAramis.

—Así,así.

—¿Cómo?

—Porthosmehadicho:«¡Chitón!».Yvos…

—¿Yyoqué?

—Yvos…mehabéisdadovuestrabendición.

—¿Qué queréis, querido…mío?—dijo sonriendo Aramis—. Es lo máspreciosoquetieneunpobrepreladocomoyo.

—Vamos,miqueridoAramis…

—Indudablemente.

—EnParissedice,sinembargo,queelobispadodeVannesesunodelosmejoresdeFrancia.

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—¡Ah! Queréis hablar de los bienes temporales—exclamó Aramis conaireindiferente.

—Ciertoquequierohablar.Yolostengoya.

—Entalcasohablemosdeellos—dijoAramis.

—HabréisdeconfesarquesoisunodelospreladosmásricosdeFrancia:

—Amigomío, puesto queme pedís cuentas, os diré que el obispado deVannesproduceveintemil librasde renta,nimásnimenos.Esunadiócesisquecomprendecientosesentaparroquias.

—Admirable—dijoD’Artagnan.

—Soberbio—dijoPorthos.

—Pero, sin embargo—repuso D’Artagnan, cubriendo a Aramis con sumirada—,¡nolosenterraréisaquíparasiempre!

—Querido,noadmitolapalabraenterrado.

—PuesmeparecequeasemejantedistanciadeParís,estáunoenterradoopocomenos.

—Amigo, me estoy haciendo viejo—dijo Aramis—, y no me gusta elruidoymovimientodelaciudad.Aloscincuentaysieteañosdebebuscarselacalmaylameditación.Aquílasheencontrado:¿Quéhaydemásadmirableysevero al mismo tiempo que esta vieja América? Aquí encuentro, queridoD’Artagnan,todolocontrariodeloquemegustabaenotrotiempo,locualesnecesarioaltérminodelavida,queeslocontrariodelcomienzo.Unpocodemisplaceresdeantañovieneasaludarmedevezencuando,sindistraermedemisalvación.Todavíasoydeestemundo,y,sinembargo,cadapasoquedoymeaproximoaDios.

—Elocuente, sabio, discreto, sois un prelado cumplido, Aramis, y osfelicito.

—¡Pero no habréis venido para hacerme cumplidos! —dijo Aramissonriendo—. Hablad: ¿qué os trae? ¿Seré bastante afortunado para que menecesitéisdeunmodocualquiera?

—No, gracias aDios, amigo—dijoD’Artagnan—;no es nada de eso…Soyricoylibre.

—¿Rico?

—Sí,ricopormí;noporvosniporPorthos.Tengounaquincenademilesdelibrasderenta.

Aramislomiróconairededuda,puesnopodíacreer,viendoasuamigo

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conaquelaspectotanhumilde,quehubiesehechofortunatancrecida.

ViendoD’Artagnanquehabía llegado lahorade lasexplicaciones,contósuhistoriadeInglaterra.

Durantelaconversaciónviobrillardiezveceslosojosyestremecerseotrastantaslosafiladosdedosdelprelado.

En cuanto a Porthos, no era admiración lo que manifestaba haciaD’Artagnan, sino entusiasmo y delirio. Cuando terminó D’Artagnan, dijoAramis:

—¿Yqué?

—Ya veis —contestó D’Artagnan—, tengo en Inglaterra amigos ypropiedades,yuntesoroenFrancia.Sielcorazónosdicealgo,osloofrezcotodo…Estoesaloquehevenido.

Porseguraquefuesesumirada,nopudosostenerenestemomento ladeAramis;demodoqueinclinósusojossobrePorthos,comohacelaespadaquecedeaunapresiónpoderosabuscandootrocamino.

—En todocaso—dijoelobispo—,habéis tomadounvestidoextrañodeviaje,queridoamigo.

—¡Horrible!Yalosé;perocomprenderéisqueyonoqueríaviajarnicomocaballeronicomoseñor.Desdequesoyrico,soycodicioso.

—¿YhabéisdichoquevenísdeBelle-Île?—dijoAramissintransición.

—Sí —replicó D’Artagnan—, sabía que os había de encontrar allí aPorthosyavos.

—¿Amí?—murmuróAramis—.¡Amí!Unañohacequeestoyaquíyniunasolavezhepasadoelmar.

—¡Oh!—dijoD’Artagnan—.Nosabíaquefueseistancasero.

—¡Ah!Queridoamigo,¿habráquedecirosqueyanosoyelhombreotrostiempos?Elcaballomeincomodayelmarmefatiga;soyunpobresacerdoteachacoso, quejándome siempre, gruñendo siempre e inclinado a lasausteridades, que me parecen acomodamientos con la ancianidad yconferencias con la muerte. No hago más que residir aquí, mi amigoD’Artagnan.

—Puesbien,tantomejor,porqueprobablementevamosaservecinos.

—¡Bah! —dijo Aramis, no sin alguna sorpresa, que tampoco pretendiódisimular—.¡Vos,mivecino!

—¡Sí,DiosSanto,sí!

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—¿Cómoeseso?

—VoyacomprarunassalinasmuyproductivasqueestánsituadasentreelPiriac y el Croisic. ¡Figuraos, amigo, que es una explotación de doce porcientoderenta limpia!Nuncahayquehacergastos inútiles,pueselOcéano,fiel y regular, trae cada seis horas su contingente a mi caja. Soy el primerparisiense que haya imaginado tal especulación; y no torzáis el gesto, queantesdemuchopartiremos.Tendrétresleguasdepaísportreintamillibras.

Aramis dirigió una mirada a Porthos, como para preguntarle si todoaquello era verdad, y si no se ocultaba algún lazo bajo aquel exterior deindiferencia:Mas,avergonzadodeconsultaratanpobreauxiliar,reuniótodassusfuerzasparaunnuevoasaltooparaunanuevadefensa.

—Mehabíanasegurado—continuó—quetuvisteisciertoaltercadoconlaCorte;peroquehabíais salido,comosalísde todo,queridoD’Artagnan,conloshonoresdelaguerra.

—¿Yo?—dijoelmosqueteroconunacarcajadainsuficienteparaocultarsuembarazo;porquealoírestaspalabrasdeAramis,podíacreerlo instruidoensusúltimasrelacionesconelrey—.¿Yo?¡Ah!Contadmeeso,amigoAramis.

—Sí, me habían contado a mí, pobre obispo perdido en medio de lospáramos,queelreyoshabíatomadoporconfidentedesusamores.

—¿Conquién?

—ConlaseñoritaMancini.

D’Artagnanrespiró.

—¡Ah!Nodigoqueno—replicó.

—ParecequeunamañanaosllevóelreymásalládelpuentedeBloisparacharlarcansuquerida.

—Es cierto—dijo D’Artagnan—. ¡Ah! ¿Sabéis eso? Entonces, tambiéndebéissaberqueaquelmismodíapresentémidimisión.

—¿Sincera?

—¡Ah!Nopudosermás.

—YentoncesfuisteisacasadelcondedelaFère.

—Sí.

—Yamicasatambién.

—YacasadePorthos.

—Sí.

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—¿Yeraparaunasimplevisita?—dijoAramis.

—¡No! Yo no sabía que estuvieseis ocupados, y quería llevaros aInglaterra.

—Sí, entiendo; y entonces ejecutasteis solo, hombremaravilloso, lo quequeríais,proponernosqueejecutásemosloscuatro.Yapresumíqueparaalgoentraríais en esa hermosa restauración, cuandome enteré de que os habíanvistoendas recepcionesdel reyCarlos,queoshablabacomoaunamigo,omásbiencomounobligado.

—Pero ¿cómo diantre habéis sabido todo eso?—preguntó, D’Artagnan,que temía que las investigaciones deAramis fuesenmás lejos de lo que leacomodaba.

—AmigoD’Artagnan—dijoelprelado—,miamistadsepareceunpocoalasoledaddeesevigilantenocturnoquetenemosenlatorrecilladelextremodel muelle. Ese buen, hombre enciende todas las noches una linterna paraalumbrar a las barcas que vienen del mar. Está oculto en su garita y lospescadoresnoloven,peroéllossigueconinterés,losadivina,losllamaylosatraealaentradadelpuerto.Yomeparezcoaesevigilante;devezencuandorecibonoticiasymedespiertanunrecuerdodetodoloqueyoamaba;entoncessigoalosamigosdeotrotiempoporlamarborrascosadelmundo,yo,pobrevigilante,aquienelcielohatenidoabiendarelabrigodeunagarita.

—¿Y qué he hecho después de estar en Inglaterra? —preguntóD’Artagnan.

—¡Ah!Nadasédespuésdeeso—dijoAramis—.Misojossehanturbado,hesentidoqueyanopensaseisenmí,helloradovuestroolvido.Hacíamal;osvuelvoaver,yestoesparamíunagranfiesta,oslojuro.

Hizounapausa,yluegoprosiguió:

—¿CómoestáAthos?

—Muybien,gracias.

—¿Yeljovenpupilo?

—¿Raúl?

—Sí.

—Ha heredado la destreza de su padre Athos y la fuerza de su tutorPorthos.

—¿Cuándopudisteisjuzgareso?

—LavísperamismademisalidadeParís.

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—¿Cómo?

—Habíaejecuciónen laGrève,yaconsecuenciadeestaejecuciónhubotumulto.Nosotrosnoshallamosenél,yfuenecesariosacarlaespada.

—¿Yquéhizo?—dijoPorthos.

—Primero tiró a un hombre por la ventana, como si fuera un saco dealgodón.

—¡Oh!¡Muybien!—exclamóPorthos.

—Después desenvainó y comenzó a dar estocadas, como hacíamosnosotrosennuestrosmejorestiempos.

—¿Yporquéhuboesetumulto?—preguntóPorthos.

D’ArtagnannotóenelrostrodeAramisextremadaindiferenciaaloírestapregunta.

—Se dice —contestó mirando a Aramis— que eran dos contratistas aquienesSuMajestadhacíaahorcar;dosamigosdelseñorFouquet.

Un ligero fruncimiento de cejas del prelado apenas indicó que hubieseoído.

—¡Oh, oh!—exclamó Porthos—.Y ¿cómo llamaban a esos amigos delseñorFouquet?

—ElseñordeEymerisyelseñorLyodot—dijoD’Artagnan—.¿Conocéisesosnombres,Aramis?

—No—dijodesdeñosamenteelobispo—,peroesosnombresparecendebanqueros.

—Justamente.

—¡Oh! ¿El señor Fouquet ha dejado ahorcar a sus amigos?—murmuróPorthos.

—¿Yporquéno?—dijoAramis.Esquemeparece…

—Si han ahorcado a esos desgraciados, sería orden del rey; y creo queporque el señor Fouquet sea superintendente deHacienda, no por eso tienederechodevidaymuerte.

—Es igual—dijoPorthos—,en laposicióndel señorFouquet…AramiscomprendióquePorthosibaadeciralgunatonteríaycortólaconversación:

—Vaya, amigo D’Artagnan—dijo—, ya hemos hablado bastante de losdemás;hablemosunpocodevos.

—Yasabéisdemítodoloquepuedodeciros;hablemos,porelcontrario,

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devos.

—Yaoshedicho,querido;yanosoyAramis.

—¿NisiquieraelabatedeHerblay?

—Nieso.AquíveisaunhombreaquienlaProvidenciahatomadoporlamano, y a quien ha conducido a una posición que ni debía ni se atrevía aesperar.

—¿Dios?—interrogóD’Artagnan.

—Sí.

—¡Puesessingular!MehabíandichoqueeraelseñorFouquet.

—¿Quiénosdijoeso?—dijoAramissinquetodoelpoderdesuvoluntadpudieseimpedirqueunligeroruborcoloreasesusmejillas.

—¡Toma!Bazin.

—¡Tonto!

—Noafirmoyoqueseahombredegenio,esverdad;peromelohadichoyaélmerefiero.

—NuncahevistoyoalseñorFouquet—respondióAramisconunamiradatantranquilaytanpuracomoladeunavirgenquenuncamiente.

—Pero, aun cuando lo hubieseis visto—respondióD’Artagnan—,y aunconocido,nohabríamalalgunoenello;esunhombrebienplantadoelseñorFouquet.

—¡Ah!

—Ungranpolítico.

Aramishizoungestodeindiferencia.

—Unministrotodopoderoso.

—YosólodependodelreyydelPapa.

—¡Diablo! Escuchad—dijo D’Artagnan con el tonomás cándido—; osdigoestoporqueaquítodoelmundojuraporelseñorFouquet.LallanuraesdelseñorFouquet;lassatinasqueyocompreserándelseñorFouquet;laislaenquePorthossehahechotopógrafoesdelseñorFouquet; laguarniciónesdelseñorFouquet,ylasgalerassondelseñorFouquet.Declaroquenadamehubierasorprendidovuestrainfeudación,omásbienladevuestradiócesisenel señor Fouquet. Es un señor diferente del rey, y eso es todo; pero tanpoderosocomounrey.

—GraciasaDios,yonoestoyinfeudadoennadie,nipertenezcoanadie—

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respondió Aramis, que durante esta conversación seguía con la vista cadagestodeD’ArtagnanycadamiradadePorthos.

PeroD’Artagnan estaba impasible y Porthos inmóvil; los golpes, tiradoshábilmente,eranparadosporadversarioshábilestambién.

Noobstante,todossentíanlafatigadesemejantelucha,yelanunciodelacomidafuerecibidobienportodoelmundo.

La comida cambió el curso de la conversación, porque todoscomprendieron que, estando prevenidos, ni unos ni otros sacarían ventajas.Porthos no había comprendido absolutamente nada, y habíase quedadoinmóvilporqueAramislehabíahechoseñasdequenosemoviese,demodoque la comida no fue para él más que la comida; pero era bastante paraPorthos.

D’Artagnan tuvo gran alegría. Aramis se excedió a sí propio en dulceafabilidad.

Porthoscomiómuchísimo.

Secharlódeguerrayfinanzas,deartesydeamores.

Aramis fingía sorpresa a cada palabra de política que arriesgabaD’Artagnan.EstaseriedesorpresasaumentóladesconfianzadeD’Artagnan,como la eterna indiferencia de D’Artagnan provocaba la desconfianza deAramis.

Finalmente,D’ArtagnandejócaerdeintentoelnombredeColbert,golpequehabíareservadoparaloúltimo.

—¿QuiénesColbert?—preguntóelprelado.

D’ArtagnandiosobreColberttodaslasnoticiasquepodíadesearAramis.Lacomida,másbien laconversación,prolongósehasta launade lamañanaentreD’ArtagnanyAramis.

A las diez ya se había dormido Porthos en su silla y roncabaestrepitosamente.

Alasdocelodespertaronyenviaronalacama.

—¡Hum!—dijo—.Meparecequemehetraspuesto,noobstantesermuyinteresanteloqueestabaisdiciendo.

A la una condujo Aramis al mosquetero a la habitación que le estabadestinada,yqueeralamejordelpalacioepiscopal.

Doscriadosfueronpuestosasusórdenes.

—Mañana,alasocho—dijodespidiéndosedeD’Artagnan—,daremos,si

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gustáis,unpaseoacaballoconPorthos.

—¿Alasocho?—dijoD’Artagnan—.¿Tantarde?

—Noignoráisquemesonnecesariassietehorasdesueño—dijoAramis.

—Esjusto.

—Buenasnoches,amigomío.

Yabrazóalmosqueterocordialmente.

D’Artagnanledejómarchar.

—¡Bueno!—dijocuandolapuertasecerró—,alascincomelevantaré.

Despuésdetomarestaresoluciónseacostótranquilamente.

CapítuloLXXII

PorthoscomienzaaenojarseporhaberidoconD’Artagnan

ApenashabíaapagadoD’Artagnansubujía,cuandoAramis,queacechabaatravésdelascortinaselúltimosuspirodelaluzdelaposentodesuamigo,atravesóelcorredordepuntillasypasóalahabitacióndePorthos.

El gigante, acostado hacía hora y media o poco menos, se dabaimportanciasobreelcubrepiés.Estabaenaquellacalmafelizdelprimersueñoque en Porthos, resistía al ruido de las campanas y del cañón; su cabezafluctuaba en ese dulce balanceo que recuerda el muelle movimiento de unnavío.UnminutodespuésibaasoñarPorthos.

LapuertadesucuartoseabriódulcementebajoladelicadapresióndelamanodeAramis:

—Elobisposeacercóaldurmiente.Unaalfombraespesaapagabaelruidodesuspasos;además,Porthosroncabacomoparasofocarcualquierotroruido.

Púsoleunamanosobreelhombro.

—¡Vamos—dijo—,miqueridoPorthos!

LavozdeAramiseradulceyafectuosa,peroencerraba,másqueunruego,unaorden;sumanoeraligera,peroindicabaalgúnpeligro.

PorthosoyólavozysintiólamanodeAramisenloprofundodesusueño.

Yestremecióse.

—¿Quiénva?—dijoconvozdegigante:

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—¡Silencio!

—Soyyo—dijoAramis.

—¿Vos,amigo?¿Yporquédiablosmedespertáis?

—Paradecirosqueesmenestermarchar.

—¿Marchar?

—Ciertamente.

—¿Adónde?

—AParís.

Porthossaltóenlacama,ycayósentadofijandoenAramissusasombradosojos.

—¿AParís?

—Sí.

—¿Cienleguas?—preguntó.

—Cientocuatro—respondióelobispo.

—¡Ah!Diosmío—suspiró Porthos volviendo a acostarse, como uno deesosniñosqueluchanconsuayaparalograrunaodoshorasmásdesueño.

—Treinta horas de caballo—añadió resueltamente Aramis—. Ya sabéisquehayexcelentespuestosderefresco.

Porthosmovióunapiernaydejóescaparungemido.

—¡Vamos! ¡Vamos; querido! insistió el prelado con una especie deimpaciencia.

Porthossacólaotrapiernadellecho.

—¿Yesabsolutamenteprecisoquevayayo?—dijo.

—Detodaprecisión.

Porthos se incorporó sobre sus piernas y comenzó a hacer temblar elpavimentoylasparedesconsupasociclópeo.

—¡Silencio!¡PorDios,queridoPorthos!—dijoAramis—.Vaisadespertaraalguien.

—¡Ah! Es verdad —contestó Porthos con atina voz de trueno—; loolvidaba,perotranquilizaos.

Yaldecirestaspalabrasdejócaeruncinturóncargadoconlaespada, laspistolas y una bolsa, cuyos escudos escaparon con ruido vibrante y

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prolongado.

—¡Quéraroesesto!—dijoconlamismavoz.

—¡Másbajo,Porthos!

—Esverdad.

Y,enefecto,bajólavozensemitono.

—Decía,pues—prosiguióPorthos—;queescosararaquenuncaestéunomás pesado que cuando quiere ser ligero, ni más alborotador que cuandoquieresersilencioso.

—Esverdad;perohagamosmentiralproverbio,Porthos;démonosprisaycallemos.

—Yaveisquehagocuantopuedo—dijoPorthosponiéndoselasbotas.

—Perfectamente.

—¡Parecequelacosaurge!

—Esmásqueurgente,esgrave,Porthos.

—¡Oh!¡Oh!

—D’Artagnanoshainterrogado,¿noescierto?

—¿Amí?

—Sí,enBelle-Île.

—Nadaabsolutamente.

—¿Estáisseguro,Porthos?¡Diantre!

—Esimposible,acordaosbien.

—Me preguntó qué hacía allí, y le dije que topografía.Hubiera queridodecirleotrapalabradequeosservisteisciertodía.

—Lacastrametación.

—Esoes,peronuncahepodidoacordarme.

—Mejor.¿Quémásoshapreguntado?

—QuiéneraelseñorGétard.

—¿Nadamás?

—QuiéneraelseñorJupenet.

—¿Nohavisto,porcasualidad,nuestroplanodefortificaciones?

—Sí,tal.

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—¡Ah!¡Demonio!

—Pero, perded cuidado; yo había borrado vuestra letra con goma, y eraimposiblesuponerquehubieraisqueridodarmealgúnavisosobrelostrabajos.

—Esquenuestroamigotienemuybuenosojos.

—¿Puesquéteméis?

—Temo que se haya descubierto todo, Porthos; se trata de prevenir unagrandesgracia.

Hedadoordenamisgentesdequecierrentodaslaspuertas,ynodejaránsaliraD’Artagnanantesdeldía.Vuestrocaballoestápreparado,yantesdelascincodelamañanahabréisandadoquinceleguas.Venid.

Entonces Aramis comenzó a vestir a Porthos pieza por pieza, con tantaceleridadcomolohubiesehechoelmáshábilayudadecámara.

Porthos,mitadconfuso,mitadaturdido;sedejabavestiryseconfundíaenexcusas.

Cuando estuvo dispuesto; lo sujetó Aramis de la mano y lo guio,haciéndole poner, con precaución el pie sobre cada peldaño de la escalera,impidiéndoleque se agarrase a las puertas y llevándolo; como si él fuera elgiganteyPorthoselenano.

Enefecto,uncaballoensilladoaguardabaenelpatio;Porthosmontóenél.

Entonces tomóAramiselcaballopor labridayguiolesobreelestiércol;esparcido en el patio coro intención de apagar el ruido; almismo tiempo lepellizcabaenlasnaricesparaquenorelinchase.

Ya en la sala exterior, Aramis detuvo a Porthos, que iba a partir sinpreguntarsiquieraparaqué,yledijo:

—Ahora, amigo Porthos, a París sin parar unminuto; comed a caballo,bebedacaballo;peronoperdáisunmomento.

—Estádicho,nomedetendré.

—EstacartaparaelseñorFouquet;cuesteloquecuesteesmenesterquelatengamañanaantesdemediodía.

—Latendrá.

—Ypensadenunacosa,querido.

—¿Encuál?

—Enquecorréistrasdevuestrodiplomadeduqueydepar.

—¡Oh!¡Oh!—murmuróPorthosconlosojosbrillantes—.Enesecasoiré

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enveinticuatrohoras.

—Procuradhacerlo.

—¡Puessoltadlabrida,yadelante,Goliat!

Aramis, soltóenefecto,no labrida, sino lasnaricesdel caballo.Porthosbajólamano,picóenlosijaresyelanimal,furioso,salióvolando.

Aramis siguió con los ojos a Porthosmientras pudo, y entró en el patiocuandolohuboperdidodevista.

Aramiscerrólapuertaconcuidado,mandóallacayoqueseacostase,yélmismosemetióenlacama.

D’Artagnan nada sospechaba, de modo que creyó haberlo ganado todocuandodespertóalascuatroymediadelamañana.

Ycorrióencamisaamirarporlaventanaquedabaalpatio.

Elsolsalía.

El patio estaba desierto, y ni aun las gallinas habían abandonado suspértigas:

Noseveíaunsolocriadoytodaslaspuertasestabancerradas.

«¡Bueno! Calma perfecta —pensó D’Artagnan—; soy el primero quedespiertoenla,casa;vamos,avestirnos».

PeroestavezestudiólamaneradenodaraltrajedelseñorAgnanaquellarigidez civil y casi eclesiástica que antes simulaba; por el contrario,apretándosemásyabotonándosedeciertamanera, supodarasupersonaunpocodeaspectomilitar,cuyaausenciatantohabíaasustadoaAramis.

Hecho esto, y sin usar o aparentar usar de cumplimientos para con suamigo,seentródeimprovisoensuhabitación.

Aramis dormía o fingía dormir.Un libro estaba abierto en su pupitre denocheyaunardía labujíaen lapalmatoria.Estoeramásde loprecisoparaprobaramáslainocenciadelanochedelpreladoylasbuenasintencionesdesudespertar.

Nuestro hombre hizo precisamente con el obispo lo que el obispo habíahechoconPorthos.

Le dio un golpe en el hombro. Aramis fingía dormir, porque en vez dedespertarse de pronto, él, que tan ligero tenía el sueño, se hizo reiterar laadvertencia.

—¡Ah! ¡Ah! Sois vos —exclamó estirando los brazos—. ¡Qué gratasorpresa!Enverdadqueelsueñomehabíahechoolvidarquetuvieseladicha

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deposeeros.¿Quéhoraes?

—No sé —contestó D’Artagnan algo cortado—, temprana, según creo;peroyasabéisqueaúnmeduraesamalditacostumbremilitardedespertarmeconeldía.

—¿Queréisacasoquesalgamosya?—preguntóAramis—.Meparecemuydemañana.

—Serácomogustéis:

—Creía que estábamos convenidos en montar a caballo a las ocho. Esposible, peroyo tenía tantas ganasdeveros, quemehedicho: «cuantomáspronto,mejor».

—¿Ymissietehorasdesueño?—dijoAramis.

—Enotro tiempoeraismenosdormilónqueahora; teníais la sangremásvivayjamásseosencontrabaenlacama.

—Justamente,acausadeloquemedecísmeplaceahorahaceresto.¿Demodoqueconfesáisquenohasidopordormirporloquemehabéiscitadoalasocho?

—Siempretemoqueosburléisdemí,sidigolaverdad.

—Notengáiscuidado.

—Puesbien,desdelasseisalasochoacostumbrohacermisdevociones.

—¿Vuestrasdevociones?

—Sí:

—Nocreíqueunobispotuvieseejerciciostanseveros.

—Querido, un obispo tiene que conceder más a las apariencias que unsimpleclérigo.

—¡Pardiez! ¡Esa palabra me reconcilia con vos! ¡Apariencias! ¡Es unapalabrademosquetero!¡Vivanlasapariencias!

—Perdonadme, en vez de felicitarme, D’Artagnan; es una palabra muymundanalaquehedejadoescapar.

—¿Esnecesarioqueosdeje?

—Tengonecesidadderecogimiento,queridoamigo.

—Bueno,osdejo;masacausadeestepaganoquesellamaD’Artagnan,ossuplicoqueabreviéis…Tengoseddevuestrapalabra.

—Bien;osaseguroquedentrodehoraymedia…

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—¿Horaymediadedevoción?¡Ah!Ahorradmetodoloposible.Aramisseechóareír,ydijo:

—Siemprecontento,siemprejoven.Creoquehabéisvenidoamidiócesisaindisponermeconlagracia.

—¡Bah!

—Biensabéisquenuncaheresistidoavuestrastentaciones;mecostaréislasalvación,D’Artagnan.

D’Artagnansemordióloslabios.

—Vamos—dijo—, tomopormi cuenta el pecado; ensartad ahí unPaternosterylaseñaldelacruz,ymarchemos.

—¡Silencio!—dijoAramis—.Yanopermanecemossolos,ysientopasosdegenteextrañaquesube.

—Puesdespedidla.

—Imposible,lescitéayer;eselrectordelColegiodejesuitasyelsuperiordelosdominicos.

—VuestroEstadoMayor:

—¿Quévaisahacer?

—Voy a despertar a Porthos y esperar con él a que acabéis vuestrasconferencias.

Aramisnosemovió,nipestañeó;niprecipitósugestonisupalabra.

—Id—dijo.

D’Artagnanadelantóse.Hacialapuerta.

—Apropósito.¿SabéiselcuartodePorthos?

—Yapreguntaré.

Seguidelpasilloyabridlasegundapuertaalaizquierda.

—¡Gracias!Hastaluego.

YsemarchóenladirecciónindicadaporAramis.

Perovolvióantesdehaberpasadodiezminutos.

Aramispermanecíasentadoentreelsuperiordelosdominicosyelrectorde los jesuitas; en lamisma situación que lo encontrara tiempos atrás en laposadadeCrevecoeur.

Estacompañíanoasustóalmosquetero.

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—¿Qué sucede?—dijo tranquilamente Aramis—.Me parece que tenéisalgoquedecirme.

—Es—respondióD’Artagnanmirándolo—que Porthos no se encuentraensucuarto.

—¡Cómo!—replicóAramisconcalma—.

—¿Estáisseguro?

—¡Pardiez!Vengodeallí.

—Pues,¿dóndeestará?

—Esoospregunto.

—¿Ynooshabéisinformado?

—Sítal.

—¿Yquéoshandicho?

—Que habría salido, seguramente, pues tenía costumbre de hacerlo sinavisar.

—¿Yentoncesquéhabéishecho?

—Heidoalacuadra—respondióD’Artagnan.

—¿Paraqué?

—Paraversihabíasalidoacaballo.

—¿Yqué?—interrogóelprelado.

—Quefaltauncaballo,elnúmero5,Goliat.

EstediálogonoestabaexentodeafectaciónporpartedelmosqueteroydeciertacomplacenciaporpartedeAramis.

—¡Oh! Ya sé lo que es —dijo Aramis, después de haber pensado uninstante—.Porthoshasalidoparadarnosunasorpresa.

—¡Unasorpresa!

—Sí;el canalquevadeVannesalmarestá llenodecercetasybesugos,queeslapesca,favoritadePorthos.Nostraeráunadocenaparaelalmuerzo.

—¿Esocreéis?—preguntóD’Artagnan.

—Estoyseguro.¿Dóndequeréisquehayaido?

—Esposible—dijoD’Artagnan:

—Hacedunacosa,amigo;montadacaballoybuscadlo.

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—Tenéisrazón—dijoD’Artagnan—,voyaello.

—¿Deseáisqueosacompañen?

—No,gracias;yamedaránseñas.

—Tomaunarcabuz.

—Gracias.

—Yordenadqueosensillenelcaballoquegustéis.

—ElquemontabaayeralvenirdeBelle-Île.

—Bien,usaddelacasacomovuestra.

Aramis llamó y ordenó que ensillaran el caballo que escogiese el señorD’Artagnan.

Éste siguió al doméstico encargado de la ejecución de la orden. Eldoméstico detúvose en la puerta para dejar pasar a D’Artagnan. En estemomentoseencontraronsusojosconlosdesuamo.UnfruncimientodecejashizoconoceralinteligentecriadoquedieseaD’Artagnanloquequería.

D’ArtagnanmontóacaballoyAramisoyóelruidodelasherradurassobrelaspiedras.

Unmomentodespuésentróeldoméstico.

—¿Yqué?—preguntóelobispo.

—Monseñor,sigueelcanalendirecciónalmar.

—Bien—dijoAramis.

LibreD’Artagnande toda duda, corría hacia elOcéano, esperandover acadainstanteenlaplayalasombracolosaldesuamigoPorthos.

D’Artagnanobstinábaseenreconocerpasosdelcaballoentodaspartes.

Avecessefigurabaoírladetonacióndeunarmadefuego.

Estailusióndurócomotreshoras.EnlasdosprimerasbuscóaPorthos.Yenlaotravolvióacasa.

—Noshabremoscruzado—dijo—,yvoyaencontraralosdosesperandomiregreso.

Se engañaba D’Artagnan, pues así, encontró a Porthos en el obispadocomoaorillasdelcanal.

Aramisleesperabaenlapuertadelaescaleraconcaramalhumorada.

—¿No os han alcanzado, querido D’Artagnan? —gritó desde lejos encuantovioalmosquetero.

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—No.¿Habéisenviadotrasdemí?

—Sí,queridoamigo,disgustadoporhaberoshechocorrerenvano;peroaesode lassietevinoel limosnerodeSanPaterno,queencontróaDuVallonque semarchaba.No queriendo despertar a nadie, le encargóme dijera quetemiendo que el señor Gétard le jugase una mala pasada en su ausencia,aprovechabalamareadelamañanaparavolveraBelle-Île.

—Mas,decidme:Goliatnohabráatravesadolascuatroleguasdelmar.

—Sonseisleguas—dijoAramis.

—Puesconmásmotivo.

—Asíes,querido—dijoelpreladocondulcesonrisa—,queGoliatestáenlacuadra,yaseguroquemuysatisfechodenoteneraPorthossobreellomo.

Efectivamente, el caballo había vuelto desde el primer descanso por loscuidadoresdelprelado,aquiennoseleescapabaningúndetalle.

D’Artagnanpareciómuysatisfechodelaexplicación:

Empezaba un papel de disimulo que convenía, perfectamente a lassospechasquecadavezsefijabanmásensuánimo.

Luego, almorzó entre el jesuita y Aramis, teniendo al padre dominicoenfrente,aquiensonreíaconparticularidad.

La comida fue larga y suculenta: vino generoso de España, ostras deMorbihan,pescadosexquisitosdelaembocaduradelLoira,enormescercetasdePaimboeufycazadelicadadelcontorno.

D’Artagnancomióconapetitoybebiópoco.

Aramisnobebiónada,ysibebió,fueagua.

Cuandoconcluyeronelalmuerzo,dijoD’Artagnanalobispo:

—¿Nomehabéisofrecidounarcabuz?

—Sí.

—Prestádmelo.

—¿Deseáiscazar?

—¿PuedohacernadamejoresperandoaPorthos?

—Cogedelquegustéisenlasaladearmas.

—¿Venísconmigo?

—¡Ah!Queridoamigo,tendríaungranplacer;perolacazaestáprohibidaalosobispos.

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—¡Ah!—dijoD’Artagnan—.Loignoraba.

—Además—continuóAramis—,tengoquehacerhastamediodía.

—¿Conqueirésolo?—preguntóD’Artagnan.

—Sí,perovolvedalahoradecomer.

—¡Pardiez!Secomedemasiadobienenvuestracasaparaquenovuelva.

Luegosaludóa losconvidadosy tomóelarcabuz;pero,envezdecazar,corriódeechoalpuertodeVannes.

Miróatrásporsiloseguían,másnovioanadie.

Yeraverdadquenadieloseguía;perounhermanojesuita,colocadoenloaltodelcampanariodesuiglesiayvaliéndosedeunanteojo,nohabíaperdidodesdeporlamañananiunosolodesuspasos.

—AlasonceymediayasabíaAramisqueD’ArtagnanfletabaalasonceunbarcopesqueroyquebogabahaciaBelle-Île.

El viaje de D’Artagnan fue rápido, pues empujaba su embarcación conbuenvientoNordeste.

Mientras se acercaba, susojos interrogaban la costa, queriendover en lariberaoporencimadelasfortificacioneselbrillantevestidodePorthosysuenormeestaturadestacándosesobreuncieloligeramentenebuloso.

Pero todo fue inútil; desembarcó sin haber visto nada y supo del primersoldadoaquienpreguntó,queelseñorDuVallontodavíanohabíavueltodeVannes.

Entonces, sin perder un instante, ordenó D’Artagnan a su barca quevolvieraaSarzeau.

Sabidoesqueelvientovaríaenlasdiversashorasdelamañana;demodoque, habiendo pasado de Nordeste a Sudeste, era tan bueno para volver aSarzeau como lo había sido para el viaje de Belle-Île. En tres horas tocóD’ArtagnanelcontinenteyotrasdoslebastaronparallegaraVannes.

No obstante la rapidez de la carrera, lo que D’Artagnan devoró deimpacienciaydedespechodurantelatravesía,sóloelpuentedelbuque,sobreelcualpateótreshoras,pudieracontarloalahistoria.

Elmosqueterodiounsaltodesdeelmuelleenquedesembarcó,alpalacioepiscopal.

ContabaconaterraraAramisporlaprontituddesuvuelta,yqueríaecharleencarasuduplicidadconreserva,masconbastanteingenioparahacerlesentirtodaslasconsecuenciasarrancándoleunapartedesusecreto.

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Confiaba, por último, gracias a esa viveza de expresión, que es a losmisteriosloqueunacargaalabayonetaalosreductos,conduciralmisteriosoAramisaunamanifestacióncualquiera.

Peroenelvestíbulodelpalaciohallóalayudadecámaraquelecerrabaelpaso,sonriéndoleconarrebato.

—¿YSuIlustrísima?—exclamóD’Artagnanapartándoloconlamano.

—¿SuIlustrísima?—dijorecobrandosuaplomo,perdidoporelempujedeD’Artagnan.

—Sinduda,¿nomeconocesacaso,necio?

—Sítal;soiselcaballerodeD’Artagnan.

—Entonces,déjamepasar.

—Esinútil.

—¿Porqué?

—Porquenoestáencasa.

—¡Cómo!¡Noestáencasa!Pues,¿dóndeestá?

—Hamarchado.

—¿Adónde?

—Nolosé;perotalvezselodigaalseñorcaballero.

—¿Cómo?¿Dónde?¿Dequémodo?

—Enestaepístolaqueparavosmehaentregado.

Yelayudadecámarasacóunacartadelbolsillo.

—¡Dámela, belitre! —dijo D’Artagnan arrancándosela de las manos—.¡Oh!Sí,locomprendo—continuóalaprimeralínea.

Yleyóamediavoz:

Amigo,

Unnegociourgentísimomellamaaunadelasparroquiasdemidiócesis.Esperaba veros antes de marchar; mas pierdo la esperanza, pensando queestaréisdosotresdíasenBelle-Îleconnuestroamigo.

Adiós,querido;creedquesientomuchonohabermeaprovechadomejorymáslargotiempodevuestracompañía.

—¡Votoabríos!—exclamóD’Artagnan—.Hesidoburlado.¡Ah!¡Pécora,brutoy tresveces tonto! ¡Oh! ¡Engañadocomounmonoaquiense:daunanuezvacía!

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Y sacudiendo una puñada en el hocico siempre risueño del ayuda decámara,selanzófueradelpalacioepiscopal.

Por muy buen trotador que fuera Furet, no estaba a la altura de lascircunstancias.

D’Artagnanllegóalacasadepostasyescogióuncaballo,alquehizovercon unas buenas espuelas y una mano suave, que no son los ciervos loscorredoresmáságilesdelacreación.

CapítuloLXXIII

DondeD’Artagnancorre,PorthosroncayAramisaconseja

Treinta o treinta y cinco horas después de los acontecimientos queacabamosdereferir,ycuandoelseñorFouquet,segúnsucostumbre;sehabíaencerrado a laborar en aquel gabinete de su casa de Saint Mandé que yaconocemos,unacarroza,tiradaporcuatrocaballosbañadosensudor,entrabaalgalopeenelpatio.

Aquellacarrozaeraprobablementeesperada;porquetresocuatrolacayosse precipitaron a la portezuela y la abrieron. Mientras el señor Fouquet selevantabadesubufeteycorríaalaventana,unhombresalíapenosamentedelacarroza,bajandocondificultadlostresescalonesdelestriboyapoyándoseenelhombrodeloslacayos.

Apenasdijosunombre,ellacayosobrequienseapoyabaselanzóhacialaescalinataydesaparecióenelvestíbulo.

Estehombreibaaavisarasuamo;masnotuvonecesidaddellamaralapuerta,Fouquetestabadepieenelumbral.

—SuIlustrísimaelobispodeVannes—dijoellacayo.

—¡Bien!—respondióFouquet.

Einclinándosesobrelabarandilladelaescalera,cuyosprimerospeldañosempezabaasubirAramis:

—¿Vos,queridoamigo—dijo—,tanpronto?

—Sí,yomismo;másmolidoyestropeado,comoveis.

—¡Oh!Pobreamigomío—dijoFouquetpresentándolesubrazo,sobreelcualseapoyabaAramis,entantoquelosservidoresseapartabanconrespeto.

—¡Bah!—respondióAramis—.Estonoesnada;loprincipalerallegar,y

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hellegado.

—Hablad pronto —dijo Fouquet, cerrando la puerta del gabinete.¿Permanecemossolos?

—Completamentesolos.

—¿Nopuedeescucharnosnadie?¿Nopuedeoírnosalguno?

—Estadtranquilo.

—¿HallegadoelseñorDuVallon?

—Hallegado.

—¿Yhabéisrecibidomicarta?

—Sí; el asunto es grave, a lo que parece, puesto que necesita vuestrapresenciaenParísenunmomentotancríticoallá.

—Esverdad;nopuedesermásgrave.

—Gracias,gracias.¿Dequésetrata?

—Pero,porDios,respiradantesdetodo,queridoamigo;estáispálido.

—Padezco,enefecto;pero,por favor,nooscuidéisdemí.¿ElseñorDuVallonnooshadichonadaalentregaroslacarta?

—No; oí un gran ruido, me asomó a la ventana, y vi una especie decaballerodemármol;bajé,metendiólacarta,ycayómuertosucaballo.

—Pero¿yél?

—El también cayó con el caballo, y lo levantaron para conducirlo a lashabitaciones; leí la carta y he querido subir a fin de tener noticias másextensas; pero estaba dormido de tal manera, que no ha sido posibledespertarlo. Tuve lástima de él y mandé que le quitasen las espuelas y ledejasentranquilo.

—Bien; oíd ahora de lo que se trata, señor: Habéis visto al señor deD’ArtagnanenParís,¿noesverdad?

—Ciertamente;yesunhombredetalentoyaundecorazón;pormásquehayahechomataranuestrosdosamigosLyodotyEymeris.

—¡Ah!Sí,yalosé;heencontradoenTourselcorreoquellevabalacartade Gourville y los despachos de Pelisson. ¿Habéis reflexionado bien esteacontecimiento,señor?

—Sí.

—¿Yhabéiscomprendidoqueeraunataquedirectoavos?

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—¿Esocreéis?

—¡Oh!Sí,locreo.

—Puesbien,lodiré:tambiénmehabíaocurridoesaideasombría.

—Noosceguéis,señor,ennombredelCielo;escuchadme;vuelvoalseñorD’Artagnan.

—Hablad.

—¿Enquécircunstanciaslehabéisvisto?

—Vinoabuscardinero.

—¿Conquéorden?

—Conunlibramientodelrey.

—¿Directo?

Firmado por Su Majestad. Pues bien, D’Artagnan ha ido a Belle-Îledisfrazado;pasabapormayordomoencargadodecomprarsalinasparasuamo.Pero D’Artagnan no tiene más amo que el rey; iba enviado por él y vio aPorthos.

—¿QuiénesPorthos?

—Perdón,meheequivocado;vioalseñorDuVallonenBelle-Île,ysabequeestáfortificada.

—¿Ycreéisqueelreylehabráenviado?—dijoFouquetpensativo.

—Indudablemente.

—YD’Artagnanenmanosdelrey;¿esuninstrumentopeligroso?

—Elmáspeligrosodetodos.

—Asílojuzguéaprimeravista.¿Cómoeseso?

—Quiseatraérmelo.

—SijuzgasteisqueeselhombremásintrépidodeFrancia,elmáslistoyelmássagaz,juzgasteisbien.

—¡Hayquetenerloatodacosta!

—¿AD’Artagnan?

—¿Noesvuestroparecer?

—Esmiparecer;masnolotendréis.

—¿Porqué?

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—Porquehemosdejadopasareltiempo;estabaindispuestoconlaCorte,yeranecesariohaberseaprovechadodeestaindisposición;despuéshapasadoaInglaterra,dondehacontribuidopoderosamentea la restauración,haganadouna fortuna, y, por último, ha entrado al servicio del rey. Pues bien, si haentradoalserviciodelrey,esporquelehanpagadobien.

—Lepagaremosmejor,yasuntoconcluido.

—¡Oh!D’Artagnan tienepalabra,yunavezempeñadapermanecedondeestá.

—¿Yquédeducísdeeso?—dijoFouquet.

—Queporelmomentosetratadepararungolpeterrible.

—¿Ycómolopararéis?

—D’Artagnanhadeveniradarcuentadesumisiónalrey.

—¡Oh!Tenemostiempoparapensar.

—¿Cómoeseso?

—Meparecequetraeréisbuenadelantera.

—Diezhoras,pocomásomenos.

—Bien,endiezhoras…—Aramismoviósupálida,cabeza—.¿Veisesasnubesquecorrenporelfirmamento,yesosgolondrinosquehiendenelarre?PuesD’Artagnanvamásdeprisaquelanubeyqueelpájaro;D’Artagnaneselvientoquelosarrastra.

—¡Vamos!

—Osaseguroqueesehombretienealgodesobrehumano,señor:esdemiedad,yloconozcohacetreintaycincoaños.

—Bien,¿yqué?

—Oídmicálculo, señor;yoosenviéal señorDuVallona lasdosde la,mañana y me llevaba ocho horas de delantera. ¿Cuándo llegó el señor DuVallon?

—A las cuatro aproximadamente.Ya veis que he ganado cuatro horas, apesar de que Porthos es un jinete duro, que hamatado ocho caballos en elcaminoycuyoscadávereshehallado.Yohecorridolacostacincuentaleguas,perotengogota,maldepiedra,¡quéséyo!Desuertequemematalafatiga.He tenido que pararme en Tours, y, rodando después en una carrozas casimuerto,algalopedecuatrocaballosfuriosos,hellegadoganandocuatrohorasaPorthos;peroyaveis,D’ArtagnannopesaloquePorthos:Aquélnotienenigota ni piedra, comoyo, ni es un jinete, sino un centauro;D’Artagnan, que

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salíaparaBelle-ÎlecuandoyoparaParís,apesardelasdiezhorasdedelanteraquelellevo,llegarádoshorasdespuésqueyo.

—Pero¿ylosaccidentes?

—Nohayaccidentesparaél.

—¿Ysilefaltancaballos?

—Correrámásqueloscaballos.

—¡Quéhombre,Diossanto!

—Sí, es un hombre a quien amo y admiro; lo quiero porque es bueno,grande y leal; lo admiro porque representa paramí el punto culminante delpoder humano;mas, al propio tiempo que lo quiero y admiro, le temo. Demodo, señor, que dentro de dos horas estará aquí D’Artagnan; tomadle ladelantera,corredalLouvre,yvedalreyantesqueélveaaD’Artagnan.

—¿Yquéhededeciralrey?

—Nada;cededleBelle-Île.

—¡Oh! ¡Señor de Herblay, señor de Herblay! —murmuró Fouquet—.¡Cuántosproyectostrastornadosderepente!

—Después de un proyecto abortado, siempre queda otro que llevaradelante,nodesesperemos,ymarchad;señor,marchad.

—Peroesaguarnicióntanbienconquistadalarelevaráelreyalinstante.

—Esaguarnición,señor,eradelreyantesdeentrarenBelle-Îleyahoraesvuestra;lomismosucederácontodasalosquincedíasdesuocupación.Dejadobrar,señor…¿Existeinconvenienteentenerunejércitovuestroalcabodeunañoenlugardeunoodosregimientos?¿NoveisqueesaguarniciónosdarápartidariosenLaRochela,enNantes,enBurdeos,enTolosa,yentodaspartesdondelaenvíen?Idaveralrey;señor,queeltiempourge;mientrasnosotrosloperdemos,D’Artagnanvienevolandocomounaflecha.

—Señor de Herblay, no ignoráis que vuestra palabra es un germen quefructificaenmipensamiento;voyalLouvre.

—Alinstante,¿noesverdad?

—Noos idomás tiempoqueelprecisoparamudardevestido.Recordadque D’Artagnan no tiene precisión de pasar por SaintMandé, sino que iráderechoalLouvre.

—D’Artagnan puede tenerlo todo menos mis caballos ingleses; enveinticincominutosestoyenelLouvre.

Fouquet ordenó la marcha sin perder un momento; Aramis sólo tuvo

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tiempopara,decirle:

—Volvedalinstante,porqueosaguardoconimpaciencia.

Cincominutosdespués,marchabaelsuperintendentehaciaParís.DuranteestetiemposehacíaindicarAramislahabitaciónenquedescansabaPorthos.

A la puerta del gabinete de Fouquet le abrazó Pelisson, que acababa desabersullegadayhabíadejadoelbufeteparaverlo.

Aramis recibióconaquelladignidadafectuosa,que tanbiensabia tomar,estascariciastanrespetuosascomoentusiastas;mas;deteniéndosedepronto,preguntó:

—¿Quéoigoalláarriba?

Oíase, efectivamente, un ronquido sonoro; semejante al de un tigrehambrientooaldeunleónimpaciente.

—¡Oh!Noesnada—dijoPelissonriendo.

—Pero.

—EselseñorDuVallonqueronca.

—Enefecto—dijoAramis—,nadiemásqueélescapazdehacertalruido.¿Permitís,Pelisson,quemeenteredesilefaltaalgo?

—¿Ypermitísvosqueyoosacompañe?

Yambosentraronenlahabitación.

Porthos estaba tendido sobre un lecho, la cara amoratada mas bien queroja, los ojos hinchados, la boca abierta. El rugido que se escapaba de lasprofundascavidadesdesupechohacíavibrarlosmarcosdelasventanas.LaspiernasylospieshercúleosdePorthoshabíanhechoestallar,hinchándosesusbotasdecuero;todalafuerzadesuenormecuerpohabíaseconvertidoenunarigidezdepiedra.PorthosnosemovíamásqueelgigantedegranitoacostadoenlallanuradeAgrigento.

PorordendePelisson,unayudadecámaraocupóseencortarlelasbotas,porqueningúnpoderdelmundohubierapodidoarrancárselas.

Cuatro lacayos lo habían intentado en vano, tirando de ellas como decabrestantes.

NisiquieralograrondespertaraPorthos:

Quitáronle las botas a tiras, y cayeron sus piernas sobre el lecho; lecortaron el Testo de sus vestidos, lo llevaron a un baño, donde estuvo unahora; envolviéronlo en un lienzo blanco y lo introdujeron en una camacaliente,todoconesfuerzasytrabajosquehubieranincomodadoaunmuerto,

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pero que ni siquiera hicieron abrir un ojo a Porthos; ni interrumpieron uninstanteelórganoformidabledesusronquidos.

Aramis, de naturaleza seca y nerviosa, armado de un valor exquisito,queríaporsupartedesafiarelcansancioytrabajarconGourvilleyPelisson;perosedesmayóenlamismasilladondeseobstinabaenpermanecer.

Deallílolevantaronparallevarloaunacámaracontigua,dondeelreposodellechodevolviólacalmaalcerebro.

CapítuloLXXIV

DondeelseñorFouquetobra

MientrastantoFouquetcorríahaciaelLouvrealgalopetendidodesutiroinglés.

El rey trabajaba conColbert.Deprontoquedóel reypensativo: aquellasdossentenciasdemuertequehabíafirmadoalsubiraltrono,sepresentabandecuandoencuandoensumemoria.

—Señor—dijo al intendente—.Aveces creoque esosdoshombresquehabéishechocondenarnoerantangrandesculpables.

—Majestad, fueron elegidos entre lamultitud de arrendadores que habíanecesidaddediezmar.

—¿Elegidosporquién?

—Porlanecesidad,Majestad—respondióColbertsecamente.

—¡Lanecesidad!¡Granpalabra!murmuróeljovenrey!

—Grandiosa,Majestad.

—Erandosamigosmuyadictosalsuperintendente,¿noesverdad?

—Majestad,dosamigosquehubierandadosuvidaporelseñorFouquet.

—Ylahandado,señor—dijoelrey.

—Esverdad,peroinútilmente,porfortuna,locualnoerasuintención.

—¿Cuántodinerohabíanderrochadoesoshombres?

—Diezmillones,pocomásomenos,de loscuales se leshanconfiscadoseis.

—¿Yesasumaestáenmiscajas?—preguntóelreyconrepugnancia.

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—Allí está, Majestad; pero, por más que esta confiscación hayaamenazadoalseñorFouquet,nolehaalcanzado.

—¿Yquédeducís,señorColbert?

—Quesiel señorFouquet sublevacontraVuestraMajestaduna tropadefacciosos para arrancar a sus amigos del tormento, sublevará un ejércitocuandosetratedelibrarseélmismodelcastigo.

El rey lanzó sobre su confidente una de esasmiradas que se parecen alfuegodeunrelámpagodetempestad;unadeesasmiradas,quevanailuminarlastinieblasdelasmásprofundasconciencias.

—Mesorprende—dijo—,quepensandotalescosasdelseñorFouquetnomedeisningúnconsejo.

—¿Quéconsejo,Majestad?

—Decidme primero, claramente, exactamente, lo que pensáis, señorColbert.

—¿Sobrequé?

—SobrelaconductadelseñorFouquet.

—Meparece,Majestad,quenocontentoelseñorFouquetconatraerasítodo el dinero, coma hacia el señor Mazarino, y privar por este medio aVuestraMajestaddeunapartedesupoder,deseatambiénatraerasíatodoslosamigosdelavidafácilydelosplaceres,todoloquelosholgazanesllamanpoesía, y los políticos corrupción; pienso que asalariando a los súbditos deVuestraMajestadusurpaalgodelaprerrogativaregia,ysiestocontinúaasí,nopuedetardarenrelegaraVuestraMajestadentrelosdébilesylosobscuros.

—¿Cómosecalificantodosesosproyectos,señorColbert?

—¿LosproyectosdelseñorFouquet?

—Selesllamacrímenesdelesamajestad.

—¿Yquédebehacerseconloscriminalesdelesamajestad?

—Selesarresta,selesjuzga,yselescastiga.

—¿Estáis seguro de que el señor Fouquet ha tenido el pensamiento delcrimenqueleimputáis?

—Dirémás,Majestad;hahabidoprincipiodeejecución.

—Puesbien,vuelvoaloquedecía,señorColbert.

—¿Yquédecíais,Majestad?

—Dadmeunconsejo.

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—Perdón,Majestad,peroantestengoalgoqueañadir.

—Decid.

—Unapruebaevidente,palpable;material,detraición.

—¿Cuál?

AcabodesaberqueelseñorFouquethacefortificaraBelle-Île-en-Mer.

—¡Ah!¿Deveras?

—Sí,Majestad.

—¿Estáisseguro?

—Perfectamente.¿Sabéis,Majestad,cuántossoldadoshayenBelle-Île?

—Yo,no;¿yvos?

—Lo ignoro, Majestad; y deseaba proponer a Vuestra Majestad queenviaseaalguienaBelle-Île.

—¿Aquién?

—Amí,porejemplo.

—¿Yquéharíaisallá?

—Informarme de si es verdad que, a ejemplo de los antiguos señoresfeudales,elseñorFouquethacerepararsusmurallas.

—¿Yconquéobjeto?

—Conobjetodedefenderseundíacontrasurey.

—Puessiesasí,señorColbert,hayquehaceralinstanteloquedecíais;esprecisoprenderalseñorFouquet:

—¡Imposible!

—Creohaberdicho,ya, señor,quequedaba suprimidaesapalabraenmiservicio.

—El servicio de Vuestra Majestad no impide que el señor Fouquet seasuperintendentegeneral.

—¿Yqué?

—Yque,porlotanto,tengaporsuyotodoelParlamento,comotienetodoel ejército por su generosidad, toda la literatura por sus gracias, y toda lanoblezaporsusregalos.

—Esdecir,pues,queyo¿nadapuedocontraelseñorFouquet?

—Nada,absolutamente,almenosporahora.

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—Soisunconsejeroestéril,señorColbert.

—¡Oh! No, Majestad, porque no me limitaré a enseñar el peligro.¡Veamos!¿Pordóndesepuedeminaralcoloso?¡Veamos!

Elreyseechóareíramargamente.

—Hacrecidoporeldinero;matadloporeldinero,Majestad.

—¿Ysilequitarasucargo?

—Malmedio.

—¿Puescuáleselbueno,entonces?

—Arruinarlo,Majestad,osloaconsejo.

—¿Cómo?

—Noosfaltaránocasiones,aprovechaosdetodasellas.

—Indicádmelas.

—Heaquíunaenprimer lugar.SuAltezaRealMonsieurvaacasarse,ysus bodas deben ser magníficas. Esta es una excelente ocasión para queVuestraMajestadlepidaunmillónaFouquet,yél,quepagadeunavezveintemillibrascuandosólodebecincomil,encontraráfácilmenteesemillónquelepideVuestraMajestad.

—Corriente;selopediré—dijoLuisXIV.

—SiVuestraMajestadquierefirmarlaordenanza,yomismoharécobrareldinero.

YColbertpusounpapeldelantedelreyylediounapluma.

En aquel momento entreabrió la puerta el ujier y anunció al señorsuperintendente.

Luispalideció.

Colbertdejócaerlaplumayseapartódelrey.ElsuperintendentehizosuentradacomohombredeCorte,aquienbastaunasolaojeadaparaapreciarlasituación.

TalsituaciónnoeratranquilizadoraparaFouquet,cualquieraquefueselaconcienciadesufuerza.ElojillonegrodeColbert,dilatadoporlaenvidia,yelojolímpidodeLuisXIV,inflamadoporlaira,señalabanunpeligroinminente.

Son los cortesanos para lasmurmuraciones deCorte, como los soldadosviejos,quepercibenaltravésdelosrumoresdelvientoydelfollajeelresonarlejanodelospasosdeunatropaarmada;pueden,despuésdehaberescuchado,asegurar cuántos hombres marchan, cuántas armas resuenan, y cuántos

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cañonesruedan.

Fouquetnotuvomásqueinterrogaralsilencio,yhallóenélamenazadorasrevelaciones.

Elreylediotiempoparaadelantarsehastalamitaddelasala,yFouquetseaprovechódetanpropiciaocasión.

—Majestad—dijo—,estabaimpacienteporveralrey.

—¿Yporqué?—preguntóLuis.

—Paraanunciarleunabuenanoticia.

Aexcepcióndelagrandezadelapersonaydelagenerosidaddecorazón,Colbert se parecía en muchos puntos a Fouquet. La misma penetración, elmismohábitodeloshombres.Además;esagranfuerzadeconcentraciónquedaaloshipócritastiempodereflexionaryprepararseparaunasalida.AdivinóqueFouquetseadelantabaalgolpequeibaadarle.Susojosbrillaron.

—¿Quénoticia?—dijoelrey.

Fouquetpusounrallodepapelsobrelamesa.

—TengaVuestraMajestadlabondaddeexaminarestetrabajo—dijo.

Elreydesliólentamenteelrollo.

—¿Planos?—dijo.

—Si,Majestad.

—¿Yquéplanossonéstos?

—Unarecientefortificación,Majestad.

—¡Ah!¡ah!—dijoelrey—.¿Osocupáisdetácticaydeestrategia,señorFouquet?

—Meocupode todo loquepuede serprovechosoal serviciodeVuestraMajestad—replicóBouquet.

—¡Magníficostrazas!—dijoelreyexaminandoeldibujo.

—VuestraMajestad comprenderá, sin duda—dijo Fouquet inclinándosesobre el papel—; aquí se encuentra el cinturón demuralla, aquí los fuertes,aquílasobrasavanzadas.

—¿Yquéesestoqueveo?

—Elmar.

—¿Elmartodoalrededor?

—Sí,Majestad.

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—¿Yquéplazaeséstacuyosplanosmemostráis?

—Belle-Île-en-Mer—replicóFouquetconsencillez.

AestenombrehizoColbertunmovimientotanmarcado,queelreycayóse,comopararecomendarlereserva.

FouquetfingiónoadvertirelmovimientodeColbertnilaseñadelrey.

—¿DemodoquehabéishechofortificaraBelle-Île?—continuóLuis.

—Sí;Majestad;y traigoaVuestraMajestad losdiseñosy lascuentas;hegastadoenestaoperaciónunmillónseiscientasmillibras.

—¿Yparaqué?—replicósecamenteLuis,quehabía tomadola iniciativaenunamiradarencorosadelintendente.

—Para un objeto y fácil de comprender —contestó Fouquet: VuestraMajestadestáalgofríoconlaGranBretaña.

—Sí;pero,desdelarestauracióndeCarlosIIhehechoalianzaconella.

—Deesohaceunmes,Majestad,yhacemásde seisqueempezaron lasfortificacionesdeBelle-Île.

—Luegoyasoninútiles.

—Majestad,lasfortificacionesjamássoninútiles.YofortifiquéaBelle-ÎlecontraMonk, Lambert y todos esos, plebeya de Londres que jugaban a lossoldados,y,ahoraestará fortificadacontra losholandeses,aquienesVuestraMajestadolaGranBretañanopuedemenosdehacerlaguerra.

—¿MeparecequeBelle-Îleespropiedadvuestra,señorFouquet?

—No,Majestad.

—Entonces,¿dequién?

—DevuestraMajestad.

Colbertseaterrorizó,comosisehubieseabiertounprecipicioasuspies.

Luisseestremeciódeadmiración,yaporelgenio,yapor laadhesióndeFouquet.

—Explicaos,señor—dijo.

—Nadamásfácil,Majestad.Belle-Îleesunatierraquemepertenece,ylahefortificadoamisexpensas.Mascomonadaenelmundoseoponeaqueelsúbditohagaunpresentehumildeasurey,yoofrezcoaVuestraMajestadlapropiedad de la tierra, de la queme dejará el usufructo. Belle-Île, plaza daguerra, debe ser ocupada por el rey, Vuestra Majestad podrá tener en ellaguarniciónsegura.

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Colbertcomenzóaresbalarhaciaelsuelo,ytuvonecesidaddeafianzarseenlosmueblesparanocaer.

—Habéisdemostradoaquíunagranhabilidaddehombredeguerra—dijoLuisXIV.

—Majestad;lainiciativanohasalidodemí;melahaninspiradomuchosoficiales. Los planosmismos han sido hechos por un ingeniero de los másexcelentes.

—¿Sunombre?

—ElseñorDuVallon.

—¿El señor Du Vallon?—repitió Luis—. No le conozco. Es enfadoso,señor,Colbert—continuó—,queyonoconozcaelnombredeloshombresdetalentoquehonranamireino.

Ydiciendoestaspalabras;volviósehaciaColbert.

Estesentíaseanonadado;el sudor lecorríapor la frente,nose leocurríaningunapalabra;sufríaunmartirioinexplicable.

—Retendréisesenombre—añadióLuisXIV.

Colbertseinclinó,máspálidoquesuspuñosdeencajedeFlandes.Fouquetcontinuó:

—La albañilería es de almáciga romana, compuesta por los arquitectossegúnlosrelatosdelaantigüedad.

—¿Yloscañones?—preguntóLuis:

—¡Oh! Eso concierne a Vuestra Majestad; no me corresponde metercañonesenmicasa,sinqueVuestraMajestaddigaqueessuya.

Luis empezaba a fluctuar, indeciso entre el odio que lo inspiraba aquelhombretanpoderosoylalástimadeaquelotrohombreabatido,queleparecíalacontrafiguradelprimero.

Mas la conciencia de su deber de rey lo fijó en sus sentimientos dehombre:

—Ejecutarestosplanoshadebidocostarosmuchodinero—dijo,poniendoundedoencima.

—CreohabertenidolahonradedecirlacifraaVuestraMajestad.

—Repetidla,laheolvidado.

—Unmillónseiscientasmillibras.

—¡Unmillónseiscientasmillibras!Soismuyrico,señorFouquet.

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—VuestraMajestadeselrico—dijoelministro—,puestoqueBelle-Îleesvuestra.

—Sí,gracias;peroporricoquesea,señorFouquet…

Elreysedetuvo.

—¿Qué,Majestad?—preguntóelsuperintendente.

—Preveoelmomentoenquenogastarédinero.

—¿Vos,Majestad?

—Sí,yo.

—¿Yenquémomento?

—Mañana,porejemplo.

—HágameVuestraMajestadelhonordeexplicarse.

—MihermanosecasaconMadamedeInglaterra.

—¿Yqué,Majestad?

—Y debo hacer a la joven princesa una recepción digna de la nieta deEnriqueIV.

—Muyjusto,Majestad.

—Luegotengonecesidaddedinero.

—Indudablemente.

—Ynecesitaré…

LuisXIVtitubeó.Lacantidadque ibaapedireraprecisamente laquesehabíavistoobligadoanegaraCarlosII.

YsevolvióhaciaColbertafindequedieseelgolpe.

—Ynecesitarémañana…—repitiómirandoaColbert.

—Unmillón—dijoéstebrutalmente,encantadodetomareldesquite.

Fouquet volvía la espalda para escuchar al rey. Sin moverse lo másmínimo,esperóaqueelreyrepitiese,omejor,murmurase:

—Unmillón.

—¡Oh! Majestad —contestó desdeñosamente Fouquet—. ¡Un millón!¿QuéharáVuestraMajestadconunmillón?

—Meparece…—dijoLuisXIV—.EsoesloquesegastaenlasbodasdecualquierprincipillodeAlemania.

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—Señor… Vuestra Majestad necesita dos millones lo menos. Sólo loscaballosimportaránquinientasmillibras.TendréelhonordeenviaraVuestraMajestadestanocheunmillónseiscientasmillibras.

—¡Cómo!—dijoelrey—.¿Unmillónseiscientasmillibras?—dijo.

—Majestad —respondió Fouquet sin volverse hacia Colbert—, sé quefaltan cuatrocientasmil. Pero ese señor de la Intendencia…—ypor encimadelhombroindicóconelpulgaraColbert,queestabapálido—tieneenCajanovecientasmillibras.ElreysevolvióaColbert.

—Pero…—dijoéste.

—El señor —continuó Fouquet, hablando siempre indirectamente aColbert— ha recibido hace ocho días un millón seiscientas mil libras; hapagadocienmilalosguardias,setentaycincomilaloshospitales,veinticincomil a los suizos, ciento treinta mil de víveres, trescientas sesenta mil dearmamentoydiezmildegastosmenudos;luegonomeequivocoaldecirquelequedannovecientasmil.

Volviéndose entonces a medias hacia Colbert, como hace un jefedesdeñosoconuninferior,dijo:

—Cuidad de que esas novecientasmil libras sean remitidas en oro a SuMajestadestamismanoche.

—Entonces—dijoelrey—serándosmillonesquinientasmillibras.

—Majestad, lasquinientasmil librasquesobranseránparaelbolsillodeSuAltezaReal.¿Oís,señorColbert?Estanocheantesdelasocho.

Y, saludando al rey con respeto, el superintendente hizo hacia atrás susalida,sinhonrarsiquieraconunamiradaalenvidioso,cuyacabezaacababadecortaramedias.

Colbertdesgarróderabiasuspuñosdeencaje,ysemordióloslabioshastasangrar.

AúnnoestabaFouquetenlapuertadelgabinete,cuandopasandoelujierasulado,dijo:

—UncorreodeBretañaparaSuMajestad.

—Tenía razón el señor deHerblay—pensó Fouquet sacando su reloj—,unahoracincuentaycincominutos.¡Yaeratiempo!

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