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EL DERECHO A LA CIUDAD EN AMÉRICA LATINA. VISIONES DESDE LA POLÍTICA Grupo de Trabajo CLACSO Lima, PUCP, 21-22 agosto 2014 Esquema del documento:
-‐ Borrador del Artículo de Joan Subirats -‐ Anexo 1: Criterios selección de casos de estudio -‐ Anexo 2: Fichas de casos analizados
POLÍTICAS URBANAS E INNOVACIÓN SOCIAL. ENTRE LA COPRODUCCIÓN Y LA NUEVA INSTITUCIONALIDAD. PRÁCTICAS SIGNIFICATIVAS EN ESPAÑA1 Joan Subirats IGOP-‐UAB Introducción. La ciudad y lo urbano en el cambio de época La ciudad es un ámbito espacial esencial a la hora de intervenir y experimentar en momentos en que están en marcha grandes cambios y en los que las respuestas convencionales no parecen funcionar. El ámbito urbano es, por su condición de espacio donde la gran mayoría de las personas desarrollamos lo fundamental de nuestra existencia, el lugar apropiado para poner en marcha procesos de transformación social orientados a la modificación de ideas y de prácticas sociales alternativas.
Los estudios sobre la ciudad y sobre los espacios urbanos, han pasado por distintas fases. No podemos pretender aquí, ni por espacio ni por oportunidad, realizar una historia ni un balance del “estado del arte” en materia de estudios urbanos, pero si necesitamos incorporar algunos elementos que permitan situar el sentido de nuestras reflexiones. Uno de los debates teóricos clave es la definición y concepción de lo “urbano”. La ciudad y en general lo urbano pueden ser entendidos de dos maneras: como continente (entorno físico que crea unas actividades y prácticas determinadas) o como contenido (procesos sociales que ocurren en el marco de la ciudad). En el primer caso, lo urbano se define como espacio físico con unas características específicas que da lugar a “un modo de vida urbano”, distinto de los demás. Para Louis Wirth, hay un “urban way of life”
1 Esta contribución forma parte y se nutre de la investigación “Políticas urbanas en el escenario del 2015”, POLURB, dentro del Programa Nacional de Proyectos de Investigación Fundamental, del VI Plan de Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica 2008-‐2011, en el subprograma de Investigación Fundamental no orientada (SEC CSO2011-‐28850).
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específico, propio de los espacios urbanos, que tienen tres características: densidad de población, heterogeneidad social y gran volumen de población (Wirth, [1938] 1996). Cuando se cumplen estas características se puede diferenciar un estilo de vida distinto, marcado por las relaciones anónimas, la movilidad, la segmentación, la abstracción, etc. (en línea con lo ya observado por George Simmel). Según esta interpretación, el marco urbano caracteriza y crea los procesos sociales. Por tanto, la perspectiva es la de actuar sobre el entorno físico para transformar la realidad social. Esta perspectiva ha inspirado a urbanistas y arquitectos paisajistas que idearon ciudades-‐jardín, “unités d’habitation” o diseñaron elementos (calles,plazas, mobiliario) para crear un determinado ambiente (Choay, 1965). En cambio, para otros el marco físico se contempla como algo externo, independiente de los procesos sociales urbanos. El acento se pone por tanto en las prácticas sociales que tienen lugar en el espacio urbano. Unas prácticas que son las que crean ciudad y un “modo de vida urbano”. Las dinámicas urbanas se explican por otros condicionantes (sobre todo, económicos) y no por el marco físico en qué se desarrollan. Esta interpretación (Castells, 1974; Lefebvre, 1970, 2013), contempla lo urbano como reflejo de dinámicas estructurales y ligadas al modo de producción que se manifiestan más intensamente en las ciudades. Así, la ciudad en si no crea nada específico. Lo que la distingue es la capacidad de centralizar las actividades y facilitar las relaciones y los intercambios. Entre las dos perspectivas, lo urbano se presenta como la interrelación de contenido y continente. Así, la ciudad y lo urbano se entienden como una relación bidireccional entre el espacio y la construcción social del espacio. En efecto, el espacio se transforma gracias a las prácticas de sus habitantes y del sentido que dan a esas prácticas, a la vez que las prácticas de los individuos están marcadas por el espacio en el que viven y se socializan, ya que vivir en un espacio u otro influye sus propias percepciones. En definitiva, la dialéctica de lo urbano se puede entender como la definió Lewis Mumford (1937): « The city fosters art and is art. The city creates the theater and is the theater » (Mumford, [1937], 2011). En esta contribución, planteamos analizar brevemente el espacio de las políticas urbanas, para después explorar los efectos en las mismas de la crisis económica y del cambio de época que sacude Europa y especialmente a España. Muchas de las respuestas que emergen ante el nuevo escenario ponen de relieve la necesidad de incentivar la innovación social ante las crecientes dificultades para mantener el protagonismo de los poderes públicos en un escenario de economía global. Pero, entendemos que conviene problematizar y politizar el debate sobre la innovación social, que se presenta muchas veces como inevitable, con ribetes de neutralidad técnica, cuando muchas veces, los valores desde las que se postula son claramente de corte neoliberal. No obstante, es asimismo cierto que surgen experiencias y propuestas que pueden enmarcarse en la lógica de la innovación social y cuyo contenido es más claramente contra-‐hegemónico y transformador. Re-‐emergen movimientos sociales urbanos que no solo tratan de incidir o de oponerse a las políticas públicas que les afectan, sino que son capaces de construir nuevos espacios propios de respuesta a los problemas comunes, propiciando dinámicas de co-‐producción de políticas y apuntando a nuevas institucionalidades.
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Políticas urbanas: especificidad y dinámica El debate sobre la definición y especificidad de lo urbano se aplica de forma similar al estudio de las políticas urbanas. En efecto, no hay una definición clara de lo que se entiende por políticas urbanas. De un lado, se pueden entender las políticas urbanas como aquellas que tienen lugar en la ciudad: los problemas se explican porque surgen de un marco urbano determinado. Del otro, se entiende que los problemas se determinan alrededor de ciertos colectivos (jóvenes, ancianos, inmigrantes), que (“casualmente”) viven en la ciudad. Según esta lógica, los problemas típicamente urbanos (delincuencia, pobreza, etc.) no son fruto de la ciudad sino de otras dinámicas generales que sobrepasan los límites urbanos pero que se expresan con mayor intensidad en las ciudades. En Estados Unidos y Reino Unido, las políticas urbanas de la primera mitad de siglo están inspiradas en la primera concepción. Buscan la transformación del espacio físico como solución a los problemas sociales. No son políticas urbanas sino políticas para solucionar problemas en la ciudad (Cochrane, 2007). Las políticas urbanas interpretadas de la segunda manera se introducen a partir de los años 1960 fruto de las presiones sociales (movimientos urbanos) y de la emergencia de una nueva clase política e intelectual crítica. A finales de los 1960 se empieza a tomar en consideración problemas que afectan a las áreas urbanas como expresión de conflictos sociales generales. Esta concepción de las políticas urbanas se transforma, a mediados de los 1980, cuando el acento se pone en la competitividad y en las ciudades como espacios de producción. En efecto, la crisis industrial de los 70, el desarrollo TIC, así como la creciente y acelerada interrelación económica global, son elementos de cambio radical en las estrategias de las ciudades europeas y norteamericanas. El tránsito hacia el post-‐industrialismo supone el replanteamiento de la agenda local, lo que significará un cambio de paradigma respecto al papel de los gobiernos locales con el creciente protagonismo de unas renovadas Políticas Urbanas (Cox, 1993), muy centradas en la movilización de todo tipo de recursos para atraer un capital cada vez más móvil. Esta concepción de las políticas urbanas toma fuerza en el marco de los gobiernos liberales de los años 80, cuando el acento se pone en la competitividad y en las ciudades como espacios de producción en los nuevos sectores económicos (Pierce, 1993). La mundialización de los mercados ha configurado una nueva jerarquía urbana que ha situado las aglomeraciones metropolitanas como espacio económico privilegiado (Lever, 2001) y a determinadas áreas de las ciudades centrales en los principales centros de decisión de la economía global (Sassen, 1991; 2006), convirtiéndose en una especie de “territorios desterritorializados” (Cacciari, 2010). Desde una perspectiva crítica, esto ha significado un giro neo-‐liberal de las políticas urbanas y el dominio del "urbanismo emprendedor" (Harvey, 1989), mientras, al mismo tiempo, las políticas urbanas adquirieron un nuevo protagonismo: se convierten en sustitutas y/o complementarias de las políticas de bienestar tradicionalmente en manos del Estado (Brenner, 2004).
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Lo cierto es que la globalización ha conllevado un "renacimiento" de las ciudades como actores económicos y también en los ámbitos culturales y políticos. Sin embargo, como han señalado diferentes autores, el gobierno de las ciudades se enfrenta a una paradoja: por una parte, la globalización revaloriza el papel de los gobiernos locales (principio de proximidad), al dar valor a la gestión y articulación de actuaciones complejas y muy localizadas que requieren precisamente instituciones y entidades políticas adheridas al territorio. Por otra parte, los gobiernos tienen escasa (aunque creciente) presencia internacional, están sometidos a la legislación y a los recursos de los gobiernos nacionales (y a veces regionales), tienen una posición de relativa debilidad frente a los grupos económicos públicos o privados, las grandes actuaciones estratégicas no son de su competencia (o sólo en parte) y acostumbran a actuar en espacios claramente metropolitanos, pero que con pocas excepciones están institucionalmente fragmentados (Borja y Castells, 1997). En definitiva, las transformaciones del territorio comportan transformaciones en las formas de gobernarlo. Así, ante la permanencia del Estado como actor político relevante y la aparición de los procesos simultáneos de localismo y globalización, los analistas han elaborado la idea del gobierno multi-‐nivel (multi-level governance). La relación entre la dinámica global y local o "glocalization" (Swyngedouw, 1997) obliga a los líderes políticos a pensar en nuevas fórmulas de gobernabilidad, tanto a nivel local como metropolitano, que incorporen el sector privado y otros actores (universidades, cámaras de comercio, etc.). En este sentido, Mayer (1995) define tres aspectos relacionados con la gobernanza local en este nuevo contexto: a) La implicación en la acción política local de un número creciente de actores públicos, privados y semipúblicos, que implica la redefinición del papel que ejercen las autoridades locales, b) La mayor importancia en las políticas locales de las estrategias de desarrollo proactivo orientadas a definir el perfil competitivo de las ciudades y su promoción, situándolas en una jerarquía internacional y c) La progresiva importancia de las políticas económicas y la necesidad de llevarlas a cabo a través de modalidades de intervención de diferentes sectores. Más recientemente, se ha apuntado a que la dimensión local facilita mucho más la conexión para enfrentar los problemas de gobernanza que los propios estados, y se apunta a una creciente presencia de los alcaldes como plataforma sobre la que operar en términos globales en momentos de dificultad de los estados –nación para contrarrestar las dinámicas globales (Barber, 2013). En esta línea, en los últimos años, ha tomado fuerza el término 'economía creativa' en cuyo centro encontramos la industria tecnológica, pero también la producción cultural (incluida el audiovisual), una renovada producción artesana y los servicios financieros y de negocios (Scott, 2006). A través de esta conceptualización se intenta definir la economía post-‐fordista poniendo énfasis en el papel central que la cultura y el ocio juegan de forma creciente dentro de la economía capitalista. Siguiendo esta perspectiva institucionalista que prima el territorio y la proximidad como a factores clave de crecimiento económico (Amin, 1999), Richard Florida (2002, 2003) estudia los factores que atraen a aquéllos que trabajan en la economía creativa en determinadas ciudades americanas. La aproximación de Florida, que ha concitado abundantes críticas (Hall, 2004: ; Glaeser, 2005: ;
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Markusen, 2006: ; Pratt, 2008: ; Markusen-‐Schrock, 2006: ; Peck, 2005), ha tenido gran influencia en las agendas políticas urbanas. Lo que es relevante de este planteamiento es que pone de relieve la importancia de los elementos no económicos en el fomento del crecimiento económico, y la mercantilización progresiva de la cultura , en forma de branding urbano, y como reconfiguración de un imaginario que refuerza la competitividad de la ciudad dentro de los circuitos económicos internacionales (Jessop, 2001). A lo largo de los años 90 se han ido desarrollando una serie de políticas que tratan de dar respuesta a algunos de los desafíos ambientales y sociales que las ciudades expresan y acumulan. Por lo que respecta a los primeros, la extensión urbana de baja densidad, así como la aceleración de la movilidad por motivos diversos (cuidados, laboral, ocio, turismo…) en todos los niveles (urbano, interurbano, regional, global) genera nuevos retos además de los ya asociados a las grandes aglomeraciones (gran consumo de recursos exógenos, contaminación, gestión de residuos, etc.). Así, el criterio del desarrollo sostenible ha sido uno de los elementos importantes de innovación en las políticas urbanas, en términos tanto operativos como substantivos. A modo de ejemplo, podemos señalar aquellas orientadas a mejorar los sistemas de transporte colectivo o la mejora de la eficiencia energética en viviendas, edificios y espacios públicos. Pero por su nivel de innovación y su extensión internacional, señalamos aquí la importancia de las Agendas 21 impulsadas por la Cumbre de Río de Janeiro, y sus efectos en el despliegue de medidas y actuaciones que trabajan por una mejora del hábitat urbano desde sus complejidades de recursos y de conectividad (Carta ciudades europeas de Leipzig, 2007). Por otro lado, la intensificación de las desigualdades socio-‐espaciales urbanas va ampliando así la lista de los barrios ‘notorios’, o barrios con mala reputación’, que expresan territorialmente la cada vez mayor separación entre formas de vida propias de la “mainstream society” y grupos con crecientes cotas de vulnerabilidad social (Musterd, Murie, 2006). Se extiende la percepción de que estos barrios representan una amenaza a la cohesión social urbana (percepción alimentada por episodios como el de las banlieues en Francia) y que no son sólo un contenedor de colectivos socialmente vulnerables, sino que son, en ellos mismos, un factor generador de exclusión social (Smith, Lepine, Taylor, 2007). Cómo afirma Cochrane (2007:7) algunas aproximaciones a la regeneración urbana apuestan porque sean las comunidades locales o los barrios los que sean regenerados o renovados (aprendiendo a ser autosuficientes) mientras que en otras aproximaciones se apuesta por la revitalización o la reestructuración de la economía urbana, con la finalidad de alcanzar el bienestar económico de los residentes haciendo la ciudad más competitiva. Tras este itinerario, forzosamente esquemático, sobre la evolución de las perspectivas analíticas y las propuestas de intervención sobre la realidad urbana, entenderemos que no podamos hablar de una definición ampliamente aceptada de políticas urbanas. Cochrane define las políticas urbanas según una concepción parecida a la definición de lo urbano: “urban policy is both an expression of contemporary understandings of the urban, of what makes cities what they are, and
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itself helps to shape those understandings (as well as the cities themselves)” (Cochrane, 2007: 13) ¿Cómo repensar pues problemas y políticas de respuesta desde una perspectiva que reconozca la significación del espacio, del territorio en el que ello sucede, y que al mismo tiempo quiera mantener una perspectiva integral que permita abordajes trasversales y pluridisciplinares aprovechando el factor de proximidad?. Se ha argumentado (Fainstein-‐Fainstein, 1982) que la variable territorial es muy significativa a la hora de establecer la distribución de las oportunidades vitales y de consumo, y que es justamente en esas coordenadas territoriales donde se produce la tensión entre las funciones de las áreas urbanas como medio residencial para la población y los usos de esas mismas áreas como palancas de acumulación para otros sectores, todo ello en pleno debate sobre la sostenibilidad de las ciudades atendiendo a su evidente “huella ecológica”. Estamos pues en momentos de profunda reconsideración de las políticas urbanas, al no sernos útiles las aproximaciones tradicionales (de carácter específicamente urbanístico), precisamente cuando parece ser más decisivo el rol territorial-‐urbano en los desarrollos contemporáneos. Una red de entidades y organismos públicos que han tomado el nombre de “European Urban Knowledge Network” (www.eukn.org) usa la siguiente definición de política urbana:
"Urban policy is multidisciplinary and constantly adjusting itself to new demands. Cities as focus of modern society are socially, culturally and economically dynamic entities. Successful urban policy integrates multiple domains: relevant domains are labour market, spatial planning, housing, environmental sustainability, safety, mobility, economy, culture, and social inclusion policies. The main focus of effective urban policy is life and functions in urban areas. Effective management of urban policy is marked by good governance. Increased citizen and civil society participation, as well as cooperation between local authorities and municipalities are an indispensable part of urban policy. The main challenges posed by urban policy are to create cities that are inclusive, attractive, safe and offer opportunities for all."
En recientes investigaciones sobre la realidad urbana en España (Iglesias et alt, 2012; Subirats-‐Martí, 2014; Cucó, 2013), se han constatado los límites que implica una concepción estrictamente urbanística, exclusivamente institucional y estrechamente local de las políticas urbanas. Así, entendemos que cuando hablamos de políticas urbanas de nuevo tipo, pretendemos contribuir al análisis y conformación de políticas que encuentran su objeto en la esfera territorial en la que se desarrollan, y en la concatenación y articulación de políticas sectoriales que se despliegan en ese territorio, y en el solapamiento de las políticas e intervenciones procedentes de distintas esferas de gobierno (supraestatal, estatal, autonómica y local). En resumen, las políticas públicas locales se han ido configurando en estos treinta años alrededor de los ejes de desarrollo económico, ordenación del territorio y servicios a las personas, añadiendo una dimensión trasversal de sostenibilidad
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ambiental. En todos estos ámbitos las transformaciones han sido muy grandes. El problema es su excesiva dependencia de una esfera de gobierno caracterizada por su bajo nivel de recursos y por su posición periférica en en un entramado de gobierno multinivel. Por ello, nuestra hipótesis es que es necesario reforzar y repensar las políticas urbanas como marco en el que situar actuaciones integrales, pensadas e implementadas desde la proximidad, pero integrando la multiplicidad de mecanismos de intervención multinivel, buscando dinámicas de sustentabilidad compleja, en línea con lo que ha ido denominándose resiliencia urbana (Edwards, 2009; Jones and Mean, 2010; Coaffee, 2010; Batty and Cole, 2010). Todo ello, además, aderazado por los evidentes efectos que Internet genera en la vida cotidiana de personas y organizaciones y por las perspectivas, inciertas pero muy significativas, que su aplicación en la gestión urbana puede implicar (Caragliou, Del Bo, Nijkamp, 2009)
Los efectos del cambio de época en la ciudad y en las políticas urbanas.
Un elemento que parece claro es la dificultad de mantener inalterables las políticas que se fueron desplegando desde inicios de los años 80. La insostenibilidad económica, ambiental y social parece ampliamente demostrada en los análisis sobre las vulnerabilidades de las ciudades que hemos tomado en consideración en nuestra investigación2. Hemos querido contar con las impresiones directas de diversos actores en las ciudades analizadas para ver en que marco sitúan la crisis y sus posibles salidas. La mayoría de los actores institucionales (con matices significativos entre ciudades) mantienen relatos que tienden a identificar la situación actual con un periodo de crisis a superar, con lo que entienden que tras este interregno podrían volver, con ciertos ajustes, al modo en que se venía operando, basado en el incrementalismo y el quasi monopolio institucional en las políticas urbanas. El resto de actores mantienen puntos de vista distintos a los que expresan los procedentes de los gobiernos locales. Desde los actores de matriz más técnica se pone de relieve la gran dificultad que existe en seguir apostando por políticas urbanas de crecimiento basadas en la explotación intensiva del recurso suelo y de la lógica de financiación basada en las plusvalías que generaba la burbuja inmobiliaria. Es importante tener en cuenta que las maquinarias administrativas y
2 Nos referimos a POLURB, una investigación que dirige un equipo del IGOP liderado por Joan Subirats y en el que participan diversas universidades españolas: Universidad del País Vasco, Universidad Pablo Olavide de Sevilla, Universidad de La Rioja, Universidad de Valencia, Universidad de Murcia, Universidad de Zaragoza, y en la que se analizan las diez ciudades más pobladas del país. La investigación, tras dos años de análisis de datos y de entrevistas a los principales actores políticos, económicos y sociales de las ciudades mencionadas, está en curso de finalización, incorporando experiencias innovadoras surgidas de los movimientos sociales urbanos, con o sin la complicidad institucional. Pueden verse primeros avances y trayectoria en Subirats-‐Martí, 2014 y en http://www.paisajetransversal.org/search/label/POLURB%202015
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las políticas clientelares (que aseguraban continuidad en el apoyo político y la legitimidad institucional) basaban su sostenibilidad en esa estrategia de crecimiento. Y por tanto ello obliga a repensar las estrategias de futuro de cada ciudad, incorporando ese elemento de discontinuidad. Los operadores económicos en las ciudades más dinámicas (Barcelona, Bilbao, y en parte Madrid) apuntan a resituar la estrategia urbana en otros parámetros, reforzando el sector servicios (turismo, áreas de negocios, rehabilitación urbana, infraestructuras de conectividad, inversión extranjera, posibilidad de reindustrialización…), mientras que en el resto de ciudades siguen más o menos anclados en su capacidad de mantener lazos prioritarios con las inversiones públicas que puedan seguir dándose. Los actores sociales y especialmente aquellos procedentes de los movimientos urbanos son los que más claramente apuntan a la necesidad de modificar la perspectiva sobre la que pivotaban las ciudades, y buscar formas más sostenibles ambientalmente y socialmente de plantear el futuro. Como recuerda Horacio Capel, la ciudad es al mismo tiempo la urbs (el espacio construido), la polis (la unidad político-‐administrativa) y la civitas, es decir, una realidad social constituida por los ciudadanos que viven en ella (Capel, 2003: 10). En este sentido, diríamos que es en los planteamiento de los actores sociales en los que se ve como imprescindible contar con la ciudadanía a la hora de imaginar y explorar nuevos escenarios y nuevas vías para responder a los problemas que se plantean hoy en las ciudades de todo el mundo, y, en nuestro caso, en las ciudades españolas. Conviene entender que en el caso de España se unen diversos flujos que alimentan el diagnóstico de final de época y de necesidad de replantear de manera radical (desde la raíz) los fundamentos del sistema. Una crisis político-‐institucional, provocada por la pérdida de legitimidad de los dos grandes partidos (PP y PSOE) al considerárseles como cómplices de la senda que ha conducido a la grave crisis económica, con millones de desempleados y graves costes para los presupuestos públicos debido a la necesidad del rescate bancario. Una crisis de legitimidad del modelo surgido de la transición, dadas las altas cotas de corrupción y de aprovechamiento de los cargos públicos, que afecta tanto a la monarquía como a los principales partidos (y en parte a los sindicatos). Una crisis de confianza sobre el sistema bancario y financiero al que se le atribuyen, desde evidencias inequívocas, su complicidad en temas como las hipotecas abusivas (con el resultado de miles y miles de desahucios), las llamadas “preferentes” (que afectaron a miles de ciudadanos y especialmente pensionistas), y la capacidad de los altos ejecutivos, no solo de salir indemnes de la crisis sino de aprovecharse de la misma, con contratos y fondos de pensiones blindados. Situando este diagnóstico en la escala local, el resultado es una movilización política y ciudadana sin precedentes (el más alto número de manifestaciones y protestas en la calle desde el final del franquismo), con especial incidencia en temas como la vivienda, la defensa de la sanidad o educación pública. Así, han ido surgiendo experiencias (a las que luego haremos referencia), en las que se unen vecinos (procedentes de las tradicionales y mucho tiempo aletargadas, asociaciones de vecinos), nuevos activistas procedentes del 15M y del movimiento de “indignados”, y técnicos en desempleo o sin perspectivas claras de trabajo (como jóvenes arquitectos, sociólogos, politólogos, antropólogos,…) que confluyen en experiencias específicas en las ciudades, aprovechando en parte la parálisis
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institucional, en parte la falta de iniciativa en el mercado inmobiliario, y en parte la crisis política general. Es en esa combinación en la que surgen ideas, iniciativas, propuestas que, desde abajo, buscan expresar nuevos caminos de construcción de ciudad y nuevas vías de convivencia en las ciudades, que pueden tener expresión política en la presentación de candidaturas que mezclen los espacios movimentistas con fuerzas políticas no afectadas por los casos de corrupción, sin que ello implique dejar la movilización ciudadana como palanca de cambio. Es en ese contexto en el que hemos de situar la creciente atención que reciben las dinámicas de innovación social. Ya que, a diferencia de lo habitual, parten del supuesto de que las soluciones o las respuestas a ciertas problemáticas sociales surgen o pueden surgir desde fuera de las instituciones públicas, surgen o pueden surgir de la propia iniciativa social, sin que ello impida que puedan existir formas de colaboración institucional en las diversas fases del proceso de respuesta. Veamos como, desde distintas perspectivas ideológicas se plantea hoy el debate sobre innovación social, bienes comunes urbanos y derecho a la ciudad y como podemos trasladar todo ello al campo de las políticas urbanas (Harvey, 2013; Borja, 2013). La innovación social. Miradas desde la lectura neoliberal
En el mes de setiembre del 2013, el rey de Holanda, Guillermo Alejandro, leyó un discurso en el parlamento (redactado por el gobierno que preside Mark Rutte) en el que anunció la imposibilidad práctica de mantener el estado del bienestar. Y añadió que ello no era solo por las dificultades financieras de los Países Bajos, sino que, además, “las expectativas de la gente no son ya las mismas….la gente quiere tomar sus propias decisiones. Pedimos a cada uno que asuma sus responsabilidades. Cambiaremos del estado del bienestar a la sociedad participativa”. Más descentralización hacia los municipios y más responsabilidad individual, fueron las dos líneas maestras del cambio señaladas por el monarca. Admitió que “los cambios son complejos y radicales, pero necesarios”. Holanda, que cuenta ahora con un gobierno de coalición socialdemócrata-‐liberal, se alinea pues, en parte, con las propuestas del gobierno británico de David Cameron y su “Big Society”. En efecto, desde su acceso al gobierno en mayo del 2010, la coalición conservadora-‐liberal que preside David Cameron apostó de manera directa por cambiar las relaciones entre poderes públicos, sociedad y mercado, tratando de situar la corresponsabilidad y la innovación social como un elemento clave para afrontar los tiempos difíciles, desde la perspectiva del gasto público, en la que estamos inmersos. La perspectiva adoptada por Cameron, que podemos rastrear mejor dado su recorrido que la iniciativa holandesa, partía de tres principios básicos: trasladar responsabilidades del Estado a los gobiernos locales, las comunidades y directamente a los individuos para que asumieran más directamente sus problemas y necesidades; fomentar la responsabilidad social en
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la gestión y en la obtención de una mayor eficiencia en el uso de los recursos públicos; en la misma línea, buscar complicidades con las empresas y las organizaciones de la sociedad civil, las entidades benéficas, etc., para que participasen más directamente en los servicios públicos. Todo ello rodeado de una retórica antiburocrática, frente a la que se esgrimían las bondades de la iniciativa individual y social, la labor voluntaria y las ventajas de los ajustes mutuos sin intervención jerárquica, al estilo de lo que ocurre en el intercambio mercantil. Conviene advertir que no estamos ante una nueva versión de la tradición neocorporativa, que busque la complicidad de las organizaciones tradicionales, representativas de los intereses industriales y sindicales, ya que las mismas formarían más bien parte del “Big State” que quiere evitarse. En este caso hay una apelación directa a las grupos de base, las entidades del tercer sector implicadas en temas sociales, las comunidades religiosas, o los mismos individuos que quieran implicarse. La apelación a los gobiernos locales, es una forma de poner de relieve ese poder de la proximidad, más que una apelación municipalista en sentido transformador. Con todo ello, se quiere conectar, tras trece años de gobiernos laboristas, con el discurso de Thatcher y su crítica a un estado ávido de aumentar impuestos y gastar, y el elogio a la libertad e iniciativa individual. Por otro lado, desvía la atención del gobierno y de sus responsabilidades y sitúa la pelota de la respuesta a las necesidades colectivas en un espacio a compartir. Y, a diferencia esta vez de la retórica de Thatcher, acepta hablar de “sociedad”, de articulación comunitaria, implicando así a los Liberal-‐Demócratas en esa perspectiva relativamente nueva en la tradición del conservadurismo británico. Las críticas a esos planteamientos han sido abundantes en estos años (Ishkanian-‐Szreter, 2012; Lowndes-‐Pratchett, 2012). Los recortes en las partidas sociales han sido significativas, y las dificultades de las entidades del tercer sector, así como la creciente presencia de iniciativas mercantiles en la esfera propia de las políticas sociales, ha ido siendo puesta de relieve en la prensa y en los balances críticos publicados. Se ha señalado, por ejemplo, que la iniciativa parte de un equívoco evidente: no todas las comunidades ni todas las organizaciones o entidades en que se organiza la gente, parten de los mismos niveles de información, de capacidades o de recursos. Las asimetrías son muchas y, por tanto, también las posibilidades de asumir responsabilidades y compromisos ante los problemas colectivos, y no digamos para poder gestionar servicios o para garantizar niveles aceptables de trabajo voluntario. Por otro lado, todo el proceso de delegación o devolución de los poderes públicos a entidades, colectivos o individuos, conlleva implícitamente la capacidad de gestionar recursos de manera eficiente, al estilo empresarial, por así decirlo. Y ello está alejado de la realidad informal y espontánea que puede uno encontrarse en los enclaves locales. Las entidades, las organizaciones sociales, han surgido en muchos casos más como expresión de valores, de reivindicaciones que no con la voluntad de gestionar servicios. No parece razonable que el gobierno entienda que cuando las cosas van bien, se debe a su generosidad delegando funciones a la sociedad civil, y cuando ello no funcione, sea responsabilidad de la falta de compromiso de personas y colectivos. De alguna manera se supone, al reivindicar el término “Big Society”, que ello es una respuesta a un exceso de Estado y a una sociedad frágil. Y, como dicen algunos críticos, ello no es en absoluto así. Ni los poderes públicos eran antes omnipresentes, ni se podía
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considerar que la sociedad británica destacaba por su insolidaridad. En los últimos meses, existe la sensación que la gran iniciativa de Cameron ha ido siendo devaluada, situándola en el terreno del buen comportamiento cívico, de la recogida de fondos en tómbolas y en recogida voluntaria de residuos, más que en la dimensión de alternativa estratégica a las políticas públicas de bienestar (The Observer, 2014; Fox, 2013). ¿Caben otras concepciones del paradigma de la innovación social? Al margen de las iniciativas políticas mencionadas y de las coordenadas ideológicas en que se inscriben, lo cierto es que las necesidades sociales aumentan y, al mismo tiempo, son innegables las dificultades de las instituciones públicas para mantener los compromisos adquiridos en sus cartas constitucionales y en su legislación social, ante la creciente dependencia de los poderes financieros y las prioridades concedidas al retorno de la deuda generada por el déficit público, así como en la merma constante de ingresos por la capacidad evasión y elusión fiscal del gran capital financiero. En ese escenario conviene situar la posibilidad/oportunidad de respuestas sociales autónomas y el cambio en la estructura de poderes como elementos a considerar frente el aumento de la desigualdad social y las necesidades que ello conlleva. Y todo ello en un escenario de globalización que genera evidentes desequilibrios en los procesos productivos y en los coste sociales que implican en cada parte del mundo. Se incrementan los desequilibrios sociales y las alternativas tradicionales a disposición de los gobiernos son: aumentar los ingresos públicos, reducir los servicios y las personas que se ocupan de ellos, mejorar la eficiencia de la gestión pública. De hecho, estas han sido hasta ahora las respuestas que en proporción diversa, han ido asumiendo los gobiernos de nuestro entorno y son esas las alternativas que mayoritariamente se siguen manejando. El problema se plantea ante la creciente dificultad para conseguir la efectividad de ese tipo de respuestas en un horizonte en el que las dificultades no son coyunturales o pasajeras, sino estructurales y sistémicas. Es en ese contexto en el que hemos de situar la creciente atención que reciben las dinámicas de innovación social. Ya que, a diferencia de lo habitual, parten del supuesto de que las soluciones o las respuestas a ciertas problemáticas sociales se dan, surgen o pueden surgir desde fuera de las instituciones públicas, a partir de la propia iniciativa social, sin que ello implique necesariamente el que no existan formas de colaboración institucional en las diversas fases del proceso de respuesta. En esta línea, organismos multilaterales como el FMI, el Banco Mundial o la OCDE están insistiendo en el término de “innovación social” en sus diversos análisis. También la Unión Europea sigue esa misma senda como puede, por ejemplo, observarse en su programa de investigación “Horizon 2020”. Hagamos un somero repaso de las distintas perspectivas existentes. De entrada, conviene recordar que no es un concepto nuevo (Gurrutxaga, 2013), pero es evidente que en los últimos tiempos ha tomado un gran auge, por varias razones, entre otras su notable
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ambigüedad. En efecto, en diversos trabajos se ha ido poniendo de relieve que el concepto de innovación social puede ser notablemente equívoco. En los documentos en que una institución como la OCDE se refiere al tema (http://www.oecd.org/sti/inno/47861327.pdf) (http://efi2011.eai.eu/sites/default/files/documents/30november/NOYA_fin.pdf), se entiende que la innovación social se da cuando aparecen nuevas respuestas a problemas sociales. Identificando y generando la provisión de nuevos servicios que mejoren la calidad de vida de personas y comunidades; identificando y generando nuevas esferas de trabajo, nuevas formas de participación, tanto desde la perspectiva de la producción como del consumo. Se trata habitualmente de nuevos procesos que tratan de satisfacer necesidades no cubiertas por el mercado, o no disponibles para las poblaciones afectadas, y que tampoco son cubiertas de manera suficiente por las instituciones públicas. Parece claro que, desde esa perspectiva, no necesariamente las experiencias entendidas como innovación social, modificarán las relaciones de poder previamente existentes, ya que su lógica puede ser estrictamente subsidiaria o compensatoria de los déficits de actuación de los poderes públicos, sin que ello afecte el status quo vigente.
En general, se entiende que las dinámicas de innovación social incorporan la creación de valor social, generando soluciones a problemas que tienen una naturaleza de “públicos”, distinguiéndose pues de las dinámicas empresariales que si bien pueden tener impacto social, no es esa la razón de ser de su actividad. Se pone así de relieve la importancia de que los actores sociales, las personas y las comunidades implicadas, asuman nuevos protagonismos en relación a sus necesidades, lo que refuerza su papel y permite considerar cambios en las estructuras de poder. La existencia de tales experiencias y su perdurabilidad, permite identificar mejor necesidades y construir respuestas más específicas, evitando los problemas de “eficacia indiferente” que caracterizan muchas veces los servicios públicos. En efecto, la lógica burocrática a menudo confunde igualdad de trato y no discrecionalidad con homogeneidad y despersonalización. Y es en ese contexto, en el que las entidades del tercer sector aparecen como mucho más capaces de atender la diversidad, personalizar el trato y abordar la situación más desde el propio problema que desde la distribución de competencias.
Desde perspectivas más contra-‐hegemónicas, desde las que se quiere reivindicar la acción colectiva como palanca de transformación social, se entiende el surgimiento de estas prácticas como expresión de la exigencia de un nuevo protagonismo cívico, que entra en conflicto con la visión delegativa y “clientelar” en la que la lógica institucional y jerárquica acostumbra a situar las relaciones entre instituciones y ciudadanía. Estas prácticas innovadoras y comunitarias serían pues experiencias que se oponen a los procesos de mercantilización en nuestras sociedades, buscando formas más equilibradas de relación con las instituciones, generando también embriones de nueva institucionalidad, formas de co-‐producción de políticas, y/o espacios de apropiación social de ámbitos antes monopolizados por los poderes públicos o la esfera mercantil. De esta manera, se estaría avanzando en formatos alternativos (instituciones del pro-‐común) de entender la respuesta a las necesidades sociales a través de experiencias comunitarias, de cooperación y de autonomía cívica.
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Lógicamente, no todos los ejemplos o experiencias calificables como de “innovación social” reúnen esta carga crítica o transgresora. En algunos trabajos (Moulaert, 2013) se alude a dos criterios que pueden servir para distinguir unas experiencias de otras. En un eje se situarían las experiencias de innovación social ordenadas desde la perspectiva de su impacto social, en temas de justicia social, sostenibilidad ambiental, innovación democrática y empoderamiento y nuevas perspectivas de respuesta a las necesidades de subsistencia económica. O sea, el grado de progresividad social y de cambio en las condiciones de poder que motivan y legitiman las acciones de los actores envueltos en esa experiencia. En el otro eje se colocarían las diversas experiencias ordenadas desde su capacidad de incidir en la esfera pública y en las instituciones, sea generando cambios en las dinámicas institucionales, sea modificando la esfera de debate y de discurso público en el sentido de profundizar derechos más efectivos e inclusivos para la ciudadanía. Se entiende que el impacto en las instituciones puede derivarse de su capacidad de provisión de directa de servicios, identificando nuevas necesidades y demandas, o modificando las formas de operar concretas de las instituciones públicas a través de procesos de gestión más directos, modificación de prioridades o normas de actuación.
Lo que podemos constatar es, pues, que dentro de las distintas corrientes que usan la perspectiva de la innovación social, los planteamientos ideológicos y las aproximaciones prácticas son notablemente distintas. El punto de vista que adoptamos aquí no sería aquel que ve en la innovación social un sustituto de la acción institucional y pública, ni tampoco el que busca empoderar a la ciudadanía para desempoderar los poderes públicos. Partimos de la necesidad de evitar delegaciones y dependencias absolutas de las redes y entidades sociales hacia los poderes públicos, sobre todo en momentos en que existen dudas razonables sobre las capacidades de futuro que pueden tener lógicas de incrementalismo de la acción y de los presupuestos de las instituciones públicas. Constatamos además que el cambio de época, sustentado por componentes de transformación tecnológica que permiten y facilitan la autoorganización y la acción sin intermediarios de las fuerzas sociales, permiten imaginar iniciativas que combinen de manera más equilibrada acción institucional y protagonismo social. En esos nuevos equilibrios pensamos que pueden afianzarse experiencias innovadoras que permitan procesos de transformación de las condiciones de vida, en una perspectiva de igualdad y justicia social en la esfera urbana. Dando contenido a la reivindicación del derecho a la ciudad. Al análisis de esa perspectiva dedicaremos las páginas finales de esta contribución.
La (re)emergencia de los movimientos sociales urbanos
Las aportaciones y propuestas de los movimientos sociales surgidos en el contexto de la crisis y la experimentación de nuevas prácticas alternativas plantean algunos de los posibles contenidos de experiencias de innovación social que incidan en dinámicas de transformación o de nueva institucionalidad. Si nos situamos, como hemos hecho desde el principio, en la esfera de la ciudad y de lo urbano, trataremos de poner en primer plano elementos que formen parte de la agenda de las políticas urbanas y que, por tanto, puedan ser abordados y puestos en práctica
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en la esfera local. Y buscamos, asimismo, las nuevas expresiones de los movimientos sociales urbanos, que mantienen continuidades con los ya analizados hace años (Castells, 1974) pero que incorporan asimismo nuevas dinámicas, nuevas alianzas y nuevas estrategias (Mayer, 2009, 2013) Así, en nuestra investigación sobre experiencias innovadoras y significativas en diversas ciudades españolas, hemos priorizado el encontrar casos que se orientaran hacia:
a) El desarrollo de propuestas socializadoras en sectores estratégicos para la vida de y en las ciudades como son la energía, el agua, la banca, el transporte, la salud, la educación, etc. El control público de estos sectores clave, junto con mecanismos de control y apoyo ciudadano, podrían permitir una estrategia de superación de las formatos mercantilizadores cada vez más presentes.
b) El respaldo a nuevas formas de producción cooperativa, prestando una atención especial a las experiencias de producción agroecológica y de distribución para el consumo, que en ocasiones va unido a la auto-‐organización de los trabajadores en la recuperación de empresas mercantilmente fallidas.
c) Un replanteamiento profundo del trabajo, desarrollando iniciativas de redistribución del empleo, reconsiderando las otras formas de trabajo, como el relacionado con la esfera de los cuidados y de la sostenibilidad de la vida.
d) Otorgar una prioridad máxima al problema de la vivienda, aprovechando el stock existente para promover iniciativas públicas de vivienda
e) Impulso a medidas que promuevan la desmercantilización de las relaciones sociales, bien sea a través de la promoción del uso de los espacios públicos, en el intercambio de productos o servicios o en la valorización de ciertas formas de trabajo no asalariado, pero socialmente necesario.
f) Incentivar por distintas vías la participación popular, favoreciendo la auto-‐organización, incluyendo a los movimientos sociales y promoviendo nuevas prácticas de participación en la esfera política
g) Situar como un elemento de valor el conseguir aumentar el grado de autonomía de las iniciativas sociales en relación a las instituciones
Son solo ejemplos de lo que en estos momentos constituye un universo plural y multiforme de iniciativas en distintas partes de Europa y del mundo que buscan formas de respuesta social a problemas colectivos, que no necesariamente queden encapsuladas en estrategias institucionales o de gobierno. En efecto, en estos últimos años, la progresiva erosión de las bases legitimadoras de la democracia por su alejamiento de sus valores fundacionales (igualdad, justicia social, control popular de las decisiones), ha ido encontrando respuestas en movilizaciones sociales significativas. La participación ciudadana se ha concentrado muchas veces en defender lo que se había conseguido. En evitar que las decisiones que se fueran tomando en el plano legislativo o desde la acción de los poderes públicos implicaran pérdida de derechos y de protagonismo popular. Y la política institucional ha sido el espacio al que se dirigían las protestas, las acciones reivindicativas. Lo que está sucediendo ahora en distintas partes de España es que sin dejar de mantener la presión sobre las instituciones y los
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partidos que las gobiernan, los movimientos sociales, la acción popular, se han ido dando cuenta que han de complementar esa labor con la capacidad de poner en pie estructuras institucionales propias. No se trata solo de incidir y resistir, sino también de disentir construyendo alternativa. Demostrar, con ese “éxodo” de las instituciones, que no todo va a encontrar solución en y desde la acción de los poderes públicos constituidos. Tenemos cada vez más ejemplos de desobediencia civil ante atropellos institucionales. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) ha puesto encima de la mesa muchos ejemplos de combinación de acciones legales con acciones que expresaban de manera pacífica el desacuerdo con lo que legalmente estaba establecido y que iban adquiriendo a ojos de la ciudadanía una creciente legitimidad. Temas como energía, alimentación, educación, sanidad, y cada vez más, el derecho a Internet, se muestran como espacios en los que la organización social, combinada con prácticas de reivindicaciones frente a los poderes públicos y con capacidad de construcción de espacios propios en los que demostrar que existen otras formas de plantear soluciones a temas vitales básicos, tienen un notable recorrido por delante. Han ido surgiendo movimientos que “son” (“Som energia”, por ejemplo), que buscan respuestas autónomas, construyendo espacios de nueva institucionalidad. Lo que aún falta es la capacidad de articular de manera trasversal ese conjunto de expresiones de rechazo a lo que ocurre y de construcción de alternativas propias y viables. Pero, va quedando claro que, cada vez más, participar es hacer. Y ese hacer, debe plantearse modificar las relaciones de poder existentes. Entre el “mientras tanto” y la coproducción de políticas Las experiencias que hemos recogido en nuestra investigación (ver nota 2) (ver fichas de casos en Anexo) expresan, con mayor o menor rotundidad esas dinámicas hasta ahora apuntadas. Una parte importante de las mismas se relaciona con lo que podríamos caracterizar como “mientras tanto”. En efecto, se trata de iniciativas surgidas casi siempre desde la iniciativa social, que propone utilizar espacios urbanos que han quedado sin uso debido a la crisis económica y la consiguiente parálisis del sector inmobiliario. Los gobiernos locales podrían, y de hecho lo hacen en ocasiones, situarse frente a esas iniciativas tratando de impedirlas o dificultarlas. Pero, en muchos casos, buscan formas de acomodarlas, sea aislándolas y dándoles un estatuto de excepción, o en otros casos tratando de aprovechar la oportunidad para buscar el encauzar y promover otras experiencias que canalicen la demanda de protagonismo social en momentos, como decíamos, de falta de iniciativa privada (Barcelona, Valencia). Otras experiencias muestran el intento por parte de los movimientos sociales de encontrar respuesta a los graves problemas de vivienda en España, dado lo limitado que es el parque de vivienda pública y el poco desarrollo de las políticas públicas en ese sector. Y ello se produce a menudo de forma disruptiva, ocupando espacios y viviendas (Sevilla1) o construyendo un movimiento que sea capaz de repeler los desahucios, negociar
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directamente con los bancos y propiciar la ocupación de viviendas vacías (Madrid). Tenemos otros casos en los que se da más una lógica de protagonismo compartido entre movimientos sociales e instituciones públicas que tratan de acomodar expectativas y posibilidades de uno y otro lado (Bilbao). E incluso vemos como desde los movimientos sociales pueden construirse formas alternativas y autónomas de plantear dinámicas de colaboración e intercambio económico que surgen y se despliegan en una comunidad determinada (Sevilla2). Lo que entendemos que está en juego y que hemos tratado de ver en nuestro análisis es el grado de eficacia, de integralidad, de perdurabilidad, de replicabilidad y de escalabilidad (entre otros factores) de esas prácticas (ver Anexo metodológico). De esta manera, entendemos que podemos tratar de contrastar la significación de las mismas y su capacidad de mostrarnos nuevas vías de despliegue de las políticas urbanas, más allá de la coyuntura específica en que se encuadran, y ver hasta que punto son puntos de partida que permitan cambiar de escala y de espacio (Smith, 1995). Los dilemas institucionales en este tema son asimismo relevantes. Desde los poderes públicos y sus aparatos administrativos se plantea la cuestión de hasta que punto entender esas iniciativas como “hostiles”, es decir, planteadas de manera contradictoria con los modos de hacer de los gobiernos locales, y por tanto, una respuesta o planteamiento “natural” sería tratar de acabar con ellas o limitar sus efectos. Pero, en la perspectiva de “reducción de daños” y en una coyuntura de “stand by”, desde las instituciones puede preferirse el contemporizar con esas experiencias, e incluso, como adelantábamos, aprovechar su impulso para tratar de liderar iniciativas similares en otros espacios urbanos. El debate pues está planteado sobre el grado de autonomía o institucionalidad de estas experiencias, lo que de alguna manera muestra también su grado de capacidad contrahegemónica (o de nueva institucionalidad),su capacidad de generar dinámicas de co-‐producción de políticas, o la simple captura o digestión institucional de las mismas. Hemos aludido en otro contexto al tema de la nueva institucionalidad (Blanco-‐Fleury-‐Subirats, 2012), y la capacidad de generar dinámicas autónomas en espacios periféricos, sea de la centralidad urbana, sea de la centralidad institucional. Cuando hablamos de coproducción de políticas, nos referimos a la capacidad de generar actividades y respuestas a problemas colectivos de manera conjunta por parte de los ciudadanos y el gobierno local. (Durose et alt, 2013). Lógicamente, y de la misma manera que hemos comentado antes el debate sobre “innovación social”, aquí también se habla de una estrategia para traspasar responsabilidades a las comunidades, generando ansiedad y autoexplotación. Pero más allá de esta estrategia oportunista y utilitaria, podemos también observar las oportunidades que se plantan para incentivar diagnósticos compartidos, diseño conjunto de nuevas prácticas, y dinámicas de conocimiento extendido y colaborativo. El problema que muchas veces se da es que se asimilan estas prácticas al intento alicorto de reducir costes, y por lo tanto se presentan bajo un “relato” eficientista, lo que propicia menos posibilidades de sostenibilidad y de arraigo. En realidad, el mensaje estratégico y de fondo tiene que ver con la necesidad de desintermediar los procesos de construcción de políticas, usando el gran potencial conjunto de expertos de las administraciones, expertos (en todos los sentidos) de los movimientos y entidades sociales, y la red local en que se
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desarrolla la experiencia para encontrar mejores soluciones a problemas comunes. En muchos casos ello ya se está dando, y se trata de reconocer (y de dignificar) lo que ya se da en la práctica. En otros casos se trata cambiar o de transformar lo que se venía haciendo, aceptando que todo ello implica, como ya adelantábamos, cambios no solo en la forma de proveer servicios o atender demandas, sino también en la estructura de poder que implícitamente o explícitamente siempre está presente. No se trataría de sustituir lo que otros (instituciones públicas, empleados públicos,…) están haciendo, sino de añadir a lo que unos vienen haciendo, lo que otros pueden aportar, mejorando prestaciones y convirtiendo en más sostenible el servicio o el recurso, entendiendo que no estamos hablando de una solución de carácter universal, aplicable siempre y en cualquier circunstancia (Ostrom, 1996). Se necesita construir un marco de confianza mutua, de cultura organizacional común, superando la lógica de “la opción más útil” (transacción) y buscando la lógica de “la opción más respetuosa” (confianza entre pares, interdependencia, colaboración perdurable). En la primera aproximación se busca el intercambio (lo que “vale”), en el otro la reciprocidad (hoy por ti, mañana por mi) (Mol, 2008). En este sentido, y como señala Ostrom (1996), el diseño institucional en el que se sustente la relación es muy importante, ya que puede favorecer u obstaculizar esa lógica de reciprocidad. Y por tanto es preciso estar muy atento a las culturas y tradiciones organizativas de unos y otros. El esfuerzo de los ciudadanos ha de ser reconocido y acompañado, ya que si no es así el sentido de auto-‐explotación y de no reconocimiento altera el clima de la relación. La literatura al respecto señala la significación de las relaciones informales en esos contextos (Brannan et alt, 2008). La difusión de estas experiencias, los intercambios entre las mismas, pueden ayudar notablemente a la mejora y a la sostenibilidad de las mismas, de ahí la importancia de la sistematización de las experiencias y de su voluntad de diseminación y de reflexión compartida. ¿Conclusiones? ¿Qué aprender de todo ello?. Pretendemos situar la investigación realizada y las experiencias recogidas en diversas ciudades españolas en un marco analítico más general. Que permita una agenda de investigación que encare los retos que plantea el cambo de época. La pérdida de peso del Estado-‐sujeto, debería revalorizar la idea de Estado-‐función. Y eso en el entorno ciudad, nos sitúa en la tensión institución-‐capacidad de agencia social. En la medida que las instituciones representativas y de gobierno han perdido (al menos en Europa y especialmente en España) liderazgo sobre las estrategias a seguir, legitimidad y capacidad operativa, la movilización social ha adquirido más relevancia. La tensión se traslada al grado de autonomía o de dependencia de esas iniciativas en relación a dinámicas institucionales que de manera más o menos inevitable busca mantener capacidades de control y hacer valer su posición de mando e intermediación. Las lógicas presentes en el cambio de época apuntan a menos rito, jerarquíaa y delegación y a más proximidad, horizontalidad y acción. El papel de los gobiernos locales puede y debe replantearse. Más modestia institucional, no implica forzosamente una salida individualista o meramente subsidiaria de las iniciativas y
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las movilizaciones sociales (a la holandesa o británica). Puede, en cambio, permitir generar más espacios para un mayor protagonismo social y de apoyo mutuo. Las tradiciones más tradicionales de izquierda acostumbran a estar muy apegadas a ver en las instituciones estatales la única palanca de transformación real. Y ello ha conducido a ver en el municipalismo, en el mutualismo o en el cooperativismo (de larga tradición en muchas partes), formas periféricas, de pequeña escala, o simplmente formas de solidaridad entre pobres. Cuando en realidad, comunidades locales, mutuas y cooperativas, han sido (y algunas aún son) la expresión de coaliciones democráticas que se plantean objetivos básicos de apoyo mutuo, de propiedad común, con sistemas de autogobierno y raíces territoriales profundas. Son alternativas solidarias, no individualistas. Que permiten recuperar sobre nuevas bases unas políticas de bienestar fundamentadas en las personas, y no en su pertenencia a categorías sociales específicas. Pero que, reconozcámoslo, siguen presentando problemas de escala, cuando se va más allá de los específicamente local o territorial. La clave es no entender la innovación social o las propuestas de co-‐producción de políticas como meros sustitutos que tienen las comunidades para satisfacer de manera autónoma sus propias necesidades ante la progresiva retirada de los poderes públicos, sino como un mecanismo de reapropiación de recursos y de nueva institucionalidad. He ahí un gran campo de experimentación para la nueva acción política en las ciudades, buscando alternativas de radicalidad y de autonomía social contra las políticas de austeridad más globales. Aprovechando también la gran tradición municipalista que existe en muchos países, y que permiten plantear propuestas de autonomía y de justicia social, y no de meros estados gestores del pago de la deuda. Referencias bibliográficas:
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ANEXO 1
Prácticas significativas de innovación social en políticas urbanas en un escenario de cambio de época Introducción: ¿A qué responde el listado de “Prácticas significativas de innovación en políticas urbanas”? El proyecto POLURB tiene como objetivo general presentar un nuevo marco analítico de las políticas urbanas en España, que parta del análisis de las experiencias acumuladas en estos últimos treinta años, y que dibuje nuevas líneas de avance a partir del estudio y puesta en valor de un conjunto de experiencias que sirvan para ilustrar y ejemplificar realidades urbanas y sociales emergentes en un escenario de cambio de época. Estas experiencias, deberían seleccionarse desde criterios de complejidad y de relevancia. Complejidad, en el sentido que incorporen, siempre que sea posible, las cuatro grandes líneas de trabajo del proyecto POLURB, a saber: desarrollo económico-territorial; hábitat urbano y conectividad; servicios a las personas y ciudadanía; gobierno-gobernanza multinivel y escala local-metropolitana; y relevancia, en el sentido que esas prácticas sean replicables, afecten a temas sustantivos del bienestar ciudadano, apunten a nuevas formas de gobierno democrático y expresen procesos de empoderamiento ciudadano. El objetivo final es desarrollar, a partir de dichos criterios, un protocolo metodológico que permita identificar experiencias y sistematizar sus contenidos y significación.
¿Qué es una “práctica significativa de innovación social en políticas urbanas”? El objetivo de llevar a cabo un listado de prácticas significativas es presentar y promover soluciones que se entiendan como creativas, duraderas en el tiempo y que den respuesta a los viejos y nuevos problemas sociales que se dan en los escenarios urbanos en momentos como los actuales de cambio sistémico, en los que las políticas que se venían aplicando o bien no cumplen sus funciones como antes o bien están en grave crisis de sustentabilidad. De esta manera se pretende construir un puente entre investigación, soluciones prácticas y nuevas perspectivas políticas.
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¿Cómo podemos definir innovación social en polticas urbanas?. Según “Civersity”3, puede considerarse una práctica como significativa si: a)surge como respuesta a una vulnerabilidad detectada; b)propone una nueva definición social de la situación (re-framing); c)aspira a lograr tanto reconocimiento social (acumulación de fuerzas) como expresión institucional (orientación reformadora/transformadora); d)incorpora a su diagnóstico y a su propuesta el posible impacto que los mismos puedan tener sobre otras escalas espaciales, sin considerar tales impactos como externalidades. Desde otras perspectivas4, se define como ejemplos de innovación social “nuevas soluciones (productos, servicios, modelos, procesos, etc.) que simultáneamente sirven de respuesta a necesidades sociales (de manera más efectiva que las hasta entonces existentes) y que encaminan hacia nuevas o superiores capacidades y relaciones, y hacia mejores usos de las disponibilidades y recursos”. Las innovaciones sociales serían pues beneficiosas tanto por sus resultados para la sociedad en su conjunto como por el hecho de aumentar la capacidad de actuación autónoma de los actores sociales. Se ha mencionado asimismo desde miradas más críticas5, la importancia de incorporar criterios de mejor inclusión social de los grupos excluidos en diversos ámbitos de la sociedad, modificando así las dinámicas de las relaciones sociales, incluyendo las relaciones de poder. Insistiendo, de esta manera, en la necesidad de incorporar criterios de cambio institucional efectivo en ls dinámicas o ejemplos de innovación. A partir de todos estos elementos, desde el proyecto POLURB entenderíamos que para que una experiencia pueda ser considerada una Práctica de significativa de innovación social en políticas urbanas” debería adecuarse a los criterios que se presentan a continuación: Novedad. Uno de los ejes vertebradores de una práctica significativa para ser considerada como tal sería la introducción de las temáticas o la metodología de forma creativa, original y/o novedosa. Cabe señalar que la innovación no sólo se refiere a los procedimientos y soluciones, sino también a las problemáticas, los grupos o personas afectadas, el ámbto territorial elegido,... Estrategia. La perspectiva u orientación estratégica se puede caracterizar, por un lado, como aquella acción que tiene como objetivo la debilitación de los factores que provocan situaciones de vulnerabilidad (desde las distintas perpsectivas en que trabaja POLURB). Se trata por tanto de ir más allá de dinámicas estrictamente reactivas o circunstanciales. Por otro lado, la orientación estrategia puede conllevar procesos de capacitación o empoderamiento de los colectivos o personas en situación de vulnerabilidad. Integralidad o transversalidad. Consideraríamos aquí el hecho de generar o producir transformaciones estructurales o, en su caso, actuaciones coyunturales que traten de evitar su aislamiento. Partiendo de la idea de que la perspectiva de vulnerabilidad adoptada por POLURB 3 “Propuesta para la identificación de prácticas significativas”, de Civersity-UPV/EHU, 4 de julio 2013. Borrador en el marco de POLURB 4 John Lauritzen, 2013 http://siresearch.eu/blog/social-innovation-local-government ; Young Foundation, 2012 http://youngfoundation.org/our-work/social-innovation-investment/ 5 Ruben Martínez, 2013, http://redesinstituyentes.wordpress.com/glosario-y-referentes/innovacion-social/
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quiere incorporar una mirada multifactorial, este requisito se refiere a la necesidad de que toda práctica significativa aborde al menos dos grandes campos de vulnerablidad en este cambio de época. Es decir, si entendemos que las situaciones de creciente vulnerabilidad urbana están provocadas por la acumulación de distintos factores (del habitat urbano, de la subsistencia económica, de la exclusión social o de la falta de respuesta institucional y de participación ciudadana), una acción significativa sería aquella que abordase de forma suficientemente integral el conjunto o una buena parte de los factores que intervienen en la configuración de dicha situación. Efectividad. La producción de impactos sociales tangibles, positivos y no circunstanciales que mejoren la situación previamente existente. Una práctica significativa debería perseguir tanto la consecución de los objetivos marcados, como la sostenibilidad en el tiempo del impacto que se produce (tanto si ello conlleva la continuidad de la práctica como si no). No se trata sólo de tener buenas ideas, sino de llevarlas a la práctica Participación y empoderamiento social. Una intervención significativa, en la perspectiva adoptada, debería estructurarse implicando a los actores sociales en el diseño, implementación y/o evaluación de la práctica mediante procedimientos y/o mecanismos que fortalezcan y (re)establezcan vínculos y redes comunitarios. Sería importante considerar como han variado las relaciones de poder previamente existentes y hasta que punto esa práctica genera un afiazamiento de las capacidades generales de agencia social. Fundamento y respuesta a vulnerabilidades. Necesariamente, la significatividad de la práctica será mayor si parte de criterios explícitos sobre el diagnóstico, la implementación y la evaluación de las acciones emprendidas. Ello implica disponer de un diagnóstico de las necesidades, elaborado teniendo en cuenta a los actores implicados y la consistencia entre ese diagnóstico y la elaboración de la acción (diagnóstico, diseño e implementación) Transferible. En la medida en que uno de los sentidos de este trabajo de sistematización de prácticas significativas de innovación social en políticas urbanas es examimar el grado en que se está produciendo un cambio en las políticas urbanas en España a partir del cambio de época en el que estamos inmersos, la replicabilidad o transferibilidad de tales prácticas parece un elemento importante a tener en cuenta. En efecto, la capacidad de acumulación de las acciones es en si mismo significativo. Los casos deberían ser, por lo tanto, transferibles y adaptables. Deberían ser experiencias acumulables, que puedan servir de referencia en el propio ámbito territorial o social en el que han surgido, y en otros contextos. Para ello, conviene analizar si disponen de documentos o de otros instrumentos que permitan un seguimiento de la práctica en todas sus fases. Pluralismo. Un elemento fundamental de la acción social en el campo de las políticas urbanas es la consideración del conflicto y la diversidad como elementos consubstanciales de los procesos urbanos y sociales, que pueden constituir fuentes importantes de creatividad e innovación. Los casos seleccionados no deberian pretender, por lo tanto, evitar u ocultar dichos conflictos, sino gestionarlos y positivizarlos. Ello implica habitualmente ajustar la acción a la diversidad de posiciones, intereses, perspectivas, etc., yendo más allá de la homogeneización de planteamientos o soluciones. Escalabilidad. Los procesos de vulnerabilidad analizados en POLURB, apuntan a su multidimensionalidad, en un escenario crecientemente globalizado. Desde esta perspectiva, una práctica significativa sería aquella capaz de involucrar distintas escalas de conflicto y de acción,
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implicando actores en distintas esferas territoriales y de gobierno que tengan que ver con el tema objeto de la acción, fortaleciendo el debería emprender acciones implicando al máximo de agentes (departamentos, áreas, entidades, instituciones, etc) que trabajan en el trabajo en red. Estos ejes podrían constituir los criterios fundamentales que permitirían identificar prácticas significativas, que introducen elementos innovadores en las políticas urbanas en este cambio de época. Al margen de estas características generales, podemos asimismo incorporar otros criterios a tener en cuenta:
- abiertas y colaborativas - surgidas desde la iniciativa social - dirigidas tanto a la producción como al consumo - con lógicas de acción basadas en reciprocidad y mutualismo - con capacidad de generar nuevos relatos, roles y relaciones en las interacciones
sociales - con formas más eficientes del uso de recursos - con capacidad de desarrollar nuevas capacidades y recursos de sus protagonistas y de
sus comunidades Estos criterios podrían considerarse como complementarios, y por tanto servirían para reforzar la significatividad política y social, incorporando más grosor analítico al conjunto de prácticas que acaben tomándose en consideración. Otros ejes analíticos serían el grado de radicalidad o de transgresión que incorporar en relación al status-quo previo, y si se despliegan sólo en un ámbito específico (societal, procomún, mercantil, institucional) o atraviesan varios de ellos.
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ANEXO 2 PRÁCTICAS SIGNIFICATIVAS ANALIZADAS. POLURB 2015 (resumen) 1.Barcelona. Can Batlló Can Batlló es un antiguo y gran espacio industrial que al paralizar su actividad fue objeto de recalificación urbanística, permitiendo que parte de su superficie fuera dedicada a la construcción de viviendas para personas de alto nivel adquisitivo, mientras que otra parte se dedicaría a equipamientos públicos. La crisis inmobiliaria y la falta de recursos públicos paralizaron ambas iniciativas. Los vecinos, que llevaban reclamando esos espacios desde hacía muchos años, junto con nuevos activistas surgidos del movimiento okupa, del movimiento cooperativista y del 15M (Indignados), aprovecharon la proximidad de las elecciones municipales, y fijaron una fecha (11 de junio 2011) en la que ocuparán el espacio si no obtenían respuestas a sus reivindicaciones. Llegó la fecha y el nuevo gobierno municipal pactó con la propiedad del espacio y con el movimiento vecinal y cedió una parte del espacio. En estos más de tres “Can Batlló” aparece como una práctica comunitaria que hace aflorar un espacio de nueva institucionalidad. En efecto, uno de los puntos clave es el referido a las formas de gobernar y de gestionar la ciudad. Can Batlló se sitúa en el marco de la autogestión, marcando un campo de juego en el que las dinámicas de intermediación y control por parte de las instituciones resultan más complicadas de mantener, lo que genera desasosiego por parte institucional y mantiene al colectivo en la tensión de tener que ir asumiendo los nuevos retos que se les plantean. El caso es asimismo relevante por su capacidad de expresar nuevos escenarios de vinculación entre los movimientos vecinales de largo recorrido, y los nuevos movimientos sociales urbanos, incorporando además contenidos técnicos muy relevantes, en el campo de la economía social y en el campo de la arquitectura y de diseño urbano. Este entramado confiere a la experiencia un rasgo de “referente”, que la propia evolución de los hechos corrobora, en el sentido de sistematización, documentación y capacidad de análisis de su propio recorrido (ver Video “Como un gigante dormido. Can Batlló y las ciudades imaginadas” http://www.lacol.org/?p=2913). Can Batlló es ya ahora un referente en Barcelona y en muchas otras ciudades catalanas y españolas. 2.Barcelona. Pla Buits El Plan BUITS (Vacíos urbanos con implicación territorial y social) es una iniciativa impulsada por el Ayuntamiento de Barcelona desde 2012. Esta política municipal tenía el objetivo de dinamizar y reintegrar solares o espacio vacíos urbanos a la ciudad a través del desarrollo de actividades y usos temporales favoreciendo la participación y la implicación ciudadana en la definición y gestión de esos espacios. La iniciativa se desarrolló a partir de un concurso abierto a las entidades públicas o privadas sin ánimo de lucro para que propusiesen actividades y usos temporales. Una entidad podía presentarse sola o de forma conjunta con otras organizaciones.
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Las bases del concurso preveían que las actividades y usos de los 19 solares de propiedad municipal que se ponían a disposición, podían ser de diferentes ámbitos: educativo, deportivo, lúdico o recreativo, y cultural o artístico, ambiental o paisajística, social o comunitario. Condiciones clave del proyecto eran la condición que las actividades debían ser temporales (un máximo de tres años) y autosuficientes con infraestructuras fácilmente desmontables. Al final, sobre los 19 emplazamientos propuestos, 30 organizaciones sin ánimo de lucro presentaron un total de 42 proyectos para gestionar y proponer usos y actividades temporales en los solares vacíos. La Comisión de evaluación cedió la gestión de 12 solares vacíos. Los otros 7 quedaron finalmente desiertos porque no se habían presentado entidades o los proyectos propuestos no respetaban los requisitos o eran insuficientes para dinamizar el espacio. Una gran mayoría (+60%) plantearon crear huertos urbanos o incorporan este tema en sus actividades. En la mitad de los proyectos está presente la Asociación de Vecinos de la zona, siempre en conexión con otros colectivos. Los proyectos parten todos ellos de la implicación vecinal, de tal manera que se pueda pasar del “espacio concebido” (jerárquicamente por autoridades/expertos), al “espacio vivido” (pensado y puesto en funcionamiento por los vecinos y sus aliados, desde cero). La experiencia, aún en marcha, ha puesto de relieve la significación que tiene la existencia de una red social pre-‐existente que pueda impulsar la iniciativa o sumarse a ella, para asegurar que en poco tiempo este tipo de experiencias puedan tener ciertos frutos. Y muestra también las diferencias y tensiones entre los impulsores políticos de la iniciativa “Pla Buits” y la estructura y el funcionamiento adminitrativo ordinario que no logra encajar esa nueva “pieza” en su estructura ordinaria. El proyecto Plan Buits se erige como un espacio intermedio entre la gestión tradicional de espacios gestionados por la administración y espacios gestionados al margen de la administración. 3.Madrid. La PAH Anclada en las luchas en torno a una vivienda digna que tuvieron lugar durante los años 2006 y 2007, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) ( http://afectadosporlahipoteca.com/) nació como respuesta a la emergencia habitacional planteada por el impago de hipotecas de aquellos sectores sociales afectados más duramente por el estallido de la burbuja inmobiliaria y el programa de ajuste estructural impuesto por los sucesivos gobiernos españoles, de distinto color político, en coordinación con la Unión Europea. En febrero de 2009, finalizado el ciclo inmobiliario expansivo, se produjo en Barcelona la fundación de la PAH. Los impulsores fueron un grupo de activistas procedentes, básicamente, del “Movimiento V de vivienda” que desde 2006 venían movilizándose en torno al problema del acceso a la vivienda. En la actualidad, la PAH cuenta con más de 200 plataformas repartidas por todo el Estado español. En este texto el análisis se centra en la PAH de la ciudad de Madrid. Las dimensiones del problema habitacional generado en España son fácilmente perceptibles si se atiende a las más de 500.000 ejecuciones hipotecarias que, de
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acuerdo a las estimaciones de la PAH, han tenido lugar desde 2008 hasta mayo de 2014 (PAH, 2014). En relación al número de desahucios, se calcula que entre el tercer trimestre de 2008 y el mismo periodo de 2012, éstos ascendieron a 362.776, siendo Cataluña la comunidad autónoma más afectada (31%), seguida de Madrid (14%), País Valenciano (10%) y Andalucía (10%). Tomando en consideración las dimensiones específicas del problema, desde un primer momento la PAH orientó su actuación hacia la modificación de la legislación hipotecaria. Pero, ante las dificultades de transformación del sistema financiero, la PAH amplió la tipología de sus actuaciones priorizando la respuesta a las necesidades más urgentes de la población afectada:
• La presión sobre las entidades financieras en la búsqueda de una solución para las personas desahuciadas o en riesgo de serlo.
• El establecimiento de vínculos institucionales orientados a forzar a la administración a actuar apoyando a las personas afectadas.
• El asesoramiento a los afectados (jurídico y de acción) • La difusión internacional, desplegando ante diversos organismos una
actividad intensa de denuncia y divulgación de la situación de vulneración del derecho a la vivienda en el Estado español.
• Las prácticas activistas/organizativas: defensa in situ de los sectores afectados en el momento del desalojo (campaña Stop Desahucios), creación de redes de solidaridad en torno a la defensa del acceso a la vivienda, campaña de escraches, recuperación de edificios, etc. En este sentido, resulta muy significativa la creación en 2011 de la Obra Social de la PAH centrada en el realojamiento de personas desahuciadas o en riesgo de serlo.
Indudablemente, la PAH se ha visto impulsada por el 15M y, especialmente en Madrid, resultaría imposible entender su nacimiento y devenir sin la referencia a dicho movimiento. Hoy la PAH, junto a las movilizaciones por la defensa de la sanidad y educación públicas, forma parte de esa ola creciente de descontento y movilización socio-‐política que se ha ido articulando paulatinamente dando lugar, al mayor ciclo de manifestaciones y acciones de protesta en España desde el final del franquismo. Por tanto, si bien la razón de ser de la PAH responde a la lucha por el derecho a la vivienda y la conquista de un nuevo modelo de ciudad, sin embargo en su actuar hay una evidente vocación transversal, en la medida que se entiende que la respuesta satisfactoria a estas demandas sólo podrá producirse en un marco de profunda transformación económica y política. De ahí su incorporación a otras luchas y su confluencia con otros movimientos sociales. 4.Valencia. Huertos vecinales de Benimaclet Aunque no se trata de un fenómeno exclusivo de Valencia, lo cierto es que no es fácil encontrar ejemplos de grandes concentraciones urbanas donde el espacio agrícola haya tenido una relevancia tan grande en la propia identidad urbana como la Huerta de Valencia. La huerta ha sido la gran damnificada del gran proceso inmobiliario y urbanizador de los últimos veinte años, a la vez que se ha convertido en un espacio disputado por movimientos sociales que proponen otro modelo de desarrollo para la ciudad. Desde luego, las relaciones entre el espacio agrícola y el creciente afán expansionista del urbanismo valenciano no han sido armónicas, sino
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todo lo contrario, pues hemos asistido en las últimas décadas a una presión sobre los terrenos agrícolas que no ha podido sobrevivir a la fiebre urbanizadora, con la desaparición de una parte significativa de la actividad agraria y de los propios terrenos de huerta Sin embargo, desde hace aproximadamente cuatro años, el área metropolitana de Valencia experimenta el crecimiento de una forma relativamente nueva de hacer agricultura. Se trata de los huertos colectivos que se desarrollan por doquier y conviven con otras formas de agricultura urbana y periurbana, que se dan tradicionalmente en la ciudad tanto en su forma comercial como espontánea. El término compuesto “huerto urbano” se ha ido imponiendo frente a otros más precisos para referirse a una diversidad de experiencias de agricultura colectiva tanto urbana como periurbana e incluso metropolitana. Pero lo que parece cierto es que todas las experiencias denominadas así responden a tres características:
1. Son colectivos. Se trata de una o varias parcelas unitarias que han sido divididas en subparcelas de entre 20 y 150 m y adjudicadas en uso y nunca en propiedad a los diferentes huertanos. Esta cesión puede ser en alquiler o gratuita, con fines lucrativos, con fines sociales o lúdicos. Además cuentan con zonas comunes y servicios comunitarios. La propiedad de estas puede ser privada (terrenos alquilados o cuyo propietario ha organizado los huertos para alquilarlos con fines lucrativos) o pública.
2. El cultivo no tiene una finalidad comercial. El cultivo es la actividad de los huertos, pero éste se destina al autoconsumo. La finalidad de los huertos urbanos es social, lúdica e incluso formativa, pero los cultivos no se destinan a la venta salvo excepciones.
3. Son urbanos en sentido amplio. Se emplazan dentro de la ciudad o en zonas agrícolas a pocos minutos de un núcleo de población. Ello es porque el destinatario de las iniciativas es el vecino de la urbe, que no se dedica a la agricultura profesionalmente, y que encuentra la actividad como una práctica saludable y entretenida.
En este sentido, se trata de una actividad productiva desarrollada más o menos autónomamente, que plantea un modelo diferente de ciudad y, por extensión, de sociedad. Los terrenos de Benimaclet fueron adquiridos por diversas promotoras y, una vez eliminada la actividad agraria en gran parte de ellos, estos pasaron a ser zona de depósito de materiales y escombros y se fueron degradando sin que la actuación urbana se llevase a cabo por un desacuerdo entre el agente urbanizador y el Ayuntamiento acerca del número de viviendas VPO que éste le exigía construir a aquél. Posteriormente algunas de las empresas implicadas entraron en quiebra y parte de las parcelas pasaron a ser propiedad de las entidades bancarias acreedoras. En 2011, la Asociación de Vecinos, ante el hecho de no contar ni con el parque ni con la franja de huerta anteriormente existente, y vista la cada vez mayor degradación de los terrenos cuyas obras de urbanización llevaban 16 años paralizadas, puso en marcha un proyecto de recuperación de la huerta a través de la habilitación de huertos urbanos de ocio. La iniciativa de los Huertos Vecinales de Benimaclet surgió de la Asociación de Vecinos para promover y difundir la agricultura como herramienta de conocimiento y respeto del medio local y global; poner en valor el saber de la agricultura tradicional y la agricultura ecológica; potenciar el contacto e intercambio intergeneracional y el conocimiento y respeto
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a las diferencias; y acercar a los vecinos del barrio la posibilidad de cultivar sus propios alimentos y mantener el uso agrícola tradicional de lo que queda de la huerta de Benimaclet . Supone, además, un ejemplo de alternativa al modelo de desarrollo urbano que ha seguido Valencia en las últimas décadas. 5. Sevilla. Corrala La Utopía Esta experiencia surge de la combinación de dos elementos interrelacionados: por una parte el impacto de la crisis económica en el acceso al derecho de la vivienda, que ha generado impagos y desahucios, y por otra el acompañamiento del activismo ciudadano desarrollado a partir del 15-‐M (Indignados). Los sujetos involucrados en la ocupación identifican como factor facilitador de la práctica, el crecimiento de la población con dificultades graves para asegurar una vivienda (fundamentalmente relacionadas con impagos de hipoteca) y el crecimiento del parque inmobiliario sin adjudicación ni venta a consecuencia de la crisis inmobiliaria. Las primeras familias llegaron al espacio de la Corrala en mayo de 2012. Progresivamente se fueron ocupando las 36 viviendas del edificio, propiedad de una constructora y que llevaba casi dos años terminado. A las pocas semanas de su ocupación la propiedad del inmueble vuelve a Ibercaja, la entidad bancaria que financió su construcción. Entre los vecinos eran mayoría las mujeres, casi todas desahuciadas de sus viviendas o con orden de desahucio. Un doble argumento explica la ocupación, en primer lugar la particular necesidad de vivienda de cada una de las ocupantes. En segundo lugar la ocupación se explica como un acto reivindicativo del derecho a la vivienda, una estrategia de ocupación unida a un mensaje político claro y coordinado con grupos y colectivos pertenecientes a movimientos sociales como el 15M. La corrala Utopía logra convertirse en referente inexcusable de la vida política de la ciudad, no solo por la densa red de apoyos que se teje en torno a ella, en la que se cuenta con organizaciones institucionales como sindicatos y partidos políticos, sino también por la preocupación que muestran las administraciones por la relación que establecen con esta. Una ocupación organizada desde el corazón del activismo de la ciudadanía como una nueva forma de transformación social ante una crisis que la ciudadanía dice no haber provocado. La experiencia rompe las fronteras de la vida cotidiana como espacio que aloja el conflicto de la necesidad de una vivienda, haciendo colectivo el problema y la solución. A nivel de discursos y percepciones, la Corrala ha generado un proceso de empoderamiento de las mujeres y una estrategia de funcionamiento en red de los movimientos sociales. Un proceso local con repercusión global. 6.Sevilla. El Puma: La moneda social del barrio Pumarejo El Puma es una red de moneda social del Casco Histórico Norte (Pumarjo) de la ciudad de Sevilla que nace a partir de un proceso participativo de creación colectiva iniciado en noviembre de 2011. La experiencia se enmarca, como tantas otras existentes en otras ciudades en el llamado sistema de cambio local, sistema monetario local, sistema de intercambio local, sistema de intercambio comercial o sistema de intercambio comunitario (Local Exchange Trading Systems, LETS ) que consiste en la creación de redes locales de intercambios o trueques sin ánimo de lucro, en la que los bienes y servicios pueden mercadearse sin necesidad de usar la
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moneda tradicional. Su creación deriva de diversos factores. En primer lugar, su conexión con el movimiento vecinal del Pumarejo, barrio en el que confluyen acciones y movilizaciones ciudadanas desde los años 90, en torno a la Casa Palacio del Pumarejo, hoy sede de diferentes organizaciones y asociaciones a las que la Red de Moneda Social Puma está vinculada. En segundo lugar, los objetivos amplios y concretos de bienestar global y bienestar comunitario respectivamente y la práctica concreta del intercambio con una moneda complementaria al Euro que facilite las relaciones interpersonales, le dan a esta experiencia un carácter innovador, en tanto y en cuanto pretende ser una alternativa a las prácticas de consumo tradicionales/oficiales y en la recuperación de la ayuda mutua y solidaria como principio vertebrador de las relaciones interpersonales, y la vida en el barrio. No sólo existe la posibilidad de adquirir productos y servicios sin necesidad de usar el dinero metálico. A través del Puma y su cartilla las relaciones interpersonales crecen. Por otro lado, al tener que ofertar productos o servicios a cambio de recibir Pumas con los que poder comprar, ha surgido proyectos profesionales también innovadores que ponen en valor este sistema de pago y lo retroalimenta (como ejemplo los productores de huertos ecológicos colaboradores con la Red Puma, o comerciantes locales que ya aceptan este sistema de pago, si no en su totalidad sí en un porcentaje). Actualmente la red está formada por un grupo de personas procedentes de diferentes ámbitos: desde movimientos sociales, proyectos de producción y distribución de productos ecológicos o simples ciudadanos y ciudadanas que comparten la idea de una economía justa, ecológica y solidaria. Su objetivo es crear un espacio económico, complementario al euro, que permita a las personas que participan mejorar su calidad de vida y la de su entorno. La red da valor a los recursos y bienes que no son tenidos en cuenta en el actual sistema económico, y los miembros pueden ofrecer a la red sus habilidades. No sólo se utiliza la moneda local, el Puma, sino que la red funciona también con trueques directos, préstamos y donaciones. Basada en las relaciones de multirreciprocidad entre las personas, donde cada individuo se hace responsable de sus actos, productos, servicios y cuidados que pone al servicio de la red. En el Puma toda persona que participa puede poner en común sus conocimientos organizando, por ejemplo, talleres de teatro, costura, yoga, etcétera. Un sábado al mes la red del Puma organiza también un mercadillo en la Plaza del Pumarejo donde se puede trocar o vender y comprar con “pumas”, o cambiando euros por “pumas” en la misma sede de la Red. La moneda del Puma es una forma de organizar económicamente a la comunidad de vecinos y vecinas que viven o están vinculados y conectados con el Casco Norte de la ciudad de Sevilla (http://monedasocialpuma.wordpress.com/) Según se señala (blog: vivirsinempleo.org), las monedas sociales no son meramente un parche a la crisis, sino que proponen un cambio de mentalidad más profundo. De hecho entre la experiencias señalas por la red de decrecimiento, con objetivos similares encontramos: ciudades en transición, cooperativas integrales, grupos de consumo, movimiento lento, ocupación, bancos de tierras, recuperación de edificios y viviendas vacías, banca ética, ecoaldeas, redes de trueque, bancos del tiempo, redes de intercambio, monedas sociales, entre otras. Sin embargo la moneda social es una de las que ha experimentado un mayor crecimiento exponencial a medida que ha avanzado la crisis. Es por ello que se considera una práctica urbana innovadora.
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7. Bilbao. Goiztiri La asociación Goiztiri, que comenzó a trabajar en 1993 en Barakaldo (Vizcaya), desarrolla distintos programas de atención y apoyo a colectivos en riesgo de exclusión en varias comarcas, sobre todo en el Gran Bilbao. Estas iniciativas tienen como principal objetivo el mejorar las condiciones de vida de las personas en situación o riesgo de exclusión social, entre ellas: la inclusión residencial, la incorporación social y/o laboral, inmigración, menores y adolescentes, la intervención en la vivienda y finalmente, iniciativas de economía social. En su inicio la labor de la asociación estaba encaminada sobre todo a la población toxicómana del barrio, de Barakaldo. Estos ejes de trabajo intentan dar respuesta a diferentes problemas sociales que la administración o bien las políticas públicas o sociales no son capaces de resolver, intentando mejorar la calidad y las condiciones de vida de las personas que se encuentran en situaciones de exclusión social por diferentes motivos. Unas necesidades que ni el Estado de bienestar ha podido llegar a cubrir. Se trata de una organización sin ánimo de lucro, compuesta por personas que se encuentran implicadas en la transformación social por medio de diferentes iniciativas cuyo principal objetivo se centra en la erradicación de la exclusión . A partir de 2006 el programa de apoyo al alquiler no se dirige a personas concretas sino a entidades de Vizcaya que desarrollan actividades de intervención social, siendo éstas las que dirigen a Goiztiri a personas y familias que se encuentra con dificultades para acceder a una vivienda. Aproximadamente el 90% de los pisos gestionados por Etxeberri están ocupados por personas extranjeras. Goiztiri ya ha intervenido en un (centenar de arrendamientos. Las garantías que ofrecen a las y los propietarios les han permitido reducir los precios del alquiler entre un 20% y un 30 % respecto al mercado libre). 8. Bilbao. Zorrotzaurre El modelo de planeamiento empresarial (entrepreneurial planning) aplicado en Bilbao, ejemplificado en la exitosa transformación del área de Abandoibarra (una antigua y degradada zona portuaria e industrial donde hoy se ubica el Museo Guggenheim) tiene como próximo objetivo una ambiciosa intervención en el área de Zorrotzaurre que fue encomendada a la arquitecta Zaha Hadid, y que se publicito como el “Manhattan de Bilbao”. Se trata de una antigua zona industrial, en declive desde hace más de dos décadas, donde abundan las ruinas industriales y los solares vacíos, con una reducida población habitando en y entre edificios que, en algunos casos, resultan de gran interés arquitectónico. El proyecto de regeneración urbana de Zorrotzaurre impulsado por el Ayuntamiento de Bilbao ha sido fuertemente contestado por un movimiento vecinal que, incluso, ha logrado la impugnación del proyecto mediante sentencia del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Por otra parte, aprovechando la crisis inmobiliaria y los pabellones industriales hoy en desuso se han desarrollado a lo largo de una década diversas iniciativas culturales, impulsadas por jóvenes emprendedores y creativos que han hecho de y en Zorrotzaurre una interesantísima experiencia de creative lab:
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artistas, creadores y agitadores culturales se han ido instalando en la zona a la vez que recuperaban talleres y pabellones industriales en desuso, y las propias calles y paredes de la península han servido como soporte para un asombroso despliegue de arte efímero en forma de murales y grafitis. Atendiendo a esta emergente realidad cultural, el Gobierno Vasco se ha planteado impulsar en la zona el surgimiento de Fábricas de Creación que atraigan a jóvenes creadores. Dada la diversidad de iniciativas y movimientos que componen el ecosistema de Zorrotzaurre, resulta imposible enumerar todos los impactos que han generado. En el ámbito simbólico, destaca el cambio que se está produciendo en la percepción que se tenía de Zorrotzaurre, principalmente desde otras zonas de Bilbao. Ha pasado de ser considerado una zona básicamente industrial a transmitir que en ella, al igual que en otros barrios, existe un vecindario con un gran sentimiento de pertenencia y con gran interés de incidir en el devenir de su hogar. Algo que en relación al gobierno local y a nivel mediático se ha conseguido principalmente a través de la movilización de los vecinos; pero a lo que también ha contribuido la atracción de personas de otras zonas generada fundamentalmente por la oferta cultural de las iniciativas relacionadas con las industrias creativas. Asimismo, desde las asociaciones vecinales y las iniciativas culturales también se está realizando un esfuerzo para la promoción de un modelo de transformación urbana más sostenible. “No contemplamos la demolición y desarrollo a partir de cero de la península de Zorrotzaurre. Su desarrollo tiene que ser fruto de una evolución razonable de la que ya disponemos de base: el barrio actual, portador de una memoria histórica de que no podemos prescindir” (Garrido y Alcock, 2004: 187). Estrechamente relacionado con lo anterior, en el ámbito político-‐institucional, se han producido cambios en los modelos de relación tradicionalmente existentes entre la sociedad civil y los poderes públicos. A través del empoderamiento vecinal y reivinidicaciones de formas de gobierno locales y relacionales, se ha puesto en cuestión el modelo de participación en la que se piensa desde las administraciones locales cuando se habla de gobernanza, la cual no va más allá del modelo consensual de stakeholders que se hacen presentes desde intereses propios y diferenciados pero en última instancia fácilmente conciliables. En el ámbito social son numerosos los proyectos que han contribuido a la mejora de los recursos y capacidades de los actores con menos poder. El Pabellón No 6, a través de la autogestión compartida permite “que los propios creadores sean quienes rijan la difusión de sus trabajos, buscando la complicidad del público-‐espectador-‐socio del proyecto sin someterse a las limitadas posibilidades que ofrecen los espacios “oficiales” de la ciudad” . Son asimismo, numerosas las actuaciones que desde Zawp (http://www.zawpbilbao.com/) se han llevado a cabo para ofrecer oportunidades basadas en la cultura y la innovación a actores que muchas veces son invisibilizados en los modelos de ciudad promovidos desde el sector privado y público. A petición de los propios vecinos, también la asociación Euskaldunako Zubia está poniendo en práctica sistemas de trabajo comunal, conocidas “Auzolan” que en euskera significa “trabajo vecinal”, y nace en el marco de las iniciativas populares y los modos de organización comunitarios. Todo ello noa habla de ese otro Zorrotzaurre posible que poco tiene que ver con el proyecto de Zaha Hadid.