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1 • hechos del callejón Pnud Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Año 2 Enero de 2006 ISSN 1794-9408 Asdi Elecciones: primer desafío del 2006 Con los comicios de este año está en juego qué tan independiente será la participación ciudadana, qué tan transparentes serán estas elecciones, cuánta incidencia tendrán los armados en tránsito de desmovilización, así haya prohibición expresa para su acceso directo a cargos de elección popular, y qué legitimidad acompañará a los elegidos en dos de las máximas instituciones de la democracia. p. 2 Urge que los movimientos sociales se blinden cada vez mejor contra la injerencia de los armados y hagan oídos sordos a sus cantos de sirena. La democracia interna y la constante rendición de cuentas son, como podría esperar- se, los mejores medios para lograrlo. La página humanitaria Minorías sexuales son víctimas del conflicto armado. p. 16 ¿Y al fin qué? La violencia sindical: la estigmatización no cede. p. 12 Editorial Construcción de paz y de desarrollo humano. p. 19 Buenas prácticas Comunas, territorios de No Violencia. p. 20 La colonización armada de los conflictos laborales Así vamos p. 9 p. 5 ¿Cómo nos ven? En El Salvador, la guerra educó a generaciones completas en el uso más profesional de la violencia; agudizó los conflictos sociales y terminó por masificar el uso de las armas en la sociedad. Lo ocurrido en este país le muestra a Colombia los peligros en estos procesos de desmovilización. Número 11 Los casos de infiltración armada en organizaciones sociales y laborales han dado lugar a una cultura de la suspicacia que afianza la tendencia a la criminalización de la protesta. El Estado debe actuar imparcialmente y eliminar prácticas que atentan con el ejercicio de la libertad sindical. Lecciones para no repetir los errores de otros La desmovilización paramilitar se cruzó con la campaña electoral al Congreso y a la Presidencia. Aquí la entrega de armas por parte de hombres del Bloque Central Bolívar. © Cortesía Julio César Herrera/ El Tiempo

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1 • hechos del callejón

PnudPrograma de las Naciones Unidas para el DesarrolloAño 2Enero de 2006ISSN 1794-9408 Asdi

Elecciones: primer desafío del 2006 Con los comicios de este año está en juego qué tan independiente será la participación ciudadana, qué tan transparentes serán estas elecciones,

cuánta incidencia tendrán los armados en tránsito de desmovilización, así haya prohibición expresa para su acceso directo a cargos de elección

popular, y qué legitimidad acompañará a los elegidos en dos de las máximas instituciones de la democracia. p. 2

Urge que los movimientos sociales se blinden

cada vez mejor contra la injerencia de los

armados y hagan oídos sordos a sus cantos de

sirena. La democracia interna y la constante

rendición de cuentas son, como podría esperar-

se, los mejores medios para lograrlo.

La página humanitariaMinorías sexuales son víctimas del conflicto armado.

p. 16

¿Y al fin qué?La violencia sindical: la estigmatización no cede.

p. 12

EditorialConstrucción de paz y de desarrollo humano.

p. 19

Buenas prácticasComunas, territorios de No Violencia.

p. 20

La colonización armada de los conflictos laborales

Así vamos p. 9p. 5¿Cómo nos ven?

En El Salvador, la guerra educó a generaciones completas en el uso más

profesional de la violencia; agudizó los conflictos sociales y terminó por

masificar el uso de las armas en la sociedad. Lo ocurrido en este país le

muestra a Colombia los peligros en estos procesos de desmovilización.

Número 11

Los casos de infiltración armada en organizaciones sociales y laborales

han dado lugar a una cultura de la suspicacia que afianza la tendencia a

la criminalización de la protesta. El Estado debe actuar imparcialmente y

eliminar prácticas que atentan con el ejercicio de la libertad sindical.

Lecciones para no repetir los errores de otros

La desmovilización paramilitar se cruzó con la campaña electoral al Congreso y a la Presidencia. Aquí la entrega de armas por parte de hombres del Bloque Central Bolívar.

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El debate

Elecciones: primer desafío del 2006Con los comicios de este año está en juego qué tan independiente será la participación ciudadana, qué tan transparentes serán estas elecciones y cuánta incidencia tendrán los armados en tránsito de desmo-vilización, así haya prohibición expresa para su acceso directo a cargos de elección popular.

Adiferencia de otras elecciones, en las del Congreso y

Presidencia del 2006 el temor reside no tanto en cómo

actuarán las farc o el eln, sino en el nivel de incidencia y

presencia que tendrán las auc.

Paradójicamente, mientras se presume que las guerri-

llas presionarán para que los votantes no acudan a las urnas, como lo

han hecho en años anteriores, analistas y políticos sostienen que las

autodefensas presionarán para lograr lo contrario. Es decir, para que

se vote por quienes ellos indiquen en defensa de sus intereses.

Aún están en el ambiente declaraciones como la del ex jefe para-

militar Vicente Castaño, hoy desmovilizado: “Tenemos más del 35 por

ciento de amigos en el Congreso. Y para las próximas elecciones vamos

a aumentar ese porcentaje de amigos”. O las de su compañero, “Ernes-

to Báez”, cuando aseguró que las auc no desaparecerían, sino que se

transformarían: “Seremos un gran movimiento, un movimiento que

exige participar en las grandes decisiones de la Nación”.

A la preocupación por la incidencia que —de diferente forma— ten-

drán los grupos armados en las próximas elecciones (12 de marzo para

Congreso; 28 de mayo y 18 de junio, primera y segunda vuelta presiden-

cial) se suman la incertidumbre por el control efectivo a la financiación

de las campañas y las nuevas reglas electorales que estrenará el país.

Por ello, las elecciones son un desafío en el 2006, porque estarán en

juego qué tan real e independiente será la participación ciudadana, qué

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tan transparentes serán estas elecciones, cuánta incidencia tendrán los

armados en tránsito de desmovilización y qué legitimidad acompañará

a los elegidos en dos de las máximas instituciones de la democracia.

La presencia de los grupos armadosLos analistas y políticos coinciden en que será evidente la presencia de

grupos armados en las elecciones ejerciendo todo tipo de intimidación.

“Desde la más evidente, para que los colombianos no voten, hasta aque-

lla que obliga a que se vote por determinado candidato generando que

nuevamente se presenten candidaturas únicas, como ocurrió en el 2002

en Magdalena y Cesar. Esto es una contradicción con la esencia de la

democracia”, sostiene Elizabeth Ungar, directora del programa Congreso

Visible de la Universidad de los Andes.

En ese primer tipo de intimidación estarían las farc y el eln. Y en

el segundo, las autodefensas. A medida que se acerquen las jornadas

electorales se conocerá con certeza cómo actuarán las guerrillas en

ellas. En el caso del eln, está explorando con el Gobierno nacional en

Cuba establecer conversaciones formales, aunque por el momento no

se tiene previsto pactar un cese del fuego. Sin embargo, la esperanza

está en los resultados de estos acercamientos.

Las farc, por su parte, le apuestan a la no reelección presidencial me-

diante acciones contra civiles y objetivos militares. Así, en las primeras,

han incrementado los asesinatos selectivos, como el del ex gobernador

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han logrado fortalecerse localmente a través de aliados en alcaldías,

gobernaciones y en el Congreso.

“El típico ejemplo es ‘Jorge 40’, el mayor cacique electoral del Cesar,

Magdalena, Atlántico y La Guajira, especialmente, y quien expide más

avales políticos que los partidos tradicionales. Y, después de él, sigue

‘Don Berna’, en Antioquia”, afirma la analista López.

A Rodrigo Tovar, alias “Jorge 40”, líder del Bloque Norte de las auc y

pedido en extradición por Estados Unidos, se le acusa recientemente

de la masacre de ocho personas, la desaparición de un menor de edad

en Curumaní, Cesar, y la apropiación de recursos de las ars de la Costa

Atlántica. La agencia de noticias afp, citando como fuente a un dirigen-

te gremial del Cesar, informó que el 10 y 11 de diciembre del 2005 dos

congresistas se reunieron con ese jefe paramilitar para “echar a andar

su aplanadora electoral”.

El Bloque Norte es “una de las estructuras más activas, con un fuer-

te apoyo regional que incluye a gobernadores, alcaldes, bananeros,

palmicultores, ganaderos y otros sectores

sociales, a tal punto que en un principio

esta organización propuso la realización

de un proceso de paz regional, lo cual no

fue aceptado por el Gobierno nacional”,

dice Juan Carlos Garzón en el libro El poder paramilitar.

Aunque analistas afirman que existe el temor de que los jefes desmovi-

lizados les quiten votos a los políticos tradicionales, el camino de las

alianzas se muestra como el más práctico, entre otras cosas, por la expresa

prohibición gubernamental de que los miembros de grupos armados

participen en política hasta que se desmovilicen todos los integrantes y

estructuras de la organización.

No obstante, el segundo escenario de la presencia paramilitar puede

también preverse en listas y candidatos propios. Javier Montañez, alias

“Macaco”, jefe del Bloque Central Bolívar, una de las estructuras más

poderosas de las autodefensas y a quien se le acusa de intimidaciones en

el Eje Cafetero, específicamente en Risaralda, “aspira a colocar alcalde y

senador”, dice la investigadora López.

Con la misma intención estaría Luis Eduardo Cifuentes, conocido

como “El Águila”, jefe desmovilizado de las Autodefensas de Cundina-

marca y a quien se le acusa de intimidaciones en ese departamento.

Políticos como la representante Nancy Patricia Gutiérrez han denuncia-

del Huila Jaime Lozada, en una clara advertencia

de que no dejarán hacer proselitismo en las re-

giones donde ejercen alguna influencia.

Esta misma intimidación la han ejercido contra

concejales, algunos de los cuales, como los de

Puerto Rico, Caquetá, han sido declarados equí-

vocamente objetivos militares. En el 2005 fueron

asesinados 16, de los cuales 11 se le atribuyen a

esta guerrilla. También pueden contarse aquí los

dos paros nacionales —Arauca y Putumayo—,

donde lograron impactar en los ámbitos local,

regional y nacional.

En las segundas —acciones contra objetivos

militares—, se cuentan el ataque al Ejército de fi-

nales del año pasado, catalogado como “el mayor

revés militar en la era Uribe”, donde murieron 29

militares en Vista Hermosa, Meta, pleno corazón

del llamado Plan Patriota, y los asaltos en Iscuandé, Nariño, donde

murieron 16 militares; Teteyé, Putumayo, donde murieron 26, y San

Marino, Chocó, donde murieron 8.

“Durante el 2006, como lo han hecho históricamente, las farc tratarán

de sabotear las elecciones para mostrar, entre otras cosas, las debili-

dades de la Política de Seguridad Democrática del Gobierno. Serán un

factor desestabilizador, pero no comparado con el que representan los

paramilitares”, dice el experto en seguridad Andrés Villamizar.

Ese “factor desestabilizador” de los armados no reside únicamente en

su ilegalidad, sino en la capacidad política. Mientras las farc desprecian

la política, dice la analista Claudia López, los paramilitares ven en ella

un mecanismo para consolidarse regional y nacionalmente y, además,

la asumen como un instrumento de protección estratégica.

Para ellos, dice la experta, la política es tan importante como abrir un

corredor para el tráfico de drogas ilícitas. “A los paramilitares sí les impor-

tan los comicios porque, a diferencia de la guerrilla, han logrado incidir en

éstos, especialmente en el ámbito nacional. Si ponen congresistas, el nivel

de protección es alto porque reciben información privilegiada y pueden

incidir en leyes sobre asuntos de su especial interés”, afirma López.

Una investigación de Claudia López demostró votaciones atípicas en

los comicios de Congreso del 2002 en Magdalena y Cesar (donde hubo

candidatos únicos a las gobernaciones), Córdoba, Sucre, y Antioquia,

en algunos de los cuales la consolidación regional, económica y política

de líderes paramilitares coincidió con una ola de masacres.

En las próximas elecciones, según observadores críticos y políticos

consultados, los paramilitares tendrán presencia a través de dos es-

cenarios con los cuales buscarán mejorar o superar los resultados de

esas elecciones. El primero, conservando las alianzas que tienen en

ciertas regiones del país, especialmente en la Costa Atlántica, donde

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“En las próximas elecciones, los paramilitares tendrán presencia a través de alianzas con caciques tradicionales o im-poniendo sus propios candidatos con el fin de asegurar y con-solidar su poder económico, político, militar y regional”.

Analistas opinan que a los paramilitares sí les importan los comicios porque, a dife-

rencia de la guerrilla, han logrado incidir en ellos.

Las nuevas reglas que se aplicarán en las elecciones exigen que el votante esté muy bien informado.

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El debate

en un reportaje de El Tiempo que será muy difícil cumplir con la ley:

“En las condiciones actuales no podemos garantizar pleno control para

evitar el ingreso de dineros ilícitos en las campañas”.

Además, los costos de las campañas varían dependiendo de variables

más prácticas que legales. Por ejemplo, de si se trata de hacer proselitis-

mo en el sur del país (donde es restringida la movilidad por las fuerzas

ilegales) o en el norte (donde algunos candidatos tienen mayor acceso a

las áreas rurales). “Esto puede llevar a que un candidato al Senado gaste

en Barranquilla entre 3.500 y 4 mil millones de pesos para conseguir 70

mil votos, mientras que otro de Bogotá haga la misma tarea con 400

millones de pesos”, dice el informe de El Tiempo mencionado, titulado

“Dineros de campaña, ¿sin control?”.

Nuevas reglas del juegoLas nuevas reglas electorales y de partidos que se pondrán en marcha en

estos comicios luego de la reforma política (acto legislativo 01 del 2003),

de la aprobación de la reelección presidencial inmediata (acto legislativo

02 del 2004) y de la ley de garantías electorales (junio del 2005) son otras

inquietudes, porque incidirán en “la transparencia y legitimidad de las

elecciones y la calidad de quienes elijamos para que nos representen en

el Congreso y en la Presidencia”, como lo dice la cartilla Guía pedagógica elecciones .

Se estrenan en el país nuevos umbrales: el voto preferente opcional y

la cifra repartidora; el voto en blanco tendrá un mayor alcance potencial;

hay prohibición expresa de la doble militancia, y habrá listas y candidatos

únicos. Asimismo, hay variaciones en la financiación de campañas, el

acceso a medios de comunicación y existen nuevas disposiciones para

garantizar el equilibrio entre los candidatos presidenciales.

“Hay una normatividad nueva que hace que la situación sea aún más

difícil. El voto en blanco, por ejemplo, incide en el umbral y eso puede

ser aprovechado por sectores políticos para deslegitimar candidatos

o hacer valer elecciones ilegítimas. En el caso del voto preferente se

supone que el votante debe conocer quién está en la lista, es decir,

exige que esté muy bien informado”, dice Elizabeth Ungar.

En ese sentido, los analistas advierten que es im-

portante una mayor pedagogía electoral, que se tomen

medidas para asegurar la transparencia en las actua-

ciones de la Registraduría Nacional y, especialmente,

de las registradurías departamentales, y que la Fiscalía

refuerce su labor investigativa.

Pero, principalmente, se requiere que haya un real

compromiso político para aislar las campañas de cual-

quier presencia ilegal. El objetivo es evitar sorpresas o

que aquellas sorpresas que son vox populi no se convier-

tan en una realidad electoral.

Los costos de las campañas varían dependiendo de si se trata de hacer

proselitismo donde es restringida la movilidad por las fuerzas ilegales

o donde éstas regulan el acceso de algunos candidatos.

do que los paramilitares de la zona les dijeron que dejaran “la campaña

tranquila, que ellos ya tenían los candidatos para Cámara y Senado”.

“Sigo siendo el líder... Yo sanié a todo Cundinamarca. Acabamos con

la guerrilla y por eso la gente nos quiere. Nos vamos satisfechos por el

deber cumplido”, aseguró el día de su desmovilización “El Águila”.

Frente a estos escenarios, puede ser claro que habrá incidencia de los

jefes de los cerca de 14 mil hombres que se han desmovilizado como de

los grupos de autodefensa aún pendientes de dejar las armas.

Hay antecedentes que preocupan. En octubre del 2004, “Don Berna”

paralizó el transporte en Medellín usando a sus muchachos desmovilizados

un año antes, luego de una or-

den de captura proferida contra

él. También alarma la revelación

hecha por el director del progra-

ma de reinserción del Ministerio

del Interior, Juan David Ángel,

según la cual algunos desmovi-

lizados de Córdoba (unos 70) tienen hasta dos cédulas, las cuales usan

para cobrar dos veces las bonificaciones gubernamentales. “El Gobierno

no lo va a permitir”, dijo de manera enérgica Ángel. ¿Puede existir control

efectivo para que esta doble cedulación no sea usada en las urnas?

La financiación de las campañasA este panorama se suman dos inquietudes más. Una relacionada con la

financiación de las campañas y la otra con los cambios en el sistema elec-

toral y de partidos políticos. En ambas, los armados siguen su juego.

Medios de comunicación y políticos han denunciado la compra y

venta de votos y el peligro de que el paramilitarismo utilice dineros

del narcotráfico para consolidar sus alianzas políticas o hacer elegir a

sus candidatos. Diez líderes de las auc, algunos desmovilizados, están

pedidos en extradición por narcotráfico y otros son reconocidos, más

que como autodefensas, como jefes de la mafia del Norte del Valle.

“La financiación de las campañas por grupos armados ilegales es otro

tipo de presión, aunque menos indirecta, y un tema crítico que introduce

mucho ruido en los comicios ante el costo de las campañas y la capacidad

económica de muchas fuerzas ilegales”, dice Elizabeth Ungar.

Aunque el Consejo Nacional Electoral —cne— fijó en 450 millones

de pesos el tope que puede invertir un candidato al Senado, en 10 mil

millones para la primera vuelta presidencial y en 6 mil millones para

la segunda vuelta, la experiencia ha demostrado que son máximos que

no se respetan. El magistrado del cne, Antonio José Lizarazo, reconoció

“Las farc le apuestan a la no reelección presidencial mediante acciones contra civiles y objetivos militares. El asesinato del ex gober-nador del Huila Jaime Lozada es una clara advertencia de que no de-jarán hacer proselitismo en las regiones donde ejercen influencia”.

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¿Cómo nos ven?

os ven?

Lecciones para no repetir los errores de otros en el tema de desmovilizaciónEn El Salvador, la guerra educó a generaciones completas en el uso más profesional de la violencia; in-trodujo ingentes cantidades de armas de fuego en el país que dejaron armada a una gran cantidad de civiles, y agudizó los conflictos sociales. La experiencia enseña que en la medida en que se fortalezcan las instituciones que ayudan a vivir en paz, con seguridad y convivencia, habrá más oportunidades de mitigar las perniciosas secuelas de las guerras.

Por José Miguel CruzDirector del Instituto Universitario de Opinión Pública, Universidad Centroamericana, El Salvador

En la actualidad, El Salvador figura como uno de los países

con los índices de violencia más elevados del hemisferio

occidental. Sumido en un largo historial de violencia criminal

que arranca desde el fin de la guerra civil de diez años, este

pequeño país centroamericano fue paradójicamente muy

exitoso en poner fin a la violencia política que corrompió las relaciones

sociales durante muchísimos años.

La violencia, sin embargo, se transformó significativamente en la so-

ciedad de posguerra. El Salvador pasó de ocupar la lista de los países más

violentos del mundo debido a guerras civiles, que lo llevaron a tasas de

Las armas que no entreguen los desmovilizados podrían terminar en la delincuencia organizada o el mercado negro.

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homicidios nacionales

de más de 400 muertes

por cada 100 mil habi-

tantes por año, a ocu-

par uno de los primeros

sitios en la lista de los

países más violentos

del globo a causa de

la violencia criminal y

social, pero no política.

En los primeros años de

la posguerra, entre 1993

y 1996, El Salvador llegó

a tener tasas de homici-

dios por encima de los

100 homicidios por cada

100 mil habitantes. Des-

de entonces, los salva-

doreños han intentado

reducir, con variable

éxito, esos niveles de

violencia, que para mu-

chos ciudadanos sólo

han significado la con-

tinuidad de la inseguri-

dad y la precariedad de

la vida humana en una

sociedad que todavía no se acostumbra a vivir en paz.

Actualmente, la violencia está lejos de esos máximos históricos de

mediados de los noventa, pero con los 55 homicidios por cada 100 mil

habitantes con los que cerrará el 2005, se encuentra todavía con un

serio problema de inseguridad y de violencia social.

¿Cómo ha sido posible la perpetuación de la violencia social en un país

que fue tan exitoso en poner fin a una cruenta guerra civil? ¿En qué hemos

fallado para permitir la conservación de la violencia? Un repaso de las

decisiones políticas de la posguerra nos puede brindar algunas lecciones

para saber cómo no repetir los mismos errores en otras latitudes.

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6 • hechos del callejón

¿Cómo nos ven?

El ordenamiento institucional que prevalece en El Salvador actualmen-

te es, en principio, el producto de la dinámica del conflicto civil que sufrió

en los años ochenta, y es el resultado de los Acuerdos de Paz que dieron

fin a la guerra civil. Ésta dejó más de 75 mil muertos y una economía devas-

tada, con grandes contingentes de población desplazada y refugiada. Los

Acuerdos de Paz firmados en Chapultepec, México, fueron la culminación

de un prolongado proceso de negociación entre la guerrilla del fmln y el

gobierno de derecha del partido Arena y los militares. Los propósitos fun-

damentales del tratado de paz eran

terminar con el conflicto armado

con medios políticos, promover la

democratización del país, garantizar

el respeto irrestricto a los derechos

humanos y reunificar a la sociedad

salvadoreña.

Luego de la firma de los Acuerdos

de Paz la violencia política disminuyó de manera significativa, el respeto

por los derechos humanos aumentó y la posibilidad de ejercer las liber-

tades fundamentales ha sido garantizada en términos generales. Desde

1992, El Salvador ha celebrado con periodicidad y formalidad elecciones

relativamente libres y justas para gobernantes nacionales, locales y re-

presentantes legislativos. Esto ha permitido que diversas fuerzas políticas

compitan por el poder sin que ello implique el ejercicio de la

violencia, como ocurría en el pasado. Para el 2003, la organización

Freedom House clasificó a El Salvador como un país “libre” con

un puntaje de 2 para calificar el nivel de respeto a los derechos

políticos y de 3 para calificar el nivel de libertades civiles.

Lo que dejó la guerraLa guerra, sin embargo, generó tres consecuencias, entre otras,

que alimentaron la violencia de la etapa transicional. En primer

lugar, educó a generaciones completas de salvadoreños en el

uso más profesional de la violencia. Así, creó una masa de ciu-

dadanos que no sabía hacer otra cosa que utilizar la violencia

como forma de vida y contribuyó a exacerbar la ética de la

violencia. En segundo lugar, la guerra introdujo ingentes can-

tidades de armas de fuego en el país y dejó armada a una gran

cantidad de civiles, que antes no tenía acceso a tales armas. Y,

en tercer lugar, la guerra agudizó los conflictos sociales entre la

población y generó dinámicas de venganzas diferidas, las cuales

contribuyeron a la escalada de la violencia en la posguerra.

La primera consecuencia de una guerra es una gran masa

de personas que no sabe hacer otra cosa que combatir y usar

armas. Una guerra de más de una década como la de El Salvador

supuso la utilización de generaciones enteras de hombres y mu-

jeres, quienes fueron educados, adiestrados y preparados para

usar la violencia. No sólo hay que considerar a quienes se inte-

graron al ejército o a la guerrilla, sino también a todos aquellos

que los apoyaron. Las defensas civiles y los paramilitares eran

comunes en la mayor parte de las zonas rurales del país.

Al concluir el conflicto hubo muy pocas políticas de desmo-

vilización para ellos. Aparte de los soldados que permanecie-

ron en el ejército una vez concluida la guerra, pero que luego

recibieron la baja, según el procedimiento normal, los 12 años

de conflicto implicaron oleadas de combatientes sobre todo del

lado gubernamental. Éstos cumplían con su tiempo de servicio

y luego retornaban a la vida civil.

Ni durante ni después de la guerra los planes de atención para los

desmovilizados ofrecieron alternativas a este ejército de ex comba-

tientes desocupados. Al encontrarse en condiciones de vida precarias,

con un acervo de técnicas para uso de la fuerza y con armas de fuego,

muchos ex combatientes se vieron tentados a continuar practicando lo

que sabían hacer mejor: usar la violencia para vivir. Aunque algunos de

los programas de desmovilización contrarrestaron este fenómeno, está

claro que no cubrieron ni satisficieron las necesidades de la mayoría

de los combatientes, puesto que muchos de ellos, las defensas civiles o

los menores de edad, en ese momento, no calificaban para beneficiarse

de esos programas.

Muchos ex combatientes se integraron a la vida criminal, formaron

bandas junto con sus antiguos enemigos o simplemente comenzaron

Cerca de 14.000 miembros de las auc se han desmovilizado entre el 2003 y el 2005.

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“Al encontrarse en condiciones de vida precarias, con un acu-mulado de técnicas para uso de la fuerza y con armas de fuego, mu-chos ex combatientes se vieron tentados a continuar practicando lo que sabían hacer mejor: usar la violencia para vivir”.

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7 • hechos del callejón

a usar la violencia de forma privada para conseguir fines particulares

o vengar agravios sufridos durante la guerra. Esto no quiere decir que

todos los desmovilizados se dedicasen a la vida violenta, aunque es

difícil estimar cuántos, en concreto, se dedicaron a la vida delictiva.

El problema de las armasEl conflicto bélico dejó una gran cantidad de población preparada

para la agresión, en términos psicológicos y de aptitudes, y también

la dejó efectivamente armada con

pistolas, fusiles, granadas y demás

instrumentos de violencia. La guerra

permitió el ingreso de gran cantidad

de armas, las cuales fueron a parar,

de una u otra forma, a los civiles.

A esto contribuyeron los intentos

expresos de cada bando por proveer

de armas a sus simpatizantes civiles, y también surgió un mercado y un

comercio de armas muy intenso (el cual persiste hasta el día de hoy). Ese

mercado encontró vías legales e ilegales para abastecerse de armas.

Al concluir la guerra las armas no fueron recogidas, pese a que los

acuerdos lo contemplaban. El gobierno salvadoreño no pudo reunir

más de un par de cientos de armas y la guerrilla, faltando a lo acorda-

do, se quedó con una cierta cantidad, escondida en buzones

o en casas de seguridad. Muchas de esas armas fueron, con el

tiempo, sustraídas y vendidas en el mercado negro por quienes

conocían su paradero.

La disponibilidad de armas se conjugó perfectamente con

el legado cultural de la guerra. La gente que quería continuar

viviendo del uso de la fuerza encontró en las armas las herra-

mientas idóneas. Pero no sólo eso: la disponibilidad, circulación

y libre porte de armas aumentó las condiciones para su uso.

Por ejemplo, las riñas callejeras y las disputas territoriales de

las pandillas juveniles pronto se vieron “fortalecidas” por las

armas disponibles, dejadas por la guerra.

La reserva de armas heredadas de la guerra se completó y, de

hecho, poco a poco, fue sustituida por nuevas armas de fuego

introducidas con anuencia de las autoridades. El mercado ilegal

e informal de armas fue reemplazado por comercialización legal.

Este comercio creció por la gran demanda creada por la insegu-

ridad y los patrones culturales y por la oferta de comerciantes

militares, surgida a raíz de la desmovilización. Además de ser

una cuestión de seguridad, el comercio legal de las armas de

fuego se convirtió en una próspera actividad económica para

sectores con influencia en la clase política.

El comercio legal de armas desvirtuó la creencia de quienes

sostenían que, con el tiempo, se agotarían las existencias de

municiones para las armas dejadas por la guerra. Sucedió lo

contrario, el comercio legal introdujo más armas al país y, lógi-

camente, también importó municiones para las armas nuevas y

las viejas, con lo cual su efecto se perpetuó.

Finalmente, el conflicto bélico también generó dinámicas

intrínsecas de violencia, las cuales se perpetuaron más allá

de aquél. Es lo que llamamos “venganzas diferidas”. Allende el

plano político y militar, la guerra originó dinámicas privadas de agravios

y violencia. Los asesinatos, las capturas, las torturas y otros vejámenes

hechos por los actores de la guerra crearon rencores y enemistades,

los cuales no fueron resueltos con el tratado de paz.

En el ámbito local esos perjuicios fueron asumidos como ofensas

particulares cometidas por individuos concretos e identificables y no

como las consecuencias inevitables de una guerra. Además, durante

mucho tiempo la violencia de la guerra fue experimentada como el

resultado de soplones, quienes acusaban y entregaban las víctimas

a los verdugos del otro bando. Al finalizar la guerra, y ya fuera del

alcance de las operaciones de castigo y represalia, algunas personas

encontraron la posibilidad de vengar y desquitarse por las agresiones y

daños sufridos. Entonces, ya no como parte de una estrategia político-

militar, comenzaron a tomar la justicia por su mano amparados por la

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El pasado es lo más difícil de olvidar entre los desmovilizados que crecieron

en la guerra.

“Muchos ex combatientes se integraron a la vida criminal, formaron bandas junto con sus antiguos enemigos o simplemente comenzaron a usar la violencia de forma privada para conseguir fines particulares o vengar agravios sufridos durante la guerra”.

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8 • hechos del callejón

¿Cómo nos ven?

falta de un aparato efectivo de seguridad y justicia local (el ejército y

las unidades guerrilleras estaban concentrados; la Policía Nacional se

estaba desmovilizando y la nueva policía no estaba aún desplegada).

Conocían la técnica y poseían armas. Recurrieron a la violencia no por

razones ideológicas sino para vengar una agresión pasada. Así, aunque

la guerra había terminado, las muertes continuaron, esta vez en nombre

de los familiares perdidos y asesinados.

La reparación socialLa ausencia de una institucionalidad, necesaria para contener esta nue-

va ola de violencia, no es la única explicación de la misma. Esa violencia

también está relacionada con el proceso

de reparación social, indispensable para

la reconciliación. Pero la reconciliación

de la que hablaron las élites políticas

tuvo poca relación con la necesidad de

resarcir de amplios sectores sociales.

Más aún, esa necesidad fue desdeñada

cuando, por decreto, aprobaron la amnistía general para todos los res-

ponsables de crímenes de la guerra y cuando descalificaron el informe

de la Comisión de la Verdad. En estas circunstancias, algunas personas

concluyeron que la única forma de encontrar justicia era tomársela ellas

mismas. Ahora bien, si la amnistía general no hubiera sido aprobada y

La reinserción a la vida civil es un largo proceso en el que hay que aprender

de las experiencias de otros países.

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si el informe de la Comisión de la Verdad hubiera sido aceptado y sus

recomendaciones cumplidas, no todos los responsables de crímenes

de guerra hubiesen sido llevados ante la justicia. Por lo tanto, la ten-

tación de hacer justicia por propia mano no habría desaparecido. Pero

sí hubiese contribuido, sin duda, a pacificar la sociedad.

Reconocer la verdad de lo ocurrido y llevar a juicio a los responsables

principales de las atrocidades cometidas hubiera anunciado de forma

clara que la nueva institucionalidad estaba preparada para construir y

sostener un nuevo orden. La élite política, en cambio, optó por ignorar

la necesidad de justicia de mucha gente, maniobró para garantizar la

impunidad a los responsables de los crímenes de guerra y manipuló los

procesos de reconstrucción de las instituciones de seguridad y justicia

para retener el control de ambos aparatos.

La población, deseosa de saldar cuentas, entendió que la única forma

era la privada por medio de la violencia, el único recurso a su disposi-

ción. Las destrezas, la militarización psicosocial, las armas, la impunidad

y la ausencia de instituciones contribuyeron a ello.

Estas son, pues, algunas de las consecuencias de la guerra que

favorecieron los niveles de la violencia de la posguerra. Sin duda

otras han quedado fuera, pero las presentadas brevemente aquí

tienen que ver directamente con las decisiones políticas que se

tomaron en los acuerdos de la transición hacia la paz. Por ello,

cualquier esfuerzo de pacificación política debe tomar muy en

cuenta que la paz y su objetivo fundamental —la ausencia de

violencia— no se logran completamente si no se atienden las

secuelas sociales y políticas de la guerra.

Hay, sin embargo, una línea muy delgada que seguir a la hora

de tomar esas decisiones políticas como producto de los dilemas

que imponen las mismas condiciones de la pacificación: ofrecer

amnistías frente a la posibilidad de que los criminales de guerra

amenacen la estabilidad de la transición; permitir el negocio

de las armas y de seguridad privada de forma legal frente a la

posibilidad de que los antiguos combatientes se decidan por

la vida criminal, y financiar ampliamente los programas de

desmovilización frente a la escasez de recursos que suponen

siempre los cambios políticos.

En cualquier caso, el fracaso al erradicar la violencia social de

la posguerra en El Salvador sugiere que el derrotero más impor-

tante debe ser el fortalecimiento de la institucionalidad surgida

de los acuerdos; la falta de atención a las nuevas instituciones y a

la nueva cultura de convivencia que debía surgir en la posguerra

es probablemente uno de los descuidos más grandes de nuestra

propia transición. Nuestra experiencia enseña, por lo tanto, que

en la medida en que fortalezcamos las instituciones que ayudan

a vivir en paz, con seguridad y convivencia, habrá más oportuni-

dades de mitigar las perniciosas secuelas de las guerras.

“Reconocer la verdad de lo ocurrido y llevar a juicio a los responsables principales de las atrocidades cometidas hubiera anunciado de forma clara que la nueva institucionalidad estaba preparada para construir y sostener un nuevo orden”.

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9 • hechos del callejón

Así vamos

La colonización armada de los conflictos laboralesLos episodios de infiltración armada en las organizaciones sociales y laborales han dado lugar a una cultura de la suspicacia que afianza la tendencia a criminalizar la protesta social y sindical. El Estado debe actuar imparcialmente y eliminar aquellas prácticas que atentan contra el ejercicio de la libertad sindical.

Por Mauricio Uribe LópezProfesor del cider de la Universidad de los Andes

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En ocasiones, la debida vigilancia de las protestas laborales se ha convertido en represión indebida de este derecho ciudadano.

En una reflexión acerca de los procesos de participación en

la planeación del desarrollo impulsados por la Constitución

de 1991, la socióloga María Teresa Uribe acuñó la expresión

colonización armada para referirse a la forma como la guerra

logra “complicar en sus lógicas y sus gramáticas las más di-

versas esferas de la vida social, cultural y política”1. Dicha colonización

constituye una evidencia clara del conflicto armado. A diferencia de lo

que ocurre frente a una mera amenaza terrorista, los actores armados

en Colombia no están por fuera de la sociedad. La insurgencia o los

paramilitares buscan instrumentalizar los movimientos sociales, y a su

turno algunos sectores sociales han buscado en las armas, de unos u

otros, respaldo para obtener prebendas o protección2.

En el caso de los conflictos laborales las armas han hecho presencia

de dos maneras: i) la represión de las demandas de los trabajadores y ii)

la infiltración de los actores armados en las organizaciones sindicales.

Ambas implican una compleja relación entre conflictos laborales y con-

flicto armado. Sin perder su especificidad, los conflictos laborales están

en la mira de los actores armados que se disputan el control territorial

a través del control de la población y de sus organizaciones.

En Colombia existe una larga historia de represión de las expresio-

nes sociales y políticas de los movimientos sociales. En el caso de los

trabajadores este historial tiene entre sus primeros episodios el asesi-

nato, por parte de la tropa, de varias personas que en 1916 exigían la

derogatoria de un decreto del presidente Suárez por el cual autorizaba

la importación de botas y uniformes militares; la muerte de quince

trabajadores que participaban de la huelga de 1927 contra la Tropical

Oil Company en Barrancabermeja y la masacre de los huelguistas de

las bananeras en diciembre de 19283.

1. María Teresa Uribe de H. (2002), “Planeación, gobernabilidad y participación”, en

A. Escobar et al. Planeación, participación y desarrollo, Medellín, Corporación Región,

Universidad Nacional, Fundación Social, p. 45.

2. Mauricio Archila Neira (2005), “Desafíos y perspectivas de los movimientos sociales

en Colombia”, en M. Cárdenas (coordinador), La reforma política del Estado en Colombia:

Una salida integral a la crisis, Bogotá, Cerec, Fescol, pp. 160-161.

3. Medófilo Medina (1989), “Los terceros partidos en Colombia 1900-1960”, en Nueva

Historia de Colombia, Bogotá, Planeta, pp. 266, 270, 271, 274.

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10 • hechos del callejón

Así vamos

El Conflicto, callejón con salida identifica cinco mecanismos usados

en la historia de la represión de las luchas sociales en Colombia: i) el

abuso de los estados de excepción utilizados “a menudo para coartar la

organización o actividad del movimiento popular”4; ii) el uso amañado

del derecho penal o la criminalización de la protesta; iii) el mal manejo

de las declaraciones de ilegalidad de las protestas y la autorización de

despidos; iv) las restricciones no siempre justificadas a las marchas y

manifestaciones, y v) el uso de la fuerza pública para poner fin a las

protestas, con el riesgo de convertir la debida vigilancia de las mismas

en “represión indebida de un derecho ciudadano”5.

El uso abusivo de esos mecanismos —en principio legítimos— del

Estado erosiona su capacidad para intervenir de manera imparcial en

la gestión de los conflictos sociales y laborales. De paso incentiva la

búsqueda de apoyo en las armas de ejércitos no estatales por parte de

quienes padecen dichos abusos y da lugar a la retaliación privada. Entre

1991 y 2004 fueron asesinados 2.124 trabajadores sindicalizados (gráfico

1). El tope de 284 sindicalistas asesinados en 1996 coincide con el recru-

decimiento de la violencia en Urabá, donde 105 trabajadores perdieron

la vida en masacres ocurridas en la cresta de la disputa territorial entre

las farc y las Autodefensas en la región6. Aunque el número de asesina-

tos de sindicalistas ha disminuido desde 2001, preocupan los planes de

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Los conflictos laborales también están en la mira de los actores armados.

4. pnud (2003), Informe Nacional de Desarrollo Humano Colombia . El Conflicto, callejón

con salida, Bogotá, pnud, p. 378.

5. Ibíd., p. 381.

6. Liliana María López (s.f.), Cuando lo imposible jurídicamente se hace posible política-

mente. Crisis humanitaria del sindicalismo colombiano. En http://www.ictur.labournet.

org/Es/ENSpaper.htm

Gráfico 1. Trabajadores sindicalizados asesinados

Afiliados Directivos TotalFuente: Escuela Nacional Sindical.

7. Emiro Mesa, Manuel Reina, Jana Silverman, Juliana Tabares (2005), Coyuntura econó-

mica laboral y sindical de Colombia —a octubre de —, Medellín, Escuela Nacional

Sindical, p. 53. http://www.ens.org.co/

8. López, op. cit., párrafo 15.

9. pnud, op. cit., p. 377.

exterminio sindical que se

vienen gestando. En mayo

de 2005 se conoció en el At-

lántico la conformación de

un grupo denominado mas,

“Muerte a Sindicalistas”.

Asimismo, en Valle y Cauca

un grupo autodenominado

“Defensores Norte Cauca-

nos” está amenazando a los

dirigentes de los sindicatos

azucareros y a otros traba-

jadores7.

Infiltración armada Episodios como el de la radicalización de la Asociación Nacional de

Usuarios Campesinos en la década de los setenta, en la Costa Atlánti-

ca, justo en tiempos del mayor auge del epl y del eln en la región; el

control de los sindicatos bananeros de Urabá por parte de las guerrillas

(Sintagro en el caso del epl y Sintrabanano en el de las farc) como parte

de su estrategia de control poblacional y territorial, y la influencia de

la guerrilla y más tarde de los paramilitares en la zona palmera de San

Alberto (Cesar) ilustran la capacidad de colonización de los conflictos

sociales por parte de los actores armados, así como los complejos nexos

entre éstos y las organizaciones laborales.

Guerrillas y paramilitares se han convertido en reguladores a través

de la coerción y la infiltración de los conflictos laborales en Colombia.“Esto explica por qué los métodos, las formas de acción y los eventos

que caracterizan la violación de derechos humanos y laborales de los

sindicalistas colombianos se asemejan, vinculan y articulan con los mé-

todos, formas de acción y eventos propios del conflicto armado”8.

Aunque la desatención o la parcialidad del Estado puede llevar a que

algunos miembros de las organizaciones laborales busquen el respaldo

de los actores armados, lo cierto es que dicho respaldo no logra sino

dificultar aún más el logro de las reivindicaciones por la radicalización

de la organización, por su estigmatización y porque le da al otro bando

el pretexto perfecto para agudizar la represión9.

La necesidad de un Estado activo e imparcial Los episodios de infiltración armada en las organizaciones sociales y labo-

rales han dado lugar a una cultura de la suspicacia, que afianza la tendencia

a la criminalización de la protesta social y sindical. Esta cultura no hace

distinciones y descalifica como subversiva o terrorista toda reivindicación

y movilización social o laboral. La apelación ambigua e indefinida a la

lucha contra el terrorismo conlleva el riesgo de la radicalización injusta

de dicha suspicacia. El “principal riesgo que genera el uso ideológico es

que se termine calificando de terrorista a grupos de legítima oposición o

a grupos que denuncien acciones de sectores estatales por considerarlas

inadecuadas, contrarias a la legalidad o ilegítimas; y que, a partir de esa

denominación, se restrinjan ilegítimamente derechos humanos de per-

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11 • hechos del callejón

rales”13. La densidad sindical en Colombia (afiliados totales/ocupados

totales) ha sido tradicionalmente baja y viene disminuyendo desde

hace varias décadas (gráfico 2). Esto impone la necesidad de un nuevo

sindicalismo que promueva alianzas con partidos, movimientos socia-

les e incluso con asociaciones empresariales para promover cambios

tendientes hacia la productividad y la equidad. Dicho sindicalismo se

conoce desde los ochenta como sindicalismo sociopolítico14.

Ese sindicalismo sociopolítico es necesario para conjurar el riesgo de

infiltración de los actores armados en las organizaciones de los trabaja-

dores. La construcción de un sindicalismo más fuerte y democrático en

su interior es también un paso en la construcción de la paz. Esto vale

tanto para el sindicalismo como para otros movimientos sociales. La

adopción de esquemas de dirección rotativa y colegiada, la afiliación

directa de los trabajadores a las centrales sindicales para promover la

sindicalización de “los cuenta propia” y los trabajadores informales, y

la coordinación de plataformas conjuntas con diversas organizaciones

sociales son pasos que ayudan a blindar a los conflictos y a las organi-

zaciones laborales frente a la “gramática” de la guerra.

Las protestas reivindican el derecho de los sindicalistas a la movilización social.

sonas inocentes”10. La aplicación indiscriminada del término terroristapuede promover los abusos en lugar de evitarlos. Sobre estos abusos

se erige una oportunidad que los grupos armados —particularmente

la guerrilla— siempre están dispuestos a capitalizar en términos de la

doble militancia de los dirigentes o los activistas que por convicción,

corrupción, miedo o pragmatismo terminan en las filas del grupo armado

a la vez que pertenecen al sindicato o a la organización social11. El Estado

debe evitar esto actuando diligente e imparcialmente. El Ministerio de

la Protección Social está en mora de crear oficinas especiales de trabajo

en las regiones para fortalecer la presencia reguladora del Estado en

aquellas zonas de economías de enclave o donde se ejecutan megapro-

yectos, donde el riesgo de colonización de los conflictos laborales por

la lógica de la confrontación armada es mayor.

Según El Conflicto, callejón con salida, estas oficinas, que deberían espe-

cializarse en aplicar mecanismos alternativos de resolución de conflictos

y contar con facultades de inspección y resolución de querellas laborales,

tendrían que estar conformadas por personal bien calificado e itinerante,

con el fin de reducir los riesgos de actuación parcializada por el desarrollo

de vínculos con alguna de las partes en disputa.

Pero la actuación imparcial del Estado no sólo depende del mejo-

ramiento de la calidad de su presencia regional, sino también de la

eliminación de aquellas prácticas gubernamentales que atentan contra

el ejercicio de la libertad sindical: los obstáculos a la creación de sindi-

catos, la intervención en su autonomía al negar reformas estatutarias

de las organizaciones sindicales, la revocatoria por vía administrativa

de resoluciones de creación de sindicatos, la liquidación artificiosa de

empresas para crearlas de nuevo y sin sindicato, el estímulo a formas

de contratación laboral precarias, las restricciones a la entrada al país

de dirigentes sindicales internacionales, entre otras, son prácticas que

han merecido el llamado de la Comisión de Control de Normas de la oit

al gobierno colombiano para que dé explicaciones al respecto12.

La necesidad de un sindicalismo sociopolíticoLa crisis del sindicalismo colombiano no ha sido ajena a los factores que

han marcado la caída del sindicalismo en otros paí-

ses: cambios en la estructura ocupacional a favor

de sectores con poca presencia sindical (empleos

calificados y servicios); disminución del empleo

público; aumento de las contrataciones tempora-

les, parciales o en outsourcing (menos proclives a

la sindicalización); un entorno político adverso a

los sindicatos y “la incapacidad de los sindicatos de

modernizarse, ofrecer nuevos servicios y atender

las necesidades de las nuevas expresiones labo-

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14 . Emiro Mesa, Manuel Reina, Jana Silverman, Juliana Tabares (2005), op. cit., p. 73.

10. Gustavo Gallón Giraldo (2005), “Los riesgos de una

desenfocada política antiterrorista en Colombia”, en M.

Cárdenas, op. cit., p. 127.

11. pnud, op. cit., p. 377.

12. Luis Norberto Ríos Navarro (2005), “Fuerte cuestiona-

miento al gobierno colombiano por las limitaciones a la

libertad sindical”, en Cultura y Trabajo, N° 66, Medellín,

ens, agosto, p. 32-33.

13. Observatorio del Mercado de Trabajo y la Seguridad Social

(2004), Los sindicatos en Colombia. Una aproximación macroeco-

nómica, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, p. 30.

Gráfico 2. Densidad sindical en Colombia (porcentaje) 1947-2002

Fuente: Observatorio del Mercado de Trabajo y Seguridad Social.

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12 • hechos del callejón

¿Y al fin qué?

La violencia contra sindicalistas: la estigmatización no cedeAsesinatos y amenazas son los principales delitos contra los sindicalistas colombianos, quienes siguen siendo estigmatizados por parte de grupos armados ilegales e incluso por representantes del Estado. La guerra también se ha convertido en un instrumento para tramitar los conflictos laborales.

Amedida que han ido disminuyendo los asesinatos de sin-

dicalistas, han aumentado las amenazas a este sector. Los

maestros siguen siendo las principales víctimas. El Gobier-

no, organizaciones defensoras de derechos humanos y

agremiaciones sindicales como la Central Unitaria de Traba-

jadores (cut) aseguran que faltan investigaciones que permitan establecer

las razones por las cuales se ataca a los sindicalistas en Colombia.

¿La violencia se da en medio de negociaciones colectivas en las empre-

sas? ¿Se trata de una campaña en contra de la lucha de los trabajadores?

¿Es acaso una lucha por los intereses de la Nación? ¿Se sigue asociando

el sindicalismo con actividades ilegales? ¿Es el resultado del conflicto

armado que padece Colombia? Para Carlos Rodríguez, presidente de la

cut, pueden ser todas las anteriores.

Lo que sí es claro es que las cifras continúan mostrando una violencia

generalizada contra los sindicalistas que se refleja tanto en homicidios

como en amenazas. Sin embargo, los homicidios de sindicalistas han

disminuido, como lo demuestran las cifras del Ministerio de la Protección

Social, del Observatorio de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la

República y de la Escuela Nacional Sindical (ens), una ong que sistematiza

las violaciones de los derechos humanos de sindicalistas (cuadro 1).

Aunque los homicidos de sindicalistas han disminuido, continúan siendo víctimas de la violencia por parte de los grupos armados .

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Cuadro 1. Homicidios de sindicalistas 2000-2005*

2000 2001 2002 2003 2004 2005* Total

ens 137 197 186 94 96 51 761Min. Protección

Social y Observato-rio ddhh

155 205 196 101 89 38 410

*A 30 de noviembre

Varias son las razones del descenso en los homicidios:

1. La Política de Seguridad Democrática. Para el Gobierno, la princi-

pal razón es la Política de Seguridad Democrática, y especialmente las

acciones desarrolladas por el Programa de Protección del Ministerio

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13 • hechos del callejón

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Los maestros se han convertido en un grupo vulnerable y en víctimas del conflicto

armado colombiano.

Cuadro 2. Violaciones contra los sindicalistas 2000-2005*

Violación 2000 2001 2002 2003 2004 2005 Total %

Amenazas

Homicidios

Detenciónarbitraria

Desplazamientoforzado

Hostigamiento

Secuestro

Atentado con o sin lesiones

Desaparición

Otras

Total

Fuente: ens. *A de noviembre

manos del Ministerio, “uno de los sectores más afectados efectivamente

es el de los maestros, pero generalmente no por su actividad sindical,

sino por distintas razones que van desde represalias personales hasta

crímenes pasionales”.

Sin embargo, para especialistas como Ríos hay que tener en cuenta

que el sector más afectado por la violencia es el de los educadores, y

que de los cerca de 280 mil maestros que hay en Colombia el 80% está

sindicalizado. “Es una trampa perversa sacar a los maestros del grupo

de sindicalizados... Tienen razón cuando sacan de la base de datos a los

maestros víctimas de la actividad propiamente delincuencial, pero no

deberían excluirlos de la base general”. Con el cambio en la metodología

se ve un pacto mayor en la disminución de los homicidios.

Cuadro 3. Homicidios de sindicalistas 2000-2005

2000 2001 2002 2003 2004 2005* Total

Sindicalistas

MaestrosSindicalizados

No sindicalizados

Total

Procesado: Observatorio de Derechos Humanos de la Vicepresidencia de la República. * A de Noviembre.

de la Protección Social. Según un reciente informe, “desde 1999 hasta

septiembre de 2005 se encuentran con medidas de protección 7.570

sindicalistas y en el solo período del 2002 al 2005 han sido protegidos

6.038 sindicalistas”.

2. Nueva estrategia de guerrilla y paramilitares. Para Norberto Ríos,

director de la Escuela Nacional Sindical, “más que a una política de

protección, la disminución responde a dos nuevas estrategias de los

actores armados: por un lado, el repliegue de la insurgencia hacia la

selva, hacia zonas donde la actividad laboral y la fuerza sindical no

son tan fuertes. Y, por el otro lado, a la nueva fase político-militar de

las autodefensas en el marco de la negociación con el Gobierno”. En lo

anterior coinciden tanto Ríos como el presidente de la cut.

Ante el cambio de estrategia, las amenazas a los sindicalistas han

aumentado (cuadro 2).

Para Amanda Rincón, coordinadora de derechos humanos de la Fede-

ración Colombiana de Educadores (Fecode), “muchos casos de amenazas

concluyen en la reubicación de los maestros ya sea en el mismo o en

otros departamentos, lo que significa un desplazamiento forzado que

no se denuncia ni se contabiliza como resultado del conflicto armado”.

Según este sindicato, cuyo registro del delito de desplazamiento es

bastante reciente, en el 2005 (al 7 de diciembre) 40 maestros fueron

forzados a desplazarse.

3. Nueva metodología. El cambio en la metodología del Gobierno

también sería otra razón del alto índice de disminución de homicidios,

pues desde el 2003 el Observatorio de la Vicepresidencia cambió el

sistema para procesar esta información y en la base de datos ya no

se incluyen los maestros entre los sindicalistas asesinados. Ahora,

la información se presenta aparte: por un lado, los maestros tanto

sindicalizados como no sindicalizados y, por otro, los sindicalistas

asesinados de los demás sectores (judicial, salud, de entidades terri-

toriales, etc.) (cuadro 3).

Anne Sylvie Linder, coordinadora del Observatorio de Derechos

Humanos y dih de la Vicepresidencia, explica: “Tras varios estudios nos

dimos cuenta de que los maestros se habían constituido en un grupo

vulnerable y que las amenazas que pesaban en su contra se debían más

a su actividad como maestros que a su calidad de sindicalistas. Por eso

los separamos en los registros”.

Esta metodología fue acogida por el Ministerio de la Protección Social

porque, asegura Gloria Beatriz Gaviria, coordinadora de derechos hu-

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14 • hechos del callejón

¿Y al fin qué?

hay una alta presencia paramilitar éstos los señalan como simpatizantes

ideológicos de la subversión.

Esta estigmatización también se ha dado ante el aumento de capturas

masivas por parte de agentes del Estado, las cuales han terminado en

detenciones arbitrarias (cuadro 2).

“En este país se vive bajo sospecha”, dice Ríos, quien advierte: “Aun-

que dependiendo del dominio territorial la tendencia es a homogenizar

y, por lo tanto, todo el mundo tiene que estar en algún lado de la guerra,

del mismo modo se populariza la tesis de que los sindicalistas no son

víctimas del fuego cruzado”.

La Escuela Nacional Sindical señala que aunque las autodefensas

siguen apareciendo como los principales autores identificados de las

violaciones de los derechos humanos de los sindicalistas, va en aumento

la responsabilidad de agentes del Estado.

Pese a la intensificación del conflicto en diversas zonas del país, el

investigador del Cinep sostiene que la violencia contra los sindicalistas

es cada vez más por motivaciones laborales, producto de sus negocia-

ciones por los pliegos de peticiones: “no se puede asociar directamente

esta violencia con la dinámica del conflicto armado”, asegura Álvaro

Delgado. El problema es que la guerra se ha convertido en un instru-

mento para tramitar los conflictos laborales.

Sin embargo, el Ministerio de la Protección Social insiste en que no

se puede generalizar al respecto y recomienda esperar los resultados

de las investigaciones de la Fiscalía para conocer los móviles de los

atentados contra los sindicalistas.

En Colombia existe una larga historia de represión de las expresiones sociales y políticas de los movimientos sociales y laborales.

Por su parte, la Escuela

Nacional Sindical sí incluye a

los maestros cuando reporta

las cifras sobre sindicalistas

asesinados. Además, den-

tro de esa misma base de

datos contabiliza todos los

trabajadores sindicalizados

víctimas de la violencia social

y política; a quienes están en

el espectro de la actividad

sindical (funcionarios de los

sindicatos y sus asesores, in-

cluso los escoltas), a los pen-

sionados y a ex sindicalistas.

4. Cierre de escuelas y si-

lencio. Para Amanda Rincón,

coordinadora de derechos

humanos de Fecode, la dis-

minución se debe a varios

factores:

a. Las zonas donde más

se presentaban violaciones

coinciden con muchas regiones del país donde ya no hay servicio

educativo oficial porque, entre otras razones, el conflicto armado ha

obligado al cierre de escuelas.

b. Ante la violencia armada y la presión de los grupos armados ile-

gales, los maestros han optado por guardar silencio o no resistir como

lo hacían antes, para no asumir un compromiso público que les podría

costar la vida.

c. Experiencias como los asesinatos de líderes de la up desestimu-

laron la movilización política de los maestros, quienes hoy prefieren

mantener un bajo perfil.

Si bien expertos, dirigentes y responsables de derechos humanos

coinciden en que el sector educativo sigue siendo el principal afectado

por la violencia contra sindicalistas, el

presidente de la cut llama la atención

sobre las crecientes violaciones que re-

gistran los trabajadores del sector agrario,

información que esta central obrera ya

está empezando a sistematizar. Álvaro

Delgado, investigador del Cinep, coincide

en que el sector agropecuario es el que está permanentemente expuesto

a la acción de los actores armados, y advierte que los sindicatos “no ha-

cen un seguimiento a las violaciones de sus propios trabajadores porque

lamentablemente menosprecian la historia”.

La estigmatizaciónPara algunas ong de derechos humanos y centrales obreras es pre-

ocupante que el sindicalista siga siendo estigmatizado por la labor que

cumple, y no sólo por parte de los grupos armados ilegales sino incluso

por representantes del Estado. Esto, afirman, es peligroso para sus vidas

y su integridad física y moral.

Muchos presumen, dice el director de la ens, el vínculo del sindicalista

con algún grupo armado. Así, por ejemplo, en las zonas bananeras la

guerrilla acusa a los sindicalistas de ser autodefensas, y en zonas donde

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“Más que a una política de protección, la disminución de los asesinatos de sindicalistas responde a dos nuevas estrategias de los actores armados”.

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15 • hechos del callejón

La invitada

Más de 13 mil combatientes, en su mayoría

hombres, han ingresado al programa de

reinserción del Gobierno. ¿Qué pasa en

los lugares a los que estos ex comba-

tientes han regresado? ¿Qué significa

y de qué manera afecta a la comunidad el retorno de un

hijo, un compañero sentimental, un vecino que se había

enrolado en las filas del admirado, aceptado, temido o

repudiado paramilitarismo? ¿Qué pasa, en concreto, con

las mujeres, sus vidas y su seguridad? Estas preguntas

fueron abordadas recientemente en la investigación Riesgos para la seguridad de las mujeres en procesos de reinserción de ex combatientes, que

la ong Humanas emprendió en Córdoba con el auspicio del Fondo de

las Naciones Unidas para la Mujer (unifem).

En la investigación se presenta un panorama de la desmovilización, los

lineamientos a partir de los cuales se analizó la información y el impacto

de la reinserción en las mujeres teniendo en cuenta su organización y

agenda social; la exclusión socioeconómica; los derechos sexuales y re-

productivos y la seguridad física.

Además, se hacen recomendacio-

nes para garantizar los derechos

humanos y la seguridad de las

mujeres. La investigación, que se

basó en 35 entrevistas a una gran

diversidad de personas de Montería y Tierralta, en datos estadísticos y

fuentes secundarias, indica que seis son los factores que intervienen en

la afectación de la vida de las mujeres.

Estos factores, que deben ser considerados para evaluar otras expe-

riencias de desmovilización, son: 1) concentración de personas desmovi-

lizadas en la misma zona; 2) carácter o razón de la presencia de personas

desmovilizadas; 3) características derivadas de haber sido paramilitar;

4) nivel de coerción ejercida por el paramilitarismo; 5) credibilidad

en el proceso de desmovilización, y 6) situación y realización de los

derechos de las mujeres en las comunidades receptoras de población

desmovilizada. Este último factor, de carácter estructural, está en re-

lación directa con el reconocimiento que tiene la comunidad receptora

de los derechos de las mujeres y con la realización de esos derechos.

Este factor es la base de todos los impactos de la desmovilización en la

vida de las mujeres. Así, a mayor discriminación de la mujer en las zonas

de recepción de desmovilizados, mayor vulneración de su seguridad si

no se toman medidas.

Las mujeres en zonas con desmovilizadosUna investigación sobre los derechos de las mujeres en las zonas de recepción de desmovilizados reveló que a mayor discriminación de la mujer en esas áreas, mayor vulneración de su seguridad si no se toman medidas, y que a mayor coerción paramilitar mayor temor a organizarse o a exigir sus derechos.

Por Luz Piedad Caicedo DelgadoAntropóloga, Corporación Humanas, Centro Regional de Derechos Humanos y Justicia de Género

Resultados de la investigaciónLa investigación reveló que no se valora que el Gobierno

beneficie a los desmovilizados, porque se considera que se

está incentivando la “vagabundería” al pagar por no tra-

bajar. En comparación —dicen varias mujeres—, ellas sólo

pueden acceder a remuneraciones inferiores a las de los

reinsertados por un trabajo intenso o, si son desplazadas,

deben pagar los créditos de las tierras recibidas. Políticas

hacia las mujeres rurales o desplazadas no han garanti-

zado que puedan tener una vida autónoma, reconstruir

su proyecto de vida o asegurar su sobrevivencia. Las mujeres se sienten

excluidas y señalan que el ámbito económico de sus vidas se ve afectado

porque no se valora su trabajo ni se hace justicia con ellas.

Por el nivel de coerción del paramilitarismo en la zona se ve limitada la

posibilidad de que las mujeres le exijan al Estado garantizar su bienestar,

revisar las políticas de entrega de tierras, que haya justicia en los casos

en que han sido víctimas del conflicto o que se puedan organizar para

atender sus necesidades. En varios testimonios predomina el temor a orga-

nizarse o a exigir sus derechos. El

proceso de paz del Gobierno con

las auc no les genera la suficiente

confianza ni credibilidad. Según

algunas, “ellos (los paramilita-

res) no han dejado en ningún

momento de ejercer la autoridad”. Desde esta perspectiva, el ámbito

político también se ve afectado. De manera opuesta, varias adolescentes

ven a los ex paramilitares como personas con autoridad que las hacen

respetar, y con estabilidad económica ante el “sueldo” que reciben por ser

desmovilizados. Esta valoración hace que algunas mujeres, sobre todo

las jóvenes, los busquen como parejas y se expongan a embarazos y a

infecciones de transmisión sexual (its), incluido el vih/sida. Las entre-

vistadas coincidieron en señalar que la desmovilización ha aumentado

los embarazos en adolescentes y las its, de tal forma que el ámbito

de la sexualidad se ha visto vulnerado. El 54% de las mujeres víctimas

de violencia sexual en Córdoba son niñas entre los 10 y 14 años. Sigue

siendo una realidad la práctica de “concederles” las hijas —desde los

12 o 13 años— a hombres con cierto poder adquisitivo.

La reinserción de paramilitares en los vecindarios ha significado un

mayor número de varones en un contexto social donde no se respetaban

los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, vulneraciones

que han aumentado.

“Por el nivel de coerción del paramilitarismo se ve limitada la posibilidad de que las mujeres le exijan al Estado garantizar su bienestar”.

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16 • hechos del callejón

La página humanitaria

Minorías sexuales víctimas del conflicto armadoLa vulneración de los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas ha ido en aumento, lo cual genera preguntas como: ¿qué efectos tiene el conflicto armado en sus vidas? ¿Con qué frecuencia y qué actores realizan estas violaciones? ¿Por qué?

Por Mauricio Albarracín CaballeroColombia Diversa ([email protected])

El conflicto armado colombiano ha generado amenazas graves

y sistemáticas de los derechos humanos de la población

civil. Este es un hecho conocido pero que requiere de un

análisis profundo y particular, ya que los efectos del conflicto

armado dependen de su naturaleza, actores, intereses y

contexto sociocultural, pues la mezcla de estos factores afecta de forma

singular y diferenciada a los distintos gru-

pos sociales de Colombia.

También constituye un obstáculo para

que lesbianas, gays, bisexuales y transge-

neristas (lgbt) disfruten de sus derechos.

Los actores armados mezclan su ideología

e intereses con los prejuicios y miedos

que existen en el país contra las personas con orientaciones sexuales

e identidades de género no normativas.

Existe una gran preocupación por parte de las organizaciones que

trabajan a favor del reconocimiento social de lgbt por el aumento de

casos de vulneración de sus derechos, lo que ha generado preguntas

como: ¿qué efectos tiene el conflicto armado en la vida y derechos de

las lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas? ¿Con qué frecuencia

y qué actores realizan estas vulneraciones? ¿Por qué ocurren? ¿El Es-

tado investiga, previene o sanciona estos crímenes? ¿Serán objeto de

investigación en eventuales procesos sobre verdad, justicia y repara-

ción? ¿Las organizaciones nacionales e internacionales que defienden y

promueven los derechos humanos se interesan por estas situaciones?

“Los actores del conflicto armado imponen normas sociales y de “convivencia” en sus zonas de influencia. Se trata de regula-ciones abusivas contra la población civil destinadas a controlar su vida y, en particular, su esfera íntima y cotidiana”.

Nuestro país posee una tradición social que no acepta ni reconoce

a las personas lgbt como sujetos legítimos. En diferentes épocas han

sido considerados como delincuentes, anormales, enfermos o indesea-

bles, etc. Las normas y prácticas discriminatorias han excluido a este

grupo social del acceso a distintos aspectos de la vida pública, como la

familia, las libertades fundamentales, el trabajo o la educación. Sólo

a partir de la Constitución de 1991 y del desarrollo dado por la Corte

Constitucional se ha avanzado en el reconocimiento de sus derechos.

Pero generalmente esta población no disfruta de estos avances anti-

discriminatorios y garantistas.

No escapan de la violenciaNo existen estudios que nos permitan profundizar en los efectos del

conflicto armado sobre la vida de esta población. Sin embargo, estudios

sobre violencia sexual contra las mujeres en el marco del conflicto han

mostrado que las violaciones de sus derechos humanos no siempre se

asocian a confrontaciones armadas, sino que hacen parte de las formas

en que actores armados imponen un modelo social y cultural como estra-

tegia de control de las po-

blaciones. Esta situación

puede asimilarse al caso

de las personas lgbt.

Por su parte, diversas

fuentes como la Oficina

del Alto Comisionado de

las Naciones Unidas para

los Derechos Humanos

y Amnistía Internacio-

nal han documentado la

Los actores armados también

mezclan su ideología e intere-

ses con sus prejuicios contra

minorías sexuales.

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17 • hechos del callejón

forma en que los actores del conflicto armado imponen

normas sociales y de “convivencia” en sus zonas de influen-

cia. Se trata de regulaciones abusivas contra la población

civil destinadas a controlar su vida y, en particular, su

esfera íntima y cotidiana, las cuales están acompañadas de

amenazas, hostigamientos y castigos si dichas reglas son

incumplidas; entre las medidas represivas se encuentran

la humillación pública e, incluso, la muerte.

Los actores armados refuerzan rígidos estereotipos

sexuales y de género que no sólo corresponden a actitudes

típicas del régimen disciplinario y militar sino que también,

en parte, reproducen la discriminación que la sociedad

colombiana ha tenido contra esta población. Por ejemplo,

establecen normas que perpetúan la heterosexualidad

obligatoria y reglas sobre la apariencia física para diferenciar de ma-

nera estricta a hombres y mujeres, teniendo en cuenta estereotipos

culturalmente arraigados que niegan la diversidad.

Muchas de las acciones de los grupos armados generan adhesión de

la comunidad, pues son vistas como formas de “depuración social”. El

Informe Nacional de Desarrollo Humano El Conflicto, callejón con salidamuestra cómo esta imposición de normas se realiza con la intención de

“granjear simpatía entre los pobladores”1. Esto es muy preocupante ya

que fortalece la legitimación social de violaciones de derechos huma-

nos hacia ciertas poblaciones, legitimación que se explica dado que las

comunidades carecen de información sobre la orientación sexual y la

identidad de género y tienen prejuicios que no han sido contrarrestados

por políticas públicas antidiscriminatorias.

Casos preocupantesLa Organización Diversidad Humana de Barrancabermeja2 denunció

cómo los actores armados realizan ejecuciones extrajudiciales contra

personas lgbt como parte de sus estrategias de “limpieza social”. En

mayo de 2005 Colombia Diversa recibió información sobre la amenaza

de un grupo armado a una pareja de lesbianas residente en Tolima,

quienes en su propia casa recibieron panfletos y hostigamientos que

las obligaron a abandonar el departamento.

Las personas lgbt se encuentran en la lista de los llamados “indesea-

bles”. La revista Noche y Niebla3 ha revelado cómo se ha amenazado a esta

población en distintas zonas del país como Barrancabermeja (Santander),

Ovejas (Sucre), Cartagena (Bolívar), Ciénaga de Oro (Córdoba). Esta mis-

ma publicación también señala que han sido víctimas de desaparición

forzada, como el caso de una persona en el barrio Palmira de Barranca-

bermeja por miembros del Bloque Central Bolívar de las auc.

En su último informe sobre Colombia, Amnistía Internacional reportó4

tres casos de violación de derechos contra lesbianas, los cuales se presen-

taron en contextos socioculturales diversos: Medellín, Barrancabermeja

y Mesetas. Un caso fue descrito así: “... una muchacha de 14 años fue

1. pnud, Informe Nacional de Desarrollo Humano Colombia . El Conflicto, callejón con

salida, Bogotá, pnud, p. 68.

2. Denuncia enviada por correo electrónico a las organizaciones de derechos humanos

y organizaciones lgbt en septiembre de 2005.

3. Esta información esta disponible en www.nocheyniebla.org

4. Ver otros casos en: Amnistía Internacional, Colombia: cuerpos marcados, crímenes

silenciados. Violencia sexual contra las mujeres en el conflicto armado, Índice ai: amr

23/040/2004, 2004, p. 48.

desvestida en una de las calles del barrio y le fue colocado un cartel en

donde decía: ‘Soy lesbiana’. De acuerdo a la versión de pobladores del

barrio fue violada por tres hombres armados, presuntamente paramili-

tares. Días después fue hallada muerta, con los senos amputados...”.

La información que se ha conocido sobre las vulneraciones de de-

rechos humanos contra la población lgbt en el marco del conflicto

armado no ha podido ser verificada ni sistematizada, y tampoco se

han hecho esfuerzos por recoger, analizar y denunciar estos casos.

Lo que se conoce constituye un grave indicio que tenderá a repetirse

si no intervienen el Estado y las organizaciones no gubernamentales

nacionales o internacionales.

Es indispensable que la protección específica a las personas lgbt

se introduzca en la agenda de derechos humanos del país, tanto en la

recolección y análisis de información como en las recomendaciones

que se formulan al Estado y en el diseño de sus políticas públicas de

prevención, atención y reparación.

Esta tarea no la puede realizar sólo el movimiento lgbt. Si el Estado,

las organizaciones no gubernamentales que promueven y defienden

los derechos humanos y el sistema de Naciones Unidas o el sistema

interamericano no toman en serio las graves vulneraciones contra los

derechos de esta población en el marco del conflicto armado, corremos

el riesgo de que se convierta en un asunto más en el olvido, precisa-

mente ahora que estas denuncias han empezado a salir del ámbito de

lo privado, lo invisible y lo innombrable.

Las organizaciones de derechos humanos están promoviendo el respeto a las minorías sexuales.

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Grafitis como este han aparecido en calles de Barrancabermeja.

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18 • hechos del callejón

Buenas prácticas

Comunas: Territorios de No Violencia

La Liga promueve la participación de las mujeres y la satisfacción de sus derechos económicos.

(Viene de la página 20)

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¿CÓMO SE ENTIENDE LA NO VIOLENCIA?

Tres son los ejes que definen la no violencia, según el equipo facilitador de la

Comisión Cívica de la Diócesis de Barrancabermeja:

1. La búsqueda de la verdad. Es la verdad histórica, que significa darles a los

sectores populares el derecho a la palabra, a construir su historia y desatar las

memorias atrapadas en la guerra. Más que juicios, las comunidades exigen ser

escuchadas, reconocidas y creídas.

2. Buscar la reconciliación. Significa que las personas que han estado separadas

por diferentes motivos empiezan a caminar juntas, lo que implica restaurar rela-

ciones o lograr acercamientos.

3. No cooperar con la injusticia y la humillación. Va más allá de la resistencia

como forma de lucha. Se trata de denunciar al que oprime y somete a las comuni-

dades con violencia. Significa organización popular para transformar las realidades

injustas y tomar la decisión firme de no aceptar pasivamente aquello que atente

contra la autonomía y autodeterminación de las personas y las comunidades.

y desarrollo comunal; 3) Trabajar por la

sostenibilidad y luchar contra la guerra,

el sometimiento y la violencia.

Cada uno de esos retos se ha venido

concretando en los últimos tres años me-

diante objetivos y acciones apoyadas por

los habitantes, el Laboratorio Nacional de

Paz y la comunidad internacional repre-

sentada por la Unión Europea y Secours

Catholique-Caritas Francesa.

• Cada comuna ha construido su pro-

pio plan comunal, que agrupa múltiples

acciones ambientales, productivas y so-

cioculturales.

• Se atienden comunas que han acogido

a los desplazados como nuevos habitantes,

participantes y protagonistas del desarro-

llo local.

• Se rescataron actividades lúdicas y

festivas que habían sido acalladas por la

violencia, como festivales deportivos y

culturales, pintura comunal de murales,

encuentros de víctimas de la violencia.

• Se publica mensualmente el periódico Gente Comuna, que informa

experiencias comunitarias positivas que reafirman el compromiso con

la no violencia.

• Barrancabermeja es hoy sede de numerosas convocatorias nacio-

nales de carácter académico, cívico y religioso que propenden por la

paz y la solución negociada del conflicto.

Estas acciones se han caracterizado, según el equipo facilitador de la

Comisión Cívica, por la integración y la unidad popular; el plan comu-

nal y la calidad de vida y la no violencia y la reconciliación. La lógica

del trabajo es propiciar unidad y organización popular para construir

y organizar los proyectos en una agenda que oriente y dinamice la

gestión y que promueva el liderazgo comunitario.

“La gente está muy motivada porque cree en el proceso, ve que

es 100% comunitario y que no hay de por medio intereses políticos

o religiosos. Siente que no hay filtro para entrar y que sólo hay que

proponer con el espíritu desarmado”, señala María Teresa Chavarría,

líder comunitaria de la comuna 6, una de las zonas recién integradas

al proceso.

El apóstol moderno de la no violencia fue Mahatma Gandhi (1869-

1948), quien desde el norte de la India, a orillas del río Yamuna, pro-

movió hasta su muerte los fundamentos centrales de su doctrina de

paz: buscar la verdad, buscar la reconciliación y no cooperar con la

injusticia y la humillación.

Hoy, al otro lado del mundo y en las riberas de otro río, estos mismos

principios son impulsados por los habitantes de cuatro de las siete co-

munas de Barrancabermeja más pobres y más asoladas por el conflicto

armado. Ellos llevan a su realidad aquella máxima expresada por Gandhi

en el fragor del proceso independentista indio: “Si logramos nuestra liber-

tad por medios violentos, ésta dejará de ser la tierra de mi orgullo”.

fin de comprometerse con la construcción de un proyecto colectivo

y animar un proceso que desde las comunidades impulse su transfor-

mación. Cada uno de estos procesos fue bautizado como “Apueste por

Barrancabermeja” y en la base popular como “Comunas Territorio de

No Violencia”.

Desde sus inicios, la Comisión definió los tres retos de este proyecto:

1) Trabajar con base en la integración, la unidad y la autonomía popu-

lar, porque sólo la confianza da la fuerza y capacidad para enfrentar

a los actores de la violencia; 2) Recuperar la capacidad de soñar para

que dirigentes y comunidad sean responsables de su propia historia

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19 • hechos del callejón

Editorial

Bruno Moro, Representante Residente Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, pnud

Producido por: Área de Desarrollo Humano pnud

Director Académico: Hernando Gómez Buendía

Editora: Olga González Reyes

Asesor Especial: Mauricio Uribe

Colaboradores: Colaboradores: OCHA-SSH, Andrea Arboleda, Bibiana Mercado y María Victoria Duque • Agradecimiento Especial: Periódico El Tiempo • Prensa –Oficina del Alto

Comisionado para la Paz • Simone Bruno • Manuel Saldarriaga • Colprensa • Reconocimiento especial: Dirección de Prevención de Crisis y Recuperación (BCPR, por sus siglas en inglés) del

PNUD, con sede en Nueva York. • Diseño gráfico y corrección de textos: Editorial El Malpensante S. A. • Impresión: Panamericana Formas e Impresos S. A.

Boletín Hechos del Callejón: Carrera 11 N° 82-76, Oficina 802, Bogotá, Colombia • Teléfono: 6364750 extensión 205–208–202• Fax: extensión 209 • Comentarios y sugerencias: olga.gonzalez@undp.

org, indh @undp.org • Visite nuestra página de internet: www.pnud.org.co/indh

Las opiniones y planteamientos expresados no reflejan necesariamente las opiniones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, su junta directiva, ni los Estados miembros

Apesar de la complejidad del conflicto armado colombiano, el

país está lleno de esfuerzos e iniciativas civiles de construc-

ción de paz. Muchas de ellas expresadas en organizaciones

de la sociedad civil que operan regional y nacionalmente y que,

desde hace dos décadas, vienen cultivando alternativas a la lógica

de la guerra. Ahora, el desafío general consiste en transformar y

consolidar la movilización social por la paz en salidas democráticas

a la guerra. Se requieren arreglos institucionales y redes sociales

multiterritoriales capaces de convertir la propuesta de los ciuda-

danos en decisiones sociales ampliamente consensuadas, políticas

públicas y grandes acuerdos por la paz.

En tres regiones del país (Montes de María, oriente antioqueño y

Meta) el pnud acompaña diversas iniciativas de paz con la voluntad

de incrementar la capacidad que tienen para enfrentar los retos

asociados a la violencia y aprovechar mejor las oportunidades de

desarrollo humano. Es una apuesta decidida por la recuperación de

la política como mecanismo de gestión de conflictos y promoción

de desarrollo. En estas regiones el pnud —a través del programa

Redes— trabaja en cuatro líneas estratégicas:

Comunidades: aumentando la organización social para la paz

y la capacidad de las comunidades y la sociedad civil regional de

constituirse en actores primarios de iniciativas de paz y de desa-

rrollo humano.

Alianzas: motivando alianzas interinstitucionales e intersectoriales

entre poderes públicos, la sociedad civil y la cooperación internacio-

nal para incrementar la acción colectiva frente al conflicto.

La paz en Colombia depende primordialmente de la calidad

de las relaciones entre la sociedad civil y el Estado.

Conocimiento: promoviendo la participación y la delibe-

ración de estos diversos actores para generar conocimien-

to colectivo que sea capaz de orientar estrategias comunes

para superar retos concretos del conflicto armado.

Políticas públicas: promoviendo estrategias consensua-

das en las agendas de política pública municipal y depar-

tamental para atender los retos que genera la violencia y

las oportunidades de la construcción de la paz.

Convencidos de la importancia de este esfuerzo, el pnud y sus

aliados (Suecia, Países Bajos, España, Noruega y la Generalitat de

Cataluña) están llevando el programa Redes a la Sierra Nevada de

Santa Marta, las comunidades marginadas del sur de Cartagena, los

Altos de Cazucá y, próximamente, al Huila y Caquetá.

Tras dos años el pnud ha aprendido varias lecciones:

En primer lugar, los miembros de las iniciativas de paz locales y

regionales son actores legítimos que buscan promover proyectos

de vida y sociedad renunciando a la violencia como estrategia para

promover el cambio social.

En segundo lugar, no hay que esperar a la finalización del con-

flicto armado y a la firma de un acuerdo de paz para promover y

apoyar iniciativas de construcción de paz y de incremento de la

gobernabilidad democrática.

Por una parte, es importante destacar que la sostenibilidad de fu-

turos acuerdos de paz en Colombia depende de la calidad del capital

social regional y de la capacidad que tengan las iniciativas de paz de

convertirse en actores primarios en la construcción de país.

Impulsar el desarrollo humano en medio del conflicto no es sólo

necesario sino que es un imperativo. Es necesario crear espacios de

seguridad y paz en medio de la violencia, en los cuales las expre-

siones legítimas de la sociedad civil y la institucionalidad política

puedan sobreponerse a las lógicas de la guerra y transformarlas

en lógicas de paz.

Por último, es importante destacar que la comunidad interna-

cional debe coordinar sus políticas de cooperación inter-

nacional con el fin de acompañar, fortalecer y articular

las iniciativas locales y regionales de paz. Los actores

de la comunidad internacional pueden tener un papel

significativo a la hora de facilitar alianzas estratégicas

entre diversos actores del movimiento social por la paz

y el gobierno nacional, junto con los gobiernos locales y

regionales. De esta manera se abren las puertas para el

diseño consensuado de políticas públicas de paz, atención

humanitaria y desarrollo humano, contribuyendo, tam-

bién, al aumento de la legitimidad del Estado.

Construcción de paz y desarrollo humano

Editorial

Page 20: Elecciones: primer desafío del 2006...Elecciones: primer desafío del 2006 Con los comicios de este año está en juego qué tan independiente será la participación ciudadana, qué

20 • hechos del callejón

Por Alexánder Barajas Maldonado

El clima de Barrancabermeja —donde en un mismo día se puede

vivir un caluroso atardecer y una torrencial tormenta— imita la

ambigua realidad de este puerto santandereano sobre el Magda-

lena, donde bajo el mismo cielo se encuentran la riqueza petrolera y

la miseria del desplazado; la belleza de sus ciénagas y el horror de una

violencia tan añeja como inútil. Y coexisten, además, la sinrazón de la

razón armada y la unión de la comunidad para defender la vida.

El pasado 30 de octubre decenas de vecinos de los 22 barrios que

conforman la comuna 4 de Barrancabermeja decidieron reafirmar su

unión por la vida con un triatlón ecológico, actividad incluida en el

plan comunal que ellos mismos construyeron como “Territorio de No

Violencia” y que definió a su sector como “La Comuna Verde”.

Esa jornada de unión cívica estuvo precedida por un multitudinario

festival deportivo y cultural en la comuna 6, otro de los sectores de

Barrancabermeja golpeados por la más reciente de las violencias que

ha tocado a esta ciudad: la guerra urbana de masacres y asesina-

tos selectivos que cambió la dominación del eln y de

las farc por el régimen de las

Autodefensas Unidas de Co-

lombia (auc). Primero

fueron las Autodefen-

sas del Sur del Cesar

y, hoy, el Bloque

Central Bolívar.

Durante esta

época de violencia

se intensificaron el

desplazamiento forzado

y la pobreza. Barrancaber-

meja pasó de tener 160 mil habitantes en 1993 a casi 300 mil en la

actualidad, por el accionar violento de guerrillas y autodefensas. En

cuatro de las siete comunas barranqueñas se concentra el mayor nú-

mero de población desfavorecida, incluidos desplazados. Son en estos

sectores donde se están gestando “Territorios de No Violencia”.

En lo más cruento de los enfrentamien-

tos entre guerrilla y paramilitares, que

comenzaron en la década

pasada y continuaron

hasta hace un par de

años, se incubó la iniciativa que hoy tiene a los vecinos de las comunas

4, 5, 6 y 7 pensado y actuando por la reconstrucción de su tejido social.

Lo que precipitó esta lluvia de iniciativas comunitarias fue un exitoso

programa liderado por la Diócesis de Barrancabermeja y apoyado por

múltiples sectores sociales, culturales y académicos.

El germen de la paz estaba sembrado“El 4 de agosto de 2002 se puso en marcha las ‘Comunas Territorio de

No Violencia’ porque ese día se realizó la primera reunión formal de los

líderes de la comuna 4”, recuerda Patricia Rodríguez, coordinadora de

este proyecto desde la Comisión Cívica de Convivencia Ciudadana.

Esta Comisión, organismo de la sociedad civil convocado también

por la Iglesia católica local, nació en respuesta al cuestionado cierre del

Consejo Municipal de Paz, que no ha vuelto

a ser convocado por la Alcaldía desde 2000,

apenas dos años después de su creación

mediante acuerdo municipal.

A pesar de esta vacilante actitud

oficial, el germen de la paz ya estaba

sembrado por diversas or-

ganizaciones sociales,

sindicatos, entidades

defensoras de de-

rechos humanos y

la misma Diócesis,

que venían traba-

jando en propues-

tas de convivencia

y reconciliación

desde mediados de

los años noventa.

La Comisión Cívica se instauró

formalmente en septiembre de

2001, y desde sus inicios se trazó

dos estrategias: convocar a las

organizaciones sociales para

“repensar la ciudad” con el

Buenas prácticas

Comunas de Barrancabermeja: Territorios de No ViolenciaCuatro de siete comunas de Barrancabermeja, las más afectadas por la pobreza, la violencia y el despla-zamiento, se declararon “Territorios de No Violencia” para lograr la unidad y la autonomía popular y para trabajar por la paz y la reconciliación.

(Pasa a la página 18)

Ejemplos concretos de cómo sí es posible salir del callejónwww.saliendodelcallejon.pnud.org.co