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ERRANCIA… LITORALES MARZO 2016 http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v13/litorales_1.html ELECTRÓNICA DE CONSUMO COMO MANDATO SUPERYOICO DE LA CULTURA PARA ALCANZAR LA FELICIDAD. MIRIAM PARDO FARIÑA Resumen: En nuestro mundo contemporáneo, los avances tecnológicos especialmente destacados en la electrónica de consumo, marcan pautas acerca de lo que debe comprarse para ser felices. Lo anterior responde al mandato superyoico de nuestra cultura referido a “debes ser feliz” porque “no te es lícito no serlo”, edicto que se desplegará por medio del discurso-amo incrustado en nuestra cultura de globalización y de la cual el individuo, como consumidor, se hará parte de la misma sosteniendo la falsa ilusión de la felicidad como un estado de permanencia. Freud mostrará en El malestar en la cultura cómo aquel estado no es posible refiriéndose a su caducidad al tratarse de un estatuto circunstancial cuyo malestar anunciará lo irrealizable de ese mandato a ser felices a través de objetos de consumo. Los contrastes entre placer y displacer se presentificarán en la electrónica, en donde el sujeto consumidor se enfrentará no sólo con hackers y virus virtuales, sino también con la obsolescencia inminente de estos productos antes los cuales el amo, situado fuera de la masa, insistirá en recubrir generando programas antivirales y “actualizaciones” para asegurar la sumisión a esa felicidad a pesar de lo momentáneo de este cometido. Palabras claves: Electrónica de consumo, superyó, mandato superyoico, felicidad episódica, ética. 1. Algunas puntualizaciones acerca del superyó en la obra freudiana La noción de superyó fue desarrollada por Freud en el transcurso de su obra iniciando su formulación en la segunda tópica cuando el autor hace la distinción entre yo, superyó y ello. Freud va dejando establecido que el superyó forma parte de uno de los herederos del complejo

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ELECTRÓNICA DE CONSUMO COMO MANDATO

SUPERYOICO DE LA CULTURA PARA ALCANZAR LA

FELICIDAD.

MIRIAM PARDO FARIÑA

Resumen: En nuestro mundo contemporáneo, los avances tecnológicos especialmente

destacados en la electrónica de consumo, marcan pautas acerca de lo que debe comprarse para

ser felices. Lo anterior responde al mandato superyoico de nuestra cultura referido a “debes ser

feliz” porque “no te es lícito no serlo”, edicto que se desplegará por medio del discurso-amo

incrustado en nuestra cultura de globalización y de la cual el individuo, como consumidor, se

hará parte de la misma sosteniendo la falsa ilusión de la felicidad como un estado de

permanencia. Freud mostrará en El malestar en la cultura cómo aquel estado no es posible

refiriéndose a su caducidad al tratarse de un estatuto circunstancial cuyo malestar anunciará lo

irrealizable de ese mandato a ser felices a través de objetos de consumo. Los contrastes entre

placer y displacer se presentificarán en la electrónica, en donde el sujeto consumidor se

enfrentará no sólo con hackers y virus virtuales, sino también con la obsolescencia inminente

de estos productos antes los cuales el amo, situado fuera de la masa, insistirá en recubrir

generando programas antivirales y “actualizaciones” para asegurar la sumisión a esa felicidad a

pesar de lo momentáneo de este cometido.

Palabras claves: Electrónica de consumo, superyó, mandato superyoico, felicidad episódica,

ética.

1. Algunas puntualizaciones acerca del superyó en la obra freudiana

La noción de superyó fue desarrollada por Freud en el transcurso de su obra iniciando su

formulación en la segunda tópica cuando el autor hace la distinción entre yo, superyó y ello.

Freud va dejando establecido que el superyó forma parte de uno de los herederos del complejo

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de Edipo con la aparición contundente de requerimientos morales y prohibiciones que el sujeto

en cuestión internalizará como legado para su vida. Proveniente de la transmisión parental

quedará distinguida como tal al interior del yo formando parte del mismo.

Entendiendo que la prohibición del incesto es crucial hacia la salida edípica, el superyó como

huella psíquica se constituirá en una ley prohibitiva acerca de lo incestuoso y las implicancias

que tendría si el sujeto incurriera en el goce de la concreción del incesto. Por una parte, el niño

se identifica con la figura parental que viene a situar el interdicto, internalización del superyó,

y, por otro lado, el deseo continúa su trayecto en la búsqueda del objeto perdido una vez

incorporada la ley. “En consecuencia, el superyó es en la vida psíquica del adulto no sólo la

huella permanente de la ley de prohibición del incesto, sino también el garante de la repetición

[...]”1.

En 1923 Freud introduce este término cuando escribe El yo y el ello. Tras describir cómo

funciona el yo y sus diferencias con el ello, el autor considerará que no es posible sostenerse a

partir de esta simpleza dialéctica por lo que hará referencia a una diferencia al interior del mismo

yo y que, en ese momento de su obra denominará ideal del yo o superyó2. Profundizando en el

complejo de Edipo y en las relaciones que se establecen entre el yo y el superyó, Freud señalará

lo siguiente:

“Empero, el superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto

del ello, sino que tiene también la significatividad {Bedeutung, «valor direccional»} de

una enérgica formación reactiva frente a ellas. Su vínculo con el yo no se agota en la

advertencia: «Así (como el padre) debes ser», sino que comprende también la

prohibición: «Así (como el padre) no te es lícito ser, esto es, no puedes hacer todo lo que

él hace; muchas cosas le están reservadas».”3

1 Nasio, Juan David, “Enseñanza de 7 Conceptos Cruciales del Psicoanálisis”, Quinta reimp., Gedisa,

Barcelona, 2000, (p. 182). 2 Freud, S., “El yo y el superyó (ideal del yo)”, En: Obras Completas, Vol. XIX, 2ª ed. 5ª reimp.,

Amorrortu, Buenos Aires, 1993. 3 Ibídem, p. 36.

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Para Freud, esta doble cara del superyó se deberá al hecho de haber estado involucrado en la

represión acaecida hacia el sepultamiento del complejo de Edipo, siendo la represión una

cuestión compleja debido a su esfuerzo de desalojo. El origen del superyó se debe, por una parte,

a la prolongada dependencia del ser humano durante su infancia con las implicancias que

conlleva este desvalimiento y, al mismo tiempo, por el sepultamiento del complejo de Edipo

antes señalado dando paso al período de latencia.

El autor planteará que el ideal del yo, debido a los influjos culturales, posee un amplio enlace

con la adquisición filogenética entendida como herencia arcaica del individuo: “[...] el ideal del

yo satisface todas las exigencias que se plantean a la esencia superior en el hombre. Como

formación sustitutiva de la añoranza del padre, contiene el germen a partir del cual se formaron

todas las religiones”4; de acuerdo a lo anterior, Freud planteará que las figuras de autoridad

fueron haciéndose cargo del papel del padre en tanto sus órdenes, prohibiciones se sostienen en

el ideal del yo ejerciendo como censura y conciencia moral. De esta manera, “la tensión entre

las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimientos de

culpa. Los sentimientos sociales descansan en identificaciones con otros sobre el fundamento

de un idéntico ideal del yo”5.

Los principales contenidos de lo que Freud denomina lo elevado del ser humano, como es el

caso de la religión, la moral y el sentir social, se adquirieron filogenéticamente, tal como el autor

lo desarrollara en Tótem y Tabú (1913). Los sentimientos sociales son para Freud como una

superestrutura que se impone sobre las mociones de celos y rivalidad hacia los semejantes. Por

lo tanto, en el entendido de que la hostilidad no puede satisfacerse de ningún modo, se produce

una identificación con quienes, en un principio, se constituyeron en rivales.

4 Ibídem, p. 38. 5 Ibídem.

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En la 31ª conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica6, Freud plantea una

instancia observadora del resto del yo como rasgo identificable al interior de la estructura yoica;

lo anterior le llevará a indagar más acerca de la conciencia moral: “Siento la inclinación de hacer

algo que me promete un placer, pero lo omito con el fundamento de que mi conciencia moral

no lo permite”7 y de actuar en contra de este imperativo aparecen los reproches continuos

desarrollándose a la par el arrepentimiento. A continuación, se citará a Freud para revisar cómo

el autor le da un lugar específico a lo que denominará de forma circunscrita superyó.

“Podría decir simplemente que la instancia particular que empiezo a distinguir dentro

del yo es la conciencia moral, pero es más prudente considerar autónoma esa instancia,

una de cuyas funciones sería la conciencia moral y otra la observación de sí,

indispensable como premisa de la actividad enjuiciadora de la conciencia moral. Y como

cumple el reconocimiento de una existencia separada dar a la cosa un nombre propio,

designaré en lo sucesivo <<superyó>> a esa instancia situada en el interior del yo”.8

Para comprender mejor aún de qué se trata esta instancia psíquica, en esta conferencia Freud

hará alusión a la melancolía como cuadro patológico. Entendiendo que el superyó es

independiente del yo en cuanto a su energía gozando de cierta autonomía y propósitos, en la

melancolía esta instancia psíquica mostrará toda la fuerza de su crueldad y/o severidad. Si bien,

el melancólico mantiene un nivel de severidad relativamente soportable, cuando este cuadro se

intensifica el superyó se torna llamativamente severo, “insulta, denigra, maltrata al pobre yo, le

hace esperar los más graves castigos [...]”9; de este modo, el superyó aplica un severo patrón

moral al yo, por lo que el sentimiento de culpa moral manifestará la tensión abrumadora entre

el yo y el superyó. “[...] transcurrido cierto número de meses el alboroto moral pasa, la crítica

del superyó calla, el yo es rehabilitado y vuelve a gozar de todos los derechos humanos hasta el

6 Freud, S., “31ª conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica”, En: Obras Completas,

Vol. XXII, 2ª ed. 8ª reimp., Amorrortu, Buenos Aires, 2006. 7 Ibídem, p. 55. 8 Ibídem, p, 56. 9 Ibídem.

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próximo ataque”10. De manera magistral, Freud señalará que cuando ocurre lo anterior, el yo

celebrará su triunfo sobre el superyó, como en una especie de embriaguez beatífica, tornándose

liberado de los patrones morales, maníaco, buscando la satisfacción desinhibida de sus

concupiscencias.

Bien sabemos que la vida sexual se encuentra presente para Freud desde los comienzos de la

existencia, no así el superyó que sólo se agrega más tarde; de acuerdo a lo anterior, puede notarse

que el comportamiento de un niño pequeño no tiene inhibiciones contra sus pulsiones que

buscan vías de satisfacción. Sin embargo, debido a los influjos de la autoridad parental, el

superyó ejerce sus requerimientos desde un poder externo que viene a instaurar amenazas

referidas al retiro del amor si fuese necesario; para Freud, esta angustia se constituye en la

precursora de la ulterior angustia moral que en tanto está presente no hace falta referirse al

superyó ni a la conciencia moral. “Sólo más tarde se forma la situación secundaria [...]: en el

lugar de la instancia parental aparece el superyó que ahora observa al yo, lo guía y lo amenaza,

exactamente como antes lo hicieron los padres con el niño” 11 erigiéndose como legítimo

heredero de la instancia parental. Sin embargo, cabe destacar que Freud mostrará en esta

conferencia que, independientemente de la severidad o laxitud de los padres, el superyó puede

tomar un camino de severidad o rigor despiadado.

En sus siguientes reflexiones, Freud aludirá a la identificación entendida como una forma muy

importante y originaria de enlace con el semejante; el autor distinguirá este movimiento con la

elección de objeto y para aquello colocará como ejemplo cuando el niño, identificado a su padre,

quiere ser como él, en tanto si lo ha hecho objeto de su elección quiere tenerlo para sí. En el

primer caso, el yo sufre de una alteración al seguir el modelo del padre que incorpora, en tanto

no es necesario en el caso de la elección de objeto. Ambos movimientos son independientes

entre sí aunque un sujeto pueda identificarse con la misma persona a quien eligió como objeto

sexual, por ejemplo, y alterar su yo de acuerdo a lo que acaba de señalarse.

10 Ibídem, p. 57. 11 Ibídem, pp. 57 y 58.

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Freud concebirá la génesis del superyó como “un caso logrado de identificación con la instancia

parental”12; esta instancia superior al interior del yo se relaciona con el complejo de Edipo, idea

que el autor volverá a subrayar tal como se explicara con antelación, a saber, que con el

sepultamiento de esta encrucijada el niño debió renunciar a intensas investiduras libidinales

direccionadas hacia sus padres; para resarcirse por esta pérdida de objeto se refuerzan en su yo

las identificaciones con las figuras parentales lo que tenderá a repetirse en la vida del niño.

“En el curso del desarrollo, el superyó cobra, además, los influjos de aquellas personas

que han pasado a ocupar el lugar de los padres, vale decir, educadores, maestros,

arquetipos ideales. La norma es que se distancie cada vez más de los individuos

parentales originarios, que se vuelva por así decir más y más impersonal.”13

Los cruces entre el superyó y la cultura aparecen también en varios momentos de la obra

freudiana. Sólo por citar algunos, en Psicología de las masas y análisis del yo (1921) tras

referirse a la identificación, aparecerá una figura de poder, en este caso el padre por quien el

niño, en particular, tomará especial interés 14 , incluyendo otras temáticas, tales como la

melancolía e ideal del yo retomadas en la 31ª Conferencia. En otro apartado de Psicología de

las masas, al referirse al instinto gregario, Freud concluirá que el sentimiento social se

desarrolla primero a partir de un sentimiento de hostilidad que cambia positivamente hacia el

amor pero siempre debido a un proceso de identificación, lo que implica la presencia de alguien

que lidere o marque tendencia en un grupo: “Hasta donde hoy podemos penetrar este proceso

dicho cambio parece consumarse bajo el influjo de una ligazón tierna común con una persona

situada fuera de la masa”15, puesto que al reflexionar acerca de la Iglesia y el ejército, el

conductor de estas instancias resulta crucial. Para Freud, la exigencia de lo que refiere como

igualdad en la masa es válida para los miembros que conforman la misma, pero no para su

12 Ibídem, p. 59. 13 Ibídem, p. 60. 14 Cfr. Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”, En Obras Completas, Vol. XVIII, 2ª ed. 10ª

reimp., Amorrortu, Buenos Aires, 2004, (p. 99-104). 15 Ibídem, p. 115.

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conductor; en definitiva, “todos los individuos deben ser iguales entre sí, pero todos quieren ser

gobernados por uno”16, de esta manera, el autor culminará señalando que el ser humano es un

animal de horda {Hordentier} y de una horda dirigida por un conductor o jefe situado fuera de

la masa.

Más adelante, en el apartado un grado en el interior del yo17, Freud argumentará:

“Cada individuo es miembro de muchas masas, tiene múltiples ligazones de

identificación y ha edificado su ideal del yo según los más diversos modelos. Cada

individuo participa, así, del alma de muchas masas: su raza, su estamento, su comunidad

de credo, su comunidad estatal, etc., y aún puede elevarse por encima de ello hasta lograr

una partícula de autonomía y de originalidad”.18

2. La búsqueda de la felicidad según Freud a partir de El malestar en la cultura

En el Malestar en la cultura (1930)19, Freud plantea que los seres humanos buscan alcanzar la

felicidad y mantenerla, lo que resulta particularmente complejo al tener que buscar equilibrios

entre el binomio placer-displacer. Siendo esto así, alcanzar la felicidad, o la dicha, será

definitivamente un cometido episódico, muy breve, haciéndola irrealizable desde el punto de

vista del principio de placer.

¿Qué logra disfrutar entonces el ser humano? Esta pregunta lleva a pensar que se goza con

intensidad del contraste y escasamente de un estado de felicidad que implicaría permanencia.

De esta manera, Freud mencionará varias amenazas constantes de sufrimiento20 ya sean del

16 Ibídem. 17 Cfr. Ibídem, pp. 122-126. 18 Ibídem, p. 122. 19 Freud, S., “El malestar en la cultura”, En Obras Completas, Vol. XXI, 2ª ed. 4ª reimp., Amorrortu,

Buenos Aires, 1994, (p. 59-140). 20 En otro apartado del Malestar en la cultura, específicamente en el capítulo III, Freud aludirá a tres

fuentes de sufrimiento provenientes de la hiperpotencia de la naturaleza, de la fragilidad de nuestro

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propio cuerpo, del mundo exterior y de los vínculos con otras personas, siendo esto último uno

de los padecimientos más dolorosos.

Freud especulará acerca de las formas que los seres humanos buscan para protegerse contra el

sufrimiento, desde las intoxicaciones hasta la vida eremítica. Uno de sus desarrollos llamará la

atención acerca de la sublimación de las pulsiones y que se alcanza “sobre todo cuando uno se

las arregla para elevar suficientemente la ganancia de placer que proviene de las fuentes de un

trabajo psíquico e intelectual”21. Aun así, esto no siempre es suficiente aunque el artista disfrute

el logro de su obra creadora, el investigador busque la solución de problemas planteados en la

búsqueda de la verdad proporcionada por el conocimiento, etc. Freud considerará entonces que

se trata de fines superiores no siendo asequibles para la mayoría de los seres humanos.

Siendo lo anterior complejo de sostenerse, Freud reflexionará acerca de la aspiración de los seres

humanos a independizarnos del “destino” lo que lleva a centrar sus especulaciones en los

procesos anímicos internos. ¿Qué le sucede entonces al ser humano? “para ello se vale de la ya

mencionada desplazabilidad de la libido, pero no se extraña del mundo exterior, sino que, al

contrario, se aferra a sus objetos y obtiene la dicha a partir de un vínculo de sentimiento con

ellos”22.

Así como la búsqueda de satisfacción podría estar circunscrita en muchos seres humanos al

hecho de amar y ser amado, este recorrido también se torna débil porque genera una consistente

desprotección debiendo experimentar una desconsoladora desdicha cuando se pierde el objeto

amado.

Otro giro que hace el sujeto es la búsqueda de la felicidad a partir del goce en la belleza y que

puede tomar distintos caminos como es el caso de “la belleza de formas y gestos humanos, de

cuerpo y de la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la

familia, el Estado y la sociedad. Cfr. Ibídem, pp. 85-96. 21 Ibídem, p. 79. 22 Ibídem, p. 80.

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objetos naturales y paisajes, de creaciones artísticas y aun científicas”23, pudiendo alivianar el

sufrimiento aunque también ofrezca una protección escasa a los seres humanos.

Freud concluirá sus indagaciones acerca de la felicidad en que dicho programa impuesto por el

principio de placer no es realizable; sin embargo, lo anterior no quita que se busquen distintos

recorridos aunque no alcancemos todo lo que anhelamos. Considerando que en estos caminos

no sólo influyen los factores externos, sino también la constitución psíquica del sujeto, Freud

aseverará: “Si es predominantemente erótico, antepondrá los vínculos de sentimiento con otras

personas; si tiende a la autosuficiencia narcisista, buscará las satisfacciones sustanciales en sus

procesos anímicos internos [...]”24.

Más adelante, Freud realizará un nexo entre el proceso cultural y el desarrollo evolutivo de los

seres humanos considerando que la comunidad también forja un superyó cuyas influencias son

importantes a nivel cultural. El autor reflexionará acerca del origen del superyó de una

determinada época cultural considerando que descansa en la huella que han dejado conductores

o líderes de gran importancia. Asimismo, toma como otro punto de concordancia respecto a la

vía evolutiva del individuo, la severidad del superyó cultural al plantear exigencias ideales muy

severas y cuyo incumplimiento es sancionado a través de la angustia propia de la conciencia

moral:

“[...] se produce aquí el hecho asombroso de que los procesos anímicos correspondientes

nos resultan más familiares y accesibles a la conciencia vistos del lado de la masa que

del lado del individuo. En este último, sólo las agresiones del superyó en caso de tensión

se vuelven audibles como reproches, mientras que las exigencias mismas a menudo

permanecen inconcientes en el trasfondo. Si se las lleva al conocimiento conciente, se

demuestra que coinciden con los preceptos del superyó de la cultura respectiva”25

23 Ibídem, p. 82. 24 Ibídem, p. 83. 25 Ibídem, p. 137.

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De esta manera, el superyó cultural ha establecido sus ideales y planteado sus propios reclamos,

especialmente los referidos a los vínculos recíprocos entre los seres humanos y que se resumen,

de acuerdo a Freud, bajo el nombre de ética.

3. Electrónica de consumo como mandato superyoico de la cultura

Revisados los apartados anteriores, cabe preguntarse acerca de la electrónica de consumo en

donde la utilización desmedida de computadoras personales, tablets, teléfonos móviles, GPS,

cámaras digitales, juegos (Play Station y otros), así como variados objetos tecnológicos, tanto

para el entretenimiento así como para trabajar y definitivamente para comunicarse, cobran gran

relevancia en nuestra era. De hecho, los avances tecnológicos en estas materias avanzan de

forma tan acelerada, que la obsolescencia planificada de estos productos, conlleva a su pronto

desasimiento como objetos de desecho al perder continuidad por el avance de nuevos

programas.26 Esto último permite, entre otras cosas, abaratar costos, por lo que un medio

tecnológico al principio alcanzable sólo para algunos, tiende a masificarse al continuar

atribuyendo un máximo valor ético a este cometido como si se tratara de un logro de particular

importancia.

De esta manera, habiéndose alcanzado un mandato superyoico cultural a consumir para ser feliz,

es bien visto, para los individuos que conforman la masa, contar con estos medios sin los cuales,

en muchos casos, no se podría trabajar. En la infancia y adolescencia, contar con estos avances

tecnológicos se constituye en un objetivo altamente deseable destinado al entretenimiento,

siendo muchas veces difícil para los padres y educadores instar a sus hijos y estudiantes

respectivamente a dejar de lado estos instrumentos registrándose reacciones exageradas de parte

de los niños y adolescentes cuando deben renunciar, aunque sea por un tiempo corto, al

encandilamiento que provocan estos medios con sus pantallas.

26 Véase también Pardo, Miriam, “La fascinación narcisista en la sociedad de consumo. Algunas

reflexiones”, Errancia, 12, (2015). Extraído el 30 de enero de 2016 desde

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La propuesta freudiana acerca de lo anecdótico de la felicidad se registra en lo señalado

anteriormente, por cuanto la electrónica de consumo propicia satisfacciones momentáneas y el

usuario no se conforma con lo que ya tiene exigiendo la nueva versión de un programa

computacional, de un equipo o de un juego virtual. Este es el goce del contraste, porque en tanto

se anuncia aquella nueva versión por venir, el sujeto posicionado a partir de una ética

consumista, padece el contraste de lo que no tiene hasta emerger como un ave fénix cuando

obtiene lo que busca aunque sea efímero.

De acuerdo a lo anterior, el discurso capitalista plasmado en la electrónica de consumo y en el

deslumbramiento que genera, conlleva un mandato superyoico a consumir de manera forzada

pese a que los objetos se consumen a una velocidad impresionante. Sin embargo, y tal como se

revisó en el apartado acerca del superyó, el deseo continúa con sus trayectos en la búsqueda del

objeto perdido una vez que la ley ha sido incorporada. De esta manera, no habrá objeto capaz

de satisfacer, porque en este plano, el objeto se encuentra perdido y sólo podríamos bordearlo.

Cabe preguntarse las razones por las cuales la electrónica de consumo no genera sentimientos

de culpa en sus seguidores, sino más bien un ámbito de exigencia insoslayable. Si ya se había

postulado el mandato superyoico de la cultura “debes ser feliz”, este patrón es aplicado al yo de

forma contundente y la desesperanza vendrá en la medida en que no se posea el objeto de

consumo que da cuenta de ese precepto estatuido como edicto insoslayable. Por lo tanto,

cumplido el cometido de haber cambiado el equipo o haber adquirido un nuevo programa, el

consumidor se ajusta otra vez al instante de felicidad mandado desde el superyó quedando sin

resquemores aunque el producto haya sido muy elevado en su costo monetario. El yo y su

embriaguez beatífica, tal como señaló Freud, obedeciendo al pie de la letra el edicto dictaminado

por el superyó que lo observa, lo guía y lo amenaza. Esto explica, en gran medida, que en tanto

acontece la oscilación advenida por la propaganda del nuevo objeto de electrónica a consumir,

esto último será sentido como un nuevo ataque al yo hasta volver a alcanzar el preciado trofeo

que da cuenta de una felicidad episódica.

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La ilusión referida a que todos deberíamos ser iguales entre sí, tal como pensó Freud en lo que

les sucede a los individuos de la masa, nos lleva a preferir objetos uniformes que el consumidor

elegirá para no ser distinto del otro. Esto se encuentra muy ilustrado en la electrónica de

consumo cuya vorágine de nuevos ofrecimientos por los avances tecnológicos, igualan a los

consumidores cuando quieren tener el último modelo de teléfono móvil, de juegos virtuales, de

equipos variados y de nuevas aplicaciones que de no obtenerlas dejaría al consumidor sumido

en la obsolescencia sin posibilidades de igualarse con los otros en tanto la caducidad de la

electrónica es inherente a ella para funcionar desde la lógica consumista.

Lo anterior puede generar diversas consecuencias, como es el caso de quedar fuera de un juego

virtual del cual participan otros que tienen la versión más avanzada, de no compartir archivos

porque el equipo no puede abrirlos por tratarse de un modelo obsoleto, etc., utilidades y

herramientas que vende el amo que dirige a la masa obediente y que se sitúa fuera de la misma

entregando coordenadas de felicidad, ética propositiva de ideales y reclamos que el consumidor,

ser humano de horda, seguirá porque ese es el mandato.

BIBLIOGRAFIA

Nasio, Juan David, “Enseñanza de 7 Conceptos Cruciales del Psicoanálisis”, Quinta reimp.,

Gedisa, Barcelona, 2000, (p. 182).

Freud, S., “El yo y el superyó (ideal del yo)”, En: Obras Completas, Vol. XIX, 2ª ed. 5ª reimp.,

Amorrortu, Buenos Aires, 1993.

Freud, S., “31ª conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica”, En: Obras

Completas, Vol. XXII, 2ª ed. 8ª reimp., Amorrortu, Buenos Aires, 2006.

Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”, En Obras Completas, Vol. XVIII, 2ª ed.

10ª reimp., Amorrortu, Buenos Aires, 2004.

Freud, S., “El malestar en la cultura”, En Obras Completas, Vol. XXI, 2ª ed. 4ª reimp.,

Amorrortu, Buenos Aires, 1994.

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ERRANCIA… LITORALES MARZO 2016

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Pardo, Miriam, “La fascinación narcisista en la sociedad de consumo. Algunas reflexiones”,

Errancia, 12, (2015). Extraído el 30 de enero de 2016 desde

http://www.iztacala.unam.mx/errancia/v12/litorales_3.html