Elementos de La Justicia Democrática (I. Shapiro)

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    * Texto original: Elements of Democratic Justice, Political Theory, Vol. 24, No. 4, Noviembre 1996, pp.579-619.

    1John Dewey, The Public and Its Problems (Nueva York: Henry Holt, 1927), 84-5.

    2Vase. por ejemplo, Giuseppe di Palma, To Craft Democracies: An Essay on Democratic Transitions (Berkeley:University of California Press, 1990), 23, para una defensa de la tesis de que el ideal democrtico, para perdurar,debe desligarse de la idea de progreso social; y Samuel P. Huntington, The Third Wave: Democratization in theLate Twentieth Century (Norman: University of Oklahoma Press, 1991), 165-9, para el argumento de que los lderespolticos que traicionan las demandas de justicia social de su electorado tienen ms probabilidad es de triunfar en la

    consolidacin de instituciones democrticas que los que no lo hacen.

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    ELEMENTOS DE LA JUSTICIADEMOCRTICA*

    Buena parte de la autoridad moral de los movimientos democrticos proviene de queofrecen la esperanza de suprimir los rdenes sociales injustos. Esto refleja el hechode que en la imaginacin poltica moderna las promesas de democracia y las de

    justicia social se encuentran ntimamente ligadas. Los grandes movimientosdemocrticos del siglo XIX se ocupaban menos de la implementacin de un ideal

    democrtico abstracto que de, como observ John Dewey, remediar los males experimentadoscomo consecuencia de instituciones polticas anteriores1. Slo hay que pensar en el modo enque las ideologas contrarias al comunismo en el bloque sovitico y al apartheid en Sudfricaligaron la ausencia de democracia y la presencia de injusticia social, para que quede claro queen el siglo XX, no menos que en el XIX, mucha gente echa la culpa de la injusticia social a lafalta de democracia, y asume que sta es un arma importante para sustituir relaciones socialesinjustas por otras ms justas.

    Sin embargo, esta expectativa popular no se compadece con gran parte de la ortodoxia

    acadmica, la cual reconoce que alcanzar la democracia poltica no garantiza nada acerca de laobtencin de la justicia social2. En pases donde prevalecen las instituciones democrticasfundamentales, con gobiernos elegidos por el pueblo mediante sufragio universal, la riqueza

    puede redistribuirse, o no; las minoras pueden respetarse, o no; las oportunidades

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    3Vase mi Three Ways to Be a Democrat,Political Theory22 (Febrero 1994): 124-51.

    4 Debo decir desde el principio que al utilizar el trmino fundacional no intento aqu tomar partido en losdebates acerca del carcter del conocimiento y de la existencia. Al describir un compromiso con la democracia comofundacional, slo quiero sugerir que ningn otro compromiso poltico previo o ms bsico ordena correctamente

    nuestra vinculacin comn.

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    pueden extenderse a todos, o no; y la diversidad religiosa puede ser tolerada, o no. As pues,lejos de promoverla necesariamente, la democracia puede en realidad minar cualesquieracondiciones que se piense que la justicia social requiere, y es en parte por ello por lo que sesostiene que las declaraciones de derechos y otras restricciones constitucionales impuestas sobrela poltica democrtica merecen la pena. Esas restricciones limitan las posibilidades de injusticiasocial, al constreir lo que pueden hacer quienes, en nombre de la democracia, detentan el poderdel Estado.

    Una vez que se ha sostenido que la democracia debe limitarse por las exigencias de lajusticia social, surge sin embargo una dif icultad. Hay muchas teoras de la justicia social encompetencia, y no contamos con un criterio evidente para elegir entre ellas. En otro lugar hesostenido que los esfuerzos corrientes para resolver esta dificultad fracasan, y que las tensionesaparentes entre democracia y justicia deben ser reconsideradas en una lnea que tiene ms encomn con las expectativas populares que con la ortodoxia acadmica. Desde mi punto de vista,

    aunque la democracia no es suficiente para asegurar la justicia social, los argumentos sobre lademocracia y sobre la justicia social estn ms profundamente entrelazados de lo que laoposicin tradicional sugiere. La dependencia mutua entre estos dos ideales viene sealada porel hecho de que, por un lado, la mayora de los argumentos a favor de la democracia en el fondodescansan en intuiciones acerca de lo que es justo; y, por el otro lado, si profundizamos losuficiente en los argumentos acerca de la justicia social, frecuentemente descubriremos quedescansan en referencias a intuiciones morales democrticas. Esto no equivale a decir que loscompromisos con la democracia y con la justicia social se implican mutuamente, sino que no es

    probable que se considere satisfactoria una concepcin de una de estas nociones que menoscabenuestras intuiciones morales acerca de la otra3.

    Extrayendo las implicaciones de esta observacin, he intentado desarrollar una visin de

    la justicia social en la que las consideraciones democrticas juegan un triple papel fundacional:en la definicin de los bienes sociales; en la determinacin de los principios mediante los cualesdeben resolverse los conflictos sobre bienes; yen la postura adecuada para implementar los

    principios de justicia en el mundo real de la polt ica cotidiana4. Estas tres formas de serdemcrata establecen los trminos bsicos de la concepcin que he caracterizado como justiciademocrtica, en oposicin a las

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    perspectivas liberal, socialista, conservadora y comunitarista, hoy tan en boga en la academia.Aunque mi visin est concebida como una alternativa a estas perspectivas, pretendo hacerlaatractiva para muchos de sus defensores, pues no depende tanto de un conjunto alternativo de

    presupuestos sobre la justicia social cuanto de hacer explcitas las implicaciones de lasintuiciones morales democrticas con las que muchos de ellos, pensndolo bien, se encontrarncomprometidos. Mis anteriores defensas de la justicia democrtica han buscado aclarar el terrenoy avanzar un mero programa, equivalente, como mucho, al pago de una seal para un argumento

    positivo sobre la justicia democrtica . Mi objetivo ahora es entregar el primer plazo de lavertiente constructiva.

    Se requieren, sin embargo, tres aclaraciones preliminares. En primer lugar, la democracia,tal y como yo la defiendo, es un bien subordinado. Con esto quiero decir que aunque lademocracia es necesaria para ordenar las relaciones sociales con justicia, debemos resistirnos atoda insinuacin de que es suficiente; de que es el mximo bien humano; de que es el nico bien

    humano; o de que debe dominar todas las actividades en las que participamos. La democraciafunciona mejor cuando establece los trminos de nuestras interacciones civiles, sin determinarpor ello su curso. Nuestras vidas requieren mucho ms para ser satisfactorias y es equivocadoesperar que la democracia provea esas otras cosas. Esta concepcin se sigue de la idea de que,como las relaciones de poder constituyen parte -pero no la totalidad de la mayora de lasactividades colectivas, la democracia condiciona adecuadamente esas actividades, pero no lassustituye adecuadamente. As pues, desde mi perspectiva, si bien debemos aspirar a vivirnuestras vidas colectivas en formas democrticas, debemos, ante todo, aspirar a vivirlas. El retoa la creatividad poltica es encontrar mecanismos institucionales de gobierno que hagan que ellosea posible.

    En segundo lugar, mi argumento a favor de la justicia democrtica es semicontextual, en

    el sentido en que vara en parte, pero slo en parte, con el tiempo y las circunstancias. Algunosaspectos de lo que razonablemente puede pensarse que la justicia democrtica requiere puedencambiar con el tiempo, y variar tanto a travs de los distintos mbitos de la vida civil como deuna cultura a otra. Esto significa que una elaboracin satisfactoria del argumento slo puededesarrollarse en la medida en que se exploren sus requerimientos en distintos contextos. Llevaresa carga es la tarea central de un proyecto ms amplio, en el que ahora estoy embarcado. En el

    presente artculo me limito a explorar algunos aspectos del argumento a favor de la justiciademocrtica que pueden defenderse en trminos generales.

    En tercer lugar, al desarrollar mi argumentacin a favor de la justicia democrtica, miinters se centra en un anlisis en el nivel de los procedimientos

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    5 John Rawls, Fairness to Goddness, Philophical Review 82 (1973): 228, y Justice as Fairness: Political, not

    Metaphysical,Philosophy and Public Affairs14, no. 3 (1985): 223-51, esp. 223-6.

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    y de las instituciones, y no en asuntos relativos a intereses humanos de orden superior ni encuestiones de justificacin ltima. En este aspecto, mi enfoque es similar al de Rawls en suactitud poltica, no metafsica, aunque a m me parece que Rawls lleva demasiado lejos la

    pretensin de que cabe desarrollar una concepcin poltica de la justicia, con independencia decompromisos filosficos controvertidos5. La postura desarrollada aqu se basa en un escepticismohacia las epistemologas y ontologas absolutistas que un platnico o un marxista clsico podrandefender. Pero este escepticismo es poltico, ms que metafsico; no tomo ninguna postura acercade si las doctrinas son o no verdaderas, sino slo acerca de si es o no sensato permitir quenuestras vidas se guen por sus requerimientos. Ahora bien, lo anterior no equivale a laneutralidad filosfica, porque los partidarios de tales visiones absolutistas probablemente veansus aspiraciones polticas frustradas por la poltica que yo estoy defendiendo, en modos en queno las vern muchos falsacionistas, pragmatistas, empiristas, realistas y antifundamentalistasfilosficos. Mi tesis es que, dado que la neutralidad respecto a nuestros compromisos filosficos

    ltimos es imposible, la concepcin democrtica de la justicia social que describo es elcompromiso poltico fundacional ms apropiado.Cabra objetar que, habiendo concedido que es imposible la neutralidad acerca de

    cuestiones de intereses de orden superior y de justificacin ltima, uno no es libre de volver alnivel institucional y procedimental sin defender previamente las asunciones de nivel superior enlas que un determinado anlisis descansa. Esta conclusin me parece injustificada por tresrazones relacionadas entre s. En primer lugar, es verdad que toda teora poltica descansa en

    presupuestos de nivel superior, pero tambin es cierto que todas esas asunciones soncontrovertibles. En consecuencia, si posponemos el tratamiento de las cuestiones de diseoinstitucional hasta que las cuestiones de nivel superior hayan sido resueltas, puede que lleguemosa ellas a la hora en que llegue Godot. Mientras tanto la vida contina, y necesitamos

    fundamentos para preferir ciertos arreglos institucionales frente a otros. En segundo lugar,aunque suele pensarse que hay que empezar por asuntos generales porque es ms probable quela gente llegue a acuerdos sobre ellos, y despus pasar a otros ms especficos y conflictivos -eldemonio acecha en los detalles-, a menudo ocurre justo lo contrario, tal y como ha mostradoCass Sunstein. Puede que una facultad sea capaz de llegar al acuerdo de otorgar una plaza acierta persona, aun cuando sus miembros nunca podran

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    6Vase Cass Sunstein, On Legal Theory and Legal Practice, en Nomos XXXVII: Theory, and Practice. eds.Ian Shapiro y Judith Wagner DeCew (Nueva York, New York University Press, 1995), 267-87.

    7Barrington Moore, Jr., Liberal Prospects under Soviet Socialism: A Comparative Historical Perspective(Nueva

    York: The Averell Harriman Institute, 1989), 25.

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    llegar a un acuerdo acerca de las razones para ello. Extendiendo el ejemplo, al argumentar acercade los mritos de distintos arreglos polticos suele ser prudente evitar -o, al menos, minimizar-la atencin a cuestiones controvertidas de intereses de orden superior y de justificacin ltima6.Este es el presupuesto que subyace a la presente discusin. Por ltimo, como nadie puede hacerlotodo, corresponde a cultivadores de distintas disciplinas reflexionar all donde crean que puedenaportar alguna contribucin til. En mi opinin, quienes hacen teora poltica normativa debenconcentrar su atencin en analizar cmo se han de estructurar las dimensiones de poder de lainteraccin humana, dejando para los psiclogos, filsofos morales, o metafsicos, el anlisiscompleto de los intereses de orden superior y los problemas de justificacin ltima. Aunque todadivisin del trabajo intelectual ser insatisfactoria desde algn punto de vista defendible, esinevitable tomar opciones a este respecto. El lector juzgar si yo he tomado aqu las correctas.

    DOS DIMENSIONES DE LA JUSTICIA DEMOCRTICA

    Los demcratas estn comprometidos con el gobierno por el pueblo. Insisten en queningn aristcrata, monarca, burcrata, experto o lder religioso tiene derecho, en virtud de talstatus, a forzar a la gente a aceptar una particular concepcin de su adecuada vida en comn. Laspersonas tienen que decidir por s mismas, mediante procesos adecuados de decisin colectiva,cmo deben ser sus asuntos colectivos. Puede ser razonable pedirles que se consultenmutuamente, que se tengan en cuenta o que piensen en qu medida otros son afectados por susacciones, pero ms all de esto nadie puede decirles legtimamente qu deben hacer. Las

    personas son soberanas y se autogobiernan en todo lo relativo a su vida colectiva.Aunque esto se comenta menos en la literatura acadmica, la democracia significa, no

    menos que autogobierno colectivo, oposicin al ejercicio arbitrario del poder. En este sentido,Barrington Moore seala que la democracia ha sido histricamente un arma de los pobres y

    muchos contra los pocos y ricos. Quienes han luchado por ella en movimientos polticosorganizados la han querido como herramienta para aumentar su participacin en el poder

    poltico y para debilitar el poder y la autoridad de quienes realmente gobiernan7. Al menos enel mundo moderno, los movimientos democrticos han obtenido gran parte de su energa y su

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    8Nelson Mandela, Address to Court before Sentencing en Ideologies of Liberation in Black Africa 1856-1970,ed. J. Ayo Langley (Londres: Rex Collins, 1979), 665. Sobre los cartistas, vase Dorothy Thompson, The Chartists,(Londres, Temple Smith, 1984). Vase, en general, Elie Halevy, The Growth of Philosophic Radicalism (NuevaYork: Kelley, 1972).

    9Langley,Ideologies of Liberation, 664.

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    sentido de su oposicin a jerarquas socioeconmicas, jurdicas y polticas que parecancaprichosas desde el punto de vista democrtico. Enraizados en los despojos de los regmenesfeudales y absolutistas, y forjados por las vicisitudes de la conquista y la oportunidad, losrdenes polticos del siglo XVIII -y del XIX- en Europa y Norteamrica parecan personificar,

    para los desposedos, la jerarqua arbitraria y la dominacin. Esta realidad fue un factordeterminante, tanto como el que ms, del surgimiento del movimiento obrero y de otrosmovimientos democrticos. Los filsofos radicales ingleses, los revolucionarios franceses yamericanos, los cartistas del siglo XIX, y los movimientos anticolonialistas en el tercer mundodespus de la Segunda Guerra Mundial, queran todos ellos liberarse de rdenes jerrquicos paralos que no vean razn ni justificacin alguna. Fue a esta dimensin de oposicin propia del idealdemocrtico a la que apel Nelson Mandela cuando fue sentenciado por traicin por un tribunalsudafricano en 1961. Aceptando que haba desobedecido a la ley al incitar a la resistencia frenteal gobierno, se preguntaba, no obstante, si la responsabilidad no recae sobre los hombros del

    gobierno que promulg esa ley, sabiendo que mi gente, que constituye la mayora de la poblacinde este pas, se opona a dicha ley, y sabiendo adems que cualquier medio legal para demostraresa oposicin les estaba vedado por la legislacin anterior y por la accin administrativa delgobierno8.

    La formulacin de Mandela parece encarnar la visin convencional segn la cual lademocracia se refiere primariamente al autogobierno colectivo, y slo de forma secundaria a laoposicin. Despus de todo, parte de su alegato era que l no deba estar sujeto a una ley encuya elaboracin ni yo ni ninguno de los mos hemos tenido voz alguna9. Pero tambin insistaen la falta de legitimidad de la ley, porque todas las vas legales de oposicin a ella se habancerrado. En un mundo de instituciones polticas ideales, una visin secundaria del lugar de laoposicin en la poltica democrtica podra ser defendible. Pero en el mundo real, donde los

    rdenes sociales llegan a ser lo que son mediante formas moralmente arbitrarias, y donde todoslos procedimientos de gobierno, vistos desde cerca, resultan ser defectuosos, la oposicin debegozar de unstatusms independiente y elevado en una versin convincente de una polticademocrtica justa. Esto es lo que pretendo sostener; pero veamos antes el lado de autogobiernode la ecuacin.

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    10 Ni todos los liberales, ni todos los demcratas, coinciden en cuanto a cules de estas razones, o qucombinaciones de ellas, o qu combinaciones de estas y de otras razones, invocan para adherirse a concepcionesantivanguardistas del bien.

    11 Para una tpica formulacin de esta opinin, vase William Riker, Liberalisin against Populism (ProspectHeights, IL: Waveland, 1982). Podra objetarse que la descripcin del liberalismo, tal y como aparece en el texto,es una caricatura, en cuanto que trata de concepciones acadmicas, ms que populares, y solo de una porcin de lasconcepciones acadmicas del liberalismo. Acepto la objecin, aunque yo contestara que es una porcin enexpansin, que va al menos desde los temores a la tirana de la mayora expresada a travs del Estado que cabeencontrar en On Liberty de Mill (1859; reimpresin, Indianpolis, IN: Hackett, 1978) y en Democracy in Americade De Tocqueville (1832; reimpresin, Garden City, NY: Doubleday, 1969), hasta el liberalismo libertario de Riker,de Nozick, y de Buchanan y Tullock discutidos en el texto, as como el antiestatalismo no libertario defendido por

    Judith N. Shkiar en Ordinary Vices (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1984).

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    El autogobierno colectivo

    Si se considera que la democracia supone que el pueblo sea soberano respecto de susfines colectivos, sta muestra un importante solapamiento con el liberalismo en cuanto ideologa

    poltica. Ambos nacen de concepciones antivanguardistas del bien; sus partidarios se resistenante la idea de que los valores deben imponerse a la gente contra su voluntad, en nombre dealgn bien social superior. Las razones para sostener esta postura antivanguardista varan:

    pueden ir desde compromisos con distintas variantes del escepticismo filosfico, el pragmatismoy el antifundamentalismo, hasta la creencia en el valor psicolgico de la reflexin crtica y dela contestacin a la autoridad, o la conviccin de que un cierto grado de pluralismo sobre losvalores es social o polticamente deseable. Los liberales y los demcratas no se dividen entre sde manera predecible acerca de todas estas cuestiones fundamentales, pero para la mayora deambos grupos alguna combinacin de estas ideas desemboca en una resistencia al vanguardismomoral, basada en principios10.

    Sin embargo, los liberales y los demcratas s se dividen de modo predecible acerca delas consecuencias institucionales que extraen de su antivanguardismo moral. Los liberales, quetpicamente consideran a la libertad individual como el mayor bien, se centran normalmente enlos mecanismos para proteger al individuo frente al mbito de la accin colectiva. Losdemcratas, en cambio, tratan de estructurar adecuadamente la accin colectiva de modo queincorpore las preferencias de los gobernados. Es caracterstico de los liberales oponerse a estalgica argumentando que ningn procedimiento puede integrar equitativamente las preferenciasde todos los gobernados. Para los liberales, las reglas de decisin democrticas se conviertendemasiado fcilmente en instrumentos mediante los cuales mayoras fantasma -a veces, inclusominoras manipuladoras- tiranizan a los individuos11.

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    12Robert Nozick,Anarchy, State, and Utopia (Nueva York: Basic Books. 1974). 4.

    13Para una discusin ms amplia de esta cuestin, vanse mis trabajos The Evolution of Rights in Liberal Theory,(Nueva York: Cambridge University Press, 1986), caps. 4-6. y Three Fallacies Concerning Majorities, Minorities,and Democratic Politics, en Nomos XXXII: Majorities and Minorities, ed. John Chapman and Alan Werthemer

    (Nueva York: New York University Press, 1990), 79-125.

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    Aunque el argumento liberal tiene ciertos mritos, descansa en presupuestos errneosacerca de la naturaleza de la poltica y acerca de los lmites de la accin colectiva. Respecto alo primero, el error liberal tpico es centrarse en las formas de tirana ejercidas por y a travs delEstado como el nico -desde luego, el principal- tipo de tirana que debe preocupar a los tericosde la poltica. Los compromisos liberales con la libertad negativa, las construccionesconvencionales de dicotomas pblico/privado, y los argumentos a favor de un gobiernolimitado, estn todos moldeados segn esta visin estatalista de la poltica. El poder estatal esun escenario potencial de dominacin, pero hay muchos otros que permean los diversos mbitosde la vida privada. El gobierno puede ser un instrumento para mitigar la dominacin tantocomo una fuente de su generacin. Como resultado, las opciones y las transacciones que puedenminimizar la dominacin en el espacio de la sociedad probablemente desautoricen la frmulasimplista de que el gobierno que menos gobierna es el que gobierna mejor.

    La visin liberal es errnea tambin porque sus partidarios tienden a pensar que la

    cuestin de si nuestras vidas deben o no gobernarse por instituciones colectivas es una cuestininteligible sobre la poltica. De ah la afirmacin de Robert Nozick de que la cuestinfundamental de la teora poltica es si debe o no existir algn Estado12. Esta perspectiva induceal error porque las instituciones fundamentales que tpicamente defienden estos autores, comola propiedad privada, los contratos y el monopolio pblico de la fuerza coactiva, han sido creadasy sostenidas por el Estado y financiadas, en parte, por impuestos implcitos sobre quienes

    preferiran un sistema alternativo. En el mundo moderno, la afirmacin de Nozick tiene tantosentido como la afirmacin de que el terna fundamental de la astronoma es determinar siexisten, o no, los planetas. Una estratagema tpica de los liberales consiste en tratar denaturalizar, o si no, oscurecer, los rdenes institucionales liberales para enmascarar esta realidad.Tales subterfugios han recibido ms atencin de la que merecen en la historia reciente de la

    teora poltica, as que ya no pueden seguir detenindonos13.Lo anterior no equivale a decir que el miedo liberal a la regla de las mayoras sea

    infundado. Slo supone que necesitamos darle una respuesta distinta a la liberal convencional.Podemos empezar a desarrollar esa respuesta teniendo en cuenta, en primer lugar, que no hayninguna razn para pensar

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    14Vase Michael Walzer, Spheres of Justice (Nueva York: Basic Books, 1983), 3-20, y Alasdair MacIntyre, After

    Virtue, 2 ed. (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1984), 181-203.

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    que hay una regla de decisin colectiva que sea la mejor. Distintas reglas sern adecuadas paralos distintos mbitos de la vida social, segn la naturaleza del mbito en cuestin, la importanciade la decisin para los participantes, los costes potenciales de la decisin para terceros, y otrosfactores contingentes relacionados con ella. Esta actitud pluralista acerca de las reglas dedecisin surge de la idea de que la sociedad civil se compone de mbitos de accin social quedifieren cualitativamente entre s14.

    Pocos liberales negaran esta ltima afirmacin, pero ellos normalmente consideran quela regla de la unanimidad es la mejor opcin disponible, que es la regla de decisin que conmayor probabilidad proteger a los individuos contra la violacin de sus derechos. Esta es, almenos en parte, la razn por la que los liberales tan a menudo encuentran atractivo el mecanismodel mercado. Los mercados encaman la regla de la unanimidad, en cuanto que toda transaccinrequiere el consentimiento de ambas partes. En la visin liberal, cuya defensa clsicaencontramos en The Calculus of Consent, siempre son los alejamientos de la unanimidad los que

    conllevan la presuncin de una necesidad de justificacin, ya sea sobre la base de la eficienciao en otros trminos. En dicha obra, James Buchanan y Gordon Tullock sostienen que, en lascondiciones de un contrato social hipottico, los individuos racionales preocupados porsalvaguardar sus intereses insistiran en una jerarqua de reglas de decisin, empezando por laregla de la unanimidad para cuestiones constitucionales. Despus vendran aquellas posiblesdecisiones colectivas o pblicas que modifiquen o restrinjan la estructura de los derechoshumanos o de propiedad individuales, una vez que stos han sido definidos y generalmenteaceptados por la comunidad. Previendo que la accin colectiva puede imponer costes muyonerosos sobre l, el individuo tender a dar un gran valor a la obtencin de suconsentimiento, y puede estar perfectamente dispuesto a soportar costes de decisinconsiderables con tal de asegurar que l estar eficaz y razonablemente protegido ante la

    confiscacin. El individuo exigir por tanto una regla de decisin que se aproxime a launanimidad. Por ltimo estara la clase de acciones colectivas llevadas a cabo tpicamente porlos gobiernos. Respecto a ellas el individuo reconocer que la organizacin privada le impondralgunos costes de interdependencia que podran ser significativos, as que, como hiptesis,

    podemos suponer que aceptar desplazar tales actividades hacia el sector pblico. Ejemplos deello son la enseanza pblica, la imposicin de normativas sobre construccin o de proteccincontra incendios, y el mantenimiento de fuerzas policiales adecuadas. Para este tipo de

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    15 James Buchanan y Gordon Tullock, The Calculus of Consent: Logical Foundations of Constitutional

    Democracy(Ann Arbor, MI: Ann Arbor Paperbacks, 1962), 77, 73-6.

    16 Brian Barry, Political Argument, 2 ed. (1965; reimpresin, Herefordshire: Harvester Wheatsheaf, 1990);Douglas W. Rae, Decision-Rules and Individual Values in Constitutional Choice, American Political ScienceReview, 63, no. 1 (1969): 40-56, 51; Michael Taylor, Proof of a Theorem on Majority Rule, Behavioral Science14 (Mayo 1969): 228-31. Cuando el nmero de votantes es impar, la regla de decisin ptima es la regla de lamayora, 12 entre dos, ms un medio; cuando n es par, la regla de decisin ptima es, o bien la regla de la mayora(n entre dos ms uno), o la regla de la mayora menos uno (simplemente n entre dos). En general, vase Dennis C.Mueller,Public Choice II (Nueva York: Cambridge University Press, 1989), 96-111.

    17 Incluso si aceptamos la metfora contractualista, puede mostrase que la lgica de la defensa de la regla de launanimidad que esgrimen Buchanan y Tullock se derrumba cuando tomamos en cuenta el tiempo y lasexternalidades. Vase Douglas W. Rae, The Limits of Consensual Decision, American Political Science Review

    69 (1975): 1270-94.

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    legislacin general el individuo apoyar, en el nivel constitucional, reglas de decisin queexijan un menor grado de acuerdo, aunque no necesariamente la regla de la mayora simple; dehecho, dentro de esta clase, podran acordarse como reglas ptimas mayoras diferentes paradiferentes objetivos. El nmero de categoras, y el nmero de reglas para la toma de decisionesque se elijan, dependern de la situacin que el individuo espera que prevalezca y de losbeneficios de escala que se estima que resultarn de aplicar la misma regla a muchasactividades15.

    Esta historia slo sera intuitivamente plausible si tomramos en serio la metforacontractualista en la que se basa, suponiendo un statu quoprepoltico donde no hay accincolectiva y luego una serie de medidas consensuales que conducen a la creacin de lo queconocemos como sociedad poltica. Pero, como han sealado Brian Barry, Douglas Rae y otros,una vez que se ha rechazado este presupuesto, no hay ninguna razn particular para considerara la regla de la unanimidad como la mejor regla de decisin disponible16. En el mundo real de

    la poltica actual, si asumo que es tan probable que yo rechace como que apoye una determinadamedida independientemente de que sea elstatu quo, entonces lo lgico es preferir la regla de lamayora o algo parecido a ella. A medida que nos movemos de la regla de la mayora a la de launanimidad, empezamos a privilegiar elstatu quo. Esto, con razn, parecer arbitrario en unmundo que no ha evolucionado cooperativamente desde una condicin precolectiva. En pocas

    palabras, ceteris paribusla tirana de la mayora es algo que la gente debe racionalmente temer,pero no debe temerla tanto como a la tirana de la minora17.

    La discusin anterior refuerza la idea de que no existe una nica regla de decisin parael gobierno democrtico que sea la mejor. En los mbitos de la vida social en los que lasrelaciones s que tienden realmente a aproximarse

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    18Podra parecer que el divorcio sin causa destruye completamente el contrato matrimonial qua contrato, ya queel matrimonio puede disolverse simplemente a voluntad de cualquiera de las partes. Pero esta conclusin (i) ignorael hecho de que la regla convencional de la unanimidad s opera en el matrimonio a menos (y hasta) que elmatrimonio llegue al punto de la disolucin, y (ii) asimila las causas de divorcio con los trminos del divorcio (yen particular, la asignacin de costes que el juez impone entre las partes que se divorcian). De hecho, muchos pases-y algunos Estados de EE.UU.- que aceptan alguna forma de divorcio sin causa no lo llevan hasta sus ltimasconsecuencias, sino que insisten en que el juez debe constatar que ha ocurrido una ruptura irreversible de larelacin conyugal, para lo cual el juez puede tener en cuenta diversos factores, entre ellos los deseos de las partes.Vase Mary Ann Glendon, Abortion and Divorce in Western Law (Cambridge, MA: Harvard University Press,

    1987), 64-81.

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    a la metfora contractualista -porque son creadas ex nihilopor los participantes y porque tienenun carcter bsicamente cooperativo- es defendible una presuncin a favor de la aceptacin dela regla de la unanimidad. Cabe pensar en el matrimonio en Estados Unidos hoy en da como uncaso paradigmtico. El matrimonio se crea consensualmente, normalmente con la expectativade que, en los asuntos importantes, el gobierno cotidiano tambin ser consensual (de hecho,desde que en los aos setenta aparece el divorcio sin causa, encontramos una forma inusualmentefuerte del requisito de la unanimidad. En la mayora de los Estados de la Unin, cualquiera delos cnyuges puede -tras un breve perodo de espera- pedir el divorcio unilateralmente: elmatrimonio slo perdura mientras ambos cnyuges estn de acuerdo en mantenerlo. Lejos de

    privilegiar elstatu quo, esta variante de la regla de la unanimidad lo hace permanentementevulnerable, ya que la regla no se define por referencia alstatu quo, sino recreando efectivamentelas condiciones previas a l, a voluntad de cualquiera de las partes)18.

    Muchas relaciones sociales quedan muy lejos del ideal contractualista: no se crean ex

    nihilo, en el sentido de los matrimonios hoy en Estados Unidos, y estn estructurados en buenamedida por fuerzas distintas de las voluntades de los participantes. Incluso los matrimonios sinhijos suponen la creacin de vnculos y externalidades que pueden socavar su carcterexclusivamente consensual. Sin embargo, se trata de una cuestin de grado. A menudo lasrelaciones sociales no son contractualistas en un grado que se parezca al del matrimonio, inclusoaunque tengamos en cuenta tales vnculos; pinsese, como ejemplo ms obvio, en las relaciones

    paterno-filiales. Los rdenes polticos const itucionales a menudo son considerados comopresuntamente contractualistas, por su carcter fundacional y por el lugar que ocupan en latradicin del contrato social. Puede que tales acuerdos constitucionales fueran algn daconsentidos por las partes relevantes, pero en realidad, incluso en la fundacin de EstadosUnidos, slo consinti una clase muy reducida, y an as no unnimemente. Cualquiera que fuera

    el elemento contractualista que estos arreglos pudieran haber tenido algn

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    19 Vase Robert Dahl, A Preface lo Economic Democracy (Berkeley: University of California Press, 1985),111-35.19.

    20Vase Elaine Spitz.Majority Rule (Chatham, NJ: Chatham House, 1984), 135-215.

    21Vase mi Three Ways to Be a Democrat, 142-4.

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    da, generaciones despus ste se ha perdido en la noche de los tiempos. En tales circunstancias(sin duda hay otras), no hay ninguna razn evidente para considerar a la regla de la unanimidadcomo la mejor sobre la base de que materializa el consentimiento de los gobernados.

    Tampoco hay buenas razones para pensar que alguna regla de decisin alternativa serala adecuada para regir todas las relaciones, cuando el elemento contractualista est ausente oqueda desplazado por otros factores. Como indican los ejemplos recin mencionados, sta es unaclase heterognea. En ciertos mbitos, del tipo de los que Rae sin duda tiene en mente, la reglade la mayora es prima facie la mejor regla de decisin. Aqu se incluyen las relacionestpicamente caracterizadas por transacciones impersonales manteniendo las distancias[arms-length], en las que aspectos sustanciales de la accin colectiva en cuestin soncompetitivos ms que cooperativos, y en las que no hay razones obvias para apoyar decisiones

    paternalistas. Tambin se incluyen casos en los que las personas o bien nacen inmersas enrelaciones estructurales de las que no es fcil liberarse, o bien, si llega a haber un elemento

    contractualista en su participacin, ste viene acompaado en buena medida por lo que losmarxistas llaman coercin estructural. Independientemente de cules sean sus aparienciassuperficiales, las relaciones en cuestin no son sustancialmente voluntarias. Los argumentos afavor de la democracia industrial, en los que la regla de la mayora juega un papel sustancial,generalmente invocan alguna combinacin de estas caractersticas para justificar su atractivo;la lgica de Rae nos proporciona razones para aceptarlos19.

    No obstante, no toda forma de asociacin no contractualista o mnimamentecontractualista ha de ser gobernada por la regla de la mayora. Tanto el razonamiento deBuchanan y Tullock como el de Rae dan por sentado que, ceteris paribus, los costes de decisindeben ser minimizados; algo por lo cual han sido a veces criticados por parte de los defensoresde la democracia participativa20. Ms que seguir el razonamiento de la democracia participativa

    (que tiene sus propias dificultades)21, el argumento que aqu se sostiene es que la participacinmisma debe ser pensada de un modo sensible al contexto. En algunas circunstancias la

    participacin no es ms que un coste que ha de ser minimizado, sujeto a que se logre o seprevenga un cierto resultado. Cualquiera que se haya sentado en suficientes Juntas de Facultadsabr cmo es al menos una de esas circunstancias. En otras situaciones, puede ser razonabledisear las instituciones de modo que se maximice

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    la participacin. Los jurados son un ejemplo obvio de este ltimo caso. Generalmente se exigelaunanimidad slo porque ello fuerzala discusin y la deliberacin conjunta, mediante la cual, asu vez, se considera que es ms probable llegar a descubrir la verdad en un tribunal, y se es elobjetivo que se persigue. Las relaciones paterno-filiales son tambin relaciones nocontractualistas (ya que el nio no ha pedido nacer, ni ha elegido a sus padres) que no se prestana ser regidas por la regla de la mayora, al menos no para muchas cuestiones. En estas relacionesse necesita ms flexibilidad a la hora de delinear el mbito apropiado para la participacin de lasdistintas partes, porque estas relaciones incluyen la total dependencia de los nios pequeosrespecto de sus padres, relaciones entre adultos ms o menos iguales, y relaciones entre adultosy sus padres conforme van envejeciendo. Y como los seres humanos son criaturas que se vandesarrollando, para quienes los procesos de decisin deben irse aprendiendo a lo largo deltiempo, debe haber margen para que los regmenes de gobierno familiar se adapten a lascambiantes capacidades e interdependencias de las personas. Para ser adecuadas, las reglas de

    decisin que regulen las relaciones domsticas deben ser capaces de responder a esta complejarealidad.Tomar buena nota de estas complejidades aporta credibilidad a la propuesta de que,

    cuando puedan descubrirse y ponerse en funcionamiento, deben preferirse soluciones localespara problemas locales. Los tipos de conocimiento pertinentes para democratizar unadeterminada actividad a menudo sern accesibles en mayor proporcin para quienes estninmersos en dicha actividad, ya que tienen de ella una experiencia directa y una compresindesde el punto de vista del participante. En este aspecto, el argumento de la justicia democrticaes compatible con las aspiraciones de muchos que se consideran a s mismos comunitaristas. Hayque sealar, sin embargo, que hay situaciones en lasque ninguna regla de decisin local podrfuncionar eficazmente desde el punto de vista del autogobierno democrtico, siendo el caso ms

    obvio cuando los obstculos para salir son insuperables para algunos y fcilmente salvables, paraotros. Un testimonio elocuente de ello es la reciente historia norteamericana de xodo blanco delos distritos escolares del centro de la ciudad, desde los aos sesenta. Tanto si la poblacin declase media, mayoritariamente blanca, opta por salir del sistema de enseanza pblica como sidecide irse a vivir fuera del casco urbano (o ambas cosas, para evitar tanto usar como pagar lasescuelas pblicas de las zonas cntricas), su capacidad para salir socava la democracia en la

    provisin de enseanza. Una regla local de la mayora promueve el xodo blanco, pero una reglalocal de unanimidad otorga a los individuos insolidarios un derecho de veto que les permiteevitar contribuir a la provisin de enseanza pblica. En este tipo de circunstancias, la presenciade problemas

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    22 Esto se discute ampliamente en mi libro Political Criticism (Berkeley: University of Califorma Press, 1990),

    252-61.

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    de accin colectiva sugiere que entran en juego otras limitaciones que van ms all de lapreferencia por una regla de decisin local frente a otra.

    Las reglas de decisin apropiadas para los distintos aspectos de la vida varan, pues, enfuncin de la actividad en cuestin y de los objetivos en torno a los cuales se organiza. Pero deciresto es resolver un problema planteando otro, ya que estas actividades y objetivos nunca estnestablecidos y hay normalmente, quizs endmicamente, discrepancias respecto a ellos22. Cmo

    podemos decir que la naturaleza de la actividad en cuestin hace que una regla de decisin seams adecuada que otra, habiendo admitido que esos objetivos y actividades estninevitablemente en conflicto? Mientras que la mayora de los liberales diran que todas lasrelaciones sociales deberan disearse de nuevo, para aproximarnos lo ms posible al idealcontractualista (independientemente de cmo estn organizadas actualmente), el carctersubordinado del compromiso democrtico en el argumento a favor de la justicia democrticaexcluye que yo defienda una pretensin semejante. En su lugar, mi argumento recomienda un

    enfoque ms pragmtico que es antivanguardista tanto en mtodo como en sustancia, porque nodebemos ni aceptar las cosas tal y como han evolucionado, ni tampoco aspirar a disearlas denuevo, tabula rasa. Nuestro objetivo ha de ser ms bien tomar las relaciones sociales tal y comonos las encontramos, y descubrir formas de democratizarlas a medida que las reproducimos. La

    justicia democrtica tiene pues una dimensin burkeana, pero atemperada por la aspiracin decrear un mundo ms democrtico con el paso del tiempo. Es razonable que las formasdominantes de hacer las cosas tengan parcialmente cabida en nuestro objetivo, pero esa

    pretensin es condicional y siempre sujeta a revisin en sentido democrtico; la legitimidad quepor inercia tienen las formas de gobierno existentes jams puede alcanzar unstatus que vaya msall de una presuncin derrotable. El reto creativo consiste en idear mtodos de gobierno quecondicionen democrticamente las formas existentes de hacer las cosas, y que adems abran vas

    para su reevaluacin con el tiempo.Aunque no hay una nica regla de decisin que sea la mejor para regir los diversos

    mbitos de la sociedad civil, s surge de lo dicho hasta aqu una limitacin general a la hora depensar sobre las reglas de decisin: debe presumirse que cualquiera que se vea afectado por elfuncionamiento de un particular mbito de la sociedad civil tiene algo que decir respecto a sugobierno. Esto surge de la idea democrtica bsica de que la gente sabe gobernarse a s misma.El exigir que todos los afectados sean odos no significa

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    23La cifra de 50 millones aparece en el informe de Tim Rinne, The Rise and Fall of Single-Payer Health Carein Nebraska, Action for Universal Health Care 3, no. 10 (Mayo 1995): 4-5. Vase tambin Tom Hamburger y TedMarmor, Dead on Arrival: Why Washingtons Power Elites Wont Consider Single Payer Health Reform, The

    Washington Monthly (Septiembre 1993): 27-32.

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    exigir que esta presuncin sea concluyente ni que todas las opiniones deban tener necesariamenteel mismo peso. A menudo -pero no siempre hay buenas razones para, respecto del gobierno deun determinado mbito, dar menos voz a las personas ajenas al mismo (que pueden estar sujetasa sus efectos externos) que a las personas inmersas en dicho mbito; e incluso, dentro de unmismo mbito, puede haber fuertes razones para distribuir desigualitariamente la autoridad, yquizs hasta para excluir a algunos participantes en algunas circunstancias. Cules sean esascircunstancias es algo que no se puede determinar de modo general, pero podemos decir que

    partimos de la presuncin de una inclusin universal.Tambin podemos decir que las propuestas que menoscaban la inclusin universal

    despiertan razonablemente sospechas, cualquiera que sea su origen. En el caso lmite de quealguien se venda como esclavo, su consentimiento debe considerarse nulo ab initio. Pero lamayora de los ataques a la inclusin son considerablemente menos radicales que la de vendersea uno mismo como esclavo. En consecuencia, evaluar las polticas y las prcticas que limitan el

    carcter y la extensin de la participacin de los gobernados en las decisiones que les afectan esalgo mucho ms difcil (y controvertido), desde la perspectiva de la justicia democrtica, que enel caso de la esclavitud. En el mundo de la poltica cotidiana de nuestros das a menudo habrcircunstancias en las que sea razonable que la inclusin ceda ante otros imperativos. Pero elargumento general aconseja sospechar de tales concesiones; la carga de la persuasin recae enquienes ahogan a su favor.

    Aunque las exigencias del principio de inclusin universal varan segn lascircunstancias, es posible defender en trminos generales al menos una limitacin sobre l, queva ms all del caso lmite de la esclavitud: es inaceptable la participacin de una persona ogrupo en formas tales que hagan que la participacin de otros participantes legtimos carezca desentido. Por ejemplo, se estima que en Estados Unidos las empresas sanitarias y las compaas

    de seguros mdicos gastaron, entre 1993 y 1994, ms de 50 millones de dlares en publicidady en ejercer presiones para derribar el proyecto de reforma de la sanidad de la administracinClinton, y que hubieran gastado lo que hiciera falta para lograr ese resultado23. Si admitimos,arguendo, esta versin de los hechos, podemos decir que una concepcin de la participacin que

    permite semejante resultado va demasiado lejos; supone dar a un sector de los intereses afectadospor el proyecto el poder de arrasar la participacin

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    24 Los liberales dan por descontado el estado-nacin como unidad bsica, tratndola como una especie deasociacin voluntaria lockeana ampliada, como a menudo se ha sealado al criticar a Rawls. Vase John Rawls, ATheory of Justice (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1971), 371-82, y su artculo The Law of Peoples,Critical Inquiri 20 (Otoo 1993): 36-68. Sin duda esto es a menudo una consecuencia de la propensin liberal apens ar en trminos contractualistas. Para una ilustracin de la visin comunitaria de la pertenencia como el

    bien-triunfo bsico, vase Walzer, Spheres of Justice, 9, 31-63.

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    de otros y de determinar el resultado de forma ms o menos unilateral. Desde luego, esta reglano nos dice qu tipos de limitaciones sobre el discurso poltico y sobre el ejercicio de presionesson apropiadas, pero establece un lmite externo sobre el debate.

    La idea de autogobierno colectivo que aqu se defiende tiene una base causal. El derechoa participar proviene de que se tenga un inters que pueda verse afectado por la accin colectiva

    particular en cuestin. En este sentido, el argumento de la justicia democrtica difiere de lasperspectivas liberal y comunitarista, pues ambas consideran la pertenencia a la comunidadrelevante como un triunfo de la baraja (los liberales asumen esto implcitamente, loscomunitaristas lo argumentan expresamente)24. Una vez destronada la forma de pensarcontractual ista, es difcil encontrar algn principio que sirva de base para considerar que la

    pertenencia al grupo en cuestin tiene carcter primario. En la perspectiva avanzada aqu, laestructura de las reglas de decisin debe seguir los contornos de las relaciones de poder, y no losde las pertenencias polticas. Adoptar la perspectiva de base causal tiene implicaciones para un

    montn de cuestiones relativas a la justicia entre generaciones y al tratamiento de lasexternalidades. En un mundo en el que las cuestiones militares y medioambientales, de mbitointernacional, dominan cada vez ms la agenda poltica, cabe esperar que el que se adopte o noesta perspectiva tenga consecuencias sobre un rea creciente del panorama poltico.

    Se objetar que hay serias dificultades para determinar quin debe considerarse afectadopor una decisin particular y quin ha de decidir qu pretensiones de estar entre los afectadosdeben ser aceptadas. Desarrollar aqu una defensa completa de la perspectiva de base causal nosllevara demasiado lejos, pero cabe sealar al menos dos cuestiones. En primer lugar, aunquedeterminar quin sea el afectado por una decisin es algo destinado a suscitar controversias, estedato apenas sirve para distinguir los argumentos causalmente basados de los argumentos sobrela justicia social basados en la pertenencia a un grupo. Quin ha de decidir, y con qu autoridad,

    qu persona deba considerarse miembro, es una cuestin tan cargada de un bagaje conceptuale ideolgico como la de quin debe decidir, y con qu autoridad, qu persona resulta causalmenteafectada por una determinada decisin

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    25 Mi tesis de que la perspectiva de base causal es ms defendible que las alternativas existentes es compatiblecon una serie de argumentos recientes cuyo propsito es desplazar del papel central a la soberana basada en lapertenencia en cuanto determinante decisivo de la participacin, y sustituirla por sistemas de jurisdiccin superpuestaen los que diferentes grupos de personas son vistos como soberanos respecto de diferentes clases de decisiones.Vase Thomas Pogge, Cosmopolitanism and Sovereignty, Ethics 103 (Octubre 1992): 48-75; Alexander Wendt,Collective Identity-Formation and the International State, American Political Science Review 88, no. 2 (Junio1994): 384-96 y William Antholis, Liberal Democratic Theory and the Transformation of Sovereignty (tesisdoctoral, Yale University, 1993).

    26 Barrington Moore, Jr., Liberal Prospects, 8. Vase tambin Archibald S. Foord, His Majestys Opposition,

    1714-1830 (Oxford: Oxford University Press, 1964).

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    colectiva. Estas dificultades no deben tomarse pues como decisivas contra la perspectiva basadaen la causalidad, si la perspectiva basada en la pertenencia al grupo se ve como la alternativa.En segundo lugar, hay una considerable experiencia sobre argumentos basados en la causalidaden el campo del Derecho de responsabilidad extracontractual por daos o ilcitos civiles [tortlaw]. Aunque las acciones de responsabilidad civil por daos a menudo se refieren a los efectoscausales de decisiones individuales y no de decisiones colectivas, los tribunales, al tratarlas, handesarrollado mecanismos para determinar de quin han de ser las demandas que merecen serodas, para separar las demandas genuinas de las frvolas, y para distinguir la fuerza mayor omenor de las reclamaciones de haberse visto afectado negativamente por una conducta,modulando en consecuencia las soluciones. Este no es un argumento para convertir a la polticaen una especie de Derecho de daos; el objetivo de la comparacin es mostrar que en otras reasde la vida social se han desarrollado mecanismos institucionales para evaluar y manejarreclamaciones en conflicto de estar causalmente afectado por acciones. Puede que sean

    mecanismos imperfectos, pero deberan ser valorados por referencia a otros mecanismosimperfectos de torna de decisiones colectivas que hoy prevalecen en el mundo real, y nocomparndolos con un ideal que no se realiza en ninguna parte25.

    Institucionalizar la oposicin

    Barrington Moore sostiene que el criterio para definir la democracia es la existencia deuna oposicin legtima y, hasta cierto punto, efectiva. No hace falta seguirle en todo para estarde acuerdo con l en que las instituciones que promueven una leal oposicin son esenciales

    para la vida democrtica26. Esto es as por varias razones conectadas entre s. En primer lugar,las instituciones de oposicin cumplen la funcin de proporcionar espacios para que potencialesliderazgos alternativos puedan organizarse, haciendo posible los cambios de poder peridicos

    que son necesarios -aunque no suficientes- para el gobierno democrtico. En segundo lugar, lasinstituciones

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    de oposicin ayudan a legitimar la democracia, al atraer el disenso social hacia fuerzasantigubernamentales dentro del rgimen, en vez de dirigirlo contra los fundamentos del rgimen.As, la rabia y el descontento pueden encauzarse contra determinados sujetos que detentan el

    poder, sin poner en peligro la legitimidad del orden democrtico. En tercer lugar, lasinstituciones de oposicin sirven al inters pblico porque aseguran que haya grupos eindividuos motivados para hacer preguntas molestas, echar luz sobre oscuros rincones, ydenunciar los abusos de poder. La importancia de estas consideraciones no debe minimizarse,

    pero hay todava una razn ms bsica por la cual la posibilidad de una oposicin efectiva es unrequisito esencial de la justicia democrtica. A menos que la gente pueda desafiar las normasexistentes con una esperanza realista de poder cambiarlas, el requisito de no vemos atados demanera inalterable a la herencia del pasado resultar vaco. La dimensin burkeana de la justiciademocrtica no podra atemperarse en la forma en que lo exige la justicia democrtica.

    Ms adelante sostendr que el imperativo de hacer posible una oposicin efectiva

    conduce a tres condiciones que limitan el ejercicio del poder. En trminos procedimentales, esteimperativo supone que las reglas de gobierno han de considerarse inaceptables si hacenimposible la revisin del statu quo. As pues, siempre debe haber mecanismos mediante loscuales pueda articularse la oposicin. Para ser efectivas, las garantas procedimientales tienenque estar respaldadas por amplias libertades de expresin, de peticin y de asociacin, peroincluso as tales libertades pueden ser a menudo insuficientes para asegurar una oposicinsignificativa. Algunos han sugerido que la democracia sustantiva es el remedio adecuado paraesta enfermedad, y aunque yo me resisto a esa conclusin, s que defiendo una limitacincuasi-sustantiva sobre el ejercicio del poder: que por lo general debe presumirse que las

    jerarquas son sospechosas, dada su propensin a degenerar en sistemas de dominacin. Estapresuncin en contra de la jerarqua debe ser derrotada en muchas circunstancias, algunas de las

    cuales yo exploro a travs de una serie de interrogantes que la justicia democrtica planteadirectamente a los rdenes jerrquicos. Pero la carga de la justificacin debe recaer sobre quienesdefienden determinadas jerarquas.

    Como no existen reglas de decisin perfectas, los resultados incluso de los mejoresprocedimientos democrticos dejarn a algunos justificadamente agraviados. Los defensores delultraliberalismo libertario derivan de ello la conclusin de que es mejor tener tan poca accincolectiva como sea posible; pero, como ya argument anteriormente, en un mundo de relacionesde poder omnipresentes esta opcin no es ni satisfactoria ni plausible. Decir esto no supone negarque las reglas de decisin democrticas puedan conducir a la imposicin de resultados por partede un grupo sobre otro, o

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    27 Incluso antes de llegar la moderna literatura sobre la eleccin pblica [public choice], Schumpeter mostr losdefectos lgicos de la idea rousseauniana de una voluntad general, concluyendo que aunque todava se puedadecir que una voluntad comn o una opinin pblica de algn tipo emerge de la maraa infinitamente compleja desituaciones individuales o grupales, voliciones, influencias, acciones y reacciones del proceso democrtico, elresultado carece no slo de unidad racional, sino tambin de sancin racional. Joseph Schumpeter, Capitalism,Socialism, and Democracy (Nueva York: Harper and Row, 1942), 253.

    28Huntington considera que hace falta al menos dos cambios de gobierno derivados de elecciones para que unpas sea democrtico. Vase The Thial Wave, 6-7, Vase tambin Robert Dahl, Polyarchy: Participation and

    Opposition (New Haven, CT: Yale University Press, 197l).

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    que la justificacin de dichas imposiciones que proponan los tericos clsicos de la democraciano sea tal27. Lo que sugiere es que los procedimientos para expresar la oposicin debenconsiderarse valiosos independientemente de los mecanismos de decisin colectiva que

    prevalezcan. Reconociendo que la vida contina y que hay que tomar decisiones, debemosbuscar la reglas de gobierno democrtico ms apropiadas para cada circunstancia. Pero, noobstante, la gente debe seguir teniendo la libertad de oponerse a lo que se decida, y de intentarcambiarlo.

    Exigir que se tolere una oposicin real a menudo va ms all de lo que los gruposdominantes estn dispuestos a aceptar, ya que ello puede debilitar su control sobre los valoresy objetivos colectivos. En consecuencia, suelen oponerse a la oposicin o intentan hacerlainoperante. Parte del desafo de la justicia democrtica es institucionalizar mecanismos paradetener a esos grupos dominantes, y no parece arriesgado suponer que, por s solas, las garantas

    procedimentales de la libertad de oposicin no aseguran este objetivo. Los tericos de la

    democracia que valoran la oposicin efectiva, como Huntington, hace tiempo que reconocieronque, a menos que las garantas procedimentales se respalden con amplias libertades civiles ypolticas de expresin, prensa, reunin y asociacin, es muy fcil hacerlas inoperantes28. Lahistoria de simulacros de democracia durante la era comunista ilustra lo que puede ocurrircuando las libertades no son respetadas. Los demcratas seran unos insensatos si alguna vez lasconsideraran prescindibles.

    Aunque las libertades son a menudo esenciales para asegurar un espacio a la oposiciny para fomentarla, sera un error concluir que por lo general sern suficientes. Para ver por questo es as, hay que tener en cuenta que las libertades pueden en realidad debilitar la posibilidadde desafiar elstatu quo, tal y como indicaba mi anterior discusin acerca de la reforma sanitaria

    propuesta por Clinton. Las desigualdades en el control de los recursos necesarios para hacer de

    las libertades un instrumento al servicio de una oposicin eficaz pueden suponer que los gruposestratgicamente fuertes, cuando estn comprometidos con los rdenes existentes, sean capacesde

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    29 Stone centr su atencin en leyes dirigidas a minoras religiosas o raciales particulares y en circunstanciasque tienden a coartar gravemente el funcionamiento de los procesos polticos en los que normalmente se ha deconfiar para proteger a las minoras, United States v. Carolene Products Co., 304 U.S. 144 (1938), 152 n. 4.

    30John Hart Ely, Democracy and Distrust (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1980). Ely describi su

    argumento como puramente procedimental, diseado para reparar defectos del proceso democrtico. Pero, como hansealado los crticos y lo muestra la discusin que presento ms adelante, se trata obviamente de un argumentosustantivo. Vase R. Simth, Liberalism and American Constitutional Law (Cambridge. MA: Harvard UniversityPress, 1985), 89-91, 170-4.

    31Charles Beitz. Equal Opportunity in Political Representation, en Equal Opportunity, ed. Norman E. Bowie(Boulder. CO: Westview, 1988), 155-74. No debe pensarse que la lgica de Carolene Products es un recursoexclusivo de la izquierda poltica. Por ejemplo, Riker y Weingast la utilizan para criticar los impuestos sobre lapropiedad: Qu proteccin hay frente a los miembros de las actuales mayo r as para impedir que se otorguen a smismos beneficios privados y redistributivos con el pretexto de perseguir objetivos pblicos, y a costa de algunaminora de propietarios y de la eficiencia de la produccin? Por qu es menos problemtico restringir los derechoseconmicos de una minora que restringir los derechos polticos de esa misma minora?. William H. Riker y BarryR. Weingast, Constitutional Regulation of Legislative Choice: The Political Consequences of Judicial Deference

    to Legislatures, The Hoover Institution, Stantord University, Working Paper Series (Diciembre 1986), 6.

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    bloquear todo intento de alterarlos. As pues, aunque es razonable considerar que las libertadesson valiosas por su propensin a permitir e incluso fomentar la oposicin, no son una panacea.Cuando quienes estn comprometidos con el statu quo tienen un acceso sin igual a lainformacin, a la riqueza y a los recursos organizativos, ellos pueden utilizar las libertades parareforzar sus ventajas.

    La toma de conciencia del impacto combinado de reglas de decisin imperfectas y de undesigual control sobre los recursos polticos ha llevado a algunos autores a defenderconcepciones sustantivas de la democracia frente a las concepciones procedimentales,normalmente invocando alguna variante de la clebre nota a pie de pgina nmero catorce delJuez Stone en United States v. Carolene Products Co. Observando que los procesosdemocrticos que funcionan bien pueden conducir a la dominacin por parte de minorasdiscretas y aisladas, Stone apoy la posibilidad de que, cuando esto ocurriera, se pudiera limitarrazonablemente su funcionamiento. Stone trat una clase bien delimitada de casos, pero su tesis

    es general y otros han empleado su razonamiento extendindolo hacia otros temas29

    . Por ejemplo,John Hart Ely defendi gran parte del activismo del tribunal Warren haciendo referencia alrazonamiento de Carolene Products30. De modo similar, Charles Beitz ha introducido las mismasconsideraciones en el argumento de que la justicia cuantitativa del derecho de sufragio igualitarionunca asegurar resultados sustantivamente democrticos31. Segn Beitz, un sistemaverdaderamente democrtico de justicia cualitativa necesita

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    32Beitz, Equal Opportunity, 168.

    33Los compromisos polticos quijotescos que surgen de la exigencia de derrocar toda jerarqua en cualquier lugarhan sido explorados por Roberto Unger en su triloga Politics(Nueva York: Cambridge University Press, 1987). Para

    una crtica a sus argumentos, vase mi Constructing Politics,Political Theory17 (Agosto 1989): 475-82.

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    previamente un sistema de legislacin justa, ya que no se puede confiar en que el meroderecho de sufragio igualitario produzca resultados justos32.

    Slo con formular las bases de las concepciones sustantivas de la democracia, susdificultades saltan a la vista: cmo sabe Ely qu procesos democrticos debieron habersealcanzado de no haber sido corrompidos por el problema Carolene?; de dnde sale la teora dela legislacin justa, frente a la cual Beitz evaluara los resultados de los procedimientoselectorales33? Autores como Ely y Beitz tienen poco que decir a quienes no hayan sido

    persuadidos por sus respectivas ideas de igual consideracin y respeto y de justiciacualitativa. Si, como yo sostengo, no hay ningn criterio de justicia que sea anterior a lo quegenera la propia democracia, esto no debe sorprendernos. Decir esto no responde, sin embargo,a la dificultad que motiva el tipo de razonamiento de Carolene: no hay reglas de decisin

    perfectas, y cabe esperar que, ceteris paribus, quienes estn mejor situados para traducir laslibertades en poder poltico se salgan con la suya. El problema es real, pero las soluciones

    expuestas son excesivas, siendo deseable encontrar un terreno intermedio. Ms que el proceso,menos que la sustancia, podra ser un eslogan adecuado.Lo que yo sugiero es que marquemos ese terreno intermedio con la propuesta de que las

    jerarquas deben presumirse sospechosas. La razn de mi sugerencia es que, aunque lasjerarquas pueden existir para muchos propsitos legtimos, por definicin contienen tantodesigualdades de poder como oportunidades para la oposicin truncadas. Como dijo Lord Acton,el poder tiende a corromperse. Quienes detentan el poder, incluso -y quizs especialmente-cuando lo han obtenido legtimamente, se convencen muy fcilmente de que su autoridad debeexpandirse en el tiempo y en el espacio; de que los crticos son ignorantes o irresponsables; y deque los subordinados carecen de la capacidad necesaria para ascender desde los roles inferiores.La seduccin que ejerce el poder puede hacer que quienes lo detentan en un marco de jerarquas

    se desven de sus fines legtimos, reduciendo la, jerarquas a su mera dimensin de poder. Elcomparativamente limitado espacio para la oposicin hace difcil bloquear o controlar sudegeneracin en sistemas de dominacin. De hecho, cuanto ms avanza la degeneracin, ms

    probable ser que se reduzcan las posibilidades de oposicin. Es por esto que los demcratasdeben vigilar con ojos escpticos cualquier orden jerrquico, colocando la carga de la prueba enquienes lo defiendan. No siempre se abusa del poder, pero a menudo as ocurre, y lo sensato paralos demcratas es estar en guardia ante esa posibilidad.

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    34 Wisconsin v. Yoder, 406 U.S. 205 (1972). Desde la perspectiva de la justicia democrtica, Yoder fue malresuelto, aunque hubiera sido un caso ms complicado si los padres, en vez de defender sus propios intereses,

    hubieran hecho valer su mejor comprensin de los intereses de sus hijos.

    352 Ian Shapiro

    Las observaciones anteriores no implican que todas las jerarquas deban ser eliminadas,suponiendo que ello fuera posible34. Lo que sugieren es que hay buenas razones para unasospecha prima facie sobre ellas, incluso cuando son el resultado de decisiones colectivasdemocrticas. Con demasiada frecuencia jerarquas evitables se enmascaran como inevitables,la subordinacin involuntaria se envuelve en el lenguaje del consenso, jerarquas innecesariasse sostienen con el pretexto de que son esenciales para la persecucin de fines comunes, y

    jerarquas inmviles se encubren con mitos sobre su fluidez. La justicia democrtica sugieredesconfianza hacia las jerarquas predominantes, y nos invita a buscar mecanismosinstitucionales y otros instrumentos estructuradores para limitarlas y para mitigar sus efectosinnecesarios y corrosivos. Estos instrumentos pueden verse como medios que contribuyen a laevolucin de los marcos de restricciones democrticas dentro de los cuales la gente debe ser libre

    para negociar y renegociar los trminos de su cooperacin y de su conflicto.Decir que las jerarquas son sospechosas no supone decir nada acerca de qu ha de contar

    como suficiente para derrotar la presuncin. Tampoco dice nada acerca de qu tipos delimitaciones a las jerarquas deben utilizarse en diversas circunstancias, ni acerca de cmo debenaplicarse dichas limitaciones. El argumento general no puede responder por s slo a estascuestiones. Pero s que genera una serie de interrogantes pertinentes sobre las jerarquas,frmulas para ponerlas a prueba en nombre de la justicia democrtica.

    La primera se refiere al grado en el que una determinada jerarqua es inevitable.Tomemos el caso de las diferencias entre las relaciones domsticas entre adultos y las relaciones

    paterno-filiales. Ambas han adoptado una multiplicidad de formas, incluso en la reciente historiade Occidente, pero casi todas ellas han tenido un carcter explcitamente jerrquico. Sinembargo, es evidente que las relaciones padre-hijo son inevitablemente jerrquicas, en formasen que las relaciones entre adultos no lo son. Si una relacin no es inevitablementejerrquica,

    la primera pregunta que surge es: por qu ha de ser jerrquica, a secas? Puede haber razonesjustificables para una determinada jerarqua no esencial (que sea comparativamente mseficiente, que haya sido elegida, que a las personas relevantes les guste, o alguna otra), perodesde el punto de vista de la justicia democrtica hay una presuncin en contra de la jerarqua,y el proponente de tales razones debe asumir la carga de la persuasin.

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    35Esto no quiere decir que todos los regmenes poligmicos sean por igual inadecuados desde la perspectiva dela justicia democrtica. Los regmenes poligmicos de los que no existe una posibilidad realista de escapar (comocuando estn sacralizados por el sistema jurdico de un pas como el nico tipo de matrimonio posible) son peoresque los regmenes poligmicos que son tolerados pero no obligatorios, y de los cuales escapar es legalmente posibley no prohibitivamente caro. Incluso en estas circunstancias siempre existe la posibilidad, por supuesto, de que laspartidarias voluntarias de la poligamia lo sean como resultado de un lavad o de cerebro, y los argumentos en estesentido no pueden rechazarse de antemano. Pero quienes los propongan tendrn que vrselas con las negativaselocuentemente razonada, que han aducido algunas mujeres mormonas; se ha argumentado, por ejemplo, que elmatrimonio poligmico hace posible para las mujeres el tener tanto una carrera profesional como una familia, demodo que la poligamia es buena para el feminismo. Vase Elizabeth Joseph, My Husbands Nine Wives, New

    York Times, 9 de abril de 1991, A22.

    Elementos de la justicia democrtica 353

    Cuando las relaciones son inevitablemente jerrquicas, otro tipo de consideracionesadquiere relevancia. Empezamos preguntando: es necesaria la existencia misma de este tipo derelaciones? Desde luego que algn tipo de relaciones entre padres e hijos debe existir, pero no

    todas las relaciones inevitablemente jerrquicas son de esta clase. Por poner una vez ms un casolmite, la historia ha demostrado que la institucin de la esclavitud no tiene por qu existirnecesariamente. Si una relacin inevitablemente jerrquica es innecesaria, entoncesinmediatamente se vuelve sospechosa -una especie de jerarqua superflua- desde la perspectivade la justicia democrtica. As pues, la esclavitud casa mal desde esta perspectiva, aparte de suincompatibilidad con la presuncin de inclusin universal.

    Un segundo tipo de interrogantes adecuados sobre las jerarquas es el que se refiere a supertinencia en relacin con la actividad en cuestin: las relaciones jerrquicas existentes sonadecuadamente jerrquicas? Por ejemplo, las relaciones paterno-filiales puede que sean ms

    jerrquicas de lo que necesitan serlo en muchos casos, y puede que incluyan tipos innecesarios

    de autoridad jerrquica. Tambin ellas pueden mantenerse por una diversidad de razones, desdela conveniencia de los padres hasta sus deseos de dominacin, que nada tienen que ver con losintereses propios de su funcin. As pues, ante relaciones jerrquicas alterables siempre debemos

    preguntamos: en inters de quin se mantienen? Quienes quieren sostener una jerarquaespecfica, o mantenerla por ms tiempo del necesario, deben asumir la carga de demostrar questa opera en inters de quienes estn sujetos a la jerarqua relevante. Por esta razn, noaceptaramos el argumento presentado por los padres pertenecientes a la secta Amish en el casoWisconsin v. Yoder, en el que sostenan que deban tener la libertad de no enviar a sus hijosadolescentes a la escuela porque la experiencia les haba mostrado que ello induca en losadolescentes el deseo de abandonar la comunidad Amish, lo cual interfera en su derecho (de los

    padres) al libre ejercicio de la religin35.

    La justicia democrtica tambin nos insta a atender al grado en el que las jerarquas estnfosilizadas o son fluidas. Debemos distinguir ent re las jerarquas que se autodestruyen, comocuando los nios se hacen adultos o los estudiantes se gradan, y las jerarquas que no seautodestruyen, como el sistema de castas o las jerarquas constituidas por transmisioneshereditarias de riqueza y poder. Tambin debemos distinguir entre los ordenes jerrquicos en losque, en principio, cualquiera puede ascender hasta la cima, y aqullos en los que eso no es

    posible. Ninguna mujer puede aspirar a ser

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    36Los Perfeccionistas de Oneida, fundados en 1848 en Oneida (Estado de Nueva York) por John Henry Noyes,rechazaban cualquier forma de propiedad privada, y extendieron su creencia en la propiedad comunal a la propiedadcomunal de personas. Al igual que los polgamos mormones, fueron perseguidos por el Estado, y finalmenteabandonaron su defensa de los matrimonios complejos en 1879. Vase Carol Weisbrod, Ort the Breakup ofOneida, Connecticut Law Review, 14 (Verano de 1982): 717-32. De hecho. la comunidad fue dirigida de maneraautoritaria por Noyes, quien decida unilateralmente quines podan casarse, lo que sugiere que esta comunidadhabra sido sospechosa por muchas razones desde la perspectiva de la justicia democrtica. Vase Spenser Klaw,Without Sin (Nueva York: Allen Lane, 1993).

    37Rawls,ATheory of Justice, 42-5, 61-5, 82-9, 151-61.

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    Papa, hecho que hace a la religin catlica menos atractiva que algunas otras desde laperspectiva de la justicia democrtica a este respecto. En trminos generales, este argumento nosdice que, siendo igual lo dems, debemos preferir las jerarquas fluidas a las fosilizadas. Las

    jerarquas fluidas no pueden crear clases permanentemente subordinadas, mientras que lasfosilizadas s. Desde luego, los dems factores rara vez son iguales; con todo, este requisito esun punto de partida til: nos indica cul es la presuncin y sobre quin recae la carga de la

    persuasin.En trminos similares, las jerarquas asimtricas son cuestionables, mientras que las

    simtricas no lo son necesariamente. As, por ejemplo, los matrimonios poligmicos sonasimtricos y, por tanto, sospechosos desde el punto de vista de la justicia democrtica: unmarido puede tener muchas esposas, pero una esposa no puede tener muchos maridos36. Si estosregmenes poligmicos fueran simtricos, o sus miembros practicaran un matrimoniocomplejo, como en la comunidad perfeccionista de Oneida en el siglo XIX (donde cualquier

    nmero de hombres poda casarse con cualquier nmero de mujeres), no seran cuestionables porlo que se refiere a este aspecto del argumento de la justicia democrtica. De nuevo, puede haberotras razones basadas en la justicia democrtica para oponerse a este tipo de acuerdos, pero lasimetra contara a su favor37.Estrechamente ligadas a las cuestiones de la fluidez y de la simetra de las jerarquas, se

    presentan cuestiones acerca del grado en el que stas se

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    imponen. Las personas sometidas a las jerarquas eligieron ellas mismas estar as sometidas?;cules eran sus otras opciones factibles en ese momento?; independientemente de que eligierano no entrar en esas jerarquas, qu grado de libertad existe hoy para salir de ellas? En trminos

    generales, las jerarquas no impuestas son ms aceptables que las impuestas, y entre stas, lasjerarquas menos impuestas son ms aceptables que las ms impuestas. Si alguien eligi figuraren la posicin ms baja de una relacin jerrquica, habiendo podido elegir opciones alternativasno jerrquicas (o menos jerrquicas), el hecho de haber realizado tal eleccin confiere alguna

    presuncin de legitimidad de tal estado de cosas. De manera anloga, si alguien permanece enun orden jerrquico cuando tenemos suficientes datos para saber que dispone de recursos parasalir de l, tenemos menos razones para preocuparnos, desde la perspectiva de la justiciademocrtica, que cuando no es se el caso.

    Finalmente, el argumento general a favor de la justicia democrtica nos lleva apreguntarnos acerca de la insularidad relativa de las jerarquas. Hasta qu punto las jerarquas

    conciernen a grupos autosuficientes de personas que se ocupan de sus propios asuntos y que sloquieren que las personas ajenas al grupo les dejen en paz? Las sectas que se separan del resto dela sociedad, como los Amish del Viejo Orden, o los grupos que han emigrado, como losMormones que se fueron a Utah en el siglo pasado escapando de la persecucin en el Este, tienenargumentos al menosprima facie vlidos para que se les permita establecer por si mismos lostrminos de su propia asociacin. Estos grupos no hacen proselitismo, ni buscan modificar elmundo fuera de sus comunidades (como hacen a menudo, por ejemplo, los fundamentalistasreligiosos). Aunque estos grupos puedan ser jerrquicos y antidemocrticos, tienen pocainfluencia en el mundo exterior. En cambio, una iglesia jerrquica consolidada que tenga unainfluencia sobre quienes no pertenecen a ella de la que no sea posible escapar sin un costesustancial, no puede disfrutar de la misma pretensinprima facie de que se le deje actuar sin

    intervenciones. Los grupos relativamente aislados pueden ser objetables desde otros de losaspectos de la justicia democrtica antes mencionados, pero el hecho de su insularidad disminuyela fuerza de cualquier pretensin de reestructurarlos o abolirlos por parte de personas ajenas

    basndose en consideraciones externas.

    CONSIDERACIN DE ALGUNAS DIFICULTADESLa anterior presentacin de las dos dimensiones principales de la justicia democrtica es

    un primer paso y, como tal, suscita muchas cuestiones que no llega a responder. En lo que restade este trabajo dir algo acerca de las que me parece que son las ms importantes de esascuestiones pendientes,

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    38 No es difcil, por ejemplo, mostrar que de los rdenes lexicogrficos de Rawls surgen imperativoscontradictorios. Vase T.M. Scanlon Rawls Theory of Justice en Reading Rawls, ed. Norman Daniels (Bristol,Reino Unido: Basil Blackwell, 1975), 169-205; H.L.A. Hart, Rawls on Liberty and its Priority, ibidem, 230-52;y Benjamin Barber, Justifying Justice: Problems of Psychology, Politics and Measurement in Rawls, ibidem.

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    y que tienen que ver con el carcter complejo de la justicia democrtica, con las tensiones entresta y otros bienes, y con el papel que debe jugar el Estado segn se desprende del argumentogeneral.

    Conflictos internos de la justicia democrticaCualquier argumento a favor de un conjunto de principios internamente complejo debe

    afrontar la posibilidad de que stos no puedan satisfacerse simultneamente. Surge entonces lasiguiente cuestin: cmo han de resolverse los conflictos entre las distintas exigencias? Unarespuesta a esta pregunta consiste en proponer un sistema de meta-reglas que permita resolverlos conflictos cuando stos aparezcan. Por ejemplo, la teora de la justicia de Rawls consiste enuna serie de principios que estn ordenados con una prioridad lexicogrfica: en caso de conflicto,los principios que se encuentran en una posicin superior en ese orden prevalecen siempre sobrelos que ocupan una posicin inferior38.

    Es evidente que la justicia democrtica muestra una posibilidad de conflictos internosanloga a la de la teora de Rawls. Lo que el argumento general recomienda como el sistema degobierno apropiado en un cierto campo puede entrar en conflicto con la presuncin de sospechaante las jerarquas. La gente puede elegir, mediante una accin voluntaria o por la regla de lamayora, establecer una jerarqua. De modo parecido, las distintas exigencias en contra de las

    jerarquas pueden generar prescripciones contradictorias por lo que se refiere a una prcticaconcreta. El carcter insular de las sectas que se retiran de la vida social mayoritaria, como losmormones o los Amish, aconseja dejarlos solos, y sin embargo sus prcticas internas de carcter

    jerrquico levantan sospechas desde el punto de vista de la justicia democrtica. Cmo debenresolverse conflictos como stos?

    Aqu las dos alternativas son: o bien tratar de establecer un sistema de metaprincipios

    anlogo al de la prioridad lexicogrfica de Rawls, o bien tratar suministrar una defensa, basadaen principios, de una perspectiva menos indeterminada. Intentar dar con un sistema completo demetaprincipios que solucionen cualquier posible tensin que pudiera surgir de las complejidadesdel argumento general me parece que es una tarea tan exigente que es casi seguro que fracasar.La variedad de circunstancias que pueden surgir es enorme, si no infinita, y la complejidad delmundo social es tal que

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    39 Esta es la opinin defendida en Richard Arneson y Ian Shapiro, Democracy and Religious Freedom: ACritique of Wisconsin v. Yoder, en Nomos XXXVIII: Political Order, ed. Ian Shapiro y Russell Hardin (NuevaYork: New York University Press, 1996).

    40Desde el punto de vista de la justicia democrtica, el Tribunal Supremo de Estados Unidos lleg a la conclusin

    correcta en el casoBob Jones University v. United States, 461 U.S.

    Elementos de la justicia democrtica 357

    siempre habr retos que pongan a prueba la lgica interna de la justicia democrtica. Pero estoes menos preocupante de lo que a primera vista parece. En primer trmino, porque la falta de unsistema completo de metaprincipios no silencia a la justicia democrtica en todos los casos.

    Todava podemos decir, por ejemplo, que una prctica que va contra muchas de las presuncionesde la justicia democrtica es, en consecuencia, ms sospechosa por esa razn. La esclavitud esun caso fcil para la justicia democrtica precisamente por esto. La esclavitud viola principios

    bsicos del autogobierno colectivo y est en el lado equivocado de cada una de las presuncionessobre las jerarquas que antes he discutido: es innecesaria; normalmente no se entra en ellavoluntariamente; es muy difcil o imposible escapar de ella; es tanto asimtrica como noautodestructiva; y tiene efectos externos que permean al mundo social. Por la misma razn, una

    prctica que cayera del lado positivo en todas las presunciones sera un caso igualmente fcil detratar.

    Los casos ms difciles e interesantes son aquellos que estn menos claramente definidos.

    En muchos de ellos puede ser factible llegar a compromisos entre las distintas exigencias enconflicto. Por ejemplo, en el caso de los Amish puede pensarse que su carcter aislado y el hechode que no constituyan una amenaza para el resto de la sociedad aconseja no interferir en suexistencia, pero que el Estado debe no obstante insistir en que los nios Amish reciban unaeducacin que les capacite para desenvolverse fuera de la comunidad Amish si algn da decidenabandonarla. As, desde este punto de vista, aunque no se est dispuesto a tolerar todas las

    prcticas educativas de los Amish, en otros aspectos se les puede dejar que acten sininterferencias39. De modo similar, aunque las jerarquas fosilizadas y no autodestructivas de laIglesia catlica contravienen algunas de las presunciones de la justicia democrtica, la historiade dominacin que ha acompaado a las iglesias consolidadas puede tambin aconsejarque es

    prudente dejar un margen especialmente amplio de tolerancia en lo referente a asuntos religiosos.

    Un Estado guiado por los principios de la justicia democrtica puede, no obstante, asignaralgunos costes a las religiones que los contravengan, como negar la exencin de impuestos a lasiglesias en las que ciertos cargos estn reservados a los varones, o a personas de una determinadaraza, o a cualquier otro grupo definido de forma moralmente arbitraria. Los dirigentes de lareligin en cuestin seran entonces libres para decidir si aceptan vivir con dichos costes o siajustan sus prcticas para evitarlos40.

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    Estos ejemplos muestran cmo, una vez que reconocemos que hay una amplia gama desanciones y de posibles respuestas a ellas, los imperativos aparentemente en conflicto puedenorganizarse en una diversidad de maneras de las que, a la larga, quepa esperar que induzcan a

    las instituciones civiles a evolucionar en direcciones ms democrticas. Incluso este enfoquesonar a algunos como abrir el camino a una interferencia peligrosamente radical en la libertadde cultos. Pero una reflexin acerca de nuestra legislacin actual sobre las organizaciones que

    promueven la exclusin racial, y acerca de las distinciones que sin dificultades trazamos entrereligiones y sectas, y entre educacin y lavado de cerebro, mostrara que ordinariamente hacemosmuchos juicios de este tipo, aunque sea de manera implcita. Estos ejemplos tambin subrayanel hecho de que, cuando valoramos ms de un compromiso, a veces nos vemos obligados o avivir con tensiones entre ellos, o a disear soluciones creativas para dichas tensiones. Esto noes menos cierto para el mundo real en el que vivimos que para un mundo en el que la justiciademocrtica definiera los principios bsicos de gobierno. Los imperativos derivados de las partes

    constitutivas de la Constitucin de Estados Unidos y de sus enmiendas generan muchastensiones, e igual que los jueces y los legisladores tienen que ordenarlos, jerarquizarlos yacomodarlos en contextos particulares, lo mismo tendra que hacerse en un mundo gobernado

    por consideraciones derivadas del argumento general de la justicia democrtica. Acepto quedecir esto no es resolver ninguna tensin en concreto, pero quizs indique los lmites de lo quees razonable esperar de una formulacin general de principios.Una objecin distinta al carcter internamente complejo de la justicia democrtica consiste ensealar que sta es innecesariamente compleja. Mi idea de que la libertad de oponerse a losresultados de las decisiones colectivas no se deriva de derechos a una participacin incluyente

    podra aceptarse; pero, si aquella libertad se valora con independencia de si las decisiones fuerono no tomadas democrticamente, por qu valorar los procesos de decisin democrticos? Mi

    respuesta a esta cuestin es que, aunque la participacin incluyente y la libertad de oponerse sonvaliosas con independencia una de otra, las formas en que se ejercen no carecen de implicacionesmutuas. Propongo, en concreto, la siguiente regla: cuanto ms democrticamente se comportenen la victoria quienes ganan batallas sobre decisiones colectivas, mayor es la obligacin de losvencidos de garantizar que su oposicin sea leal y no desleal, y viceversa. Seguir procesos deconsulta

    ________________________574 (1983), donde sostuvo que el gobierno federal puede negar legtimamente la exencin de impuestos ainstituciones que por lo dems tendran derecho a ella, pero que estaban implicadas en la discriminacin racial.

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    41Para un til resumen de la literatura reciente, vase Henry Hansman, When Does Worker Ownership Work?,

    Yale Law Journal, 99 (Junio 1990): 1749-816.

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    incluyente, escuchar de verdad, plantearse de buena fe cmo mitigar los efectos externos de lasdecisiones, y estar dispuestos a considerar soluciones alternativas, son todas ellas frmulas quecontribuyen a edificar la legitimidad de la toma democrtica de decisiones, y deben serlo. Del

    mismo modo, sus opuestos alimentan el cinismo y la desconfianza en el lado de los perdedores,lo cual erosiona la democracia en modos predecibles. Al vincular la obligacin de los perdedoresde practicar una oposicin leal con el grado en que se comporten democrticamente quienesestn en el poder, se recuerda a los protagonistas de ambos bandos la imperfeccin de las reglasque les han llevado tanto a la victoria como a la derrota. Adems, si ambas obligaciones sevinculan entre s, tanto los vencedores como los perdedores tienen incentivos para buscarmecanismos que puedan disminuir las distancias entre ellos.

    Transacciones entre la justicia democrtica y otros bienes

    Surgen fuentes adicionales de tensin debido a que mi argumento parte de la premisa de

    que la democracia es un bien condicionado, subordinado a las actividades cuya persecucinregula. Esto significa que puede haber, y que muy probablemente habr, tensiones entre lasexigencias de la justicia democrtica y las actividades que sta pretende condicionar. En el casolmite, habr actividades que operen en plena contradiccin con los principios que he descrito.Aparte del caso de las relaciones paterno-filiales, a las que ya he prestado antes alguna atencin,hay equipos de ftbol, ejrcitos, y muchas otras formas organizativas, cuyos objetivos parecenresistirse al gobierno democrtico. No hay duda de que siempre es posible cuestionar la idea deque estas formas organizativas tienen que ser necesariamente antidemocrticas; y, como indicala rica literatura acerca del gobierno de las empresas, debemos estar siempre abiertos a

    posibilidades creativas de direccin democrtica de instituciones que parecen inherentementeantidemocrticas41. No obstante, siempre debemos afrontar la posibilidad de que haya

    circunstancias en las cuales existan inevitables transacciones entre el control democrtico y lapersecucin de un determinado bien, sea ste la organizacin de los servicios de inteligenciamilitar, la direccin de un equipo deportivo profesional, y otras actividades valiosas.

    Una respuesta es tratar este tipo de transacciones del mismo modo en que se manejan lastensiones internas a la justicia democrtic