Elementos Que Contribuyeron Para La Revolucion Francesa

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ELEMENTOS QUE CONTRIBUYERON PARA LA REVOLUCION FRANCESA Se han dado las más diversas interpretaciones acerca de sus orígenes y significado, aunque pueden sintetizarse en tres: Los historiadores que consideran la Ilustración como el elemento desencadenante de la revolución; los que presentan a ésta como una consecuencia directa del desfase de la evolución de las estructuras económicas y la organización socio-política; y los que dan una explicación pluralista. Siguiendo esta última tendencia, podemos decir que la revolución francesa fue el resultado de: - Una preparación ideológica. A lo largo del siglo XVIII las ideas de la Ilustración fueron penetrando en algunas capas de la sociedad francesa, lentamente hasta 1770, más rápido a partir de esta fecha, no porque se hubieran derogado las leyes que obstaculizaban la difusión de las obras subversivas, sino porque la policía y las autoridades se mostraron menos rígidas en el cumplimiento de su deber. El pensamiento de los filósofos ilustrados no sólo se conoció de una manera directa con la lectura de sus obras, privilegio éste de las clases más ricas, sino también a través de las discusiones, análisis, a veces deformantes, que se hicieron de ellas en los cafés, los clubes, las sociedades literarias y en las academias. De una forma u otra, las demoledoras críticas a la Iglesia de Voltaire, las teorías políticas de Montesquieu, Rosseau y Raynal, o los reproches de Sièyes a la estructura social, entre otros, cada vez encontraron más adeptos entre la nobleza, la burguesía comerciante y financiera, y en algunos sectores eclesiásticos, especialmente entre el clero regular. Igualmente influyó en ellos la revolución americana: la estancia de Franklin en París, los voluntarios franceses que fueron a Norteamérica y la declaración de independencia fueron algunos factores que contribuyeron difundir el ideal revolucionario.

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ELEMENTOS QUE CONTRIBUYERON PARA LA REVOLUCION FRANCESA

Se han dado las más diversas interpretaciones acerca de sus orígenes y significado, aunque pueden sintetizarse en tres: Los historiadores que consideran la Ilustración como el elemento desencadenante de la revolución; los que presentan a ésta como una consecuencia directa del desfase de la evolución de las estructuras económicas y la organización socio-política; y los que dan una explicación pluralista. Siguiendo esta última tendencia, podemos decir que la revolución francesa fue el resultado de:

- Una preparación ideológica. A lo largo del siglo XVIII las ideas de la Ilustración fueron penetrando en algunas capas de la sociedad francesa, lentamente hasta 1770, más rápido a partir de esta fecha, no porque se hubieran derogado las leyes que obstaculizaban la difusión de las obras subversivas, sino porque la policía y las autoridades se mostraron menos rígidas en el cumplimiento de su deber. El pensamiento de los filósofos ilustrados no sólo se conoció de una manera directa con la lectura de sus obras, privilegio éste de las clases más ricas, sino también a través de las discusiones, análisis, a veces deformantes, que se hicieron de ellas en los cafés, los clubes, las sociedades literarias y en las academias. De una forma u otra, las demoledoras críticas a la Iglesia de Voltaire, las teorías políticas de Montesquieu, Rosseau y Raynal, o los reproches de Sièyes a la estructura social, entre otros, cada vez encontraron más adeptos entre la nobleza, la burguesía comerciante y financiera, y en algunos sectores eclesiásticos, especialmente entre el clero regular. Igualmente influyó en ellos la revolución americana: la estancia de Franklin en París, los voluntarios franceses que fueron a Norteamérica y la declaración de independencia fueron algunos factores que contribuyeron difundir el ideal revolucionario.

- Una estructura anacrónica social, con fuertes desequilibrios. La sociedad francesa estaba jerarquizada y dividida en los tres estamentos tradicionales. El clero era el primer estamento, tanto por la riqueza territorial como por su organización política. Poseía numerosos inmuebles urbanos y el 10% de las superficies agrícolas, proporción importante si se tiene en cuenta que únicamente representaba el 0,5% de la población. Cobraba el diezmo, que recaía sobre todas las tierras y que, aunque variaba según las regiones y las recolecciones, según Labrousse, equivalía al 7,5% de la cosecha bruta. A esto hay que añadir, los derechos señoriales que percibía de los señoríos eclesiásticos; lo que significaba que disponía de una gran parte de la cosecha negociable, beneficiándose de la continua subida de precios a lo largo del siglo. En cambio, tenía total inmunidad fiscal y se limitaba a votar una contribución voluntaria para subvenir a las cargas del Estado, el don gratuito. Esta enorme riqueza estaba en manos del alto clero; los párrocos vivían prácticamente en la miseria. A finales del siglo XVIII atravesaba una fuerte crisis, debida a la falta de vocación y a la relajación de costumbres, particularmente el clero regular.

La nobleza era el otro estamento privilegiado. Estaba dividida en diferentes categorías: nobleza de la corte, nobleza provinciana y nobleza de toga. Tenía numerosos privilegios

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honoríficos, económicos y una amplia inmunidad fiscal. Representaba menos del 2% de la población sin embargo poseía un 25% de las tierras y la mayor parte de los señoríos.

El tercer estado representaba a la inmensa mayoría de la nación. Existía una gran diversidad social, que iba desde la alta burguesía hasta los campesinos y los obreros de las ciudades. Lo único que les unía era su oposición a los privilegios de la aristocracia y la reivindicación de igualdad civil. La burguesía era el grupo más influyente y poderoso del estado llano. Se encontraba en pleno ascenso social y se había enriquecido por el auge del comercio y de la actividad manufacturera. Pretende también el poder político, pero encuentra que la aristocracia le cierra el paso a todos los altos cargos del gobierno y de la administración. Los obreros formaban en las ciudades una gran masa popular que veía como su poder adquisitivo se desmoronaba rápidamente por la inflación. Sus iras se dirigirán contra la aristocracia, los acaparadores y contra la política del gobierno.

Los campesinos constituían la principal fuerza productiva del país. De los 26 millones de habitantes que contaba Francia en vísperas de la revolución, 20 eran campesinos. Su propiedad rústica significaba el 35% del total. La mayor parte de los labriegos tenían que cultivar las tierras de la nobleza, de la iglesia y de la burguesía.

Hay que tener en cuenta que un gran número de los agricultores propietarios de tierras tenían que vender su trabajo porque los rendimientos agrícolas eran muy bajos. Sobre los campesinos recaía un enorme peso fiscal. Eran los únicos que tenían que pagar todos los impuestos reales, tanto directos como indirectos, pero además tenían que abonar el diezmo a la Iglesia y los derechos señoriales. El señor en su feudo tenía una serie de privilegios: unos eran puramente honoríficos, otros afectaban a las personas que allí vivían, otros pesaban sobre las tierras; eran los censos o rentas que los campesinos debían pagar anualmente en dinero o especie. Tenía determinados monopolios, como el de caza y pesca. Podía imponer tributos eventuales que recaían sobre las transmisiones hereditarias y sobre las enajenaciones. La hostilidad al régimen señorial y el deseo de poseer tierras serán los motores que moverán a los campesinos a participar activamente en el proceso revolucionario.

Una crisis política e institucional. A finales del siglo XVIII la debilidad de la monarquía y la crisis del Estado francés eran evidentes. El rey tenía un carácter divino y absoluto. Gobernaba sin los Estados Generales, que no se habían reunido desde 1614. La administración central se caracterizaba por el desorden. No existía un consejo de ministros que unificara la acción gubernamental. La división provincial era muy desigual. Las circunscripciones judiciales, militares, financieras y religiosas se superponían y se obstruían unas a otras. Las leyes eran diferentes según las regiones, el estamento social e incluso según la profesión del encausado. A la mayor parte de los cargos judiciales se accedía por compra o por herencia. El sistema fiscal era injusto y desigual. Los impuestos directos

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recaían en los plebeyos. El clero tenía total inmunidad fiscal. La nobleza e incluso algunos sectores de la burguesía estaban exentos de buena parte de ellos. Los impuestos indirectos afectaban también a los más pobres.

Una grave crisis económica y grave déficit económico del Estado. En 1787 se inició una crisis cíclica que alcanzó su cenit en 1789 y que atacó a una economía muy debilitada por crisis anteriores. En 1788 la producción de cereales se vio seriamente afectada por las condiciones meteorológicas. También fue mala la cosecha de 1789. El precio del trigo y del centeno experimentó un fuerte incremento. Se produjo una verdadera crisis de subsistencias. El poder adquisitivo de las clases populares se contrajo bruscamente, afectando a la industria y al comercio exterior de cereales. A esto hay que añadir el grave déficit económico del Estado francés. El problema era crónico, pero ahora se veía agravado por su participación en la guerra de independencia norteamericana.

LA REVOLUCIÓN FRANCESA

En la historia del mundo contemporáneo, la revolución francesa significó el tránsito de la sociedad estamental, heredera del feudalismo, a la sociedad capitalista, basada en una economía de mercado. La burguesía, consciente de su papel preponderante en la vida económica, desplazó del poder a la aristocracia y a la monarquía absoluta. Los revolucionarios franceses no sólo crearon un nuevo modelo de sociedad y de estado, sino que difundieron un nuevo modo de pensar por la mayor parte del mundo.

La revolución francesa se encuadra dentro del ciclo de transformaciones políticas y económicas que marcaron el fin de la edad moderna y el comienzo de la edad contemporánea. La independencia de los Estados Unidos y el desarrollo de la revolución industrial, iniciada en la Gran Bretaña, son los otros dos grandes procesos que señalan esta transición histórica.

Causas e inicios de la revolución

La crisis de la sociedad del llamado antiguo régimen constituyó uno de los principales detonantes del estallido revolucionario. La sociedad francesa estaba dividida en tres estamentos o estados: el primero de ellos estaba constituido por el clero, el segundo por la nobleza y el tercero por el resto de la población, el tercer estado, en el que se integraban desde los grandes comerciantes y banqueros hasta los campesinos más depauperados. Los miembros del tercer estado, cada vez más instruidos, recibieron la influencia de los

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pensadores y filósofos ilustrados que, como el barón de Montesquieu y Jean-Jacques Rousseau, pretendían realizar un cambio en la estructura social.

Por una parte, los burgueses aspiraban a incrementar su participación en el gobierno y reducir los privilegios aristocráticos en relación con el derecho de propiedad. Por otra, las clases populares mostraban creciente descontento ante la subida de los precios y la presión ejercida por la nobleza y el clero con respecto a la recaudación de tributos y diezmos.

La monarquía absoluta se mostraba incapaz de satisfacer las necesidades de una sociedad en plena expansión. Los cargos públicos se vendían y la administración no era uniforme para todo el país.

Además, el reino pasaba por una grave crisis financiera, debido a las numerosas deudas contraídas para sufragar los gastos ocasionados por su participación en la guerra de la independencia estadounidense. La necesidad de obtener recursos para financiar las deudas movió a algunos ministros de Luis XVI a intentar una modificación del sistema de impuestos. El ministro de hacienda, Jacques Necker, pretendió extender el pago de tributos a las clases privilegiadas, por lo que fuedestituido. Su sucesor en el ministerio, Charles-Alexandre de Calonne, propuso ciertas reformas encaminadas al establecimiento de un impuesto general aplicable a la nobleza.

Para hacer sus ideas realidad, Calonne convocó una asamblea de notables en la que su proyecto fue rechazado; esto provocó su inmediata sustitución en el cargo por Loménie de Brienne, quien mantuvo la proposición de su antecesor. La asamblea de notables volvió a rechazarla e instó a la convocatoria de los Estados Generales, asamblea de los tres estamentos que no se reunía desde hacía más de un siglo.

El propio rey y Brienne intentaron oponerse al deseo del consejo, lo que provocó un descontento general. Luis XVI se vio obligado a convocar los Estados Generales para el 5 de mayo de 1789. La nobleza pretendía mediante esta convocatoria convertirse en la fuerza política de mayor poder en Francia y controlar a los restantes estamentos. Sin embargo, los Estados Generales, convocados en un ambiente de creciente crisis social y económica, catalizaron los deseos de cambio de la población francesa. En los cahiers de doléances (cuadernos de quejas), los distintos grupos sociales expresaron sus intereses y preocupaciones: la nobleza y el clero manifestaron su conservadurismo, mientras que la burguesía, los trabajadores urbanos, los labradores y los campesinos hacían notar su disconformidad frente a los privilegios aristocráticos y el poder absoluto de la monarquía. En 1788, ante el agravamiento de la crisis económica, el rey había vuelto a solicitar los servicios de Necker, quien consiguió aumentar el número de representantes del tercer estado.

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El Parlamento de París decidió que las votaciones que se realizaran en la reunión de los Estados Generales no debían ser nominales, sino estamentales, esto es, que cada estamento había de votar por separado. De este modo, nobleza y clero, si actuaban de concierto, siempre derrotarían las propuestas del tercer estado. Este acuerdo de París suscitó la desconfianza del tercer estado, que se revolvió contra las pretensiones de la nobleza; desde entonces, y pese a que en un principio apoyaron a los nobles en su lucha contra el gobierno de Luis XVI, burgueses, trabajadores urbanos y campesinos pasaron a convertirse en enemigos encarnizados de los estamentos más altos de la sociedad.

La toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, fue el acto revolucionario que se convirtió en el símbolo histórico del fin de la monarquía francesa.

La fase moderada de la revolución (1789-1791)

El 5 de mayo se reunieron los Estados Generales en

Versalles. Los miembros del tercer estado instaron a que se votara por individuos y no por estamentos, a lo que se opusieron el clero y la nobleza. El 20 de junio, los representantes del pueblo se reunieron en la sala del Juego de Pelota, y el 9 de julio formaron una Asamblea Constituyente.

La agitación social se recrudeció cuando el rey concentró fuertes efectivos militares cerca de Versalles con la intención de disolver la Asamblea. En París, burgueses y obreros

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hicieron acopio de armas y el 14 de julio tomaron la prisión de la Bastilla, símbolo de la opresión política del antiguo régimen. Se disolvió el ejército monárquico y el marqués de Lafayette organizó la guardia nacional, fuerza armada de la revolución.

Mientras estos sucesos ocurrían en París, en las zonas rurales los campesinos actuaban en contra del régimen señorial y atacaban a los propietarios de la tierra, desencadenando lo que se conoce con el nombre de "gran miedo".

La Asamblea Constituyente declaró (4 de agosto de 1789) abolidos los derechos señoriales y los diezmos y promulgó (26 de agosto) la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. El imperio de la ley, la igualdad y libertad de los hombres y la soberanía nacional fueron los postulados capitales de la declaración: libertad, igualdad y fraternidad fueron las consignas que adoptó la revolución francesa desde que se sancionó la declaración.

Surgieron nuevos conflictos cuando la Asamblea promulgó la constitución civil del clero, por la que los sacerdotes se convertían en funcionarios del estado. Al mismo tiempo, se debatía entre conceder la dirección del estado al rey o bien destituirlo y optar por una forma republicana de gobierno. Ante esta situación, Luis XVI decidió huir a Metz, pero tras ser detenido en la noche del 20 de junio de 1791 en Varennes fue conducido a París.

Estos sucesos tuvieron como consecuencia la división de la Asamblea en dos facciones opuestas: la de los girondinos (republicanos) y monárquicos moderados, y la de los jacobinos, que representaban el ala radical de la revolución.

La Asamblea proclamó el 3 de septiembre de 1791 la nueva constitución de Francia, en la que se recogían los postulados clásicos del liberalismo. La división de poderes implicaba la limitación del poder monárquico por la ley y por la Asamblea, representante de la voluntad soberana de la nación. La administración de justicia, por otra parte, quedaba sometida directamente al estado, con lo que se acababan las jurisdicciones señoriales. La propiedad, definida como derecho fundamental e inviolable, determinaba la división de los ciudadanos en activos (propietarios, con derecho a voto) y pasivos (el llamado cuarto estado, o clases trabajadoras).

Tras la promulgación de la constitución, la Asamblea Constituyente se disolvió y se convocó la elección de la Asamblea Legislativa, reunida por primera vez en octubre de 1791.

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Reunión del Comité de Salvación Pública,creado por los montañeses para hacer frente a la contrarrevolución, en un cuadro de

Eustache Le Sueur. (Museo Carnavalet, París)

La radicalización de la revolución (1792-1795)

Los gobiernos europeos comenzaron a preocuparse por los acontecimientos que tenían lugar en Francia. El temor a que se produjera una expansión de las ideas revolucionarias incitó a los países vecinos a declarar la guerra al estado nacido de la revolución en Francia.

Luis XVI deseaba que estallara la guerra para volver a la antigua situación, por lo que los revolucionarios, instigados ahora por líderes radicales como Maximilien de Robespierre, Georges-Jacques Danton y Jean-Paul Marat, decidieron emprender una nueva lucha en la que la eliminación del rey se convirtió en el principal objetivo.

En abril de 1792 se declaró la guerra a Austria, y en agosto los jacobinos y los hebertistas (seguidores de Jacques-René Hébert, líder de las masas populares parisienses, los sans-culottes) asaltaron el palacio de las Tullerías. A continuación se proclamó un nuevo gobierno popular en París, la Comuna, y el 20 de septiembre se constituyó la Convención Nacional.

La primera decisión de la Convención consistió en abolir la monarquía e instaurar la república, que se vio reforzada en su nacimiento cuando el ejército francés consiguió una victoria sobre las tropas invasoras europeas. La nueva institución nació dividida: por un lado, los girondinos o de la llanura representaban a la gran burguesía y, por otro, los

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montañeses o jacobinos eran apoyados por la pequeña burguesía y las clases populares (sans-culottes).

El 21 de enero de 1793, la Convención ordenó la ejecución de Luis XVI y de su esposa, María Antonieta.

La decapitación del rey dividió aún más a la Convención: unos eran acusados de antirrevolucionarios y los otros de regicidas. Empezaron a manifestarse síntomas de crisis en toda Francia; en París, los sans-culottes detuvieron a los dirigentes girondinos, mientras en algunas ciudades como Lyon o Marsella, pero sobre todo en la región de Vendée, se produjeron levantamientos contra el régimen revolucionario.

Para defender la revolución, los jacobinos organizaron un Comité de Salvación Pública, entre cuyos miembros destacaron Danton, Louis-Antoine-Léon de Saint-Just y Robespierre, quien pretendió llevar a cabo un programa democrático de gobierno, impedir la extensión de las ideas contrarrevolucionarias y finalizar la guerra con Europa.

La suspensión de la constitución el 10 de octubre de 1793 marcó el inicio del período del terror. El Comité de Seguridad General contó con el apoyo de tribunales populares y grupos de ciudadanos para investigar y perseguir las actividades contrarias a la revolución. Proliferaron las ejecuciones de aristócratas, monárquicos y contrarrevolucionarios, pero también cayeron muchos de los que habían participado en el movimiento patriótico, entre ellos, numerosos girondinos miembros incluso de la Convención.

El Comité de Salvación adquirió el poder de hecho; en realidad fue este organismo y no la Convención el que dirigió la política de Francia en esta etapa. El Comité sancionó una constitución en la que se reconoció el sufragio universal masculino, se acabó con todo vestigio de privilegio y se promovieron medidas económicas en apoyo de los más desfavorecidos.

El grupo radical de Hébert orientó inicialmente la política del terror. Los hebertistas influyeron en la creación de un nuevo calendario revolucionario, en el que quedaron abolidos todos los nombres de inspiración religiosa, en la instauración del culto a la diosa Razón, consagrado en Notre-Dame, la catedral de París, y en las campañas de descristianización de las zonas rurales. En marzo de 1794, Robespierre hizo guillotinar a los representantes de esta extremada posición y eliminó a los elementos más radicales de la Comuna de París, sustituyéndolos por hombres fieles a su persona. Debido a esta acción, Robespierre fue acusado de traicionar el espíritu revolucionario, por lo que decidió emprender acciones violentas contra los jacobinos moderados, como Danton, que fue condenado también a morir en la guillotina.

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Mientras tanto, el ejército de la Francia revolucionaria obtenía grandes éxitos en los campos de batalla. Robespierre, abandonado por la derecha y por la izquierda, fue destituido y ejecutado el 27 de julio de 1794 (9 de termidor, según el calendario revolucionario), con lo que se inauguró la reacción termidoriana. La Convención volvió a predominar sobre el Comité de Salvación Pública y la Comuna de París y proclamó, a finales de 1795, la Constitución del año III, que incluía la separación entre los poderes ejecutivo y legislativo. La Convención termidoriana tuvo que hacer frente tanto a los realistas, que realizaron un desembarco en la bahía de

Quiberon, como a los jacobinos de París.

El giro moderado: el Directorio (1795-1799)

El cambio en la dirección de la revolución vino de la mano de los sectores burgueses más próximos al pensamiento conservador. La constitución dividió el poder legislativo en dos cámaras; por un lado, la cámara baja o Consejo de los Quinientos, y por otro, la cámara alta o Consejo de Ancianos, que en sesiones extraordinarias elegían a los cinco miembros del Directorio, órgano encargado del poder ejecutivo.

El Directorio continuó la lucha contra monárquicos y radicales. Un nuevo levantamiento en la Vendée y en París obligó a intervenir al ejército, entre cuyos generales comenzaba a destacar Napoleón Bonaparte. Mientras tanto, el sector radical, encabezado por François-Noël Babeuf, organizó en mayo de 1797 la llamada conspiración de los iguales, que fracasó en su intento de tomar el poder y frenar el giro conservador que tomaba la revolución.

Pese a la represión llevada a cabo por las fuerzas de Napoleón, se sucedieron intentos de golpe de estado por parte de diversas facciones. El 4 de septiembre de 1797 (18 de fructidor), Bonaparte apoyó un golpe que convirtió al Directorio en un gobierno dictatorial del que fueron excluidos los moderados y los monárquicos.

La guerra contra los estados europeos, dirigida ahora por Napoleón, desembocó en soluciones de compromiso, y se firmó la paz con algunos estados que incluso imitaron el modelo de la república francesa, como en los casos de Roma y Génova. Sin embargo, en 1799, Austria, Rusia y la Gran Bretaña formaron una coalición antifrancesa (la segunda). En Francia, la inestabilidad social y política y las derrotas militares convencieron a Napoleón de la necesidad de instaurar un gobierno fuerte. El 9 de noviembre (18 de brumario) de 1799 protagonizó un golpe de estado por el que el poder ejecutivo pasó a un Consulado. La revolución había terminado, aunque las ideas y transformaciones políticas de la época revolucionaria serían difundidas posteriormente por los ejércitos napoleónicos.