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    La discusin sobre el barroco se presenta

    inmediatamente, en su profusa bibliografa,

    como una arena de controversias sin n en el

    cual ninguno de los contendientes consigue

    aanzar un terreno, y cada vez que alguien

    se propone intervenir en las querellas, ha de

    intentarlo como si comenzara desde cero.

    Por ms perspicaz y aguda que sea su pala-

    bra, no consigue marcar hitos, conmover ni

    congurar un estado de cosas duradero. No

    deja de ser embarazoso para el investigador

    eciente una circunstancia como esa, en la

    que cuenta, por una parte con una densa

    capa de publicaciones, y experimenta, al

    mismo tiempo, que ese caudal de antece-

    dentes, que no puede omitir, lo deja sin

    criterios que disciernan las hiptesis des-

    cartadas de las que persisten como vlidas;

    lo que es un adelanto o novedad, de lo que

    ya es obsolescente o naive. Todo le ocurre

    cual si se encontrara a las puertas de una

    travesa teniendo como nico equipaje un

    libro de arena. En los territorios del barroco

    pareciera no haber trazas de cielo despejado

    para el llogo eciente, sino ms bien el

    nublado contemplativo del melanclico. El

    panorama le advierte que el tiempo transcu-

    rrido y por transcurrir, las energas gastadas

    y por gastar, lo internarn indenidamente

    en La biblioteca de Babel, en cuyos pliegues

    nitos de innita predicabilidad, poco a

    El giro barroco. De G. Deleuze a W. Benjamin

    Willy ThayerUniversidad Metropolitana

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    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    poco se encontrar perdido, sospechando

    que sus lances y apuestas no forjarn capital

    alguno, y que en lo eclctico del espectculo,

    al cual se suma ahora su propia iniciativa,

    nada es ms, como dicen los escpticos,

    y las posiciones, en su tensin, se vuelven

    equivalentes.

    En lo que al barroco se reere, no parece

    posible un golpe a la ctedra, un corte sig-

    nicativo, porque de inmediato ese corte

    se pliega como vericueto en la espesura. La

    inestabilidad y contrariedad de las inexio-

    nes amenaza convertir el campo entero en

    un espacio muerto, porque cuando se llega

    al extremo de incluir en un mismo asunto

    fenmenos de tanta disparidad, materiales

    tan mviles y heterogneos, lo que se

    genera ya no es una tensin, sino una in-

    congruencia inerte.1

    Respecto del barroco, ms que un campo de

    saber constituido, parece regir el no-saber,

    un clima ms apto para la escritura que para

    el conocimiento, porque es propio de la

    escritura, detenerse y comenzar, desde el

    principio en cada frase2.

    Pero no todo sera tan estrafalario. En el

    captulo primero de su libro Barroco y

    Amrica Latina: un itinerario inconcluso3,

    Carmen Bustillo nos ilusiona con que al

    menos en cuanto a los lmites cronolgi-

    cos de la poca barroca, las discrepancias

    no suponen una diferencia efectiva.4 La

    misma autora indica, sin embargo, que una

    historia accidentada5 habra desdibujado

    los contornos del concepto.6 De ser as, la

    pretendida estabilidad cronolgica de los

    hechos se desbarata. Porque cmo iban

    a reunirse los hechos barrocos sin tener

    de antemano el concepto que permita re-

    conocerlos como tales, sobre todo si estos

    ltimos slo resultan ser barrocos en la

    medida en que se ajustan al concepto que

    as los determina? La pretensin de una

    estabilidad en los hechos y en las cronolo-

    gas, conjuntamente con el reconocimiento

    de la inestabilidad en el concepto, no sera

    convincente en cuanto la una pende de la

    otra, y viceversa.

    Las observaciones de Bustillo son de utilidad

    si las consideramos lateralmente, no en lo

    que dicen, sino en lo que hacen cuando

    dicen lo que dicen. Y eso que hacen cuando

    dicen lo que dicen, es distinguir un barro-

    co histrico y cronolgico de un barroco

    estructural o conceptual. La bibliografa

    crtica y erudita sobre el barroco, a la que

    se tiene amplio acceso en su libro7, opera

    implcita y explcitamente en el doble sen-

    tido de lo fctico y de lo conceptual, de los

    prejuicios de la clasicacin cronolgica,

    por una parte, y de la valoracin esttica,

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    por otra. La abundancia ingobernable de

    posicionamientos as como Bustillo nos la

    presenta8, pareciera encontrar en esta opo-

    sicin entre lo cronolgico y lo conceptual,

    sus mareas estructurales de movimiento;

    mareas que alimentan la combinacin de lo

    histrico y lo trascendental, sea como una

    historia trascendental de lo emprico (segn

    nos lo sugiere nuestra autora9; o como una

    historia fctica de lo trascendental).

    Si esto es as, no debera ser imposible esta-

    blecer unos ejes ordenadores de esta arena de

    discusin, tomando como gua la diferencia

    de lo histrico y lo conceptual, advirtiendo

    en cada caso el grado de inclinacin hacia

    uno u otro polo como determinacin de

    ltima instancia.

    Tener un concepto de algo quiere decir,

    tradicionalmente, contar con un saber

    determinado sobre algo determinado. De

    modo que si s lo que busco, si reconozco

    lo que encuentro, si entiendo lo que digo

    cuando expreso algo con palabras es porque

    tengo un concepto de lo que mis palabras

    signican.10 El concepto constituye la ob-

    jetividad del objeto, el articio objetivo que

    recorta su comprehensin y su extensin, su

    denotacin y connotacin, como dicen los

    lgicos. La cantidad de individuos y especies

    que subsume bajo su unidad es proporcio-

    nalmente inversa a los predicados que lo

    cualican. De ah que el ms universal y

    extenso de los conceptos (ser) resulta, a la

    vez, el ms vaco y vago, y no puede determi-

    narse con ninguna propiedad que no evoque

    lo homogneo, idntico, simple, continuo,

    indeterminado, insignicante, y cosas de ese

    tipo. La extensin o universalidad clsica

    del concepto, avanza por igualacin de lo

    desigual.11

    Pero en el caso del barroco las cosas se

    enrarecen. Contrariando la regla clsica

    que seala que a mayor comprehensin

    o denotacin de un concepto, menor es

    su extensin o connotacin, en el barroco

    la connotacin o extensin del concepto

    sera directamente proporcional a su com-

    prehensin y denotacin, lo que conduce

    a la fragmentacin de su identidad. Y por

    ms que se esmeren las clasicaciones en

    lograr una articulacin estable, slo subra-

    yarn la discontinuidad. Si atendemos a

    las caracterizaciones del barroco segn la

    bibliografa que referimos, nos hundimos

    en una miscelnea exuberante que amenaza

    con lo inconceptuable: coincidencia de los

    opuestos, caracteres absolutamente hete-

    rogneos, aplicables a perodos distintos,

    elaboracin cerebral, agudeza y paradoja,

    apoteosis del articio, imaginera fantas-

    magrica, desborde de las emociones,

    El giro barroco / Willy Thayer

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    capricho y bizarrera, expresin de lo

    ocenico y pantesta, espiritualizacin que

    se sobrepone a la materia, extrema arma-

    cin de la trascendencia y el revulsivo nfasis

    en el ms ac, conversin de lo nito en

    innito, culto a lo inacabado, compla-

    cencia en los preparativos interminables, los

    rodeos y diferimientos, soltura expresiva

    y obturacin, contenido plutnico que va

    contra las formas como contra un paredn;

    chorreada de ornamentacin sin tregua ni

    parntesis espacial libre, tendencia a lo

    laberntico, etc.

    Si enfocamos ahora la facticidad que conno-

    ta, no ocurre algo diferente. Puede incluirse

    en el barroco interminables particularismos

    distantes en el espacio y en el tiempo; como

    si el mundo fuera una gran plaza barroca, y

    sus lmites, que tienden a la ilimitacin, lo

    fueran tambin: cuando en lo que va del

    siglo, la palabra empez... a valorarse como

    manifestacin estilstica que domin durante

    doscientos aos el terreno artstico... se am-

    pli tanto la extensin de sus dominios, que

    abarcaba los ejercicios de Loyola, la pintura

    de Rembrandt y el Greco, las estas de Ru-

    bens y el ascetismo de Felipe de Champagne,

    la fuga bachiana, un barroco fro y un barroco

    brillante, la matemtica de Leibniz, la tica

    de Spinoza... los intentos de falansterio, los

    de paraso realizados por los jesuitas en el

    Paraguay; y hasta algn crtico excedindose

    en esa generalizacin armaba que la tierra

    era clsica y el mar barroco... que los barrocos

    galeones hispanos recorran un mar teido

    por una tinta igualmente barroca.12 Deleu-

    ze lo extiende hasta los grandes pintores

    barrocos modernos, de Paul Klee a Fautrier

    y Betancourt.13 Benjamin lo lleva hasta los

    egipcios. A la larga dice Benjamin no ha

    sido posible mantener oculta la precariedad

    del concepto barroco para reunir fenmenos

    que se resisten en toda la lnea a la intencio-

    nalidad general del concepto.14 No ha sido

    posible mantener oculta la precariedad del

    concepto para erigirse como tal sin extender

    arbitrariamente su comprehensin o deno-

    tacin. Cuando los llogos, movidos por

    la intencin de sistematizarlo, se prometen

    acotar el barroco como un gnero, se ven

    obligados a inventar un concepto auxiliar,

    poniendo nfasis, ms que en las diferen-

    cias, en ciertas peculiaridades que aparecen

    semejantes o coincidentes.15 Conforman

    as el concepto mediante la igualacin de

    lo desigual. Conceptos como el barroco,

    resultaran arbitrarios porque coneren a un

    conglomerado de fenmenos con su varie-

    dad de fuentes, su multiplicidad de formas y

    su pluralidad espiritual, la apariencia de una

    unidad esencial: el indestructible hombre

    del renacimiento... tiene as su contrapartida

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    negativa en el hombre gtico, que desempea

    hoy un papel perturbador y pasea su existen-

    cia fantasmal por el universo intelectual de

    importantes historiadores; androides a los

    cuales hay que aadir el hombre barroco del

    que Shakespeare sera un representante.16

    Barroco, por ltimo, es algo que no se lle-

    va bien con la objetividad. Como si abordar

    el barroco con pretensiones de saber, pusiera

    al saber ante su lmite, ante la verdad; como

    si el saber fuera clsico y la verdad barroca,

    y cada vez que este intenta domesticarla, se

    pierde a s mismo, se vuelve barroco.

    Difcilmente podr admitirse el hecho de

    que nociones como Renacimiento o Barroco

    sean capaces de dominar conceptualmente

    el objeto de estudio en cuestin. Y suponer

    que los esfuerzos modernos de comprensin

    de los distintos perodos histricos puedan

    llegar a adquirir validez mediante eventuales

    discusiones polmicas en que las pocas se

    enfrentan a cara descubierta, por as decir-

    lo, equivaldra a ignorar que la naturaleza

    misma del contenido de nuestras fuentes,

    suele estar determinado por intereses ex-

    temporneos...17.

    Los mejores inventores del barroco seala

    Deleuze los mejores comentaristas, han

    dudado sobre la consistencia de la nocin.

    Espantados entonces por la extensin ar-

    bitraria que corra el riesgo de adquirir a

    pesar suyo, asistimos como reaccin, a una

    restriccin del barroco18, a una determina-

    cin de los perodos y de los lugares cada

    vez ms restrictiva, o incluso a la negacin

    radical: el Barroco no ha existido.19 Pero

    es extrao negar la existencia del barroco as

    como se niega la existencia de los unicornios

    o de los elefantes rosa. Sobre todo porque en

    el caso del unicornio el concepto est dado;

    mientras que en el caso del barroco se trata

    de saber si puede inventarse un concepto

    capaz de objetivar alguna existencia.20

    Es fcil hacer que el barroco no exista dice

    Deleuze basta con proponer su concepto21.

    Un concepto de barroco equivale a hierro de

    madera, como se dice. Pero, a la inversa, sin

    concepto barroco tampoco seran posibles,

    como sugeramos, los fenmenos barrocos.

    Cuando hablamos del barroco, entonces, su

    nocin tiende a desestabilizarse sistemtica-

    mente segn el uso, a incluir, transformar

    y transformarse en aquello que se le opone,

    adoptando ms el comportamiento de un

    aleph, de un apeiron o de una mnada, que

    de un concepto. Como si la cosa barroco

    exigiera que su nombre coincidiera con su

    performatividad; como si su nombre debiera

    ser la cosa, su traza, su tejido, su materia, y

    nunca un signicado. Una cosa lacunaria,

    ruinosa, inacabada, siempre incoincidente

    El giro barroco / Willy Thayer

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    consigo misma, discontinua, que incorpora,

    como un pliegue ms de su performance,

    la violencia contra lo ilimitado que la re-

    presentacin impone. La estela que de este

    modo constituye lo barroco sugiere no tener

    opuesto, exponerse sin resistencia, como el

    rey Midas; no en el sentido homogeneizador

    del oro, sino como una instalacin que pro-

    lifera en lo heterclito de la predicabilidad

    material.

    Los intentos de perlar un concepto clsico

    del barroco han comunicado siempre un

    dcit. Tal dcit se alimenta de lo que

    tales investigaciones no abordan en lo que

    s abordan. Lo no abordado en lo abordado,

    lo sealbamos por otra va anteriormente,

    reside en la pre-comprensin del concepto

    en que tales investigaciones se mueven. Y

    con una conciencia de tal pre-comprensin

    apenas distinta de la que unos guerreros

    pintados sobre un lienzo tienen del estilo

    en que la batalla representada se representa.

    Pre-comprensin que opera inercialmente

    cada vez que intentan aquilatar un concepto

    del barroco. Lo que no abordan en lo que

    s abordan es, aunque suene rebuscado, el

    concepto que tienen de concepto: porque

    el clasicismo se dispone de antemano como

    precomprensin dice Benjamin el tenaz

    prejuicio contra el barroco resulta tautol-

    gico.22 Es la primaca atribuida al clasi-

    cismo en cuanto entelequia de la literatura

    barroca la que hace imposible, en general,

    la comprensin de la esencia de esta.23 La

    misma manera de ser del Clasicismo impide

    percibir... el carcter inacabado y fragmen-

    tario de la bella phisis... que es justamente

    el aspecto que la alegora barroca proclama

    con un nfasis sin precedentes.24 Sobre las

    alegoras barrocas pesa, como un veredicto,

    el prejuicio del Clasicismo, el cual consiste,

    para decirlo brevemente, en denunciar la

    forma de expresin representada por la

    alegora en cuanto mero modo de desig-

    nacin.25 El tenaz prejuicio antibarroco

    coloca al Clasicismo en primer plano26,

    como arquitectura del ojo.

    El asunto cobra intensidad porque la pre-

    comprensin de concepto que ah opera

    choca en toda la lnea con un tipo de ma-

    nifestaciones (entre las que se incluyen,

    en un mismo plano, manifestaciones de

    pensamiento) que resisten ser conceptua-

    das, en general. Es esa pre-comprensin

    omnipresente en dichas investigaciones

    la que exige al concepto determinados

    rendimientos para ser aceptado como tal;

    rendimientos que el pretendido concepto de

    barroco nunca satisface. Movindose en las

    exigencias de esa precomprensin, la nica

    valoracin posible respecto del barroco, ha-

    ba de ser peyorativa: bastaba or la palabra

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    barroco y de ella se segua una sucesin de

    negaciones perentorias, alusiones morti-

    cantes27, su sealizacin como anti-estilo,

    hinchazn y corrupcin lingstica...

    lo excesivo carente de esencias verdaderas

    y profundas28... un gtico degenerado

    como lo nombr a veces Worringer. Inclu-

    so en algunos casos se preri ignorar el

    espacio propio del barroco y establecer un

    puente directo entre el Renacimiento y el

    Clasicismo.29 Pero el dcit del concepto,

    ms que del barroco habla de los lmites

    que regulan la pre-comprensin con que se

    lo ha intentado elaborar. En efecto, lo que

    con las desvaloraciones del barroco se co-

    rrobora, antes que un defecto o minusvala

    del barroco, es la reaccin auto-protectiva

    de la precomprensin clsica que, en vez

    de activar una crtica de s como aparato

    de objetivacin, acenta su inercia auto-

    armndose en la misma proporcin en que

    experimenta al barroco como amenaza de su

    condicin. Cosa que difcilmente dejar de

    hacer. Porque dejar de hacerlo es disponerse

    a morir, pasar a otra cosa. Antes que eso:

    inercia, narcisismo primero, autoarmarse

    en un desconocimiento del barroco30,

    una restriccin extrema del ngulo para la

    visin del barroco.31

    Es difcil que tal crtica se active porque lo

    que est en juego es una conicto encar-

    nizado entre dos formas32, una especie de

    guerra de los mundos en que la totalidad

    de la existencia de uno (la del clsico), se

    ve amenazada por la del otro a lo largo y

    ancho de su economa. Cosa que no ocurre

    a la inversa; porque lo barroco no se opone

    simplemente a lo clsico, sino, a la oposicin

    clsico/barroco. Lo que sugiero, sin posibili-

    dad de desarrollarlo, es que sortear el sistema

    clsico de comprensin presupondra eludir

    la diferencia, la oposicin y la jerarqua

    entre lo clsico y lo barroco, deconstruir la

    diferencia metafsica/barroco.

    Lo nico novedoso de esta letana ante el

    sembrado barroco es el hecho de que la

    subjetividad de la cual proviene no logra sos-

    tenerse ante l. Y algo as creo que Benjamin

    nos propone en El origen del drama barroco

    alemn. No por nada ese ensayo comienza

    con una extensa crtica del modo clsico de

    comprender (pre-comprender) el mtodo,

    la deduccin del conocimiento, de las cate-

    goras, del objeto, del funcionamiento del

    concepto, de la representacin, de la idea,

    del smbolo, de la alegora.

    Tal crtica no slo aspira a desmarcarse

    de la matriz clsica de manipulacin del

    barroco que cierra cualquier posibilidad a

    su acceso, sino que intenta poner en vilo

    la comprensin tradicional de acceso a la

    El giro barroco / Willy Thayer

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    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    verdad. Pone en vilo la forma, la esttica

    clsica de la verdad: el mtodo que para

    el conocimiento es un orden que permite

    alcanzar el objeto de la posesin... para

    la verdad consiste en la exposicin de s

    misma. ...Por tanto el mtodo es algo dado

    con ella en cuanto forma.33 Se trata no de

    una nueva forma de abrirse paso hacia el

    barroco, sino ms bien una forma barroca

    de abrirse paso hacia las cosas. Esa maniera

    barroca de exposicin de la verdad, antes

    que apelar a mltiples articios y rdenes

    para objetivarla, se propone neutralizar

    escpticamente los articios, suspender la

    intencionalidad del mtodo, dejar que las

    materias mismas se auto-expongan en su

    inestabilidad y diferencialidad. Ms que

    el paciente trabajo de poner a distancia los

    prejuicios e intenciones, la densa capa de

    mediaciones que automatizan y predeter-

    minan el juicio (como apreciamos en la

    primera de las Meditaciones Metafsicas de

    Descartes, o en la primera parte del Discurso

    del Mtodo) para as, una vez librado de la

    maraa de prejuicios, armarlo y sostenerlo

    en su autonoma, su autora e inmediatez

    autofundada; ms que intentar capturar

    la verdad... como si viniera volando desde

    fuera34 hacindola depender del albedro

    proyectivo del mtodo... de modo coerci-

    tivo... aferrndose a la representacin que

    ste procura... proponiendo esa represen-

    tacin en sustitucin de la verdad, desde el

    imperativo poseerla35, marcndola con

    el carcter de cosa poseda36, y no como

    algo que se auto-maniesta...37, Benjamin

    da pbulo a la densa capa de mediaciones

    materiales, prejuicios, memorias y archivos

    que constituyen el heterclito sedimento

    de la testicacin histrica, del conte-

    nido de verdad que cada cosa, o porcin

    de cosa (sujeto incluido) expresa con y sin

    intencin. La voluntad de objetivar, por lo

    dems, arrebata al lector entusiasmndolo

    por una sola va, sin que este se detenga en

    los momentos de observacin diversos y

    dispersos, no sistematizables, no unica-

    bles en un todo orgnico.38 En el amn

    escptico que hace lugar y tiene lugar

    en esa densa capa de memorias, el juicio

    general es interrumpido, diferido, restado

    innitamente.

    Si la teleologa de la ilustracin vea en la

    felicidad humana el n ltimo de la natu-

    raleza y de la historia39... para el barroco

    la nalidad de la naturaleza estriba en la

    expresin de s misma, expresin que, en

    tanto alegrica, nunca puede coincidir con

    la realizacin histrica de un sentido.40

    Ms que voluntad de saber y de asegurar los

    conocimientos que l mismo hace posibles,

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    el mtodo consistir, para Benjamin, en-

    tonces, en una reivindicacin de los fueros

    de la verdad41, a n de que la verdad se

    manieste como unidad y singularidad no

    es necesario en modo alguno recurrir por

    medio de la ciencia a un proceso deductivo

    sin lagunas. Y, sin embargo, esta coherencia

    exhaustiva es precisamente el nico modo

    en que la lgica del sistema se relaciona

    con la nocin de verdad. Tal clausura siste-

    mtica no tiene que ver con la verdad ms

    que cualquier otra forma de exposicin

    que intente asegurarse la verdad por medio

    de conocimientos y de sus conexiones re-

    cprocas.42 Esta reivindicacin tendr un

    primer signo distintivo en la renuncia al

    curso ininterrumpido de la intencin43,

    por mucho que la intencin sea requerida

    en el proceso de su propia interrupcin. La

    verdad, seala Benjamin, no entra nunca en

    una relacin... intencional ...esta consiste

    en un ser desprovisto de intencin.44 El

    objeto del conocimiento determinado a

    travs de la intencionalidad, no es la verdad.

    Se trata, entonces, como sealamos, de que

    las cosas se expongan por s mismas y de que

    el mtodo desaparezca en ellas, adoptando

    su esttica: el modo adecuado de acercarse

    a la verdad, no es... un intencionar cono-

    ciendo, sino un adentrarse y desaparecer

    en ella.45 Lo conocido no ser as lo que el

    conocimiento y el mtodo producen sino

    aquello que se auto-expone segn el ritmo

    de su expresin. Para ello sobra la voluntad

    de llegar a ciertos resultados. Corresponde

    ms bien seguir el carcter eclctico de la

    auto-manifestacin de la materia contem-

    plada. Y si las cosas se maniestan en innita

    oscilacin, fragmentarias, contradictorias,

    lacunarias, simultneas, opacas, yuxtapues-

    tas, cambiantes, no iguales a s mismas, el

    mtodo seguir su ritmo, su estilo: la cita,

    el mosaico, el collage, la constelacin, el

    montaje, el ensamble, la alegora.

    Y la verdad se maniesta en constelacio-

    nes fragmentarias que slo la violencia

    intencional podra organizar argumental,

    sinttica y sistemticamente. La verdad se va

    sugiriendo indenidamente en las materias

    mismas que constituyen su autoexposicin,

    la autoexposicin de su testicacin histri-

    ca; materias que tienen la cita como escena

    primordial. Y nada precede, nada preside,

    nada procede en la cita.46 La verdad se auto-

    expone fragmentariamente suspendiendo el

    privilegio trascendentalista de una media-

    cin general que acoja tal manifestacin.

    Lejos de intentar una sntesis abarcadora de

    su comprensin, o una denicin extensiva

    que capture su predicabilidad, se tratar

    para Benjamin, de seguir las distintas gra-

    daciones de sentido en la observacin de

    El giro barroco / Willy Thayer

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    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    cada fragmento47 sin aferrarse a ninguna

    corriente, ms bien lejos de muchas y en el

    cruce de varias. Y no hay por qu temer en

    ello una prdida .. tal como no la hay en la

    majestad de los mosaicos, majestad la cual

    perdura a pesar de su despiece en capricho-

    sas partculas.48 Nada podra manifestar

    con ms fuerza el alcance... de la verdad

    que el modo como la contemplacin y el

    mosaico yuxtaponen elementos aislados y

    heterogneos... El valor de los fragmentos

    de pensamiento es tanto mayor cuanto

    menos inmediata resulte su relacin con

    la concepcin bsica correspondiente... La

    relacin entre el trabajo microscpico y la

    magnitud del todo plstico e intelectual

    demuestra cmo el contenido de verdad se

    deja aprender slo mediante la absorcin

    ms minuciosa en los pormenores de un

    contenido fctico.49 En las ruinas de los

    grandes edicios la idea de su proyecto habla

    con ms fuerza que en los edicios.... bien

    conservados.50 El valor de los fragmentos

    de pensamiento es tanto mayor cuanto

    menos inmediata resulta su relacin con la

    concepcin bsica correspondiente.51

    Es comn a las obras literarias de aquel

    perodo acumular fragmentos incesante-

    mente sin un propsito bien denido y el

    adoptar estereotipos con vistas a su realce a

    la espera permanente de un milagro52; tal

    como ser caracterstico del materialismo

    benjaminiano, interesarse por corss, plu-

    meros, peines, avisos publicitarios, fotogra-

    fas viejas, rplicas artesanales de esculturas

    clsicas, botones, cuellos de camisa, modas

    obsolescentes, gasolineras, postes de alum-

    brado, etc. Porque los objetos almacenan, en

    forma cosicada, constelaciones, memorias,

    testicaciones histricas; y es en ellos donde

    hay que enfocar si se trata de elaborar una

    filosofa no teleolgica del tiempo, del

    espacio y de la historia. Es en ellos donde

    anida tambin un potencial de fantasa para

    la transformacin social.

    Sin embargo, la reivindicacin de los fueros

    de la verdad no es equivalente, en Benjamin,

    a la negacin simple del conocimiento o de

    la intencionalidad. No se trata de apartar lo

    conocido para armar una verdad ms all

    del saber o de la intencin. La verdad como

    muerte de la intencin se consigue slo a

    travs de la manifestacin heterclita de las

    intenciones y los conocimientos como una

    de las manifestaciones de la verdad que uye

    en el pilago de aproximaciones y reejos.

    Ms que intentar una sntesis abarcadora de

    su comprensin, se tratar, para Benjamin,

    de abrirse a la fragmentariedad, seguir las

    distintas gradaciones de sentido en la expre-

    sin de un objeto. As expuestas las cosas,

    tejern un paisaje irregular que interrumpe

  • 103

    cualquier interpretacin o mediacin gene-

    ral.53 Y no se trata tampoco de la exposicin

    confusa del material, sino de la exposicin

    clara de la confusin, que es el modo en

    que coexisten las cosas como ciudad, como

    lenguaje, como memoria, como tiempo. Se

    trata tambin, lo indicamos ms arriba, de

    exponer evitando la abstraccin deductiva

    de modo que todo lo fctico ya es teora,

    evitando que los fragmentos se constituyan

    en premisas de un juicio general o nal, o

    en elementos de una composicin acabada.

    Ms que de un juicio nal, se trata del

    nal del juicio; del juicio nal como nal

    del juicio (de la sntesis, de la representa-

    cin, del concepto), como suspensin de

    ste en su sola inminencia, en cada caso o

    fragmento.

    Si ctedra quiere decir silla o asiento, y si

    en el discurso se llama ctedra al enunciado

    que centra o sienta la conversacin que

    unos amigos o estudiosos tienen bajo el

    sombreado de un rbol o de una biblioteca,

    el giro de Benjamin instala condiciones en

    que la verdad slo es posible sin ctedra, sin

    asiento, sin centro, en su descentramiento,

    en la alegora como un grave atentado a la

    paz y el orden de la legalidad artstica, dis-

    cursiva o cientca.54 El origen del drama

    barroco alemn oper el giro barroco como

    interrupcin del giro copernicano y abri la

    diseminacin alegrica como interrupcin

    del imperativo categrico. Con este giro la

    lgica representacional de la mismidad se

    ver desplazada por la lgica expresiva de

    la singularidad. Clsicamente la universa-

    lidad del concepto, decamos, se extiende

    en relacin inversa a su comprehensin. Y

    lo barroco, tal como se nos va presentando,

    se extiende, en cambio, en relacin directa

    a su comprehensin, poniendo en vilo su

    identidad denotativa y connotativa. Esta

    falla de identidad sera propia del barroco.

    Y a ella ha de parecerse, entonces, un con-

    cepto de barroco, cuya universalidad se ex-

    tiende, ya no por igualacin de lo desigual,

    sino por singularizacin y concentracin

    en el menor espacio/tiempo, de la mayor

    cantidad de variedad cualitativa, como la

    mnada: una cifra o inexin nita que

    se presta a la innita predicabilidad. A la

    inversa del concepto clsico, que es una

    unidad que vale para muchos, el concepto

    barroco es lo universal que vale para uno.

    En el barroco el concepto singular es su

    predicabilidad, inconfundible con otra,

    irremplazable; singularidad sostenida por la

    inexin que ocupa en la serie, la historia,

    el mundo del caso. Inexin que lo es, a la

    vez, del universo o de la biblioteca general:

    ...cada mnada expresa todo el universo;

    aunque expresa con mayor claridad lo que

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 104

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    le est inmediatamente asignado: su cuer-

    po.55 Pero como cada cuerpo es afectado

    por aquellos cuerpos con lo que est direc-

    tamente conectado (que no quiere decir

    contiguo), de algn modo siente lo que les

    ocurre a ellos... y siente tambin a travs de

    ellos, ...los que tocan a aquellos con los que

    est inmediatamente conectado, y as... De

    lo que se sigue que esta comunicacin llega

    a cualquier distancia. Y por consiguiente

    que todo cuerpo, desde su posicin, siente

    lo que pasa en el universo; de modo que el

    que viera todo (un meta lector) podra leer

    en cada uno y segn la posicin en que se

    encuentra (que opera como perspectiva

    nica, necesaria respecto de s, pero a la

    vez, contingente e innecesaria respecto de

    cualquier otra) todo lo que pasa, lo que

    ha ocurrido y ocurrir, advirtiendo en el

    presente lo que est alejado tanto segn los

    tiempos como los lugares: symnoia panta.56

    Cada porcin de materia... divisible al

    innito, lo expresa tambin; cada una

    tiene un movimiento (de percepcin y

    expresin) singular, y cada porcin de cada

    porcin... expresa el universo.57 Tal como

    una ciudad contemplada desde diferentes

    lados parece enteramente otra y se halla

    multiplicada segn sus puntos o pliegues.58

    Pero como cada mnada percibe y expresa

    no slo el universo, sino que percibe y

    expresa las percepciones y expresiones del

    universo de las otras mnadas cuyas sombras

    la entretejen, la percepcin y la expresin

    del universo se multiplica por innitos de

    innitos. Y como los cuerpos son ros...

    y estn en ujo perpetuo de percepcin y

    expresin59 la expresin y la percepcin

    no est nunca terminada, sino en proceso

    como un ro.60 Es a esa singularidad, que

    es slo predicabilidad y nunca sustancia,

    lo que Benjamin llama fragmento, o Lei-

    bniz llama Dios, cuyo centro se descentra

    innitamente, en cada mnada; porque al

    estar innitamente y de modo singular en

    cada predicado tiene su centro en todas

    partes... pero su circunferencia en ninguna,

    pues todo le es inmediatamente presente

    sin ningn alejamiento del centro y a la

    vez distante.61

    Singularidad, entonces, se opone a identi-

    dad. Dice ms bien insustituibilidad como

    tejido nico, heterclito, heterotpico,

    heterolgico, innitesimalmente denso. De

    ah que el anlisis de la singularidad, resulte

    innito; y tautolgico a la vez. Porque si

    bien la mnada es infinitesimalidad en

    proceso, nada le falta, nada le sobra; nada

    le entra, nada le sale, carece de puertas y

    ventanas. Contiene en exclusiva, en cada

    caso, el entero proceso expresivo del mundo,

    siempre en movimiento, nunca como algo

  • 105

    dado, terminado (cifra nita de innita

    predicabilidad).

    El concepto barroco de concepto se com-

    porta, entonces, ms como suceso singular,

    dice Deleuze, en el sentido de la mnada.

    Es conocido que Leibniz aport una nueva

    concepcin del concepto... y que esa con-

    cepcin se opone a la unidad clsica62, la

    unidad (ev) platnica y la unidad (eneada)

    de Plotino. Concepto deja de referir un ser

    puramente lgico, deja de denirse por su

    generalidad y universalidad; y se convierte

    en un individuo, una mnada63, un punto

    de inexin en que conuyen (panta koi-

    non) las sombras de muchas mnadas que

    son, a su vez, sombras de muchas mnadas,

    que a su vez son... un rumor de Dios; de

    Dios como rumor.

    **

    Deleuze nos propone como concceto ba-

    rroco, el pliegue, en toda su comprensin

    y extensin.64 Y dene el pliegue, por la

    escisin.65 Esta no es un corte simple que

    crea polos binarios, diferencias representa-

    cionales. Se trata de una cisin que relanza

    los trminos por ella creados unos sobre

    los otros66, infectndolos mutuamente,

    de manera que nacen ya sin la posibilidad

    de constituirse como mismos, dislocados

    de la identidad o la presencia a s de s.

    Cada uno de los lugares posibilitados en

    la inflexin (partiendo por la inflexin

    misma) se desperla topolgicamente, dice

    Deleuze, no genera coordenadas estables, no

    se sita ni a la derecha, ni de la izquierda, ni

    al medio, ni arriba, ni abajo.67 Crecen por

    el borde y sobre el borde en la libertad de

    aadir siempre un rodeo, convirtiendo todo

    intervalo en el lugar de otro plegamiento

    o inexin innitesimal68 ...sin producir

    corte o vaco. El despliegue de la inexin

    no es, ciertamente su atenuacin sino la

    continuacin... de su acto69 ...hacia los

    lmites del marco, siempre excedido, ...mo-

    dulndose en dobleces que se insinan en

    el interior y que desbordan el exterior70...

    afectando a todas las materias, que de ese

    modo devienen materias de expresin,

    segn escalas, velocidades, y vectores dife-

    rentes.71 As todo contorno se difumina

    en benecio de las potencias formales o

    manieras, que ascienden a la supercie y

    se presentan como otros tantos repliegues

    suplementarios72 terminando siempre en

    espuma o en crines,73 series discontinuas

    sin profundidad ni verticalidad. Lo nico

    profundo es la supercie que no cesa. El

    paisaje se vuelve instalacin que no acaba:

    vestido, cuerpo, roca; las aguas, las tierras,

    las lneas74 ...las montaas, los tejidos,

    los tejidos vivientes, el cerebro75 ...el con-

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 106

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    trapliegue de la pantorrilla y de la rodilla,

    la rodilla como inversin de la pantorrilla

    que da a la pierna una innita ondulacin

    ...la pinza de la nube en el medio que la

    transforma en un doble abanico (El Cristo

    en el Huerto de los olivos del Greco)76, en

    la ilusin de una tela interminable hacia

    el horizonte; y hacia los pliegues innitesi-

    males en cada inexin del paisaje... como

    virtualidad que no cesa de diferenciarse77 y

    que avanza hasta la indiscernibilidad.78

    La inexin es pues una turbulencia tpi-

    ca79 del espacio y del tiempo. Remolino

    en el devenir, como dice Benjamin.

    El pliegue o el corte, que permaneca li-

    mitado en la comprensin clsica, con el

    barroco conoce una liberacin sin lmites.80

    Igual el concepto, que tena su delimitacin

    clsica, desdibuja su lmite, inventa la obra,

    la operacin innita.81 En este sentido el

    barroco es ms tctil, performativo, que

    ptico, como propone Glucksmann.

    En varios lugares Deleuze determina la

    inexin, como paso o pasaje: el pliegue

    innito separa o pasa entre la materia y el

    alma, la fachada y la habitacin cerrada, el

    exterior y el interior82 ...el pliegue innito

    pasa entre dos pisos, y al diferenciarse se

    dispersa en los dos lados.83 Determina la

    inexin como pasaje en que todo pasa, de

    manera que no se va de aqu para all ni de

    all para aqu; porque los puntos de partida

    y los de llegada se han convertido tambin

    en pasajes. El pasaje comparece entonces

    como un continuum de diversidad. A partir

    de lo cual se dene el pliegue como puro

    movimiento (turbulencia) disyuncional de

    direcciones mltiples, cada una de las cuales

    orece (rizoma): las singularidades, los

    puntos singulares pertenecen plenamente

    al continuo84 o uido, porque los plie-

    gues son siempre llenos, en el barroco y en

    Leibniz.85 Deleuze insina as el pliegue

    como puro pasaje, y no como interrupcin

    ni parlisis del paso.

    ***

    La alegora constituye la ley estilstica

    del barroco.86 Este enunciado, para ser

    escuchado en clave benjaminiana, requiere

    poner a distancia el tmpano clasicista y

    romntico que en cuanto oye la palabra

    alegora, la convierte en un recurso para

    expresar un concepto87, o en un ejemplo

    particular que ilustra un principio general88

    o en una relacin convencional entre una

    imagen designativa y su signicado89; o en

    una convencin escrita90 que se debe a un

    signicado91 ...como signo92 ...en el que

    tiene lugar una substitucin93, o el modo

    de expresarse un concepto.94

  • 107

    Benjamin, como ms recientemente Deleu-

    ze, ha retomado el giro que Leibniz oper en

    la comprensin clsica del concepto como

    unidad lgica, igual a s misma, cuya univer-

    salidad vale para muchos; convirtindolo en

    mnada. En la Introduccin a El origen del

    drama..., acercar la alegora a un conjunto

    de nociones (idea, origen, mnada, imagen,

    cosa, nombre, constelacin) que sobresalen

    en el ensayo. Pero si sobresalen ello no

    ocurre porque estas nociones constituyan

    algo as como sus categoras articulantes de

    ltima instancia. Tampoco resaltan porque

    constituyan el asunto que temticamente el

    ensayo se dedique a exponer y jar. Contra-

    riamente a constituir nudos de articulacin

    del texto, o los objetos temticos que ste se

    propone exponer, estas nociones irrumpen

    en el texto como lmites de la comprensin

    clsica. Constituyen, en el texto, aparicio-

    nes que no pueden ser reducidas a dicha

    comprensin, que la interrumpen; y que

    cumplen, respecto de ella, si puede decirse,

    una funcin reveladora. Como aletas de una

    criatura anasmica que asoman en la super-

    cie del texto, anlogas a pequeas puntas de

    iceberg, estas nociones no se dejan reducir

    a la comprensin clsica, y pincharn a

    cualquiera que intente domesticarlas de esa

    manera. A propsito de su libro El origen

    del drama barroco alemn dice Benjamin:

    una hermosa criatura duerme tras el seto de

    espinas de las pginas que van a continua-

    cin. Que ningn prncipe afortunado se le

    acerque revestido de la cegadora armadura

    de la ciencia, pues ella le morder al dar el

    beso de compromiso.95

    Cuando Benjamin dice que el objeto de

    su investigacin es la idea96 o la alegora,

    no hay que ilusionarse, entonces, con que

    el asunto temtico de la investigacin sern

    estas nociones. Ms que abordarlas tem-

    ticamente estas nociones atemticamete

    expresan el intento de volver temtico el

    orden clsico del comprender, orden que

    como una estructura valorativa articula no

    slo la comprensin tradicional del barroco,

    sino la comprensin en general. Es desde

    ellas, como lmite o muerte, como parlisis

    de dicha comprensin (o pre-comprensin),

    que esta comprensin ser expuesta, saltar

    de una posicin de sujeto que mira a la

    posicin de objeto mirado.

    En ello reside la familiaridad que estas

    nociones guardan entre s. Su familia-

    ridad no implica la reductibilidad o la

    cambiabilidad entre ellas, sino que viene

    dada por el hecho de que provienen de

    la misma criatura que yace a las espaldas

    del texto. Y nos centramos, de paso, en

    la alegora, por ser la inexin que en el

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 108

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    curso de nuestro recorrido exige cierta

    explicitacin.

    La alegora no est nunca en representacin

    de otro, no cumple una funcin metafrica

    ni metonmica de representar conceptos,

    sentidos u objetos presentes o ausentes.

    En este sentido la alegora benjaminiana se

    desmarca de la alegora en sentido tradicio-

    nal subsumida al sentido, a la unidad, a la

    categora: en la alegora, dice Benjamin, no

    hay el ms remoto vestigio de una espiritua-

    lizacin de lo fsico.97 Es, entonces, testi-

    cacin de s misma y para s misma, como

    la mnada. Pero este s misma hay que

    tomarlo cum grano salis. Porque si de algo

    est originariamente eximida la alegora,

    segn se dijo, es de la mismidad, aunque no

    as de la singularidad. As, una calavera hu-

    mana expresa, a la vez, la condicin mortal

    de la especie como la muerte particular del

    individuo98 de esa calavera. Expresa tambin

    la caducidad en la naturaleza y en la histo-

    ria; la relacin de naturaleza y muerte, y de

    historia y muerte; as como la relacin entre

    muerte natural y muerte histrica. Tambin

    expresa los contextos en que esa calavera

    histricamente testic, la cita de tiempos

    y de estratos, de huellas que la traman. En

    tanto testicacin de s, la calavera lo es del

    mundo, de los tiempos y los espacios del

    mundo, as como de los tiempos y de los

    espacios de mundos posibles en que pudo

    y puede estar, como Sexto Tarquino al nal

    de la Teodicea de Leibniz.

    Pese a todo, la calavera adopta en cierto

    modo una funcin representante o gene-

    ralizante de todo objeto (sujeto incluido),

    en la medida en que toda cosa est afectada

    por la caducidad. Pero el carcter de cadu-

    cidad que todo objeto expresa (partiendo

    por el ms novsimo), no dice relacin a la

    comprensin clsica de la muerte como cor-

    te simple, como cisin que separa un tiempo

    de otro, un mundo de otro. Tampoco dice

    relacin a la caducidad como proceso de

    corrupcin, envejecimiento, degeneracin,

    desestructuracin y corrupcin. La alegora

    o mnada (ya no las diferenciamos) no

    puede ni generarse ni corromperse. Si nace,

    nace hecha, y si muere, se aniquila completa.

    Comienza por milagro y termina por ani-

    quilacin99, dice Leibniz, como una frmula

    matemtica. Milagro y aniquilacin, a la

    vez, indecidiblemente, dir Benjamin, por

    cuanto son actualidad de obsolescencia, o

    imagen. A su cifra nita de innita variedad

    o predicabilidad innitesimal, nada le falta y

    nada le sobra; nada le entra y nada le sale.

    Toda alegora, cualquier objeto o sujeto en

    tanto alegora, es testicacin de s y del

    mundo, no como un proceso sumatorio

  • 109

    gracias al cual la diferencialidad infini-

    tesimal que constituye su singularidad

    conduce progresivamente a una sntesis

    cabal, un continuum nal. La mnada es

    constitutivamente lapsaria en su expresin

    infinita. Su singularidad es un instante

    pletrico de tensiones suplementarias que

    jams podran entrar en un proceso de

    sntesis. La mnada, la alegora, es para s y

    para las otras mnadas un salto que genera

    discontinuidad, interrupcin. No es nada

    ms ni nada menos que sus materiales. Su

    contenido es, entonces su forma y viceversa,

    indecidiblemente, y en ese sentido, coincide

    con la cosa. Pero la cosa con la que coincide

    es siempre otra cosa. Testica su predicabi-

    lidad innita no como instante homogneo

    o sinttico, como saber absoluto posible,

    sino como instante pletrico en proceso

    heterolgico. La alegora o idea (ya no las

    discernimos) y Benjamin cita el Discurso

    de metafsica de Leibniz es una mnada;

    lo cual quiere decir, en pocas palabras, que

    cada cada una es la imagen del mundo. La

    exposicin de la idea impone como tarea,

    por tanto, dibujar esta imagen abreviada

    del mundo100, como lo ser tambin la

    ciudad y el pasaje.101 A la vez, la idea es

    la gura abreviada y oscurecida del resto

    de las ideas, por lo que en cada una de

    ellas se dan tambin, sombreadas, todas las

    dems indistintamente.102 Lo cual quiere

    decir que en la exposicin de una idea ha

    de exponerse el sombreado de todas las

    ideas, y segn la singularidad en la cual

    comparecen cada vez. As, la imagen del

    mundo o el mundo que ya no discernimos

    de su imagen estallando en la testicacin

    singular-innitesimal de las mnadas se

    multiplica geomtricamente en su proceso

    de expresin y percepcin. Por ello mismo,

    la verdad del mundo proyectada en la

    danza que componen las ideas, se resiste a

    ser proyectada... en el dominio del cono-

    cimiento103; as como a la madre se la ve

    comenzar a vivir con todas sus fuerzas slo

    cuando el crculo de sus hijos se cierra en

    torno a ella movido por el sentimiento de

    su proximidad, as tambin las ideas slo

    cobran vida cuando los extremos se agrupan

    a su alrededor. Las ideas... son las madres

    fusticas. Permanecen en la oscuridad en

    tanto los fenmenos no se declaran a ellas,

    juntndose a su alrededor104; las ideas son

    a las cosas lo que las constelaciones son a las

    estrellas.105 La alegora es al pensamiento

    como la ruina es al objeto.

    No es resultado de un proceso deductivo o

    inductivo, ni derivada de un proceso de ela-

    boracin, de produccin, de composicin,

    germinacin, de deduccin o induccin,

    emprica o trascendental; no se constituye

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 110

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    gracias a una dialctica que culmina en

    ella, como sntesis o resultado nal de un

    proceso. Tampoco es efecto espontneo de la

    subjetividad, o de algn tipo de innatismo;

    no se induce a partir de principios comunes

    observables en fenmenos parciales; tam-

    poco se deducen desde una generalidad a

    una serie de ejemplos; no son lo que llega

    a ser de lo que ha surgido, sino lo que est

    surgiendo del llegar a ser y del pasar (...) se

    localizan en el ujo del devenir como un

    remolino que engulle en su ritmo el material

    relativo a esa gnesis.106 Esto quiere decir

    que no es autofundada ni soberana, en el

    sentido del sujeto moderno. No comienza

    ni termina en s misma, como la idea clara

    y distinta, en Descartes. Su interioridad

    es predicabilidad innita sin sustantivo; o

    donde el sustantivo es un predicado ms.

    Se constituye, ms que a partir de un corte

    simple con la exterioridad, como un pliegue

    de la exterioridad sobre s, como bolsillo o

    guante, indecidiblemente interior y exterior,

    como cinta de Moevius.

    La pluralidad innitesimal que pliega es

    siempre lacunaria, en proceso heterolgico.

    En este sentido no se da nunca a conocer

    en el modo maniesto del objeto, y su

    ritmo se revela solamente a un enfoque

    doble que la reconoce como restauracin o

    rehabilitacin, por un lado, y debido a ello,

    como algo sin terminar.107 En trminos de

    conocimiento, de intencionalidad y capital,

    la alegora termina por quedarse con las

    manos vacas porque signica siempre algo

    distinto de lo que es... el no-ser de lo que

    representa.108 Aade siempre un plus a la

    expresin del caso. Testican siempre ms

    de lo que en cada caso testimonian. La

    ambigedad, la multiplicidad de sentido,

    es su rasgo fundamental109; y el rasgo tam-

    bin del mtodo alegorista del mosaico: la

    alegora, el barroco, estn orgullosos de la

    abundancia de signicados.110

    Su lacunariedad o fragmentariedad no

    quiere decir defecto, que algo le falte, o

    algo le sobre. Constituyen una singularidad

    innitesimal contingente y tautolgica en su

    heterologa, como pilago en el que en cada

    fragmento es a la vez un pilago en proceso.

    Son perfectas en su tipo, como cifra singular

    siempre incoincidente consigo misma.

    Por su carcter esencialmente fragmentario,

    citacional, la alegora diverge del concepto

    y del smbolo111, que presuponen la unidad

    como principio que los rige, a pesar de la

    ambigedad a que se encuentren sometidos:

    es difcil imaginar algo que se oponga ms

    encarnizadamente al smbolo artstico o

    plstico, a la imagen de la totalidad orgnica

    (al concepto hay que aadir) que ese frag-

  • 111

    mento amorfo y estricto en el que consiste

    la imagen grca alegrica, habitada por un

    principio destructor de la totalidad y la

    unidad, que da siempre testimonio de lo in-

    concluso como inquietud petricada. Ms

    que alegoras interpretativas, las alegoras

    barrocas remontndose al origen griego de

    la alegora, allos/agora ponen en prctica

    un principio performativo y una lgica de

    la dislocacin, que interrumpe la dialctica

    del sentido. Gracias a ella el Barroco se

    revela como otro discurso que jams se

    dejar asimilar por el discurso del otro, que

    es propio de la dialctica clsica.

    Por ltimo, si lo bello es una categora

    vinculada a la totalidad, a la forma cerrada,

    la alegora, como fragmento inacabable, re-

    conoce encontrarse ms all de la categora

    de lo bello.112 En cuanto materialidad y

    archivo, es lenguaje. Pero un lenguaje que

    no puede pronunciarse desde fuera.

    ****

    El mtodo clsicamente constituye el saber

    de los principios (arjai) y desde los princi-

    pios. Quien detenta dicho saber es el prn-

    cipe, el soberano, el arquitecto (architekton)

    de la ciudad. El que gobierna porque est

    del lado del principio, del origen (arche),

    del mando (archein)113, como cetro y centro

    del gobierno; el que decide el camino, la ley,

    la regla. Los principios del mtodo lo son

    originariamente, a la vez, de la poltica, de

    la episteme, de la sensibilidad.

    En el Discurso del mtodo de Descartes, la

    soberana metodolgica del gobierno estn

    monopolizada por el gemetra, el arquitec-

    to114, el mdico.115 Si el mtodo es inten-

    cionalidad, juicio (y tomamos a Descartes

    como ejemplo de la identicacin entre

    mtodo e intencionalidad) tal intencionali-

    dad como decisin soberana exige, antes

    que nada, y como una condicin contigua

    de su soberana, la neutralizacin de toda

    heteronoma o pre-juicio. Demanda la sus-

    pensin del juicio (la duda hiperblica sobre

    los principios del mtodo). Tal suspensin,

    como apertura del estado de excepcin de la

    ley, de todo rgimen de gobierno, de juicio,

    de orientacin; como salida al tajo abierto

    de la anomia, es escenicada en la Primera

    Meditacin mediante una serie exhaustiva

    de reducciones (epoches) que en su hiprbole

    (el genio maligno) terminan suspendiendo

    la posibilidad misma del juicio, del prin-

    cipio de sujecin del sujeto. El sujeto, el

    juicio, el mtodo cartesiano, se constituye

    en un doble movimiento: el movimiento de

    sujecin en la desujecin; y de desujecin

    en la sujecin.

    El movimiento de la suspensin del juicio y

    la apertura al descampado; la destruccin de

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 112

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    la ciudad, de la casa, de la logia en que

    se habita116 como grado cero del rgimen

    de la representacin, del juicio, de la ley,

    estn capturados, ya en Descartes, por el

    principio de la fundacin, de la posicin, de

    la decisin soberana. El estado de excepcin

    es un medio para la fundacin. Se trata,

    pues, de la excepcionalidad en el ritual de

    la soberana moderna, del poder soberano.

    La suspensin del juicio en la hiprbole del

    genio del mal; el genio del mal como ele-

    mento de la decisin, como elemento de la

    soberana, como estado de excepcin, est

    incluido, por exclusin, en la norma funda-

    da. La excepcin o suspensin cartesiana es

    el pivote de la soberana moderna, el pivote

    del sujeto como posicin y deposicin de la

    ley. Como sujecin en la desujecin y como

    desujecin en la sujecin.

    Sin embargo, la hiprbole destructiva, opera-

    da con los recursos lgicos del escepticismo

    clsico117, tiene como direccin en Descartes

    a diferencia del escepticismo, no la sus-

    pensin o puesta en vacilacin sistemtica

    del juicio y su intencionalidad, sino que

    tiene como teleologa no la persistencia de la

    indecidibilidad, la indiferencia (adiafora),

    la pura inminencia, la imperturbabilidad

    (ataraxia) e inactividad; el estado de ex-

    cepcin o de suspensin del rgimen de

    la representacin. El carcter destructivo

    de la duda metdica es violento no por ser

    destructivo, sino porque su destruccin, la

    suspensin del rgimen de la representacin

    y de la intencin, el despeje de los prejuicios

    que condicionan el arbitrio, la soberana

    de la decisin, la declaracin del estado

    de excepcin del juicio o la suspensin del

    juicio, est en funcin de la fundacin: la

    nueva ley, la nueva lengua, el nuevo orden,

    el del sujeto como posicin. Porque lejos de

    dejar de vivir118, de perseguir y eludir119,

    de juzgar, de orientarse, de regirse por

    principios120, se aspira a vivir mejor121,

    a progresar, erigirse en amo y seor de la

    naturaleza; se trata de conquistarse (suje-

    tarse) y mantenerse en conquista.

    La hiprbole metdica destruye la antigua

    opinin, suspende la ley, la casa, la ciudad,

    la tela, la logia, el discurso del mtodo en

    que se habita. Declara el estado de excep-

    cin, abriendo as, en la representacin, la

    existencia desnuda de representacin: la

    cosa soberana que decide sin representacin

    los principios de la representacin; sin ley,

    motivos ni principios, la ley, en la llanu-

    ra (pleine), la tela en blanco122, lo que

    hay.123 Abre el estado de excepcin como

    condicin para la decisin, la posicin, la

    fundacin de la ley. La tela en blanco, la

    llanura, la voluntad pura, que no reconoce

    ningn lmite124, el arbitrio, la libertad de

  • 113

    indiferencia es, entonces, la condicin para

    el at puro y simple, el limpio corte claro y

    distinto, sin historia, que funda el nuevo or-

    den. Produccin sin ley de la ley, sin regla de

    la regla. Posicin, conato, violencia soberana

    fundadora de la ley: yo decido: una sola

    ley125, ley nueva (la novela o novellus), ley

    moderna, indita regla para la direccin del

    espritu de la que depende no slo el saber

    fsico y astrofsico, biolgico y psicolgico

    (pasiones del alma), sino, sobre todo, el

    gobierno de la ciudad y de la vida privada,

    la propia vida126, el gobierno sobre la vida-

    la muerte mdica y poltica; el gobierno de

    la muerte, de la inmortalidad del cuerpo

    (mediante el transplante de piezas (Tratado

    del hombre) y de la ciudad mediante una

    matemtica de las pasiones.

    El mtodo, el prncipe soberano, el sujeto,

    y este es el punto, antes que esta o esta

    otra regla o forma, es voluntad de regla

    y de forma, voluntad esttica, voluntad

    de principio, de orden y determinacin.

    Y en este sentido, la excepcin a que nos

    abre la hiprbole metdica cartesiana, ms

    que apertura contemplativa a la verdad en

    su prodigiosa manifestacin antittica, se

    constituye como cierre apotropaico de la

    intencionalidad sobre su propia ecacia.

    Ms que en la verdad, dice Benjamin, el

    mtodo se ha interesado en sus propios

    rendimientos. En este sentido la soberana

    cartesiana, su estado de excepcin, operan

    como dir K. Schmitt, como la condicin

    para la decisin extrema.127 Se trata para

    Descartes de reconducir la soberana an-

    mica, hacia un frreo campo jurdico, una

    especie de dictadura comisarial del mdico

    y del arquitecto, como nica manera de

    contener la muerte biolgica y la muerte

    poltica128, que comienzan a indiferenciarse.

    Comienzan a indiferenciarse en la matriz

    biopoltica o mdico-urbanstica que traza

    Descartes como verdad de la poltica y como

    poltica de la verdad.

    Lo que est en juego, entonces, en este sa-

    cudirse el mtodo clsico, es la relacin del

    prncipe con la verdad, al mismo tiempo que

    la relacin del prncipe con la poltica y el

    derecho, con su puesta en escena, su esttica,

    su exposicin. Est en juego una poltica de

    la verdad y una verdad de la poltica.

    Qu poltica resulta de un prncipe que

    gobierna segn los fueros de la verdad y no

    segn los fueros del saber?

    Si el concepto moderno de soberana...

    otorg al prncipe el supremo poder ejecu-

    tivo, los plenos poderes para decidir la ley

    por sobre la ley129 ...el concepto barroco

    correspondiente dice Benjamin considera

    la funcin ms importante del prncipe evi-

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 114

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    tar que el estado de excepcin (como regla,

    como decisin) se produzca.130 El prncipe

    que tiene la responsabilidad de tomar una

    decisin durante el estado de excepcin, en

    la primera ocasin que se le presenta para

    realizarla, se revela incapaz de tomarla131,

    como verdadero soberano o prncipe sin

    arbitrio; como excepcin sin libre albedro.

    Lo cual no indica, necesariamente, una falta

    de responsabilidad del prncipe. Indica, ms

    bien, que un cambio en la constelacin

    de la responsabilidad se ha producido. La

    responsabilidad se ha vuelto ahora barroca,

    innita. As como la pintura manierista

    desconoce por completo la composicin

    sobre la base de una iluminacin serena, as

    tambin las guras principescas del teatro

    de la poca aparecen envueltas en el crudo

    resplandor de su decisin mudable.132

    Esta capacidad o poder de indecidir, este

    eclecticismo, este precipicio o melancola

    de la decisin, sera propia del soberano

    barroco, cuyo conato se congela en el ins-

    tante de la decisin, en la inminencia de

    su amago, como un delirio de la contem-

    placin. Si la decisin, en su despliegue

    clsico, es intencionalidad, corte, cisin,

    juicio, concepto, tal decisin adopta en el

    prncipe barroco el temple de una pausa,

    como el akm o el cenit de Focillon: breve

    minuto de plena posesin de las formas, se

    presenta.... como una dicha rpida, como

    el akm de los griegos: el el de la balanza

    no oscila sino dbilmente. Lo que espero

    no es verla inclinarse nuevamente, menos

    an el momento de la jeza absoluta, sino,

    en el milagro de esta inmovilidad vacilante,

    el temblor ligero, imperceptible, que me

    indica que vive.133 Eclecticismo de la de-

    cisin que mantiene en vilo la anomia de la

    excepcin pura134, sin decisin; la anomia

    de la soberana que ni instala ni conserva

    el derecho, sino que lo suspende, abrien-

    do entre fuerza y derecho una inexin

    suplementaria que ningn conato puede

    colmar. El lugar de esa suspensin no est

    dentro ni fuera del derecho; dentro ni fuera

    de la anomia, sino en la justa distancia de

    ambos y de s misma, como suspensin,

    como destruccin.

    Ah en la soberana, donde se ha suspendi-

    do la norma general, y la singularidad en

    cada caso es lo que cuenta, todo se ha vuel-

    to excepcional, porque nada es excepcional.

    Ninguna cosa es ms excepcional que otra;

    como si Sexto Tarquino (hacia el nal de la

    Teodicea de Leibniz), en vez de decidir ser

    rey y asesinar a su familia; o no serlo y vivir

    en feliz anonimato a la orilla del ocano, se

    sosegara en la contemplacin de sus vidas

    virtuales, en la negociacin innita con

    las series espectrales de vidas posibles que,

  • 115

    como vestigios, tejen la singularidad que

    Sexto es, en tanto cifra nita de innita

    predicabilidad.

    La melancola barroca constituye el poder

    de paralizar la ejecucin y abrir as la virtua-

    lidad, la posibilidad: la melancola en per-

    sona habla: en ningn lugar hallo reposo/

    me veo obligada a pelear conmigo misma/

    estoy sentada/ me echo/ me pongo en pie.

    Y todo ello sucede en mis pensamientos.135

    A la inversa del prncipe cartesiano, que

    cuando que enfrenta posibilidades opta por

    una y elimina las otras, el prncipe barroco

    opta por todas, como el burro de Buridan,

    o Tsui Pen, en El jardn de los senderos que

    se bifurcan (Borges). El prncipe, como

    paradigma del melanclico136, de la par-

    lisis contemplativa ... la apatheia estoica137,

    virtuosismo sin par de la reexin que pasa

    revista a los destinos igual que se da vuelta a

    una bola de cristal138, como quien padece

    el luto sumido en una profunda meditacin

    y se mueve con la misma lentitud y solem-

    nidad con que se mueven los cortejos de los

    poderosos139, reviste su oscilacin innita

    con la dignidad del sosiego.140 Su ataraxia es

    efecto de la quietud esencialmente ambigua

    (vacilante) de su soberana.

    La indecisin barroca, su contemplatio

    intempestiva, est vinculada, es cierto, a

    una losofa que experimenta, como en un

    treno, la historia desde la perspectiva de la

    caducidad.141 Contemplada desde el lado de

    la muerte la vida consiste en la produccin

    del cadver.142 Este enunciado puede resu-

    mir la losofa de la historia que envuelve al

    prncipe barroco. El cual, por ms alto que

    est entronizado sobre sus sbditos y sobre

    el Estado (como estado de excepcin)... es

    el seor de las criaturas, que no deja de ser

    una criatura l mismo.143 Lejos del pathos

    heroico y comisarial de la medicina-poltica

    inmanente contra la muerte, medicina-po-

    ltica que progresa en medio de la nada y

    dios144; lejos de la constelacin del progreso

    que dialectiza el inmenso campo de ruinas

    de la historia, el altar del sacricio en el que

    resuenan los lamentos de los pueblos y de los

    individuos arrasados, como dialctica de la

    libertad, dialctica del progreso; dialctica

    que ensambla violencia y progreso como

    tempestad de la modernizacin, la chance

    fascista con que Benjamin caracteriza la

    irresponsabilidad poltica de la socialde-

    mocracia. En ninguno de esos sentidos,

    entonces, pero en el cruce de varios, como

    arte de las distancias mnimas.... el arte de

    acortar las distancias145, para no clausurar

    el espaciamiento; arte de lo innitesimal, lo

    infrano (Duchamp). El arte de la interrup-

    cin en cada inexin: lejos de las corrientes

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 116

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    pero en el cruce de ellas. La mxima soltura

    de toda posicin y el rigor mximo de la

    relacin, porque permanentemente salva, sin

    relacin, la relacin; sin posicin, la posicin.

    En este sentido el prncipe barroco consti-

    tuye la soberana que impide se declare la

    catstrofe como decisin, como juicio, como

    articulacin de la excepcin, como violencia

    fundadora. El prncipe barroco, entonces,

    constituye la soberana como retardo innito

    de la decisin, del juicio, de la representacin.

    Retardo innito de toda victoria y de toda

    derrota correlativa; punto de inexin entre

    documento de cultura y documento de bar-

    barie. Y en este sentido el prncipe barroco

    constituye la verdadera catstrofe, la catstro-

    fe pura, la destruccin no contaminada con la

    decisin ni el derecho, que abre y persevera,

    cada vez, en la virtualidad heterclita contra

    la homogeneizacin.

    La melancola, la indecisin, la suspensin,

    la anomia, la soberana estn vinculadas

    temticamente, en Benjamin, como se sabe,

    a una expresa confrontacin no slo con el

    estado de sitio hitleriano, sino con la com-

    prensin vulgar del tiempo como instante

    continuo, como tiempo homogneo, que

    dialectiza violencia y progreso, soberana y

    progreso, excepcin y posicin autnoma

    de la ley. Tiempo homogneo y vaco que

    constituye, desde Sobre el concepto de histo-

    ria, la formulacin ms concisa de lo que da

    cabida a la chance fascista: la constelacin

    del progreso y de la modernizacin, como

    norma histrica.

    En la comprensin del es que en cada

    caso predicamos de cada cosa, est siempre

    comprometida una determinada compren-

    sin del tiempo. La comprensin vulgar

    del tiempo como instante continuo, ha

    dominado el factum de la temporalidad

    occidental. La lectura a contrapelo de esa

    comprensin que Benjamin expone, choca

    con la cuestin metafsico-poltica que vin-

    cula internamente fascismo y progresismo

    (vanguardias histricas incluidas). En un

    contexto en que las aguas del fascismo han

    subido hasta el lmite de la respiracin, to-

    dos aquellos que bajo dicha comprensin se

    disponen, por muy adversarios del fascismo

    que se quieran, constituyen su chance, dice

    Benjamin: la chance de ste (el fascismo)

    consiste, y no en ltima instancia, en que

    sus adversarios lo enfrentan en nombre del

    progreso como norma histrica.146

    La chance mesinica, el verdadero estado

    de excepcin, exige la activacin de una

    pragmtica de la alegora147, que no se opone

    simplemente al tiempo homogneo, sino

    que trabaja en l y con l su interrupcin

    preformativa.

  • 117

    Notas

    1 Benjamin, Cf. El origen del drama barroco alemn. Taurus, p. 22..

    2 Ibidem, p. 11.3 Carmen Bustillo, Barroco y Amrica Latina: un

    itinerario inconcluso. Monte vila Editores, 1984.4 Ibidem, p. 30.5 Ibidem, p. 30.6 Ibidem, pg. 33.7 Al menos hasta 1984, fecha en que se public el

    libro.8 cf. Bustillo, ibidem, cap 1, Debate sobre el Barroco.9 Ibidem, p. 41.10 R. Descartes, Respuestas a las segundas objeciones.

    Alfaguara, 1987. 11 F. Nietzsche, Introduccin teortica sobre la verdad y

    la mentira en sentido extramoral. Taurus, p. 107. 12 J. Lezama Lima, El reino de la imagen. Biblioteca

    Ayacucho, p. 384.13 G. Deleuze, El pliegue. Paidos, p. 51.14 Cf. Benjamin, El origen del drama..., p. 21.15 Ibidem, p. 23.16 Benjamin citando a Burdach en El origen del drama

    ..., p. 23.17 Ibidem, p. 24.18 G. Deleuze, El pliegue, pp. 48-9.19 Ibidem.20 Ibidem.21 Ibidem, p. 49.22 Benjamin, El origen del drama..., p.151.23 Ibidem, p. 155.24 Ibidem, p. 169.25 Ibidem, p. 155.26 Ibidem.27 J. Lezama Lima, El reino de la imagen, p. 384.28 J. Lezama Lima, El reino de la imagen.29 Bustillo, ibidem, citando a James Jensen, p. 30.30 J. Lezama Lima, El reino de la imagen, p. 384.

    31 Ibidem.32 Benjamin, El origen del drama..., p. 153.33 Ibidem, p. 11.34 Ibidem, p. 10. 35 Ibidem, p. 11.36 Ibidem. 37 Ibidem.38 Ibidem.39 Ibidem, p. 163.40 Ibidem, p. 164.41 Pablo Oyarzn, Dialctica en Suspenso, Introduc-

    cin. Lom, 1997.42 Benjamin, El origen del drama..., p. 15.43 Ibidem, pag 10.44 Ibidem, pg. 18.45 Ibidem.46 Elizabeth Collingwood-selby, Walter Benjamin, La

    lengua del exilio, cap. 3. Lom, 1998. 47 Benjamin, El origen del drama..., p. 10.48 Ibidem.49 Ibidem, p. 11.50 Ibidem, p. 233.51 Ibidem, p. 11.52 Ibidem, p. 171.53 Benjamin, citado por G. Agamben en Infancia e

    Historia, cap. 4. Ed. Adriana Hidalgo.54 Benjamin, El origen del drama..., p. 171.55 G. Leibniz, Escritos escogidos. Ed. Charcas, p. 630.56 Ibidem, pg. 619.57 Ibidem, pg. 620.58 Ibidem, pg. 618.59 Ibidem, pg. 621.60 Ibidem. 61 Ibidem, p. 604.62 Deleuze, El pliegue, pg. 60.63 Ibidem.64 Ibidem, p. 49.65 Ibidem.66 Ibidem, p. 50.

    El giro barroco / Willy Thayer

  • 118

    Archivos 2/3 2007/8 Dossier: Mmesis y poltica

    67 La inexin, o el punto de inexin... no remite a coordenadas; no est arriba ni abajo, ni a derecha ni a izquierda, no es regresin ni progresin. Ibidem, p. 60.

    68 Ibidem, 51.69 Ibidem.70 Ibidem71 Ibidem, p. 50.72 Ibidem, p. 28.73 Ibidem.74 Ibidem, p. 50.75 Ibidem, p. 51.76 Ibidem, p. 50.77 Ibidem.78 Ibidem, p. 51.79 Ibidem, p. 28.80 Ibidem, p. 51.81 Ibidem, p. 50.82 Ibidem.83 Ibidem, p. 51.84 Ibidem, p. 32.85 Ibidem, pp. 52 y 155.86 Benjamin, citando a Cysarz, en El origen del dra-

    ma..., p. 155.87 Benjamin, citando a Schopenhauer, ibidem..., p.

    154.88 Benjamin, citando a Goethe, ibidem, p. 153. 89 Benjamin, citando a Yeats, ibidem, p. 155.90 Benjamin, ibidem, p. 168.91 Benjamin, ibidem, p. 155.92 Ibidem93 Ibidem, p. 157.94 Ibidem, p. 155.95 Ibidem, p. 234.96 Ibidem, p. 11.97 Ibidem, p. 178.98 Cf. Ibidem, p. 59.99 La aniquilacin de una mnada traera consigo la

    aniquilacin de todas las mnadas, y del mundo

    como reflejo multiplicado infinitamente, y en progresin geomrica, por el espejeo mutuo de las mnadas. Si cada mnada es una serie tautolgica de reejo innitesimal de la contingencia perceptual y expresiva de las dems mnadas, la prdida de una rompera la condicin tautolgica de la serie de cada una de las mnadas, as como de la serie en la cual cada una de las mnadas constituye un punto de inexin, de percepcin y de expresin singular.

    100 Benjamin, El origen del drama..., p. 31. 101 Benjamin, Pars, capital del siglo XIX, en Ilumina-

    ciones II. Taurus, 1993, p. 174.102 Benjamin, El origen del drama..., p. 31. 103 Ibidem, p. 11.104 Ibidem, p. 17.105 Ibidem, p. 16.106 Ibidem, p. 28.107 Ibidem.108 Ibidem, pp. 230-1.109 Ibidem, pp. 169-70. 110 Ibidem, p. 170.111 Que se constituye desde su ambigedad utpi-

    camente en una unidad ntima entre la imagen sensorial y la totalidad suprasensorial, la materia y la forma, el signicante y el signicado (Gadamer, Verdad y Mtodo, citado por P. de Man, 209).Tal ajuste perfecto tiene lugar especcamente en el arte escultrico griego. Es en la escultrica griega en don-de la forma nita alcanza la perfeccin y la belleza que acoge la innitud de lo divino, coincidiendo en ello lo sensible y lo suprasensible, lo nito e innito (K. Muricy, en Alegoras da dialctica). No ocurre as en el smbolo religioso. En ste el tiraje mstico lleva nalmente al ahogo de la forma, al suspiro sordo e informe de lo inefable, lo inarticulable.

    112 Benjamin, El origen del drama ..., p. 168.113 cf. Aristteles, Metafsica, libro A.114 cf. Descartes, Discurso del mtodo, Segunda Parte.115 cf. ibidem, Sexta parte.116 cf. ibidem, Tercera parte.117 Inquirir, oponer, contrabalancear, hacer equivaler,

    aporetizar, neutralizar, suspender, etc. Cf. Sexto emprico, ...pirrnicas.

  • 119

    118 cf. Descartes, Discurso del mtodo, Tercera Parte.119 Descartes, Meditaciones metafsicas, Cuarta Medita-

    cin.120 Descartes, Principios de la losofa, Introduccin

    (Carta a Picot). 121 Descartes, Discurso del mtodo, Tercera Parte. 122 Descartes, Investigacin de la verdad segn la luz

    natural.123 Descartes, Meditaciones metafsicas, Meditacin

    Primera. 124 Descartes, ibidem, Meditacin Cuarta. 125 Descartes, Discurso del mtodo, Primera Parte. 126 Porque no se trata de una losofa especulativa ni

    contemplativa, sino de una losofa que tiene sus verdaderos frutos en la esfera de los negocios, en la medicina127, en la mecnica, en la moral, en la poltica; que constituyen el n ltimo o primero del saber. cf. Principios de la losofa, Introduccin, Carta a Picot.

    128 G. Agamben, Medios sin n. Pretextos, 2003, p. 107.

    129 No se trata de morir, sino de vivir mejor. 130 Benjamin, El origen del drama..., p. 51.131 Ibidem, pp. 50-1.132 Ibidem.133 Ibidem, p. 56.134 Benjamin, Pasajes, Convoluto Ms, en Pablo Oyar-

    zn, Dialctica en Suspenso. Lom, 1997, p. 71.135 Que Benjamin interesantemente compara con el

    Dios cartesiano, el Dios ocasionalista de la Corres-pondencia (cf. Benjamin, El origen del drama..., p. 84), que interviene sin motivos ni ley, sin regu-laridad ni causalidad, Dios ante el cual slo cabe especular, rezar, contemplar o melancolizarse; y al que Descartes opone el mtodo que ha de gobernar en una sola direccin, aunque yerre, porque es preferible seguir una sola lnea a andar de un lado a otro.

    136 Benjamin citando a Andreas Tscherning, El origen del drama..., p. 131.

    137 Ibidem, p. 134.138 Ibidem, p. 132.139 Ibidem, p. 70.

    140 Ibidem, p. 132.141 Ibidem, p. 85.142 cf. ibidem, pp. 171-2.143 Ibidem, p. 214. De ah que la alegorizacin de

    la physis no puede llevarse a cabo con suciente energa ms que gracias al cadver. Y los personajes del trauerspiel mueren porque slo as, en cuanto cadveres, pueden ser admitidos en la patria aleg-rica que no otorga a la trascendencia ms que un rol inmanente que permite que esta diga su palabra secularmente disfrazada de teatro dentro del teatro (El origen del drama... 68).

    144 Ibidem, p. 71.145 Descartes, Meditaciones metafsicas, Meditacin

    Tercera.146 Benjamin, El origen del drama..., p. 51.147 Benjamin, Sobre el concepto de historia, en Pablo

    Oyarzun, Dialectica en Suspenso, fragmento 8. Lom, 1997.

    148 Una pragmtica que incomoda sistemticamente cualquier performance clsica. Si la performance de la categora es la del emplazamiento (kata-agora); la performance barroca se constituye ms como des-emplazamiento, como alegora, allos-agora; habitada sta por un principio destructor de la totalidad y de la universalidad, de la homogeneidad y del con-tinum, que testimonia lo inconcluso. Ms que un germen determinativo, la alegora pone en ejercicio una performance de la dislocacin, que interrumpe la dialctica del sentido. Es difcil imaginar algo que se oponga ms encarnizadamente al smbolo artstico, al smbolo plstico, a la imagen de la tota-lidad orgnica (al concepto podramos aadir) que ese fragmento amorfo en el que consiste la imagen grca alegrica. Gracias a ella el Barroco se revela como el soberano antagonista del clasicismo (168), de la metafsica como clasicismo.

    El giro barroco / Willy Thayer