Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

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A quien sigo soñando,y &regando /,or que no lo alcance la pesadilla,

Paili, ElíasJoséEl tiempo de la poHtica. El siglo XIXreconsiderado1B cel. - Buenos Aires: Siglo XXI EditoresArgentina, 2007.328 p.; 21x14 cm. (Metamorfosis / dirigida porCarlos' Altamirano)

ISBN 978-987.12204~7.8

CCD 864

1. Ensayo en Espaiiol. I. Título

Siglo veintiuno editores Argentina s.a.TUCUMÁN 1621 7. N (C1050AAG). BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA

Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.CERRO DEL AGUA 246, DELEGACiÓN COYOACÁN, 04310, Mt;XICO, O. F.

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Siglo veintiuno de España editores, s.a.CIMENt:NOEZ PIOAL, 3 BIS (26036) MADRID

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Impreso en Argentina - Made in Argentina

Portada: Peter '(jebbcs

ISBN,978-987-1220-87.8

@2007,Siglo XXi Editores Argent.ina S. A

Impreso en Artes Gráficas Dclsur

Alte. Soler 2450, Avellaneda,

en el mes de abril de 2007

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6. ApéndiceLugares y no lugares de las ideas en América Latina

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AgradecimientosPrólogo

Introducción:Ideas, te1eologislno y revisionismo en la historiapolítico-inte1ectuallatinoamericana

1. Historicismo/Organicismo/Poder constituyente

2. Pueblo/Nación/Soberanía

3. Opinión pública/Razón/Voluntad general

4. Representación/Sociedad civil/Democracia

5. ConclusiónLa historia político-intelectual como historia deproblemas

7. Bibliografia citada

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.Agradecimientos

En la elaboración y publicación de este trabajo participarongran cantidad de personas; muchas veces sin saberlo ellas, y enun grado que yo mismo no podría completamente mensurar ydel que no podría hacer justicia. Sus nombres, además, se mez-clan y superponen casi puntualmente con la lista incluida enotro libro de reciente aparición sobre el pensamiento mexica-no del siglo XIX, con el que éste forma, de hecho, una únicaobra. De esta vasta lista, sólo quiero dejar constancia aquí dequienes han estado más directamente involucrados en su ela-boración. Pido disculpas, pues, de manera anticipada, por nomencionar a todos los que 111erecíanser mencionados. Mi re-conocimiento los comprende por igual.

En primer lugar, quiero agradecer a quienes formaron par-te del proyecto original frustrado del cual surgió la idea de es-ta obra: Erika Pani, Alfredo Ávila yMarcela Ternavasio. Confíoen que el futuro volumen en colaboración que preparamos, ycuyo título tentativo es Ilusiones y realidad de la cultura j}olítica la-tinoamericana, compensará con creces la oportunidad esta vczperdida de trabajar más estrechamente. A INda Sabato, quien,como síerrtpre, se tOIUÓ tan en serio su tarea de crítica que sussol05 comentarios bien podrían dar lugar a otro volumen. A An-tonio Annina yJavier Fcrnández Sebastián, por sus sugerenciasy aportes.

A Liliana Weinberg y Elisa Pastoriza, por invitarme a dictarseminarios que me permitieron avanzar en la confección de este

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trabajo. El Seminario de Historia Atlántica, que dirige BernardBailyn en la Universidad de Harvard, el Seminario de Historiade las ideas y los intelectuales, que coordina Adrián Gorelik enel Instituto Ravignani, el Seminario de Historia Intelectual deEl Colegio de México, que dirigen Carlos Marichal y GuillermoPalacios y coordina Alexandra Pita, y el foro virtual Iberoldeasfueron todos ámbitos en los que pude intercambiar ideas y dis-cutir algunos de los temas que aquí se desarrollan. Agradezcoa sus miembros respectivos por sus señalamientos y sugerencias,los que me han sido sumamente productivos. A Carlos Altami-rano, por su apoyo para incluir el libro en la colección que di-rige, ya Carlos Díaz, por el inicio de un vinculo editorial que séque será perdurable y se prolongará en nuevos proyectos. A miscompañeros del Programa de Historia Intelectual, con quienescompartí innumerables conversaciones siempre enriquecedo-ras, y a su director, Osear Terán, en particular, por permitirme,además, disfrutar de sus charlas en los largos viajes de regresode Quilmes.

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12 Elías J. Palti

Prólogo

Esuna linda astucia que me hayan pegado un lenguaje queellos imaginan que no podré utilizar nunca sin confesar que

soy miembro de su tribu. Voy a maltratarles su jerigonza.

SAMUEL BECKETI, El innombrable

En Many Mexicos, Lesley Bird Simpson relata las honrosasexequias fúnebres que recibió la pierna de Santa Anna ampu-tada por una bala de cañón. Años más tarde, iba a ser desente-rrada duran te una protesta popular y arrastrada por toda la ciu-dad. "Esdificil seguir el hilo de la razón a travésde.la generaciónque siguió ala independencia", concluye Simpson.1

El siglo XIX ha parecido siempre, en efecto, un período ex-traño, poblado de hechos anómalos y personajes grotescos, decaudillismo y anarquía. En este cuadro caótico e irregular resul-ta, sin duda, difícil "seguir el hilo de la razón", encontrar clavesque permitan dar sentido a las controversias que entonces agi-taron la escena local. Por qué hombres y mujeres se aferraron aconductas e ideas tan obviamente reñidas con los ideales moder-nos de democracia representativa que ellos mismos habían con-sagrado, para Simpson sólo podría explicarse por factores psico-lógicos o culturales (la ambición e ignorancia de los caudillos,la imprudencia y frivolidad de las clases acomodadas, etcétera).

Tras esa explicación asoma, sin embargo, un supuesto. iIn- .plícito, no articulado: el de la perfecta transparencia y raciona-lidad de esos ideales. Así, lo que ella pierde de vista es, precisa-mente, aquello en que radica el verdadero interés histórico deeste período. El siglo XIX va a ser un momento de refundación ,e incertidumbre, en que todo estaba por hacerse y nada eracierto y estable. Quebradas las ideas e instituciones tradiciona-',

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Lenguajes políticos e historia

I Leslcy Bird Simpson, Many l\1exicos, Bcrkeley, University of CaliforniaPross, 1966, 230 .

15El tiempo de la pol~tica

cuestionarse los conceptos, cuyo sentido imaginan perfecta-mente expresable en la lengua natural y transparente para cual-

o guier hablante nativo, utilicen los conceptos laxamcnte, atribu-yendo con frecuencia a los actores ideas que nO correspondena su tiempo. Esto último se podría evitar, en gran medida, con'sólo apelar a un diccionarío histórico. Sin embargo,- existe unasegunda cuestión, íntimamente relacionada con el resurgi-miento reciente de la historia intelectual, mucho más cornpli-cada de resolver.

De acuerdo con lo que se supone, el estudio de los usos dellenguaje no sólo resulta necesario a los fines de lograr un ma-yor rigor conceptual, sino también por su relevancia intrínse-ca. Analizar cómo se fueron rcformulando los lenguajes políti-cos ~¡o-lai-io-deu;"det~rminad;;p'e~í;;d;; a:~r';Xa:~í;da;~s'pá.racompre;"der ;spe~t;;-shi~ió;ko;';;;;¡~generales, cuya importan-cia excedería incluso el marco específico de la disciplina parti-cular. Como apuntaba ya Raymond Williams en el prólogo a su I

¡iÚo Keywords (1976):

Por supuesto, no todos los temas pueden comprenderse median-te el análisis de las palabras. Por el contrario, la mayor parte delas cuestiones sociales e intelectuales, incluyendo los desarro-llos graduales de las controversias y-conflictos más explícitos,persisten dentro y más allá del análisis lingüístico. No obstan-te, muchas de ellas, descubrí, no podían realmente aprehen-dersc, y algunas de ellas, creo, siquiera abordarse a menos que

o seamos conscientes de las palabras como elementos.2

(3JRaymond Williams, Keywords. A Vocabulary o/ Cullw7: and Sociely, NuevaYork, Oxford University Press, 1983, pp. 15.6.

Según señalaba Williams, un diccionario resulta, sin embar-go, completamente insuficiente para descubrir el sentido his-tórico de un cambio semántico. El análisis de ningún términoo ninguna categoría particular, por más profundo y sutil que

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Elías J. Palti14

La importancia que ha cobrado en los últimos años la his-toria intelectual hace innecesario justificar un estudio enfoca-d()en_ell8!g~~j~ ..P2!.íQsQ.De manera lenta pero firme se haido difundiendo la necesidad de problematizar los usos del len-guaje, en una profesión tradicionalmente reacia a hacerlo. Unprimer impulso proviene de las propias exigencias de rigorarraigadas en ella: resulta paradójico observar que investigado-res celosos de la precisión de sus datos, pero poco inclinados a

'les, se abriría un horizonte vasto e incierto. Cuál era el sentidode esos nuevos valores y prácticas a seguir era algo que sólo po-'dría dirimirsc en un terreno estrictalnente político.

Esto que, visto retrospectivamente -desde la perspectivade nuestra política estatizada-, nos resulta insondable no essino ese momento en que la vida comunal se va a replegar so-bre la instancia de su institución, en que la política, en el sen-tido fuerte del término, emerge tiñendo todos los aspectos dela existencia social. Ése será, en fin, el tiempo de la política.

Para descubrir las claves particulares que lo animan es ne-cesario, sin embargo, desprendernos de nuestras certidumbrespresentes, poner entre paréntesis nuestras ideas y valores y pe-

~)nctrar el universo conceptual en que la crisis de independen-¡ cia y el posterior proceso de construcción de nuevos Estadosnacionales tuvo lugar. El análisis de los modos en que habrá dedefinirse y redefinirse a lo largo de éste el sentido de las cate-gorías políticas fundamentales -como representación, sobe-ranía, etc.-, la serie de debates que en torno de ellas se pro-dujeron en esos años, nos introducirá en ese rico y complejoentramado de problemáticas que subyace a su caos manifiesto.

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'Ibid.,p.15.4 Ibid., p. 22.5 Quentin Skinner luego cuestionaría duramente esto. Decía: "Manten-

go mi creencia en que no puede haber historias de concepws como tales".Quentin Skinner, "AReply to my Critics", en James TulIy (ed.),MeaningandContexto Quentin Skinner and His enties, Oxford, Poli[)' Press, 1988, p. 283. Pa-ra una crÍcica específica de Keywords, de Raymond Williams, véase QuentinSkinner, Visions ofPolities. Volume /: Regarding Melhotl, Cambridge, CambridgeUniversicy Press, 2002.

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Eltiempo de la política 17 Q

A "d _. I Ii)poyan ?se en estos nuevos marcos teoncos, e presente (l

• estudio intenta retomar el proyecto original de Williams, apli- '''',cado, en este caso, al siglo XIX latinoamericano. Éste es, pues, Di

Imucho luenos que un diccionario, dado que no resulta de nin- () "~,gún modo suficientemente comprehensivo ni sistemático, pe- ")

\\ro es, al mismo tiempo, algo más que un diccionario: se trata;, ~11 de un trabajo de historia inte!ectuaJ! Esto se interpreta aquí en el ! .:)

I'sentido de que no intenta trazar todos los cambios semánticos ' ro! que sufrieron los términos políticos abordados a lo largo del: () !

I período en cuestión, sü~oq~"CbU2.c,,:!.eco~str-,!irl£Egy,gjes p"olíti-: J.c0s. Las diversas categorías que jalonan su desarrollo no se de- ()ben tomar como si remitiera cada una a un objeto diverso, si-~-ocomo distintas entradas en una misma realidad, instancias :,)á-través de las cuales rodear aquel núcleo común que les sub- ;)'1

i yace, pero que no puede penetrarse directamente sin transitar 0.1,\ antes por los infinitos meandros por los que se despliega, in-. Q '.1'I cluidos los eventuales extravíos a los que todo uso público de ' . ~\ los lenguajes se encuentra inevítablemente sometido. Sólo. to-! 'O ~~; mallas en su conjunto, en el Juego de sus mterrelaclOnes y des-: ~ ',~\ f~~j~s recíprocos, habrán, en fin, de revelársenos la naturaleza. ~Of\y~I sentido de las profundas mutaciones conceptuales ocurri- r,)!,das a lo largo del siglo analizado .•:~-Ericontramos aquí la primera de las marcas que distingue ,)la llamada "nueva historia intelectual"dela vieja tradición de Ohistoria de "ideas", Ésta supone una redefinición fundamental :;)

1de su objeto. Un lenguaje. político no es un ca.njunto. de ideas', O~ conceptos, sino l!.I)-,.IJ1.Qd9~<;ª-El-_~te.!isticq__ª~.P!.<?Q.!1...c;tr~. Para .

~reconstruir el lenguaje político de un pe~íodo n~ b~sta, pues, lo)I c;;n' analizarlos cambios de sentido que sufren las distintas c~-tegorías, sino que es necesario penetrar la lógica que las articu-

r la, cómo se recompone el sistema de sus relaciones recíprocas .~-Porcierto, ésta no es la única diferencia entre la historia inte-lectual y la historia de ideas. De ella derivan una serie de refor-mulaciones teóricas y metodológicas fundamentales, las cuales,idealmente, abrirían un horizonte a una perspectiva muy dis-

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Elías J. Palti16

I sea, alcanzaría a descubrir la significación histórica de las re-I -

1configuraciones conceptuales observadas. Para ello, q,ecía Wi-'¡líia~s~no';-s-~e~~-S'~~iotrascender la instancia lingüíStl.'C~_~,p"~.rosí reconstruir un campo completo de significaciones. Afinna-

, ha que su texto Keywords no se debe tomar como un 'dicciona-rio o glosario, sino como "el.registro de la interrogación en un ¡vocabulario".3 "Elobjetivo intrínseco de su libro", aseguraba, "esIenfatizar las interconexiones", ..

No obstante, tal proyecto sufrirá, en el curso de su realiza-ción, una inflexión fundamental. Según decía, su procedimien- 'to original tomaba como unidad de análisis "grupos [clusters].1conjuntos particulares de palabras que en determinado mo. ;mento aparecen como articulando referencias interrelaciona- :das".4Sibien no abandonó este proyecto inicial, obstáculos me- :todológicos insalvables lo obligaron a alterarlo, y a recaer en Iun formato más tradicional.5 En definitiva, WiIliams carecía Iaún del instrumental conceptual para abordar los lenguajes po-líticos como tales. En los años inmediatamente posteriores a la "publicación de Keywords, distintos autores, entre los cuales sedestacan las figuras de J. G. A. Pocock. Quentin Skinner y Rein- .hart Koselleck, aunque partiendo de perspectivas y enfoques,

•i muy distintos, encararían sistemáticamente la tarea de proveer ~. las herramientas necesarias para ello, vehiculizando el tránsito ~de la antigua historia de ideas a la llamada "nueva historia in- :telectual". '

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El revisionismo histórico reconsiderado

tinta y más compleja de los proccsos histórico-conceptuales. Ta-les diferencias, espero, se irán descubriendo progrcSiV£tlnentca lo largo del presente estudio.

En todo caso, cabe señalar, no se trata ésta de una enlpresainaudita cn la región. Obras hoy muy difundidas han avanzadoen muchas de las direcciones que aquí se exploran. El puntode referencia obligado son los trabajos del recientemente falle-cido Fra1ll'ois-Xavier Guerra. Él dio un impulso fundamental a

. la hist~riografía político-intelectual latinoamericana, dcmos-trando la iInportancia del análisis de la dimensión simbólica enla comprensión de los procesos históricos. De este modo afir-

. rnó sobre una nueva base lo que, especialmente en México, seconoce desde hace unos años C0l110 una nueva corriente de "es-tudios revisionistas" (la cual encontraría su punto de partidaen la obra de otro gran autor reciente, Charles Hale).

Lo que sigue, como verC¡TIOS, continúa y discute, a la vez, losenfoques y perspectivas de Guerra. Según intenta demostrarse,no es verdaderamente en su "tesis revisionista" donde radica lofundamental de su aporte a la historiografia latinoamericana.Por el contrario, su alegado "revisionismo" tiende más bien a os-curecer la penetración de sus análisis históricos, bloqueandomuchas de las líneas posibles de investigación a la que aquéllos

, se abren, conspirando incluso contra su mismo objeto: desman-,\~, l. telar las perspectivas dominantes de la historia político-intelec-/ tuallatinoamericana de carácter fuertemente teleológic¿. -

En realidad, partiendo nuevamente del caso mexicano-que es, de hecho, el que se ha convertido en una especie decaso testigo para el resto de la región-, cabe decir que se havuelto hoy muy dificil saber a ciencia cierta qué debe entender-se por "revisionismo". Casi todos los trabajos históricos actua-les en ese país --definitivamente, demasiado disímiles entre sí

19El tiempo de la política

COInopara poder ceñirlos a una única categoría-, incluidoslos escritos anteriores de quien escribe, suelen definirse de es-te modo. El término se ha visto degradado así a una suerte decontraseña por la cual se constataría siInplenlcntc la supucstaactualidad y validez académica del texto en cucstión, libre yadel tipo de teleologismo y nacionalismo que impregnó a la an-tigua historiografia liberal. De todos modos, si bien resulta im-posible definir de un modo preciso este "revisionismo históriCO",6 podernos sí descubrir ciertas tendencias olás generalesque lo distancian respecto de aquellas perspectivas tradiciona-les que vino a cuestionar. Según señala Rafael Rojas en La escri-tura de la Inde/,endencia:

Si la imagen es sólo de "caos", "inesl.::"lbilidad","caudillismo","anarquía" [... ), el enfoque se acerca al modelo liberal ciá::;i-co, concebido en la República Restaurada y el Porfiriato y re--novado.en la etapa posrevolucionaria. En cambio, si reconoceel valor de las formas jurídicas del antiguo régimen y su aui-vación poscolonial, el enfoque ya se inscribe en la corrienterevisionista que ha predominado en el campo académico du-rante las últimas décadas.7

Así entendido, el presente estudio de ningún modo podríaconsiderarse "revisionista", aunque tampoco es por ello necesa-riamente "antirrevisionista" o "liberal". Desde la perspectiva deque aquí se parte, la pregunta sobre las continuidades y los cam-bios en la historia se encontraría allí simplemente mal plantea-

~ El uso de ese término dista del que de éste se hace en otros países, co~mo la Argentina. Sobre el revisionismo histórico argentino, véanse DianaQuatmcchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y j)olítica en la Argentina,Buenos Aires, Emecé, 1995, y Tulio Halperin Oonghi, Ensayos de historiogra-fía, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996.

7 Rafael R~ias, La escritura de la Independencia. El.mrgimienlo de la opiniónpública en México, México, Taurus/CIDE, 2003, p. 269.

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Elías J. Palti18

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da. De hecho, tampoco se podría siquiera decir que entre am-bas perspectivas alegadamen te opuestas (la "liberal" y la "revi-sionista") haya en realidad contradicción alguna: la imagen de"caos", "inestabilidad", "caudillismo", "anarquía", que definiríaal enfoque liberal, no sólo no es incompatible sino que se des-prende, justamente, de la creencia supuestamente "revisionis-ta", pero igualmente compartida por la historiografía liberal, enla persistencia de formas institucionales e ideas provenientes delantiguo régimen.

Sea como fuere, según veremos, no es por allí por dondepasa la renovación que está desde hace algunos años reconfi-gurando profundamente el campo de la historia politico-inte-lectuallatinoamericana (de hecho, la tesis "revisionista" es tano más antigua aún que el propio enfoque liberal). Ésta comien-za a revelarnos una imagen muy distinta del siglo XIX latinoa-mericano en un sentido mucho más profundo y complejo quelo que la idea de la pervivencia de patrones sociales e imagina-rios tradicionales alcanza a expresar. En definitiva, el análisisde los lenguajes políticos nos revelará por qué los postuladosrevisionistas necesitan hoy, al igual que los liberales clásicos, serellos mismos también revisados.

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20 Elías J. Palti

IntroducciónIdeas, teleologismo y revisionismo

en la historia político-intelectual latinoamericana

la ambición de reducir el conjunto de procesos naturales aun pequeño número de leyes ha sido totalmente

abandonada. Actualmente, las ciencias de la naturalezadescriben un universo fragmentado, rico en diferencias

cualitativas y en potenciales sorpresas. Hemos descubiertoque el diálogo racional con la naturaleza no significa ya una

decepcionante obselVación de un mundo lunar, sino laexploración, siempre electiva y local, de una naturaleza

cambiante y múltiple.

ILYA PRJGOGINE E ISABELLE STENGERS, La nueva alianza

Según señala Fran~ois-Xavier Guerra, la escritura de la his-toria en América Latina ha sido concebida "más que COll10 una'actividad universitaria, como un acto político en el sentido eti-mológico de la palabra: el del ciudadano defendiendo su polis,narrando la epopeya de los héroes que la fundaron ".1 Esto seríaparticularmente cierto para el caso de la historia de las ideas po-líticas.Sólo en los últimos veinte años ésta lograría librarse de lapresión de demandas externas y extrañas a su ámbito particular.La crecien te profesionalización del medio historiográfico, com-binada con el malestar generalizado respecto de la vieja tradi-ción de historia de "ideas", dará lugar así a la proliferación de loque, especiahnente en México, se llaman "estudios revisionistas",que buscan superar los relatos maniqueístas propios de aquella

1Fran<:ois-Xavier GucITa, "El olvidado siglo XIX", en V. Vázquez de Pra-da e Ignacio Olabarri (comps.), Balance de la hütoriograjia sobre Iberoa7llérica(1945-1988). Actas de las Iy Conversaciones Internacionales de Historia, Pamplo-na, Ediciones Universidad de Navarra, 1989, p. 595.

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Elías J. Palti El tiempo de la política

La emergencia de la historia de ideas latinoamericanas

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tradición. Por c1~bajode esta contienda manifiesta referida a los fue, sí, q0.<:.n..ftié> s.uspal!tas metodológicas fundamentales, lascontenidos ideológicos subyace, sin embargo, un desplazamlen. 'lE-e,apenas modificadas, subsisten ,hasta hoy, tiñendo inclusoto aún más fundamental de orden epistemológico. las perspectivas de sus propios críticos. En su obra clásica, El/JO-

En efecto, la historia político.intelectual comenzará entono sitiuismo en México (1943), abordó por primera vez, de manera'"',, ..ces a apartarse de los añejos y fuertemente arraigados mold~s sistemática, la problemática particular que la escritura de la his.

()',,/'~teóricos cimentados en esa tradición, para e_r}K<25~{~~,~_~~~'toria de ideas plantea en la ,"E.erife~~a:'de Occidente (esto es,:q~;:'):7" '~,:~. li~iS,de"co,'m,C? ~c;c~n,for~aro~_ Y..lf,<lf.lsf~r~F~a~~2!1_..~~?t9~ca:(l"Lentc e~ regiones cuya~ culturas tienen un l~~~ác.ter,:'derivativo ;', sc-'-o e /:. los "lenguajes políticos". Como veremos,."sto supon~ra una ver. gun se las denomma desde entonces); mas concretamente, cuál

..' cladera revoluciÓn teórica en la disciplina que habra de recon. es el sentido y el objeto de analizar la obra de pensadores que,r figurar completament~ su objeto y sus modos de aproximación según se admite, no realizaron ninguna contribución a la his.\ a él abriendo el terreno a la definición de un nuevo campo de toria de ideas en general; qué tipos de enfoques se requieren\ problemáticas, muy distintas ya de las que dominaron hasta para tornar relevante su estudi04

'. ahora en ella. En Modernidad e independenczas (1992), Guerra se. Esta perspectiva abre las puertas a una reconfiguración fun.ñala, en este sentido, el hito fundamental en la historiografia damental del campo. Desengañados ya de la posibilidad de quelatinoamericana reciente, el cual servirá aquí como punto de el pensamiento latinoamericano ocupase un lugar en la histo.partida para debatir respecto de estas nuevas perspectivas, d ria universal de las ideas, que la marginalidad cultural de la re.sentido de las redefiniciones que con ellas se operan, sus alean.gión fuera algo meramente circunstancial,5 Zea y su generaciónces, y también los problemas y desafios que plantean.2 se verían obligados a problematizar y redefinir los enfoques

precedentes que veían a ésta como "la lucha de un conjunto deideas contr~ otro conjunto de ideas". "En una interpretaciónde este tipo", decía Zea, "salen sobrando México y todos los po.

~ .'" . . d 'sitivistas mexicanos, los cuales no vendrían a ser sino pobres in-Veamos primero brevemente como se mstltuyo la hlstona e,

"ideas" como disciplina académica. Elpul1~().<.J.ereferell~~2nelu',dible aquí es el mexican,oLeopoldo Z:a. Si bien se~a,exagerad~afIrmar qüe él-"inventó" la historia de ideas en Amenca LatIna, 4Esta .problemática, sin emba~go, se vería desplazada en S~I pensamien-

to en el mismo momento en que,Justamcllte, abraza las doctnnas Ilainadas"dcpendentistas". En efecto, en los atios sesenta se produce un giro en el pen-

2 Aquí dejaremos de lado otras obras de dicho autor y los desplazamien'samient.o de Zea del cual sólo el título dc su obra escrita en 1969 es ya ilus-" tos conceptuales que en ellas se observan para concentrarnos en este ~uetrativo:Lafilosofía americana comofilosojía sin más. Para un excelente estudio'\1 consideramos su texto fundamental. Sobre las alteraciones que fue sufncndc.las diversas h\ses que atraviesa su concepto histórico, véase Tzvi Medin,¡\do su enfoque historiográfico. véase ElíasJ. Palti, "Guerra y.Haber~as: ~l:úopoldo lea: ideología y filosofía ~leAmérica Latina, México, CCyDEL-UNAM,siones y realidad de la esfera pública latinoamericana", en Enka Pan.1y ~hCI11992.Salmerón (coords.), Conceptuar lo que se ve. Franyois-Xavier Guem¡, j¡ZSlOH(JdOl.. r,Hasta entonces, la debilidad intelectual dc América Latina solía atri-Homenaje, México, ln~tituto Mora, 2004, pp. 461--483. "buirse meramente a una "falta dc madurcz", a la 'Juvcntud" de las naciones

r¡¿:obras como Afilosofia no Brasil (1876)., de Silv~oRome:o, o La evoltLClO~atinoamcriC~l1as,que, por lo tanto, habría -o podría, al mcnos- de resol-

o de las ideas argentinas (1918), de José Ingcl1leros, aSl lo atestiguan. rrse con el tiempo.

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24 ElíasJ. Palti' Eltiempode la política 25

térpretes de una doctrina a la cual no han hecho aportacioneJ cione~" que aún hoy domina a la disciplina. Ésta resulta, pues,dignas de la atención universal".6 Pero, por otro lado, según se.l deunintento de historización de las ideas, del afán de arran-ñala, si las hubiera, descubrirlas tampoco sería rele,:,ante para, car de su abstracción las categorías genéricas en que la díscipli-comprender la cultura local. "El hecho de ser pos!tmstas meo,na se funda, para situarlas en su contexto particular de enuncia-

I'xicanos los que hiciesen alguna aporta~ión ~o .pasaría de ser, ció~. Así considerado, esto es, en sus prelnisas fundamentales, o

un mero incidente. Estas aportaciones bIen pudIeron haber:a". el proyecto de Zea no resulta tan sencillo de refutar. Uno de loshecho hombres de otros países"7 En de~mU':',a,.no ~,sde su VIn-1 problemas en él e~ que ~o siempre sería posible distinguir,losculo con el "reino de lo eternamente valIdo smo de su rela., "aspectos metodologlcos de su modelo mterpretatlvo de sus 'as-ción con una circunstancia llamada México"8 que la historia d\ pectos substantivos" (para decirlo en las palabras de Hale), II

ideas local toma su sentido. Lo verdaderamente relevantenol

mucho peor resguardados ante la crítica12 La articulación de la)son ya las posibles "aportaciones" mexIcanas (y latmoamenca~ historia de ideas como disciplina particular estuvo en México Inas) al pensamiento en general, sino, por el contrario, sus "yet íntimamente asociada al surgimiento del movimiento lo mexica-iHaS"; en fin, el tipo de refracciones que sufrieron las-ideaseuj no,13 y su empresa quedaría atada desde entonces a la búsque-!rape as cuando fueron transplantadas a esta región. ¡da del "ser nacional" (que subsecuentemente se expande para:

Zea especificaba también la unidad de análisis para esta enF .comprender a la del "ser latinoamericano" en su conjunto). Exis-presa comparativa: los "filosofemas" (un equivalente a lo que; te, sin embargo, una segunda razón que llevó a oscurecer losen esos mismos años Arthur Lovejoy comenzaba a defimr co- aportes de Zea; una menos obvia pero mucho más importante.mo "ideas-unidad", definición que le permite establecer a la hi> El esquema de "modelos" y "desviaciones" pronto pasó a formartaria de ideas como disciplina particular en el medio académi:: part~ del sentido común de los historiadores. de ideas latinoa-ca anglosajón)'" Según señala, es en los conceptos particulare --

: donde se registran las "desviaciones" de sentido que producenlos traslados contextuales. "Si se comparan los filosofemas un 1l Charles Hale, 'The History of Ideas: Substantive and Methodologicallizados por dos o más culturas diversas", dice, "se encuentra qU( Aspects of the Thought of Leopoldo Zea",joumal 01Latin Amnican Sludies

estos filosofemas, aunque se presentan verbalmente como lo, 3.1,1971, pp. 59-70."mismos, tienen contenidos que cambian ".10 . . 12Desde este punto de vista resultan perf~ctamente just~ficadas afirma-. E ' fí I t d fi .do el di.sen-abas' I.COd,. cJOnes como las de Alexander BeL"lnCOUnMendlera cuando senala que la.pers-ncon tramos aqul lna men e e lnl .

d •• --d---I.-'.''- ---''(i- , pectiva de Zea "termina por imponer a la realidad histórica un esquema que_____ P" la!E.r?xim.~ci.?!:!~~~ada_.t:neLesq~e!I.1a- .~.-T~::.,.?,_º~_X::..~~~a ha sido elaborado a priori Yque fuerza la realidad histórica". Alexander Betan-

court Mendieta. Historia, ciudades e ideas. La obra deJosé Luis Romero. México •. UNAM, 2001, p. 42. Silvestre Villegas. sin embargo. prefiere destacar las Olien-

Ú Leopoldo Zea, El positivismo en México, México. El Colegio de México. taciones pluriculturalistas que cree descubrir en la obra de ese autor; véase Vi-1943,1, p. 35. llegas, "Leopoldo Zea y el siglo XXI", Melapolítica 12, 1999. pp. 727.32.

7 ¡bid,. p, ] 7. 13 Sobre la, trayectoria de este movimiento, véanse G. W. Hewes, "Mexi-8 ¡bid, p. ] 7. . can in Search of the 'Mexican' (Review) ". The American Journal 01Er:onomics9 Véase Arthur Lovejoy, "ReflectlOns on lhe lllSWry of ideas",journal, aud Sociology 13.2. 1954, pp. 209-222, YHenry Schmidt, The Roots o/ Lo Mexica~

the Hülory 01ideas 1.1. 1940. pp. 3-23. ~ no SelJand Society in Mexican TllOughl, 1900-1934. College Station. Texas A&M10 Leopoldo Zea. El/}().I'itivismo en México, l. p, 24. University Press. ] 978.

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Antes de que [Hale] se entrometiera, podíamos contarnos un 2 Ante la afirmación de un antropólogo mexicano amigo suyo de quecuento delicioso, conmovedor: aquí habíamos tenido -desde él,como extranjero, no podría alcanzar a comprender el pensamiento me-. h h' t d'cl'o'n de liberales' que xicano, Hale señala que "llegué a la conclusión, sin embargo, de que un ex-slempre- una ermosa y erOlca ra 1 '. . ..

. l' bl' tranJero no comprometido puede estar mejor capaettado para aportar una. d mócratas que eran naClOnaIstas,que eran repu lea- .~ ~, . ~. . ..eran e '.. . b comprensIOn novedosa de un tOPICOhlstonco tan senSIble como el hbcrahs~nos, que eran revoluClonanos y hasta zapatlstas (y eran ue. roo mexicano". Charles Hale, Mexican Liberalism in theAge o/Mora, 1821-1853,nos); una tradición opuesta, con patriótico empeño, a la de NewHaven y Londres, Vale University Press, 1968, p. 6. En un artículo sobreuna minoría de conservadores: monárquicos, autoritarios, ex. la obra de Zea insiste en que "un historiador extranjero tiene una oportuni-tran 'erizan tes, positivistas (que eran muy malos) .14 dad única. Ajeno a las consideraciones patrióticas, se encuentra libre para

~ identificar las ideas dentro de su contexto histórico particular". Charles Ha-

d . le, "The History of Ideas: Substantive and Methodological Aspects of theEl . '0 Hale ha señalado reitera amente como su pnn. ". .plOpl .• . . fí d ThoughtofLeopoldo Zea ,joumalofLatm Amencan StudieslILI, 1971, p. 69.

cipal contnbuClon el haber arrancado a la hIstonogr~ la e 16 Edmundo O'Gorman, La supervivencia política novohispana. Reflexionesideas local del plano ideológico subjetivo (del que, segun afif-sobreel monar.quismo mexicano, México, Fundación Cultural Condumex, 1969,

p.13.17 Específicamente en relación con Mora, afirma Hale que "aunque el

programa de reforma de 1833 fue un ataque al régimen de privilegio corpo-1-1 Fernando Escalan'te Gonzalbo, "La imposibilidad del liberalismo en rativo heredado de la Colonia, difícilmente pueda considerarse 'una nega-

México ", en Josefma Z. Vázqucz (coord.), RecejJción~ l~ans/a:n¡ación, delliber~.ción de la herencia española'. De hecho, los modelos más relevan les paralismo en México. Homenaje al profesor Charles A. Hale, Mexlco, El ColegIO de Me Mora eran españoles: Carlos IU y las Cortes de Cádiz", Charles Hale, Mexicanxico, ]9Yl,p.14. Liberalismin theAgeo/Mora, p. 147.

Los orígenes del revisionismo histórico

El punto de partida de las nuevas corrientes revisionistas dela historia político.intelectual mexicana, en particular, y latinoa.mericana, en general, suele sítuarse en la obra de Charles Ha.le. Según señala uno de sus cultores más notorios, FernandoEscalante Gonzalbo:

27

maba, él, C01110extranjero, no participaba) para resituarla enel suelo firme de la historia objetiva.15

Como surge de la afirmación de Escalante, Hale endereza.rá su crítica, en realidad, hacia aquel costado que, como vimos,fue el más errático en el enfoque de Zea, su "aspecto sustanti.va": una visión ideológica y maniquea .articulada sobre la base'de la antinomia esencial (un "subterráneo forcejeo ontológi.ca", 10 llamaba Edmundo ü'Gorman), 16 entre liberalismo yconservadurismo; el primero, identificado con los principiosde la independencia; el segundo, asociado a los intentos de res.tauración de la situación colonial. De este modo, dice Hale, Zea.ignora que, en su intento de "emancipación mental" de la co-lonia, los liberales mexicanos sólo continuaban la tradición re-formista borbónica. 17 Hale extrae de allí sus otras dos tesis cenotrales. La primera es que entre liberales y conservadores hubo

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mericanas, y ello ocluiría el hecho de que la búsqueda de las "re.fracciones locales" no es un objeto natural, sino el resultad? deu~esfuerzo teórico que respondió a condiciones histór.~s:.~syepisterrlológicas precisas. Convertido en una suerte de presu-

:puesto impensado, cuya validez resultaría inmediatamente ob-via, aquello que constituye su fundamento metodológico esca.paría a toda teu1atización.

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Page 16: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

lB Charles Hale, Menean Liberalism in lhe Age o/ Mora, p. 8.19 Guido de Ruggiero, The History o/ European Liberalism, Gloucester,

Mass., Peter Smith, 1981.20 Hale, Mexiean Liberalism in the Age oJMOTll, pp. 54-5.

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~enos diferencias que lo que solían creer los historiadores delf,.Ideas mexicanos. "Por debajo del hberahsmo y el conservadun.

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mo políticos", asegura, "hay en el pensamiento y la acción me.xicanos puntos de comunicación más profundos"18 que estándados por sus comunes tendencias centralistas. La segunda es'que esta mezcla contradictoria entre liberalismo y centralismoque caracterizó al liberalismo mexicano y latinoamericano no,'"es, sin embargo, ajena a la tradición liberal europea. Siguiendo:;a Guido de Ruggiero,19 Hale descubre en ella dos "tipos idea.,.les" en permanente conflicto, a los que define, respectivamen.ite, como "liberalismo inglés" (encamado en Locke) Y"liberalis-l: .mo francés" (representado por Rousseau) ;.el primero, defensor'de los derechos individuales y la descentralización política; el'segundo, por el contrario, fuertemente organicista y centrali •..ta, Hale afirma que "El conflicto interno entre estos dos tipos! 'ideales puede discernirse en todas las naciones occidentales",20¡

~nc(;mtramos aquí la contribución más ilnportante que rea.~¡iza Hal~''al estudio de la historia intelectual mexicana del siglo

'}/" / XIX. Ésta no resi~e t~nto, como él afirma, en haberla arranca.:"~.2':-: do del terreno IdeologlCo para converlJrla en una empresa aca',..le:' démica objetiva cOmo eIl haberla desprovincianizacjo, Fami,:

't',i liarizado, como estaba, con los debates que se produjeron en:Francia sobre la Revolución de 1789 al impulso de las corrien;¡tes neotocquevillianas que surgen en los años en que Hale e.taba completando sus estudios doctorales, pudo comprobar,que la mayoría de los dilemas en torno de los cuales se deba.tían los latinoamericanistas eran menos idiosincrásicos que lo'que éstos querían creer. Ello le permite, en Mexican Liberalisr,in t./teAge of Mora, desprender de su marco local los debates re.lativos a las supuestas tensiones observadas en el pensamiento

21 [bid., p. 304.2'llbid.

[, .. ] siguiendo con la cuestión de la continuidad, podemos en-contrar en la era de Mora un modelo que nos ayuda a COffi-

prendet:'la deriva reciente de la política socioeconómica en elMéxico que emerge de la revolución [... ] Es nuevamente lainspiración de la España del siglo XVlIl tardio que prevalecen

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liberal mexicano para situarlas en un escenario más vasto, deproyecciones atlánticas, Sin embargo, es también entonces que.las limitaciones inherentes a la historia de ideas se vuelven másclaramente manifiestas.

Como vimos, por debajo de los antagonismos políticos, Ha<le descubre la acción de patrones culturales que atraviesan lasdiversas.corrj",ntes ideológicas y épocas, y que él identifica con~ho.:' hispano '('i'es innegable", dice, "que el liberalismo en,~é-XICOha:Sido condiCIOnado por el tradiCIOnal ethos hU/Jano ) ,21Este sustrato cultural unitario contiene, para él, la clave últimaque explica las contradicciones que tensionaron y tensionan lahistoria mexicana (y latinoamericana, en general), y les da sen-tido. Según afirma:

Si bien la idea de la cultura latinoamericana como "tradicio- ,nalista", "organicista", "centralista", etc, es una representaciónde larga data en el imaginario colectivo tanto latinoamericano'como norteamericano, en la versión de Hale se pueden detec-tar huellas más precisas que provienen de la "escuela culturalis-ta" iniciada por quien fuera uno de sus maestros en ColumbiaUniversity, Richard Morse, Las perspectivas de ambos remitena una fuente común, a la.que al mismo tiempo discuten: LouisHartz, En The Liberal Tradition in Ammca (1955), Hartz fIjó laque sería la visión estándar de la historia intelectual norteame-ricana. Según asegura, una vez trasladado a Estados Unidos, el

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[... ] precisamente porque España y Portugal habían moder-nizado prematuramente sus instituciones políticas y renovado

~wLouis Hartz, The Liberal Tradilion in Amerim. An InlerjJrelalion of Ameri~can Poliliw.l Thoughl sínce the Revolution, Nueva York, HBJ, 1955,.

24 Louis Hanz, "The Fragmcntation ofEuropcan Culture and Ideology",en Lonis HarLZ (comp.), The Founding of New Societies. Studies in the History ofthe Uniled Slales, Latin Amelica, Soulh Afriea, Canada, and Australia, Nueva York,Harvcst/HBJ, 1964, pp. 3-23.

25 Claudio Sánchez Albornoz, t.spaña, un. enigma histórico, Buenos Aires,Sudamericana, 1956,1, pp. 186-7.,Marc Bloch también sostuvo una posturaanáloga en La sociedad feudal, México! Unión Tipográfica Editorial, 1979.

31El tiempo de la poHtica

su ideología escoI{lsticaen el período temprano de construc-ción nacional y expansión ultramarina de Europa, rehuyerona las implicancias de las grandes revoluciones y fracasaron eninternalizar su fuerza generativa.26

2li Richard Morse, NeTl1 World Soundings. Culture and ldeology in the A1Jleri~cas, Baltimore, Thc.J~hns Hopkins University Press, 1989, p. 106. Morsc ex-pone originalmente este punto de vista en 1964 en su contribución al iibrode Louis Hartz, nIe Founding o/ New Societies.

27 Richard Morse, "The Heritagc of Latin Arnerica", en Louis Hartz(comp.), The l'ounding o/ NeTl1 Socielies, p. 177.

2R Howard Wiarda, "[otfoduction", en Howard Wiarda (comp.), Polilicsand Social Clumge. The Distincl Tmr1ilion, Massachusclts, University of Massa-chl1setts Press, 1982, p. 17.

29 lbid" p, 10,

Las sociedades de herencia hispana tenderán así siempre aperseverar en su ser, dado que carecen de un principio de de-sarrollo inmanente. "Una civilización protestante", dice Morsc,"puede desarrollar sus energías infinitamente en aislamiento,como ocurre con Estados Unidos. Una civilización católica seestanca cuando no está en contacto vital con las diversas cultu-ras y tribus humanas".27

Esto explicaría el hecho de que el legado patrimonialista• haya permanecido inmodificado en la región hasta el presen-te, deternlinando toda evolución subsiguiente a la conquista.Como dice uno de los miembros de la escuela culturalista deMorse, Howard J. Wiarcla, el resultado fue que "en vez de insti-tuir regímenes democráticos, los padres fundadores de Améri-ca Latina se preocuparon por preservar lasjerarquías socialesy las instituciones tradicionales antidemocráticas";28 "en con-traste con las colonias norteatnericanas, las colonias latinoame-ricanas se mantuvieron esencialmente autoritarias, absolutistas,feudales (en el sentido ibérico del término) patrimonialistas,elitistas y orgánico-corporativas".29

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Elías J. Palti

liberalismo, a falta de una aristocracia tradicional que pudieraoponerse a su expansión, perdió la dinámica conflictiva que locaracterizaba en su con texto de origen para convertirse en unasuerte de tnito unifican te, una especie de "segunda naturaleza"para los norteamericanos, cumpliendo así final m-ente en esepaís su vocación,universalista.23 En un texto posterior, Hartz am-plía su modelo interpretativo al conjunto de las sociedades sur-gidas con la expansión europea, En cada una de ellas, sostiene,terminaría imponiéndose la cultura y la tradición políticas do-minantes en la nación ocupante en el momento de la conquis-ta. Así, mientras que en Estados Unidos se impuso una culturaburguesa y liberal, América Latina quedó f~ada a una herenciafeuda1.24

Morse retoma este enfoque, pero introduce una precisión. Se-gún afIrma, como Sánchez Albornoz y otros habían ya demostra-do,25en España nunca se afim1ó el feudalismo. La Reconquistahabía dado lugar a un impulso centralista, encamado en Castilla,que, para el siglo XVI, tras la derrota de las cortes y la nobleza (re-presentantes de tradiciones democráticas más antiguas), se impo-ne al conjunto de la península y se traslada, uniforme, a las colo-nias. Los habsburgos eran la mejor expresión de absolutismotemprano. España y,por extensión, laAmérica hispana, serían asívíctimas de una modernización precoz. Según dice Morse:

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30 Claudia Véliz, The Centralisl Tmditioll o/Latin A71Ienca, Princeton, Prin-ce ton University Press, 1980, p. 170.

3\ "Ni la falta de experiencia previa ni las ideologías políticas importadas-afirma CIen Dealy- pueden explicar el fracaso de los hispano~mericanosen establecer una democracia viable, tal COIllO nosotros la conocemos. Másbien, parecería que estos eligieron conscientemente implementar un sistemade gobierno en el cual tanto su teoría como su práctica tuviera mucho en co-mún con sus tradiciones." Dealy, "Prolegomena on lhe Spanish American Po-litical Tradition", en Howard Wiarda (comp.), Polilics and Social Cha'nge, p. 170.

En Mexican Liberalism in the Age o/ Mora, Hale retoma y dis-cute, a su vez, la reinterpretación que Morse realiza de la pers-.pectiva de Hartz. Si bien coincide en afirmar que en la Améri-ca hispana nunca hubo una tradición política feudal (aunquesí una sociedad feudal), asegura que las raíces de las tenden-cias centralistas presentes en el liberalismo local no remiten ala herencia de los habsburgos, sino a la tradición reformistaborbónica. Hale desafía así las interpretaciones culturalistas(indudablemente, los barbones eran mucho mejores candida-tos como antecedentes del reformismo liberal del siglo XIX quelos habsburgos), sin salirse, sin embargo, de sus marcos. Sim-plemente traslada el momento del origen del siglo XVI al sigloXVIII, manteniendo su presupuesto fundamental: dado quesiempre opera un proceso de selección de ideas extranjeras,ningún "préstamo externo" puede explicar, por sí mismo, elfracaso en instituir gobiernos democráticos en la región (comoseñala Claudia Véliz, "en Francia e Inglaterra existía una com-plejidad [de ideas] lo suficientemente rica como para satisfa-cer desde los más radicales a los más conservadores en Améri-ca Latina").3o Su causa última hay que buscarla, pues, en lapropia cultura, en las tradiciones centralistas localesg1 Pero eltraslado que Hale realiza del momento originario delliberalis-mo mexicano desde los habsburgos a los barbones lleva, sinembargo, a desestabilizar este modo característico de procederintelectual desde el momento que tiende, de hecho, a expan-

dir el proceso de selectividad a la propia. tradÍción: parafrasean-do a Véliz, podríamos decir que también en las tradiciones lo-cales habría una complejidad de ideas lo suficientemente ricacomo satisfacer desde los nlás radicales a los más conservado-res. La pregunta que su afirmación plantea es por qué, entrelas diversas tradiciones disponibles, Mora "elige" a la borbóni-ca, y no a la habsburga, por ejemplo.

La introducción de tal cuestión inevitablemente encierra alas aproximaciones culturalistas en un círculo argumental: asícomo, según asegura Hale, siMora llegó a Constant, y no a Loc-ke, fue por influencia de Carlos III, cabría también decir que,inversamente, si Mora miró a Carlos III como modelo, y no aFelipe I1, fue por influencia de las ideas de Constant. La expan- •sión de la idea de selectividad a las propias tradiciones desnu-da, en última instancia, el hecho de que éstas no son algo sim-plemente dado, sino algo constantemente renovado, en el quesólo algunas de ellas perduran, refuncionalizadas, mientras queotras son olvidadas O redefinidas. Yello haría imposible distin-guir hasta qué punto éstas son causa o, más bien, consecuenciade la historia política. La relación entre pasado ypresente (en-tre "tradiciones" e "ideas") se volvería ella misma un problema;ya no se sabría cuál es el explanans y cuál el explanandum,

Luego de la publicación de Mexican .Liberalism in the Ag~ o/Mora, Morse aborda el problema y modifica su punto de vistaanterior, tal como había sido expuesto en su contribución alli-bro de Hartz, TheFoundingo/New Societies (1964). Entonces, enrealidad, redescubre algo que ya había seilalado antes: la pre-sencia en América Latina de dos tradiciones en conflicto en sumismo origen, una medieval y tomista, representada por Casti-lla,y otra renacentista ymaquiavélica, encarnada en Aragón, Sibien, seilala ahora, en un coolienzo se impone el legado tonlis-ta, a fines del siglo XVIII y,sobre todo, luego de la independen- .cia. renace el sustrato renacentista, trabándose un conflicto en-tre ambas tradiciones. De este modo, los hispanoanlericanos,según dice Morse, "son reintroducidos al conflicto histórico en

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32 Richard Morsc, "Claims of Political Tradition ", New World Soundings,p. 112.

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34 ¡bid.• p. 107.35 Richard Morse, "The Hcritage of Latín America", en Louis Hartz

(comp.), TheFoundingojNcw Societies, p. 171."La cuestión crítica -dicc- noes tanto la pregunta vacía de si fue el neotomista Suárez o el jacobino Rous-scau la figura intelectual tutelar de las juntas soberanas hispanoamericanas.de 1809 y 1810, en los albores de la era independiente. Si tomamos seriamen-te la noción de que la América hispana había establecido ya con anterioridadsus bases políticas e institucionales, deberemos identificar la matriz de pen~samicntos y actitudes subyacente, no la retórica con la cual ésta puede velar-se en algún momento dado" (ibid., p. 153).

3(; Indudablemente, en su interpretación de las raíces dclliberalismo deMora, Hale confiere una dimensión desproporcionada a un conjunto de po-líticas que se aplicaron en las colonias sólo tardíamente yde modo inconsis-tente. Como sCllala Tulio Halperin Donghi en su crítica a The Centralisr. Tm-dition 01 Lar.in America, de Claudio Véliz: "El absolutismo fue, más que unrégimen de contornos definidos en q.'uetoda autoridad emanaba de la de lUi

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soberano legislador, una meta hacia la cual orienlaban todos sus esfuerzos dereorganización momí.rquiCa cuya estUlctura originaria eSlaba muy al~jada de.ese ideal, y cuya marcha, siempre contrastada, estaba destinada a no comple-tarse nunca". Tulio Halperin D<'lllghi,"En cllrasfondo de la novela de dicta-dores: la dictadura hispanoamericana COIllO problema Ilistórico", El esjJf!/o dela histon:a. Pro!JümuLJ argentinos y jJe1:s/Jectivas lalinoamericanas, Buenos Aires, Su-damericana, 1987, p. 2.

Poca es la distancia entre caracterizar como "espíritu" lo quese concibe como "esencia". Yasí,. pese a su ubicación en el de-venir histórico, Iberoamérica resulta ser un ente en sí o pornaturaleza "idealista", y Angloamérica, un ente en sí o por na~turaleza "pragmático". Dos entes, pues, que si bien actualizansu rnodo de ser en la historia, es [sic] en cuanto entelequias

que funciona COlnoun arhh_ o fundamento últin10 infundado.Al referir la oposición entre habsburgos Yborbones a otra an-terior y más primitiva entre castellanos y aragoneses, la reinter-pretación de Morse rescata al método genético del círculo en-tre tradiciones e influencias al que la propuesta de Hale parecíaconducirlo, pero refuerza en él su carácter esencialista.

En última instancia, las explicaciones culturalistas presupo;J'nen la idea de "totalidad cultural", de un sustrato orgánico detradiciones y valores. Todo cuestionamiento a la existencia dedicho trasfondo orgánico las convierte en necesariamente ines-tables y precarias. Sin embargo, la afmnación de la existencia deentidades tales, de algo semejante a un ethos hispano, no puedepasar nunca de un mero postulado indemostrable. Como seña-ló Edmundo O'Gorman, que haya países más ricos y países máspobres, gobiernos más democráticos y gobierno menos demo-cráticos, etc., son cuestiones que pueden discutirse y analizarse'

i sobre bases empíricas. Ahora bien, la afirmación de que esto se.'+-----¡deba a alguna suerte de determinación cultural resulta incom-probable, nos conduce más allá de la historia, a un terreno on-.' tológico de esencias eternas e ideas a priori, de "entelequias"_

Elias J. Palti34

la España del siglo XVI entre la ley natural neotomista y el rea-lismo maquiavélico".32 Aun así, insiste en que las ideas neoto-mistas seguirían predominando en la región. De hecho, esteautor afinnaque la doctrina maquiavélica sólo pudo ser asimi-lada en el mundo ibérico en la medida en que "fue reelabora- I

da en términos aceptables" para la tradición neo escolástica depensamiento heredada.33 Las ideologías reformistas e iluminis-tas se caracterizarían así por su radical eclecticismo, conforma-rían "un mosaico ideológico, antes que un sistema".34

En definitiva, Morse aplica aquí a la propia "hipótesis bor-banista" el método genético que busca siempre "identificar la ma-triz histórica subyacente de actitud y acción social"." Siguien-do dicho método, dado que, como Hale mismo señala, ningunapolítica puede explicarse por una pura influencia externa, elpropio proyecto reformista borbónico debería, a su vez, expli-carse a partir de tradiciones preexistentes.'6 Así, la lógica delmétodo genético remite siempre a un momento primigenio,

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"Ideas" y "tipos ideales" en América latina

Nada impide aún postular la existencia de entelequias ta-les; pero la historia ya no tiene nada que decir al respecto _y,como decía Wittgenstein (Tracta/us, proposición 7), "de lo queno se puede hablar, mejor callar".

La pregunta que la historia de "ideas" plantea, sin embar-go, es, más bien, cómo no hablar de la "cultura local", cómo noreferir las ideas en América Latina a algún supuesto sustratocultural que explique el sistema de sus "desviaciones" y "distor-siones locales". La "escuela culturalista", como tal, ha sido, enverdad, lateral en los estudios latinoamericanos. Se trata, bási-camente, de un intento de superar los prejuicios existentes enel medio académico norteamericano y comprénder la culturalatinoamericana "en sus propios términos"38 que, en últiIna ins-

&drnundo O'Garman, México. El trauma de su historia, México, UNAM,1977, p. 69. O'Corman, cabe seilalar, mantiene la discusión en un terreno quedenomina "ontológico". Él afirma concebir las tendencias culturales no como"entelequias" o esencias dadas de una vez y para siempre, sino como "proyec-tos vitales" que se constituyen 'como tales sólo históricamente. En La invenciónde Anlirica habla de "invenciones", en oposición a las "creaciones", que ~upo-nen, según dice, un comienzo ex nihilo. Al respecto, véase Charles Hale, "Ed-mUll29 O'Gorman y la historia nacional", Signos Históricos 3,2000, pp. 11-28.,- .

• ~~;JDebemos ver a América Latina en sus propios términos, en su propiocontexto histórico -demanda Wiarda-, debemos dejar de lado los prejui-cios y el etnocentrismo, las actitudes de superioridad que tan a menudo de-terminan la percepciones, especialmente en la sociedad política norteame-ricana, de otros países cuyas tradiciones son peculiares." Howard Wiarda,"Conclusion", en Howard Wiardfl. (comp.), Politics and Social Change, p. 353.

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tancia, sólo conduce a reproducir acríticamente todos los este-reotipos circulantes.39 Ahora bien, aun cuando la "escuela cultu-ralista" es marginal entre los especialistas,' ~ar~~<=:~_~_t:_~~.~~!1}ahis-toria de ideas latinoamericana a las peculiaridades de la "culturalocal" (que la hari:an contradictoria con los principios liberales)c"-;nstituyeuna práct;~a universal. Más allá de sus orígenes "cul-turalistas", la afirmación de Hale de que "la experiencia distinti-va del liberalismo latinoamericano derivó del hecho de que lasideas liberales se aplicaron [ ... ] en un ámbito que le era refrac-tario y hostil"40 parece una verdad indisputable, trasciende a di-cha escuela formando parte del sentido común en la profesión.'No se trata ésta, sin embargo, de una mera verdad de hecho, \

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sino de una afirmación que tiene fundamentos históricos y epis- '!temológic6s precisos. Nuevamente, como dice Guerra, la inte-rrogación sobre los desajustes entre la cultura local y los princi-pios liberales debería ella misma volverse objeto de escrutinio.41

Más allá de su contenido particular (que siempre varía con las

39 A pesar de sus denuncias de los "prejuicios de los académicos nortea-mericanos" (o quizá, precisamente por ello), los cultores del enfoque "cultu-.ralista" se encuentran a tal punto tan mal protegidos ante los estereotipos que,en su intento por comprender la "peculiaridad latinoamericana", Morse llegaa dar crédito incluso a los dislates de Lord Keysserling, como, por ejemplo, sudefinic;ión de la gana como el "principio original" .que informa la cultura lati-noamericana. Véase Richard Morse, "Toward a Theory ofSpanish AmericanGovernment", en Howard Wiarda (comp.), Politics and Social Change, p. ]20.

40 Charles Hale, "Political and Social Ideas in Latin America, '1870-1930",en Leslie Bethell (comp.), The Cambridge History o/ Latin Ammca. From c. 1870lo 1930, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, IV, p. 368.

41 Edmundo O'Corman rastrea su origen en la crisis que se produjo amediados del siglo XlX. "La evidencia del fracaso debió provocar el conven-cimiento de que el proyecto liberal pretendía edificar un castillo en la arena.movediza de un gigantesco equívoco: que el principio ilustrado y modernode la igualdad natural era una abstracción sin fundamento real, el productode una tradición filosófica de la que, precisamente, habían quedado al mar-gen los pueblos iberoamericanos." Edmundo O'Gorman, México, Ellra'umade su historia, p, 43.

El tiempo de la política

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Elías J: Palti

de la potencia de "susrespectivas esencias; dos entes, digamos,que como un centauro y un unicornio son históricos sin real-roen te serlo.37

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.12 J. C. A. Pocock, /Jolilics, Language, and Time. Essays 011 Political17lOlIght

and Ilistory, Chicago, The Ullivcrsity ofCllicago Prcss, 1989, p. 11.

circunstancias históricas), lo cierto es que tal referencia a la cul-tura local viene a llenar una exigencia conceptual en la discipli-na, ocupa un casillero en una determinada grilla teórica. Las"particularidades latinoamericanas" funcionan COIDO ese sustra-to material objetivo en el que las formas abstractas de los "tiposideales" vienen a inscribirse y encarnar históricamente, aquelloque concretiza las categorías genéricas de la historia de ideas, yvuelve relevante su estudio en el contexto local.

En efecto, dentro de los marcos de la historia de "ideas", sin"peculiaridades locales", sin "desviaciones", el análisis de la evo-lución de las ideas en América Latina pierde todo sentido (co-mo decía Zca, I\iléxico y todos los autores lnexicanos "salen so-brando"). Sin embargo, parafraseando a uno de los fundadoresde la llamada "Escucla de Cambridge",]. G. A. Pocock, dichoprocedimiento no alcanza a rescatar al historiador de ideas "dela circunstancia de que las construcciones intelectuales que tra-ta de controlar no son en absoluto fenómenos históricos, en lalnedida en que fueron construidas mediante lnodos ahistóri-cos de interrogación"."2 Mientras que los "modelos" de pensa-miento (los "tipos ideales"), considerados en sí mismos, apare-cen como perfectatnente consistentes, lógicamente integradosy,por lo tanto, definibles a jmori-cle allí que toda "desviación"de éstos (el logos) sólo pueda concebirse como sintomática dealguna suerte de palhos oculto (una cultura tradicionalista y unasociedad jerárquica) que el historiador debe des-cubrir-, lasculturas locales, en tanto sustratos permanentes (el ethos hisjm-no), son, por definición, esencias estáticas. El resultado es unanarrativa pscudohistúrica que conecta dos abstracciones.

Los "tipos culturales.", en definitiva, no son sino la coutra-J i parte necesaria de los "tipos ideales" de la historiografía de

ideas políticas. Esto .explica por qué no basta con cuestionar las

Formas. contenidos y usos del lenguaje

4[1 Bcrnard Bailyn, The Tdeological Origins o/lhe Amelican Rroolulioll, Cam-bridge, Hal-vard University Press, 1992.

39El tiempo de la política

En los aúos en que Hale publicaba Mexican Libcralism in theAge o/ Mora comenzaba justamente en Estados Unidos, con TheIdeological Origino<o/ the American Revolulion (1967), de BernardBailyn,43la demolición del modelo propuesto por Harrz. Co-

aproxitnaciones culturalistas para desprenderse efectivalncnlc 1de las apelaciones esencialistas a la tradición y a las culturas 10- ¡cales COtIlOprincipio explicativo últirno. Para ello es necesario l.'penetrar y minar los supuestos epistetTIológicos en que tales~pelacio.nes se fundan, esto es, escrutar de lTIanCracrítica aque-llos "modelos" que en la historia de ideas local funcionan sim-plemente como una premisa, algo dado. Ello nos conduce asímás allá de los límites de la historia intelectual latinoamerica-na, nos obliga a confrontar aquello que constituye un límite in-herente a la historia de "ideas": los "tipos ideales". Yaquí tam-bién encontramos la limitación de la renovación historiográfic~.de Hale. Si bien, como vimos, su enfoque rompe con el provin-cianisnlo ele la historiografía de ideas local para situar las (011-

lr;:ldicciones que observa en el pensamiento liberal 111cxicanuen un contexto más amplio, mantiene, sin elnbargo, las antino-mias propias de la historia de "ideas", ahora inscriptas en elseno de la misma tradición liberal. Todo aquello que hasta en-tonces se vio ¿amo decididamente antiliberal, una "peculiari-dad latinoamericana" (el centralismo, el autoritarismo, el orga-nicismo, ete.) pasa ahora a integrar la definición de un liberalismoque no es verdaderamente liberal (el "liberalismo francés") enfren-

. tado a otro liberalismo que es auténticamente liberal (el "liberalis-mo inglés"). Esta perspectiva, no obstante, pronto comenzaríatambién a perder su sustento conceptual.

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47 Véase John Dunn, The Political Thought of John Locke. An I-fistoncal Ac-count oftlte Argument o/the "TillO Treatises oJGovemment", Cambridge, Cambrid.ge University Press, 1995,

48 J. C. A. Pocock, Virlue, Commerce and l-1istory, Cambridge, CarnbtidgeUniversity Press, 199].

Ello supone una redefinición del objeto mi,smo de estudio, ~)I~oción '(¡fe tfxJ9¡ por la cual se busca incorporar a ésta aque- "Ullas otras dimensiones, además de la puramente referencial, in- , )herentes a los usos públicos del lenguaje, Como señala nueva-mente Pocock,

(El cambio producido en esta rama de la historiografía en las

)dos décadas pasadas puede caracterizarse como un movimien-

I to que lleva de enfatizar la historia del pensamiento (o, más, crudamente, "de ideas") a enfatizar algo diferente, para lo cual

l"historiadel habla" o "historia del discurso", aunque ningunode ellos carece de problemas o.resulta irreprochable, puedenser los mejo~es términos hasta ahora hallados.48

respecto de qué es, por ejemplo, el "liberalismo lockiano" (y,Ien consecuencia, en qué sentido el liberalismo nativo se habría"desviado" de éste) son los historiadores de ideas latinOameri-/canos (mientras que entre los especialistas no hay ningún con-senso al respecto) ,47

De todos modos, no es allí donde reside el aspecto crucialdel proceso de renovación conceptual que sufÍ'e la disciplina,El debate suscitado en torno del republicanismo (y del libera-lismo) ocultó, en realidad, su verdadero núcleo, que era de ín-dol'e~t',,~!,ico-metodológica,De lo que se trataba, en palabras de ¡~,)no era de agregar un casillero nuevo en la grilla de la _historia de "ideas" (el "republicanismo clásico"), sino de tras-cender ésta en l1-na"historia de los discursos" o de los "lengua-jes políticos", Según afirmaba: _.

44 Cordon Wood, The Crealion ofthe American Republic, Chapel Hill, Uni-versiry of Nonh Carolina Press, 1969.

45 J. G. A. Pocock. The Machiavellian Moment. Florentine Polilical17LOughtand lIu Atlantic Republican Tradition, Princeton, Princeton University Press,1975.

46 En Liberly beforeLiberalism, Skinner trata de aclarar la confusión reinan-te al respecto y discute la identificación de la oposición entre republicanis-mo y libcrdlismo con aquella otra planteada antes por Isaiah Berlin entre li-bertad positiva y libertad negativa.

mo vimos, para éstti, Íos principios liberales y democráticos quepresidieron la Revolución de Independencia encarnaban laesencia de la cultura política norteamericana. Analizando lapanfletería del período, Bailyn, por el contrario, descubrió enel discurso revolucionario de ese país la presencia determinan-te de un universo conceptual que remitía a una tradición depensamiento muy distinta de la liberal, de más antigua data, ala que definió genéricamente como "humanista cívica". Estaperspectiva se volvió tan popular que el humanismo cívico, lue-go redefinido por obra de Cordon Wood44 yJ. C. A. Pocock45

como ¡'republicanismo", terminaría prácticam.ente desplazan-do al liberalismo como la supuesta matriz de pensamiento fun-damental que identifica el universo de ideas políticas nortea-mericano.

Esto llevaría ya a problema tizar las narrativas tradicionalesde la historia de ideas latinoamericanas. El debate en torno del"republicanismo" terminaIÍa minando las distintas definicionesen boga respecto del liberalismo (y su delimitación del repu-blicanismo), obligando a sucesivas reformulaciones,46 ningunade las cuales se encontraría libre de objeciones fundamentales.Tales complicaciones resultan, sin embargo, inasimilables parala historia de ideas local. ELesquema clásico de los "model()s"

1 y las "desviaciones" supone sistemas de pensamiento ("tiposideales") claramente delimitados y definidos. Se da así la paia-doja de que Íos únicos que parecen tener hoy cierta claridad

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49 J. G. A. Pocock, Potilics, LrL7lguage, ami Time, p. 37.

Esta perspectiva lleva implícita una definición del tipo dedilemas planteados por el modelo de Zea, ya muy distinta de laseúalada por Hale y los revisionistas. Ella nos ayuda a despro-

\ vincianizar ahora a la propia crítica de ese modelo para ligar:los problemas hallados en él a limitaciones inherentes a la his-l.toria de ideas. Según muestra Pocock, el proyecto mismo de"historizar" las "ideas" genera contradicciones insalvables. Lasideas, de hecho, son ahistóricas, por definición (su significado-qué es lo que dijo un autor- puede perfectamente estable-cerse a priori; no así su sentido, que es relativo a quién lo dijo, aquién lo hizo. en qué circunstancias, etc.). Éstas aparecen o noen un medio dado, pero ello es sólo una circunstancia externaa ellas; no hace a su definición. En fin, la historia, la tempora-lidad es algo que le viene a las ideas "desde fuera" (del "contex-to externo" de su aplicación); no es una dimensión constituti-va suya.

Tal apriorismo metodológico tiene consecuencias historio-gráficas sustantivas. La ahistoricidad de las ideas tiende inevi-tablemente a generar una imagen de estabilidad transhistóri-ca en la historia intelectual. Esto resulta, cn última instancia,de la propia viscosidad relativa de las ideas. Indudablemente,hacia 1825 los latinoamericanos pensaban no muy distinto decomo lo hacían antes de 1810, lo que suele llevar a concluir,

sin embargo, que, desde el punto de vista de la historia i,Helee-tual, entre ambas fechas no cambió nada en AOlérica Latina.Como sabemos, esto no es asÍ-La ruptura del vínculo colonialsupuso un quiebre irreversible también en el nivel de la histo-

¡ia intelectual. Las mismas viejas ideas cobrarán entonces unsentido nuevo, El problema radica en que las "idcas" no alcan-zan a registrar los cambios producidos, puesto que éstos no re-miten a los contenidos proposicionales de los discursos, ni rc-sultan, por lo tanto, perceptibles en ellos. Así,. si enfocamosnuestro análisis exclusivamente en la dimensión referencial det

los discursos (las "ideas"), no hay modo de hallar las marcas,- J

lingüísticas de las transformaciones en su contexto de enuncia-'ción.50 Para descubrirlas es necesario t~~~P~S~!el plano senlán- ~

43)El tiempo de la política

03:De allí que, en los marcos de este tipo de aproximacione~. el trazadode las conexiones entre "textos" y "contextos" genere de modo inevitable unacircularidad lógica; los puntos de vista relativos a sus relaciones no son rcal4

mente (y nunca pueden ser, dada la naturaleza de los objetos con que trata)los resultados de la investigación empírica, sino que constituyen sus premi-sas (las que son subsecuentemente proyectadas como conclusiones de ella)."El eslogan -dice Pocock- de que las ideas deberían estudiarse en su con-texto social y político corre, para mí, el riesgo de convenirse en pura pala-brcría. La mayoría de los que lo pronuncian suponen, a menudo inconscien- !temen te, que ellos ya saben cuál es la relación entre las ideas y la realidadsocial. Comúnmente toma la forma de una teoría cruda de la corrcsponden-cia: se supone que las ideas en estudio son características de aquella facción,clase o grupo al que su autor pertenecía, y se explica cómo tales ideas expre-san los intereses, esperanzas, miedos o racionalizaciones típicas de ese gru4

po. E} peligro aquí es el.c!.e.<lrgyml;.I}t<!re.o ~.íIt;ul()s.De hecho, es sumamcn* "te dificil id~ntificar sin ambigüedad la adscripción social de un individuo, y I ,)y'aún mucho más la de una idea, siendo la concicncia algo siempre tan con-tradictorio. Normalmente, uno tiende a sostener las suposiciones que linohace respecto de la posición social de ese pensador con las suposiciones que Iuno hace de la significancia social de sus ideas, y luego se repitc el mismoprocedimiento en la dirección inversa produciendo una definitivamente dc* ¡plorable perversión metodológica." J. G. A. Pocock, PotiticJ, Lallguagl', (l/ut

Time, p. 105.

[ .. ,] el punto aquí más bien es que, bajo la presión de la di-cotomía idealismo/materialismo, concentramos toda nues-tra atención en el pcnsamien to como condicionado por loshechos sociales fuera de él, y ninguna en el pensa_~~eD_tocomo denotando, refiriendo, asumiendo, aludi~n~o~~Inp!i-c'.l0do, y realizando una variedad de funciones (~_~las C;~l~-les la de contener y proveer información es la más simplede todas.19

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Page 24: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

Franc;ois-Xavier Guerra: lenguajes, modernidady ruptura en el mundo hispánico

tico de los discursos (el nivel de sus contenidos ideológic.~s ex-plícitos), e intentar comprender cómo, más allá de la per~s-tencia de las ideas, se reconfiguraron los lenguajes políticossub-yacentes.

51 "La atención prestada a las palabras y a los valores propios de los acto-res concretos de la historia es una condición necesaria para la inteligibilidad."Fran¡;ois-Xavier Guerra y Annick Lemphiére, "Introducción", en Guerra yLemperiére (coords.), Los espacios públicos en lberoamélica. Ambigüedades y pro-blemas. Siglos XVIII-XIX, México, FCE, 1998, p. 8.

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52 Frant;ois-Xavier Guerra, A10demidad e independencias. Ensayos sobre las 11:-

voluciones hispánicas, México, MAPFRE/FCE, 1993, p. 370.

discursos. Como seúala, la convergencia con Francia en el nivelde los ler:;guajes politicos "no se trata de fenómenos de modaso influencias -aunque éstos también existan- sino, fundamen-talmente, de una n1isma lógica surgida de un cOlnún naciJnientoa la.politica moderna [la 'modernidad de ruptura']".52 Guerradescubre así un vinculo interno entre ambos niveles (el discur-sivo y el extradiscursivo). El "contexto" deja de ser un escena-rio externo para el desenvolvimiento de las "ideas" y pasa ac~~stituir un aspecto inherente a los discursos, determinandodesde dentro la l~ica de su articulación., .. En seg;"~d~'iüg;;':'Cuerra conecta estas transformaciones, !!,

conceptuales con alteraciones ocurridas en el I']an~.~e las_prác----ti,c:asP.2Rti~\'~como resultado de la emergencia- den~os 1;;:'-bitos de sociabilidad y sujetos políticos. Los desplazamientos se-mánticos observados cobran su sentido en función de sus nuevosmedios y lugares de articulación, esto es, de sus nuevos espaciosde enunciación (las sociabilidades modernas), modos de socia-lización o publicidad (la prensa) y sistemas de autorización (laopinión), los cuales no preexisten a la propia crisis politica, si-no que surgen sólo como resultado de ésta, dando lugar alaconformación de una incipiente "esfera pública" independien-te, en principio, del poder del Estado.

En tercer lugar, lo antedicho le permite a Guerra superarel dualismo entre tradicionalismo español y liberalismo ameri-cano. Como él muestra claramente, se trató de un proceso re-volucionario único, que abarcó de conjunto al Imperio, y tuvOsu epicentro, precisamente, en la península, la cual se vio, dehecho, más directamente impactada por la crisis elel sistemamonárquico y la subsiguiente emergencia de una "voluntad na-ciona!", que entonces irrumpió mediante las movilización ar-mada en defensa de su monarca cautivo.

El tiempo de la politica

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EJías J. Palti44

El impulso hacia una renovación aún más radical en la dis-ciplina provendría de la obra de Fran~ois-Xavier Guerra, quienpondría en el centro de su análisis los cambios operados en eldiscurso político. "El lenguaje", aseguraba, "no es una realidadseparable de las realidades sociales, un elenco de instrumen-tos neutros y atemporales del que se puede disponer a volun-tad, sino una parte esencial de la realidad humana".5! De estemodo integraba la historiografía político-intelectuallatinoa_mericana al proceso de renovación conceptual que en esosaños estaba transformando profundamente la disciplina. Esteenfoque le abrirá las puertas a una nueva visión del fenómenorevolucionario. Sintéticamente, su perspectiva derivará en cin-co desplazamientos fundamentales que colocarán a la histo-

..: riografía sobre la crisis de la independencia en un nuevo te-rreno.

En primer lugar, Guerra rompe con el esquema tradicionalen la historia de "ideas" de las "influencias ideológicas". Lo quedesencadena la mutación cultural que analiza no es tanto la lec-tura de libros importados como la serie de transformacionesque altera objetivamente las condiciones de enunciación de losl>

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Page 25: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

En cuarto lugar, esta perspectiva replantea las visiones res-pecto de los modos de inscripción de las guerras de indepen-dencia en América Latina en el marco de la llamada "era delas revoluciones democráticas", y las peculiaridades de la mo-

I dernización hispánica. Su rasgo característico será, de fonnamás notable en las provincias ultramarinas, una conjunción de

,modernidad política y arcaísmo social que se expresa en la hi-bridez dcllenguaje político que superpone referencias cultu-rales Inodernas con categorías y valores que remiten c1anuncn-te a imaginarios tradicionales.

Por últinlo, las contradicciones generadas por esta vía noevolutiva a la modernidad permitirían comprender y explica-rían las dificultades para concebir y constituir los nUevos esta-dos nacionales como entidades abstractas, unificadas y genéri-cas, desprendidas de toda estructura corporativa concreta y delos lazos de subordinación personal propias del Antiguo Régi-111cn.Los vínculos de pertenencia primarios seguirán siendoaquí esos "pueblos" bien concretos, cada uno con los derechosy obligaciones particulares que le correspondería tradicional-ITIente como cuerpo.

Estos dos últinlos puntos, sin embargo, no parecen fácilmen-te compatibles con los tres anteriores. Como veremos más ade-lante, allí se encuentra la base de una serie de problemas con-ceptuales que marran el enfoque de Guerra, Éstos se asocianal rígido dualismo entre "modernidad" y "tradición" que termi-na reinscribiendo su perspectiva dentro de los mismos marcosteleológicos que se propone y,en gran medida, logra en sus es-critos desmontar, lo"que genera tensiones inevitables en el in-terior de su modelo interpretativo. En fin, mientras que los tresprimeros postulados antes señalados se fundan en una clara de-limitación entre "lenguajes políticos" e "ideas políticas", los dossegundos llevan de nuevo a confundir ambos.

[,3 Fraru;:ois-Xavier Guerra, "De lo uno a lo múltiple: Dilnen.sionc.s y lógi-cas de la Independencia", en Anthony McFarlane y Eduardo Posada Carbó(comp.), Independenre ami Uevolttlion in Spanish A menca: J'ct:~/)ectivesrLIul Pm-bLems, Londres, Tnstitutc ofLatin American Studies, 1999, p. 5G.

54 Fran¡;ois-Xavier Guerra, "El soberano y su reino. Reflexiones .sobre lagénesis del ciudadano en América Latina", en Hilda Sabalo (coord.), Cilu{a-dallía lJOlítica Y!On1WclÓll de las naciones. Perspectivas históricas de Amerú:a. l.atina,México, FCE, 1999, p. 35.

Sin embargo, Guerra asegura que no ha sido ésta la tesitu-ra que informó la mayoría de los estudios en el área,

Consciente o inconscientemente, muchos de estos anúlisis es-tán impregnados de supuestos morales o teleológicos por sureferencia a modelos ideales. Se ha estimado de manera im-plícita que, en todo lugar y siempre -o por lo menos en lostiempos lTIodernos-, la sociedad y la política deberían respon-der a una serie de principios como la igualdad, la participa-

Lo visto anteriornlente gira, en realidad, en torno de un, ob-jetivo fundamental. Lo que Guerra se propone es recuperar la ¡historicidad de los procesos políticos y culturales, dislocando Ilas visiones marcadalnente teleológicas dominantes en el área."<lA menos de ituaginar un misterioso determinisrno histórico,la acción de una 'mano invisible' o la intervención de la Provi-dencia, no hay para un historiador, en estos procesos históri-cos", dice, "ni director, ni guión, ni papeles definidos de ante-mano".53 Según afirma,

[... ] puesto que nuestras maneras de concebir el hombre, la ~sociedad o el poder político no son universales ni en el espa-cio ni en el tiempo, la comprensión de los regímenes políticosmodernos es ante todo una tarea histórica: estudiar un largoy complejo proceso de invención en el que los elementos in-telectuales, culturales, sociales y económicos están imbricadosíntimamente con la política.54

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Las antinomias de Guerra y la crítica del teleologismo

El tiempo de la políticaElías J. Palti46

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55 ¡bid" p, 34,56 ¡bieL

En definitiva, según alega, esta perspectiva resulta inapro-piada para comprender el desenvolvimiento histórico efectivode América Latina, en donde los imaginarios modernos escon-den sielnpre y sirven de albergue a prácticas e in1aginarios in-compatibles con ellos, Ahora bien, está claro que el argumen-

Guerra distingue así dos tipos de teleologismo: el_Úic'V.'llleimagina que la imposición final del IlLQQc;JQ)ibeH1lmQ!jer!lº-esuna suerte de imperativo moral, y el historicistá, que cree, ade-más, que se trata de una tendencia histórica efectiva, Si;;-;;;;'bar-gó, según afirma Guerra, e~,=,-!!evaa perder de vista el hecho ~eque la concepción individualista y democrática de la.sociedajes un fenómeno histórico reciente, y que no se aplica t~l11po~()hoya todos los países,

Ambas posturas absolutizan el modelo ideal de la modernidadoccidental: la primera, al considerar al hombre como natural-mente individualista y denl0crático; la segunda, por su univer-salización de los procesos históricos que han conducido a al-gunos paísesa regímenes políticos en losque hasta cierto puntose dan estas notas. Cada vez conocemos mejor hasta qué pun-

"-t.:; la n:lOdernidadoccidental-por sus ideas e imaginarios, susvalores, sus prácticas sociales y comportamientos- es diferen-te no sólo de las sociedades no occidentales, sino también delas sociedades occidentales del Antiguo RégimenS6

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57 Fran(ois-Xavier Guerra, Modemidad e independencias, p. 375.

De todas maneras, ni en México ni en ninguna parte resulta-'ba posible detener la lógica del pueblo soberano [,',] Tarde otemprano, y a medida que nuevos miembros de la sociedadtradicional van accediendo al mundo de la cultura Inoderna,gracias a la prensa, a la educación y sobre todo a las nuevasfor-mas de sociabilidad, la ecuación de base de la modernidad po-lítica (Pl,teblo~ individuol + individuo2 + '" + individuo) recu-, npera toda su capacidad de movilización.57

to de que el ideal de sociedad moderna ("hombre-individuo-ciudadano") no se aplique a América Latina no lo invalida auncomo tal; por el contrario, lo presupone como un~ suerte deuprincipio regulativo" kantiano.

Tal argumento sitúa claramente su modelo dentro de losmarcos de la primera de las formas de teleologismo que él mis-mo denuncia, el teleologismo ético, Incluso podrían encontrar-se también en sus escritos vestigios del segundo tipo de teleo-logismo señalado, el historicista, La modernización de An,éricaLatina, aunque frustrada en la práctica, una vez desatada seña-lará, para él, un horizonte que tendería, de algún modo u otro,a desplegarse históricamente,

El tiempo de la política

La idea del carácter irreversible de la ruptura producida en-'.tre 1808 y 1812, que ubica su enfoque en una perspectiva pro-piamente histórica, desprendida de todo esencialismo y todoteleologismo, se termina revelando aquí como su contrario: loque hace ineversible el proceso de modernización política es,no tanto el tipo de quiebre respecto del pasado que éste seña-ló, y su consiguiente apertura a un horizonte de desarrollo con-tingente y abierto, sino el determinismo, al menos, en princi-pio (esto es, aun cuando esto en la región no se verifique nuncaefectivamente), de su lógica prospectiva presupuesta de evolu-ción. Tras los fenómenos se encontraría operando así un prin-

Elías J. Palti

ción de todo~ en la 'política, la existencia de autoridades sur-gidas del pueblo, controladas por él ymovidas sólo por el biengeneral de la sociedad ... No se sabe si este "deberían" corres-ponde a una exigencia ética, basada ella misma en ]a natura-leza del hombre o la sociedad, o si la evolución de las ~ocieda-des modernas conduce inexorablemente a esta situación.55

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Page 27: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

58 Cabe aquí una precisión conceptuaL Un modelo teleológico de evo-. \ lución es, stricto JeJlSlt, a9.!:!£L9-~£...J:t_a<:~ ~nc1ar todo_d~~e¿:v~lvi~i~-I;to ~~ suF'¡p~&lkg;(i";~;q;cGuerra llama teleologis~-lO hi~torici~ta es sólo ~na

d~. í;;fu~~';;;~-p;;;ibles que éste adopta, que es el biologista. Éste incorpora,al principio teleológico, lo que podemos llamar un principio arqueológico o ge-nético. Según el paradigma prcformista-evolucionista de desarrollo orgánico,

" un organismo dado (sea éste natural o social) puede evolucionar hacia su es-\ t;Ido fin;}]sólo si éste se encuentra ya contenido virtualmente en su estado. inicial, cn su germcn primitivo, como un principio inmanente de desarrollo.En estc segundo caso, tanto el estadio inicial como el final se encontraríanya predeterminados de [omm inmanente. Lo único contingente es el cursoque media cntrc uno}' otro, el modo concreto del paso de la polencia al aclo.

59 Como decía Montesqu'ieu respecto de su modelo: "No me refiero a los.casos particulares: en mecánica hay ciertos rozamientos que pueden cambiaro impedir .105efectos de la teoría; en política ocurre lo mjsmo~. Montesquieu,El eJpirilu de las lf!)'es, Buenos Aires, Hyspamérica, 1984, }"'VH, párrafo VIII, p.235, Los problemas latinoamericanos para aplicar los principios liberales degobierno remitirían a esos "rozamientos" que obstacul.izan o impiden "losefectos de la teoría", pero que de ningún modo la cuestionan,

cipio generativo que los articula en una unidad de sentido. Elíntento de rescatar la historicidad de los fenómenos se revuelveasí en una forma de idealismo historicista. Aun cuando éste noaparezca ya como punto de partida efectivo, sIoo sólo C.OIno

una lncta, nunca alcanzada pero siempre presupuesta, la pie-dra de toque para este modelo sigue dada por el supuesto dela determinabilidad a priori del ideal hacia cuya realización to-do el proceso tiende, o debería tender.58

Esta perspectiva teleológica se encuentra, de hecho, ya im-plícita en la dicotomía, propia de la historia de ideas, entre"modernidad = individualismo = democracia" y "tradición = or-ganicismo = autoritarismo", sobre la cual pivotan aún tambiénlas diversas vertientes revisionistas, incluida la de Guerra. Deallí que la crítica ;' las perspectivas teleológicas sólo se puedaformular, en estos,tnarcos, meramente en los términos del vi.e-jo "argumento empirista" (la idea de imposibilidad de una rea-lidad dada de elevarse al ideal) .59 La "historicidad", la contin-

Ladisolución de los teleologismos: su estructura lógic¡¡4-

gencia de los fenómenos y procesos históricos, aparece reclui-da dentro de un ámbito estrecho de detenninaciones a priori.El punto es que tal esquema bipolar lleva a velar, más que a re-velar, el verdadero sentido de la renovación historiográfica queproduce Guerra, y que consiste,justamente, en haber desesta/'bilizado las estrecheces de los marcos dicotómicos tradiciona-les propios de la historia de "ideas". En lo que sigue, intentare-mos precisar en términos estrictamente lógicos cuál es la seriede operaciones conceptuales que implica la dislocación de losesquemas teleológicos propios de la historia de ideas.

51Eltiempo de la política

A fin de disolver los marcos teleológicos propios de la his- ftaria de ideas, el primer paso consistiría en desacoplar los dosprirneros términos de ambas ecuaciones antinónlicas anteslnencionadas. Es decir, habría qu<:.pe~_~a~9~e no exi~te ~n ..v~~-culo lógico y necesario entre modemiciad !' atomismo, por unlado,ji'tradlcionajismo y organicismo, flor otro, La mOderni-!dacCen la.! caso, podriatadtbi¿;' dar I~Ig~r~;quemas meñt:'lles .,~e' i~agina¡ios de-tipo-olianicl,s¡a;~éifrio~JejliC11-0h~ocürrictüÉstos no. se 'irat~ría;; de meras recaídas en visiones tradf~"i'o~a-les, sinQ que serían tan inherentes a la modernidad como lasperspectivas individualistas de lo social. Así, si bien el tradicio-nalisnlo seguiría siendo siempre organicista, la inversa, al 111C-

¡DOS, ya no sería cierta: el organicisI110no nccesarÜUl1Clltererni-¡Itiría ahora a un concepto tradic!onalista. Esto introduce unnuevo elemento de incertidumbre en el esquema de la "tradi-ción" a la "modernidad", que no remite sólo al transcurso quemedia entre ambos términos. Ahora tampoco el punto de lle-~'gada se podría establecer a priori; la modernidad ya no se iden-tificaría con un único modelo social O tipo ideal, sino quc com-prendería diversas alternativas posibles (al menos, dos; aunque,de hecho, conlO veremos, serán muchos más los modelos de so-

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Page 28: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

ciedad que habrán de elaborarse históJicamente en el curso delsiglo XIX).

El desacoplamiento de los dos primeros términos de lasecuaciones antinómicas lleva, como vemos, a desarticular la se-gunda forma de teleologismo, el historicista. No así aún, sinembargo, la primera forma de teleologismo que Guerra denun-cia, el ético. Uno podría todavía argüir que, si la modernidad

I puede dar lugar a un concepto o bien atomista, o bien organi-cista de lo social, sólo el primero de ellos resulta moralmentelegítimo, sólo éste inscribe la modernidad en un horizonte de-:mocrático. Para desmontar esta segunda forma de teleologis-mo habría, pues, que desacoplar ahora los dos últimos térmi-nos de la doble ecuación. Es decir, habría que pensar que noexiste una relación lógica y necesaria entre atomismo y demo-cracia, por un lado, y organicismo y autoJitarismo, por otro. En-contramos aquí la diferencia crucial entre lenguajes e ideas oideologías. Los lenguajes, en realidad, son siempre indetermi-nados semánticamente; uno puede afirmar algo, y también to-do lo contrario, en perfecto español. Análogamente, desde unlenguaje atomista uno podría plantear indistintamente unaperspectiva democrática o autoritaria; e, inversamente, ]0 mis-mo cabría para el organicismo. Las"id,:-"s".(los contenidos ideo-lógicos) no están, en fin, prefijadas P~)J:.el lenguaje de base ..J<:n-

, tre-ieíig~~Fs'p;;Üticos y sus posibles de~ivaciones ideológj!:,;s. media siempre un proceso de traducción abierto, en diversasinstancias, a cursos alternativos posibles. En suma, el individua-lismo atomista ya no sólo no sería el ünico modelo propiamen-,te moderno de sociedad, sino que tampoco su contenido ético resul-taría inequívoco.

Producidos estos dos desacoplamien tos conceptuales sequiebra, pues, el mecanicismo de las relaciones entre los tér-minos involucrados, lo que desarticula, en principio, ambas for-mas de teleologismo señaladas por Guerra. Sin embargo, lasp~emisas teleológicas del esquema se luan tienen aún en pie. Elmodelo se vuelve más complejo, sin superarse todavía su aprio-

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nrismo. No podemos ya determinar de antemano ni el resulta- ,.:Jdo del proceso de modernización' ni el curso hacia él, pero sí '.podemos todavia establecer a priori el rango de sus alternativas "Jposibles. La contingencia de los procesoshistóricos sigue remi- ,Jtiendo a un plano estrictamente empírico, Para quebrar tam- :Ji,:bién esta forma de apriorismo es necesario penetrar la proble- ':')!:mática más fundaInental que plant~a la historia de "ideas". ')1.' i

Tras ambas formas de desacoplamiento, atomismo y orga.,nicismo dejan ya de aparecer de manera ineludible como mo-,))dernas y tradicionales, democráticos y autoritarios, respectiva- :jmente,. pero siguen siendo todavía c?ncebidos como dos :jprmClplOsopuestos, perfectamente consIstentes en sus propIos :>~términos, es decir, lógicamente integrados y autocontenidos. !;La historicidad se ubica así todavía en la arista que une ideas' :) ~con realidades, sin alcanzar a penetrar el plano conceptual mis- ':> fmo; la temporalidad (la "invención" de que habla Guerra) no :> £'le es aún una dimensión inherente y constitutiva suya. En defi- :>,.nitiva, el esquema "de la tradición a la modernidad" es sólo el 'resultado del despliegue secuencial de principios concebidos, ;) .ellos mismos, por procedimientos ahistóJicos (lo que contradi-. ~,'ce, definitivamente, los tres primeros puntos antes seílalados Jien relación con los desplazamientos fundamentales que pro- {dujo Guerra en la historiografía del período). Si de lo que se ! :)1'trata es de dislocar efectivamente las aproximaciones teleOIÓ-j' '.)J,gicas a la historia político-intelecmal, restan todavía dos pasos.)~fundamentales. J"

El primero de ellos consiste e~.!ecobr,,:r U!l,R!:iI!.sip'!pd~. ,I'jl:ir_rev~ersibilis!a.<i~~E..'?I.&.innH!lm~,,_!a historitiv.t(;.J.s:cl:JJ.al.. -- :Una dé-h, ciaves para ello nos la aporta arra de los fundado- )res de la Escuela de Cambridge, Quentin Skinner, Este autor J:)señaló lo que llamaba la "n:itología de la prolepsis" en que to-I ':Jda perspectiva teleológica se funda, esto es, la búsqueda retros- \ ,)pectiva de anun~iaciones o anticipaciones de nuestras creen- I

ci.~spresentes ..Habría, sin embargo, que aña~J~.~._é~~~.~_~na '1 .?se¡;unda f()rma~.inversa"de "mitología", que llamaremos "mito. '-':.J

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El tiempo de la políticaElias J. Palti52

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Page 29: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

10gÍade la retrolepsis": la creencia en que se pueden reactivary?-ae"r-siri más al presente lenguajes pasados, una vez ql~~'_Iªse-rie de supuestos en que éstos se fundaban (y que incluyen ideasde la temporalidad, hipótesis científicas, etc) ya se quebró. És-tas no pueden desprenderse de sl!s premisas discursivas' sin re-ducirlas a una serie de postulados ("ideas") más o menos trivia-les que, efectivamente, se podrían descubrir en los contextosconceptuales más diversos. En definitiva, P3lra reconstruir ia-his-

I toria de los lenguajes políticos no sólo debemos traspasar lasuperficie de los contenidos ideológicos de los textos; c!ebemostambién descubrir estos umbrales de historicidad, una vez supe-rádos los cuales resultaría imposible ya una llana regresió~ asituaciones histórico--conceptuales precedentes, Sólo así se pue-de evitar e! tipo de anacronismos al que conducen inevitable-mente las visiones dicotómicas, y que lleva a ver los sistclnasconceptuales como suertes de principios eternos (como el bieny el mal en las antiguas escatologías) o cuasieternos (como de-mocracia y autoritarismo en las modernas filosofías políticas)en perpetuo antagonismo.) La comprensión de éstos como formaciones históricas C011-

I tingentes supone todavía, sin embargo, una operación más. Co-mo vimos, a fin de minar los teleologismos propios de la histo-ria de "ideas" no basta con cuestionar las condiciones localesjde aplicabilidad de! tipo ideal, sino que hay que abrir e! tiponideal mismo a su interrogación, escrutar de manera crítica sus; \premisas y fundamentos. De lo que se trata,j,ustamente, enuna-_ ..~. - .

.. historia de los lenguajes políticos, es de retrotraer los postula-. dós i'd-eOlógicosde un modelo a sus premisas discursivas, paradeseu6riraui susp';'ntos ciegosinherentes, aquellos presüfJUestos i'~-plicitos en él pero cuya exposición, sin embargo, sería dest~;lc-tiva para éste. Sólo este principio permite abrir la perspectivaá la existencia de contradicciones que no se reduzcan a la me-ra oposición entre modelos opuestos, perfectamente coheren-tes en sí InisInos, y correspondientes, cada uno, a dos épocasdiversas superpuestas elemanera accidentaL El antagonismo en

{jO "Más que intentar una ponderación imposible de las influencias teó-ricas de una ti otra escuela en una enunciación de principios -dice-, hayque intentar más bien aprender el 'espíritu de una época' -l'airdtt temjJs."

Fran<:ois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, pp. 170-1.

el nivel de los imaginarios se revela así ya no COlTIO expresandosólo alguna suerte de asincronÍa ocasional, sino C0l110 una di-lncnsión intrínseca a toda formación discursiva.

Podemos denominar lo sÓialado como el principio de in- '(co.mpletitud constitutiva de los sistemas concc.Rtuales. Éste_~~s;.; ,:laopl:C~ísáfundamentalpara pensar la historicidael.de los fe!1é>-.. ' ..~er~.?~5~f,1~~0~~i~-.-E~-d~finitiv~~.~.inguna nueva definición, 1n~ngún desplazamiento semántico pone en crisis a un lengua-je dado, sino sólo en la Inedida en que desnuda sus inconsis-tencias inherentes. De lo contrario, sólo cabría atribuir las nlU-tadones conceptuales a meras circunstancias o acciden teshistóricos: de no ser porque a alguien -que nunca falta- se leocurriera cuestionarlos, o porque cambios en "el clima gene-ral de ideas" (l'air du temps, al que Guerra suele apelar como -marco explicativo último de los cambios conceptuales)60 losvolvieran eventualmente obsoletos, los lengu;;jes podrían sos-tenerse de manera indefinida, no habría nada intrínseco a ellosque los historice, que impida eventualmente su perpetuación.

Con este principio se quiebra finalmente la premisa funda- )mental en la que se sostiene todo el esquema de los "modelos"y las "desviaciones": el supuesto de la perfecta consistencia y ra-cionalidad de los "tipos ideales"_ Llegamos así al segundo as-pecto fundamental que distingue la historia de los lenguajes,respecto de la historia de "ideas". L?~l1[llaJes: a diferencia de ;,los "sistemas de pensamiento", no sonentidadesautoconteni-d~lSy lógicament~ .i!ltegradas,__siIl?,s?l~_his~óric~y.prccarialncn- "te articuladas. S!'-Jundan en Erem~~~_c_'!I1_ti:~ge~; no sólo en iei sentido d~ qu'~-~o se sostle~e~-.eñTapllr:-i. i-~zÓ.nsino en pre- isupuestos eventualmente contestables, sino tarobién en el SCl1- !lido de que ninguna formación discursiva es consistente en sus .~

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1 propios térnlinos, se encuentra siempre dislocada respecto de.' sí misma; en fin, que la temporalidad (historicidad) no es una

dimensión externa a éstas, algo que les viene a el1as_desdeflle-ra (de su "contexto exterior"), sino inherente, que las habita:en su interior. Sólo entonces comenzarán a abrírsenos verda-de-ramente las puertas a una perspectiva libre de todo teleolo-gismo, como pedía Guerra. La reconstrucción de la historia delos desplazamientos significativos en ciertos conceptos clave nosrevelará así un transcurso mucho más complejo y difícil de ana-lizar, que desafía una y otra vez aquel1as categorías con las que

• intentalll0S asir su sentido, obligando a revisar nuestros supues-tos y creencias más firmemente arraigadas, desnudando su apa-rente evidencia y naturalidad como ilusorias. En definitiva,.só-

\ lo cuando logramos poner entre paréntesis nuestra~pr-'PiasI certidumbres presentes, cuestionar la supuesta transpar~nci,,-y, racionalidad de nuestras convicciones actuales, puede lahis.t9-úa aparecer como problema; no como una mera marcha, la se-rie de avances y retrocesos, hacia una meta definible a priori,sino corno "creación", "invención", como pedía Guerra, un tan-teo incierto y abierto, teñido de contradicciones cuyo sentidono es descubrible ni definible según fórmulas genéricas, ni de-ja reducirse al juego de antinomias eternas o cuasieternas al,que la historia de "ideas" trató de ceñirla.

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1Historicismo / Organicismo /

Poder constituyente

Se trata, por lo tanto, de una historia que tiene comofunción restituir problemas más que describir modelos.

PIERRE ROSANVALlON, Por una historia conceptual de lo político

Un aspecto poco advertido en el enfoque de Guerra es eldesplazamien to que produce en su in terpretación del propioproceso revolucionario español. El eje de su análisis se concen-tra no tanto en los debates en las Cortes gaditanas como en elperíodo previo a éstas. Los "dos años cruciales", para él, no sonlos que ván de 1810 a 1812, como normalmente se interpreta,'sino de 1808 a 1810.2 Dos hitos delimitan y enmarcan su inte-rrogación. Según señala, entre las convocatorias a las Cortes deBayona y de Cádiz, escritas, respectivamente, en ambas fechasmencionadas, se observa una transformación asombrosa. Mien-tras que la primera señala en su título IX, artículo 61, que "ha-brá Cortes oJuntas de la Nación compuestas de 172 individuos,divididos en tres Estamentos", la constitución gaditana va a de-

1 "Pocas fechas hay tan trascendentes en la historia política espai10Ia",afirma, por ejemplo, Sánchez Agesta, "como esos dieciocho meses, entre el24 de septiembre de ) 81OYel 19 de marzo de ] 812. en que se fraguó la Caos.ütución de Cádiz". Luis Sánchez Agesta, Historia del conslitucionalismo español,

Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1955, p. 45.2 "El período que va de los levantamientos peninsulares de la primavera

de 1808 a la disolución de laJunta Central en enero de 1810 es sin duda laépoca clave de las revoluciones hispánicas, tanto en el tránsito hacia la Mo-dernidad, como en la gestación de la Independencia." Fran~ois.Xavicr Gue-rra, Modernidades e independencia, p. 115.

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3 Véase Constituciones de 1üjJaña, Madrid, Segura, 1988_4 "Uno de los puntos clave de la mulación cultural y política de la Mo-

dernidad", según asegura Guerra "se encuentra esencialmente allí; en el trán-sito de una concepción antigua de nación a la de nación moderna". Franc;ois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, p. 319.

5 Para un análisis detallado de éste, vécmse Federico Suárez, EllJroceso deconvocatoria a Cortes, Pamplona, Universidad de Navarra, 1982, y Manuel Mo-rán Ortin, "La formación de las Cortes (1808-1810) ", en Miguel Anola (ed.),A)'er: Las Cortes de Cádiz, Madrid, Marcial Pons, 1991, pp. 13-36.

6De hecho, luego de restaurado Fernando VII en el poder, Quintana sCwríajuzgado y condenado por tal hecho. Según scilala el fiscal que lo acusa: "Suvoluntad decidida hacia las novedades que tanto han perjudicado a la naciónse descubre con la fuerte presullción que resulta contra Quintana en la ocul-

finir ya taxativaInente en su título IIi, capítulo 1: "Las Cortes sonla reunión de todos los diputados que representan la Nación,nombrados por los ciudadanos".3 Éstos ya no serán los procu.m-dores del Antiguo Régimen, sino que constituirán colectivamen-te un principio inédito: la representación unificada de la voluntadnacionaL4 ¿Cómo se produjo este desplazamiento de los "esta-luentos" a los "ciudadanos" como sujetos de la inlputación so-berana?, ¿qué ocurrió entre una y otra constitución que deri-varía en senl€;jante inflexión conceptual?, ¿cuáles fueron lasprenüsas y condiciones que la hicieron posible?, ¿cuál su senti-do)' cuáles sus consecuencias tant.o conceptuales COJllO prácti-cas? Éstos son los interrogan tc~ que ordenan la elaboración deMudcmidad e independencias,

Ahora bien, hay que decir que el proceso de convocatoriaa las Cortes de Cádiz fue una de las cuestiones rnás oscuras, con-flictivas y accidentadas del período.5 El decreto de laJunta Cen-tral, impulsado por Caspar Melchor de Jovellanos, establecíade manera taxativa una representación estalnental. Esa convo-catoria aparentemente se extravió (otro de los miembros de laJunta, Manuel Quintana, sería luego acusado de ocultarlo deforma delíberada) G Por detrás de este "accidente" se oculta-ban, sin embargo, razones Inás poderosas. Como señalaría luc-

go Quintana en su defensa, la convocatoria original ya no secompadecia con el estado de la "opinión pública"'" tilo se ha-ría evidente en la consulta que entonces se realizó. El "extravío"de la ordenanza llevó a que el decreto oficial del 22 de mayode 1809 no incluyera precisión alguna en cuanto a la composi-ción de las Cortes. Un mes más tarde se pronlulgó una circularllamando a las instituciones especializadas y a "los sabios y P""-sanas ilustradas" del reino a hacer llegar a laJunta sus parece-res al respecto. Las respuestas que de inmediato COll1CllZarOl1a arribar (cuya importancia sería recientelTIcnlc comparadacon la de los cahiers de doléances),8 apoyaban por cierto 1" aJlr-mación de Quintana.9

59

tación del decreto dado por laJunta Central para la convocación a Cortes porestamentos; presunción quc. fundándose sobre la intervención que tuvo enel conocimiento y entrega dc papeles de la Secretaria de laJunta Central, co-mo oficial mayor de ella, no puede desvanecerse con decir, como dice, que sihubiera tratadó de hacerlo desaparecer, lo hubiera verificado de suerte quenunca hubiera aparecido y que el hacerlo como se hizo, y no de otra manera,presenta más bien la idea de una inocente casualidad". "Segunda respuestafiscal en la causa de Quintana y del Semanario", en Manuel Quinl<Hla, Memo-,ias del Cádiz de las Corles, Cádiz, Univcrsidad de Cádiz, 199G, p. 198.

7 Como di,-ía luego Agustín Arguelles, el decreto de laJunla sería venci-do por "un influjo supcrior", "la fuerza irresistible de la opinión púhlica"_Agustín Argüellcs, Examen hisló1ico de la reform.a constitucional que hicieron lasCortes Generales y extmordinmias desde que se instalaron en la [SÚ¡ de León el día 21de setiembre de 1819, hasta que cerraron en Cádiz sus sesiones en J 4 de 1J1"f1jJiu me5 de1813, Londres. ¡mpr. de Carlos Wood e hijo, 1835, pp. 190 Y210.

8 Les cahie,:~d.esplainles el dolérmces (cuadernos de qu~jas y reclamos) eranesctitos reunidos en todo el reino francés, con motivo de la convocatoria a Es-tados generales, por los cuales la población hacía conocer sus reclamos y de-seos al monarca. Alrededor de éstos se articulaba todo el sistema representati-vo tradicional (los que se enviaban al Parlamento eran cahiers, no diputados.luscuales eran sólo sus portadores eventuales, y estaban obligados a respeta¡- elmandato imjJerativo en ellos deposil."ldos). El cahier général resultante de su reu-nión era,junto con el monarca, la encarnación del cuerpo místico dc la nación.

9 Éstas fueron parcialmcnte compiladas por Federico Suárcz y publica-das en tres volúmenes de Infonlles oficiales sobreCortes. Para Ullestudio dctalla-

E' tiempo de la políticaElías J. Palti58

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do, véase Miguel Arrola, Los orígenes de la España conlemjJoránea, Madrid, lns-tituto de Estudios Políticos, 1959, pp. 257-369. "La privanz.a de Godoy", con.duye Arlola, "por razone~ de muy diversa índole, es causa diciente de un"es-tado de opinión muy generalizado, que habremos de caracterizar como uncansancio del régimen monárquico absolmista, senlimielllo unánime que re-flejan los textos de todas las procedencias [ ... ) En 1809 y 1810 la opinión na~cional coincide en condenar no sólo las personas sino también el sistema mis~mo" (ibid., p. 288).

10 La derrota de Ocaña del 19 de noviembre de 1809 será decisiva al res-pecto. Ésta desencadena un levantamiento en Sevilla. Se forma entonces unaJunta Provincial que reasume el poder soberano y convoca a las demás pro-vincias a hacerlo y a enviar sus delegados a esa ciudad para constituir una Re-gencia. El descrédito de la Junta Central se agudiza cuando decide el13 deenero de 1810 trasladarse a la isla de León. Por decreto del 29 de enno, és-ta finalmente se disuelve y,transfiere su poder a un Consejo de Regencia queentonces se crea.

. Los hechos que siguiéron, marcados por el rápido deteriorode la situación de lajunta Central, acompai1ando los fracasos dela campai1a contra las fuerzas de ocupación francesas, 10 resulta-ron, no obstante, confusos. La Instrucción del l' de enero de1810 insistía aún en la convocatoria por estamentos, fijando, sinembargo, solamente los modos de elección de una de las Cáma-ras (la correspondiente al Estado llano). No hubo acuerdo, porel contrario, en cuanto a cómo se debía conformar la segunda

.de ellas. Calvo de Rozas, quien pretendía supeditar la participa-ción de los nobles y el clero a un examen previo de su actuacióndurante la crisis, aprovechó estas desavenencias para reenviarel dictamen a la Comisión de Cortes, la que ya no tendría oca-sión de decidir. La Regencia decretaría finalmente, sólo cuatrodías antes de la inauguración oficial de las sesiones, la reuniónsin estamentos. En última instancia, tras estas vicisitudes se hi-cieron manifiestas las complejidades del primer liberalismo es-pañoL

Distintos autores señalan que éste no puede interpretarseaún como un pensamiento propiamente nloderno. Lo que

JI Gaspar Melchor de Jovel1anos, "Memoria en que se rebaten las calum-nias divulgadas contra los individuos de laJunta Cenrral del Reino, y se da ra-zón de la conducta y opiniones del autor desde que recobró la libertad",}.!;-enlos j)olíticos y filosóficos, Barcelona, Folio, 1999, p. 183.

12 Para un cuadro minucioso de cómo se fue corroyendo el Antiguo Ré-gimen en Espaúa en los ai10s pr~vios a la revolución liberal, véase José MaríaPortillo Valdés, Revolución de nación. Origenes de la cultura constitucional en Es-paña, 1780-1812, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,2000.

emerge entonces es un tejido conceptual anudado por motivosprovenientes de una tradición pactista hispana que se remon-ta al siglo XVI: SUexpresión es el constituclonalismo histórico,el cual buscaría restaurar la "antigua y venerable Constituciónde España".lI Sin embargo, la filiación de las ideas del libera-

.lismo gaditano resulta problemática de establecer. El pactismode los constitucionalistas históricos remitía, en principio, a latradición neoscolástica de Suárez, pero también a la iusnatura-lista de Grocio y Puffendorf Esta sola comprobación complicaya la cuestión, puesto que obliga a entrar en el debate (proba-blemente, insoluble) acerca de cuándo comienza la "moderni-dad" (¿es el iusnaturalisme;>alemán ya "moderno", o todavía sesitúa del otro lado de la línea?, ¿dónde, exactamente, debe tra-zarse ésta?). De todos modos, el punto crítico radica en que,aun cuando se pudiera establecer el origen preciso de las dis-tintas ideas ento~ces circulantes, éstas todavía nos dirían pocorespecto del sentido concreto que entonces adquirieron.

El constituCionalismo histórico, cuya acta de fundaCión sue-le remitirse al discurso de admisión en la Real Academia de His-toria que dictajovellanos en 1780, y que rápidamente se difun-de, daría expresión a la percepción generalizada, que seacentuará clurante el reinado de Carlos IV,respecto de la deca-dencia del imperio hispano.12 No se trataba, asegurabajovella-nos, de constituir a la nación, sino de rest"blecer aquella queel despotismo, en su afán centralizador, había desvirtuado:

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Las opiniones confluían espontáneamente hacia este punto,El historicismo constitucionalista marcaría, así, el tono de los de-bates que entonces se produjeron. Sin embargo, tal consenso es-condía profundas divergencias, Si todos estaban de acuerdo encuanto a que había que restaurar la constitución tradicional de!reino,14 pronto descubrirían que cada uno la veía a su modo.

Para uno de los líderes de la facción liberal, Agustín Argüe-lles, la constitución tradicional (estamental) de que hablaba Jo-vellanos era, en realidad, una invención suya, calcada del mo-delo británico. En definitiva, éste, para Argüelles, se proponíacrear un espíritu aristocrático que en España nunca existió. Nipodía tampoco existir. "¿Cabía trasladar con la forma y apara-to exterior de la Cámara alta de Inglaterra su espíritu aristocrá-tico, fruto de seiscientos años a lo menos de ejercicio parlamen-tario, de usos, costumbres, hábitos y prácticas legales con queconsiguió atenuar el orgullo y altivez de tan poderoso cuerpode nobleza?",15 se preguntaba, dando tres razones fundamen-tales respecto de por qué esto era imposible.

La primera remitía a aquella causa más innlediata que ha-bía frustrado e! proyecto de Jovellanos: laHlivergencias que exis-

Encontramos aquí la segunda de las razones que conspira-ban contra la institución de una representación estaInental: la

tÍan en el seno de las mismas clases aristocráticas (al igual queen el interior del clero),l6 que hacían imposible todo acuerdorespecto de su propia definición sin suscitar rivalidades, que elclima de agitación política no podía menos que promover:

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No era posible adoptar ninguna regla en este punto sin pro-mover un cisIna entre las categorías nobiliarias de León y Cas-tilla. Unas preswnían tener preferencia sobre las que sólo eranconocidas por privanza y favor, mientras ellas alegaban siglosde distinción y renombre, reclamando otras contra las quefundasen su derecho gracias a mercedes concedidas por asien-tos y empresas de ganancia y lucro en épocas de apuro del era-rio. Si antes de la insurrección habían dorn1ido sus deseos ysus pretensiones, a la par con los del resto de la nación, no sepodía prever, después de conmovidos los ánimos, adónde lle-garían sus rivalidades, sus quejas y sus resentimientos, ofendi-das con clasificaciones aristocráticas, hechas arbitrariamenteahora, no para arreglar el ceremonial y etiqueta de palacio, si-no con el fin de negar o conceder derechos políticos exclusi-vos, de restablecer una institución extinguida de tres siglos [lasCortes], que si había de resucitar era preciso que renaciese ba-jo otra forma y con diversos atributos de los que tenía al expi-rar en el siglo XVI para que se asimilase al espíritu y carácterde la era coetánea.!?

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¿Por ventura no tiene España su Constitución? Tiénela, sin du-da; porque ¿qué otra cosa es una Constitución que el conjun-to de leyes fundamentales que fijan los derechos del soberanoy de los súbditos, y los medios saludables para preservar unosy otros? ¿Y quién duda que España tiene estas leyes y las cono-ce? ¿Hay algunas que e! despotismo haya atacado y destruido?Restablézcanse.13

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13 Gaspar Mclchor deJovellanos, "Memoria", o/J. cit., p. 187.14 Incluso el Manifiesto de los jJersas, que serviría de base para el restable~

cimiento del absolutismo en 1814 por parte de Fernando VII y la aboliciónde la Constitución, invocaría también motivos historicistas.

15 Agustín ArgüelIes, La rt'forma constilucionn[ de Cádiz, Madrid, ITER,1970, p. 121.

16 "Respecto al brazo eclesiástico", señalaba ArgüeIles, "se cometía en t~1mismo proyectó [deJovellanosJ otro error mucho más grave y pCJ:judiciai.Este brazo en Aragón se formaba diverso modo que el de Castilla, En aquelreino, además de los obispos, entraban en él por mero espíritu feudal variosabades, priores y comendadores, y los apoderados de los cabildos eclesiásti-cos".Agustín Argüelles, La reforma constitucional de Cádiz, p. 113.

17 Agustín Argüelles, ibid., p. 101.

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Llegamos finalmente a la tercera y más fundamental de lasrazones que determinaron la quiebra del Antiguo Régimen: en

conciencia de la nat~raleza histórica y cambiante de las nacio-,nes, en cuanto a su composición social, incluida la de sus clasesprivilegiadas. lB Dada esta situa'ción, la pregunta ya no era si res-taurar o no la vieja constitución del reino, en lo que todos acor-daban, sino cuál de ellas, cómo fijar el.momento supuesto enque ésta encontró su expresión auténtica. Cualquier definiciónal respecto no podría ya ocultar su inevitable arbitrariedad.

l8 El propio JovelIanos reconocía que "si, por ou-a parte, respetando endemasía las antiguas formas y antiguos p,;vilegios, convocase unas Cortes cua-les las últimas congregadas en 1789 [por Carlos IV), o bien cuales las de lossiglos XVIy XVII,o como las que precedieron al año de 1538, o, en fin, comolas que se celebraron b;;yo la dominación goda y las dinastías asturiana y leo-nesa, con mayor l-azón se le diría que empleaba su autoridad para resucicarun cuerpo monstruoso, incapaz de representar su volunt.1d". Caspar MelchordeJovellanos, "Memoria", op. cit., p. }9]'

19 Agustín Argüelles, LauJofflw constitucional de Cridiz, pp. 116-7.

¿Acaso la opinión contemporánea, la opinión ilustrada y pa-triótica de aquel tiempo de exaltación. de entusiasmo, de pa-siones nobles, generosas e independientes podía dejar de ana-lizar cuidadosamente los elementos de que laJunta Centralformaba la Cámara privilegiada? Y cuanta más calma, cuantomás detenimiento se enlplease, ¿no sería para descubrir me-jor que el estado real y verdadero de aquellos estamentos noera el que teórica y especulativamente se suponía? Verdad es.que el ilustre autor Uovellanos] deseaba que la Cámara que-dase abierta en lo sucesivo al pueblo como recompensa degrandes y señalados servicios. ¿Yno era entonces una contra-dicción de sus mismos deseos darle al nacer un origen tan ex-clusivo, señalar como única calidad para escoger los fundado-res de su patriciado no sólo la nobleza, sino una nobleza cualla concebía tres siglos ha el condestable de Castilla?J9

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un momento que todas las autoridades tradicionales habían co-lapsado junto con el poder monárquico,2o cuál era aquellaconstitución a la que se debía restaurar -en lo que, repetimos,todos decían acordar- era algo que sólo podía establecerlo lapropia "opinión pública", Ésta había así expandido sus domi-nios para comprender también el pasado,

Podemos descubrir aquí aquel rasgo que determina la natu-raleza revolucionaria de la situación abierta por la vacancia deltrono, Ésta resulta, no de la voluntad de los sujetos de trastocarla historia (todos buscaban, en realidad, preservar el orden tra-dicional), sino del hecho de que aquélla se había vuelto tam-bién objeto de debate, Toda postura al respecto no podría ya su-perar el estatus de una mera opinión,

No se trató, pues, tanto de una "revolución en las ideas"; no .es en el plano de las creencias subjetivas en que se puede des-cubrir la profunda alteración ocurrida, sino en las condicionesobjetivas de su enunciación, Martínez Marina expresa esto, asu modo, cuando afirma que las pasadas Cortes "no tuvieronpor objeto variar la Constitución, ni alterar las leyes patrias,aunque pudieran hacerlo exigiéndolo así la imperiosa y su-prema ley de la salud pública".2J El punto clave no es que nohayan tenido por objeto alterar la Constitución, sino el descu-brimiento de que "pudieran hacerlo", El primer liberalismo es-pañol comenzaría así apelando a la Historia para terminar en-contrando en ella su opuesto: el poder constituyente, es decir, la

20 "No se olvide tampoco", apuntaba el propiojovellanos, "que [la repre-sentación nacional] no la congrega una autoridad constitucional ni de anti~gua establecida, sino una autoridad del todo nueva,)' aunque alta y legítima,pues que la han adoptado y erigido los pueblos, tal, que sus funciones y Iími.tes no están suficientemente demarcados ni por desgracia uniformementereconocidos". Caspar Melchor de Jovellanos, "Memoria", op. cit., p. }9l.

21 Francisco MartÍnez Marina, learia de las Cortes ograndes Juntas Naciona.

les de lo Reinos de León y Castilla. Monumentos de su Constitución política y de la Slr

beranía del pueblo por el ciudadano Francisco Martinez Marina, Madrid, lmpr. deFermÍn Villalpando, 1813, 11, p. 472.

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Cualesquiera que fuesen las intenciones o miras de las Cortes,a ella tocaba por su parte señalar la senda que ella misma se-guía y llamar su atención hacia donde le pareciese que era másurgente dirigirla [",], Las Cortes podían alterar la forma delgobierno si les parecía conveniente, variar las personas quehasta entonces le habían administrado, hacer las declaracio-nes abstractas que juzgasen más a propósito en aquellas cir-cunstancias.23

facultad y la herramienta para cancelarla, En la propia búsque-da de rcstaurar el pasado orden habrian así de trastocarlo, Elconstitucionalismo histórico sería, en fin, la negación historicistade LaHistoria,

Lo dicho nos lleva al segundo punto en el que, más allá desus divergencias respecto del pasado, todos (salvo la facción ab-solutista) acordaban: sea que debiera respetarse o bien refor-Inarse la constitución tradicional y, en cualquiera de ambos ca-sos, cu~l era ésta eran todas cuestiones que sólo a las propiasCortes -o, mejor dicho, a la nación toda representada en Cor-tes- les tocaba resolver,22Como señalaba Argüelles:

22 Para Tierno Galván, esto marca lo que llama la disolución de la "con-ciencia genética": "Ami juicio", dice, "la conclusión es la siguiente: Que lamentalidad genética tiende a desaparecer y, por consiguiente, también el con-servadurismo tradicional. La desaparición de la mentalidad genética no su-pone la desaparición de la Historia, sino la asimilación de la Historia convir-tiéndola en un elemento más del panorama analítico-contemplativo. Dichoen otras palabras: el pasado no genera y condiciona el presente, sino al con-trario, el presente determina el sentido cultural del pasado". Enrique TiernoGalván, Tradición y modemismv, Madrid, Tccnos, }962, p. 167.

23 Agustín Arguelles,La re.fonna constitucional de Cádiz, pp. 130-1.JovelIa-nos, por su parte, admitía: "baste decir que el gobierno, temeroso de usur-par a la nación un derecho que ella sola tiene, deja a su misma sabidtnía yprudencia acordar la forma en que su voluntad será más completamente re-presentada". Caspar Melchor deJovellanos, "Memoria", op. cit., p. 193.

21 Esto dará origen a un conflicto con el entonces presidente del Conse-jo de Regencia, el obispo de Oreme, que luego se prolongará en un <lJIl<Igo-

nisrno que dura hasta la disolución de las Cortes el 20 de septiembre dc 1813.Al respecto, véase Rafael Flaquer Montcqui, "El ejecutivo en la revolución li-beral", en Arlola (ed.), A)'er: Las Cortes de elidí%, pp. 36-65.

25 Diario de Sesiones de las Cortes; citado por Manuel Fernández Martín, DI':o

rPchojmriamentano espaiio4 Madrid, lmpr. de Hijos de 1- A. Carcía, 1885, 1, p. 70:~.l!6 En 1813 se traduce del italiano y publica en Sevilla el Nuevo rJocalmla.

no filosúfico-democrático, indispensable para los quP deseen entender la 1lumm IplIg/w

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En la sesión inaugural de las Cortes, Muñoz Torrero sientaaquel principio que marca verdaderamente el punto de inIlexióllen este proceso, Su primer decreto, fechado el 24 de septiembrede 1810, aftrmaba: "Los diputados que componen ésta y que re-presentan la nación española se declaran legítimamente consti-tuidos en Cortes generales y extraordinarias y que reside en ellasla soberanía nacional",24Ese día había sido formalmente estable-cido el poder constituyente, cuyo fundamento quedaría asen t.'1doenel artículo 32 de la Constitución de 1812: "la soberanía", afirma-ba, "reside esencialmente en la Nación y,por lo mismo, pertene-ce a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fun-damentales", Era ya clara, deCÍa Benito Ramón Hermida, "laesencialísima diferencia de las Cortes pasadas y presen tes: aqué-llas, limitadas a la esfera de un Congreso Nacional del Sobcr<lno,yést.'lS,elevadas a las de un Soberano Congreso, cuyo nombre co-rresponde más bien que el equívoco de Cortes",25

La irrupción del poder constituyente trastocaba, objetiva eirreversiblemente, las coordenadas en función de las cuales sedesenvolvían los discursos públicos, La persistencia de las vie-jas ideas ocultaría así cambios fundamentales en el sentido queéstas entonces cobran, Lo cierto es que las dificultades halladaspara designar los nuevos problemas y fenómenos (como vemos,nada sencillos de comprender y deftnir) no pasarían inadverti-das a los propios diputados reunidos en Cádiz,26 El lengu'\ieemergería así como problema,

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El lenguaje como problema: ideas, modernidade hibridismo discursivo

Resulta interesante observar el hecho de que el lenguaje y sususos hayan sido preocupacic:mes centrales en las Cortes gadita-nas.27Para el diputado Dueñas era preciso "rectificar las palabras,para que de este modo se rectifiquen las ideas".28Como señalaJavier Fernández Sebastián en un interesante esmdio reciente:

revolucionaria, de Lorenzo Ignacio Thiulen. Según se explica en el prólogo(vo1. JI, p. 96): "La confusión que la Democracia ha introducido en el lengua-je es tal, que convendría pensar seriamente en hacer muchas mutaciones enla lengua anügua: pues mientras permanezcan como están, no pueden me-nos de resultar, o una confusión de ideas que no nos entendamos, o andarcon rodeos y circunloquios para explicarnos bien", Citado por Ma. TeresaGarcía Godoy, El léxico del primer constitucionalümo español y mtjicano (1810-1815), Cartuja, Universidad de Granada, 1999, pp. 45-6.

'17 Los cambios entonces operados en el lenguaje dieron lugar a una lar-ga serie de estudios históricos. Los trabajos seminales al respecto son los deJuan Marichal sobre el término "liberal" (El secretode España. Ensayos de histo-ria intelectual y j)olítica, Madrid, Taurus, 1995, pp. 31-45) YVicente Llorens("Notas sobre la aparición de liberar, NRFH 12, 1958, pp_ 53-8). Más recien-temente aparecieron trabajos más comprensivos y sistemáticos; algunos deellos de carácter comparativo. Al respecto, véanse Rafael Lapesa, "'Ideas y pa-labras. Del vocabulario de la Ilustración al de los primeros liberales", El espa-ñol moderno y contemporáneo. Estudios lingüísticos, Barcelona, Gredas, 1996, pp.9-42; María Cruz Seoane, El primer lenguaje constitucional español (Las Cortes deCádiz), Madrid, Moneda y Crédito, 1968; Ma. Teresa Carda Godoy, El léxicodel primer constitucionalismo español y mejicano, y Pedro ÁJvarez de Miranda, Pa-labras e ideas: El léxico de la Ilustración temprana enF:..spmia (1680-1760), Madrid,Real Academia Española, 1992. El diccionario recientemente aparecido y

coordinado por Javier Fernández Sebaslián yJuan Francisco Fuentes (Diccio-nan'o político y social del siglo XIX espallo~ Madrid, Alianza, 2002), una obra deenvergadura inusitada, representa una suerte de síntesis y culminación de losestudios antes mencionados.

28 Citado por Javier Fernández SebasLián, "Construir 'el idioma de la li-bertad'. El dehate político-lingüístico en los umbrales de la España contem-poránea", manuscrito.

La aguda conciencia de que el ui~iomapolítico", a diferenciadel "natural", requiere un cuidado exquisito en cada detalle,se puso de manifiesto hasta el punto de sopesar de un modocasi obsesivo la inclusión de este o aquel adverbio en el textode un artículo, e incluso de revisar la sintaxis, el orden y la co-iocación de determinados términos. Se diría que muchos di-putados entendieron que la trascendencia jurídico-política delas reformas resultaba inseparable de su dimensión lingüísti-ca: la obra de Cádiz debía tomarse, pues, como un acto cons-tituyente en la esfera de la lengua.29

Una constitución es, en efecto, in disociable de lo Iingüísti- .co, no sólo por el hecho obvio de que se expresa por medio depalabras, sino porque supone, al mismo tiempo, una interven-ción sobre el lenguaje. La Constitución de Cádiz, en particular,se puede ver "como un catálogo de definiciones en donde seexplica de manera breve, casi aforística, en qué consiste la na-ción, el amor a la patria, la ciudadanía o las Cortes".30 Dado,por otro lado, que se trata de un texto revestido de autoridad,continúa Fernández Sebastián, "el tono imperioso de su articu-lado bien deja ver que no se trata de ilustrar o de opinar, sinode enunciar inequívocamente un mandato a los españoles".31La pregunta es ¿de dónde nace esta exigencia imperiosa de "le-gislar sobre el lenguaje", "gobernar el diccionario"? Sin duda,se manifiesta allí un hecho profundamente significativo: la im-presión generalizada entre los actores del período de que ellenguaje se había vuelto un problema, que los viejos nombresno alcanzaban ya a designar las nuevas realidades, que había,en fin, que refundar, junto con la nación, el idioma que la de-bía representar. "Una nación que se mejora", decía La Abeja Es-pañola, "es indispensable que señale su nuevo sistema con nue-

29Javier Fernández Sebastián, "Construir 'el idioma de la libertad''', p. 6.30 Ibid., p. 14.31 Ibid.

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32 "Revolución de nombres y no de cosas", La AhejaEspañola, 27/6/1813,citado por Cruz Seoane, El primer lenguaje constitucional español, p. 42.

33 "Los escolásticos -dice La Abeja .éspañola- han sido siempre muy fe-lices en esta especie de 'andamiadas' de voces que, por falta de cosas que ex-presar, se han reputado castillos en el ayre y consignado en el país de las qui-meras o entes de razón, como ellos dicen." "Revolución de nombres y no decosas", La Abeja Española, 27/6/1813, citado por Cruz Seoane, El primer len-guaje constitucional español, p. 42.

34 "Antiguamente -decía El Procurador General-, el robo se llamaba ro-bo, el adulterio adultelio, la impiedad impiedad y por el mismo orden los de-más vicios que conservaron siempre unos nombres muy feos de que los horn-

vas voces, y que a cada una de las novedades que introduce leponga taJnbién un nombre nuevo".32

Junto con esta voluntad legislativa sobre el lenguaje va a apa-recer también, sin embargo, la conciencia de sus limitaciones,del desfasaje inevitable entre las ideas e instituciones, por un la-do, y las voces que las expresan, por otro. Los textos de la épo-ca subrayan tres fuen tes de desajustes o formas característicasde "anfibología del lenguaje" (hay, en realidad, una cuarta, quees, de hecho, la más fundamental y explica a estas otras tres, pe-ro para llegar a ella habrá que esperar al final del presente ca-pítulo). La primera es la práctica "escolástica" de crear voces va-cías, carentes de referente; es decir, de intentar realizar únarevolución puramente nOIninal que no corresponde a ningúnobjeto o fenómeno real.33 La segunda es una variante de la an-terior: el "riesgo del engaño", que consiste en poner nuevosnombres a viejas realidades. El significado político de estas dosprimeras críticas era, en realidad, ambiguo. Mientras que en loscírculos liberales expresaban el temor de que la tarea de rege-neración a la que estaban abocados se terminase resolviendo enuna mera revolución lingüística, los afiliados al partido absolu-tista veían allí implícito, en cambio, el peligro de que el abus demots, la confusión de las voces, tornase borrosos los contenidosvalorativos adheridos tradicionalmente a las palabras.34 Por úl-

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timo, la tercera de las fuentes de desajustes, que resultaba espe-cialmente fastidiosa al partido monárquico, y que es la que nosinteresa aquí en particular, consistía en la operación inversa deintentar legitimar las novedades políticas apelando a viejos tér-minos. El ejemplo paradigmático de ello eran las propias Cor-tes: un nombre que invocaba una tradición añeja para designarun hecho que representaba, en verdad, su completa negación.

En efecto, "casi todos los preceptos constitucionales, ri-gurosamente subversivos de los ordenamientos jurídicos pre-cedentes, intentarían defenderse", apunta joaquín Varela,"mediante el recurso a una supuesta tradición española, quepermitiese vincular todas las medidas innovadoras a un pre-cedente histórico".35 Para los absolutistas, se trataba de una ar-gucia retórica. Como señala Fernández Sebastián, para los clé-rigos anticonstitucionalistas, como Lorenzo Thiulen o MagínFerrer, "esta manera insidiosa de atribuir nuevos sentidos a laantigua terminología resulta no sólo mucho más peligrosa yseductor<;l, sino también especialmente perversa y rechaza-ble",36Muchos liberales, sin embargo, creían encontrar en lahistoria española fundamentos reales para sus propuestas.37

Argüelles argumentaba esto así:

bres se afrentaban y por 10mismo huían. Hoy ya tenemos nombres brillantescomo el de 'despreocupación', 'luces', 'filosofía', 'franqueza', 'liberalidad',etc." Citado por Cruz Seoane, El primer lenguaje constitucional esfJaño~ p. 211.

35 Joaquín Varela Suances-Carpegna, La leona del Estado en los orígenes delconstilucionalismo hispánico (Las Cortes de Cádiz), Madrid, Centro de EstudiosConstitucionales, ] 983, pp. 46-7.

3GJavier Fernández Sebastián, "Construir 'el idioma de la libertad"', p. 10.37 A este mismo procedimiento apelaron también los diputados ameri-

canos. Ante el rechazo peninsular a otorgar el derecho de ciudadanía a lascastas, puesto que, según se alegaba, tal derecho "era desconocido en nues-tros códigos, sin que en todos ellos, desde el Fuero Juzgo hasta la Recopila-ción se encuentre una sola ley que hable de él", por lo que se trataba de "unadenominación nueva, que se ha tomado de las naciones extrat~jeras", el mc-

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Ambas hipótesis opuestas han encontrado defensores entrelos historiadores.39 Es probable que esta apelación a la tradi-ción escondiera un uso instrumental de la historia. Aun así, sinembargo, no contradeciría la creencia de Argüelles. Éste, "queno es historiador, interpreta las referencias que tiene del pasa-do en el sentido de las modernas ideas, alterando aquéllas ra-dicalmente"40 Hay que tener en cuenta, subraya FernándezCarvajal, que entre los pensadores de la época existía "un sen-

xicano José Miguel Guridi)' Alcacer insislÍa en que, sin embargo, aunque noexistiera la denominación apropiada, "teníamos la realidad qm: le correspon-de". "Lo que entre ellas significa ciudadano explica la voz natural para noso-tros, y lo que se concede a un extranjero con el derecho de ciudadanía dába-mos nosotros con la carta de naturaleza" (Guridi y Alcacer, Diano de Sesiones deCortes, 10/9/1Bl1). Se trataría, en definitiva, de un problema de traducción.

38 Agustín Argiielles, DiaTio de Sesiones de Cortes, 6/6/1811.39 Mientras que autores como Tierno Calván o Raymond Can defienden

la plimera de las hipótesis, otros, como Richard Herr, sostienen la segunda.Véanse Tierno Galván, 'tradición y modernismo, p. 138; Raymond Carr, España(1808-1935), Barcelona, Ariel, 1968, p. 105, YRichard Herr, Ensayo histórico dein España contemjJoránea, Madrid, EDERSA, 1971, pp. 108-9.

40 José Antonio Maravall, "Estudio preliminar", en Francisco MartínezMarina, Discurso sobre el origen de la monarquía y sobre la naturaleza del gobiernoespañol, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, ] 988, p. 78.

41 Francisco Fernández Carvajal, "El pensamiento político español en elsiglo XIX",en Guillermo Díaz-Plaja y Ramón Menéndez Pidal (eds.), Historiageneral de las literaturas hispánicas, Barcelona, Sociedad de Artes Gráficas, 1957,IV, p. 349, citado por Varela, La teona del Estado en los origenes del constituciona-

fismo hispánico, p. 47.42 Encontramos aquí ese problema que llevó a Skinner a modificar su

planteo primitivo: la llamada "falada intencionalisla". Al respecto, véase laserie de text.os reunidos enJames Tul1y (comp.), Mca1ling and Context. Qwm-tin Shinner and bis Grities, Princcton, Princeton University Pn:ss, 198B.

tido histórico deficiente, poco penetrado de la individualidadde los fenómenos históricos".4l

En definitiva, si bien la apelación a nociones e instituciones. muy tradicionales, co~o las Cortes, serviría, de hecho, paratransformar de modo radical dicha tradición, ello se haría deuna forma no necesariamente consciente.42 En.contramos aquíotro de los aspectos cruciales que separa la historia de los "len- .gu.ajespolíticos" de una historia de "ideas políticas". Un lengua-je, a diferencia de las ideas, no sólo es indeterminado semánti-camente, sino que tampoco es un atributo subjetivo. Los lenguajespolíticos son entidades objetivas, que se encuentran pública-mente disponibles para diversos usos posibles por distintos in-terlocutores, y existe de manera independiente de su voluntad .En definitiva, los vocabularios de base no cambian con las pos-turas de sus portadores, puesto que definen las coordenadasdentro de las cuáles éstas pueden eventualmente de~plazarse(al menos, sin hacer entrar en crisis ese tipo dado de discurso):De allí que los giros en la trayectoria ideológica -siempre ine-vitablemente errática y cambiante- de los actores políticos nosiempre sirvan de guía para reconocer cambios operados en el .nivel de los lenguajes subyacentes (e, inversamente, la persis-tencia de ciertas tendencias ideológicas dominantes bien pue-de ocultar una recomposición profunda de las condiciones deenunciación de los discursos). La referencia que hace Guerraa Tocqueville es particularmente significativa al respecto.

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73El tiempo de la política

(... ] sólo personas que ignoren "lahistoria del pueblo español,de la nación mislna de que son. individuos, pueden llamarideas modernas, innovaciones de los pretendidos filósofos deestos tienlpos, teorías de los publicistas, m~ximas perniciosasde los libros lranceses y que sé yo quantas inepcias [... ]. Yoprocuraré tranquilizar a qualquiera que rezele de esta qües-tión con razones y autoridades sacadas, no de monitores fran-ceses, no de escritores extrangeros, ni de filósofos novadores,sino de las fuentes puras de la historia de España, de los vene-rables y santos monumentos de nuestra antigua libertad e in-dependencia.'"

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Los acontecimientos posteriores confirman esta intuición. Losresultados de la consulta -conocidos en buena parte de Espa-ña y en una debilísima parte de AInérica- muestran cómo,

13 Franc;:ois-XavierGuerra, "La política moderna en el mundo hispánico:apuntes para unos años cruciales (1808-1809) ", en Ricardo Ávila Palafox, Car-los Martínez Assad yJean Meyer (coords.), Lasformas y las políticas del dominioagrario. Homenaje a Fmncois Chevalier, Guadalajara, Universi.dad de Guadala-jara, 1992, p. 178.

44 "Aunque, por el momento", afirma, "tanto las Cortes y la representa-ción americana en laJunta Central se concibe aún en el marco de la repre-sentación tradicional-representación de los 'pueblos', que se expresan porsus cuerpos municipales-, los tópicos de los que se va a discutir en adelan-te son los temas clave que abren la puerta a la revolución política y a la In-dependencia americana. Dc lo que se va a debatir realmente durante losaños siguientes, a través de las modalidades prácticas de la representación,es: ¿qué es la nación?" Franc;ois-Xavier Guerra, Modernidad e indejJendencia,p. 133.

Retomando una comparación planteada por Federico Suá-fez, Guerra afirma que, "como 10hizo notar Tocqueville, a pro-pósito de la idéntica consulta que en Francia hizo Lomenie deBrienne en 1788, al hacer de la constitución un tema de deba-te se pasa, ya, de la restauración de las leyes fundamentales a lapolítica moderna, al reino de la opinión".43 En efecto, la emer-gencia de la "política moderna" refiere, concretamente, a quése va entonces a debatir. Son los cambios en las preguntas que seplantean los que señalan desplazamien tos en las coordenadasconceptuales, trastocando los vocabularios de base. Ésta es tam-bién, de hecho, la premisa sobre la cual se funda la perspecti-va de Guerra,44 el núcleo fundamental de su empresa de reno-vación historiográfica (que no radica, como vimos, en su "tesisrevisionista", como suele afirmarse). Sin clnbargo, se muestranaquí también las vacilaciones de su método. La interpretaciónque ofrece inmediatamente a continuación contradice, en rea-lidad, este postulado.

aunque el constitucionalismo histórico es aún fuerte, los libe-rales van ganando terreno.45

75El tiempo de la política

45 Franc;ois-Xavier Guerra, "La política moderna en el mundo hispáni-co", en Ávila Palafox, Martínez Assad y Meyer (coords.), Las formas y las polí-ticas del dominio agrario, p. 178.

4[, ¡bid., p. 179.

Guerra extrae, pues, de la afirmación de Tocqueville, la con-clusión de que "la victoria de los revolucionarios es consecuen-cia de la victoria ideológica, la que es un signo inequívoco eirreversible de la mutación del lenguaje"46 Identifica asi tal mu-tación "irreversible" del lenguaje con un giro ideológico: elavance del ideario liberal y el retroceso del constitucionalismohistórico. Sin embargo, está claro que no era eso lo que plan-teaba Tocqueville. Lo que señalaba éste era, precisamente, queel sólo llamado a las Cortes había marcado una ruptura funda-mental, independientemente de quién ganase luego la elección o quéideas se impusiesen. De hecho, no habría sido impensable que losconstitucionalistas históricos, o incluso los absolutistas, triunfa-sen en éstas, pero ello no habria alterado el hecho de fondopara Tocqueville: que la constitución se había vuelto objeto de deba-tepúblico. Era este hecho, no el posterior triunfo del partido li-beral, lo que transformaría de un modo irreversible los lengua-jes políticos. Y ello porque éste reconfiguraría de maneraradical el terreno de debate.

Los puntos álgidos en el análisis de Guerra se encuenlran,precisamente, como vimos, en esos momentos en que trascien-de el plano estricto de los enunciados, cuando supera la visióndel lenguaje como mera suma de elementos heterogéneos, pa-ra analizar cómo se va recomponiendo la lógica que los articu-la, cómo se reconfigura el suelo de problemáticas subyacentes;cómo, en fin, la emergencia de la cuestión de la soberanía alte-ró los discursos de una forma objetiva e irreversible allransfor-

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47 Fran<:ois-Xavier Guerra, Mudernidad e i7ltiej)endencias, p. 171.48 ¡bid., p. 173.

los diputados americanos y los fundamentoscorporativos de la nación

Uno de los temas clásicos de la historiografia española acer-ca del período gaditano destaca la impronta escolástica que ti-ñó el discurso de los diputadps americanos, mucho más mar-

mar drásticamente sus condiciones de enunciación. Como se-ñala; aunque los imaginarios tradicionales seguían siendo losqominantes (como la preeminencia del constitucionalismo his- .tórico lo atestigua), "por las preocupaciones y los objetos dereflexión de muchas de las elites se estaba entrando ya en pro-blemáticas modernas"47 (retengamos de esta cita el término"problemáticas", como distinto, y en este caso, de sentido in-cluso opuesto al de las "ideas" de los actores). "No hay, pues,que tomar al pie de la letra estos argumentos arcaizantes", con-cluye, "pues bastantes de quienes los emplean se amparan de-trás de términos antiguos para expresar nuevas ideas, dificilesde formular antes de 1808".48

Esto nos conduce a la "cuestión americana". En]a medidaen que se trató de una alteración objetiva del lenguaje políti-co (relativa a las "problemáticas" en cuestión), independien-te de la voluntad de los agentes (sus "ideas"), que reconfigu-raría las coordenadas en función de las cuales se ordenaba eldebate político, tampoco el discurso de la diputación ameri-cana escaparía a ella. Como veremos, si la imagen épica lati-noamericana que opone al tradicionalismo español elliberalis-mo criollo hispanoamericano resulta, como demostró Guerra,decididamente simplista, su opuesta, sin elnbargo, no lo esmenos.

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cadamente que el de los peninsulares49Ya en 1947 Manuel Gi-ménez Femández afirmaba que "la base doctrinal y común dela insurgencia americana, salvo ciertos aditamentos de influen-cia localizada, la suministró no el concepto rousseauniano dePacto social perennemente constituyente, sino la doctrina sua-reziana de la soberanía popular".5o Retomando esta tesis, Gue-rra señala que el tradicionalismo hispanoamericano se tradujoen una concepción pluralista de la nación como constituidapor diversidad de "pueblos", a los que se invocará de forma per-manente, impidiendo así el desarrollo de estados modernoscentralizados. Ahora bien, ¿se puede tomar el uso del término"pueblo", en plural, como índice inequívoco de tradicionalis-mo cultural y social?51Es posible que haya sido de hecho así eneste caso particular, pero no de manera necesaria. Esto sólo sepuede establecer analizando cómo surgió, concretamente, laapelación americana al concepto pactista tradicional. 52

Según surge de las fuen'tes, la visión plural del reino comoarticulada a partir de sistemas de subordinaciones tradiciona-

49 Cfr. José Carlos Chiaramonte, "Fundamentos iusnaturalistas de losmovimientos de independencia", en Marta Terán yJosé Antonio Serrano Or-tega (eds.), La guerra de independencia en la A~ca española, Zamora, Michoa-cán, El Colegio de MichoacánjInstituto Nacional de Antropología e Histo-ria/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2002, pp. 99-123.

50 Manuel Giménez Fernández, Las doctrinas populistas en la independenciade Hispan",América, Sevilla, CSIC, 1947, p. 29.

51 Como vimos, una larga tradición de autores españoles hizo extensivaesta afirmación también a los liberales peninsulares, seii.alando sus raícesneoescolásticas, pero elJo les sirve no para afirmar su tradicionalismo, sino,más bien, las raíces nativas del "primer liberalismo" espaii.ol. Véase SánchezAgesta, Historia del constilucionalismo español, pp, 65-73,

52 Para estudios recientes sobre los debates,gaditanos, y la participaciónde los americanos en ellos, véanse Manuel Chust, La cuestión nacional ame-ricana en las Cortes de Cádiz. (1810-1814), Valencia, UNED/Historia Social/'UNAM, 1999; Marie Rieu-Millan, Los diputados americanos en la Cm'tes de Cá.diz., Madrid, CSIC, 1998, y Joaquín Varela, La teoría del Astado en los origenesdel constitucionalismo hispánico,

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les se impone en la diputación americana en el curso de la dispu-ta suscitada por la designación de una gran cantidad de diputa-dos suplentes residentes en España, debido a las dificultades delas colonias para enviar a sus propios representantes,53 algo queaquéllos cuestionarían dado que las poblaciones involucradasno habían participado en su elección ("diputados por voluntadajena", los llamaba la Gaceta de Buenos Aires, elegidos "por unpuñado de aventureros sin carácter ni representación").54 Laielea de una monarquía plural, conformada por diversidad de"pueblos" o "reinos", les permitiría entonces impugnar la ca-pacidad de un "reino" de representar a otro (de acuerdo conel principio jurídico del negotiorum gestar) .55Frente a este argu-mento, los peninsulares postularon el concepto de una nacióny una representación unificadas, de un único pueblo español,56lo cual volvía relativamente indiferente el lugar concreto de re-sidencia.57

53 Por decreto dcl8 de septiembre de 1810 a las provincias de ultramarse les asignaron treinta representantes, sobre un total de cien. En el momen-to de reunirse las Cortes, veintinueve de ellos eran suplentes elegidos en Cá-diz por ciento setenta y siete americanos residentes allí, y sólo uno, el repre-sentante de PuerlO Rico, era titular. A medida que llegaran los titulares, lossuplentes deberían resignar su cargo, pero esto muchas veces será motivo deconflicto.

5-\ "Discurso sobre la nulidad de las Cortes que se celebran en España",Gaceta de Buenos Aú~, 25 /2/18] 1, citado por Rieu-Millan, Los diputados ame-ricanos en las Cortes de Cádiz..,p. 6.

55 Corno afirmaba el peruano Ramón Feliú, la soberanía "se compone departes real y tisicamente distintas, sin las cuales todas, o sin muchas de las cua-les no se puede entender la soberanía" (citado por Rieu-Millan, Los diputadosamericanos en las Cortes de Cádiz, p. 15).

[,6 "YO quiero que nos acordemos", insistía el diputado Diego Muíl.OZTo-rrero, "de que formarnos una sola Nación, y no un agregado de varias Ilacio-nes". Diario de Sesiones de las Cortes, 2/9/1811).

57 En palabras de Jovellanos, "reuniendo en sí la representación nacio-nal puede, sin duda, refundir una parte de ella en algunos de sus miembros".Gaspar Mclchor de Jovellanos, "Memoria", Escritos políticos y filosóficos, p. 187.

58 Al respecto, véase Rieu-Millan, Los diputados americanos en las Cortes deCádiz. Para una descripción detallada de las delegaciones americanas, véaseMaría Teresa Bnruezo, La diputación americana en las Cortes de Cádiz.,Madrid,Centro de Estudios Constitucionales, 1986.

59 "Ser parte de la soberanía nacional", decía el mexicano José SimeónUría, "y no ser ciudadano de la nación sin demérito personal, son a la ver-dad, Seilor, dos cosas que no pueden concebirse, y que una a la otra se des-truyen" Uosé Simeón Uría, Diario de Sesiones de las Corles, 4/9/1811). El me-xicano Ramos Arizpe insistía al respecto: ''V.N. tiene sancionado, con aplausogeneral, que la soberanía reside esencialmente en la nación {... ]. Las castascomo parte de la nación tienen necesariamente una parte proporcional y res-pectiva de la soberanía" (Ramos Arizpe, Diano de Sesiolles de las Cories,14/9/1811).

(jO Es sugestivo, al respecto, que los diputados americanos fueran asocia-dos a los sectores más radicales del liberalismo, encontrándose entre Jos queenfrenlaron más denuncias y persecuciones luego de la restauración de Fer~nando VII.

79El tiempo de la política

A medida que se avanzara en los debates, la postura de losdiputados americanos se volvería, sin embargo, ambigua al res-pecto. El eje de la controversia pronto se desplazaría hacia laproporcionalidad de la representación (arts. 22 y 29). A las pro-vincias de ultramar se les otorgó una representación muy lni-noritaria, a pesar de que, según las estiInaciones de la época,las dos secciones del imperio (España yAmérica) contaban conuna población equivalente.58 A esto se llegó mediante el expe-diente de excluir del censo a los miembros de las castas. Estavez, los diputados anlericanos apelarían a un concepto moder-no de la ciudadanía para protestar contra las desigualdadesestablecidas por el régimen electoraL59 En definítiva, hay queadmitir que la "tesis épica" no carece por completo de funda-mentos. Al menos en este punto específico, que era el centralpara los americanos, éstos aparecían como más cohercntenlcn-te liberales que los liberales peninsulares60

Es cierto que todavía entonees su lenguaje combinaría es-tos conceptos modernos con otros de matriz claramente pac-

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tista escolástica. Incluso se puede aceptar que estos últimosconstituyeron su núcleo doctrinal. Aun así, está claro que suscambiantes posturas obedecieron a una lógica estrictamentepolítica, y sus realineamientos ideológicos dependieron de có-mo se planteó en cada caso el debate. Dada la posición en. quese encontraban, la teoría pactista clásica aparecía sencillamen-te como la que mejor se ajustaba a sus objetivos estratégicos. És-ta, de hecho, les permitiría también abogar por la igualdad dela representación, al igual que la doctrina liberal,51 pero "teníasobre esta última una ventaja adicional fundamental: la invoca-ción a los "pueblos", en plural, contenía en sí la amenaza ape-nas velada de una posible secesión por parte de las colonias52

(recordemos que los diputados americanos veían vicios de ori-gen en las Cortes, y reiteradamente plantearon dudas sobre la

.61 Como muestra Varela: "No resulta dificil reconocer que la idea de Na~ción de Martínez Marina se presentaba, sin forzarla en exceso, fácilmente re-conducible al esquema provincialista del que partían los diputados de Ultra-mar. Este esquema, coherente con sus fines políticos 'parti.cularistas' o'autonomistas', ajenos a Marina, resultaba desde luego incompatible con laidea de Nación defendida por los diputados liberales de la metrópoli. Porotra pane, al estar exento el conceplO de Nación de Manínez Marina de cual-quier vestigio estamental--cosa que en modo alguno puede decirse de las te-sis expuestas por los diputados realistas- podía satisfacer también las ansiasigualitarias que animaban a la mayoría de los diputados americanos". Vare-la, La teoría del Estado en los on'genes del constitucionalismo hispánico, p. 230.

62 "Es muy de temer", advertía el mexicano Ramos Arizpe, "que la apro-bación del artículo en cuestión va a influir directamente en la desmembra-ción de las Américas" (Actas de las Sesiones de Cortes, 5/9/1811). Como reco-nocería luego Argüelles: "Era además una fatalidad inseparable de lascircunstancias que acompañaron a la insurrección de la península el quela independencia de América se presentase a la imaginación de sus diputa-dos no como un suceso eventual y remoto, sino como próximo e inevitable[ ... ] Los diputados peninsulares no desconocían las causas que podían con.sumar algún día la separación absoluta de la América y las que conspirabanahora a acelerarla". Agustín Argüelles. La reforma constitucional de Cádiz, pp.246-7.

legitimidad de sus disposiciones sin previa consulta de las po-blaciones americanas) 63

Nada parece, en fin, autorizar ir más allá y pretender ex-traer de allí conclusiones respecto de la naturaleza social Oide.ntidad cultural de los .sujetos involucrados. Debe recordar-se, por otra parte, que su cohesión como grupo fue tal sólo enlo relativo a la defensa de reclamos específicos para las colo-nias, pero que se trataba de una delegación de ideología hete-rogénea, que, en los demás puntos, se dividió internamente si-guiendo las mismas líneas de escisión que dividieron al restode los congresistasM Lo dicho, de todos modos, no es sólo un

63 El propio MartÍnez Marina reconocería luego esta deficiencia de ori-gen, proponiendo una nueva convocatoria. De hecho, no sólo las provinciasultramarinas habían tenido problemas para participar de las Cortes, sinotambién las provincias ocupadas de España. "Muchas provincias de Españay las principales de la corona de Castilla", decía, "no influyeron directa niindirectamente en la constitución, porque no pudieron elegir diputados niotrogarles suficientes poderes para llevar su voz en las cortes, y ser en ellaslos intérpretes de la voluntad de sus causantes. De que se sigue, hablandolegalmente y confonne á reglas de derecho, que la autoridad del congresoextraordinario no es general, porque su voz no es el órgano ni la expl."esiónde la voluntad de todos los ciudadanos, y por consiguiente antes de comu~nicar la constitución á los que tuvieron parte en ella y de exigirles el jura-mento de guardarla, requería la justicia y el derecho que prestasen su con-sentimiento y aprobación lisa y llanamente, ó proponiendo modificacionesy reformas que les pareciese por medio de diputados libremente elegidos yautorizados con suficientes poderes para entender en este punto y en todolo actuado en las cortes". Martínez Marina, Discurso sobreel origen de la monar-quía, pp. 165-6.

64 Como afirma Rieu-Millan. "no se observa una relación aparente entre.el 'americanismo' de estos diputados y su ideología política: liberales más omenos moderados, consenradores ilustrados, absoluListas" (Rieu-Millan, Losdiputados americanos en las Cortes de Cádiz, p. 374). Muchos de sus miembros,además, mantuvieron posturas oscilantes en cuanto a sus adhesiones partida-rias. Fray Servando Teresa de Mier, por ejemplo, admitía, en momentos enque se declaraba conservador, haber tenido un período jacobino en tiempos

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en que escribió sus "Cartas a El Espaiiof'. De hecho, es dificil hablar, para esteperíodo temprano, de "partidos" o aun de corrientes ideológicas claramen-te definidas. Al respecto, véase el interesante artículo de Roberto Breña, "Unmomento clave en la historia política moderna de la América hispana: Cádiz,1812", manuscrito.

65 Franc;:ois-Xavier Guerra, Modemidad e independencias, p. 341.66 Fran\-ois-Xavier Guerra, "La desintegración de la monarquía hispáni-

ca'., Antonio Annino, Luis Castro Leiva y Fran\-ois-Xavicr GuerrJ. (comps.),De los imperios a. las naáonf'5. lberoa1llhica, Zaragoza, Iberc~ja, 1994, p. 225.

recaudo metodológico; una operación intelectual como ésta (ex-traer conclusiones relativas a la naturaleza social o identidadcultural de los actores a partir de sus definiciones ideológicas)conlleva una serie de supuestos relativos a los modos de conce-bir la historia intelectual que, COD10 veremos, se han vuelto hoydifíciles de sostener (y, en definitiva, nos devuelven a la viejahistoria de "ideas"). Esto se observa más claramente cuandoanalizarnos el otro polo de la antinomia que establece Guerra.

Corno vimos, el motor de la mutación cultural que se pro-dujo en el lapso de esos "dos años cruciales" fue, según afirmaese autor, el grupo liberaJ encabezado por Quintana. Esta evo-lución, sin embargo, tuvo efectos contradictorios para España,puesto que selló su divorcio respecto de América. "Las Cortesde Cádiz", asegura Guerra, "aJhacer de la nación española unEstado unitario cerraban definitivamente la posibilidad demantener a los reinos de Indias en el seno de la Monarquía"65Así como el particularismo americano revelaba, para Guerra,un imaginario tradicionalista, inversamente, el ideal liberal deuna nación unificada impuso una política cerradamente "colo-nialista" (entendido esto en el sentido de que llevaría a recha-zar de plano los reclamos de mayor autonomía de las colonias)."Para establecer una verdadera igualdad política entre las dospartes de la Monarquía", asegura, "hubiera sido preciso trans-formar el imaginario de las elites peninsulares".66 Sin embar-go, si analizamos esta afirmación, se observa en ella una inver-

Su objetivo fundamental fue, en este caso, batallar por la igual-dad de representación entre España y América. Era éste su ob-jetivo prioritario, lo que en parte explica que, a pesar de suconcepción plural de la Monarquía, aceptasen los plantea.mientas de los liberales peninsulares. La petición de igualdadcon la Península y la obtención del elevado número de dipu-

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67 Guerra está aquí, en realidad, polemizando, al mismo tiempo, t.:onunalarga tradición historiográfica que ve el origen de la disolución del imperioen la visión conservadora de España, lo cual, según señala Álvarez Junco, con-cebía la misma como "una nación única, antigua, castellanizada y homogé-nea", consustancial por ello "con la monarquía, con la religión católica y conun estado fuertemente centralizado y con vocación unifonnista".José Álva-rez.Jullco, Mata Dolurosa. La idea de Espaiia en el siglo XIX,Madrid, TallnlS, 2001,p.27.

sión ele las relaciones de causalidad. De ningún modo se pue.eleatribuir el carácter colonialista de la postura de la mayoríapeninsular a sus ideas liberales; en todo caso, sería lTIucho máscorrecta la afirmación inversa de que, si abrazaron en este pun-to una visión moderna de Nación, fue porque ésta annonizabacon sus posturas colonialistas. Lo cierto, sin ernbargo, es queno existe una correlación necesaria entre ambos ténninos (li-beralismo y colonialismo). Lo demuestra el hecho de que co-lonialistas fueron por igual tanto los liberales como los abso-lutistas.67 De manera inversa, si bien el liberalismo servía desustento ideológico al colonialismo, era, no obstante, igualmen-te compatible con una postura opuesta. De hecho, como vimos,también los diputados americanos apelaron a premisas libera-les a fin de afirmar su demanda de representación igualitaria.El propio Guerra se contradice en este punto al admitir que elhecho de abogar por la igualdad de representación obligaba alos americanos a adherir a ese mismo ideal liberal que, segúnafirma, llevaba a los peninsulares a rechazar todo reclamo eneste sentido.

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68 Guerra, Modernidad e independencias, p. 345.69 Rieu-Millan, Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz, p. 17.70 En verdaq, si bien el colonialismo de los diputados peninsulares no ne-

cesariamente contradecía su liberalismo, les planteana sí contradicciones po-líticas reales s~rias, desde el momento en que los obligaba a aliarse a los secto-res ultrarrealistas en América. Los diputados americanos en Cádiz empujanana los peninsulares a enh'entarse una y otra vez a esta contradicción, llevandopropuestas de remoción de Jos virreyes Abascal, de Perú, yVenegas, de Méxi..co, por desconocer las sanciones constitucionales. Éstos aparecenan como ba-luartes del absolutismo, al que los liberales despreciaban, pero, por otro lado,constituían los pilares fundamentales, en sus respectivas regiones, del ordencolonial que ellos también defendían, o no estaban dispuestos a alterar,

En realidad, tampoco esto era exactamente asÍ. Como afir-ma Rieu-Millan en relación con el principio de soberanía popu-lar, "esta defensa podía fundamentarse, en otro contexto, sobrebases teóricas tradicionales (estado patrimonial compuesto pordiferentes reinos) ".69 Esto muestra las complejidades del deba-te, y la imposible reducción mutua entre imaginarios sociales eideologías políticas determinadas. En fin, si la antinomia "libe-rales peninsulares = atomicismo :::;colonialismo" contra "tradi-cionalismo americano = organicismo = independentismo" pue-de aceptarse como una descripción correcta del modo en quese alinearon las fuerzas en Cádiz, está claro que tal contraposi-ción no se funda en ningún nexo conceptual (ni la defensa ame-ricana de una concepción plural de la monarquía era, en sí mis-ma, "tradicional", ni la idea moderna de una nación unificadaera necesariamente colonialista), sino uno puramente contin-gente, derivado de las circunstancias y las formas en que se fijóel debate y se establecieron eventualmente líneas de alianza yruptura en las Cortes mismas70

71 Antonio Annino, "Soberanías en lucha", en Annino, Castro Leiv;:lyGuerra (comps.), De los imperios a las naciones, p. 25l.

72 Antonio Annino, "El Jano bifronte: Los pueblos y los orígenes delli.beralismo en México", en Leticia Reina y EJisa Servín (coords.), Crisis, refo,..ma y revolución. México: Historias de fin de siglo, México, Taurus/Conaculta-IN HA, 2002, p. 209.

Volvamos, pues, a nuestra pregunta original: ¿hasta quépunto la apelación a las doctrinas neoescolásticas represen-taba verdaderamente un regreso a un tipo de imaginario tra-dicional? Como señalamos, determinar esto de un modo pre-ciso resulta imposible. En realidad, distinguir los motivos"tradicionales" y "modernos" ni siquiera es siempre factible.Éstos se mezclan de modos cambiantes y complejos en el dis-curso político del período, al punto de volverse muchas vecesindiscernibles. Lo cierto es que, como señala Antonio Anni-no, el corporativismo va a ser "reinventado" entonces. Segúnasegura, "los fundamentos municipalistas de los futuros esta-dos republicanos se crearon durante la crisis del Imperio y noantes".?l

Annino introduce así una precisión fundamental en el con-cepto de Guerra: el corporativismo territorialista o municipalis-ta, más que una pervivencia del orden colonial, fue, por el con-trario, resultado de su dislocación ("el desliz de la ciudadaníahacia las comunidades territoriales", dice, "no fue una 'heren-cia colonial' directa sino que se gestó en el corto período de sucrisis").72En el nivel de las instituciones sociales ocurriría así lomismo que con los imaginarios sociales. El corporativismo, aligual que el escolasticismo, como el propio Guerra señala, erauna tradición, si bien no olvidada, ya en claro retroceso en elmundo hispánico. Su reactivación en el siglo XVIII no significa-ría, pues, un mero regreso a éste: "el punto más importante",asegura Aninno, "es que los nuevos ayuntamientos electivos re-presentaron un fenómeno de neocorporativismo en el interior

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tados que esto llevaba consigo, les hacía aceptar entonces unaconcepción unitaria de la Monarquía que cuadraba mal consu muy enraizada visión de ésta como un conjunto de cornu ..nidades políticas diferen tes. 68

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La multiplicación de los cabildos constitucionales al cobijo delliberalismo gaditano puso en marcha un proceso de iguala-ción jurisdiccional entre las villasy las ciudades, lo que anulóla subordinación de las poblaciones "sujetas" a sus capitales.74

de un cuadro constitucional".73 Recolocadas objetivanlente enun nuevo horizonte discursivo, las mismas viejas ideas e institu-ciones adquirirían un sentido y una dinámica ya muy distinta dela que tenían en e! Antiguo Régimen. En un interesante estu-dio de caso, José Antonio Serrano muestra, en efecto, CÓlOO sealteraron entonces los 1uodos de articulación del poder.

73 Antonio Annino, "Soberanías en lucha", en Annino, Castro Leiva y Gue-rra (comps.), De los im/um"os a las naciones, p. 251. Para algunos autores, comoRichard Morsc, se trataría llanamente de una invención, una ficción, que notenía ningún asidero histórico. El corporativismo medieval no se habría dadonunca en España. El texto de referencia clásico aquí es Claudia Sánchez AI-bomoz, Espalla, un enigma histórico, Buenos Aires, Sudamericana, 1956.

74 José Antonio Serrano Ortega,jerarquía tenilorial y transición política, Za-mora, Michoacán, El Colegio de Michoacán/Instituto Mora, 200], p. 137.Luego de la independencia, se reforzará esta tendencia hacia una "democra-cia" corporativa. "L, Constitución de ]826", señala Serrano Ortega, "modifi-có sustancialmente la jerarquía territorial y la organización política de Gua-najuato. En 1809 funcionaba una jerarquía piramidal en el cuerpo políticoprovincial: los ayuntamientos de Guanajuato, León, Celaya y San Miguel eranlos que representaban la 'voz; de la provincia. En ]820y 1823 se modificó es-te cuerpo político al incorporarse los electores de partidos de los cabildos delas villas y de los pueblos, aunque aquellos cuatro cabildos seguían conser-vando un mayor peso en término de votos electorales, al designar el16 de los36 electorrcs de partido. Ell cambio, a partir de 1826, cada partido tendríael derecho a igual número de votos para designar diputados" (ibid., p. 185).Esta tendencia se habría iniciado, en realidad, con la reorganización territo-rial puesta en marcha por los barbones. Véanse Hira de Gortari Rabiela, "Laorganización política territorial. De la Nueva España a la Primera RepúblicaFederal, 1785-1827", e11Josefina Z. Vázquez (coord.), El establecimiento del fe-deralismo en México (/821-1827), México, El Colegio de México, 2003, pp. 39-76, YHorst Pietschmann, Las refonnas borbónicas y el sistema de inlendencias enNueva España. Un estudio político administrativo, México, FCE, 1996.

75 La postura de Annino, sin embargo, resulta oscilante en este pUnto,quedando por momentos aún prisionero de la ecuación de la dicotomía en-tre tradición y modernidad con aquella otra entre naturale7.a y artificio. Se-gún señala: "Esta notable singularidad del mundo hispánico, más aún en Mé-xico, hizo que tras la Independencia, la república liberal tuviera por muchotiempo dos fuentes de legitimidad: los pueblos y los congresos (;onslituyellles,o sea, los dos actores que encamaban uno lo 'natural' y otro lo 'constituidu'''.Antonio Annino, "Pueblos, liberalismo y nación en México", en Antonio An-nino y Franc;:ois-XavierGuerra, coords., Inventando la nación, /úemamélica. SigloXIX, México, FCE, 2003, pp. 427-8, En un texto reciente, en cambio, scilala yala ingenuidad de identificar sin más las instituciones del Antiguo Régimen co-mo expresión de un orden natura4 en oposición a la artificialidad del sistemamoderno. "Todas las sociedades fueron y serán siempre imaginarias POI" la sell-cilla razón de que fueron y serán imaginadas. También el Antiguo Régimenlo fue. El mismo casuismo jurídico, que parece tan concreto y pragmático, no

87El tiempo de la política

ASÍ,la instauración de un sistema representativo fundadoen el principio corporativo territorial, aunque basado en pau-tas claramente tradicionales, terminaría dislocando la prelnisafundamental en que se asentaba el orden social de! Antiguo Ré-gimen: su estructura piramidaL Todo el sistema de subordina-ciones y jerarquías, que hasta entonces ordenaba la sociedad,en pocos años sería completamente desarticulado.

Desde un punto de vista teórico, esta torsión categorial tie-ne dos consecuencias fundamentales. En primer lugar, éstacuestiona la identidad de la oposición entre tradición y moder-nidad con aquella otra entre permanencia y cambio, y, en últi-ma instancia, entre naturaleza y artificio: muchos de los arcaís-mos sociales o atavismos ideológicos observados podrían nodeberse simplemente a la persistencia de arraigados patronesconlunales o imaginarios tradicionales. Éstos serán, de algúnmodo, reinventados entonces. En definitiva, el corporativisnlomunicipalis~a no expresa meramente una fornla natural tradi-cional de sociabilidad política, sino, al igual que la nación mo-derna para Guerra, sería un fenómeno de origen "eSLrictalnen-te político" (esto es, "artificial")75

Elías J. Palti86

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fue otra cosa que un esfuerLO enorme para imaginar y controlar la multiplici-dad social. n Antonio Annina, "El voto y el XIXdesconocido", Faro lberoldeaswww.foroiberoideas.com.ar/foro / data/ 4864. pdf.

76En definitiva, se trata del viejo juego de hallar el "huevo de la serpiente",aquel pecado original que explica todos los problemas subsiguientes. Las pala-bras cori que cierra Modernidad e independencias son elocuentes al respecto: viS-:tos retrospectivamente, Jos eventos que agitaron la historia latinoamericana re-ciente aparecen todos como "avatares de este problema esencial, que conocentodos los países ltitinos en el siglo XIXy que explica la concordancia de sus co-yunturds políticas: la hmsca instauración, en unas sociedades !.ra.dicionales, delimaginario, las instituciones y las prácticas de la política moderna" (ibid., p. 381).Guerra retoma aquí acríticameme la visión, no menos mítica, una y otra vez re-futada por la historiografia reciente, de la preexistencia de la nación y las liber-tades modernas norteamericanas, en oposición a la no preexistencia de éstas enAmérica Latina, como explicación última de sus destinos divergentes (dandolugar a su oposición entre las vías evolutivas y no evolutivas a la modernidad).

La segunda consecuencia, aún más fundamental, deriva dela anterior. La comprobación de Aninno quiebra ya el "teleo-logismo del punto de partida", inverso al del discurso naciona-lista latinoamericano, que impregna la perspectiva de Guerra.Lo que, para éste, estaba en el origen, esa "estructura profun-da" que la independencia hace simplemente emerger, no erala nacionalidad, sino los gérmenes de disgregación política ysocial.76 En la perspectiva de Annino, por el contrario, la desar-ticulación de las unidades político-administrativas coloniales nohabría sido un hecho fatal resultante de las condiciones pree-xistentes (las tradiciones corporativas), sino, al menos en par-te, del propio modo y las circunstancias específicas en que seprodujo la ruptura del vínculo colonial, entre las cuales, las lar-gas guerras, conhserie de dislocaciones sociales, políticas, eco-'nómicas, etc. que trajo aparejadas, o el contexto internacional,dominado, a la sazón, por el clima de la Restauración, no fue-ron en absoluto ajenas a este resultado.

Las vacilaciones de Guerra tienen todas, en última instan-cia, una fuente común. Como vimos, el hecho de no distinguir

claramente lenguajes e ideas lo lleva a confundir e identificaréstos como atributos subjetivos, es decir, a proyectar los lengua-jes al plano de la conciencia de los actores para extraer luegode allí conclusiones relativas a su naturaleza social o identidad,cultural. Yello terminaría marrando su proyecto historiográfi-con Luego de desmontar la antinomia entre liberalismo ame-ricano y atavismo peninsular sobre la cual descansa la tesis épi-ca de la revolución de independencia, en vez de desplegartodas las consecuencias de ese hallazgo, en muchos aspectoscrucial, se limitará, sin embargo, simplemente a invertir los tér-minos, lo que lo obliga a forzar en exceso su argumento. Así,la dicotomía entre modernidad y tradición, lejos de debilitarse,se reforzará desdoblándose en una segunda antinomia, inver-sa a la anterior, entre liberalismo español (modernista) y orga-

77 En efecto, esta confusión, como señalamos, deriva inevitablemente enuna recaída en aquella visión idealista y, en última instancia, teleológica dela revolución de independencia que él se propone cuestionar. Comprobadala carencia de fundamentos endógenos, de raíces sociales y culturales nati-vas, no podría evitar concluirse que la modernización de las estmcturas po-líticas locales, sin las cuales, según afirma. la revolución de independenciahabría sido inconcebible. sólo podría atribuirse a la "influencia ideológica"externa. La "mutación conceptual" que entonces se produjo en las coloniastendría su basamento estrictamente en el plano de las ideas. "Ahí se encuen-tra, sin duda -dice-, una de las claves para explicar las particularidades dela vida política moderna en todos los nuevos países: la existencia de actores,de imaginarios y de comportamientos tradicionales, en contradicción con losnuevos principios que se recogen en los textos" (Fran~ois-Xavier Guerra, Modemi-dad e indejJendencins, p. 205, el destacado es mío). No es otra cosa, de hecho,'lo que afirma la vieja tradición de historia de "ideas" latinoamericana. En di-cho caso, su aporte se limitaria simplemente a precisar que tal influencia ideo-lógica que impregnó a la nueva elite gobernante criolla ("los nuevos princi~pios que se recogen en los textos:) no provino directamente de Francia, sinoa través de España. Si bien esto resultaría interesante como señalamiento, hay _que convenir que de ningún modo podría considerarse una revolución his-toriográfica. En definitiva, muestra simplemente que el marco teórico delque parte Guerra no le permite hacer justicia y calibrar el sentido y la verda-dera dimensión de su contribución, que no radica ciertamente allí.

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89El tiempo de la políticaElías J. Palti88

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las raíces del constitucionalismo histórico

"Que la soberanía reside esencialmente en la Nación y por lomismo pertenece a éste exclusivamente el derecho de estable-

78 La Constitución de 1812, dice Sánchez Agesta, "se iba a elevar a un mi-to del constitucionalismo cspmiol" (Sánchez Agesta, Historia del constituciona-lismo espaiiol, p. 84). Su estudio, por lo tanto, tendría un interés que trascen-dería el plano estrictamcntc histórico.

79 Varcla, La temía del Estado en los origelles del constitucionalismo hispánico,p. 130 (el destacado es mío).

91El tiempo de la política

80 Carlos María de Bustamante, La Constitución de Cádiz, o Mutivos de miafecto a la Constitución, México, FEM, 1971, p. 28.

cer sus leyes fundamentales." ¡Qué dolor! Ha sido necesario eldecurso de muchos siglos, el derramamienlo de mucha san-gre en la campaña y el choque más derecho contra el fanatis-mo y la ignorancia más servil, para deslindar esta verdad im-portante y presentar a la faz del universo una proposición tansencilla como verdadera.8o

Ambas tesis opuestas (la épica hispanista y la épica america-nista) pivotan, de hecho, sobre la base de un conjunto de premi-sas COlTIUnes.La más importante de ellas es la de la racionalidad,en principio (es decir, más allá de su aplicabilidad O no al medioespecífico), de los ideales liberales. Ahora bien, tal percepción,lejos de expresar un mero hecho de la realidad, es sintomáticade! proceso de naturalización de una serie de presupuestos que,hacia los arIOS que nos ocupan, no parecían aún en absoluto au-toevidentes para los contemporáneos. Yello por motivos muchomás atendibles que la supuesta ofuscación de los sentidos produ-cida por la persistencia de prejuicios y preocupaciones al1ejas.Esto nos conduce finalmente a la cuarta de las fuentes de anfi-bolo¡'>1ade! lenguaje que preocupaban tanto a liberales como ab-solutistas (y que explica a las otras tres antes señaladas).

El problema crítico que se les planteó no era tanto la mani-pulación ilegítima de lenguaje, ya sea inventando nombres sinreferente, o creando neologismos para designar antiguos obje-tos, o bien, finalmente, apelando a términos familiares para le-gitimar fenómenos inauditos (los tres tipos de anfibología delos que hablábamos antes). El punto crucial es la conciencia osensación generalizada de estar enfrentándose ante un fenó-meno anómalo, para el que no caman categorías que IJUdiemn de-signarlo apropiadamente. Como señala e! diputado americano Lis-pegucr en la sesión del 25 de enero de 1811:

Elias J. Palti

nicismo americano (tradicionalista) -lo que volverá a la "tesisrevisionista" una suerte de reflejo invertido de la vieja "tesis épi-ca". En definitiva, aunque opuestas en sus contenidos, tras anl-bas perspectivas, la revisionista y la épica, subyace una mismavisión idealista y te leo lógica de la historia. Sólo su locus cambia,sin modificarse en lo esencial. Yesto nos devuelve a la historio-grafía española de ideas.

90

Para gran parte de la historiografía española de ideas, lasCortes de Cádiz son mucho más que un hecho histórico, másincluso que una auténtica revolución política y cultural: repre-sentan una suerte de epifanía de la libertad78 Como afirma Va-rela, tras esa corta pero convulsiva marcha, "la soberanía se pre-sentaba ahora como lo que realmente es: una facultad unitaria eindivisible, inalienable y perpetua, originaria yjurídicamenteilimitada". Según concluye, "estos presupuestos sí eran capacesde servir de ciIniento a la idea y a la vertcbración práctica, his-tórica, del Estado".79

No es otra cosa, en rcalidad, lo que seii.alaban, desde unaperspectiva opuesta (la "tesis épica"), también los actores y ob-servadores latinoamericanos del período, como el mexicanoCarlos María de Bustamante.

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81 Diario de Sesiones de las Cortes, 25/1/181], citado por Cruz Seoane, Elprimer lenguaje constitucional espario/, p. 92.

82 Varela, La ieoria del Estado en los origenes del COrlstitucio7lali.l;mo hispánico,p.430.

Aquello que no se deja nombrar, que aparece simplementecomo imposible de definir, no es sino la idea de un poder constitu-yente. Esta laguna conceptual, sin embargo, no se debena ya sim-plemente a la persistencia de imaginarios tradicionales, de un len-guaje que no contenía nombres para expresarlo. La propia ideade un acto instituyente que no reconoce ninguna legalidad pree-xistente, de un Congreso que habla en nombre de una voluntadnacional a la que dice representar, pero a la cual, sin embargo, aél mismo le toca constituir como tal, que no acepta, por lo tanto,ninguna autoridad por fuera de sí mismo, pero cuya legitimidaddepende del postulado de la preexistencia de una soberanía dela que emanen sus prerrogativas y que le haya conferido su auto-ridad y dignidad, en suma, una entidad a la vez heterónoma y au-tocontenida, que debe afinnar y negar al mismo tiempo sus pro-pias premisas, parecia conducir a paradojas irremediables.

Con el poder constituyente irrumpe, pues, algo que no sedejaría designar con viejos pero tampoco con nuevos nombres. Laafirmación de Varela anteriormente citada nos revela ya algu-nas de las fisuras que empiezan entonces a manifestarse (y, lle-gado el momento, empujarían a abrir los propios "tipos idea-les" a su interrogacíón). La idea de la soberanía "como unafacultad unitaria, indivisible, inalienable y perpetua" es, comoseñala Varela, la única capaz "de servir de cimiento a la idea ya la vertebración práctica, histórica, del Estado",82 y, sin embar- 83 "Hay leyes -decía el diputado asturiano Inguanzo- que son por esen-

cia inalterables y otras, al contrario, que pueden y deben val;arse según lostiempos y circunstancias. A la primera clase pertenecen aquellas que se lIa.man, y son realmente,fundamentales, porque constituyen los fundamentos delestado, y destmidas ellas se destmil"Ía el edificio social." Diano de Sesiones delas Cortes, citado por Varela, La teoria del Estado en los orígenes del umstituciona-lismo hispánico, p. 363.

go, resulta, al mismo tiempo, destructiva de éste. Por un lado,presupone su alienación por parte del pueblo en sus represen-tantes, puesto que, al ser una facultad "unitaria e indivisible",no se puede conservar luego de haberse transferido, que es,por otro lado, precisamente aquello que esa misma nociónvuelve inconcebible, en la medida en que, por tratarse justa-mente de una facultad "unitaria e indivisible", resulta también"ínalienable y perpetua". En fin, aquella que, como señala Va-rela, constituye la premisa del Estado al mismo tiempo choca-ría siempre contra éste.

Esta apolia emergería en las Cortes en los debates suscíta-dos respectode cómo lograr la "rigidez constitucional". La pre-gunta que entonces se planteó era ésta: una vez consagrado eldogma de la soberanía popular, ¿cómo podían fijarse límites asu ejercicio, cómo evitar que aquellos que le dieron origen a laconstitución se creyeran con derecho a alterarla en el momen-to que lo desearan, sin más regla que su propia voluntad sobe-rana? De lo contrario, de no poder fijarse un límite a su ejerci-cio, la constitución sólo habría de establecer el principio de supropia destrucción. Lo úníco que quedaría en firme de ella se-ría el poder y la facultad de derrocar!a83

Evitar esto, se pensaba, suponía la creación de un órganoespecíal de revisíón; es decir, la ínmedíata reducción del poderconstituyente a poder constítuído, que es el ámbito en que ne-cesariamente se circunscribe la actuación de todo Congreso.Como afirma Varela:

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93El tiempo de la política

Téngase entendido que este Congreso es muy diferente de lasdemás Cortes; su objeto ha sido otro. Ninguna de las an terio-res había tenido la soberanía absoluta; jamás en ellas había elpueblo exercido tanta autoridad. Este Congreso no es Cortes,es cosa nueva, ni sé qué nombre se le pueda dar.81

EUas J. Palti92

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84 Varcla, La teona del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico,p.346.

85 Luis Sánchez Agesta, Principios de teuria política, Madrid, Editora Nacio-nal, 1979, p. 329.

Para quebrar esta suerte de mise en abíme había, pues, quereducir aquello que definía, justamente, el carácter revolucio-nario del proceso abierto en 1808 (la irrupción del poder cons-tituyente) a una cuestión meramente procedimental: definirbajo qué circunstancias, en qué plazos y siguiendo qué normasse podría eventualmente alterar la carta constitucional. Se lle-gaba así la paradoja de pretender crear un "poder constituyen-te constituido", según la expresión de Sánchez Agesta.85 Trasesta paradoja, sin embargo, asoma una cuestión mucho lnásfundamenta!; ella nos descubre las limitaciones inherentes alprimer liberalismo español. En efecto, la importancia de lairrupción del poder constituyente oscureció, en realidad, aquelaspecto clave para comprender la naturaleza de este primer li-beralismo: en toda esta primera etal,a la cuestión de la nación no ha-&ríaaún de emerger como problema. Allí se nos revela, en fin, el sen-tido profundo del historicismo gaditano.

86 Luis Sánchez Agesta, Historia del conslitucionali.nno español, p. 63. Esterechazo al absolutismo, señala joaquín Varela, se va a traducir, a su vez, enuna desconfianza en el poder ejecutivo. Varela, "Rey, corona y monarquía enlos orígenes del constitucionalismo español, 1808-14", Revista de Estudios Po-líticos 55,1987, pp. 123-195.

87 Dicha distinción resulta fundamental para comprender la naturalezadel debate político del período. La percepción de la presencia de motivos con-tradictorios, o provenientes de universos conceptuales diversos, no es en símisma una prueba de la inconsistencia de los lenguajes políticos de un perío-do dado, sino que suele revelar, simplemente, una inadecuación del propioinstrumento de análisis. Si concentramos nuestro enfoque exclusivamente enel nivel de la superficie de los contenidos ideológicos de los discursos, es muynatural encontrar mixturas de todo género, mezclas incoherentes de motivoscontradictorios, perdiéndose de visL:.cuál es la lógica que los dispone (o, even-tualmente, cómo dicha lógica se fisura). En definitiva, lo que vuelve plausiblela postura de Guerra es el hecho de que, en un primer momento, habrían,efectivamente, de superponerse, no tanto "ideas", sino problemáticas contra-dictorias. La "hibridez" refiere a la naturaleza equívoca del campo de referen-cias discursivo.

Al decir de Menéndez y Pelayo, éste se trataba de un "extra-ño espejismo", que Sánchez Agesta explica por el generalizadorechazo al absolutismo, que hacía ver a! pasado remoto comouna suerte de edad dorada en que las libertades tradicionalesresistían todavía COnéxito a! impulso centralista avasallador delpoder monárquico.86 No obstante, tras esta invocación míticadel pasado -que, como vimos, es efectivamente tal, lo que nosllevó a relativizar su supuesto "tradicionalismo"- se esconde,sin embargo, un fundamento mucho menos ilusorio. Esto nosdevuelve a la cuestión de la "hibridez" del lenguaje político delperíodo. Éste se relaciona, no con las ideas de los actores, co-mo normalmente se interpreta, sino con la naturaleza de lasproblemáticas que se encontraban entonces en debate87 Laobra de otro de los voceros, junto con Jovellanos, del "consti-tucionalismo histórico", Francisco Martínez Marina, aporta al-gunas claves para comprender el sentido de este hibridismo dis-cursivo del período.

95El tiempo de la políticaElías J. Palti

Los diputados liberales, al instituir el órgano de reforma consti-tucional bien diferente de una AsambleaConstituyente, veníana reconocer objetivamente un hecho que debiera ser obvio, asaber: que en el Estado sólo puede haber órganos constituidos,lo que ante todo quiere decir que es en su norma constitucional,como norma suprema del ordenamiento jurídico, en donde re-side realmente la soberanía y no en la "Nación" o en cualquierotro sujeto prejurídico [... ] El problema del pouvoir constituantse reduce a un mero problema de competencias orgánicas: in-dagar qué órgano ycon qué procedimiento le corresponde a lamáxima parcela de la soberanía en el Estado, la máxima cuotade su ejercicio: reformar su Constitución.84

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Para Martínez Marina, entre la nación y el poder políticohay una diferencia esencial. La primera, dice, es una entidadnatural, que existe en sí independientemente de la voluntadde los sujetos. Ésta articula un sistema espontáneo de subordi-naciones sociales que encuentran su raíz primera en la autori-dad paterna. Para decirlo en términos de Althusio, la naciónconstituía una consociatio symbioticaB8 Sin embargo, para Martí-nez Marina, al contrario que para Althusio, entre estos víncu-los naturales de subordinación que constituyen a la nación y elpoder político había una discontinuidad radical. Las formas degobierno, a diferencia de las naciones, tienen un origen estric-tamente convencional; cambian, por lo tanto, con el tiempo,pudiendo alterarse por la sola voluntad de sus miembros. "NiDios ni la naturaleza", asegura, "obligan á los hombres á seguirprecisamente este ó el otro sistema de gobierno"B9 El "sueño"absolutista de una correlación estricta entre autoridad pater-na (que es un hecho natural) y poder monárquico (que es unresultado convencional), según dice, no resiste el menor aná-lisis.9o

88 La ciencia que la estudia tendría así un alcance mayor que la poljtjea,la ciencia de la ciudad, la cual se superpone entonces a una económica o cien-cia del hogar, para constituir la symbiótica. Ésta estudiará a todos los gruposque viven en comunidad orgánica, y las leyes de su asociación natural. Althu-sio la define como el arte de establecer, cultivar y conservar entre los hom-bres el lazo orgánico de la vida social.

89Manínez Marina, Francisco, Discurso sobre el origen de la monarquía,p.87.

90 Cabe aclarar que no era ésta la idea de Althusio de una continuidadesencial entre orden social y orden político (lo que demuestra, una vez más,la imposibilidad de establecer correlaciones inequívocas entre doctrinas so-ciales e ideologías). El carácter natural de los lazos de subordinación fundaen Althusio, por el contrario, una perspectiva "democrática", oponiendo, dehecho, a la monarquía la idea de poliarquía como la expresión más auténti*ca de vínculo político orgánico.

La autoridad paterna y el gobierno patriarcal, el primero sinduda y único que por espacio de n1uchos siglos existió entrelos hombres, no tiene semejanza ni conexión con la autoridadpolítica, ni con la m.onarquía absoluta, ni con alguna de lasformas legítimas de gobierno adoptadas por las naciones endiferentes edades y tiempos. [... ] La autoridad paterna bajola prinlera consideración proviene de la naturaleza, precedeá toda convención, es independiente de todo pacto, invaria-ble, inconiunicable, imprescriptible: circunstancias que deninguna manera convienen ni son aplicables á la autoridadpolítica, y menos la monarquía absoluta. Este género de go-bierno le introdujo el tiempo, la necesidad y el libre consen-timiento de los hombres: es variable en sus formas y sujeto ámil vicisitudes.91

En esta distinción conceptual que establece Martínez Mari-na se trasluce algo más que una mezcla ideológica de moder-nismo y tradicionalismo: en ella se condensa un rasgo objetivodel discurso político del período (que nos permite hablar de"hibridez de las problemáticas"). El proceso revolucionario queestalla en la península se funda todo, en última instancia, enun supuesto: el de la preexistencia de la nación. De allí la afir-mación de que, desaparecido el monarca, la soberanía reverti-ría nuevamente en ésta. El poder constituyente que emerge en Cá-diz encuentra aquí su límite.

Según señalara Artola en Los origenes de la España contempo-ránea, "careciendo por entero de instrucciones o reglas de con-ducta no es raro que [los diputados] se sintiesen como loscreadores de un nuevo pacto socíal"92 Esto, sin embargo, da-

9\ Martínez Marina, Francisco, Discurso sobre el oligen de la monarquía, pp.92-3.

92 Miguel Anola, Los orígenes de la f:sparla contemporánea, Madrid, Institu-to de Estudios Políticos, 1959, p. 395.

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La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mis-mo le pertenece exclusivamente el derecho de establecer susleyes fundamel1lalcs, y de adoptar la forma de gobierno quemás le convenga.91

El nuevo pacto social rcfundaría el Estado, pero ello presu-ponía ya la Nación que pudiera hacer esto. La idea de la necesi-dad de constituir a la nación era aún inconcebible. Aun cuando,COll10 vimos, HO había acuerdo respecto de cómo estaba consti-tuida, y si su estructura era inmutable o caInbiante con el tiem-po, algo que pucde eventualmente reformarse, nadie dudabade su existencia como tal.9r, Incluso para aqucllos que concebían

ría lugar a un malentendido (el cual se observa en la expre-sión de Guerra de que "se trata de fundar una nación y de pro-clamar su soberanía y de construir a partir de ella, por la pro-mulgación de una constitución, un gobierno libre") .93 La ideade un poder constituyente refería estrictamente a la facultadde establecer o alterar el sistema de gobierno. El artículo 3 de laConstitución antes citado) en su redacción original, haCÍa es-to explícito:

99El tiempo de la política

Una nación -dice Gallego-, antes de establecer sus leyes consti-tucionales y adoptar una fonna de gobierno es ya una nación, es de-cir, una asociación de hombres libres que han convenido vo-luntariamente en componer un cuerpo moral, el cual ha deregirse por leyes que sean el resultado de la voluntad de los i,,-dividuos que lo forman y cuyo único objeto es el bien y la uti-lidad de toda la sociedad97

su origen CUIno convencionalmente establecido, dicho conve-nio primitivo se encontraba, para ellos, siempre ya presupues-to en el concepto de un poder constituyente96 Las declaracio-nes de Juan Nicasio Gallego, que Artola cita como ejemplo dela emergencia de una visión pactista de lo social de corte "mus-seauniano", muestran a las claras esta doble ditncnsióll del COll-

cepto (lo que revela que la cuestión de la preexistencia ele lanación no se relaciona estrictamenle con el car~lCter-tradicio-nal o moderno- de las refereilcias conceptuales):

gión, costumbres y, sobre todo, por una común lealtad al rey. En este senti.do, la unidad de la nación es un dato experimental que no admite oposición."Fran~ois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, pp. 324-5.

9G Esto suponía que el acto primitivo de articulación del orden pulít.icodebía aceptarse de ahora en más como un hecho siempre ya verificado. Si es-tas Cortes fueron constituyentes, explicaba Guridi y Alcacer, fue porque "en-contrando a la monarquía sin Constitución, por no estar en uso de sus leyesfundamentales, las restablecieron, lo cual no harán las Cortes futuras, por-que ya no habrá necesidad de ello" (Diario de Sesione.\'de Cortes, 18/1/181 ¡).

Que se trataba de un cuerpo constituyente, aseguraba ArgücJles, "era decir tá-citamente que no podía ser perpetuo". Argüelles, El Semanario Patriótico 38,7/12/1810, p. 129.

97 Citado por Artola, Los orígenes de la España conlem/)onínea, p. 409 (el des-tacado es mío).

En definitiva, la cuestión relativa a la existencia de la nadónescapaba al universo práctico de problemas de e'te primer li-beralismo (era una cuestión puramente "técnica", para Argüe-

Elías J. Palti

93 Fran.;ois-Xavier Guerra, Alodemidad e independencias, p. 175.94 Diario de Sesiones de las Cortes, 25/8/1811 (esta última exprcsión lucgo

se suprimió puesto que ponía en cuestión la permanencia del sistema monár-quico, algo que un sector importante de dipUlados no estaba dispuesto a ha-cer). No era otro el concepto original de soberanía. Como veremos en el ca-pítulo corrcspondiente, éste surge a fmes de siglo XVI canjean Bodin comoasociado a la facultad del monarca de dar y revocar leyes. No tenía todavíarelación alguna con la idea de soberanía nacional, y, por supuesto, menos aúncon la de la facultad de constiluirésta.

95 "Hay, sin embargo, una primera acepción que, por encima de sus di-ferencias, todos comparten: la nación designa al conjunto de la Monarquía.Como lo ha manifestado de manera patente la reacción unánime de sus ha.bitantes de los dos continentes, la nación española es una comunidad dehombres que se sienten unidos por unos mismos sentimientos, valores, reli-

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Hes, que no tenía sentido debatir).9" Como Guerra mismo se-ñala, el propio alzamiento revolucionario que había dado ori-gen al poder constituyente ("una insurrección popular", enpalabras de Argüelles, "en que la nación de hecho se habíareintegrado a sí misma en todos sus derechos"),99 había tam-bién dado prueba de la entidad de aquélla. lOO La idea de lapreexistencia de la nación era, en última instancia, el dato apartir del cual se levantaba el edificio constitucional gaditanoy la premisa de la que los nuevos poderes representativos toma-ban su legitimidadI01 Puesta ésta en entredicho, todo el discur-so del primer liberalismo hispano se derrumbaría. Pero no esen la península que ello habría de ocurrir. Llegamos así al pun-to fundamental que marca la dinámica diferencial entre la pe-nínsula y las colonias: sólo en las colonias habrá, efectivamen-te, de plantearse la necesidad de crear, en el mismo acto de

98 "No se trata aquí", se excusaba, "de ideas técnicas o filosóficas sobre elestado primitivo de la sociedad". Diario de Sesiones de Cortes, 25/8/1811.

99 Argüelles, La reforma constitucional de Cádiz., p. 215.100 "La unanimidad y la intensidad de la reacción patriótica, el rechazo

por la población de unas abdicaciones a las cuales no ha dado su consenti-miento, remite a algo mucho más moderno: a la nación y al sentimiento na-cional" (Fran~ois~XavierGuerra, Modernidad e independencias, p. 121). "La co-munidad de sentimientos y de valores es tan grande y el rechazo al enemigotan general, que esta unidad va a servir de base a la construcción de unaidentidad nacional moderna [ ... ] Esas glorias son las de una España-ensingular- única, que se supone existente desde los más lejanos tiempos"(ibid., p. 162).

101 Para Martínez Marina, su origen data del siglo XH,cuando el puebloes convocado por primera vez a Cortes. "El pueblo, que realmente es la na-ción misma y en quien reside la autoridad soberana, fue llamado a un augus-to congreso, adquirió el derecho de voz y voto en las cortes de que había es-lado privado, tuvo parte en las deliberaciones, y sólo él formaba larepresentación nacional: revolución política que pmduxo Josmás felices re-sultados y preparó la regeneración de la monarquía. Castilla comenzó en cier-ta manera á ser una nación." Manínez Malina, Francisco, DisC'llTSOsobre el ori.gen de la monarquía, p. 133.

constitución del orden político, también aquella entidad a laque éste debía representar (la nación). La preguntafundamen-tal allí ya no será verdaderamente cómo estaba constituida la na-ción sino cuál era ésta. Más allá del mayor tradicionalismo o node las ideas de los actores, la revolución americana produciráasí una segunda ruptura en el nivel de las problemáticas subya-centes. El primer liberalismo había comenzado apelando a lahistoria y las tradiciones para terminar encontrando en ellas sunegación: el poder constituyente. Lo que emergerá ahora serála pregunta respecto de cómo se constituye, a su vez, el propiopoder constituyente, lo que resultará, como veremos, en unanueva inflexión conceptual.

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2Pueblo I Nación I Soberanía

Si, tal como se ha visto. la originalidad de un pensamientopolítico reside s610 excepcionalmente en cada una de las

ideas que en él se coordinan, buscar la fuente de cada unade ellas parece el camino menos fructífero (a la vez que

menos seguro) para reconstruir la historia de esepensamiento.

TUllO HAlPERIN DONGHI, Tradición política española eideología revolucionaria de Mayo

Las sinuosidades que se observan en el primer liberalis-mo español, determinadas por las tensiones propias al discur-so constitucionalista histórico, resultan ilustrativas, en últimainstancia, de una cuestión más general de orden epistemoló-gico.

Según señalan distintos autores, entre ellos Pocock y Skin-ner, si bien la dinámica de los cambios en los lengu,~es políti- •cas conlleva rearticulaciones drásticas de sentido, las novedades 'lingüísticas siempre deben aún legitimarse según los lenguajes;preexistentes. Yesto nos enfrenta ante la paradoja de cómo con-ceptos inasimilables dentro de su universo semántico pueden,no obstante, resultar comprensibles y articulables dentro del vo-cabulario disponible (puesto que de lo contrario no podríancircular socialmente); cómo éstos se despliegan en el interiorde su lógica, socavándola.

En este marco, ciertos términos cobran relevancia en tan-_.. .

to que actúan eventualmente como. ~f!..1}Cf!PJgsJ;J~.g.gra,esto es,categorías que, en detenninadas circunstancias,. sirven de pi-vote entre dos tipos discursos inconmensurables entre sí, con-virtiéndose así en núcleos de conde~s~ción d.ep~-~'?J.~m.át.i~a:s

Page 54: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

I Encontramos aquí I~ distinción que establece Koselleck entre historiade "ideas" e hisLOriade "conceptos". "Una palabra -dice- se convierte enun concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado socio-político, en el que se usa y para el que se usa esa palabra, pasa a formar par-te globalmente de esa única palabra." Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Pa-ra una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, ] 993, p. 117.

2 Véase Hans Blumenberg. Die Genesis der kopernikanischen WelL,Francfortdel Mein. Suhrkamp, 1996. Allí Blumenberg estudia el caso de dos concep-tos bisagra, esto es, dos principios de la astronomía antigua que cumpliríanfunciones análogas a dos de las categorías clave que hicieron posible la re~volución astronómica moderna: las nociones de appetentj(l partium (la len.dencia de las par~esa unirse), para la ley de gravedad, y la de impitus, para lainercia. Al respecto, véase Palli, "Hans Blumenberg (1922.1996): sobre la his.toria, la modernidad y los límites de la razón", Aporias, pp. 83-312.

3 Hans Blumenberg, ajJ.cit., p. 155.4 De este modo, Blumenberg se distanciaría t¡lnto de las versiones "vul.

canistas" (qu.e imaginan las rupturas conceptuales como abruptas recontigu-. raciones de sentido) como de las "neptunianas" (que ven éstas como el re.sultado de un largo proceso de transformaciones graduales).

histórico-conceptuales más vastas.] En La génesis del mundo eo-pernicano, Hans Blumenberg nos ofrece algunos ejemplos deello.2

Según muestra dicho autor, la astronomía copernicana ne-cesariamente se levanta a partir de las premisas del pensamien-to escolástico-medieval y entronca con él. Éste aporta el bagajecategorial que, por un lado, Copérnico encuentra disponible afin de imaginar un universo en el que nuestro planeta aparez-ca desplazado a un lugar excéntrico al mismo, así como, porotro lado, regula los criterios de aceptabilidad de esa nueva doc-trina.3 De hecho, señala Blumenberg, la cosmología copernica-na surge más bien de un intento de salvar la física aristotélicaque de alguna vocación por destruirla. Sin embargo, y a pesarde ello, termina utilizando los mismos principios aristotélicospara subvertir su concepción física en su propia base4 Para queello resultara posible fue necesario antes, sin embargo, un pro-ceso de aflojamiento de su sistema que abriera aquella latitud

5 Hans Blumenberg. ojJ.cit., p. 158.

(Spielraum) en la cual la revolución copernicana se volviera con-cebible; aunque no por ello la anticipaba.5 La trayectoria de lainflexión de la que nace la física moderna ilustraría así lo quellama la histaria de efectos (Wirkungsgesehiehte) por la cual un nue,va ilnaginario cobra forma.

Laruptura conceptual que venimos analizando cabría igual-m'O.nteentenderla como una historia de efectos.Esta perspectivaexpresa mejor la serie de desplazamientos por los cuales se fue-ron entonces torsionando los lenguajes, cómo formas de dis-curso radicalmente incompatibles con los imaginarios tradicio-nales nacerían, sin embargo, de recomposiciones operadas apartir de sus propias categorías. La idea de la yuxtaposición deideas tradicionales y modernas brinda una imagen, si no desa-certada, sí algo pobre y deficiente de los fenómenos de trasto-camiento de los vocabularios políticos, puesto que no alcanzaaún a comprender esa paradoja de cómo nuevos horizontesconceptuales irrumpen en el seno de los viejos, se despliegany encadenan desde el interior de su misma lógica, al tiempoque la desarticulan.

En este punto, es necesaria una distinción. Las razones depor qué la vacancia del poder puso en crisis el imperio parecenobvias. La pregunta que aquí subyace, en cambio, no es tan fácilde responder: por qué tal he,cho minó a la monarquía como tal.La primera cuestión responde a razones de índole estrictamen-te fáctica; la segunda, por el contrario, involucra algo más, queno se limita al orden de lo simbólico, pero que lo comprende.Esta precisión se encuentra en la base de la revolución historio-gráfica producida por Guerra. Sin embargo, a esta primera pre-cisión es necesario adicionar una segunda. El socavamiento delos fundamentos conceptuales en que se sostenía la instituciónmonárquica no podría explicarse simplemente por la emergen-cia, a su vera, de otro principio de legitimidad antagónico, lo

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105El tiempo de la política

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Elpactismo neoescolástico y sus aporías

El neoescolasticismo español va a fIjar en el pensamientopolítico occidental, más que una teoría política o un conjuntode conceptos y categorías, ~na problemática, esto es, una for-ma característica de interrogarse sobre los orígenes y funda-mentos del orden polític06 Concebida originariamente como

6 "Existe entonces -seiiala Halpcrin Donghi- una problemática común,que da cierta unidad el pensamicnto político español del seiscientos. Estaunidad está hecha, más que de coherencia, de monotonía: no se advierte muybien qué nexo racional puede hallarse entre los distintos temas preferidospor la atención de los tratadistas de la política en esta centuria; pero es ya unhecho notable que casi todos ellos hagan, en el muy amplio haz de temas quela tradición les ofrecía, una elección casi idéntica. A fuerza de hallarlos se ad-vierte que lo que los unc es una coherencia histórica, si no lógica; el pcnsa-

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miento político parece ahora una reacción -interesante como síntoma- an~te silUadone.s históricas cuyo contenido problemático alcanzaban los escrito-res políticos a adivinar, pero no a caracterizar según sus rasgos más profun-dos y esenciales, y mucho menos a resolver." Véase Tulio Halperin Donghi,Tradición polilica. española e ideología revolucionaria de Mayo, Buenos Aires, Cen.tro Editor de América Latina, ¡988, p. 50.

7 La idea de un pacto primitivo entre el pueblo y el monarca cobró suforma más elaborada precisamente en España en tiempos de la Contrarre-forma. Esto coincide con el renacimiento del tomismo, cuyo centro se encon-traba en la Universidad de París. Allí estudió Francisco de Vitoria, quien, co-mo titular de la cátedra de teología en Salamanca desde 1526 hasta su muerteen 1546, formaría el núcleo de una primera generación de pensadores,miembros en su mayoría de la orden de dominicos a la que pcrtenecía Vito-ria, que es la que sienta las bases de las doctrinas que, en la segunda miladdd siglo XVI y la primera mitad del siglo siguiente, desarrollarían los.icsuitas,cuyos representantes más salientes son Francisco SU<lrezy Luis de Malina. Pa-ra una visión general del pensamiento español del período, véanse FredcrickCopies ton, A Hislory ofPhiloS&phy, vol. [JI' Ockharn lo Suám, Wcstminster, New-man Bookshop, 1953; Luis Alonso Getino, El rru.zesf.roIr. Francisco de Vit.ona, Ma-drid, s/n., 1930; Bemice Hamilton, Political Thought in Sixleenth-CenlU1Y !:Jpain,

Oxford, Clarendon Press, 1963;José Antonio Maravall, 1tmJÍa f.sjJmiola del es~

lado en el siglo XVII, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1914; Pierre Mes-nard, L' essor de la philosophie polilique au XVIe siecie, París, l30ivin & Cie" 19~}6;Quentin Skinner, The Foundations of Modern Political ThoughL, Cambridge,Cambridge University Press, 1988, y Reijo Wilenus, Tite Social and PolilicalTlteory 01Francisco Suárez, Helsinski, Societas Philosophica Fcnnica, 1963.

un modo de pensar los límites del poder regio, la idea pactistaneo escolástica contenía, sin embargo, una ambigüedad funda-mental.7 De acuerdo con ese concepto, la voluntad popular seencontraba en el origen de la institución Illonárquica, pero noera su fundamento. Si el postulado de la existencia de un con-trato primitivo entre el monarca y su pueblo constituía la basepara fundar su legitimidad, no era en función de su origen con-sensual sino de los fines que le vendrían, en consecuencia, ado-sados a su posición de cabeza del reino y centro articulador dela comunidad política. En el imaginario del Antiguo Régimen,

El tiempo de la políticaElías J. Palti106

cual, como señala el propio Guerra, va a ser, en realidad, el pun-to de llegada de la crisis y no su pun to de partida. Por esa mismarazón, aunque no fueron extrañas a tal hecho, tampoco se po-dría ambulr sólo a la influencia de las ideas extranjeras, la cualdebería todavía ser ella misma explicada (cómo éstas pudieroncobrar tal influencia, cuáles fueron sus condiciones de recepciónlocal). En definitiva, se trata de comprender cómo la vacanciadel poder minó los principios tradicionales de legítimidad des-de dentro, permitiendo así el tipo de torsiones conceptuales queterminarían por dislocarlos, volviendo manifiestas, en fin, lascontradicciones que éstos contenían. Encontramos aquí nuestroprimer eslabón en la cadena de efectos que dará como resulta-do la mutación conceptual de la que habla Guerra: si la crisis delsistema político llevó al discurso político hispano a reencontrar-se con sus tradiciones pactistas neo escolásticas, lo que resurgiríacon ella, como veremos, no serian tanto sus jJostulados fundamenta-les como sus dilemas nunca resuellos.

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B"No puede haber República sin justicia", deCÍa Santa Mana, "ni Rey quemerezca serlo si no la mantiene y la conserva". Fr.Juan de Santa María, Tra-tado de República y Polida cristiana. Para Reyes y Príncipes y para los que en el go-merno tienen sus veces. Valencia, Pedro Patricio Mey. 1619, p. 96.

9 Francisco Suárez, De legibus, Madrid, CSIC. 1971, lib. 1, cap. IV, p. 71.

ninguna voluntad humana podía, por sí misma, tomar legíti-mo un ordenamiento político, sino sólo en la medida en queésta coincidiera con el designio divino, es decir, que se conci-liara con los principios eternos de justicia (una sociedad de ca-níbales, formada con el único fin de comerse. unos a otros, nopodía, obviamente, ser legítima por más que ello coincidieracon la voluntad de sus miembros).8 En este punto, sin embar-go, es necesaria una distinción conceptual.

La voluntad forma parte fundante de la legislación huma-na (ius) , a diferencia de la divina y la natural (fas), que son con-naturales al hombre y, por lo tanto, independientes de su vo-luntad. Sin la mediación de la voluntad no !;J.abríalegislacióncivil ni, por lo tanto, orden político alguno. Pero la voluntadque allí se menta no es la de los súbditos, sino la del legislador.Ésta constituye la condición necesaria y suficiente para la vali-dez de la norma; en la medida en que la facultad de legislar seencuentra adherida a su función, le es coesencia! ("damos porsupuesta la existencia en el legislador", aseguraba Suárez, "depotestad para obligar; luego si se da también la voluntad deobligar, nada más puede necesitarse por parte de la volun-tad").9 Esto aclara la naturaleza del concepto pactista neosco-lástico.

En contra de lo que habría de interpretarse, éste era, fun-damentalmente, una teoría de la obediencia; buscaba señalarpor qué, si bien en la base de toda comunidad política se en-cuentra siempre un acto de voluntad, ésta no es la voluntad pa-pular. Pero es aquí también que aparece aquella ambigüedadantes mencionada. En última instancia, la apelación a la ideade justicia buscaba a! mismo tiempo sostener la trascendencia

10 "Porque los prelados se llaman pastores en razón a que han de dar lavida por sus ovejas; y administradores, no dueúos; y ministros de Dios, 110 cau-sas primeras. Luego en el ejercicio del poder, están obligados a acomodarsea los propósitos divinos." Suárez, De legibus, lib. 1, cap. VII, p. ]33.

11 Quien desarrolla este tópico es Juan de Mariana en De Regeet Regis lns-titulione. Este aspecto del pensamiento del siglo XVII fue enfatizado por Fig-gis a fin de trazar una línea interrumpida que lleva del escolasricismo espa-ñol al pensamiento revolucionario británico del siglo XVII (véase Joho N.Figgis, Political TJwught ¡rom Cerson lo Crotius, 1414-1615, Nueva York, }-IarperTorchbooks, 1960). Por el contrario, para Labrousse, tal exacerbación de lapolítica contenía la simiente del totalitarismo contemporáneo (véase RogerLabrousse, La doble herencia política de 1:.spaña, Barcelona, Bosch, 1942).

12Allí converge una larga tradición radical inicialmente elaborada en elmarco de la lucha de las ciudades italianas contra las ambiciones imperiales,cuyo principal vocero fue Bartola de Saxoferram, y que, apelando al antiguoderecho romano, defendería el derecho de insurrección popular.

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del poder del soberano respecto de sus súbditos y marcar los lí-mites puestos a su voluntad. La figura del pacto originario in-dicaba,justamente, el hecho de que la facultad que le había si-do conferida al legislador por Dios mismo, le había sido dadano para provecho personal, sino para perseguir el bien de lacomunidad. 10Y;de este lllOdo, en el mismo acto de sostener sulegitimidad, en la medida en que la idea pactista permitía dis-tinguir un auténtico monarca de un déspota, abría también .Iaspuertas a su eventual deposición, es decir, consagraba el dere-cho legítimo de sediciónll Si para los neotomistas españolesno era verdaderamente al pueblo a quien le tocaba juzgar so-bre la legitimidad ano delmonarca, sino a Dios mismo, la re-volución regicida inglesa mostraría, sin embargo, los intrinca-dos y controvertidos medios por los que Aquél podría hacerefectivos sus fallos12

El pensamiento absolutista intentará entonces apartarse desus fundamentos pactistas, identificando al soberano como"emanación inmediata de Dios, sin poder, sin embargo, nuncalograrlo por completo, puesto que,junto con la idea de límites

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a su poder, caían taInbién necesariamente los fundalnentos desu legitimidad. En última instancia, el reforzamiento absolutis-ta del origen trascendente de la soberanía, que hace de éstauna facultad indivisible e inalienable, lejos de resolver e! pro-blema de su legitimidad, sólo haría aun más manifiesta la do-ble naturaleza del monarca, 13 distinguiría todavía de modo mástajante su corjJUsrnysticurn (su investidura, que no muere) de sucorpus verurn, en tanto ser mortal ("cuanto más era exaltada lasoberanía", señalaba atto Gicrke, "más furiosa se tornaba ladisputa acerca de su 'Sl~eto' o portador"), 14 distancia que, lle-gado el momento, terminará apareciendo como señalando unabismo insalvable.

Más allá de sus eventuales consecuencias prácticas conflic-tivas, las concepciones pactistas tradicionales contenían pro-blemas conceptuales fundamentales. En primer lugar, hacían sur-gir la cuestión de cómo el monarca podia ser al mismo tiempoparte del pacto y su resultado.15 La idea de un contrato origi-nario entre e! monarca y sus súbditos presuponía ya su existen-cia, lo que de modo inevitable volvia a plantear la cuestión desu origen. Algo más grave aún, sea que el soberano existierapreviamente o que surgiera con el propio pacto, en cualquie-ra de ambos casos la idea de un contrato primitivo suponiasiempre la preexistencia de! pueblo. Esto daría nacimiento, asu vez, a las teorías del doble pacto. El pacturn subjectionisentreel pueblo y su soberano habría sido precedido por el pacturn so-áetatís por el que se constituyó el primero. La idea de un se-

13 Véase Ernst H. Kantorowicz, The King:~ Two Bodies. A Study in Mediae-val Political Tlteology, Princcton, Princeton University Press, 1981.

14 Gtto Gierke, Nalural Law and lhe Theory o/Sociely, 1500 lo 1800, Bastan,Ikacon Press, 1957, p. 41. El objeto fundamental que organizaba el pensa-miento contrarreformista era,justamcntc, el de refutar la tesis luterana de lagracia como el rasgo distintivo dc un monarca legítimo, puesto que, comoocurriría con el calvinismo, llevaba fácilmente a justificar el tiranicidio.

15 Véase Tulio Halperin Donghi, Tradición política española, pp. 23 Yss.

gundo pacto permanecerá siempre, sin elubargo, e011lOpro-blemática_ Mientras que el primer pacto (e! flacturn subjectionis)tenía un sentido claro, que era ilnponer límites lnetapositivosa la voluntad del soberano, no ocurría así con el segundo, elcual no tendría otro objeto que volver comprensible aquél. Deeste modo, sólo trasladaría a otro terreno la mislna serie de in-terrogantes que planteaba e! primero (¿podía dicho pacto re-vocarse?, ¿en qué circunstancias?; de ser esto posible, ¿cuál se-ría el estado resultante?, cte.), en el cual, sin elnbargo, ya lIO

encontrarían solución posible.16 En definitiva, la idea de unpactum societatis era necesaria para poder concebir, a su vez,e! pactum subjectionís, sin resultar ella misma completamenteconcebible.

El punto crítico es que este segundo pacto parecía tenerimplícita la idea de un estado presocial originario, dado quesólo esto justificaría la realización de un pacto constitutivo, loque era simplemente impensable en los imaginarios tradicio-nales, puesto que parecía conducir al principio "herético" dela génesis artificial-convencionalista- del orden social. 17 Porcierto, no era así para el pensamiento político ncotonüsta. Laidea tradicional de un estado de naturaleza no contradecía, sinoque presuponía, la de la naturaleza social de! hombre.18 Ese es-tado previo a la existencia de toda legislación positiva no era,para éste, extraño a toda norma, sino aquel en que sólo regía

16 "El pactum societalis -afirma Halperin Donghi- ofrece así una justifi-cación menos fácil, una utilidad menos evidente en el plano jurídiccrpolíti~co que el pactum subjectionis; no lienc nada de extrailo que se lo mencionemenos frecuentemente, que aun los autores que lo introducen cn sus cspe.culaciones lo interpreten dc modo que atenúa sin duda su heterogeneidadradical con la tradición crisliana medieval, pero a la vez le quita relevancia."Tulio Halperin Donghi, Tradición política española, p. 24.

17 Véase Tulio Halperin Donghi, Tradición política española, p. 24.18 Al respecto, véase B. Romeyer, "La Théorie Sual"ézienne d'un état de

nature pure", Archives de Philosophie 18,1949, pp. 37-63.

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la ley natura419 innata en lo~hombres, y que emanaba de Dios ylos comunicaba de inmediato con Él.20 La pregunta que estoplanteaba (y que terminaría conduciendo a Locke y, más allá, aRousseau) era qué podía entonces llevar a éstos a abandonar talestado idílico de libertad primitiva, gobernados sólo por los idea-les de justicia natural, renunciar a ésta para someterse a la vo-luntad de uno de ellos. En todo caso, qué podía obligarlos a ha-cerlo, puesto que, de lo conu-ario, la génesis de la soberanía senaalgo accidental, producto de circunstancias fortuitas (y, por lotanto, eventualmente disputables). La idea de un pactum sociela-lis, impensable ella misma pero necesaria, de todos modos, pa-ra poder pensar el pactum subjectionis, terminaría así volviendo aéste incomprensible (o, peor aún, algo perverso: "si el hombrenace naturalmente libre, súbdito únicamente del Creador", se-ñalaba Suárez, "la autoridad humana aparece como contraria ala naturaleza e implica la tiranía") .21

19 El tomismo establecía una estricta jerarquía entr~.Ios distintos tipos deJeyes, entre las cuales distinguía cuatro fundamentales: la lex eterna que es laque guía la conducta divina, la [ex divina que Dios reveló inmediatamente alos hombres en las escrituras, la [ex naturalis, que Él implantó en los corazo-nes de sus siervos a fin de que pudieran seguir sus designios, y la !ex civiles,que es la que el hombre crea.

20 "Esta leyes una especie de propiedad de la naturaleza y porque el mis-mo Dios la inculcó en ella" (Suárez, De legilJus, lib. 1,cap. llI, p. 45). "Puede sercalifi.cada de connatural al hombre, en el sentido en que todo lo creado conla naturaleza y que siempre ha permanecido en ella, de algún modo es llama-do nalllral" (ibid., p. 48).

21 Suárez, De legibus, lib. m, cap. 1, p. 1. Siguiendo este mismo concepto,en su Segundo tratado sobre el gobierno civil,John Locke afirmaría que "si el hom-bre en el estado de naturaleza era tan libre, como se dice; si era amo absoh.1~to de sí mismo y de sus posesiones, igual a los más grandes, y libre de toda su-jeción, ¿por qué se apartaría de esa libertad? ¿Por qué renunciaría a suimperio y se sujetaría al dominio y control de algün otro poder?"John Locke,1'wo Treatises ofGovemmenl, Cambridge, Cambridge University Press, 1967, p.368. Encontramos, en fin, el origen del famoso dilema con que Rousseauabriría luego su Contrato social, esto es, el hecho de que el hombre haya naci-do libre pero se encuentre, sin embargo, sometido en todos lados.

22Véase B. Romeyer, "La Théorie Suarézienne d'un état de nalUre pu-re", op. dt., pp. 43-45. La tradición neo tomista católica, cabe aclarar, estabamucho peor preparada para confromar este dilema que sus enemigas, las teo-dencias neoaguslinianas del luteranismo, puesto que parecía conducirl~ ine-vitablemente a la idea de la naturaleza humana radicalmente perversa, pro-ducto de la Caída, en que estas últimas tendencias se fundaban.

23 Un estado social fuera de la ley natural, en el sentido tradicional de és-ta, era simplemente inconcebible, implicaría la de una suerte de sociedad demonstruos o, mejor dicho, una forma monstruosa de sociabilidad. El posiblealejamiento de ésta puede entenderse ciertamente para casos individuales,pero nunca para las sociedades, concebidas como tales.

24 "En primer lugar -afinnaba Suárez-, el hombre es un animal socialcuya nalUr-aleza tiende a la vida en común" (Francisco Suárez, De legibus, lib.11I, cap. 1,p. 3). "La constitución de los hombres en Estado -insistía- es na-tural al hombre en cualquier condición que se encuentre" (ibid., cap. IJI, p. 6).

Es aquí que el pensamiento neoscolástico incorpora aque-lla tesis, sobre la que se fundará la tradición iusnaturalista delsiglo XVI], de la posibilidad de que esa sociedad natural se vie-ra eventualmente afligida por la injusticia y la incertidumbre,obligando a sus miembros a instituir, en su propio interés, unaautoridad política.22 Este postulado, sin embargo, contradecíael concepto mismo de /ex naluralis.23 Lo cierto es que, lejos deresolver el problema, lo agudizaría. Carentes ya de un funda-mento natural de sociabilidad, de un cierto instinto gregarioinscripto por Dios en el corazón de los hombres; privados, porlo tanto, de la idea de un corpus mysticum, no habría forma deexplicar cómo individuos originariamente autónomos puedencomportarse de un modo unificado, como si portaran ya unavoluntad común, según supone la idea de un pacto. En fin, elmismo principio que permitía comprender la necesidad de lainstitución de un orden político (la quiebra del orden natural)lo volvía, a la.vez, imposible.

Consciente de la inviabilidad de esta alternativa, el pensa-mien to con trarreformista seguirá aferrado al concepto de unorden natural orgánico primitivo como fundamento último ala sociedad polítíca,24 el cual se había tornado ya, sin embargo,

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Soberanía y nación: una combinación imposible

25 Al respecto, véansc Picrre Mesnard, L' essor de la philosophie jJOlilique auXVlesiüle, pp. 627-8, Y Quentin Skinner, Tlle Fou.ndations o/ l\1odern PoliticalThought, p. 158.

26 "Patria y nación -scÍlala Halpcrin Donghi- son nociones que inno-van radicalmente sobre el pensamiento político tradicional, en la medida enque se yen de modo cada vez más decidido como entidades capaces de sub-sistir al margen de las organizaciones políticas estatales en donde se expre-san políticamente." Tulio Halperin Donghi, Tradición politica espmiola, p. 100.

Producida la acefalía, autores como Jovellanos o MartínezMarina apelarán a la idea neoescolástica de ley natural parapostular el principio de la preexistencia de la nación, en la querecaería entonces la soberanía. De este modo, no obstante,producirán una torsión fundamental en el concepto pactistac1ásico.26 Cuando Martínez Marina identifica la nación con elestado de naturaleza de los neoescolásticos está, en realidad,

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apartándose de esa tradición. La ruptura del pacto del pueblocon el monarca no devolverá ahora a ese reino de igualdad ylibertad ilimitadas en la que los términos soberanía o derechonoeran aún conocidos. La nación no es el estado postedénico hu-mano originario, sino que supone formaciones sociales con-cretas, con una historia y una cultura particulares, y órganosde expresión definidos, una representación nacionaL

En este sentido, aunque precede a la institución de una au-toridad, se acerca más a lo que Suárez designaba con el nom-bre de potestate iunsdictionis, que surge,justamente, con eljmctumsubjetionis, y se distinguía, por lo tanto, de la jJote.,taledomznati-va, propia a los sistemas de relaciones naturales de obedienciay subordinación (como la que se establece el1t.re padres e hi-

jos), que remiten a un ámbito estrictamente privado, puestoque son anteriores a la instauración de todo poder público,a toda legislación positíva y, por lo tanto, a la división de loshombres en.naciones; es decir, son comunes e inherentes al gé-nero humano. En definitiva, la representación nacional, la pos-tulada nueva sede de la soberanía, no corresponde ya a ningu-na de ambas potestades (la potestate iunsdictionis y la potestatedominativa), Esta suerte de soberanía sin soberano (una sobe-ranía vaga, etérea, que está en todos lados y en ningún lugarparticular) no es un poder político alternativo al monárquico, si-no que indica una instancia anterior, que no es tanlpoco aque-lla regida exclusivamente por la ley natural; introduce, en fin,un tercer principio, híbrido, que se distingue tanto del estadode naturaleza como del de sociedad civil, e incorpora al mismotieulpo elelnentos de ambos.27 Ésta se sitúa así de rnanera am-bigua entre el pactum societatis y eljJactum subjectionis, Denota,

'1.7 Como_señala Mesnard, para aquellos autores, "el pueblo si se quierees la matriz del Estado, pero en modo alguno es 1111 organismo definido niun factor político autónomo que posea existencia propia". Picrrc Mcsnard,op. cil., p. 593.

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insostenible, desde el momento que, llevado éste hasta sus úl-timas consecuencias lógicas, había revelado sus inconsisten-cias.25 El conjunto de dilemas que éste generaba perderán ac-tualidad a medida que se afirme la monarquía barroca, peronunca encontrarán verdadera solución. La crisis que se abre trasla caída de la monarquía en 1808 no hará más que hacerlos rea-florar, en un contexto histórico y conceptual, sin embargo, yamuy distinto, El problema para pensar la idea de un pueblo uni-ficado y soberano derivará ya no del carácter trascendente delpoder, sino, precisamente, de su radical inmanencia (su carác-ter político, convencional), Las nociones de pueblo y nación seconvertirán entonces en núcleos de condensación problemá-tica en que estas tensiones vendrán a inscribirse, abriendo una.latitud a horizontes conceptuales ya extraños a su lógica pri-mitiva.

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básicamente, una paradoja: la de una jurisdicción sin un poder de

jurisdicción.28

En efecto, dentro de los marcos del pensamiento pactistatradicional, la idea de soberanía nacional representaba una suer-te de oxímoron; incrustaba un principio convencionalista'enel seno de la ley natural, e inversamente, integraba un elemen-to natural (los llamados derechos naturales inalienables) al planoconvencional como el elemento fundante de todo ordenamien-to político.29 Su combinación en un único concepto supondría

28 Para Suárez, toda jurisdicción presuponía un poder de jurisdicción.Esto surge necesariamente de la idea de que sólo de la voluntad dellegisla~dar emana la legislación civil, esto es, presupone ya el poder soberano del Es-tado. Como señalaba Suárez: "Hemos de afirmar, en efecto, que para el otor-gamiento de las leyes, se precisa poder de jurisdicción. y que no bastarealmente el poder de dominio. [... ] Bartola de Sassoferrato señala que elpoder legislativo corresponde a la jurisdicción inherente a la soberanía"(Francisco Suárez, op. cit., lib. 1, cap. VIII, p. 151). "Esta tesis puede tambiénprobarse fácilmente con argumentos de razón. En primer lugar, la funciónlegislativa es el medio más adecuado para el gobierno de la comunidad [ ... JPor tanto, dicha facultad corresponde de suyo al poder de gobierno del Es-tado, al que compete procurar el bien común. Ahora bien, tal poder, segúnse ha dicho, es precisamente el de jurisdicción. Además, el poder de domi-nio tiene esencialmente un carácter privado y puede darse en una personarespecto de otra. El poder de jurisdicción, por el contrario, es por naturale-za el poder público y está en [unción de la comunidad. Luego únicament~ese poder, repetimos, constituye la base para el otorgamiento de las leyes queesencialmente también hacen referencia a la comunidad" (ibid., pp. ]54-55).

29Según afirnlaba MaIÍnez Marina: "La ley natural, llamada así porque seencamina á proteger y conservar las prenogativas naturales del hombre, y por-que precede á todas las convenciones y al establecimiento de las sociedades yde las leyes positivas é instituciones políticas, no empece á la libertad é indepen-dencia de las criaturas racionales, antes por el contrario la guarece y la defien-de. Ley eterna, inmutable, fuente de toda justicia, modelo de todas las leyes, ba.se sobre la que estriban los derechos del hombre, y sin la cual no sería posibleque hubiese enlace, órden ni concierto entre los séres inteligentes". FranciscoMarúnez Marina, Discurso sobre el origen de la monarquía y sobre la naluraleza del go-

bierno españo~ Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, ] 988, p. 85.

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la redefinición pre\~a de ambas categorías, Hasta ahora nos re-ferimos exclusivalnen.te al segundo de los té:r:rninos involucra-dos (el de nación); los desplazamientos ocurridos en el prime- ,ro de ellos (el de soberanía) son aún más ilustrativos de hastaqué punto la idea de una soberanía nacional era completamen-te extraña al pensamiento neoescolástico.

En el siglo XVII, el apelativo "soberanía" era, en realidad, unneologismo. Éste no se encuentra en latín. Los atributos del po-der eran hasta entonces descritos, alternativamente, como /)oles-tas, majestas o imperium.3o En todos los casos remitían a un tipode dominación de aspiraciones universalistas, que comprendía,idealmente, a la cristiandad toda. El surgimiento del conceptode soberanía se asociará estrechamente al proceso de seculari-zación y de descomposición de la unidad de la cristiandad, Po-demos decir que se trata, pues, de un concepto "moderno" (conlo que no hacemos, sin embargo, más que confundir más las co-sas, dada la plurivocidad de este apelativo: esta "modernidad" ala que aquí se refiere no tendría nada que ver con aquella de laque habla Guerra, a la que precede en varios siglos, y que estaúltima vendría,justamente, a desalojar) .31'Locierto es que ésteaparece por primera vez en las lenguas vernáculas. La primeramención se encuentra en los Six livres de la République (1576), deJean Bodin, y, sugestivamente, dicho término desaparece en suprimera traducción al español realizada en 1590 por Gaspar de

30 AJ respecto, véanse John N. Figgis, El derecho divino de los reyes y lres en-

sayos adicionales, México, FCE, ]942, YJosé Antonio Maravall, La leona delr.s-tado en Esparta en el siglo XVII, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1944.

!ll Según señala Nicola Matteucci: "Éste es el concepto poIíticojurídicoque permite al estado moderno, con su lógica absolutista interna, afirrnan¡esobre la organización medieval d~l poder, basada, por un lado, sobre los es-tratos y sobre los estados, y. por el otro, sobre las dos grandes coordenadas. universales del papado y del impelio". Nicola Matteucci, "Soberanía", en Nor-berto Bobbio y NicoJa Maueucci, Diccionario de politica, México, Siglo XXI,1988, p. 1.535.

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Esmenester confesar -asegura- que el nombre de soberaníano conviene sino impropiamente a este poder absoluto; por-que la soberanía es relativa, y así como supone de una parteautoridad e imperio, supone de otra sumisión y obediencia;por lo cual, nunca se puede decir con rigurosa propiedad queun hombre o un pueblo es soberanode sí.35

causa final de la sociedad ya no era la justicia, sino lafelicidad ge-neraL 33 Más precisamente, ésta era la traducción en clave secu-lar de aquélla. Ésta no carecía aún, pues, de una diIncnsióntrascendente; no se trataba de una felicidad rneran1cntc empí-rica. De todos modos, ofrecerá luego a autores corno MartÍllczMarina las bases para concebir la idea de una comunidad quecontiene en sí su propio fundamento y principio de legitimi-dad (la nación soberana).34 Los atributos originariamente aso-ciados a la idea de imperium, y luego apropiados por el monar-ca, se van ahora a transferir a esta nueva entidad, la nación. Laviolencia conceptual implícita en este traslado no podría, sinembargo, pasar inadvertida incluso a los propios constituciona-listas históricos,]ovelIanos mismo se verá entonces obligado aestablecer un deslinde terminológico.

Como muestra dicho autor, hablar de soberanía nacional essimplemente absurdo, Toda soberanía supone súbditos, Decirque alguien (un individuo o una comunidad) es soberano desí mismo no tiene sentido.

33 Pedro de Rivadeneyra, Tratado de religión y virtudes que debe tener el P'1n-cipe cristiano para gobernar y conservar sus l:.stados. Contra lo que Nicolás de MIl-quiavelo y los políticos de este tiempo enseñan, Madrid, P. Madrigal, 1595, p. 159,citado por José Antonio Maravall, op. cit., p. 149.

34 Véase Francisco Martíncz Marina, PrinClpios naturales de la moral, de lapolítica y de la legislación, Adolfo Posada (ed.), Madrid, R. A. de Ciencia1'i Mo-rales y Políticas, 1933, cap. VI.

!\5 Gaspar Melchor de Jovellanos, "No la a los Apéndices a la Memoria endefensa de la Junta Cenlral" (22/7 /.l81 O), Escritos políticos y filOSÓfiCO!),p. 210.

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Añastro. Por bastante tiempo más, la terminología usada paradesignar la autoridad monárquica será todavía oscilante (alter-nando con térn1inos C01no "soberanidad", "supremacía", etcé-tera) ,

Ese cambio terminológico expresa, a la vez, e! desplaza-miento político que entonces se estaba produciendo, por elque las nuevas dinastías se apropiarían de los atributos antes re-servados al emperador (al rey en su reino se lo llamaría impera-tOT in regno suo). No será ésta, sin embargo, una mera transfe-rencia de atributos. En su transcurso, éstos serán redefinidos.La soberanía pierde, de hecho, aque! rasgo característico de!imperiurn: su ilimitación espacial (las nuevas monarquías fun-cionarán ya en e! interior de un sistema político que albergapluralidad de Estados con los cuales lindan). Tal atributo setrasladaría ahora del plano exterior al plano interior, pasaría aindicar la ausencia de límites internos al poder real (cuandoHobbes afirmaba que "tiranía significa ni más ni menos que so-beranía"32 no estaba sino señalando aquello implícito en sumisma definición). Sin embargo, como vimos, aún entonces elpensamiento regalista no podría prescindir por completo detales límites (incluso Hobbes no podría evitar determinar al-gún umbral -en su caso, la preservación de la propia vida-que la autoridad monárquica no podría traspasar sin volverseilegítima). En definitiva, la soberanía, como concepto, será lamarca de su misma imposibilidad última.

Queda claro, de todos modos, que por esta via de ningunaforma llegarnos a la idea de una soberanía nacionaL Para ver có-mo ésta, llegado e! momento, habría de desprenderse de aqué-lla, es necesario observar una segunda inflexión que sufre eltérmino, la cual se liga al proceso de secularización de los finesasociados a la comunidad. Para autores como Rivadeneyra, la

32 Thomas Hobbes, Leviat./um, u la materia, forma y poder de una Re¡Júblicaeclesiástica y civil, México, FCE, 1984, p. 392.

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Menos sentido aun tiene la idea de que éste \:lUedaconser-varla luego de haberla u'ansferido a la autoridad (que era, co-mo vimos, el problema suscitado en las Cortes gaditanas a par-tir del debate en torno de cómo lograr la rigidez constitucional).Para resolver esta doble ambigüedad conceptual,Jovellanos pro-pone volver a la fuente original del término y-reservar a esta nue-va acepción la voz supremacía (imperium), a la cual la distingueasí de la soberanía.

Siendo tan distintos entre sí el poder que se reserva una na-ción al constituirse en monarquía del que confiere al monar-ca para que presida y gobierne, es claro que estos dos poderesdebían enunciarse por dos distintas palabras, y que adoptadala palabra soberanía para enunciar el poder del monarca, fal-ta otra diferente para enunciar el de la nación, (... ] Parlo cualme parece que se puede enunciar mejor por el dictado de su-premacía, pues aunque este dictado pueda recibir también va-rias acepciones, es indudable que la supremacía nacional es ensu caso más alta y superior a todo cuanto en política se quieraapellidar soberano o supremo.36

Siguiendo esta línea de pensamiento, Leslie afirmaba: "Sin una última ins-tancia no puede haber gobierno. Y si ésta está en el pueblo, tampoco hay g(}-bierno". Leslie, The Best Answer that Ever was Made, p. 15, citado porJohn N.Figgis, El derecho divino de los rl:)'es,p. 298.

36.Gaspar Melchor deJovellanos, "Nota a los Apéndices a la Memoria endefensa de laJuma Central" (22/7/1810), op. cit., p. 215. Reencontramosaquí la pr,eocupación relativa a las anfibologías del lenguaje. Éste sería, paraJovellanos, un buen ejemplo de cómo los problemas políticos tienen sus nl.Í-

ces en un uso deficiente del lenguaje. "¡Qué disputas no se agitaron entre losantiguos dogmáticos y académicos -aseguraba- que se hubiesen disipadosólo con que se acord.lsen sobre la significación de la palabra verdad! y, ¿esotro, por ventura, el origen de esta interminable y eterna lucha de cuestio-nes y disputas, que se agitan a todas horas en las ciencias o facultades meta-físicas, en que, discutiéndose siempre unas mismas dudas, nunca se descubre

ni fija la verdad? Pues otro tal sucede con la palabra soberanía, la cual, comovaya explicar, se puede tomar en dos principales y muy diferentes sen(idos"(ibid., p. 210).

37 En la medida en que la soberanía aparecía ya como una "facultad uoj.taria e indivisible, inalienable y perpetua" ("lo que realmente es", en palabrasde Varela), hablar al mismo tiempo de soberanía nacional y soberanía realrepresentaría una llana contradicción.

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La palabra Soberano quiere decir super omnia, y como no pue-de haber en la sociedad un poder superior al de facultar ó apo-derar para hacer leyes, del cual depende el mismo legislador,el que tenga aquel poder es el Soberano de derecho [al cual dis-tingue del Soberano de hecho, que identifica con el detentar delpoder, aun cuando se trate de una autoridad legalmente esta-blecida]. Confesar como se confiesa por vuestros mismos con-sejeros que la Nación tiene el derecho de elegir apoderadospara hacer leyes, y afirmar al mismo tiempo que la Soberanía

Resulta evidente, sin embargo, que era esto, de hecho, loque la noción de soberanía excluía, por definición. Al colocarotra soberanía (la "supremacía nacional") por encima de ella,simplemente vaciaba de sentido el término, para luego retra-ducirlo por otro que recoge todos los atributos que le han sidodespojados. De este modo, no obstante, no solucionaba aún lasparadojas que resultaban de ese desplazamiento conceptual.Éstas, en verdad, no tendrían ya solución posible; simplemen-te se naturalizarían en el discurso político, es decir, dejarían deaparecer como problemas (pasando a formar parte de lo quePolanyi llamó la "dimensión tácita" de un discurso), síntomainequÍvoco de que la inflexión conceptual por la que emerge-ría un nuevo vocabulario político se había ya completado. En-tonces, será la idea de una soberanía real la que aparecerá comoabsurda.37 La definición que ofrecería el líder liberal Flórez Es-trada en una nota dirigida a Fernando VII, poco después de surestauración: es ya ilustrativa al respecto:

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:l8 Álvaro Flórcz Estrada, "Representación a S.M.e. el S.O. Fernando VIIen defensa de las Cortes (1818) ", p. 28 .

39 Sobre este concepto, véase Rcinhart Koselleck, "Historia conceptual ehistoria social", Futuro pasado, pp. 105~126.

En definitiva, la noción moderna de soberanía nacional se des-prenderá de la combinación paradójica de dos principios tra-dicionales incompatibles entre sí: la noción escolástica de lapreexistencia del pueblo a la instauración de toda autoridad po-lítica con el postulado regalista de la soberanía como unificaday autocontenida, no derivable más que de sí misma, e inaliena-ble, por definición, Yesto nos conduce a un segundo aspectofundamental relativo al tipo de fenómenos que nos ocupa,

Como señalamos en primer lugar, la mutación conceptualque se produjo a comienzos del siglo XIX no puede compren-derse como el mero desplazamiento de un conjunto de ideasque desaparece, o tiende a desaparecer, por otro conjunto deideas nuevas que entonces emerge, o tiende a emerger. Anali-zar ésta obliga a seguir aquel proceso, mucho más complejo,por el cual se fueron torsionando los sentidos en el interior delvocabulario preexistente. En segundo lugar, vemos ahora có-mo estas torsiones, en contraposición a lo que constituye el pro-cedimiento habitual de la historia de ideas, no pueden nuncadescubrirse a partir del análisis de cada una de las ideas de ma-nera aislada, tratando eventualmente de determinar su origentradicional o moderno. Para ello es necesario estudiar cómo sereconfigura el sistema de sus relaciones con aquellas otras ca-tegorías con las cuales linda; en fin, debemos reconstruir cam-ilOS semánticos.39 En este caso particular se trata de trazar el cam-

Pueblo, pueblos e imaginarios tradicionales

40Antonio Annino, "Soberanías en lucha", en A. Anllino el al., De lo,\ Im-perios a las naciones, p. 249,

123El tiempo de la política

Como vimos antes, si bien los diputados americanus en Cá-diz adhirieron al concepto plural de la monarquía, como inte-grada por diversidad de pueblos o reinos, ello no era un índiceinequívoco de tradicionalismo cultural o social. El postuladode la existencia de diversidad de reinos reunidos bajo la coronaespañola no prejuzgaba aún sobre cómo se concebían, a su vez,éstos, es decir, si fundados en lazos contractuales corporativoso en vínculos voluntarios entre individuos. De hecho, no siem-pre será posible siquiera distinguirlo. Yello no tanto debido aambigüedades propias al discurso político latinoamericano delperíodo, al uso incierto u oscilante de que fueron objeto dichosconceptos, a su alegada "hibridez", como a aquéllas, más fun-damentales, inherentes a esos mismos conceptos. Esto se ob-serva aún más claramente cuando analizamos el discurso inde-pendentista latinoamericano. Lo tradicional y lo moderno seimbricarían en él de modos complejos y cambiantes, volvién-dose incluso muchas veces indiscernibles entre sÍ.

Según señala Antonio Annino, el porteüo Mariano More-no es el mejor ejemplo de la emergencia temprana de un con-cepto de nacionalidad unificada, esto es, del virreinato como"una unidad indestructible", en contraposición a la idea de és-ta como una mera agregación de pueblos4o Como afirma en undocumento aparecido originalmente en 1810 en forma seriali-zada en La Gaceta de Buenos Aires, "Sobre la misión del Congre-

po delimitado por las nociones de pueblo, nación y soberanía, ycuya vinculación supondría, al mismo tienlpo, su rnulua retle~finición, Yello nos devuelve a la noción de puebla.

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no reside en ella y sí en el Monarca, es un absurdo, mientrasá la vos Soberano no se le dé el valor de otra idea diferente dela dicha; ó mientras no se haga ver que en el Rey reside un po-der superior á aquel, lo que es inconcebible.38

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41 Su título completo es "Sobre la misión del Congreso convocado en vir-tud de la resolución plebiscitaria del 25 de Mayo", y se encuentra en Maria-no Moreno, Asmtos políticos y económicos, Buenos Aires, La Cultura Argentina,.J 915, pp. 269-300.

42 Mariano Moreno, "Sobre la misión del Congreso convocado ..... , op.cit., p. 284.

43 ¡bid.44 Antonio Annino, "Soberanías en lucha", en A. Annino el al., De los im-

!mios a las naciones, p. 251.

50",41 "laverdadera soberanía de un pueblo nunca ha consisti-do sino en la voluntad general del mismo", la cual, asegura, es"indivisible e inalienable"42 Incluso puede allí descubrirse ensu base un concepto individualista de lo social. "En esta disper-sión", insiste Moreno, "no sólo cada pueblo asumió la autori-dad que de consuno habían conferido al monarca, sino que ca-da hombre debió considerarse en el estado anterior al pactosocial". 43Con esta definición, sin embargo, Moreno se aparta-ría del consenso dominante. Annino cree hallar allí, en fin, elorigen de la lucha que signaría toda la historia argentina sub-secuente: "las soberanías de los pueblos", dice, "se contrapondrándurante largo tiempo a la soberanía del pueblo o de la Nación"proclamada por Moren044

De acuerdo con el modelo de Guerra, habría, pues, queconsiderar a Moreno como un claro vocero de la idea moder-na de nación, frente a una sociedad aferrada aún a una. con-cepción tradicional de ésta. Sin embargo, esto no era necesa-riamente asÍ. La idea de Moreno de pueblo podía enmarcarsea la perfección en los cuadros de una visión todavía corpora-tiva, esto es, asociarse a la preeminencia que gozaba BuenosAires, como capital virreinal, dentro de la pirámide de jerar-quías tradicionales entre ciudades. De hecho, los imaginariostradicionales no carecían de un principio que permitiera arti-cular entidades políticas suprarregionales, es decir, que pudie-ra funcionar como fundamento de un cierto concepto de na-

45 Mariano Moreno, "Sobre la mlsión del Congreso convocado. _", op_cit., p. 283.

Puede, pues, haber confederación de naciones, como la deAlemania, y puede haber federación de una nación, compuesM

ta de varios estados soberanos, como la de Estados Unidos. Es-te sistema es el mejor, quizá, pero difícilmente podrá aplicar-

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ción unificada sirviendo así de conce/Jto bisagra entre dos len-guajes políticos contrapuestos: el principio jurídico de negolio-rum gestor (la facultad de una parte del reino de representar latotalidad) .

Éste fue, de hecho, el principio que invocó el Cabildo por-teño para arrogarse la representación del conjunto del virrei-nato, yjustificar así su desconocimiento de las autoridades pe-ninsulares. Sin embargo, Moreno lo rechazaría de maneraexplícita. Según descubre, buscando justificar su causa, con talinvocación el Cabildo había incurrido en una obvia contradic-ción, dado que éste era, precisamente, el principio en que laJunta gaditana fundaba también su legitimidad. Tal comproba-ción lo devuelve, pues, a un concepto más "tradicional": la le-gitimidad de las nuevas autoridades sólo podría fundarse en elasentimiento de los "pueblos". El Congreso convocado, del quehabla el artículo que analizamos, debía, justamente, servir deejemplo al conjunto del imperio ("ha sido este un acto dejus-ticia", decía, '~deque las capitales de España no nos dieronejemplo, y que los pueblos de aquellas provincias mirarán conenvídia").45

La postura de Moreno, cabe aclarar, resulta aún entoncesoscilante en este punto, lo cual la propia ambigüedad del tér-mino hace posible. La frase con que concluye ese documentoes ilustrativa al respecto. Luego de comprobar que "es una qui-mera que todas lasAméricas españolas formen un solo Estado",asegura:

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4& lbul., p. 300.

Los "pueblos" a los que se refiere, pues, son siempre aque-llos de las "provincias". Pero la idea de "provincia" no tenía unsignificado fijo. Ésta designaba simplemente una parte de unaunidad política mayor. Cuando se refería al virreinato, indica-ba de manera vaga lo que hoy entendemos por provincias, pe-ro cuando se refería al inlperio o a Anlérica en su conjunto, co-lno es el caso de la cita anterior, las provincias aludidas eran,en cambio, los virreinatos (es decir, algo mucho más cercano alo que hoy solemos designar como "naciones").

Es cierto, de todos modos, que, desde el momento en querechaza el principio de negotiorum gestor, deberá, a la vez, tras-ladar este mismo concepto federativo al interior de cada unode los virreinatos, provocando la fragmentación de la sobera-nía en sus componentes elementales (esto es, las provincias, es-ta vez entendidas como las secciones de las cuales está consti-tuido cada virreinato). El punto es que, al igual que en el casode la diputación americana en Cádiz, esa postura respondió aconsideraciones políticas precisas. En el interior del universode ideas tradicional no había ninguna razón de orden concep-tual que impidiera la postulación de entidades políticas supra-rregionales, por ejemplo los virreinatos, como sujetos legítimosde la imputación soberana.

Podemos ver que, así como la noción de "pueblos", en plu-ral, no era necesariamente tradicional, inversamente, tampocola sola aparición del término "pueblo", en singular, prejuzgabarespecto de su contenido, es decir, no remitía de modo inelu-dible a un horizonte moderno de pensamiento. De hecho, sus

La nación como problema

La apelación de Moreno a los "pueblos" como sede origina-ria de la soberanía tiene implícita una impugnación de la au-

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47 La tradición conciliar buscaba de este modo un instrumento que IJro-tegiera a la Iglesia ante la posibilidad de un papa hereje. Skinncr encuentraaquí el origen remoto de las ideas pactistas modernas. Véase Quentin Sk¡n~ner, The Foundalio1ls of Modern Political Thoughl, Cambridge, Camb¡.idge U Ili-

versity Prcss, 1988, pp. 114-123.

orígenes rernotos pueden rastrearse en la referencia bíblica alpueblo israelí, la cual servirá de modelo para toda concepciónde comunidad unitaria. Por cierto, estamos muy lejos aún deuna idea moderna de éste, asociada al de nación (también enel sentido moderno del término). Ese término se conectaba to-davía con el de ecclesia cristiana y, más tarde, con el del co,,!msm,ysticum encarnado en el soberano (o, eventuahnente, en elParlamento, idea que, a su vez, retomaría la tradición conciliarelaborada en tiempos del Gran Cisma y en la cual se basó el co-legio cardenalicio para disputar con el Papa el papel de repre-sentante de Dios en la Tierra) 47 No viene al caso aquí seguirlos detalles de su trayectoria; baste señalar el hecho de queidentificar los horizontes conceptuales en que se inscribe undiscurso político dado no resulta tan sencillo como aquellaoposición sugiere; definitivamente, no alcanza con registrar eluso en singular o en plural de un término particular. Para com-prender su sentido, es necesario seguir la serie de torsiones aque éste se verá sometido, el juego de sus cambiantes relacio-nes semánticas con aquellas otras categorías a (as que habrá devincularse. El documento de Moreno que venimos analizandosirve también de punto de partida para observar el complica-do proceso de recomposición semántica que supuso la afirma-ción de un concepto "moderno" de nación.

El tiempo de la políticaElías J. Palti

se a toda la América. [ ... ] Yo desearía que las provincias, redu-ciéndose a los límites que hasta ahora han tenido, formasenseparadamente la constitución conveniente a la felicidad decada una.1G

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48 "LaAmérica en ningún caso puede considerarse sujeta a aquella obli.gación; ella no ha concurrido a la celebración del pacto social de que deri-van los monarcas españoles, los únicos títulos de legitimidad de su imperio;la fuerza y la violencia son la única base de la conquista." Mariano Moreno,"Sobre la misión del Congreso convocado ... ", op. cit., p. 290.

49 Mariano Moreno, "Sobre la misión del Congreso convocado .. ", op.cit., p. 287.

50 ¡bid., p. 286.51 "Pocas veces ha presentado el mundo un t~atro igual al nuestro, para

formar una constitución qu~ haga felices a los pu~blos"; "laAmérica presen-ta un terr~no limpio y bien preparado ", insistía, "dond~producirá frutos pnrdigiosos la sana doctrina que si~mbren diestramente los legisladores" (iúid.,p.270).

toridad real mucho más radical que la de Flórez Estrada. Paraél, no se trata simplemente de que la ausencia del rey haya he-cho desaparecer el pacto de sujeción que ligaba a las coloniascon el monarca. Según afirma, dicho pacto en realidad nuncahabía tenido lugar. El dominio real sobre América asegura queno estuvo nunca fundado en el consentimiento de los pueblos,sino en un acto de violencia.48 Era, por lo tanto, absolutamen-te ilegítimo. De allí deriva una. consecuencia más fundamen-tal: en esta parte del reino, "el que subrogue por elección delCongreso la persona del Rey, que está impedida de regimos,no tiene reglas por donde conducirse, y es preciso prefijárse-las"49 "Esta obra", asegura, "es la que se llama constitución delEstado ".50 La vacatio regisen América desnudaba así otra vacan-cia más fundamental, la vacatio legis.Aquí, pues, no se trataríatan sólo de establecer una nueva autoridad que llenara el lu-gar vacante del soberano, sino que habría que crear una legi-timidad inexistente, constituir el orden político. Todo su dis-curso se encuentra impregnado de un sentido de refundaciónradical.5]

El radicalismo de Moreno, indisputable desde el punto devista político, es menos evidente, sin embargo, cuando se loconsidera desde una perspectiva histórico-conceptual. Sin em-

52 ¡bid., p. 279.

Moreno situaba así su concepto pactista dentro de los mar-cos estrictos del pactum subjectionis.

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Aunque las relaciones sociales entre los pueblos y el Rey que-dasen disueltas o suspensas por el cautiverio de nuestro monar-ca, los vínculos que unen a un hombre con otro en sociedadquedaron subsistentes, porque no dependen de los primeros;y los pueblos no debieron formarse pueblos, pues ya lo eran,

bargo, no es en su concepto plural del imperio donde radicasu mayor limitación. Paradójicamente, la misma premisa que,como señala Annino, marca la modernidad de su concepto (laidea de una soberanía nacional que preexiste a la autoridadpolítica) es la que le impide avanzar hacia aquel punto en quela ruptura con los imaginarios tradicionales se volvería ya irre-versible.

En efecto, para Moreno, que hubiera que constituir a la na-ción significaba que el Congreso convocado no sólo debía de-signar quién habría de gobernar, sino también cómo habría dehacerlo, f~ar el marco legal dentro del cual habría de ejercersu poder. Pero ello presuponía ya la existencia de aquella enti-dad a la cual se invocaba, de hecho, para hacer tal convocato-ria. Según aclaraba inmediatamente a continuación de la citaantes transcripta, en la que afirmaba que aquella reversión so-berana se aplicaba no sólo al pueblo, en su conjunto, sino tam-bién a cada individuo:

No pretendo con esto reducir los individuos de la Monarquíaa la vida errante que precedió a la formación de las socieda-des. Los vínculos que unen el pueblo al rey son distintos de losque unen a los hombre entre sí mislnos: un pueblo es un pue-blo antes de darse un rey.52

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" Itnd,54 [bid., p. 295.

Por entonces, sin embargo, los primeros síntomas de qisen-so interno comenzarían a plantear aquella cuestión más funda-mental interdicta en su discurso, puesto que constituía su pre-mIsa.

Es digno de observarse -señalaba- que entre los innumera-blesjefes que de común acuerdo han levantado el estandartede la guerra civil para dar en tierra la justa causa de la Améri-ca, no hay uno solo que limite su oposición al modo o a los .vi-cios que pudiera descubrir en nuestro sistema; todos lo atacanen la sustancia, no quieren reconocer derechos algunos a laAmérica.51

La perspectiva de una guerra civil revelaría que lo que seencontraba entonces en disputa no era quién y cómohabría degobernar, sino, fundamentalmente, a quién habría de gobernar(al conjunto de los súbditos del monarca o a alguna secciónparticular de ellos) y,en definitiva, quién podría determinarlo.La idea de la preexistencia de la nación se tornaría entoncesinsostenible. Una vez f~ada ésta, habría, a su vez, que minarla,a fin de que surgiera verdaderamente una idea moderna de na-ción. Encontramos aquí, en fin, una nueva cuestión, fundamen-tal, de orden metodológico para comprender la complejidadde los procesos de mutación conceptual, evitando su simplifi-cación.

El documento de Moreno nos revela por qué el carácter nolineal de estos procesos no se debe simplemente a los obstácu-

131El tiempo de la política

los interpuestos por el medio social o cultural a la emergenciade un nuevo lenguaje. Más importante aún es el hecho de quetoda mutación conceptual conlleva, inevitablemente, la con-frontación de dilemas cuya resolución supone silcnciamicntosy permanentes reversiones sobre sí para socavar sUSmiSITlaS

premisas y puntos de partida originales. En definitiva, la histo-ria de la conformación de un nuevo vocabulario político es HIe-

nas la historia del hallazgo progresivo de nuevos contenidossemánticos que la del desarrollo, mucho más traumático y conflicti- ,VD, de aquellos puntos ciegos inherentes a éL Otro documento fun-dacional del discurso independentista latinoamericano, el ela-borado en 1808 por Fray Melchor de Talamantes, destinado alos miembros del cabildo de México, ilustra la serie de proble-mas a que daría lugar la apertura a la interrogación de aque-llo que constituía la premisa del discurso independentista (es-to es, la idea de la preexistencia de la nación) ,55 y que Morenono podía ya tematizar sin que se desmoronara todo su argu-mento, pero tampoco podía entonces, corno vimos, evitar con-frontar.

El punto de partida de Talamantes es el mismo que el deMoreno: la desaparición del monarca (vacatio regís) había abier-to un vacío no sólo político sino, fundamentalmente, institu-cional (vacatio legis). Como muestra, ninguna de las instanciasentonces subsistentes se encontraba autorizada por real cédu-la a ejercer funciones legislativas. Éstas deberían encargarse,pues, a una representación convocada a tales efectos.

La primera cuestión que planteaba la Convocatoria era có-mo habría de constituirse el congreso, lo cual suponía una de-

55 Guerra ha advertido ya sobre la importancia de este documento, la cualradica, según afirma, en el hecho de que afirme "que las Cortes que hay quereunir en la Nueva España llevarán la representación del cor~junto de la na-ción española y, por lo tanto, también de la metrópolis". Fran~oisc-Xavier Gue-rra, "La política moderna en e( mundo hispánico", en Ávila Palafox, MartínczAssad y Meyer (coords.), Las formas y las políticas del dominio agrario, p. 167.

Elías J. Palti

sino de elegir una cabeza que los rigiese, o regirse a sí mismos,según las diversas formas con que puede constituirse íntegra-mente el cuerpo mora1.53

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56 El modo como define la composición del Congreso resulta surnarnen.te detallado, señalando cada una de las instituciones que debían estar repre.sentadas, los funcionarios y notables del reino habilitados para participar deéste, cuántos delegados le correspondería ~ cada ciudad de acuerdo con supreminencia, etcétera.

57 Talamantes, "Idea del congreso nacional de Nueva España", en Cena-ra Carcía, Documentos históricos mexicanos, México, SEP, 1985, cap. VII, p. 373.

Se ha dicho en estos días que la Ciudad de México, como Me-trópoli, representa á todo el Reyno, teniendo para ello Cédu-la de nuestros Reyes.No se duda que este digno y celoso Ayun-tamien to goze de este y otros privilegios que son propios delas grandes Capitales; pero debe decirse que su representaciónsolo es para defender los fueros, privilegiosy leyes del Reyno,mas no para exercer á nombre de las demás Ciudades el po-der legislativo.57

Más que rechazar ese principio, Talamantes hacía manifies-ta la inflexión que su aplicación supondría: el tipo de repre-sentación que le correspondería, pues, a México, como capitaldel reino, ya no tendría nada en común con la función tradi-cional de representar sus pueblos subordinados ante el Rey quelas leyes de Indias le asignaban. La nación debía ahora asumirsu propia representación. Talamantes introducía así un con-cepto decididamente extraño al ideario pactista clásico: el de

finición respecto de cómo estaba conformada la nación. El ti-po de representación que proponía se fundaba en principiosclaramente corporativos; la diputación debía expresar la estruc-tura piramidal del reino. 56 Esta visión "tradicional" resultaba,en realidad, al igual que en Moreno, de su rechazo al principiode negotiorum gestor (si es necesario reunir todos los elementosconstitutivos del reino, es porque ninguno se encontraría au.totizado a hablar en nombre de los demás). Su argumento, sinembargo, iba ya más allá que el de aquél.

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Expondremos la idea que debe formarse, y han formado losPublicistas y Políticos, de la Representación nacional. Se en-tiende por ella el derecho que goza una Sociedad para que sele mire como separada, libre é independiente de qualquieraotra nación. Este derecho pende de tres principios: de la na-turaleza, de la fuerza y de la polí tica.'9

58 Véase el análisis de la obra de Martínez Marina en el capítulo anterior.59 Talamantes, "Idea del congreso nacional de Nueva Espatl3", en Gena~

ro Carcía, op. cit., cap. VII, p. 383.60 ¡bid.

El primer principio, la naturaleza, remite a factores objeti-vos, esto es, los acciden tes geográficos, la diversidad de climas,así como de las lenguas, etc. "LasAInéricas", concluye, "tienenrepresentación nacional, como que estan naturalmente sepa-radas de las otras naciones, mucho más de lo que estan entresí los reynos de la Europa"6o La fuerza, por su parte, implica la

una soberanía secular s'lli generis, que es, al igual que la divina,causa sui (se engendra a sí misma). Comenzaba de este modola demolición del supuesto de que el campo semántico confor-mado por las nociones de pueblo, nación y soberanía se encon-traba fundado en un vínculo naturaL 58 Llegado a este punto,habría, pues, que recomponerlo sobre otros fundamentos,rearticularlo en un horizonte convencionalista (artificial) derealidad.

En el caso de Talamantes, está claro que él consideraba aMéxico autorizado a una representación nacional indepen-diente. Pero, rechazado el principio del negotiorum gestor,debe-ría basar esta aspiración en otro principio. Yes aquí dondeemergen las ambigüedades conceptuales. Ese autor proponetres criterios para discernir los núcleos de agregación primiti-vos depositarios de las facultades soberanas.

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capacidad matcrial de sostener su independencia. "Por la fuer-za, las naciones se ponen en estado de resistir á los enclnigos".61Hasta aquí estamos en un plano previo a toda idea convencio-nal de derecho. El tercer principio, en cambio, la política, colo-ca ya a la nación en un plano distinto de realidad social. "La re-presentación nacional que da la política, pende únicamentedel derecho cívico, ó lo que es lo mismo, de la qualidad de Ciu-dadano que las Leyes conceden á ciertos individuos del Esta-do".62 Talamantes retomaba así un principio de la teoría polí-tica del neoescolasticismo para doblar sobre sí el conceptopactista. Para él, si bien la nación tiene un fundamento natu-ral, no toda comunidad natural, sin embargo, es una nación.Ésta supone, además, una representación nacional, lo cual in-volucra, a su vez, un cierto orden jurídico.

Este principio, como señalamos, no era extraño al concep-to pactista clásico. Por el contrario, expresaba la imposibilidad,dentro de sus marcos, de pensar una sociedad civil desprendi-da de la idea de soberanía, es decir, de imaginar jurisdicción al-guna sin un poder dejurisdicción. No obstante, afirmado en e!contexto de un vacío de poder, cobraría un sentido completa-mente distinto. Perdida ya toda instancia de trascendencia (unaautoridad colocada por encima de la comunidad a la cual de-be gobernar y que constituya su garante último), emergeríaconcretamente la pregunta respecto de cómo la nación se pue-de representar (autorizar) a sí misma, la cual sc desdobla, a suvez, en la de cómo puede ésta ser origen y resultado al mismotiempo de la representación nacional. Vemos así cómo el dis-curso político comienza ya a gravitar en torno de la cuestiónde! pactum soaetatís; empieza a plantearse e! problema de cómose constituye el propio poder constituyente. Yesto, como veremos,habrá de confrontar a Talamantes con problemas insolubles.

La búsqueda de los fundamentos políticos al derecho de rc-presentación nacional (aquella autoridad que habría conferi-do a los habitantes de las colonias la calidad de ciudadanos)conduce a ese autor al Código de Indias. Éste, según dice, con-fiere implícitamente a México la potestad de legislar a todo elReino de Nueva España.

La Ley segunda, Título octavo, Libro quano de la Recopila-ción de Yndias manda que, "en atención á la grandeza y no-bleza de la ciudad de México, y á que en ella reside el Virrey,Gobierno y Audiencia de la Nueva España, y fue la primeraCiudad poblada de Christian os", tenga el primer voto y lugarde las Ciudades y Villas de la Nueva España. Esta leyes una tá-cita declaración, ó más bien un verdadero reconocimiento (Ielderecho que gozan para congregarse las Ciudades yVillas delReyno, quando así lo exigen la Causa pública, y bien del esta-do, pue~ de otra manera serían absolutamente inútiles é iluso-rios el voto y lugar que se les conceden.53

Talamantes invoca aquí para ello la idea de la preeminen-ciajurídica de México, como capital del reino, que csjuslarncll-te lo que, como viInos, él miSlTIO negaría en su rechazo del prin-cipio, allí implícito, de negotiorum gestor. Es entonces tambiénque su argumento se complicaría, desde el momento que loobligaría a buscar un fundamento no natural al postulado elela preexistencia de la nación. La razón para ello, sin embargo,no es tan sencilla de descubrir. Ciertamente, no es aquí el ca-so, COfilO en Moreno, de una reacción contra una convocato-ria a Cortes (la gaditana) que todavía no se había realizado. Esnecesario, pues, desandar la lógica de su argumento a fin dedescubrir aquellas líneas de tensión que recorren su discurso.

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62 ¡bid.úr¡Talamantes, "Idea del congreso nacional de Nueva Espaüa - C,UIS;I." all-

teriores", en Cenara Carcía, o/). cit., cap. VII, p. 345.

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64 Talamantes, "Idea del congreso nacional de Nueva España", en Cena-ra Carcía, op. cit., cap. VII, p. 374.

Aun Ministro que goza la reputacion de sabio, honrado y pa-u'iota (juré vel injurid, Deus scil), se ha atribuido la expresiónde que el Reyno de Nueva-España, como Colonia, no tiene re-presentacion nacional ni puede congregarse como Cuerpo pa-ra organizarse y regenerar su Código Legislativo.54

Considerémos solamente que si la Audiencia de México pue-de dictar esas nuevas Leyes generales, ó, lo que es lo mismo,suplir las Leyes Coloniales, que estan al presente sin uso, coninmenso perjuicio del Reyno, se inferirá de aquí inmediata-mente que si en las Américas ha habido semejante potestad,ha habido y hay sin duda representación nacional. Porque ¿no

Lo primero que hay que notar es el desplazamiento concep-tual producido. La cuestión de la representación, como vemos,se ha desprendido ya de aquella otra relativa a la composicióndel reino para anudarse al interrogante, más fundamental, res-pecto' de cuál era, más allá de cómo estaba constituida, esa en-tidad que habrá de representarse. Talamantes fIja la quaestio enestos términos:

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65 ¡bid., pp. 381-82.66 .lbid., p. 352. "Faltando para nosotros el Gobierno de la Metrópoli", in-

siste, "nos faltan muchas [Ieyesl que la Audiencia no podría suplir sin apro-piarse de un gobierno legislativo, que de ninguna manera le pertenece, nipuede pertenecerle" (ibid., p. 439).

Talamantes señala así una contradicción en sus oponentes.Pero es allí también donde empezarían a revelarse las fisuraspresentes en su propio argumento.

Si los peninsulares comienzan negando tal potestad legisla-tiva, lo cual supondría el desconocimiento de su dependenciarespecto de España, para terminar afirmándola, dado que sóloasí pueden aventar el peligro de la vacatio legis, inversamente,Talamantes comienza afirmando la posesión de tal potestad,puesto que, de lo contrario, no cabría pensar que las coloniaspudieran reclamar una representación nacional, para negarlade inmediato, dado que, de lo contrario, no existiría la vacatiolegis que justifIcara su convocatoria.

¿Qué autoridad hay hoy en día en este Reyno -se pregunta-capaz de alcanzar por sí misma los referidos fines, y de exer-cer tan elevadas funciones? ¿Donde aquel poder que dispen.sa, abroga, é instituye las Leyes, que les da fuerza y rigor, ó lasaltera según las circunstancias? ¿Han recibido jamas los Virre-yes semejante potestad? ¿La han obtenido las Audiencias?¿Han podido los Reyes concederla á otro contra los derechosinherentes al Cuerpo de la Nacion?66

es á nombre de la Nacion, es decir, de este Reyno, á nombredel qual, y por cuyo solo beneficio se han expedido esas nue-vas determinaciones? ¿Dónde está, pues, la incompatibilidadde las Américas para tener representacion nacional, si los mis-mos que la niegan se aprovechan de ella para dar fuerza á susargumentos?65

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Frente a esta postura,. lo que se propone concretamente esdemostrar por qué "lasAméricas, sin embargo de ser Colonias,tienen actualmente representación nacional". Para ello utilizael propio argumento de sus detractores para volverlo en su con-tra. Según afirman éstos, no existe tal vacío de autoridad pues-to que, tras la caída del monarca, persisten aún en las coloniassus autoridades delegadas que, como la Audiencia, se encuen-tran habilitadas a legislar el reino en su nombre. Ahora bien,según muestra Talamantes, esto supone ya el reconocimientoimplícito de una potestad legislativa residente en las Colonias.

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67De acuerdo con éste, era el virrey quien debía convocar al Congreso."Perteneciendo al Virrey el derecho de convocatoria para este Congreso (porresidir en él el podcr exccutivo del Monarca quc en la actualidad se halla pcr-~unalmentc impedido), convocará á los referidos micmbros por medio deuna Circular, emplazandolos para determinado lugar y tiempu, cl mas breveque sea posible" (iúid.,)-'. 360). Sill embargo, como inmediatamcnte podríacomprobar (el golpe de Yermo no dcjaría lugar a dudas al respecto), aque-lIa:-;autoridades a quiencs ese autor invocaba se negarían, sin embargo, a ha-cerlo.

Yla ley 2, tito8., lib. 4, de la misma recopilación de Indias man-da -"Que esta ciudad de México tenga el primer voto de lasciudades y villas de la N. E. como lo tiene en los reinos de Cas-tilla la ciudad de Burgos, y el primer lugar despues de lajusti-cia en los congresos que se hicieren (son palabras literales dedicha ley) por nuestro mandato [de los fiscales], por que sinél no es nuestra intención y voluntad que se puedan juntar lasciudades y villas de las Indias"- Resulta, pues, por una parteque el mandar a convocar semejantes congresos, es una de las

Encontran10S aquí, finalrncntc, aquel núcleo problemáticoque lo obligaba a tomar distancia del principio de negostiorumgestor que, sin embargo, como vünos, se encontraba en la basede su concepto. En su casO", no surgió como una reacción a laspretensiones de representatividad de las Cortes gaditanas, co-mo en Moreno, sino frente a un hecho aun más serio, desdeun punto de vista conceptual. En Nueva España, aún de mane-ra más clara que en el Río de la Plata, no existía en verdad unvacío de poder. Como señalaba un documento redactado porlos fiscales de la Audiencia que lo juzgaban, la convocatoria aun congreso en América era ya, en realidad, un claro descono-cimiento de autoridades constituidas de modo legítimo deacuerdo con los criterios establecidos, las únicas autorizadas,según el propio texto de Talamantes, a hacerl067 Se trataba, ensuma, de un acto decididamente ilegal.

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El punto crítico radica en que, en el propio concepto de Ta-laman tes, caídas las autoridades delegadas, caía también neec-sariamente con ellas la idea de una representación nacional.Tras estas inconsistencias asoman las dificultades que encuen-tra éste para concebir ese tipo de autoridad paradójica a la queinvoca (la nación), una jurisdicción sin un poder de jurisdic-ción (o, dicho con sus propias palabras, una representación na-cional sin una autoridad que pueda conferir el título de ciuda-dano sobre la que ésta se funda). En definitiva, Talamantes aúnno lograría conjugar en un único concepto las nociones de so-beranía y de nación. En esta imposibilidad convergen razones dcíndole tanto conceptual como práctica.

Desprendida la nación de su fundamento natural y, al mis-mo tiempo, politizada (es decir, arrojada al reino de la contra-dicción), Talamantes no podría ocultar la arbitrariedad de unaatribución soberana que se había visto ya minada en su base. Eldesconocimiento de las autoridades delegadas -como suponíala idea de vacatio legi>- implicaba que América había sido de-vuelta a su estado de naturaleza primitiva. Pero entonces ya na-die estaría en condiciones ele hablar en nombre de la totalidadsocial. La. invocación a la nación por parte de un sujeto O gru-po de sujetos suponía, pues, de un modo mucho más evidenteaun que en el caso de la Audiencia, cuyas pretensiones al res-pecto Talamantes buscaba combatir, la arrogación ilegítim" dcuna representación de que carecían, por definición. y, en efec-

cosas reservadas á la Soberanía, y que haciéndose sin tal man-dato del Soberano, se haría contra su intención y voluntad. 68

fXl "El virrey D. José de Iturrigaray al Real Acuerdo le consulta sohrc elmodo de concurrir los ayuntamientos al congreso general: contestación y pc-climento de los fiscales", en]. E. l-Iernández y Dávalos, l1úlO1ia de/a G1U~mLfle

inde/)endencia de México, México, Comisión Nacional para las Cclebraciollcsdel 175 Aniversado de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de l(l Re-volución Mexicana, 1978, 1,p. 581.

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69 "Impugnación de Fr. Diego Miguel de Bringas y Encinas, al manifies-to qel Dr. Cos",]. E. Hemández y Dávalos, Historia de la GUCTTa de IndejJenden-cia de México, cap. IV, p. 513.

70 [bid., pp. 522 Y 568.

to, toda atribución de representatividad a partir de entonces severía, en los hechos, siempre cuestionada. Como señalaba en1812 el impugnador de un "Manifiesto de la Nación America-na" firmado por José María Cos, afirmar que "la verdadera na-ción Americana somos nosotros" representaba un "abuso de es-tas voces".69 "Soy americano como vos", insistía, y concluía: "esclaro, mi doctor que usurpais criminalmente el ilustre nombrede junta soberana de la nación Americana, que no os ha dado,ni podido dar tal poder, y representacion "70

De este modo, tras la imposibilidad de pensar la idea de có-mo la nación se representa a sí, la cual, en efecto, es atribuibleaún a la pervivencia de imaginarios tradicionales, comienza aesbozarse, sin embargo, una problemática que ya no lo es. Laconvocatoria a reunirse en un, congreso presuponía, de hecho,aquello que se buscaba crear: una voluntad unificada. Se hacemanifiesta aquí, en fin, aquella aporía inherente a la idea deun poder ~onstituyente.Yaquí también encon u'amos el pun to quemarca la dinámica diferencial entre la península y sus colonias.Lo que, según Guerra, allí habría emergido tras la caída de lamonarquía era, por el contrario, a lo que en América tal hechohabría puesto fin. El verdadero núcleo que subyace y motorizael proceso de reconfiguración de los lenguajes políticos en laregión no es tanto, o sólo, la vacancia del poder, ni tampoco,ciertamente, la lucha contra el ocupante extranjero, sino elprofundo antagonismo que entonces desgarraría a la sociedadlocal en bandos enfrentados a muerte. Ésta se vería así súbita eineluctablemente arrojada al reino de la j)olítica. La guerra con-tra el eneJnigo externo se convertiría aquí en guerra civil, que-brando todo principio de representación.

Poder constituyente e indecidibilidad

Es necesario aclarar que el tipo de inflexión que estaba allíproduciéndose tenía menos que ver con los cambios en lasideas de los actores que con las alteraciones en sus condicionesde enunciación, las que traducen la serie de desplazamientosocurridos en el terreno de las problemáticas subyacentes, el ti-po de cuestiones a las que aquéllos se verían eventualmenteconfrontados, y que llevaría a afincar el debate en el plano delpactum societatis.

Aun luego de la independencia, la pervivencia de imagina-rios sociales tradicionales se iba a expresar, en la mayoría de lostextos constitucionales surgidos en la primera década revolu-cionaria, especialmente en las disposiciones relativas a la com-posición de la Cámara de Senadores, y que llevaban a la inclu-

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Esto nos devuelve' a aquel aspecto que todos los matices ne-cesarios que introdujo Guerra hic.ieron, sin embargo, desdibu-jar, que consiste, más allá de la supuesta mayor persistencia deimaginarios tradicionales, en el carácter revolucionario del pro-ceso a partir del cual se fundarían los nuevos Estados naciona-les. Este mismo hecho obligaba a confrontar una serie de cues-tiones que simplemente resultaban ininteligibles en los marcosdel pactismo clásico, pero que tampoco se plantearían en esosaños en la península. La nación dejari~ entonces de ser el pun-to de partida y la premisa en la que descansaba el discurso in-dependentista para convertirse ella misma en un problema. Ye"stodeterminaría una segunda inflexión conceptual de la quesurgiría un nuevo lenguaje político. Para que ello se produje-ra, sin embargo, sería necesario que antes se minara aquel con-cepto cuya emergencia había dado inicio, justamente, a eseproceso de redefiniciones: el de la preexistencia de la nación(lo que muestra lo intrincada que puede ser la historia de efec-tos por los cuales cobra forma un nuevo vocabulario político).

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71 U;s textos constitucionales pueden consultarse en www.cervantcsvirtual.cam/constituciones. Agradezco a Erika Pani haberme provisto la informa-ción aquí suministrJ..da.

72 Al respecto, véase el interesante análisis que realiza Alfredo Ávila en"Las primeras elecciones del México independiente", Política y Cultura ll,1998-1999, pp. 29-60.

73 Como señala Ávila, para ellos, "obligar a elegir a cierto tipo de perso-nas' en' el Congreso le quitaba a éste la libertad necesaria para constituir lanación ". Alfredo Ávila, "L'ls primeras elecciones del México independicnte",op. cit., p. 47.

71José de San Martín, "Cuestiones importantes sobre las Cortes", citadop.or Alfredo Ávila, "Las primeras elecciones del México independientc", o/J.cit., p. 43.

si6n de obispos, militares'dc"alta graduación, antiguos directo-res de Estado, doctores universitarios elegidos por claustro, los"ciudadanos más beneméritos" O comerciantes y hacendados(Argentina, 1815; Chile, 1822; Venezuela, 1819)71 Uno de loscasos más notables al respecto fue la convocatoria a convenció.l1constituyente que a fines de 1821 realizó Iturbide en México.72

Ésta ordenaba una elección estrictamente estamental y corpo-rativa: quince representantes para el clero, quince militares, unprocurador por ayuntamiento y un apoderado por Audiencia.Según señalaban sus críticos, tal ordenanza vaciaba de sentidoel congreso, puesto que establecía ya de antemano el modo enque la nación estaba constituida, que era, precisamente, lo queéste debía determinar73 Aquellos propondrían, en cambio, unarepresentación unificada, igualitaria y proporcional. Como de-cía el clérigo insurgente José de San Martín: "Nuestros pensa-mientos no pueden ser depositarios de la confianza pública si-no en cuanto representantes de la voluntad general de lanación".74

La convocatoria de Iturbide era ya, en verdad, anacrónica.Yello no por cambios en las ideas, sino por el simple hecho deque la noción misma de un poder constituyente se encuentrainextricablemente asociado al de una voluntad unificada. "Un

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75 "Un ciudadano de Puebla", citado por Alfredo Ávila, "Las primera.';elecciones del México independiente", op. cit., p. 47.

ciudadano de Puebla" señalaba esto de un modo preciso: sinelección proporcional e igualitaria, "la ficción legal que supo-ne concentrada en los diputados la voluntad de toda la nacióndeja de tener fundamento y es totalmente absurda"75 Sin em-bargo, está claro que esta última definición, como la anterior,tornaba igualmente ocioso ese congreso, desde el momento enque preestablecía también un determinado concepto de cómoestaba constituida la nación. El que ésta no pareciera así, sinembargo, es profundamente sintomático.

Como vemos, en uno o en otro caso, la idea de un poderconstituyente perdía sentido. En definitiva, esto simplementemuestra que el mo.do de definición de la nación no es en ver-dadel resultado de ninguna elección, sino su presupuesto. És-ta escapa del alcance de cualquier congreso, dado que su pro-pia conformación como tal ya la presupone. Asoma aquí elfantasma de un fundamento decisionista en la base de toda for-mación institucional, aquello, en fin, impensable para el pen-samiento liberal-republicano: el carácter radicalmente contin-gente (en última instancia arbitrario) de los fundamentos detodo orden político. Lo que evita que esto se haga manifiestoes el rápido proceso de naturalización de los preceptos pactis-tas que entonces tiene lugar: pronto el sujeto-ciudadano pasa-ría a ser visto no sólo como un modo de definición posible delas identidades subjetivas, sino simplemente como constituyen-do la "base natural" de la sociedad. No ocurriría así, sin embar-go, respecto de la otra de las cuestiones planteadas en el docu-mento de Talamantes. La desintegración territorial y políticaque se produce tras la independencia tendería por muchotiempo a desnudar el carácter eminentemente político de losmodos de delimitación de los Estados nacionales que entoncesemergieron.

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76 Jos~María Luis Mora, "Discurso sobre la independencia del imperiomexicano", Semanario Político y Literario (1822), en Obras sueltas, México, Po-rrúa, 1963, p. 465.

¿Qué es lo que entendemos por esta voz nación, pueblo osociedad? ¿Ycuál es el sentido que le han dado los publi-cistas, cuando afirman de ella la soberanía en los términosexpresados? No puede ser otra cosa que la reunión libre yvoluntariamente formada de hombres que pueden y quie-ren en un terreno legítimamente poseído, constituirse enEstado independiente de los demás.76

Como decíamos, la priJl1era de las cuestiones pronto se re-solvería en un sentido claramente "moderno". Desde el mo-.mento en que el consenso había pasado a ser la fuente últimade legitimidad en que se sostenía la autoridad (que es el su- .puesto implícito en la idea de un congreso constituyente), lanación debería aparecer como fundada de manera estricta enlazos libre yvoluntariamente asumidos. Hacia 1821, el mexica-no José María Luis Mora expresaría esto ya sin "hibrideces".

Este concepto quedará fijado a partir de entonces en el len-guaje político. La noción plural de pueblos por cierto no desapa-rece, pero remitirá ahora, sin embargo. no a la cuestión respec-to de cómo estaba constituida internamente la nación, sino aaquella otra, más fundamen tal, pero que se revelaría más difícilde resolver (yque en Guena se encuentra confundida con aqué-lla), respecto de cómo identificarla; esto es, cómo determinarqué grupos humanos pueden constituirse colectivamente comoportadores legítimos de una voluntad autónoma, y cuáles no.

En la cita anterior, según vemos, Mora proponía dos crite-rios básicos: la posesión indisputada de un suelo y la voluntady la capacidad para autogobernarse. Para él, no cabía duda al-guna de que México llenaba ambos requisitos. Éste conforma-

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El pueblo ignorante, persuadido de su soberanía y careciendode ideas precisas que determinen de un modo fuo y exacto elsentido de la palabra nación ha creído que se debía reputarpor tal toda reunión de individuos de la especie humana, sinotras calidades y circunstancias. ¡Conceptos equivocados quedeben fomentar la discordia y desunión ypromover la guerracivil! 77

77 [bid., p. 463.78 Según afirmaba el Dictamen de la comisión e!>pecial de convocatoria para un

nuevo congreso (México, Impr. del ciudadano Alejandro Valdéz, 1823, p. 7),"las provincias sólo son porciones convencionales de un gran todo pal~ecidasa los signos del Zodíaco, que no existen en la natqraleza, sino que son inven.tados por los astrónomos para entender y explicar metódicamente el cursode los astros". A esto los federalistas replicarán que las provincias eran hijasde la "misma naturaleza", que había dividido un "territoría inmenso" paraque cada porción se gobernara "según sus intereses, sin sentir la opresión deotra, por hombres que conozcan sus necesidades y merezcan su confianza".Véase Valentín Gómez Farías, Voto particular del Sr. GÓmez };arias, como indú!i.

duo de la comisión especial nomlnada por el Soberano Congreso para examinar la eues.tión de si se debe o no convocar a un nuevo Congreso, México, Impr. de Palacio,1823, p. 3. Agradezco a Erika Pani haberme. provisto esta información.

La sola explicitación del concepto bastaría, pues, para des-baratar las pretensiones de soberanía de los estados provincia-les.7B No obstante, tal supuesta evidencia habría de problemati-zarse de inmediato. La caída del Primer Imperio que se produjoal año siguiente y la oleada secesionista que le siguió revelaríanlas ambigüedades que tal concepto contenía.

ba un reino claramente distinguible, en el mapa, cuyos miem-bros, además, habían hecho manifiesta su voluntad de autogo-bernarse.

Mora, en definitiva, estaba persuadido de que los intentosde secesión expresaban meramente una incomprensión delsentido del término "nación".

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79 José María Luis Mora, "Discurso sobre la independencia del imperiomexicano", o/). cit., p. 465.

Sin embargo, si éste pareció justificarse cuando de lo que setrataba era de garantizar la independencia respecto de España,no resultaría igualmente eficaz como argumento en contra delos reclamos de autonomía de los estados. De hecho, la incor-

En efecto, entonces se haría evidente que, contra lo queMora suponía, no era en absoluto sencillo justificar por quéciertas unidades administrativas mayores conformaban un au-téntico "pueblo" y no así las diversas secciones de que éste secomponía. La propuesta de Mora contenía un tercer criterioque apuntaba ya en este sentido; uno similar a lo que autorescontemporáneos llaman el "principio del umbral" (el cual, co-1110 vimos, se encontraba también presente ya en Talamantcs):que sólo aquellas que pueden conformar unidades políticas via-bles podrían considerarse auténticas nacionalidades, dotadasde una voluntad autónoma.

Pero ¿cuáles son estas condiciones necesariamente precisas paw

ra que una nación pueda constituirse? Son indispensables: 1SI,

la posesión legítima del terreno que se ocupa; 22, la ílustracióny firmeza convenientes para conocer los derechos del hombrelibre y saberlos sostener contra los ataques internos del despo-tismo y las violencias externas de la invasión; últimamente, unapoblación bastante que asegure de un modo firme y estable lasubsistencia del Estado por lo imponente de una fuerza arma-da, que evite igualmente las convulsiones internas producidaspor el descontento de los díscolos perturbadores del orden ycontenga Jos proyectos hostiles de un ambicioso extranjero.En una palabra, un terreno legítimamente poseído y la fuerzafísica y moral para sostenerlo son los constitutivos esencialesde cualquier sociedad79

147El tiempo de la política

poración del "principio del umbral", esto es, la capacidad físi-ca de un estado de sostenerse, tendía a trasladar peligrosamen-te la cuestión al terreno de los hechos: bastaba que éste demos-trara la capacidad de defender con acciones militares susreclamos para convertirlos ipso Jacto en legí timosHO Lo cierto esque, una vez consagrado el principio de autodeterminación, nohabría forma de acotarlo sin contradecir sus mismos postula-dos: ¿cómo negarles a aquéllos el ejercicio de ese mismo dere-cho que México había reclamado para sí? Lorenzo de Zavala,el futuro fundador de la logia yorkina, señalaría la contradic-ción llana con los principios republicanos que implicaba el in-tento de obligar a los estados a permanecer dentro de la fede-ración por medio de la fuerza. Como explicaba en su alegatoen favor de la aceptación de la separación pacífica de Guatema-la (la que se produjo inmediatamente tras la caída de lturbide):

Pero entonces [se aduce que] puede suceder lo mismo en Mé-xico y los demás Congresos. Quién sabe cuál sería en esl.e ca-so la opinión pública; pero lo cierto es que siempre debe se-guirse el voto de la mayoría. La comisión no podía menos queobrar por los principios que ha expuesto, losmismos que hanconducido al Congreso desde el ailo pasado: yo me acuerdo,

80 El propio Talamantes, en un documento que presenta en el curso desu descargo ante el Tribunal de la Inquisición que lo juzga, seiiala este punto(lo que contradice claramente su propuesta original). Allí busca demostrarque "el po~er Phisico no autorisa para la libertad legal; que esta pende de prill~cipios mui diferentes, quales son las leyes, los derechos, obligaciones y costum-bres; que si el poder Phisico fuera bastante para legitimar esa independencia,podría también servir de regla a numerosas acciones morales, y el hombre po-dría entonces legalmente todo lo que pudiese Phisicamente, en cuyo caso lafuerza decidiría del derecho, según el perverso y herroneo principio del iru-pio Hobbes [... ] y que por ultimo qualquiera individuo podria separase de laSociedad ó cuerpo á que estaba adicto, causandose en ello una monstruosaconfucion y desorden en la Sociedad entera". Talamantes, "Plan de la obraproyectada ", en Cenara Carcía, Documentos históricos ... , C<lp.VII, p. 49.

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81 Lorenzo de Zavala, "Sesión del día ]8 de octubre de 1823. Interven-ción de Zavala sobre la independencia de la Provincia de Guatemala", Obras.El historiador y el representante j)o/)ulm; México, Porrúa, 1969, p. 885.

El problema que antes se planteó en relación con el impe-rio en su conjunto, se replica ahora, a escala reducida, en el in-terior de cada uno de los "reinos". Pero esta vez se inscribe yadentro de un marco de pensamiento pactista moderno. Más.que una incomprensión del "verdadero sentido de la políticamoderna", lo que ahora se hace manifiesto es el trasfondo apo-rético que subyace a ese concepto.

Por un lado, el ideal pactista moderno supone un principiode escisión, un modo de delimitar quiénes están habilitados apactar entre sí y constituirse colectivamente como portadoreslegítimos de una voluntad soberana. La idea de soberanía comofacultad única, indivisible e inalienable indica, en realidad, laausencia de un límite interno a ésta, pero, al mismo tiempo, adiferencia del antiguo iinperium, tiene implícita, como vimos, laexistencia de un límite externo (ésta se encuentra siempre ins-cripta dentro de un campo integrado por pluralidad de entida-des soberanas con las cuales linda). Sin embargo, por otro la-do, desde el punto de vista pactista, tal delimitación resultaindecidible.

Años más tarde, en su repaso del proceso que llevó a la in-dependencia, el líder conservador mexicano Lucas Alamánrevelaría este trasfondo de irracionalidad en los fundamentosde la nacionalidad. Como señalaba en su Historia de Méjico(1848-52), la idea de que, depuesto el monarca, la soberanía

82 Lucas Alamán, Historia de Méjico, México, Impr. de J. M. Lara, 1848-1852,1, p. 191. ,

retrovertía en el pueblo, dejaba todavía indefinido a qué pue-blo se refería. Ahora bien, para Alamánl afirmar que se trata,..ba del "pueblo mexicano" era una mera petición de principioltenía ya como su presupuesto el que México constituía unanación, lo cual era, precisamente, aquello que se encontrabaen cuestión.

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Desnudos aquí de un fundamento natural, se descubre en-tonces aquello que en la pregunta anterior aparecía borrado.Al igual que la definición respecto de cómo está constituida lanación, la de cuál es ésta no puede ser resultado de ningunaelección, puesto que constituye la premisa de toda elección;esto no puede determinarlo ningún congreso constituyentedesde el momento en que tal definición se encuentra siem-pre ya implícita en su misma convocatoria. La pregunta res-pecto de cuáles son los sujetos de la imputación soberana nostraslada, en fin, más allá del universo de ideas pactista liberal;nos sitúa en el terreno de sus mismas condiciones de posibi-lidad.

La relación entre representación (nación) y soberanía (esta-do) se tornaría así por segunda vez problemática, pero esta vez

La audiencia y los españoles miraban á la Nueva España co-mo una colonia [... ] y el ayuntamiento y los americanos seapoyaban en. las leyes primitivas y en la independencia es-tablecida por el código de Indias, además de las doctrinasgenerales de los filósofos del siglQanterior, sobre la sobera-nía de las naciones, aunque todas las aplicaciones que deestas hacian, suponian que Méjico fuese ya independientey pudiese ya obrar como nacion soberana, que era precisa-mente lo que los otros resistian é impugnaban82

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señor, que en ~1seno de V." S. clamaban fuertemente contra lastropas [enviadas por Iturbide] que iban a atacar e San Salva-dor; pues señor, ¿por qué no respetamos los derechos que en-tonces se respetaban? ¿Que había en Guatemala antes dere-cho para constituir un gobierno y ahora no?81

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Page 77: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

Historia, nación y razón

Uno de los tópicos tradicionales en la historiografía nacio-nallatinoamericana consiste en asociar la precariedad de losnuevos arreglos institucionales con la modernidad de sus orí-genes. A diferencia de las europeas, cuyos orígenes míticos sehunden en el pasado remoto, las naciones latinoamericanaseran, muy obviamente, construcciones políticas recientes y,engran medida, arbitrarias. De modo sugestivo, las corrientes re-visionistas retonlarán este mismo patrón interpretativo. Segúnseñ'ala Guerra, la imposibilidad de arraigar un sentido de na-ciorlalidad se explica "en la medida que [los nuevos estados na-cionales] no podrían basarse en aquellos elementos culturalesque en la Europa defInirán después la 'nacionalidad': la len-gua, la cultura,.la religión, un origen común, real o supues-

esta tensión vendrá a al~jai'se en el interior de los sistenlas dereferencias conceptuales modernas. Se cierra así el círculoabierto por Talamantes. La diagonal que abre la torsión con-ceptual, esa "historia de efectos", por la que habrían de que-brarse los lenguajes tradicionales se desplegaría, como vimos,a partir del punto en que la representación se desprende de lafigura de un soberano tra~cendente para transferirse a aquellaentidad que supuestamente le preexiste: la nación, la cual de-bería éntonces representarse a sí lllisma, dando así origen a unnuevo concepto de soberanía (una soberanía inmanente, lac'ual se condensa en la figura del poder constituyente). Que-brado ahora aquel supuesto que articulaba el campo semánti-co conformado por las categorías de pueblo, nación y soberanía,a saber, el de la preexistencia de la nación, la idea de ésta ha-bría nuevamente de desprenderse de la soberanía para rearti-cularse en un nivel superior, lógicamente precedente de reali-dad social, que no será ya, pues, el del acto institutivo originariode ella sino el de sus propias premisas.

151El tiempo de la política

to".83Este argumento, en realidad, no es del todo compatiblecon la hipótesis de este autor acerca de que fue, por el contra-rio, la incomprensión por parte de la población local (aferra-da, según afirma, a imaginarios tradicionales) de la idea mo-derna de nación, como una entidad abstracta, horllogénea yunificada (es decir, la idea opuesta a la que refiere en la citaanterior), lo que impidió la afirmación de los nueVos Estados.En efecto, la comprobación del origen estrictamente políticode las naciones latinoamericanas, que es, de hecho, la Olarcade su modernidad, pero que ahora, para Guerra, constituiríasu principal déficit, llevaría a una de sus fuentes más citadas alrespecto, Benedict Anderson, a la conclusión opuesta, y a ase-gurar que en América Latina las "comunidades de criollos de-sarrollaron tempranamente concepciones de la nacionalidad[nation-ness] mucho antes aún que en la mayor parte de EUTOpa"84

Lo cierto es que los nuevos Estados, una vez instalados, re-querirían, pa,a su afirmación, fundarse en principios de legiti-midad menos contingentes que los azares de las batallas en lasguerras de independencia o la serie de vicisitudes políticas queles siguieron. La lucha contra el pasado colonial se trocaría en-tonces en una lucha no menos ardua por negar (o, al menos,velar) la eventualidad de sus orígenes como Nación y encon-trarles basamentos culturales más permanentes. A fin de afir-mar los nuevos Estados era necesario, en fin, consolidar lo queno era más que un patriotismo americanista vago en una "con-ciencia nacional" a la que se subordinaran otras formas de iden-tidad (regionales, de casta, ete.). Surgiría así la idea de que los

83 Fran¡;ois.Xavier Guerra, "Las mutaciones de la identidad en la Améri-ca hi::;pánica"', en Guerra y Annino (coords.), Inventando la nación, p. 21.9.

84 Benedict Anderson, Imagined Communities, Londres, Verso, 1991, p. 50.Para una perspectiva opuesta, véase José C. Chiaramonte, "El mito de lo::;orí-genes en la historiografía latinoamericana", Cuadernos del Instituto navignani2, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ra-vIgnani",1991.

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nuevos Estados sólo dieron forma institucional a nacionalida-des largamente preexistentes cuyo linaje la historiografia res-pectiva habría de revelar.

Este programa acompañará de manera natural el giro con-ceptual que comenzaba a producirse en Europa con la difusiónde las filosofias de la historia del romanticismo. Éstas concebi-rán a las naciones corno organismos que evolucionan siguien-do sus propias tendencias inherentes de desarrollo, desplegan-do históricamente aquel principio que las identifica. De acuerdocon este concepto, cada nación tiene su lógica objetiva de for-mación inscripta en su propia configuración natural. La volun-tad subjetiva puede eventualmente alentar o desalentar deter-minadas tendencias inherentes suyas; lo que no puede hacer esdesconocerlas llanamente yprete'lder introducir en ese orga-nismo social un curso evolutivo que no forme parte ya de sus al-ternativas potenciales de desarrollo. El conocimiento histórico,la penetración de ese germen primitivo de sociabilidad en quedescansa la comunidad dada, y explica e! sentido de las vicisitu-des de su curso histórico efectivo, contendria también, pues, lasclaves últimas de su gobernabilidad.

Dentro de los marcos de los esquemas tradicionales de lahistoria de ideas, este concepto organicista no puede interpre-tarse sino como un regreso a un ideal social más propio del An-tiguo Régim-en. El historicismo romántico parece, en efecto, re-trotraer al pensamiento local a un horizonte de ideas muypróximo al constitucionalista histórico. Éste provería la m~trizde pensamiento básica que llevaría a apelar al pasado a fin dedescubrir la constitución natural propia a cada comunidad na-cional, lo que devolvería a usos claramente tradicionales de tér-minos tales como los de "constitución" y "nación". De allí que,para Guerra, la definición de nación de Sarmiento, de que "laautoridad sefunda en el asentimiento indeliberado que una naciónda a un hechopermanente", le aparezca como una clara prueba dela pervivencia de imaginarios tradicionales. Ésta, dice, "poneimplícitamente de manifiesto la inexistencia de la nación rll0- 85 Fran~ois~XavierGuerra, Modernidad e independrnáas, p. 350.

cierna -entendida como una asociación .de individuos autóno-mos, los ciudadanos- y sí, en cambio, la permanencia de eseotro tipo de comunídades venidas de la historia que claman porsus derechos ig~oradosen el nuevo sistema de referencias".85

Resulta aquí de nuevo sintomático el hecho de que las co-rrientes revisionistas latinoamericanas, en su intento de discu-tir los relatos nacionalistas locales, se basen en autores COIno

Benedict Anderson y Eric Hobsbawm, a quienes invocan siem-pre para extraer, en realidad, una conclusión opuesta a la deaquéllos. Lejos de denunciar su tradicionalismo, lo que esos au-tores intentan ~s desmontar las visiones nacionalistas revelan-do, justamente, cómo la idea romántica organicista de nacióncomo una entidad natural y objetiva ("indeliberada" y "perma-nente", en las palabras de Sarmiento) es una categoría, en ver-dad, absoluta y completamente moderna, sin lazos en común conlos modos premodernos de comprensión de la sociedad.

La identificación de! organicismo romántico con el concep-to organicista de unJovellanos o un Marúnez Marina lleva, enefecto, a perder de vista el aspecto crucial que distingue amboshorizontes de pensamiento. La apelación a la historia que pro-ponía el constitucionalismo histórico expresaba, justamente, lacarencia de toda conciencia propiamente histórica. Ésta seguíael viejo ideal pedagógico ciceroniano de la historia magister vi-tae.Como señaló Koselleck, tal ideal pedagógico se sostiene ene! supuesto de la iterabilidad de la historia, es decir, que las mis-mas situaciones básicas se reiteran, sólo alterando su escenario.En definitiva, éste carece de un concepto de la Historia comoun sustantivo colectivo singular (un en síy para sí), que contie-ne un principio intrínseco de desarrollo, es decir, despliega unatemporalidad inmanente, haciendo imposible todo regreso asituaciones precedentes, que es la noción que introdujo, preci-samente, e! romanticismo. Lo que exisúan para aquél eran, por

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86 Al respecto, véansc Reinhart Koselleck, C1ilica y crnis del mundo Im'-gwF.5,Madrid, Rialp, 1965, y "La historia magistra vitae", Futuro pasado, Barcelona,Paidós, ]993, pp. 41-66.

el contrario, pluralidad de historias, las cuales habrán eventual-mente de reiterarse, En fin, lejos de participar de un mismoconcepto, es este ideal pedagógico tradicional lo que las filoso-fías de la historia del romanticiSlTIO vinieron, justamente, a des-mantelar86

La interpretación de Guerra, hay que decirlo, es una mues-tra del tipo de anacronismos a los que conducen las visiones di-cotómicas propias de la tradición de historia de ideas (en cu-yos marcos, todo apartamiento del tipo ideal liberal ilustrado"moderno" no cabe pensarlo más que como una recaída enuna visión tradicionalista, que expresaría la persistencia de pa-trones culturales o sociales premodernos). En definitiva, éstasllevan a arrancar los sistemas conceptuales del nicho epistemo-lógico particular dentro de los cuales cobran sentido, estable-ciendo así arbitrarias conexiones transhistóricas. La asociaciónentre dos conceptos correspondientes a períodos muy distin-tos de la historia intelectual, como el constitucionalismo histó-rico y el romanticismo, en una común oposición al conceptoliberal ilustrado que fuera, de hecho, contemporáneo del pri-mero, es un claro ejemplo del tipo de problemas que planteanlos análisis centrados en las "ideas", obliterando el sustrato con-ceptual que en cada caso les subyace y determina la historici-dad de las formaciones discursivas.

En efecto, a pesar de sus contenidos opuestos en el nivel desu discurso explícito (las ideas), el constitucionalismo históri-co ("tradicionalista") se sitúa, en realidad, en un mismo planoepistémico que el pensamiento liberal ilustrado ("moderno");comparte con éste un mismo suelo categorial. Ambos se fun-dan en una misma visión ahistórica tanto del mundo naturalcomo social. En fin, resultan indisociables, entre otras cosas, de

87 Véase Elías]. Palti, La nación como problema.88Véase ElíasJ. Palti, "La 'metáfora de la vida'. La filosofla de la historia

de Herder y los desarrollos desiguales en las ciencias naturales de la Ilustra-ción tardía", Aporias, pp. 133-192.

89Como scliala Jürgcn Habermas: "Hay una brecha conceptual en laconstrucción legal del estado constitucional que invita a ser llenada por unainterpretación naturalista de la nación. La extensión y los límites de ulla re-pública no pueden establecerse sobre la base de criterios normativos. En tér~minos puramente normativos, no puede explicarse cómo se compone el uni~verso de aquellos que se unen a fin de formar una asociación libre e igualitari •.l

las teorías [!iistas de la historia natural de los siglos XVII YXVIII.H?

El surgiIniento del pensamiento romántico, por el contrario,se asocia estrechamente al desarrollo de las corrientes evolu-cionistas surgidas a comienzos del siglo XIX y resulta incom-prensible desprendido de ellas. Éstas habrán de quebrar la opo-sición entre evolución y preformación, propia de la historianatural, introduciendo un principio de formación progresivaen los procesos genéticos, En este caso, lo que se encontrarápreformado, y que garantiza, en última instancia, la regulari-dad de los procesos biológicos y permite la reproducción siste-mática de las especies, ya no será ningún conjunto de rasgos fi-jos, sino el principio de su formación, algo parecido a lo quehoy llamamos un "programa genético ".88

Este concepto se aplicará también para comprender la gé-nesis de las sociedades. Se introduce así un principio de desa-rrollo en el plano de la instancia constitutiva de la sociedad (és-ta no será el. resultado de un único acto, sino de un largoproceso madurativo), abriendo, de este modo, un horizontenuevo de interrogación, extraño por completo al lenguaje li-beral ilustrado. En última instancia, la llegada del romanticis-mo vino a llenar un vacío conceptual en el concepto pactistamoderno, permitiendo tematizar aquello implícito en éste, pe-ro inabordable dentro de sus marcos: cómo se constituye elpropio poder constituyente89 Para ello, sin embargo, deberá an-

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( ... ], quiénes deben y 9-uiénes no deben pertenecer a dicho círculo. Desde unpunto de vista nonnativo, los límites territoriales y sociales de un estado cons-titucional son contingentes [ ... ] El nacionalismo encuentra su propia respues~la práctica a un punto que no puede ser resuelto en la teOlía".]ürgen Haber-mas, "fhe EurOpea!l Nalion-State -ItsAchievements and Its Limits. On lhe Pasland Presem ofSovereignty and Cilizenship", en Copal Balakrishnan (comp.),Mapping tlJeNation, Londres, Verso/New Left Review, 1996, pp. 287-8.

90 La idea de "plan de fornlación" fue introducida en el siglo XVIII porÉtienne Geoffroy, fundador de la cristalografía, y padre del famoso biólogoGeoffroy de Saint Hilaire, quien aplicará ese concepto a la biología en dondetendrá larga historia. Uno de sus seguidores, Goethe, usará el mismo concep-to como base para su famoso esclito sobre "la metamorfosis de las plantas".

tes minar aquel supuesto que se encontraba en su base y habíasido la piedra de toque para la mutación conceptual abiertacon la revolución de independencia: el postulado de la géne-sis convencional de lo social, con lo que termina destruyendoel concepto mismo de poder constituyente. Más precisamente, vol-verá a recluirlo en el ámbito estricto del pactum subjectionis, pa-ra hendir la idea de un pactum societatis y transferirla al planode los procesos evolutivos objetivos. Éste vuelve a colocarse, enfin, del lado de la naturaleza, pero esta vuelta sobre sí del len-guaje político para minar sus mismas premisas no devolverá ya,sin embargo, a un contexto discursivo precedente. En parte,porque esa misma naturaleza ya se ha transformado, se ha di-versificado e historizado, albergando pluralidad de temporali-dades diversas. La ley natural que ahora se invocará ya no será,pues, aquella genérica humana del neo escolasticismo (quetambién compartía el primer liberalismo, haciendo autocon-tradictorio el postulado de la preexistencia de la nación), sinoque remitirá a aquel plan deformación específico a cada organis-mo particular90 En todo caso, la idea de una oposición llanaentre iluminismo y romanticismo (atomismo y organicismo)pierde de vista el vínculo al mismo tiempo inescindible y con-flictivo que liga a ambos horizontes conceptuales, el nexo di-

91 En Bradford Bums (comp.), Perspectives on Brazilian Histary, Nueva Yorky Londres, Columbia University Press, 1967, p. 23. "El genio de la historia",decía más adelante van Martius, "propuso la mezcla de pueblos de la mismaraza con razas tan ent~ramente diferentes en su individualidad y carácter fí-.sico y moral a fin de formar una nueva y maravillosa nación organizada" (ibid.,24). "Como se deve escrever a história do Brasil" f~e el trabajo premiado porel Instituto en el concurso realizado a propuesta de da Cunha Barbosa du-rante su 5P sesión de noviembre de 1840.

92 Para este resullado fue clave la figura de Pedro JI, quien presidiría enpersona las sesiones del IHGB durante cuarenta ~ños, desde 1849 hasta suderrocamiento. La del historiador se volvería así una figura panicularmentenotable durante el Segundo Imperio, dado su acceso directo al monarca,siendo éstos normalmente recompensados con títulos de nobleza y altos car-gos políticos.

námico que lleva de uno a otro y que hace a este último unaformación conceptual radicalmente diversa de la primera, pe-ro cuya emergencia habría sido inconcebible sin ésta.

Lo vísto permite comprender mejor el sentido de la empre-sa intelectual a la que se abocaría, con éxito desigual, una se-gunda generación de pensadores surgida tras la independen-cia. Quien mejor la sintetizó fue, en reali.dad, un alemán, KarJvon Martius, cuando en 1842 definió el programa que habríade presidir al cenáculo de historiadores congregados en tornodel lnstituto Histórico y Geográfico Brasileño. En Corno se deveescrever a História do Brasil, Von Martius consagraba la idea de lapeculiaridad de su existencia nacional fundada en la fusión ori-ginal de tres elementos raciales-culturales diversos: el indíge-na, el negro y el portugués. "Estamos viendo", concluía, "unpueblo nuevo nacer y desarroJlarsede 1" unión y el contactoentre estas tres razas distintas. Propongo que su historia evolu-cione de acuerdo con su ley específica de estas tres fuenas con-vergentes".91 Sobre estas bases se c0l!struiría en ese país unatemprana y poderosa tradición historiográfica,92 que alcanza-ría su primera síntesis con la História Ceral do Brasil (1854-1857),de Francisco A. de Varnhagen. Allí se revelaria cómo se fue con-

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157El tiempo de la polftica

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Page 81: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

9~Francisco A de Varnhagen, HistÓTia Geral do Brasi~San Pablo, EditoraUniversidade do Sao Paulo, 1988.

formando un tipo brasileño particular, desprendiéndose pro-gresivamente de su antepasado portugués, y que dotaría a la na-ción brasileña de una identidad definida'"'

Es cierto, sin embargo, que en la América hispana (quizácon la sola -y notablc- cxcepción de Chile) dicho proycCtose revelaría lnucho lnás difícil de realizar, y sólo de rnanera tar-día en el siglo XIX habría dc plasmar (aunque en un marco in-telectual ya modificado, teiiido por las ideas positivistas). Peroello no resultaría necesariamente de las características de lasnuevas sociedades posrevolucionarias. De hecho, la ausenciade una identidad nacional fácilmente perceptible nunca fue ensí misma un obstáculo para la creación del tipo de ficciones deidentidad como las nacionales. Pensar esto seria no tanto unaingenuidad como aceptar acríticamente lo que el propio rela-to genealógico de la nacionalidad postula. En definitiva, la afir-mación revisionista que señala la carencia de fundalllentos cul-turales preexistentes a los nuevos Estados como explicaciónúltima de su precariedad, en realidad, no hace sino afirmar, porla negativa, aquello que niega por la positiva. Es decir, presu-pone la validez, en principio, del esquema explicativo naciona-lista-culturalista, lo que revela hasta qué punto la visión revisio-nista de la historia político-intelectual latinoamericana no essino la contracara invertida de la nacionalista .

Por otro lado, tampoco alcanzaría a explicar cómo fue que,aunque los supuestos condicionantes culturales últimos no sealteraron en lo esencial, puesto que se trataría de un sustratoinnlutable, por definición, se iría eventualmente imponiendoen los distintos países un poderoso sentido de la nacionalidad,que terminaría subordinando efectivamente otras formas deidentidad. Lo cierto es que, más allá de las dudas y diferenciasque inevitablemente subsistirán respecto de cuáles serían éstas,

en la segunda mitad del siglo XIX se iría difundiendo con ra-pidez la idea de la existencia de identidades nacionales dile-renciales. Este supuesto pronto se naturalizaría en el discursupolítico, pasando a [unnar parte del suelo de sus prclnisas in-cuestionadas. La nación dejaría de aparecer ella nÚSlll<lCUIlIO

problema, como una entidad histórica y contingente (y,por lotanto, arbitraria, cuyos fundamentos resultan, en úllima inslall-cia, indecidibles) para convertirse en una verdad allloevidente,el principio explicativo último de todo desarrollo histórico. Re-suelta así finalmente la segunda de las preguntas que tensiona-ron el debate político en las décadas críticas que siguieron a laindependencia, se reabriría, sin embargo, la primera de ellas,aunque ello ocurrirá en un contexto discursivo ya alterado porcompleto. Es la idea de un st0eto homogéneo la que habrá deproblematizarse de nuevo, síntoma inequívoco del proceso desocavamiento que venía sufriendo el vocabulario surgido de laquiebra del vínculo colonial. Comenzará así a esbozarse lInanueva mutación conceptual. Las redefiniciones operadas en tor-no del campo semántico articulado a partir de las categorías eleopinión pública, razón y voluntad nos permitirán observar más endetalle la estructura básica que definía a ese vocabulario, y có-mo ésta se iría minando hasta por fin dislocarse, abriendo asíun horízonte conceptual ya por completo extraño a aquél, pe-ro no por ello menos inherentemente "moderno".

159El tiempo de la políticaTElías J. Palti158

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3Opinión pública / Razón /

Voluntad general

La opinión pública, en otras palabras, implica la aceptaciónde una política abierta, pública. Pero, al mismo tiempo, su- .

giere una política sin pasiones, una política sin facciones,una política sin conflictos, una política sin temor. Podría de-

cirse incluso que ella representa una politica sin politica.

KelTH M. BAKER, Jnventing the French Revolution

La ruptura del vínculo colonial trajo aparejadas, como .vi-mas, alteraciones políticas irreversibles. Privadas ya las "nuevasautoridades de toda garantía trascendente, sólo la voluntad delos sl~etos podría proveerles un fundamento de legitimidad. Yésta encarnaría en la "opinión pública". De allí que los gober-nantes habrán de invocarla siempre. Tal invocación no sería,además, sólo retórica. En el curso del siglo XIX se difunde conrapidez la idea del "poder de la opinión". Ésta aparecerá comouna suerte de tribunal en última instancia cuyo fallo sería ina-pelable. Según se admite, ningún gobierno podría sostenersesi contradijera las tendencias de la opinión.

La pregunta que esta perspectiva plantea es qué era esta"opinión pública" de la que se hablaba, quiénes la formaban,cuáles eran son sus órganos, cuáles, en fin, los fundamentosde su alegado poder y efectividad. La respuesta a estas pregun-tas no puede ser unívoca, dado que tanto las ideas al respectocomo las prácticas concretas en que éstas se sustentaban semodificaron de manera profunda a lo largo del siglo. El tra-zado de la errática trayectoria de la opinión pública en Amé-rica Latina nos ofrece claves fundamen tales para comprenderla estructura del lenguaje político surgido de la descomposi-

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los orígenes del modelo jurídico de la opinión públicay sus presupuestos

ción de los imaginarios tradicionales, que llamaremos el "mo-delo jurídico de la opinión pública",l y cómo ésta se iría, a suvez, minando, abriendo así las puertas a una nueva mutacióncónceptua!. 2

163

blicidad no nacen a fines del siglo XVIII; ellas formaban part.efundament.al del discurso político precedente. "Idealment.e",dice Lempériere, en el Antiguo Régimen "cualquier conduct.adebía est.ar en el caso de ser 'pública' porque la publicidad ga-rant.izaba su rectitud moral".4 La opinión pública fungía así almodo de un "t.ribunal", censurando o aprobando públicamen-t.e las conductas individuales, fijando, en fin, una "opinión so-cial" o reput.ación. Ést.e es también el concept.o al que apelanlos primeros pat.riot.as. Los escrit.os del mexicano JoséJoaquínFernández de Lizardi ilustran cómo se produce esa torsión porla cual ést.e se convert.iría en la base para minar el régimen co-lonia!'

Siguiendo una paUl.a t.radicional, en los escrit.os de EIIJen-sador mexicano (su seudónimo preferido), la opinión públicaaparece como una suerte de reservorio de máximas consuetu-dinarias trasmitidas de generación en generación mediante elejemplo ("consuetudo est altera natura", decía);5 en fin, una doxao saber social compartido en que se encarna aquel conjunto deprincipios y valores morales donde descansa la convivencia co-munal. En ellos se condensa, a su vez, una inclinación al bieninnata en el hombre, se hace manifiesta su naturaleza racional.El error, por el contrario, expresa una desviación de las sanascost.umbres, product.o de una mala apreciación de las normassociales, o bien de alguna perversión congénita (como el egoís-mo, la codicia, et.e.). Pero ést.esólo puede afectar a los hombres

léxico de la época muchas expresiones (entre otras, las de eJprit /JUblic) cuyossentidos son próximos y que la noción misma aparece marcada por cierta mn-bigüedad". Verdo, "El escándalo de la risa, O las paradojas de-la opinión enel período de la emancipación rioplatense", en Guerra y Lempériere(coords.), Los es/mcios públicos en lberoamérica, p. 225.

4 Annick Lcmpériere, "República y publicidad a finales del Antiguo Ré-gimen (Nlle~a E~paña)". en Guerra y Lempérierc (coords.), op. cit., p. 63.

[;José Joaquín Fernández de Lizardi, "Educación", El P0Sador Mexicano

(2/1/1813), en Obras, México, UNAM, 1968,111, p. 107.

El tiempo de la políticaElias J. Palti

1 Esto es, la idea de ésta corno una suerte de tribunal neutral que, trasevaluar la evidencia disponible y contrastar los distintos argumentos, accede,idealmente. a la 'Verdad del caso". YaA1cxis de Tocqueville señaló la impor-tancia que tuvo la cultura jurídica en la emergencia del concepto modernode la opinión pública. "Las cortes dejl.lsticia", decía, "fueron mayormente,responsablcs de la noción de que todo asunto de interés público o privados~a sujeto a debate". Alexis de Tocqueville, Old Regime and Revolutioll, GardenCity, Nueva York, Doubleday, 1957, p. 117. Sobre los orígenes de ese conccp--to, véanse Keith Michael Baker, Inventing the }rench Revolution. Essays onFrench

Political Culture in the Eighteenth Century, Nueva York, Cambridge UnivcrsityPress, 1990; Roger Chartier, Espacio público, critica y desacralización en el siglo

XVllJ. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa, Barcelona, Gcdisa, 1995,YJürgen Habemlas, The Structural TransJonnalion oflhe Public Sphere. An lnquiry

into a Category o/ Bourgeois Society, Cambridge, The MIT Press, 1991.2 Esta hipótesis se encuentra desarrollada en Elías]. PaIti, La invención de

una legitimidad. Rilzón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX (Un estu-dio soln-e las /ormfL5 del discurso político), México, FCE, 2005.

3 En su contribución a Los espacios públicos en lbcroamérica, Genevieve Ver-~o scúala que "La noción de 'opinión pública' en el momento de su apari.ción -es decir, en la últimas décadas del siglo XVIII, al desencadenarsc las rc-v~luciones liberales- no se define fácilmente. Los estudios de Michael K.Baker (sic) y Mona Ozoufsobrc el caso francés mues~ran que coexisten en el

El1 un art.ículo incluido en Los espacios públicos en Iberoamé-rica, Annick Lempériére ofrece un relato del origen del con-cepto "moderno" ("forense") de opinión pública que nos ayu-da a comprender cómo se desprende y en qué se distingue desus antecedentesclásicos.3 Por ciert.o, las ideas de opinión y pu-

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considerados de manera inaividual;6 nunca puede convertirseen principios de conducta socialmente compartidos. Los escri- .tos de Femández de Lizardi revelan una confianza, si no en laprobidad de los ciudadanos como individuos, sí en el sistemade los controles sociales que protegen y preservan a los suje-tos de las pasiones, las cuales en privado pueden desplegarsecon libertad. De allí el consejo de "el coronel" a su hija, Pru-denciana, en La Quijolita y su prima, de que evite el contactocon los hombres en privado, dado que, "cuando no tenemostestigos de nuestras debilidades", "las pasiones no se puedensujetar a la razón"7 En fin, como sei1alaba Lempériere, sólo lapublicidad de las acciones haría posible distinguir el bien delmal (la falsa virtud, decía Fernández de Lizardi, ~'nopuede ser

. constante" y, al final, siempre se descubre) 8

Sin embargo, aquel autor introducía un giro fundamentalen este concepto desde el momento que en nombre de estaopinión pública interpelaba a las propias autoridades colonia-les. De este modo las colocaba en un pie de igualdad con el res-to de los mortales; borraba el/Jathos de la distancia que le con-fería su dignidad y que emanaba del arcano (la posesión de unsaber inaccesible a los comunes súbditos). Como puntualiza enun panfleto dirigido al virrey Venegas:

La opinión pública, por lo común, siempre es certada [sic],porque como al hombre le es innato apetecer el bien y huirdel mal, se sigue que, queriendo el bien de todos, los más losaben distinguir y casi siempre es buena la opinión pública.] 1

verdad!, hoy se verá vuestra excelencia en mi pluma un mise-rable mortal, un hombre como todos y ~n átOlno desprecÍablea la faz del Todopoderoso. Hoy ~e verá vuestra excelencia unhombre que (por serlo) está sujeto al engaúo, a la preocupa-ción y a las pasiones.9

Los funcionarios no son, pues, más que individuos y,comotales, víctimas de las pasiones y los in'tereses personales; suscep-tibles, en fin, de errar ("todos los que nos gobiernan y han go-bernado son hombres, receptáculos de vicios y virtudes", de-cía).1OAl error de los individuos, que .es ahora también el deun poder despojado de sus misterios y dignidad, Fernández deLizardi opone aquí las verdades colectivas (sociales), en cuyorepresentante se erige. La opinión pública se instituye así co-mo un reino de transparencia enfrentado al ámbito de la oscu-ridad de los sl~etos particulares (en el que se incluyen aJos fun-cionarios reales). Yésta raramente erraba:

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165El tiempo de la politicaI

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Hoyes cuando los aduladores andarán quebrándose las pier-nas por subir a la cumbre bil,artita [... ] Pero ¡oh, fuerza de la

6 De allí deriva la sociabilidad natural del hombre. "Esta necesidad [dereunirse en socieda~l]se funda", decía Suárez, "en el hecho de que el hom-bre es un animal sociable, que exige por su propia naturaleza una vida socialy de relación con otros hombres. [ ... ] Pues los hombres, individualmenteconsiderados, difícilmente conocen las exigencias del bien COmlln, y rara vezlo desean por sí mismos". Francisco Suárez, De legibus, lib. J, cap. 11I,p. 57.

7JoséJoaqulll Fernández de Lizardi, La QuiJotita)' su prima (1818-9), Mé-xico, Porrúa, 1990, p. 211.

8 lmd., p. 206.

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La opinión pública, instituida como el lugar de la Verdad,aparecía aquí también como el ámbito de la moralidad, enfren-tado a un poder que, si se hurtase a la vista del "ojo público",

9JoséJoaquln Fernández de Lizardi, "AlExcelentísimo Señor Don Fran-cisco Xavier Venegas", El Pensador Mexiwno (3/12/1812), en Obras, 1II,pp.8>}.84.

10JoséJoaquín Femández de Lizardi, "Pronósti'co politico de EIPensadorMexicano y explicación de otro igual que escribió en el año de 18]4"(12/5/1824), en Obras, XII, p. 664.

11 José Joaquín Fernández de Lizardi, El hermano del jmico que cantaba lavictoria. Periódico /Joliticoy maral (1823), en.Obras, \:' p. 64.

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I El tiempo de la política 167

no p09.ría evitar su perver-siÓn. Por ese mismo intermedio, laprensa -el nuevo nombre de la publicidad, el ágora moder-no- se erigía como el único medio capaz de prevenir la co-rrupción de los funcionarios. El Bien y la Verdad se fundían en-tonces en la Opinión. Surgía así la noción del ."tribunal de laopinión" como al mismo tiempo juez supremo de las accionesdel poder y fuente de su legitimidad. No obstante, el conceptolizardiano guardaba aún una premisa de matriz claramentepremoderna. Sólo tras la independencia habría ésta de que-brarse, dando en verdad lugar a la emergencia del concepto ju-rídico de la opinión pública.

En efecto, el modelo lizardiano partía todavía, como vimos,del supuesto de la transparencia, en principio, de las normasfundamentales de moralidad en que se funda la vida comunal,su nomos constitutivo. Para Fernández de Lizardi, el pueblo por-taba colectivamente una suerte de saber intuitivo, tenía un ac-ceso inmediato a la Verdad, la cual resultaría manifiesta, al me-nos, para aquellos cuyo ente'ndimiento no se encontrabaofuscado por las tinieblas de las pasiones personales. "La Ver-dad es Señora, pero muy familiar con todo el mundo", le con-fiaba ésta, sin el menor pudor, a El Pensador; "yo bien deseoque todos me vean, me conozcan, me traten y me amen; paraesto me hago demasiado vísible".12 Su visibilidad derivaba, enúltima instancia, de su apriorísmo. Yaquí radica el aspecto másciar~m'ente "tradicional" de su concepto. La Verdad, las máxi-mas fundamentales de moralidad en que descansa la comuni-dad, se imponía a sus miembros, al igual que los dogmas de lareligión a los creyentes, como algo dado; su establecimiento nosuponía elección alguna o reflexión; ésta se mostraba a sí rnis-ma a 'quien quisiera verla. No cabía aquí diversidad de parece-res: sólo existían quienes conocían la verdad y quienes la igno-

12JoséJoaquín Fernández de Lizardi, "Ridcntem dicere verum ¿quid ve.úúr, El Pensador" Mexicano (l/II/lBI4), en Obras, 11I,p. 464.

raban. En definitiva, para dicho autor, el universo ético se Cll-

con traba en la misma relación de trascendencia respecto de la socie-dad qu~ tenía el poder en el Antiguo Régimen.

Roto el vínculo colonial, este concepto se tornaría insosteni-ble. La sociedad civílse convertiría entonces de ámbito de la uni-dad moral comunal en espacio de disenso (según admitía en-tonces, "la divergencia de opiniones amenaza [con] la anarquíapor todas partes. Un pueblo dividido en opiniones e intereses esimposible que consolide su felicidad") .13 Yesto quebraba la ideade la transparencia de la Verdad. Las normas sociales se volvíanincoherentes e incomprensibles. La oscuridad abandonaba asísu reducto en el ámbito privado para abrazar también al espa-cio público; virtud y vicio, verdad y error resultaban ya indiscer-nibles, frustrando toda posibilidad de un orden político estable.

La reformulación del concepto de opinión pública que rea-liza la generación subsiguiente de pensadores toma ya como supunto de partida precisamente esta idea de la relativa oscUlidadde la Verdad. Para autores como el mexicano José Maria Luis Mo-ra, ésta, lejos de aparecer como destructiva de toda posibilidadde funcionamiento estable del ordenamiento institucional secu-lar, era de hecho la que abría las puertas al progreso humano.

Si fuese tan fácil aprender como ver, el estudio perdería todosu valor. Es necesario que una especie de oscuridad y de barre-ras fuertes nos hagan sentir el gozo yel honor de disipar la unay allanar las otras. La virtud dejaría de excitar nuestro interés,nuestra veneración, nuestro en tusiasmo, si no tuviese que v~n-cer a las pasiones, y luchar contra la desgracia. 14

13José Joaquín Fernández de Liz~rdi."Pronóstico político de 1:.1Pensado,.Mexicano y explicación de otro igual que escribió en el año de 1814" (12/5/1824), en Obras, XII, p. 662.

11José María Luis Mora, "De la oposición", El Observador, 2! época (4/8/1830). IIJ, p. 42.

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15 Como señala Baker, "por largo tiempo sinónimo de inestabilidad, flui-dez, subjetividad, la noción de opinión ahora se estabiliza por su conjuncióncon el término 'pública', aumiendo así la universalidad y objetividad de lachosepubliqueen el discurso absolutista [... ) La universalidad y objetividad dela opinión pública son consulUidas por la razón n. Keith Michael Baker, lnven-ting the French Revolulion, p. 194.

16 "Discurso sobre el modo de formarse la opinion pública", El Observa-dor, Ji época (2/1/]828), IIl, p. 370. El Observador era el diario dirigido porMora que servía de vocero de la logia escocesa. Los textos doctrinales que és-te contiene básicamente reproducen ideas aparecidas originalmente en ElEs-pectador Sevillano, de Alberto Lista.

Encontramos aquí un primer punto de inflexión a partirdel cual habría de desplegarse un nuevo lenguaje político. LaVerdad ya no resulta inmediatamente visible, ni la virtud un meo.ro dato, sino algo que debe lograrse de manera esforzada, ensu lucha permanente contra las certidumbres aceptadas de mo-do atávico. La opinión pública deja, en fin, de aparecer comola premisa para convertirse en un resultado de la politiha (en-tendida como publicidad); ésta eleva la pura opinión subjetiva(doxa) a convicción racionalmente fundada (ratio) ,15 conviertela mera opinión en "opinión pública" ("la opinion pública", de-cía El Observador, "es la voz general de todo un pueblo convencido deuna verdad, que ha examinado por medio de la discusion") 16

Se incorpora de este modo un nuevo ámbito al reino de lapolítica. Son los propios sujetos los q.ue deben ahora dictarse así mismos las normas que habrán de regir su vida comunal. Lle-gamos así a la segunda re definición fundamental que se pro-duce en el concepto lizardiano, y que señala aquel punto de fi-sura en torno del cual girará todo el pensamiento políticosubsiguiente. La idea de la inmanencia de las normas (la inexis-tencia de Dios o autoridad superior alguna que pueda confe-rirlas) será, en efecto, la que abrirá las puertas a la poli/izaciónde la propia esfera pública (en el concepto lizardiano la políti-ca, como vimos. se veía reducida a una cuestión, en última ins-tancia, puramente ética), y también en la que se condensará el

El modelo jurídico de la opinión pública nace, en fin, de lacrisis de aquel doble supuesto en que descansaba el concepto deFemández de Lizardi de la opinión pública: la transparencia y la

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17 "Plan de la Constitución Política de la Nación Mexicana" (1823), en.Lilian Briseño Senosiain, Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la To-ne (comps.), La independencia de México. Textos de su 1tistan"a,México, SEP/Ins-tituto Mora, 1985, 1II, p. 87 (énfasis agregado). D~Imismo modo, para ElÁgui-la Mexicana, que publica por p¡.imera vez en español los Sophismes anarchiquesde Bemham, el origen de la inestabilidad que afectaba a México radicaba en"el abuso que se hace del derecho que tenemos de observar las operacionesdel gobierno. Cada individuo ve á su modo la marcha de aquel". "La opi-nion", El Águila Mexicana (14/]0/1824), ]83, p. 4. Según denunciaría luegoEllmparcial, "si cada individuo de una sociedad tuviera derecho para revolu-cionarse contra el gobierno que cree defectuoso, estaría esta sociedad en es-tado de guerra permanente". EllmparcialI.l (18/6/1837), p.l. Sobre los pro-blemas que acarrea la idea de soberanía individual dentro del conceptocontractualista, véase W. R. Lund, "Hobbes on. Opio¡on, Private Judgementand Civil War", History o/ Political Thought XIII. 1, ] 992, p. 67.

A la época en que una nación destruye el gobierno que la re-gia, y establece otro que la subrogue, los pueblos, viendo queson obra suya las creaciones políticas, comienzan á sentir sus fuer-zas, se exaltan y vuelven dificil es su administracion. Las volun-tades adquieren un grado asom-broso de energía, cada unoquiere lo que juzga mas útil: todo tiende á la división, todoamenaza destruir la unidad. 17

núcleo problemático inherente a todo sistema de gobiemo pos-tradicional (y que ninguna teoría política habrá de resolver).

En efecto, el aspecto crucial que lacrisis abierta tras la in-dependencia plantea es que ésta resultaría demoledora no só-lo del supuesto de la trasparencia d<;las,normas que gobiernanla sociedad, sino también de la idea de su trascendencia (objetivi-dad). El Plan de la Constitución política de la Nación Mexicana ha-ce manifiesto ya el tipo de problema que esto genera.

El tiempo de la políticaElías J. Palti168

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18 Según se afirma en un artículo aparecido en 1820 en El Hispanoameri-cano-Constitucional, "así como la voluntad general de un pueblo, que se expre-,<;apor medio de las leyes, es la reunión de las voluntades particulares de losciudadanos acerca de los objetos de interés general, así la opinión pública noes ni puede ser otra cosa sino la coincidencia de las opiniones particularesen ~na ve~~ad de que todos están convencidos". Lorenzo de Zavala, "Cómose forma la opinión pública", J.:.,l Hispanoamericano Constitucional (13/6/1820),en Obras. El periodista y el traductor, México, Porrúa, 1966, p. 31.

trascendencia de los valores y norn1as. Ello, sin embargo, pare-cía volver imposible todo orden regular. Si los sujetos, ahora ins-tituidos como únicos soberanos, pudieran retirar en cualquiermomento su adhesión a los poderes establecidos~no habría for-ma de establecer ningún gobierno. En fin, el ideal típicamente.moderno de autodeterminación soberana de los sujetos chocade mane-ra inevitable con el carácter regular de todo orden ins-titucional, el cual es necesariamente trascendente a las volunta-des e intereses accidentales de sus miembros individuales.

El concepto deliberativo de la opinión pública contendría,en definitiva, una contradicción inherente. Por un lado, éstepresupone todavía la idea de una Verdad objetiva (la "verdaddel caso") en torno de la cual los distintos pareceres pudieraneventualmente converger. lB Yello es necesariamente así por-que, si no hubiera una Verdad última en materia política, el jue-go de las interpretaciones se prolongaría de modo indefinidosin un anclaje de objetividad que permitiera saldar las diferen-cias y alcanzar un consenso asumido de manera voluntaria. Elresultido sería, en tal caso, algo muy cercano al "estado de na-turaleza".hobbessiano (al que sólo podría poner término la im-posición de la voluntad de un déspota). Sin una Verdad, tododebate se volvería, pues, imposible. Pero, por otro lado, si exis-tiera una Verdad, entonces la apelación a la opinión pública notendría sentido. La resolución de las cuestiones en disputa ca-bría confIarla a los expertos. En última instancia, no existiríanopiniones, sino quienes poseen la verdad y quienes la ignoran

Opinión pública y unanimismo

171El tiempo de la política

19 Fran~ois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. EnJayos sobre las re-voluaoTU!!jhispánicas, México, FCE, 1993, pp. 273-4 Y360.

Esta teoría de la opinión pública, cuyo carácter moderno es, enmuchos aspectos, evidente, presenta otros que lo son 111uchome-nos. El más llamativo es la concepción unanimista de la opinión[... ] Para evitar el riesgo de que la diversidad de opiniones con-duzca a la guerra de partidos, sepreconiza una solución sorpren-dente: la formación de un partido nacional [... ] El pluralismopolítico real no forma parte aún del espíritu del tiempo.El ideal continúa unanimista y los "partidos" -o m<:jordicholos grupos políticos que compiten por el poder- se concibenpeyorativamente como "b~ndos."o "facciones" cuya acción con-duce a una "discordia que pone en peligro la cohesión social".19

(lo que nos devuelve a la idea del rey-filósofo de Platón, o biensu remedo moderno, alguna suerte de tecnocracia). En sínte-sis, sin una Verdad última, el debate racional sería imposible,pero, con una Verdad, éste sería ocioso. Yesto nos conduce ala cuestión del "unanimismo".

Para la escuela revisionista, como vimos, lo que habría demarrar el desarrollo de la idea moderna de opinión pública enla región sería la pervívencia de arraigados prejuicios tradicio-nalistas. Su síntoma característico sería la contaminación de és-ta con un ideal unanimista definitivamente contradictorio conella. En principio, el ideal deliberativo en que esa idea se sus-tenta presupone la controversia, la divergencia de opiniones.Sin embargo, la persistencia de una visión holista de la socie-dad, propia de las tradiciones corporativas medievales, deriva-rá en un rechazo a toda forma legítima de disenso.

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20 Parajesús Reyes HeroJes, por ejemplo, la falacia implícita en este prin-cipio era evidente: la voluntad general de la nación resulta aquí, rOllsseau-niamente, excluyente de las voluntades paniculares de los partidos. Yelloporque "la voluntad general es vista como voluntad unánime. La sola razónde la mayoría no obliga a ceder".jes{¡s Reyes Heroles, El liberalismo mexicano,México, FCE, 1994, 1I, pp. 255-6. Resulta sugestivo observar que Richard Hofs-tadter señale algo parecido con respecto al sistema político norteamericanode comienzos del siglo XIX. Richard Hofstadter, Tite Idea o/ a Party System. TheRise ofLegitimate Dpposition in tite Vnited States, 178()"1840, Berkeley, Universityof California Press, 1969, p. 2.

21 Véase Véronique Hébrard, "Opinión pública y representación en elCongreso Constituyente de Venezuela (18))-1812) ", en Guerra y Lempérie.re, Los espacios públicos en lberomnrnca, pp. 19~224. Esta última interpretaciónde Hébrard retoma, en realidad, la propuesta original de Guerra en México:del Antiguo Régimen a la Revolución, que asocia el afán unanimisla a la dema.cracia modema. Éste, aseguraba entonces siguiendo a Agustin Cochin (enquien Furet se basó para formular su tesis revisionista de la Revolución fran-cesa), lejos de expresar un resabio premoderno, como seí1alaría luego en Mir

En esta afirmación, Guerra retoma una visión profunda-mente arraigada entre 16shistoriadores de ideas en la región.2o

Sin embargo, tras ese consenso se observan <;iertasaInbigüeda-des, las cuales se hacen manifiestas en algunos de los escritos.de esta escuela. Para Véronique Hébrard, por ejemplo, el una-nimismo ti~ne raíces absolutistas, antes que corporativistas; és-te es, en realidad, un resultado del proceso de centralizacióndel poder operado por los barbones. La "soberanía única e in-divisible" del monarca, dice, luego de la independencia serátransfer.ida a las nuevas autoridades. En ese mismo escrito sur-ge todavía, sin embargo, una tercera explicación, distinta de lasdos anteriores (y no del todo compatible con ellas). Siguiendomodelos ensayados para el análisis de los discursos de la Revo-lución francesa, Hébrard estudia el discurso bolivariano y rela-ciona ahora este afán de unanimidad con la propia lógica de laacción revolucionaria, la cual lleva a ver toda confrontación deopiniones como atentatoria cOTitrala salud pública.21

Estas oscilaciones argumentales expresan, en última instan-cia, las vacilaciones ideológicas de esta escuela.22 El punto, detodos modos, es que ambas interpretaciones opúestas son, noobs~nte, perfectaJnente sostenibles. En definitiva, éstas IDues-tranque el sentido del unanimismo no es unívoco, que éste,<;=omotodas las d~nlás categorías que analizamos, no es en símismo "tradicional" o "ITIoderno".23No basta, pues, con verifi-car su aparición para extraer conclusiones determinadas res-pecto del tipo de imaginario que subtiende a su invocación.24

Su significado no puede, en fin, establecerse independiente-mente de la red discursiva particular en que ésta se produce.

Lo cierto es que el afán de unanimidad no era en absolutocontradictorio con los imaginarios modernos. De hecho, éste

dernidad e independencias, hacía manifiesto aquel "problema esencial de la po- .lítica contemporánea": la voluntad de imponer un ideal de unanimidad mIS

el cual se oculta y ejerce, en realidad, el poder de la "maquinaria". (las socie-dades de pensamiento que pronto darían lugar al terror como sistema de go-bierno). "Cochin -decía- puso en evidencia la relación necesaria entre elmecanismo democrático y unanimista de las 'sociedades de pensamiento'."Franc;ois-Xavier Guerra, Mexico: del Antiguo Régimen a la Revolución, México,FCE, 2000, 1, p. 165.

22 Sobre los giros en la trayectoria intelectual de Guerra, véase Elías J.Palti, "Guerra y Habermas: ilusiones y realidad de la esfera pública latinoa.mericana", en Erika Pani yAlicia Salmerón (coords.), Conceptuarlo que se ve.Franr;ois-Xamer Guerra, histonadur. Homenaje, México, Instituto Mora, 2004, pp.461-483.

23 En última instancia, no es otra cosa lo que Keith B"aker,un autor tan-tas veces citado por los miembros de esa escuela, señala cuando afinna quela "'opinión pública' toma la forma de una construcción política o ideológi-ca, antes que la de un referente sociológico discreto". Keith Michael Baker,lnventing theFrench Reuolution, p. 172.

24 Como surge ~el propio relato de Hébrard, en el caso específico queella estudia, el intento de aislar la "representación nacional" de la "opiniónpública" tenía, en realidad, motivaciones prácticas, más que raíces ideológi.cas: se trataba, concretamente, de evitar que la Sociedad Patriótica lideradapor Miranda controlase el Congreso instalado en Caracas.

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173El tiempo de la politica

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_•. 25 Bakcr señala c1ar..lmentc esto en la cita que sin'e de epígrafe al presen.te capítulo.

En una sociedad ya constituida el conflicto de opiniones jamáspuede versar sobre las bases verdaderamente esenciales de lasociedad, es decir, sobre los pactos y las leyes que aseguran lasgarantías individuales [... ]. Tampoco debe haber divergenciasobre las leyes ciertamente constitucionales [... ]. La estabili-dad que debe ser el carácter esencial de la constitución, seopone á la discusión que tendiese á mudarla, pues de otro mo-,do jamás la sociedad tendría aquel reposo firme y permanenteque le es indispensable [... ] y la fluctuación continua acaba-'ría por disolverla y hacerla presa de la tiranía. El campo am-plísimo de combate está en las rnedidas de admit:Iistracion, en

formaba parte fundamental del concepto jurídico ("moderno")de l~ opinión pública.25 Como vimos, sin al menos una instan-cia de Verdad, la cual es, por definición, trascendente a las opi-niones, dicho concepto no podría articularse. No obstante, escierto aún que ésta resultaba, a la vez, destructiva de aquéL Enúltima instancia, la historia de! concepto de opinión pública es, menos la marcha tortuosa hacia el descubrimiento de su "ver-dadera" noción (la que actúa como un telos hacia el cual éstatiende,'o debería tender) que e! de los diversos intentos de con-frorltaresta aporía constitutiva suya, el tanteo incierto en un te-rreno en que no hay soluciones válidas preestablecidas.

Un primer modo característico en que el pensamiento libe-ral intentará resolver esta con tradicción consistirá en estable-cer una distinción de niveles de legislación. Por ésta habrá de'diferenciarse de manera tajante la esfera de los principios cons-titucionales fundamentales de la de los actos de gobierno. Só-lo los segundos podrían ser objeto legítimo de controversia. Noasí los primeros, puesto que ellos proveen el marco dentro delcual ésta es posible. Como señaló, nuevamente, Mora:

175El tiempo de la política

Para Mora, los únicos "partidos provechosos" eran, pues, lospartidos sabáticos que, como el dios de los escolásticos, podíandictar constituciones pero, una vez creada su obra (aun cuandono fuera el mundo perfectamente ordenado de una vez y parasiempre de la Creación), debían abstenerse de intervenir lue-go en su marcha, y limitarse a tratar cuestiones adlninistrativas,fiscales, etc, evitando de manera escrupulosa las propiamentepolíticas, esto es, las relativas a las normas constitucionales, pues-to que éstas eran el fundamento y la precondición de la vidacomunal.27 "Sialguna ley hay en la sociedad universal y obliga-

la direccion, empleo y economía de las rentas públicas ... en ...no pueden numerarse las materias políticas que en un sistemalibre pueden esclarecerse por los escritos públicos ... Es estasdisputas se profundizan o acendran las verdades beneficiosas,y si se quiere dárseles el nombre de partidos. éstos son nece-sari?s y provechosos.26

26 "Discurso sobre los caracteres de las' facciones", El Observador, 1ª épo-ca (17/10/1827), 11.6,pp. 182-184.

27 Cabe aquí, sin embargo, distinguir el ideal unanirnista del rechazo dela idea de partidos, el cual era también uno de los motivos recurrentes en elperíodo, aunque tampoco indicaba necesariamente un resabio tradicionalis-ta. Siguiendo el concepto liberal clásico, tal como entonces lo entendían enAmérica Latfna (de un modo nada arbitrario, por otra parte), la formaciónde una opinión pública conllevaba la de un debate racional. Y esto presupon-dría la exclusiva. atención a lo que se encontraba en cada caso en cuestión y alos distintos argumentos expuestos, dejando de lado todo otro tipo de consi~deraciones; por ejemplo, el hecho de que quien proponga una determinadamedida sea miembro o no de mi partido o grupo de interés particular. De allíque los "partidos" legítimos fueran sólo aquellas formaciones circunstancialesque se creaban de manera espontánea en tomo de cada cuestión específica.Toda otra organización más permanente, como lo que nosotros entendemospor "partidos" (yen esa época se solía llamar "facción'"'), era necesariamentevista como pel-versa, pues tendía a contaminar los debates con adhesiones fi-

jas (o relativamente estables en el tiempo, como supone cualquier "partido",

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toria, es el código fundamental", aseguraba; "una Constituciónes nada evidentemente si no es la ley de todas las otras".28Deallí que, según decía, "nunca una constitución nueva se ha (ya]escrito sino sobre ruinas y cenizas de la nadan que la dicta".29LOS fundamentos últimos del orden legal (el nomos constituti-va) aparecen así como un orden objetivo, algo dado. Éstos noaceptan Inás que consensos unánimes.

En definitiva, reemerge aquí la cuestión de la rigidez cons-titucional, que tanto preocupó a los constituyentes gaditanos.El desdoblamiento en el concepto de la ley que introduce Mo-ra, el tipo de "unanimismo" que perseguía, no buscaba más queponer los preceptos constitucionales a resguardo de las contro-versias, puesto que, de lo contrario) no se podría evitar el peli-gro de un deslizamiento a la anarquía. El punto es que tal des-doblamiento, más que contradecir el concepto pactista moderno,representa su premisa.3D Como ya había advertido Rousseau,

en el sentido moderno delténnino) determinadas por relaciones extrañas al. punto particular en debate, y que, por lo tanto, ningún argumento racionalpodía torcer (dicho en la terminología de la época, desplazaba las "cosas"-yla búsqueda de la "verdad de las cosas"-,- para dar la primacía a las "perso*nas"). Ésws, en síntesis, halian la idea parlamentarista absurda; el Congresobien podría, en lal caso, reemplazarse por una comisión negociadora forma-da por losjefes de partido. De acuerdo con este concepto, la máxima hoy uni-versalmente aceptada de que a la política republicana le es inherente la opo-sición entre partidos represema un éontrasentido. Lo cierto es que allí dondelos historiadores de ideas creen percibir un residuo tradicionalista sería, enrealidad, en donde la e1iLelatinoamericana era más completa y coherente-mente "moderna".

28"Discurso sobre las leyes que atacan la seguridad individual", El Obser-vador, 1!época (8/8/1827), en José María Luis Mora, Obras sueltas deJosé Ma-ria Luis Mora, ciudadano mexicano, México, Porrúa, 1963, p. 516.

29 "Discurso sobre los caracteres de las facciones", El Observador, Ji! épo-ca (17/10/1827),11.6, p. 183.

30 ÉSle habrá así de reiterarse, mediante dislinl<ls formulaciones, entrelos más diversos aUlOres (tan lO liberales como cOllsel-vadores) y se reprodu-ce también en los filósofos políticos contemporáneos en la forma de la opo-

sición entre una 'Justicia procedimental" (según se alega, ideológicamemeneutra) y una 'Justicia substantiva". Para lOmar el ejemplo de un amor de in-disputados títulos democrálicos,jürgen Habennas, éste, siguiendo este mis-mo razonamienlo, señala en Faktizitiit und Geltu.ng que toda crílica al ordeneSlablecido debe hacerse a través del medio legal. La Ley se coloca así por enci-ma de la voll;lnlad de los sujelos. Al entrar en sociedad, éstos, según dice,abandonan su derecho a usar la coerción y lo transfieren a la autoridad le-gal. El único derecho qm: conservan, afinna el aUlor, es el de renunciar a supertenencia a una comunidad dada, esto es, el derecho (l ernigrar.Jürgen Ha-bermas, Between Facls and Nonns. Contributions to a Discoune Theory o/ Law llndDemocracy, trad. de William Rehg, Cambridge, The MIT Press, 1996, pp. 124-5. Para un análisis de esta obra, véase Elías J. Paiti, "Patroklos' Funeral andHabermas' Sentence. A Review.Essay of Faktizitiit und Geltung, by Habermas",Law & Social Inquiry lV.23, 1998, pp. 1.017-1.0.43 (hay versión en español enEHa, J. Palli, Apmias).

de acuerdo co.n ese concepto, en el ámbito de las normas cons-titutivas fundamentales la voluntad de acordar de los sujetos nopuede ser sino unánime, puesto que lo contrario obligaría aforzar a los remisos a hacerlo, involucraría necesarialnente unacto llano de violencia, el cual teñiría al orden resultante conuna mancha ineliminable de ilegitimidad.

Este postuh,do, de hecho, sólo retoma una vieja máxima,establecida por Aristóteles en su Retórica (1354'.b), donde mos-traba cómo los valores y normas fundamentales que constitu-yen la vida comunal, que es la precondición para toda delibe-.ración pública, no pueden, sin contradicción, volverse ellosmismos materia de debate público. Éste dice que sti tratamien-to es, en todo caso, una cuestión filosófica, no retórica. Los pro-blemas políticos en una sociedad comienzan precisamentecuando.la retórica (la deliberación pública) rebasa S¡lS límitesinherentes y se introduce en el ámbito de los valores y normasfundamentales. Sin embargo, una vez que esas normas han per-dido su carácter trascendente p~ra convertirse en creacioneshumanas (siempre contestables, por definición), ya no sería po-.sible poner diques al avance de la retórica (el ámbíto de la con-

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Razón contra voluntad general: la crisisdel modelo jurídico de la opinión pública

:11 Respecto de esta interpretación original de Guerra, véase Elíasj. Pal-ti, "Guerra y Habermas. Ilusiones y realidad de la esfera pública latinoameri-cana", en Salmerón y Pani (coords.), Conceptuarlo que se ve, pp. 461-483.

trover$ia). Lo cierto es que la profundización de la crisis polí-tica haría colapsar de manera constante también esta distinción(las alteraciones constitucionales, de hecho, habrán entoncesde sucederse), y junto con ella todo el concepto liberal-repu-blicano ("moderno", para Guerra; 'Jurídico", para nosotros)habría' de desmoronarse.

179El tiempo de la política

32 Joaquín Stlance~Carpegna Yarda, La teona del Estado en los orígenes delconstitucionalismo hispánico, p. 172.

del Antiguo Régimen. De nuevo también, cuál de ambas inter-pretaciones opuestas es la correcta resulta indecidible a Iniori.En todo caso, si bien ambas son, en principio, factibles, las dospierden igualmente de vista el núcleo problemático quc subya-ce al campo semántico constituido por las categorías aquí endiscusión: el vínculo inescindible y conflictivo entre razón y vo-luntad sobre el que se funda la noción moderna de opinión pú-blica. Una afirmación de Joaquín Varela ilustra las equivocida-des que articulan dicho campo .

Repasando los problemas que le plantearía al primer libe"ralismo hispano el intento de conciliar la invocación a la histo-ria con la c0!1vocatoria a aquello que, de hecho, representa sunegación,- el congreso constituyente, en e1 que viene a encar-narse Yaotra soberanía, que no es la que emana del pasado, Va-reJa trata de matizar tal supuesta antinomia señalando cómo,para los liberales, "La Historia y la Razón (y la Voluntad) dc-bían equilibrarse mutuamente".32 En efecto, si bien la raZónemerge como la nueva soberana, ésta, si quería ser efectiva, nopodría simplemente desconocer los datos de la realidad. En laafirmación de Vare1a se encuentra implícito, sin embargo, unproblema mucho más serio -inabordable, para el primer libe-ralismo-, el cual se revela en el paréntesis dentro del que apa-rece en la cita la expresión ''y la Voluntad".

Si la cuestión de la relación en tre razón e historia ocuparáde manera central los debates que agitaron al primer liberalis-mo, éstos tenían ya implícitos, sin embargo, una premisa no te-matizada: la identificación llana dc la razón con la voluntad. Se-gún surge de! propio concepto forense de la opinión pública,la voluntad general es tal sólo en la medida en que se encucn-tra racionalmente fundada. De lo contrario, no podría esperarsuperar la condición de una suma ° convergencia accidental

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Para trazar la crisis del concepto jurídico de la opinión públi-ca, que daría lugar a la emergencia de un nuevo lenguaje polí-tico, al cual denominaremos el concepto estratégicode la sociedadcivil, no basta con trazar los cambios que el término sobrellevó.Es necesario, de nuevo, observar cómo se fue .descomponiendoun determinado calupo semántico. En este caso es necesarioanalizar cómo se reconfiguró el sistema de las relaciones recí-procas entre los conceptos de opinión pública, razón y volun"tad general, en función del cual el primero tomaba su significa-do. Y esto nos devuelve a la cuestión del unanimismo.

Guerra encuentra e! sustento ideológico de las tendenciasunanimistas en la doctrina de la soberanía de la razón. Sin em-bar"gol en este punto vuelven a descubrirse las vacilaciones ar-gumentales. Mientras que en México: Del Antiguo Régimen a laRevolución afirmaba que en la invocación a la soberanía de larazón como opuesta a la voluntad general yace el rasgo "funda-mental de la política contemporánea",31 en Modernidad e inde-pendencias, en c~mbio,aparece ya, como vimos, como la expre-sión de los resabios de una visión holista de la sociedad, propia

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de meras voluntades particulares, las que se verían degradadasa realidades puramente fácticas, históricas, sin contenido nor-mativo alguno. La invocación a la "soberanía de la razón" nosería, en fin, sino sólo otro modo de referirse a la "soberaníade la voluntad general".33

La pregunta que. aquí se plantea es qué sucede cuando sepercibe, no obstante, la presencia de una fisura ineliminableentre razón yvoluntad. Llegado a este punto comenzaría a des-componerse el campo integrado por los conceptos de razón,voluntad general y opinión pública, con lo que este último tér-mino comenzaría a perder su sustento como núcleo .articula-dor de un lenguaje político característico. La idea de una esci-sión entre razón y voluntad haría nacer una serie de dilemasfrente a los cuales el vocabulario entonces disponible no con-tenía respuestas posibles, (si la opinión pública puede eventual-

33 "Si la voluntad se arroga la supremacía en la tierra, que no compelesino a la razón general", insistía Alberdi, "no debemos felicitarnos menos,puesto que la voluntad general no irá más allá de la razón general. La razóny la fuerza (hablo en grande) son dos hechos que se suponen mutuamente.Quitad la fuerza, acabará la razón; quitad la razón, acabará la fuerza" UuanBautista"Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del derecho, Buenos Aires, Bi-bias, 1984, p. 269). Lo cierto es que, en los marcos del modelo forense, la for-mación de una "opinión pública" moviliza siempre un cierto saber. En pri-mer lugar, ninguna voluntad mayoritaria podría declarar legítimas leyescontrarias a principios universales de justicia. "La voluntad de un pueblo",deCÍa el argentino Esteban Echevenía, 'Jamás podrá sancionar como justo loque es esencialmente injusto" (Esteban Echeverria, Dogma socialista, BuenosAires, Jackson, 1944" p. 146). Existiría, pues, una normatividad objetiva quees necesario conocer. En segundo lugar, ningún pueblo puede tampoco de-cidir soberanamente ser algo distinto de lo que realmente es o puede even-tualmente lIeg-ara ser, pretender violentar su constitución orgánica. La fol'.mación de una opinión pública no es, en definitiva, sino el mecanismo deautodescubrimiento comunal, de los principios que determinan su índoleparticular. "Una nación", decía Alberdi, "no es una nación sino por la con-ciencia profunda y reflexiva de los elementos que la constituyen" Ouan Bau-tista Alberdi, Fragmento preliminaJ~ p. 122).

34 Esta idea puede hallarse ya en en los albores de la independencia. Ensu Ma1li[zesto de Carlagena (1812), Simón Bolívar, por ejemplo, comentaba que"todavía nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por sí mis-mos y ampliamente sus derechos; porque carecen de las virtudes políticas quecaracterizan al verdadero republicano". Simón Bolívar, "Manifiesto de Carta-gena ", en José Luis Romero y Luis Alberto Romero (comps.), Pensamienlo po--lítico de la emancipación (1790-1825), Caracas, Ayacucho, 1977, 1, p. 133.

mente contradecir principios universales de justicia, en tal ca-so, ¿cuáles deben seguirse, los que dicta la razón o los que im-pone la voluntad soberana del pueblo?; en todo caso, ¿privadosya de toda autoridad trascendente, quién que no sea la propiaopinión pública podría dictaminar al respecto?),

La dislocación y crisis de este vocabulario político fue, sinembargo, un fenómeno sumamente complejo, que de ningúnmodo se redujo a la mera verificación, por parte de los actores,de su supuesta inadecuación a la realidad local, de la inaplica-bilidad de sus premisas al contexto latinoamericano, dando lu-gar a las famosas "desviaciones". No es así como ocurren las mu-taciones en la historia intelectual. En todo caso, la verificaciónde "desviaciones" de sentido no explica aún cómo pudieroneventualmente articularse, desde el interior dicho vocabulario,ideas que escaparían, sin embargo, a su universo de discurso.El caso que analizamos es un ejemplo. En la medida en queconstituye su premisa, ninguna comprobación podría refutarla idea de la identidad entre razón general y voluntad general.En los marcos del modelo forense, esto resulta, como dijimos,sencillamente inconcebible. Para la elite latinoamericana delperíodo, el hecho -que para muchos será, en efecto, eviden-te~34 de que en la región la voluntad de los sujetos contradigade manera permanente lo que dicta la razón de ningún modocuestionaría dicho supuesto. Sólo probaría que no se habíaconstituido aún una auténtica voluntad general (la que, en efec-to, no puede sino fundarse en la razón), ya sea por impedimen-tos subjetivos (falta de ilustración, prejuicios culturales de sus

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Esta regla segura nos debe servir para dar su justo valor á esasoleadas populares, [... ] ellas nunca serán signo de la opiniónpública y de la voluntad general, porque entre otras cualida-des les falta la estabilidad yfirmeza.'"

35 "Aquel cuyo bienestar depende de la voluntad de otro, y no goza deindependencia personal, menos podrá entrar al goce de la soberanía; por~que dificilmente sacrificará su interés a la independencia de la razón" (Este-ban Echeverría, op. cit., p. 204). Resulta aquí paradójico observar que los mis-I!l0s que le cuestionan hoya éstos haber intentado restringir el sufragio sontambién los que más insisten en el carácter tradicionalista de la sociedad y lacultura locales: en definitiva, el pecado de aquéllos no sería más que el dehaber sido consecuentes con una percepción que é~tos, en lo esencial, toda-vía comparten. Por otro lado, está claro que tal percepción no señala ningu.na peculiaridad del pen~amiento latinoamericano en ese período, ni seríatampoco unánimemente compartida en la región." 36 "Discurso sobre la opinión pública y voluntad general", El Observador,

~ i!. época (1/8/1827) 1.9, p. 269. "Distingamos cuidadosamente la voz popu- .lat, de la opinión pública: la primera se fOl"macon la misma facilidad que lasnubes de primavera, pero con la misma se disipa" (ibid., p. 274).

'miembros) u objetivos (su sujeción a redes corporativas o clien-telísticas que le impedían manifestar libremente su voluntad). 35

En definitiva, la crítica que afirma la inadecuación de dichovocabulario a la realidad local de ningún modo cuestiona tal vo-cabulario; por el con trario, se sostiene en sus mismos supuestosy'se despliega a partir de sus propias categorías. Sin embargo,por debajo de esa crítica aflorarían problemas mucho más se-rios que terminarían, de hecho, poniendo en crisis ese lengua-je, Partiendo de la premisa antes mencionada, distintos autoresse esforzarían por precisar los atributos que distinguen a unaauténtica opinión pública de la mera voz popular, Para el mexica-no Mora, por ejemplo, es el lento proceso de formación queconlleva y le permite alcanzar, a diferencia de las meras creen-cias, el grado de consistencia que le provee su sustento racionaly que hace posible un ordenamiento institucional regular.

37 Según la definición de rEncyclopédie. "opinión" es "un juicio dudoso eincierto'" (Encyclopédie raisonné des sciences, des arts et des métiers, Lausannc y Ber.na, chez les Sociétés Typographiques, 1778-81, XXJII, 754-7; citado por Char-tier, The Cultural Origins, p. 29). Keith Baker estudió cómo a fines del sigloXVlIlel término "opinión" pierde su significado tradicional para convertirse,ya con el aditivo "pública", en sinónimo de universalidad, objetividad y racio.nalidad (Keith Michael Baker, op. cit., pp. 167-199). Sobre la dit'erencia entreopinión y razón, véase tambiénJ. A. W. Gunn, "Public Opinion", en TercnccBaH el al. (comps.), Politiwllnnovation and Conceptual Challgp.,Cambridge,Cambridge University Press, 1995, esp. pp. 114-5.

38 Sobre esa oposición en el pensamiento ilustrado europeo, véase Han-nah Arendt, The Human Condilion, Nueva York, Doubleday, 1959, cap. 11: '"ThePublic and the Private Realm".

183El tiempo de la política

Más allá de cuál fuere e! criterio adoptado, las soluciones atal dilema pasarán de manera inevitable por la introducción deuna distinción entre voluntad general y voz popular. De estemodo se salvaría el concepto de opinión públi'ca como tal, re-cluyendo las contradicciones halladas a un plano estrictamen-te empírico, pero al precio de demoler otro de los supuestosque se encontraba en su base.

Si bien, según señalamos, el modelojurídico de la opiniónpública, a diferencia de! concepto tradicional de ésta, no exclu-ye ya la contingencia (el error), es decir, ya no aparece sólo comolo opuesto a la Razón, como en Femández de Lizardi, sino cornoun momento necesario en su constitución (el momento "repu-blicano" por excelencia, puesto que es el que hace necesario e!debate), tal inscripción de la contingencia en el concepto de lapolítica permite, al mismo tiempo, mantener la oposición funda-mental sobre la que descansaba también el pensamiento de éste:aquella entre lo público y lo privado como ámbitos respectivosde la razón y de las pasiones.37 Todo e! modelo jurídico pivota so-bre la base de la premisa de que sólo un discurso racional puedeobjetivarse, articularse públicamente; las pasiones individuales,por e! contrario, singulares e intransferibles, por definición, noson susceptibles de ser intercambiadas y circular socialmen~e.38

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Page 94: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

39"Por lo comun uibutamos esa deferencia respetuosa á nuestros padres,amos y superiores [ ... ]. A mas de estas dependencias, fuentes de opinion, hayotras que, para distinguirlas de las ameriores, pudiér'amos llamarlas faeticias.En cada pueblo [ ... ] se adquieren séquito alguno ó algunos vecinos por sugenerosidad, po~su hOl1mdez [ ... ] y aun á veces por algun vicio reprensible.Estos tales se hacen tambien origen de creencias y persuasione!i [ ... ] no mere-cen el nombre de apioian, pero bien podrá dárseles el de creencia o jJersua-

non: y diremos qu.e se puede tener una persuanon comun." "Discurso sobre laopinión pública y voluntad general", El Obseroador, l! época (1/8/1827), 1.9,

p.267.40 "Discurso sobre los medios de que se vale la ambición para destruir la

libertad", ElObscroarlor, 1~época (20/6/1827), en José MaJia Luis Mora, Obrassueltas, pp. 501-502.

41 "Introducción", El Observador, 2! época (3/3/1830), enJosé María LuisMora, "p. at., pp. 620-1.

Por ello no alcanzan nunca a constituirse como opinión pública.La introducción de la noción de razón popular quiebra, sin

embargo, esta oposición. Como pronto habría de descubrirse,con la demagogia, el caudillismo y otras formas perversas depublicidad, la mera "opinión" abandonaría su reducto natural,el ámbito individual, para adquirir entidad política, objetivar-se en instituciones públicas, en fin, convertirse en poder. 39 És-tos formarán "un fantasma de opinión pública",4o en que "ladeclamación" sustituye "al raciocinio".4l De este modo, lo pú-blico Ylo privado dejarían de ser los ámbitos respectivos de larazón, en que se forman las verdades colectivas, y las pasionese intereses puramente individuales. Llegado a este punto, lamisma opinión pública debería convertirse en objeto de la pro-pia empresa de discernimiento por la que se constituye comotal. Ésta seguiría siendo "siempre certada", pero cuál era ella yano estaría igualmente claro para todos; para volverse reconoci-ble, debería también comparecer ante el tribunal de la Razón.En fin,.su articulación impondría ahora un trabajo sobre su mis-mo concepto a fin de delimitarse y distinguirse de aquellas otrasformas -perversas- de publicidad que la remedaban.

42 "Cesación del Obsenlador", El Observador, 2~ época, enJosé María Luis

Mora, '1'. at., p. 755.

En efecto, como pronto se comprobará, para el gobierno,los alzamientos van a ser siempre actos ilegales en contra de au-toridades legítimamente constituidas, mientras que, para los in-surrectos, será el gobierno el ilegítimo, el que ha violado losprincipios constitucionales que ellos se propondrían restablecer(con lo que la propia distinción entre las normas constituciona-

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Si todavía esta primera generación de pensadores liberalesno dudaba de la existencia de criterios objetivos e indisputablespara ello (discernir la auténtica opinión pública), la profundi-zación de la descomposición del sistema'político terminaría re-velando esa cuestión como sencillamente indecidible. Rotos losdiques nantrales que delimitan el ámbito de la razón del reinode las pasiones, el camj}o del saber (el topos eidón) del campo delsin sentido (el topos eidó16n), ningún andamiaje artificial (ningu-na norma emanada de un poder secular, siempre sujeta a la in-terpretación y el disenso) podría ya restaurarlos. En tiempos derevolución, concluye Mora, no existe realmente la imparciali-dad; ésta sería sólo una especie de ilusión óptica producida pornuestra posición particular dentro de ella.

Sucede a los que se hallan en el centro. de una revolución, loque al que navega por un río, que todos los objetos situadosen las ribf;:rascuando están realm.ente inmóviles se les figu-ra en perpetuo y continuo movimiento~ reputándose él únicoen reposo; sin sentirlo pues, sin advertirlo y aun positivamen-te convencido de su imparcialidad los hombres son muy par-ciales en semejantes circunstancias ( ... ] Nada pues tendrá deextraño que a pesar de haber procurado a nuestros escritos es-ta prenda, sin perdonar diligencias no la hayamos obtenido yse advierta en ellos el influjo de los partidos.42

El tiempo de la política

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Podemos también asegurar que hay opiniones públicas diver-sas, que las hay contrarias, y finalmente, que algunas de ellasno tienen eco más lejano que la voz de un pollino del ranchodonde suena. [".] Siendo esto así: ¿se deberá respetar la opi-nión pública? ¿Cuál de tantas, deberá respetarse? 45

43 Esto va a dar origen a la creación en 1836 del Supremo Poder Conserva-

dor, encargado, según rezaba la Segunda Ltry Constituciona~ en su atribucióng~, artículo 122; de "declarar cuál es la voluntad de la nación en cualquier ca-so en que sea conveniente conocerla".

44 Ignacio RamÍrez se burlaría entonces de toda pretensión de objetivi-dad y verdad: "Queriendo hallar Don Simplióo / Las leyes de la razón / ydarlas a la nación / Estudiando, perdió eljuicio". Ignacio RamÍrcz, "La resu-rrección de Don Simplicio", Obras completas, México, Centro de InvestigaciónCientífica Ing.J. Tamayo, 1984, 1, p. 280.

15 Ignacio RamÍrez, "Sobre la opinión pública", Don Simplicio (18/4/1846), en Obras completas, 1, p. 277. Para este' autor, la postulación oe tal cosacomo una voluntad general de la nación no es más que un artilugio retóricomediante el cual se proyecta :'lobre éSla la propia voluntad de los gobernan-tes y de este modo se la encadena a sus dictámenes. Ignacio Ramírez, "Sobrela opinión pública", en Obras completas, 1: Escritos periodísticos _ 1, p. 278.

'les -el corpus mysticum de la Ley- y los actos de gobierno -su'corpUs verum-, destinada a dar estabilidad al sistema institucio-nal, se terminaba convirtiendo en su contrario: un instrumentopara la legitimación de las revoluciones). Uno y otros, en fin,afirmarían ser voceros legítimos de la opinión pública, no habien-do ya modo objetivo alguno para determinar quién está en lo cierto.43

Minada la idea de Verdad, socavado todo fundamento de, objetividad por la generalización del antagonismo,44 el concep-to deliberativo de la opinión pública no podría sostenerse. Co-mo señaló Ignacio Ramírez, lo único que se comprueba en larealidad es la existencia de diversidad de opiníones particula-res, ninguna de las cuales puede arrogarse de manera legítimala representación de la voluntad generaL

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46 Ignacio Ramírez, "Utilidad del tiempo", Don S~mplicio (26/9/18-16), enObras complelCLf, 1, p. 263.

47 Ramírez, "La representación nacional", Don Simplicio, en Obras r.o~nl,[I.:'

las, l. p. 175.

En fin, decidir cuál es la que expresa la opinión común se-ría siempre también una cuestión de opinión. El espacio pú-blico se desgarraba así en pluralidad de opiniones, todas ellasinevitablemente particulares, que no podrían ya reducirse auna unidad.

Vemos cómo se descomponía el campo semántico configura-do por las nociones de opinión pública, razón yvoluntad generaLy, con él, es todo un lenguaje político el que habría de desmoro-narse, para comenzar a recomponerse ya sobre bases completa-mente diversas. Empieza así a abrirse un horizonte conceptualen el que la quiebra de la Verdad ya no sería vista como destruc-tiva de todo ordenamiento político, sino, por el contralio, comosu condición misma de posibilidad.

En efecto, para autores como Ramírez, estará claro ya quela inexistencia de leyes en materia política (puesto que, si efec-tivamente las hubiera, "mil naciones, cien siglos contini..laJTIcn-te legislando, las habrían encontrado") :6 lejos de hacer impo-sible la política, es lo que abre las puertas a ella. La políticanacería, precisamente, de esta irreductibilidad de la voluntad ala ley ("es la ley que esclaviza en vez del hombre", aseguraba) 47

El surgimiento de un nuevo lenguaje político resultará, en fin,de una segunda inscripción de la temporalidad en el concep-to de opinión pública: la contingencia (el error) ya no se ins-talará sólo en su punto de partida, sino también en su término.Éste conllevará así una profundización de la idea de la inma-nencia del poder (esto es, un apartamiento aún más radical res-pecto del concepto de éste como algo trascendente), y b ex-pansión concomitante del ámbito de la política.

Una vez minada la transparencia del supuesto de base enque descansaba el modelo forense de la opinión pública (el

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La transformación estructural de la esfera públicalatinoamericana

ideal de una opinión comjÍri unificada, articulada en torno deuna Verdad), habría de descubrirse aquello implícito pero ne-gado en éste. Si bien, dentro de sus marcos, razón y voluntadgeneral so'n siempre indisociables, ambas, sin embargo, resul-tan al mismo tiempo contradictorias (la aplicación de una nor-ma no podría considerarse propiamente un acto de voluntad;ésta comenzaría allí donde la norma se quiebra). Es, en fin, es-te vínculo inescindible y conflictivo a la vez entre Razón y Vo-luntad el que dicho lenguaje no podía tematizar sin dislocarse,debiendo permanecer (como en la cita anterior de Varela)siempre "entre paréntesis". El que pudiera ahora objetivarse enel discurso público es síntoma inequívoco del Vuelco que se es-taba produciendo en el nivel del lenguaje político, el cual seapartaría ya de su matriz forense originaria.

El surgimiento de un nuevo lenguaje político, que coincidecon la difusión del ideario positivista en la región, acompaña-rá, a la vez, una profunda transformación que entonces habráde reconfigurar la esfera pública latinoamericana, dando lugarasí a un nuevo concepto respecto del sentido de la acción polí-tica. En el capítulo siguiente habremos de reconstruir la estruc-tura más general del lenguaje político que entonces emerge apartir del análisis del campo semántico conformado por las ca-tegorías de representación, democracia y sociedad civil. Aquí nos li-mitaremos a señalar cólno la serie de alteraciones e!l el espaciopúblico y la aparición de nuevas formas de práctica política, aso-ciadas a la afirmación de una incipiente esfera pública, habráde alejar la noción de opinión pública de su marco'deliberati-va para re inscribirla en un horizonte de discurso estratégico.

Volviendo a los orígenes del modelo forense de la opiniónpública, en su relato antes lnencionado, Lemperién~. siguien-

48Vicente F. López, "De la naturaleza y del mecanismo del Poder Ejecu-tivo en los pueblos libres", Revista del Río de la Plata, lV.15, 1872, p. 518.

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do aquí también la propuesta original de Guerra, destaca la im-portancia que tuvo la emergencia y difusión de los órganos deprensa en la afirmación de ese modelo. Como es sabido, enAmérica Latina la prensa periódica surgió en las postrimeríasdel régimen colonial. Originariamente, su fundación seguía latradición del Antiguo Régimen de "informar", esto es, dar a co-nocer a los súbditos las decisiones de los gobernantes. Esos ór-ganos cumplieron, incluso, un papel reaccionario. Medianteéstos, las autoridades coloniales buscaban, en realidad, contra-rrestar la acción de otros medios más informales (y democráti-cos) de transmisión de ideas, como el rumor, el libelo manus-crito, los panfletos, etc., que en aquel momento de crisis de lamonarquía proliferaron. Pero, paradójicamente, de este modoabrirían un espacio nuevo de debate y, con él, la idea de la po-sible fiscalización por parte del "público" de las acciones del go-bierno (lo que minaría de manera decisiva las bases sobre lasque se sustentaba la política del Antiguo Régimen). La opiniónpública se instituiría así como el árbitro supremo de la legiti' .midad de la autoridad. El argentino Vicente F. López haría ex-plícito este nuevo vínculo entre poder, opinión pública y pren-sa periódica. ,

La prensa, suerte de ágora moderno, encarnaría un IDOdoinédito de articulación del espacio público que permitía con-

El poder soberano se gana ó se pierde ante el tribunal sobera-no de la opinion pública. Esta es en todos los casos eljuez de-finitivo que sentencia: se instruye. aprende; ella misma delibe-ra. La prensa tiene una importancia viva en este supremodebate de la palabra parlamentaria cuyo premio es el poderde gobernar48

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49 Mitre, "Profesión de fe", Los Debates (1852), citado por Adolfo Mitre(comp.), Mitre periodista, Buenos Aires, Institución Mitre, 1943, p. 117.

50 Véanse José Bravo Ugartc, PeriodÍJlas y jJCriódicosmexicanos (hasta 1935),México,jus, 1965; María del Carmen Ruiz"Castañcda, Luis Reed Torres y En~Tique Cordero y Torres (comps.), El periodismo en México, 450 años de historia,México, Tradición, 1974; Alberto RodoJfo Letticri, La República de la Opinión.Política y opinión pública en Buenos Aires entre 1852 y 1862, Buenos Aires, BibJos,1999, y Raúl Silva Castro, Prensa y periodismo en Chile (1812-1956), Santiago,Universidad de Chile, 1958.

; 5\ Véase Irma Lombardo, De"la opinión a la noticia, México, Kiosco, 1992.

ciliar las ideas de deliberación racional y democracia. Ella sim-bolizaba, en palabras del argentino Bartolomé Mitre, "el triun-fo de la intelijencia sobre la fuer La bruta; la preponderancia delas ideas sobre los hechos; la apoteosis de la autoridad moral"49Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, lo que llamamosel "modelo jurídico" de la opinión pública habría de reformu-larse decisivamente. Nuevamente, la prensa cumplió un papelclave en esta transformación.

Como suele señalarse, ese período marcó el punto culmi-nante de la prensa política en América Latinaso (antes de sutransformación en "prensa de noticias") ,51 lo que se expresó enla proliferación asombrosa del número de diarios. Más impor-tante, sin embargo, fue el nuevo papel que éstos asumieron enla articulación del sistema político. Yesto nos conduce a ciertaparadoja inherente a la naturaleza de la reestructuración delespacio público que entonces se prodl~O. En principio, la quie-bra del ideal deliberativo de opinión pública que venimos se-úalando parece contradictoria con la percepción que entoncesse generalizó respecto de la importancia politica fundamentalque ésta adquirió en esos aúos. Se observa aquí, de hecho, unacierta contradicción en las fuentes. Por un lado, se asegurabaque ninguna facción tendría oportunidad de tallar política-mente sin contar con algún órgano u órganos que le fueran

52 "La experiencia mostró después, aun en la América del Sur, que nin-guna dictadura, por poderosa que fuese, pudo prescindir de ese tributo dela voluntad general, de que derivaba su autoridad y sacaba su fuerla moral."Bartolomé Mitre, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana., Buc-nos Aires, El Ateneo, 1950, p. 165.

53 Como decía en El Mensajero, bajo el seudónimo ele Jovial, Manuel M.de Zamacona Ucfe de la banca porfirista en el Congreso), "-Se me trasluceentonces, contestaba el ingénuo provincial, que en esto de las elecciones eltoque está, no en la voluntad ni en el voto de los pueblos, sino en el de losgobernadores, los gefes políticos y los gefes militares. -Ud. lo ha dicho, y estan así, que por todas partes oirá á los principales contrincantes en esta lu-cha, hablar de los gobernadores y de los generales con que cuentan, ménosque de los pueblos que le son adictos. -¿Y de qué servirá á Ud. conocer laopinión y las simpatías públicas? ¡Buena profecía harla Ud. sobre sem~.iantedato! Acérquese Ud. á los políticos activos, sobre todo á los círculos oficia-les". "Boletin",Et Mensajero 1.19 (23/1/1871), p. L

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191El tiempo de la política

adictos. 52 Pero, por otra parte, se insistía una y otra vez en lapoca importancia que el debate político y la difusión de ideastenían en las elecciones." La pregunta que surge aquí es ¿cuálde ambas opiniones opuestas debemos aceptar como válida?:¿la que afirm:c..laimportancia de la prensa y la opinión públicaO la que le niega a ésta cualquier influencia poniendo todo elacento, en cambio, en las intrigas y maquinaciones políticas?La respuesta es que ambas afirmaciones opuestas son, no obs-tante, igualmente válidas. Entender cómo estas dos percepcio-nes contradictorias se conciliaban a la perfección ofrece la clavepara comprender el sentido que entonces adquirió el concep-to de opinión pública.

En efecto, ambas afirmaciones opuestas son incompatiblesentre sí sólo en los marcos del concepto forense de aquélla; noresultaría ya así dentro del nuevo modelo que llamamos estm-tégico. Si la prensa jugó un papel clave en las elecciones no fueexclusivamente por su eapacidad como vehículo para la difu-sión de ideas, o -sólo- por los argumentos y el efecto persua-sivo que producía en sus eventuales lectores. MásdecÍsiva aún

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54Frallt;ois~Xavier Guerra, Modernidad e independencias, p. 301.55 "Boletín del 'Monitor"', El MonitO)" Republicano, 5a época, XX1.80

(3/4/1871). p. 1 (Finnado:juan Ferriz).

Hay,pues, que analizar [la acción de la prensa] en términos deeficacia: las palabras son las armas que los actores sociales em-plean en su combate. Con ellas se esfuerzan en exaltar a sus par-tidarios, en denigrar a sus enemigos, en movilizar a los tibios.54

era su capacidad material p;:'ra generar hechos políticos (sea or-questando campañas, haciendo circular rUInares, etc.); en fin,operar políticamente, intervenir sobre la escena partidaria sir-viendo de base para los diversos intentos de articulación (o de-sarticulación) de redes políticas. Reencontramos aquí algo yaseñalado por Guerra cuando afirma lo siguiente:

Guerra señala esto, en realidad, en el contexto del procesode emergencia del ideal deliberativo. Sin embargo, resulta cla-ra que esa perspectiva tenía implícito un modelo de publicidadya muy distinto de aquél. Es cierto también que ello no se ha-rá manifiesto sino hasta la segunda mitad del siglo, cuando seafirme verdaderamente un sistema de prensa. Entonces, la opi-nión pública dejaría de ser concebida como un "tribunal neu-tral" que busca acceder, por medios estrictamente discursivos,. a la "verdad del caso", para emerger como una suerte de cam-po de intervención y espacio de interacción agonal para la de-.finición de las identidades subjetivas colectivas (que es el cOn-cepto, de .hecho, implícito en la afirmación anterior deGuerra). Se impone así una nueva "metáfora radical"; el foro seconvierte en campo de batalla. "La tribuna", decía en esos añosEl Monitor Republicano, "es el campo de batalla del orador; allítiene armas poderosas de que disponer".55

Esta redefinición del papel de la prensa expresa, en últimainstancia, una reconfiguración más global del espacio público,

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Ni la legitimidad de un régimen dependía de la transparenciaelectoral ni las elecciones eran el único medio aceptado y efi-caz para acceder al poder o para participar de la vida política.Al adoptar esos supuestos, las interpretaciones más clásicasso-bre la formación del sistelna político argentino rápidamentededucen, de la baja participación electoral, la indiferencia de

La violenc~a de los comicios, sin embargo, no necesaria-mente contradecía o mermaba su valor corrio rnecanisIno de le-gitimación y acceso al poder. En un estudio reciente sobre elcaso específico argentino, Hilda Sabato abrió una nueva pers-pectiva al respecto que permite comprender de forma muchamás precisa cuál era el rol concreto que tenían entonces laselecciones. Como señala:

Los sitia~ores, mucho más numerosos que los sitiados, desem-pedraban la calle y se hacían transportar del Bajo [... ] pon-chadas de cascot~sJmientras que éstos arrancaban ladrillos delos ~uros y cuanto ten,ían cerca, dejando sin un azulejo la cú-pula de la iglesia [... ]. [Los locales vecinos] eran refugio delas huestes enemigas, y desde allí, como desde la torre de laiglesia, se hacían certeros impactos, en la cabeza y ojos de losguerreros de ambos partidos.56

56 Félix Armesto, Mitristas y aisinistas, Buenos Aires, Sudeslada, 1969, p.15 Yss.; citado por Hilda Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la movi-lización. Buenos Aires, .1862-1889, Buenos Aires, Sudamericana, 1998, p. 85.

que comprende a las propias prácticas electorales. Los comi-cios eran entonces, de hecho, verdaqeros c;ampos de cmubate.Las descripciones que de éstos se hacían son elocuentes al res-pecto. Un testigo de la época, Félix Arinesto, relataba así la ba-talla en las elecciones porteúas de diciembre de 1863 por elcon trol de una de las mesas electorales:

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En segundo lugar, las elecciones formaban parte, y no se di-ferenciaban aún demasiado nítidamente, de otros medios más

57 Hilda Sabato, ibid., p. 15.

58 "Poderes constitucionales - Poderes usurpadores", La Nación (11/7/1874), v.1323: 1. "Ahora nos dicen", insiste, "que esto es el motín; la revuel-ta, el gobierno de Calfucurál ¡Parece increíble! Los principios constituciona-les no admiten semejante monstruosidad. Estamos en el terreno firme de laconstitucion en lo que sostenemos" (ibid.).

Estudiando la situación en que se encuentra el país, decíamosque agotados los medios de opinion, y colocada la situaciónen el terreno de la fuerza, el pueblo en virtud de lo estableci-do en el artículo 21 de la Constitución tenía el derecho y el de-ber de armarse en defensa de la patria y de la misma Consti-tución.58

Según muestra la autora, a fin de comprender esta aparen-te paradoja (el papel central de los comicios como mecanismode legitimación de los poderes públicos y su manifiesta irregu-laridad), es necesario tomar en cuenta dos aspectos. En primerlugar, estamos en un contexto en el que el uso de la fuerza noera ,isto como algo ilegítimo. Por el contrario, era una suertede obligación cívica cada vez que consideraban que los princi-pios de la libertad se encontraban amenazados. Como señala-ba Mitre en 1874 desde las páginas de La Nación, la propiaConstitución así lo dictaminaba:

195El tiempo de la política

59 Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y polílim en los oríwmes dela Nación A1"gentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, Bucn()s Aires,FCE, 2001, p. 303.

Esto permitiría comprender mejor declaraciones como las quehace La Triáuna en 1854, para anunciar el triunfo de su lista:"disponemos del elemento principal: la fuerza. Disponemosdel apoyo de la opinión pública". En esta movilización electo-ral no sólo hay la acción de una clientela, sino también una ló-gica representativa: la de una sociedad que se manifiesta a tra-vés del accionar belicoso.59

directos y concretos -y también infonnales- que tenía la so-ciedad de influir en las decisiones de los gobernantes, como lamovilización callejera, las peticiones y los reclamos públicos,etc. Es, en fin, el intento de institucionalizar este haz comple-jo de relaciones que articulaba el vínculo entre gobernantes ygobernados el que daría lugar a la formación de una incipien-te "sociedad civil", asentada en la prensa y en un co~unto deasociaciones de la más diversa índole. Ambos aspectos explicanmejor algunas de las características peculiares de! funciona-miento del sistema político del período.

El control cuasimilitar de las mesas electorales formaba par-te, en realidad, de un concepto estratégico de la acción políti-ca en el que ciertos valores como el arrojo y la disposición parael combate eran tan apreciados como los argumentos raciona-les en e! momento de decidir la distribución y acceso al poder.Como observa Pilar González:

Lo anterior explica, a la vez, un segundo aspecto, en prin-cipio, paradójico en el funcionamiento del sistema político delperíodo. Por un lado, según se afirma, las elecciones eran nor-lnalmcnte "concertadas", esto es, los comicios sólo servirían pa-ra legitimar la voluntad del caudillo o de las familias influyen-tes locales. Sin embargo, por otro lado, lo que se observa en la

buena parte de la población por los asuntos políticos o su mar-ginación impuesta, y de la manipulación de las elecciones. lafalta de legitimidad de un sistema político que debía asentar-se sobre la pureza del sufragio. De esta manera, dejan de ladola posibilidad de preguntarse quiénes votaban efectivamentey qué quería decir votar, tener y ejercer el derecho de sufra-gio, en los distintos momentos de la vida política argentina.57

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60 Un buen ejemplo de ello fueron las elecciones presidenciales de ] 871en México, las cuales, como analizamos en otro lado, dieron lugar a un in-creíblemente intrincado juego de alianzas y estrategias políticas entre los d~-

. versos círculos de que se componían Jos partidos en pugna, tocándoles a losdiarios un papel clave al respecto. Véase Elíasj. Palti, "La Sociedad Filarm&oiea del Pito. Ópera, prensa y política en la República Restaurada", Historia me-xicana ur.4, 2003, pp. 941-978.

61 Véanse Florencia Mallan, Peasanl and Nation. Tite Making o/PostcolonialMexico and Peru., Berkeley. University of California Press, 1995, y Cuy P. C.Thoroson, "Popular Aspects ofLiberalisrn in Mexico, 1848-1888", Bulletin 01Lalin American ResearcJIIO.3, 1991, pp. 265-292.

práctica es que éstas fueron siempre muy disputadas, alcanzan-do incluso, como vimos, limites de extrema violencia física.

De nuevo, ambos aspectos combinados diseñan un modo ca-racterístico de práctica política que conjuga el "arreglo" electo-ral con un alto grado de incertidumbre respecto de los resulta-dos. El régimen de competencia efectiva que entonces se imponeno va a contradecir la práctica del "arreglo", sino que surge, porel contrario, de su proliferación (si bien las listas eran normal-mente "concertadas", es frecuente encontrar en las fuentes lis-tas "arregladas" muy distintas entre sí para una misma elección).Yes aquí donde entra a jugar la prensa. Los diarios cumpliránun papel esencial en la "concertación ", y también en la "descon-certación" de las listas. Los llamados "trabajos electorales" con-sistirían, básicamente, en diseñar y llevar a cabo permanentesestrategias y contraestrategias (y contra-contraestrategias), ar-ticulando alianzas, y también desarticulándolas, dando así lugara constelaciones políticas y redes partidarias muy complejas (ytambién precarias y fugaces) 60 que atraviesan las diversas instan-cias de poder (el Ejecutivo, el Congreso, los estados, los clubes,etc.) y comunican el sistema político con diversos ámbitos de lasociedad. De este modo, generan ámbitos más amplios de mo-vilización y canalización políticas, volviendo dicho sistema par-cialmente receptivo a los reclamos de diversos sectores sociales,más allá de los círculos estrechos de la elite gobernante6!

Esto mismo ocurría, para él, con la prensa en el terreno delas batallas políticas. Ésta no "representa" a una opinión públi-

62 Banolomé Mitre, "Estudios sobre la vida y escritos de D. José RiveraIndarte", Obras c01njJlelas, Buenos Aires, edición ordenada por el T-J. Congre.so de la Nación, ] 949, XII, p. 382.

63 Mitre, "De la disciplina en las l'epúblicas", La Nueva E'm (1846), enAdolfo Mitre (comp.), Mitre periodista, p. 52.

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El estandarte en las lejiones romanas ,era mas que el símbolode la nacionalidad, el vínculo que reconcentraba la falanje an-tes del combate, la voz de mando en ia punta de una pica du-rante la batalla, y el recuerdo del juramento en todos los mo-mentos de la campaña,53

En' definitiva, a la acción periodística, entendida COIDO ins-trulnento de intervención práctica, cabe también inscribirladentro de esa misma lógica estratégica de la política. Esto su-ponía ya cierta conciencia práctica por parte de la elite localrespecto de lo que nosotros llamaríamos la "performatividad"de la palabra, de que las palabras son acciones, en fin, de queun panfleto bien podía derribar gobierno ("¿quién ha negadoque una idea vale tanto como un suceso?", preguntaba Mitre) 62El periodismo aparecerá así como al mismo tiempo un modode discuti,-y de hacer política. Yesto infunde también una nue-va conciencia respecto de la performatividad de la palabra enel sentido de su "creatividad": la piensa periódica no sólo bus-caba "representar" a la opinión pública, sino que tenía la mi-sión de constituirla como tal. En la biografía que Mitre dedicaen 1845 aJosé Rivera In darte (el que surge allí com'o la figuraarquetípica del periodista político), aparece ya la analogía, lue-go una y oua vez reiterada, de la prensa como una bandera. Se-'gún señala, la bandera no tiene sólo la función de representarlasfuerzas en pugna: ella reúne materialmente a los ejércitos en loscampos de batalla.

El tiempo de la política

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64 Mitre, "Profesión de fe"', Los Debates (1852), citado por Adolfo Mitre(comp.), op. cil., p. 117.

65 Este tópico se desarrolla en el capítulo siguicnte.

ca preconsliluida, sino güc la constituye C0l110tal con su pro-pia prédica, cumple un papel fundamcntal en la definición delas identidades colectivas permitiendo a los sujetos identificarseconlO mienlbros de una determinada comunidad de interesesy valores. Mitre asociaba así el desarrollo de la práctica perio-dística con el proceso de emergencia de un concepto nuevo dela acción política. Por su intermedio, ésta abandonaba su ca-rácter trascendente, cesaría de ser una instancia separada de losocial para convertirse en el mecanisJTIofundamental para suautoconstitución, e! trabajo de la sociedad sobre sí misma. "Laprensa", decía, "es el primer instrulllento de civilización ennuestros días, y ha dejado de ser un derecho político, para con-vertirse en una facultad, en un nuevo sentido, en una nuevafuerza orgánica del género humano, su única palanca paraobrar sobre sí Jnismo".64

Tenemos aquí establecidas las coordenadas básicas que de-finen el nuevo lenguaje política que entonces emerge. Ésta deja-ría de ser un ':juez" para converÚrse en una suerte de "canlpode intervención ". Ese concepto estratégico de la acción políti-ca pronto pasaría a formar parte de! sentido común de la elítelatinoamericana y se inscribiría en su horizonte práctico, deter-minando sus actitudes y acciones concretas. Lo cierto es que laemergencia de este nuevo lenguaje político señalará un des-plazamiento fundamental del debate político. Éste vendríaahora a plantear una cuestión anterior a la relativa a los meca-nismos de formación de una opinión pública, que era la de losmodos de articulación de! sujeto de aquélla. En fin, indicará unanueva reconfiguración operada en e! nivel del suelo de probl/!-máticas subyacentes.65

66 Ignacio Altamirano apclaría a los modelos clásicos para definir el nue-vo paradigma de orador, cuya función excede, efectivamente, la de ilustr;-¡r ala opinión: "¡Santa y noble misión! Desde ese tiempo colocaba entre el opri-mido y el opresor, entre la ley y sus infractores, ¡cuántos desastres evitól Des-de ese tiempo el orador ha sido el protector del pobre, el sostén de su patriay el apóstol de las grandes verdades que nunca deben morir". Jgll~n.:ioAlta-mirano, "Los tres derechos", Obras completas, México, Secretaría de Educa-ción Pública, 1986, 1,36.

67 Véase George Kennedy, The Art ofPersuasion in Greece, Prillcctoll, Prin-c:eton University Prcss, 1963, p. 153 Yss.

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Deliberación política y acción retórica

El tiempo de la política

Tal desplazamiento conceptual puede definirse en ténni.-nos de géneros retóricos. El desarrollo de un concepl.o estraté-gico acompaiiaría el tránsito de una idea de la estera públicaconcebida de acuerdo con las pautas de la modalidad retóricadeliberativa-forense a otra articulada en función de un mode-lo oratorio de matriz epideíctica. El género epideíctico (la terce-ra de las formas en que tradicionalmente se dividía la oratoria)se asocia, en efecto, a una idea de la acción política conlO orien-tada a la conformación de las identidades subjetivas, dentro deun sistema que ofrece -y confronta- distintas definiciones al-ternativas posibles de éstas, mediante procesos en los cuales laapelación a [actores no racionales -tales COlnoalentar el orgu-llo, provocar vergüenza, etc.- resulta aun más decisiva que laargumentación raciona1.66 En la tradición clásica, éste se C011-vertiría en un género "sospechoso", en la medida en qüc seorientaba a'movilizar a la audiencia despertando sus instinlosy emociones, antes que dirigirse a sus facultades inte!ectuales;en fin, que se encontraba más estrechamente conectada con e!pathas que con el logos.67 Sin embargo, estudios más recientesdestacan dos funciones fundamentales que le cabían a este ti-po de discursos en el mundo antiguo (y que son las que nospermiten relacionar ese género con el concepto político estra-tégico que intentamos analizar aquí).

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58 Véase Michael Carter, "The Ritual Functions of Epideictic Rhetoric.The Case ofSocrates' Funeral Oration", Rhelorica IX.3 (1991): 209-232.

69 Ignacio Altamirano, "Los tres derechos", Obras complelas, 1, pp. 36-7."Un abogado sin elocuencia", decía, "es como un .soldado que tiene a su dis-posición toda clase de armas, pero que no sabe manejar ninguna". IgnacioAltamirano, "Necesidad de la elocuencia en el foro", op. cit., 1, p. 307.

70 Félix Annesto, Milrislas y alsillislas, p. 17; citado por Hilda Sabara, Laj)olítica en las calles, p. 90.

7] "Fue Mitre", aseguraba el porteilo Carlos D'Amico, "el que para opo-nerse al voto de los soldados de Urquiza en 1852, en vez de recurrir a las ar-mas, porque el abuso de la fuerl.a no tiene má.s remedio honrado que la fuer-za, inventó el fraude". Carlos D'Amico, Buenos Aires, sus hombres, su política(.l86()"1890), Buenos Aires, Americana, 1952, pp. ] 03-4, citado por Pilar Gon-zález Bemaldo de Quirós, Civilidad y política en 1m origenes de la Nación Argen-tina, p. 303.

En primer lugar, por detrás de esta apelación a los factoresemotivos se escondía un aspecto ritual, el cual, aunque inhe-rente a la retórica, sólo en el género epioeíctico se hace mani-fiesto,68 Según éste nos muestra, la retórica no sería sino unaespecie de mecanismo de sublimación que convierte los enfren-tamientos físicos en contiendas verbales, La política republica-na que habrá de imponerse en esos años aparecerá, en efecto,al igual que las disputas retóricas en la tradición dásica, comouna forma ritualizada de guerra, una suerte de sublimación delantagonismo ("recordemos a Foción", señalaba el mexicano Ig-nacio Altamirano, "ese pat~iota incorruptible, de quien decíaPollyeucto que era el más elocuente de los oradores, tantas veces ven-cedor de los macedonios") 69 "Aquellas luchas, casi cuerpo acuerpo", decía Armesto respecto de los comicios, "en que sitia-dores y sitiados se cambiaban mutuas injurias, tenían mucho delos legendarios combates de la Edad Media, en que la palabraacompañaba a la acción"70Se trataba, de todos modos, al igualque otras formas de movilización política, de una guerra locali-zada y acotada, que empezaba y culminaba en el día y el lugarde las elecciones, y que raravez tenía consecuencias fatales.71

72 Según muestra el género epideíctico, la acción retórica es, en palabrasde Beale, "una acción social significativa en sí misma". Walter Beale, "Rheto-rical Perfonnative Discourse: A NewTheory ofEpideictic", ]>hilosl>jJhy and Rile~lone JI, 1978, p, 225,

73 Véanse J. Poulakos, "Gcorgias' and lsocrates' Use 01' the Encamium",Tite Soulhern Sj)eechCommunicationjournal5I, 1986, p. 307, YCh. Perelman yL. Olbrechts-Tyteca, The New Rileloric. A treatise onAlgumentalioll, Natre Damey Londres, University ofNotre Dame Press, 197], p. 50. Para otras evaluacio-nes del género epideíctico, véase Lawrence Rosenfield, "The Practical Cde-bratio.n ofEpideictic", en Eugene White (comp.), Rhelorit:in Tmnsition, Uni.versity Park, The Pennsylvania State Universit)' Press, 1980.

Ese concepto estratégico de la acción política como una for-ma ritualizada de guerra tenía implícita una cierta definiciónde las contradícciones que sufriría el proceso de afirmación delnuevo orden liberal. Su punto de fisura se situaría en el hechode que no siempre será posible aislar con nitidez el ámbito delas contiendas verbales del de los enfrentamientos físicos. Enefecto, el propio modelo epideíctico, en la medida, justamen-te, en que concebía a las palabras como acciones, tendía a hacermuy tenue la línea que dividía unas de otras (desde elmomen-to en que se demuestra que un panfleto bien puede derribarun gobierno, ¿cómo distinguir una opinión contraria al gobier-no de un acto sedicioso?), Yes aquí donde aparece la segundade las funCiones propias a la oratoria epideíctica.

Como señalan hoy los estudiosos de la tradición retórica clá-sica; la ritualización de la violencia op~rada por la retórica nosupondría un mero traslado de antagonismos preexistentes a unnuevo terreno; el de los discursos. Existiría, talnbién, una di-mensión performativa (entendída en el sentido de creatividad)añadida a éstos:72 los discursos epideicticos cumplirían, ade-más de su función ritual, un papel crucial en la identificacióny transmisión de los valores -nomos- que, supuestamente,constituyen a una comunidad dada73 En los discursos fúnebres(que es el tipo más característico de este género), los individuos

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74 "La misión del periodista", decía el mexicano Francisco Zarco, "pormás pretensioso que pueda sonar, es no sólo la de expresar las opiniones deun partido, sino la de difundirlas y así conducir a la opinión pública". Zarco,Francisco, "Editorial", El Siglo XIX (1/1/1857) J.

se convierten en tipos que encarnan valores que la sociedadparticular aprecia como tales, Ésta se puede ver a sí misma re-flejada en ellos e identificarse entonces como tal. De allí la fun-ción constitutiva de sentidos de comunidad de dichos discur-sos, El orador fúnebre no se dirige, pues, a una audienciapreconstitu.ida, sino que, de algún modo, él InisIllo la forma co-mo tal en la propia acción oratoria74

Tenemos definidas aquí las coordenadas básicas a partir delas cuales se reaticulará el lenguaje político. A la difusión delideario positivista en la región cabe inscribirla en los marcos deeste proceso de reconfiguración político-conceptual más gene-ral. Éste se apartaría ya de manera radical de lo que definimoscomo el modelo forense de la opinión pública. No por ello, sinembargo, será menos inherentemente "moderno" que este otroal que vino a desalojar. Por el contrario, su emergencia señala-rá una profundización en la inmanentización del pensamientopolítico, incorporando a su ámbito aquellas instancias de reali-dad que dentro de los marcos del anterior lenguaje político apa-recían simplemente como dadas. Así como la disolución delconcepto clásico de la opinión pública, tal como lo observamosal comienzo con motivo de Fernández de Lizardi, llevó a pro-blematizar (politizar) sus presupuestos (esto es, la idea de lasnormas como constituyendo un orden objetivo y trascendentea la voluntad de los sujetos), del mismo modo, la crisis del mo-delo jurídico de la opinión pública daría lugar, a su vez, a la pro-blematización (Poliliwción) de sus premisas, a saber: el carácterobjetivo, dado, del sl/jeto de la opinión. Las mismas viejas cate-gorías se van así a rcsituar en un terreno de problcnlálicas dis-tinto, alterando radicalmente su significado.

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202 Elías J. Palti

4Representación! Sociedad civil!

Democracia

El concepto de un ser que desde cierto punto de vista debepresentarse independientemente de la representación tieneno obstante que deducirse de la representación. puesto que

sólo puede ser por ella.

JOHANN GOTIUEB FICHTE, "Segunda introducción a la Doctrinade la ciencia"

la democracia es experiencia e historia; se despliega ymetamorfosea en el tiempo, se revela y se renueva al hilo

de un tanteo que no cesa de torsionar las vistas yenriquecer las formas.

MARCEL GAUCHET, La Révolution des pouvoirs

Como es previsible, la categoría de "representación" se si-tuaría en el centro de los debates producidos tras la quiebra delrégimen monárquico. De hecho, las novedades introducidas enCádiz.bien se pueden resumir en la idea de una "inversión dela representación", Mientras que las Cortes tradicionalmenterepresentaban a los súbditos ante el rey,r con la caída de la mo-

1 Éste era también todavía el concepto de representación de FCrll;lll<.iCl.,

de Lizardi. Según cuenta El Pensador, tal sería el mandato que en diversas l.ar-tas "la voz del pueblo" le encomendó a él y a los demás periodistas: 'Tomenustedes sobre sí la representación de los síndicos, si acaso los nuestros ducr.men".José Joaquín Fernández de Lizardi, "Erre que erre", Suplemento a ElPensador Mexicano (1812), en OlJras,México, UNAM, 1968, 11I, p. 129. Siguiell"do la tradición jurídica, Fernándcz de Lizardi identifica así al representantecon el pt"Ocurador. Éste es, precisamente, el origen del concepto modernode representación. En el siglo XIVcomenzaría a usarse, en el ámbito jurídi"

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CO, el término repraesentare indicando el hecho de que un magistrado o pro~curador ocupara el lugar o actuase en nombre de una comunidad (cabe re-cordar que en la tradición clásica el término re"jJraesenlarerefería en exclusivaa objetos inanimados). En el siglo XVI, este concepto ampliaría su sentido pa-ra comprender la idea de una tejrresentacióll politicq. Aparentemente, es en elfamoso capítulo A'VI del Leznathan, de Thomas Hobbes, que aparece el primeru,namiento sistemático del concepw de representación política. Sobre la eti-mología del término 1-epraesentatio, véase Hanna Pitkin, The Concept of RcjJre-sentafion, Berkeley, University ofCalifornia Press, 1972, pp. 240-252, Sobre laidea de Hobbes de la representación política, en particulaJ~ véase José MaríaHemández, El retralo de un dios mortal, Esludio sobre la filosoJia polilica de Tho-mas Hobbes, Barcelona, Anthrop05, 2002.

2 Quien primero presentó este concepto fue, en realidad, Edmund Bur-ke en su célebre "Discurso a los e1ecwres de Bristol" de 1774. R. J. S. HofT-mann y P. Levack (comps.), Burke's Polilics. Selected Writings and Speeches, Nue-va York, A. A. Knopf, 1949.

narquía los sujetos debería'n asumir su propia representación,Los imaginarios tradicionales sobrevivirían, sin embargo, en losmodos de concebir ésta, Los sujetos a quienes habría de repre-sentarse serían aún los cuerpos del Antiguo Régimen (en parti-cular, las ciudades entendidas como formando redes de entida-des corporativas ordenadas de manera piramidal).

El inicio del proceso por el cual se abandonará este concep-to y emergerá la idea de una representación nacional unifica-da puede rastrearse en el abandono progresivo de los manda-tos imperativos (la obligación de los diputados de ceñirse a lasinstrucciones de sus electores). Roto este principio, los diputa-dos dejarán de ser meros voceros de sus comunidades de ori-gen para pasar a encarnar un principio inédito: la voluntad ge-neral de la nación constituida en los órganos deliberativos degobierno. Como mostrara Siéyesen un 'debate análogo ocurri-do en la Asamblea Nacional, y que señalaría la emergencia delconcepto moderno de democracia representativa moderna.2 esen éstos que aquélla se conformaría como tal. En definitiva, eltrabajo de la representación no es otro que la reducción a la

3 Como pedía una orden real de 1809, la elección debía recaer en "indi-viduos de notoria probidad, talento e instrucción, exentos de toda nota quepueda menoscabar la opinión pública", Citado p.or Guerra, "Elsoberano y sureino. Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina", en Hil-da Sabato (coord.), Ciud(Ulania politica y formación de las naciones. Perspectivashistóricas de América Latina, México, FCE/Fideicomiso de las Américas/El Co-legio de México, 1999, p. 55.

unidad de la pluralidad de volun tades particulares a fin deconstituir la voluntad general de la nación, Ésta no preexiste,pues, a su propia representación.

Para la escuela revisionista, la pervivencia de rasgos tradi-cionalistas se expresaría tod~1Vía,de todos modos, en los meca-nismos de elección: a quienes se designaría como representan-tes seguirían siendo, por bastante tiempo más, aquellos queposeían un tipo de preeminencia social que los habilitaba pa-ra pronunciarse en nombre de su comunidad.3 Es incluso po-sible observar un segundo tipo de inversión de la representa-ción, también propia del Antiguo Régimen: en las ceremoniasy en el boato que asumen los nuevos gobernantes no sería di-ficil hallar los rastros de una volun tad tradicional de represen-tación del poder, la exhibición de los atributos que le confierensu autoridad. Más significativa, sin embargo, sería la incapaci-dad para concebir la idea misma de una democracia represen-tativa. Rep~esentación y democracia serán vistas C01TIO térmi-nos antinómicos.

De nuevo, tan pronto como analizamos este vínculo proble-mático que se estableció entre ambos términos, vemos que és-te excedía el marco de la oposición entre tradición y moderni-dad. La imposibilidad persistente de conciliarlos resulta, por elcontrario, profundamente significativa de las líneas de fisuraque recorrían el propio lenguaje político "moderno" ("foren-se"), y por las que éste habría a la sazón fracturarse,

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Democracia y representación: el vínculo conflictivopero inescindible

4 Franc;:ois-Xavier Guerra, "El soberano y su reino", en Hilda Sabato(coord.), CituladaMa /}olitica yformación de las naciones, p. 5I.

5 El hecho verdaderamente llamativo, si~ embargo, es lo poco restricti-vo que, a pesar de ello, fue la legislación en esta materia en América Latina,si se la compara con la que por esos años se impone en Europa o Estados Uni-dos. Marcello Carmagnani y Alicia Hernández Chávez señalan, por ejemplo,para el .caso mexicano, que en la elecciones para el Congreso General de1851 participaron cerca de un millón de votantes, lo que representaba apro-

El gobierno representativo, tal como era entonces com-prendido, superponía dos principios en apariencia contradic-torios: el principio democrático en el plano de la autorizacióncon el principio aristocrático en el plano de la deliberación. Lainstauración del sufragio indirecto estaba destinada a producireste desdoblamiento. La elección recobraba así su sentido ori-ginario: sería sólo un mecanismo de selección de los mej01-es (loque nos devuelve a otro de los rasgos tradicionalistas mencio-n'ados: la representación como asociada a la preeminencia, yasea social o moral, o bien intelectual, meritocrática). El gobier-no representativo sería, en definitiva, una aristocracia electiva."Como lo dice en 1813 el presidente de \ajunta electoral de laprovincia de San Luís de Potosí con una frase de admirable na-túralidad: 'Si nos hayamos congregados en verdadera JuntaAristocrática es en virtud de la Democracia del Pueblo"'4

Para Guerra, la idea de la delTIOCraciarepresentativa comouna aristocracia electiva denuncia la hibridez de los horizontesconceptuales sobre los que pivotó el discurso independentista.Dicho concepto, sin embargo, tenía fundamentos históricosciertos. El rechazo a los mandatos imperativos y la instituciónde un sistema representativo tuvo como objeto, en efecto, tra-tar de limitar los "excesos democráticos". Esto se expresó enuna serie de restricciones al sufragio populars Como señala

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ximadamente el 20% de la población masculina adulta. "Es dificil encolltraresta proporción ", concluyen, "en sistemas propiamente censatarios." Carm;-¡g-nani y Hcrnández Chávez, "La ciudadanía orgánica mexicana, 1850-1910",en Hilda Sabato (coord.), op. cit., p. 376.José Murilho de Carvalho seilala al-go similar para el caso brasileño. Según muestra, la Constitución de 1824, co-nocida por su carácter conservador, impuso, en realidad, muchos menos exi-gencias para acceder al derecho al sufragio que la francesa de ese mismo ailo.Y esto se expresó en la práctica efectiva: en 1872, por ejemplo, votaron unmillón de personas, 10 cual representaba el 53% de la po1;llación masculinamayor de 25 aúos (Murilho de Carvalho, "Dimensiones de la ciudadanía enel Brasil del siglo XIX", i&id., p. 327). Un caso particularmente interesante esla ley electoral que se sanciona en Buenos Aires en 1821, por obra de Bcrnar-dino Rivadavia, y que permanecerá vigente, en lo esencial, el resto del siglo.Véa~eMarcela Temavasio, La revollLción del voto. Política y elecciones en BuenosAires, 1810-1852, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

G Franc;ois.Xavier Guerra, Modemidad e indejJendencias, p. 87.

El tiempo de la polftica

Marcela Ternavasio para el caso de Buenos Aires, a fin de fre-nar el deslizamiento hacia la anarquía había que desarraigarlas prácticas asambleístas, lo que se traduce en la clausura delos dos Cabildos que existían en la provincia (en Buenos Airesy Luján).

Guerra introduce aquí una distinción fundamental. En con-tra de lo que sostiene la versión épica de la independencia, se-ñala que'la participación popular no era necesariamente signode irrupción de la "modernidad" ("hay antesinnumcrablesejemplos de motines, revueltas, insurrecciones y jacquerics, concomposición y reivindicaciones populares evidentes") G Los quese organizaban alrededor de los cabildos eran aún esos "pue-blos cOncretos" propios del Antiguo Régimen. De manera in-versa, la ,imposición de un sistema representativo, nlás allá desu carácter conservador, cabría interpretarla como e~presandoun avance fundamental en el proceso de modernización polí-tica y socio,cultural.

A esta última afirmación, sin embargo, habría que matizar-la. Según señala Ternavasio, no se observa una correlación en-

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Page 106: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

tre actores definidos y tipos de imaginario, entre la naturalezasupuesta de los sujetos y sus actitudes políticas concretas (lasque fueron, en realidad, muy cambiantes y erráticas),

Los alineamientos ideológicos seguirían, también en estepunto, pues, una lógica estrictamente política, invalidandocualquier intento de extraer de ellos conclusiones respecto dela naturaleza social o cultural de los actores8

7 Marcela Ternavasio, op. cit., p. 47.8 El rechazo de los mandatos estaba íntimamente asociado, a su vez, con

el repudio a los partidos. A la inversa, en la segunda mitad del siglo XIX,conel surgimiento de las grandes maquinarias partidarias y la idea de un sistemade partidos se generalizaría la crítica a la idea de la independencia de los re-presentates. En su interpretación de tal hecho, Bernard Manin, al contrariode Guerra, señala que "la independencia de los mandatos es claramente unacaracterística no democrática de los sistemas representativos" (Bemard Ma-nin, Los principios del gobierno representativo, Madrid, Alianza, 1998, p. 2] o. Auncuando no acept.emos esta idea de Manin, hay que admitir que la exigenciade mandatos imperativos no es necesariamente "tradicionalista" (salvo que

Más allá de los resultados a los que condujo esta controversia-donde triunfaron los sostenedores de las formas represen ta-

tivas-. es preciso detenerse en algunos aspectos del conflicto.Una interpretación lnás sensible a las perspectivas de análisisque ponen el eje en la dicotomía tradición-modernidad po-dría ver en esta disputa la contraposición de principios anti-guos y modernos de representación, invocados en cada casopor grupos relativamente permeables a asumir como propiosalgunos de tales principios según sus experien~ias vitales pre-cedentes. Pero si se contempla, por ejemplo, que el mismo Ca-bildo se posicionó a favor del régimen represen tativo en estaoportunidad -no así en otras disputas similares- es precisoadmitir que la dimensión estrictamente política (coyuntural)explica gran parte de los conflictos aquí descritos.?

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209El tiempo de la política

En última instancia. quien está encargado de revelar, fabricary finalmente asentar la opinión es el cuerpo de los represen-

Sea como fuere, está claro, de todos modos, que el vínculoentre modernización política y democracia fue equívoco des-de su origen. Yen ello se traslucen problemas de orden no só-lo empírico, La definición del presidente de la junta potosinade la democr~cia representativa como ~na aristocracia electivatenía no sólo sustentos históricos reales sino, más importanteaún, basamentos teóricos fundados9 Más allá de las consecuen-cias ideológicas eventuales que su ins'tauración supuso, éstaplanteaba una serie de problemas conceptuales, haciendo difí-cil díscernir hasta qué punto su crítica expresaba meramenteprejuicios tradicionalistas o apuntaba ya a aspectos conflictivosinherentes a ese mismo concepto, Las ambigúedades respectodel carácter tradicional o moderno' de los debates que se agita-ron en torno de esta categoría se expresan incluso en las pro-pias in terpretaciones de la escuela historiográfica liderada porGuerra.

Como muestra Véronique Hébrard, tras la idea de la repre-sentación como "aristocracia electiva" subyace un deternlina-do concepto de opinión pública (con lo que encontramos aquíel punto en que ambas categorías -las de opinión pública y re-presen tación- se tocan):

consideremos {"lmbién a este profesor de la Universidad de Nueva York un re-sabio del antiguo régimen), ni tampoco una peculiaridad latinoamericana.

9 Como señala Manin, la idea de una democracia representativa fue ori-ginalmente concebida como una suerte de institución mixta. Yesto de unmodo nada arbilrario. "Hay que resaltar", dice, "que las dos dimensiones dela elección (la democrática y la aristocrática) son objetivamente verdaderasy ambas acarrean consecuencias significativas" (Bemard Manin, op. cit., p.192). "La elección inevitablemente selecciona elites, pero queda en manosde los ciudadanos corrientes definir qué constituye una elire y quién perte-nece a ella"' (ibid" p. 291).

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10 Hébrard, "Opinión pública y representación en el Congreso Constitu-yente de Venezuela (1811-1812) ", en Guerra y Lempériere (comps.), Los es-pacios púhlico.~ en lberoamérica, p. 215.

JI Véase Picrre Rosanvallon, Le peuple introuuable. Hislaire de la représenta-lion démocratúJue en France, París, Gallimard, 1998, p. 41.

12 Etimológicamente, repraesenlaresignifica hacer presente o manifiesto,o presentar Iluevamcnte, algo que se encucntra ausente.

En su interpretación, el postulado de que "quien está en-cargado de revelar, fabricar y finalmente asentar la opinión esel cuerpo de los representantes, según el principio de eviden-cia opuesto al sentido común" expresa un rasgo tradicionalis-ta que oculta una voluntad de unanimismo contradictoria conla modernidad, Pero, por otro lado, es justamente ese princi-pio, (OInOvimos, el que permitiría rechazar los mandatos im-perativos, abriendo así las puertas a la modernidad política, Endefinitiva, lras el señalamiento de Hébrard comienzan a filtrar-se dilemas que ya son propios al concepto moderno de demo-cracia representativa.

La idea representativa moderna supone, en efecto, el recha-zo del "sentido común", Como vimos, sólo este rechazo da lu-gar aljuego de la deliberación colectiva, abriendo así el espacioal trabajo de la representación. Más que de un rasgo tradicionalis-ta, surge, pues, de su propia definición, Yes también, sin em-bargo, el punto en que ésta se disloca, Encontramos aquí lo queRosanvallon llama la "paradoja constitutiva de la representa-ción",ll Ésta conjuga, en efecto, un principio de identificacióny un principio de diferenciación, Toda representación supone,de hecho, la ausencia de aquello que se encuentra representa-do;12 es decir, si no hubiera una cierk'1distancia entre represen-

13 "Es verdad que un hombre no puede ser un representante -sino só-lo de nombre- si habitualmente hace lo opuesto a lo que sus representadosharían. Pero también es verdad que tampoco es un representante -sino só-lo de nombre- si no hace nada, si sus representados actuasen directamen-te" (Hanna Pitkin, The Concept o/Representation, p. 151). "Este requerimientoparadójico es precisamente el que se refleja a ambos lados de la controversiaentre mandato e independencia" (ibid., p. 153).

14 "Obviamente, el poder representativo de una sociedad articulada nopuede representarla como un todo sin oponerse de algún modo a los otrosmiembros de la sociedad. He aquí una fuente de dificultades para la cienciapolítica de nuestro tiempo porque, bajo la presión del simbolismo democrá-tico, la resistencia a distinguir terminológicamente entre estas dos relacionesdevino tan poderosa que ha afectado también a la teoría política. El podergobernante es el poder gobernante incluso en una democracia, pero uno nose anima a confrontar este hecho." Eric Voegelin, The New Science o/ PQlilics.An lntroduction, Chicago, The University ofChicago Press, 1952, p. 38.

tante y representado, la representación no sería necesaria, pe-ro, en dicho caso, se quiebra el vínculo representativo. 13 En de-finitiva; d trabajo de la representación se desprende, precisa-mente, a partir de la arista en que ésta se destruye, Se descubreaquí la naturaleza problemática de la cuestión relativa a los man-datos imperatívos, Por un lado, es necesaria la libertad de deci-sión de los diputados a fin de dar sentido a la deliberación enlas Cámaras, La idea de que los representantes debían limitar-se a expresar la voluntad de sus mandantes refleja, en efeclo,simplemente el hecho de que no había todaVÍaemergido el con-cepto de la polítíca como fundada en un debate racionaL Pero,por otro lado, si éstos tienen libertad de decisión, ¿qué garan ti-zará que su voluntad particular habrá de coincidir con la volull-tad de aquellos a quienes dicen representar?

Tras la cuestión "técnica" de los mandatos imperativos ,úlo-raría, pues, un problema mucho más crucial, que es, en defini-tiva, el que viene a condensarse en la idea moderna de repre-sentación: la imposibilidad de conciliar la idea democrátíca conlas concretas relaciones fácticas de poder,14 Autores como Lu-

211El tiempo de la poi ítica

t.-'1otes,según el principio de evidencia opuesto al sentido co-mún. Esta opinión pública que supone la unanimidad y exclu-ye un verdadero debate constituye una vía inmediata de acce-so a la verdad y al interés general. 10

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15 "Soberanía popular", El Universal (7/12/1848), 1.22,p. 3.

Segun el sistema adoptado, unidos forman el soberano [... ]Sin embargo, una pequeñísima fraccion de esa universalidad,por un incomprensible misterio, forma en las elecciones la so-beranía: por último que por otro misterio, tambien de la po-lítica moderna, los representantes y apoderados, de individuosdependientes se convierten en soberanos, y en soberanos de

cas AJamán terminarán por revelar aquello que subyace a estevínculo ineliminable y conflictivo al mismo tiempo entre repre-sentación política y democracia. Si la idea representativa des-truye aquella otra que constituye su propio fundamento, en úl-tima instancia, sólo despliega y sirve de índice a la contradicciónaún más radical contenida, aunque de forma soterrada, en lapropia idea de soberanía papular.

Esto se liga, a la vez, a lo que llama el "misterio de la repre-sentación" por el que los apoderados se trasmutan de indivi-duos, portadores de una determinada volonté particuliére, en ex-presión de la volonté générale de la nación, y, de este modo, seerigen súbitamente en soberanos de sus poderdantes (faculta-dos, por lo tanto, a ejercer "de manera legítima" el poder derepresión sobre quienes les han delegado su poder).

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La idea representativa estigmatizará, en última instancia, labrecha insuperable entre sociedad y política, ese exceso de losocial irreductible al orden de la política (introduciendo en suseno un residuo irrepresentable que denuncia el fondo de fac-ticidad de las relaciones de poder).

La presencia de una brecha entre democracia y represen-tación no resultará extraña a Guerra. De hecho, éllermina ex-trayendo una conclusión en el fondo no muy distinta de la delpresidente de la Junta potosina. "El régimen representativo",afirma "es un gran invento", puesto que "permite conciliar lasoberanía radical del pueblo con el ejercicio del poder por unospocos".18 La democracia representativa se parecería lTIucho,pues, a una aristocracia electiva. Sin embargo, en el modo en

¿Qué cosa es representar? Es hacer papel ajeno; es fingirse otrapersona; es sustituir a la cara la careta. ¿Ypuede ser acertado unsistema que necesariamente se funda en la nlentira? Entreun Congreso y un Concilio no hay diferencia.l?

sus mismos representantes y poderdantes ¡Oh altezas, oh pro-fundidad de la tTIoderna ciencia¡I6

16 ¡bid.

17 Ignacio Ramírez, "Carta a Fidel [Guillermo Prieto)" (3/1865), Obrascompletas, IJI, p. 158.

lB Franl;ois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, p. 257.

Lo cierto es que, a diferencia de lo que ocurriera, por ejem-plo, con las nociones de opinión pública o nación, la idea deuna democracia representativa nunca alcanzará a naturalizar-se en el lenguaje político del período. Ésta permanecerá comoesa hendidura en el concepto forense de la opinión pública porla que habrá finalmente de dislocarse. Según mostraba IgnacioRalnírez, ésta hacía manifiesta la presencia de un trasfondo me-tafísico en el interior del lenguaje liberal moderno.

El tiempo de la políticaElías J. Palti

Dícesele, pues, al pueblo: sois soberano, pero no podeis ejer-cer la soberanía; es necesario que me la deis á mí para desem-peñarla. ¿Ysobre quien la vais á ejercer? ¡j¡Sobre el pueblomismo!!! ¿No es esta la burla mas infame y atroz que se puedeimaginar? [... ] ¿no es el sarcasmo mas cruel y degradante quese puede inventar? ¡Afé que si el pueblo pudiera ejercer porsí mismo esa soberanía que se la atribuye, sin necesidad de di-putados, senadores &c.,no habría tantos partidarios de sus de-rechos reales¡I5

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19 Corinne Enaudeau, La paradoja de la refrresentación,Buenos Aires, Pai-dós, 1999, p. 71. Véase también F. R. Ankersmith, PoliticalRefrn!sentation, Stan-ford, Stanford University Press, 2002.

.que él formula esta paradhja la vacía de sentido, velando el nú-cleo problemático que le subyace. La idea de democracia repre-sentativa aparece allí no mucho más que como una especie deargucia por la cual se adiciona un adjetivo para calificar al sus-'tantivo "democracia" de un modo que lo vuelva, de hecho, ifre-. conoCible. Sea como fuere, e! punto es que la idea de la demo-cracia represent.:'1tiva como una aristocracia electiva no expresanecesariamente un prejuicio tradicionalista, aunque es ciertoque tampoco capta por 'completo el sentido de la idea moder-na de ésta. En definitiva, en una y en otra perspectiva, tanto en'Ia t~sis modernista (que atribuye todos los problemas políticosa la herencia tradicionalista) como en la antimodernista (queve en e! arribo de la modernidad e! avance de una racionalidadautoritaria y excluyente), se pierde aquel núcleo problemáticoque la idea de representación designa.. Entre democracia y representación se establece, en efecto,como vimos, un vínculo conflictivo, por definición, puesto quecontiene una tensión constitutiva, pero, sin embargo, al misnlotiempo inescindible, dado que, en contextos postradicionales,quebrado ya el principio de unificación provisto por la presen-cia de un soberano trascendente, sólo en la representación y através de. ella se puede articular la identidad de aquél que serárepresentado, es decir, sólo por medio de los mecanismos in-manentes de la representación puede constituirse ese "pueblo"que habrá, a su vez, de delegar su poder en los representantes,despojándose así en ese mismo acto de ella (como dice Corin-ne Enaudeau, "toda representación es paradójica; el sí mi,mosólo se capta en ella a condición de perderse").19

El destino de la representación es así e! de ser necesaria e.imposible al mismo tiempo. Se encuentra, por ello mismo,

20 Eric Voegelin, The New ... , p. 37.21 "Es, en efecto", decía Thomas Hobbes, "la unidad delrej)resentanlfl, no

la unidad de los represent.ados lo que hace la persona una". Thomas Hobbcs,. Levialhan, o la materia, fanna y poder de una República ecúsiáslica y civi~ México,FCE. 1984 .•p. 135. El rechazo a los mandatos imperativos se fundó,justamen-te. en el supuesto de que la unidad de la voluntad no preexiste al propio tra~bajo de la representación.

215El tiempo de la política

siempre amenazada por partida doble. La primera alternativapara lograr la identidad del representado y el representante esllanamente eliminando este último, esto es, mediante la demo-cracia directa. Pero ello sólo traslada de terreno la parad~ja dela representación, del plano del poder constituido al de! ¡Joder cons-tituyente, sin por ello resolverla. La problemática que entoncessurge es cómo se constituye, a su vez, el propio poder constitu-yente. Esto es lo que Eric Voegelin llama la cuestión de la'arti-culación de lo social:2o cómo la pluralidad de sujetos se reducea la unidad.21 La segunda alternativa para lograr la identidadentre representante y representado consiste, inversamente, enla alienación del segundo en el primero, esto es, en la comple-ta delegación en éste de sus facultades soberanas. Pero enton-ces se destruye igualmente el vínculo representativo. El repre-sentante, independizado ya de sus representados, viene ahoraa representar una soberanía inexistente, lo cual en un sistclnarepublicano de gobierno implica privarlo de su legitimidad.

En definitiva, la representación se articula en función dcun doble exceso: de lo social respecto de lo político, pero tam-bién de '¡o político respecto de lo social. Este último, encarna-do en el principio jurídico de la soberanía, dota de unidad alsujeto, provee aquel suplemento por el cual éste adquiere unaidentidad. Esto es lo que Rosanvallon llama la representación:fi-guración. El primero de los excesos, encarnado en el principiode la soberanía popular, condensa todo aquello que no puede,sin embargo, reducirse a esa unidad, lo que da lugar a lo queRosanvallon llama la representación-legitimación. El trabajo de la

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representación supone la supresión del rasgo distintivo de losocial: su heterogeneidad, puesto que de lo contrario su repre-sentación sería imposible, y, al Inismo tiempo, su preservación,puesto que, en tal caso, ésta se volvería ociosa. La ausencia deuna voluntad generalunilicada, destructiva del vínculo repre-sentacional, es también su condición de posibilidad. La diago-nal de la represen tación se desprende así a partir de una do-ble fisura. Por un lado, ésta presupone aquello que la destruye'(la distancia que separa al representante de su representado)y, por otro, sólo se constituye sobre la base de aquello que lahace al mismo tiempo innecesaria (la voluntad general de lanación). Así como la constitución política del "pueblo" comosujeto unitario y soberano presupone y excluye al mismo tiem-po la representación, inversamente, la representación presu-pone yexcluye al mismo tiempo la heterogeneidad de lo socialrespecto de la política. Es en ese doble exceso, la trascendencia-inmanencia de lo político respecto de lo social (la simultánealigazón-independencia del orden de la representación respec-to de aquello representado: primera aporía) y la necesidad-im-posibilidad de reducir la heterogeneidad de lo social a la uni-dad de la política (segunda aporía), que se hace manifiesta lanaturaleza eminentemente política (esto es, en última instanciaindecidible) de la representación.

Si la representación presenta aporías insolubles, ningunade las alternativas para eliminarla resulta, no obstante, más con-sistente o menos problemática. La historia de las figuracionesde la política moderna en el siglo XIX latinoamericano, en de-finitiva, no es sino la de los diversos intentos ...."...-siemprepreca-rios'e inestables-'por confrontar la serie de contradiccionesresultantes del fenómeno de inmanentización de las relacio-nes de poder (las cuales se verán privadas ya de toda garan tíay sanción trascendenteL que son las que vendrían, en fin, a en-carnarse en la categoría de democracia representativa (volvién-dola particularmente revulsiva en los marcos del lenguaje po-lítico del período). Hacia mediados de siglo, ésta se traduciría

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22 Esto, en definitiva, permite romper con el supuesto de la autoeviden-cia del concepto de democracia representativa y tomar en serio los. problemasque históricamente éste ha revelado. Como señala una de las autot-jdades enel tema, confrontados a la variedad}' ambigüedad de usos del concepto, "10que debemos buscar no es una definición precisa, sino el modo de hacerjus4

ricia a las varias aplicaciones particulares de la representación en los diversoscontextos -cómo aquello ausente se hace presente y quién lo considera así".Hanna Pitkin, Tite concept .. " p. JO.

23 "¿Hasta qué.punto", se pregunta Guer:a, "esta larga y, sin embargo, in-completa enumeración de condiciones y etapas se dio .en la realidad? ¿O setrata -aún, y no sólo para América Latina, de un horizonte en parte inalcan-zable por el carácter ideal del modelo hombre-in dividuo-ciudadano? Fmn-{:ois-Xavier Guerra, "El soberano y su reino", en Hilda Sabato (coord.), Ciu-

dadanía política ... , p. 61.

El tiempo de la política

en términos de cómo dar expresión a la heterogeneidad socialcomo tal, cómo representaren el plano político-institucional aque-llo irrepresentable por definición, puesto que señala justamen-te aquello que lo excede (esto es, el principio de la soberaníapopular). La idea de la lucha entre "modernidad" y "tradición"no sería sino uno de los diversos modos por los que ~e trataríade dar cuenta de esa fisura inherente al concepto de represen-tación.22 Ésta es también. sin embargo, la historia del descubri-miento, por parte de los propios actores, de la imposibilidadde hacerlo, de la revelación de las limitaciones de un esquemaexplicativo que sólo puede comprender las contradicciones co-

,mo resultantes de meros desajustes fácticos, empíricos (la im-posibilidad práctica de hacer coincidir la realidad con el mo-delo ideal) .23

La quiebra del ideal deliberativo de un orden republicano,que se condensa en el concepto forense de la opinión pública,permitiría replantear la cuestión de la relación entre democra-cia y representación sobre bases completamente distintas. Lacombinación de ambas categorías en un único concepto, el dedemocracia representativa, supondrá, a su vez, la re definiciónde los términos involucrados (permitiendo, respectivamente, el

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Lastarria y la representación social

surgimiento de dos neolog'ismos, los de "representación social"y "gobernabilidad"). No obstante, para que ello fuera posible,sería necesario antes introducir entre ambos un tercer térmi-no, el de "sociedad civil", la cual se distinguirá entonces de esaentidad más vaga llamada "opinión pública". Se empezaría asía tejer la red categorial que conformará un nuevo campo se-mántico cuya articulación nos conduce más allá de los confinesdel lenguaje hasta entonces disponible.

219El tiempo de la política

demos descubrir e! sentido profundo de las polémicas que en-tonces se agitaron en torno de éste.

De hecho, entre ambos momentos de la historia político-in-telectual latinoamericana yace una cisura fundamental. Lasproblemáticas que habrán de plantearse, y los marcos catego-dales con que se abordarán, son ya otros. La quiebra del idealde una opinión pública unificada articulada a través de los me-canismos de deliberación colectiva que permiten converger ha-cia esa Verdad en que descansa la vida de la comunidad, el des-cubrimiento de las divergencias como constitutivas de la política,plantearía la necesidad de pensar cuáles eran aquellos divajes so-ciales más permanentes que resistirían su reducción a una unidad. y,fundamentalmente, cómo volver esas diferencias representables,

. a fin de minarlas en su singularidad. Surge aquí, pues, la cues-tión de la representación sociaL

En los marcos tradicionales de la historia de ideas, la emer-gencia de ese -concepto, de claras reminiscencias corporativas,aparece como la prueba más palmaria de la pervivencia de ima-ginarios tradicionales (lo que le permite a Guerra.referirse alPorfiriato como el "Antiguo Régimen", en un demasiado obvioanacronismo). Ésta cobra un sentido mucho más sustantivo, sinembargo, cuando la analizamos a la luz de la serie de proble-máticas que venimos analizando. Lejos de representar un rc-greso a los tipos de imaginario social propios del Antiguo Ré-gimen, las-nuevas teorías organicistas de lo social se revelan,por el contrario, como señalando una profundización de laidea de la inmanencia del poder.

De hecho, el modelo forense de la opinión pública guarda-ba aún resabios de trascendencia. Éste presuponía ya la exis-tencia de un público idealmente homogéneo, al cual se trans-ferirán los atributos propios del soberano medieval. Rota laidea de una Verdad objetiva en que este supuesto se fundaba,surgirá la pregunta de cómo concebir un tipo de objetividadde lo social compatible con1a evidencia de la diseminación delsistclna de las diferencias sociales. Son estas mismas las que,

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Hacia la segunda mitad del siglo, que es cuando se difundeel ideario positivista, la quiebra de! ideal de una opinión públi-ca unificada, articulada en torno de una Verdad, colocaría enel centro de la reflexión la pregunta, inexpresable en los mar-cos del modelo forense, de cómo representar sujetos singula-res corno tales. Se abrirá así un nuevo horizonte de interroga-ción, para el cual el vocabulario hasta entonces disponible nocontaba ya con categorías con que abordarlo.

Si, como vimos, el tópico de la "incomprensión de la demo-cracia representativa moderna" (cuyo concepto supone perfec-tamente transparente) brinda un marco explicativo, no del to-do desacertado, aunque sí insuficiente para desentrañar lacompleja trama de problemas que a lo largo de la primera mi-tad de siglo se escondería por detrás de dicho concepto, pro-yectado subsecuente mente .en el tiempo resultaría ya por com-pleto inadecuado. Trasladado a la segunda mitad del siglo,obstaculizará la comprensión de lo que se encontraba enton-ces concretamente en debate. Éste vaciará de sentido las polé-micas que se suscitaron en ese período, reduciéndolas a una se-rie de lamentables malentendidos que no merecen ningúntrataf9iento histórico más..específico ni cuya comprensión de-manda esfuerzo intelectual alguno. En definitiva, sólo si pene-tramos e! núcleo aporético que subyace a dicho concepto po-

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24 Lo que trata allí de pensar es "la sociedad como un conjunto de insti-tuciones orgánicas, todas las cuales reposan sobre las mismas leyes de inde-pendencia i correlacion, constituyendo así una especie de confederacion en-tre los difer~ntes órdenes". jasé Victorino Lastarria, "Elementos de derechopúblico constitucional teórico positivo ¡político" (1846), Obras completas]: .és-

ludios políticos y co.nstituciona!.es, Santiago, Impr. Barcelona, 1905, p. 193. Estetexto, cabe aclarar, fue elaborado antes de su adopción del credo positivista,la que no se.produce, según cuenta en sus Memorias sino hasta 1868. El tér-mino "positivo" que se encuentra consignado en el título del escrilO antesmencionado aparece allí en su acepción jurídica más lata.

25 Sobre la vida y la obra de Lastarria, véanse Alamiro de Ávila Marte! el

al., .ésludios soJ:reJosé Victorino Lastarria, Santiago, Universidad de Chile, 1988,YAlejandro Fuenzalida Gr,mdón, Laslama y su tiempo, Santiago, n/s., 198].

probada su imposible subsunción a una voluntad general uni-ficada, deberán ahora articularse mutuamente a fin de consti-tuir un bien colectivo (el que no excluiría ya, sino que integraríaa la pluralidad de intereses -y, en definitiva, racionalidades-sociales). La obra del chileno José V. Lastarria permite obser-var cómo se produce esta transición hacia un nuevo lenguajepolítico en cuyos marcos. todas las categorías fundamentalesque venimos analizando habrán de redefinirse.

La pregun ta respecto de cómo volver represen table una so-ciedad que alberga una pluralidad irreductible de intereses, ne-cesidades, inclinaciones y pareceres particulares aparece enLastarria muy temprano en el contexto latinoamericano. Éstaocupa un lugar central en un escrito que data de 1846, "Ele-mentos de derecho público constitucional teórico positivo i po-lítico",24que sirvió como plataforma a la revolución liberal de1851 (lo que le costaría a Lastarria su puesto en la universidada pesar de que él personalmente no participó de la revuelta).25Lastarria distingue allí :'Iainstitución civil i política llamada Es-tado" de otra.s instituciones que en su conjunto conforman lasociedad civil. El primero constituye, dice, el "poder político",al que opone un "poder social" diversificado en esferas autóno-mas entre sí (eJ comercio, la industria, las artes, las ciencias,

Para formarse una idea exacta del poder del Estado no debeconfundirse con la del poder social en jeneral, porque de nohacerlo así se perdería la justa independencia en que debenestar las diferentes esferas de la actividad social. El poder so- .

etc.) .26 "Por consiguiente, no cabe duda", afirma, "que la socie-dad debe dividirse en tantas sociedades particulares cuantosson los fines principales en que se divide el fin social".27Estepoder social constituye, en definitiva, la soberanía nacional, lacual es inalienable, "porque la sociedad no podría despojarsede su poder jeneral a favor de una persona o de muchos sincontrariar su propio fin, puesto que renunciaría por este solohecho a la mas preciosa de las prerrogativas, al atributo esen-cial de su personalidad colectiva".28El gran problema políticoy constitucional es, para él, cómo dar expresión institucionalindependiente a este poder social hasta ahora confundido conel poder político y oprimido por él.

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26 "'La institución civil i política llamada Estado, después de haberseemancipado de la institucion relijiosa, se ha arrogado y ejercido la tutela detodos los demas negocios humanos. Esta tutela ha podido ser lejítima mién-tras que el desarrollo de las dernas instituciones sociales no ha adquirido bas-tante enerjía para que éstas se dirijan POI- sí mismas; pero hace mucho tiem-po que ha llegado a ser opresiva i ha detenido el progreso de la actividadhumana. Es verdad que hasta ahora solo la relijion y el derecho se han cons-tituido socialmente por medio de la Iglesia y el Estado; pero las sociedadespropenden en su progreso al desarrollo libre e independiente de la indus-tria, del comercio, de las ciencias i de las artes, i se hacen esfuenos para dara estas esferas de actividad una organización que les sea propia a fin de ga-rantirlas contra las influencias de otros poderes, cuya intenrención altera máso menos su carácter i pone trabas a su perfeccion." José Victorino LastalTia,"Elementos de derecho público constitucional teórico posiLivo i político",Oln-as cornllletas, 1, pp. 47-8.

27 José Victorino LastalTia, "Elementos de derecho público constitucio-nal teórico positivo ¡político", op. cit., 1,p. 46.

" ¡bid .• pp. 53-4.

El tiempo de la politicaElías J. Palti.'".:

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"Ibid., pp. 50.1.30 [bid.• p. 191.

c¡al existe en la socic?ad, ies en suma el conjunto de todas lasfuerzas puestas en movimiento por la sociedad isus miembrosen las diversas esferas de la actividad humana. Ya hemos vistoque el finjeneral del hombre i de la sociedad' se compone delos fines moral, relijioso, cienúfico, artístico, industrial, comer-cial i político; por consiguiente el poder social se cOlnponetambien de los poderes encargados de realizar estos fines par-ticulares, de los cuales no debe faltar ninguno en la sociedad,aunque no todos existan en la debida proporcion (... ] Lajustaseparación que debe existir entre todos ellos, según su natu-raleza especial, es la que asegura a todas las esferas de la acti-vidad h~mana su independencia respectiva, ial mismo tiempoes la única garantía contra los males que sufriría la sociedad siel poder político se absorbiese a todos los dernas i anulase laaccion del poder social en jeneral. 29

La soberanía nacional no puede reducirse al poder políti-co sin destruirse como 'tal; aquélla excede siempre a éste. De loque se trata es, pues, de diseñar mecanismos inmanentes de in-tegración social, comprender cómo es que todas estas funcio-nes especializadas puedan "encaminarse a la realizacion del finjeneral del hombre, aunque cada una funcione bajo la accion.de un principio especial.30 Y esto plantea, a su vez, un proble-ma anterior respecto de cuál es la estructura de ese poder so-cial (los "fines principales en que se divide el fin social"), cuá-les son los sujetos a los que habrá de representarse.

Esto invierte, de algún rnodo, l(~situación anterior; saldadafinalmente la segunda de las cuestiones, mucho más compleja y.dificil de resolver, que se plantearía de inmediato tras la inde-pendencia, a saber, cuál era esa entidad que iba a ser represen-.tada, a partir del momento en que se quiebra el supuesto delindividuo como la base natural de la sociedad (aquello que en-

31 En su proyecto, la representación se distribuye del siguiente modo:"Por los intereses relijiosos y morales, cinco [diputados]. Por cl interes de la3gricultura, veinticinco. Por el interes de 13 mineri3, quince. Por el illtcresde las manuf3cturas ioficios industriales, diez. Por el comercio jemeral isusindusu'ias auxiliares, treinta". José Victorino LastalTia, "Bosqucjo de 1l11<l com-titución política arreglada a los principios i doctrinas de la cicncia", oJ>. cil.,

11,p. 543.32José Victorino Lastarri3, "Elementos de derecho público COllStitllcio~

n31 teórico positivo i político", oft. cil., 1, p. 42.. 33Lastarria mantiene así en su proyecto constitucional un doblc sistemade representación; se limita a coloc3r, al lado del sistcma tradicional de re-presentación política, articul3do en función del principio de la mayOlú nu-méric3, un sistem3 de represent3ción soci3l, organiz3do a partir de un con-junto de instituciones especializadas que darí3n expresión a los diversoscomponentes de los que se conforma la socied3d.

223El tiempo de la política

tonces se había rápidamente naturalizado en el discurso políti-ca), resurge, sin embargo, la primera de ellas: cómo está consti-tuida la nación. En este punto reaparece de Inanera inevitablela idea de una Verdad. La noción de representación social es, endefinitiva, inseparable también de un saber, de una ciencia delo social; presupone una determinada sociología81 La sociedades, para Lastarria, el sujeto de la representación (representación-legitimación). Pero, a la inversa, para serlo, ésta debe, a su vez,poder tornarse objeto de representación (representación-figu-ración). Yes aquí donde reemerge el papel del Estado. "El Go-bierno", dice Lastarria, "no solo debe conocer la riqueza i recur-sos de la nacion, sino tambien distribuirlos i dirigirlos (... ], debeconocer sus fuerzas i poseer en suma cuantos conocimientos secomprenden en el vasto círculo de las ciencias sociales".32

El planteamiento de! problema de la representacíón-figu-ración de lo social permite así a Lastarria reintroducir aquelloque había, en un principio, intentado eliminar o al menos li-mitar: e! papel del Estado como instancia unificadora en tantoencarnadu'ra del principio aristocrático-inteligente, que es elque debe figurar lo social para volverlo representable.33 Esto

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34 José Victorino Lastania, "Elementos de derecho público constitucio-nal teórico positivo i político", op. cit., " p. 56.

35 La articulación de una totalidad orgánica sólo puede ser el resultadode una largo trabajo de autoconstitución de lo social, de afirmación de las di.

...

supone, obviamente, un:saber especializado ("i es fácil conce-bir", concluye, "que estas condiciones de capacidad no se en-cuentran en todos los individuos de una sociedad") .34 El inten-to de poner en caja aquellos elementos de lo social (el ámbitode la diversidad) que no aceptan reducirse a lo políticojurídi-ca (el ámbito de la unidad) termina así haciendo emerger demodo más descarnado aquello de la política que excede lo so-cial (y le permite constituirse como tal).

La tensión entre poder político y poder social reproduce, enúltima instancia, aquella otra entre razón yvoluntad señalada porGuerra, que permite introducir restricciones a los derechos po-líticos. Por cierto, el liberalismo de Lastarna no era democrático.Sin embargo, más significativo que su aristocratismo es cómo co-menzaba entonces a redefinirse el concepto de democracia; aun-que esto sólo se observará con más claridad en sus escritos tar-díos: En lo inmediato podemos sí ver cómo la perspectiva deLastarria reformula las relaciones entre tradición y modernidadpolíticas, invirtiendo, de hecho, el esquema de Guerra.

En efecto, a diferencia de Guerra, para Lastarria la persis-tencia del principio de representación política, fundado en la, pura voluntad popular, expresaba la presencia de "resabios i re-miniscencias del réjimen antiguo". Por el contrario, la nociónde representación social -que, vista desde la perspectiva delpactismo ilustrado, aparece como una vuelta al ideal corpora-, tivo colonial- era la forma propiamente "moderna" de gobier-no, su ideal último. En fin, el modelo político "organicista" nosería de una mera propuesta de república posible, una forma pre-liminar ylransitoria en la marcha hacia un supuesto ideal eter-no de república verdadera representado por el concepto pactis-ta-ilustrado, sino una forma diversa de concebir esta última.35

versas esferas de actividad y su mutua compatibilización. "La época de la uni-dad está aun lejana, pero es preciso aproximarla, preparando su realizacion.Cuando existan en su completa organización los poderes sociales, formarántodos una verdadera rej)resentación social, eligiendo cada uno de ellos sus res-pectivos funcionarios: esta representacion será diferente de todas las conoci-das, porque su mision no consistirá en intervenir directa i continuamente enel movimiento de los órganos particulares, ni en darles la lei i la IcjislacioD,sino únicamente en velar para que ninguno salga de su esfera, para que guar-den las relaciones de almonÍa i consigan el fin social que le ha cabido en suer-te."José Victorino Lastania, "Elementos de derecho público constitucionalteórico positivo i político", op. cit., 1,pp. 195-6.

36 Véase HannaPitkin, TheNew ... , pp. 60-91.

Luego veremos cuál era el ideal de democracia implícito eneste concepto. En todo caso, está claro que de ningún modo setrataba de un regreso a un ideal premoderno. Éste surgió de larevelación de un conjunto de aporías implícitas en el concep-to ("moderno") de representación política; aportará una res-puesta al interrogante respecto de cómo llenar la brecha entrerepresentante y representado, sin reducir llanamente uno aotro; en suma, CÓlDO conciliar representación y delDocracia.

Esto supondría, a su vez, la reformulación de ese interro-gante. En los marcos del nuevo lenguaje que entonqces comen-zaba a emerger, y que denominamos "el concepto estratégico'de la sociedad civil",'éste habría de retraducirse en el de cómoestablecer un vínculo existencial entre representante y represen-tado, hallar algún tipo de identidad sustantiva entre ambos quegarantice que la voluntad del diputado habrá de coincidir demanera espontánea con aquella que manifestarían eventual-mente s;'s votantes (algo que el mecanismo purament~ formalde la autoriz~ción no alcanza~ía aún, a asegurar). 36 Aquí radica.el núcleo de la idea de representación social. La introducciónde la consideración de la problemática relativa a ¡as condicio-nes sustantivas de la representación conllevaba ya una reconfi-guración fundamental del lenguaje político. Este concepto de

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225El ti~mpo de la políticaEJías J. Palti224

Page 115: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

Positivismo, organicismo y semecracia

37 José Victorino Lastarria, "Lecciones de política pusitiva", o/). cit., 11,

p,27L

El ideal iluslrado de una sociedad perfectamente homogé-nea escondía, para él, un Ílnpulso autoritario. Por el contrario,

227

Una gran nacionalidad, aunque tenga un mismo orUen, unamisma historia iun mismo territorio, puede tener también va-rias unidades sociales, iconstituir en cada una otros tantos Es-tados o gobiernos [",] De la misma manera puede haber dis-tintas nacionalidades, i por consiguiente diversas unidadessociales, sometidas a un solo Estado, [.,,] En todas estas com-binaciones ien las dernas que puedan existir, el Estado es siem-pre una institudon social i politica que representa el principiodel derecho para mantener la armonia i correlaciones ele lasdiversas esferas de la actividad social; de modo que la teoríapolítica de la nación, o de la sociedad civil, no es el Estado,aunque sea la existencia de éste la que la constituyc.38

la política positiva es aquella que permite distinguir la naciona-lidad del Estado y concebir las naciones y sociedades como en-tidades heterogéneas,

Esta perspectiva lleva a reforzar su "organicismo", radicali-zando la oposición entre los dos principios que antes había trd-tado de equilibrar, La teoría de la representación política y lateoría de la representación social, según asegura ahora La~ta-rria, articulan horizontes de sentido incompatibles entre sÍ, Laprimera participa del orden especulativo; la segunda, del or-den activo.39 Ambas se desenvuelven según dos lógicas distin-tas, La deliberación se ordena en torno del principio de la ma-yoría numérica; la representación, en canlbio, es irreductible aésta, No se trata sólo de defender el derecho de las minorías, Esteconcepto, dice el autor, "es todavía una cosa lnui vaga e indefi-nida", No sólo porque resulta indefinible ("¿qué es a priori una

38 [bid" p, 223,3\1 "Enjeneral", dice, "la accion de todos los miembros de la sociedad en

esta grande obra de cooperación es de dos maneras, especulativa o .Kt.iva".Jósé Victorino Lastarria, "Lecciones de política positiva", op. cit., 11, p. 89.

El tiempo de la políticaElías J. Palti226

Este funesto error subsiste porque todavía se admiten dos ab-surdos capitales de la falsa teoría del contrato social, aun porlos que ya no creen en esa teoría, a saber: que la soberanía [delEstado] es ilimitada, i que el poder político que la ejerce tie-ne su base en la abdicación que hacemos de parte de nuestralibertad para conservar el resto.3i

Lastarria representa, no obstante, un intento aún algo prema-turo. una [ornla lransicional en la definición del nuevo concep-to estratégico de la sociedad civil que cobrará perfiles más ní-tidos sólo décadas más tarde, acompañando la difusión delideario positivista en la región, La obra posterior del propioLastarria resulta aquí también ilustrativa.

En sus Lecciones de política positiva (1875), Lastarria retoma,tres décadas más tarde, las mismas ideas antes esbozadas, ree-laborándolas ahora en clave comteana, Si bien sus planteas nose alteran en lo esencial, se observan en ellos algunos desplaza-mientos sugestivos. En primer lugar, aparece ahora de maneraexplícita la crítica antes implícita al modelo pactista moderno,Según descubre, son las visiones contractualistas (absurdas e in-sostenibles en lo teórico, según dice) las que llevan a confun-dir el poder social con el poder político y, de este modo, "escla-vizan la actividad de todos los elementos de la sociedad a lavoluntad del Estado",

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Page 116: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

El recolocar su foco en los intereses sociales (alegadamen-te plurales, por definición) le permitirá a Lastarria desprender

40 José Victorino Lastarria, "Lecciones de política positiva", op_ cit., lI,

p.335.41 ¡bid., p. 334.42 ¡bid., pp. 327-28.

minoría?") ,40 sino, fund::unentalmente, porque no cumple consu objetivo. Los defensores de la representación proporcional,dice, enumeran "como una de las escelencias de esta nueva for-ma la de que en ella se arnpara la representación d-e las minorías,en lugar de decir que su verdad ijusticia consisten en que .am-para la representación de todos los intereses colectivos de la na-cion".41 Un interés social, en definitiva, no puede someterse ala decisión colectiva; su representación no es un objeto pasiblede votación en la medida en que su definición constituye la pre-misa de toda representación.

El poder de decision, si se le considera como una condicion dela autoridad de una asamblea d.eliberante, es un derecho co-lectivo, impersonal, que tiene su razü:n de ser en necesidadesde hecho i que por la fuerza de las cosas reside exclusivamen-te en la mayoría; mientras que el derecho de representacion,que se practicó por medio del sufrajio popular, es un derecho,imprescriptible de la sociedad, que ejercita cada ciudadano in-dividual i personalmente, para constituir la representacion so-berana_;i esto es lo que se ha confundido por una preocupa-cion funesta desde el oríjen del sistema representativo. Enjeneral, las elecciones se hacen por la simple mayoría de votosabsoluta o relativa, como si tratara de una decisión. [... ] Enrealidad, lo que se pone en votac:iónno es la eleccion de taleso cuales representantes, sino mas bien la cuestion de cuál frac-cion de los sufragan tes habrá de tener representación.42

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43 Quien expn':sa más claramente esto es el colombiano Rafael Núñez."La controversia política", dice, "es tan necesaria para el progreso de la ci~n-cia de los gobieluos y de la ciencia de la legislación, que cuando desapareceuno de los grandes pal-tidos, por cualquiera causa extraordinaria, el sobrevi-viente se divide, y sus fracciones o ramas luchan con igualo mayor calor delque acostumbraban emplear al hacer cara al extinguido adversario común".Rafael Núñez, "La reforma política en Colombia. Filosofía de la situación"(1882), en Leopoldo Zea (comp.), Pensamiento positivista latinoammmno, Ca-racas, Ayacucbo, 1980, 11, p. 233_

44 Éste sería de no muy distinta naturaleza a cualquier oúa forma de vio-lación del principio de libre contratación. ~'Todalimitación opuesta al der~-cho de sufrajio que desnaturalice el ejercicio completo de la soberanía, serátan injusta como los requisitos que la ley opusiera a los contratos de los par-ticulares, contrariando su libertad de trabajo i su libertad de contratar." JoséVictorino LastaITia, "Lecciones de política positiva", a-p. cit., I1, p_308.

al mismo tiempo su concepto político del supuesto de la exis-tencia de un saber objetivo de lo social y un órgano especiali-zado que lo expresa (el Estado). De este modo, este acentuadoorganicismo_ en la medida en que legitima las diferencias po-líticas, abrirá por fin las puertas a la idea de partidos en tantoque 'encarnaciones de c1ivajes sociales objetivos, lo que se tra-ducirá, a su vez, en el diseño de un modelo mucho más "demo-crático" (algo que, en el marco de las oposiciones tradiciona-les de la historia de ideas resulta paradójico) .43 En contra de loque sostenía treinta años antes, ahora, con el partido liberal yaen el poder, denunciará todo intento de limitación del sufra-gio como un acto despótico.44

Este desplazamiento ideológico, sin embargo, nos dice to-davía poco respecto de su pensamiento político: en definitiva,tampoco es cierto que su idea anterior, aún ceñida de modoparcial a los postulados pactistas, fuera inherentemente aristo-crática, ni es~a otra organicista, intrínsecamente democrática.Ambas son derivaciones posibles pero no necesarias de aque-llas premisas conceptuales, determinadas, en cada caso, máspor consideraciones políticas prácticas que por la estricta lógi-

El tiempo de la polfticaElias J. Palti228

Page 117: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

45 La representación social surge de la necesidad "de constituir separa-damente una autoridad que represente el principio del derecho, i este po-der de constituirla es lo que en ellcngu.ye de los políticos modenos se llamasoberanía nacional, b soberanía de los pueblos, como poder supremo i ante-rior al del Estado".José ViCtorino Lastarría, "Lecciones de política positiva",

"" op. cit" II, p. 300,

ca in terna de sus postúiados. Más significativos al respecto sonlos deslizamientos, algo más sutiles, que se observan en el niveldel aparato argumentativo que subtiende a dichas posturas. És-tos revelan cómo la idea misma de "democracia" se había rede-finido, asociándose a la noción de "semecracia" o "gobierno desí" (self-gouernment).

El giro más crucial que produce la ruptura con el concep-to deliberativo es el que permite a Lastarria arrancar el princi-pio de constitución de una totalidad social del marco del or-den estatal y reinscribirlo en el seno de la propia sociedad. Lafiguración social se despliega ahora en un ámbito anterior al, de la deliberación (y,por ende, del Estado político).45 Remitea la estructura del c~unpo en que ésta se desenvuelve, el de suscondiciones objetivas de posibilidad: toda deliberación colec-tiva, toda "opinión pública", presupone ya un sujeto de ésta,una "sociedad civil". Dado que ella no es el resultado sino lapremisa de la deliberación, la pregunta que surge de inmedia-to es cómo se constituye, a su vez, ésta. El régimen de la repre-sentación proporcional señalaría, precisamente, el mecanismode autoformación de lo social, el medio para la articulación, noconsensual sino estratégica, de un fin general a partir de la plu-ralidad de fines particulares; así se constituiría la expresión ins-titucional y el medio para el trabajo de definición respectiva ymutua compatibilización entre las diversas esferas de actividadsocial.

El mecanismo de la representación funcional o social ex-presa así la emergencia de un nuevo tipo de ideal de autogo-bierno (self-gouernment) o semecracia. La superación del princi-

pio de la deliberación como único fundamento del orden ins-titucional terminaría, para Lastarria, con la fuente de los desa-justes e'ntre política y sociedad, que es la que permite la tiraníade los representantes sobre los representados.

231

46 José Victorino Lastarria, "Lecciones de política positiva", op, cil., 11, p.4] 1. "El Estado", decía Alberdi en ]872, "puede ser visto como un mandata.rio respecto de la sociedad, cuyos intereses y destinos representa. Pero res~pecto de los poderes delegados que ejercían el gobierno de un pueblo de~mocrático y republicano, el Estado o pueblo soberano no tienen más relaciónque la del mandante con el mandatario, relación que no admite canciónju-ratoria de parte del poderdante, sino del apodcrado".juan Bautista Albcrdi,Escritos pó.~lumos,VlIl, p. 133.

47 José Victorino Lastarria, "L~cciones de polílica positiva", op. cil., 11,

p. 391.

Hasta aquí, según' estos principios, la delegación polí tica po-dría tener un caracter mas adecuado a los fines del verdaderosistema representativo, i si se lograra establecer la manera dehacer efectiva la responsabilidad del representante en su lnan-dato especial se obtendria una garantía contra los peligros queresultan de dar al delegado una superioridad peligrosa sobresus comitentes. [ ... ] La ventaja mas trascendental que en estesiglo ha conquistado la semecracia, o el gobierno del pueblopor sí mismo, es la de establecer el sistema representativo de¡nanera que los depositarios del poder político no tengan niel poder ni los medios de hacer mal, i este bien inapreciableno se ha. obtenido sino haciendo franca i espedita la respon-sabilidad de los mandatarios dentro del círculo bien determi-nado de sus atribuciones.46

La representación social, concluye Lastarria, "no solo es laverdadera representación, sino una obra de justicia, de liber-tad, de verdad, de paz i de política"47 Este ideal de gobierno,ya por completo extraño al modelo jurídico de la opinión pú-

El tiempo de la política

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Elías J. Palti230

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48 [bid., p. 77.

El asociacionismo y el ideal del self-government

blica, se sostiene en un fundamento muy diverso del de aquél:el principio de asociación.

Según vimos, el proyecto político original de Lastarria bus-caba dar cabida en el sistema institucional a los diversos ele-mentos particulares que constituyen lo social, sin destruirloscomo tales. Esto implicaba eliminar ese exceso de lo social res-pecto de lo político identificando uno y otro en el plano de larepresentación-legitimación, es decir, haciendo ambos domi-

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233El tiempo de la política

49 "Espíritu de Asociación", El Monitor Republicano, 5a época, xVII.4.?66(13/10/]867), p. 1 (Firmado: Cabino F. Bustamame).

50 Pilar Conzález Bernaldo de Quirós, cp. cit., p. 249.

nios caextensivos a fin de evitar que alguno de los factores quecomponen lo social se perdiera en el ,mecanismo de la delega-ción del poder. Éste, no obstante, no podría evitar que en la ins-tancia de la representación-figuración se pusiese de manifiesto,inversamente, todo aquello de lo político que excede lo socialy pelmite a éste constituirse. La articulación de un concepto po-lítico coherente fundado en la idea de la representación socialo semecracia supondría así un segundo movimiento por el cualse eliminara también este último exceso resituando el principioconstitutivo de lo social en el seno de la propia sociedad civil.De este modo se completará la mutación conceptual puesta enmarcha por la crisis del modelo jurídico'de la opinión pública.Ésta será expresiva, en definitiva, de la serie de transformacio-nes que en esos años habrán de reconfigurar la esfera públicalatinoamericana (y del que la alteraciones antes analizadas encuanto al papel que asumió la prensa periódica en la articula-.ción del sistema político es, en última instancia, una de. sus ex-:presiones), a partir de la afirmación de una vasta red de asocia-ciones civiles especializas.

En efecto, en la segunda mitad del siglo XIX se registra una"fiebre asociacionista". "Por todas partes brotan sociedades ar-tísticas, congresos científicos, asociaciones de obreros", seilala-ba en México El Monitor RejJUblicano49 De manera análoga, Pi-lar González comprueba "una eclosión de esas formas desociabilidad" en Buenos Aires.50 De un extremo al otro del con-tinente los latinoamericanos se reunieron entonces en un am-plio abanico de organizaciones de la más diversa especie, des-de las más reputadas e influyentes (como los clubes literarios,científicos, sociedades de prensa y profesionales, etc.) hastaotras (como la sociedades para auspiciar bailes, clubes de aje-

Elías J. Palti

La asociación representa un tipo de Verdad objetiva y subje-tiva a la vez; sirve simultáneamente de principio de inteleccióny de principio de acción; conjuga, en fin, el orden especulativo yel orden activo, permitiendo así reunir la representación-legiti-mación y la representación-figuración. Pero para comprenderel sentido que entonces adquiere este concepto de asociación, ycómo fue que Lastarria llegó a éste como el punto nodal de suteoría política, es necesario considerar la serie de transformacio-nes que se operaron en el plano de las prácticas políticas en elcurso de las tres décadas que median en tre Elementos y Lecciones.

La asociacion es el modo verdadero i completo de realizar to-dos los fines del progreso social, es la palanca de la actividadhumana, el medio de combinar todas las fuerzas, todos los ele-mentos que se hallan separados i que deben entrar a formarel equilibrio social. [... ] Es, pues, necesario crear el equilibriosocial pór medio de la asociacion, ipara poder utilizar esta pa-lanca poderosa, es indispensable buscarle su punto de apoyoen la verdad48

232,1.

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51 ¡bid .• p. 266..52 Fran.;ois-Xavicr Cuerrd, Modemidad e independencias, p. 91.

drez, agrupaciones deIans de las divas de la ópera, ete.), orga-nizadas en tomo de cuestiones menores o para la organizaciónde actividades cotidianas y eventos sociales. Estas sociedadescongregarían, en su conjunto, a miles, quizá millones, forman-do una densa malla que ligaría al tejido social desde su interior(de hecho, éstas cruzaban de manera transversal las diversas re-giones, clases, ideologías, etnias, comunicando así a los distin-tos segmentos de su población). Como señala Pilar Gonzálezespecíficamente en relación con la segunda mitad del siglo XIX:

"la novedad del período radica menos en la presencia de refor-mas institucionales o transformaciones de las relaciones defuerza socioeconómicas que en esa extensión de la esfera polí-tica, que acompaña la reactualización de las instituciones repu-blicanas".51

Uno de los aportes más importantes de la escuela de Gue-rra a la historiografia del período fue,justamente, el de llamarla atención sobre la importancia del fenómeno de proliferaciónde las "sociabilidades modernas". Para Guerra, la importanciade su desarrollo radicó en que ellas cristalizaron en la prác-tica el modelo de una comunidad de individuos reunidos porvínculos contractuales libremente asumidos; en fin, proveye-ron la base material, el suelo de experiencia concreta a partirdel cual se alzó el imaginario social "moderno". "Poco a poco",asegura el autor, "a medida que se difunden este tipo de socia-bilidades y el imaginario que las acompañan, la sociedad ente-ra empieza a ser pensada con los mismos conceptos que la nue-va sociabilidad: como una vasta asociación de individuos unidosvoluntariamente cuyo conjunto constituye la nación o el pue-blo ".52 Siguiendo esta misma línea de argumentación, Pilar Gon-zález afirma:

53 Pilar González Bernaldo de Quirós, op. cit., p. 316.

235

Pese a las diferencias entre las formas analizadas has~ aquí, esun hecho que esas asociaciones comparten ciertas caracterís-ticas comunes: se organizan a partir de formas con tractuales eigualitarias de relación que suponen la noción de individuo

,moderno y desarrollan un tipo de lazo específico, el de la so-ciabilidad asociativa. Se trata de un lazo secundario, revocabley por lo tanto de naturaleza contractual que implica compar-tir un conjunto de valores que reúnen e identifican a los miem-bros de todas las asociaciones más allá de los objetivos especí-ficos de cada una de ellas. En realidad, esos intercambiosresponden a una misma representación del individuo [como]ser racional, sociable por civilidad y social por un acto volun-tario. En la asociación -nos tienta decir "por la asociación "-,el hombre se convierte en un ser social. La asociación sólo exis-te en el marco de esos individuos--seres racionales, libres e igua-les que deciden formalizar sus intercambios a partir de unacuerdo común.53

Esta afirmación debe, no obstante, matizarse. Al igual queentre el desarrollo de un sistema de prensa periódica y del con-cepto de opinión pública, analizados antes, entre el conceptocontractualista y el movimiento asociacionista no hay un víncu-lo directo y necesario. En definitiva, la relación entre procesosmateriales y fenómenos conceptuales no es nunca unívoca nitransparente. La interpretación señalada es sólo una de las di-versas lecturas que ese fenómeno aceptaría. En todo caso, lasasociadánes civiles tenían también implícitas, de un modo qui-zá mucho más pertinente, otro modelo de sociedad, distintodel pactista, que es justamente el que habrá de' remodelar elideario liberal en la segunda mitad del siglo XIX, pero cuya in-teligibilidad se encuentra obturada por el esquema que iden-

El tiempo de la política.Elias J. Palti234

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titica el organicismo con un regreso a un ideal social premo-derno,

En efecto, dichas asociaciones parecían cristalizar la formamoderna básica de autoorganizacíón social espontánea, pre-via a toda deliberación;' en fin, serían la encarnación actuali-zada del antiguo ideal republicano de autogobierno en con'textos sociales heterogéneos y complejos. Sin duda, ésta erauna perspectiva altamente estilizada de aquéllas. Tales organi-zaciones no eran, en verdad, ni democráticas ni homogéneas.Mientras que algunas eran fuertemente aristocráticas y exclu-sivistas (como el Círculo Francés, el Jockey Club, etc.), otras(como las asociaciones de ayuda mutua y sindicales, las igle-sias protestantes, etc.) organizaron a vastos sectores de las cla-ses bajas; mientras que algunas manifestaron puntos de vistapolíticos sumamente conservadores (en especial, aquellas aso-ciadas a la iglesia católica), otras (entre las que se incluían nos610varios de los clubes políticos tradicionales ymuchos de losnuevos sindicatos obreros, sino también organizaciones forma-das en tomo de temas específicos, como las ligas contra la li-dia de toros, y aun un activo movimiento feminista) sostuvie-ron programas muy radicales, e incluso de extrema izquierda;por último, mientras que algunas trabajaron en estrecha alian-za con el gobierno (como la agrupaciones conectadas con laeducación, la prevención del crimen y la salud pública), otrassirvieron de plataforma para la acción de fuerzas opositoras alos regímenes establecidos (tanto desde la izquierda como des-de la derecha).

No obstante, aunque el carácter especializado de estas aso-ciaciones imponía de manera necesaria exclusiones en algu-nos respectos, éstas permanecían -al menos idealmente- almismo tiempo abiertas en otros. Por ejemplo, aun las agrupa-ciones socialmente más exclusivas podían ser -y de hecho lofueron- muy amplias y permisivas en cuanto a los puntos devista políticos de sus miembros; a la inversa, aquellas organi-zaciones articuladas en tomo de programas políticos muy pre-

cisos, que exigían un fuerte compromiso ideológico por par-te de sus integrantes, solían agrupar.y comunicar gente demuy diversa extracción social, y así sucesivamente. por otro la-do, tal red de asociaciones civiles resultaba, por su propia na-turaleza, mucho más comprensiva, 'socialmente hablando, queel sistema político. De ella participaban, de hecho, sectores,como los miembros de las colonias extranjeras, que no goza-,ban, por definición, de derechos políticos. En última instan-cia, el sujeto de la "sociedad civil" no era el ciudadano (en tan-to sujeto racional, despojado de, todo apetito singular, quedelibera en la plaza pública), sino el hombre (en tanto sujetode intereses, inclinaciones y expectativas particulares, que seagrupa para bregar colectivamente por éstas). Las asociacio-nes civiles eran, en suma, a la vez integrativas y exclusivistas;encarnaban un modo específico de integración social y parti-cipación política que era, según se postulaba, igualitaria y, almismo tiempo, sensible a las condiciones diferenciales de susmiembros.

La sociedad civil se distingue así de los mecanismos de con-formación de una opinión pública. El espacio social entonces sefragmenta. Éste no conforma ahora un todo homogéneo, sinoque alberga pluralidad de actores agrupados sectorialmente, queno buscan acceder de manera colectiva a ninguna "verdad delcaso", sino defender y armonizar entre sí sus intereses específi-cos. La totalidad social ya no se organiza a partir de una Ver-dad unificada, sino de un bien común que nace del propio tra-bajo de mutua compatibilización de pluralidad de aspiracionesy demandas particulares. Surge así un nuevo concepto del tra-bajo de la representación; en palabras de Voegelin, una nueva pers-pectiva respecto del mecanismo de la articulación de lo social.Ésta no se constituye de manera discursiva sino estratégica apartir del mismo juego de los antagonismos y las transaccionesmutuas. Su orden es, pues, siempre precario; debe ser conti-nuamente reforzado y reconstruido. E! espacio público se con-vierte así, en fin, de un foro para el debate de ideas en una suer-

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54 Como señalaba por entonces Alberdi: "La gran razón de superioridadde la política dc los intereses y convenicncia sobre la política de los p,inci-pios o derechos absolutos, es que ella hace posible la paz. Dos intereses opues-tos son siempre susceptibles de conciliarse; dos principios opuestos no pue-den ceder un ápice sin destruirse, No hay medios derechos ni mediasverdades en e1lcngll~e de la filosofia del derecho". Juan Bautista Alberdi, £s-m'los póstumos, XII, p. 402. Éste, dice, es el "método anglosajón n, que es "el detransacción, el compromúo, el arreglo conciliatorio como medio de resolver susconflictos, por concesiones de uno y otro lado" (ibid., p. 220).

te de arena para la oposición y nlutua articulación de interesessiempre singulares.51

De este JTIodo, el CalUPO social asegura la inlnanencia de suámbito, se instituye como un espacio autoconstituido y cerradosobre sí. Se completa con esto el segundo movimiento concep-tual de reducción de lo político a lo social, recolocando el me-canismo de articulación de lo social en el interior de la propiasociedad. Ello, no obstante, tendrá un precio. El reenvio de larepresentación-figuración al seno de la sociedad conducirá demodo inevitable a internalizar las aporías de la representación.

En este punto, sin embargo, debemos volver a lo analizadoantes respecto de los orígenes del concepto estratégico de laopinión pública. La introducción de la noción de representa-ción social abriría las puertas a todo un nuevo campo de apli-cación, un nuevo terreno para la acción estratégica, apenas es-bozado anteriormente, y que conduce del plano de la "opiniónpública" al de la "sociedad civil". Esto se asocia al problema yamencionado a propósito del escrito temprano de Lastarria res-pecto de la figuración de esa sociedad a la que debe represen-tarse, según el concepto de representación social; esto es, có-mo se identifican, cuál es la naturaleza de esos sectores socialesa los que el sistema institucional debe dar expresión, qué as-pectos, en fin, resultan relevantes para su definición.

La afirmación de un nuevo lenguaje político sólo se produ-cirá cuando se descubra, por parte ya de una segunda genera-

55 Como señala Voegelin', "la articulación es la condición de la represen-tación". Pero, inversamente, "a fin de cobrar vida", continúa, "una sociedaddebe producir el representante que habrá de actuar por ella"; en fin, lo socialno preexiste ~ los modos de su representación. Eric Voege1in, op. cit" p. '11.

239El tiempo de la política

ción de pensadores positivistas, que no sólo lo social corno to-talidad no preexiste a los modos de su figuración, sino tampo-co aquellos diversos grupos que lo constituyen. Su unidad eidentidad como tales conlleva ya un cierto trabajo de represen-tación. En definitiva, los grupos funcionales, a diferencia de losindividuos, que constituirían una supuesta base natural, no sonalgo meramente dado; su conformación participa ya del orden dela política. El campo de la acción estratégica se amplia así paracomprender también al proceso histórico objetivo de articula-ción de una sociedad civil, que es la condición de posibilidad deuna voluntad general de la nación.55 La politización de la re-presentación política se despliega ahora en una politización dela re-presentación social. Recién entonces habrá verdadera-mente de cristalizar la idea formulada por Mitre de la acciónpolítica como un trabajo de la sociedad sobre sí misma. Pero éste yano se trataría de una acción retórica (de matriz epi deíctica) , si-no de una intervención material operada sobre e! cuerpo social(éste fue, de hecho, e! período en que cobraron forma en Amé-rica Latina una serie de instituciones disciplinarias, como el sis-tema penitenciario, la educación elemental, ete., que expan-den concretamente el área de intervención posible de! Estadosobre la sociedad y los individuos). Ves aquí donde encorllra-mos el límite del "positivismo" de Lastarria. Más allá de su ag-gilYmamentlY en materia de fuentes teóricas, Lastarria seguíasiendo aún un representante típico de la clase política queemerge en la primera mitad del siglo. La afirmación del idea-rio positivista estuvo asociada, por el contrario, a un recambioque se produjo en el plantel gobernante, que se tradujo, a su vez,un desplazamiento en cuanto a las orientaciones profesionales

Elías J. Palti238

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5ÓJuan Bautista AJberdi, E~c,.itospóstumos, VIIJ, p. 6J5:57 Sobre el concepto pastoralista, véase Elías 1- Palti, La invención de una

legitimidad, cap. v.

de sus miembros: los abogádos, como Lastarria, cederían en-tonces sn lugar a los médicos.

En efecto, la medicina emergió en esos aÍios como el para-digma de una disciplina al mismo tiempo fundada en lo teóri-co y orientada hacia lo práctico -y, por lo tanto, adecuada a laresolución de los asuntos sociales-; esto es, curar las tan fre-cuentemente invocadas "patologías sociales y culturales" lati-noamericanas. Ella encarnaba, en fin, el idea!jJastoralista de unsaber universal e individual a la vez ("Ia política", decía Alber-di en 1873, "se acerca más a la medicina que a la moral. Ella de-be sus auxilios y cuidados a todos los vivientes") .56 En este ideal

. pastoralista se condensa el sustrato político, el fundamento im-plícito y negado, a la vez, del fenómeno asociativo.57

La formación de sociedades científicas, y en especial médi-cas, aparece como participando de aquel proceso general an-tes señalado de autoorganización social. Sin embargo, esto lle-vó a confundir dos fenómenos muy distintos entre sí. Las nuevassociedades médicas no eran, como las anteriores sociedadescientíficas; parte de la República de las Letras, y los nuevos médi-cos, a diferencia de los médiciens-philosophes del siglo anterior, noeran hombres de letras hablando a otros hombres de letras enun pie de igualdad. Éstos se dirigían ahora a una sociedad quecarecía del tipo de conocimiento que ellos poseían. Los médi-cos vendrían ahora a encarnar esa Verdad que se ha arrancadoal Estado para alojarse, por su intermedio, en la propia socie-dad ci\~l.El intento de dar cuenta de la heterogeneidad de losocial, de superar la contradicción entre Estado y sociedad, en-tre democracia (en el plano de la representación-legitimación)y aristocracia (al nivel de la representación-figuración) se re-suelve así en la diseminación del poder, en la proliferación e in-lnanentización de los sistemas de autoridad.

58Juan Bautista AJberdi, F'..Scntospóstumos, VIII, p. 355.

El "punto de vista médico" vejaba, pues, tras el ideal de laautoorganización, asimetrías fundamentales de poder. Tenien-do como meta la modelación de las conductas colectivas, el di-seño de las políticas públicas implicaba, de hecho, la desubje-tivación del público, reduciendo a la sociedad y a los individuosa objetos de las técnicas disciplinarias y el tipo específico de sa-ber asociado a ellas (los especialistas conocen siempre mejorque los pacientes lo que éstos necesitan). Aun así, la objetiva-ción de la sociedad inherente a ese punto de vista no era nece-sariamente contradictoria con el concepto de la sociedad civilcomo encarnación del ideal democrático de autogobierno. Laacción pastoralista no se concebía como emanando de una ins-tancia superior a la sociedad. Representaba sí, sin embargo,una definición particular del concepto de democracia comoautogobierno. Éste se interpretaría, en este contexto, ~o en elsentido tradicional de autolegislación, como se hada en los mar-cos del modelp forense, sino en el de autocontrol, término quehabría entonces de traducirse por el de gobernabilidad, entendi-do como la capacidad de un medio social dado para mantenerbajo control sus propias tendencias antisociales ("el self-govern-ment en que consiste la libertad", decía Alberdi en esos arios,"empieza en el hombre por el gobierno de su propia voluntad,por el dominio de sí mismo") .58

Vemos aquí las consecuencias que tendría el reenvio de larepresentación-figuración al seno de la sociedad ci\~l,pero queLastarria no podría ya tematizar. Este traslado producirá unaescisión en su seno. La sociedad civil se convierte de este mo-do en objeto y sujeto a la vez de la representación, pero ambasdimensiones se desdoblan en las figuras del médico-sujeto-re-presentante y del paciente-objeto-representado. Reencontra-mos aquí las paradojas de la representación proyectadas ahoraen un plano superior (el de la representación social). En defi-

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59 En el plano de la teoría política,' esta nueva mutación conceptual de-rivará, a su vez, en una nueva crisis del concepto de sistema de partidos. Los tex-tos clásicos al respecto son Robert Michcls, Les parlis politiques. Essai sur les ten-dance oligarchiques des démocraties, París, Erncst Flammarion, 1914; M.Ostrogorski, Democracy alld tite Organi:wtion o/ Political Parties, Chicago, Sey-mOtlr Martin Lipset, 1964, y Max Weber, Prom Max Weber.Essays in Sociology,Nueva York, Oxford Univcrsity Prcss, 1977.

nitiva, en los marcos de este concepto estratégico de la acciónpolítica, la representación social (el trabajo de los expertos) só-lo se justifica bajo el supuesto de la existencia de un desfasajeentre los intereses objetivos y la voluntad subjetiva manifiesta. de [os sujetos representados. Ésta únicamente cobra sentido so-bre la premisa de que los sujetos no pueden identificar y repre-sentar por sí mismos su identidad y naturaleza, con lo que sequiebra, sin embargo, de nuevo, el vínculo representativo. Tanpronto como esta escisión se despoje de su velo de naturalidad, y se tome objeto de escrutinio crítico, el concepto positivistadesnudará sus inconsistencias, poniendo de manifiesto la natu-raleza aporética de la noción de representación social. El pro-yecto de mutua reducción de lo político y lo social, de volverambos dominios coextensivos, de lograr una coincidencia sus-tantiva entre representante y representado mediante el expe-diente de asegurar un vínculo de tipo existencial entre ambos,se revelaría entonces tan inviable en la práctica como insoste-, nible en la teoría,59 pero no por ello menos fundamental, sinembargo, si se pretendía reconciliar la idea representativa conel principio democrático.

En síntesis, el positivismo, al mismo tiempo que abre a lapolítica los procesos de articulación de las identidades subjeti-vas, va a ocul~ar la naturaleza política de su accionar tras el ve-lo de un saber objetivo de lo social. Ahora bien, si el nuevo mo-, delo estratégico de la sociedad no podría tampoco prescindir. aún de una cierta idea de Verdad, de una instancia trascenden-te a la política, el punto es que va a trasladar ésta a un plano

243

60 Ya en el siglo siguiente, el peruano Mariano Cornejo comenzaría aplantear, aunque todavía en clave positivista, algunos de los problemas qüc plan-tearía el concepto asociacionista. No obstante, para él los males que éste aca-rrea sólo pueden ser remediados por el propio desarrollo del asociacionis-mo. "El número creciente de asociaciones", dice, "tiene un resultado que eilcierto modo se opone al principio mismo del sentimiento solidatio, cuya ten-dencia.es sobreponer el amor del gmpo sobre el egoísmo, porque la supre-macía del grupo está en razón inversa con el número de asociaciones a quepertenece .un mismo individuo. Comprendido éste en una sola asociación, espor completo absorbido por ella." Mariano Cornejo, "L'l. solidaridad, sínte-sis del fenómeno social" (1909), en Zea (comp.), Pensamiento positivista lati-noamericano, JI, p. 488.

distinto, anterior y más prilnitivo, de realidad. Ésta ya no se si-túa en el nivel de los objetos de la deliberación colectiva, sino,en el de los modos de definición de sus mismos sujetos. En to-do caso, el pensar la institución de un orden ya desprovisto detodo fundamento objetivo, de toda Verdad, se sitúa más allá delhorizonte de lo pensable en el siglo XIX; nos traslada a un uni-verso conceptual radicalmente distinto.

Analizar cómo entra en crisis este nuevo modelo estratégicode la sociedad civil escapa, sin embargo, al alcance del presenteestudi060 Basta aquí con señalar cómo la mutación conceptualque introdujo el positivismo supuso una alteración de los len-guajes políticos, una reformulación de los modos de definiciónde las categorías políticas fundamentales no menos crucial quela que se prod1tio junto con la crisis de la independencia. Másimportante aún, a ésta de ningún modo cabría concebirla co-mo un mero regreso a un ideal premoderno de sociabilidad, ocomo alguna suerte de formación ideológica transaccional en-tre "modernidad" y "tradición". Por el contrario, representóuna profundización en la inmanentización del concepto del po-der, indicaría un intento aún más radical por dar cuenta de lascontradicciones resultantes de la quiebra de toda garantía tras-cendental al ordenamiento institucional, marcando así un Uln-bral superior en la problematización del concepto liberal-repu-

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blicano. La tarea ya no sera interrogar cómo, por qué y ennombre de qué derechos pueden los sujetos aceptar dejarsesometer, sino ITIOstrarcómo se producen concretamente lasrelaciones de subordinación. Así como la mutación político-conceptual producida con la independencia supuso una am-'pliación concreta del ambito de la política, comprendiendoaquello que en los imaginarios tradicionales aparecía como da-do, una emanación de un orden trascendente (las normas fun-damentales constitutivas de la comunidad), el nuevo lenguajesurgido en la segunda mitad del siglo supuso, a su vez, la in-corporación al ambito de la política de una instancia de reali-dad (los modos de articulación de los sujetos colectivos y su re-presentación institucional como tales) que en los marcos delanterior modelo forense aparecía como su premisa. Superadoeste umbral ya no cabría tampoco un nuevo regreso; sería im-posible reconstituir la serie de idealizaciones en que aquél sefundaba. En definitiva, ello determina un principio de irrever-sibilidad de los procesos conceptuales que no viene dado porel supuesto telos hacia el cual se orientan o deberían orientar-se (dado que no existe "ni director, ni guión, ni papeles defi-nidos de antemano") ,61 sino por las propias realizaciones pre-cedentes, la historia de efectos que alinea los discursos en unhorizonte abierto, contingente, volviendo así "a la compren-sión de los regímenes políticos modernos ante todo una tareahistórica: un largo y complejo proceso de invención", comopedía Guerra 62

244 Elías J. Palti

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Conclusión. La historia político-intelectual como historia de problemas

Bien lejos de corresponder a una incertidumbre prácticasobre sus distintos modos de funcionamiento, el sentido

flotante de la democracia participa fundamentalmente desu esencia.

PIERRE ROSANVALLON, Por una historia conceptual de lo político

Un faltante nos obliga a escribir, que no cesa de escribirseen viajes hacia un país del que estoy alejado. Al precisar el

lugar de producción, ante todo quisiera evitar el "prestigio"(impúdico, obsceno, en su caso) de ser tenido como undiscurso acreditado por una presencia, autorizado para

hablar en su nombre, en fin, que supone de qué se trata.

MICHEL DE CERTEAU, La fábula mística

Un arúculo reciente de Terence Ball ilustra cierta encruci- 'jada ante la que se encuentra hoy la historia intelectual. En él,Ball discute la tesis de la esencial refutabilidad (eontestability) delos conceptos,l que afirma que el sentido de los conceptos me- •dulares del discurso ético, político y científico no puede nun-ca ftjarse de un modo definitivo; esto es, que "no hay ni puedehaber criterios comunes compartidos para decidir qué cuentaen estética por 'arte' o en política por 'democracia' o 'igual-dad"'.2 Tal tesis, según afirma este autor, resultaría atractiva en

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;j.61Guerra. "De lo uno a lo múltiple: Dimensiones y lógicas de la Indepen-

dencia", en MeFarlane y Posada Carbó (comps.), lndependcnce and Revo/ufian

in Spanish America, p. 56.62Guerra, "El soberano y su reino", en Hilda Sabato (cDord.), op. cit.,

p,35.

IVéase Willliam Connolly, The Temu of PoliticalJ)iscOtlTSe, Princcwn, Prin-cctan UniversilY Press, 1983.

é)rcTence Ball, "Confcssions ofa Conceptual Historian", Finnish YeaToookof Politieal TJwught 6,2002, p. 21.

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3 El prólogo a Conceptual Change and the Constilulion, que Ball escribe jun.to con Pocock, es, de hecho, uno de los alegatos más ardientes en favor deesa tesis. Véase Tcrence BaH yJ. G. A. Pocock (eds.), Conceptual Change andlhe Constilulion, Lawrence, K..-'1nsasUniversity Press, 1988, pp. 1-12.

Si los conceptos constitutivosdel discurso politico, ypor lo tan-to, de la vida política, fueran, en efecto, esenaalmenterefutables,entonces no podría haber lenguaje moral común o léxico cí-vico, y por ende, comunicación, y por ende comunid~d, inclu-so siquiera esperanza de establecer y mantener una comunidadCívica.Si la tesis de la refutabilidad esencial fuera cierta, enton-ces, el discurso político, y por lo tanto, la vida política, se tor-

. naría imposible, y exactamente por las mismas razones por lasque la civilidad y la vida social son imposibles en el estado denaturaleza imaginario y solipsista de Hobbes: cada individuoes una mónada, radicalmente desconectada de cualquier otroindividuo en la medida en que habla una suerte de lenguaje

especial para los historiadores, puesto que no sólo aporta unaclave para comprender el cambio conceptual sino, además, per-mite hacerlo 'de un modo valorativamente neutraL Desde estaperspectiva, ninguna teoría política podría afirmarse como su-perior o más verdadera que cualquiera otra, De hecho, segúnconfiesa Ball, él mismo la compartió por mucho tiempo, hastaque empezó a descubrir sus deficiencias,3

En primer lugar, dice, conlleva una falacia metodológica,puesto que parte del hecho contingente de que ciertos concep-tos han sido históricamente refutados (contested) para extraerde allí una ley universal acerca de su naturaleza. Por otro lado,tendría además, en segundo lugar, implicancias éticas negati-vas, dado que si no hubiera forma de f~ar el sentido de los con-ceptos políticos fundamentales, si cada uno pudiese interpre-tarlos a su manera, la idea misma de comunidad se volveríainconcebible.

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En última inste'lncia, afirnla BaH, la tesis mencionada tieneimplicancias autoritarias, En caso de que surgieran desacuerdosrespecto del sentido de conceptos tales como "poder", "liber-tad", 'Justicia", etc" el entendimiento mutuo se lograría sólo pordos medios: la conversión o la coerción; "y presumiblementeaquellos que no puedan ser convertidos deben ser coacciona-dos (excluidos, silenciados, ridiculizados, ignorados, ete.) ".5

Este autor señala un pun~o fundamental, aun cuando la for,ma en que lo formula no resulte del todo apropiada. Está cla-ro que afirmar que la tesis de la esencial refutabilidad de losconceptos conduce a una suerte de solipsismo, volviendo inl-posible tod~ forma de comunidad, es exagerado y, en últimainstancia, erróneo. Lo que esa tesis señala es la imposibilidad'para una comunidad de constituirse de manera plena comouna totalidad orgánica, perfectamente integrada y homogénea.Como afirma Pocock,. toda sociedad relativamente complejaal- .berga pluralidad de código's'o I~;;g~;'jes p;líticos.6 Lo cierto es 'q;:;-~1atesi'¡cte"I;'-esencial refutabilidad de los conceptos no nie-ga, en principio, la posibilidad de f~ar el sentido de éstos, aun-que afirma sí que ello es posible únicamente dentro de los mar- .'cos de una determinada comunidad política O lingiiística7

4 Tcrcncc Hall, "Confessions ofa Conceptual Historian ", FinniJh Yearboohor Political17wughl 6, 2002, p. 24.

!í [bid., p. 23:(,Véase J. G. A. Pocock, Virlue, Commetce, and f/islory, Cambridge, Cam-

bridge University Press, 1991, pp. 1-36.7 Quien sostuV? esta afirmación de un modo más sistemático fue Stanley

Fish, en su provocativo texto ls There a lext in tltis Class? [Stanley Fish, Ú 'I11e-1-e fl, lexl in litis Class? (Cambridge, Mass., Cambridge University Press, 1980)].

privado de su propia factura. Dado que estos lenguajes indivi-duales no pueden traducirse o entenderse mutuamente, cadahablante es forzosamente un extraño y un enemigo para losdemás.4

E~tiempo de la polfticaElías J. Palti246

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8 Sandro Chignola, "Historia de los conceptos, historia constitucional, fi-losofía política ", Res publica, VI.ll-] 2, 2003, pp. 27-68.

9 Las ideas historiográficas de esta generación de autores se encuentrancondensadas en PierangeJo Schiera (ed.). Per un(L nuova siona constiluzionalee soziale, Napoles, Vita e Pensiero, 1970.

10 El libro de Schiera, OUoHintze (Nápoles, Guida, 1974), fue clave en ladifusión de las ideas históricas de este último autor en halia.

Así formuladas, las diferencias entre ambas posturas pier-den su carácter irreductible (de hecho, Ball no ignora que elsentido de los conceptos políticos cambia con el contexto desu enunciación), Pero, de este modo, se nos escapa también elnúcleo de la controversia. Ball está en lo cierto, en realidad, encuanto a que esa tesis tiene implícita una premisa más "fuerte",que es la que él rechazaría. De acuerdo con ella, no sólo toda, fijación de sentido sería inevitablemente parcial, relativa a unlenguaje particular, sino que, además, sería siempre precaria.Yello por causas que remiten menos al contexto histórico ex-terno en que se desenvuelven los lenguajes que a razones mu-cho más 'inherentes, intrínsecas ("esenciales") a éstos. Un ar-tículo de Sandro Chignola resulta ilustrativo al respecto,8En ese artículo, Chignola distingue dos etapas en el desa-

rrollo reciente de la historia conceptual italiana. La primeraaparece centrada alrededor de Pierangelo Schiera y el Institu-to halo-Germánico de Trento, que en los años setenta renova':'ron de manera decisiva los enfoques relativos a la historia cons-tituciona1.9 Su modelo'interpretativo, de matriz hintzeana,IO• permitió la revalorización del elemen to lingúístico en la articu-lación de las relaciones políticas, enfatizando así la necesidadde historizar los conceptos a fin de proceder a una reconstruc-ción más precisa, típic(}-ideal, de la experiencia polí tico-consti-tucional moderna,Una segunda vertiente historiográfica, identificada con la

obra del "Grupo de Investigación de los Conceptos PolíticosModernos", dirigido por Giuseppe Duso en el Instituto de Fi-> '

I1 Al respecto, véanse Giuseppe Duso (ed.), llpotere. Per la sloria della fila-sofia política moderna, Roma, Car~cci, 1999, y La logica del polere. Stmia concejJ-tuale como filosofia politca, Roma, Latterza, 1999.

12 Sandro Chignola, "Historia de los co~ceptos,historia constitucional,filosofía política", op. cit., VI.] 1-12, 2?03, p. 35.

losofía de la Universidad de Padua, habrá, sin embargo, de irmás allá, reformulando el objeto mismo de la historia concep,tuaL11 Según afirma esta escuela, para descubrir el sentido de"v"las categorías políticas modernas no basta con trazar largas gé-nealogías conceptuales o historizar sus usos. Lo que se requie-re, más bien, es una tarea de "crítica y deconstrucción". "Silosconceptos políticos modernos poseen una historicidad especí-fica", insiste Chignola, entonces "será posible reabrir la discu-sión en torno de ellos y de su intrínseco carácter aporético ",12

Como ve~os, ambas corrientes acuerdan en cuanto a]a his-toricidad de los conceptos_ Ambas se apartan ya, pues, de loscánones de la antigua historia de ideas, Sin embargo, parten dela base de visiones muy distintas respecto de la,fuente y la na-turaleza de la temporalidad histórico-i,ntelectuaL La primerafase en la temporalización de los conceptos busca revelar quelos cambios que los conceptos sufren a lo largo del tiempo no !

siguen ningún patrón preestablecido y dirigido a la realizaciónde una meta final: la iluminación de la definición verdadera detal concepto. Sin embargo, la indefinibilidad de los conceptosestá asociada aquí todavía a factores de na'turaleza estrictamen-te empírica. Indica una condición fáctica, un suceso circuns-tanciaL Nada impide aún, en principio, que éstos puedan esta-bilizar su contenido semántico, Desde esta perspectiva, si anadie se le ocurriese cuestionar o alterar el sentido de una ca-tegoría, éste podría mantenerse de manera indefinida. No haynada intrínseco a los conceptos que nos permita anunciar o enten-der por qué sus definiciones establecidas devienen inestablesy,llegado el caso, sucumben, La historicidad es aquí a la vez ine-vitable y contingente, Los conceptos, en' efecto, cambian con,

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;X~Jsegúnentiendo, quien in~jor define esta perspectiva es Hans Blumen-berg, cuando discute la teoría de la secularización. Lo que, para Blumenberg,la ~odernidad hereda de las antiguas escatologías no es ninguna serie decontenidos ideales traducidos en clave secular, sino, fundamentalmente, unva~ío, respltante de la quiebra de las ~osmovisiones cristianas. Éstas ya noaportarán respuestas a una pregunta -aquella respecto del sentido del mun~d~ frente a la cual, sin embargo, la modernidad no podría permanecer in-diferente. En última instancia, los diversos lenguajes políticos modernos noserán sino otros tantos intentos de llenar significativamente ese vacío, tratarde asir, tornar inteligible, crear sentidos a fin de hacer soportable un mundoque, perdj~a toda idea de trascendencia, no puede dejar de confrontar pe-ro tampoco aceptar la radical contingencia ("irracionalidad") de sus funda~"mentas; £;stoes, la "esencial refutabilidad" de las categorías nucleares de to-do discurso ético o político postradicional.

el tiempo, pero la historicidad no es una dimensión constituti-va suya.Para decirlo e~ términos de Ball, éstc>~son siempre, de

\ hechc>,refutados, pero ello no significa que sean esencialmente¡refutables.,j El desarrollo de una perspectiva más fuerte respecto de la! temporalidad de los conceptos supone el traslado de la fuente. .

de la contingencia del contexto externo al seno de la historiaintelectual misma. De acuerdo con este último punto de vista,el hecho de que los con~eptos no puedan fijar su significadono refiere, en efecto, a una 111eracorroboración empírica, algoque podría eventualmente no ocurrir, aunque, en los hechossiempre lo haga. Indica, por el contr"rio, .I:IIloa~co.".d~0~~i~he-rente a éstos: que su ¿o~tenido s~mánticol1oes nunca p~rfec-

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Esto implica una visión ya muy distinta respecto de la tem-poralidad de los conceptos. Significa que, aun en el caso im-probable -y, en el largo plazo, llanamente imposible- de quelos conceptos no mutaran su sentido, permanecerían, de todosmodos, siempre refutables, por naturaleza. En fin, si el signifi-l. ..

, cado de los conceptos no puede ser fijado de un modo deter-•

14 La idea de Rosanvallon de una "historia conceptual de lo político" su-pone, de hecho, una inversión de la perspectiva de BaH respe~to de las su-puestas implicancias de la tesis de la refutabilidad esencial de los conceptos.No es, en verdad, la imposible f~ación del sentido de los conceptos políticosfundame~tales lo q\ie hace imposible la política. Por el contrario, si éste pU-.diera determinarse de un modo objetivo, la política perdería ipso Jacto ~odo

~sentido; la resolución de los asuntos públicos debería en tal caS9confiarse alos expertos. No habría lugar, en fin, para las diferencias legítimas de opi-niones al respecto; sólo existirían quienes ~onocenesa verdader<i definición y

quienes la ignoran.

minado, no es porque éste cambia históricamente, sino a la in- \.versa, cambia históricamente porq'ue no puede fIjarse de un "modo determinado. NI) obstante, para descubrir por qué todafijación de sentido es constitutivamente pr.eca~a,. ciebelTIostr~-zar uii" entero campo semántico, es decir,..debemos t[~ascenderla.l1istoria de ideas o deconceptos en dirección a mía historiad~.I()slenguajes políticos. En definitiva, reconstruir un lengua-je político supone no sólo observar cómo el significado de losc;;;;-ceptós-c~~bióa io ¡argo del tiempo, sino también: y f~;":da-me"ntalmente;quelmpedía a éstos alcanzar su plenitud semántica.

- Esto es, má.Sprecisamente, lo que Pierre Rosanvallon llama"una historia conceptual de lo político". Ésta se propone dislocarlas visiones formalistas, típico-ideales, de la historia intelectual,que ven las formaciones conceptuales como sistemas autoconte-nidos y lógicamente estructurados. Según señala Rosanvallon,tales visiones esconden siempre un impulso normativo que lle-va a desplazar el objeto histórico particular para recolocarlo enun sistema de referencias ético-políticas. Y,de esta forma, dejanescapar la "cosa misma" de lo político, que es, según asegura, suesencia aporética. El caso de Ball es un buen ejemplo de las ten-dencias normativistas que subyacen a las perspectivas "débiles"de la temporalidad de los conceptos políticos.14 El punto, en fin,para Rosanvallon, no es "buscar resolver el enigma [de la políti-ca moderna] imponiéndole una normatividad, como si una

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15 Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual de lo político, Buenos Ai-res, FCE, 2001, pp. 41-2.

16 [bid., p. 43.

El objetivo -señala- no es ya solamente de oponer banal-mente el universo de las prácticas con el de las normas. De lo

Ique se trata es de partir de las antinomias constitutivas de lo; político, antinomias cuyo carácter se revela únicalnente en eli transcurso de la historia.16

ciencia pura del lenguaje o del derecho pudiera indicar a loshombres aquella solución razonable a la cual no tendrían otro

! remedio que adecuarse", sino "considerar su carácter problemá-

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'tico" a fin de "comprender su funcionamiento".]5 Ello conllevauna reformulación fundamental de losmodos de abordar la his-toria político-intelectual:

Encontramos aquí, pues, una segunda formulación, muchomás sustantiva, respecto de la naturaleza del desacuerdo entreambas escuelas que venimos analizando. Éste remitiría a pers-pectivas muy distintas en cuanto al origen de la temporalidadque irremediablemente penetra los conceptos políticos moder-nos. Mientras que la primera sitúa su fuente en la brecha inevi-table que separa las normas y las prácticas, para la segunda, és-ta resulta de antinomias constitutivas. La fuente externa de latemporalidad sólo haría manifiesta esta otra forma de tempo-ralidad inscripta ya en el interior de toda formación concep-tual, que tiñe de contingencia el propio universo normativo.

• Las dos corrien tes historiográficas que distingue Chignola pa-ra el caso italiano ilustrarían, en realidad, una oscilación carac-teIÍstica en la historia intelectual, según hoy se la practica. Mien-tras que la primera devuelve a ésta a una situación en la quebordea con la vieja tradición de historia de ideas, la segunda tras-lada la disciplina a un terreno nuevo y distinto, abre un hori-

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zonte a lo que cabría más propiamente llamar una historia delos lenguajes políticos. y, en la medida en que se trata de una en-crucijada a la que la disciplina toda se enfrenta, tampoco la his-toria intelectual latinoamericana permanecerá extraña a ella.

En efecto, la crÍrica revisionista se asocia de manera estre-cha con la primera de las corrientes italianas señaladas porChignola. Ésta expresa el intento de introducir un nuevo sen-tido de la temporalidad de las formaciones conceptuales y su-perar los esquemas teleológicos de la historia de ideas. Sin em-bargo, la concibe aún como una condición meramente fáctica,que emana de la brecha que separa el reino de las normas delámbito de las prácticas efectivas. Las normas no son, ellas mis- •.mas, vistas como contingentes, sino en un sentido debilitado:p'ara los autores revisionistas no existiría ya, en efecto, un con-cepto eternamente válido de democracia, pero sí un conceptoverdadero de democracia representativa moderna, que es laque las elites latinoamericanas del siglo XIX no habrían alcan-zado aún a comprender, o logrado realizar, produciendo todasuerte de fenómenos anómalos, poblando el lenguaje políticode "hibrideces" conceptuales.

Como el caso de Ball ilustra, por debajo de esta versión de-bilitada de la temporalidad de los conceptos se descubre lapresencia de tendencias normativas, que terminan reinscri-biendo a estas corrientes revisionistas dentro de los mismosmarcos teleológicos que se propusieron desmontar. Quebrar- "los, en verdad, supone una tarea subsecuente "de crítica y de-construcción", requiere socavar la apariencia de perfecta ra-cionalidad y naturalidad de los "tipos ideales", introducir enellos un principio más fuerte de la temporalidad de los con-ceptos; en fin, exige pasar de una historia centrada en los conte- Inidos ideales de los discursos a otra orientada a detectar losnúcleos problemáticos alrededor de los cuales se desplegaría.el debate político.

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17 ¡bid., p. 23.

18 En efecto, como vimos, la voluntad general sólo. podrá constituirse co~mó tal en la medida en que se sostenga de un fundamento racional; Ílnica-

Según surge del estudio precedente, a lo largo del períodoen cuestión se pueden observar cuatro grandes nudos proble-ínáticos que tensarán el debate político. El primero remite alcarácter equívoco del sujeto de la soberanía. El pueblo va a ser"un amo indisociablemente imperioso e inapresable".17 En tan-to que sujeto y objeto a la vez de la empresa de su propio dis-cernimiento, no podrá (con)figurarse a sí mismo sin presu-ponerse ya como tal. Éste deberá así afirmarse y negarse demanera simultánea. El segundo núcleo problemático refiere ala indeterminabilidad de la sedede la soberanía. Esto se liga a ladoble naturaleza del ciudadano moderno. Despojada la sobe-ranía de su naturaleza trascendente, surgirá la paradoja de queel mismo que será el soberano será también el súbdito, y que só-lo podrá ser lo primero si acepta convertirse en lo segundo. Sucarácter como tal únicamente podrá así actualizarse a condi-ción de perderse. Aquí se hará manifiesta, en última instancia,una problemática mayor: la radical imposibilidad de conciliarel principio de soberanía popular con las condiciones fácticasde poder inherentes a todo sistema institucional regular. El ter-cero de los núcleos problemáticos deriva, a su vez, de allí. Ésterefiere a la incertidumbre relativa a los fundamentos de la sobe-ratlÍa, lo que explica el doble nacimiento de la política moder-na. El ordenamiento institucional fundará su legitimidad en lavoluntad, pero tomará su sentido de la razón. Ambos principiosse reenviarán uno a otro de forma permanente, dado el VÍncu-

.. lo inesCindible y destructivo a la vez que los une, impidiéndolea dichas categorías f~ar su contenido referencial. 18 El cuarto y

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El tiempo de la política

último núcleo problemático, en el que se condensan los tresanteriores, refiere a la inasibilidad de los modos de actualización/manifestación de la soberanía; esto es, lo que se conoce eorrlO la"paradoja de la representación". En condiciones postradicio-nales, perdida la visibilidad que ofrece el monarca como encar-nación 'mística de la república, la representación se convertiráen un trabajo, siempre inacabado, en la medida en que éste só-lo habrá de desplegarse precisamente a partir de la arista enque el VÍnculo representativo se quiebra.

Este cuádruple impasse (relativo al sujeto, la sede, los funda-mentos y los modos de manifestación de la soberanía) hendiráesa fisura en la historia intelectual por la que habrá de irrumpirla temporalidad, dislocará el ámbito reglado de los tipos idealesabriendo el horizonte a su dimensión política negada. Ese im"passe delimita así un universo discursivo en cuyo perímetroexterior no 'se sitúan ya supuestos contenidos ideales, ningúnconjunto de normas y valores que lo enmarcan y a cuya plenafiguración los desarrollos conceptuales producidos en su inte-rior tenderían (o deberían haber tendido), sino un entramadode problemáticas para las cuales no había soluciones válidas apriori por lo que el tenor de las respuestas que habrán eventual-mente de elaborarse no podrá predeterminarse sino que habráde revelársenos sólo en el propio trabajo de reconstrucción his-tórica de dicha trama. En última instancia, la historia pOlítiCo-!intelectuallátinoamericana del siglo XIX no es sino la de los di-

mente éste proveerá un horizonte de objetividad que haga posible un .con-.senSQasumido de manera voluntaria. Esto significa, sin embargo, que aque-llos contenidos normativos en que la voluntad se sostiene escapan a su alcan-ce, no son ellos mismos obra de la voluntad, sino que se le imponen a éstacomo un orden objetivo. El punto, no obstante, es que, en condiciones pos-tradicionales, no habrá ya tampoco instancia alguna, fuera de la_propia vo-luntad popular, capaz de dictaminar al respecto. La razón no podrá así evi-tar volverse ella misma siempre ma.teria de opinión, d_estruyéndosc como tal.Así, uno y otro principio se suponen y se excluyen mutuamente.

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Elías J. Palti

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Elsiglo XIX latinoamericano: una visiónpolítico-conceptual

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19 Esto dará lugar a lo que llamo el "síndrome de Alfonso el sabio". Se-gún se dice, el monarca español solía asegurar que si Dios lo hubiera consul-tado al crear el mundo'-seguramente le habría salido mucho mejor. Del mis-mo modo, como señalara Guerra en su crítica de las versiones épicas de lahistoria de ideas, los historiadores locales no dejarían de lamentarse de quelas elites decimonónicas latinoamericanas no los hubiesen consultado aellos al constntir los regímenes institucionales locales. El caso de Alfonso elsabio resulta también ilustrativo de los problemas que estas tendencias nor-mativa~ generan. Éste, al hacer dicha afirmación, habría estado pensando enciertos aspectos irracionales 'lue se obsenraban en la estructura del universo.En efecto, la astronomía ptolemaica, que era la que él tenía disponible, de-bido a'su carácter geocéntrico obligaba a introducir una serie de movimien-tos extraños, irracionales (los famosos epiciclos), a fin de poder explicar latrayectoria efectiva de los planetas. Su ejemplo debería servimos de adver-tenci~: siempre es prudente sospechar que la aparente irracionalidad de losfenómenos muy probablemente exprese problemas que tienen que ver me-nos con la realidad que: se estudia que con el propio instrUInento de análisiscon que "seintenta abordarla. Bien puede ser éste, en realidad, el que desen-caje su objeto volviendo incomprensi~le.

versosmodos de confront~; ~stasaporí~s constitutivas de la po-lítica. Ytambién de tratar de ftjarlas simbólicamente, de minar-las en su irreductible singularidad, dando así lugar a siempreprecarias e inestables constelaciones intelectuales.

A este primer objetivo (identiftcar los nudos problemáticosque recorren la historia político-intelectual latinoamericana delsiglo XIX), le subyace otro no menos central a nuestro proyec-to: contrarrestar las tendencias normativistas enraizadas en la .disciplina.!9 No es otra, en ftn, que la misma tarea a la que las,corrientes revisionistas se abocaron, sin alcanzar, sin embargo,a realizar por completo. Yello, como señalamos, tiene funda-mentos conceptuales precisos, se relaciona con una visiónlimi-tada de la temporalidad de los conceptos que reduce ésta a unamera condición fáctica, lo que nos devuelve al esquema "de latradición a la modernidad".

Por debajo del uso que la escuela revisionista hace de esos"términos subyace, en realidad, una falacia lógica. Como vimos,

20 Reinhart Koselleck, "Sobre la semántica histórico-poIítica de los con-ceptos contrarios asimétricos", Futuro pasado, Barcelona, Paidós, 1993, pp.

205-2,0.2\ Como decía Kant (Metafísica de las costumbresiI36), "dividir en dos par-

tes un conjunto de cosas heterogéneas no conduce a ningún concepto deter-minado" (citado por Reinhart Koselleck, ,op. cit., p. 209).

la ruptura del vinculo colonial puede deftnirse en tales términos.Aunque con algunos problemas, la mencionada fórmula repre-senta más o menos adecuadamente la naturaleza de la i,nflexiónpolítico-conceptual que entonces se produjo. El problema sur-ge, en realidad, de un deslizamiento conceptual subrepticio queesa escuela introduce, por el cual las categorías de "tradición" y"modernidad" habrán de perder su vinculo con las entidades his-tóricas que originariamente designaban y pasarán a señalar unaespecie de antinomia eterna que recorrería y explicaría toda lahistoria político-intelectuallatinoamericana hasta el presente,cobrando en su transcurso claras connotaciones valorativas. Es-to dará ftnalmente como resultado la doble cadena de equivalen-cias antinómicas modernidad = atomismo := democracia con"tratradición = organicismo = autoritarismó sobre cuya base pivotantodas las interpretaciones revisionistas.

En ftn, mediante ese desplazamiento "tradición" y "moderni-dad" dejarán de ser categorías históricas, que remiten a horizon-tes conceptuales temporalmente localizables, para convertirse en,lo que Koselleck llama "contraccmceptos asimétricos",2o uno delos cuales se deftnirá por oposición al otro como su contracaranegativa. Juntos disetlarán así un orden cerrado,2! perfectamen-te autocontenido, cuya mutua oposición agotará el universo con-ceptual de la política, volviéndolo legiple de cabo a rabo. Todolo contenido en él habrá de c!asiftcarse, o bien como tradicional,o bie"ncomo moderno, o bien, eventualmente, como una com-binación, en dosis variables, de tradición y modernidad. Yanoquedará lugar, a priarí, para otras alternativas posibles.

El punto es que tal deslizamiento conceptual no sólo vacia-

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rá a la historia político-intelectual local de todo sentido sustan-tivo, reduciéndola a una serie de malentendidos del sentido delas categorías políticas modernas, sino también volverá a la in-vestigación histórica perfectamente previsible. Lo que habrá de.hallarse lo sabemos ya d.e antemano: las contaminaciones tra-dicionalistas que impregnaron e! ideario liberal en su intentode aplicación a un contexto que no le era adecuado. La labor delhistoriador de ideas cesará, en fin, de ser una empresa verda-deramente hermenéutica para reducirse a la tarea rutinaria decomprobación empírica de lo que el propio esquema preesta-blece, la recolección de ejemplos reiterados que de manera ine-vitable habrán de verificar la vigencia de la oposición de base,y ello por e! sencillo motivo de que el propio esquema interpre-tativo excluye por definición toda otra posibilidad. En definiti-va, carente de un principio más fuerte de la temporalidad (his-toricidad) de los conceptos, ciega a la dimensión últimamentecontingente inscripta en sus mismos fundamentos, la recaídade la escuela revisionista en las visiones te!eológicas que buscadesmontar resulta inevitable.

Esto sólo muestra que no basta con cuestionar los conteni-dos de los enfoques tradicionales para librarse de! tipo de teleo-logismo sobre el que éstos se fundan. Para hacerlo es necesariopenetrar y minar sus supuestos epistemológicos de base. Yelloinvierte el señalamiento con que iniciamos nuestro estudio. Si

, el esquema de los modelos y de las desviaciones aparecía hastaaquí como el único imaginable con e! que podía volverse re!e-vante el estudio de las ideas locales, quebrado ya e! supuesto dela perfecta transparencia y racionalidad de los "tipos ideales" y,al mismo tiempo, minadas las visiones esencialistas implícitas enlas referencias a la cultura 10éal, todo intento por devolverle a

~éste un sentido sustantivo y convertir la historiografia concep-tuallatinoamericana en una auténtica empresa hermenéutica.

.pasará de manera ineludible por la dislocación de ese esquema;supondrá, en fin, la tarea de socavar críticamente el viejo tópi-éo de "las ideas fuera de 'lugar" en que éste se funda.

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6Apéndice. Lugares y no lugares de

las ideas en América Latina 1

Si es necesario desubjetivizar lo más posible la lógica y laciencia. no menos indispensable es. como contrapartida.

desobjetivar el vocabulario y la sintaxis.

CLAUDE.lours EST~VE, Études phiJosophiques sur /'expressionlittéraire

En 1973 Roberto Schwarz publicó un trabajo que marcó demanera profunda a toda una generación de pensadores enAmérica Latina, "As idéias fora do lugar".2 Éste, en un princi,

J Agradezco por sus comentarios a Erika Pani, a los miembros del "Semi-nario de historia de las ideas, los intelectuales y la cultura" del Instituto "Dr.E. Ravignani" de la UBA, a-los participantes del seminario sobre HistoriaAtlántica dirigido por Bernard Bailyn que, con el título 'Thc Circulation ofIdeas", se realizó en agosto de 2000 en la Universidad de Harvard, así comodel seminario de historia de ideas organizado por Carlos Marichal y Alexan-dra Pita en El Colegio de México, en todos los cuales tuve oportunidad se dis-cutir este trabajo. También a Elisa Pastoriza y Liliana Weinberg, que me invi-taron a dictar seminarios sobre el tema en la Universidad de Ma~ del Plata yel CCyDEL-UNAM, respectivamente. El presente ensayo salió originalmentepublicado por el CCyDEL de la UNAM, con el título de "El problema de 'lasideas fuera .de lugar' revisitado. Más allá de la 'historia de ideas"', en la seriede Cuadernos 4e los Seminarios Permanentes. Agradezco al CCyDEL'y a LilianaWeinberg por permitirme reproducirlo.

2 Roberto Schwarz, <CA", idéias tora do lugar", r.sludos Ceúrap3, 1973, reim-preso en Aa vencedor {lj balatas. Fonna lilerária e processo social nos iniciós do ro-manee brasileiro, San Pablo" Livraria Duas Cidarles, 2000, pp. 9-32 (original-

.. , mente publicado en 1977). La-paginación utilizada corresponde a esta última. edición. Hay una traducción al español en Adriana Amante y Florencia Ga-rramuño (comps.), "Las ideas fuera de lugar", Absurdo Brasil, jJolémica.~en la.cultura brasileña, Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 45--60.

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3Véase Roberto Schwarz, "Cultura e política, 1964--1969", O pai de fami-lia e QutTOS esludos, San Pablo, Paz e Terra, 1992. pp. 61-92. Las tendencias na~cianalistas en el Partido Comunista Brasileño se traducían, concretamente,en un apoyo a una alianza cívico-militar. Véase Daniel Pécaut, Os inte!ectuaise a política no Brasil, San Pablo, Ática, 1990, pp. 205-222.

pio, tenía por objeto prcí~eer de bases teóricas a aquellos pen-sadores que, desde una postura "progresista", intentaban con-trarrestar la fuerte influencia que en los años sesenta y setentaejercieron las tendencias nacionalistas en las organizaciones de

.. izquierda.3 Pero el concepto de "ideas fuera de lugar" pronto

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' expan.dió sus alcances revelándose particularmente producti-vo para teorizar el desenvolvimiento problemático de las ideasen la historia latinoamericana. A un cuarto de siglo, la contri-

-'bución de Schwarz en este sentido necesita, no obstante, ser re-consíderada. En el curso de los últimos años, la pérdida apa-rente de centralidad de los Estados nacionales ha ayudado ahacer manifiesta la complejídad inherente a los procesos de in-tercambio cultural, oculta tras una perspectiva que tendió aconcebirlos exclusivamente en términos de relaciones Ínter-na-cionales (o inter-regionales). Esto coincide, por otro lado, conla emergencia de una serie de nuevos conceptos, aportados poraquellas disciplinas dedicadas de manera específica a analizar

. .esos procesos, que nos obligan a reconsiderar algunos de lossupuestos implícitos en su perspectiva y reformularla.

El objeto de este apéndice es intentar explorar, a la luz delas realidades producidas en este último fin de siglo, nuevosenfoques rehitivos a la dinámica particular de los procesos deintercambio cultural en las zonas periféricas, utilizando paraello herramientas conceptuales provistas por los desarrollos re-. cien tes producidos en las disciplinas y teorías en el área. Co-. mo se intenta demostrar, el concepto deSci:lwa.rzcontíene al-

i¡-gunas falencias derivadas d;:-':;;"ateoríaj¡;"gúística .d<;III.".siado; cruda (inherente a la historia de "ideas") que reduce el lengua-¡je a su función meramente referencial. Una distinción Il)áspre-

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4 Véase D~nielPéc.aut, Os inte!ectuais e a política no Brasil, pp. 217-220,

De lugares y no lugares de las ideas

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cisa de niveles de lenguaje permitirá revelar aspectos y proble-mas obliterados por esa perspectiva. Sin embargo, la propues-ta de Schwarz puede aún desglosarse de sus presupuestos lin-güísticos y reelaborarse, proveyendo así un marco teórico másadecuado para comprender la complejidad inherente a los pro-cesos de intercambio cultural y, más específicamente, el tipode dinámica problemática de las ídeas que Schwarz se propu-so analizar.

Para comprender el sentido del concepto de "las ideas fue-,ra de lugar" de Schwarz es necesarío situarlo en el marco con-ceptual en que éste surgió. Schwarz buscaba mediante ese con-cepto, básicamente, traducir en clave cultural los postul~dos-de la llamada "teoría de la dependencia", cuyo núcleo se ges-tó en ~l "Seminario de Marx" organizado en los años sesentaen San Pablo (yen el cual él participó).4 Esa teoría, como sesabe, se orientaba a discutir las tesis "dualistas" del desarrollocapitalísta que comprendían a las zonas periféricas como me-ros resabios precapitalistas que tendían históricamente a desa- .parecer (con lo que, se suponía, en la región habría de repro-ducirse, al menos idealmente, el modelo de desarrollo de lospaíses centrales). Los sostenedores de la teoría de la de pen- ,dencia postulaban, por el contrario, la existencia de una diná-Imica compleja entre "centro" y "periferia", constituyendo, am- ibos, instancias inherentes a un mismo proceso de desarrollo ¡capitalista, formando así un único sistema interconectado. Lo"periférico" sería, pues, una creación del propio sistema capi-talista; su carácter como tal estaría determinado no por su ori-gen (precapitalista), sino por su posición actual en el sistema

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€Esta perspectiva se tradltio en un trabajo de revisión historiográfica quecambió fundamentalmente nuestra imagen del siglo XIXbrasileúo. Los estu-

. dio5 realizados por los miembros de este grupo girarían, básicamente, en torM

no del objetivo de demostrar hasta qué punto la esclavitud en el Brasil fue. funcional al sistema capitalisGL Los trabajos clave en este respecto son los deCelso Furtado, Formacdo económica do Brasil, Río de janeiro, Editora Fundo de. Cultura, 1959, YFernando H. Cardoso, Capitalismo e escraviddo no Brasil Meri-,dional. O Negro na sociedade escravocrata do Rio Grande do Sul, Río de janeiro,. paz e Terra, 1977, originalmente publicado en 1962. Un buen compendio delas ideas dependentistas se encuentra en Ruy Mauro Marini y Márgara Millán.(comps.), La leona social latinoamericana. Textos escogidos. Tomo 11: La teona dela dependencia, México, UNA.i\1, 1994, y Cristobal Kay, Latin American TheoriesofDevelo/nnenl and Underdeuelopment, Londres, Routledge, 1989. Para una re-.sei1a crítica de éstas, véase Stúart B. Schwartz, "La conceptualización delBrasil pos-dependentista: la historiografía colonial y la búsqueda de nuevos pa-radigmas", en Ignacio Sosa y Brian COOllaughton (coords.), Histon.ograjía la-tin.oamericana contemporánea, México, CCYDEL-UNAM, 1999, pp. 181-208.

(i Roberto Schwarz, "A nota específica" (l998), Seqüin.cias brasileiras. En-saios, San Pablo. Companhia Das Letras, 1999, p. 153.

econólnico Illundia1.5 L.a~'consecuencias paradójicas de la mo-f" dernización en la región indicarían así no tanto una "anoma-lía local", sino que harían manifiestas contradicciones propiasal mismo sistema capitalista. "Desde esta perspectiva", señala-ría luego Schwarz, "la escena brasileña arroja una luz revelado-ra sobre las nociones metropolitanas canónicas de civilización,progreso, cultura, liberalismo, etcétera"6

El aporte específico de,SéI1wa!'-fconsistió en percibir el po-tenci;;[ éOñten1doeñl;;~postufados dependentistas, que hastaentonces sólo se habían aplicado al campo de la historia eco-nómica y social, para el ámbito de la crítica literaria y la teoríacultural. Éstos le pemlitirían desmontar los esquemas román-tico-nacionalistas sobre los que hasta entonces se fundaban to-das las historias de la literatura brasileña y que llevaban a ver aésta como la épica del progresivo autodescubrimiento de unser nacional oprimido bajo la malla de categorías "importadas",extrañas a la realidad locaL

El objeto último de este autor era refutar la creencia nacio-nalista de que bastaría a los latinoamericanos con desprender-nos de nuestros "ropajes extranjeros" para encontrar nuestra"verdadera esencia interior"7 Siguiendo los postulados de- .pendentistas, para Schwarz no cabe hablar de una "cultura na-cional brasileña" preexistente a la cultura occidental. Aquéllano sólo es históricamente un resultado de la expansión de és-ta, sino que forma parte integral de ella ("en estética como enpolítica", dice, "el tercer mundo es parte orgánica de la escenacontemporánea").8 Así, en el ámbito cultural operaría una dia-léctica compleja entre lo "extraño" y lo "propio" análoga alpolítico-social. Como señala respecto de las ideas liberales enAméricaLatina (que son las que se encuentran en el fondo deeste debate), "de nada sirve insistir en su obvia falsedad"; de lo >

que se trata, en canlbio, es de "observar su dinámica, de la cualsu falsedad es un componente verdadero".9 Si bien la adopción

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263El tiempo de la política

7 "Más allá de sus diferencias -decía-, ambas tendencias nacionalistas[de izquierda y de derecha] convergían en la esperanza de lograr su meta eli-minando todo lo que no fuera indígena. El residuo sería la esencia brasile-

. ña." Roberto Schwarz, ."Nacional por substra¡;ao", Que horas sao? Ensrúos, SanPablo, Companhia Das Let.ras, 1997, p. 33. Observando ¡"etrospectivamenteaquella época en que los nacionalismos desarrollistas estaban aún en auge.señala que ~'reinaba veinte ailos atrás un espíritu combativo según el cual elprogreso resultaría en una especie de reconquist.a, o mejor, de expulsión delos invasores. Rechazado el imperialismo, neutralizadas las formas mercanti-les e industriales de la cultura que le corresponden y aislada la burguesía-an-tinacional aliada del primero, estaría todo listo para desenvolverse la culturanacional verdadera, desnaturalizada./Jor los elementos tn.ecedentes. entendidos comocuerjJOS extraños" (ilJid., p. 32).

R Roberto Schwarl, "Existe uma estética do terceiro mundo?" (1980), Que¡toras sao?, p. 128.

9 Roberto Schwarz, "As idéias fora de lugar", Ao vencedoras batatas, p. 26."Conocer Brasil", decía a continuación, "es conocer estos desplaz<lmientos,experimentados y practicados por todos como una suerte de destino, para elcual, sin embargo, no había nombre propio, dado que el uso impropio denombres era parte de su naturaleza" (ibid.).

Elías J. Palti262

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Page 134: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

10 Roberto SchwarL, "As idéias fora de lugar", Ao vencedor as batatas, p. 2].11 Mal;a Sylvia de Carvalho Franco, "A5idéias estao no lugar", Cadernos

de Debate], ] 976, pp. 6]-64.

de conceptos extrailos genera, de hecho, graves distorsiones,el punto, para él, es que el distorsionar conceptualmente nues-tra realidad no es algo que los latinoamericanos podamos evi-tar.Por el contrario, es precisamente en tales distorsiones, enel denominar la realidad local con nombres siempre impro-pios, donde radica la especificidad latinoamericana en generaly la brasileña en particular. A los brasileños, dice Schwarz, "selos reconoce como tales en sus distorsiones particulares".lO

Este concepto guarda, en realidad, relaciones complejascon los postulados dependentistas. Aunque resulta perfecta-mente compatible con éstos, no se sigue de manera directa deellos. Su solo traslado del plano económico-social al ámbito cul-

, tual imponía ya una refracción particular a éstos, introducíauna cierta torsión dentro de esa teoría. En este caso, su inter-\ vención marcadamente antiesencialista y antinacionalista sei sostendría en el argumento de que toda representación de la, '

! realidad supone siempre un determinado mar.co teórico. )', en~AJnéricaLatina, ese nlarco estaría provisto por sistemas de pen-¡ samiento de origen extraño a la realidad nativa. De allí que pa-r ra Schwarz los latinoamericanos estemos condenados a "co-; piar',',es decir, a pensar de manera equívoca, usando categorías

inevitablemente inadecuadas a la realidad que se intenta repre-sentar.

Esta última afirmación, sin embargo, no sería de igual mo-do evidente incluso para muchos de los cultores de esa corrien-te (en definitiva, la dependentista, como toda otra teoría, sedice de muchos modos). Poco después de la publicación delartículo de Schwarz aparece en Cademos deDebaleun trabajo deMaria Sylvia de Carvalho Franco cuyo título es ya ilustrativo:"A:S-¡"iféias'estao no lugar".lI Como estudiosa del orden escla-

12 Véase Carvalho Franco, H011les livres na ordem escravocrata, San Pablo,USP, ]997, originalmente publicado en 1969. En esto Carvalho Franco con-tradice las posturas más tradicionales de los teóricos de la dependencia, quie-nes aun hoy insisten' en la existencia de una contradicción, si no entre 'capi-talismo y esdavismo, sí entre éste y el ideario liberal. Véase, Ciro F, Cardoso(org.), Escravidiios e abolif/io no Brasil. Novas perspectivas, Río de janeiro,jorge

Zahar, 1988,W"En esas breves indicaciones sobre la génesis y el significado práctico

deljav01", dice retrospectivamente Carvalho Franco respeclO de su obra an-tes mencionada, "intenté mostrar cómO el ideario burgués es uno de sus pi-lares -la igualdad formal-, no 'entra' en Brasil, como por afuera, sino queaparece en el proceso de constitución de las relaciones de mercado, a las cua~les es inherente." Cat"valho Franco, "As idéias estaD no lugar", Clldemos de de-

batel, 1976. p. 63].

vista en el Brasil, Carvalho Franco había rechazado ele manerasistemática, siguiendo en esto igualmente los postulados de-pendentistas, no sólo la hipótesis de que el esclavismo hubie-ra sido contradictorio con el proceso de expansión capitalista,sino también que las ideas liberales hubieran estado "desajus-tadas" en el Brasil decimonónico.12 Para Carvalho Franco, lasideas liberales no eran ni luás ni menos extrailas al Brasil, noestaban ni mejor ni peor ajustadas al contexto local que las co-rrientes esclavistas. Unas Yotras formaban parte integral de lacompleja realidad brasileña. Ni siquiera se puede decir que.fueran incompatibles entre sí: al igual que el afán de lucro ca-pitalista y las formas esclavistas de producción, las actitudes in-dividualistas burguesas se imbrican en el Brasil con las cliente-listas y paternalistas volviéndose difícilmente discernibles entresí.13Según afirma, con su concepto de "las ideas fuera de lu-gar", Schwarz terminaría, de hecho, recayendo en el tipo dedualismo que. intentaba precisamente combatir, esto es, en elpostulado de "los dos Brasiles", al Brasil "':rtificial" de las ideas(y la política), liberal, le opondría el Brasil "real" (social), es-

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14 Can'alho Franco, "As idéias csüio no lugar", Cadernos de debate 1, p. 62.'15 Para una crítica más radical de ambas posturas, véase José Murilo de

Carvalho, ;'A história intelectual no Brasil: breve rClrospecto", Topoi 1,1999,pp, 123-152.

16 Paulo Eduardo Aranles, Sentimento da dialética na exprnenda intelectualbrasileira. Dialética e dualidade .fcguntio Antonio Candido e Roberto Schwan., SanPablo, Paz e Tcrra, 1992.

.. Tendríamos, por un lado, las razones burguesas europeas ob-sccucntcmente adoptacla~ para nac1a,"y,por el otro, el favor yel esclavismo brasileii.os incompatibles con ellas. Sostener es-ta oposición es, ipsoJacto, separar abstractarncnte sus términos,del ,modo ya indicado, y perder de vista los procesos reales deproducción ideológica en Brasil14

En definitiva, la polémica desatada por Cat:.val~o ~~~[\coplantea un problema metodológico más generaL Las iaeas, pa-ra esta autora,jamás están '''fuera de lugar" por el sencillO.-'ll()-, tlVOde que si éstas pueden eventualmente circularde m,llle.raIpública en un medio dado es porque sirven a algún propéi~ito:en él, es decir, porque existen ya en éste condiciones para sui recepción, La antinomia entre "ideas" y "realidades", en que elJ concepto de Schwarz se sostiene, sería así falsa; ambos térmi-1 nos no serían nunca por completo extraños entre sÍ.

La crítica de Carvalho Franco apunta, en fin, al núcleo ar-gumental de Schwarz, puesto que parte de sus mismos postula-dos para terminar extrayendo conclusiones opuestas,15 y éstalo perseguirá a lo largo de toda su trayectoria in telectual, de-terminado sus sucesivas reelaboraciones, Como señala PauloArantes en Senlimento da dialitica, las acusaciones contra Sch-warz de permanecer dentro de un marco "dualista" de pensa-miento se reiterarán una y otra vez hasta el presente.16 Yauncuando su biógrafo las rechaza, admite que la consistencia delas c'ríticas en este sentido no puede deberse a un mero malen-tendido,

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267El tiempo de la política

i7 Roberto Schwarz, "Nacional por substra~ao" (1986), Que horas süo?,p,33.

18 Zea situó su origen en la idea de Hegel de que América era "el eco delviejo mundo y eheflejo de vida <tiena". Leopoldo Zea, Dos etapas del pensamien-to en Hispanoamérica, México, El Colegio de México, 1949, p_ 15.

De hecho, cabe señalar que la propia formulación de Sch-warz tiene algo de paradójico, y no resulta del todo coherentecon su propio planteo, El objeto original de Schwarz era, pre-cisamente, rechazar el tópico. Tal como él lo muestra, en tan-'to que instrumento de lucha política, la acusación de "irrealis-mo político" (que determinadas ideas están en América Latina"fuera de lugar") resultaría siempre un expediente sencillo pa-ra descalificar al adversario, Así, éste no sólo se prestaría a laparodización (de Miguel Macedo, por ejemplo, se decía, enMéxico, que se vestía según el pronóstico meteorológico deLondres), sino que tendría, además, implicaciones conservado-ras: los "¡rrealistas" serían, típicamente, los defensores de lasideas consideradas más progresistas en su tiempo, Como diceSchwarz, "en 1964 los nacionalistas de derecha catalogaban almarxismo de ser una influencia exótica, quizás irrlaginando queel fascismo"era un invento brasileño".l7

EL!.óf'ico de "las ideas fuera de lugar" es, en verdad, de lar-ga data en la región18 Las acusadones de "irrealismo político" ,;.fo;;;';~~~í u~a suerte de juego de espejos. Cuando los historia- ;dores de ideas tachan, por ejemplo, a la Generación del 37 enla Argentina de "europeísta", no hacen más que repetir lo quelas corrientes nacionalistas de pensamiento afirmaron en sumomento, y éstas, a su vez, no hacían más que retomar (y vol-ver en contra suyo) el argumento que los propios miembros dela Generación del 37 dirigieron antes contra sus contendientesde la generación precedente, los llamados "unitarios", quienespor supuesto también rechazaron de manera tajante que elloshubieran desconocido la necesidad de adecuar las ideas e ins-tituciones importadas a las condiciones particulares de la re-

Elías J. Palti266

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Page 136: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

gión.Está claro que, tomadas literalmente, tales acusaciones re-sultan insost<'nibles: es obvio que nunca nadie pudo ignorar elhecho de que las distintas formas constitucionales, por ejem-plo, no son igualmente viables en todo tiempo y lugar. El pun-to en verdad conflictivo radicaba en determinar qué era lo quesupuestamente estaba, en cada caso, "fuera de lugar" y en quésentido lo estaba (y por cierto que, para los propios actores, lasque estaban fuera de lugar eran siempre las ideas de los otros).

11 En definitiva, la difusión del tópico no puede comprendersel desprendido de la función ideológica a la que éste sirvió.

Lo visto explica la reacción de Carvalho Franco: con su fór-mula, Schwarz estaría, justamente, dando pábulo a las afirma-ciones de que las ideas marxistas (al igual que las liberales enel siglo' XIX) eran extrañas a la realidad brasileña, importacio-nes "exóticas", es decir, que éstas estarían en el Brasn "fuera delugar". En definitiva, dicho autor'volvería'llanamente a caer enel tópico, con las consecüencias potencialmente reaccionarias,que éste tendría siempre implícitas. Para CarvaIho Franco, la, búsqueda misma de qué ideas estarían desajustadas respecto de 'la realidad brasileña, y cuáles no, era sencillamente absurda(como vimos, para ella tanto las ideas liberales como las escla-vistas, las fascistas como las marxistas, estaban en ese país "ensu lugar", eran parte integral de la realidad brasileña, puestoque, de no ser así, de no tener condiciones de recepción en lapropia realidad local, éstas no podrían circular allí). Como ve-remos, la postura de esta autora resulta, en un sentido, muchomás consistente que la de Schwarz. Sin embargo, en este pun-to su crítica, aunque justificada, lleva a perder de vista el nú-cleo de la argumentación de este último.

Para Schwarz no se trataba tampoco de ponerse a discutirqué ideas estarían desajustadas y cuáles no precisamente, porque,según afirmaba, todas lo estaban. Tanto las fascistas como lasmarxistas, tanto las liberales como las esclavistas, todas eran"importadas" por igual. El fondo de su crítica a Silvia Romero-el mejor representante, para él, de las visiones romántico-

19 Roberto Schwarz, "Nacional por substra~ao" (1986), Que horas sao?,

pp. 41 Y47.

nacionalistas de la literatura- radicaba; de hecho, en su de-nuncia de la ilusión de que los desajustes ideológicos fueran,en las regiones periféricas, evitables. Como dice Schwarz, Ro-mero pensaba que bastaba con sólo proponérselo "para que losefectos del exotismo se,disolvieran como por encanto", y "así"alsugerir que la imitación es evitable, atrapa al lector en un falsoproblema".]9

Las propuestas de Carvalho Franco y Schwarz representa-orían, en última instancia, dos VÍasdiversas"de escapar del tópi-co. La de la primera, mediante el énfasis en la realidad de lasideas (sus condiciones locales de posibilidad); la del segundo,colocando el acento no en los desajustes entre ideas y realida-des, como sugiere Carvalho Franco, sino en los de la propia rea-lidad brasileña. Para Schwarz no se trátaba tanto de la existen-cia de "dos Brasiles" contrapuestos -uno ficticio (el de lasideas) y otro real (el de la sociedad)-, sino que lo propio de lasociedad (y, por extensión, de lacultu~'a) brasileña sería su per-manente desajuste respecto de sí misma, debido precisamentea su carácter capitalista-periférico. ' '

Para Carvalho Franco, con dicho concepto Schwarz recae-ría una vez más en las perspectivas dualistas, contrabandeandocon un nuevo nombre la oposición tradicional entre dos lógi-cas de desarrollo, dos modos de producción contrapuestos:uno propiamente capitalista y otro "capitalista periférico". Pa-ra Schwarz, por el contrario, no se trataría de dos lógicas diver-sas, sino de una misma lógica (la búsqueda de beneficio) queopera, sin embargo, de modos diversos en las distintas regio-nes: mientras que en el centro tiende a generar condicionespropias de sociedades capitalistas avanzadas, en la periferia só-lo perpetúa el subdesarrollo y reproduce patrones precapitalis-tas de relación social.

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. Tanto la pregunta como la respuesta resultan muy signifi-cativas. De hecho, el entrevistador indica en su interroganteuna de las consecuencias paradójicas antes señaladas en el con-

20 De hecho, resuenan aquí los ecos de la polémica suscitada en Rusia en1905 respecto de las posibilidades del socialismo en naciones capitalistas atra-sadas.

21 Roberto Schwarz, "Cuidado com as ideologias alienígenas (Respostasa Movimento)" (1976), Opai defamilia, p. ] 20.

Las ideas están en su lugar cuando representan abstraccionesdel proceso a que se refieren, y es una fatalidad de nuestra de-pendencia cultural que estemos siempre interpretando nues-tra realidad con sistemas conceptuales creados en otra parte,a partir de otros procesos sociales. En este sentido, las propias

• ideas libertarias son con frecuencia una idea fuera de lugar, ysólo dejan de serlo cuando se las reconstruye a partir de lascontradicciones locales.21

271El tiempo de la política

22 Leopoldo Zea, Filosofía de la hisluna americana, México, FCE, 1978. Den-tro de este "proyecto asuntivo" Zea incluye todos aquellos que, comenzandopor Francisco Bilbao.y Andrés Bello y continuando con José Vasconcelos yJo-sé Enrique Rodó, entiende que intentaron adecuar las ideas europeas a larealidad local.

~Cabe recordar que la tendencia nacionalista a la que entonces el pro~gresismo de izquierda intentaba discutir no era ya el nacionalismo románti-co de corte reaccionario, al estilo del representado por Silvio Romero, sinola~posiciones nacionalistas-desarrollistas que florecieron en los años cincucn-.ta y buscaban convertir al Brasil en un país capitalista avanzado. Lo que 5ch-warz y los "teóricos de la dependencia" intentaban mostrar era, precisamen-te, la imposibilidad de aplicar los patrones de desarrollo capitalista de lospaíses centrales a las regiones periféricas. En fin, para él, las ideas desarrollis-las estaban en América Latina, siempre e inevitablemente, "fuera de lugar";no así, en cambio, las ideas marxisla.~que él sostenía: aunque también "impor-tadas", éstas, aseguraría ahora, bien podrían adecuarse a la realidad local.

cepto de Schwarz: sus afinidades con las ideas de los naciona-listas que, en principio, llevarían a condenar como "foráneas"las ideas marxistas de su propio autor. Su contestación aclarael punto, pero lo conduce a una nueva aporía. Según se des-prende de ésta, no lodas las ideas en América Latina estarían,siempre e inevitablemente, "fuera de lugar", como afirmaba ensu crítica a Romero. Por el contrario, éstas, asegura ahora, po-drían eventualmente rearticularse de un modo que resulten asi-milables a la realidad local. Esto, sin embargo, contradice todolo que venía afirmando hasta aquí, lo que no sólo señala unanueva convergencia -siempre problemática- con las posturasnacionalistas (salvo en sus expresiones más jingoístas, nuncael nacionalismo negó de plano la necesidad de "adecuar" ideasforáneas a la realidad local). Ésta lo devuelve de lleno -estavez sí, sin escape posible ya- al tópico, esto es, a la búsqueda ydistinción de qué ideas estarían, entonces, ajustadas a la reali-dad brasileña (In que en su Filosofia de la historia americana Leo-poldo Zea llamó el "proyecto asuntivo")22 y cuáles no, siendoque las ideas que estarán supuestamente desajustadas seránsiempre, como es previsible, las de los otros.23 En todo caso, así

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Elías J. Palti270

La postura de Schwarzsería así más sensible a las particula-ridades derivadas del carácter periférico de la cultura local (lasque en la visión de Carvalho Franco tenderían a disolverse enla idea de la unidad de la cultura occidental). Aun así, ésta noresuelve el problema original respecto del supuesto desajustede las ideas marxistas en el Brasil (el argumento de que lasideas fascistas no estarían en el Brasil menos "desajustadas" quelas marxistas dificilmente sirva de consuelo). 20En apariencia,la postura de Schwarz conduciría a un escepticismo respectod" la viabilidad de todo proyecto emancipador en la región .Las dificultades que esa cuestión le plantea se observan con cla-ridad en sus "Respostas a Movimento" (1976). Ante la preguntade si "una lectura ingenua de su ensayo 'Asidéias fora de lugar'no podría llevar a concluir que todas las ideologías, inclusive laslibertarias, estarían fuera de lugar en los países periféricos",Schwal?: responde lo siguiente:

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Page 138: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

24 En 1949, Leopoldo Zea, retomando una antigua y ya bien establecida[J"adición. planteaba la cuestión en términos análogos, tiñéndola de maticeshegelianos: "Dentro de una lógica dialéctica", decía, "negar no significa eli-minar sino asimilar, esto es, conservar ( ... ]. Cuando se asimila plenamenteno se siente lo asimilado como algo ajeno, estorboso, molesto, sino como al-go que le es propio natural. Lo asimilado forma parte del propio ser". Leo-poldo Zea. Dos etapas del pensamiento en Hisjmrloamérit:a, pp. ] 5-] 6.

planteado (en su versión "débil", digamos), el concepto de Sch-warz no haría más que reactualizar el viejo dilema antropofági-ca; no representaría ningún aporte conceptual origina1.24

De todos modos, este plan tea de Schwarz no se concilia consu propio concepto; de hecho, desmonta toda su argumenta-ción precedente. Así reformulada, no habría forma de abordarla cuestión de las "ideas fuera de lugar" sin presuponer la exis-tencia de alguna suerte de "esencia interior" a la que las ideas"extranjeras" no lograrian representar. Más grave aún (y es aquídonde la postura'de Carvalho Franco aparece como muchomás consistente que la de Schwarz), ésta presupone, además,la posesión de alguna descripción de aquella realidad interiorno mediada por conceptos, y que permitiría eventualmenteevaluar las distorsiones relativas de los diversos marcos concep-tuales. La oposición entre "ideas" y "realidades" se revela así co-mo un mero artilugio retórico por el que sólo se busca velar elhecho de que lo que se oponen siempre no son sino "ideas" di-versas, descripciones alternativas de la "realidad".

En definitiva, nos enfrentamos aquí a aquello que señala ellímite último en el concepto de Schwarz. La fórmula de "las

.,ideas fuera de lugar" lleva necesariamente a instaurar un deter-. minado lugar como el lugar de la Verdad (y a reducir el restoj al nivel de meras "ideologías"). El planteo de Carvalho Franco,por el.contrario, si bien diluye la problemática relativa a la na-. turaleza periférica de la cultura local, sirve, no obstante, paraponer de manifiesto el carácter eminentemente político de las

! atribuciones de "alteridad" de las ideas.

Éste es también, en realidad, el punto hacia el cual tienden. a converger las elaboraciones originales de Schwarz (como vi-mos, para él, todas las ideas estarían siempre igualmente "tue-ra de lugar" en la región), pero al que la fórmula de "las ideasfuera de lugar" no alcanzaría, sin embargo, a representar demanera acabada. Ella daría así lugar a interpretaciones algosimplistas respecto de su concepto (una llana denuncia de la"irrealidad" de las ideas, y,más específicamente, de las ideas li-berales en el siglo XIX en la región). Sin embargo, tales inter-pretaciones, aunque demasiado poco sutiles, no estarían tam-poco del todo injustificadas. La recaída de Schwarz en el.tópico, inducida, en parte, por la propia ambigüedad de su fór-mula, no se sigue de modo directo de su propio concepto ori-ginal, pero encuentra en él fundamentos ciertos; seii.ala, en de-finitiva, su límite último, al que la crítica de Carvalho Francotermina por desnudar. Ésta, en efecto, cola ca a Schwarl frentea aquello a lo que toda su argumen tación conduce y, sin em-bargo, no puede tematizar sin al mismo tiempo desarticular elsistema categorial en que su concepto se inscribe. ~~fron-1ta a su punto ciego inherente, a aquella premisa enque sll sis- ;tema se funda y del que toma su coherencia, siendo a la vez ina- \bordabie, por definición, desd~ _dentro de éste: la radical Iindecidibilidad del tópico; esto es, el hecho de que no se pue-de nunca determinar qué ide~ e~tán fuera de lugar y cuáles nodesJle¡üe'ráde undeiérmi;:;ado ';'a~c~con~'epi;'alj.>~riicula::TaCriti-ca de Carvalho Franco lleva así a hacer manifiesta aquella pre-misa que, aunque implícita en el concepto de Schwarz, éste de-be no obstante negar a fin de poder articularse: la naturalezaeminentemente política de las atribuciones de "alteridad" de lasideas. Tal revelación tendría, sin embargo, su precio. El plan- .teo de esta autora impediría entonces tematizar las particulari-dades que derivarían de la condición periférica de la culturalocal (y,en última instancia, tendelia a ocultar su condición co-mo tal), que es justamente la problemática en torno de la cualgiran las elaboraciones de Schwarz.

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Page 139: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

De lugares y "entrelugares" de la crítica

•Paraabordar esta segunda dimensión en la obra de Schwarzes necesario, sin embargo, desenmarcarla antes del contextoconceptual más general del que surge -las teorías de la depen-dencia- para situarla en la perspectiva de las corrientes crítico-

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275El tiempo de la política

literarias más específicas en que su modelo interpretativo bus-caba inscribirse.

El punto de referencia fundamental aquí lo constituye la •obra de Antonio Candido. El mérito fundamental de Candido )radicó, .para él, en haber logrado desarrollar un modelo deaproximación sociológica a la literatura sin por ello obliterarsu dimensión específicamente estética. El método crítico mar-xista de Schwarz se postula como una elaboración y un desa-rrollo de aquel modelo, al cual podríamos definir, en formaabreviada, conforme a lo que Lucien Goldmann denominó "es-tructuralismo genético".25 Éste trata, básicamente, de combi-nar el análisis estético con el histórico-social (vaivén que, paraSchwarz, define a un enfoque "de izquierda"). Y ello suponeuna doble impugnación: por un lado, a los enfoques "conteni-distas", que, según dice, producen una "desdiferenciación." de •esferas anulando así la riqueza de la obra literaria, y, por otro,a las aproximaciones formalistas que desgajan los productosartísticos de sus contextos de emergencia y sus condicionesmateriales de producción. La clave para tal conjunción de es-tos dos niveles de análisis -lo que llama, siguiendo a WalterBenjamin, una "mirada estereoscópica"-la aporta el concep-to de jorma. Ese concepto le permite, según afirma, captar eltrasfondo social del que nace una obra dando cuenta al mis-mo tiempo de la productividad de su dimensión lingüística yliteraria. No es en los materiales que un artista utiliza, en loscontenidos de su obra, sino en el nivel de los procedimientosconstructivos del relato que el entorno 'dado se encuentra re-presentado, o mejor dicho, reproducido de un modo específica-mente literario. Pero si esto es así, es porque lo social no es un •contenido neutro sobre el que la forma literaria viene a so-breimprimirse .

25 Véase Lucicn Goldmann, Marxismo y ciencias humanas, Buenos Aires,Amorrorlu, 1975.

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Elías J. Palti274

. Lo expuesto define, en fin, el objeto en función del cual seordena el presente estudio. Más adelante intentaremos anali-zar cuáles son aquellas limitaciones del concepto de Schwarz,no tanto de orden ideológico, sino fundamentalmente concep-tuales, que le impiden tomar distancia del tópico.y tornarloefectivamente materia de escrutinio crítico (evitando su recaÍ-da en éste), buscando, al mismo tiempo, rescatar el núcleo desu teoría que, según entiendo, permanece aún hoy vigente. Endefinitiva, como veremos, el aporte decisivo de Schwarz radicano tanto en las soluciones que ofrece (las que, según estamosviendo, 'no son en verdad tales), sino en la propia formulaciónde la problemática original que p¡ant;;~i;;;;toÍ{ia~~~~Qs- susdesarr;Jlloste6ricüs: cómo' abordar la cuestiÓ;- rehtiva a la--;';a-• __ •• ' ._~ ._. _. __ "0

turaleza periférica de la cultura local, tematizar la peculiaridadde la dinámica que dicha condición les impone a las ideas enla región, sin recaer por ello en los dualismos y, en última ins-tancia, en los esencialismos propios de las corrient~s naciona-listas. Antes de analizar esto debemos, sin embargo, repasarbrevemente otro de los debates en los que participó Schwarz.

• La polémica anterior, como vimos, refería al ámbito culturalmás general, esto es, retomando los términos de Arantes, a la

. dialéctica entre ideas y sociedad; la que veremos ahora remiti-rá, en cambio, a una problemática más específicamente estéti-ca, a un segundo tipo de dialéctica a partir de la cual se desple-garía el modelo de análisis literario que lo convertiría en unode los críticos más destacados en el subcontinente, a saber:aquella entre forma artística y contenido social.

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Este concepto "estructuralista genético" formaba ya parte,en realidad, del saber establecido en los años en que Schwarz

. 26 Roberto Schwarz, "Adequa~aonacional e originalidade critican, Seqüin-cias, p. 30.

27 Roberto Schwarz, "Adequa~aonacional e originalidade critica", Seqüin-cías, pp. 30-1. Éste es el concepto, en fin, que se resume en el subtítulo de su.obra clásica Ao vencedor as batatas. Forma literária e processo social nos inicios doromance brasileiro.

. Éste se traduce en un interés económico-político, una ideolo-gí~.un juego verbal, o bien en un enfoque narrativo. En cuan-to a las afinidades, estamos en el universo del marxismo, parael cual los 'constreñimientos materiales de la reproducción dela sociedad son ellos mismos formas de base, las cuales se im-primen, malo bien, en las diferentes áreas de la vida espiri~tual, en las que circulan reelaboradas en versiones más O me-nos sublimadas, o falseadas; forma, por lo tan to, trabajandoformas. En definitiva, las formas que encontramos en las obrasson la repetición o la transformación, con resultado variable,de formas preexistentes, artísticas o extra-artí,sticas.27

En definitiva, Schwarz logra trascender la antinomia entreforma literaria y contenido social concibiendo a e'steúltimo no co-lno' un mero material a ser elaborado por medios lingüísticos,sino como constituido por totalidades estructuradas. es de'cir,formas objetivas "capaces de pautar tanto una novela como uriafórmula deprecatoria, un movimiento político o una reflexiónteórica, pasibles de confrontarse a través de la reconstrucción de aque-lla condición práctica mediadora".26 Esto abre las puertas, en fin,a la posibilidad de hallar homologías estructurales entre ambosniveles (textual y extra textual ) de realidad, sin por ello reducir

• uno al otro. La "idea social de forma" asegura que "se trata deun esquema práctico, dotado de una lógica específica ":

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28 Roberto Schwarz, "Os se te fólegos de um livro" (1998), Seqüéncias,

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Eltiempo de la política

comenzó su labor crítica. "Lacombinación de estructura e his-toria", recordaría luego éste, "estaba en' el foco del debate teó-rico de la época". La Crítica de la razón dialéctica de Sartre diceque "hizo de esta combinación la piedra de toque de lacom-prensión del mundo por la izquierda".~8 El aporte particular'de Schwarz consistió, en verdad, en relaciop.ar esta dialécticaentre fO,rmay contenido, estructura e historia, análisis literarioy reflexión social con aquella otra, más específicamente latinoa-mericana, entre "centro" y "periferia". De, este modo se propo-nía comprender cómo la realidad local, que define las condi-ciones históricas particulares de recepción de los géneros yformas de expresión artísticas (siempre necesariamente extran-jeras debido a nuestra posición marginaren los sistemas de pro-ducción cultural), determina eventualmente sus mismas for-mas, trastocándolas. Según señalaba, en las regiones periféricasel cruce de esta doble dialéctica será siempre al mismo tiempoinevitable y problemático. '

La obra de José de AJencar resulta, para él, en especial ilus-trativa de las contradicciones generadas por el traslado 'al Bra-. sil de una forma literaria (la novela realista, según fue desarro"liada en Francia por Balzac) que era típicamente burguesa y,por lo tanto, poco adecuada para representar la realidad brasi-leña de esclavitud, patemalismo y dependencia personal. En sumemorable análisis de Senhora (la última de las novelas de AJen-car) , Schwarz descubre cómo opera en el plano literario aque-lla dialéctica ~ntes señalada entre verdad y falsedad: la falsedadde la forma, el efecto paródico generado por la transposiciónal contexto brasileño de situaciones propias de las novelas rea-listas burguesas, desnuda el verdadero contenido de esa reali-dad social (un sistema en que el afán de lucro individual se en-cuentra encastrado en relaciones de tipo paternalista ymediado

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. 29 Para una lectura de la obra de Machado de Assis que retoma y discu-....:.te;';} ~ismo tiempo, la perspecti'va crítica de Schwarz, véase ElíasJ. Palti, "O

espélho .vazio. Representa.;ao, subjetividade e história em Machado de Assis",Trabajos premiados. Premio Internacional "Machado de Assis", Brasilia, Mi-nisterio de Relaciones Exteriores de Brasil, en prensa.

. 30 Roberto Schwarz, "Asidéias fora de lugar'" Ao vencedoras batatas, p. 28.

por ellas). Según seiiala, el genio de Machado de Assis consis--tió en tornar este efecto paródico en un principio constructivodel relato. La parodia se vuelve así autoparodia y se troca en la

f01ma de la narración (cuyo modo de articulación es la digre-sión). Con este concepto Schwarz marca un giro en los estudiosmachadianos (o, según él mismo prefiere decir, continúa la re-volución en la crítica literaria brasileña iniciada por AntonioCandido), aportando una clave fundamental para comprender'el sentido de la ruptura que produce el autor de las Memoriaspóstumas de Bias Cubas en las letras latinoamericanas.29 Median-te la digresión, Machado de Assisquebraba el efecto de verosimi-litud, volviendo paródico el propio impulso mimético de la no-vela realista. Retrabajado "desde la periferia" el género hace asímanifiestos aquellos dispositivos discursivos que debe ocultarpara constituirse como tal (lo que lleva a Schwarz a compararla novelística machadiana con su contemporánea rusa: "hayal.go en Machado de Gogol, Dostoievsky, Goncharov y Chejov",asegura).30 .

También aquí vemos operar la dialéctica entre verdad y fal-sedad señalada en relación con Alencar, pero esta vez cobra ungiro particular. De hecho, esta habría ahora de invertirse. Eneste caso, el contenido "falso" de la realidad brasileña desnu-da la verdad de la forma europea (que es su inherente "false-dad"). De este modo, dice Schwarz, "nuestros exotismos nacio-nales se convierten en histórico-mundiales". De allí el VÍnculoque encuentra entre la obra de Machado de Assis y la de suspares rusos .

31 [bid., p. 29,

32 Véase John Gledson, "Roberto Schwarz: Un nzestrena pmJnia do cajJita-[ümo", en Por un novo Machado de Assis, San Pablo, Companhia das Letras,2006, pp. 236-278.

Quizás esto sea comparable a lo que ocurría en la literatura ru- _saoComparadas con estas últimas, inc~usolas más grandes delas novelasfrancesas parecen ingenuas. ¿Ypor qué? Apesar deSusreclamos de universalidad, la psicología del egoísmo racio-nal y la ética de la Ilustración aparecía en el Imperio Ruso co-mo una ideología "foránea", y por lo tanto, local y relativa. Sos-tenida por su retraso histórico, Rusia forzaba a la novelaburguesa a enfrentar una realidad más compleja.'1

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El tiempo de la política

Schwarz nos descubre, pues, el secreto de la universalidadde la obra de Machado de Assis.32En su obra convergerían am-bas dialécticas: la problemática relativa a cómo lograr una pro-ductividad específicamente literaria que fuera a la vez social-mente representativa se asocia en ella a la cuestión de cómo seruniversal en la periferia sin renegar de tal condición marginalen la cultura occidental sino, justamente, explotándola. Peroes aquí también donde empieza a complicarse el esquema in-terpretativo de este autor.

En primer lugar, resulta evidente (ySchwarz de ningún mo-do lo desconoce) que la parodización, y aun la autoparodiza-ción del género no es en verdad una originalidad brasileña oincluso propia de la "periferia". De hecho, Machado de Assistomó su modelo de un autor también europeo, Laurence Ster-neo Y esto problematiza la segunda dialéctica tematizada porSchwarz (la existente entre "centro" y "periferia"): aun para"subvertir" los modelos europeos, los autores locales deberían'siempre apelar también a modelos importados. Llegado a estepunto no sólo comienza a disolverse la oposición entre lo "fal-so" y lo "verdadero" como correspondientes a lo "local" y lo

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33 El caso de la novela ilustra esto. Autores como Friedrich Hebbei, porejemplo, cuestionaban que, como forma literaria, la novela romántica fueseadecuada a la realidad alemana. Hebbel, al igual que Schwarz respecto delcaso brasileño, consideraba que esto se ?ebía a que la historia alemana nohabía tenido una evoh.lción "orgánica". Según decía, "es verdad que nosotroslos alemanes no guardamos ningún lazo con la historia de nuestro pueblo(... ]. Pero, ¿cuál es la causa? La causa es que nuestra historia no ha tenidoningún resultado, que no podemos considerarnos a nosotros mismos el pro.dueto "denuestro desarrollo orgánico, como los franceses y los ingleses", ci-tado por Georg Lukács, La novela histórica, México, Era, 1971, p. 75.

"importado", respectivamente, según una lectura siInplista dela fórmula de Schwarz puede llegar a sugerir. Para el crítico bra-sileño, lo ''verdadero'' en este contexto no sería menos "impor-tado" que lo "falso" en él, y viceversa. Siguiendo este argumentohasta sus últimas consecuencias lógicas, lo que encontraríamosen todos los casos (es decir, tanto en el "centro" como en la "pe-riferia") serían, en realidad, constelaciones contradictorias deelementos, con lo que sus lógicas de agrupamiento no serian directa-mente atribuibles a contextos dados. En definitiva, esta situaciónfrustraría todo intento de descubrir rasgos que supuestamenteparticularicen a la cultura latinoamericana e identifiquen sucondición "periférica".

En efecto, la observación. de posibles "distorsiones locales"generadas por la transposición a la región de formas discursi-vas, ideas e instituciones en su origen extra.ñas a ella tampocoautorizaría a extraerla condusión de que las ideas están siem-

, pre bien ubicadas en Europa y siempre mal ubicadas en Amé-rica Latina, como el concepto de "las ideas fuera de lugar" pa-recería suponer. Resulta evidente que esto no es cierto; el"distorsionar" las ideas y nombrar de manera impropia las rea-lidades no es una peculiaridad brasileña o latinoamericana.33

Podemos aún, de todos mo(1os, aceptar que el tipo de dialéc-tica hallada por Schwarz en la obra de Machado de Assis indi-caría un tipo particular de "distorsión", específica de las regio-

nes periféricas. Sin embargo, esta afirmación salva su objetopero enfrenta a ese autor ante un dilema todavía más serio. Elaspecto más inquietante implícito e'; este intento de p~rcibirlos vestigios textuales-narrativos de la condición periférica dela cultura local radica, en realidad, en' el hecho de que éste ter-mina volviendo su postura peligrosamente próxima a la del se-gundo de sus dos grandes antagonistas en función de cuya crí-tica habría de articularse y desarrollarse su concepto de "lasideas fuera de lugar"; Silviano Santiago.

Muy temprano, en "El e-~t~eiugar en el discurso latinoame-ricano" (1970), Santiago introdujo una serie de conceptos ex-.traídos de las teorías críticas francesas más recientes (decons-truccionismo, postestructuralismo, etc.)' para desarrollar unconcepto, de hecho, también implícito en los análisis de Sch-warz. Al igual que para éste, para Santiago el caso de Machadode Assis sería paradigmático de la condición particular del "dis-'"curso ]atinoam~ricano": éste encontraría. su ámbito esp~cíficoen ese "entrelugar" que es el del desvío de la norma, la marcade la diferencia en el propio texto original que destruye su uni-dad y pureza. Las lecturas en la periferia del capitalismo no se- !rían, pues, nunca inocentes. Éstas no consistirían en una mera l.asimilación pasiva de modelos extraños, aunque tampoco los Iusarl'an para revelar un ser interior 'que los preexiste, sino que 1

se orientarían a inscribirse como lo otro dentro de lo Uno de ila cultura occidental de la que forman parte, haciendo así ma-lnifiestas sus inconsistencias inherentes.

Tal como lo interpreta (o reinterpreta) Santiago, el métodocrítico implícito en Candido (y también en Schwarz), su modode concebir los modos de contacto entre las culturas local y oc-cidental, supone, pues, la quiebra del concepto de "influencia"

, para colocar en su '¡ugar el de "escritura", entendida como untrabajo sobre una tradición de la que se participa y a la que, al ¡mismo tiempo, se violenta pénnanentemente señalando aque~llos desajustes "locales" como constitutivos de su mismo concep-to. La idea de "entrelugar" de Santiago lleva así a cuestionar la

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34 Véase Silviano Santiago,' Uma Literatura nos trópicos, San Pablo, Perspec~tiva, 1978.

35 Roberto Schwarz, "A nota específica" (1998), Seqüéncias, p. 153.36 <;;fr.Haroldo de Campos, "Oc la razón antropofágica: diálogo y dife-

rencia en la cultura brasilcii.a", De la Taz.ón antropofágiea y otros ensayos. Selec-ción, traducción y prólogo de Rodolfo Mata, México, Siglo XXI, 2000, pp. 1-24. Agradezco a Horacio Crespo por llamar mi atención sobre la relevanciade este autor en el contexto del presente debate.

definición de las re1acio,n'es entre "centro" y "periferia" en tér-minos de "origina!" y "copia".34La obra de Machado de Assisnosería una mera versión degradada de un "modelo original" eu-ropeo, supuestamente superior y perfectamente acabado. Co-mo vimos, tampoco para Schwarz lo es. Su condición periférica

. le habría permitido de algún modo "superar" al modelo francésrevelando sus limitaciones intrínsecas. Esto resulta, además, per-fectamente coherente con su lectura (o relectura) reciente delos postulados dependentistas, en la que afirma que las contra-

: dicciones del desarrollo capitalista en la periferia "arrojan unaluz reveladora sobre las nociones metropolitanas canónicas decivilización, progreso, cultura, liberalismo, etcétera".35

Sin embargo, llegado a este punto, surgen en Schwarz re-'servas respecto de sus mismas conclusiones. Para éste, el con-cepto aquí implícito de "las ventajas del atraso" (un eco, de

.nuevo, de las discusiones en la Rusia de 1905) conlleva el ries-go de convertirse en una suerte de celebración del subdesarro-1I0.36 Y ello le plantearía un dilema, a saber: cómo explicar launiversalidad de la obra de un Machado de Assis sin renunciara hailar en ella vínculos con su condición periférica (que de-termina su contexto particular de emergencia y la convierte enuna obra socialmente representativa), pero, al mismo tiempo,evitar encontrar en ésta propiedades epistémicas que lleven adiluir su situación marginal en la cultura occidental (no dejade ser significativo al respecto el hecho de que las teorías decons-truccionistas que Santiago aplica a América Latina sean ellas

37 Roberto Schwarz, "Nacional por substrat;ao", Q!te horas sao?, p. 35. Co-mo decía Borges, "presuponer que toda recombinación de elemen~os es obli-gatoriamente inferior a su original es presuponer que el borrador 9 es obliga-

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también en origen europeas). Así, frente a Santiago, Schwarzhabría de insistir en la necesidad de plantear la condición pe-riférica como deficiencia, sin caer, no obstante, en la ingenuidadnacionalista de verla sólo en términos de una mera carencia (es-to es, un tipo de inadecuación que no deriva ni indica necesa-riamente una jalta sino que revela desajustes inherentes a unacierta lógica de desenvolvimiento). En fin, un dilema compli-cado, cuya sola formulación representa un aporte fundamen-tal para la teoría cultural latinoamericana, dado que delimitaun horizonte de interrogación definitivamente significativo ycomplejo, pero al cual Schwarz no podría ya encontrar solucio-nes consistentes con su propio concepto.

En una conferencia dictada en abril de 2001 en Buenos Ai-res, Schwarz esquematizó su propuesta al respecto en términosde un doble "deslinde" (o "desautomatización"). Según seiia-la, el gran mérito de Candido habría sido el de "deslindar" laoposición centro/periferia de la oposición "superior"/"infe-rior": como lo muestra primero Machado de Assis (y hoy pare-ce ya innegable; para demostrarlo bastaría con citar sólo algu-nos pocos nombres), el carácter periférico de la producciónliteraria local no la condenaría necesariamente a una condi-ción de inferioridad respecto de la europea. Sin embargo, aúnrechaza el intento "postestructuralista" de "deslindar" la oposi-ción entre centro y periferia de aquella otra entre el "modelo"y la "copia". Schwarz retoma aquí un planteo suyo de "Nacio-nal por substra~ao" (1986), cuando discutía con lo que llama-ba las teorías de los "filósofos franceses" (Derrida y Foucault).Según éstos, dice, "sería más exacto y neutro pensar en térmi-nos de una secuencia infinita de transformaciones, sin princi-pio ni fin, sin primero ni segundo, sin mejor ni peor".37 La anu-

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toriamente inferior al borrador H -ya que no puede haber sino borradores.El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansan-cio". Jorge Luis Borges, "Las versiones homéricas", Obras completas, Buenos Ai~res, Emecé, 1974, p. 2~9.

.!lB Roberto Schwarz, ibid., p. 35.

39 Roberto Schwarz, "Um seminário de Marx" (1995), Seqüiincias, p. ]03.40 Roberto Schwarz, "Discutindo com Alfredo Bosi" (1993), Seqüencias,

p.85.41 Estas criticas se liganan a las que Gérd.rd Lebrun definió como tenden-

cias amiintelectualistas en Schwarz, esto es, una sospecha hacia toda produc-ción intelectual que no sirva a propósitos revolucionarios o no pueda legiti-marse desde lo político. Véase Gérard Lebrun. "Algumas confusoes numsevero ataque a intelectualidade", Discurso (1980), pp. 145-152, seguido de larespuesta de Schwarz. pp. 153-6.

!ación de la noción de "copia" permitiría así "ampliar la autoes~tima y liberar la ansiedad del mundo su.bdesarrolJado" sin, em-pero, resolver ninguna de las causas que mantienen a la regiónen el subdesarrollo.38 Tales teorías llevarían así a desconocerllanamente las asimetrías reales existentes en el ámbito mun-dial en cuanto a recursos tanto materiales como simbólicos.

En definitiva, Schwarz piensa que las nuevas corrientes crí-ticas representan sólo una suerte de adecuación al proceso demercantilización de la cultura (cuya falta de tematización con-sidera, en formas retrospectiva, uno de los déficits fundamen-tales del "Seminario de Marx" de San Pablo),39 proyectado hoya escala mundial. En el contexto de la globalización económi-ca, el antiguo formalismo cobraría un nuevo sentido. En su pa-so del estructuralismo al posestructuralismo, dice Schwarz, su"seudoradicalismo artístico, de subversión cultural en abstrac-to, especialmente en el lenguaje , se convierte en ideología lite-

.raria general".4o El trastrocamiento simbólico posmodernistade las jerarquías sería sólo la contracara y contraparte necesa-ria de su reforzamiento efectivo. La revolución permanente enel plano formal se habría vuelto así funcional a la contrarrevo-lución material hoy supuestamente en curso.41

42 Véase al respecto la serie de ensayos reunidos en Amante y Garramu-

ño, AbS1trdo Brasil.

/Lo visto explica, en última instancia, Ja paradoja señaladal~

en el apartado anterior: la apelación de Schwarz a una fórmu-la, como la de "ideas fuera de lugar", en principio, poco apro-piada a su objeto -y que ha dado lugar a las acusaciones (co-mo vimos, no siempre infundadas) de "dualismo"-, a saber:precisamente, problematizar el supuesto nacionalista de quelas ideas europeas 'estarían en América Latina "fuera de Jugar".Esta paradoja se aclara, pues, cuando la situamos en el contex-to particular de debate en que Schwarz elabora su concepto. Acomienzos de la década del setenta la problemática relativa ala "periferia" y la crítica a las "desviaciones nacionalistas-popu-listas" de la izquierda comunista habían, en realidad, perdidosu anterior centralidad y cedjdo su lugar a otra problemáticaorientada hacia las repercusiones en la producción crítica y ar-tística que tuvo el desarrollo en el Brasil d~ un mercado capi-talista avanzado de bienes culturales y su aparente capacidadpara absorber todo intento de transgresión, asimilarlo a su ló-gica y convertido en instrumento para su propia reproduc,ción42 Schwarz estaba ya escribiendo, en realidad, en un con-texto cada vez más hostil a los postulados dependentistas. Lafórmula de las "ideas fuera de lugar" a la que entonces se afe-rra, aunque poco apropiada, puesto que tiende a allanar las su-tilezas de su concepto, permitiría al menos preservar la nociónde la existencia de asimetrías entre centro y periferia, entre el"modelo" (europeo) yla "copia" (local).

En los modos de definición de su concepto se combinan, •pues, razones de orden tanto teórico como extrateórico. El criti-co brasileño enmarcaba así su cuestionamiento de las corrientesposmodernistas en una perspectiva fundamentalmente ético-política. Yesto le permitía descartarlas sobre la base de conside-raciones pragmáticas, es decir, de su incapacidad para generar

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43 En última instanci<).. el problema que la definición de Schwarz planteaes ¿cómo trazar, en la práctica, la línea que sepan~.el ámbito en que las ideasse encuentran bien situadas de aquel en que éstas estarían "fucra'd~ lugar"?Para poner un ejemplo tOtTI<ldode la iiteratura, Noches tristes y día alegrede Fer-nández de Lizardi (1818-1819) es una "imitación" de Noches lúgubres (1771)deJosé, Cadalso, que es, a su vez, una "imitación" de Night Thoughts (1742-1745)de Edward Young, que es probablemente una "imitación" de alguna obra an-terior, y así sucesivamente. Por otro lado, los "imitadores" de Fernández deLizardi 'en México forman una legión. Ahora bien, ¿cómo podemos distin-guir, en la serie de sus desplazamientos, el original (ti originales) de la copia(o copias)?

4<1 De hecho, Schw<lrzestablece relaciones demasiado mecánicas entreteorías literarias e ideologías políticas, produciendo así una "desdiferencia.ción de esferas". No obstante, como él mismo observa, entre los postuladosde 'una detemlinada teoría estética y sus posibles derivaciones ideológicas noexiste una relación lógica necesaria, sino que media un proceso de traduc-

acciones conducentes a superar la dependencia culturallati-'noamericana. En definitiva, según piensa, éstas representaríansuertes de compensaciones simbólicas a contradicciones reales'a las que ayudan así a perpetuar. Sin embargo, la cuestión queaquí se planteaba no era'verdadera o exclusivamente de índoleético-política sino epistemológica, es decir, involucraba aspec-tos fácticos relativos a la dinámica de los procesos sociocultura-les (y que no pueden, por lo tanto, impugnarse simplementepor sus reales o supuestas consecuencias ideológicas), Lo cier-'to es que el tópico de la "imitación" es mucho más complejo quelo que el concepto de Schwarz sugiere. Su aproximación en tér-minos de "modelos" y "desviaciones" es, sin duda, una simplifi-cación de los siempre infinitamente intrincados procesos degeneración, transmisión, difusión y apropiación de ideas43 Porotro lado, tampoco existe una correspondencia unívoca entreambos aspectos de su contienda polémica: uno bien podría es-tar de acuerdo con Schwarz en cuanto a sus postulados ideoló-gicos, y aun así tener una perspectiva de los procesos de inter-cambio cultural muy distink'lde la suya.44 Resulta necesario, pues,

ción, abieno siempre, en diversas instancias, a interpretaciones alternativas:según señala, tanto las teorías "contenidislas" (el concepto mimético de laproducción artística) como las formalistas (el constructivismo estético) pue-dc.n o bien "tener un valor'crítico", o bien "alinearse con el oscurantismo, ypueden incluso tener un efecto crítico gracias a este último alineamiento".Roberto Schwarz, "Adequa.-;ao nacional e originalidadc crítica", Seqiiencias,

pp. 40-41.

287

introducir u,na distinción. La pregunta que surge aquí, conCl-C-jtamente, es si la oposición entre "modelo" y "copia" es en ver-dad apropiada para dar cuenta del tipo de asimetrías cultura-les que él se propone destacar y analizar. '

Volviendo a su esquema de los "deslindes", si bien el dilemaque formula Schwarz resulta, como mencionamos, muy signifi-cativo, hay que decir que la solución que encuentra (aceptar elprimer deslinde que produce Candido, pero no el segundo querealiza Santiago) resulta precaria. Uno bien puede argüir queel primero de ellos presupone ya lógicamente al segundo. En ,efecto, la disolución de la oposición entre lo superior y lo infe-rior como paralela a aquella entre centro y periferia destruyetambién su paralelismo con la tercera de las oposiciones: si al-go "periférico" deja de ser "inferior" cabe suponer que es por-que de alguna forma superó ya su condición de mera "copia"degradada respecto de algún supuesto "modelo" para cobrar"originalidad" propia. Sea como fuere, siguiendo su propio ar-gumento,aquel primer "deslinde" producido por Candido vuel-ve ocioso'al segundo desde el momento en que es ya potencial-mente más devastador de la oposición entre centro y periferiaque el postulado por Santiago (ante la quiebra de la oposiciónentre lo superior e inferior, la preservación de aquella segun-da entre el modelo y la copia aparece como apenas un fi'ágilconsuelo). Siendo esto así, medidas ambas según la vara de sussupuestos efectos prácticos (que es el contexto en que el pro-pio Schwarz sitúa la discusión), no quedaría claro ya por quéaceptar aquel primer deslinde pero no este último.

El tiempo de la políticaElías J. Palti286

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-.pLas limitaciones inherentes <1 la historia de "ideas"

Por otro lado, y esto es quizá más grave desde un punto de•,vistametodológico, la insistencia de Schwarz en preservar el es--quema de los "modelos" y las "desviaciones", aunque teórica-¡uente poco eficaz, no carece, de todas maneras, de consecuen-cias (negativas) para la investigación histórico-intelectual. Suplanteo termina, en la práctica, sirviendo para reforzar proble-mas inherentes a la historia de "ideas" en América Latina.

En efecto, las paradojas implícitas en la fórmula de "lasideas fuer~ de lugar" se expresan, a su vez, en una cierta ten-sión' entre su método crítico y sus derivaciones histórico-inte-lectuales. Cuando pasa al análisis del discurso político se pier-de aquella noción medular que le había permitido superar eltipo de reduccionismos propios de los enfoques "materialistasvulgares": el concepto de forma. Aunque, como afirma, éste se, aplicaría igualmente al ámbito del pensamiento político, cuan-do abandona el ámbito de la literatura para centrarse en e! aná- i

lisisde los sistemas conceptuales to~a a éstos como meros con-jun tos ideas, es decir, los reduce a sus contenidos ideológicos, (como si los discursos políticos no tuvieran forma, sino que só-! lo sirvieran de vehículos para trasmitir ideas). Así, en su tránsi-

_'_ to de! plano de la crítica literaria al ámbito de los discursos po-li' lítico-sociales, las sutilezas de sus percepciones tienden aperderse de manera inevitable haciendo manifiestas las estre-checes heurísticas del esquema de "modelos" y "desviaciones"como grilla para comprender el desenvolvimiento errático delas ideas en América Latina.

Siguiendo e! esquema de "modelos" y "desviaciones", la his-toriografia de ideas en América Latina se encontraría desde susorígenes organizada en tomo de la búsqueda y definición delas "distorsiones" producidas por el traslado a la región deideas liberales que, supuestamente, resultaban incompatibles

45 En palabras de uno de los más lúcidos historiadores de ideas del área;Charles Hale: "La experiencia distintiva delliberalisrrl.o deriva del hecho deque las ideas liberales se aplicaron en países alta,mente estratificados en tér~minos sociales y raciales, económicamente subdesarrollados, y con una arrai~gada tradición de autoridad estatal centralizada. En síntesis, las mismas seaplicaron en un ambiente extraño y hostil". Charles Hale, "Political and So-cial Ideas in Latin America, 1870~1930," en Leslie Bethell (comp.), The Ca1n~bridge History ,o/Latin America, Cambridge, Cambridge University Press; 1989,

vol. IV,p. 368.46 José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, FCE,

p. 1984, cap. v.'

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con la cultura y tradiciones heredadas45 Lo~ historiadores deyideas locales coinciden así en postular que, en el siglo XIX, elresultado de la colisión entre la cultura tradicionalista nativa ylos principios universales del liberalismo habría sido una suer-_te de ideología transaccional, que José Luis Romero definió co-mo "liberal-conservadora".46 Confrontadas a',un medio que lesera extraño y hostil, las ideas "modernas" liberales cobraron enla región, según se afirma, un carácter'marcadamenteconser-vador y "retrógrado".

Tal esquema, sin embargo, al reducir todas las aristas pro-blemáticas en la historia intelectual local a cuestiones relativasa lo que en filosofia legal se llama adjudicatio (la aplicabilidado no de una norma a un caso particular), impediría, de hecho,a los historiadores de ideas interrogar críticamente los "mode-los" putativos, bloqueando así de antemano la eventual proble-matización de éstos, que es precisamente, como señalara. Schwarz, ef o

aspecto más interesante en la oln-a de Machado de Assis: cómo ésta ha-cía manifiestos desde dentro del género problemas que le eran intrínse-cos.La apelación a esa entidad vaga llamada "Europa" funcio-na aquí, p~r el contrario, a modo de invocación a esa suerte deesfera supraIunar en que las ideas encontrarían, supuestamen-te, "su lugar apropiado". De allí que, dentro de este marco con- ,ceptual, el que las ideas de un autor determinado se hayan

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EUas J. Palti288

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Page 147: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

apartado del supuesto ,"tipo ideal" liberal (ellogos) sólo puedainterpretarse como sintomático de algún pathos oculto. Los"modelos" son, en la región, aceptados de manera llana como

i perfectamente consistentes, y su sentido como transparente. A, i las definiciones de manual, simplistas por naturaleza, aquí se las.; toma de modo acrítico como puntos de partida válidos; el úni-; ca problema que la historia de ideas plantearía en América La-: tina es algo, de hecho, externo a éstas por completo: su aplica-i bilidad o no al específico contexto local.

Desde un punto de vista conceptual, la consecuencia másgrave de! señalamiento anterior es que las aproximaciones tra-dicionales a la "historia de ideas" necesaria y sistemáticamentefracasan en su intento de hallar algo "peculiar" a América La-.tina, como pretenden. A fin de postular el hallazgo de alguna"peculiaridad latinoamericana", los historiadores de ideas loca-les no sólo deben simplificar la historia de ideas europea, bo-rrando todas sus aristas problemáticas y eliminando la comple-

,jidad de su curso efectivo. El punto es que aun así difícilmenteencontrarán algún modo de describir las postuladas "idiosin-crasias" latinoamericanas con "categorías no europeas". Comoseñala Schwarz, términos tales como "conservadurismo", y aunla mezcla ideológica expresada en la fórmula de Romero ("Ii-

, beralismo conservador"), se tratan, evidentemente, de catego-' rías no menos "abstractas" y "europeas" que su opuesto "Iibera-lísmo". No obstante ello, todavía es cierto que, dentro delmarco de estas aproximaciones, en la medida en que, según el

, consenso general, los pensadores latinoamericanos no r~aliza-: ron ninguna contribución relevante a la historia "universal" del'pensamiento, lo úniéo que puede aún justificar y tornar rele.',vante su estudio es la expectativa de hallar "distorsiones" (có-;'mo laSideas se "desviaron" del patrón presupuesto) ~Encontra-¡ mos aquí, en fin, la contradicción básica de las aproximacionesIcentradas en las "ideas": é-;iaSiéne;'~;:¡-{¡"n"'aD.s¡ed~ªpj)i.li:¡~_'ticularidad" que nunca pueden satisfacer. En síntesis, la historiai. - '. . __.. _ "_. o ~. __

f de "ideas" lleva a un callejón sin salida.

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Así, obligada a postularse un objetivo que nunca puede al- I(canzar, ésta mina sus propios fundamentos. Como vimos, 5ch-warz es particularmente lúcido acerca de esta situación (la si-multánea necesidad-imposibilidad de distorsiones en la historiade ideas local). Sin embargo, toma por una característica de lahistoria intelectual latinoamericana lo que es, en realidad, unproblema inherente a las propias aproximaciones a ésta. Si noes posible encontrar los supuestos rasgos que especifican a lasideas en el contexto local es, en última instancia, porque esasmismas aproximaciones lo impiden: considerado desde el pun- Ito de vista de su contenido ideológico, todo sistema de pensa- :miento cae necesariamente dentro de un limitado rango de al. Iternativas, ninguna de las cuales puede pretender aparecer!como una exclusividad latinoamericana. Las ideas de un autordado sólo pueden ser, dentro de este esquema, o bien más li-berales que conservadoras, o bien más conservadoras que libe-rales, o bien deben ubicarse en algún punto equidistante entreambos polos (y él mismo patrón habrá de reproducirse en ca-da uno de los distintos tópicos en que las historias de ideas tra-dicionales suelen encontrarse organizadas). En definitiva, cuan- I

do analizamos los textos abordándolos exclusivamente 'en ~llnivel de los contenidos proposicionales, el espectro de los po-j_'"sibles resultados se puede establecer perfectamente a priori; lasposibies controversias se reducen a cómo categorizarlos. '

De este modo, tales problemas locales plantean cuestionesepistemológicas de alcance más vasto. Desde la perspectiva ex-clusiva de los contenidos semánticos de los discursos, entre"ideas" y "realidad", entre "texto" y "contexto", sólo existiríauna relación mecánica externa. El "contexto" aparece aqtií sÓ-¡lo como una especie de escenario exterior para el desplieguede las ideas (que conforman e! "texto"). Entre uno y otro niVel)no hay aún verdadera interpenetración. Yaquí radica tambiénla limitación fundamental contra la que choca el enfoque de I

Schwarz. En definitiva, si éste no puede dar cuenta de las razo- ¡nes epistemológicas para la necesidad-imposibilidad de tales

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Page 148: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

• J.>. Representación y uso de las ideas

"distorsiones" es porque 'él mismo descansa sobre las premisas, que determinan tal necesidad-imposibilidad. La raíz última de elloi t se encuentra en una perspectiva lingüística decididaIl1~nte pobre,! ' inherente a la historia de "ideas", que reduce el ~engttaje.as~ fun-!Idón puramente referencial. Es ésta la gye provee los fundamentosII1 pataJa di~tin~ió!1.entr~)sIea,s,".y"::r-,,~,dati~s"_<;1!lª_queel.proble-I n:a d",,"las.i!!,e<l$JjJ"g,d",lJJgar::,se SQ~time.Yéste es tal sólo sobrei la base del supuesto de esta distinción: tan pronto como ésta se ve: minada, la cuestión de la "imitación" pierde todo sentido. Pero ha-

cer esto requiere la reformulación de su entero universo catego-rial, Jo que conlleva no sólo la definición de otros tópicos para lahistoria intelectual sino, fundamentalmente, la reconfiguración desu mismo objeto de estudio, esto es, del concepto de "texto", incor.porando a su definición la consideración de aquella dimensiónpragmática que le es inherente.

Esta perspectiva tradicional de la historia de "ideas" que re-latamos representa, en realidad, una simplificación del méto-do crítico de Schwarz (como vimos, éste es mucho más sutil ycomplejo). Aun así, tal patrón interpretativo tradicional (quees el que reside en la base del esquema de "modelos" y "desvia-ciones") encuentra raíces conceptuales profundas en su propiateoría. Éstas se ligan, como dijimos, a una perspectiva lingüís-tica pobre que determina una concentración exclusiva en loscontenidos semánticos de los textos (su dimensión referencial).Una expresión de l;'~~esulta sumamente relevante al res-pecto: "el punto aquí más bien es que, bajo la presión de la di-

I cotomía idealismo/materialismo, hemos concentrado toda nues-I tra atención en el pensamiento como condicionado por 'JosIhechos sociales fuera del mismo, y no hemos prestado ningu-I na al pensamiento como denotando, refiriendo, asumiendo,Iáludiendo, implicando, y realizando una variedad de funciones

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El tiempo de la política

de l~s.cuales la de contener y proveer información es la más Jsimple de todas".", En efecto, que Schwarz asocie el que las ideas en AméricaLatina se encuentren "fuera de lugar" con el hecho de que és-tas resulten descripciones inadecuadas ("representaciones dis-torsionadas") de la realidad local denota que su perspectiva pi-vota aún sobre la base de es~. COI1<:eptotra.di"ionalde la historiade "ideas" que reduce el lenguaje a su función meramente re.féren~iaIÓ~ ':ide~" como "representaciones" de' I~ reaÜd~d),sin emijárgo; él tipo' de problémática que él se propone abo'r-dar excede el ámbito estrictamente semántico del lenguaje. Dehecho, entendida en este sentido, la expresión "ideas fuera delugar" resulta una contradicción en los términos, La definiciónde un discurso dado como "fuera de lugar" conlleva la referen-cia a su dimensión pragmática, a las condiciones de su enuncia-ción. Algunas distinciones conceptuales nos permitirán, pues,precisar las raíces conceptuales de las paradojas y problemas aque conduce la fórmula de Schwarz.

Si dicha fórmula representa una contradicción en los tér.minos es porque en ella se confunden dos instancias lingüísti-cas muy distintas. Schwarz introduce en esta fórmula un factorpragmático-contextual en un nivel semántico de lenguaje, lo quenecesariamente engendra una discordancia conceptual, es de-cir, lo lleva a describir las ideas en términos de significados yproposiciones atribuyéndole, sin embargo, funciones que sonpropias de su uso, Las "ideas" (el nivel semántico) suponen pro-posiciones (afirmaciones o negaciones respecto del estado delmundo). Éstas no se encuentran determinadas contextualmen.te: el contenido semántico de una proposición ("qué se dice")puede establecerse más allá del contexto y modo específico desu enunciación. Las consideraciones contextuales remiten, encambio, a la dimensión pragmática del lenguaje, Su unidad es

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Enunciado E (utterance) en situación x

48 Fuente: Oswald Ducrot, El deciry lo dicho, Buenos Aires, Hachettc, 1984,p.31.

Sentido de E en situación x(significance)

49 Roberto Schwarz, "Adequa~aonacional e originalidade crítica", Seqüén-cías, p. 28.

ras o falsas (representaciones correctas o erradas de la realidad),pero nunca están "fuera de lugar"; sólo los enunciados lo están:el estar "fuera de lugar" es necesariamente una condición prag-mática; indica que alguien dijo algo de un modo incorrecto, oque fue dicho por la persona equivocada o en un lugar inapro-p.iada o en un momento inoportuno, etc. A la inversa, los enun-¡aados, como tales, pueden eventualmente estar "fuera de lugar",pero no ser falsos o verdaderos. Sólo las proposiciones lo son. Unenunciado particular puede quizá contener proposiciones fal-sas, pero aun así es "verdadero" ("real") como taL Los enUncia-¡dos, de hecho, trascienden la distinción entre "ideas" y "reali-dad": ellos son siempre "reales" como actos de habln. (para decirl0.Jcon los términos de Austin). Esto explica una de las paradojasque señala Schwarz: que un enunciado contenga proposicionesfalsas ("representaciones distorsionadas de la realidad") y queaun así sea "verdadero". Pero ésta no remite a ninguna particu- l1

laridad brasileña o latinoamericana, sino a una facultad inhe- ¡:,.rente al lenguaje.

Podemos sintetizar ahora el postulado fundamental que Of- :.

ganiza este trabajo: la definición de un modelo que permita dar Icuenta de la dinámica problemática de las ideas en América La-tina, en la medida en que involucra una consideración de la di- Imensión pragmática del lenguaje, no se puede realizar con el itipo de herramientas conceptuales que Schwarz maneja (que ¡son, en definitiva, las tradicionales de la "historia de ideas"). ISólo a partir de una consideración simultánea de las diversas:instancias de lenguaje se pueden establecer relaciones signifi-Icativas entre los textos y sus contextos particnlares de enuncia-¡ción, hallar un VÍnculo que conecte los dos canales de la "visión I

estereoscópica" ("análisis literario" y "reflexión social") que Ipropone Schwarz,49 y convertir así a la historia intelectual en

Componente retórico

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Significado de E(meaning)

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En el marco de nuestra discusión presente el punto críticoes que las "ideas" (en tanto proposiciones o statements) son verdade-

~Componente lingüístico (statements)

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el enunciado (utterance), no la pmposición (statement). Lo que im-porta en el enunciado no es el significado (meaning), sino el sen-tido (significance). Este último, a diferencia del anterior, no pue-de establecerse independientemente de su contexto particular deelocución. Éste refiere no sólo a "qué se dijo" (el contenido se-mántico de las ideas), sino también a "cómo se dijo", "quién lodijo", "dónde", "a quién", "en qué circunstancias", etc. La COffi-

, prensión del sentido supone un entendimiento del significado; sin'. embargo, ambos son de naturaleza muy distinta. El segundopertenece al orden de la lengua, describe hechos o situaciones;el primero, en cambio, pertenece al orden del habla, implica larealización de una acción. Lo visto hasta aquí puede represen-tarse como sigue:48

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Page 150: Elias J. Palti - El Tiempo de La Politica

@Véase Iuri M. Latman, La semiosJera. 1: Semiótica de la cultura y del texto(Barcelona: Cátedra / Universitat de Valencia, 1996) y La semiosJera. JI- Semió-tica de la cultura, del texto, de la conducta y del espacio, Barcelona, Cátedra/Uni_versitat de Valencia, 1995. Agradezco a Eduardo Saguier por haberme llama-do la atención sobre las posibles afinidades entre el concepto de Schwarz ylas ideas de Latman.

--)Y De las "ideas" al "lenguaje"

I El paso'.l~_u_na.!listoria de las"id~as" <l_un••}¡jstOIiE,_li~L'1,.,n-\ guaje" ofrece, en efecto, una nueva base para abordar el tipoI _. -

i de cuestiones que Schwarz se propuso tematizar. De todos mo-dos, es cierto que hacerlo obliga, al mismo tiempo, a revisar as-pectos fundamentales de su concepto. Un ejemplo ayudará aaclar"r ambas cuestiones. Un modelo particularmente relevan-te en este sentido es el desarrollado por Iuri Lotrnan.5o La apli-cación de su concepto de "semiosfera" al análisis de la proble-mática planteada por Schwarz nos permitirá observar en quésentido una aproximación centrada en los "lenguajes" puedeproveer de una base para avanzar en su mismo proyecto, ilus-

una verdadera empresa.chermenéutica. Si enfocamos nuestro .análisis exclusivamente en la dimensión referencial de los dis-cursos, no hay modo de trazar lasmarcas lingüísticas de su con-texto de enunciación, puesto que, en efecto, éstas no radicanen este nivel. De allí que, siguiendo los procedimientos habi- .

¡ tuales de la historia de ideas, no pueda hallarse en las "ideas! latinoamericanas" ningún rasgo que las particularice e identi-! fique como tales: sólo la consideración de la dimensión prag-! mática de los discursos permite comprenderlos como eventosi (actos de habla) singulares. En definitiva, hLbúsquedade las¡determinaciones contextuales que condicionan los modos de

I!~propiación, circulación y articulación de los discursos públi-cos nos conduce más allá de la historia de "ideas".

trando al mismo tiempo la naturaleza de las limitaciones quele imponía su inscripción dentro de los marcos tradicionalesde la historia de "ideas".

La semiótica, como se sabe, es la disciplina que ha venido aocupar en nuestros días el lugar que dejó vacante el eclipse dela retórica clásica. Ésta ha tratado de analizar sistemáticamentelos procesos de intercambio simbólico. Su piedra de toque fuela definición de la unidad comunicativa elemental representa-da por el esquema "emisor -> mensaje -> receptor". Sin embar-go, para Lotman, ese esquema monolingüe deriva en un mode-lo abstracto, estilizado y estático, de los procesos de generacióny transmisión de sentidos. Como él muestra, ningún "código","texto" o "lenguaje" (términos que usa en forma intercambia-ble) existe aislado; todo proceso comunicativo supone, dice, lapresencia de al menos dos códigos y un operador de traduc-ción. El concepto de "semiosfera" señala, precisamente, la coe-xistencia y superposición de infinidad de códigos en el espaciosemiótico (lo qúe, en última instancia, determina su dinámica).Éste, como señalamos, representa una alternativa posible parareelaborar el modelo de Schwarz que rescate el núcleo "fuerte"de su propuesta original (y que su propia formulación llevó a

diluir) .En primer lugar, el modelo de Lotrnan aclara un concepto

que se encuentra sólo parcialmente articulado en los textos delcrítico brasileño. Según afirma el semiólogo ruso-estonio, si.bien todo código (por ejemplo, una "cultura nacional", una tra-dición disciplinar, una escuela arústica o bien una ideología po-lítica) se encuentra en constante interacción con aquellos otrosque forman su entorno, tiende siempre, sin embargo, a su pro-pia clausura a fin de preservar su equilibrio interno u homeos-tasis. Éste genera así una autodescripción o metalenguaje porel cual legitima su régimen de discursividad particular, recor-tando su esfera de acción y delimitando internamente los usosposibles del material simbólico disponible dentro de sus con-tornos. Yde este modo fija también las condiciones de apropia-

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SI En Die Nalionaliliitenjrage und die Sozialdemokratie (1924), el líder socia-'lista Otto Bauer sintetizó esta idea en su concepto de "apercepción nacional".Su definición de éste resulta sugestivamente similar a la idea de Oswald deAndrade del "canibalismo cultura!". Según afirma, la "apercepción nacional"indica que "ninguna nación adopta elementos foráneos en forma inalterada;~ada una los adapta a su ser total, y los somete al cambio en su proceso deadopción, de digestión mental". Bauer, "The Nation ", en Copal Balakrishnan(éomp.), Mapping the Nalion, Londres, Verso, 1996, p. 68. Al respecto, véaseElías J. Palti, La nación como problema. Los historiadores y la "cuestión. nacional",Buenos Alres, FCE, 2003.

ción de aquellos elclue.rítos simbólicos "extrasistémicos": una• "idea" correspondiente a un código que le es extraño no pue-de introducirse en él sin antes sufrir un proceso de asimilación

'. a éste. Esto muestra que, en definitiva, el "canibalismo" semió-tico no es una particularidad brasileña, y mucho menos una he-

, .rencia cultural tupí, como imaginaba Oswald de Andrade,5!En este marco se comprende mejor la crítica primera de

'Schwarz al rechazo por parte de los nacionalistas a la "imita-•ción" de los modelos "foráneos", cuando señala que la imitaciónno'a1canza a explicarse por sí misma, sino que deben buscarseen la propia realidad brasileña las condiciones que explican esatendencia a adoptar conceptos extraños para describir (siemprede manera impropia) a la realidad locaL En definitiva, decíaSchwarz, es en el mismo acto de "imitar" que la cultura brasile-ña hace manifiesta su naturaleza inherente. Pero ello tambiénmuestra que, como señalaba Carvalho Franco, nunca las "ideas"

..~stán realmente "fuera de lugar", esto es, que nunca los inter-cambios comunicativos suponen meras recepciones pasivas de

. elementos "extraños". Para ser asimilados, éstos deben ser (o• volverse) "legibles" por la cultura que los ha'de incorporar (delo contrario, resultarían "irrelevantes" para ésta, "invisibles"des-de su horizonte particular). La pregunta a que esta comproba-ción enfrenta a Schwarz puede formularse así: ¿cómo pueden'las ideas ser asimilables como propias y extrañas al mismo tiem-

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299El tiempo de la política

po? La única forma de salvar la noción de los "desajustes loca-les" sería v91ver atrás en sus argumentos y postular la existen-cia de un cierto sustrato más auténtico de nacionalidad a la quesu propia cultura "superficial" fallaría en expresar o represen-tar, que es precisamente lo que sostiene el discurso nacionalis-ta. Reencontramos aquí, pues, aquella alternativa en aparienciaineludible: o bien disolver la problemática relativa a la condi-ción periférica de la cultura local, o bien volver a los marcosdualistas propios del nacionalismo. Existe, sin embargo, unatercera opción, que Schwarz esboza sin alcanzar aún a desarro-llar de modo consistente.

La piedra de toque de su concepto radica en un giro fun-damental que él introduce en los modos de abordar la cues"tión. Su interrogación original ya no referiría en verdad a la su-puesta <'extrañeza" de las ideas y la cultura brasileña sino, másbien, a cómo es que éstas vienen eventualmente a ser percibi-das como tales por determinados sectores de la población lo-caL La referencia a las ideas de Lotrnan puede sernas de utili-dad para aclarar también este punto, Como éste señala, si bien •los procesos de intercambio cultural no involucran nunca unamera recepción pasiva de elementos "extraños", y precisamen-te por ello, es inherente a éstos la ambivalencia semiótica, laque tiene dos orígenes. En primer lugar, las equivocidades re-sultantes del hecho de que los códigos (al igual que la semios-fera, considerada en su conjunto) no son internamente homo-géneos: en su interior coexisten y se superponen (se encuentracruzado por) infinidad de subcódigos que tienden, a su vez, asu propia autoclausura, haciendo no siempre posible la mutuatraductil:>ilidad. Por otro lado, esa misma apertura de los códi-gos a su entorno semiótico tiende también a producir siemprenuevos desequilibrios internos, A fin de volver asimilable un

.elemento externo, los sistemas deben adecuar su-estructura in-terna a éste, reacomodar sus componentes. desestabilizando asíde modo constante su configuración presente. Esto se ligaría alo que Jean Piaget estudió bajo la rúbrica de procesos de asimi-

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52 Véase Jean Piaget, La equilibración de las estructuras cognitivas, México,Siglo XXI, 1978.

53 La idea de la compensación simbólica como el procedimiento que per-mitela reversibilidad de las estructuras cognitivas (sin lo cual no existe nin-gún conocimiento- verdadero) fue desarrollado por Piaget en el texto antesmencionado, La equilibración de !a estructuras cognitivas.

lación y acomodación, a los "quedefinió como los mecanismosfundamentales para la equilibración-desequilibración de las es-tructuras cognitivas.52 Siguiendo este concepto, cabría decirque las ambivalencias son causa y efecto al mismo tiempo delos desequilibrios. Los desarrollos desiguales producen necesa-riamente asimetrías entre los códigos y subcódigos UerarquÍasy desniveles en cuanto a relaciones de poder), lo que conllevasiempre, en todo proceso de intercambio, la presencia-de cier-ta violencia semiótica (operante tanto en los mecanismos de es-tabilidad de los sistemas como en los impulsos dinámicos quedislocan éstos), y deriva en compensaciones simbólicas insufi-cientes.53

Lo que Schwarz percibe como la determinante última de la"particularidad latinoamericana" (la interacción problemáticaentre "centro" y "periferi:i:l")cabría comprenderla, pues, comouna expresión de tales desarrollos desiguales e intercambiosasimétricos en,el ámbito de la cultura, que resulta en un doblefenómeno. Por un lado, en la periferia de un sistema los códicgas serían siempre más inestables que en el centro, por lo quesus capacidades de asimilación resultarían relativamente máslimitadas. Por otro lado, la distancia semiótica que los separarespecto del centro haría que las presiones para su acomoda-ción sean allí más fuertes. Vistas desde esta perspectiva, las pos-turas de Carvalho Franco y de Schwarz pierden su carácter an-tagónico. Ambas estarían enfatizando, respectivamente, dosaspectos diferentes e igualmente inherentes a todo fenómenode intercambio culturaL Mientras que el concepto de Carval-ha Franco se enfoca en los mecanismos de asimilación, el de

Schwarz se concentraría en los pro,cesos de acomodación a queaquéllos suelen, a su vez, dar lugar '(ya las inevitables tensionesinternas que éstos generan). , ' ,La anterior reformulación del concepto de Schwarz con-

densa el núcleo de su propuesta teórica.54 Sin embargo, llevaal mismo tiempo ya implícita la revisión de ésta en tres aspec-tos fundamentales. En primer lugar, en esta perspectiva, los"centros" y las "periferias" no son ya algo f~o y estable, sino va-'riable en el tiempo y en el espacio. Determinarlos no es, de he-cho, una tarea sencilla. No sólo se desplazan históricamente, si-no que, incluso en un mismo momento dado, son siemprerelativos (lo que es un centro en'un respecto, bien puede serperiférico en otro respecto;55 los centros yperiferias contienen, ,a su ~ez, sus propios centros y periferias, etc). Resulta, pues,simplista y, en definitiva, engañoso hablar de "centros" y "peri-

GEn "Discutindo co~ Alfre'd~Bosi" (1993). Roberto Schwarz seapro"xi-ma más claramente a estaformulación. Allí discute la idea de Bosi de "filtro"cultural (Alfredo Rosi, Dialéctica de la colonizariio, San Pablo, Companhia deLetras, 1992). Según afirma, ésta "tiene méritos claros, en cuailto que supe-ra los modelos mecanicos o aleatorios de difusión del pensamiento. En espe-cial,las relaciones profundamente asimétricas e~tre países ricos y países po-bres [ ... ] pasan a ser vistas con mayor humanidad, y mayor certeza, puestoque en lugar de una importación directa y'unila~eral nos hace notar la efica-cia, incluso involuntaria, de la constitución inten1"ade la parte débil, que nun-ca es completamente pasiva" (Roberto Schwan, Seqüéncias, p. 83). Pero, almismo tiempo, indica que la asimilación de elementos extraños nunca escompleta por la misma circunstancia (que la noción de filtro tiende a desco-nocer) de que toda cultura nacional forma parte de un sistema internacio-nal estructurado por "condiciones y antagonismos globales, sin cuya presen-cia las diferencias locales y nacionales no se entienden" (ibid., p. 84).

55 Además, aunque existe una evidente .correlación entre economía y cul-tura, tampoco puede afirmarse que los "centros económicos" coinciden siem-pre con los "centros culturales". Estados Unidos, por ejemplo, aún despuésde convertirse en un gran centro económico mundial, siguió siendo perifé-rico culturalmente (y aun hoy lo es en algunas áreas). Sobre este punto, véa-se Haroldo de Campos, De la razón anlrojJojágica. , \'0"';

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56 J. G. A. Pocock, Politics, Language, and Time, p. 22.

ferias" como si fueran entidades homogéneas y fIjas, es decir,objetos cuya naturaleza y características puedan determinarsea. priori (lo que conduce a una visión abstracta y genérica de"Europa;Y~érica Latina", y de sus relaciones mutuas).En ~gund9/¡ugar, los desajustes semióticos no se sitúan

aquí en eT';;¡;eldel componente semántico. No se trata de quelas ideas "representen inadecuadamente la realidad"; los dese-quilibrios no remiten, en este contexto, a la relación entre"ideas" y "realidades" -concepto que tiene siempre implícito(al menos como contrafáctico) el ideal de una sociedad com-pletamente orgánica, en la que "ideas" y "realidades" conver-jan-, sino a la de las ideas respecto de sí mismas. Y este tipodislocaciones resultan, en efecto, inevitables. Éstas derivan, co-mo vimos, de la coexistencia y superposición, en un mismo sis-tema, de códigos heterogéneos entre sí. Esto determina que,si bien nunca las ideas están "fuera de lugar" (puesto que susignifIcado no preexiste a sus propias condiciones de inteli-gibilidad). éstas están, al mismo tiempo, siempre "fuera delugar". (dado que todo sis.tema alberga protocolos contradic-torios de lectura); más precisarnente, éstas se encuentran"siempre parcialmente desencajadas". Y ello es así no porquelas ideas e instituciones extrañas no puedan eventualmenteadecuarse a la realidad local (de hecho, siempre están, en unsentido, "bien adecuadas"), sino porque dicho proceso de asi-milación es siempre conflictivo debido a la presencia, en el in-terior de cada cultura, de pluralidad de agentes ymodos anta-gónicos de apropiación ("una sociedad plural y compleja", dicePocock, "habla un lenguaje plural y complejo; o, más bien, unapluralidad de lenguajes especializados, cada uno de los cualesporta sus propias pautas para la definición y diStribución de au-toridad").56 En este marco, pensar que las ideas pudieran en-contrarse por completo desencajadas implicaría afirmar un es--

tado de completa anomia (la disolución de todo sistema), elcual no es nunca verifIcable de manera empírica (aun el esta-do de guerra civil presupone reglas). Por el contrario, imaginarun estado en el que éstas estuvieran encajadas a la perfecciónequivaldría a suponer un sistema completamente orgánico, unorden totalmente regimentado que ha logrado eliminar todassus fIsuras y contradicciones internas (f~ar su metalenguaje),algo que 'no es nunca tampoco posible en sociedades relativa-mente complejas,La percepción de la "extrañeza" de la cultura brasileña res-

pecto de su sociedad, señalada por Schwarz, se explicaría asícomo una expresión de los desajustes producidos por esta di-námica compleja de los procesos de adquisición cultural. Di-cha <lextrañeza" no se trataría sólo de un dato que la "opiniónpopular" recoge (como piensan los nacionalistas), una meracomprobación empírica, sino (como sugiere eventualmenteSchwarz) una resultante de las ambivalencias que se desenca-denan en el mismo proceso de producción, transmisión y apro-piación de los discursos. No cabría ya hablar de "ideas fuera delugar", de categorías que estarían, por su propia naturaleza, de-sajustadas respecto de la realidad local (dando lugar a repre.sentaciones distorsionadas de ésta). Los desajustes serían, másbien, una expresión del hecho de que toda asimilación es siem-pre contradictoria, Y esto nos conduce al tercer aspecto, queconstituye, en realidad, aquel en verdad problemático, puestoque escapa ya defInitivamente a las posibilidades de tematiza-ción implícitas en el concepto del brasileño,El témJ:)aspecto que la introducción de la consideración~ ..

de la dimensión pragmática del lenguaje nos obliga a revisardel concepto de Schwarz radica en el hecho de que, como sesigue de las consideraciones anteriores, no sólo las "ideas" noestán nunca completamente desencajadas o "fuera de lugar"-pues en ese caso, carentes de condiciones apropiadas de re-cepción, se tornarían irrelevantes (invisibles) para el código da-do-, que es, en defInitiva, lo que el propio Schwarz señala, si-

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57 "El azúcar sería demasiado cara si no se emplearan esclavos en el tra-b~o que requiere el cultivo de la planta que lo produce. Estos seres de quie-nes hablamos son negros de los pies a la cabeza y tienen además una nariztan aplastada que es casi imposible compadecernos de ellos. No puede cabeT-nos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio haya dado un al-ma, y, sobre todo, un alma buen;, a un cuerpo totalmente negro." Esto lo de-cía nada menos que Montesquieu (El espiritu de las leyes, libro xv, cap. v). Sepuede alegar que tal afirmación no era propia al liberalismo, sino que refle-ja sus propios prejuicios personales, o un clima de época, etc. (algo contra locual, éste, sin embargo, advierte en el prefacio: "no he sacado mis principiosde mis prejuicios", asegura allí, "sino de la 'naturaleza de las cosas"). Sea co-mo fuere, resulta claro que la conjunción liberalismo-esclavismo -aunque,por razones obvi<l::s,en el Brasil se hará sentir de manera más notoria- nofue una "particularidad brasileña".

('" .~8,.parala distinción entre "persona" y "cosa", véase Jacob Gorender, O es-cmvismo colonial, San Pablo, Ática, 1978, p. 73.

tud. Éste es tal sólo bajo el supuesto de que los esclavos son sujetos dederecho, que era, precisamente, lo que el discurso esclavista ne-gaba.57 El que esa declaración nos resulte contradictoria con la ,)existencia de la esclavitud, en definitiva, sólo revela nuestras} ,propias creencias presentes al respecto (es decir, refleja el he- ).;.cho de que para nosotros todos los seres humanos, incluidos los ".Iiesclavos, son sujetos de derecho; en fin, que no participamos t)del discurso esclavista) ,5810 que no es relevante desde un pun- ,)!to de vista historiográfico. (Yj

Sin embargo, Schwarz está aún en lo cierto cuando afirma, cjen contra de Carvalho Franco, que tal declaración estaba "fue- .)ra de lugar". Por supuesto, no importa aquí qué pensamos ~o- 1.'\SOtrOSal respecto. El punto es que ésta en efecto pareció así pa-' .,()f~~ra los propios actores (o al menos, para algunos de ellos), y que "~Ji';

" ,en el curso del siglo XIX esta percepción se difundió rápidamen- () 1te (en especial, en la segunda mitad del siglo). Las que se con-;V/);trapusieron. entonces no fueron "ideas" con "realidades", sino ""~dos discursos opuestos (como señala Lotman, la generación de 0'contradicciones o ambivalencias semióticas supone sienlpre la '.l) ,

El tiempo de la políticaElías J. Palti

no que, además, el sentido'de sus desajustes no podría tampo-co definirse sino sólo en función de un código particular. Estoes, que la determinación de las ambivalencias, para un sistemadado, es ella misma equívoca, una función de un contexto prag-mático particular de enunciación. No existe un "lugar de la rea-lidad" en el que se pueda determin~;---':'taxativa y ';bjetivamen-te-="':qué "ideas" se encuentran "fuera de lugar" y cuáles no..Endefinitiva, la definición de qué está "fuera de lugar" y qué está"ensu lugar apropiado" es ella misma parte ya del juego deloseqllívocos (como vimos, para los propios actores, los "irreaiis-t"s" son siempre los "otros")..Yesto redefine el objeto de la his-toria intelectual local. De lo que se trataría entonces es de com-

i prender qué es lo que se encuentra "fuera de lugar" en cadacontexto discursivo particular: cÓlno es que ciertas ideas o n:t0-delos y no otros vienen a aparecer como "extraños" o inap~o-piados para representar la realidad local;.cómo, ideas y mode-los que resultan "apropiados" para ciertos sujetos, aparecen como"e~traños"pára otro.s; cómo, finalmente, ideas o modelos que,en determinadas circunstancias y para ciertos actores, apare<;:ie-ron como "extraños" se revelan eventualmente como "apropia-dos" para esos mismos actores (ya la inversa, cómo' ideas ymo-delos que parecieron "apropiados" se tornan "extraños" paraellos). El ejemplo clásico de Schwarz, el de la Constitución bra-sileña de 1824, resulta aquí también ilustrativo.

Siguiendo el texto de la Declaración de los Derechos del Hom/;rey el Ciudadano, ésta afirmaría que todos los hombres nacidos ensuelo brasileño serían libres e iguales. Como señala Schwarz,tal declaración, repetida en un país en que aproximadamenteun tercio de la población era esclava, generaba evidentes con-tradicciones. En todo caso, representaba una grosera distorsiónde la realidad. Se trataría, en fin, de una expresión más de laserie de desajustes producidos por la introducción de las ideasliberales en un contexto en que no existían las condiciones so-ciales que le dieron origen. Sin embargo, dicho principio noera necesariamenlecontradictorio con la existencia de la esdavi-

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presencia de al menos dos códigos heterogéneos entre si) que,e~de'terminadas circunstancias, entraron en contac.to y colisio-naron. En todo caso, lo cierto es que la "des,ubicación" de di-cha carta no era algo "natural" o fIjo (que fue y se mantuvo asídesde el momento mismo de su proclamación), ni algo que sur-gía inmediatamente de la propia letra de la declaración cuan-do se la 'contrastaba con lá "realidad" social de su tiempo, sinoun' resultado histórico, el producto (contingente) de una seriede desarrollos desiguales que determinaron las condicionesparticulares de articulación pública de los discursos en ese paísyen ese período. En defInitiva, su estar "fuera de lugar" no sepuede comprender fuera del proceso de descomposición quesufre por entonces la institución esclavista (en un país cuya eco-nomía sigue, sin embargo, funcionando sobre la base de ésta).Refleja, en fIn, cómo las premisas del discurso esclavista esta-ban siendo socavadas,

Volvemos así a una defInición centrada en los contenidossemánticos de los discursos (las "ideas"), pero desde una pers-pectiva que incorpora ya la consideración de la dimensiónpragmática de éstos. Ella muestra por qué la pregunta sobre silas ideas liberales estaban en Brasil "fuera de lugar" no es unaa la que se pueda responder simplemente por sí o por no, És-ta obliga a trasladar nuestro enfoque a un plano distinto deanálisis (un movimiento que Schwarz esboza sin alcanzar a con-

". cretar). A la historia de las "ideas parcialmente desencajadas""1cabe defInirla como una suerte de historia de las "ideas de lasidfas-fuera-<:le-Iugar",una historia de un segundo orden de ideas,en fIn" una historia de los lenguajes y sus modos de articula-ción, circulación y apropiación social. Ytambién de los inevita-bles desfases que' éstos generan.

En stntesis, podemos afIrmar que'el concepto de Schwarzde las "ideas fuerá de lugar" así reformulado, es decir, reinter-,pretado en términos de las \deas siempre parcialmente desen-cajadas",resulta aún sumamente esclarecedor de los fenóme-nos de intercambio simbólico y, en particular~ de la dinámica

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desigual de los desarrollos culturales en América Latina, ofre-ciendo una herramienta más sofIsticada de análisis que la queprovee el esquema de "modelos" y "desviaciones" dentro delcual el propio Schwarz inscribió su propuesta teórica (y lo lle-vó a analizar las ideas en términos de signifIcados y prop,Osicio-nes atribuyéndoles funciones que son propias, sin embargo, desu uso), Según vimos, la apelación a modelos lingüísticos máscomplejos permitiría rescatar el núcleo "fuerte" de su propues-ta original (que es defInitivamente mucho más interesante quesu versión debilitada más difundida) y reelaborarlo evitando larecaída en el tópico, tornando a este mismo en objeto de aná.lisis, pasible de escrutinio crítico; en fin, "desnaturalizado","desfamiliarizarlo" .

Esta sofisticación del modelo propuesto por Schwarz, en úl-tima instancia, no sólo es una de las direcciones posibles en lasque éste puede desarrollarse, sino que resulta, en un sentido,mucho más compatible con los presupuestos antiesencialistasimplícitos en su propia intervención polémica. El precio que,debemos pagar por e,stasofisticación argumental, sin embargo,es el de renunciar a toda expectativa de hallar algún rasgo ge-nérico, sencillamente formulable, que identifique a la historiaintelectual local latinoamericana; esto es, de llegar a descubriralguna característica particular en su dinámica que sea comúna los diversos tipos de discursos, a lo largo de los diversos perío-dos e igualmente perceptible en todos los países de la región(yque, a su vez, distinga esta dinámica de la de aquellos discur-sos pertenecientes a todos los demás continentes y regiones);desistir, en fIn, de la pretensión de poder definir, más allá desu contexto particular de enunciación, qué ideas están fuera delugar, y en qué sentido lo están en América Látina. En defIniti-

,va, entiendo que el núcleo del argumento que aquí se presen-;ta se encuentra ya perfectamente sintetizado en una frase dGSchwarz aparecida en un artículo de 1969-1970 cuando discu-tia el movimiento "tropicalista" (pero que vale también para supropia fórmula): "La generalidad de este esquema es tal que

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59 Roberto Schwarz, "Cultura e política, 1964-1969", Opai defamília e QU-

tros estudos, pp. 77-8.

comprende a todos los países del continente, en cada uno delos estadios de su historia, lo cual sería un defecto: ¿Qué nospuede decir acerca del Brasil de 1964 una fórmula igualmenteaplicable, digamos, al siglo XIX argentino?".59

308Elías J. Palti

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