Elsa Blair - Muertes Violentas La Teatralización Del Exceso

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Este texto es resultado de un proceso de investigación cuyo análisis se aventura a dar una interpretación antropológica del fenómeno de la muerte violenta en Colombia. Es una reflexión sobre los aspectos subjetivos culturales de la violencia y no sobre sus causas estructurales, que intenta caracterizar las formas de producción de la muerte violenta, a sus víctimas y victimarios, y las lógicas y 'racionalidades' que subyacen a ella. La interpretación camina por "la vía del exceso": exceso de muertes, de cargas simbólicas en su ejecución, de formas simbólicas para nombrarla y de ritos para tramitarla. "La pregunta acerca del significado y los efectos que este exceso podría tener sobre la sociedad sirvió de base para pensar la relación cultura-violencia". La autora hace una comparación con la violencia en otras latitudes y deja claro que no es un fenómeno exclusivamente colombiano. Pero en Colombia existe la evidencia de falta de elaboración de duelos por tantas vidas perdidas junto con heridas abiertas en la memoria y el recuerdo colectivo. Así, la violencia actual sería una reedición de otras violencias, de una violencia presente en la memoria colectiva, y sólo la elaboración de esos duelos le permitirá a la sociedad colombiana resignificar su pasado para darle cabida a un nuevo pacto social en el que la violencia no sea el eje estructurante o desestructurante de su vida social. Muertes violentas hace aportes novedosos para la interpretación de la situación de violencia en Colombia, al tiempo que deja abiertos interrogantes para futuras investigaciones en un tema tan difícil de abarcar. ISBN 1SS-bS5-ílS-5 <

Transcript of Elsa Blair - Muertes Violentas La Teatralización Del Exceso

  • Este texto es resultado de un proceso de investigacin cuyo anlisis se aventura a dar una interpretacin antropolgica del fenmeno de la muerte violenta en Colombia. Es una reflexin sobre los aspectos subjetivos culturales de la violencia y no sobre sus causas estructurales, que intenta caracterizar las formas de produccin de la muerte violenta, a sus vctimas y victimarios, y las lgicas y 'racionalidades' que subyacen a ella. La interpretacin camina por "la va del exceso": exceso de muertes, de cargas simblicas en su ejecucin, de formas simblicas para nombrarla y de ritos para tramitarla. "La pregunta acerca del significado y los efectos que este exceso podra tener sobre la sociedad sirvi de base para pensar la relacin cultura-violencia". La autora hace una comparacin con la violencia en otras latitudes y deja claro que no es un fenmeno exclusivamente colombiano. Pero en Colombia existe la evidencia de falta de elaboracin de duelos por tantas vidas perdidas junto con heridas abiertas en la memoria y el recuerdo colectivo. As, la violencia actual sera una reedicin de otras violencias, de una violencia presente en la memoria colectiva, y slo la elaboracin de esos duelos le permitir a la sociedad colombiana resignificar su pasado para darle cabida a un nuevo pacto social en el que la violencia no sea el eje estructurante o desestructurante de su vida social. Muertes violentas hace aportes novedosos para la interpretacin de la situacin de violencia en Colombia, al tiempo que deja abiertos interrogantes para futuras investigaciones en un tema tan difcil de abarcar.

    ISBN 1SS-bS5-lS-5

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  • E d i t o r i a l U n i v e r s i d a d de A n t i o q u i a

    A n t r o p o l o g a

    Muertes violentas La teatralizacin del exceso

    Eisa Blair

  • Muertes Violentas La teatralizacin del exceso

    Elsa Blair

    Antropologa Inst i tuto de Estudios Regionales I n e r Editorial Univers idad de Ant ioquia

  • >leccin Antropologa Elsa BlairTrujillo Editorial Universidad de Antioquia INER BN: 958-655-818-5

    mera edicin: febrero de 2005 >eo de cubierta: Sandra Mara Arango stracin de cubierta: Enrique Jaramillo, En memoria, 1990. Instalacin de dimen-nes variables. Tomado de Arte y violencia en Colombia desde 1948, Bogot, Museo de e Moderno de Bogot, Norma, 1999, p. 142. igramacin: Luz Elena Ochoa Vlez presin y terminacin: Imprenta Universidad de Antioquia

    preso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia ihibida la reproduccin total o parcial, por cualquier medio o con cualquier ipsito, sin la autorizacin escrita de la Editorial Universidad de Antioquia

    torial Universidad de Antioquia fono: (574) 210 50 10. Telefax: (574) 210 50 12 ail: [email protected] inaweb: www.editorialudea.com irtado 1226. Medelln. Colombia

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    306.9 B635

    Blair, Elsa Mara Muertes violentas : la teatralizacin del exceso /

    Elsa Blair. - Medelln : Editorial Universidad de Antioquia, 2004.

    245 p. - (Coleccin Antropologa)

    ISBN 958-655-818-5 Incluye bibliografa e ndice analtico.

  • Contenido

    Agradecimientos x l n

    Presentacin x v

    Introduccin X V I 1 La puesta en escena de la muerte violenta xxv

    Primera parte La significacin del exceso La desmesura de los colombianos 3

    Introduccin: El hiperbolismo de la violencia 3 El exceso de violencia y su invisibilidad 5 Cultura-violencia: trazos de un debate 10 Los entramados de significacin del exceso 14

    El smbolo .15 La trama 17 La escena 17

    La inflacin del smbolo o su negacin 20 Segunda parte La escenificacin de la muerte. Actos, smbolos y significaciones El exceso en el escenario de lo poltico: muertes en combate,

    masacres y asesinatos selectivos 27 Introduccin: La muerte y la poltica 27 Muertes en combate: la guerra como escenario 31

    El combate: una mirada desde la antropologa forense 33 Las masacres: la crueldad extrema y el exceso 39

    Los smbolos del exceso 41 El horror sobre los cuerpos 43 La crueldad en otras latitudes 51 La masacre: el exceso en estado puro 52 Continuidad o "memorias de sangre"? 56

    Los asesinatos selectivos 61

  • viii

    Los asesinatos polticos 62 Los magnicidios, o las muertes "significativas" 63 De los muertos significativos a la historia de los insignificantes:

    la tras-escena del exceso 69 La complacencia en el exceso: muertes violentas de jvenes

    en el conflicto urbano 74 Introduccin 74 Los protagonistas del conflicto y la muerte 76

    Del "no nacimos pa' semilla" al "ms bien uno quiere formar una familia, tener un futuro" 76

    "Al que pillemos matando, lo matamos" 79 "Para m, matar gratis era pecado" 81 Paramilitarismo y delincuencia: guerra a muerte 82

    La ciudad, territorio de violencia y muerte, y sus jvenes habitantes 83 La ciudad: territorio donde la muerte se produce o el lugar

    de su ejecucin 85 La ciudad: territorio codificado. Una "topografa

    de la muerte" 87 La ciudad: territorio significado o dotado de sentido 93

    Prcticas funerarias: una etnografa 97 El funeral: una fiesta 100 Conjugando el crimen y los rezos 103

    El exceso codificado en la exclusin social: muertes annimas, amenazas y desapariciones 106 Introduccin: Las muertes annimas 106 Las muertes sociales o muertes invisibimdas 107

    Los NN: de la tumba identificada al anonimato de una fosa comn 109

    En la frontera de la muerte: los amenazados 112 "Tiene una hora para abandonar el pas" 114 "Haba unas cincuenta personas en esa lista de muerte" 115 El desarraigo como forma de muerte a travs del exilio 116

    Los desaparecidos: noche y niebla 117 Tercera parte La codificacin del dolor: ritualizacin, simbolizacin

    y tramitacin de la muerte Ritualizacin, simbolizacin y tramitacin de la muerte 123

    Introduccin 123 La ritualizacin 124

  • ix

    El cementerio: un lugar de memoria 129 El cementerio San Pedro 130 La "vida" en el cementerio 130 La iconografa de las tumbas 135 El sentido de los rituales y los cultos funerarios 141

    De las formas de simbolizacin de la muerte 146 La esttica de la muerte 146 Las narrativas de la muerte: lo que el cielo no perdona

    y otras historias 172 La virgen de los sicarios y Rosario Tijeras: nuevas narrativas 178 La muerte en la poesa 181 La msica y la muerte 182

    Las formas de tramitacin de la muerte 189 El duelo 191 La memoria 197

    Conclusin 205 Bibliografa 207 ndice analtico 223

  • Sin la muerte, nuestro pas no dara seales de vida. Y no es una paradoja. Hay incluso un marcado impudor que nos incita a hacer de la muerte una consigna patria. Lo confirman las instancias ms fnebres de ese inmenso mausoleo que

    llamamos historia pero tambin las horas ms graves de la imaginacin y el arte. De la poesa. Entre nosotros la muerte es un husped incmodo aunque esperado,

    hoy como ayer, da tras da en cada una de las habitaciones de la casa. De esa casa grande donde caben por igual la afrenta pblica y la rencilla privada, el rencor y el

    odio y ese cainismo meticulosamente cultivado que los notarios de la ignomimia llaman Violencia. Por ello no debe sorprendernos el estigma que como un heraldo

    nos precede en todos los caminos del mundo. Y no es para menos, pues incluso nos las hemos ingeniado para desmentir el aserto de quienes ingenuamente crean que la muerte es el acto de un solo personaje. La verdad es que nos hemos esforzado al

    mximo en demostrar que la muerte es una orga colectiva, un coral de frenes democrtico, sin exclusiones ni egosmos. Si es cierto que la poesa "debe ser hecha

    por todos, no por uno " nuestro sentido de la camaradera nos ha convertido en poetas de la muerte. Por eso entre nosotros el fratricidio es el nico contrato social que hemos firmado y ratificado una y otra vez. Es un destino trgico que como un

    inquietante espectro se graba por igual en los ojos de un nio y en el vientre sin expectativas de una mujer grvida. Siempre ha sido as. Bc&tan dos evocaciones

    para confirmar cmo la dialctica del odio y la muerte por encima de todos los expedientes y prontuarios de la impunidad, es el principio mvil de nuestra vida

    civil, adems entre esas dos evocaciones median exactamente cuatrocientos aos, es decir, la triste cronologa que como un siuiario se extiende desde los primeros

    crmenes que conmovieron a nuestro pas hasta los que a diario nos ponen de manifiesto que el huevo de la serpiente durante tanto tiempo incubado acaba de

    quebrarse. Una cronologa que es la de la lenta pero minuciosa e incontenible masacre que nos agobia desde las pginas poco compadecidas de un libi o llamado

    El carnero hasta la conjuncin fnebre de matices negros y grises de La violencia ese cuadro en cuyo horizonte una mujer mutilada yace agobiada

    por el silencio de la muerte

    R. H. Moreno Durn La violencia, dos veces pintada.

    El oidor y el cndor

  • Agradecimientos

    Este texto no hubiera podido escribirse sin el concurso de muchas perso-nas que desde distintos lugares pusieron su palabra en l.

    A Natalia Quiceno y Cristina Agudelo p o r su acompaamiento aca-dmico en el proceso de elaboracin de la investigacin. Sus aportes es-tuvieron siempre presentes a la hora de las mejores discusiones.

    Tambin encontr la palabra sabia y generosa de varios profesores que no puedo dejar de nombrar : Carlos Mario Perea, profesor e investi-gador del Iepri de la Universidad Nacional en Bogot, evaluador del informe de investigacin, y quien con su aguda crtica me oblig a 'ma-durar ' muchas de las reflexiones que se encont rarn aqu.

    Gracias al profesor Alfredo de los Ros, p o r su inters en la reflexin y su in ter locucin acadmica en a l g u n o s m o m e n t o s del p roceso investigativo.

    A los profesores Luz Stella Castaeda e Ignacio Henao, por su gene-rosidad al ofrecerme testimonios, que estaban impregnados de muerte , utilizados en su investigacin sobre el parlache.

    Al profesor Augusto Escobar, por su colaboracin en el apartado so-bre literatura colombiana de la violencia.

    A Marta Ins Villa y Amparo Snchez, investigadoras de la Corpora-cin Regin por su interlocucin acadmica en las primeras bsquedas de la investigacin.

    A Luz Mara Londoo, po r el apoyo en la revisin final del texto previo a su publicacin. Y a Cristina Agudelo, quien colabor adems en la revisin y correccin del texto.

    A mis compaeros(as) del Iner, sorprendidos pero en la mayora de los casos respetuosos con mis "esotricas" investigaciones.

    Finalmente quiero agradecer a J u a n Carlos Mrquez, el editor, quien desarroll un paciente y minucioso t rabajo sobre el texto con el que, sin duda, ha ganado calidad.

    A todos ellos mis reconocimientos po r sus aportes. Lo que, sin embar-go, no los compromete en los resultados.

    Elsa Blair Medelln, agosto de 2004

  • Presentacin

    El verdadero aporte de la antropologa contempornea consiste en plantear preguntas inteligentes y en ensamblar y poner en relacin diversos aspectos de una realidad heterognea; en tal contexto, pretender concluir, explicar o probar algo no

    deja de ser una ilusin Mara Victoria Uribe"

    La escritura de este texto ha sido.un proceso muy interesante que toca con la prctica investigativa misma y con los procesos de produccin de conocimiento, que no siempre o ms bien casi nunca coinciden con los t iempos institucionales en los que dichos procesos se enmarcan. Den-tro de los lmites del t iempo previsto para la investigacin, 1 se hizo un informe de 300 pginas con varios anexos: un archivo iconogrfico con 70 fotografas tomadas en distintos cementerios, ms un ejercicio de sis-tematizacin de informacin de discursos extractados de revistas, que pretenda mostrar la manera como los medios de comunicacin, en este caso escritos, asuman y divulgaban las muertes violentas en el pas. 2

    Siete meses despus, luego de una coyuntura particular y de la madu-racin de ideas que haban quedado sin 'amarrar ' , pero que se sostenan en el convencimiento de la riqueza del material all consignado, nos en-frascamos de nuevo en la aventura de 'ponerle palabras' al f e n m e n o recurrente de la muer te violenta, y de disearle un marco interpretat ivo que fuera ms all del conteo de muertos, y del 'reguero' de cadveres por toda la geografa nacional,' 1 y lo dejara leer desde sus d imensiones

    * Antroploga. Actualmente es directora del Instituto Colombiano de Antropologa e Historia. 1 Fue una investigacin financiada por el Comit de Investigaciones (CODI) de la Universidad

    de Antioquia en convocatoria de menor cuanta, es decir, de un ao de duracin. 2 Por no ser analistas de medios 110 fue posible para nosotros ahondar mucho ms en este anlisis.

    Creemos, sin embargo, que el material sistematizado le sera muy til a un analista de medios o de discursos, para desentraar las tramas sobre la muerte que se tejen en las narrativas produ-cidas por esta sociedad.

    3 Vase Mara Victoria Uribe, "Desde los mrgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desdt 1948, Bogot, Museo de Arte Moderno, Editorial Norma, 1999, p. 286.

  • vi

    imblicas. Buscamos as las mejores palabras, palabras capaces de cons-rui r en t ramados de sentido, o lo que es lo mismo, tramas de significa-:in, para tratar de entender un f e n m e n o que, sin duda, sigue exigien-lo nuestros mejores esfuerzos para ser desentraado.

    La tarea a la cual nos dimos en el proceso de investigacin, y que menta remos presentar de la mejor manera , fue tratar de aprehender las icciones de muer te desde una perspectiva que sobrepasa la dimensin sica de la muer te y se adentra en sus contenidos simblicos. Compart i -rlos a pleni tud la apreciacin de Clifford Geertz, en el sentido de que onsiderar las dimensiones simblicas de la accin social arte, religin, deologa, ciencia, ley, moral, sent ido comn no es apartarse de los iroblemas existenciales de la vida pa ra ir a parar a algn mbito empri-0 de formas desprovistas de emocin, es, por el contrario, sumergirse n medio de tales problemas. 4 El propsi to es, entonces, hacer una lectu-a interpretativa que nos permita interrogar desde esta dimensin el sen-do, o lo que l lamamos con Geertz las tramas de significacin, de todas esas uertes.

    El texto que ahora se presenta es el resultado de dos procesos: el pri-ero, un proyecto de investigacin desarrollado entre 2000 y 2001 en el arco del Grupo de Investigacin Cultura, Violencia y Territorio del INER e la Universidad de Antioquia; el segundo, un momen to posterior de nterpretacin mucho ms analtica de los resultados de la investi-acin. Por obvias razones, el p r i m e r o estaba a m a r r a d o a t i empos istitucionales; el segundo, aun cuando de cierta manera tambin lo es-iba, fue, con todo, ms abierto y libre.

    Para llevar a cabo la investigacin, la labor de las dos auxiliares, en

  • Introduccin

    La violencia en Colombia y la muer te como expresin extrema de esa violencia rebasa con mucho las estadsticas sobre hechos violentos y recuento de cadveres, es decir, sobre la muer te en su dimensin fsica. La violencia se convierte en un fenmeno que las ciencias sociales deben in terpre tar en el mbito de los referentes simblicos y de sus componen-tes imaginarios. En efecto, adems de su dimensin fsica, f ru to de una violencia sobre los cuerpos, del "orden de la evidencia", 1 la muerte vio-lenta tiene otras dimensiones simblicas que deben ser interpretadas. Hacerlo exige, sin duda, "una mirada oblicua, desde los mrgenes para no caer en el espectculo obsceno de la muer te y/o de la violencia". 2 Esta lectura desde los mrgenes nos llev por caminos de las formas de sim-bolizacin y de representacin de la muerte , esto es, las formas con las cuales en el terreno simblico los colombianos estamos enf rentando la muer te y t ramitando el dolor.

    Interrogarse por las significaciones que desde la pespectiva antro-polgica tiene la violencia, sigue siendo una tarea de pr imer orden y un asunto de difcil resolucin. Al creer, como Mara Victoria Uribe, que pre tender explicarla es por momentos slo una ilusin, y que la tarea de la antropologa es ms bien la de formular preguntas inteligentes al res-pecto, 5 lo que hacemos en este trabajo es sugerir una lectura interpretativa a partir de la definicin de un campo de problemas, desde donde se pue-de, a ju ic io nuestro, interrogarla "inteligentemente". Estos problemas son fenmenos sociales complejos que estn en relacin directa con la violen-cia, y cuyos contenidos o dimensiones simblicas no son muy visibles aun-que s muy importantes, y se expresan median te la mise en scne del acto violento o, ms precisamente, de la muer te violenta; nos preguntamos por, al menos, algunas de sus "tramas de significacin". Este concepto,

    1 Roland Marshal, "Le temps de la violence et de l 'identit", en: Cartes d'identit, Paris, Fondation National de Sciences Politiques, 1994.

    2 Maria Victoria Uribe, "Desde los mrgenes de la cultura", en: Arte y violencia en Colombia desde 1948, Bogot, Museo de Arte Moderno, Editorial Norma, 1999, p. 285.

    3 Ibd.

  • XX

    Cada u n o de los tres captulos de esta segunda parte se inicia con una reflexin, ms de carcter sociolgico, que ayuda a contextualizar el mar-co social, cultural y poltico d o n d e se producen estas muertes violentas, lo qe los socilogos llamamos los escenarios; porque si no se contextualizan, asumiran un carcter bastante patolgico. Con todo, no es un anlisis sociolgico sobre la guerra o sobre el conflicto poltico armado. Sin em-bargo, debe leerse ten iendo presente que en Colombia el eje de la con-frontacin es el conflicto a rmado, y que toda la interaccin social est actualmente atravesada por l.

    Si bien es claro que no todas las muertes violentas y ni siquiera la mayora son producidas p o r el conflicto armado, esto es, en combate o f ru to directo de la violencia poltica, tambin es cierto que muchas de ellas son efecto, directo o indirecto, de la confrontacin blica. Sera dif-cil para la sociedad colombiana poder explicar esas muertes sin alusin muy directa a este "estado de guerra" latente y cuasi permanente . Ade-ms, como se deja ver en la introduccin del pr imer captulo, existe una estrecha relacin an no muy evidente en el pas entre la muer te y la poltica. Sin embargo, es necesario ser muy cuidadosos con la caracteri-zacin de esos efectos. Mal formulados podran convertirse en 'velos' pa ra la comprensin del problema. Como dice Geertz "[...] hay numero-sas maneras de oscurecer u n a verdad evidente". Pero, cmo formular esos efectos, sin caer en lo que Alejandro Castillejo llama el eufemismo inventado por los acadmicos para pulir la corrugosa superficie de nues-tro territorio?

    En ese sentido, se ha hecho aqu el esfuerzo por combinar dos cosas: la pr imera, el ejercicio analtico de releer una literatura vieja, susceptible d e se r i n t e r r o g a d a d e u n a m a n e r a n u e v a , 9 es decir, se t ra ta de recontextulizar a lguna par te de la literatura sobre la violencia la que ms se aproxime a la d imensin simblica desde la muer te violenta c o m o acto significativo. La s e g u n d a , el s egu imien to a la l i t e r a tu ra antropolgica ms novedosa en relacin con la violencia; se apela, sobre todo, a los nuevos enfoques y estrategias metodolgicas para lograr re-plantear la que, creemos, ha sido hasta ahora una relacin mal planteada entre cultura y violencia.

    En el captulo 2 nos preguntamos por las muertes violentas de las guerras, las muer tes en combate, pero buscando una mirada diferente, para lo cual acudimos a la antropologa forense que ofrece nuevos enfo-gues para pensar el problema. Luego nos detenemos en las masacres, en

    ) Gonzalo Snchez, "Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas", en: Gonzalo Snchez y Ricardo Pearanda, comps., Pasado y presente de la violencia ni Colombia, Bogot, Fondo Editorial Cerec, 1986.

  • XXI

    su mayora f ru to del conflicto poltico armado, y que involucran como sus principales vctimas generalmente a los campesinos. Algo se ha dicho sobre esta modal idad de ejecucin de la muerte , respecto de su d imen-sin simblica y la puesta en escena de rituales de muerte, que cumplen eficazmente con la produccin de terror en las poblaciones. En efecto, es por esta va que la muerte se deja interrogar desde sus dimensiones sim-blicas a part i r de su ejecucin misma, del mismo acto de matar, expresa-do la mayora de las veces en la violencia ejercida sobre los cuerpos. Cuer-pos que son, a su vez, vehculos de representacin y de significacin. En este sentido, cobra mucha fuerza la reflexin que pone en relacin direc-ta la violencia con el cuerpo y que, al parecer, haba sido abordada por la antropologa en el estudio de los ritos o del fenmeno del sacrificio. Los estudios al respecto, en el caso colombiano, son de Mara Victoria Uribe, Alba Nubia Rodrguez, y en menor medida Alberto Valencia y Alejandro Castillejo. Este ltimo, apoyado en Feldman, dice que en lo que concierne a la violencia es preciso mirar el cuerpo como un texto: "el muerto no dice nada, es puesto a hablar a travs de su descuartizamiento [...] las formas de la muerte son, en ltima instancia, formas de silenciar a una persona que como tal es por tadora de algn sent ido". 1 0 Por ltimo, interrogamos en este captulo los asesinatos selectivos, que clasificamos en tres categoras: ase-sinatos polticos, magnicidios y muertes por "limpieza social".

    El captulo 3, titulado "La complacencia en el exceso: las muertes de jvenes en el conflicto urbano", se de t iene en los jvenes. Ellos han sido, en esta ltima violencia, de los actores ms vulnerables en su condicin de vctimas o de victimarios. El marco de produccin de estas muertes es, sin duda, la violencia urbana, que en este caso nos sirve de contexto. Lo que hacemos a part ir de la l i teratura sobre ella, es re-interrogar los testi-monios y los anlisis indagando sobre la muer te y sus significaciones. Nos preguntamos por los efectos de este exceso en los jvenes en trmi-nos de las significaciones culturales y de las consecuencias polticas y so-ciales que se derivan de esta ' famil iaridad' con la muerte violenta. Ella se refleja en cada testimonio, y est cifrada en lenguajes y cdigos que ha-blan de una presencia inminente de la muer te en la cotidianidad de sus vidas, que por cotidiana y excesiva copa espacios de significacin y con-tribuye a la construccin de sus r e fe ren tes de sentido. La hiptesis interpretativa que elaboramos, sobre lo que consideramos es el en t rama-do de significaciones simblicas que los jvenes producen en esa relacin muerte-ciudad, se despliega en tres dimensiones: la primera, la c iudad como el terri torio donde se origina esta muer te joven, es decir, la ciudad

    10 A. Castillejo, 0>. cit., p. 24.

  • xxu

    es el espacio fsico "de produccin de la muerte violenta". La segunda, es la relativa a la demarcacin y "codificacin del territorio" a part i r de referentes absolutamente 'tanticos' que marcan la ciudad. Y la tercera dimensin es la de la ciudad como el lugar donde "la muer te se signifi-ca", es decir, se inscribe en un marco de representacin que le da sentido, con el cual los jvenes 'vivencian' sus experiencias y expresan sus mane-ras de habitar la ciudad.

    El captulo 4, que cierra la segunda parte, est dedicado a las muer tes annimas, y se titula "El exceso codificado en la exclusin social: muer tes annimas, amenazas y desapariciones". La razn que nos asiste es la ne-cesidad de 'visibilizar' todas esas muertes oscurecidas por el conflicto ar-mado, o que ste desdibuja, y que tienen no slo enorme presencia en la sociedad, sino que adems tocan fibras muy sensibles del ' tejido social'; ocurren contra seres annimos, desconocidos, des-identificados, que mue-ren en altsima proporcin. Son las "muertes annimas" que 'engordan ' las cifras estadsticas y que, a juzgar por el grueso de la literatura sobre violencia en el pas, no han suscitado mayor atencin del Estado, ni de los medios, ni de los analistas de la violencia, ni del pas en general . Tambin aqu abordaremos el f enmeno de los indigentes y "margina-les", lo que, p o r oposicin a los magnicidios, hemos l lamado las muertes "insignificantes", en la forma de "limpieza social". Tratamos, pues, de caracterizarlas y contextualizarlas con el fin de visibilizarlas en el trabajo, para lo cual acudimos a identificar algunas de ellas; muertes que, cuando aparecen en prensa, son una nota al margen sin la mayor importancia. Aunque sabemos que este tipo de acciones se producen en otros lugares, en el caso colombiano se re-significan lo suficiente como para ameri tar ser interrogadas en este contexto, en este estado generalizado de violencia.

    La lt ima pa r t e del captulo trata acerca de los amenazados y los des-aparecidos. Tan to en u n o como en otro caso la muer te ha estado presen-te, si bien n o como dimensin fsica en un cadver, al menos s en sus d imensiones simblicas. Para los amenazados-exiliados, una pe rmanen-cia en el pas en su condicin de amenazados habra, sin duda, significa-d o su sentencia de muer te y, de cualquier manera , el exilio es a todas luces una f o r m a de muerte , y no precisamente metafrica. En el caso de los desaparecidos, creemos que lo ms prximo a esta condicin es la muer te . Con estos actores, y en sus respectivos escenarios, se hace una elaboracin interpretativa que los testimonios ayudan a ilustrar," y que p o d e m o s considerar como una descripcin analtica.

    11 Los testimonios han sido tomados de algunos de los textos referenciados sobre violencia urba-na, otros del t rabajo de investigacin "El parlache", de Luz Stella Castaeda y Jos Ignacio Henao, y algunos fueron cedidos por la Corporacin Regin.

  • 1

    xxiii

    El captulo 5, que constituye la tercera parte, es bastante ms comple-j o porque en l se indagan las formas de ritualizacin, simbolizacin y tramitacin de la muer te violenta que estamos uti l izando los colombia-nos frente a este exceso de muerte . Es tambin, desde el pun to de vista de la teora, el ms antropolgico. Se divide en tres partes: en pr imer lugar, interrogamos las construcciones simblicas presentes en ritos, cul-tos y prcticas funerarias, en un apartado que hemos l lamado "La ritua-lizacin de la muerte" . La indagacin se enfoca en dicha ritualizacin, en las prcticas y los ritos funerar ios que se llevan a cabo en los cementerios o en torno a los muertos, y hacemos una descripcin etnogrfica de la iconografa de las tumbas.

    En segundo lugar, indagamos por lo que en el mbi to de lo simblico identificamos como construcciones imaginarias (imgenes artsticas u otras formas narrativas) de la violencia y de la muerte, y que podemos llamar la "esttica de la muerte" . Se elabora un ensayo sobre la relacin arte-muerte-violencia, como una propuesta interpretativa sobre la simbolizacin de la muerte en el pas, desde la violencia de los aos cincuenta hasta la actual, que ha tenido en el arte una de sus mayores expresiones. El ensayo se inicia con una mirada al arte universal ms antiguo, relacionado con el tema de la muerte. Hasta donde nos fue posible, hicimos una indagacin sobre otras narrativas de la violencia: obras de literatura y otras formas estticas, como la msica popular, que en algunos gneros se halla impreg-nada de muerte. Aqu, lo que se ha logrado es slo una aproximacin a una problemtica, como la de la relacin muerte-arte-violencia, que tiene mu-cho por explorar. Con todo, encontramos sugerente la propuesta plantea-da en esta investigacin, la cual abre caminos para inquirir esta relacin.

    En tercer lugar, incursiona en dos maneras de ' t ramitacin' de la muerte : el duelo y la memoria . El primero, como construccin necesaria tanto en lo individual como en lo colectivo ante la p rd ida de vidas hu-manas. Sealamos la importancia de la elaboracin del duelo mediante un componente que trasciende la dimensin ntima, esto es, el psiquismo de los sujetos para ubicarse en lo social. Esta inscripcin responde a la necesidad de "un registro pblico de tramitacin de la muer t e" . 1 2 O, en otras palabras, constituye una forma de "poner el dolor del otro en la escena pblica". 1 3 Lo que hemos encontrado all es u n a her ida abierta. El segundo m o d o de tramitacin es la memoria, como clave en la elabo-racin de la muer te y par te fundamenta l del recuerdo a los muertos. La memoria se asume desde una reflexin reciente que enfrenta a las so-

    12 Fabiana Rousseaux y La Santacruz, "De la escena pblica a la tramitacin ntima del duelo", 2000 (s. i.).

    13 Doris Salcedo, citada por M. V. Uribe, 0>. ci., p. 284.

  • xxiv

    ciedades en guerra a grandes desafos frente a su dolor y su sufr imiento en el te r reno de su supervivencia moral. Olvidar, perdonar, recordar?

    El anlisis se desarrolla como una "puesta en escena" de la muer te violenta, desde su ejecucin hasta el nivel ms abstracto, el de su repre-sentacin, indagando, al comienzo, por los escenarios d o n d e se produ-cen estas muertes que son, en esencia, los 'lugares' de su ejecucin (esta ltima, identificada como acto i). Posteriormente, se identifican los sm-bolos presentes en cada una de ellas, y se incursiona en los escenarios donde se representa (acto n) esta escenificacin, que consta de tres mo-mentos: la interpretacin, la divulgacin y la ritualizacin. Ambos, el acto y su representacin, constituyen los elementos con los cuales se teje la t rama y se construye su significado.

    La reflexin terica para el anlisis se aliment del trabajo de mu-chos antroplogos, en particular de la obra de Clifford Geertz. C o m o ya lo dijimos, el concepto central en este trabajo, el de tramas de significacin, es de Geertz, al igual que el marco terico que lo sustenta. Tambin sus aproximaciones a conceptos como smbolo y cultura. Esta lt ima es, en sus trminos, bsicamente interpretativa y, vale la pena resaltarlo, no tiene nada que ver con la cultura entendida como una esencia o como una 'segunda naturaleza' , que sera, por lo dems, inmodificable.

    De la misma manera hicimos nuestra, para el anlisis, su concepcin metodolgica del trabajo etnogrfico. Hay que reconocer que fuimos poco ortodoxos en la estrategia metodolgica utilizada, pues en el desarrollo del proyecto combinamos tcnicas y mtodos de investigacin, apelamos a formas o fuentes de informacin como la literatura, la crnica, el poe-ma, etc., e hicimos uso de materiales ya publicados, pero absolutamente inditos, f ren te a la pregunta por la muerte, y de materiales y testimonios que an no han sido publicados.

    Hacer etnografa , dice Geertz, es hacer lo que hacen los que hacen antropologa social: establecer relaciones, seleccionar informantes , trans-cribir textos, trazar mapas del rea, llevar un diario, etc., pero estas son tcnicas y procedimientos, y ellos no definen la empresa. Lo que la defi-n e es cierto t ipo de 'esfuerzo intelectual': una especulacin elaborada en trminos de 'descripcin densa' , claramente diferenciada de la 'descrip-cin superficial' , porque la descripcin densa es descripcin interpretativa d e lo que se est haciendo, y esta diferencia define el objeto de la etno-graf a . 1 4 N o se dio, pues, n ingn paso, sobre todo en el anlisis y en la

    14 La descripcin etnogrfica presenta tres rasgos caractersticos: 1) es interpretativa; 2) lo que interpreta es el flujo del discurso social, y 3) la interpretacin consiste en tratar de rescatar "lo dicho" en ese discurso de sus ocasiones perecederas, y fijarlo en trminos susceptibles de con-sulta. C. Geertz, Op. cit., p . 32.

  • v/ XXV

    escritura del texto, sin un apoyo terico y metodolgico en la obra de Geertz o, ms precisamente, en sus conceptualizaciones. En este esfuer-zo logramos una interpretacin cuya estrategia de anlisis amer i ta ser explicada.

    La puesta en escena de la muerte violenta Las tramas de significacin, en el sent ido geertziano, son posibles de reconstruir a travs de un seguimiento al f enmeno que se estudia y que, en este caso concreto, implica un acto median te el cual se ejecuta la muer-te. La manera de ejecutar esa muer te daba, entonces, la pr imera pista en la interpretacin de sus significaciones. Sin embargo, el acto trascenda el momen to mismo de su ejecucin en trminos de significaciones, lo cual nos convenci de que debamos interrogarlo en lo que identif icamos como "otros momentos", a la manera de dramas puestos en escena en los que intervenan otros actores, y con ellos nuevas significaciones. Dicho de otro modo, si queramos reconstruir sus tramas de significacin no slo deba ser mirado el acto de 'ejecutar ' la muer te (acto i), sino tambin la manera de 'representarla ' (acto n).

    El acto de matar al otro fue clasificado para su anlisis en dos grandes momentos: la ejecucin y la representacin. La ejecucin cor responde al acto mismo en bruto (mucho ms fsico), y la representacin a las diferen-tes maneras del pensamiento de elaborar el acto (ms abstracto).

    Si bien el p r imer acto, la ejecucin, se efectuaba en un solo instante, el segundo acto era desarrollado en una secuencia de tres escenas: a) la interpretacin que se haca de la muer te desde distintos lugares y con dis-tintas voces; b) la divulgacin, donde el acto deba ser pensado a travs de los medios o las herramientas con que cuenta la sociedad para divul-garlo y, c) la ritualizacin, a travs de las formas rituales empleadas en la sociedad para afrontarla. Estos tres momentos o escenas suponan for-mas de representacin de la muer te y como tales eran por tadores de significaciones. Cada uno implicaba tambin la utilizacin de distintos medios de construccin y de expresin de smbolos y con ello de significa-dos y significaciones. 1 3

    Adicionalmente, y a partir de los procesos de pensamiento con los cuales se construyen las formas simblicas, el acto de ejecucin y repre-sentacin de la muer te va en una secuencia que parte de lo ms concreto

    15 Emendemos por smbolo un objeto que representa algo diferente de s mismo; por simbolizacin el proceso de puesta en escena de esos smbolos y, finalmente, por significacin una construccin o reconstruccin terica que interpreta esa puesta en escena de smbolos.

  • xxvi

    (la ejecucin del acto), a lo ms abstracto (su elaboracin y procesamien-to). As, la ejecucin es el acto en bruto; la interpretacin es la primera respuesta a l (la reaccin); la divulgacin ya implica un proceso de co-municacin, que supone alguna elaboracin ms o menos alejada (ms mediatizada) del acto b ru to y, f inalmente, la ritualizacin, que debera ser, al menos en teora, el proceso ms abstracto mediante el cual la ela-boracin del acto cumpliera su papel simbolizador.

    En pr imer lugar, era necesario para el anlisis reconstruir el contexto de la ejecucin, y ello pasaba por reconocer victimarios, armas utilizadas, formas de ejecucin y su carcter individual o colectivo. Luego de este reconocimiento podr amos reconstruir el escenario del drama, identifi-car los smbolos en l presentes y, a partir de ellos, empezar a esbozar las pr imeras interpretaciones sobre sus significaciones o, lo que es lo mismo, sobre las formas simblicas desplegadas en l.

    En segundo lugar, la representacin de la muer te cubra tres momen-tos o escenas. Primero, su interpretacin por par te de las vctimas, los victimarios, las autor idades gubernamentales y judiciales y otros sectores sociales, que daba tambin nuevas pistas sobre las significaciones reales o supuestas de ese acto. U n seguimiento al discurso nos convenci de que no slo era posible identificar las interpretaciones sobre los 'mviles' rea-les o sospechados de la accin, sino tambin sobre las razones, temores y lenguajes que le eran atr ibuidos a fin de racionalizarla. Esta pr imera reaccin poda documentarse a travs de diversas fuentes que, a su vez, constituan mecanismos de expresin de distintos sectores sociales, ya fuera mediante el discurso o la imagen.

    Segundo, la divulgacin de esas muertes po r los medios de comuni-cacin. En un seguimiento a las noticias de televisin y prensa y, en gene-ral, al manejo de los medios, se pudo documentar la manera como cada u n o de ellos presentaba el acto: a quin se atribua?, cmo se 'lea'?, cmo se interpretaba y d i funda cada una de esas muertes? Otra manera un poco ms elaborada de divulgacin eran las crnicas, los reportajes, la l i teratura y, finalmente, los pocos trabajos acadmicos sobre la muerte.

    El tercer y l t imo momento , la ritualizacin, de ese segundo acto, remite a lo ms evidente y tradicional en relacin con la muerte: los ri-tuales funerarios puestos en prctica frente al exceso de muerte y que expresan formas de vivenciarla y de afrontarla en distintos sectores socia-les. El seguimiento a este lt imo momento fue muy interesante. Estba-mos frente a prcticas funerar ias implementadas en diferentes cemente-rios de la ciudad, pero haba otras 'formas de expresin' tal vez menos evidentes, menos asociadas ' t radicionalmente ' con la muer te y menos fnebres que tambin la simbolizaban, y constituan lo que llamamos otras narrativas de la muer t e que expresaban maneras de asumirla o al menos de simbolizarla (artsticas, literarias, musicales, etc.). Todas ellas no slo

  • XXVII

    eran producto de determinados escenarios, sino que contribuan a cons-truirlos.

    Son cuatro momentos, ya lo dijimos, para un mismo acto, pero cuya significacin desborda el nivel de la ejecucin y se construye y expresa tambin en los otros tres niveles: la interpretacin, la divulgacin y la ritualizacin, esto es, en la representacin de la muer te . Todos ellos ape-lan a distintas tramas discursivas y hacen uso de diferentes smbolos e imgenes, para con ellos construir finalmente sus significaciones.

    Curiosamente o no tan curiosamente el f enmeno pensado en esta secuencia del acto puso de presente nuevamente el exceso y la des-mesura, en la cantidad de muertes ejecutadas, en la carga simblica de su ejecucin (manipulacin sobre los cuerpos) y en la 'teatralizacin' de las formas de divulgacin (imgenes, lenguajes de guer ra y de violencia). El acto violento permea otros espacios de la vida social y asume no pocas veces el carcter de espectculo. La muer te violenta es, pues, desde su ejecucin hasta su divulgacin, dramatizada y teatralizada hasta el exce-so. Qu pasa con el ltimo momento , el de la ritualizacin? Encontra-mos que es igualmente excesivo. El rito aparece excesivo por el nmero de entierros, con una grave consecuencia respecto de los procesos de elaboracin de esas muertes: se vuelve rut ina lo que como rito debera ser del orden de lo extraordinario, pe rd iendo as su eficacia simblica.

    La pregunta de fondo sobre el significado y los efectos que poda tener sobre la sociedad ese exceso, ya no slo en la 'cantidad' de los muertos sino tambin en la 'calidad' de las muertes, fue en esencia una 'excusa' para pensar la relacin entre cultura y violencia. Responderla nos ha permit ido decir algunas cosas sobre la violencia colombiana y, ms con-cretamente, sobre las significaciones simblicas expresadas, en este caso, en la muer te violenta.

    Con respecto a las limitaciones del trabajo, vale la pena mencionar dos fenmenos que la antropologa permi te abordar y que nos resultan muy importantes para seguir in ter rogando la violencia en esta dimen-sin, pero que no logramos tratar en esta investigacin. Son ellos el tema del sacrificio y, ligado a l, el simbolismo de la sangre. Igualmente, salvo por algunos brochazos, queda en la sombra el problema de la religiosi-dad y la violencia, porque por su dimensin y naturaleza sera en s mis-mo objeto de una respectiva investigacin.

    No hicimos conclusiones. La razn, como se podr ver en el texto, es 'prestada' de Thomas . 1 0 Sin duda, para concluir algo, har falta investi-gar todava mucho ms en el terreno de las dimensiones simblicas (y

    16 Louis-Vincent Thomas, Antivpologia de la muerte, Mxico. FCE, 1993 (primera edicin en francs de 1975).

  • xxviii

    culturales) de la violencia, pero p u e d e n sugerirse desde ya y se es el resultado de este trabajo vas de indagacin un poco ms problema-tizadas y mejor delimitadas. La reflexin respecto a la muer te violenta a part ir de nuevos enfoques arroja muchas luces para pensar el f enmeno desde sus dimensiones simblicas, "ms all del reguero de cadveres por toda la geografa nacional y del conteo obsceno de los muer tos" . 1 7 Para terminar, debo decir que estoy convencida, como Alejandro Castille-jo , de que "[...] No importa cunto ahondemos en esas dimensiones de la guerra, en esas interpretaciones de los actos de otros seres humanos , siempre habr algo que se salga de nuestras manos en tanto investigado-res, siempre habr un ' indecible '" . 1 8

    17 M. V. Uribe, Op. cit. 18 A. Castillejo, Op. rt., p. 16.

  • Primera parte La significacin del

  • La desmesura de los colombianos

    Introduccin: El hiperbolismo de la violencia

    La desmesura de los colombianos como alguna vez lo dijera Garca Mrquez parece ser algo ms que un recurso literario o una expresin esttica. 1 A juzgar por las cifras de la muerte , ella es tambin un dato demogrf ico . 2 La sociedad colombiana actual, en un acto de absoluta irreverencia con la muerte , ha traspasado todos los lmites y las cifras posibles, y tambin en la muer te "ha cado en el exceso".

    A este propsito, un autor de nombre J u a n Molina Molina escribe u n o de los mejores bosquejos "sobre la embriaguez por la exageracin" de dos magos de las artes, como Garca Mrquez y Fernando Botero. ' Pero de d n d e les viene se pregunta esta embriaguez por la exage-racin? Para explicarlo se apoya no slo en las influencias estticas de

    1 Gabriel Garca Mrquez, Por un pas al alcance de los nios, informe de la que se conoci como la "comisin de sabios" a la Misin sobre Ciencia y Tecnologa en Colombia, publicado posterior-mente por la Personera de Medelln, Medelln, 1997.

    2 Las cifras al respecto son elocuentes. Veamos slo algunos datos: para 1992 el informe de Amnista Internacional sobre Colombia reportaba que "comparat ivamente Colombia presen-ta la ms alta tasa de asesinatos de todo el mundo" . Esta tiene un aumento del 4% anual. Entre los hombres adultos el asesinato es la principal causa de muerte . Las estadsticas arro-jan para el ao 1992 la cifra total de 28.237 delitos de asesinato, 102 de los cuales fueron casos en los que cuatro o ms personas padecieron a la vez la muer te violenta y que por ello se encuent ran registrados bajo la categora de masacres. Peter Waldmann, "La cotidianizacin de la violencia en Colombia", Anlisis Poltico, N.32, Bogot, Iepri, Universidad Nacional, p. 35. Segn cifras del mismo Waldmann, en 1992, de cada 100.000 habitantes 85 tuvieron una mue r t e violenta. La cifra es escandalosa en comparacin con la sociedad a lemana d o n d e se p roducen 1,5 asesinatos u homicidios por cada 100.000 habi tantes . Segn un estudio ms reciente de Planeacin Nacional, la tasa de homicidios en el pas du ran te el per odo 1990-1998 registr 76 homicidios por cada 100.000 habitantes. Vase Planeacin 6? Desarrollo, 30 (3), jul.-sept., 1999, p. 89.

    3 J . Molina Molina, "Garca Mrquez y Botero. La hiprbole de la hiprbole", Magazn Domini-cal, El Espectador, N. 805, 18 de octubre de 1998, pp. 16-19. El artculo trata sobre la desmesura de estos dos artistas como recurso "de la provincia colombiana".

  • 4 / Muertes violentas

    ambos artistas, sino en su 'ser de colombianos', el pas de la desmesura. Segn el autor, "ambos par ten de la perspectiva de la subjetividad popu-lar, donde lo 'real' t iende a hinchar el hacer literario y/o plstico. Ambos recogen los rumores que se suspenden por encima de los tejados de la provincia colombiana". 4

    Si bien en una pr imera instancia el hiperbolismo intensifica el cuerpo real, tiene tambin la capacidad de negarlo, y en esa refutacin crea los mundos improbables. Ciertamente, al proyectar las propiedades del cuer-po en un nivel de excepcionalidad, rompe las nociones de lo verosmil para entrar en el orden de lo imaginario. La inflacin del contorno es inseparable de la sustraccin:

    El imaginario de Botero quebranta el principio de la contradiccin: sus cuerpos son ms grandes y pequeos a la vez. Los cuerpos crecen en la medida en que se empe-queecen los orificios. As las prostitutas en el juego incongruente se desmienten; la casi invisible matica de vellos o los diminutos senos, las vuelven su opuesto: son impberes [...] En las telas la voluminosidad de las mujeres se mitiga en la ternura de los pequeos orificios (puticas vrgenes).

    Mientras en la obra de Garca Mrquez,

    [...] proliferan los seres desproporcionados [...] el padre Angel era grande, sangu-neo con una apacible figura de buey manso. Csar Montero era monumental y no caba en los espejos [...] [su obra] est determinada por la cantidad, esto es, por el procedimiento acumulativo de la exageracin que, en el tiempo y en el espacio, contorna la excepcionalidad de los personajes. La Mama Grande desde el nombre: "Mara del Rosario Castaeda y Montero" con su fsico modelado en masas de grasa y carne que vivi hasta los noventa y dos aos, son hiperblicos. Cuerpo enfermo con nalgas y tetas improbables, que hasta el "sonoro eructo" con el que encontr la muerte es excesivo.5

    El artculo de Molina es lo suficientemente extenso para ilustrar estas formas del j uego de ambos artistas entre la desmesura de lo real y la negacin en el imaginario, pero estos dos ejemplos resultan muy ilus-trativos para lo que queremos mostrar.

    Pero ser slo en el arte, en la literatura, en la plstica? No hay una fascinacin igual por la exageracin en las acciones violentas? No est presente tambin este exceso, y con demasiada frecuencia, en lo

    4 bid. 5 Ibid.

  • La desmesura de los colombianos / 5

    que concierne a la violencia colombiana? No hay en ella un ingreso excesivo en lo real que la vuelve improbable? Es eso tal vez lo que suce-de con el lenguaje cuando en palabras de un lingista el lxico de la violencia [urbana] usa vocablos inofensivos y casi ingenuos como 'man-dar saludes a san Pedro', que ocultan la fuerza ilocucionaria de ma ta r 6 lo real hecho improbable?, de la misma forma que decir 'bailar entre la vida y la muer te ' camufla la gravedad de agonizar po r motivos no naturales. 7

    La realidad de la violencia en el pas se niega todos los das como si ocurriera en otra parte, o peor an, como si estuviera ocurr iendo slo en los dominios de lo imaginar io . 8 Su exceso la vuelve improbable. Porque tambin la violencia "al proyectar sus propiedades [...] en un nivel de excepcionalidad rompe las nociones de lo verosmil para entrar en el orden de lo imaginario", y tambin en ella "la inflacin del contorno es inseparable de la sustraccin". As, en la misma lgica del hiperbolismo, al exagerarse en la realidad ella se niega. 9

    El exceso de violencia y su invisibilidad Cada pueblo [...] ama su propia forma de violencia

    C. Geertz

    La hiptesis interpretativa que vamos a desarrollar a continuacin es que en cada uno de los cuatro momentos la ejecucin, la interpretacin, la divulgacin y la r i tualizacin 1 0 en los cuales la muer te violenta se eje-cuta (acto i) y se representa (acto n) est presente una serie de smbolos a partir de los cuales es posible construir y reconstruir las significaciones del acto, esto es, las tramas de significacin de la muer te violenta. Todos esos smbolos expresan el exceso, aunque de distintas maneras. Las sig-nificaciones que son posibles de reconstruir a part i r de este exceso tie-

    6 Vctor Villa Meja, "El lxico de la muer te" , en: Pie-Ocupaciones, Medelln, Extensin Cultural. Seduca, coleccin Autores Antioqueos, 1991.

    7 lbid., p. 71. 8 Vale la pena anotar que lo imaginar io aqu tiene la connotacin de lo "no real", casi que de lo

    que habita en la fantasa. 9 J . Molina Molina, Op. cit. 10 Fueron construidos anal t icamente en la investigacin para hacer la lectura interpretativa que

    proponemos.

  • 6 / Muertes violentas

    nen, como en la crnica literaria que acabamos de citar, una lgica" en la cual el exceso sobre lo real tiene tambin la capacidad de negar lo . 1 2

    Esta lgica explicara las actitudes de la mayora de colombianos las ms de las veces con relacin al exceso de violencia en el pas; lo que muchas veces l lamamos indolencia no ofrece una explicacin a la indife-rencia y a la distancia f rente al drama que nos sucede tan cerca pe ro que al parecer no vemos. Parecera que, efectivamente, en esta 'lgica' el ex-ceso de muer tes violentas las vuelve improbables. Es la misma argumen-tacin que encont ramos en De Souza Santos cuando afirma que u n "ex-ceso de real idad se parece a una falta de real idad"; 1 3 y tambin en el anlisis lingstico que dice que "la violencia en Colombia es por tadora de un exceso de significados, lo que la vuelve un omniagente con caracte-rsticas de sujeto gramatical, lgico y psicolgico que todo lo hace [y] po r eso no hace nada . Esta 'sujetizacin' de la violencia impide ver al verda-dero agente del acto violento". 1 4 Con todo, la mejor expresin de esta inmersin de la violencia en el terreno de lo improbable expresada en esta invisibilidad la trae Castillejo al constatar la distancia que existe en este pas ent re el discurso y la experiencia vivida de la guerra .

    Esto resulta tan cotidiano que incluso ya circula un discurso que sigue neutralizando la cercana de la guerra. Es como si nuestra sociedad se negara a sentir la guerra 'encima', a suponer que eso es an un problema de seres que habitan otros mundos. Porque lo que sentimos cuando hablamos desprevenidamente en la calle con el transente desconocido o cuando revisamos los peridicos o las imgenes televisivas es una tran-quilidad ciega que nos dice que en Colombia lo que se vive es el 'efecto' del 'conflicto armado' [...] Con el tiempo lo nico que hemos logrado es normalizar la muerte, asignarle una culpabilidad al cadver y seguir reforzando el presupuesto de la dis-tancia. 1 5

    11 Compar t imos la apreciacin de Clifford Geertz en el sentido de que la palabra ' lgica' en el anlisis cultural es u n a palabra traicionera. C. Geertz, Op. cit., p. 333.

    12 J . Molina Molina, Op. cit., p. 16. 13 De Souza Santos, habla de "un exceso de realidad que se parece a una falta de real idad", c i tado

    p o r Luis Fe rnando Barn y Mnica Valencia, "Medios, audiencias y conflicto a r m a d o . Repre-sentaciones sociales en comunidades de interpretacin y medios informativos", Controversia, N. 178, Bogot, Cinep , may., 2001, pp. 43-81.

    14 Vctor Villa Meja, "Las violentologas", en: Polifona de la violencia en Antioquia: Una visin desde la sociolingiiistica abductiva, Bogot, Icfes, Ministerio de Educacin Nacional, 2000, pp . 125-126.

    15 Alejandro Castillejo, Potica de lo otro. Antropologa de la guerra, la soledad y el exilio interno en Colombia, Bogot, Ministerio de Cultura, Icanh, Colciencias, 2000, pp . 17-18 (los resal tados son nuestros). Esta invisibilidad de la muerte la constata de nuevo incluso con los desplazados . Al referirse a los mlt iples testimonios que recogi en su investigacin sobre el desp lazamien to seala "cmo la gen te intentaba constantemente hacer ausente algo como la mue r t e q u e estaba tan presente" .

  • La desmesura de los colombianos / 7

    Al hacer una lectura interpretativa del f enmeno q u e nos permit iera desentraar las tramas de significacin de la muer te violenta, nos encon-tramos con el exceso en sus mltiples formas. Con l las reconstruimos para concluir que no slo en el arte sino tambin desde la muer t e Colom-bia es "el pas de la desmesura".

    La pr imera constatacin del exceso est sin d u d a en las cifras. Un pas varias veces clasificado como el ms violento del m u n d o , con cifras de homicidios que sobrepasan, con mucho, los ndices de los pases veci-nos y en general de la r eg in 1 6 y una presencia sistemtica de la muer te violenta en la cotidianidad de la sociedad, en todos los espacios fsicos y de la vida social, que atraviesa todas las instituciones, vulnera a todos los sectores sociales, e incursiona en todos los lugares, en fin, excesiva. Algo as como lo que podramos llamar una "ausencia de das sin muer tos" . 1 7 Vale la pena anotar el comentar io de Castillejo en este sentido: "Los des-plazados y los muertos no pasan de ser cifras preocupantes en un pas que no sabe qu hacer con ellos. En ambos casos son muchos".

    Ahora bien, ms all de las cifras de muertos, el exceso tambin se expresa en la manera como la muerte se produce. En efecto, y slo como intuicin inicial, pensamos que la muerte no significa lo mismo si se trata de un asesinato ' l impio' , 1 8 a la muer te cometida con sevicia y alevosa. Tampoco es igual la que termina en el acto de la muer te fsica a la que se acompaa de mutilaciones sobre el cuerpo y es, de alguna manera , mensa-jera de terror, y ms significativa desde sus dimensiones simblicas que fsicas, es decir, desde el exceso, mediante una accin sobrecargada de significaciones expresadas en las formas de ejecucin d e la muerte : no un balazo sino veinte-, un cuerpo no slo muer to sino muer to y mutilado, etc.

    Si bien sobre los 'motivos' o las 'razones' de las muer tes se han dado mltiples explicaciones, par t icularmente para las muer tes que a p r imera vista revisten un carcter poltico, para el exceso las razones explicativas son de otro orden, poco explorado en el anlisis de la violencia, que toca directamente con los en t ramados simblicos sobre los que se tejen las acciones violentas. 1 9 Esta indagacin por los en t ramados simblicos de la muer te violenta nos permite , entonces, incursionar en el mbi to de las

    16 Ibd., p. 24. 17 Es una expresin de Carlos Mario Perea en un t rabajo sobre jvenes de pandil las en Bogot,

    "Un ruedo significa respeto y poder" , ponencia presentada al Seminar io Nacional de Investiga-dores sobre Conflicto, Violencia y Paz. Bogot, Cinep-Colciencias, dic. de 2000 (s. i.).

    18 Aunque resulte un tanto cruel p lan teado de esta forma, slo queremos diferenciarla del asesi-nato acompaado de mutilaciones y manipulaciones sobre el cuerpo, que van ms all de la muer te fsica.

    19 La muer te es, en efecto, p roduc to de un intercambio de sentidos y de smbolos. Vase A. Casti-llejo, Op. cii., p. 18.

  • 8 / Muertes violentas

    prcticas culturales que sustentan su exceso. En otras palabras, hace po-sible ilustrar u n a relacin para nosotros muy importante pero, pa rad j i - 1 camente, muy cuestionada en la literatura sobre el tema: la relacin que existira en t re cultura y violencia. Este terreno es poco menos que vedado en el anlisis de la violencia en el pa s , 2 0 parecera que desde all no quisiramos mirarnos . Efectivamente, la muerte violenta puede ser en el acto de ejecucin (i) una accin de algunos pocos, pero deja de serlo a la hora de la interpretacin sobre sus significaciones (n), y nos compromete a todos. Y los en t ramados de sentido o las significaciones de las muer tes violentas, valga decirlo, slo es posible reconstruirlos en el intercambio entre ambos momentos , es decir, en el dilogo o en el intercambio ent re una y ot ra esfera, entre la accin y la representacin, entre el acto y la lectura que hacemos de l, 2 1 entre los ejecutantes y los espectadores de la ejecucin, esto es, entre el actor y su contexto. No es ste, acaso, el mismo circuito po r el que circula la cultura? Como lo plantea Zulaika:

    Un antroplogo que analice la violencia [poltica] ha de procurar recrear los contex-tos de significacin y actuacin en que estas actividades violentas se llevan a cabo y son entendidas por la sociedad ms extensa. Los sucesos violentos en s mismos determinan nicamente el fondo sobre el cual el etngrafo intenta reconstruir como si se tratara de una tragedia homrica, las condiciones en que los actores y su auditorio se crean mutuamente y se convierten en definitivas atentas en un dilema reciproco."

    Quiz valga la pena precisar esta reflexin en trminos de la lectura que amplios sectores en el pas han hecho acerca del acto violento como fruto de la accin de los 'malos', mientras siguen creyendo en aquello de que 'los b u e n o s somos ms'. La lectura que hacemos de la muer t e violen-ta prec isamente permite mostrar que esos 'buenos' somos, al mismo tiem-po, el tea t ro y los espectadores de una accin violenta que slo se significa en nosotros, con nosotros y, no pocas veces, por nosotros: p o r

    20 De esta m a n e r a la reflexin antropolgica sobre la muer te en el contexto de la violencia c o l o m b i a n a responda a la necesidad de interrogar esta ltima desde otros mbitos, que ha-ban q u e d a d o un poco al margen del anlisis en la literatura sobre el tema. La m u e r t e se apare-ca c o m o la posibil idad de darle contenido a una violencia que, despus de muchos aos, asu-ma ml t ip l e s rostros y ninguno a la vez. Era como etrea, voltil, inaprehensible. La muer te , en cambio , e n su evidencia un cuerpo muer to tena forma. Y ese cuerpo a u n q u e carente de vida, al m e n o s s tena historia, memoria, significado.

    21 La in t e rp re t ac in la hacemos con los capitales simblicos de que disponemos, c o m o lo veremos r e p e t i d a m e n t e en el anlisis.

    22 Joseba Zulaika, Violencia vasca. Metfora y sacramento, Madrid, Editorial Nerea, 1990, p . 14 (los resal tados son nuestros).

  • La desmesura de los colombianos / 9

    ese escenario y ese espectador. O, cuntas de las masacres no son produ-cidas ms que para desterrar a las vctimas, para desterrar a travs del terror a quienes son espectadores de ellas? Cuntas son las acciones vio-lentas que se dan en funcin de un tercero, en este caso, el espectador? 2 3

    Este papel del escenario y del espectador ha sido sacrificado en el anlisis a favor del actor, como si ste y su accin tuvieran alguna signifi-cacin por fuera del escenario y de los espectadores que, en este caso concreto, seran los contextos sociales, polticos y culturales de produc-cin de las muertes violentas y de la representacin que nos hacemos sobre ellas. Pero se no es ms que el ter reno de la cultura, d o n d e se producen las muertes violentas y donde ellas se representan. Esta podr a ser la razn por la cual poco o nada hemos mirado lo cultural al abordar el estudio de la violencia.

    En efecto, salvo excepciones, el anlisis de la violencia en el pas ha asumido slo de manera marginal el problema de la cultura, 2 4 porque se rechaza el postulado segn el cual sta tendr a algo que decir en el fen-m e n o de la violencia, y en esta perspectiva, pa ra los autores la cultura sera precisamente lo opues to . 2 5 La tesis que queremos sostener aqu es jus tamente la contraria: que la cultura n o slo n o es lo opuesto a la vio-lencia, sino que esta ltima asume formas de la cultura en una sociedad. El caso de las muertes violentas en el pas, producidas en las dos lt imas dcadas del siglo xx, y sus ent ramados culturales nos permit i rn ilustrar esta tesis.

    Por eso la indagacin en el mbito de la muer te violenta intenta lle-nar los vacos en el anlisis de la violencia en relacin con sus dimensio-nes culturales, 2 6 y generar nuevos puntos de reflexin al respecto. U n a sociedad tambin se define, en trminos culturales, por su relacin con la

    23 Vase Elsa Blair, "El espectculo del dolor, el suf r imiento y la crueldad", Controversia, N. 178. Bogot, Cinep, may., 2001.

    24 Creemos que en lo que hace a la produccin acadmica sobre la violencia en Colombia, slo a par t i r de 1994 se empez a pensar al contrario, es to es, a permi t i r introducir e lementos cultu-rales en su anlisis, V eso sucedi con la irrupcin de nuevas problemticas que exigieron an-lisis que concedieran espacio a otras dimensiones n o slo polticas. Un proyecto d e investiga-cin titulado "Las t ramas culturales de la(s) violencia(s)", nos permit i confirmar esta apreciacin. Vase Elsa Blair, Alejandro Pimienta y Santiago Gmez. In fo rme final de investigacin, Banco de la Repblica, Iner, agosto de 2003.

    25 Gabriel Restrepo, "En la bsqueda de una poltica", en: Imgenes y reflexiones de la adtura en Colombia. Regiones, ciudades y violencia, memorias del Foro Nacional para, con, por, sobre, de cultura, Bogot, Colcultura, ju l io de 1990, pp . 77-87.

    26 Al respecto se ha discutido mucho (y no todas las discusiones son fecundas, algunas incluso son bastante intiles) sobre lo que es o n o es cultura y su incidencia o n o en la violencia. Mi opin in al respecto es que, pese a la e n o r m e produccin sobre el t ema de la violencia, en lo que t iene que ver con su relacin con la cultura est todo p o r hacer.

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    muerte: cmo ocurre, se recibe y se simboliza. En sntesis, por la manera de ejecutarla y de representarla.

    Sin duda, las modal idades de la muer te son uno de esos fenmenos sociales con enormes implicaciones desde lo cultural. La manera como la muerte se produce est en estrecha relacin con las concepciones acerca de la vida y el m u n d o de los seres humanos en las diferentes culturas. "Una cultura tambin se define por las formas de matar o de morir que una sociedad segrega" . 2 7 Ms all de esta intuicin inicial la muer te l igada a la c u l t u r a en es te c o n t e x t o de violencia, la l i t e r a t u r a antropolgica sobre el tema no deja dudas sobre la naturaleza 'cultural ' que asumen las formas de la muerte, tanto en su ejecucin como en su representacin. Ambas dejan ver los entramados simblicos o cultura-les a part ir de los cuales se ejecuta, se lee, se divulga y se interpreta la muerte violenta. C o m o objeto de estudio es, pues, algo as como una 'disculpa' para examinar la relacin, que creemos necesaria y fundamen-tal en los nuevos enfoques de anlisis de la violencia, entre la cultura (por la va de los contenidos simblicos) y la violencia.

    Esta reflexin sobre la muer te en este contexto especfico Colom-bia a finales del siglo xx nos llev a precisar an ms las preguntas de fondo: cmo abordar desde una "perspectiva simblica" 2 8 el anlisis de la violencia en el pas (expresada en el f enmeno excesivo de las muer tes violentas)? Y u n a vez hechos el anlisis e interpretacin de esa significa-cin, cmo lograr establecer la relacin entre cultura y violencia?

    Cultura-violencia: trazos de un debate Sabemos que la relacin cultura-violencia es un tema difcil y con enor-mes implicaciones en el terreno poltico, por eso hemos tratado de hacer un anlisis r iguroso y de expresarlo con palabras precisas, que logren evitar equvocos y malas interpretaciones. Para desarrollarlo nos hemos apoyado, adems de los trabajos de Clifford Geertz, en las conceptua-lizaciones sobre la cultura en relacin con la violencia de Carlos Alberto Uribe Tobn, y Carlos Mario Perea. 2 9 Compart imos con este l t imo su

    27 J . P. Sartre, c i tado p o r Erving GofTman, Asiles. tudes sur la condition sociale des malades menlaux, Pars, Les dit ions d e Minuit, 1968.

    28 Llamamos perspectiva simblica aquella que interroga el f e n m e n o de la violencia (en este caso, de la mue r t e violenta) desde sus referentes de sentido o sus significaciones.

    29 Carlos Alberto Uribe Tobn, "Cultura, cultura de la violencia y violentologa", Revista de Antropo-loga y Arqueologa, 6 (2), Universidad de los Andes, Bogot, 1990; y "Nuestra cultura de la muer -te", Texto y Contexto, N. 13, Universidad de los Andes, Bogot, ene.-abr., 1988. Ambos artculos son, desde cierta perspectiva, bastante 'viejos' pero, a nuestro modo de ver, de una eno rme acta-

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    apreciacin segn la cual en tanto no logremos coger la violencia y me-terla en una multitud de dispositivos de la cultura, capaces de producir-nos una significacin sobre esa experiencia colectiva, vamos a estar nece-s a r i a m e n t e e n t r a m p a d o s en la e x p e r i e n c i a i n d i v i d u a l , d i f u s a y fragmentaria de la muerte .

    Los artculos de Uribe Tobn son de los pocos trabajos en el pas que tienen la clara intencin de hacer una reflexin que permi te poner en relacin el problema de la violencia y de la muer t e con la cultura. En "Cultura, cultura de la violencia y violentologa", se p ropone hacer una reflexin terica con el fin de desarrollar sus ideas sobre lo que es o no es cultura y a partir de ah sugiere un enfoque pa ra abordar con l el estu-dio de la violencia colombiana. Por su parte, en "Nuestra cultura de la muerte" trata de explorar, desde la muerte, ese vasto escenario colom-biano de la cultura de la violencia.

    El autor sostiene, sin n inguna ambigedad, la existencia en Colombia de un culto a la muerte y a los smbolos de la violencia, que l resume en una "cultura de la muerte" de la cul todos somos culpables, porque "no se necesita ser un sicario para pertenecer a la gran congregacin" 3 0 la obra y sus escenarios. Apoyado sobre todo en la concepcin semitica de cul-tura desarrollada por Geertz, que da enorme valor a "esos smbolos que los miembros de una misma cultura comparten, crean y recrean en una trama sin fin", l toma partido por esta teora de la cultura. 3 1

    Los miembros de una misma cultura vivimos en un universo de smbolos pblicos, creados por nosotros mismos y por ello con una historia, smbolos que arrastran consigo significados implcitos o explcitos comprendidos total o parcialmente se-gn sea que compartamos o no los cdigos mentales que sirven para interpretarlos. En la medida en que esos cdigos nunca se reparten de manera uniforme en todo el tejido social [...] tendremos un verdadero laberinto de redes que conforman una jerarqua estratificada de estructuras significativas.3 2

    lidad y pertinencia. Lo menciono para no comprometer al autor con reflexiones que quiz l ya haya replanteado poster iormente , aunque no conozcamos algo en ese sentido. Carlos Mario Ptrea, Porque la sangre es espritu, Bogot, Iepri-Aguilar, 1996. Estas conceptualizaciones sobre la cultura las de ambos autores estn basadas en la obra de ClifTord Geertz.

    30 Tambin para diferenciarse de quienes "no creen en absoluto en la existencia de una cultura de la violencia en Colombia, y ni siquiera en que la sociedad sea la responsable de todas las con-ductas criminales y compor tamien tos violentos que campean en nuest ro medio . Para estos lti-mos el problema es de responsabil idades individuales. C o m o quien dice, un sicario es un sica-n o y pun to y como tal debe caerle t o d o el peso de la ley sin rehabili taciones que valgan". C. A. Uribe, "Cultura, cultura de la violencia y violentologa", p. 86.

    31 Ibid., p. 92. 32 Ibid.

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    Comparte con Geertz que la cultura es un documento que hay que aprender a leer, un documento que slo en ocasiones salta a la vista, sobre todo durante aquellos 'dramas ' o rituales que buscan darle sentido a la experiencia o desatan y justifican la accin social. Este autor cuestio-na con fuerza la concepcin de la cultura como una esencia y, por el contrario, plantea cmo la cultura es artificial en cuanto es creada y re-creada todos los das po r los miembros de una sociedad. Aunque sea vista como el estado natural de las cosas, 3 3 como efecto de la transmisin y de la reproduccin cultural.

    Uribe Tobn plantea adems la necesidad de avanzar en el anlisis cultural del pas que, en el sentido antropolgico del trmino cultura, est en su infancia. 3 4 En esta perspectiva, dice:

    Quiz podamos entender lo que signific y significa ser colombiano. Entonces co-menzaremos a ver cmo en nuestra historia y en nuestro presente se han ido constru-yendo y destruyendo esas redes culturales, esas jerarquas estratificadas de estructuras significativas. Luego podremos alumbrar cmo lo simblico, lo ritual, lo representa-do, se nutren de, a la vez que afectan, lo estructural, lo econmico, lo poltico. Y as podremos entender que nuestra cultura no es un demiurgo que nos acogota y que nos hace hacer lo que hacemos porque no tenemos ms remedio, al igual que entenderemos que como la cultura es nuestro propio producto, lo podremos modificar atando en ltimas nos resolvamos.35

    En el segundo artculo, sobre la cultura de la muerte , el autor se inte-rroga ampliamente sobre cuestiones como las siguientes: por qu nues-tra fascinacin con la muer te? Cules son los motivos culturales que impiden la resolucin de nuestros conflictos dentro de ciertas reglas y segn ciertos rituales, que no impliquen necesariamente el der ramamiento de sangre? Qu nos lleva a querer eliminar, como actores sociales y p o r mtodos violentos, toda la diversidad de nuestro pas, sea esta ecolgica, tnica, cultural, social o ideolgica? 3 6

    33 /Ind., p. 93. Al respecto vase tambin sobre la "naturalizacin" de la cultura a Marc Aug, El sentido de los otros, Barcelona, Paids, 1996.

    34 Como ya se mencion, los artculos son de diez aos atrs. No obstante a nues t ro juicio, el anlisis cultural en el pas en relacin con la violencia contina en su infancia.

    35 Ibid., p. 96 (los resaltados son nuestros). 36 En su reflexin cuenta, anecdt icamente , la seleccin que se hizo, en un festival potico, de los

    versos preferidos por los colombianos y que resultaron ganadores. Estos fueron en su orden : La cancin de la vida profunda d e Porfirio Barba Jacob, Nocturno de Jos Asuncin Silva y Las flores negras de Julio Flrez. Tres poemas , dice Uribe, en los que al final tr iunfa Thnatos. Los autores, tres seres a tormentados p o r la sexualidad, los sentidos, las pasiones, la culpa y la muer te . Esta anotacin que parece bas tan te anecdtica, no lo es tanto. Detrs de la seleccin, dice el autor, actan resortes muy impor tan tes de nuestro ser como conglomerado social, de nues t ro ethos

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    Es sabido que el debate en to rno al problema de la cultura en relacin con la violencia no es un asunto menor, y an se necesitarn m u c h o tra-bajo y reflexin en esa direccin. Por eso queremos aportar a lgunos ele-mentos nuevos a partir de afirmaciones de un autor alemn, Wolfgang Sofsky, 3 7 que nos resultan muy tiles al respecto, pese a que su estudio es sustancialmente ajeno a la realidad colombiana.

    Sofsky introduce tambin en su anlisis unos elementos que p u e d e n ser impor tantes en este debate. Para ilustrar sus afirmaciones en to rno a la cultura como instrumento para enf ren ta r la muerte , el autor replantea aquel supuesto saber de la cultura como lo opuesto a la violencia (civili-zacin o barbarie?), 3 8 para mostrar cmo la cultura, en ese e m p e o p o r alejar la muerte , se vuelve cada vez ms mort fera, ms violenta. 3 9 Esto le permi te concluir que la cultura no es una especie de "estadio de desarro-llo civilizado" al que accederan los pueblos y las sociedades: violencia y cultura dice estn imbricadas la una en la otra de manera muy diver-sa, y lejos de modelar el gnero h u m a n o en el sentido del progreso mo-ral, la cultura multiplica el potencial de violencia. En el corazn mismo de la cultura se sita la produccin de armas. La tecnologa de las a rmas no es producto accesorio de la cultura, ya que cultura y violencia se con-dicionan mutuamente . 4 0 La creatividad h u m a n a no se reduce a inventar nuevos medios de produccin, tambin de destruccin.

    La fe en la civilizacin es un mito eurocntrico a travs del cual la modern idad se adora a s misma. Los 'civilizados' estn lejos de ser tan dulces y dciles como se quieren ver ellos mismos. Masacrar hombres en gran n m e r o no es un privilegio de pocas antiguas. No hay que hacer mucho esfuerzo para constatarlo en los conflictos recientes en el m u n d o . "La violencia siempre est ah, lo que cambia son los lugares, los m o m e n -tos, la eficacia tcnica, el cuadro institucional y el sentido que p re t ende legit imarla". 4 1 Pero tambin estn agregar amos nosotros las tran-sacciones que por intermedio de la cultura lase los sistemas cultura-

    cultural, de los smbolos que expresan este lt imo, a la vez que tambin mot ivan nuest ros ms nt imos impulsos. Y estos son precisamente los smbolos de la muerte . All se reproducen , en suma, los textos culturales con los cuales cons t ru imos nuestra propia historia.

    37 El l ibro fue escrito originalmente en a lemn y fue t raducido al francs, en 1996, con el ttulo Traite de la violence, Pars, Gallimard, 1998.

    38 Valdra la pena retomar en el debate acadmico nacional el asunto de la oposicin ent re civili-zacin y barbarie . El texto de Sofsky reseado es muy ilustrativo de lo que p o d r a m o s l lamar "la naturaleza violenta de la cultura" en Occidente , pa ra replantear, o al menos obl igarnos a repen-sar, esa relacin cultura-violencia en el anlisis de la violencia colombiana.

    39 Vase W. Sofsky, Op. cit., especialmente el cap tulo t i tulado "Cultura y violencia". 40 Ibd., p. 195. 41 Ibd., p . 200 (los resaltados son nuestros).

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    les hacen las sociedades en determinados momentos de su historia, con su propia violencia.

    Quiz aceptando que la cultura no es una entidad (concepcin esencialista de la cultura) y que adems no es equiparable al nivel de 'civilizacin' de una sociedad, esto es, a un estadio determinado de desarrollo, podramos reconsiderar las relaciones entre cultura y violencia, que no es ms que identificar las maneras como las sociedades transan en trminos simbli-cos e histricos con su propia violencia.

    Para no dejar lugar a equvocos y a falsas interpretaciones, concluya-mos : n o c r e e m o s que la violencia sea p a t r i m o n i o co lombiano (la conflictividad actual de muchas latitudes, sin ir ms hacia el pasado, ha mos t rado ser tanto o ms violenta), tampoco que sea eterna, ni que cons-tituya una esencia. Tampoco creemos que la cultura pueda asociarse a la 'civilizacin' (por oposicin a la barbarie) que, po r otra parte, no sera un estadio de desarrollo o progreso que una vez alcanzado anulara la vio-lencia; pero s sostenemos que es un asunto de cultura la(s) manera(s) como una sociedad, en determinado momen to de su historia negocia, t ramita o PADECE su propia violencia, a travs de sus actos, sus smbo-los, sus sentidos y sus significaciones.

    Los entramados de significacin del exceso Apoyados en alguna literatura ms de corte terico sobre el s mbolo 4 2 y los "imaginarios sociales" desde el pun to de vista de "el actor con sus mscaras, sus sueos, sus representaciones" 4 3 y otra literatura de corte antropolgico, intentamos asir las categoras analticas a part ir de las cuales se ha de emprende r la bsqueda y la reconstruccin de esas signi-ficaciones. Nos encontramos con el concepto de "tramas de significa-cin" de Clifford Geertz, de enorme utilidad pa ra nuestros propsitos. Tambin en el terreno antropolgico nos fue muy til la obra Metfora y sacramento, del antroplogo vasco Joseba Zulaika.

    Adicionalmente, nos basamos en l i teratura sociolgica, la mayora sobre el conflicto poltico armado y los contextos de produccin de la violencia, pero tambin de corte terico, como es el caso de Balandier y su texto El poder en escena, donde pudimos observar cmo se tejen las acciones y las representaciones del acto, y aproximarnos a un lenguaje capaz de transmitir su escenificacin.

    Con el apoyo terico de estos autores reconstruimos entonces los

    42 Claude Rivire, Les liturgies politiques, Pars, PUF, 1988. 43 Bronislaw Baczko, Les imaginaires sociaux. Mmoires et espoirs collectifs, Paris, Payot, 1984.

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    entramados de significacin, es decir, de sentido del exceso de la muer te violenta en el pas, que se construyen a part i r de los smbolos, las t ramas que se tejen con ellos y la escena donde son tejidos. Haremos una aproxi-macin a cada una de esas categoras para situar la reflexin que aborda-remos a continuacin.

    El smbolo

    La palabra smbolo, como la cultura, es de difcil definicin. Podra desig-nar algo diferente de l mismo (por ejemplo, las nubes negras seran indi-cio de lluvia). Puede ser tambin un signo convencional (por ejemplo, una bandera blanca indicara rendicin y una bandera roja peligro). En otros casos, se usa el trmino para "designar cualquier objeto, acto, hecho, cua-lidad o relacin que sirva como vehculo de una concepcin la concep-cin es el 'significado' del smbolo". 4 4

    Es ste el sentido que seguiremos en el anlisis. Interpretaremos a partir de los actos, hechos, cualidades o relaciones del smbolo y sus concepciones el significado que les subyace a esas acciones y concep-ciones en un contexto social, cultural y poltico determinado: la sociedad colombiana actual.

    De acuerdo con Geertz, ellos son smbolos, o po r lo menos elementos simblicos, porque "son formulaciones tangibles de ideas, abstracciones de la experiencia fijadas en formas perceptibles, representaciones con-cretas de ideas, de actitudes, de juicios, de anhelos o de creencias". De manera que emprende r el estudio de la actividad cultural, de la cual el simbolismo constituye el contenido positivo, no es, pues, abandonar el anlisis social po r una platnica caverna de sombras, o penetrar en un mundo mentalista de psicologa introspectiva. Los actos culturales (la construccin, aprehensin y utilizacin de las formas simblicas) son he-chos sociales como cualquier otro, tan pblicos como el matr imonio y tan observables como la agricultura. 4 3 Sin embargo, no son exactamente lo mismo. La dimensin simblica de los hechos sociales se abstrae de ellos tericamente como totalidades empricas.

    En cuanto a las estructuras culturales, es decir, a los sistemas de sm-bolos o complejos de smbolos, el rasgo que tiene aqu principal impor-tancia es el hecho de ser fuentes "extrnsecas" de informacin. "Por ex-trnsecas en t i endo dice Geertz que a diferencia de los genes estn

    44 C. Geertz, Of. cii., p. 90 4o Ibid.

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    fuera de las fronteras del organismo individual y se encuentran en el mundo intersubjetivo de comn comprensin en el que nacen todos los individuos humanos y en el que desarrollan sus diferentes trayectorias, y al que de-j an detrs de s al mor i r " . 4 0

    Si los smbolos son estrategias para captar situaciones, entonces nece-sitamos prestar mayor atencin a la manera como las personas def inen las situaciones y como llegan a acuerdos con ellas. 4 7 Aunque este arreglo sea la violencia.

    Ahora bien, comprender el concepto de smbolo en Geertz exige cono-cer tambin su concepcin acerca de la cultura, donde estos smbolos se insertan y significan, y conocer sus presupuestos sobre lo que es el anlisis cultural. La intencin es mostrar que ni la cultura es esa 'entidad' constitu-tiva e inmutable, ni la significacin de los actos sociales como accin simb-lica es asunto menor. El esfuerzo se centra en entender el nivel de significa-ciones de la violencia, ms all de los hechos concretos (materiales).

    Pensamos con Geertz que la cultura no es una entidad, algo a lo que puedan atribuirse de manera casual acontecimientos, modos de conducta, instituciones o procesos sociales: la cultura es un contexto dentro del cual pueden describirse todos esos fenmenos de manera inteligible, es decir, densa. La cultura denota un esquema histricamente transmitido de signi-ficaciones representadas en smbolos, un sistema de concepciones que se heredan y expresan en formas simblicas por medios con los cuales los hombres comunican, perpetan y desarrollan su conocimiento y sus actitu-des frente a la vida. La cultura es, entonces, el conjunto de "estructuras de significacin socialmente establecidas en virtud de las cuales la gente hace cosas", lo que no quiere decir que sea un fenmeno psicolgico (el espritu, la personalidad o la estructura cognitiva de alguien). De all que para in-terpretar lo que hace la gente, ayude la familiaridad con el universo imagi-nativo en el cual los actos de esas gentes son signos. El esfuerzo, apoyndo-nos en la antropologa, es contribuir para ampliar, en el mejor de los casos, el universo del discurso humano, o para trazar la curva de un discurso social y fijarlo en una forma susceptible de ser examinada. La cultura, entonces, c o m o concepto semitico, es entendida como "sistemas en interaccin de signos interpretables", que Geertz llamara smbolos. 4 8

    A diferencia de quienes creen que la antropologa o el anlisis cultural son tiles para pensar al 'otro', genricamente hablando, para Geertz pue-den ejercitarse en la misma cultura de la cual forman parte . 4 ! l El anlisis

    46 Ibid., p. 91 (los resallados son nuestros). 47 Ibid., p . 129. 48 Ibid., pp . 26-31. 49 Ibid., p. 28, no ta al pie de pgina.

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    cultural es (o debera ser) hacer conjeturas sobre significaciones, estimarlas y llegar a conclusiones explicativas a partir de las mejores conjeturas. Si se acepta el postulado segn el cual la naturaleza de lo cultural ha de buscar-se en las experiencias de individuos y grupos de individuos cuando, guia-dos por los smbolos, perciben, sienten, juzgan y obran , 3 0 el esfuerzo nues-tro es con je tura r las significaciones que los sus tentan a par t i r de la identificacin de ciertos smbolos puestos en obra en la muerte violenta. La posibilidad en este trabajo es la de identificar los smbolos [de la muer-te] interactuando en contextos susceptibles de ser interpretados.

    La trama La conducta humana es accin simblica, es decir, significa algo. La cul-tura no est en la cabeza de alguien, y aunque no es fsica no es una entidad oculta, es pblica. Y es pblica porque la significacin lo es. Aho-ra bien, las significaciones slo pueden almacenarse, segn Geertz, en smbolos: una cruz, una media luna, etc. El anlisis cultural consiste en desentraar las estructuras de significacin, en lo cual se asemeja a la crtica literaria, y en determinar su campo social y su alcance. Porque el etngrafo escribe y lo hace a travs del ensayo, el esfuerzo se dirige a captar estruc-turas conceptuales complejas para despus explicarlas, 3 1 pues la signifi-cacin se limita a expresar algo de una manera oblicua y figurada que no puede enunciarse directa y literalmente. Es por esto que el ensayo es el gnero natural para presentar interpretaciones culturales. 6 2

    Hacemos el anlisis cultural en trminos de tramas de significacin convencidos de que llegamos a ser seres humanos , individuos guiados por esquemas culturales, po r sistemas de significacin histricamente creados en virtud de los cuales formamos, o rdenamos , sustentamos, y dirigimos nuestras vidas. 3 3 As, la reconstruccin analtica o interpretativa de las t ramas de significacin de la muer t e violenta se har a par t i r de un t rabajo e tnogrf ico en el doble sent ido de Geertz: como tcnica en el uso de las he r ramien tas etnogrficas y como tarea intelectual de inter-pretacin.

    La escena Hacer un anlisis desde la perspectiva simblica exige, como lo plantea

    50 Ibid., p. 32. 51 Ibid., pp. 24-32. 52 Ibid., p. 36. 53 Ibid., p. 57.

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    Geertz, "tratar de man tene r el anlisis de las formas simblicas lo ms estrechamente l igado a los hechos sociales concretos, al mundo pblico de la vida comn y tratar de organizar el anlisis de manera tal que las conexiones entre formulaciones tericas e interpretaciones no quedaran oscurecidas con apelaciones a ciencias oscuras " , 5 4 Esto nos obliga a contextualizar todas esas muertes violentas como "hechos sociales concre-tos", para ahondar despus en sus significaciones.

    En nuestro caso, tanto en la materialidad del espacio como en sus significaciones, se t rata de las muertes violentas ocurridas en Colombia en el transcurso de las dos ltimas dcadas. Una sociedad l i teralmente atravesada p o r un conflicto poltico a rmado de grandes dimensiones, donde las distintas formas de la muer te violenta ocurren en espacios so-ciales concretos diversos. Las zonas rurales son el espacio privilegiado del conflicto poltico a r m a d o y, en esa medida, el lugar de produccin d e muertes en combate o masacres. Las ciudades, por su parte, son el esce-nario de las muer tes de jvenes o de muchos de los asesinatos polticos ocurridos en estos aos. Tambin all acontecen las muertes conocidas como 'limpieza social' y mltiples asesinatos annimos.

    Contextualizamos la produccin de las muertes para poder analizar su en t ramado de significaciones desde esta perspectiva simblica. La es-cena es, sin embargo, ms que el espacio fsicolugar, espacio social, territorio como contexto material donde se producen esas muertes . Es un espacio menos material y tangible, es significado, esto es, de l ineado por las significaciones que se le atribuyen y por el sistema de relaciones que se establecen entre los actores-sujetos y los espacios habitados; ms an, por el cruce ent re ellos. Son relaciones establecidas con el propio contexto y con sistemas de accin y de representacin de quienes habi tan dichos espacios.

    Mantenernos cerca de los datos sociales concretos nos permi te evitar el que, para Geertz, es el vicio dominante de los anlisis interpretativos: la tendencia a resistir la articulacin conceptual y a escapar as a los mo-dos sistemticos de evaluacin; 5 5 aunque haya que admitir que existe una serie de caractersticas de la interpretacin cultural que hacen el desarrollo terico m u c h o ms difcil de lo que suele ser en otras discipli-nas. De ah la necesidad de que la teora permanezca ms cerca del terre-

    54 Ibid., p. 39. 55 No hay r azn a lguna pa ra que la estructura conceptual de una interpretacin sea m e n o s

    formulable y p o r tan to menos susceptible de sujetarse a cnones explcitos de validacin, q u e la de una observacin biolgica o la de un exper imento fsico, salvo la de que los t rminos en que pueden hacerse esas formulaciones son casi inexistentes o faltan por completo. Vase C. Geer tz , Op. cil., p. 35.

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    no estudiado de lo que permanece en el caso de ciencias ms capaces de entregarse a la abstraccin imaginativa. Pero a este respecto es preciso tener en cuenta que:

    Entre la corriente de acontecimientos que constituyen la vida poltica v la trama de creen-cias que forman una cultura, es difcil hallar un trmino medio: por un lado todo parece un conjunto de sorpresas; por otro, un vasto conjunto geomtrico de juicios enuncia-dos. Lo que une semejante caos de incidentes a un cosmos de sentimientos \ creencias es extrema-damente oscuro y ms oscuro an es el intento de formularlo. Por encima de todo, el intento de relacionar poltica y cultura necesita una concepcin menos expectante de la primera y una concepcin menos esttica de la segunda. 5 6

    Todo el quid de un enfoque semitico 5 7 de cultura es lograr acceso al mundo conceptual de nuestros sujetos (sus estructuras de significacin), de suerte que podamos conversar con ellos, en el sentido amplio del trmino. Semejante concepcin sobre la manera como funciona la teora en una ciencia interpretativa, sugiere que la distincin que se da en las ciencias experimentales o de observacin, entre descripcin y explica-cin, en nuestro caso se presenta como una distincin an ms relativa entre 'inscripcin' (descripcin densa) y 'especificacin' (diagnstico); entre establecer la significacin que de terminadas acciones sociales t ienen para sus actores y enunciar, lo ms explcitamente que podamos, lo que el conocimiento as alcanzado muestra sobre la sociedad a la cual se refiere y, ms all de ella, sobre la vida social como tal.

    En resumen, lo que encontrar el lector en este trabajo es un ensayo que busca desentraar quiz deber amos decir interpretar, en el mejor sentido geertziano smbolos, concepciones, sentidos, esto es, algunas tramas de significacin de la muer te violenta en el pas. Tramas que para nosotros son expresiones culturales de la sociedad en la cual estn inser-tas, y que les provee su significacin en el intercambio entre la accin y la representacin de la accin.

    56 Ibd., p . 2 6 2 . 57 La semitica o semiologa es la disciplina que estudia todas las variedades posibles del signo.

    Vase Umber to Eco, Le signe. Histoire et analyse d'un concept, Pars, ditions Labor, 1988. En palabras de Tobn: "El obje to de la semitica vendra dado no solamente por el es tudio de los diversos sistemas de signos, humanos v no humanos , sino tambin por el estudio de la facultad semitica que permi te crear esos sistemas de smbolos". Vase Rogelio Tobn, "La inflacin del smbolo como decadencia de la cultura", Coloquios Lingsticos, N. 4, Crculo Lingstico de Medelln, abr., 1991, pp . 24-36.

  • 2 2 / Muertes violentas

    significados de la violencia colombiana. Esto le permite afirmar en su anlisis que la violencia en esta sujetizacin "lo h