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EL MUNDO DE LAS EMOCIONES Por Julio Olalla Mayor …Mejorar la conciencia de lo que pasa con nuestras emociones y poderlas reconocer en los otros y así ser mejores gerentes de nuestras emociones, no para controlar y manipular, sino para comunicarnos mejor y ser más felices. Susana Bloch El neurólogo canadiense Donald Calne apuntó que “la diferencia esencial entre emoción y razón es que la emoción lleva a la acción, mientras la razón lleva a conclusiones”. Y esa definición coin- cide con lo primero que queremos mostrar sobre el mundo emocional, es decir que la emoción es una predisposición a la acción. De hecho la palabra emoción viene del latín emovere (mov- er hacia afuera), es decir “lo que me mueve”, “lo que me pone en acción”. Cada emoción que yo vivo me predispone a una acción. Lo que nosotros decimos es que no hay pensamiento ni acción sin emoción. No existe tal cosa. Cuando miro el mundo, estoy predispuesto: o lo amo, o me sorprende, o me asusta, o me entris- tece o estoy en el asombro. Y esto me lleva a actuar. Si yo tengo rabia, mi predisposición podría ser a castigar al otro; cuando siento agradecimiento mi predisposición podría llevarme a servir; cuando estoy resignado mi predisposición podría conducirme a no actuar; cuando estoy entusiasmado mi predisposición es a actuar; cuando siento tristeza mi predisposición me puede llevar a recogerme; cuando siento miedo mi predis- posición puede llevarme a ocultarme o a salir corriendo. Es decir, cada emoción me pone en una predisposición diferente para actuar. Si me ofrecen salir a la playa el fin de semana, será bien distinto si esa propuesta me entusiasma a que si la tomo desde la apatía. Esto me llevará a ir o a no ir. Igualmente, si estoy en una discusión y mi emocionalidad es de rabia, mi forma de escuchar será muy distinta a una escucha desde la apertura, por ejemplo. Esto nos muestra que cuando vivimos un estado emocional, ciertas acciones están más ac- cesibles que otras. Es tal la fuerza a la acción a la que predisponen las emociones, que incluso bajo ciertos estados emocionales hay acciones que desaparecen completamente de nuestras posibilidades: en la rabia es imposible una reconciliación con el amigo con quien peleamos, y en el miedo es probable que no logremos esa conversación relajada y segura que nos permitiría, en una entrevista de trabajo, conseguir esa posición con que tanto hemos soñado. Un cambio emocional en mí hace mover mi pensamiento hacia una dirección diferente. Es decir, mi emocionalidad es crucial en la forma como yo pienso, como veo, como privilegio ciertas ac- ciones sobre otras. Desde el punto de vista de la evolución, la emoción precede al lenguaje, y está, por tanto, más profundamente enraizada en nuestra humanidad. Además, el signicado reside en el espacio emocional. Podemos consumir grandes cantidades de conocimientos e información, pero éstas

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EL MUNDO DE LAS EMOCIONES

Por Julio Olalla Mayor

…Mejorar la conciencia de lo que pasa con nuestrasemociones y poderlas reconocer en los

otros y así ser mejores gerentes de nuestrasemociones, no para controlar y manipular, sino

para comunicarnos mejor y ser más felices.Susana Bloch

El neurólogo canadiense Donald Calne apuntó que “la diferencia esencial entre emoción y razón es que la emoción lleva a la acción, mientras la razón lleva a conclusiones”. Y esa definición coin-cide con lo primero que queremos mostrar sobre el mundo emocional, es decir que la emoción es una predisposición a la acción. De hecho la palabra emoción viene del latín emovere (mov-er hacia afuera), es decir “lo que me mueve”, “lo que me pone en acción”. Cada emoción que yo vivo me predispone a una acción.

Lo que nosotros decimos es que no hay pensamiento ni acción sin emoción. No existe tal cosa. Cuando miro el mundo, estoy predispuesto: o lo amo, o me sorprende, o me asusta, o me entris-tece o estoy en el asombro. Y esto me lleva a actuar.

Si yo tengo rabia, mi predisposición podría ser a castigar al otro; cuando siento agradecimiento mi predisposición podría llevarme a servir; cuando estoy resignado mi predisposición podría conducirme a no actuar; cuando estoy entusiasmado mi predisposición es a actuar; cuando siento tristeza mi predisposición me puede llevar a recogerme; cuando siento miedo mi predis-posición puede llevarme a ocultarme o a salir corriendo. Es decir, cada emoción me pone en una predisposición diferente para actuar.

Si me ofrecen salir a la playa el fin de semana, será bien distinto si esa propuesta me entusiasma a que si la tomo desde la apatía. Esto me llevará a ir o a no ir. Igualmente, si estoy en una discusión y mi emocionalidad es de rabia, mi forma de escuchar será muy distinta a una escucha desde la apertura, por ejemplo.

Esto nos muestra que cuando vivimos un estado emocional, ciertas acciones están más ac-cesibles que otras. Es tal la fuerza a la acción a la que predisponen las emociones, que incluso bajo ciertos estados emocionales hay acciones que desaparecen completamente de nuestras posibilidades: en la rabia es imposible una reconciliación con el amigo con quien peleamos, y en el miedo es probable que no logremos esa conversación relajada y segura que nos permitiría, en una entrevista de trabajo, conseguir esa posición con que tanto hemos soñado.

Un cambio emocional en mí hace mover mi pensamiento hacia una dirección diferente. Es decir, mi emocionalidad es crucial en la forma como yo pienso, como veo, como privilegio ciertas ac-ciones sobre otras.

Desde el punto de vista de la evolución, la emoción precede al lenguaje, y está, por tanto, más profundamente enraizada en nuestra humanidad. Además, el significado reside en el espacio emocional. Podemos consumir grandes cantidades de conocimientos e información, pero éstas

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no pueden generar el sentido de significado que surge espontáneamente en nosotros, como padres, cuando nuestro hijo corre hacia nosotros y nos da un gran abrazo. En ese momento ex-perimentamos un sentido de significado y conexión que simplemente no puede ser reproducido de ninguna otra manera. He ahí la extraordinaria importancia del mundo emocional.

Las emociones tienen que ver con la supervivencia y abundan en el reino animal. Los mamíferos tienen en sus cambios emocionales grandes recursos. Por ejemplo un perro echa una mirada a todos lados, y sólo después se pone a comer. Emocionalmente se pone en el lugar en que debe ponerse. Y cuando escucha un ruido, se pone alerta. Si el perro escuchara un ruido y se quedara quieto, al momento de reaccionar podría ser muy tarde.

Un animal que tiene problemas con su mundo emocional, no va a sobrevivir. A ese nivel de poder tiene. El mundo emocional lo guía, lo mueve. Es importante entender eso. Las emociones no son algo trivial.

Es una gran lección para nosotros. El aprendizaje emocional tiene que ver con la posibilidad de adecuarnos rápidamente a los cambios que se producen en el entorno. Y sin embargo nosotros, como seres humanos, estamos perdiendo capacidad de identificar y de expresar emociones.

Estamos perdiendo contacto con el mundo emocional. Los niños y adolescentes de hoy no se dicen las cosas, se las envían por WhatsApp o se comunican por Facebook. Las redes sociales les sirve para todo. Estamos perdiendo el mirarnos a los ojos, el entender la relación con el otro…

I. EMOCIONES, ESTADOS DE ANIMO Y EMOCIONES ATRAPADAS

En el mundo emocional reconocemos tres distinciones: las emociones propiamente tales, los estados de ánimo y las emociones atrapadas, que veremos por separado.

1. Emociones

Una emoción consiste en lo siguiente: hay un evento del que yo me informo, del que sé o del que soy parte, y me hace cambiar la disposición en la que yo estaba. Alguien me avisa de la muerte de una persona cercana y me lleno de tristeza y lloro; o alguien me anuncia que me dieron ese pues-to tan esperado y me pongo contento. O alguien grita “está temblando”, y me lleno de miedo. Esa es una emoción: ocurrió un evento y cambió mi predisposición por un tiempo determinado. Una vez desaparece el evento que gatilló el evento, la emoción normalmente también desaparece.

El mundo emocional es un espacio maravilloso para mirar. Cada emoción tiene su sabiduría, cada una es guardiana de un espacio del ser, cada una cumple con su rol y, cada una nos dispone a un actuar diferente.

Existen cientos de emociones y sin embargo nosotros vivimos la vida emocional señalando “me siento mal”, “más o menos” o “estoy bien”. Esa es la pobreza de nuestras distinciones en el mundo emocional. En nuestra sociedad, vivimos en el paradigma de que las emociones nos impiden pensar claro y las sacamos del terreno cognitivo bajo el dogma de que éstas no tienen nada que ver con el saber. ¿Y saben el costo que eso ha tenido para nosotros en la vida? ¿Saben lo distinto que es saber desde la ternura que saber desde el resentimiento? ¿Saben lo distintas que son las respuestas a una pregunta hecha desde el cuidado a una pregunta hecha desde la envidia?

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La misma pregunta en dos emociones distintas nos lleva a distintas respuestas. Todo el saber hu-mano siempre es emocional pero nosotros lo hemos negado por décadas o siglos. Entonces no se extrañen de que “me vaya bien” pero sienta mi alma vacía. Cuando pensamos en los espacios de saber o aprender, tendemos a negar todo el territorio emocional.

Como señalé previamente, hay cientos de emociones, pero para nuestro trabajo hemos distin-guido siete emociones básicas: alegría, tristeza, rabia, miedo, erotismo, ternura y gratitud.

Cuadro 1 - Emociones Básicas

Vamos a ver estas siete emociones.

La rabia: es la emoción asociada lingüísticamente al juicio de la injusticia. Si yo juzgo que algui-en ha actuado de manera injusta conmigo o con alguien más, aparece la rabia, algo importantí-simo en la vida, porque puedo decir “esto es injusto y yo no lo acepto”.

Esta emoción es la que nos entrega la fuerza y el coraje para frenar los abusos, decir que algo es inaceptable y atenta contra nuestra dignidad. Gracias a la rabia construimos lo que somos y en especial lo que no queremos ser. También nos permite fijar nuestros límites. De no sentir la rabia, seríamos completamente manipulables, sin una identidad propia y sin individualidad.

La rabia es una emoción que nos transmite el mensaje de que necesitamos cambiar algo en nuestra vida que no funciona como queremos, y nos da el impulso para realizar ese cambio.

El miedo: es la emoción asociada con el juicio de que “aquí hay la posibilidad de una pérdida importante”. Puedo perder la vida, puedo perder mis bienes, puedo perder a alguien…

Vemos el miedo como un consejero que nos dice que algo en nuestra vida (incluso la vida misma) tiene valor y debemos cuidar. Quien no escucha el miedo, va al precipicio. Ahora, no hay coraje sin miedo, no existe la valentía ni la audacia sin miedo. Valentía, coraje y audacia no implican la

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ausencia de miedo, sino la capacidad de elegir actuar en presencia del miedo.

La tristeza: si el miedo juzga la posibilidad de una pérdida, la tristeza es la emoción que recon-oce la existencia de una pérdida. Yo estoy triste cuando estoy en contacto con algo que yo quería y perdí. Los aprendizajes más profundos en la vida vienen con las lágrimas, porque nos damos cuenta de lo que hemos perdido.

La tristeza tiene un rol central en el mundo de lo valores, en el mundo ético, pues si a mí nada me importa, no hay pérdida que yo pueda sufrir. La tristeza me permite distinguir algo que a mí realmente me importa. La tristeza es compañera indispensable, junto a otras emociones, de los procesos de aprendizaje profundos.

La tristeza busca el silencio, nos aleja del mundo por un rato para mirarlo con cierta distancia, con una nueva perspectiva, invitándonos a valorar lo que tenemos y lo que hemos perdido.

La ternura: La ternura es la emoción que apunta al querer y el cuidar, y la que genera el juicio de sentirme seguro. La ternura es una emoción central, a juicio mío, de una forma de saber o conoc-er el mundo, que se opone a una forma de saber basada en el miedo y que apunta a la predicción y al control.

La ternura nos predispone a las caricias, a la expresión de nuestro amor y también a proteger dulcemente lo que amamos. Cuando danzamos en ella, canalizamos poderes primordiales que nos enseñan a ser parte de un todo misterioso. Ella nos permite experimentar la fuerza vital de nuestra pertenencia a la vida, y la energía de ser amados, de ser simplemente parte de algo may-or y de estar constituidos en ello.

De las siete emociones básicas, la ternura es la única que produce un descenso en el ritmo nor-mal de los latidos de nuestro corazón. Es decir, cuando estamos en un espacio de absoluta tern-ura, el palpitar del corazón baja de su nivel regular.

El erotismo: es la emoción que nos permite conectar con la mística de la vida, con el placer de ser. El erotismo predispone a la belleza; el erotismo es la más mística de todas las emociones porque apunta a ser uno con el mundo.

Es un concepto más amplio del que habitualmente nuestra sociedad utiliza para el erotismo, que tiene ver con la disposición a hacer el amor y a la relación sexual.

El lenguaje de la sabiduría y del universo es la belleza, y en ese sentido es profundamente eróti-co. Nosotros como sociedad hemos ido dejando de lado ese erotismo. Es un prejuicio cultural milenario y por eso miramos con desconfianza, por ejemplo, la sabiduría del mundo místico, y entonces lo místico lo asociamos a unos tipos que hacen cosas raras, y perdemos la posibilidad del misticismo en lo cotidiano, perdemos la posibilidad de ver lo sagrado en lo cotidiano.

Una sociedad que le tiene miedo al erotismo acaba muchas veces reprimiendo todo acto de ternura.

La alegría: es la emoción de la celebración, del encuentro con la vida como una fiesta, como un encanto; es el entregarnos a la vida simplemente para celebrarla. La risa, por ejemplo, esa que sale del estómago, esa risa intensa, es la más sana de las expresiones del cuerpo, y produce salud.

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En una sociedad en que se pierde la alegría lo que surge es el deseo de la excitación, la búsqueda de emociones fuertes, a través de actividades fuertes o de esas películas llenas de explosiones, acción y estímulos.

¿Y saben qué pasa con la excitación? Esto sólo se tolera por instantes. La excitación tiene una estructura que permite fuertes subidas y lo que viene después es la depresión. Por eso la tremen-da epidemia de depresión de nuestro tiempo está asociada a la búsqueda de la excitación, una búsqueda interminable pues el próximo viaje tiene que ser más alto o más fuerte porque de lo contrario ya no nos satisface. Es eso lo que produce la adicción. La alegría, en cambio, podemos vivirla constantemente. Nuestro cuerpo acepta la alegría como una emoción regular.

La gratitud: es la emoción que tiene que ver con la satisfacción, y cuando no hay gratitud, la satisfacción es casi imposible, si es que no directamente imposible. La gratitud es esta emoción que dice: “gracias por lo que recibo o lo que tengo, por los que me aman, por la existencia, eso es. No estoy esperando ni buscando, ni apreciando solamente aquello que no tengo”.

La gratitud, que viene del latín ‘gratis’, es la capacidad de despertar en la mañana, respirar y dar gracias por el aire o por el agua; dar gracias por lo que estamos comiendo, tomar la mano del hijo chiquitito que se me acaba de meter en la cama y celebrar su manito dulce y decir “gracias por este ser maravilloso”. Esa es la gratitud, gracias porque sí. En la gratitúd no hay intercambio, son puros regalos. La gratitud cuando la cultivamos es simplemente sorprendente.

Hemos dicho que el Observador que somos se constituye de tres dominios: el lenguaje, las emo-ciones y el cuerpo, y que entre estos tres espacios se produce una coherencia. Veremos más ad-elante, en este mismo documento, cómo es posible intervenir en nuestras emociones desde la corporalidad y desde el lenguaje, pero por ahora vamos a mostrar una distinción que tiene que ver con una cierta coherencia corporal que se desarrolla a partir de las emociones.

Hay una mujer chilena, una mujer muy sabia que muchos de ustedes deben conocer. Se llama Susana Bloch, y ha desarrollado una teoría a partir de las emociones básicas.

Lo importante, y quiero destacarlo acá, es que ella las pone de una manera que ayuda a entender que si miramos estas emociones básicas, hay algunas que generan un espacio de mayor ten-sión, mientras otras generan un espacio de relajación. Ella también distingue emociones que nos acercan a otros físicamente y otras emociones que nos alejan.

Miren este cuadro, que muestra las emociones desde la relajación y la tensión, y desde la dis-posición a acercarme o a alejarme.

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Cuadro 2: Emociones en términos de alejamiento/acercamiento y tensión/relajación

Por ejemplo, un caso típico es la rabia. Si yo siento rabia, estoy en tensión y mi tendencia es agresiva, a acercarme a aquel con quien tengo rabia. Entonces en esta emoción, mi tendencia es a acercarme y a tensionarme.

La autora ubica el miedo en el espacio de mayor tensión y alejamiento. Cuando tengo miedo, me alejo, me escapo y mi tendencia es a huir.

En la tristeza me alejo, me recojo. En la tristeza hay un espacio de relajación cuando estoy llo-rando.

Los griegos, cuando hablaban del amor, lo dividían en tres espacios: el amor fraterno, el amor erótico y el amor de la ternura. En este modelo, están la ternura y el erotismo. Ambos generan una disposición al acercamiento y producen relajación.

En el centro a equidistancia de todos los espacios aparece la alegría. Estas son las seis emo-ciones básicas establecidas por Susana Bloch, y permítanme que a la alegría le agregue algo que tienen que ver con mi experiencia: yo no he visto a nadie auténticamente alegre si no conoce la gratitud. Por eso la pongo cerquita de la alegría

Esas son las emociones desde los espacios de tensión/relajación y de acercamiento/alejamien-to. Ahora, puede ser que en el miedo decida acercarme para enfrentar lo que juzgo como un peligro, o en la rabia para evitar problemas me puedo alejar pero la tendencia más general es a huir cuando juzgo algo como peligroso y a irme encima de quien generó mi rabia.

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Hemos hablado de las emociones básicas, pero hay muchas más. Veamos algunas de ellas.

La culpa, por ejemplo, es la emoción que protege nuestra identidad privada. Su función es que nuestras acciones sean coherentes con nuestros valores, con nuestras normas privadas. Vivimos en una sociedad en que la culpa se ha transformado en un estado anímico permanente, y bus-camos razones para sentirnos culpables. Para un ser humano sano, la culpa tiene un valor clave: yo tengo mis principios y si los transgredo debo asumir las consecuencias; la disposición a la acción en la culpa suele ser el auto-castigo. Si me dicen, por ejemplo, “no te hiciste cargo de esto, y ahora me va a tocar a mí remediarlo”, me puedo sentir violando un principio básico mío y en consecuencia, aparece la culpa.

La vergüenza hay que distinguirla de la culpa: si en la culpa está en juego mi identidad privada, en la vergüenza está en juego mi identidad pública. La vergüenza está relacionada con quebrar normas de la comunidad. La predisposición de la vergüenza es a desaparecer o a pedir disculpas.

Si violo al mismo tiempo mis valores y las normas de la comunidad, puedo sentir culpa y vergüen-za a la vez. Otras veces puedo sentir vergüenza pero no culpa.

Vean este ejemplo: estoy encargado de administrar el fondo comunal del edificio donde habito. De pronto una persona ajena a este espacio necesita muy urgentemente un dinero para un trat-amiento médico y yo tomo prestado este dinero del fondo comunal para dárselo a esa persona, sabiendo que lo restituiré a la mayor brevedad posible. Pero antes de restituir el dinero, los ve-cinos descubren que yo he sacado una suma del fondo comunal. En ese caso puedo sentir una terrible vergüenza, por haber usado un dinero que no era mío, y al tiempo no siento culpa, pues desde mis valores personales, era urgente que aquella persona enferma contara con ese dinero para su tratamiento.

La culpa tiene una presencia histórica. Se puede asociar a los discursos históricos o a la religión, por ejemplo. Aunque suene extraño, la culpa como emoción es fundamental en una buena vida. Violar nuestros propios valores y sentirnos culpables, eso es sano. Si violamos las normas de nuestra comunidad y sentimos vergüenza, eso es sano. Ahora, si alguien nos manipula para hacernos sentir culpables, deja de ser sano.

Yo tendría cuidado de trabajar con una persona que viola sus principios y no siente culpa. Yo lo llamaría un sin-culpa, de la misma manera que se habla de un sinvergüenza.

Otra emoción, la frustración, es un juicio de impotencia. Aparece frecuentemente la frase “No se puede hacer nada”. Tiene un toque de rabia, un juicio de injusticia en la vida.

Otro ejemplo de emoción es la perseverancia, un juicio de posibilidad, de aprendizaje. “Si sigo insistiendo, lo voy a conseguir, va a resultar...”

Hay una emoción que tiene mucho poder negativo, y es el cinismo. El cinismo es una resig-nación inteligente. Cualquier persona que crea que existe alguna acción posible para solucionar las dificultades, desde los ojos del cínico, es un tonto. Por ello, las personas no quieren estar en desacuerdo con el cínico, para no parecer tontos. El cínico chupa mucha energía dentro de una colectividad, es un militante activo pues quiere que haya más resignados como él.

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2. Estados de Animo

Si la emoción es gatillada por un evento, el estado anímico es algo diferente, es cuando nos quedamos pegados en una emoción. Es decir, no importa lo que esté pasando, mi reacción siem-pre es la misma, me he quedado asentado en una forma de responder; yo tengo una sola predis-posición a la acción en la vida. De esa manera, vivimos en la tristeza o vivimos en la rabia, o vivi-mos en la resignación o vivimos en el resentimiento. Es un estado emocional que nos acompaña por períodos de semanas o meses, y en el cual los nuevos acontecimientos que ocurren en mi vida los tiendo a vivir teñidos por ese estado de ánimo.

Normalmente estamos en un estado de ánimo que no controlamos ni elegimos, simplemente nos encontramos en él. Y una vez que estamos en él nos comportamos dentro de los parámetros que el estado de ánimo especifica en nosotros. De alguna manera no tenemos estados de áni-mo sino que los estados de ánimo nos tienen a nosotros: los estados de ánimo se adelantan a nosotros, pues una vez que los observamos ya estamos sumergidos en ellos.

Muchas veces aprendemos ese estado de ánimo muy temprano en la vida, y perdemos la flexibil-idad de responder a los eventos de la vida con distintas acciones. Podemos decir que los estados de ánimo son como lentes a través de los cuales vemos el mundo. Hay personas —y ustedes lo saben bien— que viven en la tristeza, en la resignación, en el resentimiento o en el miedo, y se viven la vida desde ese estado de ánimo: El que vive en el miedo como estado anímico vive en un mundo que juzga lleno de peligros; el que vive en el entusiasmo vive en un mundo lleno de posibilidades; el que vive en la desconfianza pierde la posibilidad de coordinar con otras perso-nas. Si hablamos de los Estados de ánimo en el espacio del trabajo, vemos que hay mucho de desencanto o de resignación.

El problema es que nuestros estados de ánimo son tan transparentes para nosotros que le atribui-mos al mundo propiedades que en realidad son el producto de nuestros estados de ánimo. ¿No les ha sucedido que un día amanecen preocupados y el mundo les parece un sinfín de trampas y dificultades, y al día siguiente amanecen optimistas y el mismo mundo les aparece como un abanico de posibilidades?

Esto es lo central en el tema estados de ánimo: dependiendo del estado de ánimo en que nos encontremos, ciertas acciones nos son posibles y otras no.

La forma en que enfrentamos emocionalmente lo que sabemos, cambia lo que sabemos. En un determinado grupo hay una cantidad de talento presente que, con un entrenamiento adecuado, se mantendrá probablemente en niveles más o menos constantes. Pero al cambiar el campo emocional del grupo, lo que es posible para éste es ahora enteramente diferente. Cual-quier amante del deporte sabe que algunos equipos logran derrotar a otros a priori más fuertes gracias una motivación adecuada (mayor deseo de ganar o más entusiasmo, por ejemplo).

Vamos a ver dos estados de ánimo que para un coach son fundamentales de entender. Son ellos el resentimiento y la resignación.

Pero antes de entrar en ellos vamos a ver un par de conceptos que nos van a ayudar a entender mejor esos estados de ánimo: son ellos el Juicio de Facticidad y el Juicio de Probabilidad.

El Juicio de Facticidad se refiere a aquellos hechos en la vida que, juzgamos, no los podemos cambiar, mientras que en el Juicio de Probabilidad, hay acciones que son posibles en el futuro

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para cambiar una determinada situación.

Cuando luchamos contra aquello que no podemos cambiar (facticidad), es muy posible que se genere un estado de ánimo de resentimiento. Podemos definir el resentimiento como un es-tado de ánimo que tiene una conversación subyacente en la cual interpretamos que somos o hemos sido víctimas de una acción injusta y en la que alguien (una persona o un grupo de per-sonas, incluso la vida misma o el mundo entero) aparece como culpable por lo que nos sucede.

En la conversación privada del resentimiento vienen juicios de que una posibilidad nos fue ne-gada o de que hemos sido víctimas de una situación injusta. La disposición a la acción en el resentimiento es el desquite. Aunque no digo ni expreso nada, estoy esperando la ocasión para desquitarme. Este estado de ánimo tiene dos elementos claves: el silencio y la revancha.

La resignación es otro estado de ánimo en el que a veces podemos encontrarnos. En la resig-nación sé que una determinada situación podría ser cambiada (posibilidad) pero no siento tener el valor, las condiciones o las competencias para cambiar dicha situación.

La persona resignada no ve la posibilidad de salir de una determinada situación que le afecta; al decir “No puedo” cree que es realista y tiene numerosos juicios para fundar su ‘realidad’. En ese sentido, la resignación va más allá de la frustración. En la resignación la acción se juzga inútil. En la frustración hay todavía pelea, te estás dando una última oportunidad, todavía no te has rendido.

De esta manera, la persona resignada está atrapada, no puede hacer nada para cambiar la situ-ación. No ve el futuro como un espacio en el que la intervención sea posible.

Cuando la persona en estado de ánimo de resentimiento acepta lo que no puede ser cambiado, entra en estado de ánimo de paz o aceptación. Este estado de aceptación no significa estar de acuerdo con los hechos, pero sí significa que acepto que esa situación ya no puede ser cambiada, y cierro esa conversación privada.

Cuando la persona en estado de ánimo de resignación cambia su Observador y acepta que es posible aquello que antes no veía posible, entra en un estado de ánimo de entusiasmo. Mientras la resignación cierra posibilidades de cambio, la ambición abre dichas posibilidades.

Veamos esto en este cuadro:

Cuadro 3: Algunos estados de ánimo recurrentes

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3. Emociones atrapadas

Si los estados de ánimo tienen que ver con espacios emocionales en los que me quedo anclado a raíz de un cierto hacer o andar en la vida por tiempos más o menos largos, la distinción de emo-ciones atrapadas tiene que ver con emociones debidas a eventos en la vida en que los seres hu-manos nos quedamos atrapados temprano (frecuentemente debido a golpes emocionales muy fuertes) y nos dejan sin recursos propios para poder salir de allí. En esos casos, esas emociones se van al corazón de la coherencia emocional.

Una emoción atrapada tiene que ver con un conflicto mayor, de alto nivel, y sobre todo que lo vivimos cuando no tenemos defensas emocionales. Por ejemplo un niño víctima de un abuso o que tiene mucho miedo. O una persona que en algún momento de su vida pierde un ser querido, sobre todo cuando esta situación lo encuentra en un momento muy débil.

Si es diciembre, yo puedo tener un estado de ánimo en que ando abrumado por las compras o las fiestas. Entro en un estado de ánimo muy especial, puede ser de desagrado por tanto cor-retear. Si soy ejecutivo de banco y un proyecto me lleva seis meses, puedo andar preocupado por no poder estar con mi familia. Esos serían estados de ánimo. Pero las emociones atrapadas están mucho más allá de un momento. Se quedan incrustadas en el alma, en el cuerpo de la persona y definen en gran medida la coherencia en que una persona vive. Tienen un peso gigantesco.

Los estados de ánimo representan caídas momentáneas en un periodo indefinido; puede ser una semana como pueden ser dos años, pero no es una emoción atrapada como la de alguien que no ve la resignación porque vive en ella. Es lo único que ve, es lo único que ha visto. En la emoción atrapada ni siquiera somos conscientes de ella porque ella define la forma como vemos el mundo.

En su libro The Emotion Code, el médico Bradley Nelson dice que esa emoción no sólo ocurre, hace su función y desaparece, sino que esa energía que produce queda vibrando en ti, incluso a veces muchas veces sin que tú sepas que esa emoción sigue estando ahí. Y esa emoción se trans-forma —esta es la parte clave— en una pieza fundamental de la coherencia que tú eres.

Esta emoción atrapada —por ejemplo el miedo, aunque puede ser la vergüenza, la culpa, la ra-bia o la resignación— literalmente es una vibración energética que se ubica en alguna parte del cuerpo. De hecho yo he empezado a preguntarles a las personas en coaching dónde tienen la emoción y no tienen dudas en señalar un sitio de su cuerpo.

Agrego acá simplemente para tenerlo presente que nuestro mundo emocional, incluyendo por supuesto las emociones atrapadas tienen un enorme impacto en la salud. En la medicina china esta relación entre emociones, órganos y salud en general está muy desarrollada.

Por otra parte, las emociones atrapadas en muchos casos son invisibles a quien las tiene. Si uno pregunta a una persona sobre esto, lo más probable es que no nos diga “tengo esta emoción que no me deja salir adelante”. Su respuesta más segura será “Yo soy así”.

Según dice Nelson en su Emotion Code, el 80% de las personas tiene alguna emoción atrapada.

“Mucho de nuestro sufrimiento —dice Nelson— se debe a energías emocionales negativas que han quedado atrapadas dentro de nosotros. (…) Si echamos la vista atrás y recordamos alguna

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experiencia feliz de nuestra vida, algo que nos llenase de alegría u orgullo, seguro que veremosque inevitablemente esa experiencia estaba asociada a determinadas emociones, como alegría, conexión o seguridad.

“Pero todos hemos tenido desafíos en forma de situaciones asociadas a emociones abruma-doras. La mayoría preferimos olvidar estos desafíos, pero desafortunadamente la influencia de estos acontecimientos puede quedarse con nosotros en la forma de emociones atrapadas. A veces, por motivos que aún no comprendemos, las emociones no se procesan completamente. En estos casos, en lugar de simplemente experimentar la emoción y liberar esa emoción, la en-ergía de la emoción queda de alguna manera “atrapada” dentro del cuerpo físico. Entonces, en vez de atravesar tu momento de enojo, o un periodo temporal de pena o depresión, esta energía emocional negativa puede permanecer dentro de tu cuerpo causando un significativo estrés físico y emocional y originando esas emociones recurrentes que sentimos, en ocasiones sin cau-sa aparente.

“Tal vez tu vida no esté resultando como lo habías esperado. Tal vez tus intentos por formar rela-ciones duraderas nunca parecen funcionar. Puede ser que desees que algunos acontecimientos del pasado nunca hubiesen ocurrido pero te sientes impotente para superarlos. Incluso puedes tener un sentimiento inquietante de que tu presente está siendo tomado como rehén por tu pasado de una cierta manera vaga e indefinible. Es frecuente que las personas se sientan de alguna manera cargadas por sus emociones pasadas, pero no parecen saber cómo recuperarse de ellas. A menudo la causa subyacente de su frustración es una emoción atrapada de un acon-tecimiento del pasado que puede ser que no se den cuenta que está saboteando tus esfuerzos”.

Según Nelson, una vez que logramos soltar una emoción a través de algún procedimiento, pasa algo muy importante —y yo lo he visto en el programa—: las personas suelen tener un momen-to de mareo. Es como si les quitaran una pieza fundamental de quienes han sido. Y por lo tanto la vieja coherencia que han sostenido queda suelta, en el aire.

II. APRENDIZAJE EMOCIONAL

El mundo emocional se ha mirado históricamente con desconfianza o se ha mirado terapéutica-mente o se ha mirado como un obstáculo para el aprendizaje. Y nosotros lo estamos sacando de ser un problema del aprendizaje y, por el contrario, estamos diciendo que el mundo emocional es esencial en el aprendizaje. Para este aprendizaje, vamos a ver algunos elementos que con-sideramos cruciales:

1. La modernidad condenó las emociones como un espacio que afecta el aprendizaje

Nuestro discurso actual sobre el aprendizaje ha tendido a ignorar la dimensión emocional de nuestro ser y de nuestro saber. ¿De dónde viene ese discurso?

En los siglos XVI y XVII el empuje del racionalismo derivó en una pugna entre la Iglesia y los nuevos científicos, que llevó a una división entre el mundo exterior del individuo y su mundo in-terior. Con el éxito creciente de la ciencia, impulsada por los racionalistas, se privilegió el mundo exterior (el de los inventos, el de la acumulación de conocimiento), mientras el mundo interior —donde quedaron las emociones— se convirtió en una especie de conocimiento de segunda clase.

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Desde el racionalismo promulgado por René Descartes (siglo XVII), el mundo emotivo ha sido despreciado como parte del pensamiento. Hemos entendido el intelecto como un tema que tiene que ver con la lógica y las ciencias y hemos dejado el mundo emocional arrinconado, y su aprendizaje dejado a la deriva. En esa visión, se considera a las emociones como una influencia negativa en el área del razonamiento. En otras palabras, debemos permanecer emocionalmente neutrales para pensar con claridad. Para un racionalista mantener una actividad cognitiva completamente libre de emociones es un ideal al cual todos deberíamos aspirar.

De esta manera, el fenómeno emocional en los últimos siglos lo desplazamos, lo hicimos sospechoso, lo dejamos para la terapia, como si las emociones en general fueran un problema.

El ser occidental de hoy es lingüístico-racional. Vivimos en un mundo donde todo es explicado y medido. Esta realidad muestra una desvinculación con las emociones y con el espacio que tienen en nuestras vidas. Se ha negado por años la importancia de las emociones dentro del ser de hoy, desarrollando una especie de ostracismo emocional.

Desde nuestro punto de vista, esta es una idea profundamente equivocada. Somos innegable-mente seres emocionales. Vivimos inmersos en una danza emocional incluso cuando hablamos o pensamos. Hemos prestado tanta atención a nuestra área conceptual que nos hemos olvidado de que cada concepto, cada parte del conocimiento y cada comprensión conceptual también viven en un estado de ánimo particular, y si cambiamos el estado de ánimo en que sostenemos lo que sabemos, también estamos cambiando lo que sabemos.

Prácticamente todo nuestro aprendizaje en el colegio es lingüístico. Tanto el uso de libros como los métodos de enseñanza buscan trasmitir información y conocimientos en la forma de ideas, conceptos, teorías, hechos, descripciones, procedimientos y prácticas que se comunican a través del lenguaje.

En contraste, las habilidades requeridas para aprender a tocar un instrumento musical o las ha-bilidades emocionales necesarias para escuchar con empatía requieren de tipos de aprendizaje muy diferentes a los que se enseñan en la educación formal. Además el aprendizaje de valores como el respeto, la admiración, la lealtad, la honradez, la perseverancia y muchos otros, es fun-damentalmente emocional.

La mayoría de lo que se aprende se asume como estructurado analíticamente. Como resultado, el enfoque primario que se usa en la enseñanza es el científico-racional. Nosotros decimos “no hay aprendizaje, no hay lectura del mundo, no hay acción que ocurra en un espacio aus-ente del impulso emocional”.

El ser humano no puede saber en un espacio emocionalmente vacío, no existe tal cosa. Es más, la sabiduría no la podemos concebir desprendida del mundo emocional. ¿Cómo podría una per-sona ser sabia sin conocer y ejercer el amor, la ternura, la lealtad, la perseverancia? Y si ustedes se fijan, la mayor parte de los valores humanos son emociones, lo que es extraordinariamente interesante de empezar a mirar.

Richard Dawkins, un famoso científico estadounidense dice que “la ciencia es el método sistemáti-co mediante el cual aprehendemos lo que es verdad acerca del mundo en que vivimos. Si usted necesita consuelo o una guía ética hacia la buena vida debe buscar en cualquier otro lugar. Pero si usted quiere saber qué es verdad, la ciencia es el único camino. Si hubiera una mejor manera, la ciencia se acogería a ella”.

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Más allá de cualquier juicio que tengamos sobre eso, para nosotros el saber humano debe inte-grar lo interior y lo exterior, y de esa manera incluimos el terreno emocional en nuestro apren-dizaje.

Estamos convencidos de que la forma de aprender de nuestro tiempo está desprovista de alma, y cuando el conocimiento está desprovisto de alma no puede nunca transformarse en sabiduría. Nosotros podemos tener todo el conocimiento y, sin embargo, no podemos acceder a la sabiduría si no hay alma.

Muchos de los quiebres más importantes de nuestra sociedad podrán ser enfrentados de mane-ra sorprendentemente innovadora, sólo cuando comencemos a tomar las emociones y los esta-dos emocionales seriamente como un dominio central de nuestra educación.

Los seres humanos, donde quiera que habiten, están siempre inmersos en determinados con-textos emocionales. No hay forma de evitar que nos hallemos en alguno de ellos. El campo emo-cional con que me encuentro en Estados Unidos es muy diferente al de Angola, Chile o España. Es muy diferente la emocionalidad de Buenos Aires que la de Rio de Janeiro o Tegucigalpa. Pasa igual con los ciclos estacionales o con los días de la semana. No se siente igual la emocionalidad de un sábado en la noche a la de un lunes temprano.

Además del racionalismo que domina el sentido común de nuestra sociedad, el discurso del in-dividualismo también ha jugado un rol muy limitante para nuestra comprensión del aprendizaje emocional. En general hemos tendido a considerar la vida emocional desde el punto de vista individual y psicológico, y no social. Hace falta reconocer que los espacios colectivos, incluso las culturas y las eras que la humanidad ha vivido, tienen sus tendencias emocionales. La Edad Media europea, la Europa de los años treinta, los Estados Unidos de los años cincuenta, por mencionar algunos momentos y lugares de la historia, ha tenido claramente emocionalidades diferentes.

Es importante entender que el contenido de una cultura no es sólo cuestión de distinciones lingüísticas, por muy importantes que éstas sean. También incluye emociones y estados de áni-mo. Naturalmente tendemos a pensar en éstos como parte intrínseca de nuestra más profunda personalidad individual, pero el hecho es que diferentes culturas poseen su dinámica emo-cional propia.

Sin embargo este fenómeno es un fenómeno ante el cual una gran mayoría de personas per-manecen ciegas. Una gran cantidad de escuelas psicológicas, por ejemplo, parecen no tener conciencia en absoluto de esta dimensión de los estados de ánimo y las emociones, tratándolos como si pertenecieran exclusivamente a un individuo específico.

Por supuesto que a cierto nivel sí experimentamos estos sentimientos individualmente, pero si agrandamos el contexto comenzamos a ver que nuestra emocionalidad está conectada con la de nuestros espacios colectivos.

Más allá de la educación formal, estar inmersos en lugares y contextos sociales-históricos, y por tanto, expuestos a los discursos, formas de ser, prácticas, narrativas históricas o convenciones culturales que los constituyen es esencial en el aprendizaje emocional… y toma mucho tiempo. Evidentemente el aprendizaje emocional no puede incluirse fácilmente en nuestro modelo ed-ucativo actual.

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Mi propia experiencia me ha demostrado una y otra vez cómo se crea un campo emocional cuan-do gente dispuesta a aprender se reúne y celebra ciertos rituales. Tales rituales, cuyos orígenes se remontan a ceremonias de iniciación ancestrales, buscan por ejemplo, crear un espacio seguro, respetuoso que excluye a quienes no están comprometidos con el proceso de aprendizaje.

Uno de los retos más profundos que enfrentamos en nuestra cultura hoy en día es cómo lidiar con el vacío y falta de significado que surge del aprendizaje conceptual y factual emprendido sin ningún sentido de propósito o conexión. Por eso, si nuestro objetivo es tener vidas en paz y satisfactorias necesitaremos dar una atención renovada al campo completo del aprendizaje emocional.

El trabajo del psicólogo estadounidense Daniel Goleman (quien introdujo el concepto de inteli-gencia emocional) y de otros expertos nos ha ayudado a comenzar a reconocer la importancia de esta área abandonada desde hace tanto tiempo, y necesitaremos ir mucho más allá de lo que él ha propuesto antes de decir que tenemos una comprensión adecuada de este aspecto tan profundamente importante de nuestro ser.

Pero no sabemos ni cómo comenzar a hablar de las emociones. Por ejemplo en el medio empre-sarial, lo más sofisticado que se dice con respecto a las emociones es que “la moral en el trabajo está baja o está alta”. No es de extrañar entonces la inmensa dificultad con que en ese mundo se enfrentan temas como la resignación, el resentimiento, la desconfianza o la deslealtad.

En ese sentido, los pueblos indígenas son grandes maestros. Los aimaras tienen, por ejemplo, 13 principios para la buena vida que contienen todo el espacio emocional. Estos 13 principios son: saber comer, saber beber, saber danzar, saber dormir, saber trabajar, saber meditar, saber pensar, saber amar y ser amado, saber escuchar, saber hablar, saber soñar, saber caminar y saber dar y re-cibir. Cada uno de esos saberes se manifiesta en la relación con el mundo y los demás miembros de la comunidad.

De alguna manera podemos decir que el buen vivir está directamente relacionado con el buen emocionar. Un discurso que pretenda ser ontológico debe tomar en cuenta todas las dimen-siones del ser.

2. Toda emoción se aprende en un cierto vivir

El aprendizaje emocional es consistente con la flexibilidad o la plasticidad emocional. Esa es la idea fundamental. Es decir yo respondo a los cambios del mundo con las emociones con las que corresponde responder. Eso me permite acción rápida, acción eficaz en el mundo; si se necesita en un momento determinación, la tengo a la mano; si necesito reflexión es otro espa-cio. No estoy pegado a la determinación. Ese es el postulado central. Nosotros decimos que el aprendizaje emocional implica llegar a la flexibilidad emocional.

A mí me impacta cuánta sorpresa causa cuando digo que la tristeza es un espacio de aprendizaje. Y sí, es un espacio de aprendizaje que perdemos porque la sociedad nos impulsa a desprender-nos lo más rápidamente posible de ella. Muchas personas, entonces, lo que quieren es librarse de su tristeza en vez de escuchar lo que la tristeza tiene para decirles. Y cuando la escuchamos sabemos de alguna pérdida importante y significativa. En otras palabras, la tristeza escuchada con pasión nos comunica sentido, nos da a saber sobre lo que realmente nos importa.

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Sin embargo a los chicos les han dicho que si lloran hay que ponerse felices. “Estás triste, ponte feliz”. “Llorar es malo”. Es un discurso dominante.

Cuando estás triste es probable que enciendas la televisión o hagas cualquier otra cosa, pero no que escuches tu emoción. Incluso cuando la depresión te golpea puedes preguntarle qué es lo que la vida te está queriendo decir. Cómo es que la vida usa este último recurso, de deprimirte, para decirte algo.

Cuando tengo el privilegio de trabajar con mis estudiantes, uno de los primeros pasos que da-mos consiste en legitimar la tristeza, en aceptarla como un regalo. Sólo entonces ella tiene lugar para realizar su trabajo y una vez que lo ha hecho, graciosamente se retira dejando el terreno para que la alegría haga el suyo.

Otra cosa, la represión del erotismo en Estados Unidos particularmente —y hablo de allá porque vivo allí hace treinta años— se ha transformado en la explosión de la pornografía, que ha gener-ado una de la industrias más poderosas de ese país.

Cuando se reprime el erotismo aparece solo la semilla de la relación erótica pero no el erotismo; aparece el encuentro sexual pero desprendido de toda su belleza, de todo su encanto, de toda su hermosura. Ese es un tema importante en nuestro tiempo y ojalá nosotros podamos empezar a mirar el aspecto místico del erotismo que, como digo, se ha perdido.

Por otra parte, al confundir la ternura con el erotismo, han terminado reprimiéndola con un costo relacional enorme, siendo la ternura una emoción fundamental en la generación de la seguridad entre los seres humanos.

El miedo también se asocia habitualmente a cobardía, siendo la emoción que me cuida, que me dice que soy valioso y que me tengo que preservar. Sin miedo, atravesaríamos una calle sin mirar. Por ello decimos que es una emoción fundamental para la supervivencia. Fíjense que a los niños les enseñan todo el tiempo a decir “no tengo miedo”.

He escuchado mucho y aparece en muchos artículos que hablan de “Liderazgo sin miedo”. Y sobre esto yo digo “no, gracias”, porque quien no escucha al miedo tendrá que sufrir las conse-cuencias. El miedo, como lo señalamos más arriba, es un consejero, nos advierte de una posible pérdida, eso es todo. Por supuesto que si hablamos del miedo como estado anímico es otra cosa.

Yo lo que digo es que debemos escuchar nuestras emociones, no negarnos a ellas.

3. Una mirada a los estados de ánimo desde el cuerpo y el lenguaje

Como señalamos en la primera parte de este documento, el mundo emocional es uno de los tres componentes del Observador, junto con el lenguaje y la corporalidad, y entre ellos se produce una coherencia.

De manera tal que cuando tenemos ciertas interpretaciones a nivel del lenguaje sobre un deter-minado asunto, tenemos emociones que son coherentes con esas interpretaciones, o cuando vivimos ciertos estados emocionales tendemos a tener interpretaciones consistentes con ellos. No hay una relación lineal de causa y efecto, existe más bien una causalidad mutua. El cuerpo a su vez se prepara para actuar de acuerdo a los impulsos emocionales. Por ejemplo, si vivo una situación de peligro siento miedo, tanto como el estado anímico del miedo me hace ver peligro por todos lados.

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Esto no es solamente un dato. Esta coherencia nos puede permitir acciones para diseñar cambios sobre nuestros estados de ánimo o sobre los de nuestros coachees, a partir del espacio lingüísti-co o de nuestra corporalidad.

Debemos convertirnos en observadores de nuestros estados de ánimo. Esto implica identificar-los como estados de ánimo y no como “propiedades del mundo” o como que “así son las cosas”. Si, como suponemos habitualmente, nuestros juicios del mundo nos convencen de que “el mun-do es así”, perdemos la posibilidad de generar estados de ánimo diferentes.

Desde un punto de vista lingüístico, por ejemplo, podemos estar atentos a las historias que he-mos fabricado en torno a nuestros estados de ánimo. Tendemos a sentir que nuestros estados de ánimo son correctos y podemos darnos miles de explicaciones de por qué estamos atrapados en un estado de ánimo en particular. Y podemos darnos cuenta de que en algunos casos no fueron esas explicaciones las que generaron el estado de ánimo en que me encuentro sino que fue el estado de ánimo el que generó esas explicaciones.

Lo voy a mostrar con un ejemplo: puedo decir que estoy en un estado de ánimo de resignación porque no logro aprender aquello necesario para conseguir ese trabajo que tanto deseo. En-tonces me quedo atrapado en conversaciones tipo “no sirvo para esto” o, directamente, “soy un absoluto incapaz”. Y podría ser que el vivir en esa resignación, en ese “no soy capaz”, sea lo que no me permite aprender aquello necesario para ese trabajo que anhelo.

Es importante comprender que los estados de ánimo tienen juicios que se corresponden con él. Si digo, “El mundo laboral es muy complicado”, me puedo preguntar ¿qué hace que yo vea el mundo laboral así? O ¿cómo me veo yo mismo dentro del mundo laboral? Y así puedo identificar desde qué estado de ánimo me estoy viviendo esa historia, que puede ser la resignación o el resentimiento, por ejemplo.

El desafiar esos juicios me podría llevar a acciones necesarias para desbloquear ese estado de ánimo que me atrapa. Puede ser, por ejemplo una o varias conversaciones que me permitan ver que en realidad no es tan complicado, y que desde otro estado de ánimo podría verlo como algo más liviano de lo que lo había visto hasta ahora.

Hay una relación directa entre juicios y emociones. Si hay un punto en que se conectan el lenguaje y el mundo emocional es en los juicios. El punto de conexión entre estos dos do-minios tiene que ver con nuestra manera de hacer sentido e interpretar: Cuando yo juzgo algo como peligroso, lo más probable es que sienta miedo; cuando juzgo algo como atractivo lo más probable es que sienta entusiasmo y deseos de actuar; si yo juzgo algo como lamentable, lo más probable es que me lamente; si juzgo algo como grotesco lo más probable es que mi emoción puede ser el desprecio: si juzgo una posible pérdida, es el miedo; si juzgo una ganancia, puede ser el entusiasmo. Es decir, en el momento en que queremos conectar el lenguaje con el mundo emotivo de manera definitiva e inevitable, vamos a entrar en un mundo de juicios.

Lo que finalmente nos lleva a actuar es el mundo emocional en que vivimos. Eso es lo funda-mental: yo no actúo meramente por un cálculo. Es cierto que si alguna persona actúa desde una emoción de precaución y de control, se podría decir que actúa calculando. Pero lo que la lleva a actuar no es el cálculo mismo, sino la disposición emocional que ese cálculo alimenta.

Una de las tareas más difíciles que se puede plantear en la vida, es cuando desde la lógica o las istrucciones se nos invita a funcionar de una manera, y todo nuestro ser emocional está apuntando

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en el lado opuesto. Sabemos el sufrimiento que conlleva cuando a mí se me pide actuar en un espacio y mi emoción está funcionando hacia el otro.

Ahora, ¿qué significa aprendizaje emocional? Aprender emocionalmente tiene que ver funda-mentalmente con el poder estar en contacto con aquellos que comparten la emoción que yo quiero aprender.

Existe un fenómeno que la ciencia ha comenzado a mirar que es el siguiente: si dos personas están en una conversación, puede ocurrir que el vibrar emocional de una se encuentre con el de la otra, produciéndose lo que se llama una resonancia límbica.

Cuando esto ocurre el sentido de lo que queremos decir se multiplica, porque la comunicación va mucho más allá de lo dicho.

Las acciones de los grandes líderes tienen que ver con esta capacidad de resonar con el colectivo al cuál se dirigen. Asimismo, para que el coaching se produzca, ha de darse también esta reso-nancia. En la resonancia límbica hay un instante en el que sentimos que empezamos a funcionar al unísono con la otra persona, a escucharnos más allá de las palabras.

Otro fenómeno perteneciente al mundo de las emociones es la regulación límbica, es decir el impacto fisiológico que se produce cuando hay encuentro emocional. Los grandes sanadores tienen esa capacidad de afectar positivamente la salud del otro a través de su contacto emocio-nal. Este fenómeno también lo vemos en el cambio de la composición de la leche de una madre que está alimentando a un bebé y este tiene trastornos estomacales, por ejemplo.

Hay un tercer fenómeno del sistema límbico llamado revisión límbica que consiste en la capaci-dad del sistema límbico de aprender nuevos espacios emocionales. No estamos condenados a vivir eternamente un mundo emotivo particular, tenemos la posibilidad de aprender y esto nos llena de esperanza.

El tema emocional es más que mis sentimientos por un lado y los tuyos por otro, no hay que anal-izarlo individualmente sino que se trata de espacios de encuentro. Gran parte de lo que sucede en una conversación tiene que ver con el espacio emocional que se crea. Si yo vivo entre seres que viven en la confianza, es posible que yo aprenda a confiar conviviendo con ellos. Mi sistema límbico va a empezar a resonar con algo que yo no conocía de otra manera. Y puede pasar lo opuesto, la desconfianza también la puedo aprender viviendo o trabajando con personas que desconfían.

Es decir, el sistema límbico aprende muchísimo de la inmersión en los espacios en donde la emo-ción que quiero aprender está disponible. Es muy difícil que yo aprenda el entusiasmo, la confi-anza, la lealtad, estando solo. En la soledad, esas emociones son difíciles de aprender porque el sistema límbico no está en contacto con semejantes emociones.

Para mí, el aprendizaje emocional tiene que ver con la inmersión en los espacios donde esas emo-ciones existen, y eso no quita que una buena reflexión ayude a ese proceso, lo facilite, lo acelere; no quiere decir que para aprender emocionalmente sea innecesario reflexionar, solamente que es insuficiente la mera reflexión. Incluso cuando nosotros meditamos, lo que empieza a ocurrir es que buscamos estar en un centro a partir del cual los mundos emocionales son equidistantes. Salimos de estar pegados a un espacio emocional en particular y entramos a un espacio central que nos permite de ahí movernos con más facilidad a otro mundo emocional.

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¿Saben lo que pasa en las conferencias de nuestro programa? Que nosotros al estar presentes en un espacio diseñado para la ternura y la franqueza, vamos aprendiendo los mundos emociona-les que van manifestándose a través de los distintos participantes. Entonces es bien importante entender que el estar sentados en la sala no es un mero acto pasivo de estar oyendo algo, sino que el sistema límbico entra en resonancia con el emocionar de la sala, y eso tiene que ver con aprendizaje emocional también.

Igualmente existen intervenciones corporales que pueden producir cambios en la emocionali-dad. Seguramente han experimentado los beneficios de la actividad física. Una caminata, correr, montar en bicicleta o nadar, por sólo citar unos pocos ejemplos, no solamente generan benefi-cios físicos sino que cambian de manera radical los estados de ánimo. Por no hablar de bailar o de escuchar música, actividades muy poderosas que intervienen en nuestro cuerpo… y en nuestra emocionalidad.

Hay un caso extraordinario, de un autor de un libro muy famoso en Estados Unidos, un hombre que tuvo cáncer y una de las cosas que vio es que en su vida la alegría estaba ausente. Y se hizo un plan de ver todas las noches a un comediante, de los mejores comediantes de la tierra. Se consiguió videos de cientos de comediantes del mundo y se hizo una tarea, de verse todos los días una sesión de una hora, y reírse. Y la acción física de la risa le trajo a él un presente: le hizo aprender la alegría. De hecho sanó su cáncer. Este es un caso que está documentado.

Nosotros podemos recurrir a acciones como esa. Pero lo que hacemos es que en vez de buscar un espacio para aprender, buscamos un espacio para distraernos, que es diferente. Por ejemplo, yo ando medio triste y veo una película, pero es más para distraerme. No está dentro del espacio de aprender emocionalmente como el caso de este hombre que dijo “voy a aprender a reírme” y lo logró.

Con estas reflexiones, pretendo simplemente mostrarles que los estados de ánimo pueden ser intervenidos, y de hecho esta posibilidad de intervención es uno de los activos más poderosos para un coach ontológico.

Bradley Nelson, a quien citamos por las emociones atrapadas, se pregunta en el comienzo de The Emotion Code, “¿dónde estarías sin tus emociones?” Y señala que “nuestras emociones realmente dan color a nuestras vidas. Trata de imaginar por un momento un mundo donde no ocurren emociones. Ninguna dicha sería posible. Ningún sentimiento de felicidad, gozo, caridad o gener-osidad. Ningún amor sería sentido, ninguna emoción positiva de ninguna clase. En este planeta imaginario sin emociones, tampoco habría emociones negativas. Ninguna tristeza, ninguna an-gustia, tampoco sentimientos de depresión y tampoco dolor. Vivir en un planeta así sería mera-mente existir. Sin ninguna posibilidad de sentir emociones de ninguna naturaleza, la vida sería reducida a un ritual gris y mecánico de la cuna a la tumba. ¡Agradece que tienes emociones!”

Parte de nuestra tarea, con esta ontología emocional que proponemos, es que recuperemos las emociones como un espacio grande de aprendizaje. Y que comprendamos que el concepto de buena vida pasa por tener un espacio emocional rico y pleno. Los invitamos, desde nuestro en-tusiasmo, a ver estos temas y a atreverse a este aprendizaje desde un lugar distinto.