En busca del arca perdida

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En busca del arca perdida (1981) Steven Spielberg “If adventure has a name it must be Indiana Jones” (Si la aventura tiene nombre, debería ser Indiana Jones). Este lema publicitario acompañó el estreno de la segunda película de la saga, en 1984, y es una magnífica síntesis de un personaje que logra sacarnos de lo habitual para introducirnos sin vacilación en lo extraño, lo prohibido, lo asombroso. En el prólogo al prólogo al libro Hombres de Brújula y Espada. Aventureros asturianos por el ancho del mundo, Caja de Ahorro de Asturias, 2002, de José Ignacio García Noriega, el profesor Gustavo Bueno explica qué es un aventurero. Dice que los exploradores precedieron a los viajeros, y el sendero al camino. En muchas formas, el explorador se distingue del viajero: quien explora evita —voluntaria o involuntariamente— la seguridad determinada por los caminos, ya que es él quien los inaugura, hollando terrenos no conocidos, visitando tierras vírgenes o atravesando zonas olvidadas. El explorador —alguien dominado por cierta dosis de locura— es un profesional del riesgo. De hecho, lo busca lanzándose hacia lo desconocido, revelando lo incógnito; perdiendo dos elementos claves más propios del viajero: la seguridad (que se encuentra al seguir itinerarios conocidos) y la certeza del regreso a casa (por más que lo desee intensamente). Los exploradores abren rutas; descubren, rompen con los rumbos normales en busca de la contingencia, del peligro y de lo insospechado. Como contrafigura del viajero, prescinden de previsiones y conviven con la incertidumbre, el accidente, o el miedo. Es un personaje que disfruta de la soledad y del aislamiento anhelando tierras y mares nuevos nunca vistos, impulsado por el deseo de respirar una llama nueva, recién encendida. Su objeto último parecería ser romper con la rutina y con todo marco de referencia para crear los suyos propios. Se identifica con la naturaleza; a la que admira, respeta y controla. Rudyard Kipling, Rider

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Analisis de la pelicula "En busca del arca perdida"

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En busca del arca perdida (1981)

Steven Spielberg

“If adventure has a name it must be Indiana Jones”

(Si la aventura tiene nombre, debería ser Indiana Jones).

Este lema publicitario acompañó el estreno de la segunda película de la

saga, en 1984, y es una magnífica síntesis de un personaje que logra sacarnos de lo

habitual para introducirnos sin vacilación en lo extraño, lo prohibido, lo asombroso.

En el prólogo al prólogo al libro Hombres de Brújula y Espada. Aventureros asturianos por el ancho del mundo, Caja de Ahorro de Asturias, 2002, de José Ignacio

García Noriega, el profesor Gustavo Bueno

explica qué es un aventurero. Dice que los

exploradores precedieron a los viajeros, y el

sendero al camino. En muchas formas, el explorador se

distingue del viajero: quien explora evita —voluntaria o

involuntariamente— la seguridad determinada por los

caminos, ya que es él quien los inaugura, hollando terrenos no

conocidos, visitando tierras vírgenes o atravesando zonas

olvidadas. El explorador —alguien dominado por cierta dosis de

locura— es un profesional del riesgo. De hecho, lo busca

lanzándose hacia lo desconocido, revelando lo incógnito; perdiendo

dos elementos claves más propios del viajero: la seguridad (que se encuentra al seguir itinerarios conocidos) y la certeza del regreso a casa (por más que lo desee intensamente).

Los exploradores abren rutas; descubren, rompen con los rumbos normales

en busca de la contingencia, del peligro y de lo insospechado. Como contrafigura

del viajero, prescinden de previsiones y conviven con la incertidumbre, el

accidente, o el miedo. Es un personaje que disfruta de la soledad y del aislamiento

anhelando tierras y mares nuevos nunca vistos, impulsado por el deseo de respirar

una llama nueva, recién encendida. Su objeto último parecería ser romper con la

rutina y con todo marco de referencia para crear los suyos propios. Se identifica

con la naturaleza; a la que admira, respeta y controla. Rudyard Kipling, Rider

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Haggard o Conan Doyle son excelentes ejemplos entre los muchos escritores que

exaltaron la existencia de lugares vírgenes dispuestos a recibir exploradores

intrépidos y, posteriormente, interesados viajeros.

La muerte es su eterna compañera. Lo sigue de cerca, le pisa los talones. Lo

vincula con ese espíritu romántico —no desaparecido del todo— que establece que

“sólo hay aventura cuando existe una dosis posible de muerte”. Cuando el “mapa se

agota” y el “camino” se transforma en sendero, cuando hay que abrirse paso a

fuerza de machete —o tantear la ruta menos peligrosa—, entonces comienza

plenamente su terreno, el mismo al que Indiana Jones nos tiene acostumbrados.

Una de las características esenciales de Indiana Jones ha sido, desde el

primer filme, su vida nómada. Siempre fuera de casa, el audaz aventurero practica

una existencia errante, siendo su profesión de arqueólogo de campo la responsable

de sus vagabundeos. Por otro lado, todo parece indicar que sus idas y venidas no lo

incomodan en lo más mínimo. Al contrario: son parte constitutiva de su

personalidad. Como todo nómada —amante de la vida errante— escapa de lo

burocrático, de la languidez y ablandamiento del claustro universitario, de su

mullido sillón, de la comodidad que le brinda la civilización.

Ahora bien, Jones es un hombre normal, un profesor, un tipo ordinario que

vive situaciones extraordinarias, no un superhéroe al estilo Batman o Superman. Es

un sujeto lleno de contradicciones, las mismas que lo humanizan y lo vuelven más

real. Para otros es además una síntesis de las muchas tropelías que la civilización

occidental ha desplegado por todo el planeta.

En cualquier caso, Indiana

Jones es un personaje de ficción,

que no pretende otra cosa más que

divertir, entretener, hacer pasar

al espectador un rato agradable y,

por su intermedio, hacerlo soñar

con las aventuras de la infancia y

adolescencia, de tiempos ya

pasados.

Pues bien, lo primero que

hace el director es crear la figura del héroe, algo que logra de manera magistral.

La película comienza con la presentación del aventurero: para ello una silueta se

recorta, de espaldas, sobre el fondo de una montaña (en que se ha convertido la

montaña que identifica a la productora, la Paramount). Esa silueta será en adelante

la del aventurero al que nada detiene, indómito y tenaz, la del héroe incansable, que

jamás se rinde ante las adversidades. La penumbra, cuando no la sombra, acompaña

a la enigmática silueta hasta que echa mano del látigo para desarmar al traidor:

entonces, en contrapicado y saliendo de la oscuridad, se nos muestra el rostro del

aventurero. Aún deberemos esperar para completar el personaje hasta la segunda

escena, cuando sepamos esa silueta corresponde en realidad a un profesor

universitario, un arqueólogo que ejerce también de aventurero como aspecto

imprescindible de su carácter.

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La primera escena muestra además al aventurero en acción: estudia el plano,

no teme adentrarse en lo desconocido, en lo prohibido; continúa cuando otros

deciden regresar (“nadie ha vuelto de aquí con vida”); previene los peligros que

acechan a cada paso y tiene recursos para sortear las dificultades y las traiciones.

Al final de la escena sabemos su nombre: doctor Jones, pronunciado por su

competidor, otro arqueólogo empeñado en buscar lo mismo que él, aunque con

medios muy distintos. Un conocido y pegadizo tema musical acompañará en adelante

las incesantes aventuras del héroe.

La universidad nos muestra al Jones profesor de arqueología, al que sus

alumnas escuchan embelesadas (alguna se le declara cerrando los ojos). Con gafas,

chaqueta y corbata, explica la importancia del arca perdida, la razón por la que los

nazis la buscan (“el arca tiene poder y eso interesa a Hitler”, aunque Jones añade

que “el arca es el anhelo máximo de cualquier arqueólogo”) y la importancia que

tiene el cabezal del bastón de Ra para su localización. Después, decidida la

búsqueda del arca, Jones dirá no temer sus secretos: no cree en la magia ni en la

superstición.

Es preciso encontrar el cabezal

del bastón, y Jones viaja a Nepal en su

búsqueda. La escena sirve para

presentar al protagonista femenino,

Marion: la encontramos bebiendo, pero

no es una borracha, bebe porque

apuesta, necesita dinero para

marcharse de aquel lugar. Cuando se

queda sola en su bar la silueta de

Jones se dibuja en la pared, y es

suficiente para que ella (y el

espectador) sepa quién ha llegado.

Después escucharemos su voz en off, con la enorme silueta de Jones en el centro,

Marion a un lado y su propia sombra al otro. Ahora será ella quien pronuncie el

nombre del aventurero: Indiana Jones. Cuando ella se resista a la petición de

Jones (el medallón) él intentará convencerla con dinero: otro espléndido plano nos

muestra a Marion ya sola con el medallón en una mano y el dinero en la otra.

Finalmente, no esconde el medallón y guarda en dinero. Llegan los nazis, y con ellos

regresan las siluetas, convertidas ahora en sombras amenazadoras. La luz de la

vela que antes iluminaba la escena es sustituida ahora por la del hierro

incandescente que empuña un despiadado mercenario. La llegada del héroe (de

nuevo el látigo) salva in extremis a Marion. Al final de la escena, Marion conserva el

medallón (clave para la localización del arca) y Jones tiene una socia inapreciable.

Marion y Jones viajan a El Cairo (los alemanes ya están excavando en Egipto

y han hallado la Cámara de Mapas, donde, con la ayuda del medallón, es posible

localizar el arca). Con todo, se reiteran las advertencias: el arca está asociada con

la muerte, no es de este mundo. Belock, el arqueólogo al servicio de los nazis, dirá

que el arca es un transmisor, una radio para hablar con Dios. Ese mismo arqueólogo

dirá que los nazis son “un mal necesario que necesito para mi trabajo”.

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En El Cairo el peligro se cierne constantemente sobre la pareja

protagonista: a partir de entonces, con un ritmo trepidante, se suceden las

dificultades, las persecuciones y el juego de despistes hasta que tras el incendio

de la furgoneta en que llevan secuestrada a Marion, Jones cree que la joven ha

muerto.

Las amenazas no cesan: en casa de Shallá, amigo de Jones, la muerte del

mono advierte de que los dátiles han sido envenenados (el mismo mono que, en un

espléndido rasgo humorístico, ha hecho el saludo nazi al cruzarse con los alemanes

en una escena anterior). Un amigo de Shallá ha descifrado la inscripción del

medallón: su contenido es una nueva advertencia contra la profanación del arca.

Shallá y Jones, convencidos de que los alemanes no han encontrado el lugar

exacto donde se halla el arca, se infiltran en la excavación alemana y alcanzar la

Cámara de Mapas. Allí Jones, con la ayuda del medallón, descubre la verdadera

localización del arca; obligados a pasar desapercibidos, Jones descubre

casualmente que Marion no ha muerto, sino que se halla en poder de los nazis.

La acción se vuelve trepidante: Jones excava en la montaña donde está el

arca. A medida que se acerca a ella, una terrible tormenta parece a punto de

estallar (como si el cielo, la divinidad, estuviese enfurecido ante la profanación que

se acerca). Al fin, se abre una cámara infestada de serpientes y áspides. Cuando

Shallá e Indiana logren llegar al arca, reaparecen las siluetas, las sombras de

ambos trasportando el objeto sagrado, que es izado y sacado al exterior. Pero

entonces los nazis ya han descubierto el lugar y se han apoderado del arca. Marion

es arrojada al interior de la cámara que queda cerrada con los protagonistas a

merced de los reptiles.

La acción se acelera: Jones encuentra una salida donde parece no haberla

(aunque antes ha pedido explicaciones a la joven sobre lo que cree ciertos devaneos

con Belock, al que sabe interesado en Marion y no precisamente por razones profesionales), tiene lugar el incendio de un avión nazi (precedido de una lucha sin

cuartel contra un fornido soldado que acaba destrozado por la hélice de la

aeronave), la cabalgada en persecución del camión que transporta el arca hasta El

Cairo y la impresionante e imitada escena del camión, trepidante secuencia, un

prodigio de ritmo y de imaginación, que no deja respiro al espectador.

Por fin el ritmo vertiginoso de la narración parece remansarse en el barco

(donde se produce la única escena amorosa de Jones y Marion, no exenta de gotas

de humor), cuando vemos que Jones duerme, reaparecen los nazis que se llevan al

arca y a la chica (ahora es Belock quien la reclama). Eso sí, también va Jones.

Los nazis preparan un ceremonial hebreo para abrir el arca.

Ante la fuerza sobrenatural de aquella reliquia, Jones pide a Marion

que no la mire, que evite su luz (como había aconsejado al comienzo

de la película a uno de sus acompañantes). La muerte se apodera del

lugar y solo respeta a los dos jóvenes aventureros. El arca acabará

en manos del gobierno estadounidense, que la clasificará como Top secret. Aunque Jones tampoco quedará satisfecho: “Ignoran lo que

tienen entre manos”, dice.