EN BUSCADEL FUTURO PERDIDO · ra radical de principios del siglo XX y el surgimiento del "hombre...

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Traducci6n de SILVIA FEHRMANN ANDREAS HUYSSEN EN BUSCADEL FUTURO PERDIDO Cultura y memoria en tiempos de globalizaci6n FoNoo DE CULTIJRA EcoN6MICA MEXICO - ARGENTINA - BRASIL - COLOMBIA - CHILE - ESPANA ESTADOS UN!DOS DE AMERICA - PERU - VENEZUELA

Transcript of EN BUSCADEL FUTURO PERDIDO · ra radical de principios del siglo XX y el surgimiento del "hombre...

Traducci6n de SILVIA FEHRMANN ANDREAS HUYSSEN

EN BUSCADEL FUTURO PERDIDO

Cultura y memoria en tiempos de globalizaci6n

FoNoo DE CULTIJRA EcoN6MICA

MEXICO - ARGENTINA - BRASIL - COLOMBIA - CHILE - ESPANA

ESTADOS UN!DOS DE AMERICA - PERU - VENEZUELA

I. Memoria: global, nacional, museol6gica

,I

1. Preteritos presentes: medios, politica, amnesia

I

Uno de los fen6menos culturales y polfticos mas sorprendentes de los ultimos afios es el surgimiento de Ia memoria como una preocupaci6n central de Ia cultura y de Ia poHtica de las sociedades occidentales, un giro hacia el pasado que contrasta de manera notable con Ia tendencia a privilegiar el futuro, tan caracteristica de las primeras decadas de Ia modernidad del siglo XX. Desde los mitos apocalipticos sobre Ia ruptu­ra radical de principios del siglo XX y el surgimiento del "hombre nue­vo" en Europa a traves de los fantasmas de Ia purificaci6n de Ia raza o de Ia clase propios del nacionalsocialismo y del estalinismo, hasta el pa­radigma norteamericano de Ia modernizaci6n posterior a Ia Segunda Guerra Mundial, Ia cultura modernista siempre fue impulsada por lo que pod ria denominarse "fu turos p resentes" . 1 Des de Ia decada de 19 8 0, el foco pareceria haber pasado de los futuros presentes a los preteritos presentes, desplazamiento en Ia experiencia yen Ia percepci6n del tiem­po que debe ser explicada en terminos hist6ricos y fenomenol6gicos. 2

Sin embargo, el foco contemporaneo sobre Ia memoria y Ia tempora­lidad tambien contrasta de manera notable con recientes e innovadores trabajos sobre categorias como espacio, mapas, geografias, fronteras, ru-

1 Dcbo tanto el titulo de este ensayo como Ia noci6n de "futuro presente" a! trabajo de Rein­

hart Koselleck, Futures Past, Boston, MIT Press, 1985. 2 Naturalmente, Ia noci6n enfatica de "futuros presentes" sigue operando en Ia imaginerla

neoliberal sobre Ia globalizaci6n financiera y electr6nica, una version del paradigma moder­nizador anterior tan desacreditado, actualizado para el mundo pos-Guerra Fda.

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tas comerciales, migraciones, desplazamientos y diasporas, que sc rcali­zan en el contexto de los estudios culturales y poscoloniales. En efecto, hasta hace no demasiado tiempo existla en los Estados Unidos un con­senso muy difundido segun el cual, a fin de comprender la cultura pos­moderna era necesario desplazar el foco de la atenci6n de la problemati­ca del tiempo y de la memoria, que se asignaba a las formas tempranas del alto modernismo, hacia la categor{a del espacio como una clave para el momento posmoderno.3 Sin embargo, los trabajos de ge6grafos como David H arvey4 han demostrado que separar tiempo de espacio supone un riesgo para la comprension plena, tanto de la cultura moderna como de la posmoderna. En tanto categorias de la percepci6n de ra{z hist6rica y fundamental contingencia, tiempo y espacio siempre estan estrecha­mente ligados de manera compleja; prueba de ello es Ia intensidad de los discursos de la memoria presentes por doquier mas alla de las fronteras, tan caracter.fsticos de la cultura contemporanea en los mas diversos Juga­res del mundo. En efecto, la tematica de las temporalidades diferenciales y la de las modernidades que se dan a diferentes ritmos surgieron como claves para una comprension nueva y rigurosa de los procesos de globa­lizaci6n a largo plazo, concepcion que rrata de ir mas lejos que una me­ra actualizaci6n de los paradigmas occidentales de Ia modernizacion. 5

Discursos de Ia memoria de nuevo cufio surgieron en Occidente despues de Ia decada de 1960 como consecuencia de Ia descolonizacion y de los nuevos movimientos sociales que buscaban historiograflas al­ternativas y revisionistas. La busqueda de otras tradiciones y Ia tradi­ci6n de los "otros" vino acompafiada por multiples postulados sobre el

3 De manera paradigmatica, en el clasico ensayo de Fred Jameson "Postmodernism or the Cul­

tural Logic of L1te Capitalism", New Left Review, num. 146, julio-agosto de 1984, pp. 53-92

[traducci6n castcllana: "El Posmodernismo como l6gica cultural del capitalismo tardio", en Fred Jameson, Emayo; sobre el posmodernismo, Buenos Aires, Imago Mundi, 199 1].

4 David Harvey, The Condition of Postmodernity [La condici6n posmoderna]. Oxford, Basil Blackwell, 1989.

5 Cf. Arjun Appadurai, Modernity at Large: CulturaL Dimmsiom of GLobalization [La moderni­

dad ampliada: dimensiones culrurales de Ia globalizaci6n], Mine:ipolis y Londres, University of M innesota Press, 1998, especialmeme cap. 4; rambien Ia edici6n especial "Alter/Narive Modernities" [Modernidades alterlnativas). Public Cult11re, num. 27, 1999.

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lill' l·l (j,, de l.t lli ~ wri il, l,t tllU<:rl<.: de.:! sujcto, d ltn de.: Ia obra de anc, d lin de lo,, 111t't. trrdatos.6 A mcnudo estas denuncias fueron entendi­das d<.· marH.:ra demasiado li teral, pero debido a su polemica confianza en Ia ctica de las vanguardias, que de hecho estaban reproduciendo, apuntaron de manera directa a Ia recodificaci6n del pasado en curso despues del modernismo.

Los discursos de la memoria se intensificaron en Europa yen los Es­tados Unidos a comienzos de Ia decada de 1980, activados en primera instancia por el debate cada vez mas amplio sobre el Holocausto (que fue desencadenado por Ia serie televisiva "Holocausto" y, un tiempo despues, por el auge de los testimonios) y tambien por una larga serie de cuartagesimos y quincuagesimos aniversarios de fuerte carga poli­tica y vasta cobert ura mediatica: el ascenso de Hider al poder en 1933 y la infame quema de libros, recordados en 1983; la Kristallnacht - la Noche de los Cristales-, progrom organizado contra los judios alema­nes en 1938, conmemorado publicamente en 1988; Ia conferencia de Wannsee de 1942, en la que se inici6la "soluci6n final", recordada en 1992 con Ia apertura de un museo en Ia mansion donde tuvo Iugar di­cho encuentro; Ia invasion de Normandia en 1944, conmemorada por los aliados en 1994 con un gran espectaculo que no cont6 empero con ninguna presencia rusa; el fin de la Segunda Guerra en 1945, evocado en 1985 con un conmovedor discurso del presidente aleman y tam­bien en 1995 con toda una serie de eventos internacionales en Europa yen el Japon. En su mayor{a "aniversarios alemanes", complementa­dos por el debate de los historiadores en 1986, la caida del M uro de Berlin en 1989 y la reunificacion alemana en 1990/ merecieron una

6 Sobre Ia compleja amalgama de futuros prescntes y preteriros presentes cf. Andreas Huys­

sen, "The Search for Tradition" y "Mapping The Postmodern" [La busqueda de Ia tradici6n; Mapas de lo posmoderno). en After the Great Divide: Modernism, Mass CuLtttre, Postmoda­nism [Tras Ia gran divisi6n: modernismo, cultura de masas, posmodernismo). Bloomington,

Indiana UP, 1986, pp. 160-178 y 179-221. 7 Vease C harles S. Maier, The Unmasterable Past [EI pasado indominable). Cambridge, Har­

vard University Press, 1988; New German Critiqtte, mlm. 44, primavera/verano de 1988, edici6n especial sobre el debate de los h istoriadores; y New German Critique, num. 52, ve­

rano de 1991, edici6n especial sobre Ia rcuni ficaci6n aleman a.

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intensa cobertura en los medios internacionales, que reavivaron codifi­caciones posteriores a la Segunda Guerra de la historia nacional en Francia, Austria, Italia, el Japon, e incluso en los Estados Unidos y ulri­mamente tambien en Suiza. El Museo del Holocausto de Washington, planificado durante la decada de 1980 e inaugurado en 1993, dio Iugar al debate sobre la norteamericanizacion del Holocausro.8 Las resonancias de la memoria del Holocausto no se detuvieron all f. Hacia fines de la de­cada de 1990 cabe preguntar en que medida se puede hablar de una glo­balizacion del discurso del Holocausto.

Naruralmente, fue la recurrencia de las pollticas genocidas en Ruan­da, Bosnia y Kosovo en la decada de 1990, decada que se alegaba pos­historica, lo que mantuvo vivos los discursos sobre la memoria del Ho­locausto, contaminandolos y extendiendo su alcance mas alla de su referencia original. De hecho, es interesante observar c6mo en el caso de las masacres de Ruanda y Bosnia a principios de la decada de 1990 las comparaciones con el H olocausto se ropaban con la feroz resisten­cia de los politicos, de los medios y de gran parte del publico, no solo en raz6n de las innegables diferencias hisroricas, sino mas bien por el deseo de resistir a la intervencion.9 Por otra parte, la intervenci6n "hu­manitaria" de la OTAN en el Kosovo y su legitimaci6n dependieron en gran medida de la memoria del Holocausro. Las caravanas de refugia­dos que cruzan las fronreras, las mujeres y los nifios abarrotados en tre­nes para ser deportados, las historias de atrocidades, violaciones siste­maticas y cruel destrucci6n movilizaron una polltica de la culpa en Europa yen los Estados Unidos asociada con la no intervencion en las

8 Cf. Anson Rabinbach, "From Explosion to Erosion: Holocaust Memorialization in America since Bitburg" [De Ia explosion a Ia erosion: Ia memoria del Holocausto en America desde Birburg]. History and Memory, 9:1/2, otofio de 1997, pp. 226-255.

9 Obviamente el uso de Ia memoria del Holocausto como un prisma para los aconrecimien­tos de Ruanda es altamente problematico en Ia medida en que no puede dar cuenta de los problemas espedficos que surgen en el seno de una politica de Ia memoria poscolonial. Sin embargo, eso nunca estuvo en cuesti6n en Ia cobertura mediatica occidemal. Sabre politi­cas de Ia memoria en varias zonas del Africa cf. Ricard Werbner (ed.), Memory and the Post­colony: African Anthropology and the Critiqru of Power [La memoria y Ia poscolonia: amro­pologfa africana y cdtica del poder], Londres y Nueva York, Zed Books, 1998.

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dt 1 .tcl.l\ de I 'JJO y 1910 y con cl fracaso en Ia inrervenci6n en la gue-11 ,1 dt· Bosni.l de J 992. En este sentido, Ia guerra del Kosovo confirma t•l 1 lt·ci<:nlc: podcr de la cultura de la memoria hacia fines de la decada dt· I 990, pcro tambien hace surgir cuestiones complejas sobre el uso del I lo locauslo como tropos universal del trauma historico.

I .a globalizaci6n de la memoria opera tam bien en dos senridos rela­t ionados entre sf que ilustran lo que quisiera denominar la paradoja de Ia globalizaci6n. Por un lado, el Holocausto se rransformo en una cifra dc:.:l s.i.glo XX y del fracaso del proyecto de la Ilustracion; sirve como prucba del fracaso de la civilizacion occidental para ejercitar la anam­nesis, para reflexionar sobre su incapacidad constitutiva de vivir en paz con las diferencias y con los o tros, y de exrraer las debidas consecuen­cias de la insidiosa relacion entre la modernidad ilustrada, la opresion racial y la violencia organizada. 10 Por otro !ado, esta dimension to tali­zadora del discurso del Holocausto, tan presente en gran parte del pen­samiento posmoderno, es acompafiada por otro aspecro que pone el acento sobre lo particular y lo local. Es precisamente el surgimiento del Holocausto como un tropos universal lo que permite que la memoria del Holocausto se aboque a situaciones especfficamente locales, lejanas en terminos historicos y diferentes en terminos polfricos respecto del acontecimiento original. En el movimiento transnacional de los dis­cursos de la memoria, el Holocausto pierde su calidad de fndice del acontecimiento historico especffico y comienza a funcionar como una metafora de otras historias traumaticas y de su memoria. El Holocaus­to devenido tropos universal es el requisito previo para descentrarlo y urilizarlo como un poderoso prisma a traves del cual podemos percibir otros genocidios. Las dimensiones global y local de la memoria del Ho­locausto han ingresado en nuevas constelaciones que claman por un

10 Ese punro de vista fue articulado por primera v~ por Horkheimer y Adorno en su Dialic­tica de Ia Jlustraci6n, y retomado y reformulado por Lyotard y orros en Ia decada de 1980.

Sabre el papel central del Holocausto en Ia obra de Horkheimer y Adorno vease Anson Ra­bin bach, In tlu Shadow of Catastrophe-: Gaman lnteluctuals Betwu n Apocalypse and Enligh­tenment [En Ia sombra de Ia catasrrofe: los intelectuales alemanes entre el apocalipsis y Ia

Ilustracion), Berkeley, University of California Press, 1997.

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analisis pormenorizado, caso por caso. Mientras Ia comparaci6n COil d Holocausto p~.+ede activar en terminos retoricos determinados discut sos sobre Ia memoria traumatica, tambien puede servir como recuerdo encubridor o bien bloquear simplemente Ia reflexion sobre h istorias lo­cales espedficas.

Sin embargo, cuando se trata de preteri tos presentes, Ia memoria del Holocausto y su Iugar en Ia reevaluaci6n de Ia modernidad occi­dental no llegan a constituir toda la historia. Hay una serie de argu­m entos secundarios que constituyen el relato actual sobre Ia memoria en su alcance mas amplio y que diferencian claramente nuestra epoca de las decadas anteriores del siglo XX. Me permico enumerar algunos de los fcn6menos mas destacados. Desde Ia decada de 1970, asistimos en Europa yen los Estados Unidos a Ia restauracion historicista de los vie­jos centros urbanos, a paisajes y pueblos enteros devenidos museos, a diversos cmprcnclimientos para proteger el patrimonio y el acervo cul­tural hercdnclos, a Ia ola de nuevos edificios para museos que no mues­l ra signos de rctroccder, al boom de Ia moda retro y de muebles que re­produccn los anriguos, al marketing masivo de Ia nostalgia, a Ia obscsivn aulomusealizacion a traves del videograbador, a Ia escritura de memorias y confesiones, al auge de Ia autobiografia y de Ia novela his­t6rica posmoderna con su inestable negociaci6n entre el hecho y la fie­cion , a la difusion de las practicas de Ia memoria en las arres visuales, con frecuencia centradas en el medio fotografico, y al aumento de los documentales hist6ricos en television, incluyendo un canal en los Es­tados Unidos dedicado enteramente a Ia historia, el History Channel. Por el lado traumatico de Ia cultura de Ia memoria, y junto al discurso sobre el Holocausto cada vez mas ubicuo, nos encontramos con Ia vas­ta bibliografia psicoanalftica sobre el trauma, Ia controversia sobre el sfndrome de Ia memoria recuperada, las obras historicas y actuales en relacion con el genocidio, el SIDA, la esclavitud, el abuso sexual, las po­lemicas publicas cada vez mas frecuentes sobre aniversarios, conmemo­raciones y monumentos, Ia incesante pletora de apologias del pasado que en los ultimos tiempos han salido de boca de los lfderes de Ia igle­sia y de los polfticos. Finalmente, aunque ya con un tenor que reune

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••II• I• 11111111 111n y lt.llllll.l, b obscsi6n mundial por el naufragio de un

'I"'' 'I"' '><ljlltt'\ t.ll1t<.: nlc no podia hundirse, hecho que marco el final I 1111 1 , 1,1 do t ,td ,t. En cfecco, no se puede afirmar a ciencia cierta si el

1111 III I I 111 ,11 ional de Titanic es una merafora de las memorias de Ia 111• .. 1, 11tld.111 qut.· p~.;rdi6 su rumbo o bien si articula las ansiedades pro­Ill 1 .] , !.1 tl lt'l1'6polis sobre el futuro, desplazadas hacia el pasado. No

tl u dt~tl.t : d mundo se esta musealizando y todos nosotros desempefia-11111 dt•/tll p.t pd en este proceso. La meta parece ser el recuerdo total. I It l.1 11 t.1 ~l.1 de un encargado de archivo llevada al grado de delirio? 1 1 11 ,1\o l1 :1y o tro elemento en juego en ese deseo de traer todos estos It 1 " "' pasados hacia el presente? < Un elemento espedfico de la es­""' 1111.11 io n de Ia memoria y de Ia temporalidad en nuestros dfas que II• I I I X pt.·rimcn tab a de Ia misma man era en epocas pasadas?

< 'n 11 f~<:cucncia se recurre al fin de siglo para explicar este tipo de ob-• to 1111' \ u >n cl pasado y con la memoria; sin embargo, es necesario in­

d 1[, " 1 on mayor profundidad para dar cuenta de aquello que bien po­tld 1 dt•Jiotninarse una cultura de Ia memoria, como Ia que se ha ld1111dido en las sociedades delAtlamico Norte desde fines de la decada 1. l'l / 0. Esa cultura de Ia memoria viene surgiendo desde hace bas tan-

' " ' 111po en esas sociedades por obra del marketing cada vez mas exito-11 .], l.1 industria cultural occidental, en el comexto de lo que Ia sociolo­

' 1 1 d1• Ia cultura alemana denomino "Erlebnisgesellschaft' .11 En otras I· 1 lnllt'.~ del mundo, esa cultura de Ia memoria cobra una inflexion mas . 1'1(' 1t.1mcnte polftica. En especial desde 1989, las tematicas de lame­•• I• 111 ,1 y del olvido han surgido como preocupaciones dominances en los

II 1 ,, 1lt.11 d Schulze, Die Erlebnisgesellschaft: Kultursoziologie der Gegmwart [La sociedad de b •~• 111 i.t: sociologla de Ia cultura del presente]. Frankfurt/Nueva York, Campus, 1992. El

1t 11111110 /;'rlebnisgtsellschaft, literalmente "sociedad de Ia vivencia", es difici l de traducir. Se , , llo' ll' .1 una sociedad que privilegia las experiencias in~ensas, pero superficiales, oriemadas 1,,, j,, 1.1 lclicidad instanranca en el presente y el rapido consumo de bienes, acomecimien­" " , ult ur:Ucs y estilos de vida vueltos masivos a craves del marketing. El analisis de Schulze , t tllll .tb~jo cmplrico-sociol6gico sabre Ia sociedad alemana que evita tanto los parameuos " "'" ivos del paradigma de d ases de Bourdieu como Ia oposici6n que Benjamin trazaba , 1111 u1flcxioncs filos6ficas entre "Erlebnis" y "Erfohmng', como Ia diferencia entre una vi-' 1111 .1 ~uperficial , cflmera, y Ia aurentica experiencia profunda.

20 EN UUSCA DEL FU'I'URO PI~RI >II >O

paises poscomunistas de Europa del Estey en la ex Union Sovietica, si­guen siendo claves en la politica de Medio Oriente, dominan el discur­so publico en la Sudafrica posapartheid con su Comision por la Verdad y la Reconciliacion y son omnipresentes en Ruanda y en Nigeria, impul­san el enardecido debate que hizo erupcion en Australia alrededor de la cuesti6n de la "generacion robada", constituyen una pesada carga para las relaciones entre el Japan, China y Corea; finalmente, determinan con al­cance variable el debate cultural y politico con respecto a los desapareci­dos y a sus hijos en las sociedades posdictatoriales de America Latina, po­niendo en el tapete cuestiones fundamentales sobre las violaciones de los derechos humanos, la justicia y Ia responsabilidad colectiva.

La difusion geogdfica de dicha cultura de la memoria es tan amplia como variados son los usos politicos de la memoria, que abarcan desde Ia movilizacion de pasados mfticos para dar un agresivo sustento a las po­lfticas chauvinistas o fundamentalisras (por ejemplo, Ia Serbia poscomu­nisca, cl populismo hindu en la India), hasca los intentos recientes en Ia Argcminn yen Chile de crcar esferas publicas para Ia memoria "real", que contr:H·r·csLcn 1:1 polftica de los regimenes posdictatoriales que persiguen d olvido n tr·nvcs canto de la "reconciliaci6n" y de las amnistias oficiales ~·omo dd silcnciamiemo represivo. 12 Pero al mismo tiempo, claro esta, no sk:mprc rcsulra facil trazar la lfnea que separa el pasado mitico del pa­s:H.Jo rc~tl , que, sea donde fuere, es una de las encrucijadas que se plan­tcn n n toda politica de la memoria. Lo real puede ser mitologizado de la misma manera en que lo mitico puede engendrar fuertes efectos de rea­lidad. En suma, la memoria se ha convertido en una obsesi6n cultural de monumentales proporciones en el mundo entero.

Paralelameme, resulta importance reconocer que mientras los dis­curses de Ia memoria en cierto registro parecen ser globales, en el fen­do siguen ligados a las historias de naciones y estados espedficos. En la

12 Sobre C hile vease Nelly Richard, Residuos y metdforas: Ensayos de critica cultural sobre eL Chi­Le de La transicion, Santiago, Editorial Cuarro Propio, 1998; sobre Ia Argentina vease Rita Arditti, Searching for Life: The Grandmothers of the Plaza de Mayo and the Disappeared Chil­dren of Argentina [Las Abuelas de Plaza de Mayo y los nifios desparecidos de Ia Argentina], Berkeley/Los Angeles/Londres, University of C alifornia Press, 1999.

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ll lt'd ida t' ll l [UC las nacioncs particulares luchan por crear sistemas po­l ft iros clcmocr:iticos como consecuencia de historias signadas por los t·x t ~·rmin ios en masa, los apartheids, las dictaduras militares y los tota­lltarismos, se enfreman, como sucede con Alemania desde la Segunda ( ;ucn·a, con la tarea sin precedentes de asegurar la legitimidad y el fu­t II 1'0 de SU organizacion polftica por medic de la definicion de meto­dos que permitan conmemorar y adjudicar errores del pasado. Mas alia de las diferencias entre la Alemania de posguerra y Sudafrica, la Argen­t ina o C hile, el ambito politico de las practicas de la memoria sigue .~icndo nacional, no posnacional o global. Esto, por cierto, ciene impli­c:~ciones para la tarea interpretativa. En la medida en que el Holocaus­to en tanto tropos universal de la hisroria traumatica se desplazo hacia ocros contextos no relacionados, uno siempre debe preguntarse si y de que manera el Holocausto profundiza u obstaculiza las practicas y las luchas locales por la memoria, o bien si y de que manera tal vez cum­pie con ambas funciones simultaneamente. Resulta clare que los deba­tes sobre la memoria nacional siempre escan atravesados por los efectos de los medios globales y por su foco en temas como el genocidio y la limpieza etnica, la migraci6n y los derechos de las minorias, la victimi­zaci6n y Ia imputacion de responsabilidades. Por mas diferentes y es­pedficas de cada lugar que sean las causas, eso indica que la globaliza­cion y Ia fuerte revision de los respectivos pasados nacionales, regionales o locales deben ser pensados de manera conjunta; lo que a su vez lleva a preguntar si las culturas de Ia memoria contemporaneas pueden ser leidas en general como formaciones reactivas a Ia globaliza­cion econ6mica. Es este el ambito en el cual podrian emprenderse nue­vos estudios comparados sobre los mecanismos y los tropos del trauma hist6rico y de las pd.cticas con respecto a la memoria nacional.

II •

Si en Occidente la conciencia del tiempo de la (alta) modernidad bus­caba asegurar el futuro, podria argumentarse que la conciencia del tiem-

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po de fines del siglo XX implica la tarca no mcnos ricsgosa de asumir la responsabilidad por el pasado. Ambos intentos es t:l.n acosados por el fantasma del fracaso. De all£ se desprende una segunda instancia: el gi­ro hacia la memoria y hacia el pasado conlleva una enorme paradoja. Cada vez mas, los cdticos acusan ala cultura de la memoria contempo­n1nea de amnesia, de anestesia ode obnubilacion. Le reprochan su fal­ra de capacidad y de voluntad para recordar y lamentan la perdida de conciencia historica. La acusacion de amnesia viene envuelta invariable­mente en una critica de los medias, cuando son precisamente esos me­dias (desde la prensa y la television a los CD-ROM e Internet) los que dia a dfa nos dan acceso a cada vez mas memoria. <Que sucederia si ambas observaciones fueran ciertas, si el boom de la memoria fuera inevitable­mente acompafi.ado por un boom del olvido? <Que sucederfa si la rela­cion entre la memoria y el olvido estuviera transformandose bajo pre­siones culrurales en las que comienzan a hacer mella las nuevas tecnologfas de la informaci6n, la pollrica de los medias y el consumo a ritmo vcnigi noso? Dcspucs de rodo, muchas de esas memorias comer­cializadas de mnncra masiva que consumimos no son por lo pronto si­no "m<.: ll1orias imaginadas" y, por ende, se olvidan mucho mas facil­mcn t<.: quc las mcmorias vividas.13 Ademas, ya nos ha ensefi.ado Freud que Ia mcmoria y el olvido esran indisolublemente ligados una a otro, que b memoria no es sino otra forma del olvido y que el olvido es una lonna de memoria oculta. Sin embargo, lo que Freud describio de ma­ncra universal como los procesos psfquicos del recuerdo, la represion y cl olvido en un suj eto individual se vuelve mucho mas claro en las so­ciedades de consumo contemporaneas, en tanto fenomeno publico de proporciones sin precedentes que exige una lecrura historica.

Por donde uno lo mire, la obsesion contemporanea por la memoria en los debates publicos choca contra un intenso panico publico al ol-

l3 Debo rni uso del concepto "memoria irnaginada" al analisis de Arjun Appadurai sobre Ia

"nostalgia imaginada" en su Modernity at Large, ob. cit., p. 77. La noci6n cs p roblematica en c1 scntido de que toda memoria es imaginada, pcro aun asf permite distinguir entre las memorias basadas en experiencias de vida de aquellas robadas del arch ivo y comercializadas a escala masiva para su rapido consumo.

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v1clo; , .d11 (,, !H<.:gun tarse que vienc primero. <Es el miedo al olvido el q11t· dispara d dcsco de recordar, o sera a la inversa? <Acaso en esta cul-111 1.1 sa turada por los medias, el exceso de memoria crea tal sobrecarga qtl t ' d mismo sistema de memoria corre un constante peligro de im­plosi6n , lo que a su vez dispara el temor al olvido? Sea cual fuere lares­pucsta, parece claro que los enfoques sociologicos mas antiguos de la memoria colecriva (enfoques como el de Mauricio Halbwachs, que poslUlan formaciones relativamente estables de las memorias sociales y grupales) no resultan adecuados para dar cuenta de la dinamica actual de los medios y la temporalidad, la memoria, el riempo vivido y el ol­vido. Las cada vez mas fragmentadas politicas de la memoria de los es­pcdficos grupos sociales y ernicos en conflicto dan lugar a la pregunta de si acaso son aun posibles las formas consensuadas de la memoria co­lecriva; de no ser asf, si, y de que manera, puede garantizarse la cohe­sion social y cultural sin esas formas. Por sf sola la memoria mediatica no bastara, por mas que los medias ocupen espacios cada vez mayores en la percepci6n social y polfrica del mundo.

Las estructuras mismas de la memoria publica mediatica roman bastante comprensible el hecho de que la cultura secular de nuesrros dfas, obsesionada como esra con la memoria, de alguna manera tambien se vea posefda por el miedo, el terror incluso, al olvido. Ese miedo se ar­ticula de manera paradigmatica alrededor de las tematicas del H olo­causto en Europa y en los Esrados Unidos o de los "desaparecidos" en America Latina. Ambos fenomenos comparten por cierro la falta de se­pulturas, tan importances como fuente de la memoria humana, un he­cho que acaso contribuya a explicar la fuerte presencia del Holocausto en los debates argentinas. Sin embargo, el miedo al olvido y a la desa­paricion opera rambien en otros regisrros. Es que cuanto mas se espera de nosorros que recordemos a rafz de la explosion y del marketing de la memoria, tanto mayor es el riesgo de que olvidemos y tanto mas fuer­te la necesidad de olvidar. Lo que esta en cuesrion es disringuir entre los pasados urilizables y los datos descarrables. En este punta, mi hip6-tesis es que intentamos contrarrestar ese miedo y ese riesgo del olvido por media de estrategias de supervivencia basadas en una "memoriali-

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zacion" consistente en erigir recordatorios publicos y privados. El giro hacia Ia memoria recibe un impulso subliminal del deseo de anclarnos en un mundo caracterizado por una creciente inestabilidad del tiempo y por Ia fracturacion del espacio en el que vivimos. Al mismo tiempo, sabemos que incluso este tipo de estrategias de memorializacion pue­den terminar siendo transitorias e incompletas. D e modo que hay que volver a preguntar ~por que? y, especialmente, ~por que ahora?, ~por que esta obsesion con la memoria y el pasado?, 2por que este miedo al olvido? 2Por que estamos construyendo museos como sino existiera el manana? ~ Y por que el Holocausto se ha transformado unicamente en una suerte de cifra ubicua de nuesrra memoria del siglo XX con un al­cance inconcebible unos veinte afi.os arras?

III

Mas alia de cuales hayan sido las causas sociales y polfticas del boom de la memoria con sus diversos subargumentos, geografias y sectores, algo es seguro: no podemos discutir la memoria personal, generacional o pu­blica sin contemplar la enorme influencia de los nuevos medios como veh(culos de toda forma de memoria. En este sentido, ya noes posible scguir pcnsando seriamente en el Holocausto o en cualquier otra forma de lrauma historico como una tematica etica y polltica sin incluir las m t.'tltiples formas en que se vincula en Ia actualidad con Ia mercantiliza­cion y la espectacularizacion en peliculas, museos, docudramas, sitios de Internet, libros de fotografias, historietas, ficcion e incluso en cuentos de hadas (La vita e bella, de Benigni) y en canciones pop. Aun cuando el Holocausto ha sido mercantilizado interminablemente, no significa que toda mercantilizacion lo trivialice indefectiblemente como hecho historico. No existe un espacio puro, exterior a Ia cultura de Ia mercan­d a, por mucho que deseemos que exista. Por lo tanto, es mucho lo que depende de las estrategias espedficas de representacion y mercantiliza­cion y del contexto en que ambas son puestas en escena. De manera si­milar, la Erlebnisgesellschaft (sociedad de la vivencia entretenida) presun-

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l.lllll'll tl' t1i via l, c.;onstilLiida por cstilos de vida, especra.culos y aconteci­l>ll l' l> l o.~ d'!t1> <;l'OS comercializados a escala masiva, no carece de una rea­liti.HI vi vida sustnncial que subyace en sus manifestaciones de superficie. l•:n csta instancia, mi argumento apunta a que el problema no se solu­l ion,\ por Ia simple oposicion de una memoria seria enfrentada a una t ' ivial, de manera analoga a lo que a veces hacen los historiadores cuan­do oponen historia a memoria tout court, memoria en tanto cosas sub­jl!l ivas y triviales que solo el historiador transforma en un asunto serio. No podemos comparar seriamente el Museo del Holocausto con cual­t]uier parque te!Tiatico disneyficado, ya que esa operacion no estar!a si­no reproduciendo en un nuevo habito la vieja d icotomia entre lo alto y lo bajo de la cultura modernista; fue eso lo que sucedio por ejemplo cuando, en un encendido debate, se pontifico el film Shoah, de Claude Lanzmann, como la representacion mas adecuada (es decir, como no­rcpresentacion) de Ia memoria del Holocausto en comparacion con La Lista de Schindler, de Spielberg, calificada como trivializacion comercial. Es que una vez que reconocemos la brecha constitutiva que media en­lre Ia realidad y su representacion en el lenguaje o en la imagen, debe­mas estar abiertos en principia hacia las diferentes posibilidades de re­presentar lo real y sus memorias. Esto no significa que cualquier opcion resulte aceptable. La calidad sigue siendo una cuestion a definir caso por caso. Sin embargo, nose puede cerrar la brecha semiotica con una uni­ca representacion, la unica correcta. Agitar ese argumento remite a las pretensiones del modernismo del Holocausto. 14 En efecto, fenomenos como La lista de Schindler y el archive visual de Spielberg con testimo­nies de sobrevivientes del Holocausto nos obligan a pensar en conjun­to la memoria traumatica y la del entretenimiento, en Ia medida en que ocupan el mismo espacio publico, en Iugar de tomarlas como manifes­taciones que se excluyen mutuamente. Las cuestiones centrales de la

14 Sobre estos temas cf. M iriam Hansen, "Schindler's List Is Not Shoah: The Second Command­ment, Popular Modernism, and Public M_<;rnory" [La fista de Schindler no es Shoah: el segun­do mandamiento, el modernismo popular y Ia memoria pt>blica]. Critical Inquiry, num. 22, invierno de 1996. pp. 292-3 12. Vcase tambien el capitulo 9 del presence volumen.

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culcura contempod.nea se ubican prccisamente en c1 umbra! entre la memoria del trauma y los medias comerciales. Resulta demasiado sen­cillo argumenrar que los evenros, la diversion y los espect:kulos de las sociedades mediales conrempod.neas solo existen para brindar alivio a un cuerpo social y politico asolado por los fanrasmas de profundos re­cuerdos de violencia y genocidio perpetrados en su nombre, o bien sos­tener que son puestos en escena para reprimir esa memoria. Es que el trauma es comercializado en Ia misma medida que Ia diversion e incluso ni siquiera para consumidores tan diferenres. Tambien resulra demasia­do facil sugerir que los espectros del pasado que acosan a las sociedades modernas con fuerza basta ahora desconocida estarian en realidad arri­culando, por via del desplazamiento, un creciente temor al futuro en un tiempo en que tambalea fuertemenre Ia fe en el progreso propia de Ia modernidad.

Sabemos muy bien que los medias no transportan la memoria pu­blica con inocencia: Ia conftguran en su estructura y en su forma mis­ma. Y aquf (en linea con ese argumenro de McLuhan que tan bien se mantiene en cl ticmpo: el medio es el mensaje) es donde se vuelve su­mam.entc significative que el poder de nuestra electronica mas avanza­da dcpcndn por cnrero de las cantidades de memoria; acaso Bill Gates sea In t'dti m:t cncarnaci6n del viejo ideal norteamericano: mas es mejor. Sin embargo, "mas" ahora se mide en bytes de memoria yen la capaci­dad de rcciclar el pasado. Tomese como testimonio el hecho profusa­mcntc difundido de que Bill Gates adquiri6 la mayor coleccion de fo­ros originales: en e1 camino que va de Ia forografla a su reciclaje digital, el arce de Ia reproduccion mednica del que hablaba Benjamin (la fo­tograffa) recupero el aura de lo original. Esto lleva a sefialar que el ce­lebre argumenro de Benjamin sobre la perdida o decadencia del aura en la modernidad represenraba solo la mitad de Ia historia; olvidaba que para comenzar fue la modernizacion misma la que creo el efecro auratico. Hoy en dfa, es la digitalizacion Ia que vuelve aud.tica Ia foto­graffa "original". Despues de todo, como bien sabfa Benjamin, !a in­dustria cultural de Ia Alemania de Weimar tambien necesitaba de lo aud.tico como estrategia de marketing.

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St<, tnte pcrmiticlo volvcr cntonces por un instante al viejo argumento ,\oht l· l.t industria cul tural tal como lo articulo Adorno, para oponerse al optin1ismo injusriftcado de Benjamin con respecto a los medios tecnol6-gi,os. Si hoy cs Ia idea del archivo totalla que lleva a los rriunfalisras del l ihcrcspacio a embarcarse en fantasias globales a Ia McLuhan, a Ia hora dc cxplicar el exito del sfndrome de la memoria parecen ser mas perti­ncnres los inrereses lucrativos de los comercializadores masivos de la mcmoria. Dicho en rerminos sencillos, en este momenta el pasado vcnde mejor que el futuro. Aunque nose puede dejar de pregunrar por CLiaOtO tiempo mas.

Considerese por ejemplo el titular de una ocurrencia aparecida en lnternet: "El Departamenro Retro de los Estados Unidos advierte: ' Puede estar acabandosenos el pasado"'. El primer parrafo de este rex­to en broma reza: "En una conferencia de prensa realizada el pasado cHa lunes, el secretario del Departamento Rerro de los Estados Uni­dos, Anson Williams, hizo una seria advertencia sobre una 'crisis na­cional de lo retro' , sefialando que 'si se manti en en los niveles actuales de consumo de lo retro en los Estados Unidos sin ningun control, ya en el afio 2005 nos podemos quedar absolutamente sin pasado'". Pe­ro no hay por que preocuparse. Seguimos conrando con el marketing de pasados que nunca existieron, tal como lo testimonia el reciente lanzamiento de la lfnea de p roducros Aerobleu, que apela a la nostal­gia de las decadas de 1940 y 1950, toda una lfnea creada con muc?a ascucia alrededor de un club de jazz parisino ftcticio, que nunca exts­ti6, pero donde se aftrma que tocaron todos los grandes del jazz de la era del be-bop; Ia gama de productos abarca diarios originales, graba­ciones originales en CD y recuerdos originales, todo lo cual se puede comprar en los Estados Unidos en cualquier local de los grandes al­macenes Barnes & Noble. 15 Las "remakes originales" estan de moda y, de manera similar, los te6ricos de la cultura y los criticos estamos ob-

15 Dennis Cass, "Sacrebleu! The Jazz Era Is Up For Sale: Gift Merchandisers Take License with History" [La era del jazz en vema: comcrciances de regalos se roman licencias con la Hisro­ria], Harper's Magazine, diciembre de 1997, pp. 70-71.

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sesionados con la representaci6n, Ia repetici6n y la cultura de la copia, con o sin e1 original.

. Con todos esos fen6menos en marcha, parece plausible preguntar s1, una vez que haya pasado el boom de la memoria, existira realmente alguien que haya recordado algo. Si todo el pasado puede ser vuelto a h~cer, ~acaso no estamos creando nuestras propias ilusiones del pasado m1entras nos encontramos atrapados en un presence que cada vez se va achicando mas, un presente del reciclaje a corto plazo con el unico fin de obtener ganancias, un presence de la producci6n just-in-time, del entretenimiento instantaneo y de los placebos para aquellos temores e inseguridades que anidan en nuestro interior, apenas por debajo de la superficie de esta nueva era dorada, en este nuevo fin de siglo? Las computadoras ni siquiera advirtieron la diferencia entre el afio 2000 y el afio 1900 -el famoso problema del afio 2000-. ~Acaso nosotros la notamos?

IV

Los criticos de la amnesia propia del capitalismo tardio ponen en du­da que la cultura mediatica occidental deje nada apenas parecido a una memoria "real" o a un fuerte sentido de la historia. Basandose en el ar­gumento ~standar.de Adorno, en que la mercantilizacion se equipara con el olv1do, sosuenen que el marketing de la memoria no genera si­no amnesia. En lo esencial, no me parece un argumemo convincente, ya que deja demasiado afuera. Resulta demasiado facil culpar a las ma­quinaciones de la industria cultural y a la proliferacion de los nuevos medios de todo el dilema en el que nos encontramos. Debe haber al­go mas en juego en nuestra cultura, algo que genere ante rodo ese de­seo del pasado, algo que nos haga responder tan favorablemente a los mercados de la memoria: me atreveria a sugerir que lo que esta en cues­t~on es una transformacion lema pero tangible de la temporalidad que tlene Iugar en nuestras vidas y que se produce, fundamentalmente, a traves de la compleja interaccion de fenomenos tales como los cambios

1'1{1 II lll ltl', I'H I '.1 I ~ I I •, , I\ II I l l< 1.-.., 1'1 ll Ill< A, AI\ II ~ I •, lA ·"' lc'c 'Jiol l'>giu>s, los n1 c.:dios masivos de comunicaci6n, los nuevos patro­Jit'S de <.:onsumo y la movilidad global. Puede haber buenas razones pa­J'.l pcnsnr que cl giro memorialista tiene a su vez una dimension mas bcncfica y m as productiva. Por mucho que nuestra preocupacion por Ia memoria sea un desplazamiento de nuestro miedo al futuro, y por m~s dudosa que nos pueda resultar hoy la proposicion que afirma que podemos aprender de la historia, la cultura de la memoria cumple una importante funcion en las actuales transformaciones de la experiencia temporal que ocurren como consecuencia del impacto de los nuevos medios sobre la percepcion y la sensibilidad humanas.

Q uisiera sugerir a continuacion algunas formas de pensar la relaci6n entre nuestra tendencia a privilegiar la memoria y el pasado, por un lado, y, por el otro, el impacto potencial de los nuevos medios sobre la percepcion y la temporalidad. Se trata de una historia compleja. Aplicar la acerba crftica hecha por Adorno a la industria cultural a lo que uno llamarfa ahora la industria de la memoria serfa tan unilateral y tan poco satisfactorio como confiar en la fe de Benjamin en el po­tencial emancipatorio de los nuevos medios. La crftica de Adorno es correcta en la medida en que se refiere a la comercializacion masiva de productos culturales, pero no ayuda a explicar el ascenso del sfndro­me de la memoria dentro de la industria cultural. En r~alidad, su en­fasis te6rico en las categorfas marxistas del valor de cambio y de la rei­ficacion bloquea la reflexion sobre la temporalidad y la memoria; tampoco presta demasiada atencion a las especificidades de cada me­clio y a su relacion con las estructuras de la percepcion y con la vida cotidiana en las sociedades de consumo. Por otro lado, Benjamin tie­ne razon en atribuir una dimensi6n emancipatoria en terminos cog­noscitivos ala memoria, a lo retro y a lo que en sus "Tesis sobre la fi­losoffa de la historia" llama el salto del tigre hacia el pasado; sin embargo, busca conseguirlo a traves de los mismos medios de la re­productibilidad, que para el representan la promesa futurista y que posibilitarfan la movilizacion polftica socialista. En lugar de oponer, como suele hacerse, a Benjamin cop.tra Addrno o viceversa, serfa cues-

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ti6n de volver productiva la tension entre sus rcspcctivos argumc.:ntos para llegar a un analisis del presente.

En este contexto, permitaseme hacer una referencia a una teoria que fue articulada por primera vez a principios de la decada de 1980 por dos filosofos alemanes de tendencia conservadora: H ermann Li.ibbe y Odo Marquard. Ya entonces, mientras otros estaban inmersos en el de­bate sabre las promesas que traia la posmodernidad con respecto al fu­turo, Hermann Li.ibbe definio lo que dio en Hamar la "musealizacion" como un aspecto central de la cambiante sensibilidad temporal de nues tro tiempo16 y demostro que este fenomeno ya no estaba ligado a la institucion museal en su sentido estricto, sino que se habia infiltra­do en todos los ambitos de la vida cotidiana. En nuestra culrura con­temporanea, Lubbe diagnostico un historicismo expansive y sostuvo que nunca antes hubo un presence cultural tan obsesionado por el tiempo preterite. Seii.alo tambien que la modernizacion va acompafi.a­da de manera inevitable por la atrofia de las tradiciones validas, por una perdida de racionalidad y por un fenomeno de entropia de las ex­periencias de vida estables y duraderas. La velocidad cada vez mayor con la que se desarrollan las innovaciones tecnicas, cienrificas y cultu­rales genera canridades cada vez mayores de objetos que pronto deven­dran obsoletes, lo que en terminos objetivos reduce la expansion cro­nologica de lo que puede ser considerado el presence mds avanzado en un momenta dado.

Este argumento parece bastante plausible en la superficie. No pue­do sino recordar un incidence ocurrido hace un par de afi.os, cuando entre a comprar una computadora en un negocio de alta tecnologia de Nueva York. La compra resulto mas dificil de lo que habia supuesto. Cualquier producto en exhibicion era descrito implacablem ente por los vendedores como decididamente obsoleto, es decir, como pieza de museo, en comparacion con la nueva linea de productos que estaba por

16 Hermann Li.ibbe, Zeit-Verhaltnisse: Zur Kttlturphilosophie des Fortschritts [Circunstancias temporales : sabre Ia fi losofla cultural del p rogreso] , Graz/Viena/Colonia, Verlag Styria, 1983. Para una crftica mas extensa del m odelo de Uibbe vease el capitulo 2 del presente volumen.

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t1jl,l11'1 1'1 y qu~· t' l':l tan to mas podcrosa, fcn6mcno que pareda otorgar­,,. 1111 1ll1t'VO significado a la vicja etica de la gratificacion postergada. No 111c ro nvcncicron y efecrue m i compra, un modelo de dos afi.os de ,111tigticdad que tcnfa todo lo que necesitaba e incluso mas y cuyo pre­' io habfa sido rebajado lucia poco ala mitad. Lo que compre era "ob­~obo" y por eso no me sorprendio ver esa misma Thinkpad IBM But­lt•r lly 1995 exhibida poco tiempo despues en la seccion de disefi.o del Musco de Arre Moderno de Nueva York. Es obvio que el ciclo vital de los objetos de consumo se ha reducido drasticamente; con ello tambien sc.: ha reducido la extension del presence, tal como la piensa Li.ibbe; al mismo tiempo, siguen expandiendose las memorias informaticas y los discursos publicos sobre la memoria.

Lo que Li.ibbe describi6 como musealizacion hoy en dia es facilmen­tc rastreable en el enorme incremento del discurso sobre la memoria en d seno mismo de la historiografia. La investigacion hist6rica de la me­moria se ha vuelto un fen6meno global. Mi hipotesis es que incluso en cste predominio de la mnemohistoria, la memoria y la musealizacion son invocadas para que se constituyan en un baluarre que nos defienda del miedo a que las casas devengan obsoletas y desaparezcan, un baluar­te que nos proteja de la profunda angustia que nos genera la velocidad del cambia y los horizontes de tiempo y espacio cada vez mas estrechos.

El argumento de Li.ibbe acerca de que la extension del presence se va achicando cada vez mas seii.ala una gran paradoja: cuanto mas pre­valece el presente del capitalismo consumista avanzado por sobre el pa­sado y el futuro, cuanto mas absorbe el tiempo preterito y el porvenir en un espacio sincronico en expansion, tanto mas debil es el asidero del presence en si m ismo, tanto mas fragil la estabilidad e identidad que ofrece a los sujetos contempod.neos. El cineasta y escritor Alexander Kluge se refirio al ataque del presente sabre el resto del riempo. AI mis­mo tiempo, existe un excedente y un deficit de presence, una nueva si­tuacion historica que crea tensiones insoportables en nuestra "estruc­tura de sentimienro", como la denominaria Raymond W illiams. En la teoria de Li.ibbe, el museo compensa esa perdida de estabilidad; brinda formas rradicionales de idenridad cyltural al sujeto moperno desestabi-

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lizado. Sin embargo, dicha teorfa no logra reconocer que esas mismas tradiciones culturales han sido afectadas por Ia modernizaci6n a traves del mundo digital y del reciclaje mercantilizado. La musealizaci6n de Lubbe y los lieux de memoire de Nora comparten en realidad una mis­ma sensibilidad compensatoria que reconoce Ia perdida de una identi­dad nacional o comunitaria, pero que conffa en nuestra capacidad de compensaci6n. Los lieux de memoire de Nora compensan Ia perdida de los milieux de memoire, de Ia misma manera en que para Lubbe Ia musea­lizaci6n se vuelve reparaci6n de Ia perdida de una tradici6n viva.

Ahora bien, habr.fa que sacar a esa teorfa conservadora sobre los cambios en Ia sensibilidad temporal de su marco binario (lieux vs. mi­lieux en Nora, enrrop.fa del pasado vs. musealizaci6n compensadora en Lubbe) para imprimirle una direcci6n diferente que no se base en un discurso de Ia perdida y que acepte el cambio fundamental operado en las estructuras de sentimiento, experiencia y percepci6n tal como ca­racterizan nuestro presente que se expande y se estrecha a Ia vez. La creencia conservadora de que Ia musealizaci6n cultural puede brindar una compensaci6n para los estragos causados por Ia modernizaci6n acelerada en el mundo social es demasiado simple y demasiado ideol6-gica. Ese postulado no logra reconocer que cualquier tipo de seguridad que pueda ofrecer cl pasado esra siendo desestabilizado por nuestra in­dustria cultural musealizadora y por los medios que protagonizan esa obra edificanre en torno de Ia memoria. La musealizaci6n misma es arrastrada por el torbellino que genera Ia circulaci6n cada vez mas ve­loz de imagenes, espectaculos, acontecimientos; y por eso siempre co­rre el riesgo de perder su capacidad de garantizar una estabilidad cul­tural a lo largo del tiempo.

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Vale Ia pena repetir que las coordenadas de tiempo y espacio que es­tructuran nuestras vidas fueron sometidas a nuevas presiones a medida que se aproximaba el fin del siglo XX y, por ende, a! fin del milenio. El

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, \11,11 111 y ,.] 1 it· mJHl son ca tcgodas fundamentales de la experienci.a hu-111 , 11~:~ , JK' I'O, lc.:jos dc ser inmutables, estan sujetas en gran medt~a al

1 ,1111hio hist6rico. Uno de los lamentos permanentes de Ia Modermdad , ,. 1 dine.: a b perdida de un pasado mejor: ese recuerdo de haber vivido

1•11 un Iugar circunscripto y seguro, con Ia sensaci6n de contar co_n vfn-1 11 10 s cstables en una cultura arraigada en un Iugar en que el nempo flnf:l de manera regular y con un nucleo de relaciones perman.entes. Tal vr.:'l. aqucllos dfas siempre fueron mas un suefi.o que una reah~ad, una 1,11u asmagorfa surgida a partir de la perdida y generada por la ~msma mo­dc.: rnidad mas que por su prehistoria. Sin embargo, el suefi.o nene un po­dc.:r que perdura y tal vez lo que he dado e~ !lamar la cult~ra de lame­moria sea, al menos en parte, su encarnac16n contemporanea. Lo q_ue cst:i en cuesti6n no es sin embargo la perdida de alguna Edad de Oro stg­nada por la estabilidad y la permanencia. ~~ la me.dida en que nos e.n­li·cnramos a los procesos reales de compres10n del nempo }' del espac10, lo que esta en juego reside mas bien en el inrento de asegurar~~s alguna forma de continuidad en el tiempo, de proveer alguna exrens10n de es-p:~cio vivido dentro de Ia cual podamos movernos y respira.r. , .

Lo que sf es seguro es que el fin del siglo XX no nos bnnda u~ fact! acceso al tropos de una Edad de Oro. Los recuerdo~ de ~sa' c~nru:ta nos confrontan no con una vida mejor, sino con una htstona umca stgnada por el genocidio y Ia destrucci6n masiva que a priori mancillan rodo. in­ten to de glorificar el pasado. Es que tras haber pasado po.r las expene~­cias de la Primera Guerra Mundial y de la Gran Deprest6n, del estah­nismo, del nazismo, tras el genocidio en una escala sin precedenres, ~ras los intentos de descolonizaci6n y las hisrorias de atrocidades y repres16n que estas experiencias trajeron a nuestras conciencia~, la mo~ernidad occidental y sus promesas aparecen en una perspecuva constderable­mente mas sombrfa en Occidente mismo. Incluso la actual era dorada de los Estados Unidos no puede liberarse del recuerdo de las convulsi~­nes que, desde fines de Ia dccada de 1960 y en la decada de 1970, ht­cieron rambalear el miro del progreso permanence. Seguramente el he­cho de ser testigos de la brecha cada vez mas amplia entr~ ricos y pobr~s, del colapso apenas controlado de tantas economfas regwnales y nacto-

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nales y del retorno de la guerra en el mismo continence que engcndr6 dos guerras mundiales en ese siglo, rrajo aparejada una significativa sen­saci6n de entropfa respecto de nuestras posibilidades fururas.

En una era de limpiezas etnicas y de crisis de refugiados, de migra­ciones masivas y de movilidad global que afectan cada vez a mas gen­re, las experiencias del desplazamiento y de Ia reubicacion, de Ia migra­cion y de Ia diaspora ya no parecen ser Ia excepcion, sino Ia regia. Sin embargo, esos fenomenos no resumen roda Ia historia. M ienrras se de­biliran las barreras espaciales y el espacio mismo se ve devorado rapi­damente por un tiempo cada vez mas comprimido, un nuevo tipo de males tar comienza a echar rafces en el corazon de Ia metropolis. El des­contento de la civilizacion metropolitana ya no parece surgir en una primera instancia como consecuencia de los insistentes sentimientos de culpa y de la represion del Supery6 que sefialaba Freud en su analisis de Ia modernidad clasica occidental y del modo predominante de cons­tirucion del sujeto. Franz Kafka y Woody Allen perrenecen a una epo­ca anterior. Nucsrra insatisfacci6n surge mas bien a partir de una so­brecarga en lo que haec a la informacion y Ia percepcion, que se combina con una aceleraci6n cultural que ni nuestra psiquis ni nues­tros scnridos estan preparados para enfrentar. Cuanto mas rapido nos vcmos empujados hacia un futuro que no nos inspira confianza, tanto mas fuerte es el deseo de desacelerar y tanto mas nos volvemos hacia Ia memoria en busca de consuelo. i<Pero que clase de consuelo nos pue­den deparar los recuerdos del siglo xx?! < Y cuales son las alternativas? <Como se supone que superaremos el cambio vertiginoso y la rransfor­macion de lo que Georg Simmelllamaba cultura objetiva y que al mis­mo riempo obtengamos satisfaccion para lo que considero que es la ne­cesidad fundamental de las sociedades modernas: vivir en formas extensas de temporalidad y asegurarse un espacio, por mas permeable que sea, desde el cual hablar y acruar? Seguramente no hay una res­puesta simple a tales interrogantes, pero la memoria (individual, gene­racional, publica, cultural y tambien Ia nacional, todavfa inevitable) sf forma parte de esa respuesta. Tal vez algun dfa aparezca algo semejante a una memoria global a medida que las diferentes regiones del mundo

" 111)\'l', lt' ll ra da VC:'I. mas. Cab<.: anticipar empero que cualquier tipo de lllt' lllll l' i.l global tcndra mas bien un caracter prismatico y hererogeneo t 11 l11g.t r de scr holfsrica o universal.

Micntras tanto, debemos preguntarnos como asegurar, estructurar y l'l'prr.:sc.:ntar las memorias locales, regionales o nacionales. Es obvio qtt <.: sc trata de una cuestion fundamentalmente polftica que apunta a l.1 nawraleza de Ia esfera publica, a Ia democracia y su futuro, a las for­tnas cambiantes de la nacionalidad, Ia ciudadanfa y la idenridad. Esras , <.:spucsras dependeran en gran medida de las constelaciones locales, pcro Ia difusion global de los discursos de Ia memoria indica que hay

.dgo mas en juego. Algunos han recurrido a Ia idea del archive como un contrapeso pa­

ra el rirmo cada vez mas acelerado de los cambios o como un sitio pa­m preservar el espacio y el tiempo. Desde el punto de vista del archi­ve, por supuesto, el olvido constituye Ia maxima rransgresion. <Pero cuan confiables, cuan infalibles son nuestros archives digitales? Las computadoras apenas tienen cincuenta afios de antigi.iedad y ya nece­sitamos de los servicios de "arqueologos de datos" para poder acceder a los misterios de los programas que se usaron en los primeros tiempos. Pensemos solamente en el problema tan notorio del afio 2000 que aco­s6 a nuestras burocracias informatizadas . Se gastaron miles de millones de dolares para evirar que las redes de computadoras pasaran a una mo­dalidad rerr6grada de funcionamiento, confundiendo el afio 2000 con el 1900. 0 consideremos las dificulrades casi insuperables a las que se enfrentan en la actualidad las autoridades alemanas en su inrento por decodificar el vasto corpus de informacion registrada en los medics electronicos del Esrado de Ia ex RDA, ese mundo que desaparecio jun­to con las centrales de computadoras de construccion sovierica y los sistemas informaticos subsidiaries usados por Ia adminisrraci6n publi­ca de lo que fue el Esrado socialista aleman. En el marco de Ia reflexion sobre estes fenomenos, un directive a cargo del sector de informatica de los archivos de Canada sefial6 recientemente: "Una de las grandes ironfas de Ia era de Ia informacion consiste en que si no descubrimos nuevos metodos para aumentar la perdurabilidad de los registros elec-,

tr6nicos, csla puede converrirse en Ia era sin memoria" .17 De hccho, Ia amenaza del olvido surge de Ia misma tecnologfa a Ia que confiamos el vasto corpus de los registros y datos contempod.neos, Ia parte mas sig­nificativa de Ia memoria cultural de nuestro tiempo.

Las transformaciones actuales en el imaginario temporal generadas por el espacio y el tiempo virtuales pueden servir para iluminar Ia dimen­sion generadora de Ia cultura de Ia memoria. Mas alia de su ocurrencia, causa o contexto especfficos, las intensas practicas conmemorativas de las que somas testigos en tantos lugares del mundo contemporaneo articu­lan una crisis fundamental de una estructura anterior de Ia temporalidad que caracterizo a Ia era de Ia alta modernidad, con su fe en el progreso y en el desarrollo, con su celebracion de lo nuevo como uropico, como ra­dical e irreductiblemente otro, y con su creencia inconmovible en algun telos de Ia historia. En terminos politicos, muchas de las practicas de Ia memoria refutan el triunfalismo de Ia teorfa de Ia modernizacion en su ultimo disfraz, Ia "globalizacion". En terminos culturales, expresan la creciente necesidad de un anclaje espacial y temporal en un mundo ca­racterizado por flujos de informacion cada vez mas caudalosos en redes cada vez mas densas de riempo y espacio comprimidos. De manera si­milar a la historiograffa, que dej6 de lado su anterior confianza en los grandes relaros releol6gicos y se volvi6 mas esceptica con respecto a los marcos nacionalistas de su materia, las culturas de Ia memoria crfticas de Ia actualidad, con todo su enfasis en los derechos humanos, en las te­maticas de las minorias y del genera yen la revision de los diversos pa­sados nacionales e internacionales, estin abriendo un camino para otor­gar nuevas impulsos a la escritura de la historia en una nueva clave y, por ende, para garantizar un futuro con memoria. En el escenario posi­ble para el mejor de los casos, las culturas de Ia memoria se relacionan estrechamente, en muchos lugares del mundo, con procesos democrati­zadores y con luchas por los derechos humanos que buscan expandir y fortalecer las esferas publicas de la sociedad civil. Reducir la velocidad en Iugar de acelerar, expandir la naturaleza del debate publico, tratar

17 Cita de The New York Times, 12 de febrero de 1998.

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d, 1 111 ,11 l.t ~ hcrid.1s infri ngidas por c.:l pasado, nuuir y expandir el es­p.u lo h,,hit.,hlc en Iugar de desrruirlo en aras de alguna promesa futu­, ,,, .!scguJ';H c1 "ti empo de calidad" -esas parecen ser las necesidades 1 tJitu1·a k:s no salisfechas en un mundo globalizado y son las memorias lm :des las que estan fntimamente ligadas con su articulacion.

Sin embargo, clara, el pasado no puede proveernos de lo que el fu­tu ro no logra brindar. De hecho, resulta inevitable volver sabre el lado oscuro de lo que algunos gustarfan Hamar epidemia de la memoria, lo que me lleva una vez mas hacia Nietzsche, cuya segunda "considera­ci6n intempestiva"· sabre el uso y el abuso de la historia, tan citada en los debates contempod.neos sabre Ia memoria, tal vez resulte mas ana­<.:r6nica que nunca. Resulta clara que Ia fiebre de la memoria de las so­l'ic.:dades mediaticas occidentales no es aquella consuntiva fiebre histo­rica de Ia que hablaba Nietzsche, que podfa ser curada con el olvido productivo. Hoy se trata mas bien de una fiebre mnemonica causada por el cibervirus de la amnesia que, de tanto en tanto, amenaza con consumir la memoria misma. Es por eso que en nuestros dfas tenemos mayor necesidad de recuerdo producrivo que de olvido productive. En una mirada retrospectiva podemos ver como en tiempos de Nietzsche Ia fteb re historica sirvio para inventar tradiciones nacionales en Europa, para legitimar los Estados-nacion imperiales y para brindar cohesion cultural a las sociedades en pleno conflicto tras Ia Revolucion Indus­trial y la expansion colonial. En comparacion, las convulsiones mne­m6 nicas de Ia cultura del Atlantica Norte de Ia actualidad parecen en su mayorfa ca6ticas y fragmentarias, como si flotaran en el vacfo a tra­ves de nuestras pantallas. lncluso en aquellos lugares donde las practi­cas de Ia memoria tienen un acento claramente politico, como sucede en Sudafrica, la Argentina, Chile y desde hace poco tiempo en Guate­mala, se ven afectadas y, en cierta medida, incluso son creadas por Ia cobertura mediatica internacional obsesionada por Ia memoria. Como sugerf anteriormente, asegurar el pasado no es una empresa menos ries-

• El tftulo original de Ia obra de N ietzsche, Unzeitgemiisse Betrachtungen, bien podrfa tradu­

cirse como "Observaciones anacr6nicas". [N. de Ia T.] •

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gosa que asegurar e1 futuro. I k.~pucs d<.: todo, Ia memoria no pll(.:d<.: s<.:r un 5Ustituto de la justicia; es la justicia misma Ia que se ve atrapada de manera inevitable por la imposibilidad de confiar en Ia memoria. Sin e.mbargo, induso en aquellos lugares donde las practicas de la memo­na carecen de un foco explicitamente polltico, expresan ciertamente Ia ne~~sidad social de un andaje en el tiempo en momentos en que Ia re­laclon entre pasado, presence y futuro se esca transformando mas alla de lo Qbservable como consecuencia de la revoluci6n de Ia informacion Y de la creciente compresi6n de tiempo y espacio.

En ese sentido, las practicas locales y nacionales de la memoria re­pre~~n.tan una replica a los mitos del cibercapitalismo y de la globali­zacwn, que niegan el tiempo, el espacio y el Iugar. No cabe duda de que Qportunamente habra de surgir de esta negociaci6n alguna nueva configuraci6n del tiempo y del espacio. En la modernidad, las nuevas tecnologfas del transporte y de la comunicaci6n siempre han transfor­mado la percepci6n humana del tiempo y del espacio, lo que es valido tanto para el ferrocarril, el telefono, la radio, el avi6n, como habra de serlo 1 'b · 1 'b · para e Cl erespac10 y e c1 eruempo. Las nuevas tecnologfas y los nuevos medias tambien suelen ser objeto de ansiedades y temores pa­ra que luego se termine probando que carecen de motivo o que son li­sa Y ll<:-tnamente ridfculos. Nuestra epoca no sed la excepci6n .

. AI .tnismo tiempo, el ciberespacio por sf solo no es el modelo apro­plado para imaginar el futuro global -su noci6n de la memoria es en­gafios<:t, una falsa promesa-. La memoria vivida es activa: tiene vida, es­ta ~ncarnada en lo social -es decir, en in9ividuos, familias , grupos, nacwn.es y regiones-. Esas son las memorias necesarias para construir los diferentes futuros locales en un mundo global. No cabe duda de ~ue .a largo plaza, codas esas memorias sedn configuradas en un grado signlf'ic:ativo por las nuevas tecnologfas digitales y por sus efectos, pero no se. I as podd reducir a esos facto res tecnol6gicos. Insistir en una se­paract<Sn radical entre la memoria "real" y Ia virtual no deja de parecer­me Utla empresa quijotesca, aunque mas no sea porque todo lo recor­d.ado (tanto la memoria vivida como Ia imaginada) es en sf mismo VIrtuaL La memoria siempre es transitoria, notoriamente poco confia-

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ldt•, oll'mada por d famasma del olvido, en pocas palabras: humana y \OI i.d. l•:n tanto memoria pt.'1blica esta sometida al cambio -politico, l',l' lln":tcional , individual- . No puede ser almacenada para siempre, ni pm·c k scr asegurada a n aves de monumentos; en ese aspecto, tampoco pmkmos confiar en los sistemas digitales de recuperaci6n de datos pa­l .1 g::trantizar la coherencia y la continuidad. Si el sentido del tiempo vivido em\ siendo renegociado en nuestras culturas contemporaneas de 1:1 memoria, no deberfamos olvidar que el tiempo no es unicamente el p:tsado, su preservaci6n y transmisi6n. Si estamos sufriendo de hecho d<.: un excedente de memoria, 18 tenemos que hacer el esfuerzo de dis­t i nguir los pasados utilizables de aq uellos descartables. Se requiere dis­n.:rnimiento y recuerdo productivo; Ia cultura de masas y los medias vi rtuales no son inherentemente irreconciliables con ese prop6sito. 1\un si la amnesia es un producto colateral del ciberespacio, no pode­rnos permitir que nos domine el miedo al olvido. Y acaso sea tiempo de recordar el futuro en Iugar de preocuparnos unicamente par el fu­Luro de la memoria.

18 El rermino fue acuiiado por Charles S. Maier. Vease su ensayo "A Surfeit of Memory? Re­

flections on H istory, Melancholy and Denial" liUn excedenre de memoria? Refl cxio nes sa­bre h istoria, melancolia y negacion], History and Memory, num. 5. 1992, pp. 136-1 51.