En El Combate Por La Historia

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    o largo de 50 entradas fundamentales, los 34 historiadores más brillantes que han es

    bre la República, la Guerra Civil y el franquismo (Fontana, Preston, Viñas y Casanova

    os) aportan de forma definitiva, autorizada, rigurosa y crítica las claves principales

    tender una etapa de nuestra historia que aún sigue suscitando demasiados desacuerdo

    te libro está organizado en capítulos breves y concisos que permiten una lectura fác

    cio a fin o la consulta particular de determinadas voces («Franco», «Negrín», «repres

    8 de julio»…).

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    AA. VV.

    En el combate por la Historia La República, la guerra civil, el franquismo

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    ugesan64 05.01.14

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    Título original: En el combate por la HistoriaAA. VV., 2012

    Editor digital: ugesan64ePub base r1.0

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    LOS AUTORES

    JULIO ARÓSTEGUI es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la UniveComplutense, de Madrid, y director de la cátedra extraordinaria Memoria Histórica del sig

    Entre sus obras: La historia vivida. Sobre la historia del presente, Alianza, Madrid, 2004qué el 18 de julio… y después, Flor del Viento, Barcelona, 2006, y Francisco Largo Caben la edad de oro del obrerismo español, Debate, Barcelona, 2012.

    CARLOS BARCIELA es catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la UniversidAlicante. Entre sus obras:  Autarquía y mercado negro, Crítica, Barcelona, 2003, y «Nespañol sin pan». La Red Nacional de Silos y Graneros, Prensas Universitarias de ZaraZaragoza, 2007.

    JULIÁN CASANOVA es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zara

    Entre sus obras:  De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, Crítica, Barc1997,  La Iglesia de Franco, Crítica, Barcelona, 2005, y  República y guerra civil, CBarcelona, 2007.

    CARLOS COLLADO SEIDEL es profesor de Historia Contemporánea de la UniversidaMunich. Entre sus obras: España, refugio nazi, Temas de Hoy, Madrid, 2005, y Der SpanBürgerkrieg. Geschichte eines Europäischen Konflikts, C. H. Beck, Munich, 2010.

    MATILDE EIROA es profesora de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III, de M

    Entre sus obras: Política internacional y comunicación en España (1939–1975). Las cumb Franco con jefes de Estado, MAEC, Madrid, 2009, y  Al lado del gobierno republicanobrigadistas de la Europa del Este en la guerra civil española, Ediciones de UCLM, M2009.

    ANTONIO ELORZA es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad ComplutenMadrid. Entre sus obras: La formación del PSOE  (con Michel Ralle), Crítica, Barcelona, Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España  (con Marta Bizcarrondo), Pl

    Barcelona, 1999, y Un pueblo escogido. Génesis, definición y desarrollo del nacionavasco, Crítica, Barcelona, 2001.

    FRANCISCO ESPINOSA es doctor en Historia y director científico del proyecto «Todonombres». Entre sus obras: La columna de la muerte, Crítica, Barcelona, 2003, La justicQueipo, Crítica, Barcelona, 2005, y coordinador de Violencia roja y azul. España, 1936–Crítica, Barcelona, 2010.

    JOSEP FONTANA LÁZARO es catedrático emérito de Historia Económica de la Univer

    Pompeu Fabra, de Barcelona. Entre sus obras: La quiebra de la monarquía absoluta 1814–

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    Ariel, Barcelona, 1971, y Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, PasaPresente, Barcelona, 2011.

    FERRAN GALLEGO es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad AutónomBarcelona. Entre sus obras:  Ramiro Ledesma y el fascismo español, Síntesis, Madrid, Barcelona, mayo de 1937 , Debate, Madrid, 2007, y El mito de la Transición, Crítica, Barc2008.

    GUTMARO GÓMEZ BRAVO es profesor de Historia Contemporánea de la UniveComplutense, de Madrid. Entre sus obras: El exilio interior. Cárcel y represión en la Efranquista (1939–1950), Taurus, Madrid, 2009 y, junto con Jorge Marco, La obra del mViolencia y sociedad en la España franquista 1936–1960, Península, Barcelona, 2011.

    EDUARDO GONZÁLEZ CALLEJA es profesor de Historia Contemporánea de la UniveCarlos III, de Madrid. Entre sus obras: Rebelión en las aulas. Movilización y protesta estuden la España contemporánea (1865–2008), Alianza, Madrid, 2009, y Contrarrevolucion

     Radicalización violenta de las derechas durante la Segunda República, 1931–1936, AlMadrid, 2011.

    FERNANDO HERNÁNDEZ SÁNCHEZ es profesor de la Universidad Autónoma, de MEntre sus obras: Comunistas sin partido: Jesús Hernández, ministro en la guerra civil, disen el exilio, Raíces, Madrid, 2007, y Guerra o revolución: el PCE en la guerra civil, CBarcelona, 2010.

    JOSÉ LUIS LEDESMA es profesor de la Universidad de Zaragoza. Entre sus obras: Los dí

    llamas de la revolución, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2004; es coeditCulturas y políticas de la violencia, Siete Mares, Madrid, 2005, y  La República del F Popular, Fundación Rey del Corral de Investigaciones Marxistas, Zaragoza, 2009.

    JUAN CARLOS LOSADA MALVÁREZ es doctor en Historia, especialista en historia milcontemporánea de España. Entre sus obras:  Ideología del ejército franquista, Istmo, M1990, y, junto con Julio Busquéis, Ruido de sables, Crítica, Barcelona, 2003.

    JOSÉ CARLOS MAINER es catedrático emérito de Literatura Española de la UniversidZaragoza. Entre sus obras: Falange y literatura, Labor, 1971, y Años de vísperas. La vidacultura en España (1931–1939), Espasa Calpe, Madrid, 2006.

    JORGE MARCO es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad ComplutensMadrid. Entre sus obras: Hijos de una guerra, Comares, Granada, 2010, y Guerrilleros y vede armas, Comares, Granada, 2012.

    JOSÉ LUIS MARTÍN es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónom

    Barcelona. Entre sus obras: Els orígens del PSUC , Curial, Barcelona, 1977, Historia de la

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    Siglo XXI, Madrid, 2008, y Ordre públic i violencia a Catalunya, Dau, Barcelona, 2011.

    LUDGER MEES es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País VascBilbao. Entre sus obras:  El profeta pragmático. Aguirre, el primer lehendakari, 1939–Alberdania, Irún, 2006 y, junto con S. de Pablo y J. A. Rodríguez Ranz, El péndulo patri Historia del Partido Nacionalista Vasco, Crítica, Barcelona, 1999.

    RICARDO MIRALLES es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País V

    de Bilbao. Entre sus obras: Juan Negrín. La República en guerra, Temas de Hoy, Madrid, «Indalecio Prieto, un demócrata radical», estudio preliminar a Textos escogidos de Inda Prieto, Junta General del Principado de Asturias, Oviedo, 1999, pp. XI–XCII, y  Los rusos

    guerra de España, Fundación Pablo Iglesias, Madrid, 2010.

    ENRIQUE MORADIELLOS es catedrático de Historia Contemporánea de la UniversidExtremadura. Entre sus obras:  La perfidia de Albión: el gobierno británico y la guerraespañola, Siglo XXI, Madrid, 1996, y El reñidero de Europa: las dimensiones internacio

    de la guerra civil española, Península, Barcelona, 2001.

    XAVIER MORENO JULIA es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad RovVirgili, de Tarragona. Entre sus obras: La División Azul. Sangre española en Rusia, 1941–Crítica, Barcelona, 2004 y  Hitler y Franco. Diplomacia en tiempos de guerra (1936–1Planeta, Barcelona, 2007.

    JUAN CARLOS PEREIRA es catedrático de Historia Contemporánea de la UniverComplutense, de Madrid. Entre sus obras:  Historia de las relaciones internacio

    contemporáneas, Ariel, Barcelona, 2003, y  La política exterior de España, Ariel, Barc2010.

    PAUL PRESTON es catedrático emérito de la London School of Economics. Entre sus  Franco, caudillo de España, Grijalbo, Barcelona, 1998, Las tres Españas del 36, Plaza & JBarcelona, 1999, y El holocausto español, Debate, Barcelona, 2011.

    FERNANDO PUELL DE LA VILLA es profesor de Historia Militar del Instituto UniverGeneral Gutiérrez Mellado, de la UNED. Entre sus obras: Historia del Ejército en España.de la guerra civil española: antecedentes, operaciones y secuelas militares (1931–Alianza, Madrid, 2003, y editor de Los ejércitos del franquismo (1939–1975), UNED, M2010.

    JOSEP PUIGSECH FARRAS es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autóde Barcelona. Entre sus obras: Entre Franco y Stalin. El difícil itinerario de los comunisCataluña, 1936–1949, El Viejo Topo, Mataró, 2009, y Nosaltres, els comunistes catalan PSUC i la Internacional Comunista durant la guerra civil, Eumo, Vic, 2001.

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    HILARI RAGUER I SUÑER es doctor en Derecho, monje de Montserrat y especialista historia de la Iglesia española. Entre sus obras: La espada y la cruz (La Iglesia, 1936–1Bruguera, Barcelona, 1977, y La pólvora y el incienso: la iglesia y la guerra civil, 1936–Península, Barcelona, 2008.

    ALBERTO REIG TAPIA es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rovira i VirgTarragona. Entre sus obras: Memoria de la guerra civil. Los mitos de la tribu, Alianza, M1999,  Franco. El César superlativo, Tecnos, Madrid, 2005, y  La Cruzada de 1936, Al

    Madrid, 2006.

    RICARDO ROBLEDO es catedrático de Historia Económica de la Universidad de SalamEntre sus obras:  Los ministros de Agricultura de la Segunda República (1931–1939), MMadrid, 2006, y, con S. López (eds.), ¿Interés particular, bienestar público? Gr patrimonios y reformas agrarias, PUZ, Zaragoza, 2007.

    JOSE ANDRÉS ROJO es licenciado en Sociología y periodista. Entre sus obras: Vicente

     Retrato de un general republicano, Tusquets, Barcelona, 2006.

    JOSEP SÁNCHEZ CERVELLÓ es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Ri Virgili, de Tarragona. Entre sus obras: ¿Por qué hemos sido derrotados? Las divergerepublicanas y otras cuestiones, Flor del Viento, Barcelona, 2006, y La Segunda Repúblicaexilio, 1939–1977 , Planeta, Barcelona, 2011.

    GLICERIO SÁNCHEZ RECIO es catedrático de Historia Contemporánea de la UniversidAlicante. Entre sus obras: Los cuadros políticos intermedios del régimen franquista, 1936–

     Diversidad de origen e identidad de interés, Instituto Juan Gil Albert, Alicante, 1996 ytodos Franco. Coalición reaccionaria y grupos políticos, Flor del Viento, Barcelona, 2008.

    JOAN MARIA THOMÀS es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad RoVirgili, de Tarragona. Entre sus obras: La Falange de Franco, Plaza & Janés, Barcelona,  La batalla del wolframio. Estados Unidos y España de Pearl Harbor a los inicios de la gfría, 1941–1947 , Cátedra, Madrid, 2010, y Los fascismos españoles, Planeta, Barcelona, 20

    ÁNGEL VIÑAS es catedrático emérito de Economía de la Universidad Complutense, de MEntre sus obras: Hitler, Franco y el estallido de la guerra civil, Alianza, Madrid, 2000, Egarras del águila, Crítica, Barcelona, 2003,  La república española en guerra, CBarcelona, 2010, 3 vols., y La conspiración del general Franco, Crítica, Barcelona, 2012.

    PERE YSÀS es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de BarcEntre sus obras: Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su superviv1960–1975, Crítica, Barcelona, 2004, y, en colaboración con Carme Molinero, La anatomfranquismo. De la supervivencia a la agonía, Crítica, Barcelona, 2008.

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    ÁNGEL VIÑAS

    PRESENTACIÓN

    literatura existente, en castellano y otros idiomas, sobre la Segunda República, la guerra civnquismo es inabarcable en su variedad. Es más, no cesa de crecer. Cada mes aparecen n

    ulos. A veces para arrojar luz sobre aspectos que siguen siendo muy debatidos. Con harta frecura refritar lo ya conocido. En los últimos años para continuar presentando visiones distorsionaofundamente ideologizadas. En algún caso, como se verá al final de este libro, para reguténticos dislates.

    La idea de esta obra surgió a mitad de 2011. El lector recordará que, tras una auténtica pr

    diario madrileño Público, los medios se hicieron eco entonces de las discusiones que desperrtas entradas del denominado Diccionario Biográfico Español, de la Real Academia de la HiAH). Levantaron enorme controversia algunas de las relacionadas con el período 1931–anco apareció bajo una luz rosada, algo inimaginable en el caso de una institución comparaalquier país europeo con los restantes dictadores autóctonos del siglo XX . La experiencia republ

    demonizada. La guerra civil resurgió en ocasiones como una lucha contra los «rojos». En allas entradas aireadas en la prensa fue imposible desconocer el sesgo antidemocrático y a

    óximo a las querencias de la extrema derecha española. Todo ello presentado, bajo la autoridadgusta Institución, como si fuese la última palabra en historia.

    En medio de aquella controversia, el editor Gonzalo Pontón me sugirió si no sería oportunon vistas a los debates ulteriores, coordinase un «contradiccionario». No me sedujo. Tras termirso, estaba enfrascado en cuatro proyectos. Los planos eran ya perentorios para tres de ellos, ales uno era europeo. Asumir otro era peligroso.

    Sin embargo en los cursos de verano de la Universidad Complutense en El Escorial me mprometido a celebrar uno sobre los «Mitos del 18 de Julio, 75 años después» (cuyas ponenfío no tarden demasiado en salir a la luz). Fue en este marco en el que me cupo el honor de pra mesa redonda para examinar un centenar de entradas, escogidas aleatoriamente, del diccio

    la RAH. El resultado fue patético, con frecuencia no exento de aspectos cómicos. No dejaronernativa los incontables errores y equivocaciones, a veces propios de estudiantes poco avenaduela secundaria. Dos ejemplos: Santiago Casares Quiroga apareció como el último presiden

    bierno republicano. El no menos desconocido biógrafo del general Antonio Cordón ignoraba inautobiografía, un libro de referencia del cual se han tirado no menos de tres ediciones, la úls completa hace solo pocos años. He de confesar que muchos de los autores de aquellas entn quedado prendidos, para mí, en el descrédito profesional más absoluto. Incluyo entre ellos a ueminentísimos académicos que reescribieron biografías de dos personajes que probablemen

    recerían poco estudiados por otros historiadores: Manuel Azaña y Francisco Franco.

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    Simultáneamente, la revista Temas para el Debate  me había propuesto que escribiese un arbre las perplejidades que me suscitaba el ya famoso diccionario. Al prepararlo, las pregunntearon por sí mismas. ¿Cómo la RAH había podido caer en semejante desvarío? ¿A quénes, en concreto, correspondía la responsabilidad? ¿Cómo y con qué criterios se había eleg

    uipo que seleccionó los autores que debían resumir el conocimiento objetivo sobre los protagoperíodo 1931–1975? ¿Había existido algún tipo de control de calidad mínimo? ¿Quién y có

    bía ejercido? ¿Había alguien advertido los innumerables errores?En resumen, una mezcla de disgusto y conciencia de que el público español se merecía otra coujeron a aceptar la propuesta. Se intensificó al comprobar la paralela estupefacción d

    rticipantes en la mesa redonda escurialense ante los fenómenos combinados de disparates, distoinguneo que, con su conocimiento de expertos, detectaron adicionalmente. Para mayor inri, u

    os puso de relieve que las entradas que tanto se incriminaban iban en contra de los propios prectodológicos aprobados solemnemente por la RAH misma. La deriva constatable merecerudio analítico más detallado. Siquiera para aclarar responsabilidades porque me cuesta trnsar que todos los académicos sin excepción dieran su luz verde a tamaños dislates, algunos ales se airearon en los medios. El particular olor rancio y a naftalina de muchas de las entradogió muy bien, por aquella época, Joaquín Prieto, en El País (31 de julio de 2011).No extrañarán dos cosas: que todos los miembros de la mesa figuren en esta obra y que cun

    re nosotros la sensación de que el diccionario, a pesar de los ditirambos que se le dedicaron propia Institución, no era, ni más ni menos, que una provocación. Provocación a los hechnocimiento, a la historia y a los historiadores. Más aún, en último término, a la sociedad espaprestigio de España. No he de entrar aquí a valorar la voluntad de, tras un período de enfriamizá esperando a la constitución de las nuevas Cortes en la presente legislatura, distribucuenta tomos del diccionario como si no hubiera pasado nada.

    De aquel cuestionamiento nació el germen de este libro, cuyo título está tomado prestado al dlos conocidísimos ensayos de Luden Febvre, autor francés que junto con Marc Bloch más ha invarias generaciones de alevines de historiador. Una respuesta científica a tal provocación. Nbargo, en el mismo molde. Puesto que ciertos autores del diccionario de la RAH manipulasvirtuaban, había que poner coto a sus ideológicas reconstrucciones. De aquí la necesidoceder a través de un número de temas que permitieran al lector recorrer el período comprere 1931 y 1975, muchos de cuyos protagonistas tan desfigurados aparecían en el Diccio

    ográfico Español. Hemos evitado, conscientemente, la camisa de fuerza que impondría un an

    crónico, de los que ya existen en número abundante. El lector podrá, a su libre arbitrio, adeneste libro bien por etapas, por temas o por personajes. A su aire y a su conveniencia. Quizá alquienes nos hagan el honor de leerlos podrán comprobar por sí mismos que mucho de lo quvido una parte de los autores de la RAH, bajo el manto de su autoridad y al socaire de sus entgráficas, es, en realidad, sopa boba, eso sí, pagada por el sufrido contribuyente.Un enfoque como el elegido para esta obra entraña varias dificultades. En primer lug

    ección de temas. En segundo lugar, la de autores. Sobre la base de un borrador previo, numecusiones obligaron a incrementar el número previsto. La decisión final se tomó teniendo en c

    s necesidades: la conveniencia de centrarnos de preferencia en los aspectos políticos, institucio

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    turales y militares —en los que las controversias públicas son más intensas y muchas de las entdiccionario de la RAH más sesgadas o erróneas— y la de cubrir en la mayor medida posi

    curso histórico. Algunas dimensiones se examinan desde perspectivas varias en diferentes artíro sin que medien soluciones de continuidad demasiado amplias entre unos y otros. En tal sen puede decirse que la presente obra encierra un análisis de las claves fundamentales

    mprender la evolución histórica española desde la instauración de la República haslecimiento de Franco tal y como la ha ido articulando en general la historiografía crítica.Determinados los temas, la selección de autores se hizo deforma natural: buscando a los exp

    s destacados en cada uno. Especialistas conocidos por sus publicaciones, su orientación pestigación y no la mera divulgación y su familiaridad con archivos, españoles y extranjeroos los previstos acudieron. Dificultades de calendario, excesos de trabajo o compromisos de dole llevaron a varios a declinar la invitación. De todas formas el lector puede tener la segurid

    e, si bien no están todos los que son, sisón todos los que están. Con una peculiaridad que cer explícita: siempre entendí que debía haber una representación de al menos tres generacs veteranos que llevamos publicando desde los albores de la etapa democrática e incluso anteermedios, de entre 40 y 50 años, que ya han ganado sus méritos más que sobradamente. Y loenes, que empiezan a darse a conocer con publicaciones relevantes y entre los cuales figurará

    andes historiadores del futuro. En su conjunto el plantel reunido en este libro no tiene equivaleguna otra obra en el mercado español o extranjero.La guerra civil constituyó el gran parteaguas en nuestra historia contemporánea (no en su ace

    adémica que la retrotrae a la revolución francesa sino en la británica/norteamericana o mana de la Zeitgeschichte). Desfigurada durante más de cuarenta años, los de la dictnquista, la dinámica interna a tal conflicto ha ido saliendo documentadamente a la superficie pco. No es, pues, de extrañar que los temas relacionados con la guerra constituyan el meol

    esente libro. Hemos examinado casi todas sus dimensiones: desde la cultural en el largo períodoeraciones militares, desde los apoyos exteriores a la movilización interior o la evolución drzas políticas en presencia, ya sea en la zona gubernamental o en la controlada por los sublevhemos esquivado problemas duros como la actitud de la Iglesia católica. También se han ex

    nificaciones no evidentes de hitos tales como la «unificación» o los «hechos de mayo». Sin entrcusiones académicas, ni mucho menos dignificar la subliteratura neo–franquista que inunda ta

    d como las grandes superficies en la España de nuestros días, en los veinte temas de esta parte se desploma una buena porción de los perdurables mitos que entronizó y propagó el franqu

    luidos los de la «revolución», el exilio y la posterior oposición armada en forma de guerrillas.Ahora bien, no es menos imprescindible explicar cómo y porqué se llegó a la guerra y cuáles fconsecuencias. La paciente investigación de muchos de nosotros, y de otros cuyas aportacion

    n reseñado siquiera someramente en las informaciones sobre bibliografía básica, ha puesieve que el funcionamiento del sistema republicano entre 1931 y 1936 no conducía necesariameguerra. La contraria es una tesis siempre sostenida por los autores pro–franquistas que, al fibo, se impusieron y continúan imponiéndose como primer deber el justificar la sublevacióámica sí llevaba a una rebelión militar, en el surco de una estela de actividades conspirato

    ciadas desde el primer momento por quienes nunca quisieron aceptar el nuevo régimen. No en

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    etendieron defender la vuelta en lo posible al statu quo  previo y, poco más tarde, eliminaormas iniciadas durante el primer bienio (1931–1933) y reanudadas en la corta experiencente Popular (febrero a julio de 1936). Se fascistizaron, deslumbrados por ejemplos foráneoseñaban cómo podía someterse a una rígida disciplina al movimiento obrero al servicio domunidad de raza», «una comunidad nacional» o un «Estado nuevo».

    El caso español no fue, sin embargo, una mimesis del italiano o del alemán. A pesar de que,ualidad, autores neo–franquistas y antirrepublicanos de toda laya procuran distanciar losible las concepciones de la derecha española en los años treinta de lo que entonces aparecía odernidad» en su peculiar variante nazi–fascista, lo cierto es que constituyeron el basamento cual se construyó el «nuevo Estado» aprovechando la «feliz» circunstancia de la guerra civiho temas que dedicamos a la República y algunos de los que figuran en la parte relativantienda constituyen, en su conjunto, un análisis coherente que no busca otra cosa sino llevar ablico los resultados de la más reciente investigación universitaria, necesariamente crítica.

    Establecer como período de unidad histórica el«binomio» República–guerra civil es una far mucho que los manuales escolares sigan haciendo hincapié en ello. La unidad histórica básicaomio guerra civil–dictadura. Algo que apenas si aflora entre los autores encandiladostranquilo» régimen impuesto en España durante cuarenta años. Años que fueron de exclnque ahora algunos pretenden retroproyectar tal experiencia a los bienios reformistas republicfue así: hemos aplicado el análisis a la tríada ideas–verbo–ejecución. En algunos temas pred

    primer aspecto. En otros, el segundo. Hay quien se decanta a favor del tercero. El resultado ie muchos de los autores (a veces total o casi totalmente desconocidos) que han participado cionario de la RAH dieron gato por liebre a sus eventuales lectores entre los cuales nosrtamente, nos contamos.En una gran parte del público las anteriores percepciones no han calado. Para explicar las ra

    y que acudir a la mitología. En las páginas de esta obra no hemos dejado de invocar al printógrafo español del siglo  XX : el general Francisco Franco. Cada una de las tres partes de este

    abre con reflexiones suyas, tomadas de sus discursos de finales de año en el período 1956–196tas rabones uno de los goznes históricos en tomo al cual giró su largo régimen.Traemos a colación estas reflexiones de Franco porque las mismas tesis subsisten en a

    raliteratura, en la red y fuera de ella, en la que cuesta sangre, sudor y lágrimas reconocultado de la guerra civil: una dictadura de base militar, nacionalcatólica y fascista que atras las fuerzas que vieron en la confrontación misma la posibilidad de presentar en positivo l

    nominaron «contrarrevolución» y, a la ve{, plasmar la configuración histórica del fascismo espmo si la revolución, antes de la sublevación militar, hubiese estado a la orden del día.A diferencia de ciertos manuales de historia de España en el siglo XX  los trece temas que dedic

    franquismo examinan sus presuntas luces y sus aspectos más sórdidos, ligados a la represión ítica, económica, social y cultural que practicó hasta el final. Se han abordado las dimensnciales en las cuales se jugó su supervivencia: la construcción de un seguimiento político y sointeracción con el exterior en donde encontró tanto apoyos (cambiados raudamente en cuandificó la correlación de fuerzas externas) como también desprecio, un desprecio que duró, en v

    pectos, hasta su final. Hemos echado un vistazo a la desangelada política de la autarquía, el me

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    gro y la contrarreforma agraria. Hemos ilustrado las circunstancias en que se produjerantazo y cambio de rumbo de 1959 y entrado en los «felices años sesenta», con sus luce

    mbras y la contestación que provocaron. Amén de otros ángulos de análisis. Hoy los exégetecido régimen siguen dale que te pego con el«cerco exterior» presentándolo, nada menos, com

    onjuración contra España». Otros se enlardan en discusiones sobre la versión más actual derellas en torno al sexo de los ángeles. Equivalen a querer dilucidar en un solo adjetivo el castino del Régimen: más o menos «autoritario» pero no necesariamente «dictatorial» (sin olvienes se sublevan contra la categoría de «totalitario», tan querida de los politólogos de la g

    a). Dejamos de lado, no obstante, la noción, cara al simpar generalísimo, de que su dictadurao de los faros que alumbrarían el mundo del futuro, es decir, a  NUESTRO  mundo. En sus pr

    abras:

    Nuestro Movimiento ha visto en la pujanza y fuerza expansiva de las organizaciones sindicales […] la prueba y la posibilipráctica de fundar sobre estas entidades naturales y de vida auténtica y propia un sistema representativo y de libertad políticmedida que aquel error se reconozca en toda su entidad, cambiarán las bases más generales de pensamiento político ydescubrirán las posibilidades inmensas de las organizaciones naturales para un sistema representativo con todas las ventajasninguna de las gravísimas deficiencias del viejo sistema […] Cuando las instituciones políticas decimonónicas se resquebrajan

    todas partes, ¿cómo no pensar en reconocer su personalidad de Derecho público a las instituciones naturales y constipolíticamente la sociedad sobre ellas?

    Finalmente en la tercera parte, hemos seleccionado una docena de personajes de primera líneevo no son todos los que están, pero sí están todos los que son. Sus biografías mereceríanginas. En ninguna se ha escamoteado nada relevante ni se ha eludido el juicio histórico qurecen. Un contrapunto al Diccionario Biográfico Español.El lector juzgará si nuestros objetivos se han alcanzado o no. Ya dijo Luis Cernuda que

    dras de sombra, de ira, llanto, olvido, alienta la verdad». Quisiera, con todo, llamar la ate

    bre el cuidado puesto en la redacción de los capítulos sobre la represión en y después de la gueo que se justifican ampliamente porque, de unos años a esta parte, se ha recrudecido el númerapublicaciones que enfatizan la violencia republicana y disminuyen o suavizan en todo lo posirbarie de la franquista. Incluso hay quien todavía se remite a los cálculos de mi buen amigo Ras Larrazábal, totalmente obsoletos.En realidad, si se compara el número de víctimas de la represión franquista con las común

    eptadas en el caso alemán (y nadie pretenderá que la dictadura hitleriana fuera suave) la brutaativa de la primera es aparente, salvando lógicamente el período de la segunda guerra mundial

    encuentra ensangrentado para toda la eternidad por la Shoah, por las salvajadas cometidas eritorios ocupados y por la hiperviolencia desatada contra todo tipo de oponentes interioretoria de Alemania nunca expiará tales bestialidades.Aún así hay que andar con algo de cuidado en lo que se refiere al período 1933–1939. Com

    alidades muy distintas entraña siempre un problema pero no nos resistimos a la tentación, hecho tipo de cautelas. A tenor de los datos recogidos por Richard J. Evans, en el primer año coms la llegada de Hitler a la Cancillería se registraron 64 condenas judiciales a muerte. En ron 74. En 1935, 94. En 1936, 68. En 1937, 106 y en 1938, 67. En total unas 473. Calderi

    mparación con el caso franquista. Los detenidos «políticos» ascendían a 23 000 en junio de 1

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    s varias oscilaciones, a 11 265 en diciembre de 1938. Las muertes en Dachau entre 1936 yron las siguientes: 10, 69, 370, en Buchenwald, entre 1937 y 1939, 48 771 y 1235 como mínimoal es de 2500. No son cifras completas, pero no divergen mucho de las identificadas como figún sir Ian Kershaw hacia 1939 unos 150 000 comunistas y socialistas habían pasado por campncentración; 12 000 habían sido condenados por alta traición y unos 40 000 habían sido deter delitos políticos menores[2].

    Las cifras que conocemos del franquismo, y en este particular después de la guerra, no dejatadura española en buena situación comparativa. Antes al contrario. Las suyas son muy superiNaturalmente, las magnitudes alemanas que anteceden están referidas al terror «regular». Ha

    er en cuenta también el irregular. Del 30 de enero de 1933 al 30 de junio de 1934, es decir, en dio, durante el período de imposición de la dictadura hitleriana, se produjeron entre 800 y

    esinatos[3]. Pues bien, este último número se alcanzó, por ejemplo, en la zona controlada pneral Queipo de Llano hacia finales de julio de 1936. En menos de quince días. En ambos caserva que las víctimas recayeron esencialmente en compatriotas y dentro de las propias frontera

    Cabría incluso hacer otras comparaciones, entremezclando represión y condiciones de guemilares. La que más prontamente se me ocurre es Francia. Nadie dirá que la ocupación ale

    re 1940 y 1944, fue un lecho de rosas. Hubo una resistencia notable, sobre todo a partir de e dejó un legado sobre el cual se levantaron varias legitimidades: la de la Francia combatien

    Gaulle —como muestra de que los mejores jamás renunciaron al combate— pero también rtido comunista, que exageró notablemente las víctimas entre sus filas. Al igual que en elpañol, es preciso pues andar con tiento a la hora de clasificar las que ocasionó la represión. Se

    una tarea en la que los historiadores franceses y algunos de otras nacionalidades han invcho tiempo y esfuerzo. Como en España.La más reciente investigación que conozco ha distinguido entre víctimas de fusilamiento

    ndenas a muerte decretadas por un tribunal militar alemán o una jurisdicción francesa (del régVichy); rehenes fusilados; ejecutados sumaria o arbitrariamente sin mediar juicio alguno sacrados, asesinados pura y simplemente por las fuerzas de ocupación o los colaboradores cosmas. Pues bien, en plena guerra civil entre franceses y de resistencia contra los alemanecunstancias absolutamente abominables y excepcionales, el número de víctimas que pibuirse a las dos primeras categorías ascienden a 3100 y 1434 respectivamente[4]. Muchos, go, pero de nuevo bastante menos que las de la represión franquista entre 1939 y 1948 cuandy que olvidarlo, seguía vigente el estado de guerra. Sin contar los muertos por enfermedad y

    dados, respecto a los cuales no hay estimaciones excesivamente fiables.Si de la dictadura nazi se pasa a la italiana, la comparación es todavía peor para el franqu

    gún Bosworth, en el camino hacia su implantación en 1922 y después, Mussolini liquidó entre 200 oponentes políticos. Al final del fascismo unas 13 000 personas habían sufrido destierrosmpos de paz, término de referencia que es igual que el nuestro, el tribunal especial relevante puesto solo nueve sentencias de muerte. De aquí que Bosworth acepte que, en lo que se refiermensión interna, el régimen mussoliniano, por otra parte tan repelente, fuera infinitamente mnguinario que el soviético, el hitleriano o… el franquista[5].

    A ello se añade el hecho de que, a pesar de haber llevado a cabo una acción supuestamente lo

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    triótica para salvar a España, los franquistas hicieron todo lo posible para velar sus desmsde el no registro de cadáveres en los cementerios durante la guerra hasta la ocultación de unarte de la documentación en que pudiera reflejarse lo sucedido.

    El público español en general, y no hablemos de los jóvenes que no llegan a la Universidad, iyoritariamente que la dictadura franquista fue, descontando las víctimas ocasionadas por la gndial en los casos alemán e italiano, la segunda más sanguinaria de Europa, muy por delanteliana. Habrá, sin duda, gente que piense que nuestras comparaciones no son válidas, pero haer en cuenta que contraponemos por lo general víctimas de procesos judiciales, aunque fueserantías mínimas, como las que tuvieron lugar en la zona franquista desde antes de terminar la gil y que se prolongaron hasta 1948. En estas condiciones es, creo, aceptable afirmar quetadura franquista solo le sobrepasó, eso sí, a considerable distancia, la soviética. Obviamenror estalinista de los años treinta, en sus variadas manifestaciones, constituye una salvajadiativos, aunque hay autores, sobre todo soviéticos, que han tratado de explicarla «racionalmmi opinión, el binomio Stalin–Franco o Rusia–España y sus formas respectivas de enca

    sado sombrío ofrece amplio campo para muchas reflexiones. En ambos casos, y como en toda btadura que se precie, se invirtieron medios considerables en reinterpretar a su conveniencia y necesidades el pasado, ya fuese el próximo o el remoto.En España, con el advenimiento de la democracia, tal esfuerzo ha resultado al menos baldíono historiográfico o científico. No así en los ámbitos propagandístico, marrullero o populistnsiva «historietográfica» no se ha detenido nunca. Pervive, y a los compases de los cambgnas políticas, sigue coleando. Dedicamos a estos aspectos el epílogo y su coda. Que cadauante su vela. Nosotros pretendemos ofrecer un resumen de los análisis más exactos posible de historiadores hoy conocemos sobre los aspectos fundamentales de un pasado de sangre y coase ha rehuido ningún tema básico, por escabroso que sea.

    En mi papel de coordinador me ha tocado realizar todos los esfuerzos necesarios mogeneizar en lo posible las contribuciones, evitar solapamientos y rellenar lagunas. Me he gr dos principios.

    El primero, la conciencia de que cuarenta años de dictadura de extrema derecha han dejaso indeleble en la sociedad española. Esto es, por supuesto, una constatación trivial. En oceso de elaboración de esta obra, el diario El País hizo referencia, en su edición del 20 de dicie2011, a la encuesta llevada a cabo por Metroscopia sobre una muestra de casi 20 000 entrevistmero muy amplio en este género de investigaciones. En ella se pidió a los encuestados q

    sicionaran en una escala ideológica que iba desde la extrema izquierda a la extrema derechmaron la atención los resultados globales: la mayoría se consideró ideológicamente de centroas las ambigüedades en las que sea dable pensar) pero, y este pero tiene su importancia, tras

    sado una cota de edad de 65 años aumentaban significativamente quienes se autoposicionabanrema derecha.Los autores de la encuesta notaron, para explicar dicho fenómeno, que podían esgrimirse dife

    gumentos, pero subrayaron que tal grupo lo componían los nacidos antes de 1945 y que acabarseñanza primaria a mitad de los años cincuenta. Es decir, personas que han pasado la mitad d

    as bajo el franquismo y cuyos recuerdos de infancia y juventud, así como los proces

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    cialización más fundamentales en la vida de un ser humano, estuvieron expuestos a la ideocial que se enseñoreaba de todos los medios de comunicación y de «aculturación» políológica. Este grupo de personas, y verosímilmente muchos de sus descendientes, figura entre lo

    acios a aceptar los resultados del trabajo de desmitologización efectuado por los historiadorecuentra entre los más susceptibles a los lavados de quienes ven en la historia un arma para la ítica e ideológica del presente.El segundo principio es la conciencia de que en los últimos años, y en un número reducicázares», no existe el menor empacho en difundir distorsiones del proceso histórico esp

    gunos se identifican en el último artículo de la presente obra. Distorsiones que, por lo genciden con los mitos aducidos durante el franquismo para justificar la sublevación militar de to conlleva una visión maniquea y en blanco y negro de la experiencia política, económica, evia, del todo congruente con el propósito, ya evidente antes de la sublevación, de deslegitites de subvertirla. La Universidad española no será un dechado de perfecciones, pero es la e hasta ahora ha tenido España y se ha mostrado bastante impermeable a la aceptación detorsiones, con la excepción de un grupito de autores que denuncian, a veces con malas maneultos personales, a quienes escriben, según ellos, «historia militante». En general, m

    pecialistas de la represión ni tampoco conocen demasiado experiencias extranjeras.Al término de esta intensa y compacta aventura intelectual (por cierto, de los cuatro proyec

    ralelo culminé tres, entre ellos el europeo), me sentiría muy satisfecho como coordinador dro, interpretando el sentir de todos los que en él han colaborado, si el público (y los jóveneán los ciudadanos que contribuyan a configurar el futuro) resultaran más conscientes dbigüedades insertas en toda explicación histórica. Hay quienes miran al pasado y quienes noenes, en cumplimiento de su deber científico y ético, aspiran a mejorar el conocimiento de n

    venir. Hay quienes se sienten felices ante la idea de que España continúe siendo una cu

    cepción en la experiencia europea, sobre todo occidental.Lo que ocurre en nuestro país, con la carta blanca que en él se da a cualesquiera vers

    torsiones o plenas estupideces, es algo muy diferente de lo que ocurrió en otros de pasados no mmbríos: la Historikerstreit —la querella de los historiadores— en Alemania, las oleadas que s«recuperación» de Mussolini en Italia de la mano de Renzo de Felice o la visión relativasámica que durante años se propagó en Francia sobre el régimen de Vichy hasta que la reventrallazo Roben O. Paxton.Aquí se venden sucesivas ediciones de un librito infumable que presenta a Franco como ca

    mplar y nadie se conmueve. Quizá porque la Iglesia se ha adentrado aceleradamente en su poceso regresivo y porque pugna de nuevo por recuperar la preeminencia en la tutela sobre lben saber y creer los sectores que le interesan de la sociedad española.

    Si en Hungría o Eslovaquia, también países miembros de la Unión Europea, se obseocupantes fenómenos de lavado del pasado fascista —todo ello para enlazar con una veaccionaria de sus esencias patrias—, en España habrá que seguir atentos a que universitarasa fiabilidad, periodistas de medio pelo y divulgadores carentes del menor sentido del bochor

    eden sin respuesta. No sea que nos vaya a pasar lo que en Chile, donde se ha pensado con

    iedad en edulcorar oficialmente la dictadura del general Pinochet caracterizándola como «rég

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    itar».Es preciso, pues, no cejar en los esfuerzos de poner a la historiografía española a un

    mparable al de nuestros homólogos en los países que siempre han sido nuestra referencia. Embate por la historia nos alineamos todos los que hemos colaborado en la presente obra y chos otros que en las aulas escolares y universitarias velan porque a las nuevas generacionessigan suministrando pociones mágicas e informaciones que, simplemente, no son historia.¿Podremos romper el tradicional círculo vicioso? ¿Sentar las bases para que los historiador

    uro miren complacidos hacia nuestro tiempo? No todo depende de la educación, pero sí edida muy importante. Ciudadanos conscientes del pasado de su sociedad, de todo su pasado, nilmente manipulables. Tampoco bajo argumentos de autoridad vacíos.Esta obra se concibió bajo la invocación del gran poeta Jaime Gil de Biedma cuando afirm

    e todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España, porque termina masotros, en todos nosotros, está que el ciclo quede definitivamente roto.

    23 de febrero de(XXXI aniversario de un día de inf

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    ENTRE CULTURA Y POLÍTICARUPTURA Y CONTINUIDAD

    INTELECTUALES DESDE 1931 A 1975por

    JOSÉ –CARLOS MAINER

    ¿UNA REPÚBLICA DE INTELECTUALES?

    forma premonitoria, un «Manifiesto» de la Agrupación al Servicio de la República —que firmelectuales tan relevantes como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Aypublicó en  El Sol  el 10 de febrero de 1931 y pareció predecir el rumbo del futuro Régimennatarios obtuvieron trece escaños, pero pronto se advirtió que no eran buenos tiempos p

    stigio de los intelectuales, crucificados entre el compromiso que les exigían las izquierdas radicpésima opinión de las derechas, que los consideraban engreídos, egoístas y veleidosos. A la fec31 y en plena crisis de valores del mundo occidental, el nuevo paradigma era el intelectual qía en la democracia liberal y confirmaba a su alrededor toda clase de decadencias: la de Occimosa por el agorero y reaccionario libro de Oswald Spengler, publicado al final de la gue14), la del patriotismo convencional y militarista (Valle–Inclán lo puso en solfa al recoger en 19oces esperpentos  que componen  Martes de Carnaval), la de la burguesía, la de la cnvencional y hasta la de azul celeste (como decía el título de una novelita de Federico Carlos Sá

    bles) y la de flauta (como anunció un ensayo de Ramón Sijé, el mentor católico y fascistoiguel Hernández)…Para un escritor joven y ya famoso, Ramón J. Sender, que vacilaba entonces entre las tentacion

    arquismo y el comunismo, el prestigio intelectual era también una cosa del pasado, como adverlos incitantes ensayos de  Proclamación de la sonrisa  (1935), donde sustentó la superiorida

    ndy. Y la narrativa inquieta del momento se pobló de héroes dubitativos y fracasados que mosvalores declinantes de la pequeña burguesía más o menos cultivada: Un intelectual y su carcom

    ario Verdaguer; La vida difícil, de Andrés Carranque de Ríos, y Luis Álvarez Petreña, de Maxn símbolos —entre otros muchos— del largo eclipse de la razón.

    Sin embargo, a pesar de estos augurios iconoclastas, la República vino a significar mayoritariaa continuidad de lo más valioso de la cultura liberal y progresista que se había fraguado en los tmeros años del nuevo siglo, a favor de los componentes más abiertos de la monarquía, como el Romanones hizo notar en su opúsculo Las responsabilidades del antiguo Régimen (1924), unaoapología escrita un año después de la proclamación de la dictadura de Primo de Rivera. No erualidad que el autor hubiera sido en 1901 el primer ministro de Instrucción Pública en Ertera desgajada de la de Fomento en aquel año) y que poco después fuese el lugarteniente denalejas en el empeño de modernizar el partido liberal.

    En ese año y los siguientes, se expandieron las consignas que movilizaron y conformaron la op

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    ogresista española e hicieron pensar a muchos en una concepción más democrática del gobiernoción: el anticaciquismo, el antimilitarismo y el anticlericalismo exorcizaban los viejos demmiliares del país y, de un modo u otro, junto a la esperanza de una república, fueron un proelectual que tuvo como referentes morales a Joaquín Costa, a Benito Pérez Galdós y a Franner de los Ríos. Sin embargo, los liberales monárquicos fracasaron en las batallas del laicismo yorma escolar, en la contención del militarismo y al establecer las líneas de vinculación de la Cormundo de la cultura. Y la oportunidad llegó quizá demasiado tarde en 1931…

    Pero el nuevo régimen abordó la separación de Iglesia y Estado (eso y no otra cosa queríaanuel Azaña al anunciar que «España ha dejado de ser católica»), redujo privilegios militaocuró, a la par, dotarse de una respetabilidad cultural en sus solemnidades públicas, busonocimiento de las grandes figuras y hasta abordó la protección de algún notable escritor en mentos, como fue el caso de Ramón del Valle–Inclán. Dio pasos en la creación de un «Etural» inteligente, que era la pauta de la época a la vista de ejemplos tan llamativos como la viética y el México revolucionario, la Italia fascista y los Estados Unidos del «New Deal», aur supuesto, se quedó en los umbrales del delirante, agudo y provocativo panfleto del fascista Eménez Caballero, Arte y Estado  (1935), que se había publicado previamente en unos artículosista monárquica Acción Española.También dio un tono más decididamente social a la vida escolar, como se percibió en la creaciMisiones Pedagógicas (mayo de 1931) —un entusiasta esfuerzo del Ministerio de Instru

    blica, desempeñado por Fernando de los Ríos (e inspirado por Manuel Bartolomé Cossío detitución Libre de Enseñanza)— para reclutar jóvenes estudiantes que realizaran campañas cultla España rural. Poco después, Federico García Lorca y sus amigos de la FUE (Feder

    iversitaria Escolar) crearon el teatro ambulante «La Barraca» con objetivos muy similares. bre todo, la obsesión educativa del Gobierno se plasmó en un ambicioso plan de construcc

    olares y el paralelo incremento de las plantillas de profesorado de las enseñanzas primaria y ms cursillistas  —maestros reclutados y formados en breve plazo— fueron un síntoma de a

    gencia y luego, un objetivo del rencor y la venganza en 1936. [→ REPRESIÓN].

    En esa misma tónica, lo que hizo más visible la proyección social del nuevo régimen fciativas de asociación de intelectuales republicanos que se iniciaron a finales de los veinte scaban otra dimensión de su tarea más allá de lo meramente profesional: así hicieron los arquiles al racionalismo de Le Corbusier al crear un activo GATEPAC (Grupo de Artistas y Técpañoles para el Arte Contemporáneo); los nuevos músicos que se asociaron en un «grupo

    ho», concebido como un eco del francés «groupe des six»; los artistas y los espectadores inqe formaron la asociación ADLAN (Amigos de las Artes Nuevas) que promovió exposicitales, conciertos y un clima favorable a la novedad estética; las mujeres que crearon el Lyceumdrileño, primera asociación feminista de finalidad cultural… Sin duda, aquel matiz «republicane se hablaba a menudo (como marchamo positivo por parte de sus componentes o como scalificación en labios de sus enemigos) estuvo precisamente en la inquietud de estos gcididos a actuar como fermento social. Los hubo, también, en las izquierdas radicales que, mnudo, despreciaban aquellos ritos burgueses y concibieron sus formaciones como un sindicato

    viet   de trabajadores de la cultura: la UEAP (Unión de Escritores y Artistas Proletarios, 1932

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    EAR (Asociación de Artistas y Escritores Revolucionarios, 1933), creada como sección naciona alianza impulsada desde la Unión Soviética.

    LA GUERRA CIVIL Y LA MOVILIZACIÓN DE LA CULTURA

    mo en buena parte de Europa, la tensión del ambiente político y social español se había traslad

    cultura. Y cuando estalló la guerra civil —en el escenario de mutuas sospechas— se produmativo intercambio de violencias simbólicas, que es abordado en otras entradas del presenteo cuya matriz cultural conviene recordar aquí: los docentes y los profesionales progresistas fvíctimas predilectas de la represión franquista, mientras que los clérigos y los grandes propietarron en la zona republicana. Nada reflejó mejor la inquina de las derechas hacia el clima —

    daba de frívolo y amoral— de la nueva intelectualidad que las páginas de la novela Madrid, de cheka  (1938), escrita a imitación de Valle–Inclán (y no sin gracia) por un joven diplomstócrata, Agustín de Foxá, convertido al falangismo. Pasada la contienda,  Raza  (1941), el

    ematográfico con el que el megalómano general Franco (que firmó con el pretencioso seudóaime de Andrade») se explicó a sí mismo (y a sus fieles) las razones de su rebelión contra la legpercibió la guerra civil como una amplificación de otra guerra intestina librada en el corazón m

    las clases medias españolas: sus sectores católicos y tradicionales frente a los avanzados, laranjerizantes. Pero Franco, de añadidura, situó la primera escisión de ese cuerpo social (acizo de la raza», como luego escribiría el disidente Dionisio Ridruejo) en las jornadas de 1898luencia de la masonería y en el desinterés de los progresistas por la aventura colonial africanao se culpabilizaba a toda una larga genealogía de intelectuales: desde los hombres de la Instit

    bre de Enseñanza a los universitarios de la Junta para Ampliación de Estudios y los intelecitizados de la Liga de Educación Política (convocada por Ortega en el marco de la proyecció

    rtido Reformista), pasando por la recién bautizada «generación del 98» (un concepto falso denque expresivo, que cobró densidad académica en los tiempos republicanos, precisamentePRESIÓN].

    El estallido de la guerra civil —consecuencia de un golpe de estado que no pudo cumplvisiones— fue difícilmente entendido por dos generaciones de intelectuales liberales y icales en su día que ya estaban en la cincuentena y sesentena de su edad. No se equivocab

    roja cuando le dijo a José Moreno Villa, a finales de 1936, «¡qué mal hemos quedado los delgún recogió el primero en sus memorias de exilio. Los patéticos cambios de opinión de Miguamuno, antes de romper públicamente con los sublevados, y la angustia de sus último

    ntrastaron, por supuesto, con la lealtad republicana de Antonio Machado, un veterano burgués re buscó entender el nuevo lenguaje revolucionario y traducirlo a su experiencia vital. En la malos casos, hubo una hostilidad de principio —como la del propio Pío Baroja desde 1930

    itudes vacilantes que se resolvieron a la larga en apartamiento y reprobación de la República, cedió a Azorín, Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Marañón y Menéndez Pidal

    andonaron el país preventivamente al estallar el conflicto. Hubo quien tardó en hacerlo —anuel de Falla— pero a la postre se exilió para siempre. Alguno, como Juan Ramón Jiménez, tam

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    ó tempranamente su patria pero siguió siendo fiel a la legitimidad republicana; otros, como Rmez de la Serna, intentaron desde su autodestierro bonaerense una precoz y fallida reconciliacióvencedores. Y no faltó quien, como Eugenio d’Ors y los pintores Ignacio Zuloaga y José Maríaaborara desde el comienzo con los futuros ganadores, mientras otros, como Jacinto Benavente ytiérrez Solana, se hicieron olvidar pronto sus actitudes prorrepublicanas. Salvador Dalí, siemrgen, se mantuvo en Estados Unidos y muy tarde redescubrió su país y empezó su extemporá

    prichoso acercamiento al Régimen en los años cincuenta, lo que le convirtió en un fetiche pintoebrado siempre por un nutrido coro de periodistas y gorrones.Pero, con raras excepciones (y Dalí fue una de ellas), prevaleció la inflexible frontera de eda

    dida, que marcaba la comprensión o la incomprensión del nuevo tiempo político. Por debauella, entre los nacidos después de 1890, las actitudes prorrepublicanas fueron mayoritarias, achos también abandonaron el país en guerra con más consternación dolorosa que fervor militanieron Pedro Salinas (que tenía una invitación previa en Estados Unidos), Jorge Guillén (atrapaSevilla de Queipo de Llano), Alejandro Casona (que estaba en gira americana con su comtral), Luis Cernuda (que dejó Valencia en otoño de 1937 para ir a Inglaterra), Ramón J. Sendeoscuro episodio militar que ocasionó su ruptura virulenta con los mandos comunistas)…La radicalización de las posiciones se hizo muy patente en torno a la Alianza de Intelec

    tifascistas, heredera de aquellas agrupaciones militantes de preguerra, en cuya organizuvieron dos escritores comunistas, Rafael Alberti y María Teresa León, y un ensayista católicorgamín, que la presidió. El título de su revista, El Mono Azul, declaró su vinculación del proleta

    bano al evocar su prenda de trabajo emblemática. Otros, sin embargo, apuntaron a la reconstrural de una cultura más compleja, de base socialista, aunque también liberal y fuertemente nacl fue el empeño de la revista valenciana Hora de España  (1937–1939), el más valioso conjunnsamiento y creación que ofreció la literatura de estos años, a uno y otro lado de las trincheras

    á de la mera y necesaria propaganda, la altura de miras de su grupo inspirador no tiene parachos de sus colaboradores dieron también el tono dominante de las sesiones del II Conernacional por la Libertad de la Cultura que celebró sesiones en Valencia pero también en Barc

    Madrid. Los asistentes de todo el mundo fueron un refrendo irrefutable del apoyo de la intelectuernacional más progresista a la causa republicana: entre ellos estuvieron Tristan Tzara, Stender, Ilya Ehrenburg, Alexis Tolstoi, André Malraux, Jef Last, Malcolm Cowley, Pablo Ncente Huidobro, Alejo Carpentier, Octavio Paz, César Vallejo, Juan Marinello… (André Giudió, temeroso de la reacción de los comunistas ante su reciente libro  Retour de l’URSS,

    nción ocasionó un desagradable incidente en el congreso). Y todo aquello encendió el entusiasma generación más joven —cuyo símbolo puede ser el joven poeta Miguel Hernández— que vianza del arte, el pensamiento y el combate, movilizados en el comisariado político de las mibajando en el Altavoz del Frente y en las Brigadas de Alfabetización, o en las Milicias de la CulGuerrillas del Teatro.En la zona que pronto se autodenominó «nacional» la organización de la cultura nunca tu

    portancia que adquirió en el campo de sus enemigos. Los grupos de Falange fueron, conerencia, los más activos y en muchos órdenes se siguieron pautas de actuación parecidas

    otagonizadas por los militantes de izquierda en la España republicana. Hubo carteles y consignas

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    uí realzaban el carácter rural y tradicional de la «nueva España», frente a la España fabril y moe identificaba a sus enemigos), revistas de tono entre militante y frívolo (como Vértice) o de refls sesuda (como Jerarquía), y semanarios de humor para combatientes como  La Ametrallande se combinaba la befa castiza y la comicidad moderna que ya apareció en revistas reaccio

    periodo republicano, como Buen Humor  y Gutiérrez  Pero los intelectuales más activosrafalario Ernesto Giménez Caballero en Salamanca, la «escuadra de Jerarquía» en Pamplo

    upo falangista de Burgos— tuvieron mucha menos fuerza movilizadora que la que el clerocado católicos proporcionaron al bando vencedor. Aunque, en muchos aspectos y prejuicios, ncidían. Federico de Urrutia fue autor de un divulgado libro de Poemas de la Falange eterna (uno de los cuales, «Leyenda del César visionario», dio título a un libro de Francisco Umbral—os después, fue compilador de otros Poemas de la Alemania eterna  (1940), donde tirios y trompitieron en sonrojantes alabanzas del nazismo. El escritor que alcanzó mayor repercusiónaría Pemán, pertenecía a ese contexto de fascistización colectiva, pero ya había sido en losinta el héroe literario de la derecha monárquica con estrenos teatrales como  El divino impabre la vida del misionero Francisco Javier), Cuando las Cortes de Cádiz  (caricatura de la Eeral de 1812) y Cisneros  (apología descarada de la dictadura de Miguel Primo de Rivera); en versos de su Poema de la Bestia y el Ángel —ilustrados por los dibujos de Carlos Sáenz de Tej

    uñaron para siempre el repertorio de valores de los vencedores y el odio por sus enemigos venntificados con el internacionalismo, el marxismo y el judaísmo.

    BALANCE DE LA DESTRUCCIÓN

    balance humano de la guerra fue atroz. El caso más conocido y ejemplar fue el sacrificio de Fercía Lorca, delatado, detenido y fusilado sin juicio en una ciudad donde le conocía todo el munde se sabía que no militaba en ningún partido. Pero, no muy lejos, patrullas «rojas» asesinaeta malagueño José María Hinojosa, uno de los surrealistas más precoces. Al viejo testigo de iodista y novelista Manuel Ciges Aparicio le fusiló un grupo falangista cuando era gobernadoÁvila; las represalias anarquistas en Barcelona sacaron de su cama y asesinaron a otro escritor

    ad (y enfermo de cuidado), Manuel Bueno, involuntario causante de la manquera de Valle–IncláPaís Vasco cayeron José Manuel Aizpurúa, falangista, que había diseñado el Club Náutico d

    bastián, el más airoso de los edificios racionalistas del decenio de los treinta, y Nicolás Lekuomisma cuerda política, el mejor fotógrafo y pintor de la promoción vanguardista vasca. Entelectuales vascos muertos por los franquistas estuvieron el sacerdote José de Ariztimuño, Aovador de la lengua literaria, y Estepan Urkiaga, Lauaxeta, el más prometedor de los nuevos peusquera. Las «sacas» de las cárceles madrileñas contaron entre sus víctimas al veterano ensmiro de Maeztu, referencia de la derecha totalitaria española, y al nada joven Pedro Muñoz Seentor de la astracanada. Y las patrullas espontáneas segaron las vidas del anciano paleógrafo jcarías García Villada y del joven pintor Alfonso Ponce de León, falangista, quizá el

    resentante de la Nueva Realidad en la pintura española. En la sitiada Huesca fue fusilado Rín, simpatizante anarquista, uno de los artistas más imaginativos del momento, pero en Burgo

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    una ciudad lejana del frente, se fusiló a Antonio José (Martínez Palacios), el mejor mtellano de la nueva generación, como en Galicia se acabó con la vida del intelectual galle

    exandre Bóveda y en Tenerife, donde la sublevación triunfó sin apelación, se mató a Domingo rres, surrealista y colaborador de la renovadora Gaceta de arte. Y la sangría siguió: en Valencupantes franquistas fusilaron a Juan Piqueras, uno de los mejores críticos de cine de su generacMadrid, al recalcitrante bohemio Pedro Luis de Gálvez, a quien se atribuía el asesinato de M

    ca. La ocupación de Francia por los nazis entregó a la policía de Franco a políticos e intelecto de ellos, fusilado en Madrid en 1940, era el escritor socialista Julián Zugazagoitia que, años bía salvado la vida al escritor Wenceslao Fernández Flórez a quien avaló ante las autoriublicanas. Pero en 1942, Miguel Hernández murió en la cárcel de Alicante, sin que sirviera deintercesión de algunos escritores leales al Régimen. [→ VIOLENCIA, → ZONA FRANQUISTA, →

    PUBLICANA].

    La destrucción de patrimonio fue grande en ambos bandos. El arte religioso fue objeto de viotemática por partidarios de la República mientras que los monumentos civiles o las Casas del Pn derribadas y saqueadas por los franquistas. Se quiso poner freno por parte de unos y otros. Elio de 1936 el gobierno republicano constituyó una Junta de Incautación del Tesoro Artísticiembre de 1936 se organizaron en la España de Franco las Juntas de Cultura Histórica y del Ttístico y, en 1937, un Servicio Artístico de Vanguardia encargado de trabajar en primera línea nas de combate, lo que incluía la devolución de obras de arte incautadas a sus dueños. Hubo tam

    Servicio de Recuperación de Documentos, adscrito al Ministerio de Gobernación: la dpendencia administrativa nos indica que la función de este tenía mucho más que ver cogencias fiscales de la futura depuración que con los propósitos de salvaguardar un patrimioso.Cuando se produjo el asedio de Madrid, la autoridad republicana evacuó a los principales cient

    escritores que vivían en la capital y les buscó un acomodo en Valencia, lejos de los bombande incluso fundaron una revista miscelánea,  Madrid. Cuadernos de la Casa de la Culturanoció tres entregas. En las mismas fechas, fue también ejemplar la operación de salvamento adros del Prado que, en pleno asedio de Madrid (y habiendo sido bombardeado el museo pnquistas), salieron para Valencia. Allí fueron depositados en las Torres de Serranos, luego marccia la frontera francesa y, por último, fueron llevados a Ginebra, como sede de los organernacionales. La ardua negociación para su rescate fue inicialmente llevada por Eugenio d’Ombre del gobierno franquista e incluyó la aceptación de celebrar una exposición pública de los f

    servados: un total de 163 cuadros (procedentes del Prado, pero también del Monasterio corial y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando) fueron expuestos y visitados, a partirjunio de 1939, por 350 000 personas. Las ciudades de Berlín, París y Roma pidieron ser se

    evas exposiciones, a lo que no se accedió.Lo que sucedió a la victoria franquista en la guerra civil fue —en el campo de la cultura—

    erte de glaciación que desarrollaba, en mayor o menor medida, todos los proyectos de contrarree habían inspirado a los vencedores. Tres siglos de historia nacional —el XVIII  extranjer

    strado, el XIX liberal y revolucionario, el cercano XX caracterizado por la decadencia de la tradic

    ron puestos bajo sospecha, a la vez que se exaltaba el pasado medieval devoto Y guerrero (

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    scó la celebración del Milenario de Castilla en 1943), la unidad forjada por los Reyes Catferencia que se multiplicó al calor de la nueva onomástica pública) y la gloria imperial de lomeros Austrias (particularmente entusiasta con el caso del «César Carlos»). Las nuevas referetóricas contaron con temprana bibliografía exegética y alumbraron un calendarionmemoraciones y fechas de la España Nacional–Sindicalista» que recogía un folleto oficial de tado por la activa Vicesecretaría de Educación Popular: 1 de abril (Fiesta de la Victoria), 19 deía de la Unificación, que recordaba el decreto de fusión de falangistas y carlistas), 2 de may08), 18 de julio (Glorioso Alzamiento y Exaltación del Trabajo), 1 de octubre (Día del Caudilloctubre (Día de la Hispanidad, instituido como Día de la Raza en 1918 por un gobierno Mauroctubre (Fiesta Fundacional de Falange y Día de los Caídos), 20 de noviembre (Luto Nacional, erte de José Antonio Primo de Rivera). A ellas se añadían fiestas religiosas sin cue

    nmemoraciones partidarias (el Día del Estudiante Caído recordaba, el 9 de febrero, la muentado del militante falangista Matías Montero, ocurrida en 1934) o históricas (el 4 de agosto, Dlor, revivía la pérdida de Gibraltar). Católicos, falangistas y carlistas acordaron sin demas

    oblemas su apabullante presencia simbólica: al Himno Nacional de la monarquía lo escoltabanciones nacionales» (el «Cara al sol» fascista, el «Oriamendi» carlista y el bronco «Himno gión»), pero ningún escolar dejaba de aprender desde el himno de la Acción Católica hasta el hla Infantería, pasando por un cancionero a veces adaptado de modelos nazis («Yo ten

    marada») o de producción nacional, como «Montañas nevadas», con letra de Pilar García Norsica de Enrique Franco. Y muy pronto un avispado compositor logró imponer una fanfarrialgamaba aquellas «canciones nacionales» para concluir en las notas del Himno Nacional.La negación del pasado próximo estuvo en el primer plano, como se ha indicado. Términos co

    ntiespaña», para referirse a sus rivales y a sus herederos, como la acuñación del téontubernio judaico–masónico–marxista», para designar a quienes vieron como responsables

    ntienda, no fueron fruto de una retórica ocasional sino denominaciones insistentes, difundidaos los medios y sostenidas hasta el último momento. Se advirtió claramente en el patético diFranco, en octubre de 1975, dirigido a sus últimos partidarios en la Plaza de Oriente, trilamientos de cinco terroristas de ETA y GRAPO en septiembre y en plena campaña internarepudio de su régimen: allí volvió a condenar el «liberalismo y el comunismo» y a evocar su d

    r la opinión internacional como había venido haciendo desde 1936. [→ TARDOFRANQUISMO].

    LA EJECUCIÓN DE LA VENGANZA: PERSECUCIÓN Y EXILIO

    1939 los vencedores reclamaban la venganza y la persecución sin paliativos, a la vez que expudor su rencoroso masoquismo: los términos de «mártires de la Cruzada» y «cautivos de la

    a» se incorporaron al léxico de la «Victoria» por antonomasia, a la que se aludía en las locurimer año triunfal», «segundo año triunfal», etc., utilizadas en la correspondencia oficial (e inticular) durante toda la contienda, al lado del preceptivo «¡Saludo a Franco! ¡Arriba España!».

    gió, en consecuencia, el cambio radical de los parámetros culturales que habían de ser los proppaís habitado en lo sucesivo por intelectuales que fueran «mitad monjes, mitad soldados». En u

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    «terceras» del  ABC   de 1939, el falangista Agustín de Foxá saludaba a los jaraneros soltellanos que ocupaban los hoteles y los bares madrileños de donde habían desalojado

    neración de intelectuales enfermiza y cursi. Y tildaba de «Homeros rojos», citándolos pombres, a los escritores republicanos cuyas firmas había visto en  Hora de España. Su camnesto Giménez Caballero proclamaba el final del «ensayo», género de raigambre liberal, y su umplazo por el «sermón» y el «tratado». Y el filólogo Antonio Tovar, al prologar el libro Españaancia, de Hans Juretschke, llegaba mucho más lejos en su germanismo y su repudio de la cncesa que el propio autor, que era consejero cultural de la embajada nazi en Madrid.El culto a Ramiro de Maeztu o el rescate de Marcelino Menéndez Pelayo —de quien se inici

    gna «Edición Nacional» de sus obras completas en el marco del nuevo Consejo Superivestigaciones Científicas— denotó el signo de los tiempos, tanto como el general aplauso con qibió el inicio —por parte de Editorial Católica— de una Biblioteca de Autores Cristianos (1y pronto considerada «de interés nacional» y copiosamente subvencionada. Por espacio de m

    os, los sólidos pilares del nuevo régimen —católicos, militares, totalitarios— no reconocieron yos ni a los intelectuales progresistas, ni siquiera a los liberales moderados, y miraronsconfianza incluso a quienes habían sido sus partidarios.

    El dramático hecho del exilio de muchos intelectuales fue, sin embargo, la confirmación más pla hostilidad del Régimen a la intelligentsia. Ningún otro destierro europeo del siglo pasado hlargo en el tiempo, ni tan generalizado. A otros países partieron los convencidos de su causa

    bitativos, la gente desmoralizada (como Benjamín Jarnés) y las gentes que no pudieron sopomo Juan Gil–Albert, que regresó pronto, o como Eugenio Ímaz y Ramón Iglesia Parga, qcidaron). Para algunos fue una experiencia definitiva que tiñó de amargura o despecho su desescritura (como pasó a los poetas Pedro Garfias y José Herrera Petere), o fue una obsmanente a lo largo de toda su obra. La guerra civil y sus consecuencias formaron el centro tem

    la obra —narrativa y teatral— de Max Aub, bajo el título general de «El laberinto mágico», po más paradigmático fue el de la poesía de León Felipe, concebida para la declamación persoos que llenaban los teatros mexicanos de exiliados contumaces y de partidarios locales. Para

    embargo, el destierro favoreció el desarrollo de una carrera profesional importante que menzado en España (arquitectos como Josep Lluís Sert o Félix Candela; músicos como Rolffter y Robert Gerhard, un cineasta como Luis Buñuel), o significó aquella integración favoranuevo paisaje cultural para la que el filósofo José Gaos acuñó el término de trasterrados,mplazar el de desterrados. [→ EXILIO].

    En una u otra medida, nunca olvidaron su origen: en el exilio se escribieron evocaciones ancia y la juventud tan hermosas como Crónica del alba, de Ramón J. Sender, y Retornos de loano, de Rafael Alberti, pero también visiones tan apasionadas de la cultura patria como Pensamoesía en la vida española, de María Zambrano, y España en su historia, de Américo Castro. T

    vinculación colectiva al pasado que, un año después del dramático libro de Castro, en 1949, Franala se preguntaba desde Buenos Aires: «¿Para quién escribimos nosotros?», conjeturando q

    bo, habrían de tener en cuenta el escenario actual de su vida y confluir y dialogar, en cierto modoque inevitablemente se seguiría escribiendo en la patria lejana. La trayectoria de Ayala dem

    mo pocas, la capacidad de adaptación de un intelectual: mal visto en la Argentina de Perón, p

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    erto Rico, donde se familiarizó con la cultura anglosajona, y esto le permitió establecerse en Esidos con excelentes contratos universitarios (aunque hubo de cambiar sus estudios sociológicoliterarios), a la vez que proseguía su obra de creador. Ya en los años sesenta empezó a

    cuentemente a su país de origen y fue el primer exiliado que se integró con éxito en la primeralos intelectuales españoles. No debe olvidarse que la fidelidad a España era innata en

    neraciones fuertemente marcadas por la preocupación por su país, pero también fue muy facir el destino mayoritario de los desterrados, tras los trastornos europeos: México, Argentina, ba…, e incluso la entonces poco recomendable República Dominicana, de Trujillo. Alsterrados no cambiaron de lengua y pudieron dotarse de una notable institucionalización cuopia —asociaciones, revistas…— que el gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas promovimirable generosidad. Hubo, por supuesto, distanciamientos y riñas entre las gentes exiliadas, mbién recelos y envidias entre los naturales de los países de destino y los forasteros. Pablo Nebitualmente muy generoso con los españoles a los que había conocido antes de 1936, zahiliado Juan Larrea y levantó sospechas de rapiña sobre los orígenes de la colección de antigüeuanas que el escritor había regalado al gobierno republicano español poco antes de iniciar su maEn cualquier caso, conviene recordar que hasta comienzos de los años sesenta el balance litexilio era notablemente más rico e intenso que el del interior: así se hizo bueno lo que apo

    ón Felipe a Franco y a sus «harcas victoriosas» de 1939 («Tuya es la hacienda, / la casa, / el caba pistola. / Mía es la voz antigua de la tierra. / Tú te quedas con todo / y me dejas desnudo y er el mundo… / mas yo te dejo mudo… ¡Mudo! / ¿Y cómo vas a recoger el trigo /ya alimentar el

    yo me llevo la canción?»), aunque el propio poeta rectificara en 1958 al prologar generosamero de una poeta antifranquista española, Ángela Figuera Aymerich, autora de Belleza cruel. Esmponer o pintar en libertad, poder hacerlo en cómoda cercanía de los modelos internaciontener una relación más intensa y personal con las nuevas tendencias ideológicas, fueron elem

    e —entre otros— explican una parte de esa hegemonía del exilio sobre el interior, pero adnviene advertir que, de un modo u otro, los mejores se habían ido fuera. El franquismo hizo ldo para ignorarlo y para desnaturalizar el significado de la concesión de dos premios Nobel —món Jiménez en 1956 y Severo Ochoa en 1959— que llegaron a las manos de dos exiliados. mer caso, el Gobierno auspició oficiosamente candidaturas más amables para sus intereses yerte del poeta, logró burlar su decisión de recibir tierra en Puerto Rico y, con el apoyo de un sec

    familia, trajo a España los restos del escritor y su esposa Zenobia Camprubí. En el caso de Ochoiódicos ocultaron el desmantelamiento sistemático de la herencia científica de Juan Negrín y

    nta para Ampliación de Estudios; el científico recibió invitaciones y homenajes de centros espae, en todo caso, no lograron desvincular a Ochoa ni de sus convicciones ni de su laborrteamericano. Cuando el Consejo de Europa otorgó el Premio Carlomagno a Salvador de Mad1973 tampoco se dijo una palabra de cuánto había significado la firme actitud antifranquista, ay neoconservadora, del premiado.

    LA CONSTRUCCIÓN CULTURAL DE LA ESPAÑA

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    FRANQUISTA

    s mecanismos de propaganda del Régimen —la revista  El Español  y la prensa instituciompre echaron mano de la incomprensión del extranjero, herencia de la veterana «leyenda negbrayaron la indignidad de los cómplices españoles en los «intolerables ataques a la independe

    país. Pero la impopularidad internacional del franquismo se mantuvo indemne en el melectual e incluso rebrotó en el dramático otoño de 1975 cuando las últimas ejecuciones poctivaron milagrosamente la solidaridad de 1936, 1947 o los primeros sesenta. No obstante, alnificativos artistas del siglo XX  sintieron por lo español un fuerte tirón afectivo que les

    etidamente al país bajo la Dictadura: para Ernest Hemingway, Orson Welles o Jean Coctepañol —no la España de Franco— fueron una parte de sus biografías personales, lo que alsaprensivos utilizaron como una coartada a favor del Régimen que, al fin y al cabo, había prese«España eterna» del folclore. Pero lo cierto es que, por más que asociemos al franquismustrialización de las formas populares de cultura y diversión, el primer esfuerzo serio de explotustrial de aquel mundo (mediante el cine o la fonografía) ya se había producido al calor pública.Ya hemos recordado que en la España franquista, el «tercer año triunfal» había querido

    cimiento de una nueva era, destinada a borrar todo lo precedente, cuyos destinos siempre esados al predilecto mantra salvador del «18 de julio». Desde un comienzo hasta las conmociones ncilio Vaticano, el mundo católico —la jerarquía episcopal y el laicado, activo en una renovderosa Acción Católica— se integraron de forma mayoritaria en los mecanismos de legitimacióder y de preventiva censura, vinculados a la Vicesecretaría de Cultura, donde sus prejuicipusieron mayoritariamente. Los preceptos morales —en lo sexual, sobre todo— y la exaltación ores religiosos les llevaron incluso a pintorescos enfrentamientos con escritores de inequ

    cutoria, como revela las reservas formuladas contra dos novelas típicamente fascistas, aonocidas con el Premio Nacional en 1942 y 1943: La fiel infantería, de Rafael García Serrano, dido a las visitas de los soldados a los burdeles, y Javier Marino. Historia de una conversiónzalo Torrente Ballester, había presentado a un héroe con dudas, que era amante de una bur

    comunista. [→ NACIONALCATOLICISMO].

    Todos velaban por la defensa de sus intereses y, pese a algunos encontronazos internos, coinla percepción de sus enemigos comunes. No hubo dudas en la ejecución del «atroz desmochse es de Pedro Laín Entralgo, un tardío arrepentido) que se aplicó al mundo académico median

    temática depuración que redujo drásticamente el peso de la enseñanza pública en la educmaria y secundaria y que puso bajo mínimos el nivel de la vida universitaria, controlada por lOrdenación de 1943. Pero no fue menos virulento el otro «atroz desmoche» de las cuionales: más violento en Cataluña —donde el nivel institucional de la cultura autóctona anzado la hegemonía en 1936— y algo menos en Galicia (que, desde un comienzo, fuentrolada por los franquistas) y en el País Vasco, donde el carácter más tradicional y la esiástica del cultivo del eusquera permitió la anémica sobrevivencia de algunas instituciones. E

    otro caso, el aparato organizativo de la Universidad y de las culturas regionales habían sido ob

    sectores más dinámicos de la baja Restauración y, sobre todo, de la República. Y sucumb

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    nque quedara su recuerdo. La Institución Libre de Enseñanza desapareció bajo una capa de denusus viejos enemigos, cifrada en libros como el del catedrático de medicina Enrique Suñer

    electuales y la tragedia española (1938), y el colectivo Una poderosa fuerza secreta: la Institbre de Enseñanza  (1939), que fueron el equivalente de la Causa General en el campo de la cun embargo, la odiada Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicansformada en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pronto colonizado por el Opue lo convirtió en referencia principal de su ofensiva por ocupar un lugar de preferencia en el c

    nuevo Estado, a menudo en pugna con la Asociación Católica Nacional de Propagandistas.ga, mediados los años cincuenta, uno y otra estuvieron presentes en la racionalización administnuevo Estado y buscaron copar los cargos técnicos y el control de la Universidad. La ACNDP

    a línea más discreta, sin desdeñar el futuro horizonte de una democracia cristiana muy conservagemónica al modo italiano, mientras que el Opus Dei se embarcó en una línea más ambiciblica (creación de revistas, desde Atlántida a  Punta Europa; formación de una amplia red de censeñanza media y de colegios mayores, e incluso una universidad propia, la de Navarra, funda52), más cercana en política al ideal de un autoritarismo tecnocrático.

    Ambos sectores del catolicismo pugnaron visiblemente con el falangismo que, a su vez, inunministración sindical, la frondosa administración local, la prensa de provincias y los sindticales, aunque —a pesar de disponer de otra red de colegios mayores y, sobre todo, de la sindicigatoria en la Universidad (mediante el SEU)— tuvo menos fortuna en el control académico

    opios interesados han sostenido que (en el marco de su participación en el franquismo) se prodmera ruptura de la alianza sellada entre 1936 y 1939, lo que ha llegado a dar por bueno el oxím«falangistas liberales». Dejando aparte el caso de alguna ruptura personal significativa —

    onisio Ridruejo fue la más conocida y ejemplar, aunque no la única—, la calificación es exagluso si se hace referencia a su periodo de esplendor más significativo, el paso de Joaquín

    ménez (un católico, procedente de la ACNDP, con afinidades falangistas) por el Ministerucación Nacional, desde 1951 hasta 1956, cuando los enfrentamientos de estudiantes y falanodoxos dieron al traste con su mandato. Y con el ministro, cayeron los rectores de Madrid, ín Entralgo, y Salamanca, Antonio Tovar. No hubo «liberalismo» sino una vaga sensacióstración y melancolía de los años heroicos, que se resolvió en un visible designio de rescatar

    ovecho los hitos cercanos de la cultura liberal: todo esto lo encarnó muy bien la publiccelonesa  Revista  (inspirada desde 1952 por Dionisio Ridruejo). Pero había empezado antes c

    blicación del libro  La generación deL 98  (1944), de Laín Entralgo, y con el proyecto de la r

    corial (1942) que buscó parecerse a Cruz y Raya, la revista de Bergamín: en sus páginas anduverales que habían roto con la República (Menéndez Pidal y Antonio Marichalar) y hasta escre tendrían después una trayectoria de drástica ruptura (Blas de Otero).

    HACIA LA DESLEGITIMACIÓN CULTURAL DELFRANQUISMO

    s años cincuenta impusieron una clarificación del panorama, que no fue ajena ni a los reca

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    neracionales, ni a la consolidación del Régimen en la Europa de la guerra fría, ni al fracaso onomía autárquica. El citado Ministerio de Ruiz–Giménez auspició unos «Congresos de Poprendentemente abiertos a los disidentes, facilitó las cosas a formas artísticas innovadoras, aco propicias a la militancia política (la nueva arquitectura, la pintura abstracta, la música atonmitió la recuperación de algunos «exiliados interiores». Una nueva promoción de escritores em

    bullir en revistas estudiantiles de tono ingenuo pero a veces muy crítico; en una de ellcelonesa  Laye, se gestó un «Manifiesto de las nuevas generaciones ajenas a la guerra civil»

    nca llegó a pasar del mecanoscrito pero que marcó el paso de muchos desde un populismo vagaangista a una actitud muy crítica contra el franquismo envilecido y cotidiano. Y paralelamenofesorado más joven entró en la Universidad y con él lo hicieron la lógica formal, la historia soccoanálisis, la nueva lingüística, la teoría económica y hasta las primeras nociones del materialéctico. También se hizo evidente la huella de una «cultura de Estado» mediocre y alicorta nteamiento pero significativa. Fue una mezcla de intervencionismo y control en estado puro (vio en la creación de Radio Nacional y en la copiosa presencia de cabeceras periodísticas vincuaparato estatal), de recuerdos del modelo internacional de promoción artística que se difundropa después de 1945 (creación de teatros nacionales, política de protección al cine propio) y de

    opaganda de la imagen del país, muy vinculada al auge del turismo. En el fondo, esa peculiar «cEstado» venía muy bien definida por la apelación que recogía sus funciones de vigilan

    omoción: el Ministerio de Información y Turismo, creado por decreto de 1951.Ya se ha indicado que los cambios principales del decenio de los cincuenta se produ

    ramuros del Régimen y a su pesar. El más significativo fue la constitución de lo que podrmar una «literatura (y un arte) de posguerra», lo que vale decir unas formas expresivas que —ale las del resto de Europa— se preocupaban del dolor y la culpabilidad, la solidaridad y la inocn una compunción que estaba muy lejos del triunfalismo oficial. Una parte de ese tono lo marc

    nificativa presencia de escritores que habían estado entre los derrotados: autores como José Hbriel Celaya, Antonio Buero Vallejo…, al lado de quienes como Blas de Otero, Carmen Lafguel Delibes habían renunciado pronto a sentirse «vencedores». O incluso de alguien, como Cé Cela, inmune a cuanto no fuera la pasión de escribir y el deseo de triunfar, que atempe

    senfado cínico a las nuevas circunstancias: Viaje a la Alcarria, en 1947, y  La colmena, su nmporalmente prohibida de 1952, no fueron una denuncia social, ni menos política, pero sí una dma de mirar la España profunda y un estremecedor diagnóstico de la vida madrileña. Lo que a flos cuarenta se llamó el «tremendismo» fue un primer síntoma, tras el que llegaron los pri

    omos del existencialismo y, sobre todo, a comienzos de los cincuenta, el desembarco domoción de escritores comprometida con el realismo como forma de descripción y como acto defuturo. Poetas y novelistas, además de algún dramaturgo y cineasta, dibujaron la España atisfacción de los jóvenes, de la miseria campesina, de la desmoralización de las clases medteza del mundo provinciano y de los abusos de los nuevos ricos. Hoy la seguimos reconocienddad e indignación al ver Historia de una escalera, de Buero Vallejo, y Muerte de un ciclista, detonio Bardem, y al leer  Los bravos, de Jesús Fernández Santos;  Las afueras, de Luis Goyttre visillos, de Carmen Martín Gaite; Compañeros de viaje, de Jaime Gil de Biedma; Tiemp

    encio, de Luis Martín Santos, y Tormenta de verano, de Juan García Hortelano, testim

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    brecogedores que van de 1949 a 1962.A lo largo de estos años, la industria cultural se afianzó en los terrenos del consumo popula

    ies de relatos del Oeste (José Mallorquí fue el fecundo inventor de «El Coyote») y policratura sentimental de consumo femenino (donde brillaron el veterano Rafael Pérez y Pérez y rín Tellado) y de aventuras con destino a los adolescentes, a lo que hay que añadir la exteulgación de los tebeos, alguna vez claramente fascistoides («Roberto Alcázar», «El guerrertifaz»…) y otras veces muy iconoclastas (como lo eran la mayoría de los personajes de Pulgatraviesos Zipi y Zape, el hambriento Carpanta, las irascibles hermanas Gilda…). Pero, a la parrcado más exigente, se produjo la definitiva implantación del ensayismo universitarulgación, la vuelta de la biografía novelada y de la novela traducidas y la restitución del canndes escritores, alterado por los exilios y las prevenciones censoriales. Se reeditó con éxito a G

    nque se tardó en autorizar las ediciones sueltas de  La Regenta, de Clarín (¡hasta 1966!). Baramuno, como Azorín, vieron publicadas sus obras completas a finales de los años cuarentaunas supresiones, y su conocimiento debió también mucho a la creación de la benemérita Colestral en plena guerra civil, primero en Buenos Aires y luego en España. Pero los cambionificativos llegaron a mediados de los años cincuenta con la tarea de editoriales muy significr su compromiso intelectual —como Seix–Barral, Taurus y Guadarrama— o por su volumvedades, como Planeta y Plaza & Janés.

    El inicio de los años sesenta registró movilizaciones entre obreros industriales y estudiantes, a e el franquismo se decantaba por una tecnocracia autoritaria que ponía la economía como obncial. Desde el Ministerio de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne convirtió la celebrveinticinco aniversario de la victoria franquista en «XXV  años de paz», por primera vez escr

    as las lenguas del país; la campaña fue un fracaso pero, sin buscarlo, reintegró el nombre de «gil» a la percepción colectiva de lo que oficialmente siempre fue «Cruzada» o «guerra de libera

    l mismo modo, su Ley de Prensa de 1966, clamorosamente reglamentista e insuficiente, smbios de actitud que ya añoraban las empresas periodísticas y que recibió con ansia —seguicepción— la emergente clase media urb