En La Tierra de Los Pasos Perdidos - Stefanie Gercke

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novela romantica

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  • En la tierra de los pasos perdidos

    STEFANIE GERCKE

  • Resumen

    Al estilo de Memorias de frica, de Isak Dinesen, esta es la emocionante historia de una joven rebelde, Henrietta, a quiensus padres envan a Sudfrica a visitar a unos parientes lejanos. All, conocer al joven escocs Ian Cargill, con quien decidirconstruir una nueva vida en el pas que la ha enamorado. Sin embargo, las leyes del apartheid se vuelven contra ellos y ambosdebern encontrar la manera de evitar el rastro del futuro, de saltar por encima de las huellas de un destino que pareceinevitable.

    Narrada a travs de un personaje femenino fuerte y conmovedor, con una trama que combina evasin y reflexin, con Enla tierra de los pasos perdidos Gercke se ha afianzado como una de las escritoras que mejor han sabido contextualizar lascomplejidades sociales y polticas de un pas tan diverso como apasionante.

  • Martes, 26 de marzo de 1968 A travs del rugido de los motores del avin, crey or la voz de su padre, triste y llena de nostalgia. Has nacido en frica,

    en una pequea isla en medio del ancho mar azul. Sus palabras eran tan claras como entonces, haca casi veintitrs aos.Era como si pudiera verle apoyado en la ventana empaada por el azote de la lluvia de aquel mes de noviembre, con susanchos hombros cados hacia delante, y le pareci percibir de nuevo la lejana meloda de suaves voces guturales mecidas porel viento, y el olor a humo y a tierra clida y hmeda.

    frica, haba susurrado, y ella saba que su padre no vea la oscura noche de noviembre, sino que estaba muy lejos deella, en ese pas lejano y luminoso cuyo recuerdo haca que a su padre, fuerte y alto como una torre, se le agolparan laslgrimas en los ojos.

    Con la frente pegada al fro cristal de la ventilla del gran jet, mir hacia abajo, hacia el pas que amaba, su paraso. Con unnudo en la garganta, se tap la cara con su tupida melena de color miel. Nadie deba notarle nada, nadie deba saber queabandonaba ese pas para siempre. Nadie! Y menos el tipo que iba delante vestido de safari con un bigotillo negro,tranquilamente apoyado en el tabique de separacin, de la primera clase. Antes, cuando ella haba subido, l estaba en unade las ltimas filas, entre los asientos. Con el cogote rgido como un palo, paseaba continuamente la mirada por los pasajeros.De uno en uno, no dejaba de registrar cualquier movimiento inusual que hicieran, sin interrupcin. Por eso le haba reconocidoella, por la mirada inquieta y acechante de sus ojos. Uno de la BOSS, Bureau of State Security, un agente de la Oficina de laSeguridad del Estado, la ms temida institucin de Sudfrica. La BOSS, la que tena su expediente.

    Muy abajo, vio el trazado de la costa de Durban. Las buganvillas lanzaban destellos por doquier, como si fueran joyas decolor rosa destacando del mullido y bien cuidado csped de un verde intenso. Tena los ojos baados en lgrimas.

    Haz un esfuerzo; ya llorars ms tarde.Se qued callada, completamente inmvil, tragndose los sollozos. Lo haca por sus hijos, los mellizos Julia y Jan, el centro

    de su pequea familia, que iban muy quietecitos en los asientos de al lado.Sus rostros, muy bronceados por el sol africano, estaban tensos y plidos, y los ojos expresaban miedo e incomprensin.

    Aunque ella se haba esforzado por que no se le notara nada, algo debieron de haber observado. Acababan de cumplir cuatroaos. Demasiado nios para ser tan brutalmente arrancados de su apacible vida; demasiado pequeos para entender que apartir de ese momento nada sera como hasta entonces. Haca pocas semanas haban celebrado su cumpleaos con unadivertida batalla de tartas. Sin embargo, a Henrietta le costaba recordarlo, pues los sucesos posteriores lo eclipsaban todo:sus sentimientos, sus recuerdos, sus anhelos. Era como si tuviera un tumor maligno que la fuera devorando lentamente.

    El sonido metlico del altavoz de a bordo interrumpi bruscamente el murmullo de voces que la rodeaba. El ruido le atac alos nervios y la hizo estremecerse, pero enseguida recuper el dominio de s misma. No deba llamar la atencin bajo ningnconcepto. En ningn caso poda perder la serenidad y poner en peligro al hombre que all abajo, en algn lugar de laintransitable, clida y hmeda selva virgen plagada de serpientes del norte de Zululandia, intentaba cruzar la frontera haciaMozambique. Su marido. De pronto le pareci sentir su mano en la suya. Tanta era la intensidad con que se lo imaginaba, quehasta crey notar su calor, que se le propag placenteramente por el brazo, como si los dos compartieran la misma circulacinsangunea. Saba que mientras esa mano sostuviera la suya, nada realmente horrible poda ocurrirle. Ni a ella ni a Julia ni ajan.Cerr los ojos y, por un momento, se abandon a esa agradable sensacin de calor y de seguridad.

    Pero de repente sinti un escalofro. Una glida angustia se apoder de su alma. Pues si al agente de la BOSS le daba pordesconfiar y notaba que estaba huyendo y que no tena intencin de regresar a Sudfrica, atraparan a su marido antes decruzar la frontera. Atado como ganado destinado a la matanza, le meteran en un coche celular y luego le haran desapareceren una de sus temidas crceles. Le declararan enemigo del Estado con arreglo a la Ley de 180 das de arresto, ciento ochentadas sin acusacin, sin condena y sin posibilidad para el preso de avisar a un abogado o por lo menos a su familia. Al cabo deciento ochenta das le dejaran dar dos o tres pasos al aire libre, bajo el resplandeciente sol africano, saborear la libertad delcielo infinito e, inmediatamente, volveran a encarcelarlo otros ciento ochenta das. Hasta que el infierno se congele, solacomentar cnicamente el doctor Piet Kruger, fiscal general de Sudfrica. En algn momento le llevaran ante los tribunales confalsas acusaciones y luego lo meteran muchos aos entre rejas hasta que se pudriera y acabara siendo como un animal. Derepente, le entraron ganas de vomitar ante las imgenes que se le agolpaban.

    Pero cuando la azafata le pregunt qu quera beber, fue capaz de sonrer y habl con voz clara, sin vacilaciones. Durantelas ltimas semanas haba tenido que aprender a sonrer aunque se le partiera el corazn. Haba aprendido y hecho cosas quenunca hubiera imaginado ser capaz de hacer. Haba mentido, haba engaado y haba infringido un montn de leyes con lacara risuea y un grito sofocado en la garganta que casi la ahogaba.

    El jet blanco segua su curso por la inmensidad azul del ocano ndico. La playa brillante como el oro que rodea a Natalcindola como un ancho collar se iba convirtiendo en un fino y resplandeciente anillo, mientras la costa se desvaneca en ladistancia. Al rato, el avin traz una curva y se dirigi tierra adentro, donde Henrietta reconoci las Rocas de Umhlanga juntoal paisaje de colinas que ascendan desde el tenue velo de agua salada, as como el faro blanco y rojo que, situado ante eltradicional Oyster Box Hotel, adverta a los navegantes de las prfidas aguas de la costa rocosa. Y como saba dnde buscar,distingui el tejado de pizarra de color gris plateado de su casa, en lo alto de la pendiente, entre los flamboyanes. La vio solouna fraccin de segundo entre el centelleo de la verde espesura; luego, desapareci bajo los rboles.

    Haba llegado all haca ms de ocho aos, sedienta de vida tras las restricciones de los aos de la posguerra en Alemania,

    ansiosa de libertad, contenta por haberse librado al fin de los asfixiantes preceptos y de las tradiciones de una sociedadpsquicamente mutilada. As fue como lleg en diciembre de 1959 a Sudfrica, sin haber cumplido an los veinte aos,rebosante de vitalidad y con la firme voluntad de iniciar una nueva vida.

    De pronto se le apareci la cara oscura de Sarah y, a su lado, la de Tita, enmarcada por una melena rizada y centelleante,y tras ellas se agrupaban las personas a las que amaba y a las que ahora haba tenido que abandonar. Volver, frica, sejur, acordndose de su padre. Algn da volver. No me conformar con soarlo. Entonces se apoder de ella una rabiaincontenible contra todos los que le haban hecho eso a ella y a su familia; la agresividad se le mezcl con el dolor, pero cerrlos puos enterrando las uas en la palma de las manos. Tena que seguir aguantando unas pocas horas. En apenas cuarentay cinco minutos estaba previsto el aterrizaje en el aeropuerto de Jan Smuts, en Johannesburgo. Dos horas ms tardeabandonara ese pas a bordo del avin de la British Airways.

  • Ojal no me pillen! Hasta entonces he de seguir sonriendo y mintiendo y disimulando.Mir hacia su paraso para no perderse detalle. El avin ascendi deprisa y Umhlanga desapareci entre las frondosas y

    verdes colinas de Natal. La impronta de esa imagen se le grabara para siempre en la memoria. Todo empez hace mucho tiempo, cuando Henrietta era muy pequea, cuando las distancias an se medan en das y

    semanas, cuando comenzaba a percibir el mundo de manera consciente.A la luz mortecina de un da oscuro y ventoso de noviembre, sentada en la delgada alfombra que cubra el duro suelo de

    parqu del saln de su abuela, en Lbeck, pasaba las pginas de su libro ilustrado favorito, que trataba de animales salvajesque habitaban un bosque frondoso y extrao, y sumerga su fogosa alma infantil en el abigarrado y resplandeciente coloridode los dibujos. La lluvia se estrellaba contra los cristales de la ventana y el viento aullaba entre los rboles desnudos y barracon sus resoplidos las esquinas de las casas. Su padre reclin la cabeza en el silln de orejas de color azul, y las manos, quesostenan un libro, cayeron sobre su regazo.

    frica dijo al cabo de un rato en voz baja, y tras una larga pausa, aadi: Aunque solo sea una vez... frica.Sus claros ojos azules contemplaron la griscea cortina de lluvia como si estuviera viendo un pas y una poca situados

    ms all de ese fro y desapacible mundo de noviembre.Desde el suelo, la nia pequea alz la cabeza de rizos dorados por la luz de la lmpara y, escuchando el eco de sus

    palabras, pregunt:frica?El padre mir a su hija e hizo un gesto de asentimiento.Ha llegado el momento. Lo entenders murmur, y se levant del silln apoyndose con sus fuertes brazos.Tena la pierna derecha dbil y flaca como la de un nio y la llevaba afianzada con una placa metlica. Las consecuencias

    de un accidente y de una operacin chapucera le haban dejado hecho un invlido. Descargando su peso sobre el bastn, seacerc a la vitrina, que siempre estaba cerrada con llave y que, tras la cortinilla de encaje, contena cosas de formas raras ycuriosas. Cogi un saquito de tela amarillenta y con manchas, y lo dej abierto sobre el regazo de la nia.

    Scalo.Cuando Henrietta lo abri, le vino un tenue olor dulzn apenas perceptible a hierba seca. Meti con cuidado la mano. De

    una cinturilla de corteza firmemente trenzada y adornada con diminutas conchas dentadas colgaba una faldita gruesa hecha abase de hierba de color marrn oscuro que se haba vuelto quebradiza con el tiempo. Era ms larga que su bracito estirado denia y llegaba hasta la alfombra.

    Fue tu primera prenda de vestir sonri su padre. Una faldita de corteza como la que llevaban los nativos que te laregalaron. Porque t has nacido en frica, en una pequea isla, entre altas y susurrantes palmeras, precisamente en elmomento en que comenzaron las grandes lluvias. Antes que t no haba nacido nunca un nio blanco en esa isla, y para ellos,que tenan la piel negra, t eras como un pequeo milagro, con tu pelo rubio y tus ojos azules. As fue como te acogieron ensu tribu. Se acerc a la ventana, ahora oscura y opaca, con la lluvia fluyendo por ella como un torrente. Es una isla muypequea que est situada encima del ecuador, entre otras islas, rodeada de un vasto mar azul. Haba bajado tanto la vozque a la nia le costaba trabajo entender sus palabras. All siempre hace calor y el cielo est luminoso y las flores florecendurante todo el ao.

    Luego, guard silencio y volvi la cara. Sus hombros daban respingos.Henrietta enterr la nariz en la faldita de corteza y aspir el aroma. Algo la conmovi. Not un calor en la piel

    incomparablemente ms clido e intenso que el del plido sol del norte, y oy una lejana meloda de suaves voces guturalesmecidas por el viento. Otro olor familiar, a humo, le roz y acarici la cara con la ternura de una mariposa. De ella se adueuna embriagadora sensacin de paz, de pertenencia a un lugar. Alz los ojos hacia su padre.

    frica? pregunt, y l asinti.As empez todo.frica. La esencia y el contenido de esta palabra fueron cambiando para Henrietta a lo largo de los aos. Para la nia

    pequea era el mundo de los milagros y de los cuentos, que le haca soar con tesoros y prncipes de piel oscura ataviadoscon suntuosas vestimentas, y con lejanas costas resplandecientes bajo el sol. En esos sueos se refugiaba durante lossombros inviernos del norte.

    En la turbulenta y catica etapa que va de la pubertad a la edad adulta, frica era su refugio secreto, al que se retirabacuando el mundo le exiga demasiado. El lugar no estaba emplazado en ninguna parte, no tena una forma concreta; tan soloera una clida sensacin, un ritmo, y el recuerdo de haber encontrado la paz.

    Cuando su anhelo de luz y calor exiga algo ms que sol, cuando las anquilosadas ordenanzas de su entorno se convertanen un infierno, entonces la palabra frica adquira el significado de esperanza y consuelo, y de una promesa de libertad. Sinesa frica, sin su frica, era incapaz de sobrevivir.

    Has nacido en frica, en una isla pequea, en medio del extenso mar azul, le haba dicho su padre. Y luego ella, alpercibir ese olor familiar a humo, haba odo una meloda de suaves voces guturales mecidas por el viento. Las palabras de supadre eran como una semilla de la que brotaba, como una planta vigorosa y resistente, su anhelo, su nostalgia de un lugarque era su patria. Saba que algn da volvera a frica. En cuanto sea mayor. Entonces todo se volva clido y luminoso a sualrededor, pese a que afuera cualquier seal de vida estaba cubierta por una capa de hielo.

  • E

    Captulo 1

    ra 1959, pocos das despus de las Navidades. Henrietta se despert por encima del ro Limpopo. Se estir tanto como selo permita su estrecho asiento y not pinchazos en las piernas por la mala circulacin. Una sensacin muy desagradable.

    El abrigo que llevaba era demasiado fino y tena fro. El aire reseco y pegajoso de los numerosos cigarrillos de los pasajerosque viajaban en el mismo avin le irrit la garganta. Tosi, y el hombre que iba a su lado se movi mientras dorma. Se lehaba resbalado la mano sobre la rodilla de ella, que ahora se la retir con cuidado. l le haba cedido el asiento de ventanilla,por lo que le estaba agradecida, pero su terco empeo por envolverla en una conversacin y su propuesta de intercambiardirecciones los haba atajado desde un principio. Para su nueva vida en Sudfrica quera ser libre como un pjaro y no tenerningn vnculo con el pasado. Levant sin hacer ruido la persianilla y apret la cara contra el fro cristal. Volaban muy bajo,pues el avin iba muy cargado. Ni siquiera haba sitio para el avituallamiento a bordo; para cada comida tenan que aterrizar.Fuera an reinaba la oscuridad. No ese negro azulado de los pases del norte, sino la oscuridad brillante y aterciopelada, quedan ganas de acariciar, de los pases tropicales.

    Llevaba casi sesenta horas de un viaje que haba empezado en Hamburgo. Hamburgo, Basilea, El Cairo, Khartoum,Entebbe, Nairobi, Salisbury, Bulawayo..., estaciones de un viaje cuyas impresiones, a medida que se iba acumulando elcansancio, se mezclaban unas con otras. Al fro penetrante le segua el calor abrasador del desierto; a la noche negra como latinta, la luz cegadora del sol. Imgenes y retazos de conversaciones llenaban la cabeza de Henrietta, y su nariz percibaextraos olores. La transpiracin de tanta gente apretujada en el avin, que tena que arreglrselas con un espaciodemasiado estrecho y unos servicios escasos, atestados y mugrientos, se le adhera a las papilas gustativas. Todo eso unidoal continuo rugido y a las vibraciones de los cuatro motores propulsores la mareaba y le impeda pensar o sentir.

    La despedida de sus padres el da de Nochebuena en la glida estacin central de Hamburgo, llena de corrientes de aire,haba sido desconsoladora. Tieso como una vela y plido al resplandor de las luces de la estacin, su padre le haba dicho convoz apagada:

    Cudate, prtate bien, y saluda a frica de mi parte. Dietrich, flaco y paliducho, cinco aos ms joven que ella, la habadespedido con un golpecito en el hombro:

    Bueno, hermanita, no te dejes comer por los leones.Su madre tena los ojos enrojecidos mientras estrujaba un pauelo mojado. Acerc la mejilla a su hija para que le diera un

    beso, pero no fue capaz de pronunciar palabra alguna. El desencadenante de ese viaje, David, pareca olvidado. Solo faltabaesa dolorosa despedida. Tiritando, Henrietta se arrebuj en su fino abrigo.

    A continuacin, le sigui un viaje en tren de catorce horas atravesando una Alemania nevada y sumida en la noche, en

    direccin a Basilea. Durante unas pocas horas concilio un sueo inquieto, a menudo interrumpido por los trompicones de lospasajeros que recorran el pasillo. Cuando lleg por la maana a Basilea, se ape en la estacin central de ferrocarriles yenseguida se hundi en la nieve hasta los tobillos. El tiempo concordaba con su estado de nimo. Un sol lechoso ydeslavazado se ocult tras las nubes grises, cargadas de lluvia. Un viento glido apilaba la nieve junto a las aceras,convirtiendo la carretera que iba al aeropuerto en un tnel de cristal blanco y pulido como un espejo. Por primera vez, el viajeen taxi desde la estacin de trenes hasta el aeropuerto satisfizo por completo su sed de aventuras.

    El despegue del sobrecargado DC 6 le hizo concebir los peores temores. Unas enormes brochadoras abran una pista dedespegue provisional entre las masas de nieve, apartndolas hacia los lados con el aire que sala de unos gruesos caones,de lo que pronto surgi un efecto de tnel que le record desagradablemente al viaje en taxi. El avin se elev con dificultaden el aire y, entre el rugido de los motores, se intern en la espesa capa de nubes. Mientras ella imaginaba sombramente unacada estrepitosa y el subsiguiente infierno de llamas, de repente el avin atraves las nubes y plane por encima de lascumbres deslumbrantemente blancas de los Alpes nevados, en medio de un cielo radiante de un intenso color azul. Henriettase emocion. Por primera vez se sinti sin ataduras e intuy lo que significaba la libertad. Las puertas de la crcel se abran yella se atreva a dar un paso hacia fuera...

    Despus de las escalas en Ginebra y El Cairo, donde cenaron y fueron llevados por unos amables hombres morenosvestidos con unas tnicas largas de colores claros a un bazar en el que vendan artculos de latn, muequitos de momias yestatuas del antiguo Egipto verdaderamente autnticas, hacia medianoche sobrevolaron el desierto de Nubia. Tras un da desol abrasador, el aire recalentado ascenda y chocaba con las fras capas del aire de la noche, dando lugar a turbulenciasextremas. El avin cay a plomo como una piedra, ascendi de nuevo haciendo un arduo esfuerzo y, luego, volvi aprecipitarse varios cientos de metros hasta caer en un bache de aire.

    La mayor parte de los pasajeros fueron despertados de su inquieta duermevela cuando aterrizaron en Khartum. El aireque entraba por las puertas abiertas resultaba sofocante despus del fro invernal de Basilea y del frescor de El Cairo. No lesdejaron apearse. Tuvieron que permanecer all tres horas hasta que por fin despegaron con destino a Entebbe y Nairobi,donde, al igual que en anteriores escalas, los esperaban ms pasajeros. El que no se haba mareado por los movimientososcilantes del avin, pronto sinti arcadas al or cmo vomitaban otros y percibir el consiguiente hedor.

    Henrietta no notaba el calor ni la pestilencia ni tena hambre; tampoco poda dormir porque a sus pies... estaba frica!Bajo el cielo azul intenso de la noche se hallaba la oscura y hechizada masa de tierra, frica, el clido coloso maternal, el pascon el que siempre haba soado. Fuera se fue aclarando imperceptiblemente el azul de la noche y una luz fra y de colorturquesa model las lomas y los valles, sacndolos de sus oscuras sombras. Pequeos lagos refulgan como diamantes. Sugarganta emiti un sonido. Ni siquiera ella saba si era una risa o un sollozo. Se encontraba en un agradable estado deingravidez, entre el ayer y el maana, desembarazada de su vida, sin un peso que la retuviera en el suelo. Olvid los ruidosatronadores del avin, olvid su infancia y a sus padres, incluso lleg a olvidarse de toda la gente que tena a su alrededor.Estaba sola, volando hacia su nueva vida en frica; era una sensacin embriagadora. Llena de jbilo, se dej llevar por suspensamientos como una alondra a principios del verano, surcando la inmensidad del cielo. El tiempo careca de dimensin; vioel futuro ante s, un paisaje baado por la luz, y un horizonte tan lejano que apenas se distingua.

    Eh, vuelva usted, no se escape volando...Acento bvaro.

  • La alondra interrumpi abruptamente su jbilo, pleg las alas y se pos suavemente en la realidad. Volvi la cabeza. Sucompaero de asiento se haba despertado y se inclinaba sonriente sobre ella. Pelo corto, negro y abundante, ojossomnolientos de color azul intenso, muy poco habituales, una cara fuerte y alargada con barba de dos das. Bastanteatractivo, y lo sabe. Tiene cierta arrogancia. Ni saba cmo se llamaba ni quera saberlo. Ahora era tan solo la persona con laque comparta ese momento. El color turquesa se disip. Una lnea roja como el fuego perfilaba los contornos del paisaje y,luego, la enorme esfera del sol, con sus tonos dorados y rojizos, se alz por encima del borde del mundo. Sus ojos de colorcastao oscuro contrastaban con su cara plida y trasnochada; unos rizos rubios y rebeldes le cubran las cejas.

    Ha visto usted algo ms bonito?Ya lo creo! A usted!Consciente de su victoria. Arrogante.Ella se estremeci. El hombre le haba estropeado el momento.l pareci notarlo.Perdone murmur tmidamente.Ella no contest, sino que le dio la espalda y cerr los ojos, resecos y ardientes. Las siguientes veinticuatro horas con las

    ltimas escalas en Entebbe, donde desayunaron a media maana en un edificio blanco y difano, luego en Nairobi, Salisbury yBulawayo, las percibi solo a travs del velo de su agotamiento. Sobre la meseta sudafricana, el avin se intern en lostemidos baches de aire all reinantes y, sbitamente, descendi varios cientos de metros. Las sacudidas la despertaronbruscamente. Luego, por fin, despus de ms de da y medio, aterrizaron en Johannesburgo.

    El primer paso de Henrietta al salir de la apestosa penumbra, impregnada del infernal espray insecticida del inspector desanidad sudafricano, desde el abarrotado DC 6, por la escalerilla, hacia la maana transparente de aquellas tierrasmontaosas, fue como el paso que da un preso hacia la libertad. Los pasajeros, un lamentable montn de personasexhaustas y sin lavarse, fueron inmediatamente conducidos a la amplia sala de llegada. Despus de rellenar infinitosformularios en ingls y afrikans, despacharon las primeras formalidades de inmigrantes. Junto con algunos otros compaerosde viaje, Henrietta se dirigi al avin con destino a Durban. Su anterior vecino de asiento tambin se encontraba entre ellos.Ella se limit a contestar a su efusivo saludo con una leve inclinacin de cabeza y despus lo ignor.

    Pronto sobrevolaron la cordillera de Witwatersrand. La reseca tierra roja presentaba manchas de hierba rala y amarillacomo la paja. En medio del aire azulado, de vez en cuando descubra pueblos minsculos y unos cuantos edificios cuadradoscuyos tejados de chapa brillaban bajo el sol. A partir de Osttransvaal el paisaje empez a cambiar. Espesos matorrales decolor verde ceniciento cubran las laderas de los montes de Drakensberge, que se alzaban por el este, ante la estrecha franjacostera de Natal, hasta alcanzar alturas superiores a los tres mil metros. Aqu y all, chozas redondas cubiertas de pajasalpicaban las pendientes de las montaas; humaredas suavemente azuladas se elevaban, derechas como velas, hacia el aireclaro y silencioso de la maana.

    Luego, el terreno se iba allanando paulatinamente; las montaas parecan tan solo unas suaves lneas onduladas y lahierba creca jugosa y abundante. Cascadas plateadas fulguraban en el frescor de la maana; las piscinas (cada casa parecatener una) se asemejaban a turquesas sobre un fondo de terciopelo verde.

    Ah abajo est Natal dijo la anciana de rostro curtido por el sol, que se hallaba sentada a su lado, y sus risueos ojosazules iluminaron las blancas patillas de gallo. El pas ms hermoso de la Tierra.

    Lo dijo sin especial nfasis, sin recalcar demasiado las palabras, lo que impresion profundamente a Henrietta. Y por fintermin el largo camino. Poco despus de las once aterrizaron en Durban. Con un par de diestras maniobras, la tripulacinabri las pesadas puertas, y Henrietta fue la primera en salir.

    El sol que le dio no tena nada que ver con el disco plido y blanquecino que tena que abrirse paso a travs de la lloviznade Hamburgo y cuyos rayos solo tenan fuerza para calentar en pleno verano. Este sol quemaba y picaba como mil agujas enla piel. Daba gusto aspirar el aire clido y hmedo despus de haber estado expuesta al aire seco y enrarecido del avin. Supiel agradeca el inusual bao de humedad.

    De pronto le vino un olor tan familiar y querido, que le dio un brinco el corazn. Un olor a sal, a la espuma de las olas delcercano mar, a tierra hmeda y caliente, a fruta madura... y, luego, un leve olor a humo aromtico. Aspir intensamente eseaire cuyo aroma le embriagaba. Echando la cabeza atrs, contempl embelesada el indescriptible azul del cielo africano. Eracomo si su vista nunca hubiera alcanzado hasta tan lejos, como si jams hubiera sido tan libre. De pronto se deshizo de la iraacumulada y se inund de paz. A la luz resplandeciente, el paisaje reverberaba como un espejismo. A la izquierda, unas lomasde escasa altura delimitaban la pista de rodadura; a la derecha, una pequea construccin de ladrillo rojo: el edificio delaeropuerto. Tras las altas ventanas distingui la silueta de una muchedumbre. La aglomeracin de sus compaeros de viaje laempuj hacia la penumbra de la sala de llegada. Unos sonidos nunca escuchados hasta entonces rozaron sus odos. El suavegolpeteo de pies descalzos sobre el fro suelo de piedra. El habla inglesa alargando de una manera peculiar las vocales y, enocasiones, el afrikans, la spera lengua de los beres, entrecortada y sin meloda. Pero por encima de todo destacaba loque en cierto modo le resultaba familiar y la tranquilizaba la suave y gutural cantinela de los negros, largos sonidos llenos demsica y ritmo.

    Tras el cordn de seguridad, una discusin a voz en grito atrajo las miradas de todos los recin llegados. Una mujer depoca estatura y regordeta, con un sombrero de paja rosa que cubra sus minsculos ricitos rubios, apart sencillamente a unlado al empleado uniformado que intentaba cerrarle el paso y se dirigi hacia ella con los brazos abiertos.

    Henrietta, cario, ven a los brazos de ta Gertrude!La abraz y la bes efusivamente. Henrietta, a quien esas expresiones se le hacan raras, permaneci rgida en sus

    brazos.Madre ma, cmo has crecido desde la ltima vez que os visit en Hamburgo! Lo que hacen nueve aos! dijo la ta,

    haciendo gorgoritos con un acento claramente ingls. Ven a saludar al to Hans. Rpidamente se apart de ella y ech aandar. De repente, se detuvo y se volvi hacia ella. No sabes cunto te quiero, hija, pero lo mejor es que vuelvas a casa;aqu hay una tremenda recesin. Imposible encontrar trabajo.

    Un poco asustada, Henrietta no saba qu contestar. Ese problema no haba entrado ni remotamente en sus clculos.No puedo balbuci. No tengo dinero. Tendr que arreglrmelas.

  • Te costar trabajo, cario respondi su ta con una sonrisa.Un hombre alto, ancho de hombros, de cara flaca y pelo blanco se acerc a ellas. El to Hans.Gertrude, deja ya de contar historias terrorficas. Buenas tardes, Henrietta; qu tal est tu padre?Al estrecharle la mano, Henrietta la not spera y seca.Bien, gracias. Me ha dado recuerdos de su parte; dice que a ver si contestas alguna vez a sus cartas.Se pareca mucho a su padre, solo que sus rasgos eran ms acusados, ms definidos, como modelados por el viento.No lo har interrumpi Gertrude. Creo que no sabe escribir aadi, rindose.Su risa era un tanto peculiar. Mucho tiempo despus, en una noche clida, Henrietta oy a un animal que se rea as entre

    la maleza, y al instante le record a su ta. Le dijeron que era una hiena.Busc a su alrededor con la mirada.Dnde estn Carla y Cori? Me muero de ganas de verlas.Tu prima Carla tiene compromisos sociales en Ciudad del Cabo respondi ta Gertrude, como dndose importancia. Su

    prometido, Benedict, procede de una de las familias ms antiguas del frica del Sur. Hoy se casa la prima de Benedict con eljoven Kappenhofer.

    Henrietta hizo un gesto de asentimiento. El apellido Kappenhofer no le sonaba de nada.Los Kappenhofer repiti Gertrude sugestivamente son la familia ms notable y ms rica del pas, nuestra nobleza,

    por as decirlo. Se tir de sus ricitos rubios. Minas de oro y de diamantes aadi un poco impaciente, al ver que elapellido segua sin causarle la menor impresin a su sobrina.

    Oh dijo esta, cmo me alegro por Carla.Me ha dado recuerdos para ti. Volver dentro de una semana. Espero que os hagis amigas, cario. Puede introducirte

    como invitada en el club de tenis..., porque sabrs jugar al tenis, no?... Cmo? exclam asombrada, cuando Henrietta loneg. No juegas al tenis? Entonces, qu hacis en el tiempo libre?

    A Henrietta le vino a la memoria, como un fogonazo, el patio gris y cubierto de grava de su instituto de Hamburgo y suposesin ms preciada: una bicicleta NSU. Tenis? Se encogi de hombros. En verano iba en bici a nadar al lago Bredenbeker,y en invierno practicaba el patinaje sobre hielo en el parque Planten und Blomen.

    Nadar contest. En verano.En fin, nadar... La actitud de Gertrude exclua con claridad el deporte de la natacin de su escala de prestigio. Bueno,

    aqu tendrs que aprender a jugar al tenis; de lo contrario, te quedars al margen. Sus palabras sonaban a una amenaza.Carla te ayudar a convertirte en una autntica sudafricana. Y ahora vmonos, que Jackson estar esperndonos con el t.

    Y Corinne? Qu tal est? pregunt Henrietta.Cori? Esta noche vendr con su marido desde Empangeni para asistir a tu fiesta de bienvenida.A Henrietta le choc que no hiciera una descripcin detallada de la posicin social.Corinne ha hecho un casorio, sola cotillear mam. Se ha casado con un tal Freddy Morgan, un vendedor de zapatos o

    algo as de vulgar. Pobre Gertrude!Venga, vamos la apremi Gertrude, impaciente. Tenemos que recoger tus maletas. Abran paso!Ech a andar con los brazos estirados hacia delante, y la multitud se dividi obedientemente. Al poco rato, las dos maletas

    que contenan las nicas pertenencias de Henrietta haban sido recuperadas.Boy! grit Gertrude en tono imperativo.Un hombre de piel negra vestido con mono azul y unas sandalias hechas a base de neumticos recortados que permitan

    ver sus pies anchos y encallecidos se dirigi pausadamente hacia ellas.Yebo, missus susurr, y sin mirar a nadie se qued esperando pacientemente.Thata lo maletas a la furgoneta azul que hay fuera, y hamba shesha! orden Gertrude.Yebo, missus.El negro se meti una maleta debajo del brazo y agarr la otra y el equipaje de mano por las asas. El peso le encorv la

    columna vertebral.Yo llevar el equipaje de mano se ofreci Henrietta, preocupada. Todo junto pesa demasiado.El negro alz la cabeza con un respingo y la mir sin dar crdito a lo que oa. Luego, sus cansados ojos se dirigieron

    implorantes a Gertrude. Ante el leve movimiento de mano de esta, el negro asinti, cogi las maletas y el equipaje de mano yse puso en marcha. Gertrude se le adelant dando pasitos cortos como un pjaro.

    Los negros son fuertes como bueyes coment su to. Es porque se pasan el da tomando mucha cerveza kaffir. Sehace a base de mijo fermentado. Un brebaje muy nutritivo.

    El porteador negro meti el equipaje en la trasera de la enorme furgoneta azul y cogi la moneda que le dio Gertrude conlas dos manos, con las palmas de color claro hacia arriba, doblando sumisamente la cerviz.

    La temperatura del coche era asfixiante. Del cercano puerto llegaba, en trridas vaharadas, el olor que tienen todos lospuertos de este mundo, una mezcla de alquitrn, petrleo, madera recalentada por el sol, pescado en descomposicin y algaspodridas. Al borde de la calle haba mucho ajetreo y colorido; un olor a crcuma y a cardamomo impregnaba el aire, y hasta losrboles de la cuneta haban echado flores; todo mucho ms frondoso, exuberante y multicolor que en Alemania. Henrietta sesenta como si estuviera paseando por su libro de la infancia. Jvenes y grciles indias vestidas con unos delicados saris decolores luminosos se abran paso a travs de la multitud. Robustas mujeres negras que lucan en el cuello y en los piesgrandes y coloridas perlas ensartadas se hallaban acuclilladas en sus primitivos puestos de madera, protegidos del sol conhojas de palmera, vendiendo sus artculos: recipientes de arcilla panzudos y negros adornados con unas incisiones, esterasde paja trenzada, primorosos collares de perlas de diferentes colores, algo de fruta y doradas mazorcas de maz secas.Charlaban entre ellas alegre y bulliciosamente; algunas llevaban a sus somnolientos nios de pecho dentro de una paoletacolgada a la espalda por la que solo asomaban las oscuras cabecitas.

  • Gertrude hablaba sin parar, sealaba edificios y enumeraba los nombres de las calles aadiendo datos histricos. Elsuntuoso colorido era sobrecogedor, y la mezcla de aromas, embriagadora. Abrumada por el sinfn de nuevas impresiones ypor la verborrea de ta Gertrude, Henrietta permaneca en silencio, agotada. El ambiente de la calle empez a cambiar. Ibanapareciendo ms rostros blancos entre los oscuros, parques bien cuidados flanqueaban las anchas avenidas, y unas casasaltas deslumbraban con su blancura. Una hilera de majestuosas y delgadas palmeras, tan altas como una casa de cuatropisos, arrojaba sus centelleantes sombras sobre la calle.

    El legendario hotel Edwards. Gertrude seal un edificio blanco con una espectacular columnata a la entrada.Graham Greene escribi aqu un libro.

    Somerset Maugham le corrigi to Hans con un gruido.Qu ms da Maugham que Greene? A quin le importa? se defendi ella.Probablemente a Maugham y a Greene murmur Hans. Bueno, qu sabis de Diderich? dijo, volvindose hacia

    Henrietta. Ha dado seales de vida mi querido hermano, el aventurero? Dnde est ahora? Sigue en Mxico oVenezuela? O en algn otro lugar de la jungla?

    En Brasil le corrigi Henrietta-Ha estado en Brasil, en el Amazonas. Ahora se encuentra en Estados Unidos, en NuevaYork.

    Nueva York? O sea, de nuevo en la jungla. Qu se le ha perdido ah? Por cierto, volvi a casarse?No, nunca se ha recuperado de la horrible muerte de su mujer.Gertrude resopl.Eso es ridculo! l la asesin.To Hans cambi de marcha enfadado.Por Dios, Gertrude, no digas tonteras! Sabes perfectamente que fue un accidente.Ah, s? Te parecen tonteras? Su mujer, irritada, se palp los ricitos del pelo. Iba borracho y, a la luz de la luna,

    confundi el ro Alster helado con una carretera. Me gustara saber cmo se las arregl para salir del coche hundido y llegar ala orilla pese al fro. Charlotte en cambio muri, y l se larg con el dinero de su mujer y se lo habr gastado con algunalagarta brasilea dijo con la cara desfigurada y en tono venenoso.

    Henrietta se sinti desagradablemente afectada. La historia de to Diderich figuraba entre las sagas familiares que, en eltranscurso de los aos, a fuerza de repetirlas, de aadir esto y suprimir lo otro, y de los sutiles cambios que introduca cadanarrador con arreglo a su carcter, se haban convertido en leyendas. To Diderich, quince aos ms joven que su padre, habasido siempre su hroe secreto. Alguien que quiso seguir a su amada mujer en la muerte, pero que luego se retir a la selvapara poder olvidar, resultaba irresistiblemente romntico.

    Charlotte estaba muerta antes de que se hundieran en el hielo le defendi acaloradamente. Tuvo que esquivar a uncoche que vena de frente. Chocaron contra un rbol antes de caer al Alster. Charlotte se parti la nuca y, al abrirse la puertadel coche, cay al agua. La encontraron al da siguiente entre la maleza de la orilla. To Diderich incluso intent suicidarsecuando se enter de que su mujer esperaba un nio.

    To Hans se regocijaba visiblemente ante tanto apasionamiento.Y qu hace en Nueva York?No lo s exactamente, algo relacionado con la Bolsa...Ujier, presumiblemente la interrumpi Gertrude.Henrietta hizo odos sordos a este comentario.Una vez me mand una sortija con una esmeralda porque le haba estado enseando la ciudad durante su visita a

    Hamburgo. l mismo haba encontrado la piedra preciosa.La haba llevado al restaurante ms elegante, le haba ayudado a quitarse el abrigo, le haba apartado caballerosamente

    la silla y le haba comprado una rosa a un chico gitano. Ella tena catorce aos y se enamor perdidamente de l. Despus, ellale estuvo escribiendo todos los das; casi toda la paga se le iba en sellos.

    Ah, s? Pues a Carla no le regal nada. A Gertrude se le notaba la envidia en el tono sarcstico. Y de dnde sac eldinero para mandar que te hicieran un anillo? Cre que lo haba perdido todo.

    A Henrietta le hubiera gustado tragarse sus palabras, de modo que no le cont que la esmeralda era tan grande, ademsde estar engastada en pequeos diamantes, que su madre se la quit y la vendi. Al fin y al cabo, ya nos cuestas bastantedinero, as que estamos en paz, le haba dicho. A partir de entonces, Henrietta esconda los regalos: pequeas joyas, libros ybufandas de colores tejidas a mano. Siempre llevaba consigo las cartas de su to, ya que su madre inspeccionaba conregularidad su escritorio. Tengo que saber lo que tramas, le deca, y tras sus gruesas gafas, pestaeaba con recelo.

    A ta Gertrude se le puso la boca tensa como una cuerda.Bah, apuesto a que no era una esmeralda autntica.Henrietta le dej que dijera la ltima palabra y cerr los ojos. Su capacidad de aguante haba alcanzado un lmite. Recost

    la cabeza sobre el cojn y se dej llevar por una oleada de cansancio. El calor hmedo, el ruido del motor hipnticamenteregular, las vibraciones de las ruedas en la calzada... todo eso contribuy a que se quedara dormida.

    Su ta le sacudi el hombro.Despierta, Henrietta. Mira el mar. Verdad que es impresionante?Y entonces lo vio; ese mar con el que llevaba tanto tiempo soando: bello y salvaje bajo la alta bveda del cielo africano.

    De color turquesa oscuro, con las crestas de las olas blancas como la nieve, y por encima del fuerte oleaje, una refulgentecortina de agua y cristales de sal. El cielo se confunda con el ocano formando un luminoso caparazn de cristales azules ytransparentes.

    Por favor, podemos parar aqu? dijo. Quiero bajar hasta el agua.Con un suspiro, to Hans se desvi de la carretera principal, atraves la plaza del mercado de una pequea localidad que

    pareca adormecida y se detuvo al final de una calle orlada de rboles, a la sombra de un bananero que haba echado muchas

  • races y que estaba deshojado por el continuo azote del viento del mar. Henrietta se quit los zapatos y los calcetines y,atravesando un tnel de ramas entrecruzadas, descendi por la pendiente hasta llegar a una playa luminosa yresplandeciente. Sus pies se hundieron en la abrasadora arena de grano grueso y, en pocos segundos, la fina piel de entrelos dedos se le llen de ampollas. Era como si cruzara un campo de lava ardiente. Pasando junto al enorme zcalo de cementodel faro rojiblanco, lleg por fin a la arena mojada de la orilla y se subi a una roca plana y negra, suave como la seda parasus lastimadas plantas de los pies. Cubra poco, y desde all destacaba un arrecife de grandes rocas redondeadas por el aguaque medira unos cincuenta metros de anchura y varios cientos de metros de longitud. En las hondonadas se formabancharquitos cristalinos en los que zigzagueaban pececillos de colores; mar adentro, el oleaje rompa atronadoramente contra labarrera de piedra, cubierta por una costra de percebes.

    Se qued muy quieta. A su alrededor todo eran susurros y murmullos, como si las rocas cuchichearan entre s, como si secontaran historias de tiempos inmemoriales. Gir lentamente sobre la roca y mir hacia el norte. En las empinadas pendientesde arena tan blanca que le recordaban a las dunas de Sylt, algunas de las cuales alcanzaban la altura de una casa, crecanagaves y suculentas plantas rastreras de un fresco color verde claro con flores prpuras parecidas a las margaritas entreviolceas glorias de la maana, hasta llegar abajo, al plido ocre dorado y rojizo de la playa, que se perda, tras elcentelleante velo de sal, en algn lugar de la grandiosa inmensidad del mar. De vez en cuando asomaba una casita entre lashileras de dunas. Su mirada se desliz por una escalera de piedra de muchos peldaos que haba a la espalda del faro. Laescalera llevaba a un edificio plano y alargado del que sobresala un pequeo campanario que pareca dividir el edificio: arcosde medio punto acristalados a la derecha y, a la izquierda, arcos de medio punto al descubierto que soportaban el peso de lasterrazas del primer piso. The Oyster Box Hotel, ley en un letrero de madera.

    Cmo se llama este lugar? pregunt, cuando ya iba sentada en el coche.Rocas de Umhlanga respondi Gertrude.Qu significa Rocas de Umhlanga?Umhlanga es zul y quiere decir caaveral. Cuando hay tormenta y el ro Umhlanga se desborda, este arrastra hasta el

    mar juncos y tallos de caa de azcar, que la corriente arroja contra las rocas.Aqu es donde voy a vivir dijo su sobrina.To Hans solt un gruido de burla.Pues entonces tendrs que trabajar muy duro, cario, porque Umhlanga es una de las zonas residenciales ms caras de

    por aqu.Pues trabajar duro, pero voy a vivir aqu respondi en un tono que no permita albergar duda alguna ni ponerle

    ninguna objecin.Y hasta que Umhlanga desapareci en la bruma azul de aquel clido da de verano, sigui mirando de hito en hito por la

    ventana trasera. Cuando se volvi, pareca fresca y radiante, sin el menor rastro de cansancio. Haba encontrado su objetivo;saba cmo iba a desarrollarse su vida.

    Tengo que pasarme por la farmacia dijo Gertrude. Necesito aspirinas. La migraa ya me acecha por la nuca.To Hans hizo una mueca de desagrado, pero sin decir una palabra se meti por un caminito de arena. Cascadas de

    buganvillas de color rosa se derramaban por el talud, mientras las copas verdes de las jacarandas se abanicaban con la suavebrisa. La farmacia se encontraba en una pequea hilera de tiendas que ribeteaba una gran superficie de tierra rojaapelmazada. Plantas de grandes hojas con flores de un rojo encendido proliferaban por doquier. Haca un calor hmedo, y lasmujeres y las nias llevaban vestidos ligeros y vaporosos y grandes sombreros atados con lazos que, ante el exuberanteverde tropical, aleteaban como mariposas exticas. Pero pese al ajetreado da laboral, ninguna se mova; todas parecanconvertidas en estatuas.

    De pronto, Henrietta se fij en una chica que cruzaba a toda velocidad la plaza bajo el sol abrasador. Una hermosa jovennegra de piel sedosa y completamente desnuda. Gritaba sin cesar; tena la piel reventada en varios puntos, y la carnesanguinolenta pareca la de un higo abierto muy maduro. Corra descalza. Corra por salvar la vida. El hombre que lapersegua, un negro, llevaba colgada del cuello una botella cuyo fondo presentaba grandes y afilados dientes. Cada vez queatrapaba a la chica, le desgarraba con ella la espalda y la joven prorrumpa en agudos gritos de dolor.

    Los ardientes rayos del sol incidan sobre el ventanal de cristal de la farmacia, que desprenda una luz de tal blancura, queel hombre vestido de blanco que haba junto a la puerta pareca una silueta danzarina. Era alto y tena el pelo rizado yabundante de color zanahoria. Boquiabierto, sus ojos reflejaban el espanto de la nia, que iba derecha hacia l. Ya casi lehaba dado alcance; solo los separaba una calle estrecha. El farmacutico, que tena la cara gris por la abundancia de pecas,alz los brazos como para rechazarla. Por un momento, la joven negra interrumpi su acelerada carrera.

    Algn da te matar por esto le increp al hombre vestido de blanco.En ese momento la alcanz de nuevo su perseguidor, que volvi a desgarrarla con la botella.Ella gir haciendo una graciosa pirueta con los brazos por encima de la cabeza y cay sobre el cap del coche de Hans

    Tresdorf. La sangre de la chica salpic por todo el parabrisas. Henrietta peg un grito y cruz las manos como paradefenderse. Con sus ojos almendrados, negros y aterciopelados como los de una gacela, la chica la mir baada en lgrimas atravs del cristal manchado de sangre. Tena la nariz recta con las aletas anchas y una boca de labios llenos y turgentes congrandes dientes blancos como la nieve. Una chica joven, ms joven que yo, pens Henrietta, petrificada en su asiento.

    La chica se dio la vuelta y se puso boca arriba.Socorro! dijo con voz queda y ojos implorantes.La oreja derecha ya solo le colgaba de unos pocos hilillos de piel sangrante, que poco a poco se iban rompiendo. Como a

    cmara lenta, resbal desde el cap al suelo. Su oreja qued adherida al parabrisas.Henrietta grit e hizo amago de abrir la puerta. Pero su to se volvi a la velocidad del rayo y apret el botn de seguridad

    de la puerta. Con la misma rapidez cerr tambin las otras puertas.Ests loca? Qudate dentro! la increp.Santo cielo, tenemos que ayudarla! Se est desangrando! Aporre la puerta con los puos. Qu os ocurre? Qu

    est pasando ah fuera?

  • Yo qu s! respondi brevemente Hans. Y por nuestra seguridad, tampoco quiero saberlo. Tenemos que largarnosde aqu inmediatamente.

    Arranc y retrocedi unos metros. Dejando un rastro de sangre, la oreja se desliz por el parabrisas y cay al polvo de lacalzada. Luego, to Hans meti la primera y sali disparado calle arriba.

    Henrietta permaneci acurrucada en el asiento de atrs.Por favor, vamos a llamar por lo menos a la polica y a una ambulancia suplic.Para qu? Su to encogi con indiferencia sus anchos hombros de granjero. Seguramente ella misma tenga la culpa

    y, adems, son testarudos. Te pueden matar.Con la cara plida, Henrietta clav la mirada en la ventanilla de atrs. La plaza se haba quedado vaca. El farmacutico y

    todos los dems haban desaparecido. Ni rastro tampoco del Hombre de la botella. Reinaba una calma absoluta. Lasbuganvillas se balanceaban al viento protegidas por la bveda de un infinito cielo azul. La tierra roja reverberaba con el calor.La verde y exuberante vegetacin tropical se meca llena de vida, y la chica del suelo haba quedado reducida a una simplemancha de color caf en medio de un paisaje apacible. Ya no se mova. La escena, cada vez ms borrosa, fueempequeeciendo; los colores y los contornos se difuminaban hasta convertirse en anchas pinceladas, como en un cuadro deVan Gogh inundado de luz. Todo irradiaba una gran belleza, y el color caf de la chica ofreca un maravilloso contraste con loscolores vivos del entorno.

    Son distintos de nosotros, se las arreglarn a su manera dijo por fin Gertrude. Ya aprenders a entenderlo cuandolleves ms tiempo viviendo aqu.

    Qu significa eso de que se las arreglarn a su manera? Pueden matarse unos a otros sin que nadie les pida cuentas?Ag, ni, Man respondi to Hans en afrikans. Luego los ahorcan, por supuesto.Ahorcarlos? insisti Henrietta, ponindose plida.Pues claro! Les cuelgan del cuello hasta que se mueren dijo to Hans, rindose.Henrietta se qued sin respiracin. Los cuelgan, los matan... Sinti que le pesaban las piernas sobre el spero tapizado

    de los asientos. Los ojos le ardan, y un dolor sordo se apoder de ella. Lo nico que vea eran los enormes ojos oscuros de lachica. Lo nico que oa eran sus gritos de auxilio. Su aliento se convirti en un sollozo; cerr los prpados como paraprotegerse y dej de pensar.

    Una pluma suelta del respaldo del asiento se le clav dolorosamente entre los omoplatos. Se incorpor de golpe y tardun rato en asegurarse de dnde se encontraba. La mancha de sangre del parabrisas se haba secado y formaba una costranegra. La oreja se haba cado. Jams aprender a entender una cosa as. No quiero aprenderlo! Sin embargo, cuando lefue desapareciendo el peso plmbeo de las piernas, cuando se le quit la tensin de la cabeza y recuper un poco el nimo, laimagen de la chica empalideci y sus gritos parecieron venir de muy lejos.

    Mir por la ventanilla del coche. El camino lleno de baches se haba estrechado y ahora pareca un tnel verde. Lasprolferas plantas extendan sus largas ramas hacia ellos. Las enredaderas, con esas enormes campanillas con las que tantoles gusta a los nios adornarse la cabeza, se enroscaban por las ramas de los rboles. De repente, un objeto del tamao deun bolo alargado se estrell contra el cap. Al partirse, lo roci todo con la carne amarillenta de un fruto, y en la chapa queduna abolladura redonda. Henrietta grit, Gertrude se rio y Hans despotric.

    Malditos monos! gru to Hans. Me los cargara a todos juntos! Mis aguacates ms grandes! No solo roban lafruta ms madura y ms hermosa, sino que encima nos la tiran encima. Les debe de parecer muy gracioso el ruido que hacenal estrellarse en la chapa del coche. Sern brutos!

    Monos? Hay monos por aqu? balbuce su sobrina, y por un momento la emocin le hizo olvidar su compasin por lachica negra.

    Contempl fascinada el poderoso y alto rbol. Monos en la propia finca! frica! Se incorpor y fue mirando en todasdirecciones, imbuyndose de cuantos prodigios vea a su alrededor.

    Tenis serpientes por aqu?Multitud de ellas respondi su to secamente. Toda clase de serpientes venenosas. Sonri maliciosamente por el

    espejo retrovisor. Aqu fuera no debes ponerte nunca debajo de los rboles ni salirte del camino, ni tampoco meterte entrelos arbustos.

    Un cosquilleo recorri la columna vertebral de Henrietta. Mir la suntuosa naturaleza que la rodeaba con un respeto recinadquirido y, de repente, tuvo la incmoda sensacin de que muchos ojos curiosos estaban atentos a su llegada. En ese mismomomento, la asust un crujido entre la maleza. Un enorme animal de color canela se abri paso a travs de la cortina vegetaly se abalanz sobre ella. Intentando meter la cabeza por la ventanilla del coche en marcha, abri su terrible bocaza, biendotada de dientes, y gru. Sus amarillentos dientes como puales se cerraron de golpe a tan solo unos centmetros de lanariz de Henrietta, que peg un grito.

    A to Hans le entr la risa.Es George, nuestro dogo. Completamente inofensivo. Solo quiere jugar. George, comprtate. Fuera, chucho estpido!George cerr su monstruosa bocaza y fue trotando a su lado con la mirada anhelante.La dorada y verdosa penumbra dio paso a una luminosidad cegadora. Entre superficies de csped levemente ondulado y

    rodeada de islotes de flores se hallaba la casa. Estaba encalada de blanco y tena un tejado de paja que llegaba hasta muyabajo. Un majestuoso flamboyn, de cuyas gruesas y retorcidas races sala un tronco rechoncho, formaba con susafiligranadas hojas verde claro una sombrilla vegetal delante del porche. Rematando esas hojas, a la manera de coronas defuego, destacaban unas plumosas flores rojas.

    Un hombre negro y fuerte, de edad mediana, sali por una puerta lateral de la casa. Su cabeza completamente rapadabrillaba como si fuera de madera vieja de bano. Encima de un uniforme que constaba de camisa de algodn de manga cortade color azul cobalto y pantalones a juego llevaba un mandil blanco que le llegaba hasta los tobillos. No sonrea.

    Ya iba siendo hora mascull de mal humor. El t est casi fro.Pues prepara otro y deja de protestar, Jackson le orden Gertrude, ignorando por completo su reproche, y lleva las

    maletas de miss Henrietta al rondavel.

  • A Henrietta le dio vergenza haberse presentado tarde.Buenos das, Jackson dijo cortsmente, esbozando una sonrisa cautivadora. Siento haber llegado tarde.Jackson gir su redonda cabeza y la mir con sus ojos de color castao inyectados en sangre. Henrietta retrocedi

    asustada. Los ojos y la mirada le recordaban penosamente a George. Al cabo de un rato, Jackson parpade, asinti con lacabeza y, sin decir una palabra, cogi las maletas.

    Gertrude la agarr del brazo.Ven, vas a vivir en el rondavel.Y le ense una casita redonda con techumbre apuntada de paja, como las chozas de los indgenas. Henrietta entr

    despus de que Jackson le abriera la puerta.La estancia encalada y circular era difana y bastante grande. Las cortinas blancas, de finsima muselina, se alzaron con la

    suave brisa. El suelo de piedra color burdeos resultaba agradablemente fresco. Por encima de la cabeza de Henrietta son unleve chirrido que parecan risas. Asustada, mir para arriba. La cubierta de paja reposaba sobre una estructura redonda demadera, y desde la sombra de las vigas varios pares de ojos negros la miraban fijamente. Tras un rpido deslizamiento, sedesprendi un poco de polvo. Henrietta se sobresalt.

    Qu es eso?To Hans, para tranquilizarla, le puso una mano en el hombro.Solo son gecos. Las comisuras de sus labios amagaron una risita. Pero tambin puede haber serpientes.Serpientes? Aqu, dentro de casa? Carraspe nerviosa. Tambin venenosas?S, claro. Pero a veces tambin pitones, que no son venenosas; solo son peligrosas cuando miden ms de dos metros.

    Entonces te estrangulan antes de devorarte. Lo mejor es que te compres un libro sobre serpientes y aprendas a distinguirlas.Bah, tonteras le interrumpi Gertrude. Primero mtala y luego mira a ver si era venenosa.Qu pasa si te muerden? dijo Henrietta con la voz ronca, pues de repente se le haba secado la garganta.Bueno, eso depende dijo Hans con una sonrisita. Aqu en Natal, con las mambas tenemos un ndice de mortalidad del

    cien por cien. Otra cosa son las vboras bufadoras la aleccion. Con esas, si tienes suerte, solo pierdes la parte del cuerpoque te hayan mordido. Lo mejor es amputar inmediatamente esa parte; de lo contrario, te vas pudriendo lentamente pordentro. Hacer un torniquete no sirve de nada; solo acelera la necrosis. Te vas muriendo lentamente, centmetro a centmetro.A muchos granjeros de por aqu les falta un dedo o un pie. Si te atrapa de nuevo esboz esa sonrisa maliciosa unaboomslang verde o serpiente de los rboles, te desangras por dentro. Incluso despus de muerto, te sigue saliendo sangrepor la boca y por la nariz. Lo importante es ponerte a tiempo el antisuero.

    Henrietta perdi todo el color.Dnde se consigue aqu el antisuero?Disimuladamente, examin el suelo y las superficies que quedaban a la sombra.Ah, eso aqu lo tiene todo el mundo en el frigorfico. Normalmente no te da tiempo de ir al mdico.Hans, ahrrate esas historias escalofriantes para ms tarde le orden Gertrude en tono desabrido. Primero chate

    una buena siesta, nia, y a las seis te esperamos en casa. Hemos invitado a todos nuestros amigos y vecinos para darte labienvenida.

    Al poco rato, Jackson oscureci la puerta sin que ella le hubiera odo llegar. A pesar de estar gordo, se mova con ligereza ysin hacer ruido.

    T y scones, madam.Traa una bandeja con el t y unos bollitos redondos que casi desaparecan debajo de una abundante cantidad de

    mermelada y nata. Antes de que ella pudiera darle las gracias, Jackson ya se haba retirado silenciosa y discretamente.Ya estaba sola. Por fin haba abandonado realmente la casa paterna. Haca calor y reinaba el silencio. Una cigarra frot

    una o dos veces los litros y luego enmudeci. Henrietta descorri las ligeras cortinas y entorn los ojos por la luz. Elcansancio se fue apoderando de ella como una pesada losa. Estaba extenuada, al lmite de sus fuerzas. Aunque le flaqueabanlas piernas, logr llegar hasta la cama y se qued inmediatamente dormida, sin haberse quitado siquiera la falda. La suavebrisa que entraba por la ventana abierta sec enseguida las lgrimas que corran por sus mejillas.

    El sol ya estaba muy pegado a las colinas cuando se despert, pero segua haciendo el mismo calor. Se dio una ducha de

    veinte minutos y luego se puso un vestido blanco sin mangas que se haba hecho ella misma durante los largos y oscurosmeses de su ltimo invierno en Hamburgo. La madre haba contemplado horrorizada el escote de la espalda, que le llegabahasta la cintura.

    Cunta carne! Qu desvergonzada. Piensa en lo que se les pasar por la cabeza a los indgenas.Segn su madre, solo tenan una cosa en la cabeza.Llamaron a la puerta y entr ta Gertrude.Y bien? Ya te has recuperado un poco?La llev por el porche a una habitacin grande abarrotada de muebles oscuros y pasados de moda, hasta salir a un patio

    interior: pavimento de ladrillo cocido de color marrn oscuro; a un lado, una piscina de agua azul verdosa y cristalina, y en elmedio, una datilera achaparrada cuyas amplias palmas cubran casi todo el patio. Bordeaban el patio arriates de espigadasanturias, cuyas espectaculares flores parecan mariposas rosas danzando en el viento de la noche. Sus sombras, a la luzparpadeante de las antorchas, revoloteaban sobre las caras de los numerosos invitados. Un poco aparte se hallaba, envueltoen una nube de humo, to Hans, que estaba asando cantidades ingentes de carne en una parrilla enorme, un tonel partido endos longitudinalmente y apoyado en dos muretes de ladrillo, cuya superficie serva al mismo tiempo como mesa. Acostumbradaa medir las cantidades de carne en gramos, Henrietta se qued sin habla mirando cmo su to, lentamente pero sininterrupcin, iba cogiendo filetes apilados en una carretilla que formaban un montn de medio metro de altura.

    Yuju! exclam una mujer pizpireta y muy bronceada, que irrumpi desde el fondo de la casa.

  • Entre una nube de ricitos negros brillaban dos ojos negros llenos de curiosidad, como los de un pgalo. Un enormediamante refulga en la piel apergaminada y llena de arruguitas de su cuello. Llevaba una fuente grande de empanadillas conuna bonita guarnicin de tomate y perejil.

    Boy, cgeme esto.Jackson apareci como de la nada, en silencio, con sus ojos inyectados en sangre y su rostro de color bano, insondable

    como una mscara. La recin llegada esboz una sonrisa con sus labios pintados de un color rojo intenso, mientras sus vivosojillos se posaban en Henrietta.

    Hola, soy Liz Kinnaird, y este es mi marido, Tom dijo, sealando con el pulgar por encima del hombro. Tiene unapierna de madera. Un cocodrilo, sabes? aadi con una risita. El resto lo escupi por incomestible.

    Entre el gritero y los aplausos de los all presentes, Tom Kinnaird bail con su pata de palo una danza salvaje y arcaica.Sobre sus anchos hombros, su redonda cabeza roja quemada por el sol, con algn pelo que otro aqu y all, se levantaba y seagachaba llevando el ritmo. Las largas puntas de su bigote canoso le llegaban hasta las orejas. La semejanza con una alegremorsa era asombrosa.

    Un cocodrilo? grazn Henrietta.Gertrude se rio sarcsticamente.Qu va! La pierna se le gangren en la ltima guerra.Borracho como una cuba, en el comedor de oficiales pis los aicos de su botella de whisky. Por aquel entonces todava no

    haba penicilina. Como se crio entre los zuls, a veces se comporta como un salvaje. Posiblemente haya vuelto a cogerse unacogorza profilctica. El ritmo solo lo pilla a partir de determinado nivel de alcohol en sangre. Agarr a Henrietta del brazo.Anda, come algo antes de que te arroje como forraje de esta jaura.

    La mesa estaba llena de exquisiteces desconocidas que olan deliciosamente. En el centro, sobre una bandeja de plata, seamontonaba hasta una altura de medio metro una pirmide de langostas. Un lujo inimaginable.

    Gertrude le dio una fruta de color dorado del tamao de la cabeza de un nio.Una papaya. Muy delicada le explic. Hars unas bonitas deposiciones blandas. Es estupenda para las hemorroides.

    Llen un plato hondo de mejillones y coloc encima una langosta. Toma, prubalo. Los jvenes han pescado las langostasjunto a las rocas. Las Navidades son la mejor poca para las langostas.

    Las langostas la miraban con sus vidriosos ojos como botones; entre las antenas, los pinchos afilados como navajas deafeitar parecan armas de ataque dirigidas hacia ella, y los mejillones medio abiertos desprendan un olor a algas, a vino unpoco avinagrado y a ajo. Desde la parrilla llegaba en vaharadas un olor penetrante a pollo asado. De repente se sintimareada y se tambale un poco.

    Navidades? De pequea, cuando en el ao 1944 abandon el soleado mundo de frica y se march a Alemania, tambinera por Navidad. Entonces solo la consolaban las historias que le contaba su abuela sobre un abeto adornado con lucecitas,mesas abarrotadas de regalos, ganso asado con albndigas, pasteles de chocolate hechos por la ta de Nremberg y lalumbre chisporroteando en la chimenea.

    El primer invierno de la posguerra tambin hizo un fro riguroso, pero la gente estaba animada y esperanzada haciendo lospreparativos para las primeras Navidades en paz. Estando un da con su abuela en el atrio de la iglesia de Santa Mara deLbeck, tena mucho fro. Era medioda. Los bombachos azul oscuro de gimnasia eran demasiado finos y el viento cortante sele meta por la delgada tela hasta rozarle la piel. Daba saltitos de una pierna a otra para volver a sentir los pies y los dedoscongelados. Las botas que llevaba haban pertenecido en otro tiempo a su primo y eran, como l, toscas y demasiadograndes. Su madre le haba metido hojas de peridico arrugadas en las puntas. Por las grietas de la dura piel de las botas leentraba la humedad de la nieve derretida; el peridico se haba mojado y apelotonado y en los dedos de los pies tena heridaspor el roce. Nubes cargadas de nieve cubran los tejados del casco antiguo de Lbeck.

    Aunque haba mucha gente congregada en el atrio de la iglesia en torno al coche de caballos, que llevaba unos pocosrboles de Navidad, reinaba un extrao silencio. Los que se haban hecho con un arbolito a cambio de cigarrillos o de azcar loapretaban contra s con las manos amoratadas, mientras sus ojos brillaban de devocin destacando de sus rostros plidos yenflaquecidos. Su abuela, una mujer alta vestida de negro, que pese a su edad iba derecha como una vela, coloc elescuchimizado rbol de Navidad que acababa de adquirir en la carretilla de madera.

    Vas a ver, Henrietta sonri, cmo a partir de ahora saldremos adelante. Tenemos un autntico rbol de Navidad!Todo volver a ir bien.

    Vendr el Nio Jess, y si has sido buena, te traer algo le dijo su madre en casa, abrochndole el vestido que tantopicaba hasta por debajo de la barbilla.

    A Henrietta le empez a palpitar el corazn. Soaba con lpices de colores y un bloc de dibujo. Tiritando en la enormecocina, se apoy junto al largo y esmaltado hogar, con sus relucientes cantos de latn, porque para celebrar ese da solollevaba unas medias hasta la rodilla, en lugar de los bombachos de gimnasia debajo de la falda. Movi los lastimados dedos delos pies dentro de los estrechos zapatos negros de charol con la fina trabilla rematada por un botoncito. Todava le iban bien.Su prima Inga los haba ensanchado por el uso. Lpices de colores! El corazn le dio un vuelco.

    Luego, por fin, son la campanada de Navidad. Era tal la ilusin que le haca, que se puso nerviossima. Empez aabrocharse y desabrocharse los zapatos para demorar el muy ansiado y temido momento, pero su madre se la llev sin mscontemplaciones a la habitacin decorada para la Navidad. Clida, muy iluminada, y en un arbolito de Navidad que casidesapareca bajo los antiguos y bonitos adornos de la abuela, ardan cuatro velas.

    Su mirada vol por la habitacin y el corazn se le detuvo. Nada. Nada en absoluto. Ni lpices de colores ni bloc de dibujo.En ese momento le lleg de la cocina un olor grasiento a pollo asado y, de repente, le dieron nuseas y vomit en la alfombra,justo delante del arbolito navideo. Esa maana haba desayunado pan negro desmigado en leche desnatada, como todos losdas.

    Pero, nia, qu ests haciendo? Pobre alfombra!Todos se abalanzaron sobre ella. Unas manos la apartaron. Segua oliendo a pollo asado. Vomit de nuevo.Qu pasa, cario? No te encuentras bien? La voz de ta Gertrude sonaba preocupada. Ests blanca como la nieve y

    tienes carne de gallina. Es imposible que tengas fro. Estamos a ms de treinta grados a la sombra.

  • Henrietta dirigi sus enormes y confusos ojos a su alrededor. Treinta grados a la sombra en Navidades? Poco a pocologr salir de las profundidades de sus recuerdos. Se senta desvencijada, desgoznada, como un guijarro suelto en lacorriente de un ro.

    Lischen, la niera, que haba criado a su padre y a los cinco hermanos varones de este, y que ya tena unos ochenta aos,la salv de la ira violenta e impaciente de su padre. Entr rpidamente con un cubo y un trapo en la mano.

    Deja, nia, ya lo hago yo. No pasa nada. De rodillas, restreg el trapo por la vomitona, hasta que no qued ms queuna mancha oscura y hmeda como testigo del contratiempo de Henrietta. Han sido unos das duros para ti dijo con suhilillo de voz de anciana. Gimiendo un poco, logr ponerse otra vez de pie. Lo ves? Ya no queda nada.

    Gracias, Lischen dijo la abuela, que durante el pequeo drama no haba cambiado de cara. Por hoy, puedemarcharse. Tom la mano de Henrietta. Comprtate, Henrietta, comprtate. Ve a ver lo que te han trado debajo del rbolde Navidad.

    Le regalaron los lpices de colores, pero desde entonces siempre pasaba fro en Navidades, pese a que en la casa deHamburgo haca mucho que tenan una magnfica calefaccin central.

    Una suave brisa salt por encima de la pared del patio, sopl por encima del suelo, acarici clidamente su piel desnuda y,en la calurosa noche africana, le quit la carne de gallina de los brazos.

    Escuchadme todos! dijo Gertrude. Os presento a Henrietta, mi sobrina de Alemania. Le dio un empujoncito. Hala,haz la ronda.

    Todos se volvieron a mirarla y le pasaron revista sin disimulo. La miraron de arriba abajo sin perderse detalle.Henrietta se sinti manoseada. Tmidamente miraba a la multitud de caras curiosas. La lengua no le obedeca. Haba

    olvidado todas las frases hechas y giros ingleses que tan cuidadosamente haba estudiado, as como las frmulas de cortesa.Poco a poco se fue sonrojando hasta que las mejillas le ardan.

    Hola dijo una voz bien modulada, con el acento del Queens English, soy Duncan Daniels, bienvenida a Sudfrica!El joven, delgado y de estatura mediana, no era mucho mayor que ella. Ojos burlones de color azul claro, cara alargada

    con una barbilla puntiaguda y grandes dientes blancos descubiertos por la sonrisa. Pareca un caballo con una risita sardnica.Adems de una chaqueta negra con botones dorados, llevaba una falda escocesa a cuadros verdes y azules, unos calcetinesa cuadros y unos zapatos con hebillas; del cinturn le colgaba una faltriquera de piel de tejn. Por debajo de la barbilla lerozaba el encaje de una chorrera blanca como la nieve.

    Somos escoceses explic intilmente. Llevamos viviendo aqu desde hace cuatro generaciones, pero la tradicin es loque importa, sobre todo en el bush. Se toquete la chorrera con gesto burln. Hay que dar ejemplo a los salvajes. Deentre la multitud tir de una joven presumida de rostro risueo y con el pelo rubio cardado formando un alto tup. Lavoluminosa falda de su vestido negro de tul que dejaba la espalda al aire se bamboleaba al andar. Esta es Diamanta, mihermana. Una amiga chiflada, en un ataque de furia, la bautiz como Glitzy. Se le ha quedado el nombre rio irnicamente.Por lo dems, todos nos llamamos con la D, como mi padre Dirk Daniels. Glitzy, te presento a Henrietta, de Alemania.

    Hola-me-alegro-de-conocerte solt de corrido, con la voz ronca. Te llamar Henri.Prefiero que no lo hagas. Mi padre me llama as cuando se acuerda de que en realidad quera tener un hijo.Abajo los hombres!La joven sudafricana se rio con tantas ganas que le temblaba toda su exuberante figura.Henrietta se uni a la risa. Tena la agradable sensacin de haber encontrado dos amigos.Diamanta? pregunt en un tono precavidamente neutral. Un nombre poco comn.Diamanta solt una risita.El abuelo Daniel encontr un diamante enorme justo el da de mi nacimiento. As que me llamaron Diamanta. Como

    talismn, por as decirlo. Para que le diera suerte en el futuro. Pero no le sirvi de mucho porque poco despus se asfixi conuna espina de pescado.

    Vaya! A Henrietta le cost reprimir la risa.Nos gustara invitarte a tomar el t dijo Duncan. Por desgracia, mis padres no han podido venir hoy, pero tienen

    muchas ganas de conocerte. Este domingo viene a visitarnos la pandilla del polo.Henrietta estaba radiante de alegra.Con mucho gusto. Cmo se va a vuestra casa? Puedo ir andando o hay algn autobs?Aterrorizada, Glitzy puso sus ojos azul claro como platos.Andando? Madre ma. Eso aqu no se hace, y tampoco hay autobs. Te recogeremos sobre las cuatro y media.El ruido ambiente iba en aumento. Retazos de conversaciones se superponan unos a otros formando una estridente

    mezcolanza. Todo el mundo la rodeaba, convirtindola en el ojo del torbellino. Nuevas caras iban congregndose a sualrededor; sus palabras y los diferentes acentos eran extraos a sus odos. De un enorme bigote rubicundo sali una vozgangosa, muy britnica:

    Querida, necesitamos sangre joven. Hay que poner un dique a la marea negra, ja, ja. As que csate pronto, jovencita,para que el pas tenga muchos vigorosos sudafricanitos.

    Una mirada descarada a su escote, y tanto la cara roja como el bigote se sumergieron de nuevo en la copa de whisky.Una mujer regordeta de rasgos un poco vulgares y la cara muy empolvada, cuyo nombre no haba entendido Henrietta, le

    estuvo hablando mucho tiempo en un ingls espantosamente duro y entrecortado.De manera que tiene que aprender afrikans inmediatamente concluy enrgicamente sus explicaciones. Somos el

    ltimo reducto de la civilizacin, la salvacin del mundo blanco, los elegidos. Dios ha creado blancos y negros; si hubieraquerido tener una humanidad de color caf con leche, la habra creado as.

    Henrietta asinti dbilmente. Tan cansada se senta, que se mareaba. Con un gran esfuerzo levant los prpados y seencontr frente a una mujer mayor gorda como un tonel cuyos ojos negros de mirada torva la descalificaban.

    Querida, un poco corta su falda, no cree? Aqu debera llevarla ms larga, por los nativos, entiende? Tenemos que

  • predicar con el ejemplo; al fin y al cabo, no podemos ir por ah medio desnudos como los salvajes. Se pas su manoregordeta, en la que luca un rub enorme, por su permanente, rubia y firme como el cemento con las races negras. Tengoque hablar con Gertrude. An tiene usted mucho que aprender.

    Henrietta mir estupefacta la superficie pecosa y ondulada de su exuberante escote, que irradiaba un ardiente calorcorporal. Retrocedi un paso y choc contra la pared. De ah no poda huir.

    Nosotras, las damas del Club del Jardn continu la mujer de ojos negros y mirada dura, abarcando a todas ellas conun movimiento de mano, estamos recibiendo ahora clases de tiro. Naturalmente, la esperamos a usted tambin; el pasnecesita gente joven que se muestre valiente. El rub lanz un destello.

    Disparar. La angustia se le agarr a Henrietta a la garganta. Guerra! Las armas significaban guerra.Clases de tiro logr balbucir. A qu se refiere exactamente con clases de tiro? Para qu?Dispuesta al ataque, la seora estir la barbilla y cerr el puo adornado con joyas.Tenemos que estar preparados por si nos atacan las hordas negras. Ya se estn amotinando, cruzan la frontera desde

    los campos de entrenamiento comunistas, asesinan, saquean y hacer saltar por los aires nuestras comisaras. Parece ser quehan descuartizado a una familia entera. De europeos, naturalmente. Ahora sus ojos eran impenetrables y su voz tena untono fantico y sibilante. Primero les cortaron las manos y los pies, luego las piernas hasta la rodilla y los brazos hasta elcodo. Los debieron de despedazar como a reses de matanza. Se dice que cuando los encontraron, les faltaban algunostrozos! Respir con dificultad. No quiero ni imaginar lo que haran con ellos. As pues, joven damisela, estamosaprendiendo a disparar para apoyar a nuestros chicos y para defendernos cuando no estn ellos.

    De repente, Henrietta se qued sin aire. Era como si esos ojos la taladraran con su mirada penetrante. Aquello le son aguerra. En mi paraso! Le cost mucho trabajo zafarse de la mujer, hasta que se mezcl agradecida entre la alegre ybulliciosa multitud de la fiesta.

    Quin es esa seora de la permanente rubia? le pregunt en voz baja a Gertrude. Me da miedo. Me ha hablado dela guerra y de las hordas negras.

    Gertrude sonri levemente.Es Elsa de Kock. Si no se echa laca, se le riza muchsimo el pelo, que adems es negro y no rubio. Entiendes lo que

    quiero decir? Le lanz una mirada de complicidad bajo sus pestaas postizas. No te ha llamado la atencin que susrasgos faciales son... digamos... un poco rudos? Aqu a eso se le llama tener alguna relacin con la brocha de alquitrn.Siempre est hablando del peligro de los negros. Esa gente es la que muestra el odio ms encarnizado hacia los negros.

    Henrietta se qued sin entender nada.Liz Kinnaird se uni a ella.Tu ta quiere decir que tiene un punto oscuro en su rbol genealgico.Oscuro, qu bueno! Gertrude hizo una mueca despectiva con la boca. No muy lejano, creo yo. Tal vez una xhosa de

    Transkei, o una hotentote, si tenemos en cuenta el culo que luce.Las damas soltaron una carcajada y dieron un sorbito de su copa.Boy, treme un vino. La seora De Kock levant la copa vaca con gesto altivo.Jackson asinti con la cabeza. Se deslizaba silenciosamente, como una sombra de dimensiones colosales, entre los

    invitados, mientras recoga unos vasos y llenaba otros. Jams sonrea y pareca verlo todo. Tard un rato en aparecer con elvino.

    Dnde se ha metido ese kaffir con mi vino? dijo la seora De Kock, impaciente.Henrietta pesc la mirada que Jackson lanz a la seora De Kock, y se le puso carne de gallina. Por un momento, a Jackson

    se le cay la mscara, y Henrietta crey ver a un hombre que era capaz de matar.Una criatura alabastrina y con algo de elfo, envuelta en un vestido blanco y rodeada por el halo de sus brillantes cabellos

    color champn, se abri paso a travs de la multitud. Los diamantes de sus orejas derramaban su fulgor hasta el final de suescote. Sobre su hombro se posaba un gato siams de ojo azules. Cuando atisbo a Duncan, encamin sus pasos hacia l.

    Duckie, darling arrull, enroscando su delicado cuerpo como una enredadera en torno a l. Sus ojos entornados yverdes como los de una gata se clavaron lujuriosamente en sus labios. Hola, cielo.

    Cori, si ests cerlea...De color violeta, ms bien. Cori sonri y le bes en la boca. Me encuentro perfectamente. El gato buf y amenaz a

    Duncan con las garras. Tranquilo, pequen dijo ella, besndolo.Duncan esquiv al gato.Controla a tu tigre. Se volvi hasta ver la cara de Henrietta. Henrietta, te presento a Cori, tu prima... Cori, s

    educada y saluda a Henrietta.Hola; este es Sirikit, mi beb dijo Cori entre risitas.Desde su espalda emergi un hombre flaco y plido cuyos enormes mostachos casi le tapaban el rostro enjuto. Te

    presento a mi marido, Freddy. Se dedica a hacer zapatos y gana dinero a espuertas. Le dio un empujoncito para que seadelantara.

    Buenas tardes murmur Freddy, bajando la vista.Tena cara de cansancio y unos ojos de color azul claro. Su camisa, de un colorido extraordinario, colgaba floja sobre sus

    voluminosos pantalones. Pareca apreciar la comodidad por encima de todo.Freddy est construyendo un coche de cemento dijo Duncan con una sonrisa. Ya ha terminado un barco y despus

    quiere construir un avin.De cemento? Henrietta crey no haber odo bien.Freddy alz los prpados.En efecto dijo, arrastrando las slabas como un vaquero de Texas, aunque la pronunciacin era puramente escocesa.

    Unos cacharros fantsticos.

  • Como agotado por el esfuerzo, la cortina volvi a cerrarse ante sus ojos; busc apoyo en una pared, pero se agarr a sucopa de coac llena. Pareca uno de esos jovencitos que han heredado el dinero que tienen. Arrogante, mimado, abandonadoal alcohol.

    Cori meci a su gato.Un avin, un coche, incluso nuestra cama..., todo lo hace nuestro daddy de cemento, verdad, corazoncito?Su madre se abri paso a codazos entre los invitados.Aparta ese bicho de mi vista! gru.Mi beb me acompaa a todas partes replic Cori.Es un gato, no un beb. Ten un nio y as no necesitars un gato. O es que tu marido solo tiene cemento en la cabeza?Cori enderez la espalda, pero sonri.Nios..., buf... Para qu? dijo a la ligera.Sin embargo, Henrietta vio las lgrimas que le afloraron a los ojos. Una se desprendi de las pestaas y rod por su

    mejilla. Entonces Cori se march.Con la velocidad del rayo, Freddy se acerc de repente a Gertrude. Ya no tena cara de aburrido ni de malcriado.Quieres hacer el favor de mantener cerrada tu maldita bocaza? De lo contrario, te la voy a coser.Dio media vuelta y sigui a su mujer.Caramba, qu sensible! le grit Gertrude. Es un hombre horrible, no tiene modales le susurr a Henrietta.Ama a su mujer, pens Henrietta, y envidi a Cori.A estas alturas atronaban las carcajadas, chirriaban retazos de conversaciones, mientras las sobras de la comida se

    resecaban en el bufet. El calor hmedo, cargado de humo, se le pegaba a Henrietta a los pulmones. Enormes mariposasnocturnas revoloteaban en torno a las chisporroteantes antorchas. Sus sombras fantasmagricas sobrevolaban a la multitudparlanchina desfigurndole faunescamente el rostro, cuyas bocas se abran y se cerraban rtmicamente. La humareda adquiraun tono rosa por el reflejo de las brasas de carbn vegetal. Ella deba de ser la nica sobria. No oa ningn ruido ni sentanada porque los odos le zumbaban de cansancio. Agotada, se recost contra la pared y se durmi al instante. Cuando lasrodillas le flaquearon y estaba a punto de resbalarse por la pared, se despert asustada. Con las ltimas fuerzas que lequedaban, se march y recorri a tientas el sendero del jardn, oscuro como boca de lobo.

    Inesperadamente apareci Jackson a su lado. Llevaba una linterna.Demasiado peligroso para madam murmur. Serpientes. Duermen por la noche sobre las piedras recalentadas. Se

    adelant en direccin al rondavel y encendi la luz. Buenas noches, madam dijo antes de marcharse.Henrietta bebi un trago de agua de una garrafa cubierta con un paito de encaje y perlas que hacan la funcin de pesas,

    se quit solamente el vestido por la cabeza y se desplom en la cama.La noche caa con suavidad, y la cancin de cuna de frica la meci hasta conciliar el sueo. Las cigarras cantaban, las

    ranas arborcolas entonaban su clara meloda y, a lo lejos, se oa la respiracin y los suspiros del mar. Cuando cumpli veinte aos, el 1 de enero, ta Gertrude y to Hans le regalaron un sombrero de paja amarillo. El regalo de

    sus padres se lo haba llevado en la maleta. Lo sac. Un lbum de dibujo y unas acuarelas. Le hizo tanta ilusin queinmediatamente se puso a pintar una serie de flores.

    Los siguientes das pasaron volando. La luminosidad la cegaba, los colores los perciba como fuegos artificiales y el calor lequemaba la piel. Se atiborr de fruta del huerto de su ta. Melocotones, papayas, melones, albaricoques..., todo bien dulce ymaduro, recin cogido del rbol. Por lo dems, se alimentaba casi exclusivamente de ensaladas, que le compraba a Sammy, elfrutero indio. Todos los das pasaba con su pequea furgoneta, en la que se apilaban cajas de fruta y verdura, tocaba labocina insistentemente y esperaba a las amas de casa de los alrededores. Ese rato lo aprovechaban las mujeres para charlaranimadamente formando grupitos. Por un lado, las blancas, y por otro, las negras. Sammy entretena a las vecinas deGertrude contndoles novedades y cotilleos con un aire de complicidad e intimidad, como para dejar claro que pese a tener lapiel oscura, ocupaba una posicin social diferente a la de los empleados domsticos negros. A estos los despachaba conarrogancia, y solo despus de haber atendido a los blancos. Pero eso a las negras jvenes les traa sin cuidado. Seguangorjeando y trinando alegremente como una bandada de aves del paraso, con su piel sedosa de color castao y su plumajemulticolor. Jackson, que le haca la compra a Gertrude, se pavoneaba a su alrededor, ahuecaba las plumas, las desplegaba enabanico y les gastaba bromas, mientras ellas respondan coqueteando y tapndose la cara con las manos.

    A los pocos das, Henrietta contrajo un terrible clera nostras. Durante veinticuatro horas se debati entre la vida y lamuerte. Aunque plida, temblorosa y deshidratada por la prdida de lquido, al da siguiente se sent valientemente a la mesadel medioda.

    Pareces masticada y escupida brome su to. Acaso no has desinfectado la fruta y la verdura? Aqu hay que hacerlosin falta. No hay que olvidar que Sammy y sus colegas utilizan como abono tierra nocturna dijo, soltando una fuertecarcajada.

    Por su modo de rerse, Henrietta se abstuvo de preguntarle qu significaba tierra nocturna. Pero to Hans no tenapiedad.

    Sammy Singh vaca el contenido de su retrete en los bancales de la verdura y las hortalizas-explic. Por eso la lechugatiene ese color verde tan bonito.

    Al ver que ella se estremeca de asco, su to solt una risotada maliciosa.Jackson trajo la sopa y una ensalada. La sopa era espesa y tena un color enfermizamente amarillo.Anda, come, hija la apremi ta Gertrude. Necesitas ingerir lquido. Es una sopa picante de curry que te vendr bien

    para la circulacin. Tambin deberas beber mucha cola y comer cosas saladas; es lo mejor para despus de haber tenidoclera nostras.

    Se trag dos cucharadas. La ensalada ni la prob. La imagen del contenido del retrete, tan elegantemente descrito comotierra nocturna, la tena todava demasiado viva. Como plato principal Jackson sirvi un asado hecho pedazos con una salsa

  • grasienta, rodajas de berenjena quemadas, unas patatas aguachinadas y unos guisantes enormes y duros como piedras.Aquello tena un sabor espantoso.

    Jackson! grit ta Gertrude, escupiendo la rodaja de berenjena.Cuando Jackson lleg tranquilamente de la cocina con el trapo de secar los cubiertos metido en el cinturn, Gertrude

    seal con su dedo regordete las berenjenas negras como el carbn.Estn quemadas!El fornido negro se agach sobre el plato y examin con inters las berenjenas que haban sido objeto de reclamacin. No

    se mostr nada impresionado.Ha sido el fuego, madam dijo en un tono irritantemente inexpresivo. Estaba demasiado caliente.Gertrude se levant indignada.Ah!, y de las patatas aguachinadas y de la salsa tan aceitosa tambin tiene la culpa el fuego?Oh, no, madam respondi l solcitamente. Eso ha sido por mis manos, que sencillamente no han parado de verter

    aceite a su debido tiempo.Un respingo con las cejas, un alzamiento casi imperceptible de las comisuras de la boca, la barbilla solo un poco

    adelantada. Era un maestro del lenguaje corporal. Su musculoso cuerpo ligeramente inclinado hacia atrs, los pies descalzos yencallecidos bien plantados en el suelo, la cabeza un poco ladeada. Una provocacin descarada.

    Gertrude echaba humo. Sus miradas se enzarzaron en una lucha por el poder, que a Henrietta le resultaba rarsima. Loque esperaba del zul era sumisin y temor. Sin embargo, en esa cara negra solo vea burla y desafo.

    Pero el comportamiento de su ta fue mucho ms desconcertante. Furiosa y obviamente frustrada, solo resisti la miradade esos burlones ojos negros unos pocos segundos. Luego baj la vista. El negro hizo un gesto de asentimiento, dio mediavuelta y se fue. Sencillamente se larg.

    Maldito kaffir dijo la mujer blanca, furiosa y respirando entrecortadamente. Seguro que ha vuelto a fumar dagga. Hasvisto qu ojos tena? Completamente vidriosos, como un pescado cocido. T tambin podras decir algo de vez en cuando,Hans!

    Su marido resopl. Deba de ser algo parecido a una risa.Ni lo pienses. T tienes la culpa, por ser tan incoherente. Despdele de una vez; deberas haberlo hecho hace aos.Despedir a Jackson? Haba autntico horror en la voz de Gertrude. Es el mejor boy de la comarca, y t lo sabes.

    Adems, no roba.Ests segura?En cualquier caso, no echo nada de menos eludi la pregunta. Por cierto, a ver si vuelves a mirar si hay cultivos de

    dagga en el jardn.Dagga? repiti Henrietta, que haba seguido el dilogo boquiabierta.Cannabis le explic Gertrude. Todos lo cultivan. En medio de tus ms hermosos arriates de flores te encuentras de

    repente con unas plantas sanas y vigorosas de dagga. Mir a su sobrina y luego se rio adustamente. A que esperabasque azotara a Jackson? Y suspirando como acostumbrada a defenderse en ese sentido, aadi: Pronto te dars cuenta deque en Sudfrica la relacin entre blancos y negros no es precisamente blanquinegra.

    Como si se le hubiera desinflado la ira, sigui comiendo.En la cocina, Jackson armaba un jaleo de mil demonios con los cacharros. Desafiante, pens Henrietta.Qu tiene que ver que sea blanco o negro cuando un criado no hace su trabajo como es debido y, para colmo, contesta

    con descaro? Eso no lo aguanta ningn amo del mundo!El cuello de Gertrude se encorv como el de un caballo encabritado.No lo entiendes.Pues entonces explcamelo.Gertrude estamp el tenedor en la mesa y dijo algo irritada:Es demasiado complicado. Cuando hayas vivido aqu un par de aos, sabrs a qu me refiero.Su marido sonri maliciosamente.Lo que quiere decir tu ta, querida Henrietta, es que si despide a Jackson, o bien tiene que hacer ella misma las tareas

    del hogar, lo que naturalmente sera impensable porque una seora blanca no puede arrodillarse a fregar el suelo, o bientiene que buscarse otro boy u otra girl. Las dos cosas son una molestia y quitan tiempo para jugar al tenis.

    Un rayo blanco como el nen ilumin los rasgos desfigurados por la ira de Gertrude. Su respuesta fue acallada por untrueno ensordecedor. Henrietta se sobresalt. Hasta entonces los das haban sido achicharrantes, con un cielo de color azulintenso y un sol blanco y cegador que perfilaba todos los contornos y permita ver el horizonte como una ntida raya recta.

    Te dan miedo las tormentas? le pregunt to Hans, esperanzado.Henrietta se ech a rer.No, me encanta el tiempo que hace aqu. Solo me deprimen los das grises y plomizos de Hamburgo.Despus de llevar algo ms de una semana en casa de su to, ya conoca su malicia. Le encantaba poner a los dems en

    apuros, dejarlos en ridculo y rerse de ellos con aire de suficiencia. Eso lo haba convertido en un hombre solitario. Los amigosque todas las tardes se reunan en el porche a tomar cantidades ingentes de t, a comer sndwiches de pepinillo y a discutir,eran amigos de Gertrude. Ella disfrutaba de su compaa y no paraba de contar ancdotas gesticulando, fumando y rindose.

    Las primeras bebidas fuertes aparecan antes de que se pusiera el sol. Henrietta les oa charlar y discutir hasta muyentrada la noche. Para entonces, to Hans llevaba ya un rato acostado, pues la vida en la granja se despertaba con la salidadel sol y toda la jornada era dura y agotadora.

    Henrietta sali al porche. El amplio cielo estaba negro; los relmpagos saltaban de nube en nube y descargaban conmltiples ramificaciones que daban lugar a ensordecedoras explosiones apocalpticas. La forma de los rayos se le quedaba

  • grabada en la retina. Empezaron a caer grandes goterones, pero no poco a poco, sino de golpe, como si all arriba se hubieraroto un dique, hasta que se form una densa cortina de agua. En cuestin de minutos, el jardn se convirti en un estanque.Impetuosos riachuelos se precipitaban por los senderos, borboteaban en torno a las races de los rboles, lavaban la tierraroja y la acarreaban hasta el mar. Su to interrumpi la discusin con su mujer, se levant y mir hacia fuera.

    Tiempo de tiburones dijo.Tiempo de tiburones? Henrietta crey no haber odo bien.S asinti l. Cuando ms les gusta cazar a los tiburones en las turbias y revueltas tierras cenagosas de las aguas

    costeras es despus de un buen aguacero. Entonces es peligroso baarse. Mir a Gertrude con ganas de pelea. La piscinase va a desbordar otra vez. Ha limpiado Jackson el desage?

    Al menos, se lo he ordenado replic Gertrude.Pero has comprobado si lo ha hecho?Tambin podras hacerlo t, digo yo.Jackson es tu criado!Ay, madre ma! Por ah va una serpiente! grit Henrietta. Un relmpago ilumin el jardn. Es verde. Es peligrosa?Si tiene manchas grises y verdes en el costado, no respondi su to por encima del hombro; si no, podra ser una

    mamba verde o una boomslang. Son arrastradas hacia abajo desde los campos de caa de azcar. Ten cuidado cuando vayasluego al rondavel.

    El reptil, que haba quedado atrapado en las races desenterradas por el agua de la vieja jacaranda, se desliz hasta lacopa sin mover las hojas. All se enrosc alrededor de una rama del grosor de un brazo y la apret con su fuerte y elsticamusculatura. Ahora, ni la tormenta ms fuerte podra derribarla. Su lengua negra y bfida saboreaba el aire que la rodeaba. Ala luz intermitente de las descargas elctricas,

    Henrietta vio cmo la serpient