en181-teotihuacan
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El complejo arqueológico deTeotihuacán guarda en su interiormuchos secretos que poco apoco se están revelando.Descubierto por los españoles yavacío, lo consideraron como unaciudadela militar. Nada más lejosde la realidad. El reciente hallazgode un túnel y varias cámaras haceespecular si en esta ciudadela sehalla la puerta al inframundo…
La fría mañana mexicana quiso recibirnoscon algunas gotas de lluvia. Llegamos a pri-merísima hora al complejo de Teotihuacán,la ciudad donde nacieron los dioses. Haceya más de un siglo, en 1910, se iniciaron
aquí los primeros trabajos arqueológicos y, hasta lafecha, no se ha logrado dar respuesta a los nume-rosos interrogantes que se ciernen en torno a estaciudadela. El último gran desafío saltó a los mediosde comunicación hace unos meses. Especialistasdel Instituto Nacional de Antropología e Historia–INAH-Conaculta– localizaron, a doce metros deprofundidad, la entrada de un misterioso túnel queparece conducir a las mismísimas entrañas del tem-plo de la Serpiente Emplumada. Debajo del mismo,según todos los indicios, se extiende una serie deinquietantes galerías, una suerte de puerta al in-framundo.
El templo de Quetzalcóatl se ubica al Norte delcomplejo arqueológico y es uno de los edificios másbellos del México prehispánico. La alfarda estádecorada con grandes cabezas de serpientes conel cuerpo cubierto de plumas, así como con moti-vos florales. Se trata de las representaciones deQuetzalcoatl y Tlaloc –el dios de la lluvia, simboli-zado por una flor de once pétalos–, respectiva-mente.
No hay ningún turista a la vista. La mítica Calzadade los Muertos se extiende frente a nosotros inu-sualmente vacía en sus cuatro kilómetros de longi-tud. Además, la fina lluvia matinal dota al entornode un aire espectral. Elba Ortega, la arqueóloga fo-rense que nos acompaña, se detiene frente a la en-trada de un templo, junto a la pirámide de la Luna,y de repente comienza a dar palmas. Un extrañoeco viene devuelto: “Quetzalcóalt os da la bienve-nida” -nos dice. Al parecer, los sacerdotes teo-
Josep Guijarro / Patricia HervíasFotos: Xcriptum e INAH