Encuentro con autor: Fernando Marías "Biografía del segundo cocodrilo"

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Los alumnos del IES LA SERNA, realizan una serie de finales alternativos a la obra de Fernando Marías "Biografía del segundo cocodrilo"

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- ¿Por qué lanza esas hojas al río? –pregunté.

- Cállate y coge esa jaula. Cuando se acerque el cocodrilo

me lanzas al río dentro de la jaula.

Yo, asustado, no dije nada y asentí con la cabeza. Unos

minutos después, el cocodrilo intentó atacarlo mordiendo la jaula.

Consiguió abrirla y Vargas se fue nadando rápidamente hacia la

barca. En cuanto subió, cogió un arpón, lo lanzó al río y

empezamos a ver sangre. Creíamos que el cocodrilo había muerto

pero cuando Vargas miró bajo el agua roja por la sangre, vio que

no había nada. El cocodrilo estaba herido y había conseguido

huir.

Volvimos a la orilla. Vargas entró en su casa y yo me dirigí

al hotel pero, extrañado por lo de las hojas de los libros, volví a la

casa de Vargas y llamé a la puerta. Vargas salió y dijo:

- ¿Qué quieres, chico?

Yo, con un poco de vergüenza, le pregunté:

- ¿Puedo pasar a su casa un momento?

Él, extrañado, me contestó:

- Claro, pasa si quieres

Con algo de vergüenza todavía, le dije:

- ¿Puedo hacerle una pregunta, señor?

Él, con voz de intriga, me dijo:

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- ¿Qué quieres decirme chico?

Con miedo a que se enfadara le contesté:

- No quiero ser pesado pero ¿me puede decir por qué tiraba

al río las hojas finales de los libros?

Él me respondió:

- Es porque mi mujer y yo nos encontramos un libro titulado

“Lord Jim”. Nos los leímos enterito pero cuando llegamos al

final, vimos que faltaban las hojas y nos desilusionamos pues no

pudimos saber el final del libro. Pero a ella se le ocurrió inventar

un final y desde entonces, arranco las hojas del final de cada libro

para que ella se invente finales, por ejemplo el del cocodrilo

asesino.

Yo dije extrañado:

- Entonces, ¿lo del cocodrilo asesino no es más que una

historia?

Él, riéndose con su mujer, me dijo:

- Efectivamente. Mi mujer hace lo mismo con todos los

libros. Inventa distintos finales. Por ejemplo, para los niños

inventa un cocodrilo que salva personas, para parejas, un

cocodrilo enamorado de otro...

Después de lo que me contó Vargas, saqué un libro de la

mochila, le arranqué las hojas del final y le dije a Vargas:

- ¿Tu mujer me podría inventar un final en el que el

cocodrilo se enamore?

Él me contestó feliz:

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- Por supuesto, amigo.

Yo encantado por haber entrado a su casa y haber

averiguado el secreto de los libros les dije:

- Muchas gracias. Ahora me tengo que ir. Adiós.

Vargas me grito:

- ¡Espera, chico! ¿Quieres que la historia la escriba para

contarla en el río a alguna visita?

Yo le contesté:

- Mañana viene una pareja de recién casados. Utilícela con

ellos. Les gustará.

Salí por la puerta y me dirigí al hotel. Cuando llegué, me

eché a dormir y a la mañana siguiente fui a casa de Vargas.

Cuando llamé a la puerta y salió Vargas, me dijo:

- ¡Hola, chico! Te estaba esperando. Ya tengo tu cuento,

¿quieres oírlo?

Yo contesté:

- Lo siento, no puedo. Me tengo que ir pero utilícelo. Está a

punto de llegar la parejita de la que le hablé.

- Salí por la puerta y me subí al coche. Cuando lo puse en

marcha, grité a Vargas:

- ¡Hasta otra!

Cuando llegara la pareja, quién sabe lo que Vargas les

contaría...

Javier Navarro

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Una compañía británica hace tiempo ofreció mucho dinero

a Freddie Mercury por capturar vivo al cocodrilo más grande del

mundo que se encontraba en estas aguas. El reto era muy grande y

Mercury se pasaba las noches cantando sus canciones y pensando

cómo poder capturar al reptil. No encontraba ningún medio hasta

que se le ocurrió construir una enorme jaula de acero con dos

accesos: una entrada grande por arriba por donde entraría el

cocodrilo y otra pequeña por la que saldría él. La noche que eligió

para capturarlo fue la noche del treinta y uno de diciembre.

Después de un recital, ordenó marcharse a todos los miembros de

su grupo excepto a Bon Jovi. Freddie, jugándose la vida, se

sumergió en el agua, se introdujo en la jaula por la puerta pequeña

y, una vez dentro, abrió la puerta grande. Cuando entró el

cocodrilo, Freddie cerró la jaula. El cocodrilo había sido

capturado. Sin embargo, en un descuido de Freddie, el cocodrilo

consiguió salir de la jaula y escapar. No habría quedado pruebas

de la captura si Jovi no hubiera hecho fotos del suceso desde la

lejanía. Una vez cumplida la misión, ambos compañeros se fueron

a descansar al hotel pero, sin saber cómo, cuando despertaron las

fotografías, que eran el único testimonio de la hazaña, habían

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desaparecido. Nadie sabría nunca que el cocodrilo había sido

capturado en alguna ocasión.

Un siglo más tarde, unos submarinistas españoles se

sumergieron en el río y encontraron una barca con el nombre “I

want to break free”. Nadie ha logrado saber de quién era la barca

y por qué estaba en el fondo del río.

Alejandro Muñoz

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Cuando era pequeño –relataba Vargas- mi abuelo me

regaló un amuleto que perteneció a su padre advirtiéndome que lo

llevara siempre conmigo, pues con ese amuleto él había sido

capaz de sortear, una a una, todas las piedras que en su larga vida

se cruzaron en su camino.

Yo escuchaba con atención.

- Cierto día –continuó Vargas- mientras contemplaba el

amanecer a la orilla del río, escuché una voz de auxilio.

Rápidamente, sin pensarlo dos veces, me despojé de toda mi ropa

y me sumergí en el agua cuando las voces de auxilio se habían

apagado. No recuerdo los segundos transcurridos... En la

oscuridad del fondo del río, conseguí palpar un cuerpo

aparentemente si vida. Rápidamente y sin saber realmente de

dónde salieron mis fuerzas, agarré el cuerpo y emergí a la

superficie. Como pude lo arrastré a la orilla. Lo incorporé y mis

ojos se iluminaron cuando observé que la niña que acababa de

rescatar, de aproximadamente siete años, abría sus rasgados ojos y

comenzaba a toser expulsando grandes bocanadas de agua al

mismo tiempo que el sonido de los matorrales cercanos distrajo

mi atención. Mi vista sólo alcanzó a ver una gran cola de

cocodrilo que se sumergía en el río junto a una manga de camisa.

Me dirigí al lugar donde había depositado mi ropa y el pánico me

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embargó cuando quise recordar donde había guardado mi

amuleto. En ese momento, un anciano también de ojos rasgados

se acercó a la niña y mientras la abrazaba con ternura, sentí su

gratitud hacia mí en su mirada.

Aunque me parecía una historia increíble la de Vargas, mi

boca permanecía abierta de la impresión y deseaba enormemente

conocer el final. Vargas continuó:

- Regalé una gran sonrisa al anciano y a la niña y como

pude, oculté mi pena por la pérdida de mi amuleto. Desde ese día,

me propuse con firmeza recuperar mi gran pérdida y día a día,

acudo al amanecer al río acompañado de mi arpón con la

esperanza de terminar con la vida del cocodrilo y así recuperar mi

amuleto perdido.

Alicia González García

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Te voy a contar la historia de Kate. Kate era una buena

periodista pero su trabajo caía en picado. Trabajaba para un

periódico llamado “Novedades para siempre” el cual se estaba

derrumbando porque ya no tenía más novedades. Una mañana

llamaron a Kate por teléfono. Ella se despertó de la cama

sobresaltada y lo descolgó.

- ¿Diga?

- Hola, Kate. Soy tu jefe. Siento llamarte a estas horas pero

tengo algo importante que decirte. “Novedades para siempre”

pone el punto final. Se acabó. No tenemos más noticias ni dinero

para llevar el negocio. Lo siento.

- Espera Fred! Por favor, déjame intentar conseguir una

noticia.

- Pero necesitaríamos un milagro. Algo que emocionara a la

gente.

- ¡Eso es! ¡Una noticia conmovedora hará que la gente

vuelva a comprar la publicación! –exclamó Kate.

- Está bien. Tienes veinticuatro horas –dijo el jefe.

Kate colgó el teléfono, se preparó y cogió lo único que

necesitaría: dinero, su libreta y un bolígrafo. Se dirigió al

aeropuerto en busca del primer avión que despegase. Le daba

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igual el destino porque sabía que encontraría una noticia en

cualquier lugar. El avión la condujo hasta esta isla.

Inmediatamente, comenzó a explorarla. De pronto, oyó un ruido.

Continuó hacia delante y encontró un cocodrilo enorme cruzando

el pantano y detrás a sus crías siguiéndolo. Kate fue a ayudar a

una de ellas que se había quedado enganchada en los juncos

cuando, de repente, el cocodrilo la atacó mordiéndola en el brazo

izquierdo. La muchacha empezó a llorar mientras se apretaba el

brazo y se retorcía de dolor. El cocodrilo, que era hembra, se

acercó. Parecía apenada y cuando estuvo muy cerca de su cara,

derramó una lágrima que se mezcló en el suelo con la de la chica.

Kate estaba confusa pero al cabo de un instante comprendió

que el cocodrilo hembra la había atacado en un intento de

proteger a su cría pero comprendió que la muchacha lo único que

quería era ayudarla. Por eso el cocodrilo, al darse cuenta del error

de su ataque, había derramado esa lágrima en un acto de disculpa.

El cocodrilo se marchó y unos instantes después unos

hombres vieron a Kate herida en el suelo y fueron a ayudarla.

Lo único que sé más –dijo Vargas- es que Kate escribió la

noticia y se retiró de su trabajo de periodista para escribir un libro

titulado “Lágrimas de cocodrilo” en el que contaba... bueno ¿qué

tal si con lo que te he contado te lo imaginas tú solito y lo

escribes?

Anais Vaca García

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- El origen del cocodrilo que vive en este río ya es lejano.

Todo comenzó en un circo en el cual trabajaba este reptil al que

pusieron por nombre Jack. Como es de suponer, no le gustaba esa

vida y, además, añoraba el tiempo en el que vivía en la selva con

un niño llamado Antonio. Un día, se cansó de la vida que llevaba

y, aprovechando un descuido del cuidador, se escapó del circo y

se dirigió a un bosque cercano. Desorientado por haber estado

tanto tiempo en cautiverio y por desconocer el lugar, cayó a un

lago y justo allí lo encontré yo pues, por entonces, era guarda

forestal de aquel bosque. Sabía que pertenecía al circo porque

pronto lo empezaron a buscar pero nunca me ha gustado que a los

animales los encierren en jaulas y los utilicen para divertir a la

gente así es que me las arreglé como pude y decidí traerlo a este

río donde pueda vivir con tranquilidad y en el hábitat que le

corresponde. Y para que nadie vuelva a capturarlos, todos los días

arrojo estas hojas de libros que tratan de la dignidad de los

animales. Ahora ya sabes el secreto.

Aroa Jiménez

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Un día, Gautier estaba cuidando a dos pequeños cocodrilos.

A lo lejos vio a un gran cocodrilo que estaba provocando daños.

Inmediatamente, Gautier fue a decírselo a las autoridades pero no

le creyeron. Entonces, decidió atraparlo para que no provocara

más destrozos. Se escondió detrás de unos árboles y el cocodrilo

apareció. Gautier al principio se acercó pero rápidamente se echó

para atrás porque le daba miedo enfrentarse a él. Le dejó un rastro

de trozos de carne que, si el cocodrilo los seguía, le llevaban a una

gran jaula. Al cabo de llevar un rato esperando, nuevamente

apareció el cocodrilo y, cuando llegó a la jaula, Gautier la cerró.

A pesar de que era grande, el cocodrilo era inofensivo; lo único

que quería era compañía, así que Gautier, al darse cuenta de las

intenciones del animal, le juntó con los pequeños cocodrilos.

La gente pensaba que se iba a escapar pero no fue así –dijo

Vargas-. El otro día me encontré una nota muy extraña en mi

habitación. Hoy sólo yo conozco su contenido.

Belén González

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Aquí hay muchos animales pero sobre todo, cocodrilos. El

que buscamos es el más grande y listo y le atraen locamente los

libros. Hay gente que ha intentado cazarlo esperándolo en el río

durante días e, incluso, meses. Lo intentaron con carne, pescados,

insectos, verduras. Pero nadie lo capturó.

Con todo esto que me dijo Vargas, vi un poco absurdo cazar

a un cocodrilo con hojas de cuadernillos. Era muy raro que un

cuadernillo pudiera atraer a un cocodrilo y la carne y el pescado

no. Después de todo, un cocodrilo come carne y no libros.

Se estaba haciendo tarde y se veían brillos en el agua.

Supuse que eran hojas. Vargas cogió los remos y empezó a

acercarse a la orilla. Me tocó a mí cargar con su equipaje hasta su

casa. Allí estaba su familia, sentada alrededor de una mesa con la

cena servida. Su mujer me invitó a cenar y a dormir. Acepté

puesto que no quería caminar al hotel: estaba muy lejos. En el

menú había sopa de marisco, nécoras, buey de mar y bígaros.

Después de cenar, los niños de Vargas me acompañaron a

la habitación de invitados. En ella había un televisor y una

hamaca. Me puse algo cómodo en la hamaca y conecté el CLA.

Comencé a leer “Moby Dick”. Todo un clásico –pensé. Al poco

tiempo, me encontraba cansado e intenté conciliar el sueño. Pero

no podía, el cocodrilo me impedía dormir. Pensaba también en la

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historia de Vargas. Me resultaba raro que el cocodrilo que el

cocodrilo fuera un fanático de los libros. De tanto pensar, me

dormí.

A la mañana siguiente, al despertarme, fui a la cocina y vi

que tenía el desayuno hecho. Me acerqué a él y lo probé. Era la

sopa de marisco de la cena y, encima, estaba fría. Me dirigí al

salón y me topé con Vargas que corría de un lado a otro buscando

hijas, cuadernillos y libros. Unos segundos después me cogió de

la camisa y me dijo:

- Tenemos que ir a la barca. Los cocodrilos son más activos

al amanecer.

Vargas corría hacia la barca y corría tan rápido que le

perdería de vista si no me apresuraba. Cuando llegué a la orilla

del río, Vargas ya estaba soltando amarras. Tuve que saltar para

alcanzar la barca. Vargas sacó de la mochila un montón de hojas y

empezamos a tirarlas al agua. Algo parecía moverse y, de pronto,

volcó la barca. Noté que me tiraban de la camisa y me hundía

hacia el fondo del río. Me esforcé y luché por salir pero parecía

que la superficie nunca llegaba. Al final, conseguí salir y vi a

Vargas agarrado a la barca que estaba del revés. Juntos nadamos

hacia la orilla. Fuimos a su casa y me dio ropa seca. Tras

despedirme de él y de su familia, fui al hotel a pasar el resto de las

vacaciones. Al llegar, me tumbé en mi cama y recapacité sobre

nuestra aventura.

- El cocodrilo me tocó la oreja –dije en alto.

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Entonces llevé mis dedos a la oreja y comprobé que no tenía

el CLA. Si al cocodrilo le gustaban los libros ¿por qué no le iba a

gustar también el CLA? Deduje que me lo había quitado pero

¿por qué?

Enrique Salas

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Mi abuelo –decía Vargas- también navegó por estas aguas.

Era un hombre muy gruñón pero con un gran corazón; una

persona estupenda aunque un poco solitario. Una tarde, escuchó

en el pueblo que estaban muriendo muchas personas por culpa de

un gran cocodrilo pero a él le daba igual y se fue con su amigo a

bañarse en el río. Cuando se disponían a irse, vieron al cocodrilo

y quisieron salir del agua. Él lo consiguió, sin embargo su amigo

no pudo escapar y fue asesinado. Mi abuelo, por venganza,

intentó pescarlo, pero tuvo el mismo destino que su amigo. Yo

heredé su ira y su venganza. No dudes que pescaré a ese

cocodrilo.

Vargas siguió arrojando papeles al agua mientras yo rezaba

para que no tuviéramos el mismo fin que su abuelo. El cocodrilo,

sin embargo, no apareció lo cual fue un alivio para mí que no

estaba preparado para poner fin a mi vida de una manera tan

absurda.

Georgian Olaeru

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Cuenta la leyenda de este río que, de una familia muy rica,

nació una hembra cuyos que vino a ocupar un lugar entre sus

hermanos varones los cuales eran caprichosos y envidiosos,

siempre luchando por la herencia familiar. Pero ella era diferente.

Se consideraba desafortunada por su riqueza. La familia no

entendía tal comportamiento y se cansaban de verla siempre triste

y llorando de esquina en esquina. Cuando iba a cumplir quince

años, sus padres decidieron hacerle una fiesta en la orilla de este

río para que, después de un gran banquete, ella y sus invitados

pudieran bañarse y refrescarse. Comenzó la fiesta y todos se

pusieron sus bañadores. Todos menos ella, pues se pensaba bañar

con su vestido blanco de puntitos azul celeste. Los invitados se

divertían y bailaban hasta que, pasado bastante tiempo, se dieron

cuenta que la chiquilla había desaparecido. Entonces pensaron

que estaría en el pueblo. Sin embargo, no fue así. Los padres

comenzaron a buscarla y avisaron a las autoridades pero éstas les

respondieron:

- Seguro que los cocodrilos del río se la han comido. Por

tanto, no emprenderemos búsqueda alguna.

Los padres volvieron a su casa y contaron lo sucedido a la

familia que también sintieron la tragedia. Todos menos los

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hermanos quienes se alegraban porque así repartirían más

herencia.

Desde entonces se dice que si arrojas hojas de libros al río

todos los días a la hora en que la chica desapareció, su vestido

sube del fondo del río con una pequeña nota escrita por ella como

explicación y despedida.

- Entonces –dije a Vargas- ¿Por eso rompes las hojas?

- Sí. Desde hace catorce días. Qué locura ¿no?

- Sí. La verdad es que creo que es una tontería ¿no crees? –

le respondí.

- Tal vez, pero quiero resolver la leyenda de hace ciento

cincuenta años. Volvamos. ¿Mañana quieres otro paseo?

- ¡Vale!

Volvimos a casa y al día siguiente, a la misma hora en la

que desapareció la chica, estábamos allí quietos y esperando algo.

Aquel día nos acompañó James que preguntó a Vargas:

- ¿Hoy es tu día quince?

- Sí –respondió Vargas- Estoy nervioso, la verdad.

- ¿Por qué? Seguro que no pasa nada de nada.

- No sé pero tengo el presentimiento de que pasará algo.

- Si tú lo dices...

De pronto, salieron burbujas del fondo del río, justo al lado

de la barca. Se oyó una risa femenina que parecía muy feliz y

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salió a la superficie una carta y, a continuación, un vestido blanco

con puntitos azul celeste. El capitán lo cogió y exclamó:

- ¡Claro! ¡Era mi día quince! Y fueron quince los años que

ella cumplió y, también, es la hora justa en que murió.

James respondió:

- No puede ser. Es una leyenda nada más. ¿Es una broma

tuya?

- ¡No! ¿Qué dices?

- Entonces... ¿Qué hacemos?

- Leerla

Y así James, Vargas y yo leímos la carta de la muchacha y

juramos guardar el secreto y llevárnoslo a la tumba para que nadie

nunca lo supiera.

Isabel Negro Chocero

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- A menudo tengo el mismo sueño: paseo por este río a una

pareja de novios y, cuando llega la noche, mi barca regresa sola a

la orilla. En ella no estamos ni la pareja ni yo. Solamente hay

unas cuantas hojas con finales de libros como éstas que estoy

arrojando y dentro de una botella de ron, un final en el que se

recalca la palabra “misterio”. Al cabo de un tiempo aparece un

cocodrilo gigantesco muerto en las orillas de estas aguas de

Tempisque. Dentro del cocodrilo descubren mi gorra de capitán,

numerosas hojas de libros y un gran arpón. Me pregunto si esto es

un presagio. Nunca se lo he dicho a nadie. Ahora también lo sabes

tú.

Iván García

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Todo comenzó un caluroso día de verano del cincuenta y

cinco. Mi tío abuelo, Frank, dedicado a la navegación desde hacía

más de veinte años, llevaba a bordo a una intrépida jovencita que

había llegado hasta allí en busca de un cocodrilo asesino. Mi tío

abuelo la escuchó hablar sobre el tema con otros pasajeros: una

pareja joven de recién casados. Se acercó a ella y le dijo:

- Bonita, si vas en busca del cocodrilo, has dado con el

hombre adecuado. Lo sé todo sobre este lugar. Tengo una

barquita pequeña cerca del puerto. Si quieres, te llevo y

observamos juntos al cocodrilo “misterioso”.

La chica, asombrada por lo que le estaba contando mi tío

abuelo, aceptó porque, a pesar de los riesgos, le gustaba

emprender aventuras. Dieron las cinco de la tarde y Claries –que

así se llamaba la joven- se acercó a la barquita donde se

encontraba Frank. Él, muy atento, le ayudó a subir a la barca

agarrándole de la mano. Pronto, los dos se pusieron en marcha

hacia unas cuevas marinas que se encontraban cerca del lugar de

nacimiento del cocodrilo. La muchacha, durante el trayecto, le

contó a mi tío abuelo que trabajaba como reportera en un

periódico muy famoso de su pequeño pueblo y que necesitaba esa

historia para que la ascendieran a redactora jefe. Comenzó a sacar

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todo su equipo marino y buscó un buen ángulo para captar todas

las imágenes posibles. Él sabía que no iba a conseguir sacar nada

porque el cocodrilo sólo salía cuando alguien no lo estaba

observando. De pronto, la barca comenzó a moverse y a hacer

grandes ruidos en la parte trasera. Al rato, empezó a salir una

espuma blanca alrededor de ella. Claries cayó al agua y, pese a

sus esfuerzos por intentar subir a la barquita, se hundió. Mi tío

abuelo gritó su nombre varias veces y, al no obtener respuesta,

decidió bajar a buscarla porque en el fondo sabía que estaba

enamorado de ella.

De todo esto hace más de cincuenta años. No se llegó a

saber nada de ellos dos. Nunca se supo qué les ocurrió pero la

leyenda dice que cada noche de luna llena, en ese mismo punto

del río, se les oye gritar pidiendo auxilio.

Laura Perulero Estévez

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- El valiente francés puso rumbo al hábitat de diabólico

reptil que había atormentado a muchas personas durante varios

años. Lo que él no sabía era que el diablo no estaba solo del todo,

pues hasta el diablo puede dar la vida. Gautier no sospechaba esto

cuando se adentró en la espesura de la selva en la que un silencio

mortal predominaba. Gautier sabía que se jugaba algo más que su

honor en ese viaje. Se jugaba la vida, aunque no parecía

atemorizarlo. Todos los tripulantes del barco estaban nerviosos.

Sabían que donde iban no había billete de vuelta. La vida de los

tripulantes estaba en manos de Gautier quien, si mirabas su

comportamiento, te dabas cuenta de que no estaba muy cuerdo.

¿Cómo se sentirían los tripulantes del barco sabiendo que su

futuro se encontraba en manos de un loco que no temía a la

muerte sino al fracaso? Comentaban entre ellos:

- ¿Merece la pena dar la vida por los deseos de un loco?

La inseguridad afloraba rápidamente entre los que el barco

habitaban. El miedo a la muerte se acrecentaba entre los

tripulantes.

- ¡Mierda, supersticiones! –pensaba Gautier-. Están

atemorizados por unas historias contadas a niños antes de ir a

dormir.

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El razonamiento de Gautier era un poco cruel pero más vale

una loca esperanza que una cruel desesperanza.

Gautier fue llevado al lugar donde se pensaba que estaba el

ser de sangrienta fama. Cogió su arma esperando el posible ataque

del fiero animal pero algo lo desconcertó. Las huellas del

monstruo sólo conducían a una zona llana y con árboles

alrededor.

- Nada –dijo el capitán. El camino acaba aquí.

- ¡Mirad esto! – gritó uno de los tripulantes.

El mal, sujetaba un gran bulto blanco. Todos quedaron

absortos: el demonio había tenido descendencia. Gautier

entusiasmado, cogió el huevo y con una decisión admirable, dijo

veloz:

- ¡Vámonos! El diablo no andará muy lejos.

Cuando llegaron a la barca, el capitán preguntó a Gautier:

- ¿Cómo sabes si es un huevo del diablo?

Gautier sonrió y dijo con firmeza:

- No lo sé. Pero si tengo razón, la bestia no tardará en

aparecer. Y nos está siguiendo. Es el cazador que acecha a su

presa.

- Así es que, ¿sí es un huevo del diablo?

- Sí y viene a por él raudo como el viento.

La noche caía sobre el barco. Una preciosa luna llena flotaba

en el cielo. Gautier y el capitán observaban la belleza de la noche

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IES “LA SERNA” (Fuenlabrada) Alumnos de 2º ESO Curso 2011-2012 28

y disfrutaban del silencio y de la tranquilidad de la oscuridad.

Aquella noche, los corales brillaban más que nunca.

- ¡Precioso! – exclamó el capitán.

- Sí –dijo Gautier-. Es un bello lugar para descansar en paz.

- No seas pesimista.

No lo soy. Si esas historias son ciertas, moriremos dentro de

poco.

- Recemos porque no lo sean.

De pronto, el agua comenzó a enturbiarse. Algo golpeaba el

casco del barco. Uno de los marineros gritó:

- ¡Mirad!

Todos quedaron paralizados. Vieron unos ojos rojos de

sangre que los observaba y, poco después, desaparecían en el

agua.

- ¡La bestia! – gritó el capitán.

- La muerte se abalanza sobre nosotros con rapidez – dijo

un marinero.

- No temáis, amigos. Si vamos a morir, moriremos con

honor.

El capitán inspiró valentía a los tripulantes que, animados

por el arrojo de este personaje, olvidaron el miedo a lo invisible y

se prepararon para enfrentarse al diablo. El capitán había

sembrado una semilla de esperanza en los corazones de los

marineros que pronto germinó. Pero hasta la luz más brillante

puede desaparecer en la oscuridad más profunda.

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IES “LA SERNA” (Fuenlabrada) Alumnos de 2º ESO Curso 2011-2012 29

La bestia golpeaba violentamente el casco de la barca. Fue

tal su fuerza que algunos de los tripulantes cayeron a la deriva.

Entonces, el diablo extendió unas negras alas y saltó dentro del

barco. Toda esperanza se desvanecía en un instante. Los ojos

rojos brillaban en la oscuridad más profunda. El olor a muerte

inundaba los alrededores. Gautier quedó asombrado ante la bestia.

El capitán, por su parte, sabía lo que buscaba. Miró a su

alrededor pero no lo vio. Entonces, volvió la vista hacia Gautier.

El loco había recogido el huevo y lo tenía consigo. El capitán le

hizo señas para que soltara el huevo pero ya era tarde. La bestia se

abalanzó sobre Gautier el cual dejó caer al causante de la batalla.

Uno de los tripulantes sacó un arma y atacó con ella al animal

que, al estar sobre Gautier, hacía que las posibilidades de que éste

sobreviviera al disparar eran muy pocas. El tripulante no lo pensó

dos veces. No debía importarle mucho la vida de Gautier así que

disparó. Gautier tuvo la suerte de que la bala dio al animal y no a

él. La bestia se apartó veloz de Gautier, cogió lo que le pertenecía,

se zambulló en el agua y como si de un fantasma se tratara, se

desvaneció.

- ¡Lo tenía...! – dijo Gautier.

Luís Miguel Sotillo.

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

A finales de los años ochenta, en Nueva York, corría un

rumor al que nadie hacía caso. Decían que, en las alcantarillas,

vivía un cocodrilo gigante al que nadie había visto pero del que

todos habían oído hablar. Un día hubo un problema en las

alcantarillas y tuvieron que ir los obreros a arreglarlo. Entonces,

ocurrió algo que nadie se esperaba: sus familiares y amigos no los

volvieron a ver nunca. A los tres días de la desaparición, la policía

encontró los restos de los obreros en las alcantarillas y dijeron que

los había matado un cocodrilo. La policía y el ejército lo

capturaron y pensaron llevarlo a un zoológico de Brasil, ya que

ofrecían mucho dinero por él. Así, lo subieron a un avión para

trasladarlo pero nunca llegó a aquel zoológico porque, durante el

vuelo, el animal se escapó de su jaula y mató violentamente a la

tripulación haciendo que el avión perdiera el control y cayera en

el río en el que estamos navegando. Desde entonces, no se sabe

por qué extraña razón, el cocodrilo se alimenta de las hojas de

libros que arrojan los turistas al agua.

Marcos Fernández

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IES “LA SERNA” (Fuenlabrada) Alumnos de 2º ESO Curso 2011-2012 31

Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Un zoológico europeo había ofrecido mucho dinero a

Gautier....

No había hecho nada más que comenzar su relato cuando, de

pronto, cogió una cuerda y ató un arpón. No estábamos solos. El

cocodrilo rondaba por las aguas cercanas y, al oírlo, Vargas

rápidamente cogió el arpón. Asustado, me levanté yo también y al

lado de la barca pasó una sombra haciendo que la barca se

tambalease. Yo tropecé con una madera y en unos instantes me vi

sumergido en el agua. Angustiado pedía ayuda a Vargas pero no

pudo hacer nada. Sólo intentaba matar al cocodrilo y, en uno de

esos intentos, antes de que el cocodrilo me atacara, le clavó el

arpón. Yo me hundí con el cocodrilo porque cayó sobre mí y

pesaba demasiado como para poder quitármelo de encima. Vargas

me llamaba asustado porque pensaba que no podría sobrevivir.

Mientras nos íbamos hundiendo el cocodrilo y yo, pensé en

quitarle el arpón y así, podría vivir tranquilo ya que la gente

creería que estaba muerto. Se lo quité. Aún respiraba porque la

herida había sido leve. Con la cuerda del arpón, lo até y lo llevé a

la orilla. Allí esperé la ayuda que Vargas había ido a buscar. Unos

minutos más tarde, el cocodrilo comenzó a abrir los ojos. Yo le

había vendado la herida. Me miró fijamente pero no hizo amago

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de morderme. Por fin, oí las sirenas de los barcos de rescate y fui

corriendo a llevar al cocodrilo a una cueva no muy profunda cerca

del río. Una vez que lo escondí me acerqué a los rescatadores y

les informé que el cocodrilo había muerto y que yo me quedaría

un rato más para acabar de recuperarme del susto. Cuando se

fueron, regresé a la cueva y vi que el cocodrilo aún seguía allí.

Entonces saqué mi móvil de la funda de plástico en la que lo

había metido para protegerlo de la humedad y llamé a una

protectora de animales para que lo trasladaran a un hábitat seguro

para él y así, el cocodrilo y yo seguimos viviendo sin miedo a los

depredadores.

María Esteban Amores

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Unos exploradores que eran amigos de mi padre y muy

conocidos por sus innumerables aventuras, decidieron venir a

capturar al cocodrilo asesino que, según decías, habitaba en este

río. Fue un veinticinco de diciembre, cuando todo el mundo

celebraba el día de Navidad con sus familias. Gautier, Torres,

Peter y Alberto llegaron en un barco muy moderno para la época

y recorrieron el río de cabo a rabo pero... nada, ni rastro del

cocodrilo.

El día veintiocho salieron de nuevo muy pronto, a las siete

de la mañana y con la misma ilusión. Ese día sí lo encontraron... y

de manera fatídica. Nada más adentrarse en el río, salió de la

profundidad un gran cocodrilo de seis metros de largo que casi

arranca el brazo de Torres. Prepararon los arpones pero el

cocodrilo saltó inexplicablemente al barco y esta vez sí que hirió a

Alberto arrancándole el brazo izquierdo y provocándole una

hemorragia tan grande que murió en una hora. Frustrados por su

muerte, los amigos decidieron estar tres días de luto.

El día treinta y uno de diciembre, el último día de año,

decidieron dar caza, de una vez, al cocodrilo que había acabado

con la vida de Alberto. Pero, en el momento más inesperado,

volvió a saltar dentro del barco acabando con la vida de Torres y

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Peter. Gautier se salvó. Saltó al río y comenzó a nadar sin mirar

atrás hasta que se encontró lejos del cocodrilo. Una vez en la

orilla, se dirigió al bar de la isla y contó lo que había pasado a la

gente que estaba allí. Mientras los habitantes del lugar rescataban

los cuerpos de sus compañeros muertos, Gautier cogió el primer

vuelo que llevaba a Australia y no se volvió a saber nada de él.

Miguel Garrido Carpio

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Hace algún tiempo persuadí a una familia china para que

recorriera conmigo el río. Se dejaron embaucar por las palabras

del Capitán del “Lord Jim” pero ni ellos ni yo sabíamos cómo

acabaría el viaje.

Comenzamos el trayecto y el niño empezó a quejarse de que

hacía frío, pues la noche se estaba acercando. Cuando llegamos a

la zona del río donde los lugareños decían haber visto al

cocodrilo, yo comencé a tirar hojas de cuadernillos al agua pero

los chinos se impacientaban por ver al cocodrilo.

- ¿Dóndle estál el cocolilo) – decían con su acento de

español básico.

- No os preocupéis. En breve lo veremos – les respondí

dudando de que me entendieran del todo.

En este punto del relato, Vargas aumentó el ritmo con que

quitaba las hojas del cuadernillo y continuó su historia:

- Escuchamos un ruido. El cocodrilo se acercaba. Se oía de

vez en cuando el movimiento del agua. De repente, la barca se

movió. El cocodrilo estaba debajo. La familia no paraba de

pronunciar una frase en su idioma que, por su expresión, no

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indicaba precisamente alegría. Hubo unos segundos de

tranquilidad pero el cocodrilo volvió al ataque con más fuerza. La

familia tenían reacciones distintas: el padre abrazaba con un brazo

al hijo mientras el otro lo tenía en los hombros temblando de su

mujer. El cocodrilo seguía zarandeando el barco y yo elevé el

ancla, arranqué el motor y volví a mi puesto para llegar lo antes

posible a la orilla.

- La familia se fue al día siguiente sin despedirse – me dijo

Vargas para finalizar su historia.

Octavio Barajas Torrubias

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Cuando me centré en la historia, me parecía familiar,

conocida. Como si ya la hubiese escuchado antes. Mi interés y

curiosidad hacían que mirase a Vargas con atención.

Efectivamente, esa historia me la contaba mi tío. Mi tío era

normal y corriente, apasionado por historias de aventuras que

cuando me las contaba, me contagiaba de esa pasión. Algunas

eran reales y otras no. Incluso contaba historias vividas por él

mismo. Cuando estaba enfermo me contaba una historia que

marcó su vida e, incluso, su muerte. Él la llamaba: “la del

cocodrilo”. Mi tío fabricó una jaula con dos accesos. Por uno

entraría el animal y cuando entrara, él saldría de la jaula por una

puertecilla situada en la parte de arriba de la jaula dejando

encerrado al cocodrilo. Así se hizo pero cuando la bestia cayó en

el cebo, mi tío salió aunque con una pierna menos. Mi tío se fue

de allí inmediatamente y se dirigió a un pequeño hospital donde

hicieron lo que pudieron aunque al final murió al cabo de unos

cuantos meses debido a una gangrena. Yo estuve a su lado y,

desde entonces, he querido atrapar a ese cocodrilo por él.

Recordando a mi tío pedí a Vargas que me llevase hasta

donde estuviera el cocodrilo. Teníamos una jaula casi idéntica a la

de mi tío así que no perdimos el tiempo. Me puse el atuendo

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adecuado para ello y bajé a las profundidades del río para atrapar

al animal que había acabado con la vida de mi tío. Ahora era yo el

que debía coger al cocodrilo y examinarlo para saber el porqué

había llegado a vivir tanto. Bajé a las profundidades y me instalé

en la jaula. Al cabo de una media hora, vi cómo el cocodrilo venía

hacia mí. Abrí la trampilla y me preparé para subir por la

puertecilla de arriba y quedarme a salvo. Todo salió genial.

Estaba contento porque pude hacer lo que no pudo hacer mi tío.

Una vez capturado, la mujer de Vargas, científica jubilada, vino al

lugar en el que estábamos con una lancha de bastante potencia y

trasladamos al cocodrilo a su pequeño laboratorio. Los resultados

eran bastante raros. La mujer de Vargas nos dijo que el cocodrilo

era inmortal curiosamente porque se alimentaba de hojas escritas.

Entonces recordé que mi tío, cuando intentaba atrapar al

cocodrilo, llevaba un cuaderno con él para escribir todo lo que le

ocurría. Es decir, mi tío murió dando vida al cocodrilo. Vargas y

yo decidimos entonces cuidar al cocodrilo y darle todos los días

su ración de cuadernillos para que no volviera a atacar a nadie.

Pablo Ontiveros

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

En una base científica europea –decía Vargas-, varios

prestigiosos científicos se encontraban maravillados por un

extraño suceso sobre un cocodrilo al que nadie nunca había

logrado atrapar ni salir vivo si lo veía.

- Pero para saber esto, alguien debe habértelo contado antes ¿no?

–pregunté.

Vargas me fijo la mirada durante unos instantes y un poco

molesto por la interrupción. Después continuó:

- Tras un tiempo sin averiguar nada, un hombre de avanzada edad

comunicó que el cocodrilo se hallaba en un lago muy conocido y

rodeado de espesa vegetación. Sin embargo, el anciano no reveló

cómo había descubierto esto aunque no hizo falta pues algo les decía

a los científicos que aquel hombre no mentía. Días más tarde

comenzaron las expediciones. Los científicos también sabían por el

anciano, que el cocodrilo acudiría si arrojaban cuadernillos al agua.

Así, cuando llegaron al lago, empezaron a tirar cuadernillos.

Algunos desaparecían misteriosamente, otros se hundían... pero,

pasado un tiempo, vieron que el cocodrilo, de vez en cuando, dejaba

ver parte de su cuerpo y, entonces, se producían muchos ataques al

cocodrilo.

Fascinado por la historia seguía atento el relato de Vargas.

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- No había manera de atraparlo hasta que mi padre encontró un

papiro en una lengua extraña que tradujo. Ahora, sólo yo conozco el

contenido... es más, te lo contaré. El verdadero misterio del

cocodrilo era...

Vargas se alzó sobre la lancha y puso un dedo en sus labios.

- ¿Cuál es? –pregunté impaciente.

Vargas sonrió y me dijo:

- Cualquier cosa que imagines, será el misterio.

Daniel Alises Madrid

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Una noche oscura de abril, el capitán del barco “Laguna

negra” se preparaba para matar a un cocodrilo. Un cocodrilo

especial, un cocodrilo que le había dejado marcado para siempre,

un cocodrilo que le había quitado el habla, roto el corazón y

destrozada la vida, un cocodrilo asesino de la persona más

especial para él: su difunta mujer, Claudia.

- “Sí, hoy mataré a ese cocodrilo –pensaba todos los días”.

A la mañana siguiente, el capitán del “Laguna negra” se

despedía de todo el pueblo entre sollozos mientras se llevaba la

mano al corazón y se alejaba en su barco como si no fuera a

volver nunca. Estaba preparado. Dirigió su pequeño barco hacia

los dominios del cocodrilo recordando entre lágrimas como ese

inmenso cocodrilo se llevaba a su mujer al otro lado. Cuando

llegó, paró el barco, se asomó al agua y sacó su librito en el que

contaba los días en que su mujer no estaba. Cada fecha estaba

rodeada con cientos de “te quiero”. Comenzó a arrojar cada hoja

al agua y, de pronto, vio acercarse una sombra gigantesca. No dio

crédito a lo que veían sus ojos. Se secó las lágrimas y cogió su

arpón. Pronto la sombra estaba bajo el barco. El agua no se

movía, no se percibía ni un solo movimiento en el río. De repente,

una brisa balanceó el barco. En ese momento el cocodrilo asomó

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la cola. El capitán alzó el arpón y lo sumergió en el agua donde se

encontraba la sombra. El arpón atravesó el cuerpo del cocodrilo.

Este dio un espasmo gigante que hizo volcar el pequeño barco. El

capitán cayó al agua y, al abrir los ojos, se encontró con el

cocodrilo de frente, rodeado de sangre y con el arpón atravesado.

Luchó con todas sus fuerzas para volver a sacar el arpón pero no

hizo falta porque el capitán del “Laguna negra”, contempló con

sus propios ojos como el gran cocodrilo de leyenda sanguinaria se

hundía en el profundo río. El capitán volvió al barco y llegó a la

orilla.

- Pero, capitán ¿qué ha pasado? – dijo un joven del pueblo.

- Nada, joven. Por fin me he vengado de ese cocodrilo

asesino.

Paula Palomino Pereira

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Te contaré la razón por la que hay aquí un cocodrilo –

siguió diciendo Vargas. Todo comenzó en un parque acuático en

el que vivía el cocodrilo desde hacía bastantes años. El dueño del

parque me dijo que necesitaban trasladarlo a un río y que para

hacerlo contaba con mi ayuda aunque me pagaría bien por ello.

Estuve intentando capturarlo de día pero era imposible. Entonces

pedí al dueño del parque que me dejara entrar de noche. Aceptó y,

después de haber intentado atraer al animal con comida durante

varias horas sin conseguirlo, se me cayó al agua un libro que

llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Sin saber la razón, el libro

consiguió atraer al animal a la superficie. Entonces pude

capturarlo y lo trajimos a este lago en el que, cada vez que quiero

que la gente que visita el lugar lo vea, tengo que arrojar hojas de

libros porque es lo único que consigue que el cocodrilo aparezca.

Rocío Velo Serrano

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Yo le escuchaba atentamente para no ponerme nervioso con

el movimiento de la barca.

- Un gánster que vivía en la zona venía siempre a este lago a

tirarle al cocodrilo sus enemigos y empleados que no le gustaban

para que el cocodrilo se los comiera vivos. Un día, el cocodrilo se

cansó de comer a personas que no le habían hecho nada pues,

aunque no te lo creas, el cocodrilo tenía conciencia. El gánster,

enfadado, lo mató y compró otro cocodrilo. Sin embargo, por la

noche, el nuevo animal apareció muerto. El gánster volvió a

comprar otro y otro cocodrilo pero siempre, al anochecer, los

animales aparecían muertos. El gánster después de mucho

investigar, descubrió que las muertes se debían al fantasma del

primer cocodrilo y que la única forma de encerrarlo era un círculo

creado con cuadernillos.

Vargas contaba su historia cada vez más ilusionado y yo ya

me había enterado por qué tiraba los cuadernillos pero pensaba

que estaba loco: ¿cómo iba a atraer a un fantasma? Él seguía

relatando:

- El gánster realizó el círculo y atrajo al cocodrilo y le dijo

que le tendría encerrado para la eternidad. Pero el gánster no

contaba con que el cocodrilo tuviese la ayuda de aquellos otros

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cocodrilos que habían muerto. Entre todos acabaron con la vida

del gánster liberando, así, a la gente de su tiranía.

Vargas terminó de echar todos los cuadernillos al agua y se

puso a invocar al cocodrilo. De repente, apareció por unos

momentos pero enseguida se fue. Vargas, entonces, finalizó su

historia:

- Los cocodrilos acabaron felices y el ayudante del gánster

salió vivo y escribió todo en su diario. Ese ayudante era mi padre

y, hasta hoy, yo sólo conocía su historia.

Ahora yo también la conozco y podré trasmitirla a las

siguientes generaciones.

Sergio Fernández

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Me contó que hace años, incluso varias décadas, hubo un

hombre anónimo de negocios que contrató a Gautier para cazar a

un supuesto cocodrilo. Pese a las advertencias del desconocido,

Gautier aceptó el reto. Sin embargo, este hombre le avisó que

dicho animal no era conocido por ser feroz, sino por ser astuto

como un zorro, lo cual sí recordó Gautier en todo momento.

Basándose en las recomendaciones del personaje, Gautier

ideó probablemente la mayor trampa para cocodrilos de aquella

época. El mecanismo era sencillo: en una jaula se pondría el

mismísimo Gautier como cebo y, cuando el cocodrilo se acercase,

saldría. Nada más. Nada menos. Sin embargo, ocurrieron algunos

problemas con la jaula: sólo se creó una puerta para el cocodrilo,

por lo que tuvieron que hacer otra jaula nueva y el acero no tenía

la suficiente resistencia. Por fin, pasados varios días, se construyó

debidamente la jaula y Gautier pudo partir sin más dilación a la

caza del cocodrilo.

Para bajar al fondo del río, le ayudó un amigo con una

cuerda. Gautier, impaciente, estuvo esperando dentro de la jaula

hasta que el cocodrilo llegó. Algunos rumores hablan de que se

puso a bailar y se olvidó de salir. Otros dicen que su puerta se

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quedó atascada y no pudo salir a tiempo. Aun así, da igual: todos

los rumores acaban con el mismo final.

- ¿Eres capaz de adivinarlo? – preguntó Vargas.

- Si mi lógica no me falla, apostaría a que el cocodrilo se lo

comió vivo –respondí.

Vargas reía como nunca:

- Todos decís lo mismo y todos os equivocáis. Gautier

sobrevivió, pero no sé nada más.

Ante la respuesta de Vargas, me quedé desconcertado y con

la incógnita de cómo Gautier habría conseguido salvarse.

Sergio Rosso

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

En medio de la oscuridad, sentados en la barca, observaba

directamente al patrón del Lord-Jim como alzaba la botella y daba

unos tragos. De repente, esta imagen se vio interrumpida por la

presencia de una gran mancha en el río que, poco a poco, se iba

acercando hacia nosotros. Sin pestañear y observando fijamente,

los ojos del gran cocodrilo salían tranquilamente hacia la

superficie. Comenzaron a acariciarle y jugueteaba. Era dócil; un

cocodrilo gigante y amigo de los humanos. Sin saber la razón, al

avanzar la barca, el cocodrilo vino detrás de nosotros y al llegar a

la orilla, allí se paró. Permaneció toda la noche y a la mañana

siguiente, allí seguía. Al darnos cuenta el patrón y yo que quería

permanecer con nosotros, decidimos ponerle en los lomos una

madera en forma de banqueta y los dos subidos encima,

decidimos que el cocodrilo eligiera donde nos quería llevar. Y así

fue. Nos adentró en una cueva subterránea con cocodrilos. Parecía

una isla habitada sólo por ellos. Eran unas imágenes

sorprendentes. Cuando acabó el recorrido, salió de nuevo a la

superficie y nos volvió a dejar donde estaba la barca. El patrón y

yo, anonadados, entendimos que la intención del cocodrilo era

enseñarnos un modo de vida ajo el río. Sería como nuestro

pequeño gran secreto.

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Estábamos agotados. Ya en el hotel, decidí darme una ducha

y me acosté. Había sido un día y una noche muy largos. “Ring,

ring, ring…” El despertador sonaba sin parar. Abrí los ojos y eran

las diez de la mañana. Los rayos de sol entraban por las ranuras

de la persiana. Me levanté y, asustado, observé que estaba en mi

casa, con mi gente, en mi barrio, con mis tiendas… Todo había

sido un sueño, un sueño que siempre me haría recordar aquel gran

cocodrilo; el cocodrilo amigo de mis sueños.

Mario García

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- En el río se encuentra un cocodrilo mutante que dormita

desde hacer veintisiete años y, cuando se despierta, se producen

varias muertes… Al menos, eso es lo que cuenta la leyenda –dijo

Vargas.

El agua se enturbiaba y se sentían vibraciones dentro de la

barca. Yo empezaba a tener miedo y, también comenzaba a sentir

la historia que Vargas me iba contando debido al chip. Algo

movió la barca mientras Vargas seguía lanzando hojas al agua. El

cocodrilo se acercaba poco a poco y, entonces, Varga se puso en

pie. No entendí qué hacía y, de repente, lanzó un arpón y

consiguió alcanzar a algo que se movía veloz intentando quitarse

la dolorosa lanza. Vargas ya iba a celebrar su captura cuando la

cuerda tirante del arpón se le enrolló en sus pies y fue arrastrado

al agua. En un momento desapareció. Parecía que se lo había

tragado el río. Comencé a llamarlo pero sólo vi al cocodrilo que

no parecía satisfecho y comenzaba a girar sobre la barca. Intenté

encender el motor pero no lo conseguía. ¡Ya era mi hora! El

cocodrilo intentaba volcar la barca. Una, dos y… Ala tercera vez

lo consiguió. Volqué con ella y vi al cocodrilo. Pasó junto a mí

tan cerca que pude sentir su dura piel. Entonces, se posó sobre el

fondo del río y vi que aún llevaba el arpón. Lo saqué de su dura

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piel pero… ¡no sangraba! Era muy raro. Además, cuando saqué el

arpón, sonaban ruidos mecánicos, igual que cuando nadaba.

Comencé a fijarme bien en los detalles pequeños y comprobé que

¡era mecánico! Todo era mentira. De repente, abrió la boca. Se

veían cables de todo tipo y ascendí a la superficie donde vi a

Vargas. Él me explicó que contaba historias para atraer turistas.

Farida Souir Mausori

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Muchas personas querían pagar por llevarse a ese

cocodrilo pero nadie lo conocía mejor que Gautier. Él quería

capturar al cocodrilo para ayudar a las personas pobres ya que,

quien lo capturara se llevaría un gran premio. Gautier pasaba día a

día pensando en cómo capturarlo. Se había gastado todo lo que

tenía en armas de última generación pero no eran suficientes

porque el cocodrilo, a pesar de su edad, era tan rápido como un

jaguar y tan astuto como un zorro.

Podían pasar meses sin tener noticias de Gautier pero él

aguardaba en una caseta frente al río donde tenía unos mapas del

río, armas y cervezas en la nevera. Podía pasar días sin comer

hasta que una tarde se fijó en un mapa al que antes no había hecho

mucho caso. En él se veía una cueva subterránea en la que pensó

que podía habitar el cocodrilo. Cogió todo lo que pudo, armas y el

equipo de bucear. Cuando se tiró al agua, lo primero que hizo fue

visualizar el mapa y al llegar a la cueva vio al cocodrilo cuidando

a sus crías. Lo que decía la gente era mentira. No mataba a

personas si no le hacían nada. Era totalmente inofensivo. En ese

momento Gautier se dio cuenta de que no podía matar al

cocodrilo y, sin dejarlo de mirar un momento, se fue

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comprendiendo que era mejor que nadie supiera la verdad para

que no lo capturaran.

Nicolás Paredes Ochoa

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Unos científicos buscaban a un cocodrilo muy extraño ya

que tenía los ojos rojos y medía casi diez metros. El pueblo estaba

deshabitado por miedo a que el cocodrilo los atacara. Muchos

cazadores de distintos lugares intentaron dormirlo y después

capturarlo pero no lo conseguían. Por eso, los científicos fueron al

río para intentar su captura. Cuando llegaron, lo primero que

hicieron fue acampar en el pueblo. Era de noche así que se

durmieron para recuperar fuerzas para la caza. Al amanecer

salieron en busca del cocodrilo. Primero observaron la zona.

Después de tres horas de busca, algo se movió en el agua.

Cogieron la escopeta y del agua salió una rana. Todo había

quedado en un susto. Pero, entonces, se movió la barca y se

cayeron todos al agua. Nadaron muy deprisa hacia la orilla y se

salvaron del cocodrilo pero lo raro fue que el animal no les atacó.

Los científicos, al final, tuvieron que darse por vencidos y nadie

volvió a molestar al cocodrilo. Pero… ¿sabes por qué el cocodrilo

no se iba de ese lugar? Porque, en el fondo del río había el único

alimento que él podía comer y que era una flor verde con una

enorme semilla roja. Esa semilla era la que hacía que el cocodrilo

también tuviera los ojos de ese mismo color.

Alex Vique

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Gautier se encontraba de viaje por Costa Rica durante esos

días en los que el cocodrilo estaba dando muchos problemas a la

población con sus continuos ataques. Por tanto, cuando regresó

del viaje vio a toda la población temerosa. Todos temblaban al

pensar en el animal. Todos menos Gautier. Éste poseía dinero y se

había comprado una lancha pues, con cocodrilo o sin él, lo que

más deseaba era navegar por el río. Ya se había enfrentado a

varios cocodrilos en el pasado y esto le daba confianza. Embarcó

solo; con ganas de aventura e ilusión pero sin ayuda en caso de

extremo peligro.

Pasaron los días y no había noticias de Gautier hasta que una

mañana un grupo de personas hallaron su lancha. En ella había un

gran cocodrilo: el causante de todos los males, estaba muerto. En

la lancha también encontraron una nota que rezaba: “Ya no habrá

más problemas”

Desde entonces, no se supo nada más del paradero de

Gautier pero todos los días, al amanecer, aparecían flotando en el

río hojas sueltas que contenían relatos sobre cocodrilos.

Laura Álvarez

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- En este pueblo había un gran cazador que quería capturar

al cocodrilo que vive en el río que ahora cruzamos. Una

protectora de animales se enteró y decidió impedirlo. Un día, el

cazador encontró al cocodrilo tumbado en la orilla y, como lo vio

presa fácil, decidió lanzar una gran red para que el animal cayera

dentro. Así lo hizo y se marchó al hotel en espera de que, a su

vuelta, el cocodrilo ya estaría en su poder. Sin embargo, cuando

volvió por la noche para recoger a la presa, se encontró con que la

red estaba rota a pesar de su consistencia. Entonces pensó que

tenía que idear otro plan. Por eso, al día siguiente, se hizo con un

arpón y cuando vio de nuevo al cocodrilo, le lanzó el arma. Sin

saber cómo, el arpón frenó en seco mientras volaba por el aire. El

cazador, perplejo, miró qué ocurría y cuál no sería su sorpresa que

pudo comprobar que la cuerda estaba atada a la barca.

Decididamente alguien estaba impidiendo la captura del animal.

Y no se equivocaba. Detrás de sus dos fracasos estaba la

protectora de animales que querían impedir la muerte del animal.

Desde entonces, el cazador vuelve una y otra vez y yo, que

trabajo para la protectora, todos los días echo al río hojas con

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relatos para entretener al hombre y dar tiempo al cocodrilo para

que huya.

Alejandro Alcázar Buedo

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Hace tiempo, un cazador llamado Gautier vino en busca

del cocodrilo. Su mujer había fallecido y lo único que le quedaba

en la vida era una pequeña de siete años cuyo nombre era Rosa

quien le acompañaba en su viaje. Como digo –continuó Vargas-

el cazador estaba empeñado en capturar al cocodrilo así es que

una noche cogió una barca y un arpón y, junto a la niña, se

adentró al medio del río a esperar la llegada del famoso animal.

Oscurecía y la pequeña hija de Gautier comenzaba a tener miedo

y sueño pero su padre no le hizo caso ya que no pensaba irse de

allí sin el cocodrilo. El frío era cada vez mayor, los árboles se

movían debido al viento pero el río seguía tranquilo. Ni rastro del

animal. De pronto, un pequeño movimiento sobre la superficie del

agua atrajo ls atención de Gautier. Se puso de pie en la barca y

dijo a su hija que se mantuviera callada. La niña cada vez estaba

más asustada en aquel siniestro paisaje pero no quiso defraudar a

su padre y estuvo callada tal y como le había pedido. Cuando

Gautier advirtió otro movimiento sobre la superficie, agarró el

arpón y miró fijamente al agua. Nada. No se oía nada más que el

ruido de los árboles que seguían moviéndose a causa del viento.

Gautier estaba a punto de perder la paciencia. De repente, la barca

se movió y Rosa pegó un chillido. Gautier agarró el arpón y por

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fin, vio a la criatura. Medía cuatro metros aproximadamente. El

hombre tiró el arpón y falló. La bestia movió otra vez la barca y

Rosa cayó al agua. Gautier comenzó a llorar. Había perdido a su

mujer; no quería perder también a su hija. En el agua, Rosa vio al

cocodrilo. Ella no sabía nadar muy bien, por lo que fue cayendo

poco a poco hacia el fondo. Mantuvo la respiración e intento subir

a la superficie pero no podía. La bestia se acercó a ella y la niña

pudo ver el gran tamaño del cocodrilo, su piel rugosa y llena de

escamas y, también, pudo ver su grande cola. Mientras, Gautier se

había tirado al agua y se acercaba a su hija. Entonces, comprobó

que el cocodrilo tenía a Rosa agarrada con las patas y subía a la

superficie para, después, dejar a la pequeña junto a la barca sana y

salva. Después volvió a sumergirse y se encontró cara a cara con

el cazador. Gautier, que aún sostenía el arpón en la mano, lo miró

fijamente. El cocodrilo se acercó a Gautier y el hombre soltó el

arpón. Al ver que no sería atacado, el cocodrilo se alejó

velozmente y Gautier subió a la barca junto a su hija que aún

estaba asustada. Entre sollozos la niña pidió a su padre:

- Papá, si me quieres, no mates al cocodrilo.

Gautier prometió a Rosa que no lo haría y, desde entonces,

la niña venía al río por la noche para echar al cocodrilo las hojas

en las que cada día le escribía un cuento para agradecerle que le

hubiera salvado la vida.

Alexandra Bogarcea

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Este no es el único cocodrilo que ha vivido en estas aguas

–me decía Vargas. Hace muchos años, un domingo de Agosto,

Gautier no podía dormir. Eran las cuatro y media de la mañana y,

como no sabía qué hacer, encendió la televisión. Entonces fue

cuando escuchó que daban una recompensa de quinientos mil

euros a quien encontrase vivo o muerto al cocodrilo de una

leyenda sanguinaria. Gautier apagó la televisión y empezó a

pensar sobre lo que había escuchado. Por la mañana llamó a mi

padre, que era un gran amigo suyo, y le pidió que le ayudara a

cazar al cocodrilo a cambio de la mitad de la recompensa que

ofrecían. Mi padre aceptó.

Al día siguiente, por la tarde, mi padre y Gautier fueron en

busca del animal pero antes construyeron una caja enorme de

acero con rejas y colgaron dentro grandes trozos de carne y varios

cubos de sangre para llamar la atención del cocodrilo. Una vez en

el río, mi padre se encargó de vigilar el radar por si señalaba algo

extraño mientras que Gautier controlaba el agua. De pronto, mi

padre lo avisó nervioso porque algo se acercaba rápidamente. La

barca comenzó a moverse. Era el cocodrilo que estaba entrando

en la caja que habían echado al río. Al olor de la sangre, el animal

se había acercado quedando atrapado en ella. Gautier cogió un

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arma para dormir al animal y se tiró rápidamente al agua. Disparó

varias veces al cocodrilo hasta que consiguió dormirlo. Después

subió a la superficie y le dijo a mi padre que llamara por radio

para pedir ayuda y que comprobaran realmente que habían cazado

al cocodrilo de la leyenda sanguinaria. Finalmente cobraron la

recompensa y se hicieron famosos pero lo que ellos no supieron

jamás es que aquel cocodrilo que tanto temían, había tenido una

cría. Esa cría, querido amigo –me dijo Vargas- es el cocodrilo que

acude cada vez que yo arrojo las hojas al agua.

Gemma Carretero Oliva

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

Vargas siguió su conversación:

- Como te digo, es mucha la gente que viene a este lugar.

Hace tiempo, una joven muy intrépida se acercó para conocer al

famoso cocodrilo del que todas las televisiones hablaban. Un

cocodrilo que vive solo y que únicamente, según decían, se deja

ver una vez al año y a una hora determinada. Cuando la chica

llegó al pueblo, me tocó a mí ser su guía y la traje hasta el río,

pero ella prefirió seguir sola y, aunque le advertí que podía ser

peligroso, insistió en que la dejara y así lo hice.

“Si sus cálculos no le fallaban –pensó la joven- el cocodrilo

saldría a media noche. Tendría que ser muy discreta para que el

animal no se asustara”. Llegó la hora. La chica estaba escondida

y, a lo lejos, comenzó a divisar los ojos del cocodrilo. Para verlo

mejor salió despacio pero el animal se asustó y se metió

rápidamente al fondo del río. La joven hipnotizada por sus ojos, le

siguió zambulléndose en las aguas y nunca más supimos de ella.

Sonia Machuca Rejas

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

El circo llegaba a la ciudad como era de costumbre en los

últimos años. Los niños estaban felices y entusiasmados pero,

aquella vez, no era por ver a los payasos, bailarinas,

equilibristas… sino por ver a una nueva estrella a la que llamaban

“Jak, el temible”. Un cocodrilo de casi tres metros de largo y

otros tantos de ancho que, según indicaban, podía localizar sangre

humana en un área de veinticuatro kilómetros.

En el momento del espectáculo había un ambiente extraño.

Era una mezcla de misterio, curiosidad y algo de miedo. Un

periodista de buena fama, acudió al circo dejándose llevar por la

aventura. Empezaron las presentaciones del grandioso monstruo a

la vez que sonaban los tambores. Cuando el cocodrilo apareció,

parecía enloquecido y atacó al domador con furia hasta arrancarle

gran parte de su brazo izquierdo. Toda la gente salió corriendo de

allí lo más rápido que pudo pero aun así, el cocodrilo logró

alcanzar a varias personas, entre las que se encontraba algún niño.

Con mucho miedo, la gente se preguntaba dónde estaría el

cocodrilo. Las casas tenían cerradas puertas y ventanas. El

Periodista se vio obligado a investigar más sobre la noticia. Salió

a la calle en busca del cocodrilo. Se oyeron rumores acerca de que

se creía haber visto al animal sobre el río donde hoy nos

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encontramos, amigo mío. Pocos marineros saben cómo terminó

aquella historia, yo me incluyo en este grupo.

Vargas hizo una pausa y tomó un largo trago de su botella,

hasta beberse la última gota.

Sergio Rodríguez Rodríguez

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Para no pensar que yo podría acabar siendo la cena del

cocodrilo, me concentré en la historia que Vargas relataba

mientras seguía arrojando cuadernillos al agua.

- Había un bosque cerca de mi hogar –decía Vargas-

llamado Zathura. Era algo impresionante. Llenaban el pueblo

miles de turistas y reformaron casas para los que llegaban de las

afueras de Tempisque para ver y vivir cerca del bosque. Todo esto

–continuó Vargas- me lo contó mi querido padre, que en paz

descanse. Fue el mejor ejemplo de los guardias de Zathura. El

bosque tenía algo especial. Mi padre averiguó la cosa extraña que

ocultaba y me lo contó. Dijo que era un cocodrilo. El mismo

cocodrilo que atacó, días después, a mi padre. Él me advirtió en

sus últimas horas de vida que tuviera cuidado cuando entrara en el

centro de Zathura, pues el cocodrilo era muy fuerte y podía con

cualquiera que entrara en su territorio. Además, me dijo:

- Toma. Te doy la insignia del Guardián de Zathura. Ahora

te dejo el puesto a ti. Ten cuidado.

En aquellos momentos se me escaparon algunas lágrimas.

Guardé la insignia en el bolsillo de mi pantalón mientras le decía:

- No te preocupes por mí que haré todo lo que sea posible

para salvar Tempisque y, por supuesto, Zathura. Derrotaré al

malvado cocodrilo.

Cogí la lanza y el escudo que guardaba en el armario,

confisqué el caballo de mi padre y con mucha furia por su

muerte, me adentré en Zathura, territorio propio del cocodrilo.

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Cabalgando por los caminos del bosque, veía que cada árbol tenía

la marca de la insignia del Guardián, es decir, la insignia de mi

padre, que fue el único en conseguir entrar en el bosque y poner

marcas para que otro que pasara se orientara y pudiera llegar hasta

el cocodrilo.

Llegué por fin al centro del bosque. El cocodrilo estaba

dormitando por lo que pensé: es mi hora. Tengo que atacar al

cocodrilo antes de que los habitantes del pueblo abandonen

Tempisque por miedo y se quede en ruinas. Cogí la lanza de

manera que le pudiera clavar la punta y corrí hacia el animal

hasta que introduje la punta de la lanza cerca del corazón. Por fin,

maté a ese animal- Fue tan fácil que no me lo creía. Se lo dije a

todos los guardianes de Zathura y éstos me llevaron hasta el

centro del pueblo en volandas, felices y contentos de que hubiera

matado al cocodrilo. Hasta los habitantes del pueblo celebraron

una fiesta en la plazoleta con bebidas, barbacoas, fuegos

artificiales, etc. Sin embargo, yo seguía estando triste por la

muerte de mi padre. Pensaba por qué yo lo había podido matar y

mi padre había fallecido a causa de un animal que apenas tenía

fuerza debido a sus ochenta años. Volví al territorio del cocodrilo,

corté un trozo de su cola y, al día siguiente, en el entierro de mi

padre, en lugar de poner flores coloqué dicho pedazo.

Al fin, Zathura se convirtió de nuevo en un lugar turístico al

que acudía gentes de distintas partes del mundo para observar los

fósiles del viejo animal y disfrutar de las rutas que el bosque les

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ofrecía: puentes colgantes, cascadas, ríos y senderos en los que

pasear tranquilamente si la amenaza del vencido cocodrilo.

Bárbara Ibáñez Celada