Encuestas y Opinión Pública - Hentschel

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. Harmut Hentschel Harmut Hentschel ( (2002) Encuestas y opinión pública. Aspectos Encuestas y opinión pública. Aspectos metodológicos metodológicos Buenos Aires, Edivérn, 2002. 2. El rol de las encuestas en la democracia (síntesis) Ubicación de las encuestas en el ámbito profesional No es posible tratar este tema sin una definición previa en cuanto a la ubicación de las encuestas entre las actividades que desarrolla la sociedad en el ámbito profesional. De esa definición dependen el “por qué” y el “para qué” estamos utilizando las encuestas, diferenciando la utilidad de ese instrumento de su abuso. Las encuestas pueden utilizarse para distintos fines en un campo de aplicación muy amplio. Pero es erróneo opinar que el “encuestólogo” cambia de rol según el estudio que realiza tratándolo, por ejemplo, como político cuando se mueve con sus proyectos en el área de la política. No es político ni tampoco es periodista o publicista cuando participa, con la difusión de los resultados de una encuesta, en la comunicación social. Los estudios de opinión con muestras poblacionales tienen como fundamento los métodos estadísticos de la investigación por encuestas. Es una disciplina dentro de las ciencias sociales. Los estudios de opinión son uno de los instrumentos más valiosos de la investigación social empírica dado que, realmente, brindan la magnífica posibilidad de describir, con cifras exactas, las más distintas realidades en forma fidedigna. Si la investigación por encuestas es una disciplina de las ciencias sociales, el investigador debe capacitarse adecuadamente y respetar y cumplir con los requerimientos que surgen de esa ubicación de la investigación por encuestas en el campo científico. La ciencia, para desarrollarse, necesita libertad. La in- dependencia de influencias y presiones es un requisito fundamental. No conoce de amigos a quienes complacer ni de enemigos a quienes combatir. La ciencia es políticamente neutra y encuentra su fin en sí misma. Si tomamos esto en serio, en el centro de nuestra disciplina está la preocupación por el desarrollo de metodologías que nos permitan afinar aún más nuestros instrumentos de investigación para lograr, según cada enfoque temático de la encuesta, la mayor exactitud posible de los datos. 1 Análisis de la Opinión Pública Unidad 5 USAL - FCEyCS DG 2012

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Harmut HentschelHarmut Hentschel ( (2002))

Encuestas y opinión pública. Aspectos metodológicosEncuestas y opinión pública. Aspectos metodológicosBuenos Aires, Edivérn, 2002.

2. El rol de las encuestas en la democracia (síntesis)

Ubicación de las encuestas en el ámbito profesional

No es posible tratar este tema sin una definición previa en cuanto a la ubicación de las encuestas entre las actividades que desarrolla la sociedad en el ámbito profesional. De esa definición dependen el “por qué” y el “para qué” estamos utilizando las encuestas, diferen-ciando la utilidad de ese instrumento de su abuso.

Las encuestas pueden utilizarse para distintos fines en un campo de aplicación muy am-plio. Pero es erróneo opinar que el “encuestólogo” cambia de rol según el estudio que reali-za tratándolo, por ejemplo, como político cuando se mueve con sus proyectos en el área de la política. No es político ni tampoco es periodista o publicista cuando participa, con la difu-sión de los resultados de una encuesta, en la comunicación social.

Los estudios de opinión con muestras poblacionales tienen como fundamento los mé-todos estadísticos de la investigación por encuestas. Es una disciplina dentro de las ciencias sociales. Los estudios de opinión son uno de los instrumentos más valiosos de la investiga-ción social empírica dado que, realmente, brindan la magnífica posibilidad de describir, con cifras exactas, las más distintas realidades en forma fidedigna. Si la investigación por en-cuestas es una disciplina de las ciencias sociales, el investigador debe capacitarse adecua-damente y respetar y cumplir con los requerimientos que surgen de esa ubicación de la in-vestigación por encuestas en el campo científico.

La ciencia, para desarrollarse, necesita libertad. La independencia de influencias y pre-siones es un requisito fundamental. No conoce de amigos a quienes complacer ni de ene-migos a quienes combatir. La ciencia es políticamente neutra y encuentra su fin en sí mis-ma. Si tomamos esto en serio, en el centro de nuestra disciplina está la preocupación por el desarrollo de metodologías que nos permitan afinar aún más nuestros instrumentos de in-vestigación para lograr, según cada enfoque temático de la encuesta, la mayor exactitud po-sible de los datos.

Esto no quiere decir que el investigador deba encerrarse y apartarse del contexto social y político dentro del cual está ejerciendo su profesión. Especialmente el investigador social no debe hacerlo, siendo ésta una de las condiciones para diseñar proyectos de investigación en ese ámbito. Debe ser un excelente conocedor de la escena, pero eso no transforma al in-vestigador en un político.

El investigador provee, el político aplica. Si mezclamos roles y destruimos estas estructu-ras de trabajo generamos confusión y la falta de transparencia nos lleva a la situación en la cual nadie cree en nadie ni en nada. En la actualidad estamos muy cerca de esa situación. La impresión es que muchos se presentan como “investigadores” pero utilizan esa denomi-nación como etiqueta para disimular acciones de neto corte político.

La mezcla de roles implica una pérdida de calidad. Las metas de trabajo de un investiga-dor son diferentes a las de un político debido a las diferentes características y funciones que determinan sus actividades. El investigador de opinión no es político ni publicista, los institu-tos de investigación de opinión no son “empresas constructoras de tendencias”. Sólo de esta manera excluimos a priori que las encuestas hagan de la opinión pública un negocio salvaje y despreciable, utilizándoselas como medio de manipulación.

La ubicación de la investigación por encuestas en el ámbito de las ciencias sociales se opone a cualquier improvisación. El investigador necesita, también en esta disciplina, una

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adecuada formación. Tiene en la mira a la opinión pública, a la población. Como una de las posibilidades de retratar la realidad y hacerla tangible, trata de volcar en cifras estadísticas lo que la población percibe, piensa, cómo acciona y reacciona.

El manejo a veces discrecional de porcentajes disfraza el trabajo científico intensivo que debe preceder a la evaluación de cifras. Esto es: la determinación del objetivo de las pre-guntas, la sensibilidad psicológica y lingüística en la formulación de las preguntas, la elec-ción del modelo de preguntas adecuado, el cálculo estadísticamente correcto de la muestra, la sensibilidad en la selección de entrevistadores entrenados, la definición y formación de grupos objetivo y de análisis, la corrección de los “datos crudos” por medio de programas matemáticos de ponderación.

Todo ello muestra que las encuestas no son un juego banal de preguntas y respuestas. Datos presentados al “voleo”, que con tanta frecuencia irritan al público y al observador polí-tico, son fáciles de lograr. Relevar datos de la realidad y convertirlos en cifras correctamente calculadas, es un duro trabajo. Y con esto se describe sólo el primero y tal vez el más simple paso de trabajo. Porque con datos correctamente relevados y calculados recién comienza el verdadero trabajo: descubrir relaciones, aclarar causas y efectos, ponderar en forma cuali-cuantitativa los datos y, con su interpretación, el arte del análisis.

Función de información

La calidad de las decisiones políticas depende en gran medida de un sistema de infor-mación eficiente. Muchas empresas acostumbran realizar estudios de mercado considerán-dolos como paso previo e imprescindible para diseñar su marketing en función de los hábi-tos de consumo de su clientela y para diseñar sus estrategias de producción y comercializa-ción en función de la demanda. Las instituciones estatales y sociales utilizan las encuestas como instrumento de información sólo en casos excepcionales, lo que explica, en parte, la vigencia de políticas que no tienen nada que ver con las necesidades, la demanda y las ex-pectativas de la población.

A nuestro modelo político corresponde el concepto de una sociedad formada, en la cual los distintos sectores se organizan en asociaciones que representan y defienden sus in-tereses frente a las instituciones estatales. Pero no es necesario reflexionar muy profunda-mente para llegar a la conclusión de que estas redes de comunicación no pueden reempla-zar un sistema más abarcativo de información. Por medio de esas agrupaciones se expre-san intereses sectoriales, con frecuencia no son representativas ni siquiera en relación con sus propios socios o afiliados y sería interesante estudiar cuántos segmentos poblacionales quedan fuera de esas estructuras de organización sin representación y sin voz.

Si queremos que nadie quede excluido de nuestro modelo político y social no hay ningu-na fuente de información más abarcativa y mejor que una encuesta que incluye, por medio de una muestra representativa, a toda la población.

No cabe ninguna duda de que la implementación de ese sistema de información recae en la responsabilidad del Estado, en el marco de su función de ejecutor del contrato social existente dirigido al bien común. En la medida en la cual se tome en serio el orden democrá-tico, también se debe tomar en serio a las encuestas e instalar ese método de investigación en el sistema de información.

Función de articulación

El Estado pide al ciudadano que cumpla con sus obligaciones. Sin embargo, la experien-cia muestra que el mismo Estado está en falta con sus obligaciones frente a la sociedad. Pe-ro en la democracia la sociedad no se encuentra en la sala de espera y puede asumir un rol activo tomando la iniciativa. La población puede articularse como una de las formas de parti-cipación en el quehacer político. Esto significa no sólo una opción también para los institutos de investigación sino también una de las funciones concretas de las encuestas en la demo-cracia. Se refiere a la función de determinar y cuantificar demandas sociales vinculadas con las condiciones y la calidad de vida de la población y activar de esa manera los mecanismos

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del Estado estancados y paralizados con frecuencia bajo las ruedas pesadas y lentas de la burocracia.

Las encuestas pueden demostrar las falencias del Estado y señalar con datos duros e in-cuestionables en qué áreas el Estado tiene que encontrar respuestas y establecer priorida-des políticas según la dimensión cuali-cuantitativa de los problemas. Las encuestas no son un medio de presión. Su finalidad, como se señaló anteriormente, es otra. Sin embargo, mo-vilizan la discusión pública sobre temas de importancia y respaldan el accionar de todos aquellos que se encuentran dentro y fuera de las estructuras estatales y que no se caracteri-zan por su indiferencia.

Función de complementación

El peligro de una cierta superficialidad es algo inherente a nuestro modelo político y so-cial. En el mejor de los casos se toma en cuenta lo que se encuentra en los títulos de los medios de comunicación. El grupo poblacional que no se articula o no sabe articularse, para el caso, no existe, y tampoco existen aquellos temas o problemas que no logran tomar esta-do público.

Los investigadores que se dedican al estudio de la sociedad son poco creativos. Con fre-cuencia y en consonancia con sus mandatarios políticos copian los temas que están en las tapas de los medios de comunicación y, traicionando su espíritu de investigación, cambian el enfoque de su trabajo tan rápidamente como el tema desaparece de los medios.

Los medios de comunicación tienen otros criterios de trabajo. Con frecuencia, indepen-dientemente de su importancia, llaman su atención los temas coyunturales. El investigador no es un mercader de la coyuntura si nos referimos a la función complementaria que cum-plen las encuestas en la democracia.

El investigador de opinión tampoco es un perro de presa que se prende de los podero-sos. Tiene que abarcar toda la realidad y no debe comportarse como si fuera tuerto. En la democracia no cuenta la visión que de la realidad tiene el gobierno sino la realidad que en-frenta la sociedad.

Función de comunicación

De esta manera se toca lo que es quizás la función central de las encuestas políticas en la democracia. La definimos como función de comunicación. A través de la investigación por encuestas se ha hecho posible que la opinión de la población y la voluntad popular se articu-le a lo largo de la extensión de los períodos electorales y no solamente cada cuatro, cinco o seis años. La simpatía partidaria, la aprobación o el rechazo y la popularidad de los políticos, pueden ser controladas día a día. La fecha electoral se ha hecho reiterativa. Las encuestas políticas son votaciones informales, no traen aparejadas consecuencias legales. El gobierno permanece aún cuando ya se hubieran formado nuevas mayorías. Pero las encuestas políti-cas en la democracia no solamente tocan sino describen también la base de legitimidad so-bre la cual se mueve el gobierno. Y un gobierno democrático debe saber si la población que alguna vez lo eligió todavía lo apoya o si le ha vuelto la espalda, si aún representa a una mayoría o –ya sea adrede o inadvertidamente– si se ha convertido en un “gobierno de mino-rías”.

La función de comunicación contiene un segundo componente que tiene el mismo grado de importancia. Lo que la mayoría piensa y quiere, no necesariamente es siempre lo conve-niente. Por eso tampoco es suficiente sondear a través de encuestas la opinión de las mayo-rías. En este punto fracasa el instrumento de las encuestas políticas. Lo que sí puede brin-dar la investigación por encuestas es articular y cuantificar demandas. Puede llamar la aten-ción sobre problemas socio-políticos, introducir nuevos temas en la discusión pública, agudi-zar la conciencia pública. Y puede –aplicada cualitativamente– investigar sobre causas y, por medio de una cuidadosa interpretación de datos, ofrecer aportes para la resolución del problema.

La rivalidad personal, la emoción de atraer polémicas, también forma parte de la vida po-lítica cotidiana en la democracia. Con frecuencia, en apariencia, la política “pasa” más por

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las personas que por el objeto. No queremos excluir el aspecto de que encuestas políticas pueden reforzar el elemento personal. Pero también pueden alguna vez dejar de lado a las personas y tocar preguntas objetivas para, de este modo, hacer un aporte decisivo y desea-ble a la objetividad de la política.

Función de integración

La libertad de expresión, la libertad de agruparse y actuar políticamente, caracteriza a la democracia también como campo donde se enfrentan, además de los intereses, la más dis-tintas ideologías. Habitualmente las ideologías dividen a una población y, según el nivel de inestabilidad del sistema político, son causa de conflictos y luchas, con la correspondiente ruptura de los lazos de comunicación. Las ideologías crecen en función de utopías y creen-cias armando constructos de verdad alejados de la realidad. Por medio de la investigación social empírica existe la posibilidad de retrotraer los temas y la discusión pública a su esen-cia objetiva, posibilitando la comprensión entre los sectores así como también el equilibrio social.

Se describe a la democracia como un modelo de integración. La investigación por en-cuestas puede mostrar a todos, en forma objetiva, la realidad social, sus causas y, a partir de esto, también el camino para resolver los problemas que generan desequilibrio social. De esta manera, son un medio dentro del sistema democrático para reunir a los ciudadanos ba-jo un mismo techo y reconciliarlos.

Función de control

Los gobernantes autoritarios tienen preferencia por apoyarse en el pueblo, se manejan con mitos y esto reemplaza a la legitimidad política ausente. Esto es válido para la dictadura como para los demás gobiernos de facto. Pero los políticos democráticos tampoco están li-bres del intento de reforzar argumentos débiles manifestando que el pueblo, o al menos la mayoría, también comparte sus pensamientos. Ellos creen escuchar “la voz del pueblo” y se colocan en la pose del político “elegido”, quien indefectiblemente da cumplimiento a la volun-tad popular. De innumerables encuestas en todo el mundo sabemos que eso que los políti-cos democráticos entienden por “voz del pueblo”, en ocasiones no tiene nada que ver con lo que la población realmente piensa.

Con esto no se quiere incorporar la teoría de que el político democrático sólo debe adop-tar medidas acerca de las cuales hay un consenso mayoritario y comprobado. Democracia no significa dictadura del pueblo o de mayorías y tampoco se debe caer en una dictadura de las encuestas..Esto significaría contradecir al pensamiento básico de la democracia electoral representativa, en la cual los representantes del pueblo quedan sujetos a su propia concien-cia. Pero por medio de encuestas políticas, el político debería saber cuándo se separa de la opinión mayoritaria. Por medio de encuestas políticas debe asumir la responsabilidad por ese acto y no depositar su responsabilidad en cuanto a sus decisiones erróneas sobre la presunta voluntad popular.

Función de corrección

En un campo pluralista de medios en una democracia, los medios masivos reflejan en forma realista y abarcadora la opinión pública. Empero, sabemos que también en países con una tradición democrática extensa –independientemente del problema de la concentración de medios– el espectro de los medios no está compuesto en forma tan pluralista y que los mismos periodistas no representan a la población en sentido estricto, ni por símbolos socio-demográficos, ni por preferencia y orientación política. Los medios masivos en muchos ca-sos no informan sobre la realidad, sino que a la inversa, por medio de declaraciones, pre-sentaciones y acentuación de hechos, no reflejan sino que constituyen “su” realidad. Con los métodos de investigación empíricos se dispone hoy de un instrumento para comparar y con-trolar las descripciones e interpretaciones que se destacan en los medios con la opinión pú-blica y llegado el caso, corregir esta “realidad de medios”.

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Las encuestas brindan, en ocasiones en las que la opinión publicada no coincide con los puntos de vista de la población, una ayuda para la orientación hacia una visión más real de la situación. Corregir impresiones distorsionadas de la realidad es uno de los importantes efectos de las encuestas. Ellas pueden, por ejemplo en el caso de la acentuación de cir-cunstancias negativas y sucesos en los medios, producir el efecto contrario respecto a ese negativismo que, a veces, es una fuente de la depresión social. Este negativismo es consta-tado en los medios. Numerosos estudios de fenómenos sociales hacen ver que muchas co-sas no son tan negativas, y que muchas posturas positivas y formas de vida de la población están más desarrolladas de lo que no pocos periodistas quieren o pueden ver cuando están sentados a su escritorio.

Por medio de investigaciones empíricas, en el diálogo con los ciudadanos, podemos “destapar” y dialogar sobre temas a los cuales muchas veces los medios y también frecuen-temente la política no prestan atención o relegan al olvido. También podemos determinar qué argumentos, puntos de vista, informaciones y noticias –si bien importantes– no han sido incorporados por la población y, por medio de la encuesta, incorporarlos a la discusión públi-ca. Las encuestas políticas desarrollan su propia función de información y tienen un definido significado complementario en relación con los medios. Mientras que los medios continúan ganando en importancia y poder, debido a nueva tecnología apropiada, esta función comple-mentaria de la investigación por encuestas políticas es decisiva para la democracia, su sos-tenimiento y su pluralidad.Función de planificación

Hay que destacar uno de los roles de la investigación por encuestas que es insustituible y que describe el especial valor de esta disciplina para el sistema democrático. Se trata a la vez de un ámbito dentro del cual hasta el día de hoy –casi en todos los países del mundo– las encuestas aún no cumplieron acabadamente con su cometido.

Por medio de la investigación de mercado, muchos empresarios sondean la imagen de su empresa, la imagen de sus productos, el comportamiento de los consumidores y la parti-cipación del comprador en el mercado. Utilizan la investigación empírica para armonizar oferta y demanda así como para buscar el diálogo con el cliente. Aprovechan los métodos empíricos de investigación para mejorar la calidad de sus productos y la prestación de sus servicios, adaptando su trabajo a las variaciones de las condiciones del mercado y de nue-vas necesidades. Utilizan las encuestas como el instrumento planificador de mayor valor en el camino hacia el éxito económico. ¿Cómo se comportan frente a esto el gobierno central, los gobiernos provinciales, los municipios de las ciudades, los partidos, los políticos?

Ellos descubren las encuestas poco antes de las elecciones, cuando les interesa más saber sobre los candidatos y sus oportunidades electorales que sobre la importancia de los temas y problemas sociales. No interesa averiguar cuáles son los motivos para ello. El he-cho es que las investigaciones políticas empíricas son muy poco utilizadas como instrumen-to planificador para la organización conceptual de la política. De esta manera muchas medi-das y programas del Estado “pasan de largo” frente a la realidad del país. Muchas veces ye-rran en su efecto o se colocan en su contra.

Quizá así se curan los síntomas del problema, pero resulta imposible combatir sus ver-daderas causas y resolverlos. Desarrollar hipótesis, adherir a utopías políticas e ideologías son signos positivos y deben tener su lugar en la vida política. Pero se transforman en un peligro en la medida en que se reflejan en políticas alejadas de la realidad en las cuales el ciudadano no puede reencontrarse en sus necesidades y sus expectativas. Las encuestas hacen “poner los pies sobre la tierra” y posibilitan elaborar una planificación sistemática para llevar adelante una “política real”.

Las encuestas políticas otorgan “voz” a la población y convierten a la masa “sin voz” en interlocutor político. No se debe sobre valorar las posibilidades ni los efectos de las encues-tas políticas. Deberíamos reconocer, sin embargo, el cometido democrático de las encues-tas políticas, y cumplir con él responsablemente.

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4. Las encuestas y la “guerra de encuestas” en tiempos electorales (síntesis)

Si observamos la forma en la cual se realizan las encuestas, muchas veces sin tener en cuenta los requerimientos metodológicos, es comprensible que el público asuma la actitud de no creer en las mismas, no tanto por prejuicios o por ignorancia sino por malas experien-cias. Existe un sinnúmero de casos donde las encuestas fracasaron por basarse en datos muy alejados de la realidad y donde fueron manejadas por personajes que saben que tam-bién se pueden vender productos engañosos a los medios de comunicación.

Encuestas y propaganda política

En cuanto a las causas de la confusión que generan las encuestas referidas a estudios socio-políticos, es difícil discernir entre la falta de conocimientos y una manipulación in-tencional. Si se estudia la relación entre el mandante, la consultora y los resultados que se publican, se debe suponer que las encuestas no se usan tanto como método de investiga-ción sino como instrumento propagandístico. Si esa es la finalidad, los aspectos metodológi-cos no importan mayormente, a lo sumo se los usará para que provean los datos que ne-cesita el candidato para presentarse al público como un político que cuenta con una crecien-te adhesión y un respaldo importante en la población.

Es lógico que el equipo de campaña de un candidato no publique datos que debilitan su posición. Se publican en cambio, con mayor énfasis, los datos que “demuestran” su buena performance. Pero lo que se publica debe ser cierto y, en el marco de su propia responsabi-lidad como comunicador social, el periodista debería verificar la fuente de información que no es la “consultora” sino la encuesta.

En ese sentido, verificar la fuente de información implica revisar a partir de la ficha técni-ca de la encuesta la metodología que se utilizó. Si la central de campaña del partido, o la consultora, no provee los datos técnicos de la consulta, el periodista debe pedirlos para no repetir en su artículo lo que otros dijeron y cómo ellos interpretaron los datos en el marco de sus intereses específicos, reservándose de esa manera la posibilidad de llegar, en función de estas informaciones, a conclusiones diferentes y evaluando, además, la posibilidad de no publicar los datos que surgen de esa encuesta, si fue realizada violando los principios meto-dológicos más fundamentales.

¿Influyen las encuestas en la intención de voto?

Las técnicas de manipulación vinculadas con el uso indebido de encuestas con fines pro-pagandísticos se sustentan en la supuesta influencia de las encuestas en la decisión de vo-to. Así llegamos a un tema que, hasta hoy, nadie ha estudiado en profundidad. Las muchas hipótesis que existen al respecto deberían ser reemplazadas por informaciones que surjan de una investigación empírica. Hay quienes afirman que las encuestas influyen en la inten-ción de voto y otros que sostienen la posición contraria, utilizando diversos argumentos. Sin embargo, los argumentos de ambas partes son hipotéticos. A continuación expondremos las principales razones que respaldan la hipótesis de la supuesta influencia de las encuestas en la formación de opiniones y su incidencia en la intención de voto, así como las razones que fundamentan la hipótesis opuesta.

a) Razones que respaldan la hipótesis de la supuesta influencia de las encuestas en la for-mación de opiniones.

La idea de que son científicos, investigadores y no políticos quienes manejan ese ins-trumento.

Las cifras, los porcentajes, sugieren de inmediato algo exacto, muestran una “realidad no cuestionable”.

La “ley de gravedad”, la sensación de que la mayoría se inclina por una determinada opinión, fomenta procesos de adaptación. “¿Quién es el tonto, yo o todo el resto?”

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El hecho de que las encuestas se publican en los medios de comunicación, más aún si se trata del medio que merece la mayor confianza.

b) Razones que respaldan la hipótesis de que las encuestas no influyen en la formación de las opiniones.

El perfil de una persona no es fácilmente cambiable y, por lo tanto, tampoco lo es su opinión.

La actitud de “tener siempre la razón” dificulta y hasta impide que las personas cam-bien de opinión.

Habitualmente una persona no busca información para formar criterios sino que, in-conscientemente, selecciona entre las distintas informaciones aquellas que confirman su posición.

La segmentación de la población en grupos sociales que, por sus características, reac-cionan de manera distinta frente al mismo estímulo, lo que relativiza el alcance y los efectos de cualquier mensaje.

Especialmente en tiempos electorales, las encuestas relevan datos contradictorios ge-nerando confusión que, por naturaleza, se contrapone a la formación de opiniones.

La desconfianza de que detrás de las encuestas se esconden maniobras políticas que destruyen su credibilidad.

Las encuestas son sólo una fuente de información.

El lector puede evaluar cada argumento, en pro y en contra, y formar su propia opinión. Es importante señalar que muchas de las razones mencionadas son sólo hipótesis. Toman algo como cierto y, hasta hoy, nadie sabe si es así. Esto se refiere, por ejemplo, a la “ley de gravedad”. Para no quedar excluido el ciudadano se inclina a nadar con la corriente, adap-tándose al clima de opinión imperante.

Trasladando esta tesitura a la situación electoral se interpreta que el ciudadano quiere, en definitiva, integrar a través de su voto las filas de los ganadores. Entonces sería efectivo, utilizar la encuesta para determinar a tal o cual candidato como ganador. Muchos estrategas de campañas electorales toman esa hipótesis como algo verdadero y conducen sus cam-pañas mostrando al candidato, desde el comienzo, con el aspecto de un sonriente ganador.

Pero de igual manera es posible que el ciudadano que no simpatiza con el candidato o con su partido, tome la noticia que surge de la encuesta como una señal de alarma, reno-vando sus esfuerzos para evitar que ese candidato gane. Si es así, la construcción artificial de mayorías por medio de encuestas causaría exactamente el efecto opuesto al deseado.

El votante “migrante”

En la actualidad prolifera el “votante migrante”, o sea el ciudadano propenso a cambiar su preferencia partidaria. En tiempos que propician el pragmatismo, inclinarse a favor de un partido ya no es tanto una cuestión de valores o de una ideología. Se prefiere al político y al funcionario que más se adecuan a los intereses o necesidades. Una segunda razón de la “infidelidad partidaria” es que los partidos tradicionales han perdido su brillo. Su legitimidad se encuentra cuestionada a causa de la falta de representatividad. En la misma medida, ga-nan terreno supuestas alternativas, más aún en un clima que se caracteriza por su gran inestabilidad política. La sensación de que están debilitados los vínculos tradicionales, de que se tiene ante sí a una sociedad en movimiento, pero desorientada y sin rumbo, alienta la idea de que hoy en día es más fácil influir en el electorado. Correspondientemente, según este punto de vista, se le otorga una mayor importancia a las fuentes de información que co-laboran en la formación de opiniones y, en ese contexto, también ganan peso las encuestas.

Aquí también surgen interrogantes. Una actitud más pragmática no significa necesaria-mente una mayor probabilidad de que las preferencias cambien. Orientar actitudes en fun-ción de intereses estabiliza el comportamiento electoral posiblemente en la misma medida como antes las ideologías.

Pero todas estas reflexiones son tan interesantes como teóricas. Ya no se sabe si la po-blación se inclina preferentemente hacia el pragmatismo o si se usa este concepto con in-

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tención política para legitimar o entronizar un nuevo estilo de hacer política que desvincula a los dirigentes políticos y su forma de actuar de los valores sociales que deberían reflejarse tanto más en la política.

Estos razonamientos teóricos tienen importancia en países donde las encuestas se utili-zan con mayor responsabilidad. En el marco de la manipulación y la tergiversación de las encuestas casi indefectiblemente hay una encuesta que contradice a la anterior Los efectos que pudieran surgir de una encuesta se neutralizan de esa manera. Además, los efectos de una acción publicitaria dependen, en el más alto grado, de su credibilidad. Y el problema que enfrentan las encuestas en amplios sectores de la sociedad es justamente la falta de credibilidad. Por ambas razones las campañas publicitarias que se sustentan en la pro-ducción de encuestas no tienen mucho sentido.

Credibilidad de las encuestas preelectorales y decisión del voto

Sería necesario profundizar el estudio del tema acerca de si las encuestas influyen en la formación de opiniones y en que medida lo logran. Primeros datos al respecto surgen de un estudio que realizó el Instituto Demoskopía en el año 2001 en la provincia de Córdoba, Re-pública Argentina, en el marco de la metodología descripta en el capítulo anterior (muestra representativa, 1.079 casos, población a partir de 18 años de edad). A los encuestados se les planteó la pregunta siguiente:

“Si antes de la elecciones Ud. lee o escucha los resultados de una en-cuesta, ¿qué grado de credibilidad le asigna a esos resultados? Diría Ud. que, en general son ‘muy creíbles’, ‘creíbles’, ‘poco creíbles’, ‘para nada creíbles’”.

Un 3,2% considera que los resultados de las encuestas en tiempos electorales son “muy creíbles”, casi un 35% opina que son “creíbles”. Aquellos que manifiestan sus dudas suman un 62%, de los cuales un 49% juzga esos resultados como “poco creíbles” y un 13% como “para nada creíbles”.

Es poco probable que una información que surja de una fuente dudosa influya en la for-mación de opiniones. Esto se refiere a aquel 62% de los encuestados. Pero el hecho de que el otro segmento (38%) sea más propenso a creer lo que dicen las encuestas, no significa que éstas puedan utilizarse manipulativamente para captar sus voluntades. A la eficacia de las encuestas como formadoras de opinión se opone una gran cantidad de otras fuentes de información. Además, hay factores fuera del sistema de comunicación que determinan el comportamiento electoral.

En otro momento de la entrevista se planteó a los encuestados la siguiente pregunta:

“Cada uno tiene una manera de decidir a qué partido, a qué candidato votar. ¿Qué es lo que influye especialmente en su decisión de voto?”.

Se trató de una pregunta con respuestas múltiples que figuraban en una lista. Entre otros criterios que mencionaron, sólo un 5,1% incluyó a las encuestas en sus criterios de decisión, un porcentaje en cierto modo insignificante que se reduciría aún más si se estudiara para cuántos ciudadanos las encuestas son el único criterio que determina su decisión de voto. Posiblemente ese porcentaje se acercaría al 0%. Entonces, se puede preguntar con alguna razón para qué sirve esa “guerra de encuestas”.

Un tema no se agota con sólo dos preguntas. Además, los datos mencionados sólo refle-jan opiniones, lo que dicen los encuestados, y se sabe que las personas frecuentemente piensan de una manera y actúan de otra, de acuerdo con las circunstancias. Para obtener informaciones fidedignas sobre los factores que inciden en el comportamiento de los ciuda-danos en tiempos electorales habría que realizar un estudio actitudinal. De esto se despren-de que tanto los políticos como sus asesores de campaña sobrevaloran a las encuestas co-mo elemento eficaz en la estrategia comunicacional.

¿Prohibir la publicación de encuestas antes de la fecha electoral?

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En principio no parece muy acertado que el Estado intervenga en la democracia en pro-cesos de comunicación con medidas restrictivas. Es cierto que para el ciudadano una en-cuesta es sólo una fuente de información entre otras, lo que respaldaría la opinión que no tiene tanta importancia si el público tiene acceso a los resultados de una encuesta. Pero, si esa fuese la razón, con el mismo argumento se podría prohibir cualquier otra forma de co-municación cercana a la fecha electoral, así sean eventos, la difusión de folletos o prohibir a los periodistas que traten temas vinculados con los comicios. Teóricamente todo puede in-fluir en la formación de opiniones e incidir en el pronunciamiento electoral.

La meta de la democracia debería ser abrir al ciudadano todos los canales de informa-ción y permitirle el acceso a ella sin filtro. Es justamente durante el tiempo anterior a las elecciones cuando se despierta el interés en la política y lo más deseable es, y también el objetivo de la democracia, que el ciudadano evalúe candidatos y programas para fundamen-tar su voto en un razonamiento concreto. ¿Por qué no también en función de una in-formación que proviene de una encuesta?

La prohibición de la publicación de encuestas se fundamenta esencialmente en algo hi-potético y en algo real. La hipótesis es que las encuestas son las que inciden especialmente en el pronunciamiento electoral, la realidad muestra la poca confiabilidad de las encuestas y el cuestionado valor de información de los datos que se publican. La prohibición de la publi-cación de encuestas se corresponde con una actitud paternalista del Estado que pretende de esa manera proteger al ciudadano “indefenso” ante informaciones potencialmente falsas, actitud comparable a la protección de un menor.

Llama la atención que estas iniciativas de prohibición no responden a un reclamo de los ciudadanos sino que provienen del sector de los partidos políticos, es decir, justamente de aquel grupo de dirigentes que utiliza las encuestas como arma política, corresponsables de que un valioso instrumento de investigación esté hoy tan desacreditado. En ese sentido la prohibición equivale a una autodenuncia. Por participar en forma activa en ese juego saben, aún más que el ciudadano, que no se puede creer en estas encuestas. Por eso sería más propicio que los dirigentes cambien las propias actitudes en vez de cerrar a los ciudadanos una fuente de información.

En algunos países la prohibición se vincula con una serie de condiciones para la publica-ción de encuestas también fuera del lapso preelectoral. Se exige, por ejemplo, que con los resultados también se publiquen los datos técnicos de la encuesta referidos al ámbito de in-vestigación, a la formación y el tamaño de la muestra, etc. Algunas iniciativas incluyen en el catálogo de las exigencias también la publicación del cuestionario y de la persona o institu-ción que encargó la investigación. En ambos casos se trata de una exageración. Ningún me-dio de comunicación está en condiciones de publicar un cuestionario de 10 ó 15 páginas. Al-canzaría con publicar aquellas preguntas referidas a los datos que se tratan en la publica-ción. Publicar el nombre del mandante sugiere al lector a priori una subjetividad del investi-gador aun en aquellos casos en los cuales el investigador puede desarrollar su actividad profesional en forma independiente. Y por suerte hay dirigentes políticos e instituciones dis-puestos a enfrentar la realidad concediendo al investigador plena libertad de acción. Traba-jar metodológicamente en forma correcta, no intervenir manipulativamente en un proceso de investigación, sinceridad y transparencia, difícilmente se logren por medio de leyes.

Requisitos de un pronóstico electoral

La muestra debe ser representativa en cuanto a las personas con derecho al voto en el ámbito de la investigación. Si el ámbito de la investigación es el territorio nacional, la mues-tra debe reflejar la estructura sociodemográfica de toda la población. Frecuentemente suce-de que se habla de una “encuesta a nivel nacional”, pero en realidad incluye sólo los tres o cinco centros poblados más grandes del país. Si es así, el ámbito de investigación es dife-rente y es necesario el cálculo de una muestra representativa para cada uno de los centros poblacionales en los cuales se realiza la encuesta. Esto surge del hecho de que la estructu-ra sociodemográfica difiere según la localidad.

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La victoria electoral puede depender de una mínima diferencia de votos. Por ese motivo un pronóstico electoral debe minimizar el margen de error estadístico, lo que exige un tama-ño suficientemente grande de la muestra. El estándar es una muestra que abarca 2.000 per-sonas.

Las entrevistas se deben realizar en forma individual y oral en el domicilio del encuesta-do o su lugar de trabajo. Las entrevistas callejeras, telefónicas o por Internet no logran datos exactos.

La pregunta por la intención de voto debe estar en una encuesta multitemática, más bien “escondida”, para obtener una respuesta espontánea y sincera sobre una base de confianza que se estableció entre entrevistador y encuestado. Un pronóstico electoral basado en un cuestionario que se limita a la pregunta por la intención de voto no logra anticipar los resulta-dos de los comicios.

Importancia tiene el modelo de pregunta. Los datos más exactos los provee una pregun-ta con lista en la cual figuran los candidatos o los partidos políticos que participan en las elecciones. Cada candidato o partido figura en la lista con un número y se pide al encuesta-do que mencione “sólo el número correspondiente”. Ese mecanismo facilita la respuesta. Permite al encuestado “esconderse” frente al entrevistador detrás de un número y no se obli-ga al encuestado a confesar su ubicación política.

No cualquier estudio electoral tiene la calidad de un pronóstico. En tiempos electorales los partidos políticos se despiertan y se ponen en campaña. La lucha por puestos, ataques, ofensas, el frecuente cambio de los discursos (en función de las encuestas), la formación de alianzas electorales entre enemigos de ayer y otros acontecimientos agitan las aguas cre-cientemente a medida que se acerca la fecha de los comicios. Una medición que se refiere a la intención de voto es por eso la fotografía de un determinado momento. Los datos recogi-dos diez o catorce días antes de las elecciones son, normalmente, datos vencidos. Por eso, un pronóstico electoral debe realizarse al final de la campaña, dos a cuatro días antes de las elecciones.

Respetando estos criterios es posible anticipar en forma exacta el resultado oficial de los comicios, descontando un acontecimiento que cambie el escenario en el último momento. Si los pronósticos fallan, es por intención, o porque tienen algún defecto metodológico.

Por otra parte, muchos encuestados no expresan su verdadera opinión. Se trata de un fenómeno conocido. Pero, normalmente, un encuestado “miente” en una dirección y otro en-cuestado “miente” en otra dirección. Al final, en el cálculo estadístico, las “mentiras” se equi-libran y los datos reflejan el panorama real.

El clima de opinión. Presiones que distorsionan los resultados

Sin embargo, se descubrió que no sucede lo mismo en el marco de la pregunta por la in-tención de voto. En esa pregunta, esencial para un pronóstico electoral, las “mentiras” no se equilibran. La causa son efectos del clima de opinión que puede ejercer una presión sobre el encuestado de manera tal que no quiera exponerse en contra de la corriente común. Sabe a quién va a votar, pero no lo dice. Y no se declara “indeciso”, sino que “vota” en la encuesta a favor del candidato a quien favorece la opinión pública. Sucede, por ejemplo, que una perso-na muy extrovertida pero de bajo nivel cultural y de aspecto físico lamentable, se siente ins-pirada a ser Presidente de la Nación y su rival es una persona acomodada, equilibrada, que despierta seriedad y que sabe manejar los códigos de la sociedad. En esta o una situación similar la sociedad reacciona con actitudes discriminatorias, y de hecho cuesta identificarse con el primero. Se genera un clima de consenso de que el primer candidato no es presenta-ble, y hasta se ridiculiza su persona. Exponerse en la encuesta a favor del segundo no com-promete, responder a una encuesta no es votar. Y el encuestado evita de esa manera contradecir al “consenso”. Supone que el entrevistador posee opinión formada sobre los candidatos, análoga a la del resto, y teme que su respuesta lo ridiculice ante éste. Debido a la presión pública oculta detrás de una respuesta falsa su verdadero parecer y su “vergüen-za”.

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Según los candidatos y la situación esa presión tiene una intensidad distinta, pero es un fenómeno siempre presente y estas “mentiras desequilibradas” impiden un pronóstico exac-to y real.

Ponderación de “datos crudos”

Se realizaron muchos experimentos para encontrar una forma de medir si hay una pre-sión que surge del clima de opinión y qué intensidad tiene. Un modo de medirla es la “pre-gunta de recuerdo”. Se pregunta a los encuestados a quién votaron en las ultimas eleccio-nes y se comparan los resultados de la encuesta con los de los comicios en aquel momento, datos que deberían concordar. La diferencia entre los datos señala en qué medida esa pre-sión juega a favor o en contra de un candidato o una fuerza política. En función de los indi-cadores que surgen de esa comparación se realiza una corrección de los “datos crudos” eli-minando el efecto de presión, y de ese modo se alcanza un nivel de exactitud.

Hay que agregar que ese clima de presión no se observa sólo en el contexto electoral. Hay muchos tabúes en la sociedad, lo que se piensa y hace pero lo que no se dice. Hay có-digos sociales que están vigentes para todos, pero que son una guía real sólo para pocos. Es muy probable que se desarrollen también en ese contexto efectos de presión que surgen esta vez del clima social o más bien de la imagen que tiene la sociedad de si misma. Un in-dicador para eso es preguntar a una muestra representativa por su escala de valores y com-parar esas respuestas con la descripción de las características que atribuyen a la sociedad en la cual viven. Si los encuestados se aproximaran en sus actitudes a lo que dicen de sí mismos, la autodescripción y la descripción concordarían y la sociedad tendría otra cara.

Esto muestra en forma clara que en las respuestas se reflejan opiniones, pero no nece-sariamente la realidad. Corresponde a la sinceridad del analista reconocerlo y mencionarlo. En un sondeo de opinión las respuestas son la expresión de opiniones y cuando estas opi-niones se refieren a la descripción de una realidad pueden ser tan erróneas como la visión que tiene un político de la realidad. La fórmula “el pueblo nunca se equivoca” es más bien una bufonada, como se sabe también que el principio de mayoría es un principio democráti-co, pero que no hay ninguna seguridad de que esa mayoría encuentre también la verdad.

Encuestas en boca de urna

Encuestas en boca de urna forman parte del escenario en casi todas las elecciones. Se invierte mucho dinero en esos “estudios” pero nadie pudo explicar con buenos argumentos por qué se hacen.

Por parte de los partidos políticos se escucha a veces que son para descubrir fraudes electorales. Pero, justamente, las encuestas en boca de urna fallan tan frecuentemente que ningún tribunal electoral aceptaría los resultados de la encuesta como prueba. La razón ver-dadera debería ser el nerviosismo de los partidos y de sus referentes. Aparentemente no tie-nen paciencia. Conocer los resultados de las elecciones tres o cinco horas antes o uno o dos días después de los comicios da lo mismo. Dicho en forma polémica, las encuestas en boca de urna son absolutamente innecesarias y forman parte más bien de un espectáculo transformando la votación como acto político y democrático en una carrera deportiva, tratan-do de gritar “gol” antes de que la pelota entre en el arco.

El valor informativo para la población es efímero. Muy probablemente, nadie extrañaría a una encuesta en boca de urna si no existieran.

Aparte de políticos nerviosos, los medios de comunicación son los verdaderos interesa-dos en estos eventos para poder anunciar en las radios y en la televisión que a las 18:00 sus oyentes y televidentes van a saber los resultados. De este modo aumentan la audiencia, lo que les facilita la venta de publicidad. Por eso los mismos medios encargan encuestas en boca de urna y eso lleva a que a veces tres o cuatro entrevistadores de distintas entidades se disputen los votantes que salen del local.

Los diarios, por las desventajas competitivas en cuanto a la actualidad y por la demora en el conteo de los votos, arman frecuentemente los títulos del lunes que sigue al domingo electoral basándose en los “resultados” que proveen las encuestas en boca de urna y repro-

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ducen los errores de éstas. Hay ejemplos en la Argentina donde los medios de comunica-ción proclamaron de esa manera a un candidato como ganador que finalmente resultó ser el perdedor de las elecciones.

Un tema aparte es por qué las encuestas en boca de urna fallan con tanta frecuencia. Una de las causas es que “enganchan” cualquier persona al azar y así recolectan respues-tas sin preocuparse a qué segmento poblacional pertenecen. De esa manera se realizan muchas entrevistas, pero los resultados no son representativos para el universo del electora-do. Como se explicó en la parte metodológica, un gran número de casos no puede proveer datos exactos si hay un error en la composición de la muestra.

Los efectos de esa falla se agravan en la medida en que las entrevistas se realizan en un reducido número de bocas. Para facilitar la carga de datos y su procesamiento, muy apretado por el tiempo, se incluyen en el sondeo las bocas de urna cercanas al centro ope-rativo. No en todas las zonas de una ciudad vive la misma gente. En cada zona difiere la es-tructura sociodemográfica de los habitantes. No se pueden proyectar los datos que se reco-lectaron sólo en tres zonas a las dieciocho restantes.

Otro factor de influencia es la forma en la que se realizan estas encuestas. Necesaria-mente son encuestas callejeras y no aportan los datos más confiables. También respecto a ese punto, se agrandan los efectos negativos en la medida en la cual la encuesta toca un te-ma “sensible”, que es a quién votó el encuestado. Aún más cuando la consulta se hace in-mediatamente después de haber votado.

Con frecuencia tampoco se usa el modelo adecuado de pregunta. Hay muchos encues-tadores en la puerta del local electoral con un formulario que no contiene más que casillas con los nombres de los candidatos o de los partidos y que ni siquiera está encabezado por una pregunta. Es el encuestador el que formula lo que quiere saber de manera personal, lo que es totalmente contrario a las normas.

Ya se explicó que la pregunta debe estar acompañada por una lista que se presenta al encuestado para indicar el número del candidato o partido a quien votará o votó. Esta forma de presentar el tema se acerca mucho más a una conversación estableciendo una mínima relación de confianza necesaria entre entrevistador y encuestado para que éste participe de la encuesta “en serio”. No basta enfrentar al encuestado con una sola pregunta. Pueden y deben ser cinco a diez preguntas, lo que alarga el tiempo de la entrevista, pero da resulta-dos. Las respuestas tienen otra calidad.

Una mayor duración de la encuesta requiere la intervención de un mayor número de en-trevistadores si se necesita alcanzar en pocas horas la misma cantidad de casos. Es una cuestión de capacidad organizativa y de presupuesto. Si los recursos son reducidos convie-ne reducir también el número de casos.2.000 entrevistas que corresponden a los estándares metodológicos superan a 5.000 entrevistas con alguna deficiencia metodológica.

Tenemos que volver al tema de la representatividad de las encuestas en boca de urna. Lo normal sería entregar a cada entrevistador una “hoja de cuota” que indique cuántas per-sonas a entrevistar deben ser mujeres, varones, diferenciado además según criterios edad, ocupación y si las personas son económicamente activas o pasivas. Pero la situación que genera una encuesta en boca de urna no concede al entrevistador el tiempo suficiente para encontrar las personas indicadas. Objetivamente resulta imposible proceder de esa manera, pero, como se expuso en el contexto del pronóstico electoral, se puede resolver el problema de la falta de representatividad por medio de un programa de ponderación que encuadra a posteriori a los encuestados en una muestra representativa. Es un paso de trabajo impres-cindible y con eso una condición para anticipar los resultados electorales en forma precisa en el marco de una encuesta en boca de urna.

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