Enfrentate al futuro elisabeth hand

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En el subsuelo de un apaciblepueblo del norte de Texas, el futurode la humanidad espera…

Después de cuarenta años, losmiembros de una conspiraciónglobal saben que finalmente seacercan a la consumación de susiniestro proyecto. Sólo los agentesespeciales del FBI Fox Mulder yDana Scully vislumbran la pesadillaque aguarda al resto del mundo: unainvasión alienígena provocada por elmás devastador virus de la historia.

Y sólo ellos saben que la verdad yano está ahí fuera.

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Ahora está aquí.

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Elisabeth Hand

Enfréntate alfuturo

Expediente X - 0

ePub r1.0Etriol 15.06.14

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Título original: Fight the FutureElisabeth Hand, 1998Traducción: Alfredo Ramón & MaríaLuisa Rodríguez PérezIlustraciones: Editorial Evergráficas SLRetoque de cubierta: Piolin

Editor digital: EtriolePub base r1.1

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PRÓLOGO

Norte de Texas, 35.000 A. C.

El paisaje desolado se extiende a lolargo del horizonte, todo hielo y nieve yun inmenso cielo gris. A lo lejos,aparecen dos pequeñas figurascorriendo de forma desesperada. Sonparecidas a humanos, con peloenmarañado y rasgos bastos; sus cuerposestán cubiertos por toscas prendashechas de cuero. Atraviesan corriendoel blanco yermo con los cuerpos

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inclinados como si fueran buscandohuellas. La pista que parecen seguir lesconduce a una grieta, una aberturatriangular entre unos bloques de hielo ypiedra desplomada. Las huellasdesaparecen a la entrada de la cueva.Uno de los hombres prehistóricos seagacha para mirar en su interior. Yambos entran en la cueva.

Dentro, las paredes de la cuevaestán cubiertas de hielo que brilladébilmente. El primer hombre primitivoprende su antorcha. Mientras la sujeta,su compañero le agarra el brazo yseñala hacia donde la cueva da un girounos metros más adelante. Allí, una

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pequeña extensión de nieve virgenconserva la huella de lo que han estadosiguiendo. La antorcha chisporrotea,como en respuesta a un ruido procedentede la oscuridad que tienen delante. Losdos hombres se mueven rápidamente.Más adelante, la cueva se divide en dostúneles. Sin hablar, cada uno de loshombres sigue un pasaje distinto deltúnel.

El primer primitivo avanza deprisapor el túnel. Al final encuentra unaabertura por la que apenas cabo unhombre. Asoma la antorcha por elagujero y la mueve de lado a lado. Seadentra en él y pasa a la siguiente

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cámara.Después de recobrar el aliente,

eleva la antorcha y mira a su alrededor.Se encuentra en una cueva casi circular,de unos nueve metros de diámetro, encuyas paredes brilla el hielo melladoaquí y allí por afloraciones rocosas. Unade ellas es más grande que el resto.Observándola, el primitivo frunce elceño y luego se acerca.

Se detiene cerca de la afloración yestira la mano para tocar lo que ve: elcuerpo de otro hombre, ataviado conpieles y cuero, encerrado de pies acabeza en una piel de hielo. Antes depoder alcanzarlo, algo le golpea por la

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espalda.El primitivo lanza un grito y cae,

soltando la antorcha que quedachisporroteando en el suelo. Se hace unovillo, con una mano apretada contra elpecho sujetando el cuchillo, que apuntahacia fuera; pero algo ya está allí,clavándole las garras en la ropa,desgarrando las gruesas capasprotectoras de piel y cuero como sifueran hierba seca. El primitivo grita denuevo. Rueda hacia un lado, hincando elcodo en el rostro de la criatura y atacacon el cuchillo ciega ydesesperadamente. La cosa chilla; elhombre siente caer sobre su mano un

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chorro cálido y húmedo. El hombreprehistórico se separa y se tambaleahasta la pared. Oye cómo la cosa seagita en la oscuridad a sus pies.

El primitivo ruge y ataca otra vez.Siente cómo su cuchillo atraviesa la pieldel ser… pero no palpa rastro de huesoo músculo bajo su mano; es como si elcuchillo hubiera atravesado fango. Conun gruñido, el primitivo vuelve a clavarel cuchillo.

Demasiado rápido. Al momentopierde el equilibrio y cae, y la cosa estáencima de él, clavándole las garras enlos muslos. El cuchillo resbala por elsuelo. Antes de poder agarrarlo, una luz

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llena la cámara. La cueva parece giramientras la luz ilumina todo, centrándosefinalmente en la antorcha que sujeta elsegundo hombre primitivo, que acaba deaparecer en la cámara. La criatura elevala vista. El segundo primitivo levanta elcuchillo y se lo clava a la criatura. Lacosa cae hacia atrás dejando escapar ungrito ensordecedor. En un instante, elprimitivo está sobre ella, hincándole elcuchillo una y otra vez, mientras trata deescapar. Con una fuerza y velocidadsorprendentes, la criatura lanza alprehistórico al suelo de la cueva.

Atontado, el primitivo se pone enpie dispuesto a atacar. Se detiene para

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recobrar el aliento y mira a sucompañero caído. La sangre empapa susprendas y sus ojos están ya nublados.Está muerto. El primitivo se vuelve,buscando a su enemigo. En una cámaracercana encuentra el cuerpo caído de suenemigo. Se acerca con cautela,agitando la antorcha sobre la cabeza dela criatura. Sus ojos se abren lentamente.Y, durante un instante, la mirada delcazador y la del cazado se funden.

El hombre primitivo levanta elcuchillo para asestar el golpe final.Antes de que su brazo caiga, la criaturaataca. El prehistórico deja caer laantorcha y con la otra mano hace

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avanzar el cuchillo, clavándolo en elcuerpo del ser. Lo retira y lo clava denuevo, aún con más fuerza, mientras lacriatura se retuerce y llena la cueva consus chillidos, y lo clava hasta que lacosa queda inmóvil en el suelo.

El primitivo da un paso atrásrespirando hondo. Ante él yace su presamuerta. Algo negro brota de las heridasde la criatura. A la luz de la antorchaparece espesarse y formar un charco. Lomira y frunce el ceño.

Hay una pequeña grieta en el suelode la cueva. La sustancia negra oleosaavanza hacia ella. No de forma natural,como lo haría el agua cuesta abajo, sino

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como algo vivo. Contempla atónitocómo el aceite llena la grieta casi hastarebosar y después se cuela por ella.Transcurre un momento antes de que sedé cuenta de algo más.

Su pecho está salpicado de manchasoscuras dejadas por la sangre de lacriatura. La mirada del primitivo secentra en una sola mancha oleosa. Lamira y arruga las cejas. Su expresióncambia de curiosidad a horro. Tienemanchas de cieno negro por todo elcuerpo, en el torso, en los brazos, losmuslos y el pecho. Gruñe y comienza aquitárselas, pero no desaparecen. Abrela boca para gritar… pero de ella no

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sale ningún sonido.

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Capítulo 1

Blackwood, Texas. Hoy

Sin previo aviso, un niño seprecipitó desde el techo de la cueva.

—¿Stevie? Eh, Stevie… ¿estás bien?—una voz gritó en la abertura del techo.

Allí estaban otros tres niños,asomándose nerviosos al agujero. Losúltimos días había estado construyendoallí un fuerte, cavando en la tierra. Trasellos, el sol castigaba el ardienteterreno. Algunos kilómetros al este, el

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brillante contorno de la silueta de Dallasdestacaba en el horizonte. A pocadistancia se extendía una urbanización,con edificios idénticos dispersos sobreun paisaje de color pardo.

Stevie yacía hecho un ovillo en elsuelo de la cueva.

—Vaya… vaya golpe que me hedado —dijo por fin. Risas de alivio. Losrostros de Jason y Chuck aparecieronjunto al de Jeremy.

—Parece que tenías razón, Stevie —Jason voceó—. Parece una cueva o algoasí.

Jeremy dio un codazo a los otroschicos, intentando abrirse espacio.

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——¿Qué hay ahí abajo, Stevie?¿Hay algo?

Stevie se puso en pie despacio. Diounos pasos inestables. En la oscuridadalgo parpadeó, algo redondo y suave deltamaño de un balón de fútbol. Lo cogió ylo inclinó con cuidado, exponiéndolo ala luz de manera que parecía brillar ensu mano.

—¿Stevie? —gritó otra vez Jeremy—. Vamos, ¿qué has encontrado?

—Una calavera humana —suspiróStevie—. ¡Es una calavera humano!

—¡Tírala aquí, tronco! —exclamóJason.

—De eso nada «espabilao». Es mía

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—contestó Stevie negando con lacabeza. Se quedó quieto, mirando a sualrededor con asombro. ¡Madre mí! Hayhuesos por todas partes.

Dio unos cuantos pasos hacia la luz.Miró hacia abajo y vio que estabapisando una especie de mancha deaceite. Cuando intentó levantar los pies,el suelo le succionó la suela del playero.

Y entonces vio que el aceite estabapor todas partes, no sólo bajo sus pies,sino que rezumaba de las grietas de laroca. Y se movía. Se movía hacia él. Elaceite negro serpenteaba bajo su pie y sedeslizaba en su playero. La calaveracayó y rodó por el suelo mientras él

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tiraba de sus pantalones cortos ycontemplaba la piel expuesta de lapierna.

Algo se movía bajo la carne: unacosa retorcida tan larga como un dedo.Lo único que ahora había más de una,había decenas de ellas, todas abriéndosecamino bajo su piel y avanzando haciaarriba. YU ahora algo más, algoigualmente aterrador: por donde pasabael aceite negro, sus miembros quedabaninsensibles y helados. Paralizados.

—¿Stevie? —Jeremy observaba enla oscuridad—. Eh, ¿Stevie?

Stevie gruñó pero no lo miró.Jeremy lo contemplaba sin estar seguro

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de si se trataba de una broma.—Stevie, deja ya de…—¿Stevie? —Dijeron los otros a

coro—. ¿Estás bien?Estaba claro que Stevie no estaba

bien. Mientras miraban, la cabeza deStevie cayó hacia atrás, de forma queparecía mirarles directamente, y bajo ladeslumbradora luz del desierto vieroncómo sus ojos primero se llenaban deoscuridad y luego se volvíancompletamente negros.

—Eh, tíos —susurró Jason—.Salgamos de aquí.

—Esperad —dijo Jeremy—.Deberíamos ayudarle.

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Jason y Chuck tiraron de él. Jeremyfue con ellos de mala gana, golpeandolos pies contra el polvoriento terreno.

Las sirenas gemían a contrapuntocon el viento en la llanura. Las puertasde la urbanización se abrían dando pasoa los curiosos que salían a husmear.

Los camiones de bomberos yaestaban allí. Dos hombrescompletamente equipados saltaron delvehículo, desengancharon una escalera ycorrieron hacia el agujero donde antesestuvieron los niños. Otros hombres losseguían mientras el capitán aparcaba ysalía del coche, radio en mano.

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—Al habla el Capitán Miles Cooles—dijo—. Tenemos una situación derescate en marcha.

Se acercó al agujero. Los tresbomberos ya habían colocado laescalera y dos de ellos descendíandeprisa. Sus cascos brillaron con la luzdel sol y después parpadearon cuandollegaron abajo y se alejaron de laescalera.

—¿Qué tenemos ahí abajo, T. C.? —exclamó Cooles. No hubo respuesta.

Fuera, el sol caía sobre el cada vezmayor círculo de padres y niños que sehabían acercado. El capitán Coolespermanecía en silencio, con el ajado

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rostro tenso por la preocupaciónmientras miraba al agujero. Un momentodespués, envió abajo a otros dosbomberos.

Cooles elevó la mirada, distraídomomentáneamente de su desesperadointento de ver a los hombres en la cueva.Un amenazador bomp bomp llenó el airemientras un helicóptero aparecíamisteriosamente en la puesta de sol. Asu alrededor se agolpaba cada vez másgente, padres y niños todos mirandohacia el horizonte del oeste. Mucho másrápido de lo que parecía posible, elhelicóptero se acercó al grupocongregado, viró bruscamente y flotó

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sobre ellos. La gente se echó las manosa las orejas y se protegió los ojos de lasnubes de polvo, y el helicóptero sinidentificación aterrizó suavemente sobrela tierra abrasada.

¿Qué demonios?, pensó Cooles. Lapuerta lateral del helicóptero se abrió yde él saltaron cinco figuras. Envueltasen trajes de protección contra materialespeligrosos, con la cara oculta trasgruesas máscaras, transportaban unalitera metálica cubierta con una burbujade plástico translúcido, como uninmenso caparazón de escarabajo. Sedirigieron inmediatamente hacia elagujero. Cooles asintió y les siguió,

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pero antes de que hubiera dado dospasos, otro hombre salió delhelicóptero, una figura alta y severavestida elegantemente, cuya corbata seagitaba bajo el viento de las hélices.

—¡Retiren a esa gente! —gritó,señalando a la multitud que contemplabacuriosa a los enfermeros. La etiquetaidentificativa que colgaba de su cuellodecía Dr. Ben Bronschweig—.¡Sáquenlos de aquí!

—¡Hagas que se retires! ¡Ahora! —gritó Cooles, volviéndose a la línea debomberos. Después, se acercóapresurado a Bronschweig y le dijo—:He enviado a mis hombres a rescatar al

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niño. Nos han informado de que los ojosse le quedaron negros. Es lo último quehe sabido…

Bronschweig le ignoró y saliódisparado hacia el agujero. Las figurasya estaban ascendiendo la escalera,sacando el cuerpo inmóvil del niñosobre la litera burbuja. Al ver esto,Bronschweig se detuvo, observandocómo el personal del rescate lo llevabahacia el helicóptero. El resto de loshombres los siguieron y, ante la calladamirada de la multitud, el helicóptero seelevó y las hélices levantaron oleadasde polvo rojo sobre la llanura. Unminuto después no eran más que un

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puntito en el cielo.Bronschweig caminó hacia la

urbanización. El capitán Colles le seguíade cerca. A poca distancia, una hilera devehículos pesados sin identificaciónrodaba por la autopista y tomaba lacarretera de acceso que llevaba a lasfilas de casas idénticas. Hombres derostros inexpresivos vestidos deuniforme oscuro conducían lasfurgonetas de carga y camiones sinidentificación. Al frente de estaamenazante caravana había dos enormescamiones cisterna blancos, desprovistosde cualquier logotipo o publicidad, querelucían bajo el sol abrasados.

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Bronschweig se detuvo, cruzó los brazosy observó la escena con una expresióntensa.

—¿Qué pasa con mis hombres? —exclamó enfadado el Capitán Cooles aldoctor—. He enviado cinco hombres ahíabajo.

Bronschweig se dio la vuelta y sealejó sin musitar palabra.

—¿Ha oído lo que le acabo dedecir? Envié… —gritó Collesseñalando furioso el agujero.

Fingiendo no oírle, Bronschweig sedirigió hacia los camiones que seacercaban. Unos cuantos habíanaparcado en fila en el callejón sin

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salida. Personal de aspecto oficial yaestaba sacando tiendas, mástiles, antenasparabólicas, bancos de luces eléctricasy equipos de monitores de su interior.Los lugareños contemplabanasombrados mientras las primerasunidades de refrigeración eran extraídasde los camiones y transportadas alagujero. Los conductores seguíanmaniobrando los enormes camioneshasta formar una barrera que bloqueabala escena de la acción de la vista de lamultitud.

Bronschweig desapareció entre eltumulto. Al llegar a los camionescisterna, se metió entre ellos y sacó un

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teléfono móvil. Con el rostro tenso,marcó un número, esperó y finalmentehabló.

—¿Señor? ¿La escena imposible queno habíamos planeado? —escuchó unmomento y contestó—. Bien, será mejorque ideemos un plan.

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Capítulo 2

Edificio federalDallas, Texas

Una semana después, en un tejado deDallas, quince agentes con cazadoresoscuras con las letras FBI impresasmiraban cómo otro helicóptero lossobrevolaba. Cuando el helicópterotomó tierra, la puerta lateral se abrió ysalió un hombre: el Agente Especial alMando Darius Michaud.

Uno de los agentes lo recibió,

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teléfono móvil en mano.—Hemos evacuado el edificio y lo

hemos recorrido de arriba abajo. Ningúnrastro del artefacto explosivo ni nadaparecido.

—¿Han puesto a los perros arastrear? —inquirió Michaud.

—Sí, señor —asintió el agente.—Pues hágalo de nuevo.—Sí, señor —contestó.Michaud se dio la vuelta y observó

la silueta de Dallas. De pronto, se pusotenso al ver una figura salir de unapuerta en el tejado vecino: una formaesbelta con una cazadora del FBI, undestello de sol en su melena rojiza.

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Michaud apretó las manos al bordede la pared.

En el otro tejado, la Agente EspecialDana Scully marcaba en su teléfonomóvil.

—¿Mulder? —dijo apresurada—.Soy yo.

—¿Dónde estás, Scully? —sonó lavoz de Mulder.

—Estoy en el tejado.—¿Has encontrado algo?—No, Mulder. Nada.—¿Qué pasa, Scully?—Acabo de subir doce pisos, tengo

calor y sed y, para ser sincera, mepregunto qué estoy haciendo aquí —

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espetó Scully con impaciencia.—Estás buscando una bomba —

respondió la voz imperturbable deMulder.

—Ya lo sé. Pero la amenaza serefería al edificio federal del otro ladode la calle —suspiró Scully.

—Creo que eso ya lo tienencubierto.

—Mulder, cuando alguien da avisode una bomba terrorista, el propósitológico de facilitar esta información espermitirnos hallar la bomba. El objetoracional del terrorismo es aterrorizar. Sianalizas las estadísticas, encontrarías unmodelo de pauta de comportamiento en

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casi todos los casos en que una amenazaha desencadenado un artefactoexplosivo… —dijo Scully después detomar aliento.

Se detuvo y acercó más aún elteléfono.

—Si no actuamos de acuerdo conesa información, Mulder, si la ignorascomo acabamos de hacer, hay muchasposibilidades de que si de verdad hayuna bomba, no la encontremos. Podríahaber víctimas.

Se detuvo de nuevo y de pronto sedio cuenta de que llevaba minutoshablando sola.

—¿Mulder…?

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—¿Y qué pasa con las corazonadas?Scully se sobresaltó: la voz no

procedía del teléfono móvil, sino deunos metros más allá. Allí estaba FoxMulder. Cascó una pipa de girasol conlos dientes y se acercó a ella.

—¡Por Dios, Mulder! —protestóScully.

—Es el elemento sorpresa, Scully—dijo Mulder—. La imprevisión hablade lo impredecible.

—Si no negamos a prever loimprevisto o a esperar lo inesperado enun universo de posibilidadesimprevistas, nos encontraremos amerced de cualquier persona o cosa que

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no pueda ser programada, clasificada ocatalogada… —continuó después decascar otra pipa.

Caminó hasta el borde del edificio,se volvió y dijo:

—¿Qué estamos haciendo aquí?Hace un calor infernal.

—Sé que esta misión te aburre —dijo Scully—. Pero el pensamiento noconvencional sólo te va a crearproblemas.

—¿Qué quieres decir?—Tienes que dejar de buscar lo que

no está ahí. Han cerrado los ExpedientesX, Mulder. Hay que seguir trámites.Protocolo.

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—¿Quieres decir que nosotroshemos dado en aviso de bomba aHouston? —sugirió—. Creo que alguienva a pagar hoy las cervezas en elAstrodome.

Scully le lanzó una mirada, pero erainútil. Suspirando, pasó delante de élhacia las escales, subió los últimospeldaños y agarró el picaporte. Lo giróuno y dos veces, y volvió la vista aMulder.

—¿Y ahora qué?—¿Está cerrado? —dijo Mulder,

mientras su rostro perdía el airetravieso.

—Eso por prever lo imprevisto…

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—suspiró Scully girando de nuevo elpicaporte.

Entornó los ojos al sol y despuésmiró a Mulder. Antes de que pudieradecir nada, él dio un paso y le quitó lamano del picaporte. Lo giró y la puertase abrió sin problema.

—Te pillé —Scully sonriósatisfecha.

—No, no lo hiciste —negó Muldercon la cabeza.

—Oh, sí. Esta vez te pillé.—No, claro que no…Ella entró en el hueco de la escalera

y se dirigió al montacargas. Apretó unbotón y esperó a que las puertas se

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abrieran.—Claro que sí —dijo, todavía

sonriendo—. Te vi la cara, Mulder.Hubo un momento de pánico.

—¿Pánico? ¿Me has visto alguna veztener pánico, Scully? —replicó Mulder,que estaba junto a ella mientras elascensor descendía.

El montacargas se detuvo. Laspuertas se abrieron en un vestíbulo llenode hombres y mujeres con traje, chicosde reparto y un guardia de seguridad derostro aburrido.

—Acabo de verte —añadió Scullyal salir del vestíbulo. Ante ella, ungrupo de niños contemplaban

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emocionados su cazadora del FBI—. Túpagas.

—Cuando tengo pánico pongo estacara —dijo Mulder mirándolacompletamente inexpresivo.

—Sí, esa es la cara que pusiste —concluyó Scully.

—De acuerdo —dijo Muldersiguiéndola.

—Scully se cruzó de brazos y miródirectamente a una puerta con un cartelque decía GOLOSINAS/REFRESCOS.Mulder registró su bolsillo en busca decambio mientras preguntaba:

—¿Qué va a ser? ¿Coca cola, Pepsi?¿Una agüita?

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—Algo dulce.Mulder rodó los ojos y se dirigió a

la sala de refrescos. Iba rebuscandoentre un puñado de monedas cuandoalguien le dio un codazo. Un hombre altocon uniforme azul de reparto y pelocorto negro salía del cuarto. Miró conindiferencia a Mulder. Mulder ledevolvió la mirada y luego se apresurópara agarrar la puerta ante4s de que secerrara.

Ya en el interior del cuarto sinventanas, Mulder fue directo a unamáquina de refrescos grande y muyiluminada. Una a una, introdujo lasmonedas en la ranura. Después apretó un

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botón, se agachó y…Nada.—Oh, vamos —protestó Mulder.

Golpeó la máquina con el puño…nada… y finalmente hurgó en el bolsilloen busca de más cambio. Lo introdujo enla máquina… nada.

—¡Mierda!Miró la máquina y luego la golpeó

con ambos puños.Nada.Mulder se acercó a la parte

posterior de la máquina. Se agachó ymiró por detrás frunciendo el ceño.

La máquina no estabadesenchufada.

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Cogió el enchufe y lo miróhorrorizado al comprender qué sucedía.

Scully esperaba impaciente en elvestíbulo, preguntándose por quétardaba tanto Mulder. Tenía sed.

La puerta no se abría.—¡No! —Mulder giró el picaporte,

pero no había duda. Estaba encerrado.Sacó el teléfono móvil y marcó un

momento. Un instante después, Scullycontestaba.

—Scully.—Scully, he encontrado la bomba —

anunció Mulder después de tomaraliento.

—Qué gracia, Mulder —dijo Scully,

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rodando los ojos.—Estoy en la sala de refrescos.Ella se dirigió hacia dicha sala. Al

oír un débil golpear, se detuvo ante unapuerta que decíaGOLOSINAS/REFRESCOS.

—¿Eres tú el que golpea? —preguntó.

—Scully, que alguien abra estapuerta —pidió Mulder, golpeando aúnmás fuerte.

—Buen truco, Mulder.Mulder comenzó a tirar de la parte

frontal de la máquina de refrescos.—Scully, escúchame. La bomba está

en la máquina de Coca—Cola. Dispones

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de unos catorce minutos para evacuareste edificio.

—¿Mulder? —Respiró hondo alteléfono—. Dime que esto es una broma.

—Trece cincuenta y nueve, trececincuenta y ocho, trece cincuenta ysiete… —resonó la voz de Mulder.

Scully se agachó para comprobar lacerradura. La habían soldado… hacíapoco.

—…trece cincuenta y seis… ¿Vesuna pauta en todo esto, Scully?

—Aguanta —dijo Scully—. Voy asacarte de aquí.

En el interior de la sala de refrescos,el teléfono de Mulder quedó en silencio.

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Se agachó ante la máquina. Dentro habíauna batería de tableros de circuitos ycables, lectores digitales y filas y másfilas de latas de plástico transparentellenas de líquido enganchadas a lo quedebían ser explosivos. En medio de todoesto, una pantalla de cristal líquidoregistraba la cuenta atrás. Mulder lamiró y pensó: un experto va a tardasmucho más de trece minutos enaveriguar por dónde comenzar.

En el vestíbulo, Scully corrió alpuesto de seguridad.

—¡Este edificio debe ser evacuadocompletamente en diez minutos! —Gritó

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al jefe de seguridad—. Coja el teléfonoy ordene al departamento de bomberosque bloquee el centro de la ciudad en unradio de un kilómetro en torno aledificio…

—¿En diez minutos? —musitó elagente de seguridad boquiabierto.

—¡NO PIENSE! —Exclamó Scully—. ¡COJA EL TELÉFONO Y HAGAQUE OCURRA!

La gente del vestíbulo ya estabacorriendo y ella se alejaba, sin darleopción a protestar, marcando otronúmero en su teléfono.

—Al habla la agente Dana Scully.Necesito hablar con el Agente Especial

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Michaud. Tiene el edificio equivocado.Se detuvo junto a las puertas

giratorias. Coches y furgonetas frenabanestrepitosamente en la acera, y de losvehículos sin identificación salíancorriendo agentes con cazadoras delFBI. Darius Michaud entre ellos.

—¿Dónde está? —preguntó.En torno a ellos, los trabajadores

huían del edificio.—Mulder la encontró en una

máquina del edificio. Está encerradocon ella.

—¡Que venga Kesey con el soplete!Está en la sala de las máquinas derefrescos —gritó Michaud a un agente.

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—Lléveme hasta allí —le ordenó aScully.

—Por aquí…En el cuarto sin ventanas, Mulder

observaba los explosivos y la pantallade cristal líquido.

7:00Sonó su teléfono móvil y contestó.—¿Scully? Te acuerdas de esa cara

que puse… la estoy poniendo ahora.—Mulder —ordenó Scully—.

Apártate de la puerta. Vamos a entrar.Se retiró mientras un soplete de

plasma comenzaba a cortar la puertametálica. Mulder oyó una serie degolpes y una voz que gritaba ¡Ahora! La

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puerta cayó hacia dentro y se desplomosobre el suelo.

Scully entró con Michaud y otrostres técnicos desactivadores de bombas.Avanzaron hacia la máquina derefrescos.

4:07—Dígame que esas latas solo

contienen refrescos.—No —dijo Michaud—. Es lo que

parece. Una gran bomba: tres litros deastrolita.

Michaud estudió la bomba duranteun instante. Después ordenó:

—Muy bien. Saquen a todo el mundode aquí y vacíen el edificio.

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—Alguien tiene que quedarse conusted —comentó Mulder.

—Le he dado una orden —espetóMichaud—. Salgan de aquí y evacúen lazona.

—¿Podrá desactivarla? —preguntóScully.

—Eso creo —contestó. Michaudsacó un par de alicates de la caja deherramientas. Los otros agentes salieronapresurados de la sala.

—Tiene unos cuatro minutos paraaveriguar si está en lo cierto —dijoMulder.

—¿Ha oído lo que he dicho? —replicó Michaud.

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—Vamos, Mulder —murmuró Scully—. Vamos.

Ella se dirigió hacia la puerta.Mulder permaneció un momento másobservando a Michaud.

Pero la atención del otro hombreestaba centrada en la bomba. FinalmenteMulder dio la vuelta y siguió a Scullyhacia el pasillo. En la sala que dejódetrás, Michaud dejó los alicates sobresu rodilla y no hizo nada más;simplemente contemplar la bomba. Nadamás que mirarla.

Todo el mundo había sido evacuadodel vestíbulo.

—No queda nadie —gritó un agente

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del FBI.Scully y Mulder corrían hacia las

puertas giratorias. Un coche lesesperaba a unos cuantos metros. Depronto, Mulder se detuvo y volvió lavista al edificio.

—¿Qué haces? —Exclamó Scully—.¿Mulder?

—Algo no va bien… —susurróMulder.

—¿Mulder? —Scully corrió a sulado.

—Algo no va bien —dijo de nuevoMulder. Scully movió la cabeza y leagarró del brazo.

—¡Mulder! ¡Métete en el coche! ¡No

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queda tiempo, Mulder!Y lo arrastró tras ella hasta el coche.

Mulder, giró la cabeza para mirar porencima de su hombro.

—Michaud… —pronunció.

En el cuarto de los refrescos,Michaud había devuelto a su sitio losalicates y cerraba la caja de lasherramientas. Ahora estaba sentado enella, con los ojos fijos en la pantalla decristal líquido.

:30Vio desaparecer los segundos sin

hacer nada. Finalmente, dejó caer lacabeza contra el pecho.

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Fuera, el sol abrasaba la cercanaplaza vacía.

—¡Mulder! —Gritó Scully—.¡Entra!

Mulder se sentó en el asientotrasero, Scully en el delantero, y elcoche salió a toda velocidad. Sevolvieron para mirar por la ventanilla ycontemplar cómo se alejaba el edificio.

Y, de repente, explotó. La estructuraentera fue arrasada por una bola defuego que ascendió desde la plata baja.Todo se llenó de humo y oleadas devigas y cristales rotos. El aire retumbóal desplomarse el edificio.

El impacto de la bomba viajó por el

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aire y empujó el coche de los agentes alotro lado de la plaza, donde impactócontra un coche aparcado. Los otroscoches recibieron el mismo impacto. Seoyó un gran crack y la ventana trasera serompió, regando de cristales rotos aMulder y Scully.

—¿Están bien? —exclamó el agentedesde el asiento delantero.

—E… Eso creo —musitó Scully.Mulder agitó la cabeza y miró a

Scully.—La próxima vez, tú pagas —dijo

abruptamente.

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Capítulo 3

CUARTEL GENERAL DEL FBI:EDIFICIO J. EDGAR HOOVER.WASHINGTON, D.C.,UN DÍA DESPUÉS.

El cartel de la puerta decíaDESPACHO DE REVISIONESPROFESIONALES. En su interior laagente Scully se movía nerviosa en lasilla e intentaba concentrarse en lo quele estaban diciendo.

—A la vista de Waco y Ruby

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Ridge…Esta vista era importante, demasiado

importante para que Mulder llegaratarde. A ella misma le había resultadodifícil llegar a tiempo. Ante ella, seisdirectores adjuntos estaban sentados enuna larga mesa. En el centro de la mesade conferencias, estaba hablando ladirectora adjunta Jana Cassidy.

—…por la destrucción catastróficade propiedad pública y la pérdida devidas por causa de actividadesterroristas…

Al final de la fila, el director adjuntoWalter Skinner lanzó a Scully unamirada triste. Durante años, Skinner

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había pasado mucho tiempo con losagentes Mulder y Scully, quienesestaban directamente a su cargo.Siempre que podía, intentaba ayudarles.

—Quedan aún muchos detalles poraclarar —dijo Jana Cassidy—. Algunosagentes no han entregado sus informes olo han hecho muy por encima, sin dar fede los acontecimientos que llevaron a ladestrucción ocurrida en Dallas. Peroestamos recibiendo presiones para daruna idea exacta de lo ocurrido al FiscalGeneral, de forma que pueda realizaruna declaración pública.

Y entonces, Scully oyó lo que habíaestado esperando: unos pasos

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familiares. Se volvió y vio a Mulderentrar en la habitación. Jana Cassidy lemiró sin inmutarse.

—Sabemos que cinco personasmurieron en la explosión —dijo Cassidy—. El Agente Especial Darius Michaud,que estaba intentando desactivar labomba instalada en el interior de unamáquina de refrescos, tres bomberos deDallas y un niño.

Mulder miró rápidamente a Scully.—Disculpe —dijo Mulder—. Los

hombres y el niño… ¿estaban en eledificio?

—Agente Mulder, ya que no fuecapaz de llegar a tiempo a esta reunión,

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voy a pedirle que salga de la sala paraque podamos escuchar la versión de loshechos de la agente Scully. Así ella notendrá que sufrir la misma falta derespeto que usted demuestra hacia elresto de nosotros.

—Nos dijeron que el edificio estabavacío —respondió Mulder bajando lamirada.

—Tendrá su turno, agente Mulder —Cassidy le señaló la puerta—. Porfavor, salga.

Mulder tragó saliva y miró a lamesa. El único rostro compasivo queencontró fue el de Skinner, pero lacompasión de Skinner estaba templada

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por un aviso. Mulder se volvió haciaCassidy y continuó:

—Tal como comprobará en suinforme, la agente Scully y yo fuimos losque hallamos la bomba…

—Gracias agente Mulder. Lellamaremos en breve —concluyóCassidy invitándole a salir.

Vencido, Mulder abandonó lahabitación. Un instante después, WalterSkinner se excusaba en silencio y seguíaa Mulder hasta el pasillo.

Halló al joven agente de pie frente auna vitrina, contemplando melancólicolos trofeos de tiro de su interior.

—Siéntese —dijo Skinner,

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señalando un sofá color beige—. Serátan solo un minuto. Todavía estánhablando con la agente Scully.

Mulder se dejó caer en el sofá ytambién Skinner.

—¿Sobre qué?—Le están pidiendo un relato de los

hechos. Quieren saber por qué seencontraba en el edificio equivocado.

—Ella estaba conmigo.—No se da cuenta de lo que ocurre,

¿verdad? —Musitó Skinner agitando lacabeza—. Ha habido cuarenta millonesde dólares en daños a la ciudad deDallas. Se han perdido vidas. No tienenningún sospechoso. Así que la historia

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que están montando es que esto se podíahaber evitado. Que el FBI no realizóbien su trabajo.

—¿Y quieren echarnos la culpa?—Agente Mulder, los dos sabemos

que si usted y la agente Scully nohubieran tomado la iniciativa deregistrar el edificio anexo, las víctimasse habrían multiplicado…

—Pero no se trata de las vidas quesalvamos —se detuvo Mulder,saboreando la ironía—, sino de las queno salvamos.

—Si parece feo, se pone feo para elFBI.

—Si quieren culpar a alguien,

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pueden culparme a mí. La agente Scullyno se merece esto —dijo Mulder.

—Ahora mismo está declarando lomismo respecto a usted.

—No seguí el protocolo. Rompí elcontacto con el agente al mando… —Mulder hizo una pausa al recordar elrostro cansado de Michaud mientrasmiraba la máquina cargada deexplosivos—. Ignoré una regla tácticabásica y le dejé solo con el artefacto.

—La agente Scully dice que fue ellaquien le ordenó abandonar el edificio.Que usted quería volver.

—Mire, ella estaba…La puerta se abrió antes de que

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pudiera continuar. Los dos hombreselevaron la vista y vieron salir a Scully.La mirada que dedicó a Mulder le dijoque, fuera lo que fuera que hubieraocurrido dentro del Despacho deRevisiones Profesionales, no había idobien. Ella respiró hondo y se dirigió aellos.

—Preguntan por usted, señor —ledijo a Skinner.

Skinner miró una última vez aMulder. Se puso en pie y, dando lasgracias a Scully, volvió a la reunión.

—No importa lo que les hayas dichoahí dentro, o tienes que protegerme.

—Lo único que les dije fue la

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verdad.—Están tratando de dividirnos,

Scully —afirmó Mulder levantando lavoz—. No podernos dejarles.

—Ya nos han dividido. Nos estánseparando.

Sentado en el sofá, Mulder la mirósin comprender lo que acababa de decir.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —preguntó al fin.

—Estoy citada en el OPR pasadomañana para rehabilitación yreasignación.

—¿Por qué? —exclamó Mulder,extrañado.

—Creo que te puedes hacer idea.

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Han citado un historial de problemasque se remonta a 1993.

—Pero ellos fueron los que nospudieron juntos.

—Porque querían que yo invalidaratu trabajo —le interrumpió Scully—.Tus investigaciones de lo paranormal.Pero creo que esto va mucho más allá…

—No se trata de ti, Scully —Mulderhabló en tono de súplica—. Esto me loestán haciendo a mí…

—Ellos no están haciendo nada,Mulder —Scully desvió la vista,evitando su mirada—. Dejé una carreraen medicina porque creí que podríasuperarme en el FBI. Cuando me

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reclutaron, me dijeron que las mujeressolo formaban un nueve por ciento de laAgencia. Eso no me pareció unimpedimento, sino una oportunidad.

»Pero no resultó así. Y ahora,aunque me trasladaran a Omaha, oWichita, o cualquier oficina local dondeestoy segura de que lograría ascender,ya no me interesa tanto. No después delo que he visto y hecho.

Se quedó en silencio. Mulder lamiraba incrédulo.

—¿Lo… lo dejas?Scully se encogió de hombros.—No hay ninguna razón para que me

quede más. Tal vez tú deberías

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preguntarte si tu corazón todavía sigueen ello.

Tras ellos, la puerta de la sala devistas se abrió. Walter Skinner hizoseñas para que entrara Mulder, quecontinuaba aturdido.

—Agente Mulder, su turno.—Lo siento —musitó Scully

mirándole con tristeza—. Buena suerte.Mulder desapareció tras Skinner

como un condenado.

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Capítulo 4

BAR CASEY’SWASHINGTON D.C.

A Mulder nunca le gustó demasiadoel bar Casey’s, pero llevaba ahí desdepor la tarde y la camarera comenzaba apreguntarse cuándo pensaba marcharse.El lugar estaba prácticamente vacío, aexcepción de dos o tres personas y otrohombre que le miraba desde el otro ladode la barra. Un hombre mayor de pelocano, con un rostro ajado vestido con un

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traje viejo y arrugado. Mulder le miróadormecido y después se volvió a lacamarera.

—Otro trago.La camarera se lo sirvió.—Entonces ¿a qué te dedicas? —le

preguntó.—¿Que a qué me dedico? Soy una

figura clave de una farsa del gobierno.Una molestia para mis superiores Larisa de mis compañeros, me llaman«Siniestro», Mulder «el Siniestro».

»Cuya hermana fue abducida por losalienígenas cuando sólo era un chaval.Que ahora persigue hombrecillos verdescon una placa y un arma, gritando al

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cielo y a quien quiera escuchar que todoestá amañado. Que nuestro gobierno estáal día de la verdad y forma parte de laconspiración. Que el cielo se estáderrumbando y cuando lo haga va a serla explosión de todos los tiempos.

Menudo pringado, pensó lacamarera. Y rápidamente retiró el vasoque acababa de servir.

—Creo que ya está bien por hoy,Siniestro —dijo tirando la bebida alfregadero.

—¿El qué?—Parece que el ochenta y seis es tu

número de la suerte.—El uno es el número más solitario.

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—Mala suerte. Se acabó por hoy.Mulder se encogió de hombros y

bajó del taburete Caminó balanceándosehacia el fondo de la habitación, dondehabía una puerta que daba a un callejón.Salió, pero antes de que diera un pasomás, oyó una voz a su espalda.

—¿Está en misión oficial del FBI?—¿Qué? —Mulder se dio la vuelta.De entre las sombras surgió una

figura: el mismo hombre del trajearrugado que estaba dentro del bar.

—¿Le conozco? —preguntó Mulder.—No. Pero he vigilado su carrera

desde hace bastante. Desde que no eramás que un joven agente prometedor.

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Antes de que…—¿Me ha seguido hasta aquí por

alguna razón?—Sí. Me llamo Kurtzweil. Doctor

Alvin Kurtzweil.Mulder frunció el ceño.—Un viejo amigo de su padre —

Kurtzweil sonrió ante la expresión deasombro de Mulder—. En elDepartamento de Estado. Éramos lo quese puede llamar compañeros de viaje,pero su desencanto duró más tiempo queel mío.

—¿Cómo me ha encontrado? —interrogó Mulder—. ¿Es un informador?

—Soy médico; creo que ya se lo

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mencioné antes.—¿Quién le envió?—Vine por mi cuenta. Después de

leer sobre la bomba de Dallas.—Bien, si tiene algo que decirme,

dispone del tiempo que tardo en llamar aun taxi —dijo Mulder. Y echó a andarpor el callejón.

Kurtzweil le agarró del brazo.—Van a colgarle el muerto de

Dallas, agente Mulder. Pero no habíanada que usted pudiera hacer. Nada quenadie pudiera hacer para evitar que labomba explotara…

«Porque la verdad es algo que ustednunca hubiera adivinado. Ni siquiera

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previsto».Mulder se alejó caminando por la

acera. Kurtzweil le siguió.—Y, ¿cuál es? —espetó Mulder.—Que el Agente Especial Darius

Michaud nunca pretendió ni intentódesactivar la bomba.

—Claro. Simplemente la dejóescapar —dijo Mulder con desgana.

—¿Cuál es la pregunta que nadieestá formulando? ¿Por qué ese edificio?¿Por qué no el edificio federal?

—preguntó Kurtzweil agarrando aMulder de la gabardina.

—El edificio federal estabademasiado vigilado.

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—No —continuó el doctor mientrasMulder levantaba la mano para llamar aun taxi—. Pusieron la bomba en eledificio del otro lado de la calle porquesí tenía oficinas federales. La AgenciaFederal de Gestión de tenía una oficinaprovisional de cuarentena médica allí.Que es donde hallaron los cuerpos. Peroese es el asunto.

Un taxi se detuvo. Kurtzweil siguió aMulder hasta la puerta.

—… el asunto que usted no sabía.Que nunca se le hubiera ocurridocomprobar.

Mulder ya estaba abriendo la puerta.Kurtzweil le miró desafiante antes de

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proseguir.—Esas personas ya estaban muertas.—¿Antes de que la bomba

explotara? —dijo Mulder, atónito.—Eso es lo que estoy diciendo.Mulder le miró y negó con la cabeza.—Michaud era un veterano, llevaba

en la Agencia veintidós años.—Michaud era un patriota. Los

hombres a los que era leal sabían muybien lo que hacían en Dallas. Volaronese edificio para ocultar algo. Tal vezalgo que ni siquiera ellos podíanpredecir.

—¿Me está diciendo quedestruyeron un edificio entero para

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ocultar los cuerpos de tres bomberos…?—Y de un niño.

Mulder entró en el taxi y dio unportazo. Miró al taxista y dijo:

—Lléveme a Arlington.Bajó la ventanilla y miró fijamente a

Kurtzweil.—Creo que ya es suficiente —dijo.—¿Usted cree? —Kurtzweil

preguntó. Dio un golpecito en el techodel taxi y se separó, contemplando cómose alejaba calle abajo—. ¿Usted cree,agente Mulder?

En el taxi, Mulder se inclinó haciadelante.

—He cambiado de opinión —le dijo

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al conductor—. Quiero ir a Georgetown.

APARTAMENTO DE LA AGENTEDANA SCULLY.

Scully estaba tumbada en la cama,mirando al techo. Escuchaba el batir dela lluvia en las paredes de suapartamento cuando oyó algo más. Sesentó y aguzó el oído.

Alguien golpeaba la puerta. Scullymiró el reloj de su mesilla. 3:17. Sepuso la bata y se apresuró a la sala deestar. Echó un vistazo por la mirilla,

Allí estaba Mulder, despeinado ycon la ropa completamente mojada.

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Parecía extrañamente despierto.—¿Te he despertado? —preguntó.—No —dijo Scully moviendo la

cabeza.—¿Por qué no? —inquirió Mulder

entrando al apartamento—. Son las tresde la mañana.

Ella cerró la puerta y le miró conaire incrédulo.

—¿Estás borracho, Mulder?—Lo estaba hasta hace veinte

minutos.—¿Eso fue antes o después de que

decidieras venir aquí? —respondióScully cruzándose de brazos.

—¿Qué quieres decir? —contestó

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Mulder, confuso.—Pensé que tal vez te habrías

emborrachado y decidiste venir paraconvencerme de que no lo dejara.

—¿Te gustaría que hiciera eso?Scully cerró los ojos, recordando

cómo hace quince minutos, hace unahora, había estado pensandoexactamente en eso. Después de unbreve instante, suspiró.

—Vete a casa, Mulder. Es tarde.

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Capítulo 5

BLACKWOOD. TEXAS

Dos helicópteros sin identificaciónsobrevolaban las llanuras de Texas, susdos turbinas zumbando sobre el erial.Volaban a una altura peligrosamentebaja hacia su destino: una enormecúpula que relucía bajo el sol. A sólounos metros había una urbanización y elagujero donde Stevie se había caído.

Ahora, varias tiendas geodésicascirculares ocupaban el terreno. Estaban

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rodeadas por camiones de carea blancosy un sinfín de vehículos de apoyo:coches, furgonetas y camionetas.Hombres de negro y otras personas contrajes de protección andaban entre lascúpulas.

En el aire, los dos helicópteros seladearon y lentamente se posaron sobreel suelo, levantando grandes nubes depolvo: las tiendas se hincharon ytensaron los puntales. Un instantedespués se abrió la puerta de unhelicóptero. Un hombre bajó y encendióun cigarrillo.

—¿Señor?El Fumador dio una calada y miró al

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hombre de uniforme que le hablaba.—El doctor Bronschweig le está

esperando.El Fumador estrechó la mirada.

Después, asintió y siguió al otro hombrehacia la cúpula central.

El interior de la cúpula era unlaberinto de tubos de plásticotransparente y paredes de vinilo queseparaban una zona de trabajo de otra.Hombres y mujeres, iodos ellosataviados con trajes de protección ymascarillas quirúrgicas, trabajaban enmesas de acero inoxidable. Por todaspartes había unidades de refrigeración.El Fumador se puso un traje de

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protección y entró en otra zona detrabajo.

Hacía frío allí dentro. Variascamillas metálicas estaban cubiertas conun revestimiento de plástico. En mediode todo había un montículo de tierratapado con una cubierta de plásticotransparente, parecida a una tapadera dealcantarilla: su superficie transparente,d e unos veintiocho centímetros degrosor, estaba atravesada por gruesasbarras de acero inoxidable. Las paredesdel agujero de tierra se habían reforzadoinsertando un tubo metálico en el suelo,lo bastante grande para que por élentrara un hombre. Fue de aquí de donde

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salió el doctor Bronschweig, tambiénvestido con un traje de protección.Apartó la escotilla de plástico y salió.

—Tiene que enseñarme algo —dijoel Fumador.

—Si —asintió el doctorBronschweig.

Le indicó la escotilla. El Fumador sedeslizo por el agujero, moviéndoseincómodo en el traje mientras descendíala escalera. El doctor Bronschweig lesiguió.

Llegaron al interior de la cueva.—Hemos hecho descender la

temperatura de la atmósfera hasta elpunto de congelación para controlar su

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desarrollo —explicó el doctor—. Ydicho desarrollo no se parece a nadaque hayamos visto antes…

El Fumador permanecía a su lado,tomando aliento.

—¿Provocado por qué?—El calor, creo. La coincidencia de

la invasión del anfitrión —el bombero— y un medio que elevó la temperaturade su cuerpo por encima de 37.5°C.

Hizo una seña para que le siguiera.Más fundas y cortinas de plásticocolgaban del techo. El doctor las apartó.

—Aquí está…Detrás del plástico había otra

camilla, distinta de las anteriores. Habia

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un cuerpo encima. Un cuerpo cubierto detubos, cordones y cables conectados alos monitores que se apilaban contra lapared.

—Este hombre aún está vivo —dijoobservando el cuerpo. La piel era casitransparente, una gelatina de colorgrisáceo claro de tejido corporal ymúsculo. Las venas y capilares eranclaramente visibles y palpitabandébilmente.

—Técnica y biológicamente sí. Peronunca se recuperará —comentó eldoctor encogiéndose de hombros.

—¿Cómo es posible?—El organismo en desarrollo está

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utilizando su energía vital, digiriendo elhueso y el tejido. Nosotros sólo hemosralentizado el proceso —contestó. Ydirigió una luz sobre el rostro delbombero. Algo se movía bajo la piel.

El Fumador hizo una mueca.El cuerpo del bombero se

estremeció en la camilla. Su pecho selevantó. No como si respirara, sinocomo su algo dentro de él se hubieramovido. El Fumador pudo ver una manounida a lo que tenía que ser unorganismo.

Y entonces la oscura siluetaparpadeó. Una sola vez, muy despacio.

Era un ojo, un ojo despierto. Y le

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miraba.Esperaba.La mente del fumador hervía al

considerar las posibilidades de lo quetenía ante sí, las consecuencias…

—¿Quiere que destruyamos estetambién? —Preguntó Bronschweig—.¿Antes de que entre en gestación?

El Fumador tardó un instante encontestar.

—No… Necesitamos probar lavacuna en él.

—¿Y si no tiene éxito?—Quémenlo. Como los otros—La familia de este hombre querrá

dar sepultura al cuerpo —comentó el

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doctor—Díganles que murió tratando de

salvar la vida del niño. Que murióheroicamente, como los otros bomberos.

—¿De qué?—Parece que se tragaron nuestra

historia sobre el virus Hanta —respondió el Fumador—. Encárguese deindemnizar económicamente a lasfamilias, así como de realizar unaimportante donación a la comunidad. Talvez un monumento a pie de carretera.

Y dicho esto, se dio la vuelta ysalió.

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Capítulo 6

HOSPITAL NAVAL, BETHESDA

Por dentro, El hospital Walter Reedera como cualquier otro hospital Perolas pocas personas que Mulder y Scullyencontraban llevaban uniforme de lamarina y la figura del final del pasilloera un joven de uniforme. Al oír lospasos, levantó la vista, completamentealerta a pesar de que era medianoche.

—Identificación y planta que van avisitar —dijo. Le mostraron Le

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mostraron las identificaciones del FBI.—Vamos al depósito de cadáveres

—explicó Mulder.El guarda negó con la cabeza.—Esa zona está actualmente

restringida a cualquiera que no seapersonal médico autorizado.

—¿Por orden de quién? —inquinóMulder con frialdad.

—Del general McAddie.—El general McAddie es quien

requirió nuestra presencia. Nos despertóa las tres de la madrugada y nos dijo queacudiéramos inmediatamente —continuóMulder.

—No he sido informado de nada al

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respecto —contestó el guardiaextrañado, mirando a su hoja de notas.

—Entonces, llame al GeneralMcAddie —le urgió Mulder, quevigilaba impaciente el pasillo.

—No sé su número.—Le pueden conectar en la

centralita.El guardia se mordió el labio y

finalmente cogió el teléfono y comenzó abuscar en una guía inmensa. Mulder lemiró desconcertado.

—¿No sabe el número de lacentralita?

—Estoy llamando a mí superior.Mulder se inclinó, desconectó el

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teléfono y miró al guardia con frialdad.—Escuche, hijo, no tenemos tiempo

para andar tonteando siéndole demostrarsu ignorancia respecto a la cadena demando. La orden procede directamentedel general McAddie. Llámelo. Nonosotros llevaremos a cabo nuestrocometido mientras usted confirma laautorización.

Sin mirar atrás. Mulder invitó aScully a sobrepasar el puesto deseguridad, Tras ellos, el guardia cogíade nuevo el teléfono.

—Sigan adelante y yo confirmaré laautorización —les gritó.

—Gracias —asintió Mulder.

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Caminaron deprisa por el pasillo,relajándose únicamente al volver laesquina y entrar en otro pasillo

—¿Por qué un depósito está depronto restringido a las órdenes de ungeneral?

—Creo que pronto lo averiguaremos—respondió Scully señalando a laentrada del depósito.

Al entrar notaron una bocanada deaire gélido. Allí había muchas camillas,cada una ocultando un cuerpo bajo unasábana blanca. Scully recorriórápidamente las hileras. Leyó lasidentificaciones y las tablillas quesujetaban los informes hasta que halló lo

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que buscaba.—¿No es este uno de los bomberos

que murió en Dallas? —preguntó.—Según esta identificación si —

asintió Mulder.—¿Y estás buscando?—La causa de la muerte.—Puedo decírtelo sin mirarle —dijo

Scully—. Conmoción de los órganosdebida a una exposición máxima alorigen y caída de escombros.

Acto seguido, extrajo el informe dela autopsia.

—A este cuerpo ya le han practicadola autopsia. —Mulder explicópacientemente—. Se sabe por la forma

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en que está envuelto y vestido.Mulder retiró la sábana del cuerpo.

Lo primero que vieron es que todavíaestaba en uniforme de bombero. Unamanga yacía vacía junto al torso, ydonde había estado el pecho, eluniforme se hundía hasta la camilla.

—¿Encaja esto con la descripciónque me acabas de leer, Scully? —preguntó Mulder.

—¡Dios mío! El tejido de estehombre… —exclamo Scully sacando unpar de guantes de látex. Tocósuavemente el pecho del hombre—.Es… es como gelatina. Hay algún tipode colapso celular. Está completamente

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edematoso.Sus manos expertas buscaron

heridas, quemaduras, cualquier cosa quehabría encontrado normalmente en unavíctima de bomba.

—Mulder, no han realizado ningunaautopsia. No hay señal de ningunaincisión en Y. ni de ningún exameninterno.

Mulder cogió el informe de laautopsia y lo agitó.

—Me estás diciendo que la causa dela muerte de este informe es falsa Queeste hombre no murió a causa «de unaexplosión o de la caída de escombros».

—No sé qué mató a este hombre. Y

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tampoco estoy segura de que alguienpueda saberlo.

—Quiero llevarlo al laboratorio —dijo Mulder—. Me gustaría que loexaminaras con calma. Scully.

Ella asintió. Los dos sacaron lacamilla del congelador y la arrastraronhasta el laboratorio de patología.Mulder la empujó hasta La paredmientras Scully encendía las luces.

—Antes de venir aquí ya sabías queese hombre no murió en el lugar de laexplosión —le dijo.

—Me lo habían dicho.—Estás diciendo que la explosión

fue una tapadera ¿De qué?

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—No lo sé —admitió Mulder—.Pero tengo la corazonada de que lo quevas a encontrar aquí no es algo que sepueda explicar fácilmente.

Scully aguardó para oír si habíaalguna otra explicación. Al ver que noera así, se puso un guante de látex ysuspiró.

—Mulder, esto va a llevar algúntiempo, y alguien pronto va a averiguarque no debemos estar aquí. Esto es unaviolación serie de la ética médica.

Mulder señaló el cuerpo que yacíaen la camilla metálica

—Nos están culpando de estasmuertes, Scully. Quiero saber de qué

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murieron estos hombres. ¿Tú no?Ella le miró y después bajó la vista

hacia el cuerpo. Finalmente se volvióhacia una mesa situada en la pared llenade escalpelos, tijeras, pinzas y bisturíesesterilizados, esperando a ser utilizadosEn silencio, comenzó a reunir lo que ibaa necesitar para realizar el trabajo.

DUPONT CIRCLE. WASHINGTON D. C.

La avenida Connecticut estabaprácticamente vacía cuando Muldersaltó del taxi y la cruzó, pisando entrelos montones de bolsas de basura

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apiladas en la acera. Tomó la calle R yvio dos coches de policía aparcadosdelante de una casa de ladrillo. Miró ladirección garabateada en un trozo depapel que llevaba en la mano, recorrióel caminillo y entró.

Varios oficiales uniformadosocupaban la sala de estar. En la oficinacontigua, un detective de la policíacontemplaba montones de lo queparecían ser revistas medicas. Levantóla vista al ver la sombra de Mulderextenderse desde la puerta.

—¿Es esta la residencia del doctorKurtzweil?

—¿Tiene algún asunto pendiente con

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él? —preguntó el policía con gransospecha.

—Estoy buscándole.—¿Buscándole para qué?Mulder sacó su identificación y se la

mostró. El detective la miró, después lemiró a él y por fin llamó a suscompañeros de la habitación de al lado.

—Eh, los Federales también le estánbuscando. Mulder dio un paso al centrode la oficina mientras contemplaba laestantería Todos los libros tenían elmismo nombre escrito en grandes letras:

DR. ALVIN KURTZWEIL.Mulder cogió uno de los libros.LOS CUATRO JINETES DE LA

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CONSPIRACIÓN PARADOMINACIÓN GLOBAL.

Le echó una ojeada y lo volvió acolocar en la balda.

—¿Quiere que le avisemos siencontramos a Kurtzweil? —preguntó eldetective.

—No. No se moleste —respondióMulder avanzando hacia la puerta.

Mulder abandonó el edificio deapartamentos con la esperanza de que notardaría mucho en encontrar un taxi.Apenas había caminado unos metroscuando vio una silueta larguirucha que lehacía gestos furtivos. Era Kurtzweil Alcomprobar que Mulder se había

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percatado de su presencia, asintió y sedirigió hacia el hueco existente entre dosedificios. Mulder se apresuró tras él.

Kurtzweil se apoyó contra la paredde ladrillo y agitó la cabeza con furia.

—¿Qué le han dicho? —dijo—.Asunto clandestino… Alguien sabe quehe hablado con usted.

Mulder se encogió de hombros.—No, según los hombres de azul

Parecen pensar que usted es alguna clasede criminal

—¿De qué se trata esta vez?¿Negligencia? —Espetó Kurtzweil—.Me han retirado la licencia en tresestados.

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—Quieren desacreditarle, ¿por qué?—se interesó Mulder.

—¿Por qué? ¡Porque soy un hombrepeligroso! Porque sé demasiado sobre laverdad…

—Quiere decir sobre el fin delmundo, ¿la basura apocalíptica queescribe?

—¿Conoce mi trabajo? —preguntócon una luz de esperanza en los ojos.

—Doctor Kurtzweil, no me creonada de nada —respondió Mulder trasrespirar hondo.

—Yo tampoco, pero vende muchoslibros —sonrió Kurtzweil.

Asqueado. Mulder comenzó a

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alejarse. Pero antes de que alcanzara laacera, Kurtzweil le agarró del hombro.

—Tenía razón en lo de Dallas¿verdad, agente Mulder?

—¿Cómo? —musitó Mulder.—Cogí el documento histórico de la

hipocresía del gobierno americano. Elperiódico del día.

El rostro de Mulder irradiabaimpaciencia

—Usted dijo que los bomberos y elniño fueron hallados en las oficinastemporales de la Agencia federal deGestión de Emergencias. ¿Por qué?

Kurtzweil observaba nervioso laacera.

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—Según el periódico, la FEMAestaba allí temporalmente para controlarun brote del virus Hanta. ¿Ha oídohablar del virus Hanta, agente Mulder?

—Se trataba de un virus mortalextendido por los ratones de campo enel suroeste de EE. UU. hace varios años.

—¿Y ha oído hablar de la FEMA?¿Cuál es el poder real de la AgenciaFederal de Gestión de Emergencias?

Mulder levantó las cejas, esperandooír cómo encajaba todo esto.

Kurtzweil continuó:—La FEMA permite a la Casa

Blanca suspender el gobiernoconstitucional ante la declaración de

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emergencia nacional. Permite lacreación de un gobierno no electo.Piense en ello, agente Mulder.

Mulder daba vueltas al asunto. Lavoz de Kurtzweil se elevó, sabiendo quepor fin tenía público.

—¿Qué está haciendo una agenciacon un poder tan inmenso controlando unpequeño brote de virus en el centro deTexas?

Kurtzweil parecía completamentefebril.

—Lo que quiero decir es que no setrataba del virus Hanta.

—¿Qué era? —murmuró Mulder.—Cuando éramos jóvenes en la

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armada, su padre y yo fuimos reclutadospara un proyecto. Nos dijeron que era unasunto de guerra biológica. Un virus.Corrían…, rumores… sobre su origen.

—Pero ¿qué mató a esos hombres?—preguntó Mulder.

—Ni siquiera escribiré sobre lo queles mató —explotó Kurtzweil—. Se lodigo con toda sinceridad, harían muchomás que hostigarme. Tienen un futuroque proteger.

—Pronto lo sabré —añadió Mulder.Pero Kurtzweil estaba demasiado

embelesado para oírle.—Lo que mató a esos hombres no

puede identificarse en simples términos

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médicos —continuó—. ¡Por Dios, nisiquiera podemos comprender algo tanevidente como el VIH! Carecemos decontexto para lo que mató a esoshombres, o de cualquier apreciación enla escala en que se desencadenará en elfuturo. O de cómo se transmitirá, o delos factores medioambientalesimplicados…

—¿Una plaga?—La plaga que acabará con todas

Las plagas, agente Mulder —susurróKurtzweil—. Un arma silenciosa parauna guerra muda. La liberaciónsistemática de un organismoindiscriminado para el que los hombres

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que lo traen todavía no tienen cura.Llevan cincuenta años trabajando enello…

Lanzó el puño al aire para dar másénfasis.

—Mientras el resto del mundo seenfrentaba a los comunistas, estoshombres han estado negociando ensecreto un Armagedón planeado.

—Negociando ¿con quién? —preguntó Mulder.

—Creo que usted lo sabe —respondió Kurtzweil apretando el gesto—. El programa está fijado. Sucederádurante unas vacaciones, cuando la genteno esté en sus casas. Cuando los

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funcionarios electos estén en la playa oen el campo. El Presidente declarará elestado de emergencia, ante el que todaslas agencias federales, todo el gobiernopasará a estar bajo el mando de laAgencia Federal de Gestión deEmergencias. La FEMA, agente Mulder.El gobierno secreto.

—Y dicen de mí que estoyparanoico —comentó Mulder silbando.

—Algo ha salido mal, algoimprevisto. Vuelva a Dallas yaverígüelo, agente Mulder. O losabremos como el resto del país…cuando sea demasiado tarde.

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HOSPITAL NAVAL, BETHESDA.

Scully estaba tan inmersa en laautopsia que casi no oyó el sonido deuna puerta que se abría. Cubrió elcadáver del bombero con la sabana,corrió hada el congelador y se metiódentro. Se oían voces débiles en lahabitación contigua. Contuvo larespiración y escuchó.

—… dijeron que tenían autorizacióndel general McAddie.

De pronto, sonó su teléfono móvil.Lo cogió y apretó el botón de encendidoON.

—¿Scully?

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Se agachó detrás de la puerta,aterrorizada ante la inminente entradadel guardia.

—¿Scully?—¿Sí? —respondió en un susurro.—¿Por qué estás susurrando? —

preguntó Mulder, intrigado. Scully podíaoír el intenso ruido del tráfico; él debíaencontrarse en una cabina telefónica.

—Ahora no puedo hablar —dijoella.

—¿Qué has encontrado?—Pruebas de una infección masiva

—contestó tomando aliento.—¿Qué tipo de infección?—No lo sé.

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Scully, escúchame. Voy a casa,después voy a reservar un vuelo aDallas. Voy a coger otro billete para ti.

—Mulder…—Te necesito a mi lado, Scully —

comentó con rapidez—. Necesito a unexperto. La bomba que hallamos enDallas estaba destinada a destruir esoscuerpos y lo que fuera que les habíainfectado.

—Pero tengo una vista mañana.—Te traeré de vuelta a tiempo,

Scully. Te lo prometo. Tal vez conpruebas que podrían echar por tierra tuvista.

—Mulder, no puedo —prosiguió

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Scully elevando la voz—. Ya hetraspasado con creces el límite delsentido común.

Las voces aumentaron de volumen alotro lado de la puerta. Sin decir«adiós», Scully desconectó el teléfono yse lo metió en el bolsillo. Después, sedeslizó por el suelo y se acurrucó bajouna de las camillas.

La puerta del congelador se abrió.Desde donde estaba, Scully podía verpasar los zapatos del guardia a apenasunos centímetros de su cara. Otros dospares de pie* recorrieron la salarefrigeradora, haciendo resonar lospasos sobre el suelo de linóleo. Ella

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apretó los dientes: la mesa metálica dela camilla se le clavaba en la espaldacomo una hoja de acero.

Al llegar a la otra pared, losguardias dudaron.

Scully observó cómo primero uno ydespués el otro, se pusieron de puntillas.Se oyó el ruido de un armario de aceroque se abría y cerraba, y después, losguardias dieron la vuelta y se dirigieronhacia la puerta, con el guardia naval trasellos. Acababa de pasar la camilladonde se ocultaba Scully cuando, depronto, se detuvo. Scully contuvo larespiración mientras el corazón saltabaen su pecho; podría haberle agarrado del

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tobillo si hubiera querido.Vete, pensó, y cerró los ojos. Vete,

márchate, vete…Por fin se fueron Las pesadas

puertas del congelador se cerraron.Scully lanzó un suspiro y esperó hastaque lodo estuvo en calma.

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Capítulo 7

LABORATORIO FORENSE,OFICINA LOCAL DEL FBI,

DALLAS

—Está buscando una aguja en unpajar —dijo el agente de la oficina localmientras le indicaba la habitación en laque estaban; un espacio vacío deltamaño de una cancha de baloncesto—.Me temo que la explosión fue tandevastadora que apenas hemos podidorecuperar nada.

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Mulder asintió. Levantó una ceja eintervino.

—Estoy buscando algo fuera de locomún. Tal vez algo de las oficinas dela FEMA donde aparecieron loscuerpos.

—Por supuesto, no esperábamosencontrar esos restos. Fueron directos aWashington —comentó el agente.

Mulder miró a otro lado para ocultarsu frustración.

—¿Había algo en esas oficinas queno fuera enviado a Washington?

El agente señaló hacia una mesa.—Esta mañana llegaron en la criba

unos fragmentos de hueso —dijo,

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mientras cogía una botella y miraba sucontenido—. Pensamos que se trataba deotra víctima, pero después supimos quela FEMA los había recuperado de unaexcavación arqueológica en las afuerasde la ciudad.

—¿Los han examinado?—No —comentó el agente

encogiéndose de hombros—. Por lo quesabemos, son solo fósiles.

Mulder hizo un gesto a una figuraque aguardaba en la puerta. Se volvióhacia el agente y le dijo:

—Me gustaría que esta persona lesechara un vistazo, si a usted no leimporta.

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Scully esperaba a la entrada mirandoa Mulder. El agente local la recibió conun gesto de aprobación.

—Déjeme ver si localizo lo que estábuscando.

Dijiste que no venías —le dijoMulder a Scully con expresión deasombro.

—No era mi plan —respondió ellacon indiferencia—. Sobre todo despuésde pasar una media hora al fresco delcongelador esta mañana. Pero heanalizado más detenidamente lasmuestras de sangre y tejido que tomé delbombero,

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—¿Qué has encontrado?Scully bajó la voz.—Algo que no podría enseñar a

nadie más No sin más información. Y nosin provocar el tipo de atención queahora mismo estoy tratando de evitar.

Respiró hondo y continuó:—El virus con que estaban

infectados esos hombres contiene uncódigo proteínico que nunca había visto.Lo que les hizo, lo hizo extremadamenterápido Y a diferencia del virus delSIDA o de cualquier otra cadenaagresiva, sobrevive bastante bien fueradel cuerpo.

—¿Cómo lo contrajeron? —preguntó

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Mulder.—Eso no lo sé.En ese instante reapareció el agente

local Traía una bandeja de madera queportaba varios frasquitos de cristal contapones de corcho.

—Como ya le dije, son fósiles —anuncio—. Y no estaban cerca delcentro de detonación, así que no creoque le vayan a servir de mucha ayuda.

—¿Me permite? —dijo Scullycogiendo la bandeja.

Uno a uno fue exponiendo a la luzlos frasquitos. Contenían fragmentos dehueso. Escogió uno y se sentó en la silladel microscopio. Con mucho cuidado,

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colocó un fragmento diminuto en lasuperficie del visor. Se inclinó y ajustóel enfoque.

Casi inmediatamente lanzó unamirada a Mulder. Él comprendió suexpresión y rápidamente se dirigió alagente local.

—¿Dijo que conocía la ubicacióndel yacimiento arqueológico o dónde sehallaron estos restos?

El agente asintió.—Se lo mostrare en el mapa. Venga.

BLACKWOOD. TEXAS.

El sol de mediodía caía sobre las

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tiendas en forma de cúpula que seerguían como enormes huevosmanchados de polvo en medio de loscamiones un conductor que lasrodeaban. La escena estabacompletamente desolada, a no ser por elzumbido mudo producido por variosgeneradores inmensos.

En el interior de la tienda central, lasituación era más ajetreada. En el bordede un agujero de tierra, un pequeñobuldózer se las ingeniaba con un grancontenedor de Lucita, maniobrando hastasituarlo a unos metros de la abertura. Unsinfín de monitores e indicadorescubrían hasta el último centímetro de la

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superficie del contenedor, además debombonas de oxígeno y algo que parecíauna unidad de refrigeración. Recordabaal tipo de cosas más propias de unmódulo lunar que de las llanuras deTexas.

Y eso es lo que era: un sistema demantenimiento de vida, con el interiorcubierto de una fina capa de escarcha.

El motor del buldózer se apagó.Aparecieron varios técnicos, Sealinearon a lo largo de la pala de lamaquina y levantaron el contenedor,transportándolo hacia el agujero.Mientras lo hacían, se abrió una faldilladel extremo de la habitación, dando

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paso al doctor Bronschweig, ataviadocon un traje de protección, con lacapucha desabrochada, de forma que lecaía sobre los hombros. Hizo una seña alos técnicos y comenzó a descender laescalera hacía el agujero.

—Necesito que comprobéis ymodifiquéis las mediciones —exclamóseñalando al contenedor— necesito unatemperatura constante de dos gradosbajo cero durante el traslado del cuerpoy después de que le administre lavacuna. ¿Habéis entendido? Dos bajocero.

—Los técnicos asintieron. Hicierondescender el contenedor y comenzaron a

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comprobar los indicadores.Bronschweig desapareció en el agujero.

Abajo, en la cueva de hielo, todoestaba oscuro a excepción delresplandor azulado que procedía de unazona separada con cortinas de plásticosituada al final de la cámara. El doctorBronschweig atravesó la cueva, apartóel cortinaje de plástico y entró.

Dejó escapar un grito sofocado.El cuerpo del bombero parecía

haber explotado. El lugar antes ocupadopor tos órganos internos estaba vacío,como si la cosa que había estado dentrose hubiera comido. La camilla metálicaestaba manchada de sangre y restos

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mascados de hueso y tejido.—¡Se ha ido! —Gritó mientras

corría hacia la escalera—. ¡Se ha ido!—¿Cómo que se ha ido?El rostro de un técnico se asomó por

el agujero—Ha dejado el cuerpo —exclamó el

Dr. Bronschweig. Otros técnicosrodearon al primero mientrasBronschweig comenzaba a subir laescalera—. Creo que ha eclosionado.

De pronto, se quedó inmóvil.—Esperen —susurró—. Lo estoy

viendo.Algo se movió entre las sombras.

Bronschweig contuvo la respiración. Un

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momento después, apareció. Se movíatímidamente, casi con miedo, como algorecién nacido.

—¡Dios mío! —susurró. Sus ojos seabrieron como platos Bajó un peldañohasta el sudo—. Tanta historia con loshombrecillos verdes…

—¿Puede verlo? —exclamónervioso un técnico,

—Sí Es… alucinante —comentódirigiéndose a las caras apiñadas entorno a la entrada de la cueva—.¿Quieren bajar?

Comenzó a preparar la aguja,tratando de encajar la jeringa y elcargador. Volvió la mirada hacia las

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sombras donde estaba la criatura y…Había desaparecido. Bronschweig

se volvió, tratando de averiguar dóndehabía ido. No había nada. Apretó lamano sobre la jeringa como si fuera unapistola… y luego la vio entre lassombras al otro lado de la cueva. Lamiró durante un segundo, completamenteparalizado mientras la cosa levantabalas manos y extendía sus largas yafiladas garras. Le atacó y lucharon conviolencia. Con un gran grito, clavó lajeringa en la cosa de que le arrojaracontra el suelo. Aterrorizado,Bronschweig se puso en pie y corrióhacía la escalera. Le manaba sangre de

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una herida del cuello, pero casi todo eldaño parecía haberlo recibido el trajede protección,

—¡Eh! —Gritó, comenzando aascender hacia los rostros de lostécnicos—. Necesito ayuda.

Miró atrás, buscando señales de lacriatura, y de nuevo continuó laascensión.

—¡Eh…! ¿Qué están haciendo?Estaban cerrando la escotilla,

encajándola a gran velocidad yatornillando frenéticamente todos loscierres, mientras Bronschweigcontemplaba desconcertado. Gritó, perosus gritos no encontraron oídos Por

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encima de él había un estruendo mudo yun contorno borroso se elevaba al otrolado de la cubierta transparente. La paladel buldózer subía y caía, y en cadapalada descargaba tierra sobre laescotilla. Le estaban enterrando vivo.

Permaneció allí en silencio,después, oyó a su espalda un sonidoapagado y en un instante estaba sobre él,tirando de él, arrancándole de laescalera hacia la oscuridad de la cueva.

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Capítulo 8

SOMERSET, INGLATERRA.

La mansión Rovingsmere es una deesas casas señoriales adoradas por laaristocracia inglesa. El hombre queestaba en el invernadero era miembro deese grupo de élite… y de otro muchomás secreto. Ahora estaba junto a laventana contemplando a sus nietoscorretear sobre un impecable césped.

—¿Señor?

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Se volvió y vio a su ayudante en lapuerta.

—Señor, tiene una llamada.Permaneció inmóvil un instante y

finalmente se dirigió hacia su estudio.Descolgó el teléfono y se situó junto a laventana, de tal forma que pudiera seguirviendo a sus nietos.

—Sí —dijo.Al otro lado de la línea, se oyó una

voz familiar, cascada por el humo deltabaco.

—Tenemos un problema. Losmiembros se van a reunir.

El Hombre de las uñas cuidadas hizouna mueca.

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—¿Es una emergencia?—Sí. Se ha organizado una reunión

esta noche en Londres. Debemos decidirel rumbo a seguir.

El rostro del Hombre de las uñascuidadas se tensó.

—¿Quien ha convocado estareunión?

—Strughold.Al oír este nombre, el Hombre de

las uñas cuidadas asintió gravemente.Ya no había más preguntas La voz delteléfono continuó:

—Acaba de tomar un avión desdeTúnez.

Sin contestar, el Hombre de las uñas

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cuidadas colgó el teléfono. Un niñolloraba. Se apresuró a la ventana.

El caos había estallado en el césped.La gente corría hacia donde los niñosrodeaban en silencio a una figura caída:un niño, su nieto más pequeño. El criadose arrodilló junto a él y acariciócariñosamente la frente del pequeñomientras daba órdenes a los otros.Mientras el criado levantaba al niño ensus brazos, el Hombre de las uñasCuidadas salió corriendo del estudio,olvidando por un momento todos lospensamientos sobre Strughold.

No llegó a Londres hasta pocodespués de las ocho. Su limusina le dejó

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delante de un edificio anónimo, al queentró.

—¿Ha llegado Strughold? —preguntó el Hombre de las uñascuidadas a un botones que habíarecogido su coche.

El botones le indicó un pasillo largoy lúgubre.

—Están esperando en la biblioteca,señor.

Dentro, un grupo de hombrescontemplaba un monitor de TV. Estabamostrando un video en blanco y negro,formas oscuras moviéndose a sacudidassobre un fondo aún más oscuro. Alentrar, los hombres se volvieron

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expectantes.El Hombre de las uñas cuidadas

estudio al grupo que tenía ante él.Rostros que nadie reconocería aunqueuna palabra de ellos pudiera hacer caerun gobierno. Hombres que permanecíanen las sombras.

En el centro del grupo estaba unhombre flaco, con el pelo muyrecortado, elegante e imponente a la vez.Su mirada se cruzó con la del reciénllegado, aguantándola durante un instanteinterminable. El Hombre de las unascuidadas sintió un escalofrío.

—Empezábamos a preocuparnos —dijo Strughold—. Algunos hemos

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viajado desde muy lejos y usted es elúltimo en llegar.

—Lo siento —dijo el Hombre de lasuñas cuidadas mirando a Strughold—.Mi nieto se cayó y se rompió la pierna.

El otro hombre continuó:—Mientras nos ha hecho espetar

hemos visto videos de vigilancia quehan despertado más preocupaciones.

—¿Más preocupaciones que qué? —preguntó.

—Nos hemos visto obligados areplanteamos nuestro papel en laColonización —explicó Strughold—. Sehan presentado algunos hechosbiológicos nuevos.

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—El virus ha mutado —interrumpióotra voz.

El Hombre de Las uñas cuidadas sesorprendió.

—¿Por sí solo?—No lo sabemos —comentó el

Fumador—. Hasta ahora sólo tenemos elcaso aislado de Dallas.

—Su efecto en el anfitrión hacambiado —afirmó Strughold—. Elvirus ya no solo invade el cerebro comoun organismo controlador. Hadesarrollado un modo de transformar elcuerpo anfitrión.

El Hombre de las unas cuidadastensó el gesto,

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—¿En qué?—Una nueva entidad biológica

extraterrestre.—Dios mío… —exclamó el Hombre

de las uñas cuidadas incrédulo.Strughold asintió.—La geometría de la infección en

masa presenta ciertos replanteamientosde concepto. Respecto a nuestraposición en su Colonización…

¡No se trata de la Colonización! —exclamó el Hombre de las uñascuidadas—„ ¡Se trata de larepoblación espontanea! Todonuestro trabajo…

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Su voz se quebró.—Si es verdad, entonces nos han

estado utilizando todo este tiempo.¡Hemos trabajado por una mentira!

—Podría ser un caso aislado —precisó uno de los otros.

~¿Y cómo podemos saberlo?La voz de Strughold se elevó

calmada.—Vamos a decirlo es lo que hemos

averiguado. Lo que hemos aprendido.Entregándoles un cuerpo infectado conel organismo gestante.

—¿Con la esperanza de qué? ¿Desaber que es verdad? —exclamó elHombre de las uñas cuidadas mirando

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furioso a Strughold—. ¿Que no somosmás que aparatos digestivos para lacreación de una nueva raza de vidaalienígena?

—Permítame recordarle quien es lanueva raza. Y quién es la vieja —respondió Strughold—. ¿Quéganaríamos ocultándoles algo?¿Fingiendo ignorancia? Si esto indicaque la Colonización ha comentado,entonces nuestro conocimiento puedeanticiparse e impedirla.

—¿Y si no? —replicó el Hombre delas uñas cuidadas—. ¡Al cooperar nosomos más que mendigos de nuestropropio fallecimiento! Nuestra ignorancia

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radica en cooperar con losColonizadores.

—La Cooperación es nuestra únicaoportunidad de salvación —dijoStrughold encogiéndose de hombros.

El Fumador asintió a su lado.—Seguiremos utilizándoles igual

que ellos hacen con nosotros —dijoStrughold—. Aunque solo sea paraganar tiempo. Para continuar trabajandoen nuestra vacuna.

—¡Tal vez nuestra vacuna no tenganingún efecto! —exclamó el Hombre delas unas cuidadas.

—En ese caso, sin una cura para elvirus, no somos nada más que aparatos

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digestivos.Todos los ojos se volvieron para ver

cómo reaccionaría ante esto el Hombrede las uñas cuidadas. Era muy respetadoentre los miembros del Sindicato. Suvoz sería escuchada aún cuando su vozfuera la única que se alzara en contra.

—Mi tardanza bien podría habersido ausencia —dijo con furia—. Ya sehabía tomado un rumbo.

—Hay complicaciones —apuntó elFumador—. Mulder vio uno de loscuerpos destruidos en Dalias. Ha vueltoallí. Alguien se ha ido de la lengua.

—¿Quién?—Creemos que Kurtzweil.

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—Hemos permitido a este hombreciertas libertades —interrumpióStrughold—. En realidad, sus libros noshan ayudado a facilitar una negativaverosímil. ¿Sigue siéndonos útil?

—Nadie cree ni a Kurtzweil ni a suslibros —dijo el Hombre de las uñascuidadas con impaciencia— Es unexcéntrico. Un chiflado.

—Mulder le cree —añadió alguien.—Entonces, Kurtzweil debe ser

eliminado —concluyó el Fumador.—Al igual que Mulder —pronunció

Strughold.El Hombre de tas uñas cuidadas

movió la cabeza indignado.

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—Maten a Mulder y nosarriesgaremos a convertir la misión deun hombre en toda una cruzada.

—Hemos desacreditado al agenteMulder —dijo Strughold—. Hemosdestrozado su reputación. ¿Quién va allorar la muerte de un hombre roto?

—Mulder ni siquiera ha comenzadoa estar roto —contestó el Hombre de lasuñas cuidadas.

—Entonces, debemos arrebatarle loque considera más preciado —anuncióStrughold. Se volvió y miró al monitor,donde el rostro de una mujer ocupabacasi toda la pantalla—. La única cosadel mundo sin la que no puede vivir.

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Capítulo 9

BLACKWOOD. TEXAS

—No sé, Mulder… —dijo Scullymirando de soslayo ante ladeslumbradora luz del sol. Delante deella había un parque infantil de juegosen medio de un terreno estéril—. Él nomencionó ningún parque.

Mulder avanzó desde los columpiosal tobogán pasando junto al parquecitode juegos. Todo era flamante y nuevo.La hierba que había bajo sus pies,

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espesa y verde, también parecía nueva.—Scully, este es el punto que señaló

en el mapa —dijo Mulder moviendo elpapel que tema en la mano—. El lugardonde dijo que habían desenterrado esosfósiles.

Scully hizo un gesto de impotencia.—No veo ninguna prueba de

excavación arqueológica ni de ningúnotro tipo de yacimiento. Ni siquiera unaalcantarilla o un sumidero.

Confuso. Mulder examinó la zona.En la lejanía brillaba trémulo el perfilde Dallas en el intenso calor y junto auna modesta urbanización, unos niñosmontaban en bici Volvió junto a Scully y

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juntos recorrieron los bordes delparque.

—¿Estás segura de que los fósilesque viste mostraban las mismas señalesde deterioro que observaste en el cuerpodel bombero del depósito de cadáveres?

Scully asintió.—El huevo era poroso, como si el

virus o el microbio causante lo estuviesedescomponiendo.

—¿Y nunca habías visto nadaparecido?

—No. No se presentó en ningúnmomento de los análisis inmuno-hístoquímicos que…

Mulder escuchaba mirando al suelo.

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De pronto, se agachó y pasó suavementela mano por la verde hierba.

—¿Te parece que esto es hierbanueva? —preguntó.

Scully ladeó la cabeza.—Parece demasiado verde para este

tipo de clima.Mulder se arrodilló y hundió los

dedos en el espeso césped. Al cabo deun minuto levantó un fragmento. Pordebajo podía verse el terreno reseco deTexas, rojo como el ladrillo y durocomo la arenisca.

—La tierra está seca a unos trescentímetros de profundidad —comentóMulder—. Alguien acaba de poner todo

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esto. Y yo diría que hace muy pocotiempo.

Scully observó los columpios ysubibajas de brillante colorido,

—Todo el conjunto es muy nuevo.—Y sin embargo, no hay ningún

sistema de riego. Alguien está ocultandosu rastro.

Por detrás de dios se aproximaba elzumbido de unas bicicletas. Scully yMulder se volvieron. Había cuatro niñoscerca de su coche alquilado. CuandoMulder les silbó, se pararon y lomiraron absortos.

—Eh —dijo Mulder dirigiéndosehacia ellos.

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—¿Vivís por aquí? —preguntóScully.

Los niños intercambiaron unasmiradas. Por fin uno de ellos, Jason, seencogió de hombros y contestó:

—Sí.Mulder se paró y los miró. Eran los

típicos chavales de clase mediaamericana con sus típicos pantalonesamplios y camisetas, montados en dosflamantes bicicletas BMX.

—¿Habéis visto a alguien cavandopor aquí?

Los niños permanecieron en silenciohasta que Chuck contestó con sequedad:

—No podemos hablar de ello.

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—¿No podéis hablar de ello? —repitió Scully con suavidad para quesiguiera hablando—. ¿Quién os lo hadicho?

Jeremy contestó inesperadamente.—Nadie,—¿Nadie, eh? ¿El mismo Nadie que

ha puesto este parque, y todos loscolumpios?

Mulder señaló a los columpios ydespués miró con severidad los rostrosde culpabilidad de los chicos.

—Y también os han comprado lasbicis, ¿no?

Los niños se sintieron incómodos.—Creo que será mejor que nos lo

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digáis —dijo Scully.—Ni siquiera sabemos quiénes son

ustedes —dijo Jason sorbiendo por lasnarices.

—Bien, somos agentes del FBI.Jason miró a Scully con desdeño.—No son agentes del FBI.Mulder contuvo una sonrisa.—¿Cómo lo sabes?—Parecen vendedores de los que

van de puerta en puerta.Mulder y Scully sacaron sus

insignias. Los chavales se quedaronboquiabiertos.

—Se marcharon hace veinte minutos—dijo Jeremy rápidamente—. Por ahí.

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todos señalaron en la mismadirección.

—Gracias, chavales —respondióMulder Cogió a Scully por el brazo yfueron corriendo al coche.

Los chicos se quedaron en silencioviendo cómo el coche daba la vuelta yse dirigía hacia la carretera.

EN ALGÚN LUGAR DE TEXAS.

Mulder estaba inclinado sobre elvolante con el acelerador pisado afondo. El coche pasaba a toda velocidadadelantando a otros vehículos. A su

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lado. Scully estudiaba el mapa condetenimiento.

—Camiones cisterna sinidentificación… —dijo Mulder casipara sí mismo—. ¿Qué puedentransportar los arqueólogos en camionescisterna?

—No sé, Mulder.—Y. ¿adónde van con ello?—Eso es lo más importante, si

queremos encontrarlos.Siguieron adelante. Había pasado

una hora desde la última vez que vieronotro coche. Mulder levantó el pie delacelerador y dejó que el coche separara. Frente a ellos había un cruce.

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Cada tramo de carretera parecíaconducir a ninguna parte: ninguna partehacia el norte, ninguna parte hacia el sur.

El coche permaneció parado con elmotor en marcha durante unos minutos.Al final Mulder rompió el silenciofrotándose los ojos.

—¿Qué posibilidades tengo?Scully frunció el ceño.—Estamos a unos cien kilómetros de

ninguna parte, en cualquiera de las dosdirecciones.

—¿Por dónde habrán ido?—Tenemos dos elecciones. Una de

ellas errónea.Mulder miró por la ventanilla de su

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lado.—¿Crees que habrán ido por la

izquierda?Scully movió la cabeza.—No sé por qué, pero creo que han

ido por la derecha.Pasaron unos minutos en silencio.

Entonces Mulder pisó el acelerador. Elcoche entró en la carretera sinpavimentar. Scully le miró esperandouna explicación, pero él se negó aencontrarse con su mirada.

Frente a ellos, el sol se estabaponiendo. Unas nubes rojas y negraspasaron veloces por el ciclo delatardecer y las primeras estrellas se

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hicieron visibles. Pasaron veinteminutos hasta que Mulder volvió ahablar.

—Cinco años juntos —dijo—. ¿Ycuántas veces me he equivocado?

Transcurrieron unos segundos.—Ninguna —y volvió a hacer una

pausa—. Al menos a la hora deconducir.

Scully observaba la noche ypermaneció en silencio.

Pasaron las horas. El cielo rutilaba.Aparte de las estrellas no había nadamis que ver. Cuando el coche empezó air más despacio, Scully se sentía comosi la despertaran de un sueño. Con

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desgana volvió la mirada de suventanilla a lo que había frente a ellos.

A pocos metros del coche seextendía una línea interminable dealambre de espino. En la valla no habíani puerta ni abertura alguna que Scullypudiese ver.

Scully abrió la puerta y salió. Sequedó mirando un cartel clavado en unposte. A su espalda, Mulder abrió lapuerta y salió para acercarse a ella.

—Bueno… pero tuve razón en lo dela bomba, ¿no? —preguntólastimeramente.

—Fantástico —dijo Scully—. Estoes perfecto.

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Señaló el cartel con el pulgar.

ALGUNOS LO HAN INTENTADO,ALGUNOS HAN MUERTO.

DE LA VUELTA. PROHIBIDO ELFASO

—¿Qué? —preguntó Mulder.—Dentro de once horas tengo que

estar en Washington D.C. para asistir auna audiencia… cuyo resultado podríainfluir en una de las mayores decisionesde mi vida. Y aquí estoy yo, en Texas,en medio de ninguna parte, persiguiendocamiones cisterna fantasmas.

—No estamos persiguiendocamiones —dijo Mulder con brevedad

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—, estamos persiguiendo pruebas.—¿Pruebas de qué exactamente?—La bomba de Dallas…

permitieron que explotara, para ocultarlos cuerpos infectados con el virus. Unvirus que tú misma descubriste, Scully.

—En los camiones cisterna setransporta gasolina, y también setransporta petróleo. Pero nadietransporta virus en los camionescisterna.

Mulder dirigió con tozudez sumirada a la noche.

—Sí, bueno. En este sí puedenhacerlo,

—¿Qué quieres decir? —Por

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primera vez Scully lo mirabadirectamente, con el rostro nublado porla ira y la creciente desconfianza—.¿Qué me estás ocultando?

—Este virus… —se volvió,temeroso de seguir.

—Mulder…—Puede ser extraterrestre.Pasó un momento en el que Scully lo

miró incrédula. Y a continuación dijo:—No me lo creo. ¡No me lo creo! —

Exclamó—. Sabes que siempre heestado de tu lado. Te he creídodemasiadas veces, Mulder.

Él le dio una patada a una piedra yse volvió para mirarla, con una

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expresión de inocencia.—Has estado…, ¿dónde?—¡Recorriendo algún camino de

tierra en medio de la noche!Persiguiendo alguna verdad esquiva conuna débil esperanza, y todo paraencontrarme a mi misma donde estoy eneste preciso instante, en otro callejón sinsalida.

Su voz quedó bruscamenteinterrumpida por el estruendo de unpitido. Una luz cegadora les iluminó elrostro. Aturdidos, dieron rápidamente lavuelta mirando de trente a la valla conalambre de espino.

En el repentino estallido de luz, una

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señal de paso a nivel parecía colgada enel vacío. No había barreras levadizas nigiratorias: sólo aquel cartel, unamisteriosa advertencia en medio deldesierto. Mulder y Scully lo miraronboquiabiertos, y después se volvieronpara mirar la luz que se acercaba por elhorizonte. Se iba haciendo cada vez másgrande, hasta convertirse en el foco deun tren que se aproximaba a ellos a todavelocidad.

En ese momento vieron lo quehabían estado persiguiendo por elyermo: dos camiones cisterna blancossin identificación, cargados sobre losvagones planos. En unos segundos

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desapareció, como tragado por la noche.Mulder y Scully corrieron al interior

del coche. Mulder giró bruscamente y elmotor empezó a rugir en el momento enque salieron disparados tras el tren.

Lo siguieron durante un largo rato.En la lejanía, las montañas sevislumbraban amenazadoras con sucolor negro contra el cielo queempezaba a clarear. A excepción de losraíles paralelos, no había ningún otroindicio de que d hombre hubiese puestojamás el pie en aquel lugar.

Poco después, y muy lentamente, lavía inició un largo ascenso pendientearriba, Al final, el coche no pudo seguir

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avanzando; los raíles desaparecieron enla montana, sin la menor señal de lo quepodía haber al otro lado del túnel. Elcoche se paró al borde de un barranco,Scully y Mulder salieron, abotonándoselas chaquetas por el interno frío. A pocadistancia, un extraño resplandoriluminaba el cielo.

—¿Qué crees que será eso? —preguntó Scully en voz baja.

Mulder negó con la cabeza.—No tengo ni idea.Se dirigieron hacia aquel lugar,

descendiendo con dificultad laderaabajo. Al llegar más abajo vieron lo queiluminaba la noche: dos gigantescas

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cúpulas blancas y resplandecientes. Eltren que portaba los camiones cisternasin identificación avanzó lentamentehacia ellas hasta pararse.

Mulder señaló. Scully asintió, y sindecir palabra siguieron descendiendo.Por fin llegaron al final.

Frente a ellos se extendía la altameseta desértica. En ese momentoavanzaron con más rapidez a través dela tierra baldía. A poca distancia, algobrillaba trémulamente en el frío viento yse oía un zumbido. Pero no fue hastacasi llegar allí que las cúpulas revelaronlo que había delante de ellos.

—¡Mira! —exclamó Scully con

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incredulidad.A media luz pudieron ver la gran

cantidad de hectáreas ocupadas por unmaizal. El viento mecía las plantas entremurmullos, y Mulder y Scully siguieronavanzando hasta el borde de laplantación.

Entraron en el maizal. Scully movióla cabeza.

—Mulder, esto es muy extraño.—Realmente extraño.—¿Tienes alguna de idea de por qué

iba alguien a sembrar maíz en medio deldesierto?

Mulder señaló a las cúpulas.—No, a menos que esas sean

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palomiteras gigantes.Por fin llegaron al extremo del

campo. Frente a ellos, con un tamañomayor del que habían imaginado, sealzaban las dos cúpulas relucientes. Nohabía indicios de que nadie las estuvieseguardando. Por un momento, los dosagentes se quedaron mirando a lasextrañas construcciones. Y despuésavanzaron deprisa, pero con precaución,hacia la que estaba más cerca.

La entrada estaba por una pesadapuerta de acero. Mulder tiró de ella y seabrió emitiendo un sonido de succión, locual indicaba que el interior estabapresurizado. Le dirigió a Scully una

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mirada curiosa, y entró, seguido decerca por su compañera.

En ese mismo instante sesobresaltaron. Por encima de suscabezas, unos grandes ventiladoresenviaban ráfagas de aire desde arriba.

—Hace fresco, ¿eh? —dijo Scullytiritando. Cerró los ojos; en el interiorde la cúpula había una intensa y molestaluz—. La temperatura está controlada…

—¿Con qué fin?Mulder miro arriba. De allí colgaba

un vertiginoso entramado de cables.Cuando bajó la mirada, vio un suelo grisy liso, sin absolutamente ningún rasgodistintivo. A su alrededor todo estaba en

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calma, pero según avanzabancuidadosamente, los dos agentes sepercataron de un sonido. Un zumbido, unsonido casi eléctrico.

Se dirigieron hacia el centroavanzando cuidadosamente por el suelogris. Y por fin llegaron al mismísimocentro de la cúpula.

Ante ellos, dispuestas como en untablero, había y filas de lo que parecíancajas. Cada una media unos tres metroscuadrados. Mulder se puso con cuidadosobre una de ellas. Parecíatranquilizadoramente sólida y despuésde un momento Scully le siguió y secolocó sobre el tablero.

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—Creo que estamos sobre algo, unaespecie de estructura enorme —dijoScully. Miró abajo y frunció el ceño.Las cajas tenían tapas que podíanabrirse, pero en este momento estabancerradas con firmeza—. Esto debe seruna especie de válvula.

Mulder se agachó hasta apoyar lacabeza en otra caja y se quedoescuchando.

—¿Oyes eso?—Oigo un zumbido. Como si fuera

electricidad. Quizá sea alto voltaje —yvolvió a dirigir la mirada hacia lacúpula.

—Puede que sí —dijo Mulder—.

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Puede que no.Scully señaló hacia arriba.—¿Para qué crees que son esas

cosas?Sobre ellos, en lo más alto de la

cúpula, había dos enormes aberturas.—No lo sé —contestó Mulder.Permanecieron uno junto al otro,

mirando al techo, cuando sin avisoprevio un sonido metálico sordoreverberó en toda la cúpula.

En el techo de la cúpula, una de lasaberturas se estaba desplazando. Cuandola primera estuvo completamenteabierta, la segunda empezó el mismosiniestro proceder hasta quedar

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totalmente abierta a la noche. Mulder lamiró pensando con rapidez para intentarencontrar alguna explicación a lo quehabía sobre ellos.

¿Válvulas de refrigeración? En elinterior de la cúpula ya hacía muchofrío. Con el ceno fruncido, miró haciaabajo y a su alrededor buscando algoque pudiera proporcionarle alguna pista.Su mirada se paró al llegar a lasmisteriosas cajas que había bajo suspies.

En ese momento le paso algo por lacabeza. Algo extremadamentedesagradable. Algo aterrador.

—¿Scully?

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Su compañera seguía mirando haciaarriba.

—¿Sí…?La agarró por la mano y tiró de día.—¡Corre!Ella dudó y se volvió para mirar las

cajas grises del suelo; en ese momentopudo ver lo que contenían.

Se abrió una de las rendijas de cadacaja, como si fuera un dominó, hasta quesu contenido quedó al aire libre. Con unsonido parecido al de una sierracortando madera, salieron miles deabejas, cientos de miles, que se dirigíanhacia el techo abierto. Scully se tapó lacara con las manos y se dio la vuelta

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tambaleándose por detrás de Mulder. Élse puso la chaqueta rodeándole lacabeza y ella hizo lo mismo. Losinsectos volaban en enjambre alrededorde Scully.

—¡No te pares! —gritó Mulder conla voz amortiguada por la manga. Trasél. Scully avanzaba dando tumbos. Laentrada quedaba a sólo unos metros,pero se estaba quedando rezagada yperdía la orientación al tiempo que elenjambre caía sobre ella.

Mulder ya estaba casi en la entradacuando se dio la vuelta y vio a Scullydando manotazos al aire. Parecíaaturdida y aterrada.

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—¡Scully!Mulder respiró hondo y se acercó

corriendo a ella. La agarró por elabrigo, un preocuparse de las abejas quelo cubrían, y tiró de ella.

Abrió la puerta de un puntapié ysalieron fuera. Le preguntó si le habíanpicado.

—Creo que no —contestó Scully.Antes de que pudieran recuperarse,

algo más apareció en la oscuridad. Estavez no eran abejas, sino dos lucescegadoras. El zumbido de unos motoresllenó el aire cuando dos helicópteros seaproximaron desde detrás de la otracúpula. Avanzaban a ras del suelo, con

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los reflectores deslumbrando, endirección a Scully y Mulder.

Los dos agentes se ocultaron justo enel momento en que los helicópterospasaron sobre el lugar en que habíanestado unos segundos antes. Sedirigieron hacia los campos de maíz.Los aparatos volaban a baja altura sobresus cabezas, iluminando con losreflectores las hileras de plantas de maízcomo si fueran dos láseres. Mulder yScully pasaban de un surco a otro,apenas capaces de evitar los haces deluz. Los helicópteros se cruzaban en elaire y se ladeaban bruscamente en subúsqueda por el maizal. Los remolinos

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producidos por las aspas agitaban lasplantas como un tomado, dejando aldescubierto cualquier cosa que pudieraocultarse allí.

En el maizal, Mulder se levantó pordetrás de una planta rota para buscar aScully. Había desapareado. Volvió acorrer dando tumbos por los surcos,protegiéndose los ojos y sin dejar debuscar por las interminables filas demaíz,

—¡Mulder!Estaba por delante de él. Mulder

avanzaba jadeante por el sembradocuando vio uno de los aparatossuspendidos en el aire.

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—¡Scully! —Gritó—. ¡Scully!La llamaba sin cesar mientras corría.

El helicóptero permaneció en el aire unmomento como si estuviese pensandoqué dirección tomar. Dio la vuelta y selanzó hacia Mulder.

Hizo un último esfuerzo y corrióhacia campo abierto; el corazón le latíacon fuerza. Detrás de él el helicópteroseguía retumbando y sacudiendoviolentamente las plantas de maíz.Mulder llegó a trompicones al final dela plantación y salió a la oscuridad. Vioa Scully a pocos metros de distancia.

—¿Scully? —la llamó.—Mulder —respondió corriendo

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hacia él—. Vamos.Empezaron a correr uno junto al

otro, en dirección a la elevación queocultaba su coche. Cuando llegaron a laladera, iniciaron un frenético ascenso.Sólo cuando llegaron a la cimaredujeron la marcha y se miraron en laoscuridad.

Había un silencio sepulcral. Loshelicópteros habían desaparecido.

—¿Dónde se habrán metido? —dijoScully tosiendo mientras se frotaba losojos.

—No sé. —Mulder se irguió paraobservar las cúpulas de extraño brillo ylas hectáreas de maizal. Después se

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volvió y siguió corriendo hacia el riscodonde había dejado aparcado el coche.Scully le siguió. Entraronapresuradamente. Mulder giró la llavede arranque y pisó el acelerador.

—Vaya… —gruñó.—¡Mulder! —gritó Scully.Por detrás del risco surgió uno de

los helicópteros negros. Permanecióinmóvil sobre ellos. De pronto, el motordel coche su puso en marcha. Muldermetió la marcha, y salió de allí conchirriar de ruedas al dar la vuelta alcoche y avanzar cuesta abajo por laladera sin encender las luces. Scullymiraba atrás jadeante, esperando

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encontrarse en cualquier momento con elhelicóptero que los perseguiría.

No fue así. Permaneció suspendidounos segundos y después, tansilenciosamente como había aparecido,viró y desapareció en la oscuridad de lanoche.

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Capítulo 10

CUARTEL GENERAL DEL FBI.EDIFICIO J EDGAR HOOVER.WASHINGTON D.C.

A la directora adjunta Jana Cassidyno le gustaba que le hicieran esperar.Suspiró pacientemente y miró el reloj. Acontinuación se levantó al abrirse lapuerta. El director adjunto WalterSkinner asomó la cabeza.

—Ya viene —dijo con tonocansado.

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Se retiró para dejar pasar a Scully.Llevaba puesta la misma ropa que losdos últimos días. Skinner entró detrás deella y acompañó a la mesa a las dosmujeres.

—Agente especial Scully —empezódiciendo Cassidy mientras ordenaba suspapeles.

—Lamento haberle hecho esperar —interrumpió Scully—. Pero he traídomás pruebas conmigo…

—¿Pruebas de qué? —preguntóCassidy con brusquedad. Scully metió lamano en la cartera y sacó una bolsa deplástico.

—Esto son fragmentos fosilizados

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de huesos que he podido estudiar;proceden del lugar de Dallas dondeestalló la bomba…

Cassidy la miró con frialdad. No sefijó en la otra cosa que Scully habíatraído consigo de Texas. Bajo la masade pelo rojizo de la joven agente semovía una abeja, como si estuvieseestirando las patas después del largoviaje.

—¿Ha vuelto a ir a Dallas?Scully asintió.—¿Nos va a permitir saber qué está

intentando demostrar exactamente?—Que la explosión de Dallas pudo

haberse planeado para destruir los

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cuerpos de aquellos bomberos, de talmodo que no habría motivo paraexplicar sus muertes y lo que lascausó…

Sin que nadie se percatase de ello,la abeja volvió a desaparecer bajo elcuello del traje de Scully.

Cassidy entrecerró los ojos.—Esas son unas acusaciones muy

serias, agente Scully.Scully se miró las manos.—Sí, lo sé.Cassidy se reclinó hacia atrás y miró

a Scully.—¿Y tiene pruebas concluyentes de

ello? ¿Algo que vincule su declaración

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con el delito?—Nada que sea totalmente

concluyente —admitió Scully reticente—. Pero espero conseguirlo. Estamostrabajando en estas pruebas…

—¿Trabajando con quién?Scully vaciló.—Con el agente Mulder.Jana Cassidy miró a Scully y

después señaló a la puerta.—¿Podría esperar fuera un

momento, agente Scully? Tenemos quehablar de este asunto.

Scully se levantó muy lentamente.Cogió su cartera y se dirigió hacia lapuerta, volviendo la cabeza justo a

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tiempo para ver la mirada que le dirigióWalter Skinner, una mirada queexpresaba simpatía y a la vez decepción.

BAR CASEY’S.WASHINGTON D. C.

Era ya tarde avanzada cuando FoxMulder abrió la puerta de Casey’s. Sedirigió al fondo de la sala donde unafigura solitaria estaba recostada en unapartado de madera de respaldo alto.Cuando Mulder se sentó junto a él, elhombre se incorporó y le dio la mano alagente.

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—¿Ha encontrado algo? —preguntóKurtzweil con voz asmática.

—Sí. En la frontera de Texas. Algúntipo de experimento. Allí han llevado encamiones cisterna algo que han extraído.

—¿Qué es?—No estoy seguro. Un virus…—¿Ha visto usted el experimento?

—interrumpió Kurtzweil conentusiasmo.

Mulder asintió.—Sí. Pero nos han perseguido.—¿Cómo es?—Había abejas. Y plantas de maíz.Kurtzweil le miró fijamente y luego

rio nervioso Mulder abrió las manos en

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un gesto de impotencia.—¿Qué son? —preguntó.El doctor se levantó de su sitio.¿Qué cree usted que pueden ser?Mulder pareció pensativo.—Un sistema de transporte —dijo al

fin—. Cultivos transgénicos. Polenalterado genéticamente para portar unvirus.

—Esa fue mi suposición.—¿Su suposición? —Estalló Mulder

—. ¿Quiere decir que no lo sabía?Kurtzweil no respondió. Sin volver

la vista se dirigió hacia a la partetrasera del bar. Mulder se quedópensativo, y en ese momento fue

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corriendo tras él.Lo alcanzó cerca de los lavabos.—¿Qué quiere decir su suposición?Kurtzweil no dijo nada y siguió

caminando hacia la salida. Mulder loagarró por el cuello y tiró del hombremayor hasta que quedaron a pocoscentímetros el uno del otro.

—Usted me dijo que tenía lasrespuestas.

Kurtzweil se encogió de hombros.—Sí, bueno, pero no las tengo todas.Me ha estado utilizando…—¿Utilizándolo?Ahora era Kurtzweil quien se sentía

ofendido.

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—Usted no conoció a mi padre…El doctor movió la cabeza.—Ya se lo dije… él y yo éramos

viejos amigos…

Es usted un mentiroso —le espetóMulder—. Me ha mentido paraobtener información para usted ysus estúpidos libros, ¿no? —empujó al hombre mayor contra lapuerta de los lavabos—. ¿No esasí?

De repente la puerta se abrió. Salióun hombre precipitadamente, abriéndosepaso entre los dos. En ese momentoKurtzweil se separó y salió apresurado

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por la puerta trasera. Mulder le siguiórápidamente.

—¡Kurtzweil!Cuando alcanzó a Kurtzweil, el

hombre mayor se dio la vuelta y seencaró a él con inesperada ferocidad.

—Si no fuera por mí ahora usted noestaña aquí —dijo sofocado empujandoa Mulder—. Usted ha visto lo que havisto porque yo le he guiado hasta allíMe estoy jugando el cuello por usted.

—¿Me loma el pelo? —Sonódesdeñosa la voz de Mulder—. Me hanperseguido por Texas doshelicópteros…

—¿Y por qué cree que está aquí,

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hablando conmigo? Esa gente no cometeerrores, agente Mulder.

Kurtzweil giró sobre sus talones y sealejó a grandes pasos. Mulder le miróasombrado por la lógica de sus palabrascuando un mido por encima de él lellamó la atención. Se dio la vuelta ylevantó la vista justo a tiempo de veruna silueta que huía por una salida deincendios. Era un hombre alto. Sólo sele vieron con claridad las piernas y lospies, pero era obvio que los habíaestado vigilando. Cuando Mulderretrocedió unos pasos para ver mejor, elhombre te volvió y lo miró desde arriba,y a continuación se escabulló por una

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ventana abierta y desapareció.Fue sólo una vista momentánea, pero

en aquella figura había algo familiar. Sualtura, el pelo negro rapado…

Mulder frunció el ceño y fuecorriendo calle abajo tras Kurtzweil.

Ya se había ido. Mulder se lanzó ala acera, examinando la calle y losedificios adyacentes. A Kurtzweil no sele veía por ningún lado, Al final tuvoque admitirlo: Kurtzweil le había dadoesquinazo.

Cuando llegó a su apartamento.Mulder se apresuró a entrar,olvidándose de cerrar la puerta. Sedirigió hacia su mesa de trabajo y abrió

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los cajones de un tirón hasta encontrarun montón de álbumes de fotos. Losabrió observó las Polaroid y fotosdescoloridas, y las dejó caer al suelo.

Por fin lo encontró. Un álbum conpáginas y páginas de fotos hechas enaquellos maravillosos años del pasado.El quinto cumpleaños de su hermanaSamantha. Fox y Samantha el primer díade colegio. Fox y Samantha con sumadre. Samantha con el perro, allí, juntoa fotos de sus padres y primos que nohabía visto en décadas, una barbacoafamiliar. Su madre de rodillas sobre elcésped entre Fox y Samantha, y su padreen la parrilla, sonriente. A su lado había

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un hombre de pelo oscuro, sonriendo,nada encorvado y mucho más joven.

Alvin Kurtzweil.Unos golpecitos en la puerta lo

sacaron de su ensimismamiento. Levantóla mirada y vio a Scully junto a la puertaabierta de su apartamento.

—¿Qué? —exclamó, y se puso enpie esparciendo las fotos a su alrededor—. ¿Scully? ¿Qué pasa?

—Salt Lake City, Utah —dijo consuavidad—. Traslado inmediatoefectivo.

Mulder negó con la cabeza.—Ya le he entregado a Skinner mi

carta de dimisión —añadió con palabras

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entrecortadas.Mulder la miró.—No puedes abandonar, Scully.—Mulder, si puedo. Me he

planteado incluso si contártelo o no enpersona, porque sabía que…

Avanzó un paso hacia ella y señalólas fotos que había a sus pies.

—Estamos cerca de algo —dijo—.Estamos a punto de descubrir…

—Tú estás a punto de descubrirlo,Mulder —parpadeó, y con ojos llorososapartó la mirada—. Por favor… no melo pongas más difícil.

Él siguió mirándola.—Después de lo que viste ayer —

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dijo Mulder—. Después de todo lo quehas visto, Scully… ahora no puedesmarcharte.

—Ya está hecho, ya lo he decidido.Su compañero negó con la cabeza,

aturdido.—Así, sin más…—El lunes me pondré en contacto

con la delegación del estado para quearchiven mis documentos derehabilitación médica…

—Pero te necesito. Scully —dijoMulder apremiante.

—No, Mulder. No me necesitas.Nunca me has necesitado. Sólo he sidouna carga para ti —concluyó. Se volvió

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y se dirigió hacia la puerta—. Tengo quemarcharme.

Mulder la alcanzó antes de quellegara al ascensor.

—Estás equivocada —gritó.Scully se volvió hacia él.—¿Por qué me asignaron un puesto

contigo? —preguntó airada—. Paraechar abajo tu trabajo. Para detenerte.Para poner fin a tus investigaciones.

Él movió la cabeza.—No. Tú me has salvado, Scully —

apoyó las manos sobre los hombros desu compañera y dirigió la mirada a susojos azules—. Con lo difícil y frustranteque ha sido a veces, tu estricto

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racionalismo y tu ciencia me hansalvado… un centenar de veces, unmillar de veces. Tú… tú me has hechoser franco y me has ayudado asobrevivir. Te debo tanto, Scully. Y túno me debes nada a mí.

Bajó la cabeza y prosiguió casi eraun susurro.

—No quiero hacer esto sin ti. No sési podré. Y si abandono ahora, ellosganan.

Se quedaron un rato mirándose.Scully se separaba lentamente de él. Lasmanos de Mulder apenas le tocaron losbrazos cuando ella se puso de puntillaspara besarle en la frente.

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Él no se apartó. Sus miradasvolvieron a cruzarse. Surgió unainexplicable tensión. Y en ese momentolas manos de Mulder la estrecharon y laacercaron a él. Durante un momento ellavaciló, pero avanzó hacia él. Podíanotar cómo sus labios rozaban los de élcuando…

—¡Ay! —Scully se separó,frotándose el cuello.

—Lo siento —se excusó Mulder.Scully hablaba con pesadez.—Creo… que algo… me ha picado.Lanzó un hondo suspiro cuando

Scully cayó hacia delante y él la cogióen sus brazos. A su compañera le daba

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vueltas la cabeza como si estuvieseembriagada.

—¿Scully…? —susurró Mulder.Ella levantó la vista y abrió la mano,

En la palma había un abejorro.—Algo pasa —murmuró, apenas

consciente—. Tengo… un dolor…lancinante… en el pecho. Mis…funciones motrices… se resienten…

Con tanta suavidad como pudo,Mulder la bajó hasta dejarla sobre elsuelo. Ella siguió hablando, pero su vozera cada vez más débil y sus ojos ya nomiraban con fijeza.

—… tengo el pulso débil y… notoun extraño sabor en la garganta.

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Mulder se esforzaba por escuchar.—Creo que has sufrido una crisis

anafiláctica…—No, es…—Scully…—No padezco alergias —dijo en un

susurro—. Esto es… Mulder… creo quedeberías… llamar a una…ambulancia…

Se dirigió aprisa al teléfono y pulsócon fuerza el 911.

—Soy el Agente Especial FoxMulder. Tengo una emergencia. Unaagente está…

Pasaron unos minutos antes de queoyeran las sirenas aullando en el

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exterior. No esperó al ascensor y bajócorriendo las escaleras. Sujetó la puertamientras dos enfermeros pasabanveloces a su lado. Cuando llegarondonde estaba Scully, uno de ellos abrióla camilla mientras el otro searrodillaba a su lado.

—¿Puede oírme? —Dijo en voz baja—. ¿Puede decir su nombre?

Scully movió los labios, pero nopudo pronunciar palabra. El enfermerodirigió una mirada a su compañero.

—Tiene una constricción en lagarganta y la laringe.

Volvió a mirar y le preguntó:—¿Puede respirar bien?

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No hubo respuesta. Acercó la cabezaa su boca y escuchó.

—Los conductos están abiertos.Llevémosla a la ambulancia.

La colocaron sobre la camilla yMulder los acompañó hasta dondeesperaba la UVI móvil, con las lucescentelleando.

—Dijo que notaba un extraño saboren la garganta —dijo—. Pero no tienealergia a la picadura de las abejas. Laabeja que le picó puede ser portadora deun virus…

El segundo enfermero se quedómirándolo.

—¿Un virus?

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—Coge la radio —le gritó elenfermero al conductor—. Diles quetenemos una reacción citogénica;necesitamos que nos aconsejen y que sele administre…

Llevaron la camilla a la parte traseradel vehículo, levantándola con manosexpertas. Scully movió los ojos ydespués los fijó en Mulder. Losenfermeros entraron con rapidez en laambulancia. Antes de que Mulderpudiera entrar para ir con Scully y, losenfermeros cerraron las puertas.

—¡Eh!… ¿A qué hospital la llevan?—preguntó cuando las puertas seestaban cerrando.

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Se acercó corriendo al lado delconductor, agitando las manosfrenéticamente. Mulder llamó a laventanilla.

—¿A qué hospital la llevan?Echó un primer vistazo al conductor,

un hombre alto con un uniforme azulclaro y el pelo rapado. Este le mirófríamente y Mulder se quedó inmóviljunto a la puerta.

Porque de pronto, en una milésimade segundo, todo tomó sentido. Era eluniforme lo que permanecía en sumemoria: el hombre alto de la salida deincendios que escapó por una ventanaabierta, el Hombre alto con uniforme de

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reparto que salía de la cafetería dondehabía estado la bomba. Y ahora, elconductor de la UVI móvil…

Era el mismo hombre. Tenía la manolevantada, apuntándole con una pistola.Al momento siguiente, una explosiónretumbó en la noche. Mulder cayó deespalda, llevándose las manos a lacabeza, y la ambulancia salió a todavelocidad chirriando. Quedó tumbadosangrando en la calle mientras susvecinos veían horrorizados comollegaba una segunda ambulancia quefrenó en seco y de la que salieron otrosdos enfermeros que se acercaroncorriendo al hombre que yacía sobre la

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calzada.

AEROPUERTO NACIONAL,WASHINGTON. D.C.

Una hora más tarde, un camión sinidentificación esperaba en la pista delAeropuerto Nacional. Un jet privado seacercaba a él por la pista. Los motoresdel camión se pararon Salieron doshombres con traje negro de faena y seacercaron a la parte trasera delvehículo. Con sumo cuidado sacaron ungran contenedor cubierto de monitores yde controles, tanques de oxígeno yunidades de refrigeración. En su interior

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estaba Scully. Estaba tan quieta quepodía estar muerta, de no ser porquedurante el transporte del contenedor susojos se movían muy lentamente.

El avión se aproximó al camiónCuando estuvo a poca distancia se paró.En el avión se abrió una puerta. Bajóuna escalerilla y un momento despuésapareció un hombre. Se quedó en lo altode la escalera, observando. Sacó unpaquete de cigarrillos y encendió uno. Ylo fumó mientras los hombres metían elcontenedor en la bodega de carga.

Cuando terminaron, los hombres sedirigieron al camión. El fumador volvióa la nave. El avión giró y se dirigió a la

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pista central. Diez minutos después, susluces describían una curva en la noche,por encima de la ciudad.

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Capítulo 11

UNIDAD DE CUIDADOSINTENSIVOS,

HOSPITAL UNIVERSITARIOGEORGE WASHINGTON

—Creo que está volviendo en sí.—Sí… Está recobrando el

conocimiento.—Eh, Mulder…En la cama, Mulder parpadeó con

una mueca de dolor. Le dolía inclusopensar en abrir los ojos, así que durante

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un rato largo procuró evitarlo.Simplemente permaneció allíescuchando las voces que había sobreél. Eran voces de hombre; unas vocesincreíble y molestamente familiares.

—¿Mulder…?Abrió los ojos. Sobre él había tres

rostros.—Oh no… —se quejó Mulder.Langly movió la cabeza; con el

cabello sobre el rostro.—¿Qué pasa?A su lado, Frohike y Byers miraron

al agente con preocupación.—Hombre de Hojalata —susurró

Mulder mirando primero a Byers y

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después a Langly—. Espantapájaros.Levantó un poco la cabeza y señaló

a Frohike.—Totó…Se sentó en la cama frotándose la

cara y haciendo una mueca al tocar elvendaje.

—¿Qué estoy haciendo aquí?—Te han disparado en la cabeza —

le explicó Byers—. La bala te atravesóla ceja derecha y chocó contra el huesotemporal.

Mulder se pasó un dedo por elvendaje.

—Penetración sin perforación —dijo.

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Langly asintió.—Tres centímetros más a la

izquierda y ahora estaríamos todos en tuvelatorio.

—Te han hecho una craneotomíapara aminorar la presión del hematomasubdural —prosiguió Byers—, perollevas inconsciente desde que te hantraído.

—Skinner ha estado aquí contigotodo el tiempo —dijo Frohike.

—Nos dieron la noticia y fuimos ahacer una visita a tu apartamento. Ydescubrimos que había un bichito en tuteléfono… —interrumpió Langly.

Byers dejó colgando un micrófono

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diminuto ante los ojos de Mulder.—Y otro en el pasillo —añadió

Frohike levantando un frasquito quecontenía un abejorro.

Mulder lo observó dando lasensación de que empezara a recobrar lamemoria.

—Scully tuvo una reacción violentaa la picadura de una abeja…

—Sí —dijo Byers—. Y llamaste al911. Solo que esa llamada fueinterceptada.

Mulder movió la cabeza.—Ellos se la llevaron…Retiró las sábanas, moviéndose

tembloroso al intentar posar los pies en

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el suelo. Cuando lo consiguió, la puertade la habitación se abrió un poco. Elsubdirector Walter Skinner asomó lacabeza y su expresión paso de mostrarpreocupación a reflejar sorpresa cuandovio a Mulder levantado.

—¡Agente Mulder!Mulder levantó la cabeza, por lo que

casi perdió el equilibrio.—¿Dónde está Scully? —preguntó

con voz apagada. Langly lo sujetó por elhombro para evitar que se cayera.

Skinner entró en la habitación. Sepuso al lado de Mulder y lo miró unmomento antes de responder.

—Ha desaparecido. No hemos

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podido localizarla ni a ella ni alvehículo en el que la metieron.

—Sea quien sea —dijo Mulder convoz temblorosa mientras Langly losujetaba con más fuerza—, esto tieneque ver con lo de DaIlas. Tiene relacióncon la bomba.

Skinner asintió.—Lo sé.Ante la mirada perpleja de Mulder

prosiguió:—La agente Scully informó de sus

sospechas al Despacho de RevisionesProfesionales. Teniendo en cuenta elinforme, envié a vanos técnicos alapartamento del agente especial

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Michaud. Han encontrado residuos detetranitrato de pentaeritntol en susefectos personales… y los análisis handemostrado que el residuo tenía relacióncon la fabricación del mecanismo de lamáquina expendedora de Dallas.

Mulder volvió a sentarse en la cama.—¿Hasta dónde puede llegar todo

esto?—No lo sé.Durante un minuto Mulder se quedó

sentado allí, intentando encontrarle unsentido a todo aquello. Cuando volvió alevantar la cabeza, vio una silueta por lapequeña ventana de la puerta. Era unhombre con un traje, que lanzaba una

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mirada furtiva al lugar en el que estabanMulder, Skinner y los PistolerosSolitarios. El extraño los observaba, yen ese momento se apartóprecipitadamente. Al instante Mulder tevolvió hacia Skinner.

—¿Nos están vigilando?—He procurado evitarlo.Mulder asintió. Tiró del vendaje que

le cubría la y cabeza y se lo quitó,dejando la herida al descubierto. Miró auno de los Pistoleros Solitarios.

—Byers, necesito tu ropa.—¿La mía? —preguntó Byers.Skinner frunció el ceño.—¿Qué va a hacer, agente Mulder?

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Mulder ya se estaba quitando elpijama del hospital.

—Tengo que encontrar a Scully…—¿Sabe dónde está? —le preguntó

Frohike.—No —respondió dejando caer al

suelo el pijama y dirigiéndose haciaByers—. Pero conozco a alguien quepuede tener una respuesta…

—Que debería tenerla —concluyó,mientras Byers empezaba a quitarse laropa de mala gana.

Poco tiempo después, se abrió lapuerta de la habitación de Mulder.Primero Langly y después Frohikesalieron al pasillo, mirando nerviosos a

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su alrededor, seguidos de una tercerapersona vestida con la ropa de Byers. Apocos metros, de espaldas a ellos, habíaun hombre con un traje apoyado en lapared. Cuando se dirigieron pasilloadelante, el hombre del traje levantó lavista. Se quedó mirándolos y connaturalidad se volvió y se dirigió haciala habitación de Mulder; sus ojosreflejaron sospecha cuando miró por lapequeña ventana.

Dentro, oculto en la cama delhospital con las sábanas hasta la nariz,había una figura inmóvil. Junto a él,Walter Skinner hablaba por teléfono. Elhombre del traje miró ceñudo a la cama

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y después observó el pasillo.Al final del mismo caminaban los

tres hombres con rapidez, Langly yFrohike flanqueando a Mulder. Aldoblar la esquina Frohike le pasó unteléfono móvil. Sin vacilar, Muldermarcó el número del doctor Kurtzweil.

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Capítulo 12

BAR CASEY’S, WASHINGTON D.C.

En el oscuro callejón detrás deCasey’s, Alvin Kurtzweil esperabaansioso a Fox Mulder. Al no ver nirastro de él, se dio la vuelta y se dirigióhacia la puerta. Entró en el bar y se topócon un hombre vestido con un abrigo decachemira que levantó las manosexpresando una sorpresa fingida.

—Doctor Kurtzweil, ¿no es así?Doctor Alvin Kurtzweil.

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Kurtzweil jadeó. Intentó alejarsepoco a poco, pero el Hombre de lasuñas cuidadas sonrió.

—Está sorprendido. Pero es lógicoque esperara alguna respuesta a suindiscreción…

Kurtzweil negó con la cabeza.—No le he contado nada.—Estoy seguro de que sea lo que

sea lo que le haya contado al agenteMulder, usted tendrá sus buenas razones—dijo el otro hombre—. Es unadebilidad en los hombres de nuestraedad: la necesidad imperiosa deconfesar.

Hizo una pausa y prosiguió:

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—Yo mismo también tengo muchoque confesar.

Confuso. Kurtzweil lo mirófijamente. Al final dijo impulsivamente:

—¿Qué está usted haciendo aquí?¿Qué quiere de mi?

—Esperaba ayudarle a comprender.Lo que estoy haciendo aquí es intentarproteger a mis hijos. Eso es todo. Ustedy yo tenemos una vida muy corta Sóloespero que no suceda lo mismo conellos.

Esperó con la puerta abiertaKurtzweil se quedó quieto, comopensando en las palabras del otrohombre.

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Y de repente, retrocedióprecipitadamente al callejón. Sólo habíaavanzado unos pasos cuando unos focoslo deslumbraron. En el callejón entró uncoche. Kurtzweil se paró y se volviópara mirar con ojos aterrados al hombreque seguía inmóvil en la puerta.

Fox Mulder cruzó precipitadamentepor la puerta de Casey’s, buscandofrenéticamente a Kurtzweil Se dirigió alfondo, al apartado habitual del doctor.

Estaba vacío. Mulder dio la vuelta ycorrió pasillo adelante hasta loslavabos, y de ahí salió precipitadamente

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al callejón.Un sedán esperaba al ralentí en la

calle empedrada. Detrás de él, unhombre bien vestido y su chóferuniformado estaban colocando algo en elmaletero. Mientras Mulder mirabacenaron la puerta. El Hombre de lasuñas cuidadas levanto la vista y lesaludó.

—Señor Mulder.Mulder cerró las manos en un puño.—¿Qué le ha pasado a Kurtzweil?El Hombre de las uñas cuidadas se

encogió de hombros.—Ha venido pero ya se ha

marchado.

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—¿Dónde está Scully? —preguntóMulder.

—Tengo respuestas para usted.—¿Está viva?—Sí —contesto el Hombre de tas

uñas cuidadas—. Estoy preparado paracontárselo todo, aunque no hay muchoque no haya averiguado ya.

Mulder se le acercó un paso.—Quiero saber dónde está Scully.El Hombre de las uñas cuidadas

asintió. Mulder se puso más tensocuando el hombre metió la mano en elbolsillo y sacó un sobre fino de fieltroverde oscuro. A continuación dijo:

—La situación de la agente Scully.

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Y el medio para salvarle la vida. Porfavor…

Hizo un gesto señalando al coche,donde estaba el conductor que manteníaabierta la puerta trasera. Mulder dudó,pero pasó por delante del hombre yentró en el automóvil. El hombre demayor edad entró tras él y cerró lapuerta. El coche se puso en marcha.

Sin decir palabra, el Hombre de lasuñas cuidadas le entregó a Mulder elpequeño sobre de fieltro.

—¿Qué es? —preguntó Mulder.—Una vacuna contra el virus que ha

infectado a la agente Scully. Debeadministrarse en el transcurso de

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noventa y seis horas.—Está usted mintiendo.—No —musitó el Hombre de las

uñas cuidadas mientras miraba por laventanilla tintada—. Aunque no tengoforma de demostrar lo contrario. Elvirus es extraterrestre. Sabemos muypoco de él, excepto que es el primerhabitante de este planeta.

Mulder expresó sus dudas.—¿Un virus?—Una forma de vida sencilla, pero

irrefrenable ¿Qué es un virus, sino unafuerza colonizadora que no puede serderrocada? Permanece viviendo en unacueva subterránea, hasta que muta… y

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ataca.— ¿ E s esto lo que han estado

intentando ocultar? —Mulder ya no tepreocupaba por disimular la ira en suvoz—. ¿Una enfermedad?

—¡No! —estalló el Hombre de lasuñas cuidadas—. Por el amor de Dios,eche la vista atrás…

—El SIDA, el virus ébola… desde dpunto de vista evolutivo no son más querecién nacidos. Este virus yadeambulaba por el planeta antes que losdinosaurios.

Mulder frunció el ceño.—¿Qué> quiere decir con

deambulaba?

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—Sus alienígenas, agente Mulder.Esas pequeñas criaturas verdes…llegaron a este planeta hace millones deaños. Los que no se han ido hanpermanecido en estado latente bajotierra desde la última Era Glacial, enforma de patógeno evolucionado.Esperando a ser reconstituidos cuandola raza extraterrestre regrese paracolonizar el planeta… y utilizamoscomo anfitriones. No tenemos cómodefendemos. No hay nada, excepto unadébil vacuna…

Se detuvo y miró a Mulder, queparecía afectado.

—¿Entiende ahora por qué se ha

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mantenido en secreto? ¿Por qué inclusolos mejores hombres, hombres como supadre, no podían permitir que se supierala verdad? Hasta lo sucedido en Dallas,pensábamos que le virus no haría másque controlamos. Aquella infección enmasa nos habría convertido en una razaesclava.

—Y por eso hicieron estallar unabomba en el edificio —dijo Mulder—.Los bomberas infectados… el niño…

El Hombre de las uñas cuidadasasintió con seriedad.

—Imagínese nuestra sorpresacuando empezaron a incubarlo. Mi grupoha trabajado en colaboración con los

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colonos alienígenas, facilitandoprogramas como el que usted ha visto.Para poder tener acceso al virus y asípoder desarrollar en secreto una cura.

—Para salvarse ustedes —interrumpió Mulder.

El Hombre de las uñas cuidadasencogió los hombros.

—Conductor… —El sedán redujovelocidad hasta parar. La calle estabavacía. Mulder tiró de la manilla; estababloqueada. Se volvió rápidamente paradesafiar al hombre que lo retenía y seencontró con una pistola apuntándole alpecho.

—Los hombres con los que trabajo

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no se detendrán ante nada con tal dedejar despejado el camino para lo quecreen que les puede afectar en el futuroinevitable —dijo el Hombre de las unascuidadas—. Se me ordenó que matara aldoctor Kurtzweil.

Mulder se echo contra la puertamientras el otro hombre levantaba elarma.

—Al igual que me han ordenadomatarle a usted.

Pero antes de que Mulder pudieradejar escapar un grito, el Hombre de lasuñas cuidadas se volvió y disparó alconductor en la cabeza.

La sangre salpicó el parabrisas

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delantero. Mulder jadeó, intentandoasimilar lo que acaba de suceder, y miróaterrado al hombre que tenía la pistola.

—No confíe en nadie, señor Mulder—dijo el Hombre de las uñas cuidadasflemático.

Mulder creyó que sería el siguiente.Pero el Hombre de las uñas cuidadasabrió la puerta y salió del coche.

—Salga del coche, agente Mulder.—¿Por qué? La tapicería ya está

hecha un asco.—Salga.Después de respirar hondo, Mulder

lo acompañó. Miró el sobre de fieltroque tenía en la mano.

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—Le queda muy poco tiempo, agenteMulder. Lo que le he dado… loscolonos extraterrestres no saben queexiste… todavía.

—Necesito saber cómo… —gritóMulder.

—Esta vacuna es la única defensacontra el virus. Su introducción en elentorno alienígena puede tener el poderde destruir los delicados planes que tandiligentemente he estado protegiendo enlos últimos cincuenta años.

—¿Puede? —Mulder cogió el sobrecon la mano y movió la cabeza—. ¿Quéquiere decir con puede?

—Encuentre a la agente Scully. Solo

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entonces se percatará de la magnitud ygrandeza del Proyecto. Y de por quéusted debe salvarla; porque solo suciencia puede salvarlo a usted.

Mulder le miró, esperando más.Pero el Hombre de las uñas cuidadassólo señaló calle abajo.

—Váyase.Mulder protestó pero el hombre le

apuntó con el arma.—Váyase ya.Mulder comenzó a alejarse. Detrás,

el Hombre de las uñas cuidadas sequedó mirándolo un momento. Despuésdio la vuelta y entró en el coche. Cerróla puerta y Mulder vio la tenue silueta

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de alguien que se movía tras el cristaltintado. Segundos después, el cocheexplotó.

La onda expansiva lanzó a Mulder alsuelo. De su mano se soltó el preciadosobre y fue a parar a la oscuridad.Jadeando se incorporó y recogió elrectángulo verde oscuro. Su contenidocayó al suelo. El resplandor del cocheque había explotado le permitió ver loque había: una jeringuilla, una pequeñaampolla de cristal, milagrosamenteintacta, y una hojita de papel con unosnúmeros escritos.

BASE 1

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83° 00 LATITUD SUR 63° 00LONGITUD ESTE 100 METROS.

Mulder recogió el sobre y sucontenido. Y empezó a correr puesto quepor detrás de él empezaban a oírse lasprimeras sirenas de la policía y de loscoches de bomberos que retumbaban enla noche.

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Capítulo 13

POLO DE INACCESIBILIDAD.ANTÁRTIDA, 48 HORAS DESPUÉS

La masa de hielo era tan basta eincolora que se confundía con el cielo.Sólo se veía el color blanco;interminable, eterno. Dentro de la cabinadel tractor de nieve, la respiración deMulder se convertía en vapor. Estabaencorvado sobre los controles,concentrando todas sus energías en loque se extendía ante él. El tractor se

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arrastraba como un insecto por laBarrera de Hielo de Ross.

Pasaban las horas. Maniobró paradetener el tractor y se acercó al monitordel Satélite de Posicionamiento Globalpara comprobar su posición. Torció lavista mientras los números sedesplazaban por la pantalla del aparatoy miró fijamente por la ventanadelantera. Volvió a consultar eldispositivo y salió del vehículo.

La nieve crujía bajo sus pies y esarremolinaba en tomo a su cabeza.Avanzó penosamente por el hielo.Cuando se volvió para mirar al tractor,este le pareció insignificante comparado

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con la interminable extensión blanca y elcielo plomizo. Inició un largo ascensopor una ladera resbalando una y otra vezy sujetándose clavando las manos o lostalones en la nieve blanda recién caída.Cuando llegó a la cima se echó sobresus rodillas.

En la llanura que se extendía a suspies había una estación polar rodeada detractores, vehículos oruga y caravanas.Mulder sacó de su anorak unosbinoculares de gran potencia y examinólas cúpulas y vehículos de apoyo,buscando señales de vida. Pero no lasencontró… hasta que dejo vagar sumirada por la cúpula más lejana.

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Traqueteando por la extensión dehielo había otro tractor de nieve.Avanzaba lentamente en dirección a laestación polar se paró junto a una de lascúpulas. En la cúpula se abrió unapuerta y salió un hombre que llevaba unanorak y un gorro de piel. Se quedojunto a la puerta un momento, con elrostro oscurecido por una nube devapor. En ese momento tiró algo sobrela nieve y se dirigió hacia el vehículo.

Era el Fumador. Mulder lo vio abrirla puerta del tractor y entrar. El vehículodio marcha atrás y lentamente fuedesplazándose hacia el lejano horizonte.

Mulder retiró los binoculares de sus

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ojos. Se puso en pie y se dirigió hasta laestación polar.

Se movía con precaución,asegurándose de cada paso que dabaantes de posar el pie en la capa de hielo.La mirada de Mulder permanecía fija enlas cúpulas. Sólo faltaban unos pocosmetros para llegar cuando bajo una botala capa de hielo cedió. Por un instante elmundo pareció temblar, y en esemomento el sudo se hundió.

Tras la caída, quedó con la espaldasobre una superficie fría y dura. Sequedó ahí un momento, intentandodeterminar si se había roto algo. Sintióun dolor en un brazo y notaba

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palpitaciones en la herida de su sien,pero al cabo de un minuto se incorporó,

Había caído sobre una estructurametálica dura y estrecha. En el sudohabía una abertura por la que salía aire.Mulder se quitó la capucha del anorak ylos guantes, y miró primero dentro de laabertura y después al agujero por el quehabía caído. No había forma de volveratrás y a su alrededor no había más quehielo sólido. Volvió a mirar a laabertura.

Era su única elección. Respiróhondo y a continuación se metió en laoscuridad.

El interior era frío y estaba más

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oscuro que un pozo. Se movió conprecaución, con las manos por delantepara detectar cualquier obstáculo. Elpasadizo serpenteaba cuesta abajo hastaque apareció un punto de luz. Cuantióllegó al final entró con dificultad decabeza y arrastrándose por el sudo.

Mulder parpadeó y metió la mano enel bolsillo para sacar una linterna. Laencendió; la movió por delante de éldescubriendo un paisaje aterrador.

Se encontraba en un corredorinterminable excavado en el hielo. Aizquierda y derecha había unas formasvítreas con una separación regular entreellas Eran como ataúdes de hielo

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puestos en pie contra las paredes.Dirigió la luz al frente y se acercó paraquitar la escarcha de la superficie dehielo, y en ese momento se asustó por loque vio.

Había un hombre congelado en elhielo. Estaba desnudo y con los ojosabiertos, como mirando al frente. Teníael pelo largo, oscuro y enmarañado y susrasgos eran extrañamente inhumanos. Alacercarse más, Mulder comprobó que lacarne de aquel hombre era parecida a ladel bombero que había visto en eldepósito de cadáveres. Se retirómostrando repugnancia al descubrir algodentro del hombre: una criatura

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embrionaria con unos enormes ojosnegros que también estaba congelada,como su anfitrión.

Mulder dio la vuelta y avanzó. En ellugar donde acababa, se filtraba unatenue luz a través de varias aberturasbajas en forma de arco. Se puso derodillas para mirar por ellas y al otrolado vio un corto pasaje que seensanchaba dando paso a una galería. Setumbó boca abajo y pasó por el arco.Cuando llegó al otro extremo, asomó lacabeza a la galería y quedó sorprendidopor lo que veía.

Todo a su alrededor era ungigantesco espacio que ascendía a un

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techo abovedado. Miró hacia abajo;donde quisiera que se encontrara elfondo, estaba por lo menos tan lejoscomo el techo. Por todas partes, encírculo en torno a la bóveda, habíainnumerables aberturas. Volvió a miraral fondo de la construcción, en el quehabía varios tubos enormes. Uno deellos describía un ángulo y se elevabajunto al lugar donde estaba Mulder.

Transcurrieron varios minutos hastaque asimiló todo esto. Las dimensioneseran inmensas; aquello era muchísimomás grande que cualquier otra cosa quejamás hubiese visto. Pero lo más extrañoy aterrador de todo fue lo que vio: fila

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tras fila con vainas del tamaño de unapersona, de color oscuro, colgadas delargos rieles que se adentraban en laoscuridad. Miró de reojo, intentandoimaginarse qué podía ser aquello y adónde podían conducir las interminableshileras. A varios metros por encima deMulder, otra figura miraba conincredulidad lo que tenía delante. En lacabina caliente de su vehículo oruga, elfumador se inclino hacia delante paralimpiar el cristal lleno de vaho. Por finpodía verlo con claridad…

Era el tractor que Mulder habíadejado en el hielo.

Durante un largo rato, el Fumador se

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quedó mirando al tractor. Acontinuación, puso en marcha suvehículo y volvió a la base tan rápidocomo pudo.

Bajo el hielo, Mulder seguíaobservando las vainas. Se percató deque en el extremo opuesto de la cúpulaparecía que las vainas se movían.Parpadeó, intentando enfocar la vista yvio algo que antes le había pasadodesapercibido.

En el suelo, a varios metros pordebajo, había una criocápsulaabandonada. Mulder apartó la mirada yse centró en la larga estructura tubularque ascendía unos metros por delante de

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él. Sin pararse a pensar en el peligro,Mulder se metió por aquel agujero.

Era estrecho, pero podría pasar.Empezó a descender, esforzándose porver en la casi total oscuridad, con lasmanos y los pies resbalándole en lasparedes que parecían grasientas. Tuvo lasensación de que el descenso durabahoras, resistiendo el agotamiento, y depronto, le resbalaron las manos yempezó a deslizarse tubo abajo. Intentóparar pero siguió descendiendo hastallegar al final y dar con un estrechoreborde al que intentaba agarrarse. Sedebatió desesperado, pero al finalconsiguió sujetarse.

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Jadeante, miró abajo. Al hacerlo, losbinoculares se le cayeron. Observócómo caían y esperó a que se oyera elruido del impacto. Esperó y esperó, ycontuvo la respiración para oír el sonidocuando llegasen al fondo.

No oyó nada. Miró hacia abajo y vioun hueco negro y sin fondo. Esa imagenle aterró. Luchó con todas sus fuerzapara avanzar por el estrecho reborde,hundiendo los dedos en el material lisoy brillante, hasta que por fin consiguiósubir y pasar al lado del interior.

Respiró hondo y se puso en pie.Estaba en un pasillo, más oscuro ycálido que el anterior. Sacó la linterna e

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iluminó el túnel. Vio la criocápsula y seacercó. En el interior estaba la ropa deScully y el crucifijo que siempre llevabaal cuello. Se agachó y recogió la cruz, sela guardó y continuó.

A lo largo del corredor se extendíauna barra metálica sujeta al techo. Ycolgadas de la barra estaban vainas Eranlos objetos que había visto en el nivelsuperior, pero la suave temperatura dellugar hacía que no estuviesen totalmentecongeladas. Avanzó lentamenteiluminando con la linterna los contornosde lo que contenía cada criovaina; uncuerpo humano apenas visible tras lafina cubierta de hielo verdoso.

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Sin embargo, los rostros de loscuerpos no tenían los rasgos primitivosde los seres que había visto conanterioridad. Eran hombres y mujerescomo él y cada uno de ellos tenía untubo metido en la boca.

Mulder caminó junto a la hileraviendo primero un rostro y luego elsiguiente. No quería admitir lo queestaba buscando, a quién estababuscando. Hasta que al final la encontró.

—No es posible —murmuró.Se detuvo delante de una pared de

hielo verde. Allí dentro de una de lasvainas, estaba Scully. Tenía el pelocubierto de nieve, y una expresión de

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terror en el rostro.Mulder golpeó una y otra vez la

criovaina con la linterna para romper lacobertura de hielo; pero no consiguiónada. Se acordó de la criocápsula ycorrió hacia ella.

Cogió una de las botellas de oxígenoque había en la tapa y volvió al lugardonde estaba Scully. Gruñendo por elesfuerzo, levantó la botella y golpeó lacriovaina.

La vaina se resquebrajó y acabórompiéndose. Al suelo cayó hielo ynieve derretida, y por primera vez vio aScully con claridad. Tenía el cuerpocubierto de escarcha. Con dedos

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temblorosos abrió la bolsa y extrajo elsobre del bolsillo Sacó la jeringuilla yla ampolla y se afanó por ver la aguja enla oscuridad y meterla por la tapa degoma. A continuación la clavó en dhombro de su compañera.

Casi al instante, un líquido espesode color ámbar rezumó por el tubo quetenía en la boca, y empezó a arrugarse.Entonces el túnel tembló. Mulder setambaleó y estuvo a punto de empotrarsecontra la pared. Se incorporó con calmay tiró del tubo que Scully tenía en laboca.

Sus ojos parpadearon y sus labios semovieron al intentar inspirar Movió los

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ojos intentando enfocar las imágenes,pero el aire seguía sin llegarle a lospulmones.

—¡Respira! —Gritó Mulder—.¿Puedes respirar?

Ante sus ojos se puso tensa, conexpresión de desesperación, como unnadador que lucha por sacar la cabeza ala superficie y respirar. De repente, desu boca salió un líquido amarillento.Empezó a toser ahogada, tomandograndes bocanadas de aíre mientras susojos conseguían fijarse en Mulder.Movió la boca como si intentase hablar.

—¿Qué? —preguntó Mulderacercándose.

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—Frío…—Espera —dijo Mulder—. Voy a

sacarte de ahí.

En el interior de la estación polar, laisla empezó a temblar. El Fumadorrecorrió vanas filas de ordenadores yhombres con la mirada fija en suspantallas parpadeantes. Frente a unmonitor, uno de ellos levantó la imadapreocupado mientras el Fumador seechaba a un lado.

El hombre señalo a la pantalla, en laque un complejo sistema de gráficoshabía cambiado de repente mostrando

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cifras y niveles que se disparaban.—Tenemos un agente contaminante

en el sistema.El Fumador miró a la pantalla.—Es Mulder. Tiene la vacuna.Sin decir más, se apresuró a la

puerta. A su alrededor los hombrescorrían mientras evacuaban la estaciónpolar. El Fumador Ignoró su presencia yse dirigió al tractor. Allí lo esperaba unhombre flaco cuyo pelo rapado quedabaoculto bajo la capucha del anorak. Erael hombre que había disparado contraMulder. Abrió la puerta y entró.

—¿Qué ha pasado? —gritó.El Fumador subió a la cabina.

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—Todo se va a ir al infierno.El tractor de nieve empezó a

avanzar. Tras ellos, las aberturas para lasalida de vapor parecieron entrar enerupción. Por debajo de la estaciónpolar, el aire caliente procedente de losconductos estaba provocando ladescongelación y hundimiento de laplataforma de hielo.

—¿Qué hay de Mulder? —gritó elotro hombre.

El Fumador miro atrás y negó con lacabeza.

—Nunca lo conseguirá.El tractor siguió avanzando. De la

estructura abovedada se levanto una

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neblina parecida al humo.

A varios metros por debajo de lasuperficie, los estrechos pasadizos de lanave espacial enterrada se llenaban deniebla. Mulder movía la linterna,intentando atravesar la neblina con sudébil rayo de luz. Llevaba el cuerpofláccido de Scully en sus brazos. Lehabía puesto su anorak y los pantalonesde nylon. Su rostro le rozaba el hombrocuando intentaba levantar la cabeza parahablar.

—Tenemos que seguir adelante —dijo Mulder con voz ronca. A su

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alrededor todo era agua que caía de lascriovainas colgadas. Mientras avanzabacon gran esfuerzo, toda la estructuravibraba.

Llegaron al lugar donde Mulderhabía caído al interior del túnel; lasparedes estaban ahora empapadas deagua. Cuando llegaron al final decorredor, vieron la base de un pasillo yempezaron a ascender, Al llegar arribase encontraron en el pasillo superior enel que Mulder había visto al hombreprehistórico.

Su cuerpo ya no estaba aprisionadopor un sólido bloque de hielo. A travésde las capas de hielo traslúcido podía

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verse la piel de aquella criatura, que semovía ligeramente como si empezara adespertarse. Mulder lo miró yrápidamente volvió la vista al techo.

—Scully, levántate y agárrate a esaabertura.

Pero ella no respondió, Mulder lamiró y comprobó que se había quedadoinconsciente. Con suma urgencia y altiempo con suavidad, la tumbó en elsuelo.

—Scully, regresa. Scully…Le desabrochó la chaqueta y le

colocó los dedos sobre el cuello, enbusca del pulso.

—Scully…

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Ella hizo un esfuerzo por respirarcuando Mulder le metió los dedos en laboca, para abrir el conducto.

—Respira. Scully.Le presionó el pecho, para que

entrara aire.Uno, Dos, Tres.Se inclinó y colocó su boca sobre la

de ella, comprobando de ese modo lofríos que tenía los labios y las mejillas.Espiró aire dentro de ella, echo haciaatrás la cabeza y escuchó el sonido delaire entrando en los pulmones.

Nada.Volvió a hacer presión sobre su

pecho, con movimientos cada ver más

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frenéticos.Uno, Dos, Tres.Detrás de Mulder, sin que él se

percatara de ello, las criaturas semovían violentamente dentro de susanfitriones a medida que el hielo que losrodeaba empezaba a resquebrajarse engruesos fragmentos y caía al suelo. Aloírlo, Mulder volvió la cabeza y los viointentando escapar. Siguió con lareanimación cardiopulmonar, sin prestaratención a nada más que no fuera,Scully.

De pronto, ella se movió, inspiróaire y empezó a toser. Se quedó mirandoa Mulder y sus labios se abrieron.

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—Mulder… —dijo en un susurroapenas perceptible—. Mulder…

—Te pillé.En su rostro se dibujó una sonrisa.

Antes de contestar, un fuerte golperetumbó tras él. Mulder se volvió.

—Oh, Dios mío…En el pasillo se movían unas formas

oscuras. De las criovainas salían brazosy piernas, y sus manos de tres dedosgolpeaban el hielo que se desmoronaba.Las criaturas estaban empezando aeclosionar.

Mulder se volvió rápidamente paramirar en la otra dirección. Y presencióla misma escena: nieve medio derretida

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que escurría de las vainas mientras lospoderosos pies de las criaturas hacíanagujeros en el hielo. Volvió a dirigir laatención a su compañera.

—¡Scully! Levántate y agárrate a esaabertura…

Movía la boca, pero no pronuncioninguna palabra. Con Las últimasfuerzas que le quedaban. Mulder lalevantó dirigiéndola hacia donde seencontraba la abertura de la pared, porencima de ellos. La colocó sobre suhombro y la alzó hasta la abertura.Scully se agarró y se fue levantandohasta desaparecer por el hueco. Trasella, Mulder saltó y encontró un asidero

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pisando lo que había debajo. Con ungrito ronco, una de las criaturas se habíaliberado y había cogido a Mulder por elpie. Él le dio patadas con furia mientrassus garras se deslizaban pierna abajo.Justo en el momento en que salió de suvaina. Mulder se liberó de aquel ser y semetió por la abertura.

En el interior, Scully se movíadébilmente.

—¡Scully! —Grito Mulder—. ¡No tepares!

Ella emitió un gemido, pero siguióavanzando.

—Sigue Scully, sigue.Avanzaban lentamente. Mulder la

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empujaba cuando ya no tenía fuerzaspara continuar. Por fin, vieron la salida.Cuando consiguieron salir, el frio aireles hizo temblar. Él mirabaconstantemente atrás para comprobarque ninguna de las criaturas les estabasiguiendo.

Habían llegado a la cámara de aireque se había formado al caer de laplataforma de hielo. A su alrededor, elhielo y la nieve se derretían. Por encimade sus cabezas se había abierto unagujero del tamaño de un cráter. Mulderse puso en pie temblando. Volvió amirar atrás.

Con un chillido inhumano, una de las

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criaturas saltó desde la abertura, con lasgarras extendidas, hacia él. Pero antesde poder alcanzarlo, una fuerte ráfaga devapor lo lanzó hacia atrás. Se oyó unruido sordo. De la abertura salía másvapor. Dando un grito, Mulder cogió aScully por los hombros y la lanzó al otroextremo, saltando tras ella y cubriéndoselos ojos.

Por detrás, en la abertura por la quehabían salido se produjo una explosiónde vapor. Mulder cogió a Scully yavanzó con dificultad hacia la superficiede la capa de hielo.

Llegaron a la cima y se alejaron dela abertura. Ascendieron una pequeña

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elevación, cayendo con frecuencia en lanieve blanda. Al llegar a la cumbremiraron atrás.

Bajo ellos estaba la placa de hielo.Sobre ella había aparecido una serie deagujeros espaciados y de ellos salíanráfagas de vapor, dejando marcada laforma circular de la nave que estabadebajo. Las tiendas blancas abovedadasahora parecían diminutas comparadascon la enorme estructura que yacía bajola superficie. Mientras miraba, pordebajo surgió una violenta erupción devapor, tan ruidosa que tuvieron quetaparse los oídos. Mulder agarro aScully por la manga y la acercó hacia él

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para protegerla. De repente, el hielo seresquebrajó y sin aviso previo, la capaentera cedió. La estación polar sehundió, cayendo al mismísimo centro dela nave enterrada. Se produjeron unastremendas ondas expansivas. El suelotembló y Mulder se dio cuenta de lo queestaba pasando.

—¡Tenemos que correr!Tiró de ella y mientras avanzaban

miraban atrás para ver cómo sedesmoronaba la capa de hielo. PorTodas partes surgieron géisers que sealzaban varios metros sobre lasuperficie. Mulder y Scully huían por unparaje de humo y nieve esquivando

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fragmentos de hielo y restos ardientes.En el centro de la plataforma que sederrumbaba apareció una forma negra.Se hacía cada vez más inmensa, altiempo que corrían para ponerse fuerade su alcance.

Scully dio un grito al caerse,golpeando con los brazos la nieveMulder tiró de ella, con los oídosentumecidos por el fuerte ruido de lanave que salía a la superficie. La agarrópor la mano, pero antes de que pudieranseguir adelante, el suelo que había bajosus pies empezó a ceder.

La caída fue larga y pararonviolentamente sobre la superficie de la

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nave. Cuando esta se elevó por el aire,resbalaron hasta caer al vacío e ir pararsobre la capa de hielo que había debajo.Sobre ellos caían fragmentos de hielo.Mulder se echó sobre Scully, intentandoprotegerla de aquella mortalprecipitación, mientras la gigantescanave seguía elevándose; tan grande eraque tapó todo el cielo, Ascendía cadavez más rápido, ganando velocidad alliberarse del peso del hielo antártico.Scully gimió, con el rostro metido en lanieve. Sobre ella, Mulder mirabapasmado a la nave que se alejaba de latierra, rotando lentamente mientraspermanecía suspendida en el cielo. Por

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primera vez pudo ver con claridad elconjunto de tubos y células que lacomponían y la lisa cúpula central.

Siguió ascendiendo, y entones lanave empezó a resplandecer como sidesprendiese un calor inimaginable. Elcielo centelleaba al tiempo que la naveparecía expandirse.

De pronto, con un último cegador yensordecedor estallido de energía,despareció tres las nubes. La naveespacial se había ido.

Mulder miró al cielo, y después aScully. Ella abrió los ojos y le miró a él.Y lentamente, como un niño que sequeda dormido. Mulder echó la cabeza

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sobre la nieve. Su cuerpo se agitaba deagotamiento y sus ojos se cerraron. Uninstante después, empezó a temblarinconsciente.

A su lado. Scully seguía tendida,inmóvil como la muerte. Un vientohelador bramaba por aquella regióndesolada. Ella empezó a toser y levantola cabeza.

Miró a Mulder. Tenía el rostroblanco y estaba inconsciente. Con laspocas tuerzas que le quedaban tiró de ély lo apretó contra su cuerpo para dartecalor.

Miró atrás por encima de su hombroal inmenso cráter que había dejado la

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nave, y que empequeñecía el yermo quelos rodeaba; eran dos diminutas figurasinvisibles en medio de la interminableextensión de hielo.

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Capítulo 14

DESPACHO DE REVISIONESPROFESIONALES,

EDIFICIO J. EDGAR HOOVER.WASHINGTON D.C.

—En vista del informe que tengodelante…, en vista del relato queestamos estudiando…

La directora adjunto Jana Cassidyocupaba el c3entro de la mesa deconferencias, rodeada de suscompañeros. En un extremo estaba el

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director adjunto Walter Skinner, quepasaba la mirada de Cassidy a la mujerpelirroja que estaba sentada a una mesamás pequeña en el centro de la sala. Lasilla que estaba a su lado estaba vacía.

—… aún no he terminado miinforme oficial, que está pendiente deestos nuevos datos. Agente Scully…

Dana Scully ladeó la cabeza. Surostro mostraba señales de congelaciónmenor, pero por lo demás, ya se habíarecuperado. Mientras Cassidy hablaba,sus ojos azules se oscurecían condesafío contenido.

—… aunque ya existen pruebas deque un agente federal puede estar

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implicado en la explosión, los otroshecho que usted refiere parecendemasiado increíbles y, con todafranqueza, totalmente inventados.

—¿Qué es lo que le pareceincreíble?

Jana Cassidy reprimió una sonrisa.—Bien, ¿por dónde quiere que

empiece?

Mientras, una figura vestida de negrose movía sigilosa por la Oficina Localde Dallas, a cientos de kilómetros dedistancia. De repente, el haz luminosode una linterna atravesó la oscuridad. Elrayo de luz se movía de un lugar a otro

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dejando al descubierto tarros, trozos deplástico, fragmentos retorcidos de metaly escombros. Al fin se detuvo sobre unamesa en la que había un microscopio,una lupa y varios frasquitos metidos enuna caja de cartón.

El hombre que llevaba la linterna sedirigió a la mesa. Era alto, de rostroenjuto y con el pelo rapado. Al llegar ala mesa, extendió una mano enguantada ycogió uno de los frasquitos quecontenían fragmentos de huesopetrificado. Miró el contenido y loguardó en un bolsillo. Desapareció tanrápida y silenciosamente como habíallegado, y la habitación volvió a quedar

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a oscuras.

—… la Antártida queda muy lejosde Dallas, agente Scully —prosiguióJana Cassidy—. La verdad es que nopuedo presentarle al Fiscal General delEstado un informe con las conexionesque usted establece.

Recogió el informe y lo dejó caerdelante de ella.

—Abejas y plantaciones de maíz nopueden considerarse un tema deterrorismo nacional.

En algún lugar del desierto al oestede Dallas, un maizal ardía mientras ungrupo de hombres con lanzallamas

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avanzaba lentamente por los surcos.

En el Despacho de RevisionesProfesionales, Scully negó con lacabeza.

—El informe carece de descripcióncoherente de ninguna organización conmotivos atribuibles…

Cassidy hizo una pausa y miró aScully —era la primera mirada desimpatía que le dirigía desde el iniciodel proceso—. Me doy cuenta de que laexperiencia por la que ha pasado le haafectado… aunque los vacíos de suinforme no dejan más elección que

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eliminar esas referencias antes deentregarlo al Departamento deJusticia…

En un callejón anónimo, trescamiones cisterna sin identificaciónesperaban bajo el ardiente sol. Unhombre con ropa negra y gafas de solavanzaba pintando palabras amarillas yuna mazorca de maíz en los tanques: ElMEJOR ACEITE DE MAÍZ DE LANATURALEZA.

—Hasta que —continuó JanaCassidy con suavidad—, dispongamosde pruebas sólidas que nos permitan

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proseguir con esa investigación.Mientras Cassidy hablaba, Scully

metió la mano en el bolsillo de suabrigo, Cuando la directora adjuntaquedó en silencio, Scully se levanto y seacercó a la mesa. Saco algo del bolsilloy lo colocó delante de Jana Cassidy.

—No creo que el FBI tenga ningunaunidad de investigación suficientementepreparada para examinar las pruebas —dijo Scully.

Jana Cassidy puso expresión severay cogió lo que la agente había colocadoallí: un frasquito de cristal con unabejorro muerto. Lo estudió mientras laagente Scully, sin pedir permiso y sin

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decir palabra se dirigía hacia la salida.Cuando la puerta se cerró tras ella,Cassidy frunció el ceño y se volvióhacia Walter Skinner.

—¿Sr. Skinner? —pregunto y esperóuna respuesta.

AVENIDA CONSTITUTION.WASHINGTON D.C.CERCA DEL CUARTEL GENERAL

DEL FBI.

Fox Mulder estaba sentado en unbanco del Mall, leyendo el WashingtonPost. Al ver un pequeño artículo en lasección nacional, sus ojos se abrieron

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de sorpresa.BROTE FATAL DE VIRUS

HANTA EN EL NORTE DE TEXAS.Levantó la vista. Alguien se

aproximaba a él. Cuando estuvo máscerca, vio que se trataba de Scully.

Se puso en pie y le dio el periódico.—Hay una bonita historia en la

página veintisiete. De algún modonuestros nombres no se mencionan. —Scully cogió el periódico sin mirarlo.Mulder continuó—. Están echando tierraal asunto, Scully. Van a ocultarlo todo ynadie sabrá nada.

Con claros signos de estar molesto,se dio la vuelta y empezó a alejarse.

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Scully le siguió.—Estás equivocado Mulder —dijo

—. Acabo de contar todo en elDespacho de Revisiones Profesionales.

Mulder se paró y la miró.—¿Todo lo que sabes?Scully asintió y siguieron

caminando.—Lo que me ha pasado. Lo del

virus. Cómo se extiende por medio deabejas en cultivos trangénicos…

—¿Y lo del platillo volante? —interrumpió en tono burlón—. ¿Con loscuerpos infectados y su partidaimprevista desde el casquete polar?

—Admito que eso no está

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demasiado claro. Ni lo que vi, ni sufinalidad.

Mulder se volvió hacia ella.—No te van a creer. ¿Por qué

habrían de hacerlo? Si no se puedeprogramar, clasificar o catalogar…

—Yo no estaña tan segura, Mulder—dijo Scully.

El enfado de Mulder había tornadoimpaciencia.

—¿Cuántas veces has estado aquí?¿Exactamente en esta misma situación?¿Intentando comprender la verdadincreíble? Haces bien en marcharte.Debes alejarte de mí. Alejarte lo másposible.

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Me pediste que me quedase —ledesafió Scully.

—Dije que no me debías nada —contestó Mulder—. Y mucho menos lavida. Scully, trabaja y ve una buenadoctora.

Scully negó con la cabeza.—Lo haré. Pero no me voy a ninguna

parte. Esta enfermedad, sea lo que sea,tiene cura Tú la tuviste en tu mano… —Le cogió la mano y lo miró de frente—si me marcho ahora, ellos ganan.

Se quedaron inmóviles sin hablar. Alo lejos, el Fumador estaba sentado enun coche indeterminado, observándolos.

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Le dio una última bocanada al cigarrilloy lo tiró a la calle. Las ventanillaseléctricas del coche se cerraron y elcoche se alejó.

FOUM TATAOUINE, TÚNEZ.

Desde tempranas hora de la mañanael calor levantaba reflejos sobre lossurcos de un maizal que se extendíainterminable hacia el horizonte. Unhombre con traje tradicional árabeguiaba a otro con traje oscuro por entrelas plantas verdes y doradas.

—¡Señor Strughold! —Gritó elárabe—. ¡Señor Strughold!

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Conrad Strughold salió de entre lashileras de maíz.

—Tiene usted un aspecto terrible —dijo Strughold—. ¿Por qué ha hecho esteviaje tan largo?

El Fumador lo miró con frialdad.—Tenemos asuntos que discutir.—Tenemos los canales habituales

—dijo Strughold.—Esto tiene que ver con Mulder —

dijo el Fumador.Strughold pareció no darle

demasiada importancia.—¿Qué ha visto? De la totalidad, no

ha visto más que pequeños fragmentos.—Ahora está decidido a proseguir

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—insistió el Fumador—. Con auténticadeterminación.

—No es más que un hombre. Unhombre solo no puede enfrentarse alfuturo.

El Fumador le entregó algo aStrughold.

—Ayer recibí esto…Strughold lo cogió, era un telegrama.

Lo leyó y después se quedó observandoel horizonte con la mirada ausente. Dejócaer el telegrama y en silencio se dio lavuelta y se adentró en el maizal. En elsudo, el telegrama se meció suavementecon el viento. Las escuetas palabrasnegras destacaban sobre el papel

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amarillo.

EXPEDIENTES X REABIERTOS.STOP.

RECOMENDACIONES. STOP.

Se levanto el viento, elevó eltelegrama y se lo llevó volando. Eltelegrama revoloteaba y se precipitaba;subió cada vez más alto bastadesaparecer en el cielo. Todo cuanto lavista podía abarcar eran los surcosinterminables de un maizal. Hectáreasde cultivo que se extendían por eldesierto tunecino, en el que dosinmensas cúpulas blancas destacabansobre el horizonte.