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5- LA POESÍA DE SALVADOR DÍAZ MIRÓN Fragmentos de unas Conferencias. Par ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ Sin antecedentes directos ni influencias perceptibles de la poesía mexicana anterior a la suya, Díaz Mirón aparece con la actitud grandi- locuente que repudió después y no siempre con justificados motivos. Tenía la voz magnífica, el ademán orgulloso, el verso de timbres metá- licos, la metáfora presta y el verbo atrevido y gallardo. Venía de Hugo y venía de Byron; pero con su estruendo americano, en pugna con el tono matizado de suavidad crepuscular que un crítico ilustre creyó ad- vertir en la poesía de México. Con su canto a Byron, su oda a Víctor Hugo y sus estrofas "A Gloria", conquistó una popularidad que tras-^ puso las fronteras de su patria. Algo de su pompa verbal, mucho de su altisonancia épica dejaron huellas profundas en varios poetas mayo- res, del Continente. Un día, se arranca con brusquedad el penacho, aca- lla la voz solemne de la epopeya y baja de la tribuna de la elocuencia civil para crear un arte nuevo en él, cercano al parnasiánismo por su ansia de perfección, pero muy lejos de su frialdad sistemática y muy diverso en cuánto a procedimientos expresivos. Era el tiempo de ^'Lascas". Ninguna renovación más completa y formidable en la obra dé un escritor. Los que veían estereotipada la imagen del Díaz Mirón primi- tivo, se sintieron desconcertados. El libro era inaccesible al vulgo y no 117

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LA POESÍA DE SALVADOR DÍAZ MIRÓN

Fragmentos de unas Conferencias.

Par ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ

Sin antecedentes directos ni influencias perceptibles de la poesía mexicana anterior a la suya, Díaz Mirón aparece con la actitud grandi­locuente que repudió después y no siempre con justificados motivos. Tenía la voz magnífica, el ademán orgulloso, el verso de timbres metá­licos, la metáfora presta y el verbo atrevido y gallardo. Venía de Hugo y venía de Byron; pero con su estruendo americano, en pugna con el tono matizado de suavidad crepuscular que un crítico ilustre creyó ad­vertir en la poesía de México. Con su canto a Byron, su oda a Víctor Hugo y sus estrofas "A Gloria", conquistó una popularidad que tras-^ puso las fronteras de su patria. Algo de su pompa verbal, mucho de su altisonancia épica dejaron huellas profundas en varios poetas mayo­res, del Continente. Un día, se arranca con brusquedad el penacho, aca­lla la voz solemne de la epopeya y baja de la tribuna de la elocuencia civil para crear un arte nuevo en él, cercano al parnasiánismo por su ansia de perfección, pero muy lejos de su frialdad sistemática y muy diverso en cuánto a procedimientos expresivos. Era el tiempo de ^'Lascas".

Ninguna renovación más completa y formidable en la obra dé un escritor. Los que veían estereotipada la imagen del Díaz Mirón primi­tivo, se sintieron desconcertados. E l libro era inaccesible al vulgo y no

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se imponía fácilmente a los que, sin ser vulgo, no estaban muy seguros en la apreciación de un arte sujeto a normas excepcionales y aristocrá­ticas. El verso era de una perfección rara; el odio al lugar común y a la palabrería insubstancial, adolecía de concentraciones oscuras; la inno­vación métrica, sin trasponer los linderos tradicionales, se caracterizaba por una variedad sapiente en que parecían desempolvarse ritmos aban­donados que una mano diestra se, encargaba de ennoblecer y dignificar. Un léxico opulento, una connotación precisa de los vocablos, un arte puro en la acuñación de la estrofa, un acierto cabal para las fórmulas de expresión que se antojaba hallazgo milagroso, una hábil construc­ción de orífice que posee los secretos de su oficio; todo esto había en la obra de Díaz Mirón. En el fondo, retórica; pero retórica suprema y puesta al servicio de una poesía alta a ratos, a veces honda, con frecuen­cia insuperable y definitiva. Tal arte personal e inaccesible a los imi­tadores —éstos llegaron apenas al umbral del procedimiento y nada alcanzaron de la herencia espiritual—, mantuvo aislada la figura del poe­ta, y así se explica que Díaz Mirón, más grande en "Lascas" que en sus primeros poemas, haya ganado en valor artístico y perdido en influencia y popularidad.

Del canto a Byron, de las estrofas "A-Gloria", ha habido y hay todavía resonancias en la poesía hispanoamericana; al poeta de "Lascas". dueño de un arte personal y poco accesible a ser repetido, se acerca, no la imitación, sino la admiración de los espíritus selectos.

Se ha dicho que la arquitectura de la obra mironiana es fragmen­taria, que a fuerza de pulimento en los detalles se advierten demasiado las junturas y se pierden las proporciones de lo monumental. Se ha murmurado hartas veces de la endeblez y poca variedad de sus ideas poéticas; pero ante la perfección marmórea de semejante lírica ¿no hay derecho de repetir con Mallarmé que la poesía no se forja con ideas, sino con palabras? Además, sería injusto no reconocer que aquella forma castigada se adapta a todas las emociones del poeta, lo mismo a las des­cripciones del "Idilio", cálida y colorida transcripción de nuestro paisa­je costeño, sin precedente en nuestra poesía y henchido de plasticidad y de anotaciones directas, que ala intimidad visionaria de "El Fantasma", donde la pureza de la emoción se interpreta con palabras que parecen

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hechas de aire musical y transparente y en que la evocación adquiere sugerencias misteriosas.

Pero no adelantemos nuestra visita a este campo lírico. Díaz Mirón tiene una vida, una leyenda y una obra; la vida ha contribuido a crear la leyenda, no siempre favorable, y la obra muestra con frecuencia los orígenes vitales de la emoción.

Muerto ya el poeta, dueño ya del silencio que nos permitirá entrar en el terreno vedado por sus intolerancias humanas, diremos de él con franca y sincera admiración mucho de su alto numen y lo menos posi­ble de sus flaquezas; de éstas, sólo aquello que nos ayude a desentrañar el misterio creador del gran poeta veracruzano.

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\ El tránsito terrenal de Salvador Díaz Mirón no tuvo, para emplear

las magníficas palabras del poeta, ".. .esa unidad espléndida y bruñida que constituye el mérito más alto de un libro, de un diamante y de una vida".

Nada hubo en su existencia de quietud, de cordura ni de suavidad; todo su vivir fué tormenta, agitación y rebeldía. De su padre heredó el don poético; en tierras del trópico halló propicio escenario a su tempe­ramento lírico; en su corazón mismo surgieron inconformidades e ím­petus de lucha que habían de cristalizar en actitudes gallardas o en actos impulsivos y lamentables.

Su educación no fué bastante para moderar arrebatos ni para en­cauzar fuerzas interiores. Alma difícil de ser dominada, rompió moldes y pautas, en ocasiones con grave perjuicio de su ser moral y de sus de­beres sociales. Escuela primaria, seminario, una breve permanencia en los Estados Unidos, lecturas bajo influencias familiares que lo iniciaron en las letras, decidieron su vocación y fueron los veneros que ha­bían de formar, al correr de los años, el torrente de su poesía.

Buscando abierto campo a sus actividades de futuro hombre de letras, se lanza al periodismo provinciano, único a su alcance, y publica versos y prosas que él mismo se encarga más tarde, y cediendo a sus

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actitudes orgullosas, de echar al menosprecio y al olvido. No eran las disputas de campanario de la prensa local las más. apropiadas para man­tener en calma los nerviosdel poeta, y a los veinte años, por dispíuta de juego o de prensa, riñe, .sale herido y con un brazo baldado. Este su­ceso, de grandes consecuencias morales, influye en* su carácter y en su destino. Con una hiperestesia nativa del honor y puntilloiso hasta el .ex­ceso, valiente y provocativo, su. accidental debilidad física lo lleva al complejo de inferioridad que lo obliga a convertirse en el hombre del revólver y lo orilla a pendencias en que hay sangre y escándalo.

Su odio a la injusticia, su indignación contra los abusos del poder, lo desvían por un tiempo de sus actividades literarias para lanzar un reto memorable al mandatario culpable de los asesinatos de Veracruz en 1879. Mantiene durante tres años su cartel de desafío y espera, no sin recordarlo insistentemente a la terminación del período gubernativo para que el lance se realice. No habrá tal. Componendas amistosas lo impidieron; mas el poeta sale de aquel suceso, no como pendenciero, sino como defensor valiente de víctimas sin culpa. En 1883, un nuevo choque personal lo obliga a matar a su adversario en propia defensa y tras de haber sido brutalmente golpeado por éste. El bardo sale ab-suelto; pero la leyenda del hombre impulsivo comienza á tomar creces.

En 1884 Díaz Mirón va a la Cámara de Diputados y se abre para él un paréntesis de gloria parlamentaria. Es el mom.ento cálido de la "Deuda Inglesa". Jefe de la minoría alzada contra la festinación oficial del asunto, Díaz Mirón se revela entonces como el tribuno elocuente en quien la palabra y el valor civil corren parejas. Su impetuosidad, en­cauzada por un momento en una noble dirección, le conquista popula­ridad, admiración y afecto en toda la República. El gobierno sale de­rrotado. Son para el poeta días de gloria sin mancha. Todo conspira para consagrarlo como orador y como poeta, como político austero y como valiente paladín de las buenas causas. Hasta su aspecto físico pre­dispone en su favor: es de buena estatura, delgado, casi enjuto, según Carlos G. Amézaga, que lo conoció por aquel tiempo. El mismo poeta peruano lo describe así: "más blanco que moreno y densamente páli­do; con grandes^ ojos que centellean y se apagan como focos inseguros de luz eléctrica; con cabelíos abundantes, ensortijados y oscuros, que

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caen en desorden sobre una frente 'abultada y poco espaciosa; agregad a esto una correcta nariz, una bopa .desdeñosa que acentúa un bigote fino retorcido hada arriba.,." .

Juventud vigorosa. EL camino del triunfo parecía abierto y sin ' obstáculos... Pero la vida se encargó de cerrarlo y otra vez cayeron manchas de sangre en la doble corona de laurel. En 1892, da muerte a Federico Wólter. Escándalo, prisión durante cuatro años, infortunio real y dolor de los suyos. El poeta había sido provocado y herido; pudo escapar aceptando el sacrificio de un amigo; pero prefirió ponerse en manos de la ley. Al través de las rejas,de su prisión miró pasar a la viuda de Wólter con sus hijos, y oír cómo ella lo señalaba con el dedo y les decía: "¡Hijos, aquel es el asesino de vuestro padre!" Luego, otro in­fortunio más: la muerte de su progenitor mientras el poeta cumplía la condena en la cárcel del puerto de Veracruz. La piedad oficial le per­mitió ir a ver el cadáver del autor de sus días. Del suceso sangriento^ y de la visita a su hogar para ver por última vez al padre muerto, hay re­miniscencia en dos poemas de "Lascas": "Excelsior" y "Duelo", de los cuales son estas estrofas:

"EXCELSIOR"

Conservo de la injuria. , no la ignominia; pero sí la marca. ¡Sentime sin honor, cegué de furia, y recogilo de sangrienta charca!...

Sobre la impura huella del fraude, la verdad, austera y sola, brilla como el silencio de una estrella por encima del ruido de una ola.

Si lihipiamos el poema de ciertos versos enfáticos —explicables por la rebeldía espiritual del prisionero— es imposible dejar de ser seducidos por su belleza, que cristaliza en la maravillosa estrofa final.

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"DUELO" -Llego entre dos esbirros que no dudan de que a un monstruo feroz guardan y aquietan. Gritos desgarradores me saludan y brazos epilépticos me aprietan...

Y ante la forma en que mi padre ha sido, lloro, por más que la razón me advierta que un cadáver no es trono demolido ni roto altar, sino prisión desierta...

Hay en este último poema voces que desentonan por su prosaísmo, cierto "humour" fuera de lugar en la penúltima estrofa y un afán pura­mente retórico de sustituir expresiones normales por otras desusadas y sin perfecta sinonimia, como aquella del ''negro traje qtte se?neja extra-7?í?" en vez de negro traje que parece ajeno; pero nadie será capaz de no advertir el dolor profundo y contenido, la grave voz que apenas deja rezumar el llanto, la. protesta del espíritu superior de ser tratado como un ente vulgar, y la forma plástica insuperable con que el poeta evoca la escena. Nadie tampoco negará la emoción comunicable y los hondos atisbos espirituales del poema. Cuando veamos la evolución de la poe­sía de Díaz Mirón, anotaremos cómo el dolor y la humillación han pro­ducido en el ánimo del bardo un movimiento de protesta; pero también un ímpetu de purificación ausente de sus versos anteriores.

Conseguida la libertad, la vida de Díaz Mirón pierde brillo a los ojos de sus contemporáneos. Hay en ella nuevos y- más descoloridos contactos con la política; aceptaciones desusadas en el poeta; publica­ción de su gran libro definitivo, "Lascas"; la rodomontada contra Sari-tanón que fué causa de burlas e ironías en vez de gloria; actitudes no precisamente defendibles frente al poder; vejez digna, conturbada en dos ocasiones por accesos de cólera, ya frente a un alumno, cuando era di­rector de la Preparatoria de Jalapa, ya en un intento homicida con un colega del Congreso.

Gustaba él departir con los escritores jóvenes a quienes deslum­hraba con su palabra y con su cultura. En verdad, quien hacía uso de la

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palabra era sólo él, y sus interlocutores se transformaban en oyentes in­capaces de interrumpirlo como no fuera para elevar murmullos de admi­ración. No falta quien asegure que aquellas exposiciones sobre tres o cuatro temas, tenían mucho de preparación intencionada y se repetían con demasiada frecuencia. Pero la cultura del poeta era real y su inte­ligencia brillante y avasalladora.

Después, tristezas, destierro, soledad noble y digna, y muerte en paz y gloria. Nosotros no hemos querido trazar una biografía, sino re­cordar algunos de los rasgos de la vida del poeta que nos sirvan para explicamos tal o cual pasaje de sus poemas y la actitud literaria general de su obra. Para los espíritus curiosos que quieran saber más de aquella existencia atormentada y procer, yo recomendaría el libro en que el in* teligente crítico Antonio Castro Leal ha reunido la obra completa de Díaz Mirón y ha relatado serena e imparcialmente su vida.

Cuando hay una mengua, ya accidental, ya congénita, de la persona física que coloque a un ser humano en condiciones desventajosas frente a sus congéneres, cada hombre reacciona de acuerdo con su tempera­mento. Cervantes, gran ejemplo de espíritu noble y humano, se enor­gullece de su manquedad; recuerda que ella le sobrevino en la más alta ocasión que vieron los siglos y se consuela pensando que si sus heridas no resplandecen a los ojos de quienes las miran, son estimadas por los que saben dónde se cobraron. Milton, pobre, perseguido y ciego, halla en la eternidad de su noche lo mejor de su inspiración que la piedad filial recoge para la' admiración de la posteridad. Ruiz de Alarcón, saca de su miseria física resignación orguUosa y enseñanza moral para los hombres. Byron, en cambio, se duele sin cesar de su cojera y aun llega a andar a mojicones con quienes fijan los ojos en su miembro enfermo. Mucho de su inconformidad social y de su desprecio a los hombres ra­dica en aquella desgracia que afea su natural belleza física. Llegando acá, a lo contemporáneo, el brazo perdido de don Ramón del Valle Inclán le enriquece la ya opulenta fantasía y es fuente de altivas y rego­cijadas narraciones que emboban a sus oyentes absortos en la magia de su mentira.

En Díaz Mirón, el brazo inútil le crea uñ complejo de inferioridad física y una exaltación del orgullo que fué siempre en él rasgo domi-

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nante. Hombre de arrebatos difíciles de refrenar, valiente por natura­leza, rebelde a' toda sumisión injusta, alma de paladín de las que juzgaba buenas causas y dispuesto en toda ocasión a exponer la vida hasta per­derla, no pudo resignarse a ser humillado por la fuerza, ya que la suya había sufrido grave quebranto. Sü actitud fué lógica dentro de su na­turaleza combativa; había que sustituir con un arma peligrosa la miseria física, y con un aire de reto en la palabra y en el ademán el posible desdén de los que pudieran mirarlo como adversario sin peligro. Siem­pre fueron la entereza, el orgullo y el reto características de su persona­lidad poética; pero la injuria física dio ocasión para exaltarlas.

Hay en la obra del poeta tres épocas fáciles de distinguir: la ante­rior a "Lascas", la que comprende los años de creación de este único libro y la posterior a él, cuya nota es la producción esporádica y escasa de sus poesías últimas. Espontaneidad juvenil, de gran poeta indiscuti­ble; madurez artística y humanidad vigorosa y atormentada; afán de crear una estética personal y preocupación retórica; he aquí las tres direcciones en que se mueve el espíritu poético de este excepcional artista.

Dejando a un lado composiciones de la primera juventud, de un ro­manticismo al uso, aunque sin lloriqueos sentimentales, Díaz Mirón reve­la desde sus primeras obras no sólo el evidente don lírico, sino un ins­trumento verbal envidiable, un léxico rico y un verso de magnífica sonoridad. Hay en este hombre una dualidad espléndida de emoción y de técnica que irá creciendo sin cesar, por más que haya quien juzgue que a medida que la forma se depuraba hasta la p,erfección, el numen daba signos de eclipsarse. Ya demostraremos más tarde que íesta opinión dista mucho de la verdad.

Lo primero que se advierte cuando se lieen los versos de su época inicial, es la fe ciega del bardo en la posición privilegiada del artista. Privilegio, no sólo en el arte, sino en la vida, derecho de no ser juzgado por las mismas leyes que los otros hohibres, sino por códigos de excep­ción y en esferas más altas.

"Yo soy, sí,' quien mató al hombre, y a mí sólo Dios me juzga..."

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hubiera querido decir Díaz Mirón con las palabras de un romance del Duque de Rivas puestas en los labios de Don Pedro el Cruel. Esta idea de la situación-del genio fuera de las normas usuales, es nota domi-. nante en la obra lírica del bardo veracruzano- Se siente impelido a can­tar todo lo que a sus ojos sobrepasa la estatura común de los hombres, y fija la mirada en los héroes de la antigüedad.y en sus artistas preferidos. El tono épico de muchos de sus.poemas,, tono abandonado en "Lascas", es la demostración de su tónica espiritual. Los poemas de amor de este tiempo, sensuales y plásticos, no revelan al amante rendido, sino al ^do­minador de la vida que apenas concede horas de ocio al instinto carnal para seguir, ya ahito o siquiera satisfecho, en su obra heroica, trascen­dental y salvadora. La frecuencia con que Díaz Mirón quiere fundar su estética personal, nos da coyuntura para demostrarlo. He aquí unos versos reveladores:

Tu lugar no está en mi fragua. ¿Qué te importa la obra mía? Yo no labro joyas de esas que a las mujeres cautivan: forjo armaduras, escudos, cascos, espadas y picas ,. para todos los derechos que combaten por la vida.

Es indiscutible que el poeta se siente llamado a desempeñar una alta misión social, y el amor, según él entiende, es apenas flor marginal del áendero, que habrá de cogerse y aspirarse para arrojarla y seguir ía ruta marcada por el destino superior. Estos rasgos mesiánicos se repi­ten al través de la obra. Verdad es que estas actitudes son muy del tiempo en que Díaz Mirón escribió^sus poemas juveniles; pero también hay que reconocer que el ansia de manumisión del paria, la liberación del oprimido, el reto a la injusticia humana y el culto a los defensores de los derechos del hombre, hallan acentos magníficos en la musa del poe­ta, y no hay motivo que justifique el desdén con que su autor miró la totalidad de su primera obra lírica. Acentos conmovedores sobre los desamparados de la vida hay en el poema "Los parias"; trágica pintura

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del reclutado por la leva hay en los versos de "El desertor"; noble ho*-mensaje al sacrificio sin gloria puede leerse en el soneto "A los héroes sin nombre"; y toda una idea social y justiciera se expone poéticamente en este poema titulado "Asonancias";

Sábedlo, soberanos y vasallos, Dróceres y mendigos: nadie tendrá derecho a lo superfino mientras alguien carezca de lo estricto. Lo que llamamos "caridad", y ahora es sólo un móvil íntimo, será en un porvenir lejano o próximo el resultado del deber escrito.

Y la Equidad se sentará en el trono de que huya el Egoísmo, y a la ley del embudo que hoy impera, sucederá la ley del equilibrio.

Alguien dirá que estos versos más parecen exposición de una teo­ría que poesía pura. Mas el poeta auténtico tiene derecho de hablar así a los hombres. El contenido ético y social de un poema bellamente es­crito, no es su menor encanto.

La única cosa lamentable en esta actitud mironiana es que con fre­cuencia, y si no con frecuencia más de una vez, tiene el poeta salidas de tono que apenas serían perdonables en la musa de Antonio Plaza. Es aceptable que al sentirse procer reclame "el hacha y el tajo" porque el andrajo no merece suerte igual; pero son cuando menos de muy dudoso gusto aquellos retos de sus espinelas:

"¿Humillarme? Ni ante Aquél Que enciende y apaga el día. Si yo fuera ángel, sería el rebelde ángel Luzbel.

¿Doblegar la frente altiva ante torpes soberanos? ¡Yo no acepto los tiranos ni aquí abajo ni allá arriba!"

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Claro está que se puede ser ateo; también es explicable, como en el portugués Guerra Junqueiro, lanzar invectivas contra los dogmas con el intento de arrancarlos de las almas populares. Pero es un poco infantil colocar a Dios en el altar para luego desafiarlo. Los lunares que allá de tarde en tarde afean la primera obra de Díaz Mirón, quedan borrados por sus innegables bellezas y eliminados en sus poemas de ma­durez. Vamos después a considerar otros aspectos de su obra.

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En los poemas de carácter épico escritos por Díaz Mirón en su primera obra, la influencia de Víctor Hugo es demasiado visible. Tiene del poeta francés no sólo reminiscencias verbales y aun versos comple­tos incluidos en sus estrofas —claro está que entre comillas, porque el poeta mexicano era incapaz de un plagio—, sino el tono característico de la poesía huguiana, sus antítesis, sus hipérboles, su estruendo oratorio, sus imágenes violentas, sus evocaciones históricas desordenadas y la fre­cuente confusión de la historia con la leyenda. El poder verbal de Hugo ejerce en el ánimo de nuestro poeta una fascinación poderosa. Díaz Mirón querría ser semejante al autor de la Leyenda de los Siglos, y su admiración por el modelo le inspira versos hiperbólicos. En su oda al poeta francés no hay alabanza que no le sea prodigada. Víctor Hugo es en el poema "titán que escala el cielo, cóndor de los Andes, Prome­teo, nuevo Juan en Pathmos que lanza los relámpagos de otro Apocalip­sis, Cristo en el Gólgota, resumen de Píndaro, Anacreonte y Jere­mías, gloria insuperable del mundo", y termina la composición con esta estrofa:

"¡Contemplad al coloso! Ved cómo lucha y lucha y no desmaya, cómo pisa radiante y majestuoso el más alto crestón del Himalaya; cómo allí, puesto en Dios el pensamiento, revela un nuevo mundo en cada grito... ¡Atlas en que se apoya el firmamento! ¡Atalaya que explora el infinito!"

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Si algún poeta de Francia conoció en vida la consagración-popular, el aplauso unánime y los resplandores de la gloria, fué Hugo. A.su. muerte, una reacción injusta trató de vihpendiar su nombre y de reba­jar su culto. Hoy, la crítica se vuelve al autor de "Los Miserables" para colocar a la debida y envidiable: altura sus merecimientos de grande en­tre grandes. Pera creo que ni antes ni-ahora se le han prodigado tan des­mesuradas alabanzas. , ■ i

Debemos hacer notar que Díaz Mirón, egotista y orgulloso como se nos presenta en su primera época, tiene la admiración fácil y gene­rosa, prueba clara de que no está dominado por la baja pasión de la envidia. En las estrofas a Byron, otro de sus objetos de adoración, que­ma en su altar el incienso más puro de su poesía. Este canto a Byron, debe ser leído por ser una de las notas más características del Díaz Mirón de la primera época.

Eñ vano la voz prof erica del bardo augura para el poeta inglés glo­ria no sólo inconmovible, sino creciente. Byron ha dejado, acaso defi­nitivamente, su sitio a poetas menos celebrados. por el mundo en su riempo. Shelley, Keats, ellos cuando menos, han relegado el mito byro-riano a un segundo, aunque envidiable término de belleza, que dej^ incólume la leyenda. Pero ello no importa. Las estrofas de Díaz Mirón están allí para revelarnos los ideales de una hpra, los gustos estéticos de un momento histórico y literario. La juventud de hoy pondrá reparos a tanta exaltación; encontrará ripioso algún verso como aquel que dice: "Y tu numen fué entonces un mal hado"; hallará oscuridad en algunos fragmentos, como la primera estrofa.. .Pero los que vit^imos en aque­llos días de exaltación romántica ¡qué profunda emoción experimenta­mos con aquel poema que nos aprendimos de memoria! Corridos los años; trocados los ideales de entonces por otros que tal vez habrán de pasar; orientados los ánimos en direcciones a veces opuestas ¿habrá quien niegue a la musa del poeta veracruzano yna calidad poética que lo unge con el óleo santo de un arte superior? . . .

Fué en aquellos años anteriores a "Lascas" cuando Puga y Acal llamaba a Díaz Mirón **el príncipe de los poetas mexicanos".

La nota épica tiene en los primeros >v«rsos del poeta acentos mere­cedores de su fama. En "Voces Interiores", en "Boedromión", en otros

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muchos poemas, hay versos dignos del autor de la **Leyenda de los Si­glos", y no resisto la tentación de transcribir el poema titulado "La Conmemoración" y que tiene por subtítulo '^Espectros Épicos".

¿A dónde con los griegos melenudos va por el golfo insigne tanta nave al compás de la tibia que en agudos tonos imita la canción del ave? Himno de acentos bélicos y rudos suena confuso y grave.

¿Es el pean? Guerreros espolones amagan en las proras esculpidas, y la flota triunfal lleva festones de rosas y relámpagos de egidas, y argenta de espumosos borbotones las olas divididas.

El sol entre arreboles resplandece como broquel de oro que a indistinto dios vestido de púrpura guarece, y el húmedo cristal, a trechos pinto de reflejos de múrice, parece en sangre persa aun tinto.

No fué Díaz Mirón un helenista, ni se distinguió por su versación en humanidades. Pero le bastaron lecturas hechas de prisa y puestas al servicio de su maravillosa intuición lírica para lograr esta preciosa evo­cación.

Sólo un ansia de perfección incontenible, que termina en la muer­te, un horror de lo impuro y malogrado que crispa los nervios del crea­dor de belleza, pudo empujar a Salvador Díaz Mirón a asumir la actitud despreciativa hacia sus primeras composiciones. Verdad es que cuando apareció el libro "Lascas", todas laá primitivas debilidades de forma que­daron relegadas a un plano distante e inferior. ¿Pero por qué el poeta pretendió arrojar al olvido joyas de tal pureza como "Toque"?

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' * 'y.' ' ' ' -' "¿Do'esrá lá enfeda ^ que no tiende .: hy-i .' ■ corrfD ún penacho su verdor oscuro •

, . - í . , ' . sobre la tapia gris? La yedra prende ' su triste harapo al ulcerado muro,..

¿Db está eF árbol simbólico y risueño que uñ tiempo fué para el lacerto jira, para el ave palacio, para el sueño canción dé arrullo' y para él viento lira?...

Hay en este poema la emoción pfofunda, la belleza esencial que mana de una obra de arte íntegramente lograda. Sin las preocupaciones prosódicas de épocas posteriores, sobre todo dé la última, deja que los asonantes se acoplen a su antojo en cada verso sin que el afán de puli­mento modifique la primera intención verbal. La retórica excesiva está aquí ausente; sólo queda el natural dominio de la forma de una facilidad encantadora y no aprendida. Tampoco merece el gesto desdeñoso del poeta su "Requiescat in pace", cuya noble gravedad anuncia ya los ver­sos de "A un profeta", y del cual recojo estas estrofas en que el acento de Fray Luis parece tener un eco lejano:

"¿Cuándo habrá mar en calma para el esquife en que mirando al cielo, boga y suspira el alma? -La fé se encoge ¡oh, duelo! como ave a punto de emprender el vuelo...

¡Sabio quien busca y halle a la sombra del árbol paz cumplida en apartado valle, cabe limpia y dormida corriente, imagen de su nueva vida.

No cultivéis ¡oh, buenos! más tierra que la tierra. El barro humano vale a vosotros menos que el que nutre el gusano y da una planta a quien le arroja un grano.

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' 'Esté desdén hacia uña obra qué, en una buena parte, es de subidos quilates, se explidá segaraméñte por la opulencia 'conscierite de una ex­cepcional fuerza lírica: Más dé algún poeta, y no de los menores, se enorgullecería de éstas migajas arrojadas por el vate vérácruzáno como desperdicios de sü lírico banquete. Es inevitable lamentar que el orgu­llo del procer'no hubieira acicalado con cariño la'mitad cuando menos dé su obra dé jutentüd, aquélla que, aun sin haber escrito "Lascas", lo pondría a la altura de lo'S'más ilustres poetas mexicanos*

Es difícil asignar fechas precisas a los poemas coleccionados por Díaz Mirón en su libro único, aparecido en el año de 1901. El poeta da a entender en el prólogo, que desde 1892 adopta un criterio artístico incompatible con su poesía anterior. No tenemos motivo alguno para dudar de la palabra del bardo. Pero cabe preguntamos qué elementos de la propia vida influyeron en el cambio de estética mantenido después por Díaz Mirón. ¿No €s extraña y significativa coincidencia que la fecha de 1892 sea la de la muerte de Wólter y la de su ingreso en la cár­cel de Veracruz? Porque en el libro que guarda el. testamento lírico del poeta, hay señales,, no.sólo de una modificación literaria profunda, sino de una innegable transformación espiritual. El artista ha cambiado; pero mas ha cambiado el hombre.

El dolor en el poeta auténtico no pasa por el alma sin dejar huella imborrable. Más que el goce, da tono a la canción. La alegría es más fácilmente simulable. En ^1 dolor, la sinceridad se impone con un do­minio casi imposible de salvar.

En el alma orguUpsa y ha^ta allí triunfadora de nuestro poeta, han caído penas que lo obligan a tremendas rectificaciones. Luego ¿es ver­dad que el castigo puede estigmatizar la frente de los más altos? Enton­ces ¿no hay carta blanca de impunidad para el genio cuando éste se atreve a violar las leyes humanas? ¿Es, pues, necesario que el culpable, aunque sobresalga del nivel común, sufra prisión y afrenta?... Todas las afirmaciones lanzadas para hacer del hombre extraordinario un sujeto de excepción, un privilegiado de la vida, ¿van a caer por tierra en la lobreguez de una mazmorra? Allí, en el calabozo infamante, toma el poe-

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ta por vez primera, contacto con el silenció y la soledad. Buenos conse­jeros. Quedan allá muy lejos los días en que se> disculpan y aun se fes­tejan los arrebatos, en que la fama de valentía entreteje sus ramas de encina con el fresco laurel del canto, en que la tribuna se brinda a la elocuencia y los aplausos suenan en los oídos y en él corazón. .• Todo ello obliga a la meditación, al examen de conciencia; No importa que el arrepentimiento no aparezca en forma verbal. .Allá adentro está como un gusano que roe las entrañas y es aviso constante de que no todo en la existencia es triunfo y gloria, sino castigo y humillación, Sin que deje Díaz Mirón de mantener su fe en un juicio más alto para la conducta del del genio, ya echó de ver la ingratitud, el desvío y el rechazo de sus ad­miradores. Todo esto lo convierte en mayor poeta y en hombre cabal; el sentido ético ha entrado con gravedad y firmeza en su corazón. Todo en su único y gran libro es ganancia espiritual.

Antes de entrar en él, antes de examinar el nuevo rumbo y el des­usado procedimiento que en la obra se revela, conviene escuchar la pro­pia confesión del poeta en el prólogo de "Lascas", del cual son estos fragmentos: -

"Esta colección de versos constituye, por hoy, mi único libro au­téntico; y ninguna de las poesías que lo integran ha sido publicada antes de ahora.

"Una tipografía yankee juntó en un volumen, y luego puso en venta, ciertos cantos de mi cosecha, recogidos de los periódicos; pero lo hizo sin mi consentimiento, sin consultarme siquiera, ni enviarme un cénrimo. Perpetró una usurpación, un despojo^, se apoderó alevemente de lo ajeno y lo expendió como cosa suya. ¡Buen provecho!

"Más que el desvergonzado latrocinio, dolióme que la extranjera empresa, provista y asesorada ppr no sé qué "paisano mío", recargara, con pecados que no cometí jamás, mi asendereado nombre literario, que ya andaba con pesado fardo. Mis infortunadas co^lposiciones yacen en el haz fraudulento, no sólo plagadas de horribles yerros d.e imprenta, sino alteradas, intencionalmente,; y como por malicia de inquina, pues advierto allí grotescos cambios de títulos, al par que nocivas supresiones y añadiduras..." , ,

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Después de estas palabras, que no tienen desperdicio y que son una confesión sincera del artista, vamos a entrar en el voíumem para estudiar la reforma estética adoptada por el poéta^ el tono ^ espiritual de su poe­sía y el credo retórico, que extremado a veces, da origen a una expresión Síd generis', que no a todos los lectores convence;

También procuraremos desentrañar^ qué parte queda en. Díaz Mi­rón de su antigua lírica y qué elementos inesperados aparecen en sus poemas de este libro fundamental. Porque no es factible adquirir un alma diferente para arrojar al suelo la propia como un traje inservible, sobre todo si; el manto, como en el caso de Díaz Mirón, es de púrpura.

El mismo poeta de "Lascas" nos ayuda a fijar los procedimientos de su nueva manera poética. -

Fué muy dado a expresar su credo estético, no en forma doctrinal, sino como una confesión explicativa de sus actitudes literarias. Díaz Mirón estuvo casi siempre en diálogo con su público lector. No es, sino por momentos, poeta de soledad. Era necesario para su espíritu justifi­car su obra y su estética. Ya en el primer poema del libro nos anuncia su propósito de no buscar el aplauso fácil, sino ejercer una influencia dominadora y universal.

Quiere esquivar la aprobación ingenua de "las doncellas cautas", y lanzar su inspiración hacia todos los rumbos. Adusto ante el versilibris-mo y enemigo del verso blanco, mantiene el valor de la rima. El argu­mento, un poco infantil, de que los refranes duran por las rimas, por más que ellas no sean: de lo más exquisito, puede traducirse en una fe recóndita en el alma popular, ya receptora o ya creadora de la emoción humana. Ahora, al poeta le importa menos agradar, que dejar en el ánimo un impresión duradera. Otro afán del artista, cuyos anteceden­tes se pueden hallar en su obra anterior, es el realismo, en ocasiones crudo para espíritus timoratos, que campea en muchos de sus poemas. Su visión plástica nunca desmentida y vigorizada en su libro único, lo empuja no solamente a exagerar la nota directa^ frecuentemente anec­dótica, sino a usar de expresiones atrevidas y no siempre-poéticas..

Hay que reconocer el derecho del artista en el enriquecimiento de su tesoro verbal. La división de las palabras en poéticas y prosaicas, tie­ne mucho de retórico y arbitrario. Los poetas grandes ennoblecen la

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palabra, ya usándola con valentía para no^aten^^ar l i fuerza de la expre­sión, ya sacándpla del injusto olvido de que hg sido. víctim?i. Hay voces desafortunadas que cayeron en desuso por causas imposibles de encpn-trar y que esperan el "levántate y anda", como, el arpa arrinconada en

^ la sombra del poeta sevillano, Y hay otras que nunca han salido a luz sino para el suceso vulgar, palabras callejeras que no han pisado jamás los aristocráticos salones de la poesía, frecuentados por sus hermanas de noble y antiguo abolengo. Al poeta toca desc;ubrirlas o ennoblecerlas.

Reina en todo el libro que venimos exanoinando, un respeto pro­fundo a la forma castigada, a la expresión,perfecta y a la corrección gramatical. Se diría, que cada palabra y cada giro han sido ocasión de consulta del diccionario y resultado de la frecuentación de los clásicos. Hay veces en que Díaz Mirón cree necesario anotar las causas por las cuales ha empleado un vocablo en tal o cual acepción,o los motivos

( que lo inducen a separarse de la doctrina usual. Habrá quien sonría de estas minucias en tan grande espíritu de poeta; pero ellas demuestran con qué rigor, con qué profunda conciencia de artista, con qué alta idea de su misión lírica el poeta ha madurado su obra hasta hacerla perdurable. ♦

Otra modificación profunda y perceptible de este artífice, es su deseo de dar al verso un carácter definitivo, sin posible tnjequQ ni burda falsificación. Busca la expresión clara y fuerte, la concentración que intensifique la idea, la síntesis que no ahogue la emoción en palabrería. Y para conseguirlo, se remonta a las fuentes del idioma, a lavsobriedad y concisión latinas^ libres de artículos y partículas ociosas.

Su poesía no es fácil, ni hay en su obra señas de improvisación. Sus naturales dotes estuvieron siempre gobernadas y contenidas por un buen gusto exigente y descontentadizo. Pero ya en la yejez, sintió el poeta un dolor por la cortedad cuantitativa de su obra, parquedad,que le im­pedía seguir en leal competencia con otros poetas, de su generación. Y urdió la inocente farsa de hacer ddi dominio publico la existencia de una serie de libros inéditos de los cuales sólo alcanzó a (dar el título y unos cuantos poemas qne no fueron coleccionados hasta la aparición del libro en que Antonio Castro Leal reúne la obra completa del, bardo. En.nada se rebaja la personahdad lírica de Díaz Mirón con la escasez

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de sus producciones. Ademas de, que nujica £u,é poet;á desabra larga, sino de labor condensada y repulida, nada cuenta en el haber de un ar­tista la fecundidad sino cuando va acompañadíi de la belleza indiscuti­ble. Y aun afea a una obra enorme la presencia en ella de lunares inevitables por falta de tiempo para la necesaria corrección. Ejemplo ilustre de ello es Lope de Vega, tan gran poeta siempre, a quien no fué dado eliminar de su producción portentosa 1^ debilidades que la de­forman, aunque no lleguen jamás a empequeñecerla. Pero Díaz Mirón no estuvo nunca exento de vanidades, y una de ellas fué sentirse siem­pre, o fingirse dominado por un dios. Pecado romántico.

Otro nuevo elemento que hallamos en "Lascas", aunque no esté ausente de su obra anterior, es el paisaje. - El poderío del poeta para pin­tar lo que veían sus ojos, era envidiable. Paisaje fuerte, de líneas vigo­rosas, de color rico, de evocación plástica,-fué siempre el suyo. Pero en "Lascas", se encuentran los mejores ejemplos de su poder pictórico. Casi nunca hay en el paisaje mironiano una segunda intención fuera de la plástica. La sugerencia viene por sí sola cuando el ánimo del lec­tor está dispuesto a experimentark. Se diría que es un pintor, un gran pintor, quien logra aquellos cuadros palpitantes de verdad, si no fuera porque la expresión es de un poeta auténtico y déla más alta ley. Y no se limita el poeta al paisaje. Cualquier visión que quiere trasladar al poema, aun las de carácter íntimo y sentimental, toma en sus versos apa­riencias plásticas. Recordaremos después esto con la lectura del soneto en alejandrinos "El Muerto", esdrito en 1895 e inspirado en la contem­plación del cadáver de su padre. En cuanto a las obras maestras descrip­tivas, son quizás las más numerosas del libro y de la obra ulterior. ¿Quién puede olvidar el "Idilio", ciertas estrofas del "Beatus Ule" y "Encinas", en que el cuadro exterior se graba en la mente, ya imposible de ser borrado?

Bastaría el enriquecimiento que significan en el poeta estas nuevas notas que completan su personalidad, si no existiera un mayor motivo de sorpresa con la aparición de poemas de una intimidad desusada, de una pureza espiritual, dé un sentido hondo y contemplativo, que dan al libro qiie venimos examinando un tono de elevado pensamiento y dé

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desasimiento lírico que engrandece la poesía y refuerza su sentido humano. . -

Ya dijimos antes que la vida no hirió a Díaz Miróíi inútilmente; que el dolor fué su último maestro y el inspirador de creaciones que aparecen por primera vez --como espíritu y como forma^ en la hora solemne de la madurez avanzada. Hay acentos en "Lascas" y en sus obras escritas después de este libro y na coleccionadas, que parecen de otro poeta, que significarían una opuesta dirección, si no conservaran el sello inconfundible de la técnica mironiana. Pero la técnica no es todo. El procedimiento del poeta* para escribir sus poemas inmortales, sorprende y maravilla; el resultado de su esfuerzo, pasma; y cuando in­terviene otro elemento interno que flota en planos de mayor elevación y suspende el ánimo, entonces es cuando el nombre de gran poeta sale de los labios para urgir el numen soberbio del vate veracruzano. Mo­mentos como el de "La Oración del Preso", "El Fantasma" y el "Beatus Ule", son momentos definitivos y consagradores.

La retórica se queda en un plano secundario, por más que sea en Díaz Mirón de la más refinada calidad, y elemento inevitable en toda obra de arte poética. Olvidamos gustosamente el, trabajo benedictino de andar,expurgando los versos de asonancias, dp correr en busca de la palabra inesperada para sustityir coja ella la familiar y sencilla, de lim­piar, escoba en mano, todos los,artículos, todas las conjunciones y las preposiciones que privan a ía frase de elegancia y gallardía. Todo está bien; pero el poeta no nos ha amueblado la casa para dejarla, vacía y desamparada. Dentro de la jaula de oro, canta el celestial ruiseñor. Dig­na morada para tan alto numen.. .

Hay que convenir en que la realización cabal de la mayor parte de los poemas de "Lascas" hace olvidar todo lo que se ha dicho como reparos a la poesía de Díaz Mirón. Nos olvidamos de la frecuente au­sencia de la sensibihdad, del pamasianismo helado que se le moteja, de la falta dé vida interior que se le ha echado eri caira, de su retoricismo, de haber gastado versos y versos en foimülar su estética definitiva para una obra que no habría de concluir; todo esto queda en lá sombra y sólo permanece frente a nosotros el fulgor de los'poemas én aúe "pudo dar forma completa a su propio idéaL Además, toda obra- artística, por

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grande que seai no es sino un ensayo de la obra posible que el artista ha soñado con crfear.

No olvidemos que después de "Lascas", libro de cuarenta poemas, Díaz Mirón no publicó sino unas veinte composiciones más, por cierto que haciéndolas aparecer como parte de libros que nunca vieron la luz. No falta quien diga que se pasó la vida el poeta esforzándose en crear su estética propia, y que no pudo ya dar la obra que se había pro­puesto crear. .

Ya dije que todo esto nada vale frente a los poemas en que la forma y el espíritu de Díaz Mirón están presentes. La pequenez de una obra poética, si se ve en ella la perfección de lo realizado, es suficiente para la gloria artística. Y es el caso ilustre de Salvador Díaz Mirón.

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CRÓNICAS E INFORMES

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