Enseñanzas del papa francisco no 94
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El 2 de Marzo dijo en parte de su homilía: “cuando uno aprende a acusarse a sí mismo
es misericordioso con los demás: 'Pero, ¿quién soy yo para juzgarlo si yo soy capaz de
hacer cosas peores?”.
“En el tiempo de Cuaresma el Señor nos dé la gracia de aprender a acusarnos”, siendo conscientes de
que somos capaces “de las cosas más malvadas” y
decir: 'Ten piedad de mi, Señor, ayúdame
a avergonzarme y dame misericordia, así podré tener misericordia con los demás”.
…“todos somos pecadores”, no “en teoría” sino en la realidad.
Esto indica “una virtud cristiana, de hecho más que una virtud”,
la “capacidad de acusarse a sí mismo”.
…“Todos tenemos una excusa sobre nuestras faltas,
nuestros pecados, y muchas veces somos capaces de
poner esa cara de no he sido', cara de
'Yo no lo he hecho, quizás ha sido otro':
hacerse el inocente. Y así no se puede avanzar en
la vida cristiana”.
“Es más fácil acusar a los demás y sin embargo sucede algo un poco extraño”:
“Cuando comenzamos a ver de qué cosas somos capaces”,
al principio “nos sentimos mal, sentimos asco” pero después
“nos da paz y salud”.
“Cuando encuentro en mi corazón alguna envidia y sé que esta envidia es capaz de hablar mal de los
demás y matarlo moralmente”. Esto es la “sabiduría de acusarse a sí mismo”.
“Si nosotros no aprendemos este primer paso de la vida, nunca, nunca daremos pasos en el camino de la vida
cristiana, de la vida espiritual”…Esto es acusarse a sí mismo, no
esconderse a uno mismo las raíces de pecado que habitan en
nosotros, las muchas cosas que somos capaces de hacer, también si
no se ven”.
A todo esto se añade la necesidad de avergonzarse ante Dios. “'A ti, Señor, nuestro Dios, la misericordia y el perdón.
La vergüenza para mí y a ti la misericordia y el perdón”.
Este diálogo con el Señor nos hará bien hacerlo en esta Cuaresma:
acusarse a sí mismo.Pidamos misericordia”.
El 3 de marzo dijo en parte de
su homilía: …Una invitación de Dios:
“paren de hacer el mal, aprendan a hacer el bien”, defendiendo a los huérfanos
y a las viudas, es decir, “a aquellos que nadie
recuerda”, entre los que también se encuentran “los ancianos abandonados”,
“los niños que no van a la escuela”
y aquellos “que no saben santiguarse”.
“Entonces, ¿cómo puedo convertirme? '¡Aprendan a hacer el bien!'. La conversión.
La suciedad del corazón no se elimina como se hace con una mancha: vamos a la tintorería y salimos limpios...
Se quita con 'hacer': ir por un camino distinto, otra calle distinta a la del mal. ' ¡Aprended a hacer el
bien!'”.
“¿Y cómo hago el bien?”.
“¡Es sencillo! Busquen la justicia, socorran al oprimido, hagan justicia con el huérfano, defiendan la causa de la
viuda'”.“Háganles justicia a ellos, vayan donde están las l lagas de la
humanidad, donde existe tanto dolor... Y así, haciendo el bien, lavarás tu corazón”.
“Si tú haces esto, si tu vienes por este camino, al cual yo te invito -nos dice el Señor-
'también si vuestros pecados fuesen rojos como escarlata,
se transformarán en blancos como la nieve'”.
“Es una exageración, el Señor exagera: ¡pero es la verdad!”.
El Señor nos otorga el don de su perdón. El Señor perdona generosamente.
…¡El Señor perdona siempre todo! ¡Todo!, pero si quieres ser perdonado,
debes comenzar el camino de hacer el bien. ¡Este es el don!'.
“todos somos astutos y siempre encontramos un camino que no es justo, para parecer más justos
de aquello que pensamos: es el camino de la hipocresía”.
“Estos pretenden convertirse, pero su corazón es una mentira:
¡son mentirosos! Su corazón no pertenece al Señor; pertenece al padre de todas las mentiras: a Satanás”.
“Muchas veces Jesús prefería a los pecadores antes que a estos.
¿Por qué? Los pecadores decían la verdad sobre ellos mismos.
'¡Aléjate de mi Señor que soy un pecador!': lo dijo Pedro, una vez.
¡Pero estos nunca dicen eso!”. En su lugar dicen: “Te doy gracias Señor porque no soy pecador, porque soy
justo...”.
El 4 de Marzo dijo en parte de su catequesis: …Hoy reflexionamos sobre la problemática condición actual de los
ancianos…
…Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar
la vejez, como si fuera una enfermedad,
una enfermedad que hay que tener lejos; luego cuando nos
volvemos ancianos, especialmente si somos pobres,
estamos enfermos, estamos solos, experimentamos
las lagunas de una sociedad programada sobre la eficacia, que en consecuencia, ignora a
los ancianos. Y los ancianos son una
riqueza, no se pueden ignorar.
…la atención a los ancianos hace la
diferencia de una civil ización. …Una civil ización en donde
no hay lugar para los ancianos, en la que son descartados porque crean problemas...
es una sociedad que lleva consigo el virus de la muerte.
…¡Es feo ver a los ancianos descartados, es una cosa fea, es
pecado! ¡No nos atrevemos a decirlo abiertamente, pero se hace!
Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos
acostumbrados a descartar a la gente.
Queremos remover nuestro
acrecentado miedo a la debilidad
y a la vulnerabil idad; pero de este modo aumentamos en los ancianos la angustia de
ser mal soportados y abandonados.
Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con
sus problemas: «Los ancianos son abandonados,
y no sólo en la precariedad material.
Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus
limitaciones que reflejan las nuestras,
en los numerosos escollos que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no los deja
participar, opinar ni ser referentes según el modelo consumista de
“sólo la juventud es aprovechable y puede gozar”.
Esos ancianos que deberían ser, para la sociedad toda,
la reserva sapiencial de nuestro pueblo. ¡Los ancianos son la reserva sapiencial de nuestro
pueblo! ¡Con qué facilidad, cuando no hay amor, se adormece la conciencia!» …
…«No te apartes de la conversación de los ancianos,
porque ellos mismos aprendieron de sus padres:
de ellos aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo»
(Ecl 8,9).
La Iglesia no puede y no quiere adecuarse a
una mentalidad de intolerancia,
y menos aún de indiferencia
y desprecio a los mayores. Debemos despertar el sentido colectivo de
gratitud, de aprecio, de acogida,
que haga sentir al anciano parte viva de su
comunidad.
Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que nos han precedido en nuestras mismas
calles, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una
vida digna. Son hombres y mujeres de quienes hemos recibido mucho.
El anciano no es un extraterrestre.
El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, aunque no lo
pensemos. Y si nosotros no aprendemos a tratar bien a los
ancianos, así nos tratarán a nosotros.
Frágiles, somos un poco todos los viejos. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos
están solos, y marcados por la enfermedad. Algunos dependen de cuidados
indispensables y de la atención de los demás.
¿Haremos por ello un paso atrás? ¿Los abandonaremos a su destino?
Una sociedad sin proximidad, en donde la gratuidad
y el afecto sin compensación - incluso entre extraños –
van desapareciendo, es una sociedad perversa.
La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la cual la
proximidad y gratuidad dejaran de ser consideradas indispensables, perdería con ellas su alma.
Donde no hay honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.
El 5 de marzo dijo en parte de su homilía acerca del pasaje bíblico del rico Epulón:
… “El rico Epulón, “quizás fuera un hombre religioso, a su modo”. Quizás “rezaba alguna oración
dos, tres veces al año, seguramente iba al Templo a hacer los sacrificios y daba
grandes donativos a los sacerdotes, y ellos con aquella
pusilanimidad clerical se lo agradecían y le hacían sentarse en el puesto de
honor”.
Pero no se acordaba de que delante de la puerta de su casa había un mendigo, conocido y lleno de llagas,
“símbolo de la mucha necesidad que tenía”.
“Cuando salía de casa, quizás el auto con el cual
salía tenía los cristales oscuros para no ver fuera... a
lo mejor, pero no lo sé...
Aunque seguramente, sí, su alma, los ojos de su alma estaban oscurecidos para no
ver”.
“Sólo veía dentro su vida, y ni se acordaba de qué le había
sucedido a este hombre, que no era malo: estaba enfermo.
Enfermo de mundanidad. Y la mundanidad transforma las almas, hace perder la conciencia
de la realidad: viven en un mundo artificial,
hecho por ellos... La mundanidad anestesia el alma. Y por esto, este hombre mundano no era capaz de ver la realidad”.
Esta situación también se vive hoy,
“Muchas personas viven con dificultad, pero si yo tengo el
corazón mundano, nunca entenderé esto. Con el
corazón mundano no se puede entender la necesidad y lo que
el otro necesita. Con el corazón mundano se
puede ir a la iglesia, se puede rezar, se pueden
hacer muchas cosas”.
Pero Jesús, en la Última Cena, en la oración al Padre, ¿Qué hizo?
'Por favor, Padre, protege a estos discípulos, que no caigan en la mundanidad'. Es un pecado sutil, y más que un
pecado: es un estado pecador del alma”.
Entonces los “dos juicios” que hay en esta historia: “una maldición para el hombre que confía en el mundo y
una bendición para quién confía en el Señor. El hombre rico aleja su corazón de Dios: 'su alma está
desierta', una 'tierra de sal donde nadie puede vivir”.
“Los mundanos, en verdad, están solos con su egoísmo”.
Ellos “tienen el corazón enfermo, muy atacado por este
modo de vivir mundano que difícilmente podía sanar”. Al
contrario, “mientras el pobre tenía un
nombre, Lázaro, el rico no tenía nada:
no tenía nombre, porque los mundanos pierden el nombre. Solamente son uno
más de la muchedumbre, que no tienen necesidad de
nada. Los mundanos pierden el nombre”…
Los mundanos quieren hechos extraordinarios, pero “en la Iglesia todo es claro, Jesús ha hablado
claramente: éste es el camino. Pero al final hay una palabra de consuelo”.
A pesar de haber perdido el nombre, “no estamos huérfanos”.
“Hasta el final, hasta el último momento existe la seguridad de que tenemos un Padre que nos espera.
Confiemos en Él. Nos llama 'hijo', en medio de esa mundanidad:
'hijo'. No estamos huérfanos”.
El 7 de marzo dijo: …“¡No hagáis de la casa de mi Padre un mercado!”.
“Esta expresión no se refiere solamente al mercadeo que se practicaba en el patio del templo.
Se refiere también a un cierto tipo de religiosidad.
El gesto de Jesús es un gesto de 'l impieza', de purificación, y la actitud que Él desautoriza se puede obtener de los textos proféticos, según los cuales a Dios no le gusta un
culto exterior hecho de sacrificios materiales y basados en los propios intereses.
Es el reclamo al culto auténtico,
a la correspondencia entre liturgia y vida;
un reclamo que vale para cada época
y también hoy para nosotros”.
…“la Iglesia nos llama a tener y promover una vida litúrgica auténtica, para que exista sintonía entre aquello que la
liturgia celebra y aquello que nosotros vivimos en nuestra existencia”.
“El discípulo de Jesús no va a la iglesia solo para observar
un precepto, para sentirse bien con un Dios
que después no debe ‘molestar’ demasiado;
va a la iglesia para encontrarse al Señor y
encontrar en su gracia, que obra en los Sacramentos, la fuerza de pensar y actuar
según el Evangelio”.
No se puede entrar en la casa del Señor y ‘redescubrir’,
“con oración y prácticas de devoción, comportamientos contrarios a la exigencia de la justicia, de la honestidad
y de la caridad hacia el prójimo”.
“No podemos sustituir con ‘homenajes religiosos’ aquello que es debido al
prójimo, posponiendo una verdadera
conversión. El culto, las celebraciones
litúrgicas, son el ámbito privilegiado para
escuchar la voz del Señor, que guía sobre el camino de la
rectitud y de la perfección cristiana”.
En su lugar, “se trata más bien de hacer un camino de conversión y de penitencia, de eliminar de
nuestras vidas las escorias del pecado,
como hizo Jesús, limpiando el templo de intereses mezquinos”.
Cuaresma es el tiempo favorable para la renovación interior, de la remisión de los pecados, el tiempo en el que somos llamados a redescubrir el Sacramento de la Penitencia y de la Reconcil iación, que nos hace pasar de las tinieblas del pecado a la luz de la gracia
y de la amistad con Jesús”.
“No hay que olvidar la gran fuerza que tiene este sacramento para la vida cristiana: él nos hace crecer en la unión con Dios,
nos hace recuperar la alegría perdida y experimentar el consuelo de sentirnos personalmente acogidos por el abrazo
misericordioso del Padre.
El 8 de marzo dijo antes del rezo del ángelus, acerca del Evangelio
en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo:
…Muchos le preguntaron a Jesús quién era Él para hacer eso.
Jesús contestó: “Destruid este templo y en tres
días lo reconstruiré”.
“No habían comprendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que sería destruido con
su muerte en la cruz, pero resucitaría al tercer día”.
“En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se entienden plenamente a la luz de su
Pascua.
Tenemos aquí, según el evangelista
Juan, el primer anuncio de la muerte y
resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por
la violencia del pecado, se transformará en la resurrección en el lugar del encuentro universal entre
Dios y los hombres”. “El lugar del encuentro universal es
Cristo Resucitado -¡por todos!- entre Dios
y los hombres”.
Por ello, “su humanidad es el verdadero templo, donde Dios se revela, habla, se hace encontrar; es el verdadero adorador; los verdaderos adoradores de Dios no son los guardianes del
templo material, los que ostentan el poder o el saber religioso, son aquellos que adoran a Dios ‘en espíritu y verdad’”.
“Caminamos en el mundo como Jesús y hacemos de toda
nuestra existencia un signo de su amor para nuestros hermanos,
especialmente los más débiles y más pobres, nosotros construimos a Dios un templo en nuestra vida.
Y así lo hacemos ‘encontrable’ para tantas personas que encontramos en nuestro camino”.
“si somos testimonios de este Cristo vivo, muchas personas encontrarán a Jesús en nosotros, en nuestro
testimonio”.
“¿Le permitimos hacer ‘ limpieza’ en nuestro corazón para expulsar los ídolos, los de la codicia, los celos, la mundanidad,
envidia, odio, la costumbre de hablar de los demás y de despellejar a los
otros? ¿Le permito hacer limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos,
como hoy hemos escuchado en la primera Lectura?”.
“cada uno puede responderse a sí mismo, en si lencio en su corazón:
‘¿Permito que Jesús haga un poco de l impieza en mi corazón?’…“la misericordia es su modo de hacer l impieza.
Dejemos, cada uno de nosotros, que el Señor entre con su misericordia…
a hacer l impieza en nuestros corazones”.
“El látigo de Jesús con nosotros es su misericordia.
Abramos las puertas para que haga
un poco de limpieza”. “Jesús conoce lo que hay en
cada uno de nosotros, y conoce también nuestro más ardiente
deseo: ser habitado por Él, solo por Él.
Dejémosle entrar en nuestra vida,
en nuestra familia, nuestros corazones”.
El 8 de marzo también dijo al finalizar el rezo del ángelus:
“¡Hoy, 8 de marzo, ¡un saludo a todas las mujeres!”
“A todas las mujeres que cada día buscan construir una sociedad más
humana y acogedora. Y un agradecimiento fraternal
también a aquellas que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en
la Iglesia”.
“Esta es para nosotros una ocasión para confirmar la importancia y la necesidad de su presencia en la vida”.
“Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril porque las mujeres no solo llevan la vida
sino que nos transmiten la capacidad de ver más allá, nos transmiten la capacidad de entender el mundo con ojos
distintos, de escuchar las cosas con un corazón más creativo, más
paciente, más tierno”.
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