Enseñar ciencia en una era postpositivista

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ENSEÑAR CIENCIAS EN UNA ERA POST-POSITIVISTA: UNA REFLEXIÓN DESDE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA Juan Carlos Aguirre García Hasta hace algunas décadas, la enseñanza de las ciencias discutía gran cantidad de problemas en sus niveles metodológicos, didácticos, filosóficos, etc.; sin embargo, jamás había afrontado el desafío de la extinción de su objeto, la disolución de la ciencia. Van a completarse cinco décadas desde que algunos pensadores se atrevieron a demoler una ciencia mitificada en gran parte por su éxito y, en no menor medida, por los filósofos que la entronizaron como el conocimiento por excelencia, el único auténticamente valioso; durante este tiempo, son muchas las reflexiones que han intentado recuperar aquella imagen de ciencia unificada, metodológicamente determinada y aproximada a la verdad; otros, tal vez sobre informados, sucumbieron al desencanto que produce habitar en lo incierto. Unos y otros han ido exponiendo en el terreno de la educación, el fruto de sus devaneos, sumiendo la enseñanza de la ciencia en continuos debates que, aunque fructíferos académicamente, podrían incoar en las nuevas generaciones una reticencia, ya notable en la baja demanda por el estudio de las ciencias básicas, letal para nuestro contexto de atraso científico y tecnológico. El propósito del presente escrito es señalar, apoyado en la filosofía de la ciencia, las posturas que pueden adoptar tanto quienes defienden a ultranza la clásica visión positivista, como las de quienes dudan de algo que en un tiempo se llamó ciencia. De igual modo, se sugerirán maneras de concebir una educación en ciencias que esté acorde con las visiones que superan los reduccionismos, sin caer en otro reduccionismo mayor: el creer que la ciencia es un simple metarrelato. La importancia de estas cuestiones radica en que, en tanto se sostengan posiciones polarizantes, la ciencia será sólo una caricatura ajena a lo que representa y, por tanto, sus prósperos logros seguirán deslumbrándonos como deslumbran Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad del Cauca.

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ENSEÑAR CIENCIAS EN UNA ERA POST-POSITIVISTA: UNA REFLEXIÓN

DESDE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

Juan Carlos Aguirre García

Hasta hace algunas décadas, la enseñanza de las ciencias discutía gran cantidad de

problemas en sus niveles metodológicos, didácticos, filosóficos, etc.; sin embargo, jamás

había afrontado el desafío de la extinción de su objeto, la disolución de la ciencia. Van a

completarse cinco décadas desde que algunos pensadores se atrevieron a demoler una

ciencia mitificada en gran parte por su éxito y, en no menor medida, por los filósofos que la

entronizaron como el conocimiento por excelencia, el único auténticamente valioso;

durante este tiempo, son muchas las reflexiones que han intentado recuperar aquella imagen

de ciencia unificada, metodológicamente determinada y aproximada a la verdad; otros, tal

vez sobre informados, sucumbieron al desencanto que produce habitar en lo incierto. Unos

y otros han ido exponiendo en el terreno de la educación, el fruto de sus devaneos,

sumiendo la enseñanza de la ciencia en continuos debates que, aunque fructíferos

académicamente, podrían incoar en las nuevas generaciones una reticencia, ya notable en la

baja demanda por el estudio de las ciencias básicas, letal para nuestro contexto de atraso

científico y tecnológico.

El propósito del presente escrito es señalar, apoyado en la filosofía de la ciencia, las

posturas que pueden adoptar tanto quienes defienden a ultranza la clásica visión positivista,

como las de quienes dudan de algo que en un tiempo se llamó ciencia. De igual modo, se

sugerirán maneras de concebir una educación en ciencias que esté acorde con las visiones

que superan los reduccionismos, sin caer en otro reduccionismo mayor: el creer que la

ciencia es un simple metarrelato. La importancia de estas cuestiones radica en que, en tanto

se sostengan posiciones polarizantes, la ciencia será sólo una caricatura ajena a lo que

representa y, por tanto, sus prósperos logros seguirán deslumbrándonos como deslumbran

Profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad del Cauca.

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los magos en las funciones infantiles, con la diferencia que los magos que dominan la

ciencia mientras intentamos despedazarla, de ningún modo aspiran inducirnos a risa.

I. ENSEÑAR CIENCIAS EN LA ERA DE LA PROSPERIDAD1

Aunque toda periodización es problemática, se planteó que la imagen científica tradicional

sufre un fuerte embate en la década de 1960. Antes de señalar algunas críticas que tal

imagen sufre, es necesario reconstruir cuáles eran los objetivos que se trazaba una

educación para una era en la que la ciencia ocupaba la cúspide en la pirámide de los

saberes. Como lo que interesa, en un primer momento, es analizar los resortes teóricos que

movieron ese proyecto, sólo nos remitiremos a la filosofía encargada de difundir y defender

tal imagen científica, a saber: el positivismo o empirismo lógico2. Más que una

reconstrucción teórica del movimiento, exploraremos las tesis que permiten articularlo con

la educación en ciencias; para ello, exploraremos un ensayo de uno de sus más influyentes

miembros, Herbert Feigl, titulado: Objetivos de la educación para nuestra era científica:

reflexiones de un empirista lógico (originalmente escrito en 1955); en el cual se condensan

algunos núcleos temáticos de lo que hoy se conoce como la Concepción heredada.

Son muy pocas las ocasiones en las que un filósofo autodenominado empirista lógico

afronta directamente la cuestión de la enseñanza de las ciencias; el propio Feigl sostiene:

“aunque no hay, estrictamente hablando, una filosofía empirista lógica de la educación, hay

aspectos educativos importantes en el humanismo científico los cuales, como actitud

1 Por prosperidad se asume aquí como el éxito de la ciencia. Este éxito, a decir de Husserl (1991), contribuyó

al optimismo por la ciencia pero, a su vez, hizo que la ciencia perdiera de vista elementos que podrían -como

de hecho ocurrió- llevarla a la Crisis. Señala Husserl que: “la crisis no se percibe en su profundidad gracias a

la prosperity que en el siglo XIX caracterizó a las ciencias positivas”. 2 Muchos autores homologan positivismo lógico y empirismo lógico. Sin embargo, algunos abogan por la

distinción; por ejemplo, Salmon (1999) sostiene: “decir que vivimos en una era post-positivista ha sido un

cliché por décadas, a menudo proferido por quienes no han comprendido la diferencia entre el positivismo

lógico del Círculo de Viena y el empirismo lógico que se originó en Berlín y reemplazó al positivismo en la

segunda mitad del siglo veinte. El positivismo lógico está muerto, pero el empirismo lógico, creo, todavía

tiene una fuerza vital en la filosofía de la ciencia” (p. 333). Para las presentes discusiones no haremos tal

distinción; en vez de ello agruparemos los movimientos previos a la Revuelta Historicista dentro de lo que se

conoce como Concepción Heredada, caracterizada en Aguirre (2007a).

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general y fundamental, sostienen el pensamiento de los empiristas lógicos” (2004: 121).

Pero: ¿cuáles son las características esenciales del pensamiento de tales personajes?

Primero que todo, hay que aclarar que el empirismo lógico no es una escuela filosófica que

tenga como objetivo buscar verdades absolutas o proporcionar alguna visión del mundo

(Weltanschauung); es más, los empiristas lógicos creen que, con sus métodos, los

problemas filosóficos tendrán una respuesta definitiva y, por tanto, la filosofía entendida en

su uso tradicional, o perdería su vigencia o tendría que reducirse a la propuesta del

empirismo lógico. En segundo lugar, los empiristas lógicos manifiestan una confianza

plena en los beneficios del conocimiento científico, contraponiéndolos a todo saber

especulativo que no resista la criba de la verificación; para ellos, la era científica es la era

en la que el pensamiento humano logra su máximo grado de madurez: “con respecto a lo

intelectual–cognitivo, ha crecido un ideal de „pensamiento maduro‟ que refleja las mayores

virtudes de la capacidad científica para la auto-corrección, la claridad, la consistencia, la

definición y la precisión, así como para la adecuación, la confiabilidad, la objetividad y la

productividad” (Feigl, 2004: 123). Finalmente, podríamos decir que, para los empiristas

lógicos, la madurez de tal pensamiento corresponde a un progreso evolutivo de la especie

humana y se evidencia en el uso del lenguaje.

Como consecuencias de estas características pueden enunciarse las siguientes: a. Todo

conocimiento digno de tal apelativo debe ser científico o apoyado en la ciencia; en el caso

particular de la educación tenemos que ésta es una ciencia aplicada y, en cuanto tal,

depende de unas ciencias que la fundamentan: “la educación presupone las ciencias puras

en el mismo sentido en el que las actividades agrícolas presuponen el conocimiento

biológico y químico, y los esfuerzos del político, el trabajador social, o el reformador

social, presuponen el conocimiento sociológico” (Feigl, 2004: 122); b. para los empiristas

lógicos, la ciencia es un bien estimable dentro de la sociedad, es el medio por el que el

hombre puede adquirir conciencia y desterrar las “tranquilas pero espurias

racionalizaciones, auto-decepciones, consolaciones y toda una suerte de escapes neuróticos

(si no psicóticos) de la realidad” (Feigl, 2004: 124); en tanto cúspide de la racionalidad

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humana, el pensamiento científico se caracteriza por las virtudes de la comprobación

intersubjetiva (objetividad); por un alto grado de confianza, de definición (o precisión), de

coherencia (o estructura sistemática), y de comprensión (o alcance); c. para recalcar el

papel del lenguaje en el proceso de aprendizaje, los empiristas lógicos recurren tanto a la

psicología del desarrollo como a la psicología comparativa: “el lenguaje humano se

diferencia de la comunicación animal en que está caracterizado por reglas sintácticas,

semánticas y pragmáticas. En correspondencia con estas reglas del nivel comportamental

están los hábitos del uso de los símbolos lingüísticos. Estos hábitos son, de hecho,

desarrollados por el entrenamiento en el proceso educativo [...] El desarrollo del

conocimiento científico bien puede considerarse como el último estado en la evolución del

hombre – ahora homo sapiens, el animal que habla” (Feigl, 2004: 123).

Con el esbozo de estos planteamientos pueden establecerse dos conclusiones directas para

la enseñanza de las ciencias. En primer lugar, el conocimiento científico responde no a

niveles de formación abstractos, a la formación (buldung) romántico humanista, sino a

resultados de investigaciones surgidas en el marco de las distintas teorías psicológicas del

aprendizaje; como conclusiones fuertemente establecidas de estas investigaciones se tienen:

“los modelos de la expectativa y de la acción se desarrollan a partir de respuestas del

organismo ante estímulos repetidos y a través del ensayo y el error, es decir, bajo

condiciones de refuerzo positivo o negativo. Estos refuerzos consisten en la satisfacción (o

frustración) de las necesidades biológicas básicas (como el hambre o el sexo) o de las

múltiples necesidades (intereses) secundarias y terciarias como son las típicas del nivel

cultural humano (necesidades de seguridad, reconocimiento, amor, equidad, nuevas

experiencias, conocimiento puro o gratificación estética)” (Feigl, 2004: 124). El

aprendizaje de la ciencia es un proceso caracterizado por el ensayo-error, lo que a juicio de

Feigl permite un sano equilibrio entre el dogmatismo y el escepticismo.

En segundo lugar, si el lenguaje es la máxima expresión de lo humano, es preciso

investigarlo. Muchos de los filósofos pertenecientes a este período de la filosofía de la

ciencia dedicaron grandes esfuerzos a aclarar las cuestiones referidas al sentido. Feigl

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resume algunas de esas discusiones a partir de la distinción entre significados cognitivos y

no cognitivos; a partir de estas distinciones, se pudo formular lo que se conoce como el

criterio de significado, mediante el cual se establece lo que cuenta como conocimiento, es

decir, lo que puede conocerse de modo claro y evita que caigamos en confusiones o

pseudoproblemas. Este aspecto es el que más podría compaginarse con la enseñanza de las

ciencias. La investigación de Feigl aborda varios problemas que comparten los filósofos de

la ciencia y los educadores en ciencia, v. gr. el problema de la realidad, la relación mente-

cuerpo, la libre voluntad, los valores, etc. Tomemos en consideración sólo un caso, tan

polémico hoy en el ámbito de las teorías científicas, como es la cuestión de la realidad; a

partir de los trabajos de Feigl apliquemos el análisis del significado y miremos a qué

conclusión llega.

El problema puede enunciarse de un modo sencillo: “¿eso que llamamos „el mundo real‟ es

algo que existe independientemente de ser percibido o concebido? ¿o es la realidad

meramente una construcción lógica basada en los datos de la experiencia directa?” (Feigl,

2004: 130) Estas preguntas, tan presentes en la filosofía a lo largo de la historia, tan

urgentes para todo aquél que se forma en ciencias, han ido creando en los filósofos de la

educación distintas líneas de aproximación (realistas, idealistas, pragmatistas, etc.). La

filosofía ha dado sus respectivas respuestas: esencialista (la realidad existe

independientemente y es conocible al menos en algunos de sus aspectos), instrumentalista

(no reconoce ninguna realidad fija como el objeto de su conocimiento y reclama que todo

conocimiento y aprendizaje está básicamente en la naturaleza de la resolución de

problemas), etc. El empirista lógico analizará las dificultades de cada respuesta y concluirá

que:

El realismo empírico [...] combina los requisitos justificables del criterio empirista

del significado y la validez con los elementos legítimos del sentido común y del

realismo científico. La única manera significativa en la cual podemos hablar acerca

de la realidad es en términos de lo que es conocido como la estructura conceptual

que está anclada en la experiencia y diseñada para reflejar el que hechos y

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regularidades son confirmadas y confirmables por la experiencia. Pero esta

estructura conceptual, si quiere hacerse justicia a la más persuasiva característica de

la experiencia, debe ser „realista‟ en el sentido que los temas del conocimiento están

ellos mismos representados en todas sus partes por el mismo mundo que es objeto

de conocimiento. Las pequeñas partes del espacio físico y los últimos desarrollos en

el proceso evolutivo, esto es, el lugar del homo sapiens en el universo. Una teoría

adecuada del conocimiento debe reconstruir las relaciones del conocedor con lo

conocido de tal modo que estas obvias conclusiones naturalistas no sean

distorsionadas (Feigl, 2004: 132).

Este tipo de consideraciones, además de tener impacto en la comprensión de la ciencia,

tendrán que servir de insumo para los educadores en ciencia, de modo que permitan a sus

estudiantes una visión acorde con el desarrollo del conocimiento científico; en el caso

específico del problema de la realidad, tenemos que el educador en ciencia, si quiere hablar

significativamente acerca de los objetos de conocimiento, tendrá que remitirse a lo que

podemos conocer de ellos, centrando su atención tanto en las maneras como los abordamos

(método), como los resultados del conocimiento (contenido).

Convencido de que la ciencia es el tipo ideal de conocimiento en nuestra sociedad, Feigl

señala algunas metas sociales que la educación debe trazarse en una era positivista; entre

ellas resalto: formar humanistas científicos que no pretendan encontrar verdades absolutas,

aunque asuman con firmeza las verdades que la experiencia ha probado suficientemente;

los humanistas científicos se rehusarán a afincar sus creencias en lo desconocido; para un

humanista científico el conocimiento humano, el amor humano y la simpatía son los únicos

fundamentos firmes sobre los cuales puede construirse la conducta moral; la educación es

sólo un segmento de todos los frentes que tienen que atenderse para mejorar la existencia

humana; sin embargo, es el frente más rápido para instaurar la apertura mental que requiere

la era científica; la democracia es la forma de gobierno superior a las conocidas. De igual

modo, Feigl dibuja el perfil que debe crear una escuela acorde con los ideales de la ciencia;

para él, un humanista científico racional debe tener: claridad de pensamiento, razonamiento

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consistente y concluyente, adecuación fáctica y confiabilidad en las pretensiones de

conocimiento, objetividad de las pretensiones de conocimiento, racionalidad de la conducta

útil, racionalidad moral.

Para finalizar este apartado, retomemos las palabras conclusivas de Feigl en su extenso

artículo: “La humanidad se ha embarcado en la aventura de la civilización en la cual el

conocimiento científico juega el papel central. No es probable que queramos retornar a un

estilo de vida más primitivo. Es urgentemente necesario, para muchas generaciones que

vienen, mantener un esfuerzo educativo en orden a adaptar a la humanidad a las nuevas

formas de pensamiento necesarias a esta era de la ciencia. Una filosofía que haga plena

justicia a la perspectiva científica puede ser un poderoso aliado en nuestras empresas hacia

una vida más madura y plenamente integrada” (Feigl, 2004: 148).

II. ENSEÑAR CIENCIAS EN UNA ERA DONDE LA CIENCIA SE DIFUMINA

La imagen de ciencia y sus implicaciones educativas esbozadas en el apartado precedente,

corresponden a una época que confiaba en que la ciencia era la respuesta a las necesidades

del hombre; sin embargo, luego de dos guerras mundiales y en plena vigencia de una guerra

fría, los ideales de progreso tuvieron que replantearse pues la ciencia se alejaba cada vez

más de las “cuestiones realmente decisivas para la humanidad auténtica” (Husserl, 1991: 3).

Es impactante que tales replanteamientos eran advertidos mucho antes por filósofos de

distintas tendencias ajenas al positivismo lógico; más curioso aún es que en la década del

sesenta, dentro de la propia filosofía de la ciencia, disciplina hasta esa época encargada de

entronizar el discurso científico, se diera una fractura de la imagen previamente asumida.

Dos figuras aparecen como responsables de esta nueva concepción: Thomas Kuhn y Paul

Feyerabend. Nos remitiremos al primero en tanto su impacto podría considerarse mayor,

especialmente en el ámbito educativo3.

3 En vista de que los argumentos de este escrito se apoyan en la filosofía de la ciencia, obviamos señalar otros

responsables de la fractura de la imagen clásica de ciencia, por ejemplo, Jean-François Lyotard y toda la línea

de pensadores franceses que de ella se deriva. Para un análisis de este problema, ver: Aguirre (2007b).

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La obra del filósofo Thomas Kuhn trascendió las esferas de la filosofía de la ciencia. Hasta

la publicación de su ensayo La estructura de las revoluciones científicas (1962), las

cuestiones de esta disciplina filosófica tenían muy poco contacto con otros campos del

conocimiento; sin embargo, casi inmediatamente salió el libro, sus ideas revolucionarias se

fueron filtrando en espacios en los que quizás el propio Kuhn no hubiera imaginado. Es

necesario advertir que la obra de Kuhn sufrió muchas variaciones a lo largo de su evolución

académica; sin embargo, las tesis más populares de La Estructura siguieron

transmitiéndose haciendo caso omiso de las posteriores rectificaciones4. El presente

apartado, en vez de construir una evolución del pensamiento de Kuhn con respecto a la

relación filosofía de la ciencia – enseñanza de la ciencia, hará una esquemática presentación

de sus tesis a partir de la lectura hecha por algunos pensadores radicales que construyeron

la imagen de Kuhn como subjetivista, relativista e irracionalista5.

Partamos de una información extremadamente básica: a diferencia de la Concepción

heredada, Kuhn ve el desarrollo de la ciencia no como una acumulación de conocimiento

tendiente a la verdad (al estilo Popper), sino como un cambio brusco de paradigmas. Pese a

lo complicado de la definición de paradigma, éste puede definirse como “realizaciones

científicas universalmente reconocidas que, durante un tiempo, proporcionan modelos de

problemas y soluciones a una comunidad de practicantes” (Kuhn, 1970: viii). Kuhn

establece la diferencia entre dos tipos de ciencia: la normal y la revolucionaria (o

extraordinaria). La tarea de la ciencia normal, puede asimilarse con la resolución de

enigmas instrumentales, conceptuales y matemáticos, considerándose un experto, a quien

después de ser preparado en el estudio de los paradigmas compartidos por la comunidad

científica particular con la que trabajará más tarde, logre con éxito resolver los enigmas

planteados; los científicos de la ciencia normal, apoyados en el paradigma, buscan, además,

determinar los hechos significativos, acoplar los hechos con la teoría y articular la teoría.

4 La tozudez en conservar el grueso de las ideas consignadas en La Estructura no es una característica sólo de

los legos en la filosofía de la ciencia. Lectores constantes de la totalidad de su obra también ven en este texto

el auténtico legado kuhniano, su aporte más valioso (Cf. Bird, 2004). 5 Una presentación directa de las tesis de Kuhn y su relación con la formación de investigadores puede

encontrarse en: Jaramillo y Aguirre, 2004.

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Hay una serie de fenómenos que no se dejan asimilar por los paradigmas existentes y, a

pesar de estar ahí, no son percibidos por los científicos de la ciencia normal; tales

fenómenos son precisamente las anomalías que inician como si fueran un enigma más de la

ciencia normal, pero por su dificultad, aglomera cada vez más un mayor número de

hombres eminentes que intentan resolverlo, colocando hipótesis ad hoc, hasta hacerse

confusas dentro de la ciencia normal, lo que lleva a desacuerdos entre los practicantes de la

ciencia, quienes empiezan a dudar incluso de las anteriores soluciones dadas por el

paradigma y, finalmente, culminan con la aparición de un nuevo candidato a paradigma y la

lucha para que sea aceptado (Kuhn, 1970: 82-84).

Ese paso, no se da, sin embargo de manera gradual, son verdaderas revoluciones las que

ocurren en esta transición. En tiempos de revolución, el científico de la ciencia normal

debe reeducar su percepción, debe aprender a ver una forma (Gestalt) nueva, debe empezar

a habitar un hogar distinto, a irrespetar a sus antiguos santos. De igual forma, la nueva

ciencia debe redefinirse; al cambiar los problemas cambian las normas, es así que “la

tradición científica normal que emerge de una revolución científica no sólo es incompatible

sino a menudo también realmente inconmensurable con la de antes” (Kuhn, 1970: 103).

Tal vez el mayor cargo de irracionalismo que se le endilga a Kuhn, provenga del

planteamiento según el cual la elección de una teoría, no responde completamente a la

prueba lógica o matemática, pues los defensores de paradigmas rivales no siempre son

capaces de convencer racionalmente a sus adversarios de las bondades de sus respectivos

enfoques. La revolución científica en Kuhn, implica una situación de incompatibilidad

entre los paradigmas rivales (“inconmensurabilidad”), lo que no significa imposibilidad

para discutir racionalmente entre científicos; la decisión para aceptar o rechazar un

paradigma corresponde, en últimas, a la comunidad de científicos.

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Uno de los más entusiastas lectores de Kuhn y, además, uno de los más reprendidos por el

filósofo6 fue el sociólogo Barry Barnes, cofundador del conocido Programa fuerte en

sociología del conocimiento. Barnes es un pensador que lleva al extremo los

planteamientos kuhnianos, desnudando aquellos aspectos que en Kuhn apenas estaban

insinuados. En un trabajo denominado T. S. Kuhn y las ciencias sociales, el sociólogo

bosqueja las implicaciones pedagógicas de la obra de Kuhn, de las cuales extraemos las

más preponderantes.

Primero que todo, Barnes resalta el papel que Kuhn da a los libros de texto: “cuando se

observa el prolongado adiestramiento que precede a la investigación en un campo científico

desarrollado, salta a la vista como carácter distintivo la medida en que tal adiestramiento se

halla cifrado en libros de texto: la terminología aceptada de cierto campo, sus métodos, sus

resultados, sus modos de percepción favorecidos, todo esto es transmitido mediante libros

de texto” (Barnes, 1986: 47-48). De la cita pueden extraerse dos consecuencias: la ciencia

se transmite a través de los libros de texto; éstos condensan el saber acumulado por los

científicos quienes se convierten en autoridades. El neófito asume el papel de aprendiz y

sus capacidades naturales de razonamiento –a diferencia de lo que enunciaba Feigl–, en vez

de generar procesos emancipatorios, lo transforman en un adherente al paradigma de moda:

“aunque invariablemente está organizada como preparación para la investigación, la

formación científica no instruye a los estudiantes en la práctica de la investigación [...] En

su lugar, la formación se concentra en la transmisión de los conocimientos existentes”

(Barnes, 1986: 49). El otro aspecto hace referencia al concepto de paradigma previamente

descrito: a través de los libros de texto, los estudiantes aprenden minuciosa y

pormenorizadamente los paradigmas; “luego, ya sea con papel y lápiz o en los laboratorios

de la institución, resuelven los ejercicios del libro de texto, todos lo cuales son de estructura

semejante y requieren más o menos de los mismos procedimientos” (Barnes, 1986: 50).

6 Thomas Kuhn arremete de frente contra los postulados de Barnes en el artículo: El problema con la filosofía

histórica de la ciencia (The Problem with the Historical Philosophy of Science). Una reconstrucción del

debate puede encontrarse en: Aguirre, 2008.

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En esta concepción, la educación en ciencias es un tanto simple: el profesor tiene la tarea de

mostrar los paradigmas; el estudiante tiene la tarea de asimilarlos y adquirir las

competencias necesarias para utilizarlos en la práctica cotidiana. En vez de saturar al

estudiante con conceptos teóricos, definiciones o reglas, el conocimiento típico de la

disciplina se condensa en los paradigmas que asumen el rol principal de ejemplos de

resolución de problemas. La aceptación de un paradigma no se da luego de un ejercicio

crítico o argumentado, sino que se acepta como un dogma que debe recibirse y reconocerse

como la única y legítima representación y manera de manejar un aspecto dado del medio

físico. Esta descripción del proceso de convertirse en científico explica el por qué los libros

de texto obvian cuestiones tan inherentes a la ciencia como: las disputas entre paradigmas

alternativos, los motivos irracionales presentes en los descubrimientos, los factores externos

(sociales, políticos, económicos, de género, etc.) que intervienen en el éxito de un

paradigma, etc.

Aunque esta visión escandaliza a quienes están aferrados a la imagen anterior de ciencia7,

realmente Kuhn no está haciendo ninguna valoración al respecto; según su pretensión, lo

que intenta es describir cómo funciona la ciencia. El modo como actúan las comunidades

científicas, asegura el trabajo en comunidad: “si se imagina la ciencia como un conjunto de

individuos aislados que interrogan a la naturaleza sin ideas preconcebidas, entonces la

descripción que hace Kuhn de la enseñanza bien puede leerse como una acusación. Pero si

[...] la investigación es una empresa colectiva de solución de enigmas [...] entonces la

formación autoritaria y basada en libros de texto es preparación adecuada para dicha

empresa” (Barnes, 1986: 52-53). El paradigma cohesiona la comunidad y permite que cada

investigador adopte modos de acercarse a la naturaleza, la cual es demasiado compleja

como para investigarla al azar, sin sistema y de modo difuso: “la consecuencia del

compromiso fomentada por la educación dogmática es que la investigación se delimita y

concentra, y a esto se debe que sea tan productiva” (Ibíd.)

7 Popper, por ejemplo, afirma: “desde mi punto de vista, el científico „normal‟, tal y como Kuhn lo describe,

es una persona por la que uno debería sentir tristeza [...] Creo, y así lo creen muchos otros, que toda

enseñanza en el nivel universitario (y antes si es posible) debería servir para entrenar y motivar en el

pensamiento crítico” (Popper, 1974: 52-53).

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Con las distintas lecturas del trabajo de Kuhn, v. gr. la hecha por Barnes, la ciencia pierde

el estatus que había conquistado con el positivismo lógico. En vez de ser una empresa

racional, la ciencia se convierte en una comunidad unida por factores ajenos a la decisión

netamente lógica; en vez de analizarla desde una perspectiva puramente sincrónica, hay que

verla en su devenir histórico si no quiere abordarse como ciencia ficción sino como ciencia

real; en vez de darle un carácter fundamental a la educación, ésta se convierte en un mero

método de entrenamiento con miras a una resolución tradicional de enigmas. Muchas de

estas ideas inspiraron desarrollos de ciencias humanas que abordaron el fenómeno

científico mediante aproximaciones particulares, reduciendo la ciencia a mero producto

condicionado por un contexto, dependiente de intereses económicos y políticos,

homologable a cualquier fenómeno cultural. Obviamente, esto permitió desmitificar esa

imagen optimista de una ciencia deslumbrada por los logros exitosos; sin embargo,

resquebrajó su credibilidad, al punto de acusársele de gran cantidad de males que azotan la

humanidad.

Aunque la Revuelta historicista ocurrió hace muchas décadas, su impulso ha permanecido

hasta hoy, transformado en distintos discursos con visos irracionalistas y camuflados en una

aparente visión real de la ciencia; discursos que no tienen ninguna dificultad de enunciar

sus propósitos. Una actualización del Programa fuerte, denominada Sociología del

Conocimiento Científico (SCC), es la realizada por Steve Woolgar, quien sostiene: “un

logro fundamental de la sociología del conocimiento científico es su escepticismo con

respecto al papel de la lógica y la razón, especialmente por lo que a las matemáticas y a la

ciencia se refiere [...] La SCC ha demostrado los pormenores esotéricos de la actividad

científica [...] La lógica no da lugar a una determinada deducción o prueba sino que, en su

lugar, justifica las operaciones convencionalmente aceptadas que se consideran pruebas [...]

no estamos regidos por la lógica, las reglas o las razones” (Woolgar, 1991: 76). Como

éstas, abundan infinidad de citas en multiplicidad de disciplinas que, amparadas en una

lectura de Kuhn, justifican sus excesos. El famoso antropólogo Clifford Geertz,

comentando precisamente La Estructura, dice: “a pesar de los gritos de «subjetivismo»,

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«irracionalismo», «psicología de masas» y, cómo no, de la imprecación favorita de estos

días, «relativismo», gritos repentinamente lanzados contra La Estructura [...] su orden del

día, con independencia del destino de sus aseveraciones particulares, es todavía vigente”

(Geertz, 2002: 140-141). Lo más preocupante es que lo dice en un tono festivo.

La preocupación con respecto a estas cuestiones radica en que, como pudo verse con el

éxito de Kuhn, estos debates están teniendo amplia acogida en varios sectores,

especialmente en las humanidades y, más específicamente, en la educación. Basta citar un

caso: en 2000, apareció en la revista Ciencia y Educación, un artículo investigativo

titulado: Invocando a Thomas Kuhn: lo que el análisis de citaciones revela acerca de la

educación en ciencia (Loving & Cobren, 2000); el artículo explora, basado en la

metodología del análisis de citaciones, cómo los trabajos de Kuhn son utilizados por los

investigadores en educación. Los investigadores son modestos en sus conclusiones al

sostener que el análisis de citaciones no les revela una influencia causal directa, ni excluye

otras influencias en la teoría del cambio conceptual, la epistemología constructivista, o qué

otras áreas de la investigación educativa se encuentren asociadas con las citas de Kuhn; sin

embargo, ponen en discusión algunas de las siguientes ideas: Kuhn es citado en disciplinas

con objetivos, métodos y contenidos muy disímiles; mientras Kuhn es muy usado en la

ciencia de la educación, sólo el 8% de las citas corresponden a las ciencias naturales; la

mayoría de las citas corresponden a La Estructura, escaseando las referencias a artículos de

la década del 90; hay abuso del término paradigma y se aplica en muy diferentes niveles; la

mayoría de las citas se usaron para respaldar una afirmación del investigador, más que para

criticar a Kuhn; la investigación educativa se apoya en Kuhn, sobre todo, para sustentar

ideas referidas a la teoría del cambio conceptual y a las epistemologías constructivistas.

En nuestro contexto el panorama no cambiaría mucho; sin embargo, la asunción de estas

tesis, digamos ya no kuhnianas sino interpretadas libremente de acuerdo con la situación y

mediante múltiples variaciones antropológicas, sociológicas, políticas, etc., se hace cada

vez más frecuente, amenazando con destruir no sólo una imagen de ciencia, sino la

racionalidad misma. En esas condiciones: ¿es posible hablar de enseñar ciencia, a

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sabiendas que ésta está perdiendo su referente para convertirse en una especie de estatua

empolvada que hay que rehacer a la medida de nuestras necesidades? El próximo apartado

introducirá algunos elementos que podrían justificar la enseñanza de la ciencia en medio de

este contexto de evanescencia de la imagen tradicional de ciencia.

III. ENSEÑAR CIENCIAS EN UNA ERA EN LA QUE LA CIENCIA DEJÓ DE

SER MITO

Se insinuó que en cinco décadas la imagen científica perdió el resplandor que había

conquistado. Algunos asumen este hecho como una liberación; a otros la situación les

produce nostalgia. Lo cierto es que ciertas tendencias del pensamiento, entre las que se

cuenta indiscutiblemente la Revuelta historicista, permitieron ampliar el horizonte de

indagaciones sobre lo científico. La imagen de ciencia asumida por la Concepción

heredada, pese a ser pertinente para el momento en el que la ciencia se erguía orgullosa por

sus logros, desestimó aspectos importantes del proceso científico; tales aspectos (la

subjetividad del investigador, los factores externos que intervienen en la validación de una

teoría, el papel de la historia de la ciencia, etc.), fueron avistados y desarrollados por los

filósofos historicistas y por otras tendencias del pensamiento cercanas a ellos; sin embargo,

la radicalidad con la que tuvieron que emprender esta tarea los ubicó, tal vez sin querer, en

un extremo cuyo límite se codea con la esfera de la irracionalidad. En la era presente,

depurada de las sobrevaloraciones que convertían a la ciencia en mito, podemos empezar a

visualizar una imagen de ciencia que nos permita ir evaluando qué queda de esta

confrontación y explorar caminos a tener en cuenta a la hora de enseñar ciencias.

Obviamente, aquí se asume que la ciencia es valiosa para la sociedad y, por tanto, se hace

deseable su transmisión.

En la discusión sobre la enseñanza de la ciencia en una era post-positivista parto de los

siguientes supuestos: la enseñanza de la ciencia comparte con otras disciplinas la urgencia

de repensar su objeto. El diálogo crítico con la filosofía de la ciencia le permitirá

identificar los debates de punta con respecto a las teorías científicas, los modos de

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validación, la estructuración de los métodos, la relación teoría – realidad, etc. No se indica

que deba asumir tales discusiones como acatando un saber válido; al contrario, la

autonomía de su campo le permite hacer toda lectura con beneficio de inventario. La

acriticidad con la que a veces se asumen posturas relativas a la ciencia, muchas de ellas

nacidas en el seno de la filosofía, conlleva a la adopción de prejuicios irracionales, que

poco se compadecen con la esencia de la ciencia; en este punto es donde el educador en

ciencias tiene que hacer valer su conocimiento, pues la escuela se convierte en el escenario

(frágil o fuerte dependiendo del educador) en el que todos los debates confluyen y quien

debe filtrar las tendencias. Bajo estos supuestos se señalan las siguientes propuestas:

a. Es preciso recobrar una imagen de la ciencia. Para esto deben asumirse dos posturas:

recuperar los postulados del positivismo lógico que aún son vigentes, y confrontar las

visiones deformantes de ciencia.

La primera postura podría sonar anacrónica, máxime que hemos dado por hecho el fracaso

del programa del Círculo de Viena. La aparente complejidad de los temas abordados por

los positivistas lógicos y la dificultad de los métodos empleados, han hecho que del

positivismo lógico no tengamos sino referencias vagas, pero suficientes como para cargar

con este mote a todo aquel que tenga tendencias objetivistas, cuantitativas, empíricas. Bien

lo advierte Matthews: “es redundante decir que el Positivismo es impopular en los círculos

progresivos de la ciencia de la educación. De hecho „positivista‟ se ha convertido en un

término de extremo abuso en el ámbito educativo, casi la peor cosa que pueda ser dicha

acerca de un filósofo o un científico social. Una vez una posición se identifique como

„positivista‟, puede ser abandonada; tal identificación es básicamente el fin de cualquier

argumento” (2004: 7). Precisamente el texto de Matthews es una investigación acerca de

las implicaciones que los positivistas tienen en el ámbito de la educación en ciencias; sus

conclusiones muestran cómo los educadores en ciencia no son capaces de establecer la

diferencia entre el positivismo fundacional y el vulgar (al que se le ha hecho más prensa);

además, cómo se beneficiaría un educador en ciencias indagando en las investigaciones de

Feigl o Frank.

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Algunos de los postulados vigentes del positivismo lógico podrían dividirse en dos frentes:

la naturaleza de la ciencia y la pedagogía de la ciencia. Con respecto al primer frente

tenemos que la ciencia busca la verdad, tiende a encontrar cómo trabajan y son constituidos

los mundos físico, social y personal; la comprobación empírica y la evidencia son quienes

determinan las pretensiones de verdad científica; los enunciados que en principio, son no-

empíricos (teológicos o de la metafísica tradicional) son carentes de significado, es decir, ni

verdaderos ni falsos; la metodología de la ciencia es racional; no hay ciencias „locales‟, las

verdades de la ciencia son igualmente verdaderas para todas las culturas; la ciencia

metodológicamente asume una visión naturalista (no materialista) del mundo; la ciencia es

parte de la tradición de la Ilustración, esta tradición tiene beneficios positivos para la

humanidad y necesita ser defendida y propagada. En cuanto al segundo frente, los

positivistas señalan que los estudiantes deberían entender el asunto que se está enseñando,

no sólo aprenderlo; la plena comprensión de la ciencia involucra dimensiones filosóficas e

históricas, no sólo competencias manuales o técnicas; la indoctrinación es antiética, la

educación debería promover la actitud crítica; el desarrollo de la competencia racional, las

orientaciones y disposiciones es un objetivo central de la educación; la auténtica educación

requiere familiarización con y competencia en un amplio espectro de disciplinas y temas, la

educación no puede ser totalmente especializada (Matthews, 2004: 29 - 30).

La segunda postura se dirige a la puesta en cuestión de las visiones deformantes de ciencia.

Este trabajo adoptó su cédula de ciudadanía a partir de la broma realizada por el físico Alan

Sokal quien envió el artículo Trasgrediendo los límites: hacia una hermenéutica

transformativa de la gravedad cuántica (1996) a la prestigiosa revista Social Text, bastión

de múltiples ataques al conocimiento científico8; la plena acogida que tuvo el artículo y el

posterior develamiento del propio Sokal como una sátira contra el pensamiento

8 Esta broma es explicada luego por Sokal de la siguiente manera: “mientras mi método era satírico, mi

motivación era muy seria. De lo que me ocupo es de la proliferación, no sólo del sinsentido, sino también del

pensamiento enlodado per se, un pensamiento que niega la existencia de realidades objetivas o (cuando se

siente desafiado) admite su existencia, aunque subvalorando su importancia práctica” (Sokal, 1996).

Posteriormente salió el conocido texto Imposturas intelectuales (1999), escrito en compañía del también

físico Jacques Bricmont.

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postmoderno, dieron al gran público el aviso de la no-racionalidad de ciertas corrientes

actuales del pensamiento. En el ámbito filosófico muchas de esas visiones deformantes,

sobre todo desde el campo del construccionismo epistemológico, fueron afrontadas por Ian

Hacking en su texto The Social Construction of Wath? (2000) Como nos interesa la

relación de estos debates con la educación en ciencias, podemos resaltar dos antecedentes:

el primero es el filósofo John Searle, quien nota que la adopción de las tesis anticientíficas

ha causado una crisis en la educación superior norteamericana. Tales tesis se han agrupado

bajo el concepto „multiculturalismo‟; sin embargo, éste da origen a una serie más amplia de

conceptos: canon, lo políticamente correcto, etnicidad, acción afirmativa, e incluso

expresiones más revulsivas como hegemonía, empoderamiento, postestructuralismo,

deconstrucción y patriarcalismo (Searle, 1993: 24); el análisis realizado por Searle en este

y otros artículos confronta los argumentos usuales de los detractores de la ciencia e

introduce elementos de discusión muy pertinentes para el contexto educativo.

Pero el otro antecedente también podemos encontrarlo en educadores saturados de escuchar

discursos que no tienen un asidero real en sus procesos de enseñanza de la ciencia. Solves

& Traver (2003) señalan que muchos autores están de acuerdo en que desde finales del

siglo pasado ha ido creciendo una imagen pública negativa de la ciencia; entre las causas

que ellos destacan están: los grupos anti-ciencia: filósofos relativistas de la ciencia,

sociólogos del Programa fuerte, fundamentalistas, místicos, pacifistas, ecologistas,

cientistas; además de estos grupos, puede tomarse como causa la escasa presencia de la

ciencia en los medios masivos de comunicación (ellos hablan de menos del 0.5% en

Norteamérica) y la forma superficial en la que ella aparece; sumado a esto se encuentra la

forma aburrida en que se enseña la ciencia en secundaria, su dificultad y el alejamiento del

trabajo en el laboratorio con el mundo de la vida del estudiante, lo que hace que el

estudiante no esté interesado en optar por una carrera científica; por consiguiente, si la base

de la pirámide disminuye (estudiantes de ciencia en secundaria), también disminuirá el

resto (el número de profesionales y doctores) y, entonces, el número de buenos profesores

de ciencia, capacitados para desarrollar cursos más atractivos para sus estudiantes, será

cada vez más bajo, hasta que el ciclo perverso alcance su fin (Solves & Traver, 2003: 704).

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Su investigación se orienta bajo la siguiente hipótesis: los aspectos históricos han sido

tradicionalmente ignorados en la imagen de la física y la química que se transmite a los

estudiantes; hay una gran distorsión y errores históricos cuando se introduce la historia,

incluso si se hace de manera escasa. En consecuencia, los estudiantes tienen una imagen

deforme de cómo los conceptos científicos se construyen y crecen y, por tanto, ellos tienden

a adoptar una actitud negativa hacia la ciencia. Esta imagen deforme de ciencia sin

aspectos históricos ni reflexiones sobre Ciencia, Técnica y Sociedad, es una de las razones

para esa actitud negativa, aunque hay muchas otras como la poca confianza de los

estudiantes en su éxito después de presentar una evaluación, el método de enseñanza que

usan los maestros, la ausencia de trabajo en el laboratorio y otros más (Solves & Traver,

2003: 705).

b. Integrar los logros adquiridos mediante la Revuelta historicista. La revaluación de

algunas tesis positivistas no indica un olvido de lo alcanzado a partir de los trabajos de

Kuhn y otros. Un primer debate tendría que establecerse con respecto a la historia de la

ciencia: la mayoría de los filósofos de la ciencia que se preocupan por la enseñanza de las

ciencias, reconoce que si quiere superarse la imagen del científico como mero solucionador

de enigmas, tendrá que dedicarse, en sus procesos de formación, a cuestiones atinentes a la

historia, la antropología o la sociología de la ciencia. Obviamente, este ejercicio tendrá que

hacerse con gran precaución puesto que podrían adoptarse posturas radicales como las de

Barnes o Woolgar. Muchas discusiones se han realizado con respecto a la pertinencia o no

de la inclusión de la historia de la ciencia en la formación de científicos; Kindi (2005), por

ejemplo, cuestiona tal inclusión al sugerir que: “la enseñanza de la historia de las ciencias

debería ocurrir no en relación con las ciencias físicas, sino como parte de una educación

general en humanidades. Podría ser incluida en la enseñanza de la historia general, de

modo que los estudiantes puedan enterarse de los aspectos científicos de la cultura

universal” (Kindi, 2005: 726).

Pese a esta crítica, varias investigaciones en el terreno de la enseñanza de las ciencias han

mostrado cómo la categoría ciencia normal, descrita por Kuhn, es en realidad un modo de

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formar en ciencias; aunque Kuhn hace un trabajo descriptivo, algunos maestros han visto

este planteamiento como un desafío para revaluar el currículo en ciencias. A este respecto

podemos citar la investigación realizada por Van Berkel et al., quienes cuestionan la

estructura conceptual de la escuela de química de la Universidad de Utrecht mediante el uso

de lo hallado por Kuhn con respecto a la ciencia normal. Las investigaciones kuhnianas les

permiten criticar la rigidez curricular y explorar alternativas que integren los resultados del

sentido común, el mundo de la vida, la historia y la filosofía de la ciencia, la tecnología, la

escuela de física y la investigación química; para ellos, “el escape de la ENQ [Educación

Normal en Química] sólo es posible a través del reemplazo coordinado de la actual

combinación rígida de la estructura sustantiva, filosófica y pedagógica de la escuela de

química” (Van Berkel, et al., 2000: 152).

c. Fortalecer la relación filosofía de la ciencia – enseñanza de las ciencias.

Infortunadamente, a la hora de encontrar referentes para esta relación, gran parte de ellos

tuvieron que ser tomados de contextos diferentes a los nuestros. Sin embargo, muchas de

las problemáticas abordadas por otros, son pertinentes en nuestro medio; por tanto, es

posible establecer programas conjuntos en los que interactúen la filosofía y la educación en

aras de una comprensión plena de las ciencias, su imagen actual y los modos de formación

de las generaciones venideras en esta magna adquisición del ser humano. Tales programas

tendrían que superar el mero análisis epistemológico permitiendo la intervención

responsable y crítica en contextos educativos.

IV. CONCLUSIÓN:

Aunque en la era actual, denominada de múltiples modos de acuerdo con las tendencias de

los autores (en este caso la denominamos post-positivista), hay un creciente desencanto con

respecto a la ciencia y, en razón de ello, han ido generándose distintas posturas

anticientíficas, la escuela no puede conformarse con navegar en las seductoras aguas del

relativismo, el irracionalismo y el subjetivismo. Nada más perjudicial que un maestro de

ciencias escéptico pues este escepticismo lo transmite a quienes por naturaleza desean

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saber. Si bien es cierto que era urgente una reacción ante una idea de razón totalitaria que

sólo servía a los poderosos, también es cierto que aún podemos asistir a discusiones

argumentadas donde descubramos quién tiene la razón. La ciencia, pese a la cantidad de

factores que desbordan su explicación exclusivamente racional, es una adquisición de la

racionalidad humana y, en cuanto tal, es valiosa y deseable. La educación en ciencias no

puede ser ajena a los debates que en torno a la ciencia se generan, debe acogerlos como

parte integral de sus aproximaciones metateóricas, a la vez que intentar traducir tales

debates al contexto cotidiano de los estudiantes, los pocos que se han arriesgado a transitar

por el camino de la ciencia y que requieren del estímulo y la amplitud mental de los

responsables del proceso formativo.

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